Lucinda Gray Sempre Libera
Lucinda Gray Sempre Libera
Lucinda Gray Sempre Libera
PRÓLOGO:
Las habían apilado junto a otros niños a orillas de la playa, a merced del temporal
que se había desatado cuando empezó el ataque. Gades creía fervientemente que la ventisca
se debía a la ira desatada de Júpiter por lo que los romanos estaban haciendo a su ciudad.
Mientras, estos continuaban saqueando y asesinando a todo el que querían, quemando el
mercado donde se encontraba la tienda de Rómulo Drusso, padre de Claudia y custodio de
ella misma. Lo único bueno de ese día era saber que su padre estaba a salvo.
Afortunadamente no se encontraba allí cuando comenzó la masacre, y esa era su única
esperanza de no caer en el olvido cuando se las llevaran los romanos. Miró a Claudia para
confortarla pero la pequeña contemplaba el fuego con los ojos abiertos como platos,
anegados en lágrimas, por lo que tornó su mirada a los soldados que los custodiaban e
intentó prestar atención a lo que decían, comprender el motivo de tanta infamia. No sirvió
para nada. Aunque había tratado de averiguar algo, no había conseguido oír nada que le
diera algún indicio de los motivos que habían dado lugar a aquel desastre. Apretó los labios
en una mueca de impotencia, hasta ese momento había creído que al ser ciudadanos
romanos estaban a salvo de cualquier atentado por parte de las tropas, sin embargo, aquella
fatídica mañana, descubrió que no era así.
Gades estiró las níveas sábanas en el lecho del amo o, mejor dicho, la bestia, como
mentalmente se dirigía a la persona que las había rebajado al estatus de esclavas: lo que no
significaba otra cosa que ser un simple objeto, la mera propiedad de alguien, una cosa sin
otra finalidad que el uso y disfrute de su propietario. La situación ideal. Afortunadamente
su amo se había olvidado desde un primer momento de ellas, dejándolas al cuidado del
anciano Orseis, quien se encontraba a cargo de todo lo concerniente a la villa con
excepción de la gestión de los viñedos. El anciano había sido un esclavo de origen griego,
regalo del padre de la bestia a este cuando apenas era un adolescente, y a quien,
sorprendentemente, el amo había concedido la libertad por manumisión, adquiriendo el
estatus de liberto, que es como se conocía a los esclavos que alcanzaban la libertad.
Suspiró con pesar. La ansiada libertad. ¿Podrían alcanzarla ellas algún día? Lo dudaba. Su
dueño nunca las libertaría y eso era algo de lo que estaba bastante segura, aunque no sabría
decir por qué.
Por mucho que lo intentaba no lograba comprender el motivo por el cual Orseis
nunca había querido abandonar al romano, quedándose junto a él una vez adquirida la
condición de liberto, a cambio de un salario. Después de todo se trataba de un asesino, por
muy bien que pagara sus servicios, y dudaba de que tratase con justicia a sus trabajadores,
mucho menos a sus esclavos. Si ella algún día alcanzaba la libertad, no dudaría en regresar
al que fuera su hogar en Hispania, ayudaría a reconstruir su ciudad y buscaría a su padre y a
cualquier superviviente de aquel funesto día, en el que el romano apareció en sus vidas para
destruirlo todo. Intentaría rehacer sus vidas, empezar de nuevo… ¡Ya basta Gades!, se
recriminó apretando los labios movida por la frustración. Mejor piensa en lo que se te
viene encima. Estiró las sábanas con más fuerza de la deseada, después de todo, para ellas
había sido un bote salvavidas el que el griego estuviese en la casa cuando las trajeron y por
ello estaba agradecida a los dioses. ¿Para qué cuestionar los motivos del anciano en su
decisión de quedarse junto a la bestia romana? La diosa Juno lo había designado para que
velase por ellas y aquello no era sino una señal de los dioses de que condenaban lo ocurrido
hacía años.
Solo rezaba porque Orseis también pudiese mantenerlas a salvo de él.
Mientras colocaba el último almohadón los recuerdos volvieron a ella como tantas
veces. Después de la masacre de Baelo-Claudia habían sido llevadas en un navío rumbo al
Lacio y, a pesar de que en un primer momento creyó que las venderían en pública subasta,
como a todos los demás, fueron transportadas hasta Sabinia, la morada de la bestia: donde
las dejaron al cuidado de Orseis. Olvidadas para el mundo y con una vida miserable en la
esclavitud. Desde el día de su captura no había vuelto a ver al que ahora era dueño de su
vida, aunque afortunadamente, tanto ella como Claudia, habían caído bajo la protección del
anciano, quien las cuidaba como si de sus hijas se tratase. Gracias a ello habían podido
mantenerse al margen de los malos tratos recibidos por otras esclavas a manos de los
romanos, como también de otros esclavos sin escrúpulos, y esa no era poca fortuna
teniendo en cuenta lo que a veces ocurría sin que nadie osara intervenir. Como era habitual,
siempre salían perdiendo las mujeres. Desafortunadamente ahora tendrían que tratar con el
amo y eso la inquietaba. Lo único que conocía de él no era para estar tranquila y su única
defensa era un viejo que sentía devoción por este.
-Gades—la reprendió al ver la violencia con que realizaba sus quehaceres--, espero
que reprendas tu lengua con Marco Valerio.
-Desde luego.
Mantenía la mirada apartada del hombre para que no pudiese ver el odio bailando en
sus ojos castaños, los cuales se volvían de color verde cuando la ira la embargaba, cosa que
ocurría muy a menudo desde que se enteró del regreso del romano a su hogar.
Orseis salió del dormitorio de la bestia haciendo aspavientos y ella no pudo evitar
sonreír de buena gana. Esa era la forma cariñosa que tenía de amonestarla para hacerla
saber que era una cabezota y que no sabía que iba a hacer con ella. Al menos al ver al
hombre hecho un manojo de nervios se había relajado un poco, por lo que se apresuró en
terminar el arreglo de la habitación para cuando llegara el amo.
Justo cuando se disponía a colocar una vasija llena de vino en la mesita junto a la
cama, esta se le resbaló, cayendo estrepitosamente al suelo y manchándolo todo, incluida
su estola celeste, de color borgoña. Se miró un momento sin saber qué hacer hasta que
decidió que debía salir cuanto antes de allí.
-¡Tenía que pasarme esto precisamente ahora!--los nervios le habían jugado una
mala pasada y corrió a por un trapo para limpiar aquel desastre.
Marco no sonrió, pero hizo un gesto de asentimiento con la cabeza. En realidad aún
no era el momento de enfrentarse a su vecino y antiguo rival, y lo sabía. No obstante, al
recordar a Cornelio su entrecejo se frunció aún más. Su vecino no le perdonaba que a pesar
de u origen plebeyo perteneciese a la nobilitas, que no era otra cosa que una nueva clase
política surgida el siglo anterior, la cual conformaban patricios y plebeyos cuyo único
punto en común era su riqueza. Cosa que a Marco le sobraba en demasía. Se habían
enfrentado en numerosas ocasiones dejando entrever la animosidad que había entre ellos,
animosidad que se hizo más evidente cuando se enfrentaban en los comicios, Cornelio
como edil curul y Marco, como tribuno de la plebe. Por el momento decidió que era mejor
hacer ver que admitía el consejo y lo dejaba pasar. Por esta vez.
En el momento en el que estuvo junto a ella, tomó un mechón del cabello castaño de
Gades, el cual se encontraba recogido en una sencilla trenza, y tiró de él. Lo molestaba
que aquella esclava lo ignorase.
-¿Sabes quién soy?--Insistió colérico. ¿Qué demonios estaba pasando con esa chica?
¿Acaso no sabía quién era él?
-¿No ves qué solo es una esclava? No entiendo porqué tienes tantos miramientos—
le reprochó su amigo al ver que esperaba con paciencia a que la chica le respondiese a la
pregunta--. Podríamos divertirnos un rato con ella. Conoces de mi inagotable apetito
sexual.
Pretor, aquello significaba, entre otras cosas, que había obtenido el mando de las
legiones, aunque para comandarlas debía llegar a Cónsul, de ahí, según Orseis, que Marco
hubiese comenzado hacía años ya, el Cursus Honorum, regulado en el año 180 a.C. por la
Lex Vilia Annalis, dictada por un Tribuno de la Plebe, Lucio Vilius, con el único objetivo
de frenar carreras políticas muy rápidas. Aunque claro, a la bestia no le habían aplicado los
límites en la edad para alcanzar el cargo. Según el griego por haberse destacado en las
campañas militares debido a sus grandes proezas. Sin embargo Gades pensaba que era
gracias a las matanzas que había llevado a cabo.
Ardía de furia.
-No puede decirse que no la tenga, después de todo, por poco te tira al suelo.
Marco miró a su amigo entrecerrando los ojos, molesto por la burla pero consciente
de que tenía razón. Esa muchacha recibiría pronto su castigo por no saber el lugar que
ocupaba en su casa. Aquella esclava había osado agredirlo y frustrar sus intenciones de
pasar una apasionada tarde con ella. Él no iba a permitir que lo ocurrido en Sicilia se
repitiera allí. En su casa ningún esclavo se había atrevido nunca a alzarse contra él y nunca
lo haría. Aunque claro, tampoco el trataba a los esclavos de la misma forma que quien
había encendido la mecha de la rebelión en la isla. ¡Por Plutón, dios del inframundo, que le
daría una buena lección! Se prometió que en cuanto diera con ella se encargaría de hacerle
saber personalmente a quien debía someterse. Y pronto.
-De verdad que no he hecho nada malo –se excusó Gades aun sabiendo que mentía.
Le daba igual, no estaba dispuesta a permitir que la atrapara--, solo me asusté. El amo
estaba borracho y empezó a molestarme. Yo no supe qué hacer frente a sus atenciones. No
me obligues a enfrentarlo por favor, como me ponga una mano encima me matará.
El hombre la miró con tristeza, si bien era cierto que su antiguo amo era un romano
honorable, también lo era el hecho de que Gades no era más que una esclava, por lo tanto
no tenía voluntad en lo que a los deseos de su dueño concernía. Y los romanos no trataban
con honor a sus esclavos, por muchos principios que tuvieran. Más aún cuando Marco,
como buen militar, era un hombre acostumbrado a que se cumplieran sus deseos y sus
órdenes sin que nadie las cuestionara, por lo que debía estar hecho un basilisco al
encontrarse con un motín en su propia casa. A pesar de ello, aun sabiendo que tendría que
tratar con el otro, las súplicas de la joven le habían llegado al corazón.
Gades abrazó al viejo dándole un fuerte beso en la arrugada mejilla mientras corría
a esconderse donde le había indicado éste. Desde luego no iba a perder la oportunidad de
ponerse fuera del alcance de la bestia. Ni siquiera lo había podido ver bien, tan solo sus
ojos oscuros, tenebrosos. Había salido huyendo en el mismo instante en que se percató de
que aquellos dos tenían ganas de divertirse a su costa. Desde el momento en que le acarició
la piel del cuello no pudo pensar con claridad y echó a correr en busca del griego para que
la protegiese como había hecho desde que la bestia las dejó a su cuidado hacía ya años. Qué
ilusa, nadie estaba por encima del amo allí. Ni siquiera Orseis. Le hubiera gustado
observarlo con más detenimiento para ver si era el mismo de años atrás, sin embargo ni su
voz le resultó familiar embotada por el alcohol como estaba. Ella solo recordaba un
enorme soldado montado a caballo dando órdenes mientras que su hogar se perdía entre el
fuego y la mayoría de sus seres queridos morían asesinados.
Mientras pensaba en ello iba a toda prisa hacia las bodegas en busca de un lugar
donde ocultarse de la bestia, iba tan rápido que no se dio cuenta de que había tropezado con
el propio domino, quien tuvo que sujetarla para que no diera de bruces contra el suelo.
Marco la miró con una sonrisa autosuficiente que ella hubiese querido borrar de un
mordisco.
¡Maldita su suerte!
-¿Me dices tu nombre, esclava?—Le preguntó para que entendiera cuál era su
posición allí.
Volvió a quedarse callada como cuando se encontraron por primera vez ese día y el
hombre entrecerró los ojos haciendo una mueca de desagrado, por lo que se apresuró a
contestarle porque, después de todo, ¿qué conseguiría negándose a decirle su nombre
cuando podría obtenerlo de otras fuentes?
-Gades.
-¿Llevas mucho tiempo en mi casa?—Insistió.
-Desde que usted me hizo prisionera rebajándome a esta condición—estalló sin
poder evitarlo. Bravo Gades, acabas de gritarle a tu amo--. Antes era ciudadana romana, al
igual que mi madre.
Marco la miró sorprendido al darse cuenta de quién era la chica. La única vez que se
había llevado a su casa a dos prisioneras fue cuando… Sacudió la cabeza. Él normalmente
no hacía esclavos, los compraba y ya estaba. Sin embargo aquel día algo lo impulsó a
llevarse a aquellas niñas a su casa, es más, ese impulso lo había llevado a ordenar a sus
hombres que las mantuvieran a salvo de atenciones indeseadas. Y aún hoy se preguntaba
por qué lo había hecho. ¿En esto se había convertido una de aquellas niñas? Volvió a
sonreír. Lo cierto es que le gustaba lo que veía y agradeció a los dioses por su buena
fortuna.
-Por lo que veo—le dijo molesto más con él mismo que con la joven--, con todo el
tiempo que llevas en mi casa, aún no has aprendido obediencia.
Gades tragó saliva porque, a pesar de ser cierto que era cierto que era una esclava,
nunca había sufrido ningún abuso o maltrato estando Orseis al mando, y por mucho que le
doliera admitirlo, aquella no era la situación normal, así que no pudo evitar desconfiar del
carácter de la bestia. ¿Pensaba castigarla por lo de antes?
-Teniendo en cuenta que has intentado hacerme caer sin ningún tipo de
miramientos, obviando el hecho de que quería mantener una conversación contigo—incluso
él mismo se dio cuenta de lo burda que sonaba dicha afirmación. ¿Conversación? Vamos
Marco --, tendré que imponerte un castigo para que tu falta no quede impune y pueda hacer
creer al resto de mis esclavos, que el amo es alguien de quién se puede abusar.
-No lo volveré a hacer-- le aseguró bajando la mirada para que no pudiese ver el
fuego arder en sus ojos castaños--. Solo me asusté.
-Te asustaste—repitió incrédulo.
Gades lo miró con cautela ante lo que aquellas palabras pudieran significar,
preguntándose cómo podía remediarse el miedo.
Sin embargo el romano estudiaba el rostro de Gades con deleite. Le gustaba mucho
lo que tenía ante él por lo que eso de atormentarla no cruzaba por su mente, más bien otros
placeres. El rostro de la muchacha en forma de corazón, la pequeña barbilla, aquellos
enormes ojos castaños bordeados por gruesas pestañas negras, el lustroso cabello ondulado
de color oscuro, el tono dorado de su piel… La acercó hacia su enorme pecho de soldado
con fuerza y la besó con avidez ante la sorpresa y la indignación de la otra que,
consciente de que su posición no le permitía negarle nada a su propietario, no luchó, sino
que se dejó besar a la vez que imaginaba como sería darle una buena patada en…
Marco, sin soltarla, se giró hacia Claudia para estudiarla con atención. Pensó que
aquella debía ser la otra chica. ¡Vaya! En verdad las dos muchachas eran hermosas.
Aunque por el momento prefería a la que tenía en ese instante en sus brazos, la cual, pensó
con maldad, estaba haciendo unos fieros intentos por controlar el deseo de escapar de él
nuevamente.
-Mira lo que tenemos aquí—le dijo a la mujer más joven--. Tú debes de ser la otra
hispana.
-Mi amo--le respondió sumisa a la vez que miraba sorprendida a su hermana.
Claudia no entendía por qué Gades estaba en aquella situación.
-¿Puedo saber tu nombre?—le preguntó ignorando a la que tenía aún entre sus
brazos. La más joven parecía más inteligente.
-Claudia-- contestó Gades para intentar atraer de nuevo la atención de la bestia
hacía sí y poner a salvo a la otra.
-¿Cuál iba a ser mi castigo, amo?—Qué ganas tenía de clavarle un cuchillo en las
entrañas por no dejar de mirar a su hermana con admiración.
-Veamos—le dijo Marco pensativo--, creo que ya que has sido tú quien ha
organizado el desastre en mi habitación, sería justo que tú te encargaras de arreglarla.
Ella no lo corrigió diciéndole que estaba haciendo eso mismo cuando la importunó
con sus indeseadas atenciones.
-Claro que todo esto tendrás que hacerlo desnuda—puntualizó soltando a la joven y
retándola a desobedecerlo--. Así te acostumbrarás a mí y no te asustarás cuando me tengas
cerca.
Maldito romano.
Estaba escondida dentro de una enorme tina que antes había estado llena de
trigo. El miedo que sentía, y que se había apoderado de ella, prácticamente la tenía
paralizada. Lástima que no hubiese hecho acto de presencia mucho antes, así tal vez no se
hubiese atrevido a tanto. Rogó a los dioses que fueran clementes porque de esta sí que no
salía con bien. ¿Qué diantres se había apoderado de ella para intentar degollar a la bestia?
¿Y Claudia? Ni siquiera se había parado a pensar en ella. Ahora tendrían que intentar
escapar o el romano intentaría desquitarse con la pequeña también. Se arrebujó todavía
más. Había sido una estupidez, eso lo sabía, pero simplemente no pudo evitarlo. La
tentación fue más poderosa que todo lo demás. Cuando tuvo ese norme cuello a su merced,
entre sus manos, expuesto ante la hoja de afeitar… El impulso de degollarlo fue más fuerte
que cualquier otro pensamiento o sentimiento, pero claro, ahora tendría que pagar las
consecuencias de su acción o… desaparecer. No había otra opción. Era la excusa que
necesitaban para escapar. Si lograba llegar hasta Claudia, y encontrarla antes de que la
atraparan, tal vez podrían salir de allí sin ser vistas y dirigirse rumbo a Sicilia antes de que
las atraparan: donde los esclavos se habían levantado contra los romanos y aún seguían
manteniendo sus defensas. Allí podrían refugiarse hasta que encontraran un navío que las
devolviera a su provincia. Ese sería el único lugar seguro en el Imperio.
-Tú y yo vamos a tener una seria conversación una vez que la haya encontrado—lo
amenazó acercándole la antorcha al ajado rostro mientras que con la otra mano se tapaba la
herida con un paño. Al parecer la sangre había dejado de brotar hacía pocos segundos,
aunque el tajo era más escandaloso que peligroso.
-Tiene que haber sido un accidente.
-Claro Marco—bromeó Tiberio--, tu pobre esclava no pudo soportar ver tu fea cara
y del susto por poco te rebana el pescuezo.
-Si quieres seguir de invitado en mi casa—su voz era tan calma que tanto Tiberio
como Orseis se contrajeron. Estaba hasta los mismos de aquel par--, te sugiero que cierres
la boca y me ayudes a encontrarla.
Tiberio guardó silencio con una mueca y se dirigió a buscar a Gades por el lado de
las cocinas sin muchas ganas. ¡Qué humillación! Murmuraba entre dientes, rumiando que él
era un Tribuno militar a cargo de una legión para andar buscando a una esclava en mitad de
la noche porque a Marco se le había ido de las manos. Con gestos bruscos empezó a
destapar las tinas que había apiladas a las afueras de las cocinas, hasta que halló su premio.
Menos mal, ahora por fin podría irse a dormir lo que restaba de noche.
Gades lo miró con los ojos llenos de lágrimas debido a la impotencia de ser
descubierta. Adiós a sus planes de fuga. El tribuno se prestó a ayudarla a salir de su
escondite ante la vergüenza de ella, puesto que estaba completamente desnuda, y con una
mano, la que había sostenido la cuchilla con la que había intentado matar a la bestia,
manchada con la sangre de esta. Se indignó con él al verlo deleitarse con su cuerpo en
cueros entretanto llegaban los demás unos minutos más tarde, los cuales le parecieron
eternos. Sin embargo se obligó a permanecer en silencio aguardando el castigo que la
esperaba. Por una vez se comportaría con inteligencia, como siempre le habían
aconsejado Orseis y Claudia. No haría o diría nada movida por el odio. Se dejaría humillar
o lo que la bestia tuviese pensado hacerle para salir con vida del atolladero en el que se
había colocado ella sola.
Marco miró a Tiberio con gesto exasperado a la par que unos gritos desesperados
llamaron su atención.
-Las dos mujeres pasarán la noche encadenadas, desnudas, ante la puerta de mi casa
—Ordenó a Orseis ignorando la mirada contrariada de Tiberio--, pero asegúrate de que
nadie se les acerque, ni siquiera para darles de beber—Marco sabía lo que su amigo había
estado a punto de pedirle por eso se había adelantado. No quería abusos en su villa. Aquel
era su hogar y quería mantenerlo limpio de maltratos. Una cosa era un justo castigo, otra
muy diferente un abuso. Y aquella niña no tenía por qué pagar los errores de la otra, aunque
claro, eso no tenía por qué saberlo nadie.
-Y tú, esclava, escúchame bien—se dirigió a Gades como cuando hablaba con uno
de sus soldados--, piensa que cualquier cosa que hagas o intentes hacerme, recaerá sobre
esa muchacha. El látigo acariciará su espalda al menos cincuenta veces por cada mal paso
que des. ¿Me has entendido?
II
-Dile a esa esclava que quiero verla—ordenó con aquel tono que no daba opción a
réplicas--, que acuda aseada y preparada para servirme.
Orseis miró a Marco con cara de pocos amigos, siempre había sido un joven
correcto en el trato con los esclavos, sin embargo esa actitud que había tomado con Gades
no le gustaba en absoluto. A pesar de que Gades se había extralimitado intentado asesinar a
su propio amo, el romano tenía que comprender que la joven, desde que la dejara en esa
villa junto con su hermana, no se había visto obligada a cumplir ningún tipo de obligación
física con ningún hombre, puesto que el domino siempre estaba de campaña militar o en
alguna provincia administrando justicia, y él mismo se había encargado de protegerla de
indeseadas atenciones.
El romano miró al anciano con una ceja arqueada y una mueca en sus
perfectamente esculpidos labios. ¿Acaso Orseis trataba de interponerse entre él y su deseo
por la mujer? Mucho habían cambiado las cosas en su casa si su criado se atrevía a
interferir en sus planes después de haberle concedido la libertad y haberle dado trabajo en
un puesto de gran importancia.
-A no ser que Venus te conceda el favor de hacerte mujer, y quitarte treinta años de
encima—no pudo evitar hablar con ironía al anciano por su intromisión--, creo que no me
sirves.
-Entiendo que lo que deseas es meter una mujer en tu lecho.
-Orseis—su tono era de advertencia--, no estoy de humor para aguantarte.
