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BB#3 Ever After Always by Chloe Liese

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Índice
Staff Capítulo 15
Nota de la playlist Capítulo 16
Sinopsis Capítulo 17
Prólogo Capítulo 18
Capítulo 1 Capítulo 19
Capítulo 2 Capítulo 20
Capítulo 3 Capítulo 21
Capítulo 4 Capítulo 22
Capítulo 5 Capítulo 23
Capítulo 6 Capítulo 24
Capítulo 7 Capítulo 25
Capítulo 8 Capítulo 26
Capítulo 9 Capítulo 27
Capítulo 10 Capítulo 28
Capítulo 11 Capítulo 29
Capítulo 12 Capítulo 30
Capítulo 13 Chloe Liese
Capítulo 14 Cosmos Books
Staff
Traducción y corrección
Cherry Blossom
Mrs. Darcy

Revisión final
Scarlett

Diseño
Seshat
Nota de la playlist
Al inicio de cada capítulo encontrarás una sugerencia de una
canción y el artista que la interpreta, para proveer otra forma de
conexión emocional con la historia. No es necesaria y la letra no trata,
literalmente, sobre lo que pasará en el capítulo. Para algunos podría
ser una distracción y para otros simplemente inaccesible y, por lo
tanto, puede ser ignorada por completo. Escúchala antes o mientras
leas para una experiencia sonora. Si disfrutas de las listas de
reproducción más que buscar cada canción individualmente mientras
lees, puedes acceder directamente a estas canciones en la lista de
reproducción de Spotify al entrar en tu cuenta e ingresar “Ever After
Always (BB #3)” en el buscador.
Sinopsis
Prepárate para un viaje emocional de travesuras, angustia y un
fuego que arde lentamente en este romance de un matrimonio en
crisis que trata de llegar hasta el final por el amor duradero.

Aiden
He pasado doce años amando a Freya Bergman y doce vidas no
serán suficientes para darle todo lo que se merece. Es mi apasionada
y tierna esposa, mi mejor amiga y todo lo que quiero es hacerla feliz,
pero lo que la hará más feliz es lo único que no estoy seguro de poder
darle: un bebé.
Por la presión de proveer y planificar para una familia, mi ansiedad
está en su punto más alto y me encuentro alejándome, aterrorizado
de contarle a mi esposa con lo que estoy luchando, pero cuando Freya
me echa de casa, me doy cuenta de que me alejé demasiado. Ahora
me enfrento a la lucha más importante de mi vida para salvar nuestro
matrimonio.

Freya
Amo a mi marido prudente y trabajador. Es mi compañero y mi
mejor amigo, la persona con la que sé que más puedo contar. Hasta
que un día me doy cuenta de que el hombre con el que me casé no
está por ningún lado. Ahora Aiden está callado, retraído y a medida
que pasan los meses el dolor por nuestro creciente distanciamiento se
vuelve demasiado.
Como si la terapia matrimonial no fuera suficiente, nos lanzan
juntos en una escapada a una isla para celebrar los muchos años del
matrimonio perfecto de mis padres, mientras el nuestro está al borde
del colapso. A pesar de mis hermanos entrometidos y de pasar una
semana en constante compañía el uno del otro, de alguna manera,
este viaje en el paraíso nos hace superar nuestros problemas, pero no
puedo evitar preocuparme que cuando dejemos el paraíso y
volvamos al mundo real, ¿nos encontrarán los problemas de nuevo?
Ever After Always es una novela de romance de matrimonio en
crisis y opuestos que se atraen, sobre una mujer sensible con un amor
feroz y su tenaz marido que padece un trastorno de ansiedad.
Completa con los disparates de unas vacaciones en una isla, una
broma calamitosa por parte de sus hermanos y una apasionada
combustión lenta. Este libro se puede leer independientemente a
pesar de ser el tercero en una serie de novelas sobre una familia sueco-
americana, de cinco hermanos y dos hermanas, y sus salvajes
aventuras mientras cada uno de ellos trata de encontrar sus felices
para siempre.
“Me desgarra usted el alma. Estoy entre la agonía y la esperanza. No
me diga que es demasiado tarde, que tan preciosos sentimientos han
desaparecido para siempre.”
Persuasión
Jane Austen
Prólogo
Aiden
Playlist: Melody Noir, Patrick Watson
El día que conocí a Freya Bergman, supe que quería casarme con
ella.
Unos amigos en común organizaron un partido de fútbol un
agradable domingo de verano y nos invitaron a los dos. Había jugado
en la escuela secundaria y luego en una liga de fútbol mientras
estudiaba la licenciatura. Ahora, un pobre estudiante de doctorado y
todavía me gusta el juego lo suficiente como para valorar la
oportunidad de divertirme sin una etiqueta de precio. Nada de
salidas incómodas en las que no pude invitarla a un restaurante caro
porque acababa de pagar el alquiler y vacié mi cuenta, ni amigos bien
intencionados que insistieran, para mi humillación, en invitarme.
Solo un lugar y un momento donde podía pararme y sentir que era
igual para todos. Una mañana perezosa bajo el brillante sol de
California, haciendo malabares con una pelota, jugando con amigos.
Pero luego ella entró y tontear ya no fue una opción. Todos los
hombres en ese campo se congelaron, espaldas rectas, ojos agudos y
todo tipo de estupideces se desvanecieron cuando el silencio se asentó
sobre la hierba. Mis ojos escanearon el campo, luego se engancharon
en la rubia alta con una cola de caballo ondulada, ojos azules
invernales y una sonrisa confiada en los labios del color de una rosa
roja. Un escalofrío me recorrió la espalda cuando su fría mirada se
encontró con la mía y su sonrisa se desvaneció.
Luego apartó la mirada.
Y juré por Dios que me ganaría sus ojos de nuevo, aunque fuera lo
último que hiciera.
La vi tratando de no ser llamativa cuando hacía malabarismos con
la pelota y hacía jugadas ridículas en las que acertaba más de lo que
fallaba, con qué facilidad equilibraba la habilidad y la diversión. La
miré y todo lo que quería era estar cerca. Más, pero cuando nos
dividimos en dos bandos, me di cuenta con decepción de que nos
habían colocado en equipos opuestos. Así que me ofrecí como
voluntario para marcarla, con la soberbia arrogancia típica de los
hombres veinteañeros, pensaba que un tipo de mi tamaño, que aún
podía recorrer algunos kilómetros rápido, tenía una oportunidad de
mantenerle el ritmo a una mujer como ella.
Esa fue la última vez que subestimé a Freya.
Estuve a punto de matarme en el campo, tratando de rastrear sus
pies rápidos, anticipar su físico, encontrar la misma velocidad
explosiva cuando volaba por las líneas laterales, delatando mi estado
físico que no podía igualarla. Recuerdo que me maravilló el poder de
sus piernas largas y musculosas, que me hacían soñar despierto con
ellas envueltas alrededor de mi cintura, demostrando su resistencia
en un ejercicio mucho más placentero. Ya sabía que la deseaba. Dios,
la deseaba.
Puede que haya tomado el juego un poco más intensamente que
todos los demás en ese campo. Puede que me haya pegado a ella como
pegamento, pero Freya irradiaba el magnetismo de alguien que sabía
lo que valía y, en un momento de desesperación, me di cuenta de que
quería que viera que yo también podía ser digno, que podía mantener
el ritmo y mantenerme cerca y nunca cansarme de su belleza cruda y
cautivadora energía.
En el aura de Freya olvidé todo lo que pesaba en mi mente: dinero,
trabajo, dinero, comida, dinero, mi madre, oh y dinero, por supuesto,
porque nunca había suficiente. Era una sombra, siempre presente,
que oscurecía momentos que deberían ser brillantes. Como el sol que
arrastra a su órbita a un planeta frío y solitario, Freya exigió mi
presencia. Aquí, ahora. Solo unos minutos deslumbrantes en su
atracción gravitacional y esa oscuridad omnipresente se disolvió,
dejándola solo a ella. Hermosa. Deslumbrante. Me enganché.
Entonces, en mi joven brillantez masculina, decidí mostrarle mi
interés hundiendo mis garras en su camisa, rastreando cada uno de
sus movimientos como un sabueso y haciendo todo lo posible para
enojarla.
—Dios, eres molesto —murmuró. Fingió un movimiento hacia la
derecha, me pasó por la izquierda y se fue.
La alcancé, puse una mano en su cintura mientras ella protegía la
pelota y apoyaba su largo cuerpo contra el mío. No fue romántico,
pero aún recuerdo, exactamente, cómo sentí su trasero redondo
arrimado contra mi ingle. Me sentí como un animal y no era así como
funcionaba, al menos no antes de Freya, pero ella se sentía bien, olía
bien, era la correcta, tan simple como eso.
—¿No tienes a nadie más a quien molestar? —dijo, mientras miraba
por encima del hombro y esos llamativos ojos decían algo
completamente diferente. Quédate. Prueba. Demuéstrame que me
equivoco.
—No —murmuré, mi agarre apretándose en todos los sentidos de
la palabra, mi desesperación por ella ya era demasiado. Luchando por
la posesión, le hice frente, movimiento a movimiento, en una maraña
de extremidades sudorosas y un esfuerzo rudimentario, hasta que
finalmente gané el balón por un breve momento e hice algo muy
estúpido. Me burlé de ella.
—Además —dije, mientras venía detrás de mí—. Me estoy
divirtiendo molestándote.
—Divirtiéndote, ¿eh? —Freya me robó la pelota con demasiada
facilidad, se echó hacia atrás y la golpeó con tanta fuerza, directo a mi
cara, que partió mis gafas por la mitad.
Tan pronto como caí al suelo, ella cayó de rodillas y sacudió los
fragmentos de los restos de mis gafas de mi rostro.
—¡Mierda! —Sus manos temblaban, su dedo trazaba el puente de
mi nariz—. Lo siento mucho. Tengo un fusible corto y es como si
estuvieras programado para presionar cada botón que tengo.
Le sonreí con los ojos llorosos.
—Sabía que teníamos una conexión.
—Lo siento mucho —susurró, ignorando mi línea.
—Puedes compensarme —dije, con todo el encanto capaz de
derretir bragas de Aiden MacCormack, que pude reunir. Lo cual
fue… desafiante, dado que acababa de recibir un tiro a quemarropa
en la cara y me veía horrible, pero si soy algo, eso es determinado.
Freya sabía exactamente a lo que me refería. Se dejó caer sobre los
talones y arqueó una ceja.
—No voy a salir contigo solo para compensarte por romper,
accidentalmente, tus anteojos.
—Hum, intencionalmente pulverizaste mis lentes y muy
posiblemente mi nariz. —Me senté lentamente y me apoyé en los
codos mientras la brisa me traía su aroma: hierba recién cortada y un
vaso alto y fresco de limonada. Quería inhalarla, pasar mi lengua por
cada gota de sudor que perlaba su garganta, luego arrastrar su suave
labio inferior entre mis dientes para saborearla, dulce y agria.
—Solo un pequeño beso. —Toqué el puente de mi nariz, luego hice
una mueca por el dolor, donde sentí un corte magullado por el
impacto de mis anteojos—. Aquí mismo.
Me empujó con la mano en la frente hasta que me dejé caer sobre
la hierba y luego pasó por encima de mí.
—Yo no doy besos, cuatro ojos —dijo por encima del hombro—.
Pero te compraré una cerveza de disculpa después de esto, luego
veremos qué estoy dispuesta a darte.
Hasta el día de hoy, Freya jura que estaba intentando anotar un gol,
aunque la portería estaba, ya sabes, veinte metros a la derecha de mi
cabeza, pero ambos sabemos que eso no fue lo que sucedió. La verdad
es que ambos aprendimos una lección ese día:
Aiden solo puede presionar hasta cierto punto.
Freya solo puede aguantar hasta cierto punto.
Hasta que algo se rompa.
Desagradablemente.
Capítulo 1
Freya
Playlist: I go crazy, Orla Gartland
Solía cantar todo el tiempo, en la ducha, en los viajes por carretera,
al pintar nuestra casa, al cocinar con Aiden, porque soy una antena y
la música es un lenguaje de emociones.
Entonces, hace una semana, me metí en la cama sola otra vez, me
acurruqué con mis gatos Rábano y Pepinillo y me di cuenta de que no
podía recordar la última vez que había cantado. En ese momento noté
que estaba, realmente, harta de mi marido. Que lo había estado por
meses ya.
Así que lo eché y las cosas pueden haber empeorado un poco desde
entonces.
Hipando, miro el armario de Aiden.
—¿Todavía estás ahí? —La voz de mi mejor amiga, Mai, hace eco
en el altavoz de mi celular que descansa sobre la cama.
—Sí. —Hipo—. Todavía estoy borracha, lo siento.
—Simplemente no operes maquinaria pesada y estarás bien.
Vuelvo a tener hipo.
—Creo que hay algo mal conmigo. Estoy tan enojada con él que he
fantaseado con poner pudín de chocolate en sus zapatos de
negocios…
—¡¿Qué?! —grita— ¿Por qué harías eso?
—Pensaría que es mierda de gato, a Pepinillo le da diarrea cuando
come mis plantas de interior.
Una pausa.
—Eres desconcertante a veces.
—Es cierto. —Vengo de una familia de siete hijos, tengo algunas
formas muy creativas de vengarme—. Definitivamente tengo algunos
cables cruzados. Estoy pensando en resucitar algunas de mis bromas
más siniestras y estoy tan cachonda que estoy en su armario
inhalando su olor.
Mai suspira comprensivamente desde el teléfono.
—No hay nada malo contigo. No te has acostado en… ¿Cuánto
tiempo?
Agarro la botella de vino que está sobre mi tocador y tomo un largo
trago.
—Nueve semanas, cuatro días y… —Miro el reloj con los ojos
entrecerrados—. Veintiuna horas.
Ella silba.
—Sí. Entonces, demasiado tiempo. Estás hambrienta de sexo y solo
porque estés herida no significa que no puedas seguir queriéndolo. El
matrimonio es más desordenado y mucho más complicado de lo que
nadie nos advirtió. Puedes querer arrancarle las bolas y al mismo
tiempo extrañarlo tanto que sientes como si no pudieras respirar.
