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Teresa Bolaños

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Revista Psicoanálisis Nº 17, Lima 2016

Cuerpo y vínculo desde el psicoanálisis


y cuerpo y vínculo psicoanalítico1

Teresa Bolaños*

Al referirnos al cuerpo se nos abre un abanico de significados desde la cultura


y desde diversas disciplinas. Hablamos del cuerpo desde lo concreto y le damos
un lugar central cuando lo utilizamos de manera simbólica: hablamos del cuer-
po de una cosa, del espíritu de cuerpo, etc.
La existencia del cuerpo, sea cual fuera el acercamiento, está ligado al otro,
a una relación. El ser humano para subsistir corporal y emocionalmente necesi-
ta de la presencia y vínculo con el otro. El desarrollo psíquico, del que se ocupa
el psicoanálisis, parte del cuerpo, el yo, siguiendo a Freud, es primero que nada
un yo corporal. El cuerpo está en el inicio del desarrollo del individuo como
persona.
Hace algunos días, en la carátula de un suplemento de un periódico local
decía en grandes caracteres: “El cuerpo habla, festival de Danza”. Acompaña-
ban al texto figuras de bailarinas en diferentes posturas, pintadas en los dedos
de las manos.
Esa afirmación: “el cuerpo habla”, corresponde a una realidad externa. Es
evidente que a través del cuerpo y su movimiento se pueden expresar senti-
mientos, conceptos, emociones. No solo en la danza, también en la fotografía
que habla desde la mirada, la música que implica el oído. La pintura o escul-
tura. Recuerdo que hace unos años visité a un apreciado profesor y vi encima
de su escritorio una escultura de unas manos, regalo de sus alumnos, manos
abiertas que simbolizaban su capacidad de estar abierto, de dar y de recibir. Era
una escultura de unas manos que “relataban” una experiencia.

1 Trabajo Presentado en el V Simposio de Comunidad y Cultura. Cuerpo: expresión,


proximidad, distancia. FEPAL Lima 2015.
* Psicoanalista en función didacta de la Sociedad Peruana de Psicoanálisis.
<teresabo@gmail.com>
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El cuerpo expresa, asimismo, afectos a través de gestos: cariño en un beso,


solidaridad en un abrazo, cólera en un golpe, vergüenza en un rostro enrojeci-
do, tristeza en las lágrimas, alegría en las carcajadas. Podemos, por convencio-
nes sociales compartidas, leer y entender esos gestos. Estamos ante manifesta-
ciones que adscribimos a un cuerpo hablante que se manifiesta creativamente,
que puede ser leído, interpretado, que integra lo biológico, psíquico y cultural.
Para llegar a esas expresiones simbólicas e interpretables, el cuerpo, germen
de la persona total, del sí mismo, se desarrolla física, emocional y socialmente.
Este proceso será mediado por el vínculo con un otro. Sabemos que un recién
nacido no vivirá si no hay quien lo alimente, lo abrigue, lo cuide; esa es la
inermidad con la que nacemos. El desarrollo emocional y psíquico necesita,
asimismo, un otro disponible emocionalmente.
Diversos autores, al interior del psicoanálisis, plantean cómo es el desarro-
llo de la persona desde ese cuerpo originario. Cómo el cuidado, la presencia
emocional, el sostén, el reverie materno y la libidinización, todo ello ejercido
por otro, son esenciales para el desarrollo del individuo; de su capacidad de
vivir, pensar, reconocer y nombrar sensaciones y emociones; de identificar y
procesar el dolor.
Serán los vínculos con una madre suficientemente buena, en palabras de
Winnicott, o un sustituto, los que promuevan ese desarrollo. Su presencia y
ausencia temporal son indispensables para el proceso de integración psique-
soma, de una mente que habite el cuerpo, dando lugar a la consolidación de
los procesos de personalización y subjetivación. Facilitando el desarrollo de la
creatividad, del crecimiento personal y social.
Cuando hay fallas importantes en las relaciones tempranas, la vinculación
mente cuerpo se bloquea, la personalidad se escinde, dejándonos a merced de
impulsos que pueden ser muy destructivos, sea hacia el exterior o el interior
de uno mismo. Encontraremos diversas manifestaciones ante estas fallas en los
vínculos tempranos.
Hace ya algunos años publiqué un artículo titulado: ¿Habla el cuerpo?2 A
diferencia de la afirmación mencionada al inicio: habla el cuerpo, partía en-
tonces de un interrogante. ¿Es que cualquier expresión corporal nos dice algo
definido?
Si bien cuando una persona nos consulta en el consultorio, tenemos una
primera información que proviene de nuestra percepción sensorial: apariencia