-Solo quiero ayudarte Marco Valerio, siempre me he esmerado en cumplir con tus
deseos, Gades aún no ha conocido ningún hombre, por lo que con toda seguridad no
cumplirá tus expectativas—Orseis intentaba hacerle cambiar de idea en lo de llevarse a una
de sus niñas a la cama como sucedía con tantas otras esclavas--, es mejor que te mande a
alguna otra mejor dispuesta y más experimentada. Con toda seguridad no querrás a una
esclava con lengua viperina y malos modos a la que luego tengas que castigar…
Marco fue perdiéndose entre los vagos intentos de su antiguo esclavo por mantener
a esa arpía fuera de su alcance. Era tal su enojo en ese momento que apenas oía el serio
monólogo que el viejo estaba haciendo para hacerle creer que le haría un favor no
enviándole a la chica a sus habitaciones privadas. Está bien, pensó burlón, el arte de la
retórica no se le daba especialmente bien, pero sí el de la estrategia, donde realmente era un
experto.
-Orseis, por lo que puedo entender, no me conviene una propiedad que es tan poco
conveniente.
El anciano lo miró con los ojos como platos. Lo conocía suficiente como para
prever que en aquella simple frase se escondía algo. La calma del romano era tal que no
pudo evitar ponerse en guardia ante lo que podría estar pasando por aquella mente tan
acostumbrada al conflicto. Tal como lo miraba en aquel momento, el griego no dudó de
quien era el enemigo para el hombre en ese instante. Tragó saliva con dificultad y evitó
mirar a los ojos al que fuera su amigo. El hombre al que había servido y querido como a un
hijo.
-Será mejor que mañana mismo organices la venta de la mujer—se giró para
servirse una copa de vino mientras sonreía ante cual podría ser la excusa que le daría el otro
para que no vendiese a la esclava--, no quiero cosas inservibles en mi casa. Si no está
dispuesta a cumplir con mis deseos, será mejor que le encuentre otro amo que le guste más,
tal vez a Cornelio le interese comprarla–dijo como al descuido--, y ya puestos Tiberio
parecía estar muy interesado en la más joven.
-Pero Marco…
Orseis no podía dejar de mirarlo con estupor y por un breve instante, solo uno, se
sintió un miserable por crearle tal desazón a la persona que lo había cuidado desde que
podía recordar, sin embargo había llegado el momento de ponerle un alto al anciano, quien
se había tomado ya demasiadas atribuciones en su casa, para hacerle saber quién era el amo
y señor de aquella villa y de los que moraban en ella.
Marco decidió pasar por alto el sarcasmo en la voz del viejo puesto que había
conseguido su objetivo sin tener que usar el látigo o cualquier medio de persuasión contra
la joven. Seguramente Orseis la aconsejaría de que era mejor para ella no luchar contra su
poder sobre ella, el cual era absoluto.
-Entonces ve.
-Enseguida—respondió el anciano de mala gana.
Antes de que el hombre saliera de allí cabizbajo, el dueño de aquel lugar no pudo
reprimir hacerle una advertencia al griego.
-Orseis—lo llamó consiguiendo que el anciano se volviera hacia él--, es mejor que
no venga con ganas de pelea.
-Así será—Orseis se preguntaba cómo iba a conseguirlo. Diciendo esto último salió
de la estancia dejando a un satisfecho Marco tomándose una copa de su mejor vino.
Gades había armado una buena bronca hasta que el anciano logró convencerla de
que era mejor afrontar de una vez que su amo tenía poder absoluto sobre ella. Incluso tuvo
que recurrir al chantaje emocional para conseguir su objetivo puesto que la joven estaba
dispuesta a afrontar cualquier castigo físico antes que arreglarse para Marco.
Orseis no podía negar lo que la mujer decía pero tampoco ella sabía los verdaderos
motivos que habían impulsado al romano a actuar como lo hizo. Quizás había llegado la
hora de explicarle que esa había sido la única vez que Marco había actuado movido por la
sed de venganza y no se había parado a medir las consecuencias de sus actos hasta que fue
demasiado tarde.
Gades tuvo que morderse la lengua mientras se cepillaba la enorme melena para
dejarla suelta sobre su espalda. Ella ya no era ciudadana romana, por lo que no se peinaría
como lo hacían estas, no quería parecer una romana, ya no lo era, la bestia le había
arrebatado ese privilegio. Lo más indignante de todo, pensó con furia, era que tenía que
cumplir de buen grado con todo lo que aquella bestia inmunda quisiera hacer con su cuerpo,
incluso con su espíritu si intentaba revelarse de alguna forma. Ya Orseis le había confiado
que no dudaría en vendérsela a Cornelio si ella le daba algún quebradero de cabeza. En un
principio estuvo a punto de desafiarlo presentándose ante él llena de barro y oliendo a
estiércol, sucia después de un día de labor en la finca, con ganas de presentar batalla si
osaba ponerle un solo dedo encima. Sin embargo el anciano le hizo ver que no solo tenía
que pensar en ella, sino también en la seguridad de su hermana. A su pesar tuvo que
contenerse para proteger a Claudia. ¿Y si la bestia en vez de posar su interés en ella lo
hubiera hecho en su hermana? Mejor dar gracias a los dioses de que solo viera en Claudia a
una niña que no despertaba en él su apetito sexual como al parecer había hecho en el otro
romano. Orseis había tenido razón al aconsejarle que intentara satisfacer su deseos, al
menos lo suficiente, para que no le quedara tiempo ni ganas de dirigir su interés hacia la
otra, por muy desagradable que fuese la tarea a realizar.
-Después de todo no puedes negar que es un joven apuesto y sano. Podrías haber
acabado en manos de un romano viejo, gordo y enfermo…
Ya estaba harta por esa noche de escuchar hablar sobre la apostura de la bestia.
Suspiró con resignación antes de salir de detrás de la cortina para que Orseis la llevase al
encuentro del romano. No tenía ganas de escuchar como el viejo alababa sus virtudes
físicas para intentar engatusarla. Siempre había sido consciente de que algún día acabaría
casada, si tenía suerte, con otro esclavo o, el cualquier caso, siendo la esclava sexual de
algún romano pervertido. Nunca se imaginó jugando ese papel para la propia bestia.
Cuando Gades llegó al encuentro del romano se sorprendió ante lo que allí se
encontró. Su amo se hallaba recostado en la cama con Claudia a su lado, hablando con él
en tono muy bajo. El rostro del hombre parecía concentrado, la escuchaba y observaba con
atención. Cuando se percataron de su presencia, su hermana bajó los ojos avergonzada y el
pretor permaneció en silencio. Observándola. Acechándola.
-Será mejor que te marches, Claudia—le dijo a la joven con una sonrisa que la otra
devolvió con timidez--, tu hermana y yo tenemos que hablar.
-Domino.
¿Hablar? Pensó con ironía, la bestia no pretendía hablar con ella sino todo lo
contrario, lo que menos tenía en mente era parlamentar. Gades observó desde donde estaba
al hombre. Solo llevaba puesto un taparrabos e iba descalzo, por lo que su ancho pecho se
hacía más que evidente, de donde sobresalía un oscuro pelo ensortijado que se iba
estrechando a la vez que una se fijaba más abajo, hasta donde la tela empezaba a cubrir su
masculinidad. Orseis lo había alabado tanto que sentía curiosidad por mirarlo con más
detenimiento. Y así lo hizo. Se fijó en su negro pelo ensortijado y en su enorme y gruesa
boca. En su nariz típicamente romana, en su frente ancha y despejada. En la profundidad de
su oscura mirada, en… ¡Para! Tuvo que reconocer que era un hombre muy apuesto al igual
que alto y viril. Viril, pensó con sorna, eso era lo malo de todo, que su virilidad necesitaría
de una mujer y ella había sido la elegida. ¿Cómo escapar de aquella situación? No podía.
Marco le hizo una señal para que se acercara sin dejar de observarla ni un segundo y Gades
lo hizo sin dilación.
-Gírate para que pueda verte bien—le ordenó para ponerla a prueba. Gades le
obedeció en todo sin rechistar--. Ahora, quítate esa túnica de lana. No me gusta ese color
pardusco. ¡Ah!--exclamó satisfecho mientras se levantaba de la cama para acercarse más a
la mujer y observar sus prendas íntimas--. Veo que llevas el strophium y el subliguculum,
te ayudaré a quitártelos. Para lo que tengo en mente no necesitarás llevar nada puesto.
Ella se dejó quitar la ropa interior sin atreverse a hacer ningún movimiento que
pudiera enojar a su dueño y desquitarse con Claudia. Mientras el hombre la dejaba
desnuda, como lo había estado la tarde anterior cuando le hizo un corte en la garganta, sus
dedos rozaban su piel cual alas de mariposa, sin tocarla, solo la acariciaba levemente.
Después se alejó para traerle una copa de vino que Gades apuró de un tirón, en un intento
desesperado por embotar sus sentidos. No le agradó descubrir que el contacto físico con la
bestia no la repugnara tanto como había previsto. No quería sentir nada. No podía
permitirse sentir lujuria por ese hombre. Sin previo aviso comenzó a besarla desde atrás.
Primero la nuca, luego el cuello hasta bajar a su hombro izquierdo. Al mismo tiempo le
tocaba el pecho, jugueteaba con su pezón como si tuviera todo el derecho del mundo a
hacerlo y, a ella, se le escapó un gemido involuntario ante la necesidad que empezó a
despertarse bajo su vientre, donde Marco había llevado la otra mano e introducido uno de
sus dedos en la cueva de su feminidad. La tenía atrapada, su espalda pegada al torso de él
mientras que una mano jugueteaba con su entrepierna y la otra con su seno, todo ello a la
vez que la besaba en el cuello, por donde pasaba una y otra vez su lengua, dejando una
humedad caliente por su lento recorrido. Gades no pudo evitar revolverse contra su mano,
pero no para que parase sino para que culminara aquella tortura a la que estaba siendo
sometida. Quería más. Sentía que podía sentir más. De repente Marco la volvió hacía sí, le
tomó la cabeza con las manos que anteriormente estaban en su cuerpo y la acercó con
pasión para besarla en la boca, exigiendo una respuesta que Gades ya había empezado a
dar. Ella se abrazó a él cual gata en celo y empezó a rozarse contra la piel del hombre que
aún llevaba el taparrabos. Fue ella quien se lo quitó para su propia sorpresa, ansiando el
contacto de esa parte de su cuerpo contra el suyo. Poco a poco acabaron sobre la cama del
romano, ella debajo, con las piernas completamente abiertas, esperando la deseada invasión
a su cuerpo por parte de aquella parte de la anatomía masculina que desprendía tanto calor
y a la vez era tan suave. En algún momento el hombre la penetró y ella sintió una ligera
punzada de dolor, sin embargo era tal la necesidad que se había despertado en ella, que se
aferró con fuerzas a los brazos del hombre para que no se detuviera, cosa que este hizo con
deleite y un apasionamiento desenfrenado que los hizo proferir gritos, a ambos, hasta que
culminaron en la cima del placer, sudorosos y jadeantes. En cuanto se hubo recuperado un
poco, el romano se apartó del cuerpo de Gades para salir de la habitación, dejándola sola,
exhausta y arrepentida. ¿Cómo había sido capaz de entregarse de esa forma a aquel
asesino? Había sido todo tan animal, tan carente de sentimientos, tan mecánico. Cerró los
ojos con fuerza y oró a todos los dioses que conocía implorando su perdón. La lujuria se
había apoderado de ella cual ramera. No había podido evitarlo. Algo se había despertado
dentro de ella que la había poseído, haciéndola olvidar cualquier pensamiento racional y
tomando el control de su cuerpo sus sentidos. Se sentó en la cama un poco molesta y miró
hacia donde se encontraba su ropa interior y su túnica de esclava. Allí, en el suelo, los
mosaicos que cubrían este, dejaban entrever escenas sexuales de lo más clarividentes. Dudó
un momento preguntándose si ya había terminado con ella. La bestia se había marchado del
dormitorio sin decir una palabra, en un acto de total indiferencia. La había usado, se había
aliviado y luego se había marchado. ¿Eso era todo? Respiró hondo pensando que mejor se
marchaba antes de que regresara y le diera más dosis de aquella lujuria que el romano había
despertado en ella y que no estaba dispuesta a admitir.
Gades no pudo evitar que se le escapara una protesta cuando sacó su dedo pero se
volvió a tensar cuando el lugar fue ocupado por algo mucho más grande, inhiesto y suave.
Aun así, no pudo evitar disfrutar con la sensación de tenerlo dentro de su cuerpo de aquella
forma tan poco común, sintiendo sus poderosas piernas con cada embestida sobre sus
posaderas. Claudicó ante lo inevitable y no pudo contener el alarido de satisfacción que
salió desde lo más profundo de su ser.
Claudia miraba a su hermana con compasión. Todos habían escuchado los gritos
procedentes del dormitorio del amo. Todos sabían de qué se trataba, excepto la joven, que
llegó a pensar que tanto el amo como su hermana se estaban haciendo realmente daño.
Gades no quiso sacar a su hermana del error, pero no pudo evitar sonrojarse al recordar
todas las cosas que Marco le había hecho la noche anterior, así como las que ella le había
hecho a él siguiendo sus indicaciones. Las cosas que debían compartir los esposos, o los
amantes, pero no…
Claudia la observaba como quien quiere descubrir un secreto y no sabe por dónde
empezar.
-Créeme si te digo que lo estoy—señaló--, después de una noche sin pegar ojo a la
intemperie, he tenido la siguiente bastante… ajetreada.
Casi le cuenta todo. Miró a su hermana menor para ver si entendía a lo que se
refería, pero al parecer la otra no dio indicios de que fuese así.
-¿No te hizo daño?—insistió. Estaba segura de que Gades había sufrido grandes
torturas. Si no, ¿por qué aquellos gritos ahogados?
-No te preocupes, no me ha hecho daño—intentó tranquilizarla--. Aunque, me
gustaría saber qué hacías en su habitación con él, a solas.
Miró a Claudia esperando una respuesta, pero viendo que esta eludía su mirada
volvió a insistir en su pregunta. No le gustaba verla cerca del romano, y Claudia lo sabía.
Sin embargo su hermana la miró sintiéndose culpable por el hecho de que ella
tuviese elección mientras que Gades no la había tenido.
-Como me dio libertad para hablar sinceramente, le dije que no estaba preparada
para ningún hombre.
-¿Te obligó de alguna manera?
-No. Me dijo que me retirase a dormir, que no pensaba obligarme a mantener
relaciones con su amigo. Creo que me está cogiendo afecto.
Despertó con un alarido, de nuevo las pesadillas lo habían hecho tener temblores.
Aquel maldito romano.
III
Tenía ganas de estrangularlo. Ahora ordenaba que ella no realizara más trabajos en
la villa que no fueran hacerse cargo de su bienestar y sus necesidades. Todos los esclavos
pensarían que intentaba ganarse el favor del amo mediantela lujuría que este parecía sentir
por ella. ¡Aaaarrrrgggg! Tenía ganas de gritar y salir corriendo. Ella detestaba que la
tratase con indulgencia delante de los demás porque así solo acrecentaría los celos en los
otros, quienes podían llegar a hacerle la vida imposible allí. Claro que era mucho peor
cuando la llamaba serva con ese tono que ella tanto aborrecía y con el que el romano
parecía disfrutar tanto. Para colmo su hermana solo hablaba bondades del pretor. Incluso lo
llamaba por su nombre cuando hablaba de él. Que si Marco Valerio esto, que si Marco
Valerio aquello, mira que gracioso lo que me ha dicho… Claro que, teniendo en cuenta que
con Claudia se comportaba como si se tratase de su hermana pequeña, podía llegar a
entender la devoción de esta hacia él puesto que la única figura masculina que les había
profesado cariño en esa casa, desde que las convirtieran en esclavas, había sido el viejo
griego.
A ella por el contrario la trataba como a una amante. Mejor dicho, como su juguete
sexual. Cada noche la llamaba a su lecho y la obligaba a mantener relaciones con él. De
todo tipo y sin cortarse un pelo. Le había recorrido el cuerpo entero con la lengua, mordido
en lugares ocultos de su anatomía, la había hecho ponerse de rodillas y darle placer con la
boca a su masculinidad, adoptar mil y una posturas que hubiese creído imposible y que se
dibujaban en aquella alfombra en el suelo.
Y qué decir de Orseis, el administrador de todo aquello, o mejor dicho, como decían
los romanos, el vilicus. En un intento por conseguir que Gades se comportara mejor con la
bestia le había narrado la historia de su vida como si con ello consiguiera acercarla más a
él. El viejo griego le había contado como Marco recibió una invitación para acudir al
encuentro de sus padres en la villa donde estos habían ido a pasar unos meses, en aquella
provincia hispana, la Bética. Al llegar allí el joven de solo veintidós años se encontró con
que sus padres, su hermana Julia y su pequeño sobrino de tres años habían sido asesinados
de la peor manera. Julia había sido violada repetidas veces y tenía cortadas las manos.
Cuando la encontraron aún le quedaba un soplo de vida para preguntar por su hijito. Sus
padres habían sido crucificados, y su pequeño sobrino Antonio, nombre puesto en honor a
su difunto padre puesto que su hermana había enviudado antes de dar a luz, y al que el
pretor adoraba, había sido cortado en dos, cerca de donde se encontraba el cuerpo casi sin
vida de su madre. Orseis le contó a Gades que un par de soldados le habían dicho que
habían visto al fenicio Tiro salir de la finca en la mañana de los asesinatos, por lo que el
romano estuvo indagando donde podría encontrarse el mismo, y cuando le dijeron que vivía
en Baelo- Claudia, decidió asolar la ciudad y matarlos a todos, pero en el último momento
se apiadó de los niños y se los llevó como esclavos.
Gades escuchaba petrificada lo que Orseis le estaba contando y decidió que todo
debía ser un error, sin duda tenía que serlo. Aquello era imposible. Su padre…, no. No era
verdad. Alguien había acusado injustamente a Tiro. Los romanos eran unos maestros en el
engaño y la mentira, siempre andaban metidos en conspiraciones, su padre lo decía
continuamente y su madre no lo desmentía. Decidió que no revelaría a nadie el nombre de
su pater para poder preservar la seguridad de ella y de Claudia. Su padre era la única
esperanza que le quedaba de libertad, y ella estaba segura de que nunca sería capaz de
cometer tal masacre con una familia indefensa. Su padre era una buena persona y allí tenía
que haber habido un malentendido, un grave error, un error que había provocado aquella
matanza y su propia esclavitud. No diría nada, no hasta que tuviera la certeza de que todo
cuanto le había dicho el anciano era cierto, o solo había sido para enternecerle el corazón.
Si la bestia llegase a descubrir de quien era hija…
-No te entiendo
Tiberio estaba enfadado con Marco.
-No hay nada que entender, ya te he dicho que no, y es no, no insistas.
-Puedo pagarte muy bien, es más, te debería un enorme favor, uno muy grande.
-¿Acaso no entiendes el significado de la palabra no?-- Se estaba hartando de la
insistencia de su amigo. Había decidido darse un baño y el otro lo estaba acompañando,
pero hubiese sido mejor que no lo hiciera porque se estaba volviendo insoportable.
-Me gusta mucho tu esclava—le reprochó con el ceño fruncido.
-No es más que una niña.
-Pero muy hermosa, y lo será más aún cuando crezca un poco.
-Vas a conseguir que me enfade de verdad—lo amenazó con los ojos cerrados
mientras trataba de relajarse.
-No entiendo el motivo de tu negativa…
En ese preciso instante Marco se puso de pie en un rápido movimiento con un gesto
amenazante que consiguió que esta vez fuese Tiberio quien rompiera en carcajadas.
Salpicó de agua a su amigo para hacerlo callar pero solo consiguió que esté riera
aún con más ganas, por lo que con gesto malhumorado se marchó de los baños, envuelto en
la fina tela de lino en dirección a sus aposentos gritando a diestro y siniestro que Gades
acudiese a verlo de inmediato. Pensaba tener unas palabras con ella y ordenarle que se
mantuviese apartada de cualquier hombre que no fuese él mismo.
Gades lo miró con furia, provocando que sus bellos ojos castaños se tornarán de un
verde poco común y que Marco deseara besarla allí mismo. Sin embargo contuvo sus
anhelos porque no quería que ella se percatara del poder que ejercía sobre él con una sola
mirada.
Gades contuvo el aliento. No debió decir aquellas palabras aunque el orgullo la cegó
y no pudo contenerse. A fin de cuentas, todo se reducía a eso. A que nadie más que él la
usara y jugara con ella sexualmente. ¿Por qué entonces no podía decirlo abiertamente?
Porque eres su esclava, se recordó, porqué si no, y lo vas a enojar.
Gades entrecerró los ojos y hubiese deseado volver a tener la afilada cuchilla de
afeitar en su poder. Esta vez nada hubiese evitado que le cortara el cuello.
-¿A qué esperas esclava?—la miraba con burla. Deseaba verla estallar ante él—.
Vamos, pélalas y métemelas en la boca.
Gades decidió que era su deber obedecer al amo, así que procedió a pelar las uvas
pero no les quitó las pepitas. Le metió primero una en la boca con movimientos calculados
para distraerlo, luego otra. Marco la miraba ardiendo de deseo pero trató de controlarse
hasta que la mujer le metió un puñado de uvas en la boca y se la cerró de un manotazo
provocando que se atragantara. Después intentó echar a correr, pero él la atrapó de un pie
haciéndola caer cuan larga era ante él. Escupió las uvas al suelo y se la quedó mirando
durante un tiempo que a ella le pareció interminable. Gades lo miraba desde el suelo
lanzándole puñales con los ojos pero al hombre no pareció importarle. Se desnudó en un
santiamén y acto seguido le arrancó la túnica provocando que la mujer diera un respingo.
Se arrodilló entres las esbeltas y torneadas piernas de la hispana y la miró con un deseo que
la hizo encogerse.
Alzó una mano intentando tocar su regalo pero en ese momento se despertó y
profirió un grito de dolor. Gades, ¿dónde estás?
IV
-¿Quieres probar?
-La verdad es que no—negó haciendo un mohín mientras Claudia le acercaba una
cuchara de palo con el contenido del garum.
-Anda pruébalo.
-Ni hablar, no pienso tomar nada que le agrade a ese romano.
-¿Quieres decir a Marco Valerio?—Le preguntó con una sonrisa—. De verdad que
no es tan malvado como crees, al menos a mí no me lo parece.
-Tú no tienes que soportar todos sus caprichos.
Ante lo que significaban aquellas palabras Claudia apartó la vista y retornó a lo que
estaba haciendo. A diferencia de lo que pudiese pensar Gades, ella conocía, como todos en
la villa, en qué consistía la relación que esta mantenía con el domino, y aunque no le
gustaba que su hermana se viera obligada a ello, no podía sentir odio por el romano, había
llegado a tomarle afecto a pesar de las circunstancias.
-A veces pienso que hubiese sido mejor que muriésemos en aquella playa junto con
los demás—le confió la mujer más joven--, sin embargo… doy gracias todos los días a
Juno porque acabáramos aquí, al cuidado del viejo Orseis. Incluido el domino, a pesar de lo
que hizo.
