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Lucinda Gray Sempre Libera

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SEMPRE LIBERA

PRÓLOGO:

Baelo Claudia 139 a.C.

El fuego lo consumía todo y el viento aullaba lamentando la tragedia. Cualquier


lugar al que dirigiera su mirada con la esperanza de evitar ver la devastación que había a su
alrededor, era un intento inútil por escapar de la sobrecogedora realidad. Aquellos
bárbaros lo estaban destruyendo todo. Habían incendiado su ciudad mientras la bestia
contemplaba, impasible, como ardían las casas y cuanto estaba a su alrededor. Tenía
miedo, mucho miedo, pero sobre todo bullía de indignación. No entendía la razón que había
llevado a las tropas a asolar Baelo-Claudia y sus habitantes, ellos eran un puerto comercial
importante para Roma y se habían sentido a salvo y protegidos por esta, hasta ese día.
Cerró los puños con una fuerza que ni siquiera sabía que tenía, clavándose las uñas con
ello, aunque no sintió dolor. No sintió nada, y eso la sorprendió. Sin poder contenerla una
solitaria lágrima escapó de sus ojos resbalando por su mejilla, a la vez que apretaba a la
pequeña Claudia contra su cuerpo en un cómico intento de protegerla. Pero, ¿quién la
protegería a ella? ¿Qué les ocurriría a partir de ese momento? Estaban totalmente a merced
de sus captores y eso solo significaba una cosa. Esclavitud. Los romanos no hacían
prisioneros porque eran más prácticos: tomaban esclavos.

Las habían apilado junto a otros niños a orillas de la playa, a merced del temporal
que se había desatado cuando empezó el ataque. Gades creía fervientemente que la ventisca
se debía a la ira desatada de Júpiter por lo que los romanos estaban haciendo a su ciudad.
Mientras, estos continuaban saqueando y asesinando a todo el que querían, quemando el
mercado donde se encontraba la tienda de Rómulo Drusso, padre de Claudia y custodio de
ella misma. Lo único bueno de ese día era saber que su padre estaba a salvo.
Afortunadamente no se encontraba allí cuando comenzó la masacre, y esa era su única
esperanza de no caer en el olvido cuando se las llevaran los romanos. Miró a Claudia para
confortarla pero la pequeña contemplaba el fuego con los ojos abiertos como platos,
anegados en lágrimas, por lo que tornó su mirada a los soldados que los custodiaban e
intentó prestar atención a lo que decían, comprender el motivo de tanta infamia. No sirvió
para nada. Aunque había tratado de averiguar algo, no había conseguido oír nada que le
diera algún indicio de los motivos que habían dado lugar a aquel desastre. Apretó los labios
en una mueca de impotencia, hasta ese momento había creído que al ser ciudadanos
romanos estaban a salvo de cualquier atentado por parte de las tropas, sin embargo, aquella
fatídica mañana, descubrió que no era así.

Solo estaba segura de una cosa: Roma las había traicionado.


Miró de nuevo en dirección a la bestia, a quien los soldados se dirigían como el
censorius, esforzándose por memorizar el rostro del culpable de todo aquello, y se le
encogió el corazón. Lo que vio no le dio esperanzas de salir con bien de aquella situación.
Ya sería una pequeña victoria que no las mataran. La mirada del enorme hombre, negra
como una noche sin estrellas, era vacía, y su expresión, dura como el granito, le produjo un
fiero escalofrío a pesar de que se encontraban a principios del verano. Y de nuevo sus
temores hicieron presa de ella. ¿Las venderían en el mercado de esclavos? ¿Podría
mantener a la pequeña a su lado? ¿Podría protegerla? Le debía al padre de Claudia velar por
el bienestar de la niña de once años que se acababa de quedar huérfana. Ella al menos aún
tenía a su padre, aunque en aquellos momentos no supiera donde se encontraba, y daba
gracias a los dioses porque al menos él pudo salvarse, porque aquello significaba que
lucharía por encontrarlas.

De repente la bestia dirigió su mirada hasta el lugar en el que se encontraban los


cautivos y, haciendo un leve gesto con la cabeza a un soldado, se marchó montado en su
enorme corcel negro sin echar una última mirada atrás, olvidándose del caos que había
dejado a su paso.

Sabinia, 134 a.C.

-Vamos muchacha, no te entretengas—la urgía una y otra vez Orseis--, el domino


está a punto de regresar y la villa debe estar preparada, sobre todo su estancia. Hace
demasiado tiempo que Marco ha estado fuera de casa y todo debe estar impecable a su
regreso.

Gades estiró las níveas sábanas en el lecho del amo o, mejor dicho, la bestia, como
mentalmente se dirigía a la persona que las había rebajado al estatus de esclavas: lo que no
significaba otra cosa que ser un simple objeto, la mera propiedad de alguien, una cosa sin
otra finalidad que el uso y disfrute de su propietario. La situación ideal. Afortunadamente
su amo se había olvidado desde un primer momento de ellas, dejándolas al cuidado del
anciano Orseis, quien se encontraba a cargo de todo lo concerniente a la villa con
excepción de la gestión de los viñedos. El anciano había sido un esclavo de origen griego,
regalo del padre de la bestia a este cuando apenas era un adolescente, y a quien,
sorprendentemente, el amo había concedido la libertad por manumisión, adquiriendo el
estatus de liberto, que es como se conocía a los esclavos que alcanzaban la libertad.
Suspiró con pesar. La ansiada libertad. ¿Podrían alcanzarla ellas algún día? Lo dudaba. Su
dueño nunca las libertaría y eso era algo de lo que estaba bastante segura, aunque no sabría
decir por qué.

Por mucho que lo intentaba no lograba comprender el motivo por el cual Orseis
nunca había querido abandonar al romano, quedándose junto a él una vez adquirida la
condición de liberto, a cambio de un salario. Después de todo se trataba de un asesino, por
muy bien que pagara sus servicios, y dudaba de que tratase con justicia a sus trabajadores,
mucho menos a sus esclavos. Si ella algún día alcanzaba la libertad, no dudaría en regresar
al que fuera su hogar en Hispania, ayudaría a reconstruir su ciudad y buscaría a su padre y a
cualquier superviviente de aquel funesto día, en el que el romano apareció en sus vidas para
destruirlo todo. Intentaría rehacer sus vidas, empezar de nuevo… ¡Ya basta Gades!, se
recriminó apretando los labios movida por la frustración. Mejor piensa en lo que se te
viene encima. Estiró las sábanas con más fuerza de la deseada, después de todo, para ellas
había sido un bote salvavidas el que el griego estuviese en la casa cuando las trajeron y por
ello estaba agradecida a los dioses. ¿Para qué cuestionar los motivos del anciano en su
decisión de quedarse junto a la bestia romana? La diosa Juno lo había designado para que
velase por ellas y aquello no era sino una señal de los dioses de que condenaban lo ocurrido
hacía años.
Solo rezaba porque Orseis también pudiese mantenerlas a salvo de él.

Mientras colocaba el último almohadón los recuerdos volvieron a ella como tantas
veces. Después de la masacre de Baelo-Claudia habían sido llevadas en un navío rumbo al
Lacio y, a pesar de que en un primer momento creyó que las venderían en pública subasta,
como a todos los demás, fueron transportadas hasta Sabinia, la morada de la bestia: donde
las dejaron al cuidado de Orseis. Olvidadas para el mundo y con una vida miserable en la
esclavitud. Desde el día de su captura no había vuelto a ver al que ahora era dueño de su
vida, aunque afortunadamente, tanto ella como Claudia, habían caído bajo la protección del
anciano, quien las cuidaba como si de sus hijas se tratase. Gracias a ello habían podido
mantenerse al margen de los malos tratos recibidos por otras esclavas a manos de los
romanos, como también de otros esclavos sin escrúpulos, y esa no era poca fortuna
teniendo en cuenta lo que a veces ocurría sin que nadie osara intervenir. Como era habitual,
siempre salían perdiendo las mujeres. Desafortunadamente ahora tendrían que tratar con el
amo y eso la inquietaba. Lo único que conocía de él no era para estar tranquila y su única
defensa era un viejo que sentía devoción por este.

-Gades—la reprendió al ver la violencia con que realizaba sus quehaceres--, espero
que reprendas tu lengua con Marco Valerio.
-Desde luego.

Mantenía la mirada apartada del hombre para que no pudiese ver el odio bailando en
sus ojos castaños, los cuales se volvían de color verde cuando la ira la embargaba, cosa que
ocurría muy a menudo desde que se enteró del regreso del romano a su hogar.

-¡Por Júpiter que me vas a hacer envejecer antes de tiempo!--exclamó el griego


impotente al darse cuenta de que iba a tener problemas con la muchacha en cuanto su
patrono pusiera un pie allí. Solo esperaba que su tozudez no la hiciera meterse en más
problemas de la cuenta con su dueño.

Orseis salió del dormitorio de la bestia haciendo aspavientos y ella no pudo evitar
sonreír de buena gana. Esa era la forma cariñosa que tenía de amonestarla para hacerla
saber que era una cabezota y que no sabía que iba a hacer con ella. Al menos al ver al
hombre hecho un manojo de nervios se había relajado un poco, por lo que se apresuró en
terminar el arreglo de la habitación para cuando llegara el amo.

Justo cuando se disponía a colocar una vasija llena de vino en la mesita junto a la
cama, esta se le resbaló, cayendo estrepitosamente al suelo y manchándolo todo, incluida
su estola celeste, de color borgoña. Se miró un momento sin saber qué hacer hasta que
decidió que debía salir cuanto antes de allí.

-¡Tenía que pasarme esto precisamente ahora!--los nervios le habían jugado una
mala pasada y corrió a por un trapo para limpiar aquel desastre.

Cuando se encontraba de rodillas, intentando limpiar el estropicio, dos hombres


entraron en la habitación provocando que contuviera el aliento. Nadie que no fuese Orseis o
ella misma estaban autorizados para entrar en aquel lugar privado de la bestia, por lo que
aquello solo podía significar una cosa: era él. Así que hizo un fiero intento por conseguir
pasar desapercibida, continuando con su tarea como si tuviese el poder de volverse
invisible. Aún le quedaba la esperanza de que no fuera quien ella creía, y si lo era, que no
reparase en una simple esclava. Se mantuvo en un completo silencio mientras limpiaba,
aunque estaba pendiente de cada palabra de aquellos dos.

-No puede ser, Marco.


-¿Cómo qué no puede ser? Ese imbécil ha estado abusando del poder tanto tiempo
en el ejército, que piensa que aquí podrá hacer lo mismo.
-Por favor, acabas de llegar—le dijo el otro con la voz embotada por el alcohol--, ni
siquiera hemos concluido la celebración de tu regreso y ya quieres empezar a meterte en
todo.

Marco no sonrió, pero hizo un gesto de asentimiento con la cabeza. En realidad aún
no era el momento de enfrentarse a su vecino y antiguo rival, y lo sabía. No obstante, al
recordar a Cornelio su entrecejo se frunció aún más. Su vecino no le perdonaba que a pesar
de u origen plebeyo perteneciese a la nobilitas, que no era otra cosa que una nueva clase
política surgida el siglo anterior, la cual conformaban patricios y plebeyos cuyo único
punto en común era su riqueza. Cosa que a Marco le sobraba en demasía. Se habían
enfrentado en numerosas ocasiones dejando entrever la animosidad que había entre ellos,
animosidad que se hizo más evidente cuando se enfrentaban en los comicios, Cornelio
como edil curul y Marco, como tribuno de la plebe. Por el momento decidió que era mejor
hacer ver que admitía el consejo y lo dejaba pasar. Por esta vez.

-Tienes razón Tiberio—convino con su amigo--, creo que lo que necesitamos es


una bonita mujer, llevo meses en abstinencia gracias a ese maldito sirio llamado Euno.
Desde que diera comienzo el alzamiento de esclavos no hemos tenido un minuto de paz.
-Por supuesto, y yo debo creer ciegamente en tus palabras.

Marco lo miró alzando una alargada ceja negra.

-Me hieres con tu desconfianza.


-¿Desconfianza?—le preguntó el otro con guasa--. Sabes bien que pondría mi vida
en tus manos, pero no creo que te resulte pesada la carga de batallar con ese esclavo.

Los dos hombres irrumpieron en carcajadas hasta que se dieron cuenta de la


presencia de la mujer. La miraron mientras seguía arrodillada en el suelo, ignorándolos,
limpiando el elixir derramado.

El primero en hablar fue Marco.

-Bueno, pero ¿qué es esto que tenemos aquí?—preguntó a su amigo acercándose a


ella con inusitado interés. Hacía tiempo que ninguna mujer le llamaba verdaderamente la
atención, por lo que se sintió intrigado. Observó sus exuberantes formas femeninas y la
forma en como la estola húmeda se adhería a la delantera de su cuerpo. El deseo hizo mella
en él y sonrió pensando que aquella era una esclava, y suya.
-Creo que los dioses quieren que abandones el celibato—le indicó el otro hombre al
ver el interés en su amigo, quien parecía no hacerle ningún caso.

En el momento en el que estuvo junto a ella, tomó un mechón del cabello castaño de
Gades, el cual se encontraba recogido en una sencilla trenza, y tiró de él. Lo molestaba
que aquella esclava lo ignorase.

-¿Acaso te ha comido la lengua el gato? Quiero saber tu nombre.

Como la muchacha permanecía tercamente en silencio, tiró con más fuerza de la


mecha que tenía entre los dedos provocando que el rostro de ella reflejara una mueca de
dolor. A pesar de ello no dijo una palabra, solo lo miró.

-¿Sabes quién soy?--Insistió colérico. ¿Qué demonios estaba pasando con esa chica?
¿Acaso no sabía quién era él?

Gades se mantuvo en silencio con rebeldía. Lo miraba directamente a los ojos,


retándolo, como si fuese su igual, consiguiendo que Marco no supiera que decir o hacer
ante la sorpresa de ese comportamiento en una esclava. ¿Qué estaba pasando allí? Volvió a
tirarle del pelo, pero nada, ni un gemido. Al cabo de unos segundos el romano ya había
decidido que aquello era consecuencia del levantamiento de esclavos en Sicilia, hacía ya un
año, y por el cual él se veía obligado a estar ausente constantemente. Euno había provocado
ese nuevo comportamiento en los esclavos con su osadía, y Marco estaba pagando las
consecuencias en su propia casa.

-¿No ves qué solo es una esclava? No entiendo porqué tienes tantos miramientos—
le reprochó su amigo al ver que esperaba con paciencia a que la chica le respondiese a la
pregunta--. Podríamos divertirnos un rato con ella. Conoces de mi inagotable apetito
sexual.

Marco ni siquiera había oído la proposición de Tiberio, simplemente la observaba.


Disfrutaba contemplando aquellos bellos rasgos desde su altura, puesto que ella seguía
arrodillada en el suelo con la cabeza echada hacia atrás debido a que el la mantenía sujeta
por el pelo. Le gustaba aquella piel bronceada. Movido por el deseo, con la mano libre le
acarició el cuello, y fue en ese momento cuando Gades reaccionó. Irguiéndose con
brusquedad, empujó al romano que era su amo, haciéndolo tropezar, al comprender el
significado de las palabras de aquellos hombres y la mirada de deseo en los ojos de este.
Salió corriendo de allí sin pararse a pensar que dada su condición de esclavitud no tenía
derecho a hacerlo, pero no le importó. Solo corrió y corrió, deseando estar en cualquier
lugar del mundo menos en aquella habitación con la bestia y su secuaz. En el instante en
que escuchó el nombre de Marco tuvo la certeza de que la bestia finalmente había
regresado a casa y, si Orseis no se había equivocado, con mucho más poder que antes,
pues ahora venía convertido en pretor.

Pretor, aquello significaba, entre otras cosas, que había obtenido el mando de las
legiones, aunque para comandarlas debía llegar a Cónsul, de ahí, según Orseis, que Marco
hubiese comenzado hacía años ya, el Cursus Honorum, regulado en el año 180 a.C. por la
Lex Vilia Annalis, dictada por un Tribuno de la Plebe, Lucio Vilius, con el único objetivo
de frenar carreras políticas muy rápidas. Aunque claro, a la bestia no le habían aplicado los
límites en la edad para alcanzar el cargo. Según el griego por haberse destacado en las
campañas militares debido a sus grandes proezas. Sin embargo Gades pensaba que era
gracias a las matanzas que había llevado a cabo.

-¡Por Marte!--Exclamó atónito Tiberio--. ¿Esa esclava acaba de empujarte y salir


corriendo?--El hombre rompió a reír estrepitosamente mientras Marco lo miraba con el
ceño fruncido.
-Te hace mucha gracia por lo que veo.

Ardía de furia.

-No puede decirse que no la tenga, después de todo, por poco te tira al suelo.

Marco miró a su amigo entrecerrando los ojos, molesto por la burla pero consciente
de que tenía razón. Esa muchacha recibiría pronto su castigo por no saber el lugar que
ocupaba en su casa. Aquella esclava había osado agredirlo y frustrar sus intenciones de
pasar una apasionada tarde con ella. Él no iba a permitir que lo ocurrido en Sicilia se
repitiera allí. En su casa ningún esclavo se había atrevido nunca a alzarse contra él y nunca
lo haría. Aunque claro, tampoco el trataba a los esclavos de la misma forma que quien
había encendido la mecha de la rebelión en la isla. ¡Por Plutón, dios del inframundo, que le
daría una buena lección! Se prometió que en cuanto diera con ella se encargaría de hacerle
saber personalmente a quien debía someterse. Y pronto.

-¡Orseis ven aquí ahora mismo!

-¡Orseis! Ayúdame por favor.


Gades no sabía dónde esconderse. Al romano solo le bastaría con interrogar a
cualquier esclavo, o criado, que la hubiese visto para encontrarla, y entonces… mejor debía
correr más deprisa. Estaba segura de que la desollaría viva.
-¿Qué es lo que has hecho para que el patrono me esté buscando a gritos por toda la
casa? Si apenas ha regresado—preguntó el hombre contrariado--. Ahora me tocará aplacar
su mal carácter. Ni te imaginas como es cuando se enoja, y por lo visto está que se sube por
las paredes.

El anciano no paraba de protestar y gesticular. Para el hombre era conocido el mal


carácter del romano puesto que lo servía desde que era un adolescente, por lo que no le
hacía ninguna gracia lidiar con él en momentos como ese, sobre todo cuando el causante, o
mejor dicho la causante, de su mal genio era otra persona.

-De verdad que no he hecho nada malo –se excusó Gades aun sabiendo que mentía.
Le daba igual, no estaba dispuesta a permitir que la atrapara--, solo me asusté. El amo
estaba borracho y empezó a molestarme. Yo no supe qué hacer frente a sus atenciones. No
me obligues a enfrentarlo por favor, como me ponga una mano encima me matará.

El hombre la miró con tristeza, si bien era cierto que su antiguo amo era un romano
honorable, también lo era el hecho de que Gades no era más que una esclava, por lo tanto
no tenía voluntad en lo que a los deseos de su dueño concernía. Y los romanos no trataban
con honor a sus esclavos, por muchos principios que tuvieran. Más aún cuando Marco,
como buen militar, era un hombre acostumbrado a que se cumplieran sus deseos y sus
órdenes sin que nadie las cuestionara, por lo que debía estar hecho un basilisco al
encontrarse con un motín en su propia casa. A pesar de ello, aun sabiendo que tendría que
tratar con el otro, las súplicas de la joven le habían llegado al corazón.

-Anda ve, escóndete en la bodega antes de que te encuentre—le indicó el anciano--,


corre antes de que me arrepienta de esto, intentaré distraerlo con algo mientras se le pasa lo
que quiera que le ocurra, y pueda dormir la borrachera.

Gades abrazó al viejo dándole un fuerte beso en la arrugada mejilla mientras corría
a esconderse donde le había indicado éste. Desde luego no iba a perder la oportunidad de
ponerse fuera del alcance de la bestia. Ni siquiera lo había podido ver bien, tan solo sus
ojos oscuros, tenebrosos. Había salido huyendo en el mismo instante en que se percató de
que aquellos dos tenían ganas de divertirse a su costa. Desde el momento en que le acarició
la piel del cuello no pudo pensar con claridad y echó a correr en busca del griego para que
la protegiese como había hecho desde que la bestia las dejó a su cuidado hacía ya años. Qué
ilusa, nadie estaba por encima del amo allí. Ni siquiera Orseis. Le hubiera gustado
observarlo con más detenimiento para ver si era el mismo de años atrás, sin embargo ni su
voz le resultó familiar embotada por el alcohol como estaba. Ella solo recordaba un
enorme soldado montado a caballo dando órdenes mientras que su hogar se perdía entre el
fuego y la mayoría de sus seres queridos morían asesinados.

Mientras pensaba en ello iba a toda prisa hacia las bodegas en busca de un lugar
donde ocultarse de la bestia, iba tan rápido que no se dio cuenta de que había tropezado con
el propio domino, quien tuvo que sujetarla para que no diera de bruces contra el suelo.

¡Por todos los infiernos!


-Vaya, vaya—le dijo sosteniéndola frente a él--. Mira lo que me han traído los
dioses.

Marco la miró con una sonrisa autosuficiente que ella hubiese querido borrar de un
mordisco.

-Amo--La actitud sumisa de Gades no lo engañó ni por un momento y supo que


aquella no era una muchacha dócil.

¡Maldita su suerte!

-¿Me dices tu nombre, esclava?—Le preguntó para que entendiera cuál era su
posición allí.

Volvió a quedarse callada como cuando se encontraron por primera vez ese día y el
hombre entrecerró los ojos haciendo una mueca de desagrado, por lo que se apresuró a
contestarle porque, después de todo, ¿qué conseguiría negándose a decirle su nombre
cuando podría obtenerlo de otras fuentes?

-Gades.
-¿Llevas mucho tiempo en mi casa?—Insistió.
-Desde que usted me hizo prisionera rebajándome a esta condición—estalló sin
poder evitarlo. Bravo Gades, acabas de gritarle a tu amo--. Antes era ciudadana romana, al
igual que mi madre.

Marco la miró sorprendido al darse cuenta de quién era la chica. La única vez que se
había llevado a su casa a dos prisioneras fue cuando… Sacudió la cabeza. Él normalmente
no hacía esclavos, los compraba y ya estaba. Sin embargo aquel día algo lo impulsó a
llevarse a aquellas niñas a su casa, es más, ese impulso lo había llevado a ordenar a sus
hombres que las mantuvieran a salvo de atenciones indeseadas. Y aún hoy se preguntaba
por qué lo había hecho. ¿En esto se había convertido una de aquellas niñas? Volvió a
sonreír. Lo cierto es que le gustaba lo que veía y agradeció a los dioses por su buena
fortuna.

-Por lo que veo—le dijo molesto más con él mismo que con la joven--, con todo el
tiempo que llevas en mi casa, aún no has aprendido obediencia.

Gades tragó saliva porque, a pesar de ser cierto que era cierto que era una esclava,
nunca había sufrido ningún abuso o maltrato estando Orseis al mando, y por mucho que le
doliera admitirlo, aquella no era la situación normal, así que no pudo evitar desconfiar del
carácter de la bestia. ¿Pensaba castigarla por lo de antes?

-Teniendo en cuenta que has intentado hacerme caer sin ningún tipo de
miramientos, obviando el hecho de que quería mantener una conversación contigo—incluso
él mismo se dio cuenta de lo burda que sonaba dicha afirmación. ¿Conversación? Vamos
Marco --, tendré que imponerte un castigo para que tu falta no quede impune y pueda hacer
creer al resto de mis esclavos, que el amo es alguien de quién se puede abusar.
-No lo volveré a hacer-- le aseguró bajando la mirada para que no pudiese ver el
fuego arder en sus ojos castaños--. Solo me asusté.
-Te asustaste—repitió incrédulo.

Él no la creía y ella sabía que no lo hacía.

-Me asusté-- Le repitió alzando la cabeza y mirándolo directamente a los ojos,


retándolo a que la contradijera.
-Te asustaste, claro-- ¿acaso pensaba que podría manipularlo?--. Entonces
tendremos que remediar eso.

Gades lo miró con cautela ante lo que aquellas palabras pudieran significar,
preguntándose cómo podía remediarse el miedo.

-Pasarás todo el tiempo atendiéndome para que mi cercanía no vuelva a… asustarte


—le dijo con una sonrisa orgullosa mientras le acariciada el fino labio inferior con el
pulgar, provocando que ella deseara morderlo nuevamente. Estaba segura de que lo hacía
para atormentarla.

Sin embargo el romano estudiaba el rostro de Gades con deleite. Le gustaba mucho
lo que tenía ante él por lo que eso de atormentarla no cruzaba por su mente, más bien otros
placeres. El rostro de la muchacha en forma de corazón, la pequeña barbilla, aquellos
enormes ojos castaños bordeados por gruesas pestañas negras, el lustroso cabello ondulado
de color oscuro, el tono dorado de su piel… La acercó hacia su enorme pecho de soldado
con fuerza y la besó con avidez ante la sorpresa y la indignación de la otra que,
consciente de que su posición no le permitía negarle nada a su propietario, no luchó, sino
que se dejó besar a la vez que imaginaba como sería darle una buena patada en…

-¡Gades! ¡Gades! ¿Sabes quién ha regresad…--las palabras de Claudia se


desvanecieron en cuánto vio entre los brazos de quién estaba su hermana.

Marco, sin soltarla, se giró hacia Claudia para estudiarla con atención. Pensó que
aquella debía ser la otra chica. ¡Vaya! En verdad las dos muchachas eran hermosas.
Aunque por el momento prefería a la que tenía en ese instante en sus brazos, la cual, pensó
con maldad, estaba haciendo unos fieros intentos por controlar el deseo de escapar de él
nuevamente.

-Mira lo que tenemos aquí—le dijo a la mujer más joven--. Tú debes de ser la otra
hispana.
-Mi amo--le respondió sumisa a la vez que miraba sorprendida a su hermana.
Claudia no entendía por qué Gades estaba en aquella situación.
-¿Puedo saber tu nombre?—le preguntó ignorando a la que tenía aún entre sus
brazos. La más joven parecía más inteligente.
-Claudia-- contestó Gades para intentar atraer de nuevo la atención de la bestia
hacía sí y poner a salvo a la otra.

Claudia era poseedora de un atractivo excepcional y no era consciente de ello. Con


sus enormes ojos verdes en un rostro cuyos labios y pómulos eran demasiado marcados,
donde, a pesar de su todavía juventud, podía vislumbrarse la exuberante belleza que llegaría
a ser, resultaba toda una tentación. Ni siquiera Venus podría competir con semejante
encanto, y eso era un peligro constante para la joven, por lo que Orseis la mantenía
estrechamente vigilada y así evitaba atenciones indeseadas.

-¿Cuál iba a ser mi castigo, amo?—Qué ganas tenía de clavarle un cuchillo en las
entrañas por no dejar de mirar a su hermana con admiración.

Él se giró nuevamente hacia ella y le lanzó una deslumbrante sonrisa de la que


brotaron un par de hoyuelos que lo hacían parecer más humano. Más… hermoso. ¡Olvida
eso Gades! No pudo evitar percibir el olor a alcohol en el hombre y le dieron ganas de
vomitar, aun así se mantuvo firme en su decisión de mantenerlo alejado de Claudia, quien
por una vez, y gracias a Juno, se mantuvo callada.

-Veamos—le dijo Marco pensativo--, creo que ya que has sido tú quien ha
organizado el desastre en mi habitación, sería justo que tú te encargaras de arreglarla.

Ella no lo corrigió diciéndole que estaba haciendo eso mismo cuando la importunó
con sus indeseadas atenciones.

-Además—siguió este como si alguien pudiera contradecirlo--, necesito un afeitado


y tendrás que hacerlo bien o me veré obligado a tomar otras medidas.

Gades inspiró lentamente mientras contenía el aliento ante lo que aquello


significaba. La bestia iba a estar a su merced bajo una hoja afilada. Tendría entre sus
manos…

-Claro que todo esto tendrás que hacerlo desnuda—puntualizó soltando a la joven y
retándola a desobedecerlo--. Así te acostumbrarás a mí y no te asustarás cuando me tengas
cerca.

La soltó de un tirón y se marchó de allí revolviéndole el pelo a Claudia a modo de


despedida y soltando una sonora carcajada.

Debido a la sorpresa, Gades no pudo guardar el equilibrio cuando la hubo soltado y


cayó, despatarrada, contra el suelo.

Maldito romano.

-Es lo que venía a decirte, que el amo estaba aquí.


-No me digas—bufó.

Estaba escondida dentro de una enorme tina que antes había estado llena de
trigo. El miedo que sentía, y que se había apoderado de ella, prácticamente la tenía
paralizada. Lástima que no hubiese hecho acto de presencia mucho antes, así tal vez no se
hubiese atrevido a tanto. Rogó a los dioses que fueran clementes porque de esta sí que no
salía con bien. ¿Qué diantres se había apoderado de ella para intentar degollar a la bestia?
¿Y Claudia? Ni siquiera se había parado a pensar en ella. Ahora tendrían que intentar
escapar o el romano intentaría desquitarse con la pequeña también. Se arrebujó todavía
más. Había sido una estupidez, eso lo sabía, pero simplemente no pudo evitarlo. La
tentación fue más poderosa que todo lo demás. Cuando tuvo ese norme cuello a su merced,
entre sus manos, expuesto ante la hoja de afeitar… El impulso de degollarlo fue más fuerte
que cualquier otro pensamiento o sentimiento, pero claro, ahora tendría que pagar las
consecuencias de su acción o… desaparecer. No había otra opción. Era la excusa que
necesitaban para escapar. Si lograba llegar hasta Claudia, y encontrarla antes de que la
atraparan, tal vez podrían salir de allí sin ser vistas y dirigirse rumbo a Sicilia antes de que
las atraparan: donde los esclavos se habían levantado contra los romanos y aún seguían
manteniendo sus defensas. Allí podrían refugiarse hasta que encontraran un navío que las
devolviera a su provincia. Ese sería el único lugar seguro en el Imperio.

Era su única esperanza.

-¿La has encontrado?—Gritaba un furioso Marco.


-No, aún no. ¿Me puedes explicar por qué estás de tan mal humor?—preguntó
Tiberio con cara de pocos amigos--. Estaba descansando y no tengo ganas de andar en
mitad de la noche buscando a una insurrecta serva.
-Cállate y sigue buscándola—gruñó mirándolo molesto. ¡Por los dioses que iba a
matarla con sus propias manos! Ni siquiera sentía frío de la rabia que sentía y ello, a pesar
de ir ataviado solo con el típico calzón romano de color blanco, el cual presentaba pequeñas
salpicaduras de sangre. La suya propia. Iba descalzo, registrando personalmente cada palmo
de su casa, mientras Orseis lo seguía asustado al verlo en tal estado de furia, intentando
calmarlo sin conseguirlo.

-Por favor Marco, deja que te mire la herida—le suplicaba.


-Es solo superficial—Apartó al hombre de un fuerte manotazo.
-Pero puede infectarse.

Se giró y lo miró sin piedad alguna.

-Tú y yo vamos a tener una seria conversación una vez que la haya encontrado—lo
amenazó acercándole la antorcha al ajado rostro mientras que con la otra mano se tapaba la
herida con un paño. Al parecer la sangre había dejado de brotar hacía pocos segundos,
aunque el tajo era más escandaloso que peligroso.
-Tiene que haber sido un accidente.

La insistencia de Orseis en exculpar a la hispana le estaba haciendo perder la


paciencia.

-Claro Marco—bromeó Tiberio--, tu pobre esclava no pudo soportar ver tu fea cara
y del susto por poco te rebana el pescuezo.
-Si quieres seguir de invitado en mi casa—su voz era tan calma que tanto Tiberio
como Orseis se contrajeron. Estaba hasta los mismos de aquel par--, te sugiero que cierres
la boca y me ayudes a encontrarla.
Tiberio guardó silencio con una mueca y se dirigió a buscar a Gades por el lado de
las cocinas sin muchas ganas. ¡Qué humillación! Murmuraba entre dientes, rumiando que él
era un Tribuno militar a cargo de una legión para andar buscando a una esclava en mitad de
la noche porque a Marco se le había ido de las manos. Con gestos bruscos empezó a
destapar las tinas que había apiladas a las afueras de las cocinas, hasta que halló su premio.
Menos mal, ahora por fin podría irse a dormir lo que restaba de noche.

-¡Te encontré!--Le gritó a la joven con una amplia sonrisa.

Gades lo miró con los ojos llenos de lágrimas debido a la impotencia de ser
descubierta. Adiós a sus planes de fuga. El tribuno se prestó a ayudarla a salir de su
escondite ante la vergüenza de ella, puesto que estaba completamente desnuda, y con una
mano, la que había sostenido la cuchilla con la que había intentado matar a la bestia,
manchada con la sangre de esta. Se indignó con él al verlo deleitarse con su cuerpo en
cueros entretanto llegaban los demás unos minutos más tarde, los cuales le parecieron
eternos. Sin embargo se obligó a permanecer en silencio aguardando el castigo que la
esperaba. Por una vez se comportaría con inteligencia, como siempre le habían
aconsejado Orseis y Claudia. No haría o diría nada movida por el odio. Se dejaría humillar
o lo que la bestia tuviese pensado hacerle para salir con vida del atolladero en el que se
había colocado ella sola.

-La has encontrado--Marco la miró con aquellos insondables ojos negros


provocando un escalofrío en Gades. Había tal calma en su forma de mirarla y de hablar que
se le pusieron los pelos de punta y, al ver el rostro ceniciento de Orseis, fue consciente de
que había llegado demasiado lejos. ¿Sería capaz de matarla? Un escalofrío la recorrió por
entero al convencerse de que sí.
-Marco, te suplico que seas benevolente.
-Orseis, no te entrometas.
-Yo pienso que es un bocado demasiado hermoso como para estropearlo con el
látigo o cortándole la mano con la que ha intentado…--hizo un cómico gesto imitando un
degollamiento--, crafff.

Marco miró a Tiberio con gesto exasperado a la par que unos gritos desesperados
llamaron su atención.

-¡Gades!, ¡Gades!, ¡Gades!

Todos miraron en la dirección de la que provenían aquellos sollozos para ver


aparecer una cabellera rubia oscura, e interponerse entre los romanos y la desnudez de su
hermana. Gades se quedó blanca cuando vio que Claudia aparecía de la nada atrayendo la
atención de aquellos hombres, que la miraban sorprendidos. No así el Tribuno que la había
encontrado, que la miraba con deseo, con codicia, y con la arrogancia de ser consciente que
podría obtener lo que quería. Se estremeció al pensar lo que podría significar aquello. ¡Qué
Minerva no permitiera que se cometiera ninguna atrocidad con su hermana por favor! Miró
con horror a la bestia y se estremeció al comprender que este había entendido el lazo
poderoso e invisible que unía a las mujeres, por lo que temió lo peor cuando lo miró a los
ojos y pudo ver que él sabía. La castigaría por medio de Claudia.

-Marco—lo llamó su amigo--, puedo pedirte una…

Ella se percató de inmediato lo que el otro romano pretendía.

-¡No!--Chilló Gades presa del pánico.

Afortunadamente el pretor no hizo caso de este tan enfadado como estaba.

-Las dos mujeres pasarán la noche encadenadas, desnudas, ante la puerta de mi casa
—Ordenó a Orseis ignorando la mirada contrariada de Tiberio--, pero asegúrate de que
nadie se les acerque, ni siquiera para darles de beber—Marco sabía lo que su amigo había
estado a punto de pedirle por eso se había adelantado. No quería abusos en su villa. Aquel
era su hogar y quería mantenerlo limpio de maltratos. Una cosa era un justo castigo, otra
muy diferente un abuso. Y aquella niña no tenía por qué pagar los errores de la otra, aunque
claro, eso no tenía por qué saberlo nadie.

Gades tragó saliva y Claudia respiró aliviada. Finalmente no iban a torturar ni a


castigar físicamente a su hermana.

-Y tú, esclava, escúchame bien—se dirigió a Gades como cuando hablaba con uno
de sus soldados--, piensa que cualquier cosa que hagas o intentes hacerme, recaerá sobre
esa muchacha. El látigo acariciará su espalda al menos cincuenta veces por cada mal paso
que des. ¿Me has entendido?

Gades se contrajo de terror pero permaneció callada y Claudia empezó a sollozar


ante el cambio radical que tendría lugar su vida con el retorno del amo.

-¿Me has entendido?—Gritó enfadado.


-Perfectamente… amo-- Marco se marchó de allí seguido por un Tiberio que no
dejó de lanzar miradas apreciativas a Claudia para su consternación, y se desesperó ante su
negro futuro. Si la cosa se había puesto oscura para ella, temía que no había hecho más que
empezar su calvario. Ahora no tendría que lidiar con un romano sino con dos.

II

-Dile a esa esclava que quiero verla—ordenó con aquel tono que no daba opción a
réplicas--, que acuda aseada y preparada para servirme.

Orseis miró a Marco con cara de pocos amigos, siempre había sido un joven
correcto en el trato con los esclavos, sin embargo esa actitud que había tomado con Gades
no le gustaba en absoluto. A pesar de que Gades se había extralimitado intentado asesinar a
su propio amo, el romano tenía que comprender que la joven, desde que la dejara en esa
villa junto con su hermana, no se había visto obligada a cumplir ningún tipo de obligación
física con ningún hombre, puesto que el domino siempre estaba de campaña militar o en
alguna provincia administrando justicia, y él mismo se había encargado de protegerla de
indeseadas atenciones.

-Dime lo que necesitas, ya que estoy aquí puedo servirte yo mismo.

El romano miró al anciano con una ceja arqueada y una mueca en sus
perfectamente esculpidos labios. ¿Acaso Orseis trataba de interponerse entre él y su deseo
por la mujer? Mucho habían cambiado las cosas en su casa si su criado se atrevía a
interferir en sus planes después de haberle concedido la libertad y haberle dado trabajo en
un puesto de gran importancia.

-A no ser que Venus te conceda el favor de hacerte mujer, y quitarte treinta años de
encima—no pudo evitar hablar con ironía al anciano por su intromisión--, creo que no me
sirves.
-Entiendo que lo que deseas es meter una mujer en tu lecho.
-Orseis—su tono era de advertencia--, no estoy de humor para aguantarte.
-Solo quiero ayudarte Marco Valerio, siempre me he esmerado en cumplir con tus
deseos, Gades aún no ha conocido ningún hombre, por lo que con toda seguridad no
cumplirá tus expectativas—Orseis intentaba hacerle cambiar de idea en lo de llevarse a una
de sus niñas a la cama como sucedía con tantas otras esclavas--, es mejor que te mande a
alguna otra mejor dispuesta y más experimentada. Con toda seguridad no querrás a una
esclava con lengua viperina y malos modos a la que luego tengas que castigar…

Marco fue perdiéndose entre los vagos intentos de su antiguo esclavo por mantener
a esa arpía fuera de su alcance. Era tal su enojo en ese momento que apenas oía el serio
monólogo que el viejo estaba haciendo para hacerle creer que le haría un favor no
enviándole a la chica a sus habitaciones privadas. Está bien, pensó burlón, el arte de la
retórica no se le daba especialmente bien, pero sí el de la estrategia, donde realmente era un
experto.