—Siento que no puedo respirar.
—Pero puedes —dice Mai suavemente—. Una respiración a la vez.
—¿Por qué no nos avisan?
—¿Qué?
—¿Por qué nadie te dice lo difícil que va a ser el matrimonio?
Mai suspira pesadamente.
—Porque no estoy segura de que lo haríamos si lo hicieran.
Me acerco más al perchero de las camisas inmaculadas y sin
arrugas de Aiden, presiono la nariz contra el cuello de su camisa
favorita.
«Cielos azules de invierno, Freya, así es el color de tus ojos».
Siento una mezcla retorcida de rabia y anhelo cuando la respiro.
Agua de mar y menta, el aroma cálido y familiar de su cuerpo.
Aprieto la tela hasta que se arruga y veo cómo se relaja cuando la
suelto, como si nunca la hubiera tocado. Eso es lo que siento por mi
marido últimamente. Como si él caminara por nuestra casa y yo
pudiera ser un fantasma para todo lo que importa o tal vez él es el
fantasma.
Tal vez ambos lo somos.
Golpeo la puerta del armario con la palma de la mano y la cierro de
golpe. Tomo la botella de vino de nuevo, un último trago y
desaparece. Freya: 1. Vino: 0.
—Toma eso, alcohol —le digo a la botella, colocándola en mi tocador
con un golpe sordo.
—¿Todavía está en Washington? —pregunta Mai, caminando de
puntillas alrededor de mi divagación borracha.
Observo su lado vacío de la cama.
—Sí.
Mi esposo está, a pedido mío, mil millas al norte de mí, lamiéndose
las heridas con mi hermano y enloqueciendo debido a que me puse
firme y le dije que no aguantaría esta mierda. Estoy en casa, con los
gatos, alucinando también, porque echo de menos a mi marido,
porque quiero estrangular a este impostor y exigir que me devuelva
al hombre con el que me casé.
Quiero que los ojos azul océano de Aiden brillen, mientras se posan
sobre mí. Quiero sus abrazos largos y fuertes y sus cavilaciones sin
tonterías sobre la vida, el tipo de pragmatismo que nace de la lucha y
la resiliencia. Quiero su cuerpo alto presionándome contra los
azulejos de la ducha, sus manos ásperas deambulando por mis
curvas. Quiero sus suspiros y gemidos, sus palabras sucias saturando
mis oídos mientras me llena con cada centímetro de él.
Distraída, con esa vívida imagen mental, me golpeé el dedo del pie
con el marco de la cama.
—¡Jodidas tetas de mierda! —Me dejo caer sobre el colchón, miro
al techo y trato de no llorar.
—¿Estás bien? —pregunta Mai—. Quiero decir que sé que no lo
estás, pero… ya sabes a lo que me refiero.
—Me golpeé el dedo del pie —chillo.
—Ay. Déjalo ir, Frey. Déjalo irrrrr…—me canta—. Después de
todo, eres Elsa, la reina de Arendelle, según mis hijos.
—Pero con caderas —decimos al unísono.
Me río a través de las lágrimas que limpio con furia. Llorar no es
una debilidad. Lo sé, racionalmente, pero también sé que el mundo
no premia las lágrimas ni ve la emotividad como fuerza. Soy una
mujer fuerte y sensata que percibe todos sus sentimientos y lucha
contra la presión cultural para contenerlos, para tener mi mierda
emocional en orden. Incluso cuando todo lo que quiero hacer, a veces,
es disfrutar de una explosión de lágrimas al abrazar a mis gatos con
nombre de vegetales, mientras lloro y canto con mi lista de
reproducción emo de los noventas, por ejemplo. Como pude haber
hecho antes. Cuando abrí una botella y comencé a tragarme el vino.
En un mundo que dice que los sentimientos, como los míos, son
«en exceso»; cantar siempre me ha ayudado. En una casa de personas
estoicas, en su mayoría, que amaban mi gran corazón, pero
manejaban sus sentimientos de manera tan diferente a mí, cantar era
una salida para todo lo que sentía y no podía, o no quería ocultar. Por
eso, la semana pasada, cuando me di cuenta de que había dejado de
cantar, me asusté. Porque fue entonces cuando comprendí lo
entumecida que estaba, lo peligrosamente profundo que estaba
enterrando mi dolor.
—¿Freya? —dice Mai cuidadosamente.
—Estoy bien —le digo con voz ronca. Me limpio los ojos de
nuevo—. O… lo estaré. Ojalá supiera qué hacer. Aiden dijo que, fuera
lo que fuera, quería arreglarlo, pero ¿cómo arregla algo cuando ni
siquiera sabe qué está roto o cuando se siente tan roto que ya ni
siquiera lo reconoce? ¿Cómo puede hacer esa promesa, cuando actúa
como si no tuviera ni idea de por qué me siento así?
Rábano, siempre empático, siente mi malestar y salta sobre la cama
maullando en voz alta y luego amasa mi seno, eso duele. Lo empujo
suavemente hasta que se mueve hacia mi estómago, donde se siente
mejor. Tengo calambres horribles. Pepinillo es más lenta al
reaccionar, pero finalmente salta y se une a su hermano, luego
comienza a lamerme la cara.
—No lo sé, Frey —dice Mai—, pero lo que sí sé es que tienes que
hablar con él. Entiendo por qué estás herida, lo último que quieres es
ser la iniciadora cuando él ha estado tan retraído, pero no obtendrás
respuestas si no hablas. —Duda un instante y luego dice—: Sería
inteligente intentarlo con un asesoramiento matrimonial. Si estás
dispuesta… si eliges hacerlo, tendrás que decidir si quieres, incluso si
crees que es demasiado tarde.
Y ahí es cuando vienen las lágrimas, no importa qué tan rápido las
seque, porque no sé si me queda algo que elegir. Tengo miedo de que
hayamos ido demasiado lejos. Lloro tan fuerte que me arde la
garganta, siento cada sollozo irregular como si me rasgara el pecho.
En los últimos seis meses, he sido testigo de la disolución del núcleo
de mi matrimonio y ahora no sé cómo reconstruirlo. Porque en algún
momento se produjo un daño crítico y no pudo volver a ser lo que era
antes. En el cuerpo humano se llama «atrofia irreversible». Como
fisioterapeuta no soy ajena a ello, aunque lo combato tanto como
puedo, hago trabajar a mis pacientes hasta que sudan, lloran y me
maldicen.
No es mi parte favorita del trabajo cuando llegan a su punto más
bajo, temblando, exhaustos y agotados, pero la verdad es que ese es
un buen dolor, un dolor que precede a la curación. De lo contrario,
los músculos que no se ponen a prueba se encogen, los huesos que no
se ponen a prueba se vuelven quebradizos. Úsalo o piérdelo. Hay mil
variaciones sobre la verdad fundamental de la Tercera Ley de
Newton: para cada acción hay una reacción igual y en el sentido opuesto.
Cuanto menos le exiges a algo, menos te devuelve, más débil se
vuelve, hasta que un día es una sombra de sí mismo.
—Estoy tan cansada de llorar —le digo a Mai a través del nudo en
mi garganta.
—Lo sé, Frey —dice en voz baja.
—Estoy tan enojada con él —gruño a través de mis lágrimas.
Seis meses de lento y silencioso declive. No fue una gran y terrible
discusión. Fueron mil momentos de tranquilidad que se sumaron
hasta que me di cuenta de que no lo reconocía a él o a nosotros o,
mierda, ni siquiera a mí.
—Tienes permitido estarlo —dice—. Estás sufriendo y te
defendiste. Eso es importante. Eso es crucial.
—Lo hice. Me defendí. —Me limpio la nariz—. Y actuó como si no
tuviera ni idea de lo que estaba mal, como si nada estuviera mal.
—Para ser justos, muchos hombres son así —dice Mai—. Quiero
decir, Pete ha mejorado en cuanto a llevar más carga emocional de
nuestro matrimonio, pero tomó tiempo y trabajo. ¿Recuerdas hace
dos años, cuando lo eché?
—Oh. Sí. Durmió en mi sofá.
—Así es. Así que no estás sola. Los hombres hacen esto. Se
equivocan y por lo general, al principio no tienen ni idea de cómo. A
la mayoría de los hombres no se les enseña la introspección en las
relaciones. Se les enseña a luchar por la mujer, luego, una vez que la
tienen, a acomodarse. Quiero decir, no todos los hombres, pero
suficientes de ellos como para que sea un precedente.
—Está bien, está bien, la mayoría de ellos no tienden a la
introspección, pero cuando las cosas se deterioran así, ¿cómo son
felices?
—No creo que sean felices. ¿Resignados, tal vez?
—Resignados —digo, saboreando la palabra agria en mi lengua—.
A la mierda eso.
—Oh, sabes que estoy de acuerdo.
No hay forma de que Aiden sea feliz con este cadáver que se hace
pasar por matrimonio, ¿verdad? ¿Y resignado? Es la última palabra
que usaría para mi esposo. Aiden es la persona más decidida,
motivada y trabajadora que he conocido. No se conforma con nada.
Entonces, ¿por qué se conformó con nuestro matrimonio? ¿Qué
sucedió?
¿Está contento con volver a casa, intercambiar las mismas siete
líneas sobre nuestro día, ducharse por separado y luego irse a la cama,
solo para hacerlo todo de nuevo? ¿Está satisfecho con un rápido beso
en la mejilla, satisfecho de que no hemos tenido sexo en meses?
Solíamos sentir tanta pasión, tanto fuego y sé que eso se atenúa con
el tiempo, pero pasamos de un rugido ardiente a un brillo constante
y cálido. Me encantó ese brillo. Era feliz con eso y entonces un día me
di cuenta de que se había ido. Estaba sola y hacía tanto, tanto frío.
—Esto apesta, Mai. —Me sueno la nariz y tiro el pañuelo a ningún
lado en particular. Casi desearía que Aiden estuviera aquí para verlo
encogerse por el desastre en el que he convertido la casa. Imaginaba
cómo su ojo izquierdo comenzaba a temblar y obtenía una
satisfacción perversa al conseguir algún tipo de respuesta de él—.
Esto apesta tan mal.
—Lo se cariño. Ojalá pudiera arreglarlo. Haría cualquier cosa para
arreglarlo por ti.
Lágrimas frescas surcan mis mejillas.
—Lo sé.
El sistema de seguridad de nuestro bungaló en Culver City emite
un pitido, diciéndome que alguien entró y usó el código de seguridad.
—Mai, creo que está en casa. Voy a ver.
—De acuerdo. Aguanta ahí, Freya. Llama en cualquier momento.
Me siento y me seco los ojos.
—Lo haré, gracias. Te amo.
—Yo también te amo.
Presiono el botón para finalizar nuestra llamada justo cuando la
puerta se cierra en silencio. Pepinillo y Rábano se alejan de mí, corren
fuera de la habitación y por el pasillo.
—Debería haberlos llamado Benedict y Arnold —murmuro—.
Traidores. ¡Soy yo quien les da de comer!
—¿Freya? —llama Aiden, seguido de una explosión, un ruido
sordo, luego una serie de maldiciones murmuradas. Creo que dejé
mis zapatillas justo al lado de la puerta, con las que debe haberse
tropezado.
¡Uy!
La puerta hace clic detrás de él.
—¿Freya? —vuelve a llamar—. Soy yo. —Su voz suena ronca.
Trago un nuevo chorro de lágrimas y trato de limpiarme la cara.
Después de una semana, pensarías que ya estaría lista, que sabría qué
decir o cómo decirlo. Pero mi dolor se siente… indecible, enredado y
agudo, como un nudo de emociones, un alambre de púas caliente que
desgarra mi pecho.
Me levanto del colchón, me apresuro al baño adjunto y me lavo la
cara, con la esperanza de que unos cuantos puñados de agua fría
eliminen la evidencia de que he estado llorando. Entonces me miro
en el espejo y gimo al ver como luzco. Mis ojos están enrojecidos, lo
que hace que mis iris se vean inquietantemente pálidos. Mi nariz se
ve roja y mi frente está manchada. Todas las señales de que he llorado
a moco tendido. Excelente.
El reflejo de Aiden se une al mío en el espejo y me congelo, como
una presa que siente cuando el depredador está a punto de atacar.
Está de pie en el umbral del baño, sus ojos azul marino están fijos en
mi cara. Tiene la barba larga de una semana, marrón negruzco como
el resto de su cabello, que lo hace parecer un extraño. Nunca ha tenido
vello facial, más allá de una barba incipiente, y no sé si me gusta o la
odio. No sé si me alegro de que esté en casa o me siento miserable.
El silencio se cierne entre nosotros, hasta que una gota de agua cae
del grifo con un resonante ¡plinc!
Mi mirada recorre su cuerpo, ancho y fuerte. Se siente como ese
primer vistazo de tu hogar después de unas vacaciones que fueron
demasiado largas. Me doy cuenta de que lo extrañé, que mi impulso
de darme la vuelta y arrojarme a sus brazos, de enterrar la nariz en su
cuello y respirarlo, no se borra del todo. Está apagado, pero no se ha
ido.
Tal vez eso sea una buena señal.
Tal vez eso me asusta como la mierda.
Tal vez estoy borracha.
Dios, me duele el cerebro. Estoy tan cansada de pensar en esto, que
ni siquiera sé qué pensar sobre el hecho de que una parte de mí quiere
estar en los brazos de Aiden, que gire la cabeza y bese ese lugar detrás
de mi oreja, luego susurre mi nombre mientras sus manos abarcan mi
cintura, que quiero esa sensación de volver a casa, quiero que me mire
a los ojos como antes, como si me viera, como si entendiera mi
corazón.
—Ya… —Mi voz se quiebra con flemas y lágrimas antes de que otro
hipo se escape. Me aclaro la garganta—. Ya has vuelto.
—Lo siento, yo… —Frunce el ceño—. ¿Estás borracha?
Levanto la barbilla.
—Plausiblemente.
—¿Posiblemente, quieres decir? —Su ceño se profundiza—. Freya,
¿estás bien?