Gades la miró con los ojos entrecerrados al comprender que Claudia era capaz de
estar agradecida por haber acabado siendo esclavas de un romano sin mediar culpa alguna
por su parte. Más aún cuando ellas se pensaban a salvo de cualquier afrenta al ostentar la
condición de ciudadanas romanas en aquella época. Volviendo sus ojos a la salsa que
Claudia había preparado con tanto esmero, tuvo una idea.
-Pues entonces, será mejor que condimentes mejor esta salsa—la aconsejó después
de haberla probado--. Creo que al romano le gustará con más sabor, y no digamos a sus
huéspedes.
Claudia la miró con cara de horror pero una sonrisa que le indicaba que estaba
totalmente de acuerdo con ella
Tiberio hablaba con la arrogancia de haber nacido privilegiado. Al ser hijo de una
antigua familia patricia tan rica o más que Marco, donde los privilegios de su clase eran
algo que se daba por sentado, no se había parado a cuestionar que otros no hubiesen sido
tan favorecidos por los dioses como él, aunque lo merecieran, puesto que solo conocía el
caso de su amigo, quien habiendo nacido plebeyo, pero poseedor de tierras gracias al
esfuerzo de su padre, hubiese incrementado su fortuna gracias a su astucia y tenacidad.
Marco miró a Gades para ver su reacción ante el comentario poco afortunado de
Tiberio. Sonrió ampliamente al ver cuánto le había molestado la forma en que tenía el
tribuno de ver a los esclavos. Es decir, a ella misma.
Gades empezó a servir la carne junto con el garo, con una sonrisa maliciosa empezó
por Tiberio, a quien obsequió una gran cantidad del mismo, lo que puso en guardia a
Marco.
El pretor apenas si podía creerse lo que había ocurrido. Su túnica nueva. El regalo
que le hiciera Plubio y que la mujer sabía había recibido con tanto cariño y efusión. En
cuanto pudo reaccionar se levantó lentamente y, disculpándose con sus amigos, echó a
correr en pos de la mujer ante la mirada estupefacta de estos y la de complacencia de los
esclavos.
Y así sucedió. A los pocos minutos el hombre ya le había dado alcance, pero en vez
de zarandearla o gritarle, se sentó a su lado con una sonrisa en su amplia y carnosa boca,
provocando que su corazón latiera desbocado con un anhelo que ya reconocía como
lujuria, y que se apoderara de su sexo con una fuerza que la consumía, síntoma de que
estaba preparada para lo que podría avecinarse.
Gades lo miró ceñuda para después sonreír. El amo estaba de broma, se notaba por
la mirada pícara que le dirigía.
-No tramaba nada, domino-- Si creía que le iba a decir lo del condimento especial
de la salsa, iba listo.
-Vamos, he visto tu expresión cuando servías a Tiberio—mientras le decía esto la
sentó de forma repentina sobre su regazo, tomándola por sorpresa y manchándole la
delicada túnica verde con el estropicio que ella había hecho con la suya propia--. ¿Me vas a
decir a qué se debía esa maliciosa sonrisa? Tal se deba al hecho de que has estropeado mi
túnica nueva.
-Estaba escuchándolos hablar de los esclavos y del trato a estos y pensé… pensé que
ya que nos llevamos tan bien—necesitaba valor para pedir aquello, y qué mejor momento
que ese en el que la bestia estaba de tan buen humor. Él pensaba que había cometido alguna
falta y por eso sonreía, ella le daría la vuelta a aquel pensamiento para impresionarlo y, si
así, conseguía la libertad, mejor que mejor--, podría recibir el regalo de la manumisión por
mis servicios.
-Sinceramente creía que mis favores los teníais en gran estima—explotó molesta.
Por la actitud del romano podía ver que había fracasado en su intento de
convencerlo de que la libertara. Nos es que ella pensara que iba a ser fácil, pero al menos
no creía que se mofaría de esa manera de sus ansias de libertad. Tendría que haberle
cortado el cuello el día que lo intentó. No fallaría una segunda vez.
-Tus favores como los llamas—le dijo acercando su rostro al suyo--, no son tales
puesto que eres mía por derecho y puedo obtenerlos con o sin tu colaboración.
Marco se apartó un poco para mirarla a los ojos, los cuales desprendían unos
destellos verdes que él asoció con el deseo. Cada vez que la mujer ardía en deseos por él,
sus ojos brillaban con ese peculiar tono de verde dorado.
-¡Patrono!
Orseis lo llamaba desde el atrio esperando una respuesta. Era tan conocida la
tormentosa relación que mantenía con aquella esclava hispana que nadie osaba
interrumpirlos cuando estaban juntos.
-¡Marco!
Al ver que el hombre insistía soltó a Gades y la dejó sola en el jardín para salir al
encuentro de Orseis quien se frotaba las manos una y otra vez en señal de total
abatimiento. Lo miró con mala cara por interrumpirlo pero le hizo un gesto para que
hablara.
-El tribuno Tiberio y el tribuno Julio se encuentran muy mal. No sé qué debo hacer.
-¿Qué se encuentran mal, dices?—Preguntó alzando la voz.
-Dicen que siente un fuerte dolor en las tripas—le explicó el liberto--. Qué es como
si les estuvieran ardiendo y necesitan constantemente ir a hacer sus necesidades, no paran
de sudar y tener escalofríos. Debe ser que algo les ha sentado mal porque no veo que tú
tengas indicios de afectarte el mismo mal.
Marco miró detenidamente a Gades que había abierto los ojos como platos y parecía
asustada. Entrecerró los suyos y adivinó lo que podría haber ocurrido. Demasiado ansiosa
por servir a Tiberio, quien pretendía arrebatarle a su hermana. Demasiado sonriente,
demasiado complaciente. De inmediato intuyó lo que había ocurrido.
Maldita mujer.
-Me vas a decir ahora mismo que es lo que habéis echado en la comida.
Su voz era tan calma que Claudia se echó a llorar. Ese era el temido soldado
romano. El que impartía las órdenes aquella noche en Baelo-Claudia. El que Gades
recordaba y al que había olvidado inundada por sus besos y caricias.
Marco acarició aquella cabeza dorada que estaba a sus pies y por quien había
empezado sentir verdadero afecto.
Gades miró a Marco y volvió a ver al hombre de hacía tantos años, aquel soldado
romano que con una sola orden consiguió masacrar la ciudad y a su familia con ella sin que
nadie le hubiese pedido cuentas por ello. Y ahora pretendía separarla de Claudia para
castigarla… ¿qué peor castigo que ese?
-Puedo atenderlo como quiera, iré a su cama de buen grado, le cuidaré mientras se
recupera…--gimoteaba la joven--, pero no me separe de Gades, amo.
-Será Tiberio quien decidirá si te quedas o te vas.
Marco contemplo como Gades empezó a besarle los pies a la vez que sentía sus
lágrimas. Verdaderamente parecía asustada, pero no por ella, sino por su hermana. Para su
propia sorpresa verla tan abatida, hundida y humillada, no consiguió aligerar su enfado sino
todo lo contrario. Se sintió ruin y cruel. Se sintió parecido a Damófilo, a quien había estado
criticando momentos antes en la mesa. Él no quería convertirse en otro Damófilo, pero
tampoco podía permitir tales actos por parte de sus esclavos. Miró hacia el suelo para ver a
dos mujeres cabizbajas y de rodillas a sus pies llorar desconsoladas por lo que el decidiera
hacer con sus vidas. Cerró los ojos con fuerza. Él no era como Damófilo se repitió una y
otra vez. No lo era. No lo era. Esta esclava lo estaba volviendo loco y eso era todo. Él no
quería hacer daño a Claudia, la pequeña le recordaba a Julia, y Julia era sagrada para él.
Gades había ido a la bodega en busca de una botella de vino de la cosecha anterior,
a petición de Orseis, quien la había enviado lejos de él porque estaba harto de verla con
malas caras. Transcurrido ya un día entero desde el incidente del garum, ninguno de los
romanos quiso volver a oír hablar nada acerca de la dichosa y afamada salsa, cosa que ella
agradecía porque cuanto menos se hablara de esta, menos posibilidades de recordar lo
sucedido. Por otro lado Claudia, cumpliendo órdenes de Marco, había atendido al tribuno
Tiberio en lo que este necesitó, pero el pobre había estado tan enfermo, con vómitos, y
haciendo de vientre tan a menudo, que no le habían quedado tiempo ni ganas para la
seducción: y al parecer dicho estado de convalecencia parecía divertir a su hermana.
El hombre, por su parte, se detuvo al verla: observándola como quien hubiese visto
un fantasma. Ella lo observó a su vez intentando adivinar de quien se trataba ahora, puesto
que desde el retorno del amo las visitas no parecían acabar nunca, y lo que percibió no le
gustó. No le gustó nada. Gades hubiese jurado que aquel no era una buena persona. El
rictus de su perfilada boca denotaba una maldad constante. Intentó pasar por delante de él
inclinando la cabeza en señal de sumisión, asustada porque la entretuviera, temerosa de
quedarse a solas con aquel desconocido.
Gades se detuvo por miedo a que Marco pudiera enterarse de que había incomodado
de alguna forma a otro de sus invitados y cumpliera la amenaza de vender a su hermana y a
ella misma.
Lentamente alzó la mirada para enfrentar al romano y pudo ver el color de los ojos
de este. Ojos de color azul inyectados en sangre que le provocaron un estremecimiento de
terror. El hombre parecía incrédulo. Algo que había visto en ella lo tenía sobresaltado y por
eso dudó un momento en decidir cómo debía comportarse ante él.
Pensó que el romano parecía demasiado interesado en una simple esclava como ella
y oró porque no quisiera llevarla también a su lecho.
-No señor.
-¿Desde cuándo llevas en esta casa como esclava?
-No señor, fui hecha esclava y enviada a esta casa al mismo tiempo.
El romano la miraba con los ojos entrecerrados mientras murmuraba algo para sí.
Podría decirse que estaba espantado.
-Esa esclava—le preguntó al hombre como quien se cree superior a todos los
demás--, ¿es muy querida aquí?
-¿Por qué lo preguntáis señor?
-Simple curiosidad. Aunque es extraño.
-No veo en qué, Señor. — Orseis estaba irritado por el interrogatorio en lo referente
a la joven, y no lo aliviaba el hecho de que su patrono hubiese amenazado con vendérsela
precisamente a ese hombre cruel al que él conocía tan bien.
-Las ropas que lleva son las que llevaría una dama romana y no una simple esclava.
-Cualquier pregunta que tengáis sobre Gades—el viejo se dio cuenta de pronto que
había cometido una imprudencia al revelarle el nombre de la mujer a ese tirano--, debéis
hacérselas al patrono.
-Muy bien.
Cornelio dijo esto como si en realidad no le interesara saber más acerca de la joven,
aunque lo cierto era que estaba fuera de sí de júbilo. No podía creerse su suerte. En realidad
los dioses le sonreían. Casi podía dar brincos de alegría. Así que Servilia había sobrevivido
y engendrado una hija. Nada menos que con ese pirata de origen fenicio. A quien un
conocido suyo había tenido en su poder hasta hacía poco tiempo--. En realidad he venido a
interesarme por la salud de mi homónimo Julio, el tribuno de la plebe-- Esperó a que el
viejo se negara a conducirlo hasta donde se encontraba el hombre, sin embargo el griego
era más astuto por edad que este, ya que seguramente Cornelio había estado buscando
alguna excusa con la que descargarle algún golpe a sus ajados huesos.
Cuando Cornelio regresó a su casa decidió que tenía que hacer partícipe a alguien
de su descubrimiento, por lo que redactó una carta y pidió que la enviasen cuanto antes a
Roma. Todo el tiempo que duró su visita al Tribuno Julio estuvo más que distraído
pensando en la joven esclava con la que los dioses habían querido que se encontrara. Así
que Servilia había sobrevivido después de todo al naufragio. Eso sí que era toda una
noticia. ¡Cuando su madre lo descubriera! Y esa esclava llamada Gades había dicho que
era hija de Tirso, no, seguramente su padre fuese Tiro, el mismo que supuestamente
masacró a la familia de Marco Valerio, ese plebeyo venido a más. Debía de ser ese el
motivo por el que la joven dudó y cambió el nombre en el último momento. Con toda
probabilidad el pretor desconocía a quien tenía en su casa. A su merced. Así sí que cobraba
la historia más sentido. Gades, Gadir, un nombre fenicio que significaba muralla, muro,
pared, y que estos habían utilizado para llamar a una ciudad. Demasiadas coincidencias, la
edad de la mujer, curiosamente veinte años, cuando hacía casi veintiuno que dieron por
muerta a su prima en ese naufragio. Y Tiro, ese pirata fenicio, del que no volvieron a tener
noticias en más de veinte años, claro si no se tenía en cuenta la masacre de la familia de
Marco hacía seis. Según Damófilo había capturado al fenicio hacía casi cinco años,
viajando en una nave cerca de la costa Siciliana, tomándolo como prisionero y
esclavizándolo para obligarlo a ejercer de gladiador en sus fiestas privadas. No pudo evitar
soltar una carcajada. Vaya, vaya, ni su oponente conocía el paradero de su enemigo más
acérrimo, ni el otro era consciente de que su hija estaba en manos del hombre que había
jurado matarlo. Tenía que actuar con inteligencia. Debía observar, observar y conseguir
información, ¿qué significaría la nieta de su tío Plubio para el plebeyo? Desde luego había
algún tipo de interés puesto que las demás esclavas no vestían como lo hacía ella. ¿Sabría
Marco quién era? No, de ser así su tío lo sabría. Entonces… aquello solo podía significar
que la había tomado como amante. Eso era lo que tendría que confirmar. Y por otro lado,
¿debería dar con ese asesino para hacerle saber que su hija era la esclava de quien arrasó su
hogar y que cobrara venganza? Y lo más importante de todo, cómo reaccionaría Marco si
llegara a saber que Tiro había estado todos estos años esclavizado por Damófilo en Enna,
curiosamente donde se había producido el alzamiento de esclavos hacía más de un año. Lo
más divertido sería ver la reacción de su madre ante tales descubrimientos.
VI
Estaba haciendo girones la última de las finas prendas que la maldita bestia, amo,
domino o como quiera que lo llamara, le había regalado. Desde el día del incidente del
garum habían transcurrido varias semanas. La bestia se había ido cuando sus amigos se
recobraron lo suficiente para emprender la marcha y había retornado la noche anterior. Con
un regalo muy especial para ella. ¡Maldito y mil veces maldito! Cada vez que recordaba lo
que le había dado y obligaba a llevar se enfurecía todavía más.
Claudia se desesperó temiendo que Marco se volviese a enfurecer como el día que
enfermaron sus invitados por su culpa. Le había costado mucho esfuerzo volver a ganarse
la confianza del amo, había ido a pedirle disculpas sin que su hermana lo supiera y, por
fortuna, este la perdonó. Incluso la regaño como si verdaderamente la apreciara y no fuese
una esclava más allí, una cosa a la que poner o quitar de cualquier sitio. Y no quería perder
su cariño. Era consciente de que a diferencia de la lujuria que sentía por Gades, por ella
sentía verdadero afecto, y eso la mortificaba pero le daba motivos para levantarse cada
mañana, sabiendo que algún día Marco le concedería la libertad, aunque aún no hubiese
llegado el momento de pedírsela. Era consciente de que su comportamiento era egoísta,
pero confiaba en poder llevarse de allí a Gades cuando fuese libre, ella aún soñaba que su
padre las liberaría pero Claudia estaba segura de que había muerto al igual que sus padres.
No quería pensar en ellos, ella, a pesar de ser la más joven, era la más práctica de las dos, y
no quería que su hermana echara a perder sus planes de libertad a largo plazo por su
impulsivo temperamento.
-Por supuesto que no me gusta que lo lleves tú, pero no hay más remedio que
aceptar lo que somos.
-¿Lo que somos por obra de quién? ¿Olvidas quien ordenó matar a tus padres?
Gades supo que había ido demasiado lejos en su furia y había hecho daño a Claudia
en el mismo instante de pronunciar dichas palabras.
-Solo quería que no te buscaras más problemas—le dijo su hermana saliendo de allí
con lágrimas en los ojos.
-¡Por los dioses Claudia!-- exclamó cuando la otra se hubo marchado—. No quise
hacerte daño. Ya sé que no debería hacerlo pero…--rasgó el último trozo de seda en dos
pedazos y se sentó en el suelo contemplando su obra. ¿Qué es lo que había conseguido
con su actitud? Nada. Destrozar una bonita túnica y atormentar a Claudia.
-Para saber que no debes hacerlo no veo que hayas decidido cejar en tu empeño.
-Señor.
-No te preocupes, no pienso delatarte—le dijo con una sonrisa mientras dirigía su
vista a la mano con la que Gades sostenía su pequeña daga.
Ella ocultó la mano tras de su espalda y Cornelio no pudo evitar esbozar una mueca
de complacencia.
-Puedes quedart…
-¿Qué haces aquí?—La pregunta no podía ser de otra persona que de la bestia, y
ella deseó que fuesen ciertas las palabras del romano y no dijese nada de su pequeño
juguete. Ante ellos apareció Marco con el semblante serio y la mirada clavada en Gades,
quien no dudó en bajar la cabeza ante el amasijo de jirones de telas que había a su
alrededor.
-Querido Marco Valerio—lo saludó el otro echándole una mano por el hombro en
absoluta camaradería, mientras lo urgía a salir de allí y seguirlo por el jardín—. Te traigo
noticias de mi querido tío Plubio. El romano no pudo hacer otra cosa sino prestarle atención
a su odiado vecino y seguirle la corriente, aunque no le había gustado encontrárselo junto a
la mujer. Ni un pelo. Aun así disimuló su enfado y lo siguió hacia donde quiera que
quisiera llevarlo.
Mientras los dos hombres se marchaban el pretor se giró en el último momento para
contemplar el desastre en el que estaba inmersa Gades sin que Cornelio se diera cuenta, o si
se dio fingió no hacerlo, pero en vez de volverse hacia ella para gritarle y sermonearle, le
guiñó un ojo con una sonrisa que la dejó desconcertada.
Ya tenía lo que quería. Había descubierto el interés que ese maldito plebeyo
profesaba a la mujer. Sedas, collares, eso solo indicaba que su inclinación por ella no era
puramente sexual, y por supuesto era una carta que no pensaba desaprovechar. Ese estúpido
de Marco le había advertido que se mantuviese apartado de esa esclava en concreto, y con
ello le había dicho muchas cosas porque era la primera vez que hacía algo así. Cuando su
tío descubriese la verdad… No pudo evitar sonreír ante lo que estaba por llegar. Su nieta, la
única descendiente de su querida y amada Servilia, la esclava sexual de su pupilo. ¡Ja!
Claro que quien se personaría como el héroe que la había encontrado y salvado de las
sucias garras del hombre no era otro que él mismo, además de hacer conocedor a su tío de
que no podía otorgarse honor alguno a un plebeyo que había actuado tan deslealmente con
su mentor. Por si fuese poco todo lo que estaba ocurriendo, su prima había encontrado el
regalo que le dejó como al descuido un día en su dormitorio, y por lo visto había estado
haciendo buen uso de él. Al parecer no había cuestionado de quien pudiera ser el regalo y
se lo había agenciado sin ningún pudor. Solo esperaba que lo utilizara contra alguna
persona con la misma intensidad con la que destrozaba aquella prenda.
¡¡Con qué furia rajaba la costosa tela!!
-Más fuerte.
Gades frotó con toda la fuerza de la que fue capaz la espalda de aquel estúpido.
-¿Eso es todo lo que puedes hacer?—Se burló Marco para hacerla enfurecer todavía
más—. Entonces creo que tendré que buscarme a otra para que me atienda, tú cada vez
estás más torpe.
Lo cierto es que incluso había tenido que ocultar una mueca de dolor ante la brutal
refriega que le estaba dando en el baño pero quería encolerizarla. Desde que le puso el
colgante su esclava había estado murmurando entre dientes y taciturna. Lanzándole miradas
cargadas de promesas, pero unas promesas nada placenteras. Por eso, cuando empezó a
frotarle la espalda con gestos nada delicados decidió enfurecerla.
Marco giró un momento la cabeza para ver su expresión ya que estaba a su espalda,
pero lo único que alcanzó a ver fue el nacimiento de los pechos de esta, donde descansaba
el pequeño objeto que había despertado aquel huracán de emociones. Desde su regreso
apenas hacía dos noches había intentado mantener sus manos apartadas de la mujer, quería
controlar aquella parte de su anatomía que parecía cobrar vida cuando la tenía cerca. Quería
demostrarse así mismo que podía controlar aquel deseo que parecía adueñarse de su ser
cuando la veía, empero estaba siendo toda una tortura porque en vez de enfriarse este iba en
aumento, es más, estaba convencido de que un hombre podría explotar de deseo
insatisfecho: más aún cuando ya no solo despertaba sus ansias de tocarla el contemplar su
cuerpo o su expresivo rostro, o aquellos ojos de leona que lo hacían arder. Para su
desconsuelo en ese breve tiempo de abstinencia había llegado a verse contemplando
embelesado cada gesto que esta hacía de forma inconsciente. El humedecerse el grueso
labio superior, apretar los dientes cuando la llamaba esclava, el brillo de sus ojos cuando
sonreía a pesar de no querer hacerlo. El anhelo con el que lo contemplaba a veces como
esperando que se le acercara y la tomara allí mismo… Incluso se había visto conversando
con ella como si la estuviese cortejando, como si fuese su igual. Y de todo ello había
hablado con su mentor. Le había pedido consejo sobre cómo enfrentar aquella especie de
sentimiento que había empezado a profesarle a su esclava, aunque el hombre lo único que
le había preguntado es si no se estaría enamorando. Marco se carcajeó ante tal sugerencia
pero en el fondo de su corazón estaba aterrado, por eso se había autoimpuesto aquel
calvario de no tocarla. Y por eso le había comprado el collar, para obligarse a recordar y a
recordarle a ella, quienes eran cada uno y qué lugar ocupaban en el mundo. Y ahora
aquella mujer que lo volvía loco daba muestras de estar celosa, si no ¿a qué su pregunta?
-Te he oído perfectamente—la pinchó.
-Por supuesto, he dicho que he terminado.
-¿Temes que te haya sustituido en mi cama por otra?—le preguntó de la forma más
arrogante que Gades le hubiese oído nunca, por eso no pudo contenerse. Primero aquel
maldito colgante que la humillaba sobremanera y ahora aquella indiferencia.
-¡Ay!
El tirón que Gades le había dado en el pelo le había hecho derramar lágrimas de
dolor. Se llevó las manos a la cabeza para que lo soltara pero solo consiguió que ella se
aferrara más a su negra y espesa cabellera por lo que la tiró dentro del baño para que lo
soltara empapándola con aquel acto infantil.
-Ha sido sin querer—se apresuró a decir ella bajando la vista para que el amo no
pudiera ver su cara de satisfacción por el dolor que le había causado, temiendo un nuevo
castigo; aunque a decir verdad, si echaba la vista atrás tenía que reconocer que nunca la
había castigado físicamente. Por eso se había vuelto cada vez más audaz.