-Orseis, por lo que puedo entender, no me conviene una propiedad que es tan poco
conveniente.

El anciano lo miró con los ojos como platos. Lo conocía suficiente como para
prever que en aquella simple frase se escondía algo. La calma del romano era tal que no
pudo evitar ponerse en guardia ante lo que podría estar pasando por aquella mente tan
acostumbrada al conflicto. Tal como lo miraba en aquel momento, el griego no dudó de
quien era el enemigo para el hombre en ese instante. Tragó saliva con dificultad y evitó
mirar a los ojos al que fuera su amigo. El hombre al que había servido y querido como a un
hijo.

-Será mejor que mañana mismo organices la venta de la mujer—se giró para
servirse una copa de vino mientras sonreía ante cual podría ser la excusa que le daría el otro
para que no vendiese a la esclava--, no quiero cosas inservibles en mi casa. Si no está
dispuesta a cumplir con mis deseos, será mejor que le encuentre otro amo que le guste más,
tal vez a Cornelio le interese comprarla–dijo como al descuido--, y ya puestos Tiberio
parecía estar muy interesado en la más joven.
-Pero Marco…

Orseis parecía desconsolado y lleno de terror ante la idea de que Gades o su


hermana pudiesen ser vendidas. No era de extrañar. Le había propuesto venderla nada
menos que al malvado de Cornelio, quien era de sobras conocido por su crueldad en el
trato hacia los esclavos, o a Tiberio conocido por sus escandalosas orgías.

-¿Acaso esa esclava no daría más que problemas?—Preguntó volviéndose de nuevo


hacia el anciano mientras se colocaba bien su pulcra toga blanca.
-Yo no quise decir…
-Creo haber entendido que esa esclava—puntualizó la palabra que definía la
condición de Gades en su casa para que Orseis no olvidara con quien estaba hablando y de
quien--, no aceptaría de buen grado mis atenciones sino que me crearía muchos
inconvenientes—se encogió de hombros mientras tomaba asiento despreocupadamente--,
entonces, quiero venderla.

Orseis no podía dejar de mirarlo con estupor y por un breve instante, solo uno, se
sintió un miserable por crearle tal desazón a la persona que lo había cuidado desde que
podía recordar, sin embargo había llegado el momento de ponerle un alto al anciano, quien
se había tomado ya demasiadas atribuciones en su casa, para hacerle saber quién era el amo
y señor de aquella villa y de los que moraban en ella.

No se dejaría convencer hasta que la jerarquía quedara lo suficientemente clara para


ambos.

-No me gustaría que la paz de mi hogar se viera afectada de ninguna forma.


Necesito tranquilidad, al menos deseo tenerla aquí.
-Puede que me hayas entendido mal, Marco.

La voz del griego fue apenas un susurro.

-Creo que no te he oído bien—lo urgió a que hablara más alto.


-Creo que ha habido un error—intentó remediar el anciano consciente de que había
llevado demasiado lejos su intento de proteger a Gades de su dueño--, solo he hablado de
la inexperiencia de Gades—Orseis puntualizó también el nombre de la chica para que
fuera consciente de que hablaban de una persona y no de una yegua a la que podía montar
como si tal cosa--, no de que podría crear problemas o molestar a su amo.

Marco decidió pasar por alto el sarcasmo en la voz del viejo puesto que había
conseguido su objetivo sin tener que usar el látigo o cualquier medio de persuasión contra
la joven. Seguramente Orseis la aconsejaría de que era mejor para ella no luchar contra su
poder sobre ella, el cual era absoluto.

-Entonces ve.
-Enseguida—respondió el anciano de mala gana.

Antes de que el hombre saliera de allí cabizbajo, el dueño de aquel lugar no pudo
reprimir hacerle una advertencia al griego.

-Orseis—lo llamó consiguiendo que el anciano se volviera hacia él--, es mejor que
no venga con ganas de pelea.
-Así será—Orseis se preguntaba cómo iba a conseguirlo. Diciendo esto último salió
de la estancia dejando a un satisfecho Marco tomándose una copa de su mejor vino.

-¿Ya estás lista?—Volvió a preguntar el anciano a Gades a través de la cortina de


seda tras la que la joven se estaba aseando y acicalando para ir al encuentro de su amo.

Gades había armado una buena bronca hasta que el anciano logró convencerla de
que era mejor afrontar de una vez que su amo tenía poder absoluto sobre ella. Incluso tuvo
que recurrir al chantaje emocional para conseguir su objetivo puesto que la joven estaba
dispuesta a afrontar cualquier castigo físico antes que arreglarse para Marco.

-¿De verdad quieres saberlo?


-Piensa que es lo mejor hija.
-Por supuesto—le reprochó la joven--, lo mejor para ese malcriado que piensa que
puede usarme como si fuese un objeto. Ni te imaginas la noche que he pasado ahí fuera,
muerta de frío, asustada porque el secuaz de la bestia apareciera y se llevara a Claudia
mientras yo no podía hacer nada.
-Es que tu condición de esclava le otorga ese poder, Gades.
-Soy su esclava porque masacró e incendió mi casa y a mi gente—siseó con furia.

Orseis no podía negar lo que la mujer decía pero tampoco ella sabía los verdaderos
motivos que habían impulsado al romano a actuar como lo hizo. Quizás había llegado la
hora de explicarle que esa había sido la única vez que Marco había actuado movido por la
sed de venganza y no se había parado a medir las consecuencias de sus actos hasta que fue
demasiado tarde.

-Creo que no he hecho bien al teneros a ti y a Claudia tan protegidas—dijo el


anciano con pesar--, eso ha hecho que no seáis conscientes de cual es vuestra situación
aquí.

Gades tuvo que morderse la lengua mientras se cepillaba la enorme melena para
dejarla suelta sobre su espalda. Ella ya no era ciudadana romana, por lo que no se peinaría
como lo hacían estas, no quería parecer una romana, ya no lo era, la bestia le había
arrebatado ese privilegio. Lo más indignante de todo, pensó con furia, era que tenía que
cumplir de buen grado con todo lo que aquella bestia inmunda quisiera hacer con su cuerpo,
incluso con su espíritu si intentaba revelarse de alguna forma. Ya Orseis le había confiado
que no dudaría en vendérsela a Cornelio si ella le daba algún quebradero de cabeza. En un
principio estuvo a punto de desafiarlo presentándose ante él llena de barro y oliendo a
estiércol, sucia después de un día de labor en la finca, con ganas de presentar batalla si
osaba ponerle un solo dedo encima. Sin embargo el anciano le hizo ver que no solo tenía
que pensar en ella, sino también en la seguridad de su hermana. A su pesar tuvo que
contenerse para proteger a Claudia. ¿Y si la bestia en vez de posar su interés en ella lo
hubiera hecho en su hermana? Mejor dar gracias a los dioses de que solo viera en Claudia a
una niña que no despertaba en él su apetito sexual como al parecer había hecho en el otro
romano. Orseis había tenido razón al aconsejarle que intentara satisfacer su deseos, al
menos lo suficiente, para que no le quedara tiempo ni ganas de dirigir su interés hacia la
otra, por muy desagradable que fuese la tarea a realizar.

-Piensa que no será tan desagradable como crees—la animó el griego.

Al ver que Gades no le respondía siguió en su intento de convencerla de que


acudiese a Marco con buen talante y dispuesta a agradarlo.

-Después de todo no puedes negar que es un joven apuesto y sano. Podrías haber
acabado en manos de un romano viejo, gordo y enfermo…

Sería mejor que el hombre cerrara de una vez la boca.

Ya estaba harta por esa noche de escuchar hablar sobre la apostura de la bestia.
Suspiró con resignación antes de salir de detrás de la cortina para que Orseis la llevase al
encuentro del romano. No tenía ganas de escuchar como el viejo alababa sus virtudes
físicas para intentar engatusarla. Siempre había sido consciente de que algún día acabaría
casada, si tenía suerte, con otro esclavo o, el cualquier caso, siendo la esclava sexual de
algún romano pervertido. Nunca se imaginó jugando ese papel para la propia bestia.

-Bien—dijo presentándose frente al viejo quien no pudo evitar admirar su belleza


hispana--, dispuesta para el sacrificio.

Cuando Gades llegó al encuentro del romano se sorprendió ante lo que allí se
encontró. Su amo se hallaba recostado en la cama con Claudia a su lado, hablando con él
en tono muy bajo. El rostro del hombre parecía concentrado, la escuchaba y observaba con
atención. Cuando se percataron de su presencia, su hermana bajó los ojos avergonzada y el
pretor permaneció en silencio. Observándola. Acechándola.

-Será mejor que te marches, Claudia—le dijo a la joven con una sonrisa que la otra
devolvió con timidez--, tu hermana y yo tenemos que hablar.
-Domino.

Claudia se marchó deprisa lanzándole una mirada de entendimiento a Gades.

¿Hablar? Pensó con ironía, la bestia no pretendía hablar con ella sino todo lo
contrario, lo que menos tenía en mente era parlamentar. Gades observó desde donde estaba
al hombre. Solo llevaba puesto un taparrabos e iba descalzo, por lo que su ancho pecho se
hacía más que evidente, de donde sobresalía un oscuro pelo ensortijado que se iba
estrechando a la vez que una se fijaba más abajo, hasta donde la tela empezaba a cubrir su
masculinidad. Orseis lo había alabado tanto que sentía curiosidad por mirarlo con más
detenimiento. Y así lo hizo. Se fijó en su negro pelo ensortijado y en su enorme y gruesa
boca. En su nariz típicamente romana, en su frente ancha y despejada. En la profundidad de
su oscura mirada, en… ¡Para! Tuvo que reconocer que era un hombre muy apuesto al igual
que alto y viril. Viril, pensó con sorna, eso era lo malo de todo, que su virilidad necesitaría
de una mujer y ella había sido la elegida. ¿Cómo escapar de aquella situación? No podía.
Marco le hizo una señal para que se acercara sin dejar de observarla ni un segundo y Gades
lo hizo sin dilación.

-Mi amo—le dijo repitiendo el tono sumiso de Claudia.


-Veo que una noche en el atrio bajo el frío y la humedad te ha servido de
escarmiento—señaló con altivez--. Aunque tengo que reconocer que mi primera idea fue la
de dejaros a las puertas de mi domus, finalmente Orseis me convenció de que el castigo no
variaría si lo cumplíais dentro de la villa.
-Os lo agradezco señor.

Marco sonrió ante el intento de sumisión de la mujer.

-Gírate para que pueda verte bien—le ordenó para ponerla a prueba. Gades le
obedeció en todo sin rechistar--. Ahora, quítate esa túnica de lana. No me gusta ese color
pardusco. ¡Ah!--exclamó satisfecho mientras se levantaba de la cama para acercarse más a
la mujer y observar sus prendas íntimas--. Veo que llevas el strophium y el subliguculum,
te ayudaré a quitártelos. Para lo que tengo en mente no necesitarás llevar nada puesto.

Ella se dejó quitar la ropa interior sin atreverse a hacer ningún movimiento que
pudiera enojar a su dueño y desquitarse con Claudia. Mientras el hombre la dejaba
desnuda, como lo había estado la tarde anterior cuando le hizo un corte en la garganta, sus
dedos rozaban su piel cual alas de mariposa, sin tocarla, solo la acariciaba levemente.
Después se alejó para traerle una copa de vino que Gades apuró de un tirón, en un intento
desesperado por embotar sus sentidos. No le agradó descubrir que el contacto físico con la
bestia no la repugnara tanto como había previsto. No quería sentir nada. No podía
permitirse sentir lujuria por ese hombre. Sin previo aviso comenzó a besarla desde atrás.
Primero la nuca, luego el cuello hasta bajar a su hombro izquierdo. Al mismo tiempo le
tocaba el pecho, jugueteaba con su pezón como si tuviera todo el derecho del mundo a
hacerlo y, a ella, se le escapó un gemido involuntario ante la necesidad que empezó a
despertarse bajo su vientre, donde Marco había llevado la otra mano e introducido uno de
sus dedos en la cueva de su feminidad. La tenía atrapada, su espalda pegada al torso de él
mientras que una mano jugueteaba con su entrepierna y la otra con su seno, todo ello a la
vez que la besaba en el cuello, por donde pasaba una y otra vez su lengua, dejando una
humedad caliente por su lento recorrido. Gades no pudo evitar revolverse contra su mano,
pero no para que parase sino para que culminara aquella tortura a la que estaba siendo
sometida. Quería más. Sentía que podía sentir más. De repente Marco la volvió hacía sí, le
tomó la cabeza con las manos que anteriormente estaban en su cuerpo y la acercó con
pasión para besarla en la boca, exigiendo una respuesta que Gades ya había empezado a
dar. Ella se abrazó a él cual gata en celo y empezó a rozarse contra la piel del hombre que
aún llevaba el taparrabos. Fue ella quien se lo quitó para su propia sorpresa, ansiando el
contacto de esa parte de su cuerpo contra el suyo. Poco a poco acabaron sobre la cama del
romano, ella debajo, con las piernas completamente abiertas, esperando la deseada invasión
a su cuerpo por parte de aquella parte de la anatomía masculina que desprendía tanto calor
y a la vez era tan suave. En algún momento el hombre la penetró y ella sintió una ligera
punzada de dolor, sin embargo era tal la necesidad que se había despertado en ella, que se
aferró con fuerzas a los brazos del hombre para que no se detuviera, cosa que este hizo con
deleite y un apasionamiento desenfrenado que los hizo proferir gritos, a ambos, hasta que
culminaron en la cima del placer, sudorosos y jadeantes. En cuanto se hubo recuperado un
poco, el romano se apartó del cuerpo de Gades para salir de la habitación, dejándola sola,
exhausta y arrepentida. ¿Cómo había sido capaz de entregarse de esa forma a aquel
asesino? Había sido todo tan animal, tan carente de sentimientos, tan mecánico. Cerró los
ojos con fuerza y oró a todos los dioses que conocía implorando su perdón. La lujuria se
había apoderado de ella cual ramera. No había podido evitarlo. Algo se había despertado
dentro de ella que la había poseído, haciéndola olvidar cualquier pensamiento racional y
tomando el control de su cuerpo sus sentidos. Se sentó en la cama un poco molesta y miró
hacia donde se encontraba su ropa interior y su túnica de esclava. Allí, en el suelo, los
mosaicos que cubrían este, dejaban entrever escenas sexuales de lo más clarividentes. Dudó
un momento preguntándose si ya había terminado con ella. La bestia se había marchado del
dormitorio sin decir una palabra, en un acto de total indiferencia. La había usado, se había
aliviado y luego se había marchado. ¿Eso era todo? Respiró hondo pensando que mejor se
marchaba antes de que regresara y le diera más dosis de aquella lujuria que el romano había
despertado en ella y que no estaba dispuesta a admitir.

-Veo que no piensas descansar un momento—le dijo un Marco sonriente desde la


entrada del dormitorio portando una lámpara de aceite--. Pensé que necesitarías unos
minutos para ti sola, pero veo que no son necesarios.
-¿Debó hacerlo?—Le preguntó molesta consigo misma por claudicar tan fácilmente
al deseo-. ¿Descansar?
-Eso depende de lo que puedas soportar—su mirada volvía a arder de deseo--, no
pienso permitir que abandones tan rápidamente mi cama… esclava

Diciendo esto volvió a besarla, dando comienzo nuevamente a lo que anteriormente


habían experimentado, para deleite del hombre y pesar de la mujer. En esta ocasión el
hombre decidió que tenía ganas de probar otras posturas. Le indicó que se colocara a
cuatro patas sobre el exótico tapiz mientras con una mano la untaba con miel por la
espalda, gotita a gotita fue bajando desde el cuello hasta la cintura para bajar hasta el recto.
Acto seguido comenzó a lamer las gotas de miel de su cuerpo como si tuviese todo el
tiempo del mundo mientras ella intentaba no caerse de puro éxtasis. Cuando llevo al
comienzo de su trasero Gades se puso tensa ante lo que el hombre pensaba hacer, no creía
que fuese capaz de tocar con su boca esa parte de su anatomía reservada a sus abluciones.
Pues se equivocó. El hombre lamió toda la miel hasta el agujero de su trasero y cuando ella
pensó que moriría de vergüenza ante aquella acción, la cual a la vez le resultaba aterradora
y deliciosa, introdujo un dedo cubierto de miel dentro de su cuerpo por aquella abertura,
provocando un doloroso placer con el movimiento del mismo.

Gades no pudo evitar que se le escapara una protesta cuando sacó su dedo pero se
volvió a tensar cuando el lugar fue ocupado por algo mucho más grande, inhiesto y suave.
Aun así, no pudo evitar disfrutar con la sensación de tenerlo dentro de su cuerpo de aquella
forma tan poco común, sintiendo sus poderosas piernas con cada embestida sobre sus
posaderas. Claudicó ante lo inevitable y no pudo contener el alarido de satisfacción que
salió desde lo más profundo de su ser.

-¿Te encuentras bien?

Claudia miraba a su hermana con compasión. Todos habían escuchado los gritos
procedentes del dormitorio del amo. Todos sabían de qué se trataba, excepto la joven, que
llegó a pensar que tanto el amo como su hermana se estaban haciendo realmente daño.
Gades no quiso sacar a su hermana del error, pero no pudo evitar sonrojarse al recordar
todas las cosas que Marco le había hecho la noche anterior, así como las que ella le había
hecho a él siguiendo sus indicaciones. Las cosas que debían compartir los esposos, o los
amantes, pero no…

-Perfectamente—respondió mecánicamente interrumpiendo sus pensamientos.


-Pareces un poco cansada.

Claudia la observaba como quien quiere descubrir un secreto y no sabe por dónde
empezar.

-Créeme si te digo que lo estoy—señaló--, después de una noche sin pegar ojo a la
intemperie, he tenido la siguiente bastante… ajetreada.

Casi le cuenta todo. Miró a su hermana menor para ver si entendía a lo que se
refería, pero al parecer la otra no dio indicios de que fuese así.

-¿No te hizo daño?—insistió. Estaba segura de que Gades había sufrido grandes
torturas. Si no, ¿por qué aquellos gritos ahogados?
-No te preocupes, no me ha hecho daño—intentó tranquilizarla--. Aunque, me
gustaría saber qué hacías en su habitación con él, a solas.

Miró a Claudia esperando una respuesta, pero viendo que esta eludía su mirada
volvió a insistir en su pregunta. No le gustaba verla cerca del romano, y Claudia lo sabía.

-El amo me llamó para preguntarme una cosa.


-¿Qué cosa?—quiso saber.
-El otro romano quería que compartiera su cama—Gades contuvo el aliento.
¿Mientras ella accedía a los deseos de la bestia sin luchar su hermana estaba siendo
sometida por el otro hombre? Lo mataría--. Quería preguntarme si yo accedería a hacerlo o
si por el contrario no estaría… contenta.
-¿Qué le dijiste?—Aguantó el aire en el pecho pensando que su dócil entrega a la
bestia no había servido para mantener a Claudia alejada del tribuno.

Sin embargo su hermana la miró sintiéndose culpable por el hecho de que ella
tuviese elección mientras que Gades no la había tenido.
-Como me dio libertad para hablar sinceramente, le dije que no estaba preparada
para ningún hombre.
-¿Te obligó de alguna manera?
-No. Me dijo que me retirase a dormir, que no pensaba obligarme a mantener
relaciones con su amigo. Creo que me está cogiendo afecto.

A Gades le extrañó tanta consideración de la bestia con su hermana, aunque no dijo


nada y simplemente agradeció a Juno porque le hubiese ablandado el corazón. Aunque solo
fuese un poco, y solo con la otra. Con ella parecía no tener conmiseración alguna. Ni
siquiera lo detuvo su inexperiencia, sino que la hizo probar mil y una…se sonrojó al
recordar todas las… ¡¡Por los Dioses Gades piensa en otra cosa!!

Intentó soltarse nuevamente de las cadenas que lo mantenían prisionero pero le


resultó imposible, no tenía fuerzas ni para moverse, mucho menos anclado como estaba a
la humedad de aquel agujero en el que lo mantenían encerrado. Se sorbió la nariz con
dificultad, evitando hacerlo bruscamente ya que el goteo de sangre, tras la herida
infringida por ese miserable, hacía poco tiempo que había cesado. ¿Cuántos años habían
transcurrido? ¿Cuatro, cinco, seis…? Había perdido la cuenta junto con la esperanza de
poder escapar de allí. Había rezado a sus dioses, a los de su esposa, a todos los que
conocía o de los que había oído hablar, pero ninguno se había apiadado de él. No había
futuro, todo había sido una utopía para no volverse loco de dolor. Su misión, la más
importante de su aguerrida existencia, había fracasado nada más ponerse en marcha.
Nunca podría dar con su paradero, ni siquiera estaba seguro de poder seguir con vida
mucho más. Aquello era un infierno. Era una tortura para el alma y el espíritu más que
para el cuerpo. Los llantos, los gemidos, el dolor de otros que se encontraban en su misma
situación de esclavitud. ¡Daría lo que fuera por verlos a todos muertos! Esos malditos
romanos que se creían dueños del mundo se lo habían arrebatado todo. Aquel romano en
particular al que había jurado dar caza y matar como la rata que era. Había soñado con
enfrentarse a él, humillarlo, desvelarle las razones que tenían para ajusticiarlo. Aquello
sería justicia, y en la justicia tomaría venganza. Volvió a gritar su nombre para infundirse
valor y aferrarse a la vida hasta que pudiera cobrarse lo que se le debía. Ojo por ojo. Era
el último de los suyos, un pueblo que había amado las letras, la paz, las buenas
costumbres, la filosofía. Él había dejado todo eso de lado cuando vio cómo eran
exterminados por otros pueblos más sanguinarios, ávidos de poder, ávidos de esclavos.
Fue en esa época descarnada de su vida, cuando decidió ir en contra de todo lo que le
habían enseñado y se dedicó al saqueo, al robo, a la violación. Estuvo perdido durante
años, disfrutando con la devastación, con el fuego y con el dolor que infringía a sus
enemigos. Algunos de los suyos optaron por integrarse entre los conquistadores, hasta
cambiaron su nombre. ¡Arik¡ Amado amigo Arik, para lo que le sirvió, finalmente
acabaron con él y su familia, al igual que con la suya.

Despertó con un alarido, de nuevo las pesadillas lo habían hecho tener temblores.
Aquel maldito romano.
III

¡Estúpido y engreído romano!

Tenía ganas de estrangularlo. Ahora ordenaba que ella no realizara más trabajos en
la villa que no fueran hacerse cargo de su bienestar y sus necesidades. Todos los esclavos
pensarían que intentaba ganarse el favor del amo mediantela lujuría que este parecía sentir
por ella. ¡Aaaarrrrgggg! Tenía ganas de gritar y salir corriendo. Ella detestaba que la
tratase con indulgencia delante de los demás porque así solo acrecentaría los celos en los
otros, quienes podían llegar a hacerle la vida imposible allí. Claro que era mucho peor
cuando la llamaba serva con ese tono que ella tanto aborrecía y con el que el romano
parecía disfrutar tanto. Para colmo su hermana solo hablaba bondades del pretor. Incluso lo
llamaba por su nombre cuando hablaba de él. Que si Marco Valerio esto, que si Marco
Valerio aquello, mira que gracioso lo que me ha dicho… Claro que, teniendo en cuenta que
con Claudia se comportaba como si se tratase de su hermana pequeña, podía llegar a
entender la devoción de esta hacia él puesto que la única figura masculina que les había
profesado cariño en esa casa, desde que las convirtieran en esclavas, había sido el viejo
griego.

A ella por el contrario la trataba como a una amante. Mejor dicho, como su juguete
sexual. Cada noche la llamaba a su lecho y la obligaba a mantener relaciones con él. De
todo tipo y sin cortarse un pelo. Le había recorrido el cuerpo entero con la lengua, mordido
en lugares ocultos de su anatomía, la había hecho ponerse de rodillas y darle placer con la
boca a su masculinidad, adoptar mil y una posturas que hubiese creído imposible y que se
dibujaban en aquella alfombra en el suelo.

Gades bufó presa de la rabia.

Bueno, debía reconocer que no es que la obligara físicamente, pero estaba


convencida que de no ser su esclava hubiese podido negarle lo que no podía negar, o al
menos eso era lo que deseaba creer, que de haber sido iguales ella se hubiese negado a darle
lo que él deseaba. Por el momento no le quedaba más remedio que reconocer, pero solo
para sí misma, que en cuanto la bestia empezaba a besarla y acariciarla y sentía su piel
desnuda contra la suya, todo su cuerpo se convulsionaba y perdía el control, y no había
mayor castigo para ella que aquel hombre la controlaba a través de la lujuria.

Y qué decir de Orseis, el administrador de todo aquello, o mejor dicho, como decían
los romanos, el vilicus. En un intento por conseguir que Gades se comportara mejor con la
bestia le había narrado la historia de su vida como si con ello consiguiera acercarla más a
él. El viejo griego le había contado como Marco recibió una invitación para acudir al
encuentro de sus padres en la villa donde estos habían ido a pasar unos meses, en aquella
provincia hispana, la Bética. Al llegar allí el joven de solo veintidós años se encontró con
que sus padres, su hermana Julia y su pequeño sobrino de tres años habían sido asesinados
de la peor manera. Julia había sido violada repetidas veces y tenía cortadas las manos.
Cuando la encontraron aún le quedaba un soplo de vida para preguntar por su hijito. Sus
padres habían sido crucificados, y su pequeño sobrino Antonio, nombre puesto en honor a
su difunto padre puesto que su hermana había enviudado antes de dar a luz, y al que el
pretor adoraba, había sido cortado en dos, cerca de donde se encontraba el cuerpo casi sin
vida de su madre. Orseis le contó a Gades que un par de soldados le habían dicho que
habían visto al fenicio Tiro salir de la finca en la mañana de los asesinatos, por lo que el
romano estuvo indagando donde podría encontrarse el mismo, y cuando le dijeron que vivía
en Baelo- Claudia, decidió asolar la ciudad y matarlos a todos, pero en el último momento
se apiadó de los niños y se los llevó como esclavos.

Gades escuchaba petrificada lo que Orseis le estaba contando y decidió que todo
debía ser un error, sin duda tenía que serlo. Aquello era imposible. Su padre…, no. No era
verdad. Alguien había acusado injustamente a Tiro. Los romanos eran unos maestros en el
engaño y la mentira, siempre andaban metidos en conspiraciones, su padre lo decía
continuamente y su madre no lo desmentía. Decidió que no revelaría a nadie el nombre de
su pater para poder preservar la seguridad de ella y de Claudia. Su padre era la única
esperanza que le quedaba de libertad, y ella estaba segura de que nunca sería capaz de
cometer tal masacre con una familia indefensa. Su padre era una buena persona y allí tenía
que haber habido un malentendido, un grave error, un error que había provocado aquella
matanza y su propia esclavitud. No diría nada, no hasta que tuviera la certeza de que todo
cuanto le había dicho el anciano era cierto, o solo había sido para enternecerle el corazón.
Si la bestia llegase a descubrir de quien era hija…

-No te entiendo
Tiberio estaba enfadado con Marco.
-No hay nada que entender, ya te he dicho que no, y es no, no insistas.
-Puedo pagarte muy bien, es más, te debería un enorme favor, uno muy grande.
-¿Acaso no entiendes el significado de la palabra no?-- Se estaba hartando de la
insistencia de su amigo. Había decidido darse un baño y el otro lo estaba acompañando,
pero hubiese sido mejor que no lo hiciera porque se estaba volviendo insoportable.
-Me gusta mucho tu esclava—le reprochó con el ceño fruncido.
-No es más que una niña.
-Pero muy hermosa, y lo será más aún cuando crezca un poco.
-Vas a conseguir que me enfade de verdad—lo amenazó con los ojos cerrados
mientras trataba de relajarse.
-No entiendo el motivo de tu negativa…

En aquel momento entró en la sala de baños la persona de la cual habían estado


hablando, con su deslumbrante cabellera rubia recogida en un rodete en la nuca y una estola
de color marrón, portando un número de toallas para que Marco pudiera secarse cuando
saliera del baño. Cuando se dio cuenta de que su amo no se encontraba a solas en los baños,
se detuvo en seco, insegura ante la presencia del otro hombre.

-Ven, muchacha—la llamó Tiberio.


-¿Domino?--Claudia dirigió su pregunta a Marco Valerio dudando de si debía
obedecer al romano o podía seguir siendo libre para elegir.
-Márchate Claudia—le ordenó.
-Ahora mismo amo.
La muchacha echó a correr provocando que el pretor estallara en sonoras carcajadas
ante la mirada de reproche de su amigo quien no dudó en salpicarle la cara con abundante
agua movido por la rabia.

-Entonces préstame a la otra, a la morena—le pidió para molestarlo viendo que no


parada de reírse.

En ese preciso instante Marco se puso de pie en un rápido movimiento con un gesto
amenazante que consiguió que esta vez fuese Tiberio quien rompiera en carcajadas.

-Ni se te ocurra volver a hacerme semejante petición.

Salpicó de agua a su amigo para hacerlo callar pero solo consiguió que esté riera
aún con más ganas, por lo que con gesto malhumorado se marchó de los baños, envuelto en
la fina tela de lino en dirección a sus aposentos gritando a diestro y siniestro que Gades
acudiese a verlo de inmediato. Pensaba tener unas palabras con ella y ordenarle que se
mantuviese apartada de cualquier hombre que no fuese él mismo.

-¿Me has oído bien?


-Perfectamente.
-Perfectamente ¿qué, esclava?—le preguntó molesto. Era consciente de que la
muchacha no tenía la culpa de su enfado pero no quería malentendidos en su casa. Otros
romanos consentían en prestar sus esclavas a sus invitados, él no pensaba permitir que
nadie más pusiera sus manos sobre ella.
-Perfectamente, domino.

Gades lo miró con furia, provocando que sus bellos ojos castaños se tornarán de un
verde poco común y que Marco deseara besarla allí mismo. Sin embargo contuvo sus
anhelos porque no quería que ella se percatara del poder que ejercía sobre él con una sola
mirada.

-¿Qué es lo que has entendido?—Le volvió a preguntar por cuarta vez.


-Que solo soy su juguete, de nadie más.

Gades contuvo el aliento. No debió decir aquellas palabras aunque el orgullo la cegó
y no pudo contenerse. A fin de cuentas, todo se reducía a eso. A que nadie más que él la
usara y jugara con ella sexualmente. ¿Por qué entonces no podía decirlo abiertamente?
Porque eres su esclava, se recordó, porqué si no, y lo vas a enojar.

La bestia la miró un momento, estudiándola, analizando su carácter, para después


esbozar aquella sonrisa devastadora. Marco había descubierto que le gustaban aquellas
luchas de poder en las que su esclava siempre tenía las de perder.

-¿Vuelves a sacar las uñas?—le preguntó sonriente.


Gades decidió que estaba completamente loco. ¿A cuenta de qué venían esos
cambios de humor? Decidió que debería andarse con cuidado, mucho cuidado, como lo
venía haciendo desde el día que se escapó de un buen castigo por haber intentado
degollarlo.

-No domino, disculpas domino.


-Creo que no, creo que te mereces un castigo.
-¡Cómo!-- exclamó con un grito ahogado. ¡De que diantres estaba hablando! Si no
hacía otra cosa que obedecerlo en todo sin rechistar.
-Por mentir—le explicó sentándose con toda la tranquilidad de la que era capaz en
la silla de cuero mientras cruzaba los tobillos por delante de sí mientras que con aquel
gesto, dejaba ver sus enormes y musculosas piernas--. Acércate y dame de comer, me
apetecen uvas.

Gades entrecerró los ojos y hubiese deseado volver a tener la afilada cuchilla de
afeitar en su poder. Esta vez nada hubiese evitado que le cortara el cuello.

-¿A qué esperas esclava?—la miraba con burla. Deseaba verla estallar ante él—.
Vamos, pélalas y métemelas en la boca.

Gades decidió que era su deber obedecer al amo, así que procedió a pelar las uvas
pero no les quitó las pepitas. Le metió primero una en la boca con movimientos calculados
para distraerlo, luego otra. Marco la miraba ardiendo de deseo pero trató de controlarse
hasta que la mujer le metió un puñado de uvas en la boca y se la cerró de un manotazo
provocando que se atragantara. Después intentó echar a correr, pero él la atrapó de un pie
haciéndola caer cuan larga era ante él. Escupió las uvas al suelo y se la quedó mirando
durante un tiempo que a ella le pareció interminable. Gades lo miraba desde el suelo
lanzándole puñales con los ojos pero al hombre no pareció importarle. Se desnudó en un
santiamén y acto seguido le arrancó la túnica provocando que la mujer diera un respingo.
Se arrodilló entres las esbeltas y torneadas piernas de la hispana y la miró con un deseo que
la hizo encogerse.

-He decidido que quiero comer otra cosa.

Al momento hundió su boca entre los pliegues de su feminidad consiguiendo con su


lengua lo que no podía hacer por la fuerza, doblegarla.

-No, no te muevas por favor.


Aquella dulce mujer le estaba curando nuevamente las heridas. Esta vez pudo
contarlo, aunque le había costado el ojo derecho. Ni recordaba ya el momento en el que se
lo habían sacado de lo mal que se encontraba. ¡Cómo una joven tan buena podía ser hija
de aquellos dos monstruos¡ Él hubiese preferido que lo dejase morir allí, entre los otros
esclavos a los que el malnacido de su padre había desollado para divertir a su fea esposa y
las amigas de esta. Su odio por los romanos era cada vez más profundo y, sin embargo,
allí estaba, tendido, medio muerto, dejándose atender por aquella muchacha romana que
lloraba mientras le ponía aquel emplasto en su maltrecha espalda, en la cual ya no
quedaba espacio para más marcas del espantoso látigo de tres puntas. ¿Era ese su castigo
por sus fechorías de antaño? ¿Estaba siendo castigado por sus años de robo, incendio y
saqueo? ¿Debía seguir viviendo sin saber lo que había ocurrido con ella?
-Tu trabajo es en vano—dijo con un hilo de voz--, mañana terminará lo que ha
empezado hoy.
-No creo—le respondió con aquella voz tan llena de tristeza y pena. ¿Acaso la pena
que sentía era por él, por todos ellos?--, han encontrado otro entretenimiento. Creo que
los mantendrá ocupado unos días.
Intentó girar la cabeza para mirarla pero le resultó imposible, estaba tendido boca
abajo y la muchacha se encontraba del lado del ojo que le faltaba. Demasiado trabajo
para él. Cerró el ojo que aún conservaba y soñó recordó el día en que su mujer llegó a su
vida. El día en que su destinó cambió. Ella estaba allí, podía olerla, tocarla, con su pelo
oscuro y sus ojos dorados, iguales a los de su pequeña, suplicando por su vida, rogándole
que la llevara consigo y la pusiera a salvo. Se había echado a reír y le dijo que deberían
ponerla a salvo a ella de él, pero lo miró a los ojos y le dijo que mejor con él que muerta.
Así llegó a su vida aquella joven romana, para cambiarla y hacerlo dejar la vida que lo
había vuelto fiero, insensible, hasta que aquel otro romano llegó con fuego y le arrebató el
regalo que esta le había dejado para que lo consolara por su marcha.

Alzó una mano intentando tocar su regalo pero en ese momento se despertó y
profirió un grito de dolor. Gades, ¿dónde estás?

IV

Gades observaba embelesada, y un poco molesta, como su hermana pequeña se


afanaba en preparar el garo para el romano. Nunca había prestado demasiada atención a las
explicaciones del padre de Claudia cuando intentaba enseñarlas a preparar la salsa. Aunque
por lo visto, y para su sorpresa, la otra sí que había aprendido a hacerlo. Se alegró al saber
que con aquella nueva faena que la bestia había decidido encomendarle, la muchacha
pareciera incluso feliz, y ya ni siquiera recordara el ataque de hacía años, o al menos no lo
nombraba. Al parecer Claudia había desarrollado cierto afecto por el hombre. Un
sentimiento que ella no estaba dispuesta permitir que arraigara en su corazón, donde solo
había lugar para el odio y el aborrecimiento. Sobre todo cuando imágenes de años atrás, en
un día muy concreto, se metían en su mente sin ser llamadas, provocándole dolorosas
punzadas en el corazón por la pérdida que ambas habían sufrido. No pudo evitar recordar
la factoría de garum que sus familias habían compartido en Baelo- Claudia antes de aquel
fatal día donde todo acabó convirtiéndose en alaridos, fuego y sangre. Jamás podría olvidar
como el agua de la orilla de la playa se había teñido de rojo a consecuencia de las heridas
de los muertos. Nunca. Miraba como su hermana mezclaba los ingredientes para preparar la
salsa, compuestos estos de vísceras fermentadas de pescado, considerada por los habitantes
de Roma como un alimento afrodisiaco, solamente consumido por la clase patricia, quien
había hecho enormes encargos del garo al padre de Claudia para importarlos a la gran
ciudad y vendérselo a sus compatriotas romanos de la clase alta. Su padre estaba tan
contento de lo próspero que se había vuelto el negocio que solo tenía alabanzas para estos.
Los mismos que no movieron un dedo ante lo que la bestia les hizo. Los que decidieron no
aplicar la tan afamada justicia romana.

-¿Quieres probar?
-La verdad es que no—negó haciendo un mohín mientras Claudia le acercaba una
cuchara de palo con el contenido del garum.
-Anda pruébalo.
-Ni hablar, no pienso tomar nada que le agrade a ese romano.
-¿Quieres decir a Marco Valerio?—Le preguntó con una sonrisa—. De verdad que
no es tan malvado como crees, al menos a mí no me lo parece.
-Tú no tienes que soportar todos sus caprichos.

Ante lo que significaban aquellas palabras Claudia apartó la vista y retornó a lo que
estaba haciendo. A diferencia de lo que pudiese pensar Gades, ella conocía, como todos en
la villa, en qué consistía la relación que esta mantenía con el domino, y aunque no le
gustaba que su hermana se viera obligada a ello, no podía sentir odio por el romano, había
llegado a tomarle afecto a pesar de las circunstancias.

-A veces pienso que hubiese sido mejor que muriésemos en aquella playa junto con
los demás—le confió la mujer más joven--, sin embargo… doy gracias todos los días a
Juno porque acabáramos aquí, al cuidado del viejo Orseis. Incluido el domino, a pesar de lo
que hizo.

Gades la miró con los ojos entrecerrados al comprender que Claudia era capaz de
estar agradecida por haber acabado siendo esclavas de un romano sin mediar culpa alguna
por su parte. Más aún cuando ellas se pensaban a salvo de cualquier afrenta al ostentar la
condición de ciudadanas romanas en aquella época. Volviendo sus ojos a la salsa que
Claudia había preparado con tanto esmero, tuvo una idea.

-He decidió que quiero probarla.


-¿De verdad?—Le preguntó su hermana desconfiada.
-Ajá.
-¿No me irás a estropear el garo?
-Por supuesto que no—mintió con descaro.
-Mira que hay invitaos a cenar esta noche y el amo puede enojarse mucho si le
estropeamos la fiesta—le advirtió Claudia con una sonrisa pícara.
-No me digas.
-Acudirá Tiberio, el tribuno que estuvo aquí hace unas semanas.
-¿El que quiso que fueras a su cama?--El enojo de Gades era notable.
-El mismo—le respondió la otra sonriente.