—Sí. Grandiosa. Te pedí que te fueras porque estoy en el maldito
séptimo cielo, Aiden.
Su expresión vacila. Deja caer la maleta al suelo y trato de no mirar
su bíceps, la forma en que la camisa abraza los músculos redondos de
sus hombros.
—Sé que no ha pasado mucho tiempo, pero el conserje me echó de
mi oficina.
—¿Estabas… —Otro hipo me sacude— durmiendo en tu oficina?
—Frankie apareció en la cabaña hace unos días. No me iba a
quedar, mientras ella y Ren… —Tose detrás de un puño—. Se
enrollan.
Mi hermano, Ren, tercero después de mí y Axel, ha estado en la
cabaña familiar, en el Estado de Washington durante algunas
semanas, cuidando un corazón roto. Pensé que, si enviaba a Aiden
allí también, al menos tendrían algo de compañía. Ren es gentil,
sensible y estaba dolido por una ruptura. Por supuesto que esperaba
que Ren y su ex, Frankie, se reconciliaran, pero hasta entonces, Aiden
podría ser un consuelo para Ren.
Parece que mi esperanza por su final feliz no fue en vano después
de todo.
Sonrío levemente, imaginando el alivio de mi hermano, aunque en
un pequeño y triste rincón de mi corazón estoy celosa. Esa posibilidad
se siente tan lejana para Aiden y para mí.
—Estoy feliz por ellos —susurro—. Eso es genial.
—Sí. —Aiden mira al suelo—. Nunca había visto a Ren sonriendo
así.
Que es decir mucho. Todo lo que Ren hace es sonreír. Es un rayo
de maldito sol.
—Entonces —dice Aiden—. Regresé y lo solucioné durmiendo en
el sofá de mi oficina y usando las duchas del gimnasio hasta que el
conserje me atrapó y me echó, porque están lavando las alfombras
con champú. Lo siento. Haré todo lo posible para darte espacio.
Cuando estés lista… podemos hablar.
Sollozo, parpadeando para apartar las lágrimas.
—Sé que dijiste que no estás segura si esto se puede arreglar, Freya
—dice Aiden en voz baja—. Pero estoy aquí para decirte que haré
todo lo que pueda para corregirlo. Te lo prometo.
Asiento, miro hacia el lavabo, después de un largo silencio, dice:
—Dormiré en el sofá, para darte espacio…
—No. —Me limpio la nariz y me seco los ojos—. Es una cama
grande. Somos personas altas y ninguno de los dos va a dormir bien
en un sofá. Solo… duerme de tu lado y yo dormiré del mío. Ambos
podemos usar pijamas. Descansaremos un poco y, por la mañana,
podremos encontrar una mejor situación para dormir los próximos
días. Tal vez podamos encontrar una cama barata para la oficina.
Parpadeo y capto el reflejo de Aiden en el espejo, la emoción
tensando su rostro.
—De acuerdo.
Salgo del baño, paso rápido junto a él y me muerdo la mejilla
mientras su mano roza suavemente mi muñeca.
—Adelante, date una ducha de verdad —le digo—. Te daré un
poco de privacidad.
Lo dejo solo en nuestro baño, el silencio se cierne entre nosotros.

En estos días, creo que olvidé comprar comestibles mientras Aiden


no estaba. Hay una cabeza de coliflor, guácala, dos huevos y algunas
manzanas sospechosas.
Me conozco. Estoy muy ebria y si voy a andar de puntillas
alrededor de mi esposo y tratar de no quemarme un fusible el resto
de la noche, necesito comer. Tomo la lista, pegada al refrigerador, de
lugares que ofrecen comida a domicilio y reviso los nombres que
saltan.
Entrecierro los ojos hasta que las letras se calman y decido que la
pizza suena bien. Por otra parte, Aiden es quisquilloso cuando se trata
de pizza. Podría querer gritarle y llorar, pero ignorar nuestro ritual
de preguntarnos qué queremos para comer, me da náuseas o tal vez
es por la botella de Cabernet Franc que tomé con el estómago vacío.
Lo que sea, no importa. Puedo estar enojada y seguir siendo cortés.
Puedo preguntarle si quiere una pizza sin que eso signifique que todo
está perdonado y olvidado.
Culpo a estar borracha, hambrienta y muy cómoda en nuestras
costumbres pues entro directamente al baño sin considerar que mi
esposo, medio distanciado, está mucho más que semidesnudo en la
ducha. Justo cuando estoy a punto de hablar, lo escucho: un gruñido
suave y hambriento, cada vello de mi cuerpo se eriza.
Exhala bruscamente y un sonido silencioso y entrecortado acentúa
su respiración, como un grito que está tratando de sofocar. Mi
corazón da un vuelco en mi pecho, mientras miro por la esquina, a
través de la puerta de vidrio de la ducha y me congelo.
El largo cuerpo de Aiden con la espalda hacia mí. Los tensos
músculos de su trasero flexionándose, la hendidura de sus caderas
profunda y sombreada, unas gotas de agua se deslizan hacia abajo.
Una mano extendida sobre las baldosas mientras que la otra está
oculta, su otro brazo se mueve.
Mis mejillas se sonrojan cuando me doy cuenta de que se está
masturbando, algo que no había visto hacer a Aiden en años. Cuando
solíamos ser sexualmente juguetones y hacer cosas divertidas como
masturbarnos, mientras nos observábamos, retándonos para ver
quién podía aguantar más tiempo hasta que estábamos saltando por
el otro y terminando como realmente queríamos: juntos, tan
profundamente conectados.
Otro gruñido bajo rompe el silencio, otro sonido roto y ahogado, y
luego.
—Freya —susurra.
Un torrente de lágrimas cubre mis ojos. Mi nombre en sus labios
resuena a nuestro alrededor.
Dice mi nombre en voz baja una y otra vez, luego deja caer su frente
sobre las baldosas mientras gime. Su brazo vuela, el sonido de su
pene deslizándose dentro de su mano se oye más rápido, más
húmedo.
Mi cuerpo responde obedientemente, recordando lo que es que
cada rincón tierno y sensible se despierte ardiendo, que mis manos
recorran su espalda, luego más abajo, para acercarlo más, mientras le
suplico que me dé todo.
El deseo y el resentimiento se estrellan dentro de mí, una colisión
frontal de emociones opuestas. Me desea tanto que está follando con
su mano pensando en mí, ¿pero ni siquiera ha intentado hacerme el
amor en meses? Quiere arreglarlo, ¿pero depende de mí hablar?
El movimiento de Aiden vacila. Un gruñido profundo y herido sale
de él cuando levanta la mano y la golpea contra la pared.
—Mierda —gime. Dejando caer su frente en las baldosas, comienza
a golpearlas rítmicamente.
Y luego… los gemidos se vuelven firmes, irregulares, gruesos. Un
sonido sale de él y me doy cuenta de que nunca lo había oído. Aiden
está… llorando.
Debí hacer algún tipo de sonido, también, porque la cabeza de
Aiden se levanta. Me ha escuchado. Lentamente, mira por encima del
hombro y encuentra mi mirada. Sus ojos azul océano están tan
enrojecidos como los míos, su mandíbula se ve apretada a través de
su barba oscura. La ducha le ha puesto el pelo negro y le ha
apelmazado las largas pestañas. Me mira de una manera que no lo ha
hecho en mucho tiempo.
Nuestros ojos se encuentran y de alguna manera sé que estamos
recordando lo mismo. La última vez que tuvimos sexo. Aquí, en la
ducha. Cómo comenzó salvajemente, como si estuviéramos
arañando, agitándonos para agarrarnos de lo que habíamos sido una
vez, haciendo exactamente lo que solíamos hacer: jugar. Me froté
hasta el orgasmo bajo el agua, él se movió bruscamente mientras lo
miraba fijamente.
Recuerdo cómo sus ojos revolotearon, su brazo vaciló y su boca se
abrió, cuando una última bocanada de aire lo dejó. Cómo se derramó
por las baldosas mientras sus ojos nunca dejaron los míos, como
siempre. Luego me sacó de la ducha, me secó y se arrodilló a mis pies.
Me vine contra su boca una y otra vez… Y luego lo hicimos una vez
más, con tanta urgencia, que ni siquiera llegamos a meternos debajo
de las sábanas, como una llamarada solar, ardiendo intensamente.
Antes de que se volviera sombrío y frío. Un vacío mucho más oscuro
sin la asombrosa belleza que acababa de iluminarlo.
Me limpio las lágrimas, destrozando el momento. Aiden parpadea
y da un paso más bajo el agua.
—Lo siento —murmuro, mirando todo menos su cuerpo—. No
quise…
—Está bien, Freya —dice en voz baja, lavándose el cabello con
champú, pero sé que no lo dice en serio. Lo avergoncé. Invadí su
privacidad.
Porque supongo que la necesitamos ahora. Privacidad.
Obligo a mis ojos a no verlo fijamente. No ver la parte de él que
conozco tan íntimamente, sus piernas largas y sus poderosos
cuádriceps, más blancos en la parte superior, bronceados desde la
mitad del muslo hacia abajo porque el hombre es un fenómeno
afortunado de la naturaleza que se pone dorado en el momento en
que empieza el verano, pero tiene la piel más hermosa, parecida al
alabastro en invierno. Es más difícil de lo que debería ser.
—Entré —digo, estabilizando mi voz—, para preguntarte si quieres
pizza. Iba a pedir un poco porque no conseguí comestibles.
—Mañana iré de compras.
—De acuerdo, pero para esta noche, necesito comer, así que
pregunto por la pizza.
Se enjuaga el pelo.
—Pizza está bien.
—Bien, gracias.
Salgo corriendo del baño, mi corazón late con fuerza y luego siento
la sal en mi herida: una punzada cada vez más profunda, de
calambres que me han atormentado el vientre todo el día. Los
primeros signos de lo que sabía que se avecinaba, pero que temía de
todos modos: otro ciclo y ningún bebé. Otros veintiocho días con un
esposo que apenas lo notó en los últimos seis meses, desde que
decidimos que dejaría de tomar la píldora. Sin preguntas
preocupadas sobre cómo me he sentido o si tengo atraso o lo que
necesito. Solo otro mes con un esposo que llega a casa del trabajo cada
vez más tarde, que siempre está al teléfono y pausa sus llamadas
cuando entro en la habitación. Un marido al que apenas reconozco.
Lanzo la lista de restaurantes a domicilio de nuevo sobre el
mostrador, pido pizza y abro una botella de vino. Después de
servirme una gran copa de tinto, tomo un trago, luego tomo otro y
vuelvo a llenar la copa. A este ritmo, me despertaré con una buena
resaca. Mañana va a ser un mal día, pero mi marido llegó a casa.
Iba a ser un mal día de todos modos.
Capítulo 2
Aiden
Playlist: What should I do, Jaymes Young
—¿Hiciste qué?
Miro hacia el cielo, azul claro hace solo unos momentos, ahora está
rodeado de ominosas nubes negras de tormenta. Se siente como mi
maldita vida.
—Regresé a casa.
—No, hombre —suspira Pete—. No debiste hacerlo, mierda, me lo
dijiste cuando Mai me hecho hace dos años.
Eso es cierto, pero, sobre todo, porque me preocupaba que su
esposa lo estrangularía. Necesitaba dejar que se calmara. Mi
problema es el contrario, Freya ya está calmada, lo cual, a pesar de su
cabello rubio pálido y sus ojos gris azulado, glaciales, no es su
disposición normal. Es un poco reservada con los extraños, pero una
vez que se siente cómoda contigo es cariñosa y expresiva, llena de
calidez, bromas y carcajadas.
O, lo era.
Así fue como supe que algo andaba muy mal. Llegué a casa y fue
como si el sol se hubiera escondido detrás de una nube, como si todos
los pájaros cantores, en millas a la redonda, hubieran dejado los
árboles. Freya se quedó callada. Muy, muy callada. Me di cuenta de
que no podía recordar la última vez que la escuché cantar en la ducha
o tararear suavemente mientras revisaba el correo.
Bajé la mirada a mis pies. Vi una maleta empacada y un boleto con
mi nombre. Fue entonces cuando supe que mi mundo se estaba
desmoronando.
—Aiden —dice Pete—. Háblame. ¿Qué estabas pensando?
—¿Qué se suponía que debía hacer? ¿Ir a disfrutar de una estancia
en tu casa? Tu esposa habría hecho shish kebab con mis bolas.
La esposa de Pete, Mai, es la mejor amiga de Freya y sin duda sabe
lo que pasa. Me asesinaría, mientras duermo si intentara quedarme
en su casa.
—¿Qué hay de tu amigo, con el que estás haciendo toda esa mierda
de negocios secretos? ¿Dave?
Pongo los ojos en blanco por su pregunta.
—Dan, no Dave, vive demasiado lejos del trabajo. —Pete está
molesto porque he estado ocupado con la aplicación y no le digo más
que detalles sueltos.
Sí, tu esposa tampoco está muy contenta.
Mi pecho se contrae bruscamente.
—Pete, me tengo que ir. Ya había estado hablando por teléfono con
Dan y si estoy aquí fuera por más tiempo, estoy seguro de que
caminaré a casa desde la galería de arte.
—Ve y llámame luego.
—Sí. Adiós.
Cuelgo y miro adentro, me preparo para la multitud, el ruido, la
presión claustrofóbica de la gente cuando mi mente ya zumba con
demasiados pensamientos y late con energía nerviosa que hace que
mi cuerpo pida que salga a correr, para lo que no he tenido tiempo,
en demasiado tiempo. Mi ansiedad es terrible hoy. No es que haya
estado mucho mejor últimamente.
Intenté explicárselo a Pete una vez cuando me preguntó, como un
buen amigo, qué estaba pasando. Le dije que la ansiedad es como el
juego de feria en que intentas golpear al topo, impredecible, siempre
esperando bajo la superficie. A veces es un desencadenante que
puedes identificar y tratar, pero incluso entonces, inesperadamente,
la ansiedad asoma la cabeza y estás dando vueltas; deseando poder
localizar esa cosa y que haya una cosa; eso me vuelve de esta manera
para que pueda aislarlo y darle una paliza o… más exactamente,
arreglarlo, de alguna manera.
