6 Historia Lecturas Tercera Parte
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La sociedad de novohispana se encontraba dividida, y empobrecidas las capas más bajas de la población, debido a las
elevadas demandas económicas requeridas por los conflictos bélicos donde intervenía España. Esto impacto más en Nueva
España cuando fueron reducidos sus derechos más que en otras colonias hispanoamericanas. El aumento demográfico
entre los mestizos, indígenas y castas y un relativo estancamiento entre los criollos y peninsulares, que representaban
apenas el 1% del total, pero que, poseía la mayor parte de las riquezas del Virreinato, Hacia una sociedad injusta y
acentuaba los conflictos en ella.
Corporaciones y fueros 86
A Nueva España, como al resto de las colonias en América les impusieron desde los orígenes de la dominación un sistema
feudal donde los grupos dominantes fueron una nobleza latifundista y la Iglesia, una corporación donde el Estado se
apoyaba para establecer su poder, mismo que incrementó con un rígido control sobre todas las actividades económicas,
como lo fueron la minería, el comercio y el desarrollo de las actividades industriales.
Con esta forma de control, el Estado Español afirmó su dominio, sin embargo, para ello debió ceder algún tipo de canonjías
a los integrantes de esas corporaciones, como la protección de las ventajas comercia les como el monopolio de ciertos
intereses regionales dentro de España e impedir la intervención de otros países en ese proceso de intercambio. En el caso
de la Iglesia, respetó su papel de poseedora de grandes propiedades agrarias y prestamista de comerciantes y agricultores
menores.
El sistema económico implantado era una réplica de la sociedad feudal, lo que determinó el desarrollo limitado para sus
posesiones de ultramar, que se caracterizaron por sus excesivos con troles comerciales y rigidez en los procesos
productivos, a la manera de los gremios que existían en las grandes ciudades desde finales de la Edad Media.
La Iglesia fue considerada una corporación, la medida que hacía de la tierra un monopolio, tolerado y protegido por el
Estado, puesto que tenían una dependencia mutua en muchos aspectos: el Estado español era el único que podía autorizar
la concesión de territorios para catequizar, apoyar la encomienda, pacificar; a su vez, las iglesias y congregaciones estaban
obligadas a aportar financiamiento para la Corona.
Sin embargo, la corporación más conocida fue la de los comerciantes establecida en 1692 con el nombre de Consulado de
México, formado semejanza de los existentes en Sevilla y Burgos, con una fuerte dependencia de los intereses
peninsulares. Se encargaba del registro de mercancías a transportar de España a América o a la inversa; de cuestiones de
con trabando, compras y ventas, cambios y seguros marítimos o terrestres del control de caminos; vigilancia de llegada y
partida de las flotas y galeones de Veracruz, y del pago de derechos de envío, entre otras funciones. También podía
concesionar el cobro de tributos a los indios, las alcabalas para la construcción de canales, como el de Huehuetoca, que
alivió de inundaciones a la capital del Virreinato y al Valle de México; del trazo y la construcción de caminos para el uso
de carretas de rutas comerciales, y de la construcción y el mantenimiento de puertos.
Estos privilegios se debían, entre otros aspectos, a que esos comerciantes eran prestamistas potenciales de la Corona y
aunque esas erogaciones no fueran devueltas, se les concedía eliminar de la competencia a comerciantes menores o tener
el favor de la Corona y del virrey para que se impidiera el crecimiento y proliferación de los obrajes que pudieran en trar
en competencia con los productos traídos de la metrópoli.
Otro grupo que contó con privilegios fue el de los militares que, como e clero, tuvo una serie de canonjías que los salvaron
del pago de impuestos y servicios; la creación de tribunales especiales y jurados a modo, para sustraerlos de las
instituciones de justicia civil e impedir los castigos que se aplicaban a las personas comunes. Los fueros se les concedieron
debido a que, en sus inicios, el ejército fue un organismo desprestigiado que nutría sus filas por medio de la leva y carecía
de profesionalismo, y al que los grupos de peninsulares y criollos rehuía por no ofrecer un gran futuro social ni económico.