2 En Número Especial Internacional, 1995, N° 4, Revista de Psicoanálisis. APA.


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corporal, vestimenta, mirada, gestos, tono al hablar. Sin embargo descubrimos


en el trabajo clínico cotidiano otras manifestaciones corporales en las cuales
no surge claramente esa información, no descubrimos necesariamente un sig-
nificado a develar. Nos encontramos con diversos comportamientos, gestos,
síntomas psicosomáticos de diversa importancia, dolores corporales, problemas
alimenticios, aparentemente sin un sentido o significado precisos. Situacio-
nes que nos interpelan continuamente acerca del mundo interno de nuestros
pacientes, convocan una mirada que necesariamente transita por el estableci-
miento de un vínculo analítico.
Mc Dougall (1978) psicoanalista nacida en Nueva Zelanda, se pregunta
con qué tipo de escucha el psicoanalista oye el cuerpo de los analizados y los
mudos mensajes del soma. Por un lado se refiere a un cuerpo que de alguna
manera busca ser escuchado. Un dolor físico, la paralización de un miembro,
un mareo, una ceguera, podrían ser situaciones interpretables. Estaríamos ante
un significado a develar, una historia a descubrir, expresiones de un conflicto
interno que se trata de reprimir. Es lo que podemos ver en la histeria descrita
por Freud. El cuerpo es leído desde su síntoma. La autora (1989) señala que
en las creaciones histéricas el soma le presta sus funciones a la psique con la
finalidad de traducir simbólicamente los conflictos pulsionales
Hablaríamos de síntomas conversivos que para Liberman (1986), psicoa-
nalista argentino, suponen un aparato psíquico con capacidad simbólica. El
cuerpo es tomado aquí como la pantalla de un sueño y el problema está cen-
trado en la represión.
Pero hay síntomas que no tienen un significado explícito, casos en los que
podríamos decir que el cuerpo murmura, grita; grita cuando el problema está
ubicado no en la represión sino en la escisión. Manifestaciones corporales que
llaman nuestra atención y que serían, más bien, indicadores de una inhibición
o una detención del desarrollo.
Entre estas manifestaciones tenemos el área de las llamadas enfermedades
psicosomáticas. Marty (1979, 1990), psicoanalista de la Sociedad Psicoanalí-
tica de París, señala que existiría en estos pacientes un bloqueo en la capaci-
dad de elaborar las demandas instintivas que el cuerpo dirige a la psique. Ha-
bría en el paciente psicosomático una imposibilidad de insertar experiencias
afectivas corporales en el código lingüístico. Para Winnicott (1989) lo que
constituye la enfermedad es la persistencia de una escisión en la organización
yoica. La integración psicosomática será el logro de la residencia de la psique
en el soma.
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Podríamos mencionar de otro lado el cuerpo silenciado, los mudos mensa-