La ansiedad no siempre es debilitante y para mí, la mayoría de las
veces, no se convierte en depresión, porque mis medicamentos
parecen ayudar con ese aspecto, pero la ansiedad no se va del todo.
Nunca está fuera del edificio, acecha, te recuerda que está ahí.
Esperando su momento. Al menos, para mí lo hace.
Me tomó mucho tiempo y muchas horas de terapia aceptar que mi
ansiedad hace que la vida sea más difícil, pero no significa que esté
defectuoso o dañado o… tenga nada malo. Simplemente pasa, a veces
es silenciosa, a veces ruidosa y, pase lo que pase, he aprendido a
sobrellevarla. Soy fuerte. Me esfuerzo mucho y, algunos días, paso
mucho tiempo deseando que hubiera una bala de plata que hiciera
que la ansiedad desapareciera de mi vida para siempre.
Mi terapeuta me animó a ser compasivo conmigo mismo, en lugar
de querer arreglarme o cambiar mi forma de ser. Ella escucha, me
agrada, es buena. Mierda, incluso puedo admitir que tiene razón,
pero eso no significa que me guste. La aceptación no es una solución
y quiero soluciones. Quiero poder arreglarlo.
Porque me encanta arreglar mierdas. Me encanta arreglar a la gente,
mi cuñado Ryder y su novia Willa te lo pueden decir, ya que los
emparejé de manera experta. Mis estudiantes te dirán que me encanta
aplicar las matemáticas para solucionar sus desafíos de gestión
empresarial, para que puedan planificar para el éxito. Freya lo sabe
mejor que nadie, me encanta arreglar objetos rotos, armar muebles,
reparar nuestro techo, convertir el desorden en orden. Me siento
jodidamente eufórico.
Además de golpearme la mano, a manera de regaño, cuando,
ocasionalmente, me he excedido en mis esfuerzos de emparejamiento
y esa vez que estaba demasiado empeñado en reparar una silla que
era una causa perdida, Freya siempre me hizo sentir que mis
impulsos reparadores, que dan forma a nuestra vida, son algo que
admira de mí. Nunca me ha hecho dudar de que me ama por lo que
soy y la amo por eso.
Pero a pesar de que ella me acepta, es empática, tan, tan empática,
hay un límite para lo que estoy dispuesto a poner sobre sus hombros.
No sabe que mi ansiedad, que a veces es alta, pero que generalmente
se controla con una dosis generosa de Prozac y sesiones periódicas de
terapia, está al límite de lo debilitante en este momento. Me he
asegurado de ello.
Sí, lo sé. No comunicarlo es un gran no-no, pero así está la cosa.
Freya siente demasiado por mí y por otras personas. Sé mejor que
nadie como la agobia, cuando la carga se vuelve demasiado pesada,
llora en la ducha y canta canciones tristes cuando está trabajando en
el jardín. La he sentido cuando se arrastra a mis brazos por la noche
y solloza en silencio hasta que su tristeza se desvanece en su sueño y
sus sueños se vuelven irregulares. Sé como les tararea a los gatos y
los sujeta con fuerza después de un día duro con los pacientes. Freya
sostiene al mundo en su corazón. Todo lo que estoy haciendo es
protegerla de lo peor, compartimentándola, para que tenga alguien
en quien apoyarse cuando estamos juntos.
Pensé que estaba haciendo un buen trabajo.
Pero estoy empezando a preguntarme, desde que trazó una línea
en la arena proverbial, si he sido peor ocultando mis luchas de lo que
pensaba, si no soy tan bueno protegiéndola como quería ser. Me
pregunto si me ha estallado en la cara y me lo he estado preguntando
desde que llegué a casa del trabajo y ella, literalmente, tenía una
maleta preparada para mí con un boleto de ida y vuelta encima.
Traté de concentrarme en el hecho de que el boleto no era solo de
ida. Esa era una buena señal, ¿verdad?
Tenía que esperar que sí.
Guardo mi teléfono en el bolsillo y me preparo para la explosión de
ruido resonante y regreso a la galería de arte moderno, un espacio
estilo almacén en el artístico y ecléctico barrio de Fairfax en Los
Ángeles, que muestra el arte de mi cuñado Axel. Antes de que la
puerta se cierre detrás de mí, mis ojos encuentran a Freya y mi sistema
se detiene. Hay un chico sonriéndole con interés descarado. Un
estallido ardiente de miedo, preocupación y posesividad me quema.
No soy un hombre celoso. Freya es mi compañera, no mi
propiedad. Dicho esto, cuando un imbécil está mirando el escote del
vestido de mi esposa y ella no está, como ha sucedido en el pasado, o
tirando su bebida «accidentalmente» sobre las botas de aspecto caro
o dándole una mirada desdeñosa, me siento justificado en mi
respuesta. Y siento que mis piernas se mueven rápido, llevándome
directamente hacia ella.
Me abro paso entre la multitud que se arremolinaba alrededor de
la galería, mis ojos fijos en ella. Las ondas de cabello rubio platinado
se cortan justo bajo su mandíbula, su piel es luminosa y sus curvas
deliciosas, el vestido negro revolotea alrededor de sus rodillas,
balanceándose rítmicamente porque Freya no puede evitar moverse
cuando escucha música, inclina la cabeza y toma un sorbo con la
pajilla mientras él le sonríe. Mierda, ¿ella está coqueteando?
No es que no esté enojado con ella. No, esto es mi culpa. Estamos
aquí porque lo eche a perder. Bueno, tengo suerte de que estemos
aquí en el mismo espacio esta noche, punto. Freya no expresó alegría
cuando me invité a ir a la exhibición de arte de Axel, desesperado por
pasar algún tiempo con ella, para demostrarle que estoy aquí,
comprometido con nosotros, incluso cuando odio los espacios
ruidosos y caóticos como este. Apenas me habló en el camino o
cuando llegamos, en cambio conversó con sus hermanos y Rooney, la
mejor amiga de Willa de la universidad, que ha estado tan presente
que ahora es una Bergman honoraria.
Pero no voy a dejar que eso me desanime. Voy a arreglarlo y mi
esposa necesita verlo, que estoy aquí y no me iré a ningún lado.
—Freya. —Pongo una mano en su espalda, suspiro de alivio
cuando no se arquea. De hecho, podría jurar que incluso se inclina,
solo un poco, pero se siente monumental.
—Aiden, este es George Harper, está exponiendo aquí también.
George, este es mi esposo, Aiden MacCormack.
¡Ja! Ahí tienes, George. Soy su esposo.
Extiendo mi mano y acepto el saludo del tipo, recordándome que
apretar sus dedos hasta hacerlos papilla no es razonable. Freya es una
mujer hermosa. Tendría que ser un insensato si no quedara
deslumbrado. Así que lo dejé pasar con un apretón bastante fuerte.
—Felicitaciones —le digo—. Vaya espectáculo.
—Gracias. Lo es —dice—. ¿Y estás aquí por quién, de nuevo?
—Axel Bergman. —Freya asiente hacia la exposición de su
hermano, que está en una esquina de la galería. Axel está de espaldas
a nosotros, es alto y delgado, con las manos en los bolsillos, mirando
una de sus pinturas—. ¿Cuáles son los tuyos? —pregunta ella.
Al responderle, George hace un gesto por encima del hombro, mi
mirada, luego mi atención se desvía de su conversación a la
habitación que nos rodea. Primero al hermano de Freya, Ren, un
delantero de los LA Kings, quien claramente está siendo abordado
por un fanático del hockey mientras nos traía bebidas del bar de la
galería. Luego veo a Rooney que deambula por la sección de la
exposición de Axel.
Axel, Ren, Rooney, Freya, Frankie la novia de Ren no viene.
Ninguno de los otros hermanos de Freya vendrá, así que no tengo
que cuidarlos. Ryder y su novia, Willa, todavía están en el estado de
Washington; Ziggy, la bebé de la familia no frecuenta espacios llenos
de gente como este; Oliver y Viggo, los cachorros de hombre, pues se
comportan como cachorros, no se puede confiar en ellos alrededor de
cosas frágiles; y sus padres, en palabras de Axel «no se les permite
venir» porque este programa es «demasiado gráfico».
Visitarán la galería y verán su trabajo después de que Axel vuele
de regreso a Seattle, donde vive. Él inventa una excusa en cada
exposición de arte para que no vengan y nunca le reprochan, por
alguna clase de mierda sobreentendida de los Bergman que no
comprendo. Luego la visitan más tarde y él no lo sabrá. Eso es lo que
siempre hacen.
Localizar a mi gente reduce el volumen del zumbido de mi cerebro
al trabajar, todo el mundo está contabilizado. Respiro hondo y vuelvo
a concentrarme en la conversación de Freya y George. He perdido la
noción de quién dijo qué, pero voy a suponer que en su mayoría fue
George hablando de sí mismo.
—Así que ese es mi enfoque en pocas palabras —dice.
Atiné.
Freya mira entre el trabajo de George y el de su hermano.
—Es interesante, muy diferente al de Axel.
—Puedes decir eso otra vez. —George mira por encima del hombro
a Axel, a quien le está tocando el hombro alguien con una cámara
alrededor del cuello y una sonrisa nerviosa. Su perfil severo mientras
lo mira fijamente es tan Axel que podría reír. El pobre odia la
publicidad más de lo que odio los armarios desordenados.
—Axel es… —George se frota la nuca y se encoge de hombros—.
Bueno… él es prolífico. Le daré eso.
Los ojos de Freya se vuelven gélidos.
—¿Qué quieres decir? —Freya es la mayor de sus hermanos, los
ama feroz y protectoramente. En el momento en que percibe un
olorcillo a mierda que alguien pretenda arrojarles, se pone en modo
mamá oso.
La risa nerviosa de George se desvanece tan rápido como apareció
cuando nota su ira.
—Bueno… —dice con cuidado, caminando de puntillas a través de
un campo minado verbal—. Quise decir que se las arregló para pintar
mucho.
—De hecho, sé lo que significa la palabra prolífico —dice Freya con
acidez, mientras aprieta la pajilla entre los dientes.
George tira del cuello de su camisa y comienza a sudar.
—Seré honesto. Su material me parece extraño, él también me lo
parece.
Freya agarra el vaso con tanta fuerza que estoy esperando a que se
rompa en su agarre.
—Algunos de los creadores más venerados del mundo del arte, sus
excentricidades y su trabajo visionario, fueron malinterpretados en
su época, Van Gogh es un favorito personal.
George parpadea hacia ella, sin habla.
—Tal vez podrías cuestionar tu malestar acerca de mi hermano y
su arte. Considera que todos los intentos míseros que llamas arte, en
el futuro, habrán sido olvidados mucho tiempo atrás, mientras que
Axel y su trabajo habrán sido inmortalizados. ¡Buen día, señor!
Freya, en su mejor momento de mamá oso, gira, me agarra por el
brazo y nos hace pasar junto a él, hacia su hermano.
—¿Acabas de arrojarle un Willie Wonka? —le pregunto.
Su boca se curva y mi corazón da un vuelco. Freya casi me sonrió.
Se siente como la primera gota de lluvia en una sequía.
—Tiene suerte de que no le haya lanzado una maldición al estilo
Frankie.
La novia de Ren, Frankie, tiene una vibra de bruja y una inclinación
colorida por apuntar con su bastón, como si fuese una varita mágica,
a las partes ofensoras y lanzar maleficios en su camino. Esperaba que
Freya le arrojara el vaso, de lo que fuera que está bebiendo,
directamente a la cara.
—Se lo habría merecido —le digo.
—Eso es verdad. ¡Ax! —Freya dice, pasando a mi lado.
Axel se gira y mira a los ojos a Freya, sin decir palabra la saluda.
Esos dos tienen algo que me avergüenza decir que envidio: un
entendimiento tácito. Nunca había visto a dos personas discutir en
tres palabras y miradas pétreas hasta ellos, pero también he visto
momentos como este: conexión pura y silenciosa. Freya se para cerca
de él, apretando su mano una vez, mientras mira la pintura frente a
ellos. Mucho rojo contra un lienzo blanco puro, en un patrón que me
hace sentir un poco mareado. Mierda, ahora sueno como ese imbécil
de George.
—Tanta emoción, ¿verdad? —Rooney se une a mí en una de las
mesas estrechas ubicadas estratégicamente alrededor del espacio. Sus
ojos azul verdoso recorren la pared donde está montada la obra de
arte de Axel.
—El arte visual como el suyo dice mucho, sin una sola palabra.
Siento que todo lo que hago es hablar y, sin embargo, nunca transmito
ni una pizca de lo que expresa su arte.
Sus ojos bailan entre Freya y Axel, la misma envidia que siento
tensa su expresión. He tenido una corazonada sobre esos dos, Axel y
Rooney. Tengo un buen sentido de la química, que es, por supuesto,
por lo que soy un buen casamentero. Así es como Ryder y Willa
comenzaron juntos: los convertí en compañeros de proyecto cuando
eran estudiantes en mi clase de matemáticas comerciales. Puede que
me haya pasado un poco de la raya con eso, pero el punto se
mantiene. Tengo buena intuición para estas cosas.
—Eso es lo que obtienes con un Bergman —le digo—. Son bastante
económicos con sus sentimientos, a excepción de Freya y su papá…
—Y yo —dice Ren.
Me sobresalto y aprieto mi corazón palpitante.
—Eres extrañamente sigiloso.
También estoy nervioso como el infierno.
—Sigilo es el nombre del juego —dice, levantando una colección
ridículamente coordinada de cócteles en sus grandes manos—. Toma
el tuyo y reza para que no se caigan.
Rooney se ríe, mientras saca su gin tonic. Tomo mi Coca Cola sin
azúcar y la que Ren indica que es la bebida de Freya, salpico un poco
en mi mano. La lamo, esperando el sabor del vodka, pero es… solo
club soda.
Club soda. Casi dejo caer el vaso.
