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Estudio Suplementario Principios Del Uso de La Fuerza y Estandares Internacionales Af23

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“PRINCIPIOS DEL USO DE LA FUERZA –

ESTANDARES INTERNACIONALES”

CARLOS SOLIS AGURTO


Crl EP (R)

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INTRODUCCION

El titular del uso de la fuerza es el Estado. Este monopolio que exclusivamente lo


ejerce se denomina violencia legítima.

Nadie ni nada que no sea el Estado, entonces, puede irrogárselo y lo ejerce a través
de sus instituciones tutelares que en el caso del Perú lo detentan las Fuerzas
Armadas y la Policía Nacional.

Los Estados sin el control de la violencia legítima suelen terminar anarquizados y


califican como auténticos estados fallidos como sucede con Somalia, un país
africano fracturado.

Como titular del "ius imperium" o poder estatal, el Estado usa la fuerza
soberanamente.

Tampoco es que el Estado debe abusar de su calidad coactiva (uso de la fuerza) y


coercitiva (amenaza o advertencia legitima).

No hacerlo significaría lindar con la violación de los derechos humanos.

El objeto central para usar la fuerza es el mantenimiento del orden social; fuera de
ello, se vuelve arbitrario.

Así, el uso de la fuerza debe ir pegado, por ejemplo, al respeto del derecho
internacional humanitario que minimiza el uso de la fuerza para proteger a los que
no combaten y están en medio de la guerra.

Sucede también cuando las Fuerzas Armadas o la Policía Nacional del Perú repelen
un ataque terrorista. No son asesinos, sino en cambio, agentes defensores del
mantenimiento de la paz que es una categoría jurídica reconocida por el derecho
internacional.

De allí que cuando las fuerzas del orden ejecutan operaciones armadas, sus
consecuencias estarán legitimadas siempre que lo hagan contra combatientes en
fase activa, independientemente de la edad del enemigo.

Guste o no, el derecho superpone y privilegia la justificación del uso de la fuerza a


la condición advertida y con certeza de que sea combatiente.

En el caso de los menores de edad – sucede con los adolescentes que son
adoctrinados por terroristas - si por su condición de combatientes en fase activa
pudieran acabar con la vida de un militar o un policía, éstos podrán reducirlos o

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hasta acabarlos no queriéndolo ante la inminencia del ataque que haga peligrar sus
vidas, porque incluso habiendo cumplido con to- dos los protocolos de la guerra, el
derecho los ampara en el universal principio de la legítima defensa.

El uso de la fuerza por el Estado es legítimo cuando se la administra como


consecuencia de haber emanado del acto social democrático.

Por tanto, el poder arbitrario devenido de la usurpación del poder por medio de la
fuerza o del atropello del derecho – por ejemplo las dictaduras o los regímenes
totalitarios -, nunca será un poder reconocido ni avalado porque no goza de la
aquiescencia o permisividad social que corresponde únicamente al soberano que
es el pueblo.

Solo el pueblo legítima y lo hace a través del derecho. En consecuencia, el uso de


la fuerza, como atributo exclusivo del Estado, es lo que se denomina violencia
legítima.
Corresponde al propio Estado el empoderamiento de sus fuerzas tutelares que son
las Fuerzas Armadas y la Policía Nacional del Perú. La garantía de un correcto uso
de la fuerza siempre debe estar precedida de normas jurídicas que constituyan el
respaldo de la legalidad al uso de la referida fuerza y con ello, el indispensable
respaldo político para la legitimación política de la acción militar llevada adelante
por las fuerzas del Estado para velar por el orden social como objeto ontológico
superior.

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INDICE

1. DERECHOS HUMANOS, SEGURIDAD Y EMPLEO DE


ARMAS DE FUEGO POR AGENTES ESTATALES

2. PRINCIPIOS Y CRITERIOS INTERNACIONALES DEL


EMPLEO DE LA FUERZA PÚBLICA

3. ANALISIS DEL EMPLEO DEL ARMA DE FUEGO EN


SITUACIONES TIPO REALES

4. DIVERSOS

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1. DERECHOS HUMANOS, SEGURIDAD Y EMPLEO DE ARMAS DE FUEGO
POR AGENTES ESTATALES

Para garantizar orden y seguridad a las personas y, en general, para hacer


cumplir la ley, los Estados cuentan con una atribución que les es exclusiva:
emplear la fuerza pública. Esta atribución, sin embargo, no es absoluta; debe
ser compatible con los compromisos nacionales e internacionales asumidos por
el propio Estado de respetar y garantizar los derechos humanos de todas las
personas bajo su jurisdicción.

Partiendo por reconocer que proveer seguridad y respetar derechos humanos


son obligaciones esenciales del Estado, ¿cómo se relacionan entre sí ambas
obligaciones? ¿Existe preeminencia de una respecto de la otra? Ambas se
deben imponer límites recíprocamente.

En efecto, si los Estados, a través de la fuerza pública, priorizaran la seguridad


asumiéndola como un fin en sí mismo, los derechos de las personas serían
relativizados, se abriría el camino a la arbitrariedad y se elevaría la posibilidad
de incurrir en violaciones de derechos humanos.

Sin embargo, cierto es también que, si no se admitieran ciertas afectaciones


razonables a los derechos de las personas, la seguridad podría terminar
resquebrajándose, dando pie al descontrol o al caos y, con ello, a la afectación
de otros tantos derechos fundamentales.

Equilibrar, a través de la fuerza pública, la seguridad con el pleno respeto de los


derechos humanos no es, pues, asunto sencillo.

a. Suspensión y restricción de derechos humanos por razones de


seguridad

Los derechos humanos no son absolutos. Su libre ejercicio encuentra


límites en la necesidad de una vida armónica en comunidad, esto es, en
la búsqueda de la coexistencia pacífica y segura entre las personas
dentro de una sociedad.
Esta concepción puede ser rastreada hasta los mismos orígenes del
Estado liberal con John Locke, quien ya en el siglo XVII señalaba que
para garantizar nuestros derechos naturales de vida, libertad y propiedad,
los individuos debíamos renunciar a uno de los derechos que teníamos
en el Estado de naturaleza: la aplicación de justicia por mano propia.
Esta lógica de cesiones a la libertad individual y de respeto del derecho
ajeno ha sido incluso positivada en el derecho internacional de los
derechos humanos.

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Así, por ejemplo, en el ámbito interamericano, la disposición contenida en
el artículo 32 de la Convención Americana sobre Derechos Humanos
(CADH) señala que:
“Los derechos de cada persona están limitados por los derechos de
los demás, por la seguridad de todos y por las justas exigencias del
bien común, en una sociedad democrática”.

La facultad de los Estados de suspender ciertas obligaciones contraídas


internacionalmente respecto de los derechos humanos reconocidos se
encuentra contemplada en:
- El artículo 4.1 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos
(PIDCP) y en el artículo 27 de la CADH. Esta facultad no es, sin
embargo, irrestricta.

A nivel internacional se ha establecido que se trata de una medida


excepcional y, en esa medida, tanto la identificación de los derechos a
suspender como las medidas a través de las cuales se concretan tales
suspensiones deben limitarse a las “estrictamente necesarias según las
exigencias de la situación”, lo cual afirma el principio de proporcionalidad
que debe orientar toda decisión de afectación de derechos por parte del
Estado.