Después de probar la salsa en un gesto teatral, señaló a su hermana un trozo de


pescado podrido que había junto con los desperdicios.

-Pues entonces, será mejor que condimentes mejor esta salsa—la aconsejó después
de haberla probado--. Creo que al romano le gustará con más sabor, y no digamos a sus
huéspedes.
Claudia la miró con cara de horror pero una sonrisa que le indicaba que estaba
totalmente de acuerdo con ella

Gades acudió a servir la cena a la bestia y sus amigos como era su


costumbre últimamente. Concretamente desde que accedió, qué otra opción tenía, en
servirle cualquier comida al romano. Se percató de que todos la observaban con
admiración. No es de extrañar, pensó, pierdo más tiempo en estar bien arreglada para el
disfrute de este hombre que en realizar cualquier otra tarea más productiva. Ese día se
había tenido que vestir con una túnica romana más propia de las damas patricias que de una
esclava como ella, a juego con una estola demasiado delicada para su gusto, era pura seda.
Tenía un color verde tan profundo que hacía resaltar el bronceado de sus esbeltos y
torneados brazos así como de su rostro, a juego con unas sandalias de buen cuero curtido, y
por supuesto el amo le había regalado un patagium que la obligaba a usar a pesar de su
protestas, ya que la misión de tales prendas en dicha sociedad no era otra que proclamar la
condición de dama noble de una mujer, muy al contrario que su caso, que además de
plebeya era esclava. La ropa interior, como solo su amo sabía, era del mismo color verde
que la túnica y por eso este le lanzaba ardorosas miradas por encima de la copa de vino.
Ella optó por ignorarlo descaradamente. Mientras servía la cena no pudo evitar prestar
atención a la conversación que el pretor estaba manteniendo con el tribuno Tiberio y Julio,
el actual tribuno de la plebe, por quien por lo visto su amo profesaba una gran admiración.

-…no puedo creer que aún no se haya acabado con ellos.


-En realidad, Marco—Tiberio estaba más pendiente de la puerta de acceso al
comedor que a la conversación, razón por la cual Gades apretó los labios, consciente de que
buscaba a Claudia, gesto que no pasó inadvertido para el dueño de la villa--, tampoco creo
que debamos preocuparnos demasiado. Simplemente son unos esclavos hambrientos.
-La cuestión no es tan sencilla—lo contradijo Julio--, en realidad, pienso que si en
vez de pensar solo en todos los beneficios que se pueden sacar con la explotación de
aquellas tierras, las cuales por cierto son muy ricas, se renunciara a una parte de ellos y se
alimentara y tratara con justicia a los esclavos, tal vez no estaríamos ahora hablando de
dicha revuelta.
-Lo siento Julio, no era consciente de tu bondad hacia semejantes personajes.

Tiberio hablaba con la arrogancia de haber nacido privilegiado. Al ser hijo de una
antigua familia patricia tan rica o más que Marco, donde los privilegios de su clase eran
algo que se daba por sentado, no se había parado a cuestionar que otros no hubiesen sido
tan favorecidos por los dioses como él, aunque lo merecieran, puesto que solo conocía el
caso de su amigo, quien habiendo nacido plebeyo, pero poseedor de tierras gracias al
esfuerzo de su padre, hubiese incrementado su fortuna gracias a su astucia y tenacidad.

-No se trata de bondad—intervino Marco--, sino de sentido común.


-¡Sentido común! Bah, en qué cambiaría darles un trozo de pan y ropas nuevas.

Marco miró a Gades para ver su reacción ante el comentario poco afortunado de
Tiberio. Sonrió ampliamente al ver cuánto le había molestado la forma en que tenía el
tribuno de ver a los esclavos. Es decir, a ella misma.

-Cambiaría el hecho de que se han alzado porque están desesperados.


-Exactamente, Marco—puntualizó Julio--, de no ser así, las palabras de Euno no
hubieran calado tanto. Ahora nos enfrentamos a un grave problema, porque lo que debió
atajarse de inmediato, ya hace más de un año que dura.
-Y no olvidemos que le siguen hombres, mujeres, niños…--suspiró--, si Damófilo
hubiese hecho caso a los consejos que le habíamos dado en cuanto a la crueldad y el trato
inhumano que daba a sus esclavos, tal vez no estaríamos hablando de esto ahora.
-Ciertamente tendríamos un problema menos con el que lidiar.
-¿Damófilo?—Preguntó Tiberio extrañado--. Pensé que la revuelta se había
originado en casa de Antonino.
-Lo cierto es que se originó en casa de Damófilo, por lo visto él y su esposa no se
encontraban en la ciudad de Enna, por lo que los esclavos salieron en su busca y los
llevaron de vuelta. Al parecer padecieron todo tipo de ultrajes y humillaciones antes de
morir.

Después de dicha información Marco se quedó pensando un momento, recordando


que el patricio ajusticiado por sus esclavos tenía una hija.

-¿Qué paso con su hija?—Preguntó pensando en su hermana.


-Por lo visto—continuó Julio--, el trato humano y bondadoso de esta con los
esclavos fue su salvación. La protegieron y la escoltaron hasta llevarla sana y salva con sus
familiares en Catina.
-Por lo tanto—concluyó Marco--, no estamos hablando simplemente de salvajismo
puro y duro.
-Así es, estamos hablando de venganza, incluso podría decirse justicia.
-Solo sé que cuatrocientos esclavos asolaron la ciudad de Enna y desde entonces se
les han unido muchos más—Tiberio estaba disgustado por la defensa de aquella revuelta
que Marco y Julio se empeñaban en justificar--, se trata de una revuelta que ya ha durado
demasiado y a la que no le veo el fin.

Gades empezó a servir la carne junto con el garo, con una sonrisa maliciosa empezó
por Tiberio, a quien obsequió una gran cantidad del mismo, lo que puso en guardia a
Marco.

-¿Has pensado ya en mi oferta, amigo mío?


-¿Qué oferta es esa?—Preguntó Julio intrigado.
-Intento convencer a Marco de que me venda a una esclava que me tiene en
constante estado de excitación—sonrió mirando a Gades como para justificarse. Si Marco
se había obsesionado tanto con ella, ¿por qué no comprendía que él también lo estaba con
la otra hermana?
-Oh.
-Aún no me decido—le respondió el pretor observando a Gades, quien en ese
momento se encontraba sirviéndole a él mismo--, creo que tendré que meditarlo con
detenimiento-- Marco no pensaba deshacerse de Claudia porque le recordaba a su hermana
Julia, pero claro, eso no tenía por qué saberlo nadie. Ni siquiera Tiberio. Mucho menos
ella. Sin embargo a Gades no debió gustarle la respuesta que le dio al tribuno, porque le
volcó a conciencia el plato sobre la túnica inmaculada ante la mirada sorprendida de este y
la sonrisa bailando en la cara de Tiberio. Julio, por su parte, ni siquiera se inmutó. Al darse
cuenta de lo que había hecho y de que Marco no la creería si le decía que había sido un
accidente, lo miró un momento a los ojos antes de echar a correr. Tendría que ocultarse con
esmero para no recibir uno de los ya conocidos castigos del domino.

El pretor apenas si podía creerse lo que había ocurrido. Su túnica nueva. El regalo
que le hiciera Plubio y que la mujer sabía había recibido con tanto cariño y efusión. En
cuanto pudo reaccionar se levantó lentamente y, disculpándose con sus amigos, echó a
correr en pos de la mujer ante la mirada estupefacta de estos y la de complacencia de los
esclavos.

-Creo que me he perdido algo—fue el único comentario que se hizo en la mesa


antes de engullir la carne cubierta con la dichosa salsa.

Gades corría sin resuello no sabiendo donde esconderse. Tenía ganas de


romper a reír al recordar la cara de asombro en el rostro del pretor. Se sentía eufórica por
haberlo dejado pasmado. Corrió a ocultarse al jardín con la esperanza de que no la
encontrara, pero dándole completamente igual que lo hiciera. No sabía por qué pero se
sentía segura después de unas semanas en las que la bestia no la maltrataba a pesar de sus
comentarios y pullas. Sentándose detrás de un pequeño árbol esperó a que el romano
apareciese tras ella.

Y así sucedió. A los pocos minutos el hombre ya le había dado alcance, pero en vez
de zarandearla o gritarle, se sentó a su lado con una sonrisa en su amplia y carnosa boca,
provocando que su corazón latiera desbocado con un anhelo que ya reconocía como
lujuria, y que se apoderara de su sexo con una fuerza que la consumía, síntoma de que
estaba preparada para lo que podría avecinarse.

-Espero que me cuentes tu secreto—le pidió con un tono meloso mientras le


acariciaba un mechón de cabello suelto tras la carrera. El mismo que usaba desde hacía
algunas noches cuando le hablaba.
-¿Yo?—le preguntó sonriente y sin apenas poder respirar--, pero señor, a los
esclavos no se nos permite siquiera tener secretos.
-Vamos esclava, me he dado cuenta de que algo tramabas—A Marco le gustaba
cuando no discutían o se peleaban. Sin embargo se obligaba a usar dicho apelativo para
recordarse quién era la persona que le quitaba el sueño cada noche. No era su esposa, no era
una mujer libre, era su esclava, sus deseos sexuales satisfechos.
-Déjeme pensar domino—Gades se daba cuenta de que aquella relación que
mantenían había transcendido últimamente el plano de lo sexual. Y le gustaba esa
sensación, aunque le disgustaba tener que seguir siendo una esclava sin control alguno
sobre su vida o sus emociones. Y le disgustaba que fuese la bestia quien despertara tales
sensaciones.
-¿Los esclavos pueden pensar?—Le preguntó volviendo las tornas.

Gades lo miró ceñuda para después sonreír. El amo estaba de broma, se notaba por
la mirada pícara que le dirigía.

-No tramaba nada, domino-- Si creía que le iba a decir lo del condimento especial
de la salsa, iba listo.
-Vamos, he visto tu expresión cuando servías a Tiberio—mientras le decía esto la
sentó de forma repentina sobre su regazo, tomándola por sorpresa y manchándole la
delicada túnica verde con el estropicio que ella había hecho con la suya propia--. ¿Me vas a
decir a qué se debía esa maliciosa sonrisa? Tal se deba al hecho de que has estropeado mi
túnica nueva.

Gades no pudo evitar sonrojarse.

-Eso ha sido un accidente, lo prometo.


-Vaya, promesas.

Le mordisqueó la oreja para distraerlo mientras le hablaba de lo que verdaderamente


le interesaba.

-Estaba escuchándolos hablar de los esclavos y del trato a estos y pensé… pensé que
ya que nos llevamos tan bien—necesitaba valor para pedir aquello, y qué mejor momento
que ese en el que la bestia estaba de tan buen humor. Él pensaba que había cometido alguna
falta y por eso sonreía, ella le daría la vuelta a aquel pensamiento para impresionarlo y, si
así, conseguía la libertad, mejor que mejor--, podría recibir el regalo de la manumisión por
mis servicios.

A Marco se le borró todo rastro de sonrisa de su endiabladamente apuesta cara.


Circunstancia que era visible a cualquiera que lo conociera un poco. ¿Manumisión había
dicho? ¡Ja! Ni pensarlo. ¿De verdad creía que iba a liberarla? Seguramente conocía que
hacía años había manumitido a Orseis, convirtiéndolo en un liberto y pensaba conseguir el
mismo trato. Ya le extrañaba tanto mimo y tantas sonrisas.

-Tengo entendido que—Gades llegaría hasta el final. Estaba convencida de que se


había ganado el derecho a la libertad, y la contrariedad en el rostro de él no hacía sino
empujarla a seguir con aquello. Por todo lo que era sagrado que lo haría--, un esclavo, por
afecto, favores prestados, méritos, cualidades personales o, simplemente, por buena
voluntad del propietario, puede convertirse en liberto e incluso ser aceptado e incorporado a
la alta sociedad romana.
-Y tú crees ¿tener mi afecto, alguna cualidad personal, algún mérito, o haberme
prestado un gran favor como para que lo considere siquiera?

En la voz del hombre había puro sarcasmo.

-Sinceramente creía que mis favores los teníais en gran estima—explotó molesta.
Por la actitud del romano podía ver que había fracasado en su intento de
convencerlo de que la libertara. Nos es que ella pensara que iba a ser fácil, pero al menos
no creía que se mofaría de esa manera de sus ansias de libertad. Tendría que haberle
cortado el cuello el día que lo intentó. No fallaría una segunda vez.

-Tus favores como los llamas—le dijo acercando su rostro al suyo--, no son tales
puesto que eres mía por derecho y puedo obtenerlos con o sin tu colaboración.

Lo miró indignada. Lo mataría en ese preciso instante si tuviera la fuerza necesaria


para ello. Maldito y mil veces maldito romano. Lo golpeó en la cara tan fuerte que temió
haberse fracturado su pequeña y callosa mano. Marco la miró con furia. No le gustaba que
le golpeara ninguna mujer porque él no las golpeaba a ellas. Menos aún que una simple
esclava pensara que tuviese tal poder sobre él que osara siquiera intentarlo. Ya una vez le
cortó la garganta y no le dio el castigo merecido, una segunda vez no iba a tolerarlo. La
colocó debajo de él para darle un beso cargado de la ira que sentía. Le hizo abrir la boca a
pesar de que ella se empeñara en cerrarla y le mordió el labio superior provocándole un
agudo dolor. A continuación sintió el sabor salado de la sangre, por lo que intentó contener
su rabia. Pese a todo ella no se lo iba a permitir. Gades le tomó por el pelo hundiendo sus
manos en él, lo acercó más a ella y le devolvió el beso con la misma furia, infringiéndole en
su carnosa boca la misma herida que él le había hecho a ella.

Marco se apartó un poco para mirarla a los ojos, los cuales desprendían unos
destellos verdes que él asoció con el deseo. Cada vez que la mujer ardía en deseos por él,
sus ojos brillaban con ese peculiar tono de verde dorado.

-¡Patrono!

Orseis lo llamaba desde el atrio esperando una respuesta. Era tan conocida la
tormentosa relación que mantenía con aquella esclava hispana que nadie osaba
interrumpirlos cuando estaban juntos.

-¡Marco!

Al ver que el hombre insistía soltó a Gades y la dejó sola en el jardín para salir al
encuentro de Orseis quien se frotaba las manos una y otra vez en señal de total
abatimiento. Lo miró con mala cara por interrumpirlo pero le hizo un gesto para que
hablara.

-El tribuno Tiberio y el tribuno Julio se encuentran muy mal. No sé qué debo hacer.
-¿Qué se encuentran mal, dices?—Preguntó alzando la voz.
-Dicen que siente un fuerte dolor en las tripas—le explicó el liberto--. Qué es como
si les estuvieran ardiendo y necesitan constantemente ir a hacer sus necesidades, no paran
de sudar y tener escalofríos. Debe ser que algo les ha sentado mal porque no veo que tú
tengas indicios de afectarte el mismo mal.

Marco miró detenidamente a Gades que había abierto los ojos como platos y parecía
asustada. Entrecerró los suyos y adivinó lo que podría haber ocurrido. Demasiado ansiosa
por servir a Tiberio, quien pretendía arrebatarle a su hermana. Demasiado sonriente,
demasiado complaciente. De inmediato intuyó lo que había ocurrido.
Maldita mujer.

-No me afecta porque no he cenado aún. ¿Quién ha preparado la cena?—Ladró.


-Yo no…
-¡Orseis!--Al ver que el anciano no hacía intentos de contestar a su pregunta decidió
que ya tenía una respuesta. ¿A quién protegía constantemente el hombre? ¿Quién se había
ofrecido a preparar aquella codiciada salsa? ¡Claudia! Y con total seguridad tenía una
cómplice. Quien lo hubiese dicho, la dulce Claudia metida en aquellos manejos. Sin poder
evitarlo su mente volvió hacia Gades, quien en aquel momento salía del jardín con un
fingido gesto de suficiencia en su bello rostro, por lo que Marco maldijo a los dioses por
aquella mujer y por haberla puesto en su camino, tomándola del brazo la arrastró hacia su
dormitorio, donde pensaba tener una seria conversación con ella.

-Orseis tráeme a la otra—gritó desde el pasillo que conducía a su dormitorio.

-Me vas a decir ahora mismo que es lo que habéis echado en la comida.

Su voz era tan calma que Claudia se echó a llorar. Ese era el temido soldado
romano. El que impartía las órdenes aquella noche en Baelo-Claudia. El que Gades
recordaba y al que había olvidado inundada por sus besos y caricias.

-No hubo intención de hacer daño—se excusaba Claudia--. Lo habíamos tomado


como una pequeña broma.
-¡Una broma!--Exclamó furioso e indignado provocando que la joven se encogiera
de puro terror--. Tu pequeña broma tiene postrado a mis dos amigos en cama. Dos valiosos
hombres que estaban invitados en mi casa. ¿Esa se supone que es la hospitalidad que debo
darles?
-No fue idea de Claudia—intervino Gades en vista de que Marco la había tomado
con la más joven.
-Tú no intervengas—la amenazó--, de ti me encargaré más tarde.
-De verdad os pido mil perdones, domino—sollozaba la joven arrodillándose a sus
pies mientras su hermana mayor intentaba obligarla a ponerse de pie--. No lo volveré a
hacer. Os lo juro que no volverá a suceder.

Marco acarició aquella cabeza dorada que estaba a sus pies y por quien había
empezado sentir verdadero afecto.

-Esto no va a volver a pasar.


-De verdad que no—se apresuró a decir la muchacha.
-No va a volver a ocurrir porque mañana mismo serás vendida a Tiberio.
-¡No puedes…-- Gades no se atrevió a continuar cuando vio la fiera determinación
en su rostro. Aquel acto inconsciente iba a separarlas. Tenía que conseguir que la bestia no
vendiera a su hermana al tribuno, quien desde un primer momento había dejado claras sus
intenciones con ella.
-Tus propios actos han sellado tu destino Claudia—le dijo a esta sin mirar a
Gades--, mi amigo puede pedir una compensación o que le seas entregada. En vista de la
atracción que pareces ejercer sobre él, opto por lo segundo. Así que considérate de su
propiedad.
-Por favor no… --suplicaba una y otra vez entre sollozos.

Gades miró a Marco y volvió a ver al hombre de hacía tantos años, aquel soldado
romano que con una sola orden consiguió masacrar la ciudad y a su familia con ella sin que
nadie le hubiese pedido cuentas por ello. Y ahora pretendía separarla de Claudia para
castigarla… ¿qué peor castigo que ese?

-Puedo atenderlo como quiera, iré a su cama de buen grado, le cuidaré mientras se
recupera…--gimoteaba la joven--, pero no me separe de Gades, amo.
-Será Tiberio quien decidirá si te quedas o te vas.

Diciendo esto se volvió hacia Gades.

-Y tú, mantén la boca cerrada y no armes alboroto si no quieres ser la siguiente.


Pero no te venderé a Julio o Tiberio, los cuales son hombres de honor, serás vendida a
Cornelio—ante estas palabras Gades se estremeció--, y conocerás de primera mano lo que
es la crueldad.
-Por favor, domino—suplicó Gades arrodillándose a sus pies--, haré cualquier cosa
que me pida, pero no venda a Claudia—aquel gesto fue lo más humillante que se había
visto obligada a hacer desde el regreso del romano. Rebajarse, suplicarle, llorarle. Pero todo
merecía la pena sin conseguía que Claudia permaneciera junto a ella.

Marco contemplo como Gades empezó a besarle los pies a la vez que sentía sus
lágrimas. Verdaderamente parecía asustada, pero no por ella, sino por su hermana. Para su
propia sorpresa verla tan abatida, hundida y humillada, no consiguió aligerar su enfado sino
todo lo contrario. Se sintió ruin y cruel. Se sintió parecido a Damófilo, a quien había estado
criticando momentos antes en la mesa. Él no quería convertirse en otro Damófilo, pero
tampoco podía permitir tales actos por parte de sus esclavos. Miró hacia el suelo para ver a
dos mujeres cabizbajas y de rodillas a sus pies llorar desconsoladas por lo que el decidiera
hacer con sus vidas. Cerró los ojos con fuerza. Él no era como Damófilo se repitió una y
otra vez. No lo era. No lo era. Esta esclava lo estaba volviendo loco y eso era todo. Él no
quería hacer daño a Claudia, la pequeña le recordaba a Julia, y Julia era sagrada para él.

-Poneos en pie—ordenó--, por esta vez no tomaré ninguna decisión precipitada de la


que pueda luego arrepentirme—al decir esto miró directamente a Gades--, aunque queda
pendiente vuestro castigo. Por lo pronto tú ocúpate de que Tiberio se recupere bien—le dijo
a Claudia--, si quieres meterte en su cama o no es tu decisión.

Se marchó de allí dejando a ambas mujeres solas. Aliviadas porque la bestia no


hubiese actuado cruelmente contra ellas. Agradeciendo su buena fortuna. Claudia se
marchó en dirección al dormitorio de Tiberio sin pronunciar palabra y Gades se sentó en la
cama de la bestia, secándose las lágrimas e intentando comprender el motivo por el que el
amo había cambiado de idea.
Ella hubiese esperado lo peor de la bestia.

Gades había ido a la bodega en busca de una botella de vino de la cosecha anterior,
a petición de Orseis, quien la había enviado lejos de él porque estaba harto de verla con
malas caras. Transcurrido ya un día entero desde el incidente del garum, ninguno de los
romanos quiso volver a oír hablar nada acerca de la dichosa y afamada salsa, cosa que ella
agradecía porque cuanto menos se hablara de esta, menos posibilidades de recordar lo
sucedido. Por otro lado Claudia, cumpliendo órdenes de Marco, había atendido al tribuno
Tiberio en lo que este necesitó, pero el pobre había estado tan enfermo, con vómitos, y
haciendo de vientre tan a menudo, que no le habían quedado tiempo ni ganas para la
seducción: y al parecer dicho estado de convalecencia parecía divertir a su hermana.

Al salir de la bodega y dirigirse al atrio donde el griego la esperaba con la botella, se


topó con un nuevo romano al que no conocía. Gades se fijó en que era extraordinariamente
apuesto, con el pelo bruñido por el sol y cortado al estilo de Roma. Vestía una túnica blanca
inmaculada rodeada en el talle por un cinturón. La túnica le llegaba hasta el muslo, a
diferencia de a su amo, el cual la llevaba hasta la rodilla, confiriéndole un aspecto más
varonil. Su capa era de color borgoña, y por el aspecto de sus ropas y sus gestos parecía que
este romano era rico. Sin lugar a dudas no era un pobre plebeyo.

El hombre, por su parte, se detuvo al verla: observándola como quien hubiese visto
un fantasma. Ella lo observó a su vez intentando adivinar de quien se trataba ahora, puesto
que desde el retorno del amo las visitas no parecían acabar nunca, y lo que percibió no le
gustó. No le gustó nada. Gades hubiese jurado que aquel no era una buena persona. El
rictus de su perfilada boca denotaba una maldad constante. Intentó pasar por delante de él
inclinando la cabeza en señal de sumisión, asustada porque la entretuviera, temerosa de
quedarse a solas con aquel desconocido.

-Espera—le ordenó agarrándola del brazo.

Gades se detuvo por miedo a que Marco pudiera enterarse de que había incomodado
de alguna forma a otro de sus invitados y cumpliera la amenaza de vender a su hermana y a
ella misma.

-¿Desea usted algo?—le preguntó sin alzar la mirada.


-Mírame un momento.

Lentamente alzó la mirada para enfrentar al romano y pudo ver el color de los ojos
de este. Ojos de color azul inyectados en sangre que le provocaron un estremecimiento de
terror. El hombre parecía incrédulo. Algo que había visto en ella lo tenía sobresaltado y por
eso dudó un momento en decidir cómo debía comportarse ante él.

-¿Eres nueva aquí?

Pensó que el romano parecía demasiado interesado en una simple esclava como ella
y oró porque no quisiera llevarla también a su lecho.

-No señor.
-¿Desde cuándo llevas en esta casa como esclava?

Tragó saliva ante la insistencia de este nuevo intruso en su penosa existencia. No


sabía si debía responder a sus preguntas tan directas, pero decidió que no le quedaba más
remedio que hacerlo si no quería que este se quejara al pretor.

-Desde hace cinco años.


-¿Siempre has sido esclava?
La miraba como si estuviese analizando algo. ¿Por qué necesitaría saber cómo había
llegado a ser esclava si su condición no tenía remedio? No Gades, se intentó dar ánimos,
esto solo será temporal, hasta que él venga a liberarte. A ti y a Claudia. Algún día.

-No señor, fui hecha esclava y enviada a esta casa al mismo tiempo.

El romano la miraba con los ojos entrecerrados mientras murmuraba algo para sí.
Podría decirse que estaba espantado.

-Increíble—le dijo--, ¿cuántos años tienes?, ¿eras ciudadana romana antes de te


convirtieras en esclava de Marco?
-Casi veinte—la ira por su esclavitud hizo acto de presencia sin que apenas pudiera
controlarla--, y sí, lo era. Vivía en Baelo-Claudia, soy hispana.

El hombre enmudeció, aunque logró reponerse de inmediato.

-Tu madre, ¿cómo se llamaba?

A Gades dicha pregunta la pilló desprevenida pero no se sorprendió. Esos romanos


adinerados eran muy extraños con sus deseos.

-Servilia y mi padre Tir… Tirso. ¿Alguna pregunta más?—Se puso nerviosa al


darse cuenta que había estado a punto de revelar el nombre de su padre a ese maldito
romano. Aun así, no pudo evitar sonar desafiante, no le agradaba el hombre, mucho menos
que la interrogara acerca de la vida que había perdido, pero sobre todo desconfiaba de sus
intenciones.
-La verdad es que…
-¡Gades--La llamó Orseis a gritos--, corre a llevarle el vino al domino y no le hagas
esperar!
-Enseguida—salió corriendo en dirección al cuarto de la bestia con la vasija en las
manos cuidando de no caer y romperla en mil pedazos.
Cornelio se volvió hacia Orseis con desprecio. Nunca entendió por qué ese plebeyo
había tenido que manumitir al viejo griego. Lo mejor hubiera sido mantenerlo como
esclavo y ahorrarse un salario.

-Esa esclava—le preguntó al hombre como quien se cree superior a todos los
demás--, ¿es muy querida aquí?
-¿Por qué lo preguntáis señor?
-Simple curiosidad. Aunque es extraño.
-No veo en qué, Señor. — Orseis estaba irritado por el interrogatorio en lo referente
a la joven, y no lo aliviaba el hecho de que su patrono hubiese amenazado con vendérsela
precisamente a ese hombre cruel al que él conocía tan bien.
-Las ropas que lleva son las que llevaría una dama romana y no una simple esclava.
-Cualquier pregunta que tengáis sobre Gades—el viejo se dio cuenta de pronto que
había cometido una imprudencia al revelarle el nombre de la mujer a ese tirano--, debéis
hacérselas al patrono.
-Muy bien.

Cornelio dijo esto como si en realidad no le interesara saber más acerca de la joven,
aunque lo cierto era que estaba fuera de sí de júbilo. No podía creerse su suerte. En realidad
los dioses le sonreían. Casi podía dar brincos de alegría. Así que Servilia había sobrevivido
y engendrado una hija. Nada menos que con ese pirata de origen fenicio. A quien un
conocido suyo había tenido en su poder hasta hacía poco tiempo--. En realidad he venido a
interesarme por la salud de mi homónimo Julio, el tribuno de la plebe-- Esperó a que el
viejo se negara a conducirlo hasta donde se encontraba el hombre, sin embargo el griego
era más astuto por edad que este, ya que seguramente Cornelio había estado buscando
alguna excusa con la que descargarle algún golpe a sus ajados huesos.

-Seguidme por favor—le indicó Orseis--, después informaré al pretor de vuestra


inesperada visita.

El hombre más joven miró al anciano despectivamente ante el recordatorio del


elevado cargo en las magistraturas que ostentaba alguien de tan baja condición como
Marco, y el vilicus decidió que el dueño de la villa tenía que conocer el interés que había
mostrado su enemigo por Gades.

Cuando Cornelio regresó a su casa decidió que tenía que hacer partícipe a alguien
de su descubrimiento, por lo que redactó una carta y pidió que la enviasen cuanto antes a
Roma. Todo el tiempo que duró su visita al Tribuno Julio estuvo más que distraído
pensando en la joven esclava con la que los dioses habían querido que se encontrara. Así
que Servilia había sobrevivido después de todo al naufragio. Eso sí que era toda una
noticia. ¡Cuando su madre lo descubriera! Y esa esclava llamada Gades había dicho que
era hija de Tirso, no, seguramente su padre fuese Tiro, el mismo que supuestamente
masacró a la familia de Marco Valerio, ese plebeyo venido a más. Debía de ser ese el
motivo por el que la joven dudó y cambió el nombre en el último momento. Con toda
probabilidad el pretor desconocía a quien tenía en su casa. A su merced. Así sí que cobraba
la historia más sentido. Gades, Gadir, un nombre fenicio que significaba muralla, muro,
pared, y que estos habían utilizado para llamar a una ciudad. Demasiadas coincidencias, la
edad de la mujer, curiosamente veinte años, cuando hacía casi veintiuno que dieron por
muerta a su prima en ese naufragio. Y Tiro, ese pirata fenicio, del que no volvieron a tener
noticias en más de veinte años, claro si no se tenía en cuenta la masacre de la familia de
Marco hacía seis. Según Damófilo había capturado al fenicio hacía casi cinco años,
viajando en una nave cerca de la costa Siciliana, tomándolo como prisionero y
esclavizándolo para obligarlo a ejercer de gladiador en sus fiestas privadas. No pudo evitar
soltar una carcajada. Vaya, vaya, ni su oponente conocía el paradero de su enemigo más
acérrimo, ni el otro era consciente de que su hija estaba en manos del hombre que había
jurado matarlo. Tenía que actuar con inteligencia. Debía observar, observar y conseguir
información, ¿qué significaría la nieta de su tío Plubio para el plebeyo? Desde luego había
algún tipo de interés puesto que las demás esclavas no vestían como lo hacía ella. ¿Sabría
Marco quién era? No, de ser así su tío lo sabría. Entonces… aquello solo podía significar
que la había tomado como amante. Eso era lo que tendría que confirmar. Y por otro lado,
¿debería dar con ese asesino para hacerle saber que su hija era la esclava de quien arrasó su
hogar y que cobrara venganza? Y lo más importante de todo, cómo reaccionaría Marco si
llegara a saber que Tiro había estado todos estos años esclavizado por Damófilo en Enna,
curiosamente donde se había producido el alzamiento de esclavos hacía más de un año. Lo
más divertido sería ver la reacción de su madre ante tales descubrimientos.

VI

Estaba haciendo girones la última de las finas prendas que la maldita bestia, amo,
domino o como quiera que lo llamara, le había regalado. Desde el día del incidente del
garum habían transcurrido varias semanas. La bestia se había ido cuando sus amigos se
recobraron lo suficiente para emprender la marcha y había retornado la noche anterior. Con
un regalo muy especial para ella. ¡Maldito y mil veces maldito! Cada vez que recordaba lo
que le había dado y obligaba a llevar se enfurecía todavía más.

-Gades no creo que debas hacer eso—Claudia intentó detenerla.


-Ni se te ocurra o no respondo.
-Lo hago por tu bien—le dijo la mujer más joven mientras intentaba quitarle la daga
enjoyada que su hermana llevaba desde hacía días escondida en el muslo.
-Sé que no te gusta ese colgante pero no pienses en ello o te volverás loca.

Claudia se desesperó temiendo que Marco se volviese a enfurecer como el día que
enfermaron sus invitados por su culpa. Le había costado mucho esfuerzo volver a ganarse
la confianza del amo, había ido a pedirle disculpas sin que su hermana lo supiera y, por
fortuna, este la perdonó. Incluso la regaño como si verdaderamente la apreciara y no fuese
una esclava más allí, una cosa a la que poner o quitar de cualquier sitio. Y no quería perder
su cariño. Era consciente de que a diferencia de la lujuria que sentía por Gades, por ella
sentía verdadero afecto, y eso la mortificaba pero le daba motivos para levantarse cada
mañana, sabiendo que algún día Marco le concedería la libertad, aunque aún no hubiese
llegado el momento de pedírsela. Era consciente de que su comportamiento era egoísta,
pero confiaba en poder llevarse de allí a Gades cuando fuese libre, ella aún soñaba que su
padre las liberaría pero Claudia estaba segura de que había muerto al igual que sus padres.
No quería pensar en ellos, ella, a pesar de ser la más joven, era la más práctica de las dos, y
no quería que su hermana echara a perder sus planes de libertad a largo plazo por su
impulsivo temperamento.

-¿A ti te gustaría?—le preguntó la más mayor volviéndose a la joven y enseñándole


el motivo de su furia—. Porque no veo que te hayan traído uno.

Se quitó el colgante de un tirón y se lo enseñó a su hermana pequeña leyéndole en


alto la odiada inscripción: Servir con fidelidad. Ese era el regalo que el amo le había dado
la noche anterior cuando la llamó a su presencia. En una piedra de mármol blanco
perfectamente tallada, había escrito dicho mensaje, y ni corto ni perezoso se lo puso
alrededor del cuello con una tira de cuero y le ordenó que no olvidara jamás a quien
pertenecía, que nunca se quitara el colgante. Después le regaló esa prenda de fina seda
blanca para que lo usara mientras le servía la cena. La misma que estaba destrozando en
aquel momento. Pero lo más sorprendente fue que esa noche no la tocó. Se limitó a
observarla e incluso quiso que se sentara junto a él a relatarle cosas de su niñez, como si
fuese lo más normal de mundo. Y no sabía el motivo, pero desde su regreso, su indiferencia
hacia ella la había hecho ponerse furiosa y triste a la vez. Se decía que debía estar feliz
porque la lujuria del romano se hubiese calmado, quizás incluso saciado con alguna otra
mujer donde quiera que hubiese estado, pese a todo, añoraba el contacto de su cuerpo.
Aunque moriría antes que confesarlo ante ninguna otra persona.

-Por supuesto que no me gusta que lo lleves tú, pero no hay más remedio que
aceptar lo que somos.
-¿Lo que somos por obra de quién? ¿Olvidas quien ordenó matar a tus padres?

Gades supo que había ido demasiado lejos en su furia y había hecho daño a Claudia
en el mismo instante de pronunciar dichas palabras.

-Solo quería que no te buscaras más problemas—le dijo su hermana saliendo de allí
con lágrimas en los ojos.

-¡Por los dioses Claudia!-- exclamó cuando la otra se hubo marchado—. No quise
hacerte daño. Ya sé que no debería hacerlo pero…--rasgó el último trozo de seda en dos
pedazos y se sentó en el suelo contemplando su obra. ¿Qué es lo que había conseguido
con su actitud? Nada. Destrozar una bonita túnica y atormentar a Claudia.

-Para saber que no debes hacerlo no veo que hayas decidido cejar en tu empeño.

Aquella voz. Alzó la vista sobresaltada y miró hacia la puerta.


Era Cornelio otra vez.
Desde el día en que se cruzase con él saliendo de la bodega se lo había encontrado
un par de veces más, aunque dejó de ir a la villa cuando supo que el pretor se había
marchado. Por lo visto ya se había enterado de su regreso porque allí estaba otra vez. No le
gustaba. No sabía la razón, pero no le gustaba. Todos hablaban barbaridades del trato que le
daba a los esclavos, incluso Claudia parecía temerle y se escondía cuando se enteraba de
que andaba por el lugar. Ella no podía decir lo mismo. A Gades la trataba con cortesía e
interés mal disimulado y eso le resultaba de lo más extraño. A pesar de ello no le gustaba.

-Señor.
-No te preocupes, no pienso delatarte—le dijo con una sonrisa mientras dirigía su
vista a la mano con la que Gades sostenía su pequeña daga.

Ella ocultó la mano tras de su espalda y Cornelio no pudo evitar esbozar una mueca
de complacencia.

-Puedes quedart…
-¿Qué haces aquí?—La pregunta no podía ser de otra persona que de la bestia, y
ella deseó que fuesen ciertas las palabras del romano y no dijese nada de su pequeño
juguete. Ante ellos apareció Marco con el semblante serio y la mirada clavada en Gades,
quien no dudó en bajar la cabeza ante el amasijo de jirones de telas que había a su
alrededor.
-Querido Marco Valerio—lo saludó el otro echándole una mano por el hombro en
absoluta camaradería, mientras lo urgía a salir de allí y seguirlo por el jardín—. Te traigo
noticias de mi querido tío Plubio. El romano no pudo hacer otra cosa sino prestarle atención
a su odiado vecino y seguirle la corriente, aunque no le había gustado encontrárselo junto a
la mujer. Ni un pelo. Aun así disimuló su enfado y lo siguió hacia donde quiera que
quisiera llevarlo.

Mientras los dos hombres se marchaban el pretor se giró en el último momento para
contemplar el desastre en el que estaba inmersa Gades sin que Cornelio se diera cuenta, o si
se dio fingió no hacerlo, pero en vez de volverse hacia ella para gritarle y sermonearle, le
guiñó un ojo con una sonrisa que la dejó desconcertada.

Ya tenía lo que quería. Había descubierto el interés que ese maldito plebeyo
profesaba a la mujer. Sedas, collares, eso solo indicaba que su inclinación por ella no era
puramente sexual, y por supuesto era una carta que no pensaba desaprovechar. Ese estúpido
de Marco le había advertido que se mantuviese apartado de esa esclava en concreto, y con
ello le había dicho muchas cosas porque era la primera vez que hacía algo así. Cuando su
tío descubriese la verdad… No pudo evitar sonreír ante lo que estaba por llegar. Su nieta, la
única descendiente de su querida y amada Servilia, la esclava sexual de su pupilo. ¡Ja!
Claro que quien se personaría como el héroe que la había encontrado y salvado de las
sucias garras del hombre no era otro que él mismo, además de hacer conocedor a su tío de
que no podía otorgarse honor alguno a un plebeyo que había actuado tan deslealmente con
su mentor. Por si fuese poco todo lo que estaba ocurriendo, su prima había encontrado el
regalo que le dejó como al descuido un día en su dormitorio, y por lo visto había estado
haciendo buen uso de él. Al parecer no había cuestionado de quien pudiera ser el regalo y
se lo había agenciado sin ningún pudor. Solo esperaba que lo utilizara contra alguna
persona con la misma intensidad con la que destrozaba aquella prenda.
¡¡Con qué furia rajaba la costosa tela!!

Sin duda aquello iba a resultar muy interesante.

-Más fuerte.
Gades frotó con toda la fuerza de la que fue capaz la espalda de aquel estúpido.
-¿Eso es todo lo que puedes hacer?—Se burló Marco para hacerla enfurecer todavía
más—. Entonces creo que tendré que buscarme a otra para que me atienda, tú cada vez
estás más torpe.

Lo cierto es que incluso había tenido que ocultar una mueca de dolor ante la brutal
refriega que le estaba dando en el baño pero quería encolerizarla. Desde que le puso el
colgante su esclava había estado murmurando entre dientes y taciturna. Lanzándole miradas
cargadas de promesas, pero unas promesas nada placenteras. Por eso, cuando empezó a
frotarle la espalda con gestos nada delicados decidió enfurecerla.