Sin alcohol. ¿Por qué? ¿Por qué sin alcohol? La otra noche, cuando
llegué a casa, estaba borracha, pero y si desde entonces se ha dado
cuenta…
La habitación se balancea debajo de mí cuando mi mirada se posa
en Freya y mi corazón comienza a latir con fuerza. Me destrozo el
cerebro. ¿Cuándo fue la última vez que compré tampones y toallas
sanitarias cuando hice mandados? ¿Cuándo fue la última vez que se
quejó de calambres y necesitó la almohadilla térmica? Mi respiración
se acelera.
Mierda.
Mierda.
Los últimos meses pasan ante mis ojos, clavándome con una
claridad asombrosa y convincente. He estado distraído con el trabajo,
luchando por la financiación de la aplicación, revisando nuestra
presentación para posibles inversionistas, haciendo todo lo posible
para que el futuro se sienta financieramente seguro, desde que
decidimos que dejaría de usar el control anticonceptivo y dejaríamos
de prevenir el embarazo…
Hace seis meses.
Han pasado seis jodidos meses y no puedo recordar la última vez
que hablamos de eso. La última vez que me di cuenta si le había
venido el período o no. Sentí que el peso de nuestras vidas se
duplicaba con la inminente promesa de un bebé, un bebé que quiero,
sí, pero por el que siento una enorme responsabilidad para
asegurarme de que no tenga la infancia que tuve, lo que eso implica
me ha estado consumiendo desde entonces.
Oh Dios. No tengo idea de qué tan avanzado está, cómo se siente.
¿Por qué no me lo diría?
Porque no has preguntado, imbécil.
Maldito infierno. No es de extrañar que me echara.
Es más que eso y lo sabes.
Meto ese pensamiento perturbador en los rincones de mi mente
justo cuando Ren pone una mano en mi hombro. Miro a mi cuñado,
un gentil gigante pelirrojo, con su pelo de hockey alborotado y su
pulcra barba rojiza, recortada ahora que han terminado los playoffs.
Tiene los llamativos ojos claros de Freya, que me escanean con
preocupación.
—¿Estás bien, Aiden? Te ves alterado.
Ren es emocionalmente versado, es a quien le derramé las tripas
cuando Freya me echó. Por supuesto, no era el más empático, él y
Frankie estaban luchando por encontrar su equilibrio, que ahora es
sólido, pero sabe más que el resto de los hermanos sobre lo que está
pasando.
—Estoy bien —consigo decir, refrescando mi sudorosa frente con
la fría condensación que gotea del vaso de Freya—. Estoy, eh…
contemplando romper el festival de amor entre hermanos y darle a
Freya su bebida.
Ren sonríe.
—Buena suerte, pero te recomiendo que esperes hasta que termine.
Rooney toma un sorbo de su cóctel.
—Ojalá tuviera hermanos.
—No voy a mentir —dice Ren, tomando un trago de su bebida—.
No sé lo que haría sin una familia grande y estoy muy contento de
que Frankie quiera una casa llena.
Abro la boca para decir algo cauteloso como: Solo han estado juntos
durante unos meses. ¿Ya deberías estar planeando eso? ¿No te da miedo que
se desmorone? Pero luego recuerdo cómo me sentí dos meses después
de estar con Freya, como si ella fuera el aire y la luz del sol; el agua y
la vida; como si la perdiera simplemente dejaría de existir y nunca he
dejado de verla de esa manera. Empecé a preocuparme por perderla,
estaba tan preocupado que empezó a robarme las horas que solía
dedicar a absorberla, disfrutar de su alegría, su pasión, sus risas y sus
besos.
Suspiré y tomé mi Coca Cola y, no por primera vez, deseé no ser
tan estricto con mi política con el alcohol. Me vendría bien un
zumbido aturdidor en este momento. Mierda, ¿podría?
Rooney le sonríe a Ren.
—Cuando tú y Frankie tengan bebés, serán tan lindos. Con sus
grandes y bonitos ojos color avellana y tu cabello. ¡Ay!, ten muchos
para que pueda acurrucarme con ellos.
—¡Ten los tuyos! —dice Ren juguetonamente—. Los acapararé,
inhalando ese…
—Olor a bebé recién nacido —dicen al unísono.
Se me hace un doble nudo en el estómago. Un bebé.
—¿Cómo está Frankie? —pregunta Rooney.
Ren sonríe con cara de enamorado.
—Está genial, simplemente, sintió que esta noche sería demasiado.
Frankie, al igual que la Bergman más joven, Ziggy, está en el
espectro del autismo: brillantes, sin filtros y rápidamente abrumadas
por espacios ruidosos y concurridos, como la casa Bergman o una
galería de arte bulliciosa.
Mi ansiedad tampoco es gran fan de esos espacios.
—Chica inteligente —murmuro.
Ren asiente.
—Sí. Así que está teniendo una noche tranquila en casa.
Rooney alisa su cabello rubio oscuro y sonríe suavemente.
—Bueno, me alegro de que se sintiera cómoda haciendo lo que
necesitaba, pero echo de menos verla. Me agrada mucho.
Ren sonríe de nuevo.
—Sí. Es la mejor.
—¿Quién, yo? —dice Freya, insertándose y recogiendo su bebida—
. Oh, hermano. Eres muy dulce.
Ren niega con la cabeza y sonríe.
—¿Quién es dulce? —dice Axel con los ojos en Rooney.
—Ella, ¡obvio! —dice Freya, pasando un brazo alrededor de la
cintura de Rooney. Rooney sonríe, sus mejillas se sonrojan cuando
Freya la involucra en una conversación.
Cuando los agudos ojos verdes de Axel finalmente dejan a Rooney,
giran en mi dirección, taladrándome. Me hace preguntarme si Freya
chismorreó, mientras nos daban la espalda.
—Aiden —dice, su voz profunda y uniforme. No es su expresión
más amigable, pero Axel a menudo tiene una mirada suave e ilegible
en su rostro.
Asiento con la cabeza.
—Ax.
—Gracias por venir. —Ax rara vez abraza y cuando está dispuesto
a abrazar lo deja claro, no lo hizo esta vez. Así que nos damos la mano.
—Como siempre, bien hecho —digo, hago un gesto con la copa
hacia la pared de la galería—. Esto es increíble.
Sus ojos están de vuelta en Rooney.
—Hum.
Hago una pausa, esperando que me preste atención, no lo hace.
Observa a Rooney mientras se ríe con Freya, se giran y le sonríen a
alguien de la galería que pide tomarles una foto.
—Ax, no eres sutil —susurro.
—Cierto —dice, todavía mirándola—. Nadie ha llamado sutil a mi
trabajo.
Freya y Rooney están siendo fotografiadas. Ren está en su teléfono,
probablemente mandándole un mensaje a Frankie. Somos solo
nosotros. Así que me arriesgo y digo:
—Podrías dejar que el casamentero pruebe suerte…
—Aiden —me interrumpe Ax cuando sus ojos se encuentran con
los míos de nuevo. Hay un poquito de rubor en sus pómulos.
Lucho contra una sonrisa.
—¿Sí, Axel?
—¿No hay un proverbio como «Las personas que viven en casas de
vidrio no deberían tirar piedras»? Enfréntate a tu propia vida antes
de empezar a tratar de orquestar la mía.
Mi sonrisa se desvanece. Ella le dijo.
Freya y Rooney le dan la espalda al fotógrafo y la conversación de
nuestro grupo converge en el alboroto habitual de la familia
Bergman. Me quedo en silencio y tomo un sorbo de mi bebida, más
que nunca un extraño para mí mismo, para la gente que una vez sentí
como mía.
Capítulo 3
Freya
Playlist: Alaska, Maggie Rogers

Trato de no pensar demasiado y mucho menos en mis sentimientos


por la cena del trigésimo quinto aniversario de bodas de mis padres.
Que se vean tan enamorados como siempre: papá tocando a mamá
cada vez que puede, mamá inclinándose hacia él, una sonrisa ilumina
su rostro.
Y mi esposo llega tarde.
En el baño, vuelvo a revisar mi teléfono, esperando a que las damas
terminen. Un mensaje:
Lo siento, me retrasé. Contratiempo imprevisto en la oficina.
—¡Gracias, Jesús en Su Cumpleaños! —La voz de Frankie resuena
desde el cubículo del baño—. Finalmente tuve mi período. —Frankie
tiene talento para las blasfemias creativas, pero ni siquiera esta puede
hacerme reír. Porque si bien recuerdo aquellos años, mirando
nerviosamente el calendario y rezando para que me llegara la regla,
ahora es al revés. Ahora contengo la respiración mientras la cuenta
regresiva del calendario disminuye, rezando para que los calambres
dolorosos y sordos no lleguen, para que mis senos duelan por la razón
correcta.
No me preocupa desde el punto de vista de la fertilidad. Sé que las
cosas toman tiempo y la concepción es rápida para algunos, no para
otros. Lo deseo tanto que duele. Es un dolor que nunca deja mi pecho,
con cada mamá que veo, ya sea embarazada o con niños en brazos o
corriendo delante de ellas, la pregunta persistente en la parte
posterior de mi cabeza, ¿cuándo seré yo?
—¡Yo también! —dice mi hermana, Ziggy, desde el puesto
vecino—. Oye, tal vez estaremos sincronizadas ahora. ¿Eso pasa en
realidad? Creo que leí en alguna parte que las mujeres que pasan
tiempo juntas, de alguna manera, tienen el mismo calendario
menstrual. Algo que ver con feromonas u hormonas o algo así. Ojalá
Rooney estuviera aquí. Esta es su especialidad.
Rooney es un genio de la ciencia que estaría gritando sobre la
transformación de las hormonas femeninas si estuviera aquí. Aunque
vino a nosotros por medio de Willa, la novia de Ryder, y Willa no está
aquí, no habría sido extraño que Rooney asistiera de todos modos. Se
ha arraigado tanto en la familia que se siente raro cuando no viene a
las funciones de los Bergman, pero declinó nuestra invitación esta
noche porque está estudiando para el examen del colegio de
abogados.
De lo que me enteré por medio de Axel. Quien se sonrojó cuando
sonreí y le pregunté cómo es que lo sabía. A lo que no tuvo respuesta,
excepto decirme que tenía lápiz labial en los dientes. Eso me hizo
buscar la cámara de mi teléfono para comprobarlo, pero cuando me
di cuenta de que no era cierto, él ya estaba al otro lado de nuestra
mesa, conversando con papá.
Imbécil. Desafortunadamente, las bromas son tan comunes entre
los hermanos Bergman como el oxígeno en el aire.
De todos modos, la vida amorosa de Axel no es asunto mío, pero
Aiden es un casamentero sin remordimientos y en la década que
hemos estado juntos, sus tendencias han comenzado a contagiarme.
Veo emparejamientos, química, parejas y posibilidades todo el
tiempo. Sin embargo, a diferencia de Aiden, tengo el sentido común
de dejar a las personas solas, en su mayor parte, para que lo averigüen
por sí mismas.
Los inodoros descargan y, un momento después, las puertas se
abren. Frankie y Ziggy dejan sus puestos al mismo tiempo, uniéndose
a mí en el lavabo, donde estoy luchando con mi cabello que no se
comportará del todo bien esta noche.
Nuestro reflejo en el espejo parece el comienzo de una broma: una
rubia, una pelirroja y una morena. Yo, luego Ziggy, con el cuerpo
esbelto que recibió de mamá, el cabello rojo como el de nuestro papá
y los ojos verdes intensos, que son del mismo color que su vestido.
Frankie frunce el ceño ante su reflejo, mechones largos, oscuros y ojos
color avellana, luce su combinación de colores habitual: vestido negro
y un bastón de acrílico gris, una ayuda para la movilidad que le sirve
para aliviar el dolor y la inestabilidad que la artritis le ha causado en
las caderas.
—Debí haber sabido que vendría —dice Frankie, señalando un
pequeño bulto en su barbilla—. La espinilla de la regla.
—¿Por qué estás tan preocupada por el embarazo? —pregunta
Ziggy—. Tomas la píldora, ¿verdad?
La risa de Frankie suena triste.
—Sí, pero me siento paranoica de que, por pura fuerza de voluntad
de gigante pelirrojo, Ren me va a embarazar. Mira a los bebés como
yo miro a las hamburguesas, como si nunca hubiera suficientes y
fueran vitales para su existencia. El hombre cree que es sutil, pero no
lo es.
—Siempre que estoy con un chico —dice Ziggy—, duplico
precauciones. Condones y la píldora…
—Ziggy —interrumpo—. Todavía no estás teniendo sexo, ¿verdad?
—Solo tiene diecisiete años y todavía es muy joven, emocionalmente.
Ziggy se pone rojo brillante.
—Caramba, Freya. No, pero tengo una madre que ya me está
presionando con eso de la abstinencia y el sexo seguro, ¿de acuerdo?
Trato de no sentirme herida por lo molesta que parece por mi
pregunta. Si fuéramos más cercanas, esperaría que se sienta cómoda
confiando en mí, particularmente a medida que pasa de la
adolescencia a la edad adulta, pero es solo una adolescente, tengo casi
el doble de su edad y por eso nunca hemos sido cercanas, aunque la
amo y no podía tener suficiente de ella cuando era una bebé. Mamá
dijo que debería tratar de pasar más tiempo con ella, pero Ziggy
siempre está jugando al fútbol y yo siempre estoy trabajando. Ajustar
nuestros horarios es virtualmente imposible.
Frente al espejo, nuevamente, Ziggy cierra el grifo y se seca las
manos.
—Todo lo que estaba tratando de decir era que cuando tenga sexo,
no arriesgaré mi carrera futbolística. Quiero hijos en el futuro, pero
no hasta que me jubile.
—Entonces… —Frankie mira hacia el techo, haciendo el cálculo
mental—. Estarás, ¿qué? A mitad de los treinta. Te entiendo, pero
quiero terminar para entonces. No más bebés. Terminar con el
trabajo.
Ziggy levanta una ceja.
—¿Vas a ir a la facultad de derecho para ser agente deportivo por
ocho años?
Frankie se ríe.
—De acuerdo, tienes razón. Quizás trabaje hasta los cuarenta.
Después de eso, haré de Ren mi hombre de cabaña y compraré una
isla para todos estos niños que aparentemente tendremos, ya que el
tipo ya tiene un miniván para meterlos. Todos serán bienvenidos en
cualquier momento.