-¿De verdad?
-Por supuesto, domino.
-Cómo dudarlo esclava, si debes servirme con fidelidad.
Gades alzó la vista al escuchar la frase inscrita en su colgante, pero al ver la cara
risueña del pretor toda su furia se esfumó como por arte de magia y no pudo sino
devolverle la sonrisa.
Y aquello fue demasiado para ambos. Se vieron mojados, juntos, uno desnudo, la
otra vestida con una tosca túnica, mirándose y sonriendo: y algo cambió. El ambiente se
volvió más liviano, más agradable. Ella se sintió libre y el sintió que ella no era su esclava.
Solo una mujer que le gustaba, que lo deseaba como un hombre a una mujer. Que lo hacía
sentirse vivo.
Insistió el anciano al ver que ni el patrono hacía movimiento alguno por salir de su
baño mientras seguía contemplando sonriendo a Gades, ni esta parecía sentirse incómoda ni
molesta por haber sido arrastrada vestida junto a él.
-Le diré que tardarás un poco—murmuró el viejo griego antes de marcharse de allí
con cara de asombro en el rostro.
VII
Marco salió al encuentro del censor con los brazos extendidos en señal de
bienvenida. Su expresión se suavizó en cuanto vio al hombre mayor a quien quería como a
un padre y que lo había ayudado en su carrera hasta llegar a ser pretor, aunque, lo que
ansiaba en realidad, era ser cónsul. Desde siempre atendía a los sabios consejos de Plubio,
quien ostentaba la magistratura desde que podía recordar y que no había dudado en
ayudarle pese a su origen plebeyo. A pesar de las protestas de su único sobrino por quien
Marco profesaba una especial inquina mal disimulada.
-Te pido disculpas por no haberte avisado de mi llegada, ha sido un tanto repentina.
El hombre más joven miró con detenimiento al anciano intentado averiguar lo que
estaba pasando allí. Algo se le escapaba.
-No tienes que dar explicaciones acerca de tu visita –le amonestó mientras le
tomaba de los antebrazos para saludarse al estilo romano--, tan solo dime en que puedo
serte útil.
Marco no pudo evitar pensar que algo grave debía de ocurrir para que Plubio se
hubiera tomado la molestia de viajar a Sabinia de forma tan repentina cuando era de todos
sabido cuánto detestaba hacerlo debido a su delicado estado de salud. Más aún, cuando
todos estaban tan pendientes del alzamiento de esclavos en Sicilia y el propio Marco estaba
esperando que lo convocaran de un momento a otro.
-Me han llegado noticias de que mi hija Servilia pudo no haber muerto en el
naufragio, incluso de que pudo haber sido capturada como esclava y haber engendrado una
hija con ese pirata fenicio.
El hombre mayor tomó asiento con dificultad limpiándose el sudor de la frente con
la esquina de su blanca toga mientras Marco lo miraba con cara de estupefacción ¿Esto es
lo que te ha traído a mi casa? Si yo tuviese en mis manos a ese pirata…, no pudo evitar
hablar consigo mismo mientras Plubio continuaba con su oratoria.
-He venido a rogarte que me ayudes a descubrir más sobre la existencia de dicha
niña y en caso de ser cierta su existencia, que averigües qué ha ocurrido realmente con ella
y Servilia.
-¿Puedo preguntar de dónde has sacado dicha información?—Le preguntó Marco
desconfiado. Después de cuánto, casi veinte años, ¿venía a aparecer dicha nieta? Aquello
olía muy mal.
-Mi sobrino es quien ha encontrado la pista.
Marco resopló con desprecio para después apretar los labios en un gesto de rabia
¿De quién si no podía venir dicha información? Se preguntó que estaría tramando el astuto
de su vecino para torturar de esa forma el alma del anciano. Aquello era una burda mentira,
ni Plubio tenía una nieta, ni su hija sobrevivió al naufragio. Todo aquello no era más que
otra treta para alejar a Marco de su casa y poder ir cometiendo tropelías a su antojo sin que
nadie osara hacerle frente ni llevarlo ante la justicia de Roma.
-Ya sé que Cornelio no es una persona de tu agrado—le dijo Plubio--, sin embargo
debes entender que como pater-familias tengo el deber y la necesidad de saber. Dicha
información le ha llegado de casualidad y solo ha querido ayudarme. Mi sobrino no es una
mala persona es solo que… no llega a medir sus actos debido a su mal temperamento.
-No se trata de que sea tu sobrino o no –se enfadó Marco--, sino del hecho de que
no es una persona de fiar. No me extrañaría nada que sea otro de sus truquitos para ganarse
tu favor y de paso quitarme de en medio un tiempo.
Desde luego que era una mala persona, aunque podría calificarse mejor como una
mala víbora ya que se acercaba sibilante hasta que te mordía inyectándose su temible
veneno. Él ya lo había vivido en sus propias carnes cuando ambos intentaban escalar
posiciones en el ejército y ganar puestos a través del Cursus Honorum, sin embargo,
mientras que Marco era un adversario digno y que iba de frente, Cornelio intentaba ganarle
por medio de subterfugios. Afortunadamente los hombres lo preferían a él para que los
dirigiera y eso término por llevar su rivalidad a límites intolerables para ambos. Y todo
aquello era de conocimiento público, por lo que no entendía la postura del magistrado al
defender al otro en su presencia.
El viejo Censor tragó saliva antes de hablar. Miró a Marco antes de darle la
respuesta que éste le había pedido, sabía que debía decirle la verdad, pero por los dioses
que no se atrevía a hacerlo. En cuanto escuchara el tan odiado nombre estallaría su cólera.
Plubio esperó, y esperó. No se atrevió a decir nada más. Marco apenas dio señales
de haber oído lo que el anciano había dicho y eso fue lo que lo puso en guardia. Se mantuvo
en silencio, mirando al vacío, recordando cómo había acudido al encuentro con su familia y
lo que allí se había encontrado. Había sido tan horrible que apenas podía pensar en aquello
sin sentir un estremecimiento. Los asesinos no habían perdonado a nadie, ni siquiera su
sobrino de apenas tres años sobrevivió a la matanza y su hermosa madre.... Un temblor
recorrió su cuerpo. La rabia estaba a punto de consumirlo. No, se obligó a reaccionar. Esta
vez no, yo ya aprendí a controlar mi cólera, nunca volvería a dejarse cejar por el dolor. No
volvería a cometer los errores del pasado. Haciendo un esfuerzo sobrehumano logró
mantener bajo control su brazo para no tomar la espada y salir de allí tras ese traidor.
Maldijo entre dientes. ¡Por Marte que Cornelio era un desgraciado! Con que habían
capturado a Tiro y lo habían mantenido en secreto siendo conocedor como era del daño que
aquel criminal le había hecho a su familia. Aquello era una ofensa. Aquello no iba a
perdonarlo ni a olvidarlo. Aquella había sido la peor herida que hubiera podido infringirle
ese malnacido. Respiró hondo para calmarse. Tiro tenía que ser suyo. Aquello era injusto.
¿Por qué tuvo que caer en manos de ese corrupto de Cornelio?
Plubio miró con tristeza al joven y deseó tener que ahorrarle ese sufrimiento, pero
muy a su pesar, sabía que solo Marco podría dar con la verdad y se tornó egoísta, oró a los
dioses porque pudiera perdonarle algún día por obligarlo a bajar la cabeza ante su sobrino
para pedirle ayuda sabiendo cuánto se odiaban los hombres.
No. Ni hablar.
Sería una tarea de lo más difícil decirle a su mentor que había encontrado a su
nieta. Que era una esclava, su esclava, y lo seguiría siendo por el tiempo en que tardara en
curarse de su obsesión por ella y mucho más. Plubio debía entenderlo. Tiro le había
arrebatado a su familia y él se quedaría con lo que quedaba de la suya. No cedería un ápice.
Tenía todo el derecho del mundo a tomar venganza de la forma que fuese. Lo tenía. Los
dioses estaban con él.
Respiró hondo.
Quién se lo iba a imaginar, Gades y Claudia era las hijas del asesino de su familia,
y habían estado en su poder todo ese tiempo. Desde luego que dicha información había
sellado el destino de la mujer. De las dos. Nadie cuestionaría cualquier castigo que les
infringiera por la afrenta sufrida hacía ya cinco años. Ni siquiera Orseis interferiría cuando
le contara quienes eran.
-Marco.
Orseis entró a pesar de haber dado órdenes expresas de no ser molestado y Marco lo
miró con encono.
Marcó se giró velozmente hacia el griego y lo instó a hablar con solo un gesto de su
morena cabeza. ¿Y ahora qué?
Ahora esto. Desde luego que era una salvaje y ahora entendía a quién debía
agradecérselo.
Se quedó helado. Miró fijamente a Orseis tratando de pensar en cómo debía actuar
pero ni él mismo sabía qué hacer. Le entraron ganas de echarse a reír a carcajadas ante lo
cómico de la situación, ¿una esclava agrediendo a un patricio? Era algo realmente grave.
Aquello merecería un serio castigo y el hombre no dudaría en exigirlo, claro que Cornelio
sabía que Gades no era una simple esclava sino su sobrina-prima. Moneda que estaba
utilizando para obligar a Marco a hacer lo que el otro quería a pesar del sufrimiento de
Plubio. Le gustaría ver como actuaría ante aquella situación irregular. Más aún cuando su
propio tío estaba investigando el paradero de dicha mujer.
Según el derecho romano, él, como su amo, debía asumir los perjuicios y daños
ocasionados por su propiedad a otro, y Gades era su propiedad. Él podía decidir entre
pagar la indemnización que se fijara o entregarla al perjudicado para que decidiera qué
hacer con ella. Desechó ese pensamiento por ridículo. No iba a dejar escapar a una de las
hijas de Tiro.
Cerró los puños. A pesar de que entendía que Gades merecía un castigo por su
osadía, no le había gustado enterarse de que nadie, aparte de él, pudiera ponerle una mano
encima, ya fuera para poseerla o para maltratarla, mucho menos Cornelio. Sin embargo
tenía que reconocer que el hombre tendría que haber hecho un gran esfuerzo para no
matarla allí mismo por golpearlo. Ante los ojos de los demás, Gades era una simple esclava
que había intentado matar a un patricio. Tendría que acudir al encuentro de su odiado
vecino e intentar remediar en lo que pudiese aquel desastre sin que Plubio, que aún estaba
en su casa, se enterase de lo que estaba ocurriendo entre Gades, Marco y Cornelio y todo
estallara de una vez. Aunque por otro lado pensó que si dejaba que todo saliera a la luz se
acabarían sus problemas, sí, se dijo, se acabarían tus problemas y te ganarías otro enemigo.
-Tráela ahora mismo, tengo que hablar con ella e intentar contener a Cornelio.
-Ahora mismo patrono. —Le dijo el hombre corriendo a cumplir su encargo como si
le fuera la vida en ello.
Marco contemplaba a Gades con el ceño fruncido aunque por dentro ardía en deseos
de tomarla en sus brazos y besarla con una fuerza desconocida para él. La miraba y solo
podía pensar que tenía una diosa guerrera ante sus ojos. Su enorme cabello castaño oscuro
le caía desordenado a lo largo de la esbelta espalda mientras lo miraba directamente a los
ojos, retándolo a… ¿a qué? Su pose altiva, su mirada arrogante y su posición de ataque le
indicaban que ese era uno de los días en los que se podía esperar cualquier cosa de su
esclava. De la hija de Tiro, se recordó para no olvidar a quien tenía enfrente. ¿Acaso no
había intentado matar a Cornelio? ¿Y acaso no intentó degollarlo a él? ¿Sabría Gades
realmente que el otro era su primo? Tantas preguntas sin respuestas lo aturdían. Él era un
hombre al que no le gustaban las tramas ni los subterfugios. Era un guerrero. Se enfrentaba
a la gente de frente. Espada en mano.
Se fijó en que tenía las piernas y los brazos separados, en que iba descalza y con
aquella horrorosa prenda marrón que se había empeñado usar desde que le negara la
libertad por manumisión la noche pasada. La nariz aún le sangraba, supuso que por el
guantazo que recibió de Cornelio, aunque si fuera más inteligente debería de estar
agradecida de que no le hubiese hecho nada más conociendo su violento temperamento.
Aun así dicho golpe lo sintió como propio. Le dolía verla herida y aquello no le gustaba. Lo
asustaba. Recuerda que es la hija de Tiro, el asesino de tu familia, y recuerda que es tu
esclava, se dijo.
Miraba al hombre sin verlo. En su mente solo había lugar para el rostro de
Cornelio. El rostro de quien había apresado a su padre. A Tiro. A su amado pater, el
hombre en quien ella había depositado todas sus esperanzas para que viniera a salvarla de
aquella vida carente de libertad y sometida a los caprichos de un hombre. Con la noticia
habían muerto todas sus ilusiones. Sus deseos de libertad no parecía que fueran a cumplirse
nunca. Sobre todo después de que el amo le negara la libertad de forma tan tajante. De
haber podido lo habría acuchillado hasta quedar sin fuerzas. De haber podido lo habría
matado como el cerdo que era. Como la bestia horrorosa que ella sabía que era. No podía
aguantarlo más. No quería ser la esclava de la bestia, no quería seguir compartiendo su
cama, su vida, ni su tiempo. Estaba aterrada de que el odio y la venganza que siempre
habían albergado su corazón, cada día que pasaba se fuesen volviendo sentimientos más
difusos, carentes de lógica, de que cada día que pasaba deseara el contacto del hombre tanto
como deseaba la comida cuando tenía hambre y el agua cuando tenía sed. Sintió los
fuertes brazos de su amo zarandeándola con fuerza para hacerla volver en sí mientras la
maldecía por necia. Ella no era ninguna necia, solo quería la libertad al precio que fuera.
Quería ser libre para que no le ordenase ir a su encuentro, para ir de buena gana cuando
quisiera estar con él. Ella no había creído lo que le había dicho Claudia, su padre no era un
asesino, era un comerciante. Cierto que cuando era joven practicaba la piratería, pero
abandonó aquella vida cuando ella nació y se convirtió en un hombre decente. Así se lo
había contado siempre su madre. Aquellos romanos estaban equivocados. Padre…, su padre
era la última esperanza que le quedaba de escapar de la esclavitud.
El tono de su voz lo puso en guardia mientras aún sostenía a una casi desnuda
Gades entre sus brazos, de espaldas al magistrado. El anciano se percató de que esa debía
ser la esclava a la cual su sobrino había identificado como a su nieta, por lo que la apartó
de su pupilo de un tirón para verle bien el rostro. Lo consiguió porque el pretor no opuso
resistencia y se dejó arrebatar a la mujer. Por el momento.
El hombre se quedó sin habla. Observó a Gades con los ojos llenos de sorpresa y
dolor. El parecido con su amada hija Servilia era innegable. Salvo por los ojos, los de la
otra eran azules como el mar y los de esta joven eran castaños. Paseó su mirada por el
cuerpo desnudo de la joven. No le agradó lo que vio. Esa era la mujer que se suponía tenía
que ser su nieta, la nieta de un patricio, de una ciudadana romana, y estaba tan expuesta
que… Se quitó su estola y la envolvió con ella, quien lo miró sin comprender aquel acto
de bondad por parte de un romano.
Gades se tensó. Ella no quería su lástima, quería ser libre. El hombre mayor volteó
sus ojos hacia Marco con mirada acusadora y una total decepción.
El joven romano miraba al censor con gesto impasible. Comprendió que Cornelio
le había contado todo acerca del origen de su esclava, de su supuesta nieta, por eso le
permitió al anciano que se inmiscuyera en aquel momento entre ellos, aunque no iba a
consentir en muchos más. Aquella era su casa y la mujer su propiedad. Le pertenecía.
-Ve a tu habitación—le dijo a Gades--, y quédate allí hasta que te mande llamar.
Gades lo miró a los ojos y asintió lentamente. Después se marchó ante la mirada
compasiva de Plubio quien apretó los dientes al ser testigo de la forma dictatorial con la que
su pupilo la trataba. ¿Pero qué podía esperar? Aquella joven era la esclava de Marco y si
todo era cierto, la hija de quien mató a su familia.
¡Vaya! Así que ahora Cornelio pretendía hacer de defensor de la mujer. Al parecer
había manipulado la situación en su propio beneficio. Aaarrrgggg. Lo mataba, eso seguro.
-Supongo que te habrá puesto en mi contra al decirte que mi esclava pudiera ser tu
nieta.
-No es que pudiera ser—contratacó Plubio--, es que lo es.
-¡Solo porque lo dice Cornelio!--Marco era consciente de que estaba siendo
irracional pero no podía evitarlo.
-No solo porque lo dice él, sino porque todo cuadra. Tiró fue quien atacó el barco
donde viajaba mi hija, ¿quién más pudo haberla tomado como esclava?—Respiró hondo
para calmarse. Sabía que con Marco de nada servirían los gritos ni los reproches porque era
terco como él solo--. ¿No ves el parecido?
-Lo único que veo es que tus ansias por tener algo de tu hija te hacen ver cosas que
no son. No creo que sea tu nieta aunque sí que sea la hija de Tiro. El asesino de mi familia.
Plubio lo miraba sin decir nada y Marco se sintió el hombre más ruin de la tierra al
quitarle al anciano la esperanza de una nieta.
-Como hija de Tiro no pienso darle la libertad, ni permitir que nadie la compre por
ella—apostilló--, es mi esclava y lo seguirá siendo. Entiendo que mi decisión te suponga un
duro golpe pero no pienso cambiarla.
-Ella era ciudadana romana antes de que la esclavizaras—Plubio no pudo evitar
alzar la voz.
-¿Quieres que empecemos por el motivo por el que acabó siendo mi esclava?
-Al menos me permitirás mantener contacto con ella y decirle quien soy—le suplicó
el anciano—. Me gustaría conocer como fue la vida de Servilia desde que desapareció.
-Eres bienvenido en mi casa por el tiempo que quieras, eso sí, mantente al margen
de mi relación con mi esclava.
Plubio asintió con la cabeza y salió de la estancia dejando a un enojado Marco tras
de sí. ¡Ardía en deseos de matar a Cornelio!
VIII
Pasaron varios días, incluso semanas, pero Plubio seguía sin querer macharse de
allí. Había tenido poco contacto con Marco desde su última conversación en la que había
vuelto a rogarle que le devolviese a su nieta y este se había negado en redondo con la única
excusa de que era la hija de Tiro. Desde aquel momento se habían evitado a toda costa,
incluso no había vuelto a tocar a Gades a pesar de pasar cada vez más tiempo con ella. Su
honor no le permitía seguir aprovechándose de la que se suponía era la nieta de su amigo,
aunque no podía pasar un día sin que necesitase verla o tenerla cerca. Se había acrecentado
su necesidad de verla y conversar con la mujer, a pesar de que ella se había ido volviendo
taciturna, callada y melancólica, con el paso de los días. Él lo había intentado todo para
volver a ver encenderse aquella mirada producto de la furia o de la indignación. Sin
embargo sus tretas no dieron resultado. Después de que Gades pensara que su padre era
esclavo de Cornelio y que había muerto, algo cambió dentro de ella. Marco le regaló un
gatito al que ella acogió con cariño pero después de preguntarle si un esclavo podía tener
mascota o si esta también era propiedad del amo. Por lo que el regalo se le volvió en contra
cuando no supo que responder e incluso se molestó por la pregunta. Él solo quería su
agradecimiento, y verla sonreír, por el contrario había conseguido que ella lo mirara con
tristeza. Tampoco sirvió de mucho que hubiese intentado enseñarla a montar a caballo para
sacarla de su rutina diaria, puesto que había vuelto a preguntarle que para qué necesitaba
una esclava saber montar a caballo si no era dueña de su tiempo para salir a cabalgar
cuando lo deseara. Todo en una actitud que no conseguía sino molestarlo por el desapego
que mostraba por sus vanos intentos de hacerla un poquito más feliz. Ni siquiera daba
muestras de enojo cuando la llamaba esclava, por lo que había dejado de hacerlo en vista de
que había perdido todo significado para ella. Él solo lo hacía para molestarla, y por eso se
había negado a usar su nombre, sin embargo últimamente lo había utilizado más de lo
deseado intentando despertar algún tipo de emoción en ella. Aun así, lo que más lo
enfurecía, por la impotencia que lo hacía sentir, eran los largos paseos y las miradas de
cariño con las que obsequiaba a Plubio, su supuesto abuelo.
El pretor lo miró con semblante serio. Se volvió a llevar la copa de vino a los labios
mientras tiraba nuevamente los dados. Estaban en la bodega, escondidos de todos, como él
le había pedido a su amigo, para emborracharse y jugar hasta quedar sin sentido. Como en
los viejos tiempos, aunque con la salvedad de que Marco lo hacía para no tener que
enfrentarse a la mirada acusadora de Plubio y a la ausente de Gades. Su único consuelo era
Claudia, quien le profesaba un cariño que él no llegaba a comprender teniendo en cuenta lo
que les había hecho y sobre todo pensando que era hija de aquel maldito pirata fenicio.
Marco no pudo evitar esbozar una pequeña sonrisa ante el intento de su amigo de
hacerle sonreír.
-¡Ah, no espera!--prosiguió el otro--. Quizás has querido decir que como Tiro tiene
dos hijas, le devuelves a Plubio su nieta, eso sí, un poco usada, y te quedas con la otra para
poder ejercer tu venganza, y a lo mejor me la vendes a mí para castigarla.
Marco entrecerró los ojos ante los comentarios que Tiberio estaba vertiendo sobre
las mujeres. ¿Gades usada? Sí claro, pero solo por él y se moriría de celos si algún otro le
llegaba a poner las manos encima, aunque fuese con el consentimiento de ella. Y Claudia,
¿venderla a Tiberio para que la utilizara sin ningún pudor con sus amigos patricios en sus
escandalosas orgías? Ni pensarlo, a pesar de los pesares quería a esa chiquilla dulce como si
hubiese recuperado a su hermana Julia.
-Bien, ¿entonces?—le preguntó el otro hombre con gesto cómico mientras volvía a
llenarle la copa.
-¿Estabas hablando en serio?—le preguntó molesto y con gesto adusto.
-Lo cierto es que no.
-Mejor para ti—le dijo bebiéndose de un trago el contenido de su copa y
ofreciéndosela al otro para que volviera a llenársela—. No me hubiera gustado tener que
amoratarte esa bonita cara patricia.
-¿Acaso tu no perteneces a la nobilitas al igual que yo?
-Yo soy de origen plebeyo, lo que ocurre es que habéis tenido que aceptarme
porque soy inmensamente rico.
Tiberio alzó su copa y brindó por ello lanzando una sonora carcajada.
Marco lo miró sin comprender por lo que su amigo se intentó explicar mejor.