-Como si no lo hubieses hecho ya—murmuró por lo bajo llena de rencor.


-¿De qué hablas?—Le preguntó el hombre un poco desconcertado tras lo que se
podía apreciar de aquella frase, a la vez que se tragaba un quejido frente a lo que parecía un
baño donde le estuviesen rasgando la piel.
-Nada domino, solo decía que el baño ya está.

Marco giró un momento la cabeza para ver su expresión ya que estaba a su espalda,
pero lo único que alcanzó a ver fue el nacimiento de los pechos de esta, donde descansaba
el pequeño objeto que había despertado aquel huracán de emociones. Desde su regreso
apenas hacía dos noches había intentado mantener sus manos apartadas de la mujer, quería
controlar aquella parte de su anatomía que parecía cobrar vida cuando la tenía cerca. Quería
demostrarse así mismo que podía controlar aquel deseo que parecía adueñarse de su ser
cuando la veía, empero estaba siendo toda una tortura porque en vez de enfriarse este iba en
aumento, es más, estaba convencido de que un hombre podría explotar de deseo
insatisfecho: más aún cuando ya no solo despertaba sus ansias de tocarla el contemplar su
cuerpo o su expresivo rostro, o aquellos ojos de leona que lo hacían arder. Para su
desconsuelo en ese breve tiempo de abstinencia había llegado a verse contemplando
embelesado cada gesto que esta hacía de forma inconsciente. El humedecerse el grueso
labio superior, apretar los dientes cuando la llamaba esclava, el brillo de sus ojos cuando
sonreía a pesar de no querer hacerlo. El anhelo con el que lo contemplaba a veces como
esperando que se le acercara y la tomara allí mismo… Incluso se había visto conversando
con ella como si la estuviese cortejando, como si fuese su igual. Y de todo ello había
hablado con su mentor. Le había pedido consejo sobre cómo enfrentar aquella especie de
sentimiento que había empezado a profesarle a su esclava, aunque el hombre lo único que
le había preguntado es si no se estaría enamorando. Marco se carcajeó ante tal sugerencia
pero en el fondo de su corazón estaba aterrado, por eso se había autoimpuesto aquel
calvario de no tocarla. Y por eso le había comprado el collar, para obligarse a recordar y a
recordarle a ella, quienes eran cada uno y qué lugar ocupaban en el mundo. Y ahora
aquella mujer que lo volvía loco daba muestras de estar celosa, si no ¿a qué su pregunta?
-Te he oído perfectamente—la pinchó.
-Por supuesto, he dicho que he terminado.
-¿Temes que te haya sustituido en mi cama por otra?—le preguntó de la forma más
arrogante que Gades le hubiese oído nunca, por eso no pudo contenerse. Primero aquel
maldito colgante que la humillaba sobremanera y ahora aquella indiferencia.
-¡Ay!

El tirón que Gades le había dado en el pelo le había hecho derramar lágrimas de
dolor. Se llevó las manos a la cabeza para que lo soltara pero solo consiguió que ella se
aferrara más a su negra y espesa cabellera por lo que la tiró dentro del baño para que lo
soltara empapándola con aquel acto infantil.

-Ha sido sin querer—se apresuró a decir ella bajando la vista para que el amo no
pudiera ver su cara de satisfacción por el dolor que le había causado, temiendo un nuevo
castigo; aunque a decir verdad, si echaba la vista atrás tenía que reconocer que nunca la
había castigado físicamente. Por eso se había vuelto cada vez más audaz.
-¿De verdad?
-Por supuesto, domino.
-Cómo dudarlo esclava, si debes servirme con fidelidad.

Gades alzó la vista al escuchar la frase inscrita en su colgante, pero al ver la cara
risueña del pretor toda su furia se esfumó como por arte de magia y no pudo sino
devolverle la sonrisa.

Y aquello fue demasiado para ambos. Se vieron mojados, juntos, uno desnudo, la
otra vestida con una tosca túnica, mirándose y sonriendo: y algo cambió. El ambiente se
volvió más liviano, más agradable. Ella se sintió libre y el sintió que ella no era su esclava.
Solo una mujer que le gustaba, que lo deseaba como un hombre a una mujer. Que lo hacía
sentirse vivo.

-Marco acaba de llegar el censor Plubio y desea verte.

La interrupción de Orseis rompió la magia de aquel momento.

-Dice que es urgente.

Insistió el anciano al ver que ni el patrono hacía movimiento alguno por salir de su
baño mientras seguía contemplando sonriendo a Gades, ni esta parecía sentirse incómoda ni
molesta por haber sido arrastrada vestida junto a él.

-Le diré que tardarás un poco—murmuró el viejo griego antes de marcharse de allí
con cara de asombro en el rostro.

Cuando se hubo marchado se levantó con toda su esplendorosa desnudez y dirigió


una mano hacia ella, invitándola, y no ordenándole, a salir del agua juntos. Por primera vez
Gades sintió que tenía poder para negarse si quería, sin embargo no quería hacerlo, por lo
que tomó su mano y lo siguió hacia su habitación, donde se entregó a él con toda el ansia y
el deseo que llevaba guardados desde su regreso.

VII

Marco salió al encuentro del censor con los brazos extendidos en señal de
bienvenida. Su expresión se suavizó en cuanto vio al hombre mayor a quien quería como a
un padre y que lo había ayudado en su carrera hasta llegar a ser pretor, aunque, lo que
ansiaba en realidad, era ser cónsul. Desde siempre atendía a los sabios consejos de Plubio,
quien ostentaba la magistratura desde que podía recordar y que no había dudado en
ayudarle pese a su origen plebeyo. A pesar de las protestas de su único sobrino por quien
Marco profesaba una especial inquina mal disimulada.

-Te pido disculpas por no haberte avisado de mi llegada, ha sido un tanto repentina.

La congoja del hombre era realmente sincera.

-De no tratarse de un asunto urgente hubiese esperado hasta que finalizases tu


descanso y regresaras a Roma. Ya sé que el alzamiento de los esclavos absorbe la mayor
parte de tu tiempo, y que el poco que te resta, lo utilizas para refugiarte aquí, pero...—
Plubio se ruborizó--, es un asunto personal el que me trae a tu casa en busca de ayuda.

El hombre más joven miró con detenimiento al anciano intentado averiguar lo que
estaba pasando allí. Algo se le escapaba.

-No tienes que dar explicaciones acerca de tu visita –le amonestó mientras le
tomaba de los antebrazos para saludarse al estilo romano--, tan solo dime en que puedo
serte útil.

Marco no pudo evitar pensar que algo grave debía de ocurrir para que Plubio se
hubiera tomado la molestia de viajar a Sabinia de forma tan repentina cuando era de todos
sabido cuánto detestaba hacerlo debido a su delicado estado de salud. Más aún, cuando
todos estaban tan pendientes del alzamiento de esclavos en Sicilia y el propio Marco estaba
esperando que lo convocaran de un momento a otro.

-Me han llegado noticias de que mi hija Servilia pudo no haber muerto en el
naufragio, incluso de que pudo haber sido capturada como esclava y haber engendrado una
hija con ese pirata fenicio.

El hombre mayor tomó asiento con dificultad limpiándose el sudor de la frente con
la esquina de su blanca toga mientras Marco lo miraba con cara de estupefacción ¿Esto es
lo que te ha traído a mi casa? Si yo tuviese en mis manos a ese pirata…, no pudo evitar
hablar consigo mismo mientras Plubio continuaba con su oratoria.

-He venido a rogarte que me ayudes a descubrir más sobre la existencia de dicha
niña y en caso de ser cierta su existencia, que averigües qué ha ocurrido realmente con ella
y Servilia.
-¿Puedo preguntar de dónde has sacado dicha información?—Le preguntó Marco
desconfiado. Después de cuánto, casi veinte años, ¿venía a aparecer dicha nieta? Aquello
olía muy mal.
-Mi sobrino es quien ha encontrado la pista.

Marco resopló con desprecio para después apretar los labios en un gesto de rabia
¿De quién si no podía venir dicha información? Se preguntó que estaría tramando el astuto
de su vecino para torturar de esa forma el alma del anciano. Aquello era una burda mentira,
ni Plubio tenía una nieta, ni su hija sobrevivió al naufragio. Todo aquello no era más que
otra treta para alejar a Marco de su casa y poder ir cometiendo tropelías a su antojo sin que
nadie osara hacerle frente ni llevarlo ante la justicia de Roma.

-Ya sé que Cornelio no es una persona de tu agrado—le dijo Plubio--, sin embargo
debes entender que como pater-familias tengo el deber y la necesidad de saber. Dicha
información le ha llegado de casualidad y solo ha querido ayudarme. Mi sobrino no es una
mala persona es solo que… no llega a medir sus actos debido a su mal temperamento.
-No se trata de que sea tu sobrino o no –se enfadó Marco--, sino del hecho de que
no es una persona de fiar. No me extrañaría nada que sea otro de sus truquitos para ganarse
tu favor y de paso quitarme de en medio un tiempo.

Desde luego que era una mala persona, aunque podría calificarse mejor como una
mala víbora ya que se acercaba sibilante hasta que te mordía inyectándose su temible
veneno. Él ya lo había vivido en sus propias carnes cuando ambos intentaban escalar
posiciones en el ejército y ganar puestos a través del Cursus Honorum, sin embargo,
mientras que Marco era un adversario digno y que iba de frente, Cornelio intentaba ganarle
por medio de subterfugios. Afortunadamente los hombres lo preferían a él para que los
dirigiera y eso término por llevar su rivalidad a límites intolerables para ambos. Y todo
aquello era de conocimiento público, por lo que no entendía la postura del magistrado al
defender al otro en su presencia.

Al parecer Plubio estaba decidido a obtener la colaboración de su joven pupilo al


precio que fuera, puesto que era el único en quien confiaba para encontrar a la chica y a su
hija, lo único que le quedara de su difunta esposa Lara. La única familia de primer grado
que pudiera sobrevivirle. El viejo no dudó en rogarle al joven romano que dejara de lado
sus diferencias con Cornelio y se aliase con él en la búsqueda de su hija y su nieta, ardua
tarea teniendo en cuenta que Marco no era una persona que atendiera lloros ni ruegos de
nadie. Ni hombre ni mujer conseguían nada rogándole, más bien todo lo contrario. Sin
embargo, tuvo que reconocer que le debía mucho al anciano, por lo que después de lo que
debió parecerle una eternidad al hombre, y cuando ya debía creer que cualquier cosa que
dijera para obligar al joven pretor a asumir dicha tarea sería en vano, aceptó a
regañadientes.

-¿Puedo saber cómo ha obtenido la información tu sobrino?

El viejo Censor tragó saliva antes de hablar. Miró a Marco antes de darle la
respuesta que éste le había pedido, sabía que debía decirle la verdad, pero por los dioses
que no se atrevía a hacerlo. En cuanto escuchara el tan odiado nombre estallaría su cólera.

-Por lo visto alguien logró capturar a Tiro—le respondió aguardando su violenta


reacción. Era por todos sabido que aquel fenicio había sido quien atacara la villa donde los
padres y la hermana de Marco estaban residiendo en su viaje por Hispania. El causante de
aquella cruenta escena y de que el joven se viera sumido en un mundo de dolor y rabia, lo
que lo llevó a cometer el único acto del que se avergonzaba pero que nunca llegaría a
reconocerlo porque hacerlo sería deshonrar el recuerdo de sus seres amados.

Plubio esperó, y esperó. No se atrevió a decir nada más. Marco apenas dio señales
de haber oído lo que el anciano había dicho y eso fue lo que lo puso en guardia. Se mantuvo
en silencio, mirando al vacío, recordando cómo había acudido al encuentro con su familia y
lo que allí se había encontrado. Había sido tan horrible que apenas podía pensar en aquello
sin sentir un estremecimiento. Los asesinos no habían perdonado a nadie, ni siquiera su
sobrino de apenas tres años sobrevivió a la matanza y su hermosa madre.... Un temblor
recorrió su cuerpo. La rabia estaba a punto de consumirlo. No, se obligó a reaccionar. Esta
vez no, yo ya aprendí a controlar mi cólera, nunca volvería a dejarse cejar por el dolor. No
volvería a cometer los errores del pasado. Haciendo un esfuerzo sobrehumano logró
mantener bajo control su brazo para no tomar la espada y salir de allí tras ese traidor.
Maldijo entre dientes. ¡Por Marte que Cornelio era un desgraciado! Con que habían
capturado a Tiro y lo habían mantenido en secreto siendo conocedor como era del daño que
aquel criminal le había hecho a su familia. Aquello era una ofensa. Aquello no iba a
perdonarlo ni a olvidarlo. Aquella había sido la peor herida que hubiera podido infringirle
ese malnacido. Respiró hondo para calmarse. Tiro tenía que ser suyo. Aquello era injusto.
¿Por qué tuvo que caer en manos de ese corrupto de Cornelio?

Consiguió mantener su feroz temperamento bajo un férreo control. Muy bien


entonces, primero descubriría la verdad sobre la hipotética nieta de Plubio para después
obligar a su sobrino a cederle a ese desgraciado pirata y hacerle pagar por el asesinato y
violación de sus padres y su hermana Julia. Cuando lo tuviese bajo su poder desearía haber
muerto a manos de Cornelio porque él no iba a matarle, sino que le recordaría cada día de
su negra vida el motivo por el cual lo dejaba vivir, eso sí, no dejaría de sufrir ni un
segundo, su cuerpo no tendría un minuto de paz. No sería clemente. Jamás. Nada ni nadie
lograría interponerse entre él y su venganza. Clavó la mirada en Plubio y decidió que
después ajustaría cuentas con su rival.

El anciano se preocupó un poco ante el silencio espectral en que se había sumido su


pupilo.

-Marco, sinceramente no te pediría que acudieras a ver a mi sobrino, sobre todo


teniendo en cuenta vuestra enemistad—lo miraba con ojos suplicantes--, pero es necesario
que desaparezca esta duda que me está matando y tú eres el único hombre en quien confío
ciegamente para poner en sus manos incluso mi vida. ¿Te puedes creer que había llegado
hasta a fantasear con tener una nieta a la que entregarte en matrimonio? Y mira, la vida a
veces te da sorpresas, como esta. Resulta que soy abuelo.
-Entiendo perfectamente—asintió Marco en un susurro--, por eso no dudes ni un
segundo que te ayudaré. Empero tu sobrino es un tema que no pienso discutir contigo. Iré a
verle e ignoraré el hecho de hayan capturado al asesino de mi familia y no me haya
informado de ello. Espero que estés contento porque después de esto creo que no te deberé
nada. Nunca podrás volver a pedirme ningún otro favor de esta magnitud.

Plubio miró con tristeza al joven y deseó tener que ahorrarle ese sufrimiento, pero
muy a su pesar, sabía que solo Marco podría dar con la verdad y se tornó egoísta, oró a los
dioses porque pudiera perdonarle algún día por obligarlo a bajar la cabeza ante su sobrino
para pedirle ayuda sabiendo cuánto se odiaban los hombres.

Claudia se puso pálida.

No pudo evitar escuchar la conversación que su amo acababa de mantener con el


romano más mayor, por lo que decidió ir en busca de su hermana para informarla de lo que
había descubierto. Se llevó una mano a la boca para ahogar el gritito de impotencia que se
le había escapado sin poder evitarlo cuando se percató de lo que aquello significaba. ¡Por
todos los dioses que era una catástrofe! Gades se pondría frenética al descubrir que su padre
había sido capturado por los romanos, sobre todo por ese romano cuya maldad le salía por
los poros de la piel. Ese al que todos los esclavos temían. Más aún se moriría al descubrir
que Tiro había sido quien había matado a la familia del actual pretor. Su domino. ¡Iría a
rogarle a Minerva, diosa de la Justicia, por sus vidas cuando el amo descubriera que tenía
como esclava a la hija del asesino de su familia! Ni siquiera Orseis podría salvarlas de su
cólera cuando se enterara de la verdad. ¡Ay Gades, ahora que parecía llevarse tan bien con
el romano y que habían firmado una especie de tregua! Aquello pintaba muy mal. Tendrían
que escaparse para evitar lo que este quisiera hacerles para cobrarse venganza.

Gades debía conocer de inmediato lo que estaba ocurriendo.

Al volver de su entrevista con Cornelio estaba que echaba humo. Ni


siquiera se volvió a oír lo último que este le estaba diciendo cuando salió de la casa del
patricio tan rápido como fue capaz. No se fiaba de él, mucho menos quería estar más
tiempo del necesario en su domus por si atentaba contra su vida. Lo creía muy capaz.
Maldito y mil veces maldito Cornelio. ¿Cómo había podido ocurrir esto? ¿Los dioses lo
estaban castigando por algo que había hecho? Y Tiro, ahora resultaba que Cornelio nunca
lo había tenido y que todo se lo había contado otro de sus esclavos. Aquel maldito pirata se
le volvía a escurrir de entre los dedos como tantas veces. Y pensar que había creído que
arrasando su ciudad lo haría salir de su madriguera, ¿cuánto habían transcurrido ya? ¿Cinco
años? ¿Seis? No lo recordaba con certeza pero era demasiado tiempo como para no haber
obtenido noticias de él. Se encerró en su estancia y prohibió la entrada a todo el mundo
mientras intentaba pensar con claridad. Necesitaba serenarse. Clamarse, trazar un plan y
montar una estrategia. Pero, ¿cómo? ¿Gades? ¿Nieta de Plubio e hija de Tiro? Los dioses se
estarían divirtiendo mucho a su costa. Aun así…, si se detenía a pensarlo fríamente, todo
encajaba a la perfección y pese a todo había algo que no cuadraba. Había algo que lo
inquietaba. Sentía que algo no estaba bien pero no sabía identificar el qué. Tal vez que
Cornelio estuviese metido en todo aquello es lo que le provocaba escalofríos. La cólera le
hizo rechinar los dientes. Ese astuto había sabido en todo momento de la existencia de la
nieta de Plubio, su propio tío, así como conocía la identidad de la misma y se lo había
guardado. Se le contrajeron las extrañas al pensar todo lo que aquello significaba. Gades
prima de Cornelio y nieta de su mentor. Menuda complicación. Pero, ¿qué hacer ahora?
Pensó nuevamente en Plubio. ¿Qué diría el anciano? Lo mismo que tú en su lugar, se dijo.
Exigiría la libertad para la mujer y seguramente se volvería contra Marco por haber
convertido a su nieta en su esclava sexual.

En un acto incontrolado estrelló la copa de vino contra la blanca pared manchándolo


todo con el color de la sangre que derramaría de Cornelio un día de estos. El muy
malnacido lo había amenazado con contarle todo a su tío si no accedía a cederle una parte
de sus viñedos y renunciaba a ser pretor, claro que aquello no le garantizaba que no fuese
con el cuento en cuanto hubiese obtenido dicho beneficio. Endemoniado chantajista.
Debería tomar una decisión y rápido, porque dudaba que su vecino tardase demasiado en
irle con el cuento al anciano si se demoraba demasiado en decidir qué hacer, y sus chismes
solo podrían causarle problemas. Pero… cómo decirle al magistrado Plubio Nerón Flaco,
patricio de nacimiento y una de las opiniones más respetadas en Roma, que existía esa
nieta: que era hija del mercenario que había masacrado a su familia y que además era la
esclava que lo tenía tan obsesionado y de la que tantas confesiones íntimas en busca de
consejo le había hecho al hombre. Confesiones sobre el trato que le daba. Confesiones que
a un abuelo no le gustaría escuchar sobre su única nieta. Se pasó la mano por el espeso
cabello azabache en un gesto de impotencia y tozudez.

No. Ni hablar.

Endureció el semblante. No pensaba liberarla. De eso ni hablar. Plubio era lo más


parecido a un padre que tenía desde que al suyo lo asesinaron, sin embargo Gades era su
esclava y la hija del hombre al que había jurado dar caza. Su más odiado enemigo. Un ser
desalmado al que aún no había conseguido hacerle pagar por sus crímenes. Pero Marte
había resultado ser un dios misericordioso después de todo y había puesto a su hija en su
camino, es decir, a sus hijas. Plubio no podría obviar eso cuando acudiera a reclamarla. Ni
él mismo con toda su oratoria podría obviar ese hecho. Además era su propiedad y un
magistrado romano no vulneraría la ley. Al menos era eso lo que esperaba.

Sería una tarea de lo más difícil decirle a su mentor que había encontrado a su
nieta. Que era una esclava, su esclava, y lo seguiría siendo por el tiempo en que tardara en
curarse de su obsesión por ella y mucho más. Plubio debía entenderlo. Tiro le había
arrebatado a su familia y él se quedaría con lo que quedaba de la suya. No cedería un ápice.
Tenía todo el derecho del mundo a tomar venganza de la forma que fuese. Lo tenía. Los
dioses estaban con él.

Respiró hondo.

Quién se lo iba a imaginar, Gades y Claudia era las hijas del asesino de su familia,
y habían estado en su poder todo ese tiempo. Desde luego que dicha información había
sellado el destino de la mujer. De las dos. Nadie cuestionaría cualquier castigo que les
infringiera por la afrenta sufrida hacía ya cinco años. Ni siquiera Orseis interferiría cuando
le contara quienes eran.

-Marco.

Orseis entró a pesar de haber dado órdenes expresas de no ser molestado y Marco lo
miró con encono.

-Dime—lo instó con cara de pocos amigos.


-Ha ocurrido algo.
-¿Tan urgente es cómo para que me desobedezcas?
-Se trata de Gades—le dio casi en un susurro.

Marcó se giró velozmente hacia el griego y lo instó a hablar con solo un gesto de su
morena cabeza. ¿Y ahora qué?

-Ha agredido a un romano que acaba de llegar a la villa—Orseis se frotaba las


manos con gesto nervioso--, a un patricio. De verdad que no sé qué ha podido poseer a esa
muchacha. Parecía una loca.

Ahora esto. Desde luego que era una salvaje y ahora entendía a quién debía
agradecérselo.

-¿De quién se trata?—Preguntó sorprendido.


-De Cornelio Junio Porto, el sobrino del Censor Plubio.

Se quedó helado. Miró fijamente a Orseis tratando de pensar en cómo debía actuar
pero ni él mismo sabía qué hacer. Le entraron ganas de echarse a reír a carcajadas ante lo
cómico de la situación, ¿una esclava agrediendo a un patricio? Era algo realmente grave.
Aquello merecería un serio castigo y el hombre no dudaría en exigirlo, claro que Cornelio
sabía que Gades no era una simple esclava sino su sobrina-prima. Moneda que estaba
utilizando para obligar a Marco a hacer lo que el otro quería a pesar del sufrimiento de
Plubio. Le gustaría ver como actuaría ante aquella situación irregular. Más aún cuando su
propio tío estaba investigando el paradero de dicha mujer.

Pensó nuevamente en Gades. Intentó odiarla al conocer su verdadera identidad.


Hija de una patricia y un pirata. Su esclava.

Según el derecho romano, él, como su amo, debía asumir los perjuicios y daños
ocasionados por su propiedad a otro, y Gades era su propiedad. Él podía decidir entre
pagar la indemnización que se fijara o entregarla al perjudicado para que decidiera qué
hacer con ella. Desechó ese pensamiento por ridículo. No iba a dejar escapar a una de las
hijas de Tiro.

-¿Cómo ha ocurrido?—Preguntó con curiosidad. Intentando aparentar tranquilidad.


-En cuanto Cornelio ha llegado a la villa montado en su caballo y pavoneándose
como siempre, ella ha salido tras él portando una daga consiguiendo apuñalarlo en el brazo
antes de que los demás esclavos pudieran contenerla.

Una carcajada estuvo a punto de salir de su garganta aunque se contuvo a tiempo.

-Y Cornelio… ¿qué ha hecho después?


-La ha abofeteado simplemente—le explicó el anciano sorprendido ya que por todos
era sabido la crueldad con que el romano trataba a sus esclavos e incluso a los plebeyos. De
ahí la animosidad con Marco, nunca le dejaba olvidar su origen humilde y que hubiese
conseguido pertenecer a la nobilitas.

Cerró los puños. A pesar de que entendía que Gades merecía un castigo por su
osadía, no le había gustado enterarse de que nadie, aparte de él, pudiera ponerle una mano
encima, ya fuera para poseerla o para maltratarla, mucho menos Cornelio. Sin embargo
tenía que reconocer que el hombre tendría que haber hecho un gran esfuerzo para no
matarla allí mismo por golpearlo. Ante los ojos de los demás, Gades era una simple esclava
que había intentado matar a un patricio. Tendría que acudir al encuentro de su odiado
vecino e intentar remediar en lo que pudiese aquel desastre sin que Plubio, que aún estaba
en su casa, se enterase de lo que estaba ocurriendo entre Gades, Marco y Cornelio y todo
estallara de una vez. Aunque por otro lado pensó que si dejaba que todo saliera a la luz se
acabarían sus problemas, sí, se dijo, se acabarían tus problemas y te ganarías otro enemigo.

-Tráela ahora mismo, tengo que hablar con ella e intentar contener a Cornelio.
-Ahora mismo patrono. —Le dijo el hombre corriendo a cumplir su encargo como si
le fuera la vida en ello.

-¿Te has vuelto loca?

Marco contemplaba a Gades con el ceño fruncido aunque por dentro ardía en deseos
de tomarla en sus brazos y besarla con una fuerza desconocida para él. La miraba y solo
podía pensar que tenía una diosa guerrera ante sus ojos. Su enorme cabello castaño oscuro
le caía desordenado a lo largo de la esbelta espalda mientras lo miraba directamente a los
ojos, retándolo a… ¿a qué? Su pose altiva, su mirada arrogante y su posición de ataque le
indicaban que ese era uno de los días en los que se podía esperar cualquier cosa de su
esclava. De la hija de Tiro, se recordó para no olvidar a quien tenía enfrente. ¿Acaso no
había intentado matar a Cornelio? ¿Y acaso no intentó degollarlo a él? ¿Sabría Gades
realmente que el otro era su primo? Tantas preguntas sin respuestas lo aturdían. Él era un
hombre al que no le gustaban las tramas ni los subterfugios. Era un guerrero. Se enfrentaba
a la gente de frente. Espada en mano.

-¿Ahora no tienes ganas de hablar conmigo?—Le preguntó molestó de que


persistiera en su actitud.

Se fijó en que tenía las piernas y los brazos separados, en que iba descalza y con
aquella horrorosa prenda marrón que se había empeñado usar desde que le negara la
libertad por manumisión la noche pasada. La nariz aún le sangraba, supuso que por el
guantazo que recibió de Cornelio, aunque si fuera más inteligente debería de estar
agradecida de que no le hubiese hecho nada más conociendo su violento temperamento.
Aun así dicho golpe lo sintió como propio. Le dolía verla herida y aquello no le gustaba. Lo
asustaba. Recuerda que es la hija de Tiro, el asesino de tu familia, y recuerda que es tu
esclava, se dijo.

La mano derecha de la mujer estaba manchada de sangre y él no pudo evitar sonreír


al pensar que era la sangre del primo de ella. Le alegraba saber que lo había herido. Debió
de mancharse mientras lo apuñalaba y como inmediatamente la trajeron a su presencia para
que decidiera cómo debía procederse, aún no había podido siquiera limpiarse.

-¡GADES!—gritó fuera de sí pronunciando su nombre por primera vez. Hasta el


mismo se sorprendió de llamarla por su nombre aunque a ella parecía no afectarle.

Miraba al hombre sin verlo. En su mente solo había lugar para el rostro de
Cornelio. El rostro de quien había apresado a su padre. A Tiro. A su amado pater, el
hombre en quien ella había depositado todas sus esperanzas para que viniera a salvarla de
aquella vida carente de libertad y sometida a los caprichos de un hombre. Con la noticia
habían muerto todas sus ilusiones. Sus deseos de libertad no parecía que fueran a cumplirse
nunca. Sobre todo después de que el amo le negara la libertad de forma tan tajante. De
haber podido lo habría acuchillado hasta quedar sin fuerzas. De haber podido lo habría
matado como el cerdo que era. Como la bestia horrorosa que ella sabía que era. No podía
aguantarlo más. No quería ser la esclava de la bestia, no quería seguir compartiendo su
cama, su vida, ni su tiempo. Estaba aterrada de que el odio y la venganza que siempre
habían albergado su corazón, cada día que pasaba se fuesen volviendo sentimientos más
difusos, carentes de lógica, de que cada día que pasaba deseara el contacto del hombre tanto
como deseaba la comida cuando tenía hambre y el agua cuando tenía sed. Sintió los
fuertes brazos de su amo zarandeándola con fuerza para hacerla volver en sí mientras la
maldecía por necia. Ella no era ninguna necia, solo quería la libertad al precio que fuera.
Quería ser libre para que no le ordenase ir a su encuentro, para ir de buena gana cuando
quisiera estar con él. Ella no había creído lo que le había dicho Claudia, su padre no era un
asesino, era un comerciante. Cierto que cuando era joven practicaba la piratería, pero
abandonó aquella vida cuando ella nació y se convirtió en un hombre decente. Así se lo
había contado siempre su madre. Aquellos romanos estaban equivocados. Padre…, su padre
era la última esperanza que le quedaba de escapar de la esclavitud.

-¡Mírame mujer!—gritaba Marco fuera de sí al ver la expresión ausente en su


rostro.-- Vas a volver a mí. ¿Te has enterado? ¿Me oyes?—Le decía una y otra vez a la
mujer al ver que ella no hacía movimiento alguno, sino que simplemente se quedaba allí,
inmóvil, en la misma posición y en la misma actitud de desapego--. Nunca me
abandonarás. Antes te mato con mis propias manos, Gades, hija de Tiro.

Ni siquiera el hecho de pronunciar el nombre de su padre la hizo reaccionar. En un


arranque desesperado por traerla de vuelta le arranco la única prenda que cubría el delgado
cuerpo hasta dejarla completamente expuesta ante él. Solo con la ropa interior. Ella ni se
inmutó. Su mirada se había vuelto vacía y esos ojos, de color marrón claro con tintes
verdosos, que lo miraban echando chispas cuando se encolerizaba, se habían vuelto opacos.
Inexpresivos. Carentes de vida.

-Marco, ¿qué es lo que le ha ocurrido a Cornelio? Explícame qué es lo que está


ocurriendo.--Publio había entrado en la estancia como una tromba y la autoridad que lo
caracterizaba. Iba erguido a pesar de su edad, cubierto por su túnica celeste y la estola
blanca. Marco pensó que se había enterado del incidente con su sobrino y había ido a por
una explicación.

-Necesito que me aclares lo que mi sobrino acaba de decirme.

El tono de su voz lo puso en guardia mientras aún sostenía a una casi desnuda
Gades entre sus brazos, de espaldas al magistrado. El anciano se percató de que esa debía
ser la esclava a la cual su sobrino había identificado como a su nieta, por lo que la apartó
de su pupilo de un tirón para verle bien el rostro. Lo consiguió porque el pretor no opuso
resistencia y se dejó arrebatar a la mujer. Por el momento.

El hombre se quedó sin habla. Observó a Gades con los ojos llenos de sorpresa y
dolor. El parecido con su amada hija Servilia era innegable. Salvo por los ojos, los de la
otra eran azules como el mar y los de esta joven eran castaños. Paseó su mirada por el
cuerpo desnudo de la joven. No le agradó lo que vio. Esa era la mujer que se suponía tenía
que ser su nieta, la nieta de un patricio, de una ciudadana romana, y estaba tan expuesta
que… Se quitó su estola y la envolvió con ella, quien lo miró sin comprender aquel acto
de bondad por parte de un romano.

Gades se tensó. Ella no quería su lástima, quería ser libre. El hombre mayor volteó
sus ojos hacia Marco con mirada acusadora y una total decepción.

-Tenemos que hablar.

El joven romano miraba al censor con gesto impasible. Comprendió que Cornelio
le había contado todo acerca del origen de su esclava, de su supuesta nieta, por eso le
permitió al anciano que se inmiscuyera en aquel momento entre ellos, aunque no iba a
consentir en muchos más. Aquella era su casa y la mujer su propiedad. Le pertenecía.

-Ve a tu habitación—le dijo a Gades--, y quédate allí hasta que te mande llamar.

Gades lo miró a los ojos y asintió lentamente. Después se marchó ante la mirada
compasiva de Plubio quien apretó los dientes al ser testigo de la forma dictatorial con la que
su pupilo la trataba. ¿Pero qué podía esperar? Aquella joven era la esclava de Marco y si
todo era cierto, la hija de quien mató a su familia.

-Creo que será mejor que te sientes.


-Yo también lo creo—dejo el anciano tomando asiento con torpeza, como si todos
sus años se le hubiesen venido encima de repente. La pena lo embargaba. Aquello había
sido un duro golpe para él.
-Supongo que ya te has enterado.
-Acabo de hablar con Cornelio—respondió este--, acudí a verlo en cuanto me enteré
del ataque que había sufrido y, ante mi insistencia en buscar a esa esclava para castigarla de
la forma más severa, me confesó que no podía lastimar a su prima. A partir de ahí, me lo
confesó todo.

¡Vaya! Así que ahora Cornelio pretendía hacer de defensor de la mujer. Al parecer
había manipulado la situación en su propio beneficio. Aaarrrgggg. Lo mataba, eso seguro.

-Supongo que te habrá puesto en mi contra al decirte que mi esclava pudiera ser tu
nieta.
-No es que pudiera ser—contratacó Plubio--, es que lo es.
-¡Solo porque lo dice Cornelio!--Marco era consciente de que estaba siendo
irracional pero no podía evitarlo.

Sentía que aquello se le escapaba de las manos.

-No solo porque lo dice él, sino porque todo cuadra. Tiró fue quien atacó el barco
donde viajaba mi hija, ¿quién más pudo haberla tomado como esclava?—Respiró hondo
para calmarse. Sabía que con Marco de nada servirían los gritos ni los reproches porque era
terco como él solo--. ¿No ves el parecido?
-Lo único que veo es que tus ansias por tener algo de tu hija te hacen ver cosas que
no son. No creo que sea tu nieta aunque sí que sea la hija de Tiro. El asesino de mi familia.

Plubio lo miraba sin decir nada y Marco se sintió el hombre más ruin de la tierra al
quitarle al anciano la esperanza de una nieta.

-Como hija de Tiro no pienso darle la libertad, ni permitir que nadie la compre por
ella—apostilló--, es mi esclava y lo seguirá siendo. Entiendo que mi decisión te suponga un
duro golpe pero no pienso cambiarla.
-Ella era ciudadana romana antes de que la esclavizaras—Plubio no pudo evitar
alzar la voz.
-¿Quieres que empecemos por el motivo por el que acabó siendo mi esclava?

Ambos hombres permanecieron en un sepulcral silencio.

-Al menos me permitirás mantener contacto con ella y decirle quien soy—le suplicó
el anciano—. Me gustaría conocer como fue la vida de Servilia desde que desapareció.
-Eres bienvenido en mi casa por el tiempo que quieras, eso sí, mantente al margen
de mi relación con mi esclava.

Plubio asintió con la cabeza y salió de la estancia dejando a un enojado Marco tras
de sí. ¡Ardía en deseos de matar a Cornelio!

VIII
Pasaron varios días, incluso semanas, pero Plubio seguía sin querer macharse de
allí. Había tenido poco contacto con Marco desde su última conversación en la que había
vuelto a rogarle que le devolviese a su nieta y este se había negado en redondo con la única
excusa de que era la hija de Tiro. Desde aquel momento se habían evitado a toda costa,
incluso no había vuelto a tocar a Gades a pesar de pasar cada vez más tiempo con ella. Su
honor no le permitía seguir aprovechándose de la que se suponía era la nieta de su amigo,
aunque no podía pasar un día sin que necesitase verla o tenerla cerca. Se había acrecentado
su necesidad de verla y conversar con la mujer, a pesar de que ella se había ido volviendo
taciturna, callada y melancólica, con el paso de los días. Él lo había intentado todo para
volver a ver encenderse aquella mirada producto de la furia o de la indignación. Sin
embargo sus tretas no dieron resultado. Después de que Gades pensara que su padre era
esclavo de Cornelio y que había muerto, algo cambió dentro de ella. Marco le regaló un
gatito al que ella acogió con cariño pero después de preguntarle si un esclavo podía tener
mascota o si esta también era propiedad del amo. Por lo que el regalo se le volvió en contra
cuando no supo que responder e incluso se molestó por la pregunta. Él solo quería su
agradecimiento, y verla sonreír, por el contrario había conseguido que ella lo mirara con
tristeza. Tampoco sirvió de mucho que hubiese intentado enseñarla a montar a caballo para
sacarla de su rutina diaria, puesto que había vuelto a preguntarle que para qué necesitaba
una esclava saber montar a caballo si no era dueña de su tiempo para salir a cabalgar
cuando lo deseara. Todo en una actitud que no conseguía sino molestarlo por el desapego
que mostraba por sus vanos intentos de hacerla un poquito más feliz. Ni siquiera daba
muestras de enojo cuando la llamaba esclava, por lo que había dejado de hacerlo en vista de
que había perdido todo significado para ella. Él solo lo hacía para molestarla, y por eso se
había negado a usar su nombre, sin embargo últimamente lo había utilizado más de lo
deseado intentando despertar algún tipo de emoción en ella. Aun así, lo que más lo
enfurecía, por la impotencia que lo hacía sentir, eran los largos paseos y las miradas de
cariño con las que obsequiaba a Plubio, su supuesto abuelo.

Marco los había estado observando desde la distancia ya que el Censor no se


dignaba a hablar con él, y todo porque desde que se descubriera la identidad de Gades él
seguía llamándola cada noche a su habitación. Plubio estaba convencido de que se estaba
portando con total deslealtad hacia él por aquel hecho, y claro que el infame de Cornelio, al
que se había visto obligado a soportar por la relación filial que lo unía al que fuera su
mentor, no había ayudado mucho a mejorar dicho concepto puesto que aprovechaba la
menor oportunidad para indisponer al anciano en su contra. Suspiró con pesar. ¿Qué podía
hacer? Gades lo miraba como si esperase de él algo más, pero ¿qué? Después de todo era la
hija de Tiro, la hija de su enemigo, y por mucho que le doliera, no podía verla como alguien
con quien hacer justicia por lo que le habían hecho a su familia. Tampoco podía sentir odio
por la joven Claudia. ¿Qué le estaba pasando? Esas dos hispanas habían logrado volverlo
un tierno jovencito cuando en realidad era algo muy diferente. En su juventud lo habían
conocido como censorius, pero solo era un adjetivo para dirigirse a él con respeto. Sus
hombres lo veneraban porque jamás los había conducido a la derrota y, porque en plena
batalla, se volvía completamente insensible, había llegado incluso a controlar el dolor.

-Marco, ¿estás ahí?


-Estoy—respondió a Tiberio volviendo en sí.
-Creo que tienes que tomar una decisión con respecto a la chica.

El pretor lo miró con semblante serio. Se volvió a llevar la copa de vino a los labios
mientras tiraba nuevamente los dados. Estaban en la bodega, escondidos de todos, como él
le había pedido a su amigo, para emborracharse y jugar hasta quedar sin sentido. Como en
los viejos tiempos, aunque con la salvedad de que Marco lo hacía para no tener que
enfrentarse a la mirada acusadora de Plubio y a la ausente de Gades. Su único consuelo era
Claudia, quien le profesaba un cariño que él no llegaba a comprender teniendo en cuenta lo
que les había hecho y sobre todo pensando que era hija de aquel maldito pirata fenicio.