Bebés. Una miniván. Pongo una mano sobre mi vientre, odio saber
con certeza que está vacío.
«Estas cosas toman tiempo», a mi madre le gusta decirme con su
voz filosófica. Fácil para ella de decir. Quedaba embarazada cada vez
que mi papá la miraba.
«Ten paciencia, Freya Linn. Sé paciente».
Estoy tratando de ser paciente. Realmente lo estoy intentando, pero
la paciencia nunca ha sido mi virtud.
Frankie tira su toalla de papel a la basura y agarra su bastón.
—Salgamos antes de que los muchachos vacíen el cesto del pan otra
vez. Solo obtuve un rollo antes.
—Cierto. —Abro la puerta.
Nos reincorporamos a la mesa compuesta por todos los hermanos,
solo falta Willa, que está de viaje por un juego y Aiden, donde diablos
esté. Siento la mirada de mis hermanos sobre mí, su preocupación y
curiosidad. Creo que la mayoría, si no todos, saben que pasa algo
entre Aiden y yo. Le dije a Axel en su exhibición de arte con el
entendimiento de que mantendríamos a mamá y papá fuera de esto,
hasta que pudiera decírselos yo misma. Esperaba que, con su forma
corta y directa, también se lo contara a mis hermanos con la misma
expectativa de secreto. Y si hay algo para lo que puedes contar con
los hermanos Bergman, es para mantener un muy buen secreto
cuando sea necesario.
Incluso si Axel no les dijo y no sospecharon, ahora lo hacen. Aiden
es tan confiable para estas funciones familiares como el sol en el cielo.
Siempre está conmigo. Cumple sus promesas y aparece.
Hasta ahora, parece.
Me aclaro la garganta y sonrío brillantemente, diciéndole a mis
emociones que se comporten. Mamá me da palmaditas en la mano y
me sonríe, mientras pregunta con su suave acento sueco:
—Sötnos, ¿dónde está Aiden?
—Llegará tarde —murmuro, tomando un largo trago de vino—.
Podemos ordenar sin él.
Papá frunce el ceño y se inclina más cerca, envolviendo su brazo
alrededor de mamá.
—No quiero dejar fuera a Aiden.
—Está bien, papá. Lo entenderá.
Las cejas de mi papá se levantan. Me busca por un momento y
desvío la mirada. Siempre me ha leído con demasiada facilidad.
—Freya Linn. ¿Pasa algo?
Mi garganta se aprieta.
—¡No! —digo demasiado animada. Controlo mi expresión—. No.
Conoces a Aiden. Últimamente está ocupado con el trabajo.
Mamá gira ligeramente en su silla y me inspecciona.
—Freya.
La miro.
—¿Sí mamá?
—Pronto, vienes a la casa para fika. Me gustaría hablar.
Finjo una sonrisa y parpadeo, buscando qué decir, olfateó
problemas y por eso quiere que vaya. No le dices que no a la fika con
Elin Bergman. Es una pausa en el día que forma parte de la vida
sueca, parte integral de mi madre, quien solo dejó su país de origen
cuando se casó con mi padre. Nuestras tradiciones, mi educación,
muchas de las filosofías y rituales de mis padres están imbuidos de
su cultura.
Fika está arraigado en nosotros. En Suecia, los negocios hacen una
pausa, la vida descansa y, por un breve momento, tomas un café y
comes algo rico, con amigos o compañeros de trabajo a tu alrededor.
Se trata de reiniciar y conectar, refrescarse antes de volver al trabajo
del día y en la casa de mamá, la mierda se arregla con fika.
—Mamá —le digo disculpándome—, no sé cuándo tendré tiempo.
Tengo pacientes…
—Haces tiempo. Eso es lo que te he enseñado. Eliges lo que importa
y el resto sigue. Tómate un descanso para almorzar, ¿hum? —Me
presiona, su expresión casi un espejo de la mía.
A veces es desconcertante mirar el rostro de tu madre y ver lo que
traerá el tiempo, no es que tema envejecer o que piense que mi madre
es menos hermosa que cuando parecía más joven. Simplemente pone
en primer plano la urgencia del momento, lanza cada minuto entre
ahora y entonces frente a mí. ¿Cuándo seré madre? Cuando mamá
tenía mi edad ya había tenido la mitad de sus hijos. ¿Estaré sentada
al lado de Aiden, rodeada por una mesa llena de hijos y sus parejas?
¿Luz de velas y comida deliciosa? ¿Celebraré mi matrimonio con una
animada mesa familiar?
—Iré por ti —presiona, después de que no tengo nada que decir—
. El viernes. Ziggy tiene escuela, luego va directamente al
entrenamiento nocturno, así que estoy libre.
—Está bien —suspiro.
—¡Si pudiera tener la atención de todos! —dice Viggo, mientras se
pone de pie y sonríe, alto y delgado, con cabello color chocolate como
el de Axel y ojos claros como los míos. Puedo oler la travesura que
emana de él. Oliver, mi gemelo en apariencia, solo doce meses más
joven que Viggo y su socio en el crimen, se recuesta en su silla.
Sonriendo en mi dirección, me guiña un ojo y luego se vuelve hacia
Viggo.
—Mamá y papá —continúa Viggo—, los niños queremos darles un
regalo especial. Nos han dado tanto, han aguantado más de lo que
debieron…
Papá levanta su copa ante eso y sonríe.
—Y nuestra forma de decir gracias, nuestro regalo para ustedes este
año es…
Oliver hace un redoble de tambores sobre la mesa mientras Viggo
saca una foto de un sobre y se la da a mis padres. Una lujosa casa
frente al mar, palmeras y arena dorada.
—Unas vacaciones en familia —dice.
Mis padres están anonadados. Agradecidos. Encantados.
No tenía idea de que esto vendría.
Se me cae el estómago mientras miro a mis hermanos, ninguno de
los cuales parece sorprendido como yo. Miro a Ren, que suele
derrumbarse rápidamente. Le está dando a Frankie toda su atención,
definitivamente evita mirarme a los ojos. La expresión de Ryder es
vacía, ojos verdes agudos e inescrutables, su boca escondida detrás
de una barba rubia que esconde demasiado para que sea fácil de leer.
Axel me mira inocentemente, como si yo estuviera en esto, o al menos
eso pensaba. Ziggy sigue igual, solo sonríe, probablemente
emocionada de irse de vacaciones ya que siempre está sola en casa
con mamá y papá. Ni siquiera intento con los cachorros de hombre.
Se deleitan en enemistarse conmigo.
Me giro hacia Ryder y bajo la voz.
—¿Qué es esto?
Se inclina ligeramente y dice:
—Es un regalo de aniversario. Tendemos a dar a nuestros padres
uno de ellos cada año el día de su matrimonio.
—Ryder. —Le doy un codazo—. En serio.
—Estabas distraída. Siempre lo has arreglado y no es justo para ti.
Así que nos encargamos de eso.
—¿Y cómo vamos a pagarlo?
Ryder mira a Ren, yo palidezco.
—No —murmuro—. No pagará por todos…
—Ya está decidido —dice Ryder—. Es un jugador de hockey
profesional, Freya. Esto es como quitarle un pelo a un gato. Además,
Ren es generoso y eso lo hace feliz. La casa es de su compañero de
equipo y nos la presta durante la semana, sin cargo. La contribución
de Ren, que reconozco que no es pequeña, es financiar los boletos
aéreos cuando nos decidamos por una semana en que todos puedan
viajar. Acordamos que pagaremos nuestra propia comida, bebidas y
cualquier otra cosa una vez que estemos allí.
Abro la boca para protestar, pero Ryder me mira.
—Freya —dice en voz baja—, tú sabes cuán maravillosamente feliz
hará a mamá y a papá que estemos todos allí.
Maravillosamente feliz. Una semana entera en espacios cerrados con
Aiden y tendré que actuar como si todo estuviera bien para mantener
esa felicidad, aunque él y yo nos estemos desmoronando. No sé cómo
pasaré un día y mucho menos una semana, sin perder la cabeza. Y si
Aiden no viene, hará que mis padres se preocupen y acabe con su
felicidad, lo que anula directamente el objetivo de este regalo.
—No puedo irme de vacaciones con la familia ahora mismo —
susurro—. Apenas puedo tolerar compartir el mismo techo que mi
esposo en este momento.
Ryder frunce el ceño.
—¿Así de mal?
Miro mis manos y suspiro.
—Sí. Bastante mal. Estoy al final de mi cuerda, Ry. No puedo hacer
esto ahora mismo.
Ryder le pasa la canasta de pan a Oliver, quien la pide a gritos.
—Bueno, entonces no vengas.
—No puedo dejar de ir, imbécil. Eso lastimaría a mamá y papá.
Me ofrece una leve sonrisa y toma un sorbo de su cerveza.
—Supongo que te vas a Hawái, entonces.
Capítulo 4
Aiden
Playlist: Gallipoli, Beirut

Voy tarde. Jodidamente tarde, sin una excusa clara para Freya de
por qué, pero al diablo si iba a decirle que llego tarde porque me
cagué encima. Después de esa visita, llena de corrientes de aire, al
estado de Washington me resfrié, luego tuve una sinusitis secundaria
y los antibióticos me están destrozando el estómago. Mi estómago
estaba gorgoteando antes en la oficina y, francamente, no tenía
tiempo en mi día para otro viaje al baño, solo para que fuera un pedo
resonante, así que aposté.
Y perdí.
Pantalones y calzoncillos a la basura, me bañé y me cambié con los
repuestos que tengo en la oficina. Gracias a mi cauteloso y
excesivamente preparado, yo. Ahora estoy sentado en el auto, en un
embotellamiento que camina a vuelta de rueda.
—¡Maldita sea! —Golpeo las manos en el volante. Llega un mensaje
de texto de Freya:
«Nos vamos».
—No —gimo y tiro de mi cabello—. No, no, no.
Marco su número, conecto mi teléfono al sistema auxiliar del auto.
Suena y suena y suena. Luego al correo de voz.
Por supuesto que no responde. No quiere hablar conmigo, tampoco
quiero hablar conmigo.
Probablemente esté enfadada. Definitivamente herida. No la culpo.
La familia es el corazón de la vida de Freya. Sus padres significan el
mundo para ella, mierda, significan el mundo para mí y me perdí su
cena de aniversario, que siempre me ha encantado porque es una
celebración familiar, no solo una celebración entre ellos dos.
Reproduzco un podcast, trato de distraerme, tomo la primera
salida que encuentro y voy directo hacia nuestra casa en Culver City.
Ir a casa es más fácil que ir al restaurante, en lo que al tráfico respecta
y pronto estoy estacionando en nuestra pequeña entrada y cerrando
el auto.
Las luces están encendidas adentro, pero no la luz en el porche, que
es el sello distintivo de Freya. La mujer está muy nerviosa por la
conservación de la energía y yo estoy muy nervioso por la seguridad.
La luz del porche delantero es una batalla benigna entre nosotros. La
luz está apagada, después de que la encendí cuando me fui al trabajo
esta mañana, significa que está en casa.
También significa que estoy rodeado de oscuridad, mis sentidos se
sintonizan con los sonidos a mi alrededor, mientras empiezo a
caminar por el camino hacia nuestra casa. A medio camino de la
puerta principal, siento que se me eriza el vello de la nuca. Se rompe
una ramita. Dando vueltas, busco el sonido que acabo de escuchar. Sí,
mi ansiedad es alta y mi estrés por llegar tarde y luego perderme la
cena no ayuda a bajar mis niveles de adrenalina, pero hay alguien
cerca, observándome. Estoy seguro de eso. No se crece como yo sin
aprender a mirar por encima del hombro, sabiendo defenderse.
De repente escucho un forcejeo, luego dos hombres están encima
de mí, sus rostros son irreconocibles en la oscuridad. El instinto entra
en acción y golpeo con la pierna a uno de ellos, pero el otro me hace
una llave de cabeza y me arrastra hacia atrás.
No grito, porque lo último que quiero es que Freya salga corriendo
y se meta en medio de esto. Después de que una de las grandes manos
del tipo me tapó la boca, no pude gritar, aunque quisiera.
El otro tipo está en mis piernas ahora, derribándome en el césped.
La puerta de una van se desliza y se abre antes de que me empujen
dentro, a pesar de esforzarme por luchar contra ellos. La puerta se
cierra de golpe con el clic de una cerradura y el auto acelera
rápidamente. Parpadeo, instando a mi vista a ajustarse para poder
orientarme.
Finalmente puedo ver y si no estuviera tan enojado con ellos, me
patearía por no haber anticipado algo como esto. Ren nos está
conduciendo como atracadores en su van. Axel va de copiloto. Oliver
se sienta en mi regazo, Ryder está en el asiento a mi lado y Viggo
aparece en la tercera fila.
—¿Qué demonios es esto? —grito, empujando a Oliver, aterriza
con un ¡ay! en el suelo de la van—. No respondas eso hasta que te
pongas el cinturón de seguridad. —Los miro a mi alrededor—.
Habría sido tan difícil decir, «¿Oye Aiden, necesitamos hablar
contigo?»
Ryder gruñe y Ren está en silencio, al igual que Axel.
—¿Hubieras venido? —pregunta Viggo.
Abro la boca para responder, pero me doy cuenta de que no puedo
decirle, sinceramente, que sí.
—Precisamente —dice.
Oliver se desliza a la tercera fila y se abrocha el cinturón, luego se
inclina y me mira a los ojos.
—Es posible que Viggo y yo nos hayamos excedido un poquito,
físicamente, pero todos estuvimos de acuerdo en que tendrías que ser
fuertemente coaccionado.
—¿Un poquito? —digo acaloradamente—. Casi me matan del
susto. Jesús, chicos. Esta no es una película de acción de Liam Neeson.
Viggo resopla.
—Por favor, Ryder me disuadió de mi plan original.
Ryder sonríe con frialdad.
—Ren —digo suplicante—. Pensé que podía contar contigo,
hombre. ¿Qué es esto?
Los ojos de Ren se encuentran con los míos en el espejo retrovisor,
inusualmente fríos.