jes del soma de los que nos habla Mc Dougall. No el cuerpo en silencio, que,
como me decía un colega médico, sería expresión de salud. Sino silenciado, en-
cerrado en sí mismo sin contacto con el exterior, como sucede en los procesos
autistas. Habría en el autista un cuerpo sin representación mental, situación
reveladora de una carencia, y que va a ser leída por algunos dentro de estrate-
gias defensivas. Tustin (1987) describe al niño autista, mudo al comienzo del
tratamiento, como carente de imaginación y con apariencia de no tener vida
interior. En sus descripciones se enfatiza lo corporal. Se encuentran atascados
en un modo de funcionamiento “hiper-concretista” dominado por sensaciones,
el niño autista parece un caracol metido dentro de su concha, encapsulado.
La tesis básica para Tustin es que el estado autista sería una reacción frente a
la percatación traumática de separación respecto de la madre amamantadora
y dadora de sensaciones. Hay un cuerpo sin contacto con el exterior y con el
interior de sí mismo; interior que parece vacío. Esto también lo encontramos,
como sostiene Sidney Klein (1980), como núcleos autistas encapsulados en los
adultos.
Pienso que el cuerpo silenciado, abandonado, fruto de una gran desco-
nexión, de una fuerte desvinculación, puede tomar el lugar de la víctima y ser
atacado por una mente que lo desconoce. Esta situación la podemos percibir en
situaciones cotidianas: personas que realizan ejercicios excesivos que terminan
por destrozar partes de su propio cuerpo, o un trabajo desproporcionado sin
que la persona perciba la necesidad de descanso, comida o bebida desmedida
o insuficiente.
Recuerdo a un paciente que me decía que veía sus manos como máquinas
que le servían para escribir en la computadora, no se percataba del daño que
se estaba produciendo a pesar de ser manifiesto: dolores fuertes y atrofias. Otro
paciente tenía las manos totalmente tomadas por una complicada alergia, se
cuidaba las uñas con esmero pero no parecía darse cuenta de las heridas que
tenía; heridas que podrían ser el grito de su cuerpo. Otro me contaba que pese
a tener mucho sueño en las noches y estar muy cansado, los pensamientos no
lo dejaban dormir o cuando estaba por dormirse sentía impulsos de levantarse
a hacer cualquier cosa. Golpearse, cortarse, morderse hasta sangrar son otros
ataques al cuerpo.
Pero ese cuerpo puede mudar de posición, pasar de ser víctima a victima-
rio, para algunos, estos procesos estarían relacionados a la pulsión de muerte,
o a fenómenos de identificación con el agresor. Son fruto también de desco-
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nexiones, falta de vinculación; como cuando un cerebro no envía las señales