Los principios de estricta necesidad y proporcionalidad de las medidas


deben verificarse en tres aspectos:
- la duración;
- el ámbito geográfico; y
- el alcance material de la medida: involucra el análisis de las
circunstancias que llevan a tal suspensión, así como de las medidas
a través de las cuales tal suspensión se materializa. A nivel
internacional no existe una caracterización única o estándar de las
circunstancias que justifiquen una suspensión de derechos ni de las
medidas concretas a adoptar; más bien, se delega en los propios
Estados la determinación de estas.

La Corte IDH nos recuerda que la legalidad de las medidas que se


adopten para enfrentar cada una de las situaciones especiales que se
presenten dependerá del carácter, de la intensidad, de la profundidad y
del particular contexto de la emergencia, así como de la proporcionalidad
y razonabilidad que guarden las medidas adoptadas respecto de ella.

Es por ello que, en otro pronunciamiento, la Corte IDH, insistiendo en la


estricta excepcionalidad de este tipo de decisiones, señaló que el Estado
debe encontrarse frente a “reales situaciones de emergencia”, por lo que,

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bajo ningún supuesto, estas suspensiones pueden constituirse en “medio
para enfrentar la criminalidad común”.

Estos son los criterios que habremos de tomar en cuenta para determinar
si la afectación a la seguridad de un Estado es de la magnitud suficiente
como para permitirle a este suspender los derechos de las personas:

(1) Contexto: carácter, intensidad, profundidad y particularidad suficientes


para considerarlo emergencia.
(2) Medidas. Necesarias y proporcionales al contexto
(3) Nivel de amenaza. Extraordinario, inseguridad superior a la generada
por la criminalidad común.

En cuanto a los derechos a suspender, en primer lugar, debe tratarse de


aquellos cuya suspensión demuestre ser eficaz para superar la situación
de emergencia o amenaza a la vida de la nación.

Solo se encuentra justificado suspender el ejercicio de ciertos derechos


humanos si esta suspensión contribuye directamente a retornar a una
situación de estabilidad en la que el Estado nuevamente se encuentre en
aptitud de garantizar la totalidad de los derechos reconocidos a las
personas.

Entre los derechos no suspendibles —también llamados “núcleo duro de


los derechos humanos”— destacan el derecho a no ser privado
arbitrariamente de la vida (artículos 6.1 PIDCP y 4.1 CADH); la prohibición
de la tortura (artículos 7 PIDCP y 5 CADH) y la prohibición de la esclavitud
(artículos 8.1 PIDCP y 6.1 CADH), entre otros así como las garantías
judiciales para hacerlos efectivos.

Dicho todo esto, es necesario, sin embargo, distinguir el concepto de


suspensión de derechos del de restricción de estos.

El Comité de Derechos Humanos (CDH) ha señalado que “calificar


cualquier disposición del Pacto de disposición que no puede ser
suspendida no significa que en caso alguno se justifiquen limitaciones o

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restricciones” a lo que agrega que “la permisibilidad de las restricciones
es independiente de la cuestión de la suspensión”.
En efecto, la suspensión a la que acabamos de aludir responde a una
situación excepcional (emergencia) y alcanza a las personas dentro un
ámbito espacial y temporal delimitado.

Las restricciones, en cambio, son afectaciones de carácter general y


permanente, que pueden ocurrir tanto en situaciones de normalidad como
de emergencia y que se sustentan en el respeto a los derechos de los
demás, la seguridad de todos y las justas exigencias del bien común. Para
que las restricciones sean válidas, se requieren tres condiciones:

(1) que estén previamente establecidas en la ley;


(2) que sean necesarias en una sociedad democrática; y
(3) que sean compatibles con el resto de derechos humanos reconocidos
internacionalmente.

El empleo de la fuerza pública contra las personas, si es realizado de un


modo compatible con los parámetros arriba expuestos, constituye una
forma válida de restricción de ciertos derechos esenciales de las
personas (vida, integridad, libertad, etc.) basada en razones de
seguridad. Se trata, en suma, de reservarle a los Estados un margen de
utilización de fuerza, que se concreta en restricciones puntuales a estos
derechos y que justamente le permite no abdicar de su obligación de
proveer orden y seguridad a los ciudadanos.

b. Condiciones para garantizar un equilibrio entre seguridad y


derechos humanos a través de la fuerza pública

Una noción de seguridad compatible con los derechos humanos debe


tener al individuo y al respeto de su dignidad como su componente
central. Este ha sido el criterio de la Corte IDH en su jurisprudencia:

Está más allá de toda duda que el Estado tiene el derecho y el deber de
garantizar su propia seguridad.

Tampoco puede discutirse que toda sociedad padece por las infracciones
a su orden jurídico.
Pero, por graves que puedan ser ciertas acciones y por culpables que
puedan ser los reos de determinados delitos, no cabe admitir que el poder
pueda ejercerse sin límite alguno o que el Estado pueda valerse de
cualquier procedimiento para alcanzar sus objetivos, sin sujeción al
derecho o a la moral.

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Ninguna actividad del Estado puede fundarse sobre el desprecio a la
dignidad humana.

Un elemento clave de una noción de seguridad compatible con los


derechos humanos es la proscripción del exceso o la arbitrariedad
estatal en la relación directa con las personas bajo su jurisdicción.

La seguridad con enfoque de derechos humanos supone también la


adopción de medidas positivas que aseguren el ejercicio más amplio de
tales derechos en la búsqueda del más pleno desarrollo de la persona y
de la comunidad.

Para la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), por


ejemplo, estas obligaciones positivas en relación con la seguridad
suponen que los Estados, al ser depositarios del monopolio de la fuerza
legítima, asuman funciones de prevención, disuasión y represión del
delito y de la violencia. Finalmente, el deber de proveer seguridad con
enfoque de derechos humanos alcanza incluso a los actos ilegales de
agentes no estatales o particulares que afecten derechos fundamentales
de las personas, pues justamente las obligaciones positivas del Estado
se dirigen a ejercer control sobre ellos.

c. Empleo de la fuerza y derecho humano a la vida

El derecho humano a la vida es el más fundamental de los derechos de


las personas; su goce “es un prerrequisito para el disfrute de todos los
demás derechos humanos” al punto que “de no ser respetado todos los
derechos carecen de sentido”.

En su acepción positiva, implica por parte del Estado tanto la obligación


de adoptar medidas internas que aseguren su pleno y libre ejercicio (tales
como prevenir, juzgar y castigar la privación de la vida como
consecuencia de actos criminales) como la de crear las condiciones que
garanticen una existencia digna de las personas bajo su jurisdicción.

En su acepción negativa supone la proscripción de la privación arbitraria


de la vida. Es justamente esta segunda acepción la que nos interesa
explorar desde la perspectiva del empleo de la fuerza pública.
El empleo del término “privación arbitraria de la vida” está presente en
dos de los principales tratados de derechos humanos que reconocen este
derecho.

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El CDH, agrega que “los Estados Parte no sólo deben tomar medidas
para evitar y castigar los actos criminales que entrañen la privación de la
vida, sino también evitar que sus propias fuerzas de seguridad maten de
forma arbitraria”.

Cabe afirmar que, si solo se proscribe la privación “arbitraria” de la vida,


existen entonces privaciones “no arbitrarias” de la vida que, en
consecuencia, no constituirían violaciones a este derecho humano y que
sería necesario identificar caso por caso.