-¿Me has oído?—repitió con sorna.


-Hummm.
-No sé cómo interpretar eso. Tal vez algo así como te he oído muy bien y considero
que tienes toda la razón Tiberio, como siempre.

Marco no pudo evitar esbozar una pequeña sonrisa ante el intento de su amigo de
hacerle sonreír.

-¡Ah, no espera!--prosiguió el otro--. Quizás has querido decir que como Tiro tiene
dos hijas, le devuelves a Plubio su nieta, eso sí, un poco usada, y te quedas con la otra para
poder ejercer tu venganza, y a lo mejor me la vendes a mí para castigarla.

Marco entrecerró los ojos ante los comentarios que Tiberio estaba vertiendo sobre
las mujeres. ¿Gades usada? Sí claro, pero solo por él y se moriría de celos si algún otro le
llegaba a poner las manos encima, aunque fuese con el consentimiento de ella. Y Claudia,
¿venderla a Tiberio para que la utilizara sin ningún pudor con sus amigos patricios en sus
escandalosas orgías? Ni pensarlo, a pesar de los pesares quería a esa chiquilla dulce como si
hubiese recuperado a su hermana Julia.
-Bien, ¿entonces?—le preguntó el otro hombre con gesto cómico mientras volvía a
llenarle la copa.
-¿Estabas hablando en serio?—le preguntó molesto y con gesto adusto.
-Lo cierto es que no.
-Mejor para ti—le dijo bebiéndose de un trago el contenido de su copa y
ofreciéndosela al otro para que volviera a llenársela—. No me hubiera gustado tener que
amoratarte esa bonita cara patricia.
-¿Acaso tu no perteneces a la nobilitas al igual que yo?
-Yo soy de origen plebeyo, lo que ocurre es que habéis tenido que aceptarme
porque soy inmensamente rico.

Tiberio alzó su copa y brindó por ello lanzando una sonora carcajada.

-Y no sabes cuánto me alegro de ello—le dijo a Marco--. Ahora volviendo al eje


central de nuestra conversación, y razón por la cual estamos aquí ocultándonos mientras
ahogamos nuestras penas.
-¿Nuestras penas?—preguntó interesado.
-La mía es que no quieres ni venderme ni prestarme a esa hispana con ojos de lince.
-No empieces con eso—le advirtió.
-Bueno, retomando el tema, creo que lo más acertado es que le concedas la libertad
a tu esclava preferida.
-Se llama Gades.
-No me importa como se llame—le soltó Tiberio--, lo único que no quiero es que te
enfrentes a Plubio con todo el poder que tiene por una simple mujer.
-No es una simple mujer—refunfuño.
-¡Ahí quería llegar yo!--exclamó Tiberio triunfal.

Marco lo miró sin comprender por lo que su amigo se intentó explicar mejor.

-Esa mujer te tiene obsesionado, ¿o me equivoco?—viendo que Marco no lo


desmentía continuó con su discurso--. La has tomado un número incontable de veces y no
consigues saciarte de ella, sino que cada vez quieres más, intentas conocerla, pasas tu
tiempo con ella, y me has dicho que no la has tocado desde que has descubierto que es la
nieta de Plubio, pero aun así sigue compartiendo tu cama. Te preocupas porque la vez triste.
¡Por los dioses Marco si hasta le has regalado un gatito!

Como seguía tercamente callado Tiberio se envalentonó.

-¿No te has dado cuenta de que estás cortejándola?—Pareció que aquello lo hizo
reaccionar aunque no pronunció ni una palabra—Creo firmemente que te has enamorado de
ella. Y creo que lo tienes muy fácil. No se trata de una simple esclava sino la hija de
Servilia, una mujer patricia, quien a su vez era hija de un hombre poderoso que para más
inri es tu mentor. A quien siempre has respetado como a un padre.
-¿Y qué debo hacer según tu valiosa opinión?

A pesar de haber hecho la pregunta conocía la respuesta. Y eso le daba tanto miedo
o más que saberse enamorado de la hija de aquel maldito asesino.

-Manumitirla—finalizó Tiberio.
-Concederle la libertad.
-Eso es Marco—intervino Orseis que en ese momento entraba portando una serie de
viandas para que pudieran alimentarse--, deja que Gades decida por sí misma si quiere
quedarse contigo. Tienes que confiar.

Marco miró a Orseis como si le hubiese asestado un golpe mortal y después miró a
un Tiberio que lo contemplaba con semblante serio. Acto seguido se levantó en un rápido
movimiento y se marchó de allí llevándose la jarra de vino con él.

La cena estaba resultando algo tensa.

Plubio había dejado de cenar con Marco pero esa noche no dudó en acompañarlo
cuando se enteró de que Gades estaría sirviendo la mesa. No le hacía gracia ver a su nieta
trabajando como una esclava pero las leyes estaban para respetarlas, por lo tanto no le
quedaba otro remedio que aceptar que ella era una esclava y su propietario era el mismo
que había amado como a un hijo todos esos años desde que su padre lo pusiera bajo su
custodia para lo convirtiera en un gran hombre. Había intentado explicárselo a su nieta
cuando ella le había suplicado que la liberase. Plubio sintió como se le rompía el corazón al
verse impotente en cuanto a lo que esta le reclamaba. Pero, ¿qué podía hacer? Él era un alto
magistrado que siempre había hecho apología de lo importante que era el cumplimiento de
las leyes como para que ahora no actuara como ejemplo ante una situación tan difícil para
él. Cuando le confesó a la joven quien era y el parentesco que los unía esta pareció
horrorizada. No quiso creerle. Con todo, no fue hasta días después, debido a su esfuerzo por
ganarse su confianza, relatarle historias de su hija y madre de Gades, cuando comprendió
que era cierto todo lo que le contaba. Ella por su parte le contó cómo había sido su vida
hasta que Marco la esclavizó. Le habló de su madre, de su padre, de lo mucho que se
querían y lo felices que habían sido hasta que unas fiebres se llevaron a Servilia cuando ella
tenía diez años, y desde entonces su padre empezó a dedicarse al comercio, por lo que
estaba fuera de casa largos periodos, y ella en ese tiempo permanecía en casa de Rómulo
Drusso y su esposa, los padres de Claudia, por eso se consideraban hermanas. Gades
también le contó a su abuelo que no creía lo que decían de su padre, el no pudo haber
matado a la familia del pretor, y por eso estaba triste. Aunque no le dijo a su abuelo que el
verdadero motivo de su pesar no era otro que el pensar que el romano había perdido todo
interés en ella al descubrir que Tiro era su padre.

Gades no llegaba a entender por qué la hacía dormir cada noche a su lado para no
tocarla, acariciarla o besarla como solía hacer desde que había regresado a Sabinia. Para
ella era un verdadero tormento pasar cada noche a su lado, cuerpo pegado a cuerpo,
desnuda, sintiendo como su piel se erizaba al más leve contacto a causa del deseo, y como
se despertaba cada mañana avergonzada por encontrarse entrelazada de manera
inconsciente entre las piernas de él, quien evitaba mirarla. Rehuyendo su contacto a pesar
de que era evidente el estado de excitación en el que se levantaba. ¿Tanto la despreciaba
por ser hija de Tiro que ni siquiera el deseo era capaz de hacerlo olvidar el odio que sentía
por su padre? ¡Ay Juno, cómo dolía ser conocedora de tal sentimiento!
Gades observaba desde su sitio detrás del domino a las personas sentadas en aquella
mesa. En la cabecera se encontraba sentado el pretor y dueño de la villa y de su vida, claro
que ella era consciente de que también era dueño de algo más, pero aún no quería pensar en
ello. A su izquierda había un asiento vacío, por lo visto esperaban a alguien más, y por el
honor del asiento asignado debía de ser alguien importante. Junto a dicho asiento estaba su
abuelo Plubio, quien no podía ocultar la tristeza en su cara al ver que era ella quien debía
servir a todos los presentes, recordándole a cada instante su estado de esclavitud. A la
derecha de Marco se encontraba Tiberio, amigo de este y una persona a la que Gades no
tenía en gran estima por el abierto interés que demostraba en querer hacer de Claudia su
compañera de cama, y junto a este, y para sorpresa de todos se encontraba Cornelio, el
enemigo declarado del romano y a quien ella, a pesar de los intentos de este por acercarse a
ella debido a los lazos familiares que los unían, no terminaba de aceptar de buen grado.

-Sirve el vino Gades—Marco le ordenó que lo hiciera, aunque en vez de llamarla


esclava, como solía hacer para molestarla y cuya palabra se había convertido en una
contundente declaración de intenciones para ambos, la había llamado por su nombre, como
venía haciendo desde hacía muchos días. Exactamente los mismos que no la tocaba. Plubio
se puso serio y Tiberio tosió escandalosamente aunque Marco los ignoró a los dos.
-Al parecer esperamos todavía otro comensal—Cornelio no pudo evitar sonar un
poco petulante mientras la joven se encontraba sirviendo el vino a los hombres allí
sentados.
-Siento decepcionarte.
-¿Entonces…--Tiberio no terminó la frase porque Marco le lanzó una mirada de
advertencia para que mantuviera la boca cerrada y este le hizo caso, aunque le guiñó un ojo,
provocando que Marco apretara los dientes.

Afortunadamente Plubio tenía la boca tensa en una mueca de disgusto, por lo que
no era probable que también se interesara por aquel asiento vacío junto al suyo.

-¿Sirvo vino aquí, domino?

Gades le preguntaba por el asiento vacío puesto que ya había llenado las copas de
todos los presentes.

-No Gades, no es necesario.

Sabía que tenía que seguir adelante con aquello, pero por los dioses que le estaba
costando sudor y sangre hacerlo.

-Amigos—Marco se levantó de su asiento--, vecinos—dijo a Cornelio--, Gades ¿te


importaría sentarte a mi mesa? Como mi invitada.
-Marco…--Plubio apenas podía creer lo que acababa de oír.
-Vamos muchacha, ni se te ocurra pensártelo no vaya a ser que se arrepienta—
Tiberio supo de inmediato que a su amigo no le había gustado su comentario pero no le
importó. Finalmente este había decidido actuar con cordura.
-Hija—la animó Plubio.
-Yo…-¿Qué se suponía que tenía que hacer? ¿Sentarte y ya está?

La ansiada libertad.

-Gades, por favor.

Marco le tendió la mano para ayudarla a ocupar el asiento que quedaba libre a su
izquierda y junto a su abuelo. Ella la tomó temblorosa, desconfiada ante lo que podría ser
una broma cruel. Aunque en lo más profundo de su corazón sabía que aquello no era
ninguna pantomima. Aquello era real.

-Orseis—llamó el pretor a su criado para que sirviera la cena y pudieran dar por
concluido el trámite de la manumisión. Aquella no era sino una de las diversas maneras que
tenía un amo de dar la libertad a un esclavo, invitarlo a comer a su mesa.
-¿Soy libre?—preguntó a su abuelo sin atreverse a mirar al hombre que la había
libertado a los ojos de todos.
-Sí—le dijo su abuelo--, eres libre pequeña.
El anciano le acarició el rostro y le dio un beso en la frente. Tiberio sonreía
complacido porque por una vez alguien le hiciera caso, y Cornelio, bueno este no esta tan
feliz.

-Entonces…-se quitó el colgante que Marco la había obligado a llevar y que ella
odiaba con toda su alma--, creo que esto ya no me pertenece.

Se lo tendió al hombre con semblante serio y lágrimas contenidas. ¿Qué te pasa


ahora? ¿No era esto lo que querías?

-¿Puedo hablar contigo un momento?-- Era la primera vez que la bestia le


preguntaba y no le ordenaba, y tentada estuvo de mandarlo muy lejos, sin embargo sentía
tanta curiosidad por saber lo que tuviera que decirle que no pudo rechazarlo.

-Claro.

Se dirigieron al jardín interior donde ella se escondió el día del incidente con el
garum y el hombre la ayudó a acomodarse en un detallado banco de mármol.

-Espero que te haya gustado mi regalo.

Él no podía dejar de mirarla a los ojos pese a que la mujer esquivaba su mirada.

-Mentiría si lo negara. Desde que llegué aquí no he soñado con otra cosa—Enredó
sus manos en la estola blanca que llevaba cogida al hombro.
-¿Has pensado lo que vas a hacer ahora?
-Lo cierto es que no.

¿De verdad estaban teniendo aquella conversación tan civilizada?

-¿Te quedarías si te lo pidiera?—Al decir esto le alzó el rostro para que lo mirara a
los ojos. Quería que viera con cuanta intensidad la deseaba. La quería.
-¿Lo estás haciendo?—Apenas podía pensar cuando la miraba de aquella forma,
tantas noches de deseo insatisfecho estaban pasándole factura.
-¿Tú qué crees?

Acercó su boca a la de ella tomándose todo el tiempo del mundo para ello. Si iban a
empezar una relación como personas libres tenía que hacerlo bien. En cuanto sus bocas se
tocaron, adiós a sus buenos propósitos. Un ansia conocida se apoderó de él y la estrechó
contra su pecho a la vez que la colocaba en su regazo. Gades se aferró a sus fuertes
antebrazos mientras introducía la lengua con total descaro y conocimiento en la boca del
hombre, consiguiendo arrancarle un gemido de placer y que este introdujese su mano entre
sus muslos en un rápido ascenso hasta su entrepierna.

-¡Un momento!--Ella se levantó de un salto y apartándose de él lo abofeteó, dejando


a un Marco totalmente desconcertado ante tal ataque.
-¿Qué diantres significa esto?—preguntó airado.
-Que no tienes ningún derecho a tomarte tantas libertades.

Él tuvo que contenerse para no salir corriendo tras ella y someterla como tantas
veces, a besos. Hasta que recordó que ella tenía razón, ahora que era una mujer libre podía
decidir si quería o no estar con él. Podía elegir. Podía negarse.

-Está bien—le dijo ante la mirada desconfiada de ella--, tienes razón. Mi


comportamiento no ha sido adecuado.
-Lo reconoces.
-Así es. ¿Y bien?—le preguntó impaciente.
-¿Y bien qué?—cruzó los brazos por delante del pecho en actitud desafiante y
Marco vio las señales de su mal carácter. No pudo evitar sonreír al pensar que volvía a ser
la de antes.
-¡Te estás riendo de mí!--exclamó indignada--. ¿Tan graciosa te parezco?
-No me estoy riendo de ti—sin embargo su cara de guasa decía otra cosa--. Solo
quiero saber si te quedarás conmigo.
-No.
-¿No?—le preguntó sorprendido.
-Me voy con mi abuelo-- Lo dijo para molestarlo en un arranque de furia pero una
vez que las palabras salieron de su boca, no pudo desdecirse sin parecer una tonta.
-¿Estás segura de eso?

Gades hubiera jurado que había vulnerabilidad en su pregunta.

-Muy segura. Necesito alejarme de ti y de tus constantes atenciones. Dices que soy
libre, pues respeta mi decisión.

A Marco le costó este mundo y el otro no volver a ponerle aquel colgante que le
quemaba la mano como un hierro al rojo. Refunfuñó por lo bajo. ¡Esto es lo que has
conseguido por hacerle caso a ese viejo y al imbécil de Tiberio¡ La muy ingrata se marcha
y me deja después de haberla liberado.

-Me parece bien—le dijo para intentar hacerle el mismo daño que ella le causaba a
él con su abandono--, después de todo aún me queda Claudia.

Gades se percató en ese mismo instante que en ningún momento se había hablado
de libertar a su hermana pequeña.

-¿Sería mucho pedirte que la liberases a ella también? –Sabía la respuesta de


antemano pero tenía que intentarlo.
-No pienso liberar a las dos hijas de Tiro.
-Pero…— Gades se dio cuenta del error del hombre y que tal vez aquella
equivocación había propiciado su recién estrenada libertad--, Claudia no es hija de Tiro.
Ella es mi hermana de crianza, nada más. Sus padres murieron en Baelo-Claudia, aquella
noche.

Marco la miró durante unos segundos hasta que comprendió lo que ella acababa de
decirle. Sin embargo, en vez de sentirse traicionado, se sentía liberado porque aquella
mocosa no fuese la hija de ese asesino. En verdad él la quería como había querido a Julia,
su hermana. ¡Y ahora resultaba que había liberado a quien no quería hacerlo y se sentía
engañado¡ La miró sopesando sus posibilidades hasta que comprendió que no podía hacer
nada por convencerla. Después de contemplarla unos segundos más se marchó dejándola
sola en el lugar, sumisa en sus negros pensamientos.

¿Y ahora qué?

IX

Se encontraba sentada en un pequeño banco de mármol en el atrio interior de la villa


de su abuelo, a las afueras de la gran Roma. Desde que adquiriese la libertad se habían
sucedido un sin fin de visitas en la última semana. La más desagradable la de Augusta,
cuñada de su abuelo y madre de Cornelio. No le gustaba un pelo. Odiaba la forma en la que
se dirigía a ella, toda consideración y complacencia y comentarios bien intencionados,
según la mujer claro, los cuales no estaban exentos de alguna pulla que revirtiese a su
antigua condición de esclava, olvidando, convenientemente, que ella ya era ciudadana
romana antes de que Marco la esclavizara. Desde luego la mujer tampoco olvidaba el hecho
de que había sido la esclava sexual del romano, una circunstancia que parecía que le
encantaba recalcar, claro que acompañada de condolencias. ¡Ja¡ Cómo si a ella se le
hubiese muerto algo por ser la amante de un hombre, cuando era de sobras conocida la
promiscuidad de la mayoría de las patricias.

-Mi querida prima, tan hermosa como siempre.

Cornelio se dirigió al lugar donde se encontraba Gades evitando así que esta se
marchara al ver de quien venía acompañado. Ella apretó los dientes en un intento de
controlar la ira que la embargaba cada vez que Emilia, una amiga de este, la miraba con
altivez, aunque fingía demostrarle afecto, e intentaba sonsacarle los secretos de alcoba de
su antiguo amo, por quien, al parecer, la mujer parecía sentir gran debilidad.

-Gracias, pero creo que exageras.

Su sonrisa fingida era comparable al galanteo del hombre, quien más que primo
podría ser considerado su tío, ya que de quien era primo consanguíneo era de su difunta
madre. Tampoco soportaba el intento de manoseo de este cada vez que la tenía cerca. Lo
cierto es que eran muy pocas cosas las que toleraba desde su llegada a casa de su abuelo
con su recién adquirida libertad. ¡Hasta cuando iba a tener que aguantarse a ese imbécil, a
la arpía de su madre y la zorra de su amiga! No la engañaba ni por un momento, a pesar de
que había explicado a todo aquel que había querido prestar oídos, y al que no también, que
todo lo que se decía sobre él no eran más que injurias y calumnias que Marco se había
encargado de esparcir por doquier debido a una antigua rivalidad entre ellos. Gades intuía
que bajo sus finos modales, se escondía la brutalidad por la que era tan conocido entre los
esclavos.

-De ningún modo pequeña—remarcó Augusta--, estás bellísima, con toda seguridad
no te faltarán pretendientes a pesar de haber sido una esclava.
-Madre por favor, no tienes que estar recordando a Gades la tortura por la que tuvo
que pasar durante tantos años.

A pesar de haber regañado a su madre, su tono de voz indicaba que estaba


satisfecho con el comentario y la joven no pudo evitar recordar la bofetada que le dio el día
que intentó matarlo cuando creyó que él había matado a su padre. Al parecer Cornelio lo
había olvidado con toda intención. Pues ella no.

-Ni le hagas caso querida.--Emilia se sentó a su lado en el níveo banco entrelazando


su delicada mano aristocrática entorno a la suya, llena de callos, en un gesto de auténtica
camaradería. Si se percató de lo áspera de su piel no dijo nada y decidió pasarlo por alto--.
Desde luego que no pienso que pasar la mayor parte del tiempo en la cama del afamado
pretor pueda considerarse una tortura.

¡Hasta cuándo¡ Aquella sonrisa la enervaba y la llevaba a límites donde casi no


podía siquiera imaginar. Un, dos, tres, cuatro… tuvo que empezar a contar mentalmente
para controlar su fuerte temperamento, ser cortés y no salir de allí corriendo diciendo cuatro
cosas a aquellos tres.

-Desde luego—prosiguió la joven mujer--, somos muchas las que nos hemos
preguntado el motivo de que dicho portento de hombre no se hubiese dejado ver por Roma
desde su regreso. Además, sabrás que…

…cinco, seis, siete, ocho… aaaarrgg! La voy a matar como siga por ese camino.

-…eres la envidia de muchas nobles romanas. ¿Cuánto hubiese dado yo –preguntó


soñadora—por ser la esclava sexual del gran soldado?

Augusta hizo una mueca de desprecio hacia la romana y miró a su hijo haciéndole
una señal que solo pareció percibir este.

-Creo que voy en busca de tu abuelo, tengo unos asuntos que discutir con él
mientras vosotras las jóvenes, soñáis con… apuestos galanes.

Augusta se marchó con una malvada sonrisa en su ajado rostro mientras su hijo la
miraba con sorna, consciente de lo mucho que la joven odiaba que se le estuviese
recordando al hombre a cada momento.

-Vamos Emilia, no creo que mi prima necesite que se le recuerde tan a menudo su
infortunio.

Gades se mantenía en silencio mientras esos dos entablaban una conversación sobre
lo difícil que sería que los hombres la mirasen con respeto después de su bochornoso
pasado. Mientras, Emilia la seguía manteniendo atrapada sutilmente bajo su brazo y el
hombre se encontraba de pie frente a ella, enseñándole sus delgadas pantorrillas y las finas
sandalias de cuero enroscadas en esas peludas piernas. Pavoneándose como si un
espécimen maravilloso de hombre se estuviera exhibiendo frente a ella. Se llevó la mano
que tenía libre a la boca para ocultar la sonrisa que había estado a punto de escapársele al
compararlo con su antiguo dueño. Para su regocijo, Cornelio siempre saldría perdiendo. Al
menos para cualquier mujer que hubiese posado sus ojos sobre Marco, resultaría muy difícil
valorar a su primo por encima del pretor. Solo de recordar las musculosas piernas del
romano enroscadas en las suyas, el cuerpo se le ponía laxo. En comparación con este, su
antiguo amo podría ser considerado el mismo Marte hecho hombre, de tan firme que era su
cuerpo. Solo una cosa había conseguido hacerla aguantar aquella charada junto a ese par sin
levantarse de allí en dirección a cualquier rincón donde pudiese mantenerse apartado de
ellos, y era el hecho de que Emilia había revelado, sin darse cuenta, unas palabras
reveladoras para Gades. El poco interés que Marco prestaba a cualquier mujer que no fuese
ella misma desde que regresara de batallar por el Imperio.

-¡Ay Gades!—Exclamó Emilia con falsa aflicción--. Creo que te estamos agobiando
con nuestros comentarios sobre tu esclavitud. Te ruego nos disculpes, por favor.
-Descuida—le dijo con una sonrisa--, no tengo por qué avergonzarme de lo que no
estuvo en mis manos evitar.

Eso iba directamente para su familiar allí presente, con la esperanza de que se lo
contase a su encantadora mamaíta.

-Por supuesto que no-- convino el hombre, quien la miraba con un interés que a ella
no le gustaba lo más mínimo.
-Creo que iré a refrescarme un poco a los baños. Este calor es insoportable—dijo la
romana con intención de dejarlos solos.
-Te acompaño…--se ofreció la joven, quien ya se veía acorralada por los avances de
Cornelio nuevamente, en cuanto Emilia se hubiese marchado.
-No hace falta de verdad, puedes pasar tiempo con nuestro querido Cornelio,
seguramente tendrá algo que hablar contigo a solas.

Parecía que la mujer tenía planeado dejarla en manos del otro a pesar de que ella no
pensaba permitirlo.

-Prima, me gustaría que hablásemos de un asunto que requiere de toda tu atención—


le explicó con una sonrisa que no le llegaba a los ojos.

De repente un ruido de enérgicos pasos llamó la atención de los tres y para su


asombro, allí, ante ella, se encontró con la persona de la cual habían estado hablando hacía
tan solo unos momentos y por quien ella aún se dormía llorando por las noches.

Su bestia.

-¿Qué haces tú aquí?—Le preguntó su primo con ira contenida mientras se colocaba
delante de Gades como para protegerla.
Maldito imbécil ¿qué pensaba que podía hacerle en casa de su abuelo?

-¡Marco!

Emilia se desenroscó de su brazo en un santiamén, colocándose en un suspiro junto


al hombre para darle un sonoro beso en la mejilla mientras este la observaba a ella con el
ceño fruncido.

-Veo que te encuentras perfectamente.

Había ignorado deliberadamente a su rival, y como le sacaba una cabeza, la miró


por encima de este para dirigirse a ella.

-¿Debería no ser así?—Se levantó del banco con gestos seductores que no pasaron
desapercibidos para ninguno de los hombres--. Resulta innecesario señalar algo que puedes
ver por tus propios ojos.

Gades necesitaba hacerle saber que se encontraba perfectamente lejos de él. Que
podía ser feliz y llevar una vida agradable sin su presencia.

-Mis ojos han visto mucho más que lo que ven ahora.

La insinuación estuvo muy clara para todos, aunque solo fue Emilia la que soltó una
breve carcajada que se ganó una mirada burlona de Marco.

-No por mi voluntad—siseó con ganas de estrangularlo ante aquel comentario que
indicaba a las claras la relación íntima que habían mantenido. Se dio cuenta de que nunca
iba a permitir que olvidara que la había esclavizado y utilizado a su antojo.
-¿Estás segura de eso? Si quieres—su mirada se volvió incandescente cuando le
clavó los ojos en el hombro desnudo para bajarlos lentamente hacia su pecho cubierto con
el fino manto de seda carmesí y detenerlos ahí, deleitándose, mientras hablaba--, podemos
probar ahora que no estás bajo mi autoridad para comprobar hasta donde me permites ver.
-¿Querrás decir bajo tu yugo?

Gades se adelantó de un salto hasta colocarse frente a él, pasando por delante de
Cornelio que mantenía una actitud hostil, ante la mirada de sorpresa de Emilia que hasta ese
momento había estado contemplando a Marco embelesada cual perra en celo.

-¡Qué poco considerado Marco!--le recriminó la mujer intentado apaciguar los


ánimos al darse cuenta de la tensión que impregnaba el ambiente--. Aunque yo estoy más
que dispuesta a probar ese juego contigo cuando lo consideres oportuno, ya lo sabes.

La lenta caricia de la mujer por el antebrazo cubierto de cuero del hombre hizo que
a ella le dieran ganas de llorar, sobre todo cuando vio la sonrisa lasciva que este le dirigió a
la noble romana de cabellos rubios y ojos negros como la noche, poseedora de un delgado y
torneado cuerpo atezado por el sol. En ese momento Gades fue consciente de la belleza
latina que tenía frente a ella y no le gustó un ápice lo que su corazón sintió por la mujer.
¡Por todos los dioses que aquello no podía estar pasando! Ella no iba a celar a la bestia. Ni
hablar. No pensaba darle también poder sobre su corazón.

-Primo—se dirigió a este en un tono sugerente que parecía querer decir llévame a la
cama--, ¿me acompañas a dar ese paseo? Creo que de repente ha empezado a hacer mucho
calor aquí y necesito un aire un poco más fresco. Además, si no recuerdo mal, tenías algo
que decirme a solas.

Fue consciente en todo momento de la mirada de complicidad del hombre al


percatarse de lo que ella pretendía, y, como no, de la furia latente en el cuerpo del pretor,
puesto que todos conocían la gran rivalidad que existía entre aquellos dos. Más aún, era por
todos sabido que Marco apenas toleraba la presencia del otro, por lo que se limitaba a
ignorarlo cuando se lo encontraba para no provocar una pelea que estaba seguro no acabaría
hasta que se derramase la sangre de uno de los dos.

-Nada me gustaría más—asintió el hombre sabiéndose ganador en esa jugada.


-Un momento—los detuvo el otro--, necesito hablar con Plubio, también me
gustaría que estuvieses presente. Se trata de un asunto importante. De carácter militar.

Cornelio dudó un momento puesto que no era muy común que Marco quisiera que
estuviese presente en ninguna de las reuniones que solía mantener con su tío. No era ningún
estúpido y estaba convencido de que lo que motivaba tal ofrecimiento no era sino el hecho
de tenerlo apartado de ella, sin embargo no podía permitirse mantenerse al margen de nada
concerniente al alzamiento de los esclavos en Sicilia. Él tenía una baza importante en
aquella isla que ninguno de los presentes conocía. Gades miró primero a su primo y
después a Marco. Resopló con furia al darse cuenta de que el segundo había ganado,
Cornelio no la acompañaría y el otro esbozaba una sonrisa de suficiencia en el rostro.

-Estos hombres siempre hablando de guerras querida—le dijo Emilia a ella--, con lo
agradable que es hablar y disfrutar del amor.

Cada vez que aquella mujer abría la boca no era sino para hacer insinuaciones de
índole sexual al pretor.

-Desde luego, mucho más agradable.

Se colgó del brazo de su primo como si de verdad anhelara estar con él a solas y
compartir algo más que palabras, todo para demostrarle a Marco que no era el único
hombre, que podía haber otros si ella lo deseaba.

-Tú primero por favor—urgió Cornelio a Marco --. Necesito hablar un momento a
solas con la mujer que espero será mi esposa.

Gades por poco se cae por la impresión de oír aquellas palabras, pero al ver la
expresión de pánico en el rostro de su antiguo amo decidió que sería una dulce venganza
actuar como si aquello fuese de su total agrado, pese a que en realidad tenía ganas de
partirle la cabeza a ese estúpido al que debía llamar primo si bien en realidad fuese su tío.
Tampoco tuvo mucho tiempo para regodearse en su ponzoña, al ver como Marco se
adelantaba con pasos rápidos hasta la estancia donde su abuelo solía sentarse a leer y
meditar sobre filosofía, la cual se encontraba ocupada por la cuñada de su abuelo, Augusta,
a quien no le haría ninguna gracia que la apartaran sin darle explicaciones.

Un ruido la sobresaltó y rápidamente se puso al acecho.

-¿Quién anda ahí?


-¿Acaso esperabas a tu adorado admirador?—Marco apareció frente a ella como
salido de la nada.
-Ah, eres tú.--¿Qué otra cosa podía decir? Intentó aparentar serenidad ante la
incursión de Marco en la sala de baños, donde se encontraba en aquel momento, desnuda
como cuando su madre la trajo al mundo, pero metida en el agua hasta el nacimiento de los
pechos. Se hundió un poco más cuando vio hacia donde se dirigían los ojos del hombre. ¿Es
que nunca iba a aceptar que no podía seguir tratándola como si le perteneciera?
-Al parecer no te sorprende que un hombre te observe mientras te bañas—en su tono
de voz había reclamo, censura.
-Alguien me enseñó a no tener pudor y mostrar mi cuerpo quisiera o no.
-Ese alguien—la referencia a él mismo con aquella palabra lo molestaba muchísimo
y Gades no era ninguna tonta--, también debió enseñarte a escoger al hombre adecuado
ante el cual hacerlo.

Marco actuaba como si quisiera decirle algo pero a la vez se contenía. Ella lo
observó con detenimiento, ataviado con su imponente armadura militar, la lorica
segmentata, al más puro estilo, con el casco emplumado apoyado sobre la cadera mientras
la miraba manteniendo las piernas separadas, enfundadas en aquel calzado de soldado.
Gades intentó no pensar en el atributo que tenía entre ellas y del que tantas veces había
disfrutado ella misma. Sintió como un cosquilleo le empezaba a nacer en el bajo vientre y
un pálpito ya conocido le puso la piel de gallina ante el deseo de volver a tenerlo dentro de
su cuerpo, embistiéndola, tomándola, obligándola a cabalgar sobre él.

Empezó a sudar. Se estaba acalorando demasiado rápido y el hombre ya conocía


sus reacciones.

-¿Me vas a decir qué es lo que quieres? –En su brusquedad se desvelaba su anhelo.
-No.
-¿No?
-Serás tú quien me diga a mí qué es eso de que te casarás con Cornelio. ¿Acaso no
sabes quién es? No me dirás que no oíste nunca hablar de él en mi casa a los otros…
-¿Esclavos?—finalizó la frase. Al parecer al pretor le había costado terminarla.
-¿Para eso querías la libertad? ¿Para entregarte a un hombre tan vil? ¿Tan
despiadado?

Marco no podía creerse que fuera a perderla por su estupidez. Si no la hubiese


libertado ella ahora estaría en su casa, con él, en su cama. Compartiendo su vida y no
pensando en entregársela a ese ser mezquino y manipulador. Gades abrió mucho los ojos
ante la vulnerabilidad que percibió en Marco y, a su pesar, descubrió que no disfrutaba con
ella. Aun así, no pensaba decirle la verdad, que creyera que iba a perderla frente a su peor
enemigo. Eso lograría hacerlo enfadar por un tiempo.

-Lo que yo haga con mi vida y mi cuerpo no es asunto tuyo.

En un momento lo tenía delante, fuera del agua, y al siguiente se había metido con
toda su indumentaria en el baño junto a ella, la había levantado en brazos y la besaba con
una fiereza que no hizo sino inflamar aún más su deseo. Se aferró a él con todas sus fuerzas
sin importarle clavarse el peto de metal sobre su tierna carne. Solo estaba él, no importaba
nada más, nadie más. ¿Cuánto tiempo llevaba deseándolo? Sin un ápice de vergüenza abrió
las piernas para rodearlo con ellas mientras le levantaba el bajo de la falda en busca del
órgano que podía darle la paz que su cuerpo necesitaba. ¿Cuántos días añorándolo?
¿Semanas tal vez? No iba a desaprovechar la oportunidad de volver a tenerlo para ella sola.

Por su parte Marco apenas podía creer que ella estuviese actuando de aquella forma
tan entregada y entusiasta después de sus duras palabras, sin embargo era tanto lo que la
deseaba que no iba a dejar pasar la oportunidad de hacerla de nuevo suya. Necesitaba
saciarse de ella, llevarse su aroma consigo, su sabor, sus besos. Le tomó el rostro con las
manos y profundizó tanto el beso que no podría decir donde acababa uno y empezaba la
otra. Parecía ser un solo cuerpo.

Gades encontró ese punto esplendoroso de su anatomía masculina y lo liberó,


guiándolo hasta el centro de su feminidad, arrancando en el trayecto un gruñido de
satisfacción masculina que le llegó al alma. No quería pensar, no podía pensar, solo quería
sentir, sentirlo de nuevo dentro de sí, sentir esa fricción que se producía con cada
embestida, con cada penetración, sentir que era suyo, que el cálido líquido que corría por
su cuerpo buscando una salida era por él, por lo que le hacía sentir. Odio-pasión, pasión-
desenfreno, desenfreno… ¿amor? No, no quería pensar en ello. Solo esta vez, se dijo, la
última vez. Disfrutaría de él una vez más. Solo una, se dijo consciente de que no era cierto,
de que quería tenerlo todas y cada una de las noches de su vida a su lado.

El hombre la tomó por las caderas para colocarla en una mejor posición mientras la
apoyaba contra una de las columnas del baño a la vez que entraba y salía de su cuerpo
mientras la besaba tórridamente, en un frenesí descontrolado, humeante, sofocante. La
invadía y se retiraba una y otra vez, cada vez con más pasión, cada vez más rápido, hasta
que finalmente sintió como el calor que emanaba del cuerpo de la mujer se hacía agua y le
corría por su cuerpo en el mismo instante de su última embestida con el derrame de su
semilla dentro de ella. Se quedó exhausto.

Había sido maravilloso, revelador.

Se quedaron así un instante mientras ambos recuperaban la respiración, frente


apoyada contra frente, cadera contra cadera, corazón con corazón.
-Y ahora, ¿qué va a pasar con nosotros?

Ella lo miró un momento mientras lo empujaba para que se apartara, no queriendo


responder a su pregunta. No podía. No era el momento. ¿Por qué Marco había tenido que
preguntar?, ¿por qué simplemente no había optado por tomar lo que le había ofrecido y
marcharse de allí?

-¿Qué se supone que tiene que pasar?—Gades tenía que encontrar el valor para
echarlo de su lado. No estaba preparada para enfrentarse a aquellas emociones, aquellos
sentimientos. Supo de inmediato, al decir aquellas palabras que a él no le habían gustado.
Le había hecho daño. El rostro de Marco era el reflejo de su alma, se veía claramente su
sufrimiento, su desdicha. ¿Pero qué podía hacer ella? Lo miró mientras se volvía a meter en
el baño, en el agua helada, siendo consciente como él la observaba con su preciosa
indumentaria empapada del cuerpo de ella.
-Estás siendo cruel.
-¿Tú me hablas de crueldad?—No pudo contener la furia, pero no era por él sino por
ella misma, por no poder ser capaz de controlar sus emociones. Sus pasiones—. Puedo
enumerar demasiados actos de los cuales eres el protagonista que sí pueden reflejar
crueldad. Créeme, lo que ha pasado no ha sido cruel.
-Entonces…
-Nada—le dijo para que se fuera de una vez--, lo que ha ocurrido es nada. Puedes
llamarlo pasión, lujuria, como más te agrade. Tenía ganas de probarte sin acatar ninguna
orden para saber la diferencia, como me dijiste antes.

Marco la miraba con reproche, con pesar y con decisión. ¡Maldita mujer¡ ¡Y
malditos Tiberio y Orseis por manipularlo para que le diera la libertad¡
-¿Debo entender entonces que esto es un adiós?—la voz de Marco sonaba neutra,
carente de emociones, aunque por dentro estuviese deseando destruirlo todo con sus manos.
Incluida a ella por su necedad. Él no iba a suplicarle, había ido allí con la esperanza de
hablar con ella, intentar encauzar una vida juntos dejando atrás el pasado, pero se había
encontrado con una mujer vengativa que se complacía haciéndolo padecer.
-Claro que no—contestó Gades con indiferencia--, volveremos a vernos, una vez me
haya casado, si me canso de mi esposo, creo que necesitaré un amante. Tengo entendido
que la moralidad de los patricios es algo peculiar.

Marco la miró un momento antes de marcharse, por la expresión de su rostro Gades


supo que sus palabras no le habían hecho ninguna gracia. Es más, se atrevería a decir que
incluso le habían escocido un poco, pero solo un poco. Un orgullo como el de aquel hombre
no toleraría tales palabras. Él no.

-Yo no soy patricio—esas fueron sus breves palabras antes de marcharse.

X
Se encontraba nerviosa sin saber por qué. El último encuentro con Marco la había
dejado devastada. Sentía como si un huracán la hubiese arrasado por dentro, arrastrando
todo a su paso. ¿Qué demonios había ocurrido? Ella había intentado mostrarse indiferente,
aparentar que vivía feliz rodeada por los enemigos de este, sin embargo lo único que había
conseguido era azuzarlo hasta el punto de que acudiera en su busca y su pasión se
disparara. Después no pudo controlar el miedo que sintió al verse de nuevo sometida a la
bestia, aunque esta vez, y muy a su pesar, tuvo que reconocer que sus cadenas habían sido
su propia lujuria.