necesarias para enfrentar un peligro, o cuando una función corporal se traba.
Un médico gastroenterólogo decía, respecto al reflujo, que por alguna razón el
cerebro no mandaba señales para que el píloro se cerrara. Cabe pensar en una
actuación silenciosa, como podrían ser las enfermedades autoinmunes cada vez
más frecuentes hoy en día. Podríamos decir que aquí algo no funciona o funcio-
na como una especie de enemigo interno, de enemigo silencioso.
En nuestra clínica cotidiana nos confrontamos con diversas expresiones
corporales de nuestros pacientes, algunas interpretables y otras que necesitan
ser escuchadas a pesar de su silencio. Hay áreas del paciente que se vinculan
con nosotros como analistas y otras que requieren que ese vínculo se construya.
Nos convoca a estar disponibles, demanda diferentes actitudes y participación,
no sólo de nuestra escucha atenta y ampliada a lo no verbal, sino de nuestra
mente y cuerpo para detectar y nombrar las emociones que el paciente no pue-
de sentir y menos aún reconocer y nombrar.
Intentamos crear un espacio potencial (Winnicott 1989) en el que se cons-
truya y desarrolle un vínculo que permita el registro e inscripción de las ex-
periencias emocionales al interior del aparato psíquico, liberando en parte al
cuerpo de una función que no le compete realizar. El cuerpo podrá entonces
sentir y la persona podrá reconocer y expresar esos sentimientos.
Entendemos que el vínculo analítico, incluye todo aquello que correspon-
de a la relación con el paciente: por un lado la relación transferencial que nos
da acceso a los vínculos tempranos que se repiten, por otro la receptividad para
las sensaciones que recibimos producto de defensas inconscientes del paciente,
como los fenómenos de identificación proyectiva, y particularmente la posibi-
lidad de propiciar un espacio para el establecimiento de un nuevo vínculo.
Todo al interior de un espacio potencial o de campo, como lo llaman los
Baranger (1969). En ese espacio estamos como personas totales y se desarrolla-
rá un vínculo real y virtual dentro de una estructura asimétrica.
Invoca en nosotros analistas, el ejercicio de la función materna entendida
como la tarea de la madre/ambiente que promueve y facilita al bebe tornarse
un individuo, estructurar su aparato psíquico e integrarse como persona.
Winnicott lo plantea como la presencia de la madre suficientemente bue-
na que posibilita la continuidad de la existencia. En términos de Bion sería el
reverie propiciador de la alfabetización de los elementos beta y del desarrollo
del aparato para pensar. Bollas (1987) se refiere a la madre transformacional
que ayudará a colegir lo sabido no pensado. Anzieu (1985) a la construcción
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de una piel contenedora. Desde otras teorías nos compele a ejercer la función
de libidinizar el cuerpo y favorecer el desarrollo e integración de sus pulsiones.
Como analistas, nuestro cuerpo y nuestra mente entran en juego. Tanto
en la recepción de los mensajes y señales corporales, como en la posibilidad de
recoger y elaborar nuestras propias sensaciones y emociones que nos acercan
a entender lo que sucede con el paciente y a poder transmitirlo. Ayudar al de-
sarrollo de lo que algunos llaman mentalización, pero que yo prefiero llamarlo
como Bion: de alfabetización; alfabetización desde la lectura de nuestro cuerpo
y del cuerpo del otro. Prestamos al paciente nuestro aparato para pensar, en el
sentido de reconocer y nombrar emociones, para que luego éste pueda hacerlo.
Anne Alvarez (1992), psicoanalista canadiense, invoca nuestra participa-
ción activa. Especialmente con pacientes encerrados dentro de sus cuerpos,
propone ejercer lo que llama “reclamación”: la necesidad de poder —a través
del establecimiento de un vínculo que comienza por la mirada— atraer a la
persona, o a la parte escindida de la persona al mundo relacional.
La falta de expresión y la ausencia de receptividad de parte del paciente,
están presentes en el inicio y a lo largo de muchos procesos analíticos. Leemos
signos que no son reconocidos por ellos, en ocasiones cuando creemos enten-
der y le transmitimos lo comprendido, el paciente hará algo que nos saca del
lugar de aparente comprensión. No hay lugar para la comprensión de algo que
aún no puede ser recepcionado por el paciente. Se necesita tiempo y cons-
tancia tratando de evitar interpretaciones determinadas por nuestras propias
transferencias y proyecciones.
Se requiere de nuestra actitud empática y continente que acoja la fragili-
dad y lo no desarrollado del paciente. Sabemos que el proceso de subjetivación
necesita la presencia del otro diferenciado. Pero esa presencia, con pacientes
poco o deficitariamente estructurados, se tiene que construir, porque o somos
una prolongación suya a manera de fusión, o no existimos. Y esa construcción
es difícil porque nos movemos a tientas, tratando de adivinar, golpeándonos
y chocándonos por la falta de luz, porque justamente faltan las señales que
provienen del paciente que nos podrían orientar. Implica ubicarnos en el lugar
del no saber, de la incertidumbre, del temor, y se juega nuestra capacidad de
soportar, de sobrevivir.
En nuestro intento de ayudar al paciente a alfabetizar sus sentimientos y
emociones, o de reclamarlos para la vida, pasamos por intensos sentimientos
contratransferenciales de vacío, desconcierto e impotencia. Inclusive nuestro
cuerpo también puede ser afectado ante lo que proviene de la parte destructiva de
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nuestros pacientes o de situaciones que nos confunden: falsos insights, repeti-