(1) Arma de fuego y derecho humano a la vida

El artículo 9 de los Principios Básicos sobre el Empleo de la Fuerza y


Armas de Fuego por los FEHCL (PPBB) establece:
Los funcionarios encargados de hacer cumplir la ley no
emplearán armas de fuego contra las personas salvo en defensa
propia o de otras personas, en caso de peligro inminente de
muerte o lesiones graves, o con el propósito de evitar la comisión
de un delito particularmente grave que entrañe una seria
amenaza para la vida, o con el objeto de detener a una persona
que represente ese peligro y oponga resistencia a su autoridad,
o para impedir su fuga, y sólo en caso de que resulten
insuficientes medidas menos extremas para lograr dichos
objetivos. En cualquier caso, sólo se podrá hacer uso intencional
de armas letales cuando sea estrictamente inevitable para
proteger una vida

Una lectura detallada del citado artículo nos permite arribar a ciertas
conclusiones que resultan de mucha relevancia al momento de
analizar el comportamiento de los FEHCL en relación con el
empleo del arma de fuego:

(a) Los medios con los que se amenace la vida son irrelevantes

No existe mención alguna en el Principio 9 de los PPBB ni en el


resto del instrumento a los medios con los que la vida puede ser
amenazada. En otras palabras, los medios con los que un
presunto infractor ponga en riesgo una vida no son determinantes
para justificar en un FEHCL la necesidad de emplear el arma de
fuego contra él.
Esto destierra la errónea concepción según la cual un FEHCL
solo puede emplear el arma de fuego para repeler una amenaza
generada con un medio de fuerza equivalente o superior.

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Existen innumerables ejemplos en la realidad nacional e
internacional en los que la vida de las personas ha sido segada o
puesta en inminente riesgo a través de armas blancas, objetos
punzocortantes, contundentes e incluso a través de la sola fuerza
física superior.

(b) El peligro contra la vida debe ser “inminente”


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Para que el empleo del arma de fuego se encuentre habilitado, el
riesgo contra la vida que se pretende neutralizar debe ser
inminente. Esta regla deriva del propio Principio 9 cuando
establece que los FEHCL: “[N]o emplearán armas de fuego contra
las personas salvo en defensa propia o de otras personas, en
caso de peligro inminente de muerte o lesiones graves”.

“Inminente” significa “simplemente que el peligro puede ocurrir en


cualquier momento. No tiene por qué haber ocurrido o estar
ocurriendo todavía, pero podría ocurrir en cualquier momento”.

Esto implica que el FEHCL no está en la obligación de esperar a


que la amenaza contra la vida se concrete ni mucho menos a
tener una certeza absoluta de que el hecho se concretará.

Si un FEHCL percibe de los hechos y de las circunstancias


concretas, sobre la base de su conocimiento y experiencia, que
una situación determinada representa una amenaza inminente de
muerte para sí o para terceros, entonces está en la obligación de
emplear el arma de fuego para detener esa amenaza.

(c) El FEHCL no emplea las armas de fuego para causar la


muerte necesariamente

Debe quedar muy claro que el Principio 9 no es una norma


orientada a justificar las eventuales muertes que un FEHCL
pudiera causar a través del empleo de su arma de fuego.

Muy por el contrario, el principio justifica el empleo del arma de


fuego contra las personas con la finalidad última de proteger
vidas.

Cuando el/la Policía dispara su arma en cumplimiento de su


deber, no lo hace para advertir, asustar, herir o desarmar; lo hace
para interrumpir de inmediato una agresión en contra de su vida
o la de terceros. El objetivo es lograr que el agresor cese su

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ataque de manera inmediata. El disparo de arma de fuego en
estas circunstancias puede resultar letal, entre otras, por las
características del arma utilizada (o tipo de munición), por la
región del cuerpo en la que éste impacta o por la capacidad de
resistencia física de la persona afectada. Esto quiere decir que la
letalidad no es necesariamente consecuencia de una intención
deliberada del/de la Policía.

d. El empleo de la fuerza y el derecho humano a la integridad física

La integridad física es otro de los derechos esenciales del ser humano


que puede verse afectado a través del empleo de la fuerza pública. Una
interesante definición del derecho a la integridad física, que hace suya la
Defensoría del Pueblo colombiana, es la siguiente:

En el aspecto físico, la integridad personal hace referencia a la


conservación del cuerpo humano en su contexto anatómico y al
equilibrio funcional y fisiológico de los diferentes órganos. Este
derecho protege la integridad física de las personas de ataques
injustos contra el cuerpo o la salud, que produzcan incapacidad
para trabajar o para desplazarse, o que le causen enfermedad,
deformaciones físicas o mutilación a cualquiera de sus miembros

La definición citada da pie para resaltar un aspecto clave de este derecho


y sustancial para su análisis en relación con el empleo de la fuerza
pública. Y es que, a diferencia de la prohibición de la tortura y otros tratos
crueles, inhumanos o degradantes que claramente pertenecen al núcleo
de derechos inderogables del ser humano, en el caso del derecho a la
integridad física sí resulta razonable interpretar que se trata de un
derecho pasible de restricciones válidas.

Cuando se acude a la Convención contra la Tortura y Otros Tratos o


Penas Crueles, Inhumanos o Degradantes (CT), se encuentra que en la
definición de tortura se señala: “No se considerarán torturas los dolores o
sufrimientos que sean consecuencia únicamente de sanciones legítimas,
o que sean inherentes o incidentales a éstas”.
[L]as conductas prohibidas no admiten restricción ni suspensión
y, sin embargo, es posible concebir tratamientos que afecten la
integridad personal y que, sin embargo, no violen la prohibición.

Podemos admitir que si se permite la noción de legítima defensa para


justificar una privación de la vida, es admisible que una noción similar se
utilice para justificar actos que afecten la integridad personal; si se

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permiten las penas privativas de libertad, que muy probablemente pueden
causar sufrimiento psíquico y moral y, a veces, también físico, hay que
saber qué circunstancias transforman una privación de libertad en una
violación

Dos son los elementos que distinguen las conductas estatales prohibidas
de las permitidas en lo que a la integridad personal se refiere:

▪ La existencia de un propósito ilegítimo; se expresaría en la búsqueda


deliberada del sufrimiento para el logro de determinados fines
arbitrarios o simplemente en la búsqueda de causar humillación

▪ La severidad del sufrimiento. Tal como lo señala la CEDH, en “un


‘maltrato' que alcance un nivel mínimo de severidad y que implique
un daño corporal real o sufrimiento físico o mental intenso”.

Si se acredita que esta se utilizó contra una persona con un claro objetivo
ilegítimo —como puede ser el amedrentamiento, la coacción o la
amenaza— y el sufrimiento físico causado fue intenso, entonces la
situación puede llegar a calificar como tortura y, en tal sentido, como
conducta absolutamente prohibida.

Ahora bien, tratándose de afectaciones que no reúnan los dos elementos


(objetivo ilegítimo y severidad), existe la necesidad de determinar si se
trata de una restricción razonable:

Si toda persona tiene derecho a que el Estado o los particulares


no interfieran con él o con sus decisiones respecto de él, puede
sostenerse que cualquier interferencia que no se justifique de un
modo razonable constituirá una violación a esa norma,
independientemente de si la conducta del Estado pueda ser
subsumida en una de las conductas prohibidas. Para ello será
necesario examinar la conducta del Estado en cuanto a su
conducencia y proporcionalidad y constatar la ausencia de otra
alternativa para lograr el objetivo.

e. El apoyo militar a la seguridad interna

El empleo de las fuerzas armadas (FFAA) en apoyo de la Policía para


restablecer el orden público es una opción a la que recurren en la
actualidad la mayoría de Estados latinoamericanos cuando la situación
interna “desborda” las capacidades habituales de la fuerza pública civil
para recuperar el normal desenvolvimiento de la sociedad y el Estado.