-¿No te has dado cuenta de que estás cortejándola?—Pareció que aquello lo hizo
reaccionar aunque no pronunció ni una palabra—Creo firmemente que te has enamorado de
ella. Y creo que lo tienes muy fácil. No se trata de una simple esclava sino la hija de
Servilia, una mujer patricia, quien a su vez era hija de un hombre poderoso que para más
inri es tu mentor. A quien siempre has respetado como a un padre.
-¿Y qué debo hacer según tu valiosa opinión?
A pesar de haber hecho la pregunta conocía la respuesta. Y eso le daba tanto miedo
o más que saberse enamorado de la hija de aquel maldito asesino.
-Manumitirla—finalizó Tiberio.
-Concederle la libertad.
-Eso es Marco—intervino Orseis que en ese momento entraba portando una serie de
viandas para que pudieran alimentarse--, deja que Gades decida por sí misma si quiere
quedarse contigo. Tienes que confiar.
Marco miró a Orseis como si le hubiese asestado un golpe mortal y después miró a
un Tiberio que lo contemplaba con semblante serio. Acto seguido se levantó en un rápido
movimiento y se marchó de allí llevándose la jarra de vino con él.
Plubio había dejado de cenar con Marco pero esa noche no dudó en acompañarlo
cuando se enteró de que Gades estaría sirviendo la mesa. No le hacía gracia ver a su nieta
trabajando como una esclava pero las leyes estaban para respetarlas, por lo tanto no le
quedaba otro remedio que aceptar que ella era una esclava y su propietario era el mismo
que había amado como a un hijo todos esos años desde que su padre lo pusiera bajo su
custodia para lo convirtiera en un gran hombre. Había intentado explicárselo a su nieta
cuando ella le había suplicado que la liberase. Plubio sintió como se le rompía el corazón al
verse impotente en cuanto a lo que esta le reclamaba. Pero, ¿qué podía hacer? Él era un alto
magistrado que siempre había hecho apología de lo importante que era el cumplimiento de
las leyes como para que ahora no actuara como ejemplo ante una situación tan difícil para
él. Cuando le confesó a la joven quien era y el parentesco que los unía esta pareció
horrorizada. No quiso creerle. Con todo, no fue hasta días después, debido a su esfuerzo por
ganarse su confianza, relatarle historias de su hija y madre de Gades, cuando comprendió
que era cierto todo lo que le contaba. Ella por su parte le contó cómo había sido su vida
hasta que Marco la esclavizó. Le habló de su madre, de su padre, de lo mucho que se
querían y lo felices que habían sido hasta que unas fiebres se llevaron a Servilia cuando ella
tenía diez años, y desde entonces su padre empezó a dedicarse al comercio, por lo que
estaba fuera de casa largos periodos, y ella en ese tiempo permanecía en casa de Rómulo
Drusso y su esposa, los padres de Claudia, por eso se consideraban hermanas. Gades
también le contó a su abuelo que no creía lo que decían de su padre, el no pudo haber
matado a la familia del pretor, y por eso estaba triste. Aunque no le dijo a su abuelo que el
verdadero motivo de su pesar no era otro que el pensar que el romano había perdido todo
interés en ella al descubrir que Tiro era su padre.
Gades no llegaba a entender por qué la hacía dormir cada noche a su lado para no
tocarla, acariciarla o besarla como solía hacer desde que había regresado a Sabinia. Para
ella era un verdadero tormento pasar cada noche a su lado, cuerpo pegado a cuerpo,
desnuda, sintiendo como su piel se erizaba al más leve contacto a causa del deseo, y como
se despertaba cada mañana avergonzada por encontrarse entrelazada de manera
inconsciente entre las piernas de él, quien evitaba mirarla. Rehuyendo su contacto a pesar
de que era evidente el estado de excitación en el que se levantaba. ¿Tanto la despreciaba
por ser hija de Tiro que ni siquiera el deseo era capaz de hacerlo olvidar el odio que sentía
por su padre? ¡Ay Juno, cómo dolía ser conocedora de tal sentimiento!
Gades observaba desde su sitio detrás del domino a las personas sentadas en aquella
mesa. En la cabecera se encontraba sentado el pretor y dueño de la villa y de su vida, claro
que ella era consciente de que también era dueño de algo más, pero aún no quería pensar en
ello. A su izquierda había un asiento vacío, por lo visto esperaban a alguien más, y por el
honor del asiento asignado debía de ser alguien importante. Junto a dicho asiento estaba su
abuelo Plubio, quien no podía ocultar la tristeza en su cara al ver que era ella quien debía
servir a todos los presentes, recordándole a cada instante su estado de esclavitud. A la
derecha de Marco se encontraba Tiberio, amigo de este y una persona a la que Gades no
tenía en gran estima por el abierto interés que demostraba en querer hacer de Claudia su
compañera de cama, y junto a este, y para sorpresa de todos se encontraba Cornelio, el
enemigo declarado del romano y a quien ella, a pesar de los intentos de este por acercarse a
ella debido a los lazos familiares que los unían, no terminaba de aceptar de buen grado.
Afortunadamente Plubio tenía la boca tensa en una mueca de disgusto, por lo que
no era probable que también se interesara por aquel asiento vacío junto al suyo.
Gades le preguntaba por el asiento vacío puesto que ya había llenado las copas de
todos los presentes.
Sabía que tenía que seguir adelante con aquello, pero por los dioses que le estaba
costando sudor y sangre hacerlo.
La ansiada libertad.
Marco le tendió la mano para ayudarla a ocupar el asiento que quedaba libre a su
izquierda y junto a su abuelo. Ella la tomó temblorosa, desconfiada ante lo que podría ser
una broma cruel. Aunque en lo más profundo de su corazón sabía que aquello no era
ninguna pantomima. Aquello era real.
-Orseis—llamó el pretor a su criado para que sirviera la cena y pudieran dar por
concluido el trámite de la manumisión. Aquella no era sino una de las diversas maneras que
tenía un amo de dar la libertad a un esclavo, invitarlo a comer a su mesa.
-¿Soy libre?—preguntó a su abuelo sin atreverse a mirar al hombre que la había
libertado a los ojos de todos.
-Sí—le dijo su abuelo--, eres libre pequeña.
El anciano le acarició el rostro y le dio un beso en la frente. Tiberio sonreía
complacido porque por una vez alguien le hiciera caso, y Cornelio, bueno este no esta tan
feliz.
-Entonces…-se quitó el colgante que Marco la había obligado a llevar y que ella
odiaba con toda su alma--, creo que esto ya no me pertenece.
-Claro.
Se dirigieron al jardín interior donde ella se escondió el día del incidente con el
garum y el hombre la ayudó a acomodarse en un detallado banco de mármol.
Él no podía dejar de mirarla a los ojos pese a que la mujer esquivaba su mirada.
-Mentiría si lo negara. Desde que llegué aquí no he soñado con otra cosa—Enredó
sus manos en la estola blanca que llevaba cogida al hombro.
-¿Has pensado lo que vas a hacer ahora?
-Lo cierto es que no.
-¿Te quedarías si te lo pidiera?—Al decir esto le alzó el rostro para que lo mirara a
los ojos. Quería que viera con cuanta intensidad la deseaba. La quería.
-¿Lo estás haciendo?—Apenas podía pensar cuando la miraba de aquella forma,
tantas noches de deseo insatisfecho estaban pasándole factura.
-¿Tú qué crees?
Acercó su boca a la de ella tomándose todo el tiempo del mundo para ello. Si iban a
empezar una relación como personas libres tenía que hacerlo bien. En cuanto sus bocas se
tocaron, adiós a sus buenos propósitos. Un ansia conocida se apoderó de él y la estrechó
contra su pecho a la vez que la colocaba en su regazo. Gades se aferró a sus fuertes
antebrazos mientras introducía la lengua con total descaro y conocimiento en la boca del
hombre, consiguiendo arrancarle un gemido de placer y que este introdujese su mano entre
sus muslos en un rápido ascenso hasta su entrepierna.
Él tuvo que contenerse para no salir corriendo tras ella y someterla como tantas
veces, a besos. Hasta que recordó que ella tenía razón, ahora que era una mujer libre podía
decidir si quería o no estar con él. Podía elegir. Podía negarse.
-Muy segura. Necesito alejarme de ti y de tus constantes atenciones. Dices que soy
libre, pues respeta mi decisión.
A Marco le costó este mundo y el otro no volver a ponerle aquel colgante que le
quemaba la mano como un hierro al rojo. Refunfuñó por lo bajo. ¡Esto es lo que has
conseguido por hacerle caso a ese viejo y al imbécil de Tiberio¡ La muy ingrata se marcha
y me deja después de haberla liberado.
-Me parece bien—le dijo para intentar hacerle el mismo daño que ella le causaba a
él con su abandono--, después de todo aún me queda Claudia.
Gades se percató en ese mismo instante que en ningún momento se había hablado
de libertar a su hermana pequeña.
Marco la miró durante unos segundos hasta que comprendió lo que ella acababa de
decirle. Sin embargo, en vez de sentirse traicionado, se sentía liberado porque aquella
mocosa no fuese la hija de ese asesino. En verdad él la quería como había querido a Julia,
su hermana. ¡Y ahora resultaba que había liberado a quien no quería hacerlo y se sentía
engañado¡ La miró sopesando sus posibilidades hasta que comprendió que no podía hacer
nada por convencerla. Después de contemplarla unos segundos más se marchó dejándola
sola en el lugar, sumisa en sus negros pensamientos.
¿Y ahora qué?
IX
Cornelio se dirigió al lugar donde se encontraba Gades evitando así que esta se
marchara al ver de quien venía acompañado. Ella apretó los dientes en un intento de
controlar la ira que la embargaba cada vez que Emilia, una amiga de este, la miraba con
altivez, aunque fingía demostrarle afecto, e intentaba sonsacarle los secretos de alcoba de
su antiguo amo, por quien, al parecer, la mujer parecía sentir gran debilidad.
Su sonrisa fingida era comparable al galanteo del hombre, quien más que primo
podría ser considerado su tío, ya que de quien era primo consanguíneo era de su difunta
madre. Tampoco soportaba el intento de manoseo de este cada vez que la tenía cerca. Lo
cierto es que eran muy pocas cosas las que toleraba desde su llegada a casa de su abuelo
con su recién adquirida libertad. ¡Hasta cuando iba a tener que aguantarse a ese imbécil, a
la arpía de su madre y la zorra de su amiga! No la engañaba ni por un momento, a pesar de
que había explicado a todo aquel que había querido prestar oídos, y al que no también, que
todo lo que se decía sobre él no eran más que injurias y calumnias que Marco se había
encargado de esparcir por doquier debido a una antigua rivalidad entre ellos. Gades intuía
que bajo sus finos modales, se escondía la brutalidad por la que era tan conocido entre los
esclavos.
-De ningún modo pequeña—remarcó Augusta--, estás bellísima, con toda seguridad
no te faltarán pretendientes a pesar de haber sido una esclava.
-Madre por favor, no tienes que estar recordando a Gades la tortura por la que tuvo
que pasar durante tantos años.
-Desde luego—prosiguió la joven mujer--, somos muchas las que nos hemos
preguntado el motivo de que dicho portento de hombre no se hubiese dejado ver por Roma
desde su regreso. Además, sabrás que…
…cinco, seis, siete, ocho… aaaarrgg! La voy a matar como siga por ese camino.
Augusta hizo una mueca de desprecio hacia la romana y miró a su hijo haciéndole
una señal que solo pareció percibir este.
-Creo que voy en busca de tu abuelo, tengo unos asuntos que discutir con él
mientras vosotras las jóvenes, soñáis con… apuestos galanes.
Augusta se marchó con una malvada sonrisa en su ajado rostro mientras su hijo la
miraba con sorna, consciente de lo mucho que la joven odiaba que se le estuviese
recordando al hombre a cada momento.
-Vamos Emilia, no creo que mi prima necesite que se le recuerde tan a menudo su
infortunio.
Gades se mantenía en silencio mientras esos dos entablaban una conversación sobre
lo difícil que sería que los hombres la mirasen con respeto después de su bochornoso
pasado. Mientras, Emilia la seguía manteniendo atrapada sutilmente bajo su brazo y el
hombre se encontraba de pie frente a ella, enseñándole sus delgadas pantorrillas y las finas
sandalias de cuero enroscadas en esas peludas piernas. Pavoneándose como si un
espécimen maravilloso de hombre se estuviera exhibiendo frente a ella. Se llevó la mano
que tenía libre a la boca para ocultar la sonrisa que había estado a punto de escapársele al
compararlo con su antiguo dueño. Para su regocijo, Cornelio siempre saldría perdiendo. Al
menos para cualquier mujer que hubiese posado sus ojos sobre Marco, resultaría muy difícil
valorar a su primo por encima del pretor. Solo de recordar las musculosas piernas del
romano enroscadas en las suyas, el cuerpo se le ponía laxo. En comparación con este, su
antiguo amo podría ser considerado el mismo Marte hecho hombre, de tan firme que era su
cuerpo. Solo una cosa había conseguido hacerla aguantar aquella charada junto a ese par sin
levantarse de allí en dirección a cualquier rincón donde pudiese mantenerse apartado de
ellos, y era el hecho de que Emilia había revelado, sin darse cuenta, unas palabras
reveladoras para Gades. El poco interés que Marco prestaba a cualquier mujer que no fuese
ella misma desde que regresara de batallar por el Imperio.
-¡Ay Gades!—Exclamó Emilia con falsa aflicción--. Creo que te estamos agobiando
con nuestros comentarios sobre tu esclavitud. Te ruego nos disculpes, por favor.
-Descuida—le dijo con una sonrisa--, no tengo por qué avergonzarme de lo que no
estuvo en mis manos evitar.
Eso iba directamente para su familiar allí presente, con la esperanza de que se lo
contase a su encantadora mamaíta.
-Por supuesto que no-- convino el hombre, quien la miraba con un interés que a ella
no le gustaba lo más mínimo.
-Creo que iré a refrescarme un poco a los baños. Este calor es insoportable—dijo la
romana con intención de dejarlos solos.
-Te acompaño…--se ofreció la joven, quien ya se veía acorralada por los avances de
Cornelio nuevamente, en cuanto Emilia se hubiese marchado.
-No hace falta de verdad, puedes pasar tiempo con nuestro querido Cornelio,
seguramente tendrá algo que hablar contigo a solas.
Parecía que la mujer tenía planeado dejarla en manos del otro a pesar de que ella no
pensaba permitirlo.
Su bestia.
-¿Qué haces tú aquí?—Le preguntó su primo con ira contenida mientras se colocaba
delante de Gades como para protegerla.
Maldito imbécil ¿qué pensaba que podía hacerle en casa de su abuelo?
-¡Marco!
-¿Debería no ser así?—Se levantó del banco con gestos seductores que no pasaron
desapercibidos para ninguno de los hombres--. Resulta innecesario señalar algo que puedes
ver por tus propios ojos.
Gades necesitaba hacerle saber que se encontraba perfectamente lejos de él. Que
podía ser feliz y llevar una vida agradable sin su presencia.
-Mis ojos han visto mucho más que lo que ven ahora.
La insinuación estuvo muy clara para todos, aunque solo fue Emilia la que soltó una
breve carcajada que se ganó una mirada burlona de Marco.
-No por mi voluntad—siseó con ganas de estrangularlo ante aquel comentario que
indicaba a las claras la relación íntima que habían mantenido. Se dio cuenta de que nunca
iba a permitir que olvidara que la había esclavizado y utilizado a su antojo.
-¿Estás segura de eso? Si quieres—su mirada se volvió incandescente cuando le
clavó los ojos en el hombro desnudo para bajarlos lentamente hacia su pecho cubierto con
el fino manto de seda carmesí y detenerlos ahí, deleitándose, mientras hablaba--, podemos
probar ahora que no estás bajo mi autoridad para comprobar hasta donde me permites ver.
-¿Querrás decir bajo tu yugo?
Gades se adelantó de un salto hasta colocarse frente a él, pasando por delante de
Cornelio que mantenía una actitud hostil, ante la mirada de sorpresa de Emilia que hasta ese
momento había estado contemplando a Marco embelesada cual perra en celo.
La lenta caricia de la mujer por el antebrazo cubierto de cuero del hombre hizo que
a ella le dieran ganas de llorar, sobre todo cuando vio la sonrisa lasciva que este le dirigió a
la noble romana de cabellos rubios y ojos negros como la noche, poseedora de un delgado y
torneado cuerpo atezado por el sol. En ese momento Gades fue consciente de la belleza
latina que tenía frente a ella y no le gustó un ápice lo que su corazón sintió por la mujer.
¡Por todos los dioses que aquello no podía estar pasando! Ella no iba a celar a la bestia. Ni
hablar. No pensaba darle también poder sobre su corazón.
-Primo—se dirigió a este en un tono sugerente que parecía querer decir llévame a la
cama--, ¿me acompañas a dar ese paseo? Creo que de repente ha empezado a hacer mucho
calor aquí y necesito un aire un poco más fresco. Además, si no recuerdo mal, tenías algo
que decirme a solas.
Cornelio dudó un momento puesto que no era muy común que Marco quisiera que
estuviese presente en ninguna de las reuniones que solía mantener con su tío. No era ningún
estúpido y estaba convencido de que lo que motivaba tal ofrecimiento no era sino el hecho
de tenerlo apartado de ella, sin embargo no podía permitirse mantenerse al margen de nada
concerniente al alzamiento de los esclavos en Sicilia. Él tenía una baza importante en
aquella isla que ninguno de los presentes conocía. Gades miró primero a su primo y
después a Marco. Resopló con furia al darse cuenta de que el segundo había ganado,
Cornelio no la acompañaría y el otro esbozaba una sonrisa de suficiencia en el rostro.
-Estos hombres siempre hablando de guerras querida—le dijo Emilia a ella--, con lo
agradable que es hablar y disfrutar del amor.
Cada vez que aquella mujer abría la boca no era sino para hacer insinuaciones de
índole sexual al pretor.
Se colgó del brazo de su primo como si de verdad anhelara estar con él a solas y
compartir algo más que palabras, todo para demostrarle a Marco que no era el único
hombre, que podía haber otros si ella lo deseaba.
-Tú primero por favor—urgió Cornelio a Marco --. Necesito hablar un momento a
solas con la mujer que espero será mi esposa.
Gades por poco se cae por la impresión de oír aquellas palabras, pero al ver la
expresión de pánico en el rostro de su antiguo amo decidió que sería una dulce venganza
actuar como si aquello fuese de su total agrado, pese a que en realidad tenía ganas de
partirle la cabeza a ese estúpido al que debía llamar primo si bien en realidad fuese su tío.
Tampoco tuvo mucho tiempo para regodearse en su ponzoña, al ver como Marco se
adelantaba con pasos rápidos hasta la estancia donde su abuelo solía sentarse a leer y
meditar sobre filosofía, la cual se encontraba ocupada por la cuñada de su abuelo, Augusta,
a quien no le haría ninguna gracia que la apartaran sin darle explicaciones.
Marco actuaba como si quisiera decirle algo pero a la vez se contenía. Ella lo
observó con detenimiento, ataviado con su imponente armadura militar, la lorica
segmentata, al más puro estilo, con el casco emplumado apoyado sobre la cadera mientras
la miraba manteniendo las piernas separadas, enfundadas en aquel calzado de soldado.
Gades intentó no pensar en el atributo que tenía entre ellas y del que tantas veces había
disfrutado ella misma. Sintió como un cosquilleo le empezaba a nacer en el bajo vientre y
un pálpito ya conocido le puso la piel de gallina ante el deseo de volver a tenerlo dentro de
su cuerpo, embistiéndola, tomándola, obligándola a cabalgar sobre él.
-¿Me vas a decir qué es lo que quieres? –En su brusquedad se desvelaba su anhelo.
-No.
-¿No?
-Serás tú quien me diga a mí qué es eso de que te casarás con Cornelio. ¿Acaso no
sabes quién es? No me dirás que no oíste nunca hablar de él en mi casa a los otros…
-¿Esclavos?—finalizó la frase. Al parecer al pretor le había costado terminarla.
-¿Para eso querías la libertad? ¿Para entregarte a un hombre tan vil? ¿Tan
despiadado?
En un momento lo tenía delante, fuera del agua, y al siguiente se había metido con
toda su indumentaria en el baño junto a ella, la había levantado en brazos y la besaba con
una fiereza que no hizo sino inflamar aún más su deseo. Se aferró a él con todas sus fuerzas
sin importarle clavarse el peto de metal sobre su tierna carne. Solo estaba él, no importaba
nada más, nadie más. ¿Cuánto tiempo llevaba deseándolo? Sin un ápice de vergüenza abrió
las piernas para rodearlo con ellas mientras le levantaba el bajo de la falda en busca del
órgano que podía darle la paz que su cuerpo necesitaba. ¿Cuántos días añorándolo?
¿Semanas tal vez? No iba a desaprovechar la oportunidad de volver a tenerlo para ella sola.
Por su parte Marco apenas podía creer que ella estuviese actuando de aquella forma
tan entregada y entusiasta después de sus duras palabras, sin embargo era tanto lo que la
deseaba que no iba a dejar pasar la oportunidad de hacerla de nuevo suya. Necesitaba
saciarse de ella, llevarse su aroma consigo, su sabor, sus besos. Le tomó el rostro con las
manos y profundizó tanto el beso que no podría decir donde acababa uno y empezaba la
otra. Parecía ser un solo cuerpo.
El hombre la tomó por las caderas para colocarla en una mejor posición mientras la
apoyaba contra una de las columnas del baño a la vez que entraba y salía de su cuerpo
mientras la besaba tórridamente, en un frenesí descontrolado, humeante, sofocante. La
invadía y se retiraba una y otra vez, cada vez con más pasión, cada vez más rápido, hasta
que finalmente sintió como el calor que emanaba del cuerpo de la mujer se hacía agua y le
corría por su cuerpo en el mismo instante de su última embestida con el derrame de su
semilla dentro de ella. Se quedó exhausto.
-¿Qué se supone que tiene que pasar?—Gades tenía que encontrar el valor para
echarlo de su lado. No estaba preparada para enfrentarse a aquellas emociones, aquellos
sentimientos. Supo de inmediato, al decir aquellas palabras que a él no le habían gustado.
Le había hecho daño. El rostro de Marco era el reflejo de su alma, se veía claramente su
sufrimiento, su desdicha. ¿Pero qué podía hacer ella? Lo miró mientras se volvía a meter en
el baño, en el agua helada, siendo consciente como él la observaba con su preciosa
indumentaria empapada del cuerpo de ella.
-Estás siendo cruel.
-¿Tú me hablas de crueldad?—No pudo contener la furia, pero no era por él sino por
ella misma, por no poder ser capaz de controlar sus emociones. Sus pasiones—. Puedo
enumerar demasiados actos de los cuales eres el protagonista que sí pueden reflejar
crueldad. Créeme, lo que ha pasado no ha sido cruel.
-Entonces…
-Nada—le dijo para que se fuera de una vez--, lo que ha ocurrido es nada. Puedes
llamarlo pasión, lujuria, como más te agrade. Tenía ganas de probarte sin acatar ninguna
orden para saber la diferencia, como me dijiste antes.