—Renuncié a una noche con mi novia, para que lo sepas.
—Oye, no pedí que mis cuñados me secuestraran. ¿De qué se trata
esto?
Como si no lo supieras. Así de mal lo has jodido. Los hermanos Bergman
están tratando de salvarte. Oh, cómo han caído los poderosos.
Oliver dice:
—Cuando tú y Freya comenzaron a salir papá nos sentó y dejó algo
muy claro:
—«Dejen a Aiden fuera de esto» —dice Viggo—. Eso es lo que papá
nos dijo. «Nada de sus trucos fraternales o novatadas, nada de
pandillas siniestras. Sean amables con él. Lo más importante,
manténganse al margen de la relación de su hermana.»
—¿Y? —pregunto.
—Y eso funcionó —espeta Ryder—. Hasta que la empezaste a
joder.
—Jesús. —Froto mi cara. Esto es realmente lo último que necesito.
—En ese momento —dice Axel uniformemente—, nos dimos
cuenta de que era necesaria una intervención.
Viggo pone sus manos sobre mis hombros y los aprieta.
—Bienvenido a tu primera cumbre con los hermanos Bergman,
Aiden. Te espera un viaje salvaje.

—No voy a hablar de mi matrimonio con su hermana —les digo—


. Eso no va a pasar.
Ren se acomoda en una silla en su terraza trasera con vistas al
Pacífico. Tiene una hermosa casa en Manhattan Beach, con una vista
impresionante, porque su genética está hecha para el hockey y vive y
respira el juego. Estoy feliz por él. Nadie lo merece más que Ren,
quien es tan generoso y sensato en su éxito. Pero no puedo negar que
ha habido momentos en que lo envidio y a su prodigiosa capacidad
atlética.
Claro, soy fuerte, coordinado. Puedo defenderme cuando las cosas
descienden a la lucha libre con los hermanos Bergman. Pero no soy
más que un talento promedio con una pelota de fútbol, resistencia
para correr y algunas pesas. No puedo fingir que no he considerado
qué tipo de vida podría darle a Freya si fuera como Ren. Él gana en
un año lo que yo ganaré en mi vida.
A menos que esta aplicación despegue.
Como si supiera que estoy pensando en nuestro proyecto, Dan
empieza a hacer estallar mi celular. Disuadiéndome de anticipar que
ha sucedido algo catastrófico, desentierro mi teléfono rápidamente y
escaneo sus mensajes de texto a medida que llegan. Leo los mensajes,
veo que no es nada crítico y suspiro de alivio.
—Dame el teléfono —dice Ryder, con la mano extendida.
—Es solo mi socio. —Le doy la vuelta sobre la mesa en la que
estamos sentados—. Lo silenciaré.
—Escucha, Aiden. Lo creas o no —dice Viggo—, no queremos
conocer los detalles de tu vida amorosa con nuestra hermana.
Los cinco se estremecen.
Ren me da una palmadita en el hombro.
—Solo necesitamos el panorama general.
—¿El panorama general de qué? —pregunto.
Axel se frota el puente de la nariz.
—De cómo el Sr. Romántico Casamentero que rebosa confianza y
conocimiento en esta área y ha mantenido a nuestra hermana,
aparentemente feliz durante más de una década, logró joderlo tan
mal.
—Axel —dice Ren por un lado de su boca—. Pensé que habíamos
hablado de una introducción un poco más suave que esa.
—¡Uy! —dice Ax, rotundamente.
Ren suspira.
—Lo que Axel quiso decir es que nos pareces un hombre moderno
con sensibilidades románticas maduras. Un hombre feminista que
entiende a su pareja, que la apoya.
—Básicamente —traduce Oliver—, no tienes la cabeza en el trasero.
—Corrección —dice Viggo—, eso nos había parecido. Claramente
tu cabeza sí está en tu trasero. O algo está ahí, porque Freya parece
muy infeliz y tú también.
Aprieto la silla hasta que me duelen los nudillos.
—No hablaremos de esto.
—¿A pesar de que podríamos ayudar? —pregunta Ryder.
—No necesito tu ayuda. No necesito la ayuda de nadie.
Todos me ven.
—Sí —dice Viggo después de un largo y pesado silencio—.
Definitivamente no necesitas nuestra ayuda, no cuando te perdiste
una reunión familiar…
—Que nunca te pierdes —añade Oliver.
—Y nuestra hermana estuvo al borde de las lágrimas todo el tiempo
—dice Axel deliberadamente—. Ahora, yo más que nadie aquí
entiendo lo que es ser un alma independiente, pero hay
autosuficiencia y hay estupidez. No dejes que tu orgullo se
interponga en el camino de tu sentido común. Necesitas nuestra
ayuda.
Ayuda.
Los miro. Tengo treinta y seis años, en septiembre cumplo diez
años de matrimonio. La mitad de los hermanos Bergman no tienen
pareja y, con la excepción de Axel, tienen veintitantos años. ¿Qué
diablos podrían decirme que no sepa ya? ¿Qué sabiduría podrían
tener?
—¿Cómo creen, honestamente, que pueden ayudar? —les
pregunto con firmeza.
—Bien. —Ryder se aclara la garganta—. Podríamos darte algunos
consejos, dado que conocemos a Freya…
—El doble de tiempo que tú —dice Ren.
—Ustedes me están asustando —les digo—, completando las
oraciones de los demás de esa manera.
Ren se encoge de hombros.
—Solo queremos apoyarte. Estar aquí para ti. Y, si eh…
—Si estás arruinando las cosas con ella, podemos orientarte en la
dirección correcta —dice Ryder—. Lo cual sería mucho más fácil si
nos dijeras lo que pasó.
Me hundo en mi silla, de ninguna maldita manera.
—Si supiéramos lo que está pasando —dice Oliver, metiéndose
cubos de queso en la boca, parece que va a llenársela con la mayor
cantidad posible, presumiblemente, en competencia con Viggo que
está contando los cubos, en silencio, mientras lo observa—.
Podríamos ayudarlos a que ustedes dos vuelvan a encarrilarse —dice
con la boca llena—. Especialmente cuando tendremos vacaciones
familiares.
—¿Vacaciones familiares?
—Sí —dice Viggo, todavía contando la capacidad para meterse
cubos de queso de Oliver—. Regalo de aniversario para mamá y papá.
Estamos organizando nuestros calendarios para ir a Hawái a pasar
una semana de descanso y relajación.
El pánico me golpea ante la perspectiva de un gasto tan inesperado.
Puedo buscar un vuelo barato, pero la idea de gastar esa cantidad de
dinero en este momento hace que se me encoja el pecho.
—Es en la casa de un compañero de equipo —dice Ren en voz baja,
como si hubiera leído mi mente—. Su familia vive allí, pero están
viajando por Europa todo el verano y él no ha podido quedarse allí
tanto como había planeado, por lo que está feliz de que la usemos sin
pagar alquiler.
—Excelente. —Me masajeo las sienes. Los vuelos seguirán
costando una buena cantidad.
—Pronto —dice Viggo—, estaremos todos allí y sería mejor si los
hermanos supiéramos a lo que nos enfrentamos en lo que se refiere a
ustedes dos.
—No lo discutiré —espeto—. No les afecta.
—Ahí te equivocas —dice Ryder—. Cualquier cosa que te afecte a
ti y a Freya, nos afecta a nosotros. Somos familia.
Axel mira el agua, tamborileando con los dedos sobre los brazos de
su silla.
—Tal vez deberíamos aclararlo. Sabemos un poco. Les conté, en un
correo electrónico, lo que obtuve de Freya en la galería de arte. Porque
a la mierda las llamadas grupales.
Mi estómago se hunde.
—¿Qué dijo ella?
—No puedo decir que te mereces mi información cuando no nos
dices nada —dice Axel con frialdad.
—Maldita sea, Axel.
Sus agudos ojos verdes me apuñalan.
—Tú eres el que se contiene. Confía en nosotros, confiamos en ti.
—Aiden —dice Oliver—, sé que el rapto al estilo Liam Neeson
socava esto, pero puedes confiar en nosotros. Te amo. Todos lo
hacemos. Eres nuestro hermano.
Un dolor agridulce me atraviesa. No tiene idea de lo mucho que
eso significa para mí, viniendo de este hombre que era solo un niño
cuando lo conocí, todo cabello rubio blanco y rodillas huesudas y
mejores habilidades con una pelota de fútbol que yo. Es extraño,
cómo puedo saber, instintivamente, que los hermanos Bergman me
aman, pero qué diferente, qué poderoso puede ser que te lo digan,
que sientas, incluso de esta manera distorsionada, cuánto les
importas.
Te amo. Todos lo hacemos.
—Queremos que Freya y tú estén bien —dice Oliver—. Solo
queremos ayudar.
—Exactamente —dice Viggo, con la boca llena de cubos de queso.
—¿Alguna vez dejas de comer? —le pregunto.
Me lanza un cubo de queso, golpeándome el hombro.
—Tengo que conseguir cuatro más para vencerlo.
Oliver lo mira fijamente.
—De ninguna manera vas a meter cuatro más allí.
—Pruébame —dice Viggo con voz espesa, luciendo como una
ardilla trastornada.
Suspiro y me froto la cara, entrego lo que estoy dispuesto a dar.
—Tengo mucho que hacer profesionalmente. He estado trabajando
más que nunca. Creo que Freya está harta de lo ocupado que he
estado.
—Está bien —dice Ren suavemente—. ¿Eso es… todo?
Mierda, no. No solo hay frialdad y distanciamiento entre nosotros.
La intimidad se ha roto y sé que es mi culpa, pero maldita sea, ni sé
cómo empezar a arreglarlo. No es que les diga nada de eso.
—Chicos, no me siento cómodo diciendo más. Es entre Freya y yo.
Viggo se apoya en una nalga y extrae un pequeño libro de su
bolsillo trasero.
—¿Qué es eso? —pregunto.
—Una novela romántica —dice Viggo, masticando con fuerza—.
¡Uf!, demasiado queso. Me debes veinte dólares —le dice a Oliver.
Oliver le frunce el ceño.
—Una novela romántica —digo incrédulo.
Me da una mirada.
—Me escuchaste. Una novela romántica. No es que reconocerías
una si se cayera de una estantería y te golpeara la polla.
—Recordaría cualquier cosa que me golpeara la polla.
—En ese caso —dice Viggo, lanzándose hacia mí.
—¡Oye! —Ren lo empuja hacia atrás en su asiento—. Este es un
hogar sin violencia.
Así es, el jugador de hockey es pacifista. Todavía tiene que meterse
en una pelea en sus casi cuatro años con la NHL.
—Entonces —dice Axel con calma, mientras Viggo hojea su libro—
. ¿Por qué estás trabajando tanto?
Miro mis manos, mi estómago se retuerce al pensar en cuando las
cosas comenzaron a cambiar. Porque es terriblemente injusto. Porque
yo también quiero un bebé. Quiero una personita para amar y hacer
lo correcto. Incluso si son solo la mitad de lindos que las fotos de bebé
de Freya, mejillas blandas, ojos grandes y pálidos con un mechón de
pelo de pollo rubio platinado, sé que voy a estar en la quiebra por
ellos. Simplemente en la quiebra.
Pero ahí fue cuando todo se fue cuesta abajo. Fue entonces cuando
se disparó algo dentro de mí que no he podido controlar. Fue
entonces cuando el trabajo se convirtió en algo en lo que no podía
dejar de obsesionarme, cuando prepararme financieramente para un
bebé se volvió agotador.
—Ella estaba de mal humor en la fiesta de Ziggy —ofrece Ren—.
¿Estaban las cosas difíciles por ese entonces?
—Sí. Fui un imbécil ese día. Estuve en un montón de llamadas
para… —Aprieto la mandíbula—. Un proyecto, del que no puedo
hablar, en el que estoy trabajando. Nos habíamos topado con algunos
obstáculos en la financiación y yo estaba molesto, desanimado y
atrapado en mi cabeza. Lo siento, chicos. Sé que parezco sospechoso
como la mierda y sé que aman a Freya, pero solo quiero llegar a casa
con mi esposa y decirle que lamento haber llegado tarde.
—Y por tarde quieres decir que nunca llegaste —me recuerda Ryder.
Oliver se inclina.
—¿Por qué es que ibas tarde?
—Tampoco voy a divulgar eso.
—Son muchos secretos, Aiden —dice Ren—. ¿Por qué nos ocultas
tantas cosas? Somos familia, puedes confiar en nosotros con cualquier
cosa.
Esto es lo que es tan difícil de explicar a las personas que no han
crecido como yo. Cuando las cosas se ponen difíciles confío en mí
mismo. Porque la vida te ha enseñado que eres la única persona con
la que puedes contar para sobrevivir. La idea de exponerte a otras
personas, cuando estás en tu punto más vulnerable, se siente… casi
imposible. Que haya sido capaz de hacerlo a lo largo de mi
matrimonio, es cierto que no muy bien en estos días, es un testimonio
de cuánto amo a Freya.
Miro hacia el océano, en silencio. Porque podría tratar de
explicarlo, pero ¿cómo pueden entenderlo?
—Te estás distanciando de ella emocionalmente, ¿no? —pregunta
Viggo—. Te estás guardando toda tu mierda para ti mismo,
excluyéndola. Sabes que es una sentencia de muerte para una
relación, ¿verdad?
Eso pega demasiado cerca de la verdad.
—Estoy trabajando en eso —murmuro.
—No, creo que estás trabajando en todo menos en eso —dice Viggo.
—Jesucristo, Viggo. ¿Quién eres? ¿Doctor Phil?
Sin inmutarse, Viggo se aclara la garganta y lee de su libro.
—En palabras de la inimitable Lisa Kleypas, «El matrimonio no es
el final de la historia, es el comienzo. Y exige el esfuerzo de ambos
compañeros para que sea un éxito».
—Eso es hermoso —dice Ren.
—¿Quién diablos es Lisa Kleypas? —pregunto.
Viggo se frota la cara y suspira profundamente.
—La mierda con la que aguanto. Es una autora de romance, Aiden.