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Esta tendencia no es reciente y, más bien, hasta los orígenes mismos de
las repúblicas latinoamericanas, donde, lejos de romper con el esquema
colonial de estratificación social y política, sus promotores buscaron
mantener, mediante la fuerza militar, el Statu Quo.

Otra interesante explicación sobre la preeminencia militar en el


desenvolvimiento social de las repúblicas latinoamericanas refiere que los
ejércitos fueron de las primeras instituciones autónomas en emerger, que
su propia creación fue la reafirmación de la nueva soberanía y que de sus
filas surgieron los líderes que influenciaron el desarrollo temprano de los
nuevos Estados.

Este ascendiente social, lejos de diluirse en favor del liderazgo civil, se


fortaleció y legitimó con el tiempo, posicionando a las fuerzas armadas en
el imaginario público como el garante no solo de la soberanía nacional
frente a amenazas externas, sino, fundamentalmente, de la correcta
marcha de los asuntos internos del Estado

Los motivos por los cuales se recurre a las FFAA en apoyo al


restablecimiento del orden interno suelen ser también objeto de discusión.

Se suele señalar que las demostraciones de fuerza superior a las usuales,


propias de los entes militares, tienen efectos disuasivos en la población,
aunque Skolnick nos brinda una argumentación operacional, rara vez
sostenida, que alude a la mecánica organizativa militar y que no deja de
ser interesante:

El modelo militar probablemente es la mejor manera que conocemos de


coordinar los esfuerzos de un gran número de personas quienes trabajan
colectivamente para resolver el mismo gran problema o para lograr el
mismo gran objetivo. Pero, salvo en los casos de grandes
concentraciones de personas, manifestaciones y disturbios, los efectivos
policiales generalmente no trabajan bajo tales condiciones. [...] un policía
típicamente trabaja sólo o con otro policía y lidia con un extenso número
de pequeños, aislados y desvinculados problemas.

Cada Estado, en ejercicio de su soberanía y bajo los estrictos parámetros


que su Constitución, establece que es libre de decidir cuándo y bajo qué
circunstancias requiere del apoyo militar en las labores del mantenimiento
y/o restablecimiento del orden público.

“En los países en que ejercen las funciones de policía autoridades


militares [...] se considerará que la definición de funcionarios encargados
de hacer cumplir la ley comprende los funcionarios de esos servicios”. A

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mayor abundamiento, siempre desde la perspectiva internacional, la
propia Corte IDH admite la posibilidad de que los Estados acudan a sus
fuerzas armadas en situaciones específicas de seguridad interna.

La Corte IDH lo ha expresado de esta manera: [L]os Estados deben limitar


al máximo el uso de las fuerzas armadas para el control de disturbios
internos, puesto que el entrenamiento que reciben está dirigido a derrotar
al enemigo, y no a la protección y control de civiles, entrenamiento que
es propio de los entes policiales.

Según los instrumentos y jurisprudencia internacionales, lo que debe


exigirse a los estados que deciden recurrir a las FFAA en apoyo de la
seguridad interna no es que proscriban esta posibilidad sino, más bien,
que adapten sus normas, entrenamiento, procedimientos y equipamiento
a los estándares internacionales de empleo de la fuerza.

Entre otras medidas, que las FFAA se comporten bajo parámetros del
DIDH y no del DIH.

(1) Que la fuerza sea una medida excepcional únicamente en casos en


que otras alternativas resulten ineficaces para lograr el objetivo legal;
(2) Que la fuerza se emplee bajo los principios de legalidad, necesidad y
proporcionalidad;
(3) Que el equipamiento permita un uso progresivo y diferenciado de la
fuerza;
(4) Que el arma de fuego se emplee de manera excepcional únicamente
en defensa de una vida en real e inminente riesgo.

Podemos concluir entonces que un FEHCL puede válidamente afectar la


integridad física de una persona a través del empleo de la fuerza pública,
en primer término, si el objetivo es legítimo y el daño no produce un
sufrimiento físico intenso que lo aproxime a la tortura, pero, además, si se
demuestra que tal empleo fue razonable según el criterio

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2. PRINCIPIOS Y CRITERIOS INTERNACIONALES DEL EMPLEO DE LA
FUERZA PÚBLICA

El equilibrio que deben procurar los FEHCL en el cumplimiento de sus funciones


garantiza la concreción de dos mandatos fundamentales del estado: la defensa
de la vida y dignidad de las personas y la garantía de su desenvolvimiento en
orden y seguridad al interior de la sociedad.

Lograr este punto medio entre derechos humanos y orden interno es delicado
y exige una seria voluntad y compromiso del estado para lograr que las medidas
legales, judiciales y administrativas generen las condiciones necesarias para
que los FEHCL cumplan adecuadamente con este doble mandato.

El conocimiento profundo y pormenorizado de los fundamentos que permiten


recurrir a la fuerza sin arbitrariedad, es el concepto clave para marcar la frontera
entre las restricciones válidas a los derechos humanos y la violación de los
mismos.

Mal hace un estado si provee al FEHCL de la autoridad y los medios para


emplear la fuerza contra las personas y no brinda capacitación y entrenamiento
en el manejo de elementos de juicio, teóricos y prácticos, para discernir entre lo
razonable y lo excesivo.

Resulta clave comprender que el proceso del recurso a la fuerza abarca mucho
más que el acto mismo de su utilización

- Implica que los fundamentos internacionales y nacionales para su empleo


racional se encuentren integrados en las normas, manuales, reglamentos
y directivas institucionales.

- Que sean adecuadamente incorporados y transmitidos en los distintos


niveles de enseñanza de los FEHCL.

- Entrenamiento basado en los conceptos aprendidos, adaptando los


procesos operacionales a estos fundamentos y dotando de coherencia
interna la práctica del quehacer cotidiano de los FEHCL.

- Las operaciones, por más básicas que puedan ser, respondan a una previa
planificación basada en el análisis fáctico, técnico y jurídico de la situación
a afrontar.

- Exige la supervisión administrativa y judicial que asegure la efectividad


práctica de las normas y directivas institucionales, sancionando
ejemplarmente su incumplimiento

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Principios y criterios Internacionales del Empleo de la Fuerza Pública

a. Principios de legalidad, necesidad y proporcionalidad

El Código de Conducta para Funcionarios Encargados de Hacer Cumplir


la Ley (CC) y los Principios Básicos sobre el Empleo de la Fuerzas y Armas
de Fuego por los Funcionarios Encargados de Hacer Cumplir la Ley
(PPBB) son instrumentos que poseen el carácter de soft law, lo cual implica
que sus disposiciones no son, en estricto, vinculantes para los Estados
miembros de las Naciones Unidas.

Ello, sin embargo, no debe llevar a minimizar su relevancia jurídica, pues,


tanto en el plano nacional como internacional, estos documentos
contribuyen a la formación, al desarrollo, a la interpretación, a la aplicación
y al cumplimiento de instrumentos que sí son vinculantes (como los
tratados de derechos humanos).

Los dos instrumentos citados sustentan sus disposiciones en tres


principios: legalidad, necesidad y proporcionalidad.

Estos principios son fundamentales, pues contribuyen a delinear el


concepto de arbitrariedad, elemento clave para determinar la existencia o
inexistencia de violaciones de los derechos humanos derivadas del empleo
de la fuerza por parte de los FEHCL.