¡Ay Juno ayúdame! Este dolor en el pecho que venía sintiendo desde que él se
marchara contrariado y decepcionado era tan agudo que a veces incluso le faltaba el aire. Se
arrepintió en el mismo momento en que le dijo que solo había sido sexo, cuando le dio a
entender que se había vuelto una mujer frívola, que no le importaría tenerlo como amante
aunque no lo quería como compañero. ¿En qué se había convertido? Un prolongado suspiró
se escapó de lo más profundo de su corazón. Cómo había podido. Cuando percibió el dolor
en el rostro de Marco por sus horribles palabras sintió como el golpe se lo estuviera
propinando a ella misma, y se sintió ruin. Pero, ¿cómo olvidar lo que había ocurrido años
atrás? No podía olvidar lo que los romanos habían hecho a su padre. ¿Cómo amar y odiar
al mismo hombre con la misma intensidad? A veces pensaba que su alma estaría siempre
condenada. Además, ¿y Claudia? Se había quedado en aquella villa en Sabinia, sola y
desamparada, sometida a la esclavitud. Marco la había separado de ella.

Se reprendió por hipócrita. En realidad había sido ella quien la abandonara al


marcharse abandonándola a su suerte, y su única excusa era totalmente egoísta. Necesitaba
salir de allí, si no se hubiese marchado la sensación de seguir siendo su esclava la hubiera
terminado matando. Por otro lado, él siempre había tratado a su hermana con total
consideración, incluso había llegado a pensar que le profesaba un cariño especial, por lo
que no había temido por la seguridad de esta. Al menos quería pensar que estaba a salvo
junto al romano para no torturarse más. Había intentado que le vendiera a su hermana ya
que no quiso liberarla a ella, también pero fui inútil. Se volvió terco como una mula cuando
ella no quiso quedarse junto a él y dejó de atender a razones. Ella también era terca, y
decidió que su hermana terminaría siendo libre, como ella, y vivirían juntas para recordar
entre risas por todo lo que habían pasado desde su cautiverio.

Se dirigió al atrio con pasos lentos y metódicos. Estaba tan angustiada que ni
siquiera tenía fuerzas para caminar. Marco, Marco. Las dudas la asaltaban al pensar si sería
posible una vida junto al pretor. ¿Sería posible que hubiese un futuro para ellos? No, mejor
no. Ella no podía olvidar, no cuando él no había hecho nada que indicara que se había
arrepentido de sus actos por mucho que Orseis insistiera en lo contrario. Pero…, su
corazón, su alma, incluso su espíritu, sentía que todo pertenecía al hombre.

-No grites. No te haré daño.

Alguien se le había acercado desde atrás y le había tapado la boca para que no
gritara ni alertara a los hombres que su abuelo había designado como su escolta personal.
Los cuales iban ataviados con ropas muy parecidas a las de la guardia pretoriana. Por lo que
olvidarse del pretor resultaba casi imposible. Asintió con la cabeza, no sabía por qué pero
no se sentía amenazada por aquel intruso. Una corazonada le decía que no le haría daño.
Que estaba a salvo junto al hombre. Se giró y lo miró. Aquel extraño le resultaba
vagamente familiar pero no conseguía identificarlo. Él se separó un momento de ella para
que pudiera verlo mejor, mirarlo directamente a los ojos, o mejor dicho al ojo que aún le
quedaba sano y en su sitio, porque llevaba un trozo de cuero negro atado con una cinta que
le cruzaba la cara y ocultaba el otro. Llevaba el pelo muy corto, como si hubiese tenido la
cabeza afeitada hacía poco tiempo.

-¿Le conozco verdad?—preguntó en voz baja--. Siento que lo conozco.

El hombre abrió los brazos y esperó a que ella decidiera ir a refugiarse entre ellos
mientras la miraba con la vista nublada por una lágrima que estaba por derramarse y rodar
por sus hoscas mejillas.

Algo se le removió por dentro. Un presentimiento. Un reconocimiento. Al sentir que


sabía quién era abrió muchos los ojos, aquellos ojos que su madre decía que eran tan
parecidos a los de su padre.

-¿No quieres abrazar a tu viejo padre?


-Papá, ¿papá eres tú?—Gades no sabía si reír o llorar. En verdad era su padre pero
estaba más, como decirlo, como explicar en qué se había convertido el hombre que tenía
ante ella. Su cuerpo se había vuelto más musculoso, eso se veía al momento, los enormes
brazos las musculosas piernas que resultaban descomunales bajo la túnica y la armadura.
Iba vestido como un soldado romano y eso la alarmó.
-Ven aquí mi pequeña víbora.
-Oh papá—le dijo mientras corría a fundirse en su abrazo--. Cuanto tiempo…--no
podía dejar de llorar. Estaba vivo y había ido a buscarla. Su padre había acudido finalmente
en su rescate--. Dijeron que estabas prisionero y yo pensé que habías muerto.
-¿Quién te dijo eso? –le preguntó sorprendido--. Pensé que estabas en Sabinia, me
había llegado un mensaje diciéndome que eras esclava de ese maldito romano, el que arrasó
nuestro hogar.
-Lo era papá—el odio de su padre parecía incontenible--, así era, pero finalmente
me liberó y ahora vivo con mi abuelo. Al menos parece que lo es—le dijo dudando por
primera vez de aquella nueva verdad.

Su padre se apartó un momento de ella.

-Es cierto, el viejo Plubio es el padre de tu madre.


-Me alegra saberlo porque he llegado a quererlo en este escaso periodo de tiempo en
que nos hemos conocido—le dijo con una sonrisa--, pero, ¿por qué nunca le hicimos saber
de nuestra existencia? El abuelo pensaba que mamá había muerto en el naufragio del que la
rescataste.
-Gades—su padre parecía nervioso--, es una larga historia. Y tengo que sacarte de
aquí. Este no es un lugar seguro para ti.
-¿Por qué?—le preguntó contrariada--. Nada puede pasarme en casa del abuelo, es
el Censor.
-Hija no he tardado cinco años en encontrarte para que me desobedezcas.
-Entonces dime por qué el abuelo no sabe nada de nosotros ¿y por qué vas vestido
de soldado romano? ¡Te has alistado en las legiones!—exclamó horrorizada.
-No digas tonterías pequeña manipuladora—su padre suspiró mientras la miraba
decidiendo si debía contarle la verdad o no.
-¿Y bien?—lo apremió a que hablara.

Gades no iba a permitirle que se escapara de esa verdad, Tiro podía verlo en sus
ojos.

-Yo no salvé a tu madre de aquel naufragio—le confesó--, en aquella época yo era


una especie de mercenario, era muy joven, apenas tenía veinte años y prácticamente
quedábamos pocos fenicios. A pesar de ello, en vez de unirnos y garantizar nuestro futuro,
la inmensa mayoría prefería estudiar, se dedicaban a las letras, al arte de la oratoria. Yo fui
la excepción. Me dediqué a tomar naves romanas, la gran mayoría se dedicaban al
comercio.
-Eras un pirata—Orseis le había hablado que quien asesinó y torturó a la familia del
pretor era un pirata fenicio, su padre. Ella no quiso creer al viejo y pensó que alguien había
intentado engañar a Marco acerca de los asesinos de su familia.
-Bueno—sonrió Tiro--, puedes llamarlo así.
-¿Entonces como conociste a mamá?—A pesar de haber formulado la pregunta, ya
conocía la respuesta.
-Yo fui quien atacó el navío en el que viajaba.

Gades abrió los ojos debido a la sorpresa, el descaro de su padre no tenía límites. Lo
había dicho como si se tratase de la cosa más natural del mundo.

-¿Por qué?—preguntó alzando la voz sin poder contenerse.


-Yo solo atacaba naves comerciales, ese trabajo fue la excepción. Alguien me
contrató para que hundiera el barco y matara a todos los supervivientes. Concretamente a
una mujer.
-Mi madre.

Tiro asintió.

-Por eso no permití que ella se pusiera en contacto con su padre, y esa fue la única
pena que no pude evitarle.
-Pero finalmente sí la salvaste.
-Lo cierto es que la hice mi esclava—le dijo su padre avergonzado--. Desde el
momento en el que alcé mi espada contra ella tu madre me cautivó. Me miró con aquellos
enormes ojos azules llenos de orgullo y me retó a que matara a una mujer indefensa. No
pude hacerlo y, con el paso de los meses, acabé haciéndola mi esposa. Ya sabes que no soy
hombre de esclavizar a nadie.
-Pero…, yo creía que eras comerciante, no un pirata—lo acusó Gades consciente de
que muy probablemente su padre habría matado a la familia del pretor, con lo que su
venganza quedaba incluso justificada.
-Servilia me obligó a dedicarme a un trabajo aceptable para ella en cuanto tú
naciste.
Gades volvió a abrazar a su padre, después de todo, hubiese matado a la familia de
Marco o no, era su pater y ella lo quería.

-Papá, hay una cosa que no entiendo.


-Pregúntame lo que quieras—la animó.
-¿Acaso fue mi abuelo quien ordenó asesinar a su propia hija?

Su padre se mantuvo unos minutos en silencio antes de contestar por lo que se temió
la horrible verdad.

-No, él no. Pero sí alguien muy cercano y no pensaba correr el riesgo. Le envié una
nota diciendo que había cumplido mi misión y como tu madre no dio señales de haber
sobrevivido al naufragio que yo provoqué, no se cuestionó mi informe. Cobré mi trabajo y
emprendí el negocio de garum junto con el padre de Claudia.
-¿Quién fue?—le preguntó conteniendo el aliento--¿Cornelio?
-No hija, no fue él. Fue su madre. Ese infame apenas era un mocoso.
-¿Y cómo se puso en contacto contigo?
-A través de un esclavo griego llamado Orseis.

Gades por poco se muere al descubrir que el anciano al que tanto querían ella y su
hermana había estado implicado de alguna forma en el intento de asesinato de su madre.

-Por eso te vendrás conmigo—le ordenó Tiro--. Aquí no estás segura.


-No puedo hacerlo—se negó--. No pienso causarle otro dolor a mi abuelo, además
aún tengo que intentar liberar a Claudia.

Tiro la miró y empezó a preguntarle acerca del día en que la bestia llegó a la ciudad
con sus hombres arrasándolo todo a su paso, hasta el mismo instante en el que se habían
encontrado. Gades no mencionó que había sido la esclava personal y sexual del romano
pero por lo visto su padre lo dedujo y no le gustó un pelo saberlo.

-Lo mataré, de eso no tengas dudas, y me llevaré a Claudia y a todos los que quieran
venir conmigo--Era tal la furia de Tiro que hasta ella misma tembló de miedo. Su padre
estaba tan cambiado que no parecía humano. Estaba diferente.
-¿Cómo vas a hacerlo tú solo?—Había hecho aquella pregunta para hacerle ver que
era un imposible y mejor quedarse como estaban, después de todo lo ocurrido, estaban
vivos.
-¿Quién crees que organizó el levantamiento de esclavos que trae de cabeza al
imperio? Ya ha pasado un año y no han podido con nosotros—se miró los pies sonriente--.
Esto no es más que un disfraz. Si he podido entrar en casa del censor sin ser detenido,
¿crees que no voy a llegar hasta el pretor?
-Nadie ha dicho nunca que fuera un esclavo hispano el que organizara…
-Porque yo era el segundo al mando—la informó satisfecho.

Gades sintió nauseas al pensar que su padre había estado en manos de aquel
desalmado de Damófilo al que cuestionaban incluso los propios romanos. ¿Cuánto habría
sufrido su progenitor? ¿Cuántas desgracias más por llegar?

-Conociste a Damófilo—le señaló.


-No quiero hablar de ello con mi hija—le dijo llevándose una mano al trozo de
cuero que le cubría el ojo de forma inconsciente--, solo quiero ponerte a salvo, matar al
pretor y llevarme a Claudia, después volveremos a casa.
-Estoy a salvo aquí.
-No, no lo estás—insistió.
-No me iré de aquí… aún—le dijo terca como solo ella era.

Tiró la contempló un momento y comprendió que no conseguiría salir de allí junto


con Gades sin que esta armara un escándalo y acabaran apresándolos a los dos, por lo que
decidió cumplir los puntos segundo y tercero de su plan, matar al pretor y rescatar a
Claudia. Apretando los labios en un gesto de frustración se separó de su hija y se dispuso a
marcharse.

-Entonces primero mataré a ese romano, rescataré a Claudia y vendré a por ti.
Cuando regrese espero que estés preparada porque te llevaré a casa aunque sea en un saco y
atada como un cerdo.

Gades sintió que debía intentar hacerlo razonar. ¿De que serviría matar a Marco?
Después de todo su padre había matado a su familia. Podría considerarse que estaban en
tablas. O al menos eso quería pensar, eso quería creer, así tenía un motivo menos para
odiarlo, un paso más que la acercaba a él. Qué tonta eres Gades.

-Por favor no lo hagas, no lo mates.

Aquella frase le salió desde lo más profundo de su corazón, pero al parecer no debió
pronunciarla. Tiro la miró como quien ve a un fantasma y su rabia se pudo vislumbrar en su
único ojo sano.

-De no ser por él—le dijo colérico--, Rómulo no habría muerto, a ti y a la pequeña
no las habrían esclavizado, yo nunca hubiera sido hecho prisionero y obligado a
convertirme en gladiador. No habría perdido este maldito ojo ni sufrido incontables
torturas, tú abrías acabado casándote con un buen hombre hispano, Claudia viviría feliz
con sus padres o no sé qué otras historias felices más.
-Pero… siempre hay un motivo, una razón para todo.
-¿De qué diantres estás hablando?—le preguntó intentando comprender a su hija.
¿No estaba indignada por el trato al que la habían sometido?
-Tu mataste a su padres, violaste y torturaste a su hermana y a su sobrino de apenas
unos años de vida. Fue todo la consecuencia de tus actos.

Ahora sí que este estaba enfadado.

-¿En algún momento has llegado a creer que yo sería capaz de dicha atrocidad?
Nunca había oído hablar del pretor hasta el día que asoló Baelo-Claudia.
-Pero… entonces… alguien debió acusarte.
-Sí que recibí un encargo de matar a una familia años después de lo de tu madre.
Pero lo rechacé.
-Supongo que de la misma persona.
-Exactamente.
-Pues te han culpado de ello papá, y por esas culpas hemos pagado todos.
-¡Ahora sí que mataré a ese maldito romano¡ ¡Te ha sorbido la sesera¡
-Déjalo ya por favor—la verdad era aún más dolorosa porque Marco no había
tenido excusa para lo que ellos habían sufrido por su causa.
-Sé que ayer estuvo aquí y sé hacia donde se dirige. En Enna se resolverá esta
cuestión, acabaremos con él de una vez por todas.

Su padre se marchó de forma tan repentina y fantasmal que ella apenas percibió el
momento en el que lo había hecho. Decidió que tenía que hacer algo. No más muertes entre
ellos, bastantes almas ya los separaban. Debía partir de inmediato hacia aquella infame
ciudad donde se estaban dando tantas batallas entre esclavos y romanos, y sabía quién iba a
acompañarla. Se lo debía por su participación en el complot para matar a su madre. Sacudió
la cabeza pensando en las ironías de la vida pensando que Orseis había sido siempre una
pieza clave en su vida.

Orseis, ella y un joven esclavo de casa de su abuelo llamado Luciano, que


decía que Marco lo había dejado allí para recogerlo una vez regresara de Enna, estaban
escondidos para no ser vistos mientras se producía la lucha. El ruido de los caballos, los
golpes, los alaridos de dolor de los combatientes producían tal espanto que Gades estaba
petrificada mientras intentaba encontrar a Marco con la mirada. Había tenido la esperanza
de llegar con tiempo para evitar que entrara en combate, sin embargo cuando los tres
consiguieron dar con el lugar donde se estaba desarrollando la batalla, esta estaba en su
punto álgido y solo les quedaba esperar y orar para que terminara cuanto antes y con el
menor número de víctimas posible.

Mientras observaba con terror aquella escena dantesca, le llamó la atención un


hombre alto que corría con un enorme espadón en la mano tras de alguien, no sabía por qué
pero ese hombre le resultaba conocido. Se parecía demasiado a… abrió los ojos como
platos cuando este giró la cabeza mostrando el parche en el ojo. ¡Ese era su padre¡, y a
quien estaba mirando era, era… Marco. ¡Ay Marco!

Soltando un grito ahogado intentó salir en su dirección e intentar parar lo que fuera
que iba a suceder, pero Luciano la tomó con fuerza del brazo y negó con la cabeza. A ese
gesto se unió Orseis, y entre los dos lograron convencerla de que ella sola no podría hacer
nada, que solo le tocaba esperar y ver que ocurría. Gades cerró los ojos y rezó a todos los
dioses que conocía.

XI
Gades buscaba entre los cuerpos esparcidos por el valle después de la encarnizada
lucha. Los vencedores aún no se habían retirado, todavía seguían por el lugar encadenando
a los esclavos supervivientes. Un escalofrió le corrió por la columna y se le encogió el
corazón al pensar que ella había sido uno de ellos, que lo seguiría siendo de no haber sido
por aquel inesperado acto de bondad del romano. Sin embargo, en lo más profundo de su
alma, todavía se sentía como parte de aquellos que se habían alzado exigiendo un trato
digno y libertad. Después de todo había pasado más de cinco años en la esclavitud y
aquello no se olvidaba fácilmente, sobre todo lo acaecido los últimos meses en que era
considerada una esclava. En un acto reflejo se llevó la mano al lugar en el que había estado
el colgante con la inscripción que Marco le había obligado a llevar como castigo por haber
estropeado el garum, provocando con ello que sus invitados enfermaran. Se lo quitó en
cuanto se supo libre, pero aquellas palabras que tanto daño le habían hecho, porque eran
como una losa sobre sus ansias de libertad, las echaba en falta desde lo más profundo de su
corazón. Aunque por supuesto nunca lo reconocería. Sería como desear volver a la
esclavitud, y eso nunca. Apartando el rostro de un hombre cortado por la mitad y otro
ensartado con una lanza en cuya expresión se podía apreciar la sorpresa, reanudó su
cometido, esta vez con más valor que antes. No abandonaría. Iba a encontrarlo. Tenía que
estar en algún lugar, ella lo había visto desaparecer entre la multitud desde la distancia
cuando la batalla se volvió más encarnizada, e iba seguido por él, y ya no lo volvió a ver.
Sintió un estremecimiento ante lo que pudiera haber ocurrido entre ellos. Rogó porque no
fuese nada irreparable porque ese sería el final de todas sus esperanzas, y esperanza era lo
único que le quedaba. No sabía por qué pero estaba segura de que lo encontraría con vida.
Él no podía haberlo matado. No después de que ella le suplicara que dejara las cosas como
estaban. ¡Por todo lo sagrado¡ Ella era su hija y no la había escuchado. Solo sabía una
cosa, que él no podía morir. Ella no quería verlo muerto. Quería encontrarlo rebosante de
vitalidad, gritando órdenes a diestro y siniestro y llamándola esclava con ese deje burlón y
esa sonrisa de autosuficiencia en su hermoso rostro romano. Cupido había hecho una
travesura y ahora era suya. Se sentía suya. Marco había esclavizado su corazón con su
forma arrogante de tratarla, de besarla, de hacerla reaccionar a sus caricias, de mostrarse
tierno y comprensivo cuando menos se lo esperaba. De mostrarse vulnerable ante la sola
idea de perderla y comportarse como un niño pequeño al que quisieran arrebatar su más
preciado juguete. De cómo había ido en su busca a casa de su abuelo, exponiéndose a su
rechazo. Ahora que era libre para elegir, había decidido que quería estar junto a él.
Envejecer a su lado y hacerlo feliz de la forma que fuera, aunque sabía que era un
imposible. Un sueño imposible. Ahora ya no le importaban sus constantes cambios de
humor mientras pudiera permanecer a su lado. Suspiró con pesar, luchando contra el dolor
con lágrimas contenidas. Por favor, por favor, por favor queridos dioses, apiadaos de mí.
Devolvédmelo sano y salvo. Devuélvemelo Minerva. Dame una señal. Indícame el camino.

-¡Gades! ¡Aquí, muchacha!

Contuvo la respiración. Se volvió rápidamente hacia el lugar del que procedía la


voz de Orseis para verlo arrodillarse junto a un grupo de cuerpos apilados unos con otros
del que sobresalía un sinfín de flechas y una enorme lanza. Sintió como se le encogía el
corazón de solo pensar que uno de aquellos pobres desgraciados podría ser su romano e
imploró a la diosa que no lo fuera.
Sujetándose la estola corrió hacia donde se encontraba el anciano y a punto estuvo
de desmayarse ante lo que sus ojos vieron. Lo que encontró no fue sino el cuerpo
moribundo del pretor. Afortunadamente la lanza que había visto en la distancia estaba
incrustada en el cuerpo de otro pobre desgraciado, y las flechas estaban sobre otro que
yacía muerto sobre él, a modo de escudo protector.

-Aún respira—le explicó el vilicus de Marco--. Luciano—dijo dirigiéndose al joven


esclavo que lo acompañaba--, dame un trozo de tela para poder hacerle un torniquete en la
pierna. Ha perdido mucha sangre…
-¿Y yo? ¿Qué puedo hacer yo?—Gades quería ayudar de la forma que fuese. Ella no
podía quedarse con las manos cruzadas mientras él podía morir. No cuando pensaba que era
su padre quien habían intentado matarle.
-Intenta sujetarle la cabeza—le indicó el hombre mayor--, tiene un fuerte golpe en la
nuca y necesito ver qué tan grave es.

Sin dudarlo un segundo se arrodillo junto al cuerpo laxo del romano, tomándole
gentilmente la cabeza entre las manos mientras Orseis se dedicaba a inspeccionar la herida.
Resultó que tenía un buen tajo aunque no era muy profundo, que le recorría la nunca hasta
el hombro izquierdo. Lo cierto es que no era muy agradable a la vista, pero la que tenía en
el muslo era aún peor porque de ella podían verse incluso los músculos abiertos. Hasta se
podía ver con claridad el hueso debido a la profundidad que tenía.

-¿Está muy mal, no?—le preguntó angustiada, consciente de que sabía la respuesta.
-Si quieres saber la verdad, no sé si llegue con vida a la ciudad. Solo nos queda orar
a los dioses para que aguante todo el trayecto, por fortuna no es muy largo.

Gades observó un momento el cuerpo casi sin vida del hombre que tantas veces la
había hecho suya, el hombre al que conocía tan íntimamente como a ella misma y con el
que había descubierto los placeres que su cuerpo era capaz de experimentar. El hombre al
que había pertenecido y al que, muy a su pesar, sabía que seguiría perteneciendo por el
resto de su vida. Aunque decidiera unir su vida a la de otro, aunque los separaran los mares,
la tierra o el mismo cielo, él seguiría formando parte de ella misma.

-Aguantará—le dijo al viejo mirándolo a los ojos con decisión--. Nosotros nos
encargaremos de que así sea.

Orseis la miró apenado y ella también sintió pesar por el hombre. Desde que le
confesara que conocía su participación en el intento de asesinato de su mater, este parecía
muy avergonzado. El pobre no había intentado disculparse ni excusarse, tan solo dijo que
en aquella época era un simple esclavo y no podía desobedecer a su entonces propietaria
por miedo al castigo. Gades intentó sonsacarle el motivo que tuvo esta para actuar como lo
hizo, pero el hombre simplemente le dijo que el poder y la riqueza del censor Plubio
siempre habían sido el objetivo de Augusta, y que para ello tenía que eliminar a cualquiera
que pudiera ser una amenaza. Por lo visto aquella mujer quería la herencia y el poder de su
abuelo al precio que fuera, y para ello no había dudado en alzarse contra la propia hija de
este.
Volvió a colocarle un paño de agua fría en la frente.
Habían tenido que hacer un alto junto a una laguna a las pocas horas de iniciar la
marcha en dirección al campamento donde Tiberio se encontraba con las tropas, a las
afueras de la ciudad donde se había desarrollado aquella sangrienta batalla. Marco estaba
muy mal y no se habían atrevido a seguir hasta que estuviera un poco más repuesto, al
menos hasta que le hubiese bajado la fiebre. Una vez en el campamento militar esperarían
el tiempo que hiciera falta para emprender viaje a Roma, a casa de su abuelo. Al menos allí
podría estar bien atendido hasta que sanase mientras ella iniciaba la búsqueda de su padre.
Tenía que mantener una seria conversación con él. Debía hacerle entender que las cosas
siempre no eran buenas o malas, sino que podía haber matices.

-…no puede ser, por favor…, madre, padre…el niño no por favor. ¡Lo mataré! ¡Los
mataré a todoosss!--Marco deliraba y decía cosas incoherentes mientras se retorcía ante la
mirada compasiva de ella--. ¡Quemadlo todo! ¡A todos…! ¡Ellas no! ¿Gades? ¡Ponte el
maldito colgante! Espera… no me dejes por favor.

Se incorporó de repente del lecho improvisado de mantas que la mujer le había


preparado para que descansara un poco mientras Orseis le cosía las heridas. Estaba
completamente desnudo, cubierto apenas por un pequeño calzón que ocultaba su miembro
viril a sus ojos en un intento del griego por mantener cubiertas las partes pudendas del
hombre. Como si ella no hubiera visto ya demasiadas veces dicha zona de su anatomía. En
un acto reflejo, y sin que Gades pudiese protestar, la tomó de los brazos con una fuerza que
la joven pensó que había perdido, mientras la contemplaba con ojos vidriosos y
enloquecidos. Sin saber que decir o hacer se lo quedó mirando a los ojos a la vez que sentía
que un deseo incontrolado empezaba a crecer en su interior. Y se reprendió por ello. ¡Ahora
no por favor¡ Con apenas una mirada el maldito romano conseguía encender sus ansias de
volver a estar entre sus brazos, de sentir sus embestidas, sus besos… ¡Por Juno Gades que
tienes que controlarte! Date cuenta de su estado de seminconsciencia. Así no es honorable
desear estar con un hombre.

-Eres mi esclava.

Eso fue lo único que dijo este. Así, sin más, para después de hacer semejante
comentario contraérsele el rostro y volver a desvanecerse. Ella pensó que debió de sentir
una fuerte punzada de dolor en el hombro que tenía herido por la presión con la que la
había agarrado mientras la observaba, se quedó sin saber reaccionar ante aquello hasta que
por fin soltó el aire que había estado conteniendo. Se mantuvo allí quieta y en silencio,
intentando controlar tanto su deseo como su pena al verlo tan débil y vulnerable. Le apartó
un pequeño y oscuro mechón de pelo de la frente con tal delicadeza que incluso se asustó
de su propio gesto. Más tarde volvió a sumergir el trozo de tela en el cuenco que había
utilizado para coger agua con la intención, acto seguido, de recorrerle el torso lentamente y
limpiar el sudor de su cuerpo enfebrecido. Realizó dicha acción una y otra vez, una vez y
otra. Acarició con él los fuertes brazos, el rostro con el que había llegado a soñar desde que
abandonara la villa para irse a vivir con su abuelo, las musculosas piernas bellamente
esculpidas…

-¿Has conseguido bajarle la fiebre?

Aquella simple pregunta pareció menguar en algo su estado de excitación.

-Al menos lo estoy intentado—respondió al viejo esbozando una leve sonrisa


intentado mantener la compostura. Ay que acalorada estaba. Se percató del gesto
preocupado del anciano e intentó confortarlo--. Aguantará Orseis, todavía tiene que
presenciar mi matrimonio con mi primo. No puede arrebatarme mi dulce venganza.

¿Por qué había tenido que decir aquello? Para mantener tus barreras, se recordó.
Intentaba parecer segura ante los demás en lo concerniente al pretor. Mantener sus
emociones bajo control era muy importante para Gades. Nadie podía ser conocedor de sus
verdaderos sentimientos hacia el romano, de cómo estaría dispuesta a dar cualquier cosa
para pasar su vida junto a él. Si su pater lo supiera… ¿Cómo podría mirarle a la cara, ver
su cara desfigurada, y explicarle lo que sentía por el asesino de su familia? Por el causante
de todo. Tiro no lo entendería, solo conseguiría enfurecerlo más aún. Se podía amar a quien
había esclavizado a sus amigos y a ella misma, ella había descubierto cuanta verdad había
en esa afirmación. Sí, claro que se podía, no tenía que preguntarle a otra persona para
obtener su respuesta. Lo sabía mejor que nadie, lo sentía en carne propia, y era esa su
condena, su penitencia hasta el fin de sus días.

-Del odio al amor hay solo un pequeño paso jovencita, y la venganza no consigue
devolvernos aquello que nos arrebataron.
-Eso podrías habérselo dicho a tu patrono antes de que decidiera asolar Baelo-
Claudia en busca de mi padre.
-Nadie más que el propio Marco ha lamentado aquel arrebato aunque su orgullo le
impida reconocerlo—intentó justificar el anciano--. Fui su esclavo desde que era muy joven
y jamás le he visto tratar con injusticia a nadie.
-¿A nadie?—Le preguntó alzando las cejas oscuras.
-Tú has sido la excepción Gades, sinceramente creo que tiene una extraña obsesión
contigo—la miró con cariño--, me atrevería a decir que incluso podría hablar de
sentimientos, aunque claro, a ti no te gustaría saber que él pudiera sentir algo por ti
diferente al odio o a la mera posesión.
-Por supuesto que no me gustaría—su respuesta había sido tan a la defensiva que
había sonado a mentira.

Justo en ese momento Marco se quejó y volvió a decir incoherencias, debatiéndose


y retorciéndose entre fiebres y escalofríos. Gades se apresuró a decirle palabras
tranquilizadoras, acunándolo y refrescándolo con el paño húmedo ante la atenta mirada de
Orseis, que se alejó de allí sin ser oído, dejándolos solos, mientras murmuraba acerca de la
terquedad de la juventud y las decisiones erradas que se tomaban movidas por el orgullo.
Estaba tan concentrada en cuidarlo que apenas si se dio cuenta cuando Marco cayó
profundamente dormido en sus brazos. Por fin su respiración se había vuelto pausada,
regular, y parecía descansar en paz por primera vez desde que lo encontraran. Habían
pasado muchas horas desde entonces, por lo que había oscurecido y les había caído la
noche encima. Luciano convenció a Orseis de no mover al amo hasta la mañana siguiente
con el fin de que pudiese descansar tranquilo, y ella también estuvo de acuerdo con el
muchacho puesto que no había conseguido bajarle la fiebre aún, debido a que la herida de
la pierna se había infectado no presentando muy buen aspecto a pesar de que la habían
lavado constantemente, manteniéndola lo más limpia posible, precisamente para evitar el
riesgo de infección. Como viajaban en un carro no tuvieron problemas para montar una
tienda al estilo de las legiones romanas donde guarecerse durante la noche y en la que
Marco pudiera estar más protegido a las inclemencias del tiempo. Gades dirigió su mirada
hacia el rostro macilento del hombre y no pudo evitar acercar su rostro hacia él y darle un
leve beso en los labios. Deseaba tanto hacerlo.

-Quizás sea el último beso que vuelva a darte—le susurró mientras le acariciaba la
mejilla.

Sin esperarlo Marcó se inclinó y profundizó beso haciéndola estremecer,


descontrolando la necesidad que tenía de él desde que lo viera tendido en aquel campo de
batalla, moribundo. Al momento la soltó y se volvió a quedar dormido con una sonrisa
satisfecha en el rostro. Gades lo observó durante un momento, intentando comprender lo
que había ocurrido, pero decidió que debió tratarse de un acto reflejo producto de la fiebre,
no dándole más importancia para no tener que llegar a conclusiones que quizá no estaba
preparada para afrontar. Era mejor comportarse cobardemente y hacer como si nada
hubiese ocurrido. Lo más seguro para su corazón era pensar que lo sucedido no había sido
otra cosa que algo producto de un impulso. Bostezó de puro cansancio mientras un
profundo sopor se fue apoderando de ella, y se quedó dormida sin apenas darse cuenta ni
echar de menos al anciano o al joven esclavo.

Marco se despertó en mitad de la noche con la garganta reseca a causa de la


fiebre. Se sentía más despejado y fresco, por lo que supuso que debía encontrarse mejor, al
menos todo lo mejor que podría esperarse teniendo en cuenta que había pensado que
moriría allí tendido, entre muchos de los cuerpos de sus soldados y entre aquellos esclavos
alzados en armas. El ataque lo pilló por sorpresa, más de un hombre lo habían cercado,
acorralándolo y a cuantos más vencía, más aparecían, hasta que recibió un golpe fatal por la
espalda. Le gustaría saber quién había vencido, o mejor expresado, qué bando había
sufrido menos bajas. Era inútil engañarse a uno mismo, lo único que vence en una batalla es
la causa, porque todo lo demás son pérdidas de vidas y animales. Intentó girar el cuello
pero no pudo, le tiraba la piel a causa de la costura de puntos que le empezaba en la nuca y
seguía hasta el hombro, justo donde lo habían golpeado provocando que cayera. Suspiró e
intento humedecerse los labios. Estaba sediento. Se miró pero todo estaba a oscuras y no
podía ver nada, solo formas extrañas, allí, donde quiera que se encontrase. Alguien lo había
sacado del campo de batalla y lo había atendido pero no imaginaba quien podría haber sido,
lo único de lo que estaba seguro era que no estaba junto a sus hombres porque no se oía
ningún ruido. Todo estaba demasiado silencioso. Debido a la oscuridad debía usar sus
manos para ver a través del tacto, así podría reconocer algunas cosas, sin embargo tampoco
eso le parecía ser de utilidad, porque solo pudo mover una, la otra la tenía entrelazada entre
las de una mujer. Eso sí que lo reconoció enseguida, además al parecer tenía su cabeza
reposada en el regazo de una fémina y, sin poder apenas controlar ese fugaz pensamiento,
deseó que fuese Gades quien velara su sueño y cuidara de sus heridas.

Su Gades, su esclava.

La mujer que había conseguido distraerlo de su meta en el Cursus Honorum para


volverlo loco de deseo. La mujer que había llegado a comprender, a preciar, a adorar e
incluso a… amar. La mujer que hubiera deseado tener allí en aquellos momentos en los que
había creído que iba a morir para confesarle sus sentimientos. Volvió a cerrar los ojos. Lo
que hubiera dado porque ella no le hubiese abandonado cuando la liberó. Y a pesar de todo
decidió ir a buscarla antes de llegar a su destino en Sicilia, a Enna, donde se había
originado todo aquello y tendría su final, para pedirle que fuera su esposa, que podrían
tener un comienzo juntos, si ella lo deseaba. Que él olvidaría quien era su padre, el asesino
de su familia. Pero claro, aquella maldita mujer, obstinada y orgullosa como era, lo había
utilizado y después lo había rechazado, hiriéndole el alma con su actitud. Respiró con
dificultad al recordar dicha afrenta. Se tocó con la mano que tenía libre la herida de la
pierna. Esa se la hizo mientras luchaba, se rasgó la piel con una lanza. Pero la de atrás…
Recordaba vagamente como un hombre había gritado su nombre en medio de la batalla y
corrido hacia él espada en mano, sin embargo ya había sido herido por la espalda a causa de
otro por haberse distraído al oír su nombre y cuando este, al que le faltaba un ojo, llegó
hasta él, ya estaba tirado en el suelo, medio muerto a causa de la herida sufrida a traición.
Despejó su cabeza. Él quería soñar con Gades, tenerla allí, cuidándolo. Incluso había
llegado a imaginar un beso. Un beso cargado de pasión y promesas. Mi Gades. Mi hispana.
Mi esclava. Volvió a dormirse ante el silencio de la noche soñando con ella.

Gades había salido durante la noche un momento para hacer sus abluciones cuando
alguien la atacó colocándose detrás de ella.

-No grites y no le ocurrirá nada al romano ni al viejo.

Sintió algo punzante clavarse entre sus costillas por lo que obedeció sin rechistar ni
hacer ningún movimiento que alertara a su atacante y pusiera en peligro a los hombres que
estaban con ella. No sabía cuántos podrían acompañar a su asaltante y tampoco quería
provocar que Orseis o Luciano se vieran envueltos en una lucha, ellos no eran hombres de
armas, y mucho menos remataran a Marco ahora que parecía haberle bajado la fiebre.

-Vamos, sigue andando hasta aquellas rocas.

Aquella voz le resultaba familiar pero como hablaba en susurros no lograba


identificarla. Giró un momento la cabeza para intentar atisbar algo que le diera indicios de
quien pudiera querer secuestrarla pero… un momento.

-¿Luciano?--Apenas pudo controlar el grito que salió de su garganta al descubrir


quién era su secuestrador y de repente sintió un golpe y todo se volvió negro.
XII

-¡Aún me duele estúpido!--Le soltó molesta a Luciano mientras este la miraba con
cara de pocos amigos.
-Vas a dejar de quejarte, me duele la cabeza de escucharte.
-Te aguantas, me has hecho daño.
-Lo que te ocurre es que no querías abandonar al esclavista—refunfuñó este por lo
bajo.

Gades le dirigió una mirada de advertencia para que mantuviese la boca cerrada
mientras se volvía a colocar el paño mojado en el chichón que estaba segura que le saldría
en la frente. El muy cretino no había tenido otra forma de hacerla callar que golpearla y
llevársela del claro donde estaban acampados sin su consentimiento.

-Ahora comprendo tu insistencia en que pasáramos la noche en ese lugar.


-Mira Gades, me da igual quien sea tu padre, como no dejes de pincharme te vuelvo
a dar—. Luciano se marchó de allí protestando sobre la locura de las mujeres. Él, que
pensaba que la hija de Tiro le estaría tremendamente agradecida por haberla regresado
junto a su familia, resultaba que la terca mujer no hacía sino lanzarle miradas cargadas de
dardos envenenados y hacerle reproches.

-Creo que Luciano hubiese esperado un poco de agradecimiento de tu parte.

La mujer que se había dirigido a ella era conocida por los que estaban allí como la
bondadosa. Tenía una larga cabellera negra recogida en una trenza y unos ojos
almendrados enorme en un rostro de marcado exotismo. Lo cierto es que era una belleza, y
parecía mantener una relación muy especial con su padre. Como la que este hubiese tenido
con ella si no la hubiesen esclavizado llevándosela de Hispania hacia un mundo
desconocido. Al domus de la bestia, su bestia.

No pudo evitar emitir un suspiro desde lo más profundo de su corazón al pensar en


él.

-A mí me hubiese gustado que por una vez alguien me preguntase lo que quiero
hacer y no llevarme de un sitio para otro como si no supiese expresar mis propios deseos—
Protestó dirigiéndose a la mujer, que rozaría la treintena, para ayudarla a izar los cubos
repletos de agua salada por la proa del barco.
-Hay veces que no se tiene elección—le dijo encogiéndose de hombros--, es mejor
aceptar lo que el destino nos depara.

A Gades aquellas palabras la llenaron de curiosidad, por lo que se atrevió a


preguntarle.
-¿Es ese tu caso?