Los privilegios de los militares aumentaron a partir de 1772, cuando se incrementó la construcción de presidios que tenían
como objetivos delimitar la frontera norte ante los avances extranjeros y desalentar la presencia de indios bravos en el
camino de la plata. Para estimular a los soldados residentes de los fuertes por lo aislado de sus estancias, se les declaró
tropa veterana y gozaron de cierto fuero y preeminencia ante los otros militares, eran de los pocos que podían cobrar sus
sueldos en efectivo y se les otorgaban tierras tras diez años de servicio en los cuarteles.
Cuando llegaron los militares españoles a fines del siglo XVIII, insuficientes en número para tener control de todo el
territorio, debieron recurrir a la formación de tropas locales, integradas con numerosos criollos, quienes demandaron
para sí los mismos privilegios que los otorgados los españoles.
Otra forma de privilegio que se extendió al final de la Colonia lo tuvieron los artesanos organizados en gremios, que
establecían tanto la calidad del producto, el número de aprendices, establecimientos, y que el maestro de ese gremio
fuera español. En algunos gremios como el de los plateros, a pesar de algunas restricciones, castas e indios ocuparon
puestos de aprendices, oficiales e incluso de maestros.
Algunos privilegios, aunque menores y que sólo prevalecieron al inicio de la Colonia, fueron aquellos que gozaban ciertos
personajes, descendientes de conquistadores: poder portar armas, llevar escoltas e ir en carruajes o cabalgaduras llevando
con ellos un escudo de armas que denotara su nobleza. Ni los comerciantes, miembros del clero o los de nobleza comprada
podían ser castigados en público como lo hacían con todos los demás.
Los grupos sociales que habitaron en el siglo XVIII estaban bien diferenciados y eran, por los privilegios de que dispusieron:
primero, los españoles, o personas nacidas en la península Ibérica; los criollos, hijos de españoles, que no se diferenciaban
físicamente de los primeros, aunque nacidos en nuestro continente. Los otros grupos, cuyos derechos se iban degradando
eran: indios, mestizos, negros, o la mezcla entre ellos, a los que llamaron castas.
Aunque a estos grupos no se les puede definir como unidades étnicas o culturales, se les agrupaba con frecuencia por las
actividades que desempeñaban; por lo general eran todas aquellas que los españoles o criollos no deseaban realizar, como
el trabajo en los obrajes, en minas, la elaboración de carbón, fabricación de adobes, de losas, acarreadores de agua y leño,
mozos, arrieros, criados; es decir, eran hombres capaces de des empeñar cualquier ocupación.
Los mestizos podían ocupar puestos intermedios en los ranchos, minas o haciendas como capataces, administradores o
mayordomos y representaban la mayor proporción de trabajadores libres disponibles. Aunque las castas constituían las
personas que podían realizar el comercio entre las comunidades indígenas y los mercados de las poblaciones, tenían
prohibido residir en ellas.
Las castas representaban 22% del total de la población novohispanas eran el grupo más numeroso después de los indios
y tenían el número más elevado de desocupados, a los que llamaban vagos. Se establecieron en mayor número en las
intendencias de Guanajuato, San Luis Potosí y Veracruz, polos de crecimiento económico cuando Puebla entró en declive.
Estas circunstancias permiten explicar por qué en ocasiones los llama dos grupos o clases bajas se amotinaron en algunas
ciudades, como ocurrió en Guanajuato, durante 1767, cuando fueron expulsados los jesuitas, o en apoyo a las demandas
de los mineros, en Pachuca. En otras ocasiones inter vinieron en complots e intentos de rebelión poco disimulados, que
no tuvieron éxito.
En las ciudades, los grupos mestizos y costas, generalmente sin ocupación definida, eran acusados de mendicidad, robos
y asaltos en las iglesias, donde despojaban de las joyas a las imágenes, hurtaban los útiles del rito, por lo que hubo
necesidad de imponer un toque de queda a partir de las 10 de la noche hasta el amanecer del día siguiente.