En lo que concierne al derecho humano a la vida, el artículo 6.1 del PIDCP


establece que “[e]l derecho a la vida es inherente a la persona humana. [...]
Nadie podrá ser privado de la vida arbitrariamente”.
En igual sentido, el artículo 4.1 de la CADH dispone: “Toda persona tiene
derecho a que se respete su vida. Este derecho estará protegido por la ley
y, en general, a partir del momento de la concepción. Nadie puede ser
privado de la vida arbitrariamente”.

(1) Legalidad

Implica la sujeción de la fuerza pública al mandato de la ley.


La atribución de emplear la fuerza contra las personas —'y la
consiguiente posibilidad de afectar sus derechos más esenciales—
demanda necesariamente del Estado el establecimiento de límites,
condiciones y protocolos previos y explícitos para el ejercicio legítimo de
este recurso.

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Solo cuando el Estado anticipa —con la claridad, publicidad y certeza
de una norma legal— las atribuciones que ostenta en relación con la
fuerza pública, así como la forma de ejercerla respecto de los
ciudadanos, limita la arbitrariedad de sus decisiones y garantiza el cabal
ejercicio de los derechos individuales involucrados.
En lo que respecta específicamente al empleo del arma de fuego, la
Corte IDH también ha recalcado la necesidad de que este empleo
cuente con un previo sustento legal: “En un mayor grado de
excepcionalidad se ubica el uso de la fuerza letal y las armas de fuego
[...]

Su uso excepcional deberá estar formulado por ley, y ser interpretado


restrictivamente[...]”.

Se puede afirmar que en relación con el empleo de la fuerza, el principio


de legalidad tiene hasta tres (3) vertientes de aplicación: 1) la legalidad
en el objetivo, 2) la legalidad en el procedimiento y 3) la legalidad en los
medios.

● La legalidad de objetivo se encuentra plasmada en el artículo 1 del


Código de conducta para funcionarios encargados de hacer cumplir
la ley cuando establece:
“Los funcionarios encargados de hacer cumplir la ley cumplirán en
todo momento los deberes que les impone la ley, sirviendo a su
comunidad y protegiendo a todas las personas contra actos ilegales,
en consonancia con el alto grado de responsabilidad exigido por su
profesión”. (El subrayado es nuestro)

● La legalidad de procedimiento y de medios, por su parte, se puede


considerar recogida en el artículo 2 de los Principios Básicos sobre
el Empleo de la Fuerza y de Armas de Fuego por los Funcionarios
Encargados de Hacer Cumplir la Ley (PPBB):
“Los Gobiernos y los organismos encargados de hacer cumplir la ley
establecerán una serie de métodos lo más amplia posible y dotarán
a los funcionarios correspondientes de distintos tipos de armas y
municiones de modo que puedan hacer un uso diferenciado de la
fuerza y de las armas de fuego[...].

Debe tenerse muy en cuenta que puede ocurrir en la práctica del FEHCL
que se verifiquen solo algunas de las vertientes del principio de legalidad
y no todas en conjunto, lo cual supone la infracción de este.
Ello puede ocurrir, por ejemplo, cuando se recurre a medios legales para
alcanzar un objetivo ilegal (como puede ser el caso del empleo del

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bastón policial para obtener información de un detenido infringiéndole
graves sufrimientos físicos - tortura).

Puede ocurrir también la situación inversa, es decir, aquella en la que


se persigan objetivos legales pero a través de procedimientos o medios
ilegales (como cuando los FEHCL, frente a la insuficiencia de
equipamiento o munición antimotines, recurren a piedras lanzadas por
los manifestantes para procurar restablecer el orden público).

En cualquier caso, si algunas de las vertientes del principio de legalidad


falla, el principio en su conjunto se incumple y, por tanto, se incurre en
un empleo arbitrario de la fuerza pública cuyas consecuencias
válidamente podrían considerarse violaciones de los derechos
humanos.

Desde una perspectiva de derechos humanos, el principio de legalidad


en el empleo de la fuerza no puede suponer el sometimiento de los
objetivos, procedimientos y medios de los FEHCL únicamente a las
normas de carácter nacional. Este principio debe, además, ser garantía
de una plena compatibilidad entre la normatividad interna y la
normatividad internacional que obliga al Estado en materia de derechos
humanos.

Podemos afirmar que el principio de legalidad constituye la expresión


más concreta del apego a los parámetros de un Estado de derecho, en
la medida que transparenta frente a la ciudadanía la atribución estatal
de emplear la fuerza; favorece el escrutinio público, confiere certeza y
predictibilidad a funcionarios y ciudadanos respecto de los derechos y
deberes de cada quien; y, reduce al mínimo los márgenes de
discrecionalidad en las actuaciones de los FEHCL, limitando con ello la
arbitrariedad estatal y la consecuente posibilidad de incurrir en
violaciones de derechos humanos.

(2) Necesidad

El artículo 3 del CC dispone lo siguiente: “Los funcionarios encargados


de hacer cumplir la ley podrán usar la fuerza sólo cuando sea
estrictamente necesario y en la medida que lo requiera el desempeño
de sus tareas”.
El artículo 4 de los PPBB, por su parte, agrega que los FEHCL “[p]odrán
45
utilizar la fuerza y armas de fuego solamente cuando otros medios
resulten ineficaces o no garanticen de ninguna manera el logro del
resultado previsto”.

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Cuando lo que sustenta este principio es la vocación del Estado de
limitar sus facultades coercitivas a un mínimo indispensable que le
permita alcanzar sus fines sacrificando lo menos posible los derechos
de las personas.

Ello, debido a que, de por sí, emplear la fuerza contra las personas
implica ya una excepción al mandato estatal básico de velar por la
defensa de todo ser humano y por el respeto de su dignidad.
La Corte IDH lo ha establecido de la siguiente manera:
[E]s preciso que el Estado actúe dentro de los límites y conforme a
los procedimientos que permiten preservar tanto la seguridad
pública como los derechos fundamentales de la persona humana.
En este sentido, el Tribunal estima que sólo podrá hacerse uso de
la fuerza o de instrumentos de coerción en casos excepcionales,
cuando se hayan agotado y hayan fracasado todos los demás
medios de control.

En lo que concierne a los mecanismos alternativos al empleo de la


fuerza, es decir, aquellas otras medidas que deben ser intentadas antes
de recurrir a ella, está claro que son muy diversos y que varían de
situación en situación.
Así, por ejemplo, podemos considerar que las advertencias verbales, el
diálogo persuasivo o disuasivo, la mediación, la conciliación o las
demostraciones de autoridad son formas válidas de cumplir con el
principio de necesidad. Todo empleo de fuerza que haya pasado por
estas etapas previas sin alcanzar la finalidad buscada se puede
considerar necesario.

(3) Proporcionalidad

Se trata de “un criterio de interpretación mediante el cual se verifica si


ciertas actuaciones de los poderes públicos encaminadas a la obtención
de determinados fines implican un indebido grado de afección de ciertos
preceptos constitucionales, singularmente de aquellos relativos a
derechos fundamentales”.

En lo que atañe a la fuerza pública, la proporcionalidad apunta a la


estricta adecuación de los niveles de fuerza a las distintas situaciones
que se pretende controlar o evitar.

Requiere de parte del FEHCL un conocimiento profundo de las


alternativas de fuerza que tiene a disposición, así como habilidad para
determinar —en lapsos de tiempo usualmente muy breves— aquella

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que más se ajusta al nivel de amenaza o resistencia percibida en función
del objetivo legal que se persigue.