Marco la miraba con reproche, con pesar y con decisión. ¡Maldita mujer¡ ¡Y
malditos Tiberio y Orseis por manipularlo para que le diera la libertad¡
-¿Debo entender entonces que esto es un adiós?—la voz de Marco sonaba neutra,
carente de emociones, aunque por dentro estuviese deseando destruirlo todo con sus manos.
Incluida a ella por su necedad. Él no iba a suplicarle, había ido allí con la esperanza de
hablar con ella, intentar encauzar una vida juntos dejando atrás el pasado, pero se había
encontrado con una mujer vengativa que se complacía haciéndolo padecer.
-Claro que no—contestó Gades con indiferencia--, volveremos a vernos, una vez me
haya casado, si me canso de mi esposo, creo que necesitaré un amante. Tengo entendido
que la moralidad de los patricios es algo peculiar.
X
Se encontraba nerviosa sin saber por qué. El último encuentro con Marco la había
dejado devastada. Sentía como si un huracán la hubiese arrasado por dentro, arrastrando
todo a su paso. ¿Qué demonios había ocurrido? Ella había intentado mostrarse indiferente,
aparentar que vivía feliz rodeada por los enemigos de este, sin embargo lo único que había
conseguido era azuzarlo hasta el punto de que acudiera en su busca y su pasión se
disparara. Después no pudo controlar el miedo que sintió al verse de nuevo sometida a la
bestia, aunque esta vez, y muy a su pesar, tuvo que reconocer que sus cadenas habían sido
su propia lujuria.
¡Ay Juno ayúdame! Este dolor en el pecho que venía sintiendo desde que él se
marchara contrariado y decepcionado era tan agudo que a veces incluso le faltaba el aire. Se
arrepintió en el mismo momento en que le dijo que solo había sido sexo, cuando le dio a
entender que se había vuelto una mujer frívola, que no le importaría tenerlo como amante
aunque no lo quería como compañero. ¿En qué se había convertido? Un prolongado suspiró
se escapó de lo más profundo de su corazón. Cómo había podido. Cuando percibió el dolor
en el rostro de Marco por sus horribles palabras sintió como el golpe se lo estuviera
propinando a ella misma, y se sintió ruin. Pero, ¿cómo olvidar lo que había ocurrido años
atrás? No podía olvidar lo que los romanos habían hecho a su padre. ¿Cómo amar y odiar
al mismo hombre con la misma intensidad? A veces pensaba que su alma estaría siempre
condenada. Además, ¿y Claudia? Se había quedado en aquella villa en Sabinia, sola y
desamparada, sometida a la esclavitud. Marco la había separado de ella.
Se dirigió al atrio con pasos lentos y metódicos. Estaba tan angustiada que ni
siquiera tenía fuerzas para caminar. Marco, Marco. Las dudas la asaltaban al pensar si sería
posible una vida junto al pretor. ¿Sería posible que hubiese un futuro para ellos? No, mejor
no. Ella no podía olvidar, no cuando él no había hecho nada que indicara que se había
arrepentido de sus actos por mucho que Orseis insistiera en lo contrario. Pero…, su
corazón, su alma, incluso su espíritu, sentía que todo pertenecía al hombre.
Alguien se le había acercado desde atrás y le había tapado la boca para que no
gritara ni alertara a los hombres que su abuelo había designado como su escolta personal.
Los cuales iban ataviados con ropas muy parecidas a las de la guardia pretoriana. Por lo que
olvidarse del pretor resultaba casi imposible. Asintió con la cabeza, no sabía por qué pero
no se sentía amenazada por aquel intruso. Una corazonada le decía que no le haría daño.
Que estaba a salvo junto al hombre. Se giró y lo miró. Aquel extraño le resultaba
vagamente familiar pero no conseguía identificarlo. Él se separó un momento de ella para
que pudiera verlo mejor, mirarlo directamente a los ojos, o mejor dicho al ojo que aún le
quedaba sano y en su sitio, porque llevaba un trozo de cuero negro atado con una cinta que
le cruzaba la cara y ocultaba el otro. Llevaba el pelo muy corto, como si hubiese tenido la
cabeza afeitada hacía poco tiempo.
El hombre abrió los brazos y esperó a que ella decidiera ir a refugiarse entre ellos
mientras la miraba con la vista nublada por una lágrima que estaba por derramarse y rodar
por sus hoscas mejillas.
Gades no iba a permitirle que se escapara de esa verdad, Tiro podía verlo en sus
ojos.
Gades abrió los ojos debido a la sorpresa, el descaro de su padre no tenía límites. Lo
había dicho como si se tratase de la cosa más natural del mundo.
Tiro asintió.
-Por eso no permití que ella se pusiera en contacto con su padre, y esa fue la única
pena que no pude evitarle.
-Pero finalmente sí la salvaste.
-Lo cierto es que la hice mi esclava—le dijo su padre avergonzado--. Desde el
momento en el que alcé mi espada contra ella tu madre me cautivó. Me miró con aquellos
enormes ojos azules llenos de orgullo y me retó a que matara a una mujer indefensa. No
pude hacerlo y, con el paso de los meses, acabé haciéndola mi esposa. Ya sabes que no soy
hombre de esclavizar a nadie.
-Pero…, yo creía que eras comerciante, no un pirata—lo acusó Gades consciente de
que muy probablemente su padre habría matado a la familia del pretor, con lo que su
venganza quedaba incluso justificada.
-Servilia me obligó a dedicarme a un trabajo aceptable para ella en cuanto tú
naciste.
Gades volvió a abrazar a su padre, después de todo, hubiese matado a la familia de
Marco o no, era su pater y ella lo quería.
Su padre se mantuvo unos minutos en silencio antes de contestar por lo que se temió
la horrible verdad.
-No, él no. Pero sí alguien muy cercano y no pensaba correr el riesgo. Le envié una
nota diciendo que había cumplido mi misión y como tu madre no dio señales de haber
sobrevivido al naufragio que yo provoqué, no se cuestionó mi informe. Cobré mi trabajo y
emprendí el negocio de garum junto con el padre de Claudia.
-¿Quién fue?—le preguntó conteniendo el aliento--¿Cornelio?
-No hija, no fue él. Fue su madre. Ese infame apenas era un mocoso.
-¿Y cómo se puso en contacto contigo?
-A través de un esclavo griego llamado Orseis.
Gades por poco se muere al descubrir que el anciano al que tanto querían ella y su
hermana había estado implicado de alguna forma en el intento de asesinato de su madre.
Tiro la miró y empezó a preguntarle acerca del día en que la bestia llegó a la ciudad
con sus hombres arrasándolo todo a su paso, hasta el mismo instante en el que se habían
encontrado. Gades no mencionó que había sido la esclava personal y sexual del romano
pero por lo visto su padre lo dedujo y no le gustó un pelo saberlo.
-Lo mataré, de eso no tengas dudas, y me llevaré a Claudia y a todos los que quieran
venir conmigo--Era tal la furia de Tiro que hasta ella misma tembló de miedo. Su padre
estaba tan cambiado que no parecía humano. Estaba diferente.
-¿Cómo vas a hacerlo tú solo?—Había hecho aquella pregunta para hacerle ver que
era un imposible y mejor quedarse como estaban, después de todo lo ocurrido, estaban
vivos.
-¿Quién crees que organizó el levantamiento de esclavos que trae de cabeza al
imperio? Ya ha pasado un año y no han podido con nosotros—se miró los pies sonriente--.
Esto no es más que un disfraz. Si he podido entrar en casa del censor sin ser detenido,
¿crees que no voy a llegar hasta el pretor?
-Nadie ha dicho nunca que fuera un esclavo hispano el que organizara…
-Porque yo era el segundo al mando—la informó satisfecho.
Gades sintió nauseas al pensar que su padre había estado en manos de aquel
desalmado de Damófilo al que cuestionaban incluso los propios romanos. ¿Cuánto habría
sufrido su progenitor? ¿Cuántas desgracias más por llegar?
-Entonces primero mataré a ese romano, rescataré a Claudia y vendré a por ti.
Cuando regrese espero que estés preparada porque te llevaré a casa aunque sea en un saco y
atada como un cerdo.
Gades sintió que debía intentar hacerlo razonar. ¿De que serviría matar a Marco?
Después de todo su padre había matado a su familia. Podría considerarse que estaban en
tablas. O al menos eso quería pensar, eso quería creer, así tenía un motivo menos para
odiarlo, un paso más que la acercaba a él. Qué tonta eres Gades.
Aquella frase le salió desde lo más profundo de su corazón, pero al parecer no debió
pronunciarla. Tiro la miró como quien ve a un fantasma y su rabia se pudo vislumbrar en su
único ojo sano.
-De no ser por él—le dijo colérico--, Rómulo no habría muerto, a ti y a la pequeña
no las habrían esclavizado, yo nunca hubiera sido hecho prisionero y obligado a
convertirme en gladiador. No habría perdido este maldito ojo ni sufrido incontables
torturas, tú abrías acabado casándote con un buen hombre hispano, Claudia viviría feliz
con sus padres o no sé qué otras historias felices más.
-Pero… siempre hay un motivo, una razón para todo.
-¿De qué diantres estás hablando?—le preguntó intentando comprender a su hija.
¿No estaba indignada por el trato al que la habían sometido?
-Tu mataste a su padres, violaste y torturaste a su hermana y a su sobrino de apenas
unos años de vida. Fue todo la consecuencia de tus actos.
-¿En algún momento has llegado a creer que yo sería capaz de dicha atrocidad?
Nunca había oído hablar del pretor hasta el día que asoló Baelo-Claudia.
-Pero… entonces… alguien debió acusarte.
-Sí que recibí un encargo de matar a una familia años después de lo de tu madre.
Pero lo rechacé.
-Supongo que de la misma persona.
-Exactamente.
-Pues te han culpado de ello papá, y por esas culpas hemos pagado todos.
-¡Ahora sí que mataré a ese maldito romano¡ ¡Te ha sorbido la sesera¡
-Déjalo ya por favor—la verdad era aún más dolorosa porque Marco no había
tenido excusa para lo que ellos habían sufrido por su causa.
-Sé que ayer estuvo aquí y sé hacia donde se dirige. En Enna se resolverá esta
cuestión, acabaremos con él de una vez por todas.
Su padre se marchó de forma tan repentina y fantasmal que ella apenas percibió el
momento en el que lo había hecho. Decidió que tenía que hacer algo. No más muertes entre
ellos, bastantes almas ya los separaban. Debía partir de inmediato hacia aquella infame
ciudad donde se estaban dando tantas batallas entre esclavos y romanos, y sabía quién iba a
acompañarla. Se lo debía por su participación en el complot para matar a su madre. Sacudió
la cabeza pensando en las ironías de la vida pensando que Orseis había sido siempre una
pieza clave en su vida.
Soltando un grito ahogado intentó salir en su dirección e intentar parar lo que fuera
que iba a suceder, pero Luciano la tomó con fuerza del brazo y negó con la cabeza. A ese
gesto se unió Orseis, y entre los dos lograron convencerla de que ella sola no podría hacer
nada, que solo le tocaba esperar y ver que ocurría. Gades cerró los ojos y rezó a todos los
dioses que conocía.
XI
Gades buscaba entre los cuerpos esparcidos por el valle después de la encarnizada
lucha. Los vencedores aún no se habían retirado, todavía seguían por el lugar encadenando
a los esclavos supervivientes. Un escalofrió le corrió por la columna y se le encogió el
corazón al pensar que ella había sido uno de ellos, que lo seguiría siendo de no haber sido
por aquel inesperado acto de bondad del romano. Sin embargo, en lo más profundo de su
alma, todavía se sentía como parte de aquellos que se habían alzado exigiendo un trato
digno y libertad. Después de todo había pasado más de cinco años en la esclavitud y
aquello no se olvidaba fácilmente, sobre todo lo acaecido los últimos meses en que era
considerada una esclava. En un acto reflejo se llevó la mano al lugar en el que había estado
el colgante con la inscripción que Marco le había obligado a llevar como castigo por haber
estropeado el garum, provocando con ello que sus invitados enfermaran. Se lo quitó en
cuanto se supo libre, pero aquellas palabras que tanto daño le habían hecho, porque eran
como una losa sobre sus ansias de libertad, las echaba en falta desde lo más profundo de su
corazón. Aunque por supuesto nunca lo reconocería. Sería como desear volver a la
esclavitud, y eso nunca. Apartando el rostro de un hombre cortado por la mitad y otro
ensartado con una lanza en cuya expresión se podía apreciar la sorpresa, reanudó su
cometido, esta vez con más valor que antes. No abandonaría. Iba a encontrarlo. Tenía que
estar en algún lugar, ella lo había visto desaparecer entre la multitud desde la distancia
cuando la batalla se volvió más encarnizada, e iba seguido por él, y ya no lo volvió a ver.
Sintió un estremecimiento ante lo que pudiera haber ocurrido entre ellos. Rogó porque no
fuese nada irreparable porque ese sería el final de todas sus esperanzas, y esperanza era lo
único que le quedaba. No sabía por qué pero estaba segura de que lo encontraría con vida.
Él no podía haberlo matado. No después de que ella le suplicara que dejara las cosas como
estaban. ¡Por todo lo sagrado¡ Ella era su hija y no la había escuchado. Solo sabía una
cosa, que él no podía morir. Ella no quería verlo muerto. Quería encontrarlo rebosante de
vitalidad, gritando órdenes a diestro y siniestro y llamándola esclava con ese deje burlón y
esa sonrisa de autosuficiencia en su hermoso rostro romano. Cupido había hecho una
travesura y ahora era suya. Se sentía suya. Marco había esclavizado su corazón con su
forma arrogante de tratarla, de besarla, de hacerla reaccionar a sus caricias, de mostrarse
tierno y comprensivo cuando menos se lo esperaba. De mostrarse vulnerable ante la sola
idea de perderla y comportarse como un niño pequeño al que quisieran arrebatar su más
preciado juguete. De cómo había ido en su busca a casa de su abuelo, exponiéndose a su
rechazo. Ahora que era libre para elegir, había decidido que quería estar junto a él.
Envejecer a su lado y hacerlo feliz de la forma que fuera, aunque sabía que era un
imposible. Un sueño imposible. Ahora ya no le importaban sus constantes cambios de
humor mientras pudiera permanecer a su lado. Suspiró con pesar, luchando contra el dolor
con lágrimas contenidas. Por favor, por favor, por favor queridos dioses, apiadaos de mí.
Devolvédmelo sano y salvo. Devuélvemelo Minerva. Dame una señal. Indícame el camino.
Sin dudarlo un segundo se arrodillo junto al cuerpo laxo del romano, tomándole
gentilmente la cabeza entre las manos mientras Orseis se dedicaba a inspeccionar la herida.
Resultó que tenía un buen tajo aunque no era muy profundo, que le recorría la nunca hasta
el hombro izquierdo. Lo cierto es que no era muy agradable a la vista, pero la que tenía en
el muslo era aún peor porque de ella podían verse incluso los músculos abiertos. Hasta se
podía ver con claridad el hueso debido a la profundidad que tenía.
-¿Está muy mal, no?—le preguntó angustiada, consciente de que sabía la respuesta.
-Si quieres saber la verdad, no sé si llegue con vida a la ciudad. Solo nos queda orar
a los dioses para que aguante todo el trayecto, por fortuna no es muy largo.
Gades observó un momento el cuerpo casi sin vida del hombre que tantas veces la
había hecho suya, el hombre al que conocía tan íntimamente como a ella misma y con el
que había descubierto los placeres que su cuerpo era capaz de experimentar. El hombre al
que había pertenecido y al que, muy a su pesar, sabía que seguiría perteneciendo por el
resto de su vida. Aunque decidiera unir su vida a la de otro, aunque los separaran los mares,
la tierra o el mismo cielo, él seguiría formando parte de ella misma.
-Aguantará—le dijo al viejo mirándolo a los ojos con decisión--. Nosotros nos
encargaremos de que así sea.
Orseis la miró apenado y ella también sintió pesar por el hombre. Desde que le
confesara que conocía su participación en el intento de asesinato de su mater, este parecía
muy avergonzado. El pobre no había intentado disculparse ni excusarse, tan solo dijo que
en aquella época era un simple esclavo y no podía desobedecer a su entonces propietaria
por miedo al castigo. Gades intentó sonsacarle el motivo que tuvo esta para actuar como lo
hizo, pero el hombre simplemente le dijo que el poder y la riqueza del censor Plubio
siempre habían sido el objetivo de Augusta, y que para ello tenía que eliminar a cualquiera
que pudiera ser una amenaza. Por lo visto aquella mujer quería la herencia y el poder de su
abuelo al precio que fuera, y para ello no había dudado en alzarse contra la propia hija de
este.
Volvió a colocarle un paño de agua fría en la frente.
Habían tenido que hacer un alto junto a una laguna a las pocas horas de iniciar la
marcha en dirección al campamento donde Tiberio se encontraba con las tropas, a las
afueras de la ciudad donde se había desarrollado aquella sangrienta batalla. Marco estaba
muy mal y no se habían atrevido a seguir hasta que estuviera un poco más repuesto, al
menos hasta que le hubiese bajado la fiebre. Una vez en el campamento militar esperarían
el tiempo que hiciera falta para emprender viaje a Roma, a casa de su abuelo. Al menos allí
podría estar bien atendido hasta que sanase mientras ella iniciaba la búsqueda de su padre.
Tenía que mantener una seria conversación con él. Debía hacerle entender que las cosas
siempre no eran buenas o malas, sino que podía haber matices.
-…no puede ser, por favor…, madre, padre…el niño no por favor. ¡Lo mataré! ¡Los
mataré a todoosss!--Marco deliraba y decía cosas incoherentes mientras se retorcía ante la
mirada compasiva de ella--. ¡Quemadlo todo! ¡A todos…! ¡Ellas no! ¿Gades? ¡Ponte el
maldito colgante! Espera… no me dejes por favor.
-Eres mi esclava.
Eso fue lo único que dijo este. Así, sin más, para después de hacer semejante
comentario contraérsele el rostro y volver a desvanecerse. Ella pensó que debió de sentir
una fuerte punzada de dolor en el hombro que tenía herido por la presión con la que la
había agarrado mientras la observaba, se quedó sin saber reaccionar ante aquello hasta que
por fin soltó el aire que había estado conteniendo. Se mantuvo allí quieta y en silencio,
intentando controlar tanto su deseo como su pena al verlo tan débil y vulnerable. Le apartó
un pequeño y oscuro mechón de pelo de la frente con tal delicadeza que incluso se asustó
de su propio gesto. Más tarde volvió a sumergir el trozo de tela en el cuenco que había
utilizado para coger agua con la intención, acto seguido, de recorrerle el torso lentamente y
limpiar el sudor de su cuerpo enfebrecido. Realizó dicha acción una y otra vez, una vez y
otra. Acarició con él los fuertes brazos, el rostro con el que había llegado a soñar desde que
abandonara la villa para irse a vivir con su abuelo, las musculosas piernas bellamente
esculpidas…
¿Por qué había tenido que decir aquello? Para mantener tus barreras, se recordó.
Intentaba parecer segura ante los demás en lo concerniente al pretor. Mantener sus
emociones bajo control era muy importante para Gades. Nadie podía ser conocedor de sus
verdaderos sentimientos hacia el romano, de cómo estaría dispuesta a dar cualquier cosa
para pasar su vida junto a él. Si su pater lo supiera… ¿Cómo podría mirarle a la cara, ver
su cara desfigurada, y explicarle lo que sentía por el asesino de su familia? Por el causante
de todo. Tiro no lo entendería, solo conseguiría enfurecerlo más aún. Se podía amar a quien
había esclavizado a sus amigos y a ella misma, ella había descubierto cuanta verdad había
en esa afirmación. Sí, claro que se podía, no tenía que preguntarle a otra persona para
obtener su respuesta. Lo sabía mejor que nadie, lo sentía en carne propia, y era esa su
condena, su penitencia hasta el fin de sus días.
-Del odio al amor hay solo un pequeño paso jovencita, y la venganza no consigue
devolvernos aquello que nos arrebataron.
-Eso podrías habérselo dicho a tu patrono antes de que decidiera asolar Baelo-
Claudia en busca de mi padre.
-Nadie más que el propio Marco ha lamentado aquel arrebato aunque su orgullo le
impida reconocerlo—intentó justificar el anciano--. Fui su esclavo desde que era muy joven
y jamás le he visto tratar con injusticia a nadie.
-¿A nadie?—Le preguntó alzando las cejas oscuras.
-Tú has sido la excepción Gades, sinceramente creo que tiene una extraña obsesión
contigo—la miró con cariño--, me atrevería a decir que incluso podría hablar de
sentimientos, aunque claro, a ti no te gustaría saber que él pudiera sentir algo por ti
diferente al odio o a la mera posesión.
-Por supuesto que no me gustaría—su respuesta había sido tan a la defensiva que
había sonado a mentira.
-Quizás sea el último beso que vuelva a darte—le susurró mientras le acariciaba la
mejilla.
Su Gades, su esclava.
Gades había salido durante la noche un momento para hacer sus abluciones cuando
alguien la atacó colocándose detrás de ella.
Sintió algo punzante clavarse entre sus costillas por lo que obedeció sin rechistar ni
hacer ningún movimiento que alertara a su atacante y pusiera en peligro a los hombres que
estaban con ella. No sabía cuántos podrían acompañar a su asaltante y tampoco quería
provocar que Orseis o Luciano se vieran envueltos en una lucha, ellos no eran hombres de
armas, y mucho menos remataran a Marco ahora que parecía haberle bajado la fiebre.
-¡Aún me duele estúpido!--Le soltó molesta a Luciano mientras este la miraba con
cara de pocos amigos.
-Vas a dejar de quejarte, me duele la cabeza de escucharte.
-Te aguantas, me has hecho daño.
-Lo que te ocurre es que no querías abandonar al esclavista—refunfuñó este por lo
bajo.
Gades le dirigió una mirada de advertencia para que mantuviese la boca cerrada
mientras se volvía a colocar el paño mojado en el chichón que estaba segura que le saldría
en la frente. El muy cretino no había tenido otra forma de hacerla callar que golpearla y
llevársela del claro donde estaban acampados sin su consentimiento.
La mujer que se había dirigido a ella era conocida por los que estaban allí como la
bondadosa. Tenía una larga cabellera negra recogida en una trenza y unos ojos
almendrados enorme en un rostro de marcado exotismo. Lo cierto es que era una belleza, y
parecía mantener una relación muy especial con su padre. Como la que este hubiese tenido
con ella si no la hubiesen esclavizado llevándosela de Hispania hacia un mundo
desconocido. Al domus de la bestia, su bestia.
-A mí me hubiese gustado que por una vez alguien me preguntase lo que quiero
hacer y no llevarme de un sitio para otro como si no supiese expresar mis propios deseos—
Protestó dirigiéndose a la mujer, que rozaría la treintena, para ayudarla a izar los cubos
repletos de agua salada por la proa del barco.