La mirada de la otra pareció perder algo de la alegría que la caracterizaba desde que
la conociera en aquellas extrañas circunstancias, acompañando a un grupo de esclavos que
habían formado parte del alzamiento comandado por Euno y que tomaban rumbo a casa,
aunque claro, cualquier persona comparada con ella, que no había hecho otra cosa más que
protestar desde que despertara del sopapo que la dejó inconsciente y metida en ese barco,
podría considerarse alegre. A pesar de ello Gades captó el dolor bajo las palabras, por lo
que se compadeció de la mujer.

-Seguro que tú también eras una de las esclavas que se alzaron contra Damófilo y su
esposa—le dijo como si la comprendiera--. Has debido de sufrir cosas horribles, en la casa
del romano donde viví como esclava hablaban mucho de ellos.
-Lo cierto es que no Gades.
-¿No eras una esclava?

Ante su insistencia la otra dejó lo que estaba haciendo y se giró para mirarla a los
ojos. Quería hacerla comprender. Ella no era como sus padres ni los amigos de estos. Ella
era diferente, por eso puso su vida y cuidados al servicio de las víctimas de su familia.

-Yo soy la hija de Damófilo. Me llamo Elia, aunque ninguno aquí quiere llamarme
por el nombre que me pusieron mis padres, excepto Tiro.

Se quedó petrificada. ¿Esa era la joven de la que había oído hablar en la cena la
noche que sucedió lo del incidente del garum? Pero, todos habían dicho que los esclavos la
habían escoltado y puesto a salvo con unos familiares. En Catina. ¿Qué hacía allí? Aquello
sí que era toda una sorpresa.

-Vaya, había oído hablar de ti—le confió--, aunque pensé que eras más joven.

No supo por qué había dicho eso.

-Claro, la envidiada juventud—sonrió de aquella forma arrebatada que hacía que


Gades se sintiese fea y torpe--, lo cierto es que a mi padre le gustaba pensar que aún era
joven para casarme. Creo que nunca tuvo intención de separarse de mí.-- Gades se percató
de nuevo de la sombra que cruzaba por los ojos de Elia cuando nombraba a sus padres.
-¿Puedo preguntarte qué haces aquí?—La ganas por conocer de la historia de la
mujer eran tan fuertes que no pudo resistirse y por un momento se había olvidado de su
triste situación—. Te aventuras a un mundo desconocido, con personas que posiblemente
sean capturadas tarde o temprano y devueltas a la esclavitud, ¿por qué lo haces?, ¿para qué
arriesgarte tanto?, ¿y por qué ponerte en contra de ellos? A fin de cuentas, eran tus padres.

Elia la miró con los ojos brillantes de felicidad y ella no supo identificar el motivo
aunque se hacía una idea aproximada, ¿tal vez un amor? Se sintió identificada con ella.

-Por una ilusión. ¿Nunca has tenido un sueño y has creído poder hacerlo realidad?

Al decirle esto su mirada se dirigió hacia donde se encontraba el capitán del barco.
Su padre. A quien Gades aún no había perdonado la forma en la que se la había llevado
consigo, ordenando a Luciano que se ofreciera a ayudar a Orseis a encontrar al romano para
poder sacarla de allí. La mirada de este, mejor dicho el ojo que le quedaba sano, ya que el
otro lo llevaba tapado por un parche, cortesía de la hospitalidad del padre de la otra, se
dirigió a la mujer que estaba junto a ella, provocando que esta se ruborizara. Y Gades
entendió. Entendió demasiado bien que entre ellos dos había algo. No una simple relación
afectiva padre e hija como había creído en un primer momento y que había llegado a
envidiar. Se palpaba algo tan poderoso que no pasaba desapercibido para los demás, todos
antiguos esclavos alzados en armas contra el padre de la mujer, que los miraban risueños y
parecían estar contentos con aquella extraña relación. Parecían querer a la hija de aquel
malvado y se alegraban por ella, y parecían contentos de que amara a su capitán.

Llevaban apenas un día de travesía y su estado de melancolía y frustración


iba en aumento. Al igual que su resentimiento. ¡Maldito Tiro y su autoritarismo¡ Tantos
años deseando rencontrarse con él para que llegado el momento la tratara como a una niña.
Gades haz esto o lo otro, incluso le decía: “no me repliques muchacha”; como cuando era
pequeña. ¿Y acaso había venido a darle una explicación del motivo de su secuestro? Porque
era un secuestro orquestado por su propio padre. Ya le había dicho que quería estar un
tiempo con su abuelo, el pobre había perdido a su madre hacía muchos años y aún lloraba
esa pérdida, ¿por qué no iba a disfrutar de su nieta? No es que ella quisiera permanecer en
Roma para estar cerca de Marco, no era eso no. ¿Qué no? Tonta. ¿A quién quería engañar?
A Tiro por lo visto no. Lo malo de todo es que sentía que le había fallado dejándolo solo
tan malherido como estaba y ese remordimiento acabaría matándola. Se enrabietó. Ni en la
distancia podía sacárselo del pensamiento. El no verlo solo hacía que deseara encontrárselo
con más fuerza. ¡Hasta cuando¡

Estaba sentada sobre un banco en la cocina del barco mientras cortaba un poco de
cebolla para preparar con ella una sopa cuando su padre entró y se la quedó observando con
una ceja arqueada.

-Estoy harto de esta situación—la regañó.


-No me digas.

Gades ignoró a su pater y continuó con su tarea mientras los ojos empezaban a
escocerle de tanto picar aquel vegetal.

-Puedo soportar tus malos modos pero no que intentes asesinar cada vez que tengas
la ocasión a Luciano. Él solo cumplía mis órdenes.
-No he intentado matarlo, solo—se encogió de hombros mientras apretaba los
labios--, solo quería que no pusiera esa sonrisa de autosuficiencia cada vez que me mira. Se
cree mejor que yo porque ha conseguido traerme con vosotros a base de mentiras y golpes.

Tiro miró a su hija y no pudo evitar sentirse orgulloso de ella, aunque debía
reconocer que compadecería al hombre que tuviera que cargar con esta por el resto de su
vida. Claro que se creía mejor que ella, el muchacho no comprendía el apego que sentía por
quien la había esclavizado.

-El caso es que quiero que me prometas que lo dejarás en paz.


Gades alzó la cabeza en un movimiento brusco y lo miró echando chispas por los
ojos, los cuales estaban llenos de lágrimas también por culpa de la cebolla. . De no haber
sido su padre le habría lanzado el cuchillo.

-¿Cómo vosotros me habéis dejado a mí? Yo no quería venir.


-Sí, ya me contó Luciano sobre tu escenita de no querer abandonar a ese maldito
romano.
-Ese maldito romano se estaba muriendo por tu culpa.

Su pater la miró sorprendido y a ella le extrañó. Tiro no era hombre de negar sus
actos.

-¿Niegas que le atacaste por la espalda?


-¿Me estás llamando cobarde hija?—A pesar de que su padre no contestó a la
pregunta, Gades se percató de que tal vez había ido demasiado lejos en su frustración.
-Claro que no—se disculpó. Conociendo su fuerte temperamento era mejor
recular--. Solo que vi como caía Marco y tú estabas tan cerca, a su espalda, que pensé
que…

Ni siquiera se dio cuenta de lo que había dicho cuando lo escuchó soltar un alarido.

-¿MARCO?

Gades se encogió ante el estallido de ira de su progenitor. Ahora sí que se había


armado. ¿De qué estaban hablando para haberlo enojado tanto? ¿Qué es lo que había dicho
que era tan grave?

-¿Desde cuándo llamas por su nombre a quien te esclavizó, a quién mató a tus
amigos, a los padres de Claudia? ¿A quién mantiene esclavizada a tu hermana de crianza?
—Se acercó a ella y la agarró fuertemente del brazo.--¿Acaso no te ha convertido en su
ramera?
-¡Suéltame!--Aquellas palabras le dolieron en el alma. Sobre todo porque ella sabía
que su padre tenía razón, pero… aun así, ¿cómo hacerle entender que también era amable y
tierno…a veces? Que había llegado a desearlo con cada fibra de su cuerpo y su piel. Que le
había concedido la libertad para que eligiera por sí misma si quería estar con él o
abandonarlo, que no trataba a Claudia sino como el amor de un hermano a una hermana…

-Ni se te ocurra Gades—le dijo su padre en apenas un susurro--. No pienses que voy
a permitir que unas tu vida a la suya. Espero que no se te haya cruzado nunca ese
pensamiento por la cabeza—Tiro la miró un momento a los ojos y no le gustó lo que vio--.
¡Jamás! Antes lo mato.
-No he dicho que vaya a irme con él, pero no puedes pedirme que desee su muerte.
Y no puedes amenazarme continuamente con matarlo. Ya lo intentaste y yo lo salvé.
-Te repito que no he intentado matarlo, si lo hubiese hecho ahora llorarías su muerte
y no su ausencia--.La miró con dureza.
Sintió como se le quebraba la voz--. No puedes prohibirme tener sentimientos.
-No—le dijo molesto--, pero puedo mantenerte alejada de él. De todo lo que
representa. De todo lo que tenga que ver con él.

De repente se dio cuenta de lo que su padre había querido decir.

-¿Y mi abuelo?—le preguntó con furia--. ¿También piensas mantenerme alejada de


mi abuelo como hiciste con mi madre?
-Si tu madre pudo vivir sin él, tú también puedes hacerlo.
-Pero yo no quiero vivir alejada de él—no pudo aguantar más y lanzó el cuchillo al
suelo en un gesto de locura--. Tengo derecho a decidir, ¡quiero ser libre! Estoy harta de
vosotros. De ti, de Marco—esto lo dijo para molestar aún más a su padre-- ¡de todos!

Gades gritaba una y otra vez que quería ser libre mientras abandonaba el lugar y
dejaba a enfurruñado Tiro a su espalda.

¡Maldita mocosa de los infiernos!


¡Y maldito romano!

Orseis había conseguido, no sin mucho esfuerzo, llevar a Marco hasta el


campamento donde se encontraba Tiberio. No sabía qué es lo que había ocurrido con Gades
ni con Luciano, solo era consciente de que no estaban cuando fue a buscarlos. El hombre
estaba convencido de que Gades se había marchado acompañada por el muchacho
regresando junto a su abuelo y así se lo había hecho saber a Marco. Afortunadamente
Tiberio y sus hombres dieron con ellos enseguida y pudieron atenderlo mejor.

-Veo que vas mejorando—le dijo Tiberio.

Marco miró a su mayordomo por encima de la copa de vino que se disponía a


degustar en aquel momento ignorando a su amigo, mientras el anciano acomodaba las
mantas. Se encontraba tan débil que no tenía ganas de hablar. La herida del hombro aún
estaba fresca y le dolía una barbaridad, no tanto la pierna, que aunque era el motivo por el
que estaba recostado, estaba sanando perfectamente.

-Hummm.
-Te traía una misiva de Plubio. Se interesa por tu salud y te desea que te recuperes
pronto—le dijo Orseis.
-Por supuesto—gruño--, estará de lo más feliz después de que ella haya vuelto a su
lado— Marco no lo decía pero culpaba al griego de que ella se hubiese marchado de nuevo.
-¿Volvemos con lo mismo?—se enfadó su amigo--. Nadie te ha obligado a nada.
-No, no volvemos con nada. Me pillaste en un momento bajo y por eso accedí a tus
deseos y a los de ella. Vosotros dos me manipulasteis para que le concediese la libertad—
Orseis hizo como si no lo oyese y miró al cielo pidiendo paciencia.
-Por Marte que si no estuvieses postrado en esa cama te tumbaba ya mismo de un
buen puñetazo, tal vez así recapacitaras.
-No lo has conseguido antes y no lo harás ahora—refunfuñó.
-¿Se puede saber qué es lo que te ocurre?
Marco lo miró entrecerrando los ojos.

-Deberías sentirte afortunado porque consiguiéramos dar contigo entre tanto muerto.
Aquello fue una carnicería. Nunca hubiese imaginado que unos simples esclavos pudiesen
luchar con tanta fiereza y, debo reconocer, que también con valentía—Tiberio echaba
chispas ante lo obtuso de su amigo.
-Defendían la esperanza de una vida mejor—intervino Orseis antes de salir a toda
velocidad de la habitación y evitar que Marco volviera a lanzarle lo que tuviese a mano.

Estaba continuamente enfadado desde que recuperara la conciencia y no encontrase


allí a Gades, había soñado con que era ella quien lo cuidaba y cuando despertó y vio que
era Orseis le tiró la vasija que le quedaba a mano para hacerlo salir de la estancia.

-Señor—un esclavo interrumpió aquella rabieta del pretor para traer un mensaje que
cogió Tiberio antes de que Marco lo alcanzara.
-Retírate—le dijo el tribuno al hombre mientras leía la breve nota y alzaba su
mirada lentamente para mirar a Marco.

El pretor presintió que algo no muy bueno pasaba ahora.

-¿Qué demonios ocurre?


-Al parecer—Tiberio compuso el rostro---, Gades viaja rumbo a Hispania en una
nave robada por su padre. El mensaje dice que ha sido secuestrada.

Marco se levantó como pudo del lecho donde se encontraba acomodado y empezó a
gritar órdenes, sin importarle que ni siquiera tuviera fuerzas para mantenerse en pie
mientras su amigo lo miraba con gesto interrogante.

-¿Te fías de este mensaje?—le preguntó Tiberio.


-Tanto como de Tiro, pero es algo de lo que ese pirata sería capaz.
-¿Y tanto te importa como para ir tras ella después de su rechazo?

Marco no dijo nada, simplemente se sentó como pudo y trató de calzarse.

-Pensé que no me dejaría.


-¿Qué no te dejaría quién, Tiro?-- La sonrisa socarrona en el rostro de Tiberio no le
hizo la menor gracia.
-Ya sabes quién. ¡Por todos los infiernos le concedí la libertad y le faltó tiempo para
abandonarme¡
-Pensaba que querías que eligiera libremente quedarse a tu lado—le recordó el otro.
-Pues estaba equivocado, la quiero conmigo de la forma que sea. No quiero perderla
—la voz de marco se quebró al reconocer esto último.
-Intenta conquistarla—le aconsejó--, pero no como quien conquista un pueblo, no
como el gran soldado, haz que desee ser tu compañera.
-¿Estás borracho?—le preguntó molesto--. Sé perfectamente que me desea, lo que
quiero es que se quede. Y pienso traerla de regreso al precio que sea.
Tiberio lo miró con cara de querer estrangularlo, Marco no aprendía.

-Tú mismo, yo te acompañaré y te veré hacer nuevamente el ridículo—Y se marchó


a toda prisa al ver el rostro de Marco enfurecido buscando con la mirada algo que arrojarle.

XIII

Gades se escondió detrás de su padre junto con Elia. Intentaban no atraer la


atención de los soldados sobre ellas, pero sobre todo estaban aterradas. Habían
desembarcado de noche en el puerto de Malaca pensando que así tendrían una oportunidad
para pasar desapercibidos. De poder llegar a su destino sin contratiempos porque su padre
estaba convencido de que viajaban con ventaja.

Se habían equivocado.

Un contingente de soldados los estaba esperando nada más bajarse del navío y los
habían apresado de inmediato, sin preguntas, como si ya supiesen quienes eran. Había sido
todo de lo más hostil y arbitrario teniendo en cuenta lo meticuloso que era el derecho para
los romanos, quienes lo tenían regulado absolutamente todo. Pero claro, allí las leyes se
aplicaban de forma diferente a como se hacía en Roma debido a que se encontraban en una
provincia del imperio sometida a las decisiones del senado, y ella había descubierto en
carne propia años atrás, que muchas cosas que se permitían en la Bética, o que se pasaban
por alto en esta, no solían ocurrir en otras provincias romanas. Al menos eso es lo que
pensaban los que estaban allí presentes, tanto los soldados como los cautivos. Les fueron
atando los pies unos a otros con gruesas sogas, conduciéndolos a golpes de latigazo fuera
de la ciudad, tierra adentro hacia el bosque, en la oscuridad de la noche, por sendas no
transitadas para que nadie hiciese preguntas indiscretas. Ellos no eran más que una treintena
de antiguos esclavos, a excepción de ella y de Elia claro, y si se contaban los ancianos, las
mujeres y los niños no habría más de una decena de hombres que estuviera en disposición
de luchar contra el escuadrón romano que los había aprisionado. Gades había mirado el
semblante de derrota en las mujeres de verse nuevamente privadas de libertad y temiendo lo
que ocurriría a continuación, y no pudo evitar retornar al pasado, al día en que poco más de
cinco años atrás un grupo aún mayor de soldados había hecho acto de presencia donde vivía
felizmente con sus seres queridos, asolando y destruyendo todo a su paso, a la mayoría de
los hombres, esclavizando a las mujeres y niños, a Claudia, a ella misma. Sacudiendo la
cabeza intentó desechar esos funestos pensamientos. Esta vez no, se dijo, ahora estaba junto
a su padre de nuevo, y tendrían que matarlos para volver a separarlos. Asomó la cabeza
desde detrás de Tiro para intentar ver algo que le indicase la identidad de sus captores, sin
embargo solo pudo ver a los romanos hablar entre ellos mientras unos cuantos los
mantenían vigilados. Al parecer los romanos sospechaban que los más peligrosos eran su
padre y Luciano, por lo que la vigilancia sobre estos era más estrecha que sobre la de los
demás. Estaban agrupados al pie de una enorme roca de piedra caliza, helados debido a la
fina lluvia que les había caído en el trayecto del puerto hasta allí, muchos ensangrentados
debido a los golpes del látigo que tanto les gustaba usar a los soldados. Tiro y Luciano
habían sido los que más habían recibido y por eso la sangre de su espalda y sus brazos era
más evidente que en los demás, pero ella no les había oído quejarse una sola vez, por lo que
estaba tremendamente agradecida, ya que si los hubiese oído suplicar o pedir clemencia su
miedo, y el de los que les acompañaban en el cautiverio, se habría incrementado cien veces.
Ellos mantenían el espíritu del grupo con su actitud. Gades observaba a su padre sin que
este se percatara de ello, y admiraba que simplemente se mantuviera en un sepulcral
silencio, distante y al acecho. Era en esos momentos cuando más lo admiraba y sufría por
todo lo que había tenido que soportar en el periodo en el que estuvo esclavizado. Vio como
un hombre ataviado con armadura militar y el casco emplumado colocado en la cabeza se
acercaba hasta ellos montado en su enorme caballo moteado. Se volvió a esconder tras la
espalada de su padre. Aquella situación le recordaba en demasía al pasado y no quería ni
pensar que había sido Marco quien los había prendido otra vez. Esta vez su corazón no
podría soportar tanto dolor porque ahora conocía el cuerpo y el alma del hombre y nunca
entendería…

-Vaya, vaya, lo que hemos encontrado. Ha sido toda una suerte para mí.

Aquella no era la voz del pretor. Suspiró aliviada.

-¿No me saludas prima?—Gades abrió los ojos al comprender de quien se trataba.


-No te muevas Gades—le ordenó su padre.

Como era habitual en ella, no acató ninguna orden en cuanto supo la identidad de
quien los había hecho prisioneros. ¡Cornelio¡ Por todos los infiernos que iba a matarlo y ni
siquiera los dioses iban a lograr impedirlo. ¿Cómo se había atrevido a atarlos, golpearlos y
hacerlos andar durante horas bajo la lluvia? En ese instante fue cuando comprendió
perfectamente bien el odio y la inquina que Marco sentía hacia el hombre. La comprendió
porque empezó a sentirla ella misma.

-¿Qué significa esto?—le preguntó airada y enojada intentando adelantar un paso,


sin embargo trastabilló al tensar la cuerda por la que estaba atada del pie izquierdo a Elia--.
Soy una mujer patricia, una ciudadana libre, no puedes hacerme esto. Mi abuelo se enterará.
-¿El viejo Plubio?—Le preguntó con sorna mientras la observaba desde lo alto de su
montura—. No lo creo primita, el pobre estará tan afectado por tu muerte que creo que
estaba vez no sobrevivirá, a pesar de los atentos cuidados de mi madre.

Cuando hubo dicho esto Gades sintió como un escalofrío de terror le recorría la
columna. Había entendido perfectamente al Tribuno romano. Iban a matarlos. ¿Pero a
todos? ¿Los niños también? ¿Y su abuelo? ¿Acaso había querido decir que Augusta lo
mataría? Después de todo había ordenado la muerte de su madre, ¿haría lo propio con su
abuelo?

-¿Me vas a matar?—Le preguntó con voz neutra.


-¿Yo?—Preguntó con fingida sorpresa—Por supuesto que no, yo no estoy aquí en
este momento, sino el archienemigo de tu padre.
-No te entiendo—le dijo al comprender a quien se refería--, él ni siquiera está aquí.
-Por supuesto que está Gades, lo tienes ante ti, el pobre—en los ojos de Cornelio se
podía ver la maldad por la que era tan conocido--, se ha vuelto loco por el dolor de tu
muerte a manos de los esclavos y los ha matado a todos.
-No puedes hacer eso—le suplicó--, hay niños.
-¿Piensas que voy a dejar algún testigo?—le pregunto contrariado--, he aprendido
que si quieres que algo se haga bien debes hacerlo tú mismo.

Mientras este hablaba Tiro y Luciano se habían acercado más el uno al otro sin que
nadie se diese cuenta porque Elia se había colocado junto a Gades para no entorpecerla,
por lo que el padre de esta había quedado a su espalada, por ende, Luciano con él puesto
que los habían atado juntos.

-No puedo creer que seas capaz de matarme. Soy un miembro de tu familia.
-Querida Gades—le explicó--, si ese maldito padre que tienes hubiese cumplido con
lo que se le ordenó no habrías llegado siquiera a existir.
-Pero…
-Sin excusas prima. No quiero lloriqueos cuando tú tienes mucha culpa de que
ocurra esto. ¿Para qué te dejé esa daga?—le preguntó serio--. Para nada. No hiciste nada, ni
siquiera lo intentaste.
-Gades sigue hablando—le susurró Luciano--, entretenlo todo lo que puedas.
-¿Qué se suponía que tenía que hacer?— ¡Sí, claro que sí! Ella sabía muy bien lo
que Cornelio hubiese querido que hiciera, lo había adivinado en ese instante.
-Matar a tu pretor—lo dijo en tono tan jovial que nadie hubiese imaginado que
había pronunciado el verbo matar.

Enmudeció al comprender de quien había sido el regalo de dicha arma, la cual la


llevaba siempre escondida entre su ropa interior, en el subliculum. Nunca se cuestionó su
procedencia pero algo le había dicho desde el principio que Cornelio estaba detrás de dicho
obsequio, y he ahí la confirmación de sus sospechas.

-Finalmente deberé volver a hacer lo que se debe yo mismo.


-Volverás a matar—le dijo ella con rabia.
-No querida, volveré a jugar la partida eliminando los obstáculos. Los enemigos—
Parecía tan frío. Tan inhumano. ¿Dónde estaban los dioses en momentos como aquel?
-Supongo que en este caso el obstáculo soy yo.
-¡Premio Gades¡ ¡Cuánta inteligencia!--se burló--. Si tu padre fuese un hombre de
palabra tu madre habría muerto y tú no hubieras sido concebida. Si tu padre cumpliese con
lo pactado, no habría tenido que ir yo mismo a hacer para lo que se le contrató hace años—
le dijo--, aunque finalmente todo salió bien porque ese maldito griego me hizo un favor
llevando noticias incorrectas.
-¿Quieres decir que fuiste tú quien ordenó asesinar a la familia de Marco?—Todos
habían creído que había sido Augusta.
-Cuando vi a mi madre enojada porque tu padre no aceptó el encargo supe que debía
actuar. Después de todo ella lo hacía por mí.
-¿Por qué al niño y a Julia?—le preguntó horrorizada—No entiendo qué sacabas tú
con todas esas muertes, lo de mi madre lo puedo entender por la herencia de mi abuelo pero
aquello…
-Satisfacción personal—le dijo Cornelio sonriente--. Mi madre quiso darle una
lección a ese maldito plebeyo que se creía mejor que yo. Cuando Tiro se negó a cumplir el
encargo decidí hacerlo yo personalmente, después de todo Julia había rechazado mantener
una relación conmigo.
-¿Los mataste tú? ¿Por despecho?—le preguntó horrorizada.
-Continúa hija—la apremió su padre en voz baja--, ya casi estamos.

Ella no tenía ganas de seguir hablando con aquel monstruo. Sus motivos para matar
a la gente no tenían sentido. Al menos Marco había actuado movido por el dolor y la
venganza mientras que ese engendro lo hacía por puro placer. Todos habían sido objeto de
los engaños y manipulaciones de este y de su madre. Todos habían sufrido pérdidas. Su
abuelo, Marco, Claudia, Luciano… Cornelio se apeó de su montura aproximándose a ella
con movimientos rápidos. Pavoneándose. Era consciente de su atractivo pero también lo era
de que a ella le repugnaba, por eso se le acercó tanto, para mortificarla.

-Exactamente—le confesó--, yo lo hice. Y ni te puedes imaginar lo que disfruté al


hacerlo. Afortunadamente para mí, ese estúpido de Orseis solo pudo oír como mi madre me
contaba que había encargado a Tiro la muerte de la familia de Marco, el muy estúpido no
escuchó que este se había negado.

Gades se llevó las manos a la boca presa de la sorpresa. Se le contrajo el corazón de


dolor. ¿Orseis? ¿Todo había empezado por su culpa? Sintió unas tremendas ganas de llorar.
Orseis fue quien llevo el mensaje a Tiro para que matara a su madre, y ahora sabía que por
causa de Orseis también había ocurrido la tragedia de Baelo-Claudia, esa información
errónea había traído la esclavitud y muerte a tantas personas que cómo poder mirarlo como
al padre que siempre vio en él. ¡Ay Orseis cuanto sufrimiento!

-Así que todas las culpas recayeron en mi padre.


-¿No es gracioso?—le preguntó feliz mientras le acariciaba un rebelde mechón de
pelo castaño y ella se contraía de terror. Nunca se habían dicho cosas buenas de ese hombre
y entendía el motivo. Alzó la vista hacia él para que viera el desprecio en sus ojos pero
afortunadamente algo ocurrió.

Todo pasó en cuestión de segundos.

Su padre alcanzó a darle un enorme puñetazo en la cara a Cornelio que a punto


estuvo de tirarlo al suelo mientras que Luciano hacía lo propio con otro soldado. El resto de
las personas que viajaban con ellos en el navío y habían sido conducidos allí intentaron
también escapar atacando a los romanos pero, o estaban atados, por lo que caían sin poder
evitarlo cuando se separan más de lo que la soga permitía, o su fuerza no era comparable
con la de aquellos hombres acostumbrados a batallar. Gades se sacó la daga que había
mantenido oculta e intentó atacar con ella a Cornelio mientras Elia se mantenía apartada de
cualquier ataque violento, aterrada al ver tanta sangre a su alrededor. Buscó a su padre con
la mirada hasta que lo encontró en muy mala posición. Había sido reducido por un romano
que se disponía a cortarle una mano como castigo por rebelarse contra el Tribuno a la vez
que otro luchaba con Luciano. Ella clavó aunque con poca fuerza el puñal en el hombro de
su primo y este le asestó un puñetazo tan doloroso en el estómago que la hizo caer sin
aliento en tanto se acercaba a ella para rematarla. Miró a su alrededor intentando asir una
piedra con la que golpearlo antes de que la alcanzara cuando se vio arrastrada hacia atrás
por unos enjutos brazos que tiraban de ella hacia las rocas. Miró hacia ellos intentado idear
un plan para escabullirse de su presión y correr a ayudar a su padre cuando reconoció a su
propietario. ¡Orseis¡ ¿Cómo había llegado el anciano hasta ellos? Una corazonada la hizo
dirigir su mirada nuevamente al lugar donde los legionarios de Cornelio atacaban a su
padre y los demás pero no pudo ver nada. Al menos no pudo comprender nada hasta
pasados unos segundos. Había más soldados que cuando los detuvieron pero estos luchaban
entre sí y vio como le habían seccionado un brazo a Cornelio quien gritaba de dolor.
Agradeció a Minerva ver a su padre de pie, perdiéndose entre la lucha. A Luciano no lo
veía, pero un presentimiento le decía que estaba bien, bueno, todo lo bien que se podía estar
en aquellos momentos.

-¿Te encuentras bien?—le preguntó el anciano preocupado. Sin embargo ella no


pudo responder, solo lo miraba intentando asimilar lo que había descubierto esa noche.
-Gades ¿estás bien de verdad?—Elia estaba junto a él.
-Por favor muchacha…
-Sí, sí lo estoy—los tranquilizó. A pesar de lo que sabía del anciano no podía
odiarlo. Había sido un error. El hombre había escuchado erróneamente una conversación y
en un intento de hacer un bien provocó todo lo contrario. Mejor no pensar en ello.
-¡Marco aquí¡--el anciano llamó al pretor indicándole que Gades estaba a salvo.

Cuando este se volvió para mirarla Cornelio le asestó un golpe con la espada que
tenía en el brazo que aún conservaba, provocándole un corte a lo largo de todo el costal
izquierdo. Marco no se esperaba ese golpe a traición y perdió un poco el equilibrio,
debilitado por las heridas anteriores, ventaja que aprovechó el otro para darle el golpe de
gracia que se vio bloqueado por el débil cuerpo del griego que había acudido hacia el lugar
en el mismo instante en que Cornelio atacó a su patrono, interponiéndose entre el golpe y
el pretor. Cuando Marco pudo reaccionar solo pudo ver el anciano cuerpo de Orseis partido
por la mitad debido a la fuerza del golpe asestado con el enorme espadón y a Cornelio
volviendo de nuevo al ataque poseído por la locura. Miró a su alrededor en busca de un
arma y encontró la daga de Gades, que lanzó contra el corazón de Cornelio, acertando de
pleno y provocándole la muerte al instante mientras caía de rodillas ante el cuerpo del
anciano. Al momento todo se había calmado. Tiberio le informó de que los hombres de
Cornelio habían muerto, todos menos uno que logró escapar, y que los esclavos que
acompañaban a Tiro y este mismo estaban en custodia. Había habido doce bajas entre los
hombres del fenicio, algunas de ellas mujeres que se habían enfrentado a los romanos por
defender a sus hijos. Como en el pasado hizo su hermana Julia por defender a su sobrino de
Cornelio. Marco había oído toda la conversación entre este y Gades mientras esperaba el
momento oportuno para atacar, aunque ese momento se vio precipitado por la actuación de
Tiro y el otro joven.

-¡Marco!--Gades acudió a su encuentro y se abrazó a él.


-Mi esclava—le dijo antes de desvanecerse debido a las heridas—lo sé todo.
-Elia por favor—gritó una histérica Gades mientras la hija de Damófilo acudía en su
ayuda—Tienes que salvarlo.
XIV

-Gracias por tu ayuda—le dijo mientras observaba como estaba siendo atendido por
Elia, quien se conducía con sumo cuidado para no provocarle más dolor del necesario. No
se atrevía a mirarlo a los ojos porque sentía miedo de lo que él pudiera decirle, a lo que ella
pudiera responderle, pero a pesar de ello no se marchó, se quedó ahí, contemplando como
otra persona lo atendía para que sanase mientras ella podía percibir como se le escapaba la
vida con cada respingo que el hombre intentaba contener.

Marco se la quedó mirando pero no dijo nada. No respondió a ese leve


agradecimiento. No podía. ¿Cómo hacerlo? ¿Cómo se pedía perdón por el daño causado?
Estaba afligido y avergonzado. Los descubrimientos de aquella noche, junto con la muerte
de Orseis, lo habían perturbado tanto, que no sabía cómo conducirse con ella en aquel
momento. Se sentía mal. Sentía que… ¡por Marte que se veía como un completo imbécil!
Su sed de venganza lo había llevado a comportarse como la bestia que ella pensaba que era,
y su única excusa era que el odio había nublado su juicio. Tantos años buscando al asesino
equivocado cuando siempre había estado delante de sus narices, divirtiéndose a su costa,
regodeándose con su hazaña… Minerva debía de haber estado haciendo de las suyas, desde
luego aquello era justicia divina. Y no solo fueron las palabras de Orseis, unos soldados le
informaron que el culpable, el asesino, había sido Tiro, el pirata fenicio, y él, pobre
estúpido, lo había creído todo sin cuestionar nada.

-Será mejor que no se mueva—le dijo Elia a Gades cuando esta se sentó en el frío
suelo, junto a Marco. La joven asintió y le dio las gracias a la mujer, quien se marchó de
allí mirándolos a ambos con dulzura, y la joven no pudo evitar preguntarse si alguna vez
algo pasaría desapercibido a los ojos de la mujer.

Al cabo de unos minutos, y después de un incómodo silencio ella se vio obligada a


preguntar. -¿Te encuentras mejor?

Al parecer el romano no tenía ganas de hablar porque no dijo nada, solo hizo una
mueca. Sin embargo ella necesitaba hablar con él. Conocer cuáles eran sus intenciones, sus
sentimientos. -¿Qué va a pasar ahora?

Gades estaba preocupada por todo. Por él, por su padre, por los que viajaban con
ellos y habían conseguido sobrevivir, por el presente, por el futuro, por su libertad, por
todo, y sabía que solo se calmaría si él la tomaba entre sus brazos y la consolaba. Si la
besaba y le decía que todo estaría bien, que él lo arreglaría. Sabía que era egoísta al
pretender algo así pero…

-¿Qué debería pasar?—pregunto extrañado aún sin mirarla.


-No lo sé, mi padre…--que difícil era todo entre ellos--, finalmente sigue siendo un
esclavo que se ha alzado contra Roma y tú no dejas de ser un pretor romano. —Ya estaba,
había soltado su máxima preocupación, aunque no era la única claro, la siguiente era no
saber cómo podría recomponer su corazón.

Marco volvió a enmudecer. Sabía lo que tenía que hacer, pero era tan difícil. Si los
dejaba marchar ella volvería a irse, y esta vez estaba convencido de que lo haría para
siempre. Si no lo hacía, Gades nunca se lo perdonaría. Pero, ¿se perdonaría él entonces?
Que complicado resultaba todo, antes, cuando era simplemente su esclava todo era mucho
más fácil. Solo tenía que desearla y ella no podía negarse, aún a regañadientes, no podía.
Ahora tenía que intentar hacer que ella lo quisiera realmente, que deseara quedarse con él, y
no sabía cómo hacerlo pero estaba seguro que llevándose a Tiro a Roma no conseguiría que
ella volviese a su lado. ¡Por Marte que le quemaban las manos de aguantarse el deseo de
tocarla de nuevo¡

-Nadie perseguirá a tu padre—dijo finalmente volviendo su mirada hacia ella,


admirado de que en los ojos de Gades brillara una luz de confianza, como si no hubiese
esperado otra cosa de él--. Yo me encargaré de hacer el informe pertinente y defender su
causa ante el Senado. Después de todo, la mayoría sois hispanos, pertenecientes a una
provincia que depende exclusivamente del Senado, y allí tu abuelo tiene mucho peso. Los
senadores tienen en gran consideración su opinión. Además de que es más urgente detener
a Augusta para enjuiciarla por sus crímenes pasados.
-Será un duro golpe para mi abuelo—le explicó contenta de que por fín estuviesen
hablando--, después de la supuesta muerte de mi madre, ella es la que ha estado a su lado
todos estos años. Ha sido su única compañía.
-Plubio tendrá que ser fuerte.
-Sí—asintió Gades--, pero no dejará de ser doloroso para él.
-Ni para mí.

Marco abrió los ojos debido a la sorpresa. Su corazón había hablado por él. Estaba
seguro de que no quiso decir aquello pero las palabras se le habían escapado de lo más
profundo de su alma.

Gades lo miró a los ojos con aquella expresión que tanto la caracterizaba, pero no
sabía que decir. ¿Qué podía responder a eso? A ella le hubiese gustado gritar: ni para mí;
pero no pudo hacerlo. Después de tanto sufrimiento todo se había descubierto al fin. Todo
por lo que ella había pasado desde hacía cinco años no era sino producto de una mentira.
De una cruenta manipulación. Ni su padre era un asesino ni los habitantes de Baelo-Claudia
le daban refugio como pensó Marco en su momento. Más en su corazón no sentía ya
rencor. Después de tantas muertes, de tanto dolor, ¿qué le quedaba? Nada. Solo la certeza
de que nunca podría ser feliz. El conocimiento de que su corazón estaba roto. ¿Que sería
doloroso para él? ¿Acaso pensaba que ella era una roca? ¿Qué no sufriría? Con esas tres
palabras la había herido profundamente porque ella sí sabía que no podrían estar juntos.
Tiro no lo permitiría por mucho que ella se empeñara. A pesar de que él había ido en su
auxilio, recatándolos, y de que ella lo amara. A pesar de todo, no podrían tener un futuro
juntos. Todo los separaba. Su padre los separaba. Demasiadas muertes los separaban.

-¿Por qué viniste Marco? –Era el momento de sincerarse, y esa era una pregunta que
la estaba carcomiendo, porque por mucho que intuyera la respuesta, necesitaba oírla de sus
propios labios. Él volvió a mirarla directamente a los ojos y sintió como si con aquella
mirada le estuviese acariciando el alma.

-¿Por qué piensas que vine?


-No lo sé. Dímelo tú—necesitaba oírle decir que era por ella, aunque no pudieran
estar juntos, ella ansiaba saber que la amaba, tal vez pareciera egoísta, pero en ese
momento era lo que anhelaba.
-Quería llevarte devuelta al precio que fuera—debería sentirse avergonzado por
decir aquellas palabras en alto pero no lo estaba. La quería en su vida y punto, y había
estado dispuesto a luchar por llevársela consigo. Aunque ahora que la tenía al alcance de la
mano, que podría chantajearla con prender a su padre y llevarlo ante la justicia de Roma…
descubrió que no podía hacerlo. La quería sí, pero también necesitaba saber que ella
accedía de buen grado a estar junto a él. Que no la obligaba a nada. Que ella lo necesitaba
como él la necesitaba.
-¿Querías? Eso significa que ya no quieres—un nudo se le formó en la garganta a
Gades que amenazaba con no dejarla respirar.
-Lo que no quiero es llevarte conmigo a la fuerza—intentó incorporarse un poco
pero ella lo detuvo poniéndole una mano en el pecho desnudo.

Se miraron tan profundamente que el mundo desapareció para ellos.

-Quiero que vengas conmigo por tu voluntad.


-¿Por qué habría de irme contigo?—Por favor Marco dime que me amas--. ¿Qué me
ofreces?
-A mí.

Ella contuvo el aliento ante aquellas palabras y de nuevo volvió a sentirse su


esclava. Pero esta vez lo era de su corazón y aquello le dolió, y lo odió porque era
imposible que estuviesen juntos. Además, aún quedaba otra persona que los separaba, una
que Gades nunca debió abandonar a su suerte, un recuerdo que la atormentaba, motivo por
el que se mantuvo callada.

Marco pensó que su silencio lo iba a matar más que cualquier otra herida que
hubiese sufrido en todos sus años de soldado.

-Te ofrezco mi cuerpo, mi alma, mi amor incondicional—Alzó su único brazo sano


y tomándola de la nuca acercó su cabeza a la suya para besarla. Él sabía que una vez que la
besara ella claudicaría.
-Y mi hermana, ¿qué pasa con ella?—le preguntó la mujer oponiéndose al beso. .
-Ella no es tu hermana Gades, no es hija de Tiro.
-Pero es tu esclava, ¿cómo puedo olvidar eso?
-Ahora Claudia no es mi esclava, sino mi hermana—le dijo contenido mientras
intentaba besarla de nuevo--, los dioses me han devuelto a Julia en Claudia, y ella acepta
formar parte de mi familia. Está feliz conmigo Gades— Diciendo esto último la besó con
decisión.