El nivel de fuerza que es admisible debe ser el resultado de considerar


la totalidad de las circunstancias a las que el oficial se ve confrontado
así como la percepción del oficial en relación con medios alternativos
para cumplir con el objetivo legal buscado a través de la fuerza.

A nivel del Sistema Interamericano de Derechos Humanos, uno de los


primeros casos en los que la Corte IDH tuvo oportunidad de abordar el
principio de proporcionalidad —aunque aún no de manera explícita
como principio— fue el caso Neira Alegría vs. Perú.

En este caso, la Corte IDH analiza la proporción de la fuerza empleada


contra los internos del establecimiento penitenciario El Frontón—
amotinados con armas de guerra— y se pronuncia respecto de la
decisión del Estado de demoler un pabellón empleando cargas
explosivas, lo cual causó la muerte a 92 internos:

Sin embargo, [...], la alta peligrosidad de los detenidos en el Pabellón


Azul del Penal San Juan Bautista y el hecho de que estuvieren armados,
no llegan a constituir, en opinión de esta Corte, elementos suficientes
para justificar el volumen de la fuerza que se usó en éste y en los otros
penales amotinados [...].

En este caso, la arbitrariedad en la privación de la vida vino dada por la


desproporción existente entre el volumen de fuerza empleado por el
Estado y el grado de amenaza o resistencia ofrecida por los internos
amotinados.

En el proceso de determinación de una respuesta de fuerza


proporcional, el FEHCL debe tomar los datos objetivos de la realidad
que confronta (entorno material y humano, comportamientos, medios,
alternativas, etc.) y vincularlos —en un proceso mental necesariamente
rápido— con el mandato legal que se esté buscando cumplir, lo cual
debiera arrojar como resultado el nivel de fuerza más adecuado a la
situación de resistencia o amenaza enfrentada. Se trata, pues, de un
proceso subjetivo en el que la percepción del FEHCL en el momento y
lugar de los hechos es determinante para decidir el nivel de fuerza que
se debe emplear.

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b. El criterio de la razonabilidad subjetiva (“Honesta creencia”)

En la decisión del empleo de la fuerza pública no puede exigirse a un FEHCL


que tenga absoluta certeza de lo que va a ocurrir.
La prevención es un elemento esencial de su función y es más esencial aún
si se trata de evitar la comisión de atentados contra la vida o la integridad de
las personas.

Siendo esto así, un FEHCL no puede simplemente esperar a ver cómo se


desenvuelven los hechos y los eventuales daños —que podrían ser incluso
irreparables— para, una vez concretados estos, actuar; debe basar sus
decisiones en lo que la doctrina y la jurisprudencia internacional denominan
una “razonable creencia” u “honesta creencia” de aquello que está a punto
de ocurrir.

El criterio de la razonabilidad subjetiva es un estándar dirigido al FEHCL y a


su proceso interno de toma de decisiones; el FEHCL debe tener muy en
claro que frente a situaciones extremas en las que la vida o la integridad de
las personas se encuentra en inminente riesgo, bastará su honesta
percepción o creencia de que tal riesgo se concretará para que esté
habilitado a emplear el arma de fuego. El criterio de la razonabilidad
subjetiva acude así en salvaguarda de los FEHCL y de la labor que realizan
por la sociedad, evitando que serias amenazas contra sí o contra terceros
se concreten solo por evitar afectar los derechos esenciales del presunto
infractor.

c. El criterio de la razonabilidad objetiva

La razonabilidad objetiva requiere la evaluación ex post de una tercera parte,


quien se preguntará lo que un “FEHCL hipotético y razonable” hubiera
considerado apropiado en las mismas particulares circunstancias.

Es un estándar que contrasta la actuación de un FEHCL con un parámetro


abstracto que pretende reflejar lo que se esperaría de un agente de la ley en
la misma escena y frente a los mismos hechos y circunstancias.

Que una acción del agente de la ley sea razonable significa que “debe
juzgarse desde el punto de vista de un oficial razonable en la escena, y no
con una visión retrospectiva 20/20”.

Como resulta evidente, una vez consumados los hechos e investigadas


cada una de las circunstancias que rodearon el empleo de la fuerza, es

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mucho más sencillo para el juzgador —administrativo o penal— determinar
cuál debió ser la mejor forma de proceder del FEHCL; sin embargo, ese
modo de evaluar los hechos —prolongado, reflexivo y bien informado— no
puede resultar, como veremos más adelante, exigible a un FEHCL, quien
debe tomar decisiones inmediatas, con escasa información y en contextos
usualmente tensos, violentos o riesgosos.

La razonabilidad del agente de la ley sea objetiva implica que su acción


debe ser juzgada “a la luz de los hechos y circunstancias que enfrenta, sin
tener en cuenta su intención o motivación subyacente”, a lo que se añade
que debe tenerse en cuenta elementos fácticos tales como “la gravedad del
delito de que se trata; si el sospechoso representa una amenaza inmediata
para la seguridad de los funcionarios u otras personas, y si se resiste
activamente a la detención o intenta evadir el arresto mediante fuga”.

d. El criterio de “subrogación del juzgador”

El empleo del arma de fuego es el más elevado nivel de fuerza del que
dispone un FEHCL; se trata de una medida absolutamente excepcional cuya
justificación debe encontrarse claramente delimitada por ley.

Suele ocurrir en la práctica administrativa y judicial que, al analizar


procedimientos en los que el arma de fuego fue empleada por un FEHCL y
en los que se causó lesiones o muerte, los órganos investigativos y
decisores concluyen al respecto “que otras opciones pudieron y debieron
utilizarse”; “que se debió procurar impactar en zonas no vitales del cuerpo”;
o incluso “que el arma de fuego no fue estrictamente el último recurso”.

Un FEHCL es un profesional perito en el empleo de la fuerza; que posee la


capacitación, el entrenamiento y el equipamiento para emplear la fuerza
potencialmente letal con mayor destreza y, por tanto, con menores
consecuencias para la ciudadanía.

Sin embargo, existe un límite: la necesidad de comprender que un FEHCL,


como cualquier otro ciudadano, tiene el derecho de actuar en defensa de su
propia integridad y vida; pero, además, tiene el deber de actuar en defensa
de la vida e integridad de terceros.

Ningún Estado democrático puede pretender que la vida de sus ciudadanos


se exponga innecesariamente hasta la muerte por cautelar otra.

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3. ANALISIS DEL EMPLEO DEL ARMA DE FUEGO EN SITUACIONES TIPO
REALES

El Estado tiene, a través de sus FEHCL, la obligación de garantizar el orden y


la seguridad de la sociedad y que, en la búsqueda de tal objetivo, resulta
conforme con estándares internacionales que, de ser necesario, recurra a la
fuerza en todos sus niveles, inclusive al arma de fuego.

El empleo de un arma de fuego por parte de un FEHCL puede incluso afectar


la vida de una persona sin que ello suponga necesariamente infracciones al
DIDH, siempre que en tal empleo no exista arbitrariedad.

a. Disparos de advertencia

También llamados disparos “disuasivos” o “intimidatorios”, los disparos de


advertencia efectuados por parte de los FEHCL han tenido tradicionalmente
dos finalidades:
● Evitar la consumación de un delito; y/o
● Impedir la fuga de un presunto delincuente.

A nivel de la doctrina internacional, las posturas son más bien prudentes


hacia la utilización de los disparos de advertencia, así como escépticas
respecto de su real utilidad.

