Trabajo Formativo 12
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Afectividad humana
4. LA AFECTIVIDAD
2. La afectividad psíquica
a) Corporalidad
Pasemos ahora a explicar qué son los sentimientos, es decir, la afectividad psíquica y cuál
es su estructura. Los sentimientos tienen, en primer lugar, un componente fisiológico y
orgánico. Si voy caminando de noche por una calle desierta y noto que una moto, detrás de
mí, comienza a seguirme a poca velocidad, mi organismo reacciona de una manera muy
determinada: el corazón se acelera, la boca se seca, los músculos se tensan y se me hace un
nudo en el estómago. Estoy sintiendo una emoción (desagradable en este caso) y una parte
de mí, mi organismo, reacciona fisiológicamente. Esta reacción puede tener el efecto
positivo de favorecer mi respuesta ante el hecho que ha provocado la emoción y podemos
consideraría, por tanto, una reacción adaptativa. Pero no siempre ocurre así. Si el miedo
que se genera en mi interior es excesivo, puede bloquearme e impedirme toda respuesta.
La dimensión corporal de los sentimientos tiene, además, otro aspecto de tanta importancia
como la reacción fisiológica: la manifestación o expresión externa. Los sentimientos, a
diferencia, por ejemplo, de los procesos cognoscitivos, se caracterizan por que tienden a
ser exteriorizados y expresados corporalmente. No se trata solamente de que surjan al
exterior a través de reacciones orgánicas incontroladas, como quien se pone rojo de
vergüenza, sino que, por su propia naturaleza, requieren ser expresados. Si estoy alegre,
sonrío o me río a carcajadas y si, por el contrario, estoy enfadado, me enfurruño y adopto
una posición facial muy determinada. De igual modo, si tengo pánico, puedo hacer todo tipo
de aspavientos: esconderme, taparme la cara con las manos para no mirar, etc.
Este tipo de reacciones remite al lenguaje corporal. Taparse la cara cuando se tiene miedo
supone un intento de protección, y la gestualidad del enfadado es una transmutación
corporal de la rabia y la energía que le posee. Por eso, la atención al cuerpo de la persona
nos puede dar muchas indicaciones sobre su estado de ánimo.
De todos modos, la relación emoción-expresión corporal no siempre es sencilla ni directa.
Los movimientos corporales (de las manos y brazos, espaldas, etc.) no tienen un significado
necesariamente unívoco y varían con las épocas y con las culturas. Golpearse el pecho con la
mano es el símbolo corporal del arrepentimiento en Occidente y se usa, por ejemplo,
durante la misa. En África, sin embargo, significa todo lo contrario: la exaltación del yo y
de la fuerza del individuo. Por lo que respecta al rostro, sin embargo, existe una
universalidad semántica mucho mayor que se ha confirmado con estudios experimentales.
Parece, en efecto, que en todas las culturas los sentimientos fundamentales de alegría,
enfado, sorpresa, etc., se expresan del mismo modo, de manera que personas de culturas
muy diferentes pueden determinar sin error estas emociones expresadas por los rostros
de niños o de adultos de otras culturas.
Por todo ello, en la relación emoción-expresión no se puede prescindir de la posibilidad de la
simulación. Una persona puede simular corporalmente sentimientos que no siente con el
objeto de engañar a quienes la rodean (o de entretenerles, en el caso de los actores). y, si
por un lado se ha dichoque «la cara es el espejo del alma», también Shakespeare dice en
Macbeth que «no hay arte que descubra en el rostro la construcción del alma». Se necesita
una especial sensibilidad, una cmpatía profunda, para llegar a conocer con certeza los
sentimientos de la otra persona a través de su expresión, algo en lo que parecen descollar
las mujeres.
b) Vivencia interior
La reacción corporal es, de todos modos, el reflejo de algo más profundo y decisivo: la
vivencia interna del sentimiento. La afectividad, es, sobre todo, algo que afecta a mi
subjetividad, a mi yo, y que, por tanto, vivo como algo profundamente personal e Íntimo. Se
han definido los sentimientos como «estados del yo» (T. Lipps) o «estados de la
subjetividad», yes, probablemente, una buena definición (o descripción). Puedo estar alegre
por una noticia que me han dado (emoción) o por una situación global de mi vida
(sentimiento) y, en cualquiera de los dos casos, ese hecho producirá en mí unas
determinadas manifestaciones corporales. Pero lo esencial de esa situación es que supone
una peculiar actitud y situación de mi yo, es un estado de miinterioridad. Los sentimientos y
las emociones son, por tanto, y de modos distintos, la manera en la que mi subjetividad se
enfrenta a los acontecimientos de la vida y reacciona ante ellos. En la emoción hablamos de
una reacción puntual y más bien pasajera; en el sentimiento, por el contrario, estamos ante
una actitud asentada que constituye un estado de ánimo, y es, por eso, más persistente y
duradera hasta el punto de que puede llegar a influir de modo determinante en mi
personalidad.
La dimensión vivencial e interna de los sentimientos les confiere, por otra parte, un
carácter íntimo e interno que dificulta su comunicación dando lugar a una situación
paradójica. Por un lado, tienden a ser comunicados pero, por otro, esa comunica-ción es
compleja porque la experiencia personal es única e íntima y nunca puede transmitirse de
modo completamente adecuado. Puedo mostrar a otra persona una silla u otro objeto y
discutir sobre la objetividad de nuestro conocimiento a partir de una constatación
experimental sobre lo que vemos, pero ¿cómo discutir sobre mi dolor o sobre mi alegría? Es
más, ¿cómo sé, si expreso lo que siento, que los demás lo han comprendido realmente o que
yo lo he descrito de manera adecuada? La intimidad y la relativa incomunicabilidad de los
sentimientos crea, en consecuencia, un mundo misterioso, enigmático y ambiguo en el que
nunca es posible tocar fondo de manera definitiva y en el que la incertidumbre siempre
tiene un peso importante.
¿Significa esto que la afectividad debe ser dejada a sí misma? Lo que significa, más bien,
es que tiene sus propias reglas y su propia fuerza y que, en vez de un enfrentamiento
dineto (que en algunos casos será necesario e inevitable), la tarea más productiva y valiosa
es la educación (o reeducación, si
1',\ el caso). Hay que educar a las personas para que les guste lo que conviene, lo que es
afectivamente elevado y rico. De ese modo, la afectividad se podrá desplegar con
espontaneidad y la persona se beneficiará de ese despliegue. Esa tarea debe realizarse
principalmente en la infancia y en la adolescencia porque es cuando el sujeto forma y fragua
su personalidad. Después solo cabe una tarea de reeducación mucho más difícil, aunque no
imposible, porque no es lo mismo formar que modificar algo ya consolidado.
En la educación de la afectividad son muy importantes los razonamientos porque muestran a
la persona la verdad y conveniencia de los comportamientos que se le proponen, y también
juegan un papel esencial las virtudes porque la capacitan para llevar a la práctica los
comportamientos adecuados.
l'cro resulta crucial advertir que la fuerza de los razonamientos es limitada. Gracias a ellos
se puede llegar a saber lo que hay que hacer, pero eso no quiere decir que ese tipo de
acciones «gusten» o impliquen emotivamente, por lo que es bastante probable que se acabe
por no realizarlas. Para educar realmente la afectividad, lo fundamental es conseguir que la
persona experimente las emociones adecuadas para que se vincule afectivamente a ellas y
las introduzca en su universo axiológico.
Solo entonces podrá construirse una arquitectura sentimental ética y psicológicamente
correcta.
3. El corazón y la afectividad espiritual