Y ella se dejó. Sentía tantas ganas de besarlo aunque fuera esa última vez que creía
morir allí mismo, sobre todo después de haberlo escuchado confesar que la amaba.
-Ni se te ocurra romano—los interrumpió Tiro rompiendo el hechizo del momento.
-¡Papá!--Gades se sobresaltó y se incorporó de inmediato, apartándose de él, y
Marco tuvo la desagradable certeza de que había pasado la oportunidad de convencerla de
llevársela consigo.
-Veo que ya estás lo bastante recuperado—le dijo el fenicio con dureza--. ¿Has
decidido lo que vas a hacer con nosotros? Ese tal Tiberio nos mantiene vigilados y no nos
permite marcharnos hasta que decidas que hacer

El pretor era consciente de que ese hombre no había matado a su familia pero no por
ello le gustaba. El antagonismo que sentían el uno por el otro se podía palpar en el
ambiente. Aquello era irracional, eran simplemente enemigos naturales.

-No voy a hacer nada. Podéis marcharos—miró a Gades--, me encargaré, junto con
tu abuelo, de arreglar tu situación—le dijo a Tiro--, y de las personas que han venido con
vosotros a la Bética. Será mi forma de resarcir en parte el daño que os he causado.
-Supongo que debemos estarte agradecidos, pero no lo estamos—al decir esto miró
a Gades--. Vamos, nos queda un largo camino hasta llegar a Baelo-Claudia.
-Gades—le suplicó Marco consciente de que podía perderla para siempre--, quédate
conmigo por favor. Sabes lo que siento por ti, te prometo que siempre te cuidaré, te haré mi
esposa, serás la dueña de mi hogar y mi corazón.
-No permitiré que te cases con mi única hija—Tiro se le acercó demasiado al pretor
y aquello no le gustó nada a este quien a pesar de todo no lo soportaba--, ni ahora, ni
nunca. Ve haciéndote a la idea romano.
-¿Ella no tiene nada que decir?—le preguntó a la mujer que amaba. ¡Por los dioses
Gades no te calles ahora¡-- ¿Para esto querías tu libertad, para seguir obedeciendo órdenes?
—Marco intentó despertar en ella esa chispa rebelde que la caracterizaba, pero no lo
consiguió.
-Yo…

La mujer dudó un momento en lo que debía hacer. Ese era el tan temido momento.
La decisión que tanto la asustaba. De un lado su padre, a quien quería con locura a pesar de
sus diferencias y quien había sufrido lo indecible a manos de los romanos por ir en su
rescate, de otro el hombre que amaba, cuyos actos habían provocado el sufrimiento de
todos ellos. Cerró los ojos con fuerza para convencerse de que era lo mejor. No podía
hacerlo, a pesar de que lo deseara con cada poro de su cuerpo y de su ser, a pesar de que
sabía que acabaría destrozada, aún no era el momento, y era consciente de que si no lo
hacía en ese instante tal vez lo perdiera para siempre.

-…vamos pater—le dijo a Tiro sin volverse a mirar a Marco. No podía mirarlo, no
debía hacerlo si quería seguir adelante con aquella decisión. Era consciente de que si solo
se volvía aunque fuese un instante, no tendría valor para marcharse, y entonces provocaría
más dolor. Así que tomó a su padre de la mano y se marchó de su lado sin detenerse a
volver la vista atrás.

Marco la vio marcharse con una impotencia que lo carcomía por dentro. No podía
moverse debido a sus heridas, pero de haber sido capaz tampoco la hubiese detenido. Gades
no quería que la esclavizasen de la forma que fuese y él no pensaba retenerla a la fuerza,
por mucho que le doliera su marcha y a pesar de la desdicha que le provocaba. Intentaría
vivir con su recuerdo, ¿pero cómo hacerlo si todo le recordaba a aquella temeraria mujer?

XV

Meses más tarde…

Marco Valerio, aclamado pretor romano, caminaba por la pequeña ciudad seguido
de su enorme caballo negro. Iba solo, sin escolta, andando por las calles que asoló años
atrás y que parecían haber vuelto a la vida poco a poco, como si nunca hubiesen ardido,
como si nadie hubiese muerto aquel día, como si todo hubiese sido producto de una
horrible pesadilla. Tragó saliva. A pesar de que era muy conocido por su valor y heroicas
hazañas tenía miedo, y hubiese sido estúpido no reconocerlo ante sí mismo, y él no era
estúpido, motivo por el cual, por muy digno que tratase de mostrarse ante aquella gente, no
podía evitar estar alerta. Solo su cautela podría librarlo de salir mal parado de allí, y tenía
planes para salir ileso y acompañado. Se secó el sudor de la frente en un gesto natural,
intentando no aparentar nerviosismo.

Estaba convencido de que aquello era lo más arriesgado que había hecho en toda su
vida. Ninguna batalla pudo provocarle el desasosiego que sentía en ese instante. Después de
todo, aquella gente lo había apodado la bestia romana por lo que les hizo y cualquier acto
de venganza estaría justificado, al menos él lo comprendería.

Claudia le había informado que Gades se encontraba viviendo junto a su padre y la


nueva esposa de este, una ciudadana romana que pocos conocían pero que todos apodaban
como la buena diosa, por su enorme belleza y gran corazón, pero de la que pocos conocían
su procedencia. Otro misterio más en la vida de aquel hombre que, si todo salía bien,
entraría a formar parte de su familia, y al que precisamente no lo unía la amistad.

A cada paso que daba la actividad parecía detenerse, y el silencio se iba apoderando
de todo y de todos. Solo los niños que encontró jugando en la calle siguieron como si nada
ocurriese cuando pasó a su lado. Como si él fuese una persona sin importancia. ¡Ojalá lo
fuese¡ Se le contrajo el estómago. Lo único que esperaba era no tener ningún altercado
antes de llegar a la casa de Tiro, donde, estaba completamente seguro, la cosa se pondría
muy fea. Intentó parecer tranquilo mientras continuaba hacia su destino, aunque podía
sentir las miradas de los habitantes de Baelo-Claudia clavadas en su espalda. Lo
observaban. Sentía el temor y la rabia, la incredulidad. Podía percibir el odio y la sorpresa
en aquellos que lo contemplaban. Tal vez los supervivientes de su masacre. Su gran acto
heroico. ¿Qué harían? ¿Intentarían asesinarlo en una de las calles menos transitadas de la
ciudad?

No llevaba el traje militar y se sentía desnudo, expuesto. Había decidido ir hasta


donde se encontraba la mujer que había ido a buscar con una simple túnica hosca de color
borgoña y su capa militar. No iba como un plebeyo pero tampoco como un pretor, no se
había vestido como el gran soldado, todo ello en un gesto de humildad que esperaba
apaciguara un poco el carácter fiero del fenicio, su futuro suegro, por supuesto si los dioses
y su antigua esclava así lo querían, quienes aún no habían dejado de considerarlo un
enemigo. Le habían explicado que el domus del antiguo pirata se encontraba situado entre
lo que había sido la taberna de los padres de Claudia, y la factoría de garum, la cual habían
vuelto a reconstruir para deleite de los patricios romanos amantes de ese delicioso manjar.
Y allí se dirigía.

Cauteloso, esperanzado y temeroso a la vez. Consciente de que en breve se sellaría


su destino.

Justo en el instante en el que se encontró ante la puerta del domus de Tiro alguien lo
tomó de la mano de forma imprevista y se colocó junto a él. Se sorprendió un poco por el
inesperado gesto, por lo que volteó la mirada sin parecer asustado, para ver quien había
sido tan osado de tocar al carnicero de la ciudad.

El corazón empezó a latirle con una fuerza descontrolada cuando reconoció al


nuevo miembro de su familia, su querida Claudia.

-¿Qué haces aquí?—le preguntó en voz baja mientras volvía a dirigir su mirada a la
puerta abierta de la casa donde se encontraba la mujer que quería por esposa.
-Donde va mi hermano, yo le sigo—le dijo con una sonrisa—. Me arrebataste a mis
padres pero me diste un hogar. No voy a permitir que nadie me vuelva a quitar nada,
mucho menos tú mismo, colocándote en esta posición de desventaja—. La joven le apretó
la mano con fuerza--. Ya no soy una niña y pienso defender a mi familia.
-Claudia…

Marco no podía hablar, tal era la emoción que lo embargaba que la voz se le quebró.
Nunca hubiese pensado que podría haber redención para sus crímenes, por lo visto, se había
equivocado de nuevo. Los dioses le habían devuelto a una Julia más joven para que él la
cuidara, y no pensaba permitir que nadie le hiciera daño. Esta vez la vigilaría de cerca, no la
perdería de vista. Allí estaba su hermana y él la protegería con su vida.

-Yo también te quiero— Fue lo único que le dijo la muchacha dándole un sonoro
beso en la mejilla para que todos los curiosos los vieran. A continuación se apresuró a
entrar en la casa en busca de Gades mientras él se quedaba en el dintel de la enorme puerta
decidiendo si debía cruzarla o no sin invitación.

-Parece que tienes suerte romano.

Aquella era la voz del que esperaba lo aceptara como yerno. Él hubiera deseado que
quien saliera fuera Gades, sin embargo quien lo había hecho, y echando fuego por la boca,
había sido el padre de esta. Ni siquiera le había dado tiempo a decidir si cruzaba el umbral
cuando lo vio venir en tromba, y con cara de pocos amigos, hacia él. Eso fue lo que lo
ayudó a decidir que no debía entrar en la casa. Al menos no en aquel momento.
Se cuadró.

Y allí estaba Tiro, el padre de la novia, el esclavo sublevado, el antiguo pirata


fenicio, justo delante de él, con las piernas separadas bajo la corta túnica celeste y los
brazos cruzados sobre el pecho. En actitud desafiante. Mirándolo a través de su único ojo.
No llevaba estola ni sandalias e iba descalzo, y en su mirada se percibía el desprecio que
sentía. Aquello no presagiaba nada bueno para sus intereses. No, nada bueno.

-¿Suerte?—le preguntó con su potente voz. Primero muerto que permitir que ese
mercenario percibiera su desazón.--¿Acaso no he perdido a mi mujer? Tienes un concepto
de la suerte un tanto peculiar.

Tiro se enfureció aún más por la osadía del soldado. ¿Había llamado su mujer a
Gades?

-Tienes suerte de que ninguno de los supervivientes de tu masacre te haya rebanado


aún el pescuezo.

Marco se vio obligado a guardar silencio ante la veracidad de dicha afirmación.


¿Qué esperaba? ¿Caras alegres y calurosos abrazos de bienvenida? Su relación nunca sería
afectiva y era consciente de ello, pero al menos esperaba que pudieran mantener la paz si
no una tregua por el bien de todos. Debía mantener a raya su temperamento para conseguir
su objetico. Gades. Piensa en Gades se decía una y otra vez.

-¡Luciano!--llamó el fenicio--. Mira, aquí está el hombre que mató a tu madre y a


tus hermanos.

El joven miró a Marco con ira mal contenida pero no hizo ademán de atacarlo. Cosa
por la que tuvo que estar agradecido a quien quiera que lo estuviera protegiendo, dios u
hombre, aunque no perdió de vista al tal Luciano ni por un segundo. Nunca se sabía la
disciplina que estaba dispuesto a aceptar un antiguo esclavo.

-¡Claudia! Ven aquí ahora mismo y repíteme delante de este asesino lo que acabas
de decirme-- El tono de voz del hombre denotaba cierta rabia, así que Marco se percató de
que Claudia había discutido con él y no le gustó.
-No la metas en esto—soltó sin poder contenerse. Había ido con toda la intención de
mostrarse apacible pero… aaarrrggghhh, el otro no se lo estaba poniendo nada fácil.
¿Acaso intentaba poner a Claudia en su contra? De eso ni hablar.
-Ya te lo he dicho Tiro. Quiero al pretor Marco Valerio como a un hermano—dijo la
muchacha para enojo de Tiro y su propia tranquilidad—. Él es una buena persona, a pesar
de… de todo. Lo que ocurrió ha quedado en el pasado. No hace falta revivir
constantemente horribles recuerdos.

Luciano miró a Claudia con el mismo desprecio con el que Tiro lo miraba a él y al
romano le iba gustando cada vez menos ese muchacho.
-¿Ves cómo tienes suerte? La hija del que fuera mi amigo hasta que lo asesinasen
tus hombres te ha llegado a tomar cariño, por eso aún no te he matado— Eso lo dijo
mirando a Claudia, consiguiendo que a ella le brillaran los ojos pero se mantuviera firme en
sus palabras. ¡Maldito Tiro! ¿Por qué tenía que hacerla sufrir? Ella era solo una niña--.
¿Quieres saber el motivo por el que ningún habitante de la ciudad lo ha hecho todavía?
Porque temen la ira de tu adorada Roma. ¿Qué pasaría si le ocurriese algo a su preciado
Pretor?
-No tienen nada que temer—se apresuró a afirmar. No quería que nadie creyese que
podría volver a actuar de la misma manera, aquello fue algo… algo… No te engañes
Marco, en tu fuero interno sabes que lo harías de nuevo si alguien le hiciese daño a Gades
o a Claudia. Y eso era lo que más temía. Siempre sería una bestia y no podía ocultarlo.

-¿De verdad?

Tiro no era ningún idiota y parecía saber leer dentro de él. El hombre descruzó los
brazos y se acercó hasta Marco, colocándose frente a él, retándolo con la mirada y la
postura. En actitud amenazadora.

Marco no lo atacó. No hizo nada por lo que era tan conocido allí, manteniendo una
calma que ponía en guardia a los otros hombres. La calma por la que era tan conocido en la
batalla. La calma del ganador. Una calma que solo él sabía inexistente.

Sin embargo sí hizo algo sorprendente para todos. Sacó un afilado cuchillo, el cual
traía oculto en el cinto de cuero que rodeaba su cintura, y se cortó la palma de la mano
izquierda. Fue un acto tan rápido que ninguno de los allí presentes pudo reaccionar para
detenerlo, aunque tampoco tenía la esperanza de que quisieran hacerlo, con toda seguridad
aquel par ansiaba ver su sangre derramada de la forma que fuera. Acto seguido hizo lo
propio con la derecha, ante la mirada de horror de Claudia y el desconcierto del fenicio. Y
sonrió en su interior consciente de que los había desconcertado. Al menos esa sería una
victoria que no iba a dejar de saborear en un futuro.

De repente, un grito de horror procedente del interior de la casa, captó la atención


de todos.

-¡Para! ¡Detente hora mismo maldito seas!--Gades salió corriendo en dirección a


Marco cuando vio lo que este estaba haciendo. No le importó desobedecer a su padre con
ello, quien le había ordenado que se mantuviese dentro de la casa y no se dejase ver. Ella
lo único que quería era llegar hasta el hombre y evitar que siguiera haciéndose daño.

No pudo llegar. Luciano la detuvo en un poderoso abrazo que no le gustó un pelo al


pretor pero que tuvo que aguantarse para seguir con lo que estaba haciendo.

-Me postro de rodillas—continuó hincándose en el suelo ante todos los que se


habían congregado a su alrededor y ante la mirada confundida del padre de su futura
esposa--, derramo mi sangre—apretó los puños provocando con ello que el líquido viscoso
y caliente fluyera de sus heridas fluyera, empapando con ello el suelo de arena y que a
Gades se le encogiera el corazón--, y pido perdón por mis crímenes.
Silencio.

-No me voy a justificar, solo diré que mi dolor me cegó. Es mi única excusa. Mi
única razón. Mi única verdad.

Miró a Gades directamente al decir esto y vio como esta lo observaba con los ojos
anegados en lágrimas, al ver al altivo y temido pretor arrodillarse frente a unos simples
plebeyos, campesinos, comerciantes, pescadores…. Se había puesto de rodillas implorando
el perdón por las vidas que había quitado y había sellado ese gesto honorable con su propia
sangre. Ni siquiera su padre supo reaccionar ante tal gesto de grandeza.

-¡Maldita sea Luciano, suéltame de una vez!-- Chilló descontrolada por acudir al
encuentro del hombre que amaba. ¿Qué más quería Tiro para permitirle irse con él?
-Ni hablar—le dijo el joven--, tu padre no lo ha autorizado.
-Te digo que me sueltes o te vas a arrepentir—siseó.

Marco la observaba desde donde se encontraba con el corazón en vilo y los nervios
a flor de piel. La rabia lo estaba consumiendo, no por la humillación a la que él mismo se
había sometido, sino porque aquel hombre le estuviese poniendo las manos encima a la que
consideraba su mujer. Lastimándola.

-Ni hablar—sonrió Luciano con arrogancia.


-¡Te digo que me sueltes!
-¡NO!

Luciano tuvo que apretar más su abrazo ante los descontrolados y violentos intentos
de la mujer de agredirle por no obedecerla y no pudo evitar hacerle daño con ello, por lo
que Gades emitió un gemido de dolor que le llegó a Marco al alma.

Y se formó el caos.
Todo ocurrió muy rápido.

Tiro se giró a mirar a su hija con cara de querer azotarla por ser tan desobediente.
En las últimas semanas había descubierto que tener que bregar con ella era todo un
calvario, ¿y ahora este venía y armaba un alboroto para llevársela? Quizás ese fuera un
buen castigo para el romano. Tener que cargar con el temperamento de esa mocosa y así…
No le dio tiempo a acabar su reflexión, en un santiamén se vio tirado al suelo de un
empujón que no había visto llegar. Se quedó aturdido, había sentido como si lo golpeara
una roca y no pudo sino admirar la fuerza del romano al darse cuenta quién lo había
derribado. Miró por encima de su hombro, aún en el suelo, y ni siquiera pudo avisar a
Luciano del ataque del pretor debido a la rapidez con que este se había movido.

-Te ha dicho que la sueltes.

Sin haber terminado de decir la frase en voz baja y ya había golpeado duramente al
hombre que tuvo que soltar a Gades para poder mantener el equilibrio y no caerse ante el
inesperado ataque.

-¡Marco¡ ¡Oh Marco¡--Gades se lanzó a sus brazos en cuanto se vio libre y Claudia
corrió a ponerse entre ellos y Luciano que ya se había recuperado lo suficiente como para
lanzarse contra estos.
-¿Te encuentras bien?--Acunó el rostro de Gades entre sus manos mientras la
besaba con ternura en la frente. Se sentía dichoso de verla, con el corazón desbocado por
tenerla de nuevo entre sus brazos y que ella no lo rechazara como la última vez. Desde
luego que no se esperaba ese recibimiento por su parte y se alegraba enormemente de haber
ido a buscarla.
-¿Y tú?--le preguntó angustiada--, ¿por qué has hecho eso?—Le tomó una de sus
manos ensangrentadas y apoyó la mejilla en ella, sintiendo como su piel se impregnaba de
la sangre templada del hombre.
-Tenía que demostrarte que estaba dispuesto a hacer cualquier cosa por ti.
-Para mí es suficiente con que hayas venido a buscarme pero…

Gades le dirigió una mirada a su padre, quien ya se había puesto en pie después del
empujón recibido, e intentaba hacer razonar a Claudia para que no se inmiscuyera en aquel
asunto.

-… creo que tenemos un problema.


-No pienso darme por vencido.

Gades lo miró a los ojos y deseó besarlo allí mismo, delante de todos, de sus
vecinos, de su padre, de ese maldito Luciano, de Claudia… que todos supieran que lo
amaba. Sí, amaba a su captor. Amaba al hombre que le había arrebatado la libertad, que le
había enseñado el arte del amor, que la encolerizaba con su arrogancia y su tozudez, que la
llamaba esclava.

-Pues deberías.--Lo dijo mirando hacia su padre.


-He venido hoy por ti, a ofrecerte matrimonio, que ocupes en mi casa el lugar que
ya tienes en mi alma y mi corazón.
-Pero…
-Déjame terminar por favor—la regaño.
-Daos prisa—los urgió Claudia--, tu padre está decidiendo si me da mi merecido a
mí también.
-El que te lo va a dar voy a ser yo—murmuró Luciano ya más controlado por orden
de Tiro.

Afortunadamente Marco no lo oyó.

-No me importa que hoy me rechaces porque seguiré viniendo a buscarte…--


continuó el romano.
-Marco—intentó cortarlo Gades.
-…seguiré derramando mi sangre y…
-¡Maldito romano!--tuvo que gritar para hacerse oír.
El hombre se calló un momento y entrecerró los ojos.

-¿Me vas a dejar hacer algo alguna vez a mi modo mujer?


-Por supuesto, lo hare cuando alguno de vosotros decida preguntarme que es lo que
quiero en vez de dar por hecho lo que deseo—lo regaño--, entonces sabrías que pensaba
irme contigo quisiera mi padre o no.

Marco sonrió al verla en pie de guerra, como siempre.

-¿Vas a pasar por encima de mi autoridad?—preguntó molesto Tiro mientras


tomaba en volandas a la pequeña Claudia y la depositaba en el suelo frente a Luciano quien
le lanzó una mirada amenazadora, a lo que ella contestó dándole la espalda.

Gades reaccionó colocándose entre su padre y él. Evitaría a toda costa que se
enfrentaran.

-Me hacía daño.


-¿Quién? Supongo que te referirás a este sujeto mientras te mantuvo en la
esclavitud.
-¡Padre!--Exclamó colérica--. Él no ha hecho sino protegerme. Era Luciano quien
me hacía daño.

Gades se colocó por delante de Marco a modo de escudo, pero el otro la apartó.

-Puedo defenderme yo solo.


-¿De verdad?—le preguntó Tiro con sorna.
-¿Necesitas que te lo demuestre?—Adiós a su intento de mantener una actitud
cordial frente al ex-pirata.
-Dale su merecido—lo animó Luciano que se llevó un codazo de Claudia.
-No os peleéis—intervino Gades volviéndose a colocar entre ellos.
-No nos estamos peleando—le dijo su padre mientras la apartaba de un leve
empujón.
-No la maltrates—refunfuñó Marco mientras tomaba a Tiro de la fina tela celeste.
-Es mi hija y haré con ella lo que quiera.
-Por encima de mi cadáver.
-Dejadlo ya—intentó de nuevo Gades completamente furiosa por verse excluida de
un asunto del que ella formaba parte del eje central.
-No te metas—la regañó su padre en el mismo momento en que el romano le
lanzaba un fuerte puñetazo en la cara.
-Te he dicho que no la maltrates, ni le hables mal.

Tiro se limpió la sangre que había empezado a manarle de la boca a causa del golpe
y sin previo aviso lanzó un puñetazo al estómago del pretor que lo hizo doblarse por la
mitad y a punto estuvo de caer.

-Y yo te he dicho que es mi hija y nada tuyo. Y como si quiero encerrarla de por


vida.
Los hombres se miraron un momento y enseguida se lanzaron el uno contra el otro
y empezaron a propinarse golpes a diestra y siniestra, haciendo oídos sordos a los gritos de
Gades, quien no paraba de ordenarles que pararan ya de pelear. Marco recibió golpes en las
costillas, en la cara, en el estómago… pero Tiro no fue menos y también recibió su buena
dosis de dolor. Gades y Claudia miraban impotentes como los hombres más importantes de
sus vidas se molían a golpes mientras que Luciano parecía estar disfrutando de lo lindo, al
igual que otros muchos que se habían congregado a la puerta de su casa a observar
encantados la pelea, animando a Tiro a que diera una paliza al romano.

Sin embargo ella ya no pudo más, y entró en la casa corriendo a buscar a su


madrastra. Elia sabría qué hacer.

Al poco rato una Gades, ayudada por la esposa de su padre, salía portando una
enorme vasija llena de agua que vertieron sin dudar sobre los hombres que continuaban,
aunque sin resuello, con su lucha. Ambos las miraron estupefactos y agotados, sin poder
creer que hubiesen sido capaces de empaparlos de agua para detenerlos.

-Y ahora que me prestáis toda vuestra atención—les dijo con toda la dulzura de la
que fue capaz--, os haré partícipes de lo que yo he decidido.

Marco contuvo el aliento temiendo que con su arrebato hubiese perdido a Gades, ya
que aún recordaba como intentó matar a Cornelio cuando creyó que tenía esclavizado a su
padre. ¿Qué tendría pensado hacer con él después de que hubiese molido a palos al fenicio?
Se maldijo entre dientes. ¿Hasta cuándo iba a seguir metiendo la pata con aquella mujer?
Había jurado mantener la calma y mira como habían ido las cosas. A la primera de cambio
se enfrascaba en una pelea con su futuro suegro.

-Habla—la urgió su padre sin resuello y Marco lo miró con encono.


-Tiro por favor—lo amonestó Elia.
-Si—le susurró Marco--, cierra la boca de una vez. Hazle caso a tu mujer.

Claudia sonrió al ver como aquellos dos seguían con su enfrentamiento aunque de
forma verbal.

-Bien—Gades se puso las manos en la cintura--, primero te haré saber a ti, papá, lo
que voy a hacer.

El hombre la miró entrecerrando los ojos. Temía lo que su pequeña tuviera que
decir, sobre todo después de haber visto la forma en que miraba y protegía a ese maldito
romano. Y a su pesar tenía que reconocer que se sentía satisfecho al ver cómo había salido
este en defensa de ella a la menor provocación, cosa que había hecho con toda la intención
porque desde hacía años le debía esa paliza a ese muchacho.

-Siempre que recuerdes que soy el pater-familias y estas bajo mi tutela—le recordó
para enfurecerla. Se parecía tanto a su madre cuando se enfadaba que no pudo evitar
pincharla un poco, sin embargo su hija supo de su artimaña de inmediato y no se dejó.
-Cierto, pero como me quieres y estás muy feliz porque estamos juntos de nuevo—
le dijo--, y sigo con vida y todo eso que dices cuando estás de buen humor, vas a aceptar
todo lo que yo tenga planeado hacer para ser feliz.

Marco soltó una carcajada que provocó que Gades le dirigiera una mirada que
quería decir más vale que cierres el pico.

-Lo primero de todo papá, es que he decidido que quiero estar cerca de mi abuelo, él
es muy mayor y no quiero que pase sus últimos días solo y apenado porque no está
conmigo.

Tiro la miró y asintió.

-Puedo aceptar eso, aunque supongo que hay más.


-En segundo lugar, he decidido que voy a casarme.

Marco en ese momento sintió como si se le parase el corazón y la sangre dejara de


fluir por su cuerpo. Ya una vez lo amenazó con casarse con Cornelio. ¡Contrólate
hombre¡ Ella no sería capaz.

-Y tú, ex -domino—le dijo dirigiéndose a él con el ceño fruncido--, me esclavizaste


y me llevaste a tu casa olvidándote de mí durante años para volver y hacerme la vida
imposible con tus constantes atenciones y persecuciones amatorias.

El hombre la miraba expectante, dudando de lo que fuese a hacer aquella mujer que
lo había vuelto loco desde la primera vez que la viera arrodillada en su dormitorio,
recogiendo los pedazos de una vasija que había esparcidos por el suelo y la ropa manchada
de vino.

-Tú intentaste matarme en más de una ocasión—le recordó.

Gades no pudo evitar sonrojarte al recordar cómo había intentado degollarlo o


incluso envenenarlo.

-También me concediste la libertad invitándome a tu mesa para después suplicarme


que no te abandonara.
-No te supliqué.
-¿No?—le preguntó ella arqueando una ceja oscura sobre aquellos ojos
embriagadores que Marco tanto echaba de menos, sobre todo cuando se enfurecía y se
volvían de aquella tonalidad verde tan peculiar.
-Claro romano—le soltó Tiro entre dientes--, hoy tampoco has venido suplicándole
a tu antigua serva.

Marcó apretó los dientes. No iba a volver a pelearse, menos en un momento como
aquel, en que Gades había tomado una decisión con respecto a él, y esperaba que fuese la
acertada. Pero más tarde, más tarde le daría su merecido a ese.
-Viniste a por mí cuando pensaste que me habían secuestrado y nos ayudaste—al
decir esto miró a su padre--, y hoy has vuelto a venir por mí, desarmado y pidiendo perdón
por tus errores pasados. Incluso has derramado tu propia sangre para expiar tus culpas…
-No lo hagas.
-¿Y ha servido para algo?—le preguntó él con el corazón en un puño ignorando la
orden de Tiro.

Gades había tomado una decisión y pensaba llegarla a cabo, se le acercó todo lo
que pudo, tomándole el rostro entre las manos, invitándolo a que se agachara un poco hasta
colocar sus cabezas a la misma altura.

-Por supuesto—le dijo sonriente--, ha servido para que yo te entregue esto.

Le mostró un pequeño colgante que había estado ocultando en su mano. Marco la


miró sorprendido y lo cogió para observarlo mejor mientras la miraba con el ceño fruncido.
Vio que tenía una pequeña inscripción y se temió lo que podría significar. Aquel objeto era
muy parecido a uno que él la había obligado a llevar. Entrecerrando los ojos leyó las
palabras grabadas en aquella delicada piedra y no pudo evitar irrumpir en carcajadas.

-Esto quiere decir…


-Está muy claro. Me servirás con fidelidad y serás mi esclavo por el resto de tu
vida.

Marco no lo dudó un momento, sino que la tomó en brazos besándola con un ansia
que nunca creyó que hubiese podido llegar a sentir por ninguna mujer, y Gades se aferró a
él con un anhelo tan poderoso que hizo sonrojar a Claudia, suspirar a Elia, protestar a
Luciano y maldecir a Tiro.

-¡Un momento!
-Ahora no Tiro—le aconsejó su esposa--. No es el momento.
-No te la llevarás si no es casándote con ella.
-¡Padre!--exclamó Gades soltándose a desgana del hombre que la dejaba sin sentido
cuando la besaba.
-Es lo primero que he dicho cuando he llegado. Que quiero que sea mi esposa—le
recordó Marco.
-Muy bien—intervino Claudia—entonces lo haremos ahora mismo. Gades las
palabras.

Gades la miró sin comprender. ¿Se había vuelto loca Claudia?

-Vamos—siguió urgiéndola--, recuerda las palabras de Elia.

Ella seguía sin comprender, su padre no necesitaba palabras, su dura cabeza estaba
obcecada con Marco.

-¡Claro!--intervino esta con la mirada iluminada por la emoción. Si Gades decía las
palabras podría solucionarse todo aquello en ese preciso instante. No es que fuese la
situación ideal para una boda pero podría servir--. Rápido Gades, mira la expresión de tu
padre.

De repente Gades recordó como las tres habían comentado lo absurdo que le
parecían aquellas palabras que debía decir la mujer romana para aceptar en matrimonio a su
futuro marido, y no pudo evitar sonreír. Ahora esto. Desde luego que todo en su relación
iba a ser original. Apartándose de Marco se colocó debajo del dintel de la puerta y su
hermana se colocó a su lado.

Los tres hombres las miraban sin comprender.

-Allá donde tú seas Gayo, yo seré Gaya.

Marco reaccionó al cabo de pocos segundos reconociendo la ceremonia nupcial, no


así su padre ni Luciano que parecían no comprender. Se acercó a ella, la tomó en brazos y
la subió a su caballo para acto seguido montar detrás de ella y lanzar al hombre una mirada
triunfal.

-Nos vemos suegro, me llevo a mi esposa a casa.

Y se marcharon dejando tras de sí a un Tiro risueño ante lo que acababa de ocurrir


delante de sus propias narices. ¡Maldito romano!

EPÍLOGO:

-Mi padre viene a vernos junto con Elia.


-¿De verdad?—le preguntó Marco con mala cara—Que suerte tenemos. Visita
fraternal.

Claudia esbozo una pequeña sonrisa ante el comentario de su hermano. De nuevo


aquellas cómicas situaciones que parecían surgir cuando los dos hombres se encontraban en
el mismo lugar, volverían a producirse. Estos no pararían de lanzarse dardos envenados
con los ojos y por supuesto también con las palabras, y sus mujeres los mirarían con cara de
querer estrangularlos por no saber comportarse. Después de más de dos años, aún no
habían llegado a entenderse, a pesar de que Tiro confesara que no fue él quien atacó a
Marco en Sicilia, cuando la batalla con los esclavos, no sin antes hacer referencia a que le
hubiese encantado ser quien lo hirió, y de que Marcó aceptara su palabra, aunque no le
creyera lo más mínimo.

-Recuerda que es mi padre—lo regañó Gades mientras amantaba a la pequeña Tira.


-¡Cómo lo voy a olvidar si le has puesto a mi hija su nombre en contra de mi
voluntad!—protestó mientras se acercaba a ella y le daba un ligero beso en el cuello,
provocando que esta lo mirara entrecerrando los ojos y prometiéndole venganza más tarde.
Ese no era momento para jueguecitos amorosos. Ya se lo había advertido a Marco en más
de una ocasión. No quería que la distrajera con nada cuando le daba el pecho al bebé
porque para Gades ese era un momento muy especial.

Al parecer Marco siempre lo hacía para molestarla.

-Deja de hacer eso—lo advirtió.


-Creo que debes intentar llevarte un poco mejor con Tiro, después de todo es tu
suegro—intervino Claudia intentando evitar que empezarán a pelearse como era su
costumbre. Esos dos discutían por cualquier cosa, y ella había llegado a comprender que
eran felices haciéndolo.
-Pues mi suegro posiblemente venga acompañado de tu amigo Luciano—le recordó
a su hermana para pincharla a ella esta vez, puesto que no paraba de quejarse del joven a
cada momento, ya que, después de que Marco se marchara de Baelo-Claudia llevándose
consigo a Gades, ella había permanecido unos meses en casa de Tiro para darles un poco de
espacio antes de regresar a Sabinia.

Por lo visto durante ese tiempo su relación con Luciano había ido de mal en peor.
No se soportaban.

-Hummm…--Claudia no dijo nada porque le conocía muy bien y no iba a entrar en


su juego de enfrentamientos verbales, solo lo miró enfadada--. Será mejor que vaya a
organizar un poco mi estancia, está algo desordenada.

Gades miró a Marco con una sonrisa en el mismo momento en que Tira se había
quedado dormida mamando.

-¿Por qué has hecho eso?


-¿El qué?
El tono inocente del hombre la hizo sonreír de nuevo--. Molestarla.
-Me gusta hacerla enfadar—dijo tranquilamente.
-¿Y a mí, que te gusta hacerme?—le preguntó molesta.

Marco la miró entrecerrando los ojos, intentando descubrir cual sería el plan que
tenía su mujer en mente. Se acercó más a ella y le acarició la cabeza a su bebé.

-Besarte, adorarte, amarte y llenarte de niños como esta—dándole un breve beso en


los labios, se apartó rápidamente--, por supuesto cuando mi hija haya dejado de mamar-- le
dijo con una sonrisa.

Y Gades no puedo evitar sonreír ante las ocurrencias y descaro de su marido.


¿Quién iba a decirle que iba a amar tanto a la bestia romana?

FIN
NOTA DE LA AUTORA:

No me gustaría que el lector cerrase este libro sin conocer algunos datos
que considero importantes para una mejor comprensión de la novela. Debo decir que la
historia es, en su totalidad, producto de mi imaginación, tanto el personaje de Gades, como
el de Marco, o Tiro, ejes fundamentales de la trama. De la misma forma que lo es la
masacre que da origen a la historia. A pesar de ello, me gustaría hacerle saber que he
ideado esta novela sobre algunos acontecimientos, hechos históricos y circunstancias reales,
como serían: la existencia de Baelo-Claudia, la factoría de garum, la existencia de
Damófilo y Euno, personaje, este segundo, que verdaderamente protagonizó el primer
alzamiento de esclavos contra el Imperio Romano y que tuvo en jaque por más de un año al
mismo. También es un dato histórico el apunte que hago en la novela sobre como los
esclavos sublevados pusieron a salvo a la hija de Damófilo con unos parientes en Catina, a
pesar de asesinar a este y su esposa, por la brutalidad con que estos siempre los
obsequiaron. Este dato he querido incluirlo porque muestra, a mi humilde entender, como
no se vieron empujados por la sed de venganza sino de justicia. En cuanto a Baelo-Claudia,
resultaría totalmente reprochable no hacer referencia a la belleza de la ciudad, puesto que es
un lugar digno de inspirar la más bonita y tormentosa historia de amor. Imagínese querido
lector, una ciudad al borde del mar, en un enclave paradisíaco, dotada con los más
brillantes y hermosos colores que la naturaleza puede ofrecer, e imagine también a los
personajes allí. La antigua ciudad romana de Baelo-Claudia está situada en la Ensenada de
Bolonia, a unos veintidós kilómetros al noroeste de la ciudad de Tarifa, en la provincia de
Cádiz (España), dentro del actual Parque Natural del Estrecho. El estudio de sus restos
arquitectónicos muestra su origen romano de finales del siglo II a.C., observándose ya,
desde esa época, una gran riqueza que la convierte en un centro económico importante
dentro del área del Mediterráneo. Declarada Monumento Histórico Nacional, esta ciudad-
factoría romana, sorprende al visitante por su estado de conservación, por lo que invito al
lector, si le ha gustado la historia y tiene ganas de conocer otros lugares, a realizar una
visita guiada por los restos de la misma, augurándole el verse trasladado a otro tiempo sin
moverse del lugar. Baelo-Claudia fue importante en la época romana por sus conservas y
salazones, origen de la salsa garum, muy nombrada en la novela, y considerada un
exquisito manjar. Lo trágico, pero que a la vez hace que la ciudad parezca hermosa,
despertando un sentimiento de nostalgia, es saber que un terremoto la destruyó: y que no
fue hasta 1.917, fecha en la que comenzaron a realizarse las primeras excavaciones en la
zona de Bolonia, cuando se encontraron los restos de una ciudad próspera, construida según
los cánones clásicos de Roma, conforme a un proyecto urbanístico perfectamente
planificado y racional. Y es allí donde imaginé a una Gades asustada, a la orilla del mar,
cogida de la mano de la pequeña Claudia, observando como los romanos destruían su
hogar, y es allí donde imaginé a un pretor romano arrodillado, años después, suplicando
amor.
He utilizado palabras latinas como garo, garum, pater (padre), vilicus
(administrador), patrono (patrón, jefe), serva (esclava), tabernae (tienda), domus (casa),
strophium (sujetador), subliculum (bragas), al igual que he citado la Lex Vilia Annalis y el
Cursus Honorum, estos dos, la ley y el curso, que han sido usados y explicados a lo largo
de la historia.
Sin embargo, hay algo que me gustaría explicarle al lector para su mayor
comprensión, y es lo siguiente: cuando Gades le dice a Marco: “Allá donde tú seas Gayo,
yo seré Gaya”; lo que en realidad está haciendo es pronunciando los votos matrimoniales, o
mejor dicho, una adaptación para la novela de en qué consistirían dichos votos, puesto que
la puerta, o el umbral que debía cruzar el marido con la futura esposa en brazos, era el de
su propia casa.

Con mis mejores deseos, espero que hayan disfrutado de esta novela y se hayan
enamorado, tanto como yo, de Marco y de Gades.

Lucinda Gray.

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