El empleo de disparos de advertencia, y quienes mayores resistencias


técnicas encuentran frente a este a través de la presentación de cuatro
argumentos:

(1) Procedería solo en situaciones en las que el uso de arma de fuego ya


se encuentra habilitado.
(2) Incertidumbre y falta de control respecto del destino final del disparo.
(3) Es inconsistente con el entrenamiento recibido por los FEHCL
(4) Genera consecuencias imprevistas.

(1) Procedería solo en situaciones en las que el uso de arma de fuego


ya se encuentra habilitado.

Basados en el principio de necesidad que impone al FEHCL el deber de


agotar otras alternativas antes del empleo de la fuerza contra las
personas, el disparo de advertencia estaría justificado siempre que el
empleo de la fuerza potencialmente letal —por la gravedad e inminencia
del riesgo o amenaza— ya se encuentre habilitado.

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Sería una última oportunidad brindada al presunto infractor para
deponer su actitud siempre que tal advertencia no pusiera en evidente y
real riesgo al FEHCL o a terceros.

(2) Incertidumbre y falta de control respecto del destino final del


disparo

Poner en riesgo de lesiones o muerte a ciudadanos no involucrados en


los hechos por evitar causar daños directos a una persona que está
creando una amenaza concreta contra las personas no tiene sentido:

[U]n disparo de advertencia es incierto.


Su efecto intencional es la demostración de fuerza y el estruendo.
Su efecto último en realidad es indiscriminado y aleatorio —si se dispara
al aire, caerá y si se dispara al suelo podría rebotar—.
Si se dispara horizontalmente, recorrerá un largo trecho.

El destino final del proyectil es desconocido, impredecible e inseguro.


Puede lesionar o matar víctimas desconocidas en lugares desconocidos
y apartados del incidente riesgoso [...]

(3) Es inconsistente con el entrenamiento recibido por los FEHCL

Los FEHCL son capacitados y entrenados para proteger a la ciudadanía


contra cualquier agresión o amenaza arbitraria contra sus derechos.

Emplear disparos de advertencia resulta contrario a ese deber de


protección propio de su función, precisamente por la imposibilidad de
controlar el destino y las consecuencias de estos.

(4) Genera consecuencias imprevistas

Si bien el sonido de un disparo es identificable como tal, determinar el


origen de los disparos es problemático debido a que las ondas sonoras
se reflejan y rebotan en formas impredecibles. Esto agrega estímulos
inesperados con consecuencias imprevisibles y, en muchos casos,
perjudiciales en una situación que desde ya es tensa e incierta:

No existe nada más certero que un disparo para impulsar a todos los
involucrados a la acción. Si los participantes en el incidente creían que
existía un riesgo inminente de daños serios, el disparo los convencerá
inmediatamente de que tal riesgo se ha convertido repentinamente en
un ataque real. Los ímpetus que genera una balacera pueden derivar en
resultados no previstos, no deseados y no intencionales.

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Los disparos de advertencia pueden clasificarse según se dirijan al aire
o contra superficies sólidas. Analizaremos sus riesgos y consecuencias
según esta clasificación.

● El disparo al aire

Se trata de la forma más común de realizar un disparo de advertencia.


La pretendida intención de disuadir al presunto infractor sin causar
daño a las personas contrasta con la realidad: todo proyectil que sube
tiene que bajar y el FEHCL no tiene posibilidad alguna de asegurar el
destino final del proyectil, pues ello depende de innumerables
factores propios de la física que escapan absolutamente de su
control.

El empleo de disparos al aire, más allá del hecho fortuito de que las
balas impacten o no en una persona, debe considerarse incompatible
con los estándares internacionales de empleo de la fuerza y
atentatorio de los derechos humanos a la vida y a la integridad física
de las personas.

Las razones se desarrollan a continuación:

- porque la responsabilidad internacional de los Estados en relación


con los derechos humanos no se genera únicamente al afectarlos
directamente (infracción al deber de respeto), sino también al no
adoptar medidas positivas, entre ellas las de carácter preventivo,
orientadas hacia su pleno y libre ejercicio (infracción al deber de
garantía). Ello implica que el Estado puede infringir estos derechos
esenciales no solo cuando una bala disparada al aire por un
FEHCL finalmente lesiona o mata a una persona, sino cuando se
demuestra que no adopta medidas concretas (normativas,
administrativas o de capacitación y entrenamiento operativos, por
ejemplo) para evitar la generación de estos riesgos a través del
empleo del arma de fuego.

La CEDH ha establecido:
[L]a responsabilidad del Estado no se limita a los casos en
que existe evidencia significativa de que el fuego mal dirigido
por agentes del Estado ha matado a un civil. También puede
ser comprometida cuando no toman todas las precauciones
factibles en la elección de los medios y métodos de un
operativo de seguridad montado [...] con el fin de evitar y, en

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cualquier caso, minimizar, la pérdida accidental de vidas
civiles.

- porque lo que determina la violación de los derechos humanos a


la vida y a la integridad física es la existencia de arbitrariedad en
el empleo de la fuerza estatal, y esta arbitrariedad, a su vez, se
configura por infracción a los principios de legalidad, necesidad o
proporcionalidad. Una lesión o una muerte causada a una persona
producto de una bala disparada al aire por un FEHCL infringe dos
de los principios ya vistos, pues queda claro que bajo ninguna
circunstancia puede considerarse necesario o proporcional
exponer a eventuales lesiones o muerte a quienes no representan
amenaza alguna para la vida de las personas.

● El disparo contra superficies sólidas

Otra variante del disparo de advertencia es el dirigido directamente


contra objetos o superficies sólidas.

Se tiende a considerar que este tipo de disparos suponen menos


riesgos para las personas; sin embargo, un disparo en contra de
superficies sólidas puede resultar incluso más riesgoso o lesivo que
un disparo de advertencia al aire.

Si una bala impacta contra alguna superficie sólida durante su vuelo,


no solo desviará su trayectoria con dirección imprevista pudiendo
dirigirse contra personas inocentes, sino que, además, se desplazará
con un gran ángulo de incidencia, esto es, girará luego de impactar y
probablemente entrará en el cuerpo humano de costado.

Ello supondrá que deposite mayor energía desde el inicio de su


ingreso al cuerpo humano generando heridas de mayor magnitud en
este.

Tener presente la regla general según la cual el arma de fuego se


emplea únicamente en defensa de una vida, junto con los elementos
técnicos y riesgos mencionados líneas arriba, puede contribuir a
fundamentar con mayor solidez la necesidad de proscribir toda
posibilidad de recurrir a los disparos de advertencia.

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b. Disparos a personas que se dan a la fuga

Uno de los supuestos para el empleo del arma de fuego contemplado en el


Principio Básico 9 es impedir la fuga de una persona.
Este supuesto resulta válido siempre que se interprete en concordancia con
la última frase del mismo Principio que señala: “En cualquier caso, sólo se
podrá hacer uso intencional de armas letales cuando sea estrictamente
inevitable para proteger una vida”.

c. Armas de fuego en el control de disturbios

El derecho humano de reunión tiene un límite: debe ejercerse de modo


pacífico. Así lo establecen el artículo 21 del PIDCP y el artículo 15 de la
CADH.