Durante el siglo XVIII la brecha entre estos grupos se ahondó, sobre todo después de las expresiones del literato español
Manuel Martí en 1735, quien en una de sus cartas desanimaba a un alumno de venir a Nueva España, advirtiéndole que
en estos lugares no había libros, instituciones educativas, bibliotecas ni personas interesadas en aprender. No sólo afirmó
eso, sino que se atrevió a decir que en la Ciudad de México reinaba una horrenda soledad que hacía imposible cultivar el
espíritu y que después de habitarla algún tiempo, cualquier persona se convertía en ignorante animal.
Estas afirmaciones desataron una respuesta que no se abordó de manera personal, sino que obtuvo el apoyo de la
intelectualidad criolla, de los profesores universitarios e incluso de otros criollos americanos que buscaban la manera de
rebatir tales afirmaciones. Veinte años después, tras reunir una amplísima bibliografía por orden alfabético, publicaron la
Biblioteca mexicana, con lo que refutaban las afirmaciones del español.
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El crecimiento de las haciendas se relaciona con dos fenómenos distintos. Por un lado, con la posibilidad de obtener un
número mayor de tierras a través de la compra, la usurpación de tierras comunales o la ocupación de espacios en
apariencia vacíos. Por otro lado, con la introducción de sus productos en los grandes cultos mercantiles novohispanos. La
unión de ambos factores permitió a la hacienda prosperar y dominar el campo de Nueva España durante trescientos años.
La expansión de las haciendas requirió de trabajadores para hacerlas productivas. En este sentido, aunque no debe
descartarse la presencia en ellas de asalariados libres, la mayoría del trabajo, o cuando menos un porcentaje importante,
lo proporcionaban las comunidades indígenas, sujetas no sólo a la autoridad del hacendado sino también a la del cura
responsable de su doctrina o a la de los misioneros. Los malos tratos, la obligación de comprar productos a los
comerciantes que les señalara la autoridad y, de nueva cuenta, el hambre, hicieron brotar los conflictos en diferentes
partes de Nueva España. Por ejemplo, una comunidad que se negaba a trabajar, tomaba las armas y se lanzaba contra el
español, era derrotada al poco tiempo y la obligaban a regresar al trabajo.
El crecimiento de las haciendas y los conflictos rurales Desde finales del siglo XVI, muchos de los habitantes de los pueblos
de indios dejaron sus comunidades para ir a las haciendas en busca de trabajo, pues ya no podían cultivarlas pequeñas
parcelas que tenían a causa de la sequía y la falta de recursos para comprar las semillas que les permitieran seguir
cultivando. Debido a ello, eran contratados en las haciendas como peones, empleados o sirvientes y, aunque cobraban un
salario por las tareas que llevaban a cabo, éste era tan bajo que no podían mantener a sus familias.
Las haciendas novohispanas estaban divididas por sectores; algunas se encargaban de cultivar cereales, otras caña de
azúcar, otras más maguey para extraer el pulque, otras se dedicaban a la ganadería, etcétera. El auge económico del siglo
XVI también se debió en parte a ellas. Algunas se construyeron en lugares donde antes no había nada, pero con frecuencia
sus dueños compraban o se apropiaban de las tierras de la población indígena para extender sus dominios. Este fue un
factor determinante en la concentración de la tierra en manos de peninsulares y los consecuentes conflictos rurales.
Durante esta etapa, los hacendados introdujeron algunas mejoras tecnológicas para incrementar la productividad de las
tierras y establecieron un control en los precios, sin embargo los salarios de los peones y empleados seguían siendo muy
bajos, lo cual, aunado a la práctica del repartimiento de mercancías (que consistía en venderles materias primas a las
comunidades indígenas a precios altos, para después comprarles los productos terminados a precios bajos), intensificó el
desequilibrio en la distribución de la riqueza y el descontento de la población.