-Hay veces que no se tiene elección—le dijo encogiéndose de hombros--, es mejor
aceptar lo que el destino nos depara.
La mirada de la otra pareció perder algo de la alegría que la caracterizaba desde que
la conociera en aquellas extrañas circunstancias, acompañando a un grupo de esclavos que
habían formado parte del alzamiento comandado por Euno y que tomaban rumbo a casa,
aunque claro, cualquier persona comparada con ella, que no había hecho otra cosa más que
protestar desde que despertara del sopapo que la dejó inconsciente y metida en ese barco,
podría considerarse alegre. A pesar de ello Gades captó el dolor bajo las palabras, por lo
que se compadeció de la mujer.
-Seguro que tú también eras una de las esclavas que se alzaron contra Damófilo y su
esposa—le dijo como si la comprendiera--. Has debido de sufrir cosas horribles, en la casa
del romano donde viví como esclava hablaban mucho de ellos.
-Lo cierto es que no Gades.
-¿No eras una esclava?
Ante su insistencia la otra dejó lo que estaba haciendo y se giró para mirarla a los
ojos. Quería hacerla comprender. Ella no era como sus padres ni los amigos de estos. Ella
era diferente, por eso puso su vida y cuidados al servicio de las víctimas de su familia.
-Yo soy la hija de Damófilo. Me llamo Elia, aunque ninguno aquí quiere llamarme
por el nombre que me pusieron mis padres, excepto Tiro.
Se quedó petrificada. ¿Esa era la joven de la que había oído hablar en la cena la
noche que sucedió lo del incidente del garum? Pero, todos habían dicho que los esclavos la
habían escoltado y puesto a salvo con unos familiares. En Catina. ¿Qué hacía allí? Aquello
sí que era toda una sorpresa.
-Vaya, había oído hablar de ti—le confió--, aunque pensé que eras más joven.
Elia la miró con los ojos brillantes de felicidad y ella no supo identificar el motivo
aunque se hacía una idea aproximada, ¿tal vez un amor? Se sintió identificada con ella.
-Por una ilusión. ¿Nunca has tenido un sueño y has creído poder hacerlo realidad?
Al decirle esto su mirada se dirigió hacia donde se encontraba el capitán del barco.
Su padre. A quien Gades aún no había perdonado la forma en la que se la había llevado
consigo, ordenando a Luciano que se ofreciera a ayudar a Orseis a encontrar al romano para
poder sacarla de allí. La mirada de este, mejor dicho el ojo que le quedaba sano, ya que el
otro lo llevaba tapado por un parche, cortesía de la hospitalidad del padre de la otra, se
dirigió a la mujer que estaba junto a ella, provocando que esta se ruborizara. Y Gades
entendió. Entendió demasiado bien que entre ellos dos había algo. No una simple relación
afectiva padre e hija como había creído en un primer momento y que había llegado a
envidiar. Se palpaba algo tan poderoso que no pasaba desapercibido para los demás, todos
antiguos esclavos alzados en armas contra el padre de la mujer, que los miraban risueños y
parecían estar contentos con aquella extraña relación. Parecían querer a la hija de aquel
malvado y se alegraban por ella, y parecían contentos de que amara a su capitán.
Estaba sentada sobre un banco en la cocina del barco mientras cortaba un poco de
cebolla para preparar con ella una sopa cuando su padre entró y se la quedó observando con
una ceja arqueada.
Gades ignoró a su pater y continuó con su tarea mientras los ojos empezaban a
escocerle de tanto picar aquel vegetal.
-Puedo soportar tus malos modos pero no que intentes asesinar cada vez que tengas
la ocasión a Luciano. Él solo cumplía mis órdenes.
-No he intentado matarlo, solo—se encogió de hombros mientras apretaba los
labios--, solo quería que no pusiera esa sonrisa de autosuficiencia cada vez que me mira. Se
cree mejor que yo porque ha conseguido traerme con vosotros a base de mentiras y golpes.
Tiro miró a su hija y no pudo evitar sentirse orgulloso de ella, aunque debía
reconocer que compadecería al hombre que tuviera que cargar con esta por el resto de su
vida. Claro que se creía mejor que ella, el muchacho no comprendía el apego que sentía por
quien la había esclavizado.
Su pater la miró sorprendido y a ella le extrañó. Tiro no era hombre de negar sus
actos.
Ni siquiera se dio cuenta de lo que había dicho cuando lo escuchó soltar un alarido.
-¿MARCO?
-¿Desde cuándo llamas por su nombre a quien te esclavizó, a quién mató a tus
amigos, a los padres de Claudia? ¿A quién mantiene esclavizada a tu hermana de crianza?
—Se acercó a ella y la agarró fuertemente del brazo.--¿Acaso no te ha convertido en su
ramera?
-¡Suéltame!--Aquellas palabras le dolieron en el alma. Sobre todo porque ella sabía
que su padre tenía razón, pero… aun así, ¿cómo hacerle entender que también era amable y
tierno…a veces? Que había llegado a desearlo con cada fibra de su cuerpo y su piel. Que le
había concedido la libertad para que eligiera por sí misma si quería estar con él o
abandonarlo, que no trataba a Claudia sino como el amor de un hermano a una hermana…
-Ni se te ocurra Gades—le dijo su padre en apenas un susurro--. No pienses que voy
a permitir que unas tu vida a la suya. Espero que no se te haya cruzado nunca ese
pensamiento por la cabeza—Tiro la miró un momento a los ojos y no le gustó lo que vio--.
¡Jamás! Antes lo mato.
-No he dicho que vaya a irme con él, pero no puedes pedirme que desee su muerte.
Y no puedes amenazarme continuamente con matarlo. Ya lo intentaste y yo lo salvé.
-Te repito que no he intentado matarlo, si lo hubiese hecho ahora llorarías su muerte
y no su ausencia--.La miró con dureza.
Sintió como se le quebraba la voz--. No puedes prohibirme tener sentimientos.
-No—le dijo molesto--, pero puedo mantenerte alejada de él. De todo lo que
representa. De todo lo que tenga que ver con él.
Gades gritaba una y otra vez que quería ser libre mientras abandonaba el lugar y
dejaba a enfurruñado Tiro a su espalda.
-Hummm.
-Te traía una misiva de Plubio. Se interesa por tu salud y te desea que te recuperes
pronto—le dijo Orseis.
-Por supuesto—gruño--, estará de lo más feliz después de que ella haya vuelto a su
lado— Marco no lo decía pero culpaba al griego de que ella se hubiese marchado de nuevo.
-¿Volvemos con lo mismo?—se enfadó su amigo--. Nadie te ha obligado a nada.
-No, no volvemos con nada. Me pillaste en un momento bajo y por eso accedí a tus
deseos y a los de ella. Vosotros dos me manipulasteis para que le concediese la libertad—
Orseis hizo como si no lo oyese y miró al cielo pidiendo paciencia.
-Por Marte que si no estuvieses postrado en esa cama te tumbaba ya mismo de un
buen puñetazo, tal vez así recapacitaras.
-No lo has conseguido antes y no lo harás ahora—refunfuñó.
-¿Se puede saber qué es lo que te ocurre?
Marco lo miró entrecerrando los ojos.
-Deberías sentirte afortunado porque consiguiéramos dar contigo entre tanto muerto.
Aquello fue una carnicería. Nunca hubiese imaginado que unos simples esclavos pudiesen
luchar con tanta fiereza y, debo reconocer, que también con valentía—Tiberio echaba
chispas ante lo obtuso de su amigo.
-Defendían la esperanza de una vida mejor—intervino Orseis antes de salir a toda
velocidad de la habitación y evitar que Marco volviera a lanzarle lo que tuviese a mano.
-Señor—un esclavo interrumpió aquella rabieta del pretor para traer un mensaje que
cogió Tiberio antes de que Marco lo alcanzara.
-Retírate—le dijo el tribuno al hombre mientras leía la breve nota y alzaba su
mirada lentamente para mirar a Marco.
Marco se levantó como pudo del lecho donde se encontraba acomodado y empezó a
gritar órdenes, sin importarle que ni siquiera tuviera fuerzas para mantenerse en pie
mientras su amigo lo miraba con gesto interrogante.
XIII
Se habían equivocado.
Un contingente de soldados los estaba esperando nada más bajarse del navío y los
habían apresado de inmediato, sin preguntas, como si ya supiesen quienes eran. Había sido
todo de lo más hostil y arbitrario teniendo en cuenta lo meticuloso que era el derecho para
los romanos, quienes lo tenían regulado absolutamente todo. Pero claro, allí las leyes se
aplicaban de forma diferente a como se hacía en Roma debido a que se encontraban en una
provincia del imperio sometida a las decisiones del senado, y ella había descubierto en
carne propia años atrás, que muchas cosas que se permitían en la Bética, o que se pasaban
por alto en esta, no solían ocurrir en otras provincias romanas. Al menos eso es lo que
pensaban los que estaban allí presentes, tanto los soldados como los cautivos. Les fueron
atando los pies unos a otros con gruesas sogas, conduciéndolos a golpes de latigazo fuera
de la ciudad, tierra adentro hacia el bosque, en la oscuridad de la noche, por sendas no
transitadas para que nadie hiciese preguntas indiscretas. Ellos no eran más que una treintena
de antiguos esclavos, a excepción de ella y de Elia claro, y si se contaban los ancianos, las
mujeres y los niños no habría más de una decena de hombres que estuviera en disposición
de luchar contra el escuadrón romano que los había aprisionado. Gades había mirado el
semblante de derrota en las mujeres de verse nuevamente privadas de libertad y temiendo lo
que ocurriría a continuación, y no pudo evitar retornar al pasado, al día en que poco más de
cinco años atrás un grupo aún mayor de soldados había hecho acto de presencia donde vivía
felizmente con sus seres queridos, asolando y destruyendo todo a su paso, a la mayoría de
los hombres, esclavizando a las mujeres y niños, a Claudia, a ella misma. Sacudiendo la
cabeza intentó desechar esos funestos pensamientos. Esta vez no, se dijo, ahora estaba junto
a su padre de nuevo, y tendrían que matarlos para volver a separarlos. Asomó la cabeza
desde detrás de Tiro para intentar ver algo que le indicase la identidad de sus captores, sin
embargo solo pudo ver a los romanos hablar entre ellos mientras unos cuantos los
mantenían vigilados. Al parecer los romanos sospechaban que los más peligrosos eran su
padre y Luciano, por lo que la vigilancia sobre estos era más estrecha que sobre la de los
demás. Estaban agrupados al pie de una enorme roca de piedra caliza, helados debido a la
fina lluvia que les había caído en el trayecto del puerto hasta allí, muchos ensangrentados
debido a los golpes del látigo que tanto les gustaba usar a los soldados. Tiro y Luciano
habían sido los que más habían recibido y por eso la sangre de su espalda y sus brazos era
más evidente que en los demás, pero ella no les había oído quejarse una sola vez, por lo que
estaba tremendamente agradecida, ya que si los hubiese oído suplicar o pedir clemencia su
miedo, y el de los que les acompañaban en el cautiverio, se habría incrementado cien veces.
Ellos mantenían el espíritu del grupo con su actitud. Gades observaba a su padre sin que
este se percatara de ello, y admiraba que simplemente se mantuviera en un sepulcral
silencio, distante y al acecho. Era en esos momentos cuando más lo admiraba y sufría por
todo lo que había tenido que soportar en el periodo en el que estuvo esclavizado. Vio como
un hombre ataviado con armadura militar y el casco emplumado colocado en la cabeza se
acercaba hasta ellos montado en su enorme caballo moteado. Se volvió a esconder tras la
espalada de su padre. Aquella situación le recordaba en demasía al pasado y no quería ni
pensar que había sido Marco quien los había prendido otra vez. Esta vez su corazón no
podría soportar tanto dolor porque ahora conocía el cuerpo y el alma del hombre y nunca
entendería…
-Vaya, vaya, lo que hemos encontrado. Ha sido toda una suerte para mí.
Como era habitual en ella, no acató ninguna orden en cuanto supo la identidad de
quien los había hecho prisioneros. ¡Cornelio¡ Por todos los infiernos que iba a matarlo y ni
siquiera los dioses iban a lograr impedirlo. ¿Cómo se había atrevido a atarlos, golpearlos y
hacerlos andar durante horas bajo la lluvia? En ese instante fue cuando comprendió
perfectamente bien el odio y la inquina que Marco sentía hacia el hombre. La comprendió
porque empezó a sentirla ella misma.
Cuando hubo dicho esto Gades sintió como un escalofrío de terror le recorría la
columna. Había entendido perfectamente al Tribuno romano. Iban a matarlos. ¿Pero a
todos? ¿Los niños también? ¿Y su abuelo? ¿Acaso había querido decir que Augusta lo
mataría? Después de todo había ordenado la muerte de su madre, ¿haría lo propio con su
abuelo?
Mientras este hablaba Tiro y Luciano se habían acercado más el uno al otro sin que
nadie se diese cuenta porque Elia se había colocado junto a Gades para no entorpecerla,
por lo que el padre de esta había quedado a su espalada, por ende, Luciano con él puesto
que los habían atado juntos.
-No puedo creer que seas capaz de matarme. Soy un miembro de tu familia.
-Querida Gades—le explicó--, si ese maldito padre que tienes hubiese cumplido con
lo que se le ordenó no habrías llegado siquiera a existir.
-Pero…
-Sin excusas prima. No quiero lloriqueos cuando tú tienes mucha culpa de que
ocurra esto. ¿Para qué te dejé esa daga?—le preguntó serio--. Para nada. No hiciste nada, ni
siquiera lo intentaste.
-Gades sigue hablando—le susurró Luciano--, entretenlo todo lo que puedas.
-¿Qué se suponía que tenía que hacer?— ¡Sí, claro que sí! Ella sabía muy bien lo
que Cornelio hubiese querido que hiciera, lo había adivinado en ese instante.
-Matar a tu pretor—lo dijo en tono tan jovial que nadie hubiese imaginado que
había pronunciado el verbo matar.
Ella no tenía ganas de seguir hablando con aquel monstruo. Sus motivos para matar
a la gente no tenían sentido. Al menos Marco había actuado movido por el dolor y la
venganza mientras que ese engendro lo hacía por puro placer. Todos habían sido objeto de
los engaños y manipulaciones de este y de su madre. Todos habían sufrido pérdidas. Su
abuelo, Marco, Claudia, Luciano… Cornelio se apeó de su montura aproximándose a ella
con movimientos rápidos. Pavoneándose. Era consciente de su atractivo pero también lo era
de que a ella le repugnaba, por eso se le acercó tanto, para mortificarla.
Cuando este se volvió para mirarla Cornelio le asestó un golpe con la espada que
tenía en el brazo que aún conservaba, provocándole un corte a lo largo de todo el costal
izquierdo. Marco no se esperaba ese golpe a traición y perdió un poco el equilibrio,
debilitado por las heridas anteriores, ventaja que aprovechó el otro para darle el golpe de
gracia que se vio bloqueado por el débil cuerpo del griego que había acudido hacia el lugar
en el mismo instante en que Cornelio atacó a su patrono, interponiéndose entre el golpe y
el pretor. Cuando Marco pudo reaccionar solo pudo ver el anciano cuerpo de Orseis partido
por la mitad debido a la fuerza del golpe asestado con el enorme espadón y a Cornelio
volviendo de nuevo al ataque poseído por la locura. Miró a su alrededor en busca de un
arma y encontró la daga de Gades, que lanzó contra el corazón de Cornelio, acertando de
pleno y provocándole la muerte al instante mientras caía de rodillas ante el cuerpo del
anciano. Al momento todo se había calmado. Tiberio le informó de que los hombres de
Cornelio habían muerto, todos menos uno que logró escapar, y que los esclavos que
acompañaban a Tiro y este mismo estaban en custodia. Había habido doce bajas entre los
hombres del fenicio, algunas de ellas mujeres que se habían enfrentado a los romanos por
defender a sus hijos. Como en el pasado hizo su hermana Julia por defender a su sobrino de
Cornelio. Marco había oído toda la conversación entre este y Gades mientras esperaba el
momento oportuno para atacar, aunque ese momento se vio precipitado por la actuación de
Tiro y el otro joven.
-Gracias por tu ayuda—le dijo mientras observaba como estaba siendo atendido por
Elia, quien se conducía con sumo cuidado para no provocarle más dolor del necesario. No
se atrevía a mirarlo a los ojos porque sentía miedo de lo que él pudiera decirle, a lo que ella
pudiera responderle, pero a pesar de ello no se marchó, se quedó ahí, contemplando como
otra persona lo atendía para que sanase mientras ella podía percibir como se le escapaba la
vida con cada respingo que el hombre intentaba contener.
-Será mejor que no se mueva—le dijo Elia a Gades cuando esta se sentó en el frío
suelo, junto a Marco. La joven asintió y le dio las gracias a la mujer, quien se marchó de
allí mirándolos a ambos con dulzura, y la joven no pudo evitar preguntarse si alguna vez
algo pasaría desapercibido a los ojos de la mujer.
Al parecer el romano no tenía ganas de hablar porque no dijo nada, solo hizo una
mueca. Sin embargo ella necesitaba hablar con él. Conocer cuáles eran sus intenciones, sus
sentimientos. -¿Qué va a pasar ahora?
Gades estaba preocupada por todo. Por él, por su padre, por los que viajaban con
ellos y habían conseguido sobrevivir, por el presente, por el futuro, por su libertad, por
todo, y sabía que solo se calmaría si él la tomaba entre sus brazos y la consolaba. Si la
besaba y le decía que todo estaría bien, que él lo arreglaría. Sabía que era egoísta al
pretender algo así pero…
Marco volvió a enmudecer. Sabía lo que tenía que hacer, pero era tan difícil. Si los
dejaba marchar ella volvería a irse, y esta vez estaba convencido de que lo haría para
siempre. Si no lo hacía, Gades nunca se lo perdonaría. Pero, ¿se perdonaría él entonces?
Que complicado resultaba todo, antes, cuando era simplemente su esclava todo era mucho
más fácil. Solo tenía que desearla y ella no podía negarse, aún a regañadientes, no podía.
Ahora tenía que intentar hacer que ella lo quisiera realmente, que deseara quedarse con él, y
no sabía cómo hacerlo pero estaba seguro que llevándose a Tiro a Roma no conseguiría que
ella volviese a su lado. ¡Por Marte que le quemaban las manos de aguantarse el deseo de
tocarla de nuevo¡
Marco abrió los ojos debido a la sorpresa. Su corazón había hablado por él. Estaba
seguro de que no quiso decir aquello pero las palabras se le habían escapado de lo más
profundo de su alma.
Gades lo miró a los ojos con aquella expresión que tanto la caracterizaba, pero no
sabía que decir. ¿Qué podía responder a eso? A ella le hubiese gustado gritar: ni para mí;
pero no pudo hacerlo. Después de tanto sufrimiento todo se había descubierto al fin. Todo
por lo que ella había pasado desde hacía cinco años no era sino producto de una mentira.
De una cruenta manipulación. Ni su padre era un asesino ni los habitantes de Baelo-Claudia
le daban refugio como pensó Marco en su momento. Más en su corazón no sentía ya
rencor. Después de tantas muertes, de tanto dolor, ¿qué le quedaba? Nada. Solo la certeza
de que nunca podría ser feliz. El conocimiento de que su corazón estaba roto. ¿Que sería
doloroso para él? ¿Acaso pensaba que ella era una roca? ¿Qué no sufriría? Con esas tres
palabras la había herido profundamente porque ella sí sabía que no podrían estar juntos.
Tiro no lo permitiría por mucho que ella se empeñara. A pesar de que él había ido en su
auxilio, recatándolos, y de que ella lo amara. A pesar de todo, no podrían tener un futuro
juntos. Todo los separaba. Su padre los separaba. Demasiadas muertes los separaban.
-¿Por qué viniste Marco? –Era el momento de sincerarse, y esa era una pregunta que
la estaba carcomiendo, porque por mucho que intuyera la respuesta, necesitaba oírla de sus
propios labios. Él volvió a mirarla directamente a los ojos y sintió como si con aquella
mirada le estuviese acariciando el alma.
Marco pensó que su silencio lo iba a matar más que cualquier otra herida que
hubiese sufrido en todos sus años de soldado.
Y ella se dejó. Sentía tantas ganas de besarlo aunque fuera esa última vez que creía
morir allí mismo, sobre todo después de haberlo escuchado confesar que la amaba.
-Ni se te ocurra romano—los interrumpió Tiro rompiendo el hechizo del momento.
-¡Papá!--Gades se sobresaltó y se incorporó de inmediato, apartándose de él, y
Marco tuvo la desagradable certeza de que había pasado la oportunidad de convencerla de
llevársela consigo.
-Veo que ya estás lo bastante recuperado—le dijo el fenicio con dureza--. ¿Has
decidido lo que vas a hacer con nosotros? Ese tal Tiberio nos mantiene vigilados y no nos
permite marcharnos hasta que decidas que hacer
El pretor era consciente de que ese hombre no había matado a su familia pero no por
ello le gustaba. El antagonismo que sentían el uno por el otro se podía palpar en el
ambiente. Aquello era irracional, eran simplemente enemigos naturales.
-No voy a hacer nada. Podéis marcharos—miró a Gades--, me encargaré, junto con
tu abuelo, de arreglar tu situación—le dijo a Tiro--, y de las personas que han venido con
vosotros a la Bética. Será mi forma de resarcir en parte el daño que os he causado.
-Supongo que debemos estarte agradecidos, pero no lo estamos—al decir esto miró
a Gades--. Vamos, nos queda un largo camino hasta llegar a Baelo-Claudia.
-Gades—le suplicó Marco consciente de que podía perderla para siempre--, quédate
conmigo por favor. Sabes lo que siento por ti, te prometo que siempre te cuidaré, te haré mi
esposa, serás la dueña de mi hogar y mi corazón.
-No permitiré que te cases con mi única hija—Tiro se le acercó demasiado al pretor
y aquello no le gustó nada a este quien a pesar de todo no lo soportaba--, ni ahora, ni
nunca. Ve haciéndote a la idea romano.
-¿Ella no tiene nada que decir?—le preguntó a la mujer que amaba. ¡Por los dioses
Gades no te calles ahora¡-- ¿Para esto querías tu libertad, para seguir obedeciendo órdenes?
—Marco intentó despertar en ella esa chispa rebelde que la caracterizaba, pero no lo
consiguió.
-Yo…
La mujer dudó un momento en lo que debía hacer. Ese era el tan temido momento.
La decisión que tanto la asustaba. De un lado su padre, a quien quería con locura a pesar de
sus diferencias y quien había sufrido lo indecible a manos de los romanos por ir en su
rescate, de otro el hombre que amaba, cuyos actos habían provocado el sufrimiento de
todos ellos. Cerró los ojos con fuerza para convencerse de que era lo mejor. No podía
hacerlo, a pesar de que lo deseara con cada poro de su cuerpo y de su ser, a pesar de que
sabía que acabaría destrozada, aún no era el momento, y era consciente de que si no lo
hacía en ese instante tal vez lo perdiera para siempre.