A los FEHCL les corresponde proteger los derechos de los participantes


tanto como la seguridad de todas las personas, incluidas aquellas que no
toman parte en la reunión.
A la obligación de garantizar el pleno ejercicio del derecho de reunión deben
sumársele las dificultades operativas relacionadas con la preparación,
organización y ejecución coordinada de órdenes:

En suma, parece que la forma como la policía se conduce a sí misma en el


control de multitudes no siempre es predecible. La mayor parte del tiempo,
la Policía está preparada para las multitudes y actúa correctamente. Pero
las protestas, especialmente los disturbios por lo general confrontan a la
policía con situaciones nuevas y cualquier quiebre en el comando o la
preparación augura problemas.

Algunos Gobiernos prohíben expresamente a los FEHCL encargados del


mantenimiento del orden público el porte y empleo de armas de fuego para
este tipo de situaciones.

Aunque la finalidad de la medida es prevenir eventuales excesos,


consideramos que se trata de una medida inapropiada desde la perspectiva
del necesario balance que venimos proponiendo entre el empleo de la fuerza
y los derechos humanos, pues cabe preguntarse cómo se espera que deban
proceder aquellos mismos FEHCL desprovistos de armas de fuego en caso
de percibir —en el marco de la manifestación— que terceros o incluso los
propios FEHCL son puestos en inminente riesgo de muerte por presuntos
infractores.

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Por ejemplo, Osse señala que si bien puede haber sectores de una
manifestación deseosos de provocar actos de violencia, la conducta de los
FEHCL debe procurar mantener el derecho de los manifestantes pacíficos
protegido aislando oportunamente a quienes pretendan alimentar la
violencia.

Si ello resultara difícil, Osse añade que los FEHCL deberían procurar
dispersar la concentración y rebajar la tensión de forma que se evite recurrir
a la fuerza.

Si a pesar de estas medidas, la violencia continúa, medios menos lesivos


como chorros de agua, agentes químicos y armas pepperball pueden
encontrarse justificadas.

Finalmente, si la escalada violenta llega hasta el punto en que la vida de las


personas queda en inminente riesgo, entonces el arma de fuego estará
justificada exclusivamente contra aquellos que representan tal nivel de
amenaza.

La posibilidad de emplear el arma de fuego en casos de reuniones violentas


se encuentra además contemplada en el Principio Básico 14 que establece
que los FEHCL “podrán utilizar armas de fuego cuando no se puedan utilizar
medios menos peligrosos y únicamente en la mínima medida necesaria”.

La redacción del principio no resulta la más apropiada desde una


perspectiva de derechos humanos, pues la expresión “cuando no se puedan
utilizar medios menos peligrosos” resulta demasiado ambigua y podría dar
pie a interpretaciones antojadizas sobre cuándo y cómo se verifica tal
imposibilidad.

Afortunadamente, el mismo principio se remite al Principio 9 que sí resulta


mucho más claro y restrictivo respecto del momento en el que el arma de
fuego se encuentra habilitada: “en caso de que resulten insuficientes
medidas menos extremas para lograr dichos objetivos” [los vinculados a la
defensa de una vida]

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4. DIVERSOS

a. Derechos Humanos, Seguridad y Empleo de Armas de Fuego por


Agentes Estatales

(1) Seguridad y Derechos Humanos son dos roles complementarios e


irrenunciables de los Estados. Por ello, más allá de optar por privilegiar
uno en detrimento del otro, los Estados deben procurar un balance en
su vigencia y desarrollo.

(2) La seguridad en un estado democrático tiene al ser humano como eje


central de su definición. Ello supone la obligación por parte del Estado
de adoptar medidas positivas de prevención, disuasión y represión del
delito y, en general, de toda amenaza contra los derechos de las
personas, proveniente de terceros.

(3) El empleo del arma de fuego, por ser la expresión coercitiva más
extrema del Estado, debe restringirse al máximo reduciendo al mínimo
indispensable el margen de discrecionalidad en tal recurso.

(4) El empleo de la fuerza por parte de los FEHCL constituye siempre un


supuesto de restricción de derechos humanos. Las restricciones son
afectaciones puntuales, individualizadas, que pueden ocurrir tanto en
situaciones de normalidad como de emergencia.

(5) El derecho humano a la vida no es absoluto. En su vinculación con el


empleo de la fuerza estatal, implica únicamente el derecho a no ser
privado arbitrariamente de ella. La arbitrariedad en el empleo de la
fuerza se determina por el quebrantamiento de los principios de
necesidad, legalidad y proporcionalidad.

(6) El derecho humano a la integridad física puede ser válidamente afectado


a través del empleo de la fuerza. Ello siempre que el objetivo perseguido
sea legítimo y el daño no produzca un sufrimiento físico intenso, pero,
sobre todo, siempre que se demuestre que tal empleo fue razonable -o
no arbitrario- en base al análisis de los principios ya señalados.

b. Principios y Criterios Internacionales del Empleo de la Fuerza

(1) No todo empleo de la fuerza contra las personas supone


necesariamente la vulneración de sus derechos humanos. El elemento
clave para determinar la existencia o inexistencia de violaciones de los
derechos humanos es la arbitrariedad. Los parámetros que definen la

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arbitrariedad son los principios de legalidad, necesidad y
proporcionalidad.

(2) Es la honesta creencia de un FEHCL en la existencia de un riesgo


inminente de muerte o lesiones graves, basada en los particulares
hechos y circunstancias de cada caso, la que determina la necesidad
del recurso al arma de fuego.

(3) No resulta realista ni coherente con los principios de un Estado


democrático pretender que, frente a una inminente amenaza de muerte
para sí o para terceros, el FEHCL deba verificar plenamente la certeza
de la amenaza o, peor aún, esperar a que ésta se concrete para recién
entonces encontrarse habilitado a emplear el arma de fuego en defensa
de la vida.

(4) El análisis ex - post de la razonabilidad del empleo del arma de fuego


debe hacerse no solo tomando en cuenta las particulares circunstancias
del caso sino también la perspectiva y reales alternativas que el FEHCL
tuvo en el momento en que debió emplear este nivel de fuerza.

c. Análisis del Empleo del Arma de Fuego en situaciones tipo reales

(1) El uso de armas de fuego con el fin de realizar la detención de un


individuo que se da a la fuga no puede justificarse salvo que éste
exponga, durante su huida, a un inminente riesgo de muerte o lesiones
graves a los FEHCL o a terceros.

(2) El empleo del arma de fuego no se encuentra proscrito en las


operaciones de mantenimiento y restablecimiento del orden público. Si
bien se trata de situaciones en las que puede resultar mucho más viable
un uso progresivo de la fuerza, lo cierto es que si las circunstancias
degeneran en hechos de violencia que llegan a poner en riesgo la vida
de las personas, el arma de fuego se encontrará justificada bajo los
mismos exactos criterios del Principio Básico N° 9.

(3) Los Estados pueden válidamente recurrir a las fuerzas armadas para
apoyar labores de seguridad interna. Nada en el DIDH obsta para ello.
Sin embargo, en la medida que el entrenamiento, equipamiento y
tácticas militares están destinados al combate y a la derrota de un
enemigo, los Estados deben asegurar que el personal de las fuerzas
armadas que apoya estas labores adecúe su equipamiento y protocolos
a los PPBB y el CC

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(4) Los disparos de advertencia son incompatibles con el precepto
normativo y jurisprudencial que dispone que el arma de fuego se emplea
contra quien representa una amenaza inminente contra la vida o la
integridad. Además de ello, la incertidumbre del destino final del disparo,
la imposibilidad de controlar sus consecuencias, los riesgos del rebote,
el incremento de la espiral violenta y el deber general de protección que
guía los actos de los FEHCL hacen aconsejable suprimir esta práctica.

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