ciones compulsivas que no parecen tener un aspecto restitutivo o elaborativo,
ataques al encuadre, al vínculo, profundas negaciones.
Enfrentar estos escenarios requiere de vínculos que nos ayuden como ana-
listas a transitar por estos parajes, que nos sostengan, que permitan también
alfabetizar nuestras propias emociones, vincular nuestras desconexiones. Espa-
cios de supervisión, análisis personal, lecturas.
Ofrecemos nuestro pensamiento y nuestro cuerpo para lograr los vínculos.
Esta labor prepara la siguiente: la posibilidad de intercambio en la que ya no es-
tamos solos. Se dan aspectos responsivos del paciente —no sólo conscientes—
y de alianza terapéutica. Aparecen expresiones inconscientes interpretables
que nos ayudan a ubicarnos y a que el paciente se ubique. Se da posibilidad de
integrar lo escindido, carenciado o destructivo que ha tomado al cuerpo como
objeto. Se posibilita la inscripción psíquica de eventos antes excluidos.
Recuerdo a un paciente quien aparentemente no tenía memoria de su
infancia. A lo largo de varios años era muy poco lo que había mencionado de
su niñez, me decía que no recordaba casi nada, había en él una fuerte desco-
nexión. Se daban expresiones corporales, tanto enfermedades psicosomáticas
como de lo mencionado como el cuerpo silenciado. Mostraba un total des-
conocimiento de sus emociones o sentimientos, más allá de una permanente
incomodidad e insatisfacción. Ni siquiera podía reconocer la cólera que el
sufrimiento de su cuerpo le ocasionaba, menos aún el dolor. Luego de varios
años de análisis esto se fue transformando. Recuerdo una sesión en la que me
habló de escenas infantiles con mucha vivacidad y movimiento. Su relato
también fue entusiasta y continuó así por varios momentos. Sorprendida no
sólo por la narración de sus recuerdos, sino por el tono y la vivacidad de las
situaciones narradas, y la manera muy diferente a la habitual de hacerlo, le
señalé que siempre me había dicho que no recordaba casi nada de su niñez y
que ahora traía esos recuerdos con mucha vitalidad. El también sorprendido
me dice: no, pero yo recuerdo muchas cosas de mi niñez ¿estás segura que te había
dicho que no recordaba?
Creo que esto es parte de los nuevos comienzos que el vínculo analítico po-
sibilita. Pero al mismo tiempo tenemos que aceptar que no siempre es posible.
Estos momentos de conexión se suceden con otros en los que el camino parece
desandarse. Pienso y siento que en estos casos difíciles se juegan situaciones de
vida y de destructividad y que aparte de nuestra capacidad de sostener y de so-
portar, es imprescindible encontrar potencialidad de desarrollo en el paciente,
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creer en el germen de vida que mantenga la ilusión y posibilidad de cambio.


Cambio que va a suponer la construcción y desarrollo de vínculos diferentes.

Referencias bibliográficas

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Resumen

Este texto reflexiona sobre el cuerpo y el vínculo desde el psicoanálisis, consideran-


do algunos enfoques teóricos. Asimismo se centra en el vínculo psicoanalítico, los
avatares al interior del proceso tanto de parte del paciente como del analista. Las
expresiones de un cuerpo que ha evolucionado y logrado una integración psique-soma,
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nos “hablan”, de aquí que puedan ser interpretadas y comprendidas. En la clínica psi-
coanalítica, no obstante, el analista se encuentra con otras manifestaciones corporales
del paciente que no parecen tener un significado a develar. Provendrían de lo no
integrado o desintegrado. Más que un lenguaje que comunica puede ser un grito del
cuerpo, como en las enfermedades psicosomáticas, o —a decir de la autora— podemos
encontrarnos con un cuerpo silenciado.

Palabras clave: Cuerpo, dolor, insight, madre suficientemente buena, reverie, vínculo

Abstract

This text discusses about the body and the affective bond from a psychoanalytic per-
spective. It also focuses in the analytic bond and the changes in the process from the
point of view of the patient as well as the analyst. The expressions of the developed
body that has achieved a psyche-soma integration “talk” to us, therefore, they can be
interpreted and understood. In  psychoanalysis, nevertheless, the analyst encounters
with other body manifestations that seem to have no meaning to reveal. These mani-
festations would come from the non-integrated or disintegrated parts of the personal-
ity. More than a language that communicates, it could be a “scream” of the body, like
in the psychosomatic illnesses, or maybe we could find a silenced body. 

Key words: Body, pain, insight, good enough mother, reverie, link

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