-…vamos pater—le dijo a Tiro sin volverse a mirar a Marco. No podía mirarlo, no
debía hacerlo si quería seguir adelante con aquella decisión. Era consciente de que si solo
se volvía aunque fuese un instante, no tendría valor para marcharse, y entonces provocaría
más dolor. Así que tomó a su padre de la mano y se marchó de su lado sin detenerse a
volver la vista atrás.
Marco la vio marcharse con una impotencia que lo carcomía por dentro. No podía
moverse debido a sus heridas, pero de haber sido capaz tampoco la hubiese detenido. Gades
no quería que la esclavizasen de la forma que fuese y él no pensaba retenerla a la fuerza,
por mucho que le doliera su marcha y a pesar de la desdicha que le provocaba. Intentaría
vivir con su recuerdo, ¿pero cómo hacerlo si todo le recordaba a aquella temeraria mujer?
XV
Marco Valerio, aclamado pretor romano, caminaba por la pequeña ciudad seguido
de su enorme caballo negro. Iba solo, sin escolta, andando por las calles que asoló años
atrás y que parecían haber vuelto a la vida poco a poco, como si nunca hubiesen ardido,
como si nadie hubiese muerto aquel día, como si todo hubiese sido producto de una
horrible pesadilla. Tragó saliva. A pesar de que era muy conocido por su valor y heroicas
hazañas tenía miedo, y hubiese sido estúpido no reconocerlo ante sí mismo, y él no era
estúpido, motivo por el cual, por muy digno que tratase de mostrarse ante aquella gente, no
podía evitar estar alerta. Solo su cautela podría librarlo de salir mal parado de allí, y tenía
planes para salir ileso y acompañado. Se secó el sudor de la frente en un gesto natural,
intentando no aparentar nerviosismo.
Estaba convencido de que aquello era lo más arriesgado que había hecho en toda su
vida. Ninguna batalla pudo provocarle el desasosiego que sentía en ese instante. Después de
todo, aquella gente lo había apodado la bestia romana por lo que les hizo y cualquier acto
de venganza estaría justificado, al menos él lo comprendería.
A cada paso que daba la actividad parecía detenerse, y el silencio se iba apoderando
de todo y de todos. Solo los niños que encontró jugando en la calle siguieron como si nada
ocurriese cuando pasó a su lado. Como si él fuese una persona sin importancia. ¡Ojalá lo
fuese¡ Se le contrajo el estómago. Lo único que esperaba era no tener ningún altercado
antes de llegar a la casa de Tiro, donde, estaba completamente seguro, la cosa se pondría
muy fea. Intentó parecer tranquilo mientras continuaba hacia su destino, aunque podía
sentir las miradas de los habitantes de Baelo-Claudia clavadas en su espalda. Lo
observaban. Sentía el temor y la rabia, la incredulidad. Podía percibir el odio y la sorpresa
en aquellos que lo contemplaban. Tal vez los supervivientes de su masacre. Su gran acto
heroico. ¿Qué harían? ¿Intentarían asesinarlo en una de las calles menos transitadas de la
ciudad?
Justo en el instante en el que se encontró ante la puerta del domus de Tiro alguien lo
tomó de la mano de forma imprevista y se colocó junto a él. Se sorprendió un poco por el
inesperado gesto, por lo que volteó la mirada sin parecer asustado, para ver quien había
sido tan osado de tocar al carnicero de la ciudad.
-¿Qué haces aquí?—le preguntó en voz baja mientras volvía a dirigir su mirada a la
puerta abierta de la casa donde se encontraba la mujer que quería por esposa.
-Donde va mi hermano, yo le sigo—le dijo con una sonrisa—. Me arrebataste a mis
padres pero me diste un hogar. No voy a permitir que nadie me vuelva a quitar nada,
mucho menos tú mismo, colocándote en esta posición de desventaja—. La joven le apretó
la mano con fuerza--. Ya no soy una niña y pienso defender a mi familia.
-Claudia…
Marco no podía hablar, tal era la emoción que lo embargaba que la voz se le quebró.
Nunca hubiese pensado que podría haber redención para sus crímenes, por lo visto, se había
equivocado de nuevo. Los dioses le habían devuelto a una Julia más joven para que él la
cuidara, y no pensaba permitir que nadie le hiciera daño. Esta vez la vigilaría de cerca, no la
perdería de vista. Allí estaba su hermana y él la protegería con su vida.
-Yo también te quiero— Fue lo único que le dijo la muchacha dándole un sonoro
beso en la mejilla para que todos los curiosos los vieran. A continuación se apresuró a
entrar en la casa en busca de Gades mientras él se quedaba en el dintel de la enorme puerta
decidiendo si debía cruzarla o no sin invitación.
Aquella era la voz del que esperaba lo aceptara como yerno. Él hubiera deseado que
quien saliera fuera Gades, sin embargo quien lo había hecho, y echando fuego por la boca,
había sido el padre de esta. Ni siquiera le había dado tiempo a decidir si cruzaba el umbral
cuando lo vio venir en tromba, y con cara de pocos amigos, hacia él. Eso fue lo que lo
ayudó a decidir que no debía entrar en la casa. Al menos no en aquel momento.
Se cuadró.
-¿Suerte?—le preguntó con su potente voz. Primero muerto que permitir que ese
mercenario percibiera su desazón.--¿Acaso no he perdido a mi mujer? Tienes un concepto
de la suerte un tanto peculiar.
Tiro se enfureció aún más por la osadía del soldado. ¿Había llamado su mujer a
Gades?
El joven miró a Marco con ira mal contenida pero no hizo ademán de atacarlo. Cosa
por la que tuvo que estar agradecido a quien quiera que lo estuviera protegiendo, dios u
hombre, aunque no perdió de vista al tal Luciano ni por un segundo. Nunca se sabía la
disciplina que estaba dispuesto a aceptar un antiguo esclavo.
-¡Claudia! Ven aquí ahora mismo y repíteme delante de este asesino lo que acabas
de decirme-- El tono de voz del hombre denotaba cierta rabia, así que Marco se percató de
que Claudia había discutido con él y no le gustó.
-No la metas en esto—soltó sin poder contenerse. Había ido con toda la intención de
mostrarse apacible pero… aaarrrggghhh, el otro no se lo estaba poniendo nada fácil.
¿Acaso intentaba poner a Claudia en su contra? De eso ni hablar.
-Ya te lo he dicho Tiro. Quiero al pretor Marco Valerio como a un hermano—dijo la
muchacha para enojo de Tiro y su propia tranquilidad—. Él es una buena persona, a pesar
de… de todo. Lo que ocurrió ha quedado en el pasado. No hace falta revivir
constantemente horribles recuerdos.
Luciano miró a Claudia con el mismo desprecio con el que Tiro lo miraba a él y al
romano le iba gustando cada vez menos ese muchacho.
-¿Ves cómo tienes suerte? La hija del que fuera mi amigo hasta que lo asesinasen
tus hombres te ha llegado a tomar cariño, por eso aún no te he matado— Eso lo dijo
mirando a Claudia, consiguiendo que a ella le brillaran los ojos pero se mantuviera firme en
sus palabras. ¡Maldito Tiro! ¿Por qué tenía que hacerla sufrir? Ella era solo una niña--.
¿Quieres saber el motivo por el que ningún habitante de la ciudad lo ha hecho todavía?
Porque temen la ira de tu adorada Roma. ¿Qué pasaría si le ocurriese algo a su preciado
Pretor?
-No tienen nada que temer—se apresuró a afirmar. No quería que nadie creyese que
podría volver a actuar de la misma manera, aquello fue algo… algo… No te engañes
Marco, en tu fuero interno sabes que lo harías de nuevo si alguien le hiciese daño a Gades
o a Claudia. Y eso era lo que más temía. Siempre sería una bestia y no podía ocultarlo.
-¿De verdad?
Tiro no era ningún idiota y parecía saber leer dentro de él. El hombre descruzó los
brazos y se acercó hasta Marco, colocándose frente a él, retándolo con la mirada y la
postura. En actitud amenazadora.
Marco no lo atacó. No hizo nada por lo que era tan conocido allí, manteniendo una
calma que ponía en guardia a los otros hombres. La calma por la que era tan conocido en la
batalla. La calma del ganador. Una calma que solo él sabía inexistente.
Sin embargo sí hizo algo sorprendente para todos. Sacó un afilado cuchillo, el cual
traía oculto en el cinto de cuero que rodeaba su cintura, y se cortó la palma de la mano
izquierda. Fue un acto tan rápido que ninguno de los allí presentes pudo reaccionar para
detenerlo, aunque tampoco tenía la esperanza de que quisieran hacerlo, con toda seguridad
aquel par ansiaba ver su sangre derramada de la forma que fuera. Acto seguido hizo lo
propio con la derecha, ante la mirada de horror de Claudia y el desconcierto del fenicio. Y
sonrió en su interior consciente de que los había desconcertado. Al menos esa sería una
victoria que no iba a dejar de saborear en un futuro.
-No me voy a justificar, solo diré que mi dolor me cegó. Es mi única excusa. Mi
única razón. Mi única verdad.
Miró a Gades directamente al decir esto y vio como esta lo observaba con los ojos
anegados en lágrimas, al ver al altivo y temido pretor arrodillarse frente a unos simples
plebeyos, campesinos, comerciantes, pescadores…. Se había puesto de rodillas implorando
el perdón por las vidas que había quitado y había sellado ese gesto honorable con su propia
sangre. Ni siquiera su padre supo reaccionar ante tal gesto de grandeza.
-¡Maldita sea Luciano, suéltame de una vez!-- Chilló descontrolada por acudir al
encuentro del hombre que amaba. ¿Qué más quería Tiro para permitirle irse con él?
-Ni hablar—le dijo el joven--, tu padre no lo ha autorizado.
-Te digo que me sueltes o te vas a arrepentir—siseó.
Marco la observaba desde donde se encontraba con el corazón en vilo y los nervios
a flor de piel. La rabia lo estaba consumiendo, no por la humillación a la que él mismo se
había sometido, sino porque aquel hombre le estuviese poniendo las manos encima a la que
consideraba su mujer. Lastimándola.
Luciano tuvo que apretar más su abrazo ante los descontrolados y violentos intentos
de la mujer de agredirle por no obedecerla y no pudo evitar hacerle daño con ello, por lo
que Gades emitió un gemido de dolor que le llegó a Marco al alma.
Y se formó el caos.
Todo ocurrió muy rápido.
Tiro se giró a mirar a su hija con cara de querer azotarla por ser tan desobediente.
En las últimas semanas había descubierto que tener que bregar con ella era todo un
calvario, ¿y ahora este venía y armaba un alboroto para llevársela? Quizás ese fuera un
buen castigo para el romano. Tener que cargar con el temperamento de esa mocosa y así…
No le dio tiempo a acabar su reflexión, en un santiamén se vio tirado al suelo de un
empujón que no había visto llegar. Se quedó aturdido, había sentido como si lo golpeara
una roca y no pudo sino admirar la fuerza del romano al darse cuenta quién lo había
derribado. Miró por encima de su hombro, aún en el suelo, y ni siquiera pudo avisar a
Luciano del ataque del pretor debido a la rapidez con que este se había movido.
Sin haber terminado de decir la frase en voz baja y ya había golpeado duramente al
hombre que tuvo que soltar a Gades para poder mantener el equilibrio y no caerse ante el
inesperado ataque.
-¡Marco¡ ¡Oh Marco¡--Gades se lanzó a sus brazos en cuanto se vio libre y Claudia
corrió a ponerse entre ellos y Luciano que ya se había recuperado lo suficiente como para
lanzarse contra estos.
-¿Te encuentras bien?--Acunó el rostro de Gades entre sus manos mientras la
besaba con ternura en la frente. Se sentía dichoso de verla, con el corazón desbocado por
tenerla de nuevo entre sus brazos y que ella no lo rechazara como la última vez. Desde
luego que no se esperaba ese recibimiento por su parte y se alegraba enormemente de haber
ido a buscarla.
-¿Y tú?--le preguntó angustiada--, ¿por qué has hecho eso?—Le tomó una de sus
manos ensangrentadas y apoyó la mejilla en ella, sintiendo como su piel se impregnaba de
la sangre templada del hombre.
-Tenía que demostrarte que estaba dispuesto a hacer cualquier cosa por ti.
-Para mí es suficiente con que hayas venido a buscarme pero…
Gades le dirigió una mirada a su padre, quien ya se había puesto en pie después del
empujón recibido, e intentaba hacer razonar a Claudia para que no se inmiscuyera en aquel
asunto.
Gades lo miró a los ojos y deseó besarlo allí mismo, delante de todos, de sus
vecinos, de su padre, de ese maldito Luciano, de Claudia… que todos supieran que lo
amaba. Sí, amaba a su captor. Amaba al hombre que le había arrebatado la libertad, que le
había enseñado el arte del amor, que la encolerizaba con su arrogancia y su tozudez, que la
llamaba esclava.
Gades reaccionó colocándose entre su padre y él. Evitaría a toda costa que se
enfrentaran.
Gades se colocó por delante de Marco a modo de escudo, pero el otro la apartó.
Tiro se limpió la sangre que había empezado a manarle de la boca a causa del golpe
y sin previo aviso lanzó un puñetazo al estómago del pretor que lo hizo doblarse por la
mitad y a punto estuvo de caer.
Al poco rato una Gades, ayudada por la esposa de su padre, salía portando una
enorme vasija llena de agua que vertieron sin dudar sobre los hombres que continuaban,
aunque sin resuello, con su lucha. Ambos las miraron estupefactos y agotados, sin poder
creer que hubiesen sido capaces de empaparlos de agua para detenerlos.
-Y ahora que me prestáis toda vuestra atención—les dijo con toda la dulzura de la
que fue capaz--, os haré partícipes de lo que yo he decidido.
Marco contuvo el aliento temiendo que con su arrebato hubiese perdido a Gades, ya
que aún recordaba como intentó matar a Cornelio cuando creyó que tenía esclavizado a su
padre. ¿Qué tendría pensado hacer con él después de que hubiese molido a palos al fenicio?
Se maldijo entre dientes. ¿Hasta cuándo iba a seguir metiendo la pata con aquella mujer?
Había jurado mantener la calma y mira como habían ido las cosas. A la primera de cambio
se enfrascaba en una pelea con su futuro suegro.
Claudia sonrió al ver como aquellos dos seguían con su enfrentamiento aunque de
forma verbal.
-Bien—Gades se puso las manos en la cintura--, primero te haré saber a ti, papá, lo
que voy a hacer.
El hombre la miró entrecerrando los ojos. Temía lo que su pequeña tuviera que
decir, sobre todo después de haber visto la forma en que miraba y protegía a ese maldito
romano. Y a su pesar tenía que reconocer que se sentía satisfecho al ver cómo había salido
este en defensa de ella a la menor provocación, cosa que había hecho con toda la intención
porque desde hacía años le debía esa paliza a ese muchacho.
-Siempre que recuerdes que soy el pater-familias y estas bajo mi tutela—le recordó
para enfurecerla. Se parecía tanto a su madre cuando se enfadaba que no pudo evitar
pincharla un poco, sin embargo su hija supo de su artimaña de inmediato y no se dejó.
-Cierto, pero como me quieres y estás muy feliz porque estamos juntos de nuevo—
le dijo--, y sigo con vida y todo eso que dices cuando estás de buen humor, vas a aceptar
todo lo que yo tenga planeado hacer para ser feliz.
Marco soltó una carcajada que provocó que Gades le dirigiera una mirada que
quería decir más vale que cierres el pico.
-Lo primero de todo papá, es que he decidido que quiero estar cerca de mi abuelo, él
es muy mayor y no quiero que pase sus últimos días solo y apenado porque no está
conmigo.
El hombre la miraba expectante, dudando de lo que fuese a hacer aquella mujer que
lo había vuelto loco desde la primera vez que la viera arrodillada en su dormitorio,
recogiendo los pedazos de una vasija que había esparcidos por el suelo y la ropa manchada
de vino.
Marcó apretó los dientes. No iba a volver a pelearse, menos en un momento como
aquel, en que Gades había tomado una decisión con respecto a él, y esperaba que fuese la
acertada. Pero más tarde, más tarde le daría su merecido a ese.
-Viniste a por mí cuando pensaste que me habían secuestrado y nos ayudaste—al
decir esto miró a su padre--, y hoy has vuelto a venir por mí, desarmado y pidiendo perdón
por tus errores pasados. Incluso has derramado tu propia sangre para expiar tus culpas…
-No lo hagas.
-¿Y ha servido para algo?—le preguntó él con el corazón en un puño ignorando la
orden de Tiro.
Gades había tomado una decisión y pensaba llegarla a cabo, se le acercó todo lo
que pudo, tomándole el rostro entre las manos, invitándolo a que se agachara un poco hasta
colocar sus cabezas a la misma altura.
Marco no lo dudó un momento, sino que la tomó en brazos besándola con un ansia
que nunca creyó que hubiese podido llegar a sentir por ninguna mujer, y Gades se aferró a
él con un anhelo tan poderoso que hizo sonrojar a Claudia, suspirar a Elia, protestar a
Luciano y maldecir a Tiro.
-¡Un momento!
-Ahora no Tiro—le aconsejó su esposa--. No es el momento.
-No te la llevarás si no es casándote con ella.
-¡Padre!--exclamó Gades soltándose a desgana del hombre que la dejaba sin sentido
cuando la besaba.
-Es lo primero que he dicho cuando he llegado. Que quiero que sea mi esposa—le
recordó Marco.
-Muy bien—intervino Claudia—entonces lo haremos ahora mismo. Gades las
palabras.
Ella seguía sin comprender, su padre no necesitaba palabras, su dura cabeza estaba
obcecada con Marco.
-¡Claro!--intervino esta con la mirada iluminada por la emoción. Si Gades decía las
palabras podría solucionarse todo aquello en ese preciso instante. No es que fuese la
situación ideal para una boda pero podría servir--. Rápido Gades, mira la expresión de tu
padre.
De repente Gades recordó como las tres habían comentado lo absurdo que le
parecían aquellas palabras que debía decir la mujer romana para aceptar en matrimonio a su
futuro marido, y no pudo evitar sonreír. Ahora esto. Desde luego que todo en su relación
iba a ser original. Apartándose de Marco se colocó debajo del dintel de la puerta y su
hermana se colocó a su lado.
EPÍLOGO:
Por lo visto durante ese tiempo su relación con Luciano había ido de mal en peor.
No se soportaban.
Gades miró a Marco con una sonrisa en el mismo momento en que Tira se había
quedado dormida mamando.
Marco la miró entrecerrando los ojos, intentando descubrir cual sería el plan que
tenía su mujer en mente. Se acercó más a ella y le acarició la cabeza a su bebé.
FIN
NOTA DE LA AUTORA:
No me gustaría que el lector cerrase este libro sin conocer algunos datos
que considero importantes para una mejor comprensión de la novela. Debo decir que la
historia es, en su totalidad, producto de mi imaginación, tanto el personaje de Gades, como
el de Marco, o Tiro, ejes fundamentales de la trama. De la misma forma que lo es la
masacre que da origen a la historia. A pesar de ello, me gustaría hacerle saber que he
ideado esta novela sobre algunos acontecimientos, hechos históricos y circunstancias reales,
como serían: la existencia de Baelo-Claudia, la factoría de garum, la existencia de
Damófilo y Euno, personaje, este segundo, que verdaderamente protagonizó el primer
alzamiento de esclavos contra el Imperio Romano y que tuvo en jaque por más de un año al
mismo. También es un dato histórico el apunte que hago en la novela sobre como los
esclavos sublevados pusieron a salvo a la hija de Damófilo con unos parientes en Catina, a
pesar de asesinar a este y su esposa, por la brutalidad con que estos siempre los
obsequiaron. Este dato he querido incluirlo porque muestra, a mi humilde entender, como
no se vieron empujados por la sed de venganza sino de justicia. En cuanto a Baelo-Claudia,
resultaría totalmente reprochable no hacer referencia a la belleza de la ciudad, puesto que es
un lugar digno de inspirar la más bonita y tormentosa historia de amor. Imagínese querido
lector, una ciudad al borde del mar, en un enclave paradisíaco, dotada con los más
brillantes y hermosos colores que la naturaleza puede ofrecer, e imagine también a los
personajes allí. La antigua ciudad romana de Baelo-Claudia está situada en la Ensenada de
Bolonia, a unos veintidós kilómetros al noroeste de la ciudad de Tarifa, en la provincia de
Cádiz (España), dentro del actual Parque Natural del Estrecho. El estudio de sus restos
arquitectónicos muestra su origen romano de finales del siglo II a.C., observándose ya,
desde esa época, una gran riqueza que la convierte en un centro económico importante
dentro del área del Mediterráneo. Declarada Monumento Histórico Nacional, esta ciudad-
factoría romana, sorprende al visitante por su estado de conservación, por lo que invito al
lector, si le ha gustado la historia y tiene ganas de conocer otros lugares, a realizar una
visita guiada por los restos de la misma, augurándole el verse trasladado a otro tiempo sin
moverse del lugar. Baelo-Claudia fue importante en la época romana por sus conservas y
salazones, origen de la salsa garum, muy nombrada en la novela, y considerada un
exquisito manjar. Lo trágico, pero que a la vez hace que la ciudad parezca hermosa,
despertando un sentimiento de nostalgia, es saber que un terremoto la destruyó: y que no
fue hasta 1.917, fecha en la que comenzaron a realizarse las primeras excavaciones en la
zona de Bolonia, cuando se encontraron los restos de una ciudad próspera, construida según
los cánones clásicos de Roma, conforme a un proyecto urbanístico perfectamente
planificado y racional. Y es allí donde imaginé a una Gades asustada, a la orilla del mar,
cogida de la mano de la pequeña Claudia, observando como los romanos destruían su
hogar, y es allí donde imaginé a un pretor romano arrodillado, años después, suplicando
amor.
He utilizado palabras latinas como garo, garum, pater (padre), vilicus
(administrador), patrono (patrón, jefe), serva (esclava), tabernae (tienda), domus (casa),
strophium (sujetador), subliculum (bragas), al igual que he citado la Lex Vilia Annalis y el
Cursus Honorum, estos dos, la ley y el curso, que han sido usados y explicados a lo largo
de la historia.
Sin embargo, hay algo que me gustaría explicarle al lector para su mayor
comprensión, y es lo siguiente: cuando Gades le dice a Marco: “Allá donde tú seas Gayo,
yo seré Gaya”; lo que en realidad está haciendo es pronunciando los votos matrimoniales, o
mejor dicho, una adaptación para la novela de en qué consistirían dichos votos, puesto que
la puerta, o el umbral que debía cruzar el marido con la futura esposa en brazos, era el de
su propia casa.
Con mis mejores deseos, espero que hayan disfrutado de esta novela y se hayan
enamorado, tanto como yo, de Marco y de Gades.
Lucinda Gray.