Y sus libros están llenos de sabiduría que te beneficiaría absorber. «El
esfuerzo de ambos compañeros» —repite con sentimiento.
—Estoy haciendo un «esfuerzo» —respondo—. Pero solo tengo
tantas horas, tanto espacio cerebral, tanto ancho de banda emocional.
Por un corto tiempo, he dirigido eso al éxito financiero y al trabajo,
¿de acuerdo? Siento que tengo que elegir entre mantenernos
económicamente, para que podamos estar preparados para lo que
Freya quiere de mí y darle a Freya lo que quiere de mí. Una opción
tiene que tener preferencia.
Ryder se inclina, con los codos en las rodillas.
—¿Qué es lo que crees que ella quiere de ti y no puedes darle,
mientras trabajas en este proyecto?
Mi corazón late. Me devano los sesos para saber cómo decirlo sin
decirlo.
—Yo… yo… —Trago saliva nerviosamente, me miro las manos—.
Me di cuenta de que la forma en que he estado trabajando para
mantenernos, la hace sentir miserable, pero ella quiere una familia y
esto es necesario. Pensé que podría simplemente morder esa bala y
arrancarla rápidamente, entonces estaríamos bien, pero eso fracasó y
lo odio. Porque todo esto es por su felicidad. Todo lo que siempre he
querido es proteger su felicidad.
—¿Y qué hay de tu felicidad? —pregunta Viggo—. ¿Trabajar así te
hace feliz?
—¿Feliz? Maldición, solo intento sobrevivir. —La verdad sale de
mí, y Dios, lo que daría por recuperarla.
—¿Sobrevivir? —Oliver pone su mano en mi hombro—. Aiden,
¿qué quieres decir? Tienes un gran trabajo y Freya también. Ambos
están sanos y tienen un techo sobre sus cabezas…
—No lo entienden —les digo, levantándome de la silla, mis
pulmones están agitados—. N-n-no entienden la presión, e-el peso de
esto. No crecí con un padre como el suyo, no tuve uno. Mi mamá
limpiaba casas todo el día. Iba a la escuela, llegaba a casa, me
preparaba la cena, hacía mi tarea. Mamá llegaba a casa, me arropaba,
luego se iba a trabajar en el turno de noche del restaurante que abría
las veinticuatro horas, le pedía a nuestro vecino, del otro lado del
pasillo, que estuviera atento, mientras yo dormía.
Los ojos de Oliver se tensan con tristeza. Hace que se me ponga la
piel de gallina.
Miro a los hermanos y encuentro alguna variación de lo mismo en
sus miradas.
—No quiero su lástima ni su preocupación ni su maldita
intromisión. Solo necesito que entiendan a lo que me enfrento: tengo
ansiedad. Soy un catastrofista de clase mundial, pero también soy
muy ambicioso y estoy decidido a no dejar que eso lastime a la mujer
que amo.
»Me estoy rompiendo el culo en este momento, porque no tengo la
red de seguridad que todos ustedes tienen para atraparme si me
caigo. Nunca la he tenido. Freya merece algo mejor, merece solidez y
seguridad, sobre todo si vamos a ser padres. No puedo hacer
concesiones con eso. Mi esposa y mis futuros hijos tendrán lo que mi
madre y yo no tuvimos. Dinero en el banco y seguridad absoluta. Para
que, si me pasa algo, ellos no…
Me pellizco el puente de la nariz y trato de tranquilizarme. Mi
pulso late en mis oídos.
—Aiden —dice Ren en voz baja. Se pone de pie y apoya una mano
en mi hombro—. Tienes razón. No tenemos idea de como fue crecer
como tú lo hiciste, no entendemos como eso te afecta
emocionalmente, pero, Aiden, ¿esa familia? ¿Esa red de seguridad?
Ya la tienes.
Oliver también se pone de pie y me da unas palmaditas afectuosas
en la espalda.
—Nos tienes.
—No es lo mismo —murmuro.
—No. No creas esa mierda —dice Viggo, golpeando su libro sobre
la mesa—. Esta idea de que estás solo, que tu éxito o fracaso financiero
equivale a tu éxito o fracaso como hombre. Es seriamente dañino y es
la mentira de la que una sociedad patriarcal, capitalista y opresiva
quiere que vivamos esclavizados.
Todos los hermanos parpadean hacia él.
—Vaya, Viggo —dice Ryder—. Hay algo de fuego allí, ¿no?
Viggo levanta las manos.
—¡Es verdad! La vida ya es bastante difícil sin esta brutal presión
financiera que ejerce la sociedad a través de la masculinidad tóxica.
Es aún más difícil para alguien que pelea la batalla cuesta arriba con
la ansiedad que Aiden siente todos los jodidos días.
Se vuelve hacia mí.
—No importa lo que traiga la vida, no importan las dificultades,
estarás rodeado de personas que te aman y están listas para ayudarte,
Aiden. Personas que saben que has hecho todo lo posible para
lograrlo. Tener dificultades nunca te hará menos hombre o menos
marido para Freya. Tener dificultades significa que has sido valiente,
significa que te estás enfrentando a la vida y lo intentas. Eso es
suficiente, hombre. Más que suficiente.
Siempre es así como hablan las personas que no han crecido como
yo. Piensan en su versión de las cosas: soluciones caritativas, cuán
obviamente generosos serían si sucediera lo peor, porque ¡Por
supuesto! ¡Eso es lo que hace la familia! Pero no entienden lo que es
sentirse impotente en un sistema que hace que sea tan fácil pasar
desapercibido, lo que se siente cuando las luces se apagan y tienes
que luchar por los recursos, lo que demuestra tu desesperación.
Nunca han deslizado una tarjeta de ayuda económica del gobierno
para comprar comestibles y se la han rechazado. No entienden que
no solo me estoy protegiendo de eso, más que a nadie, estoy
protegiendo a Freya y al bebé que queremos. Para que nunca, nunca
tengan que preocuparse por enfrentar lo que enfrenté. Porque
prometí amar a Freya y el amor no abandona, el amor no deja el
bienestar de su esposa e hijo a los caprichos del mundo exterior. El
amor protege, provee y prepara para lo peor, de modo que cuando
llegue, estén a salvo.
Me alejo de los chicos. Paso las manos por mi cabello y tomo el
teléfono y pido un Uber.
—Me tengo que ir —murmuro—. Tengo que…
—Aiden —dice Ryder.
—¿Qué? —digo firmemente, con los ojos en mi teléfono.
—Sé que hacemos y decimos tonterías —dice—. Pero en esto,
tenemos razón y probablemente yo más que nadie, tal vez salvo Ren,
tenga alguna idea sobre esto: no te aísles de las personas que te aman.
No escondas tus problemas de ellos. Amo a alguien que ha pasado un
montón de horas de terapia aprendiendo a ser vulnerable porque el
puente entre amarme y dejarme entrar se derrumbó casi por completo
por el dolor de su pasado.
»Tienes una pareja que quiere darte todo de sí misma, que quiere
todo de ti, incluidas tus luchas. No desperdicies eso. Porque si
mantienes esa puerta cerrada y bloqueada el tiempo suficiente, un día
la abrirás, ¿y luego qué?
Lo miro fijamente, tragando saliva.
—No va a haber nadie del otro lado.
—Exactamente. Así que vete a casa. Habla con Freya.
Un libro me golpea en el plexo solar.
—Y lee una maldita novela romántica —espeta Viggo, antes de
entrar y cerrar la puerta de vidrio detrás de él.
Deslizo el libro en mi bolsillo trasero y miro alrededor a los cuatro
restantes.
—Aprecio la intención de esto, pero ahora deben mantenerse fuera
de mi matrimonio. Sé que lo estoy jodiendo. Sé que le he fallado a mi
esposa, pero para que salgamos del otro lado de esto, necesito ser yo
quien lo averigüe, junto con ella.
Parpadean.
—Respetuosamente —dice Ryder—. Creo que estas equivocado.
—Muy equivocado —añade Oliver.
—Sí, bueno, si lo estoy, no será la primera vez ni por asomo.
Doy la vuelta, camino a lo largo de la casa de Ren para esperar el
Uber y prepararme para lo que sigue. Por mucho que quiera empujar
ese libro por la garganta de Viggo, él o Lisa Quienquiera que haya
citado tiene razón. El matrimonio suele ser el final de la historia en
esas películas para sentirse bien, en los libros que Freya lee y luego
cierra con un suspiro de ensueño, pero en la vida real, el matrimonio
es el comienzo.
Comienza extraño y emocionante, como un viaje en montaña rusa
con los ojos cerrados, sabes que se avecinan depresiones, giros y
caídas en picada, pero nunca cuándo o cómo vendrán. Y mientras
subes esa primera escalada masiva, luego sientes el momento en que
todo cambia, cuando se convierte en una caída salvaje e ingrávida,
ahí es cuando aprendes que el matrimonio no es el destino final. Es el
viaje en sí mismo, un momento tranquilo, al siguiente, sacudido e
impredecible. Es el viaje que es tan vertiginoso, te cambia la vida y
vale tanto la pena que quieres quedarte y montarlo una y otra y otra
vez.
Al menos, debería serlo. Durante mucho tiempo, lo fue para mí.
Solía despertarme emocionado por ser el mejor esposo en formas que
no tenían nada que ver con los ahorros, la titularidad o las empresas
comerciales. Quería aprender todo sobre Freya, qué la hacía sonreír y
reír, qué la hacía brillar y cantar a todo pulmón, pero luego llegaron
las demandas de la vida real, reventando nuestra burbuja feliz y el
tiempo para esos momentos se convirtió en un lujo, no en una
garantía. Ahora, casi se han ido.
Los quiero de vuelta. Quiero más horas en cada día para ver el
amanecer pintar su perfil, besarla para despertarla como solía
hacerlo, luego arrastrarme por su cuerpo y despertarla con un
paciente y bromista ven. Quiero escuchar a Freya tararear, mientras
hago panqueques y ella sirve café. Quiero frotar sus pies y luego
hacerle cosquillas hasta que me tire del sofá.
Pero si hago eso, se pierden minutos, horas, tiempo que debería
dedicar a prepararnos, protegernos, anticiparnos a lo peor. Que es,
exactamente, lo que mi padre nunca hizo durante el breve tiempo que
se quedó y mi madre nunca se recuperó de eso. Tampoco estoy seguro
de haberlo hecho.
Estoy atrapado entre la espada y la pared, desanimado y derrotado.
No sé cómo empezar a reparar lo que está roto entre nosotros. Porque
está más allá del toque curativo de Freya, más allá de cualquier cosa
en mi arsenal superior. Freya y yo necesitamos ayuda. Ayuda
profesional.
Mientras espero al Uber, miro mi anillo de bodas y lo hago girar en
mi dedo, lo observo brillar a la luz de la luna. Y ahí es cuando me doy
cuenta exactamente de lo que tiene que pasar a continuación para que
tengamos la oportunidad de recuperarnos de esto.
Consejería matrimonial.
Capítulo 5
Freya
Playlist: Something’s gotta give, Camila Cabello

Abro la puerta del baño que conecta con nuestro dormitorio y grito.
Aiden levanta la vista desde el borde de nuestra cama.
—Lo siento, te asusté.
Me bajo la camiseta, deseando llevar sostén porque ahora mismo
Aiden no merece ver mis pezones, ni siquiera a través de una
camiseta. Sobre todo, porque están duros. Porque quiero retorcerle el
cuello, pero el hombre está demasiado bueno para su propio bien. Se
sienta más derecho en la cama y tira de su corbata, mirándome, el
simple movimiento envía su olor a agua de mar ondulándose hacia
mí.
Observo las ondas oscuras de su cabello, sus ojos azules como el
océano y la barba que aún no se ha afeitado, mientras me acerco, hasta
que nuestros dedos de los pies se tocan. Me mira y titubea con su
corbata. Es como mirar a un extraño.
Un extraño muy caliente.
Cállate, cerebro.
—¿Dónde estabas? —pregunto.
Traga bruscamente.
—Yo, eh… trabajo. Estaba en el trabajo. Luego me… enganché en
una reunión… de algún tipo.
Levanto una ceja.
—Cielos, Aiden. Más despacio. No creo que pueda manejar todos
los detalles.
Suspira.
—Freya…
—¿Sabes qué? Olvídalo. —Me doy la vuelta y me alejo porque, si
me quedo allí más tiempo, podría hacer algo loco como agarrarlo por
la corbata y sacudirlo hasta que caiga la verdad, que claramente está
atrapada en su interior. Si tan solo lo sacudiera lo suficientemente
fuerte.
Y ese es mi problema. Me he agotado intentando y no ha salido
nada. No trataré. Ya no. Le he preguntado: ¿Cómo estás? ¿Qué pasa?
¿Algo en tu mente? ¿Cómo va el trabajo?
A lo que me ha contestado: Bien. Nada. Solo trabajo. Ocupado.
Tiro mi ropa sucia en el cesto y encuentro accidentalmente la lista,
que debe haberse caído del bolsillo de mi falda. La lista de los
sentimientos y pensamientos que he estado cargando. Mis quejas,
detalladas. Tinta manchada de lágrimas. Miro el papel, luego lo
arrugo hasta que está tan apretado que sé que cuando lo vuelva a
abrir, simplemente se desintegrará en mis manos.
Hice la lista porque soy una persona sentimental, Aiden es un
pensador y siempre he internalizado esta presión en nuestra relación
para manejar mis emociones más como él. Ser «razonable» cuando
estoy molesta. Ser «racionales» cuando discutimos. Porque quiero
que tome mi perspectiva en serio y cuando sueno cerebral, Aiden
parece escuchar. Si sueno más tranquila de lo que me siento, no me
arriesgo a desencadenar la ansiedad de Aiden más allá del punto en
el que realmente pueda escucharme.
Claro, funciona, pero es mentira. No es como funciono. Mi
verdadero yo, llora y habla cuando sus sentimientos no son claros,
sino una mezcla desordenada de emociones. Resuelvo mis
pensamientos mientras hablo. Soy una procesadora emocional y
verbal que ha estado reprimiendo esa necesidad durante una década,
que solo ha cedido, con moderación, hasta el punto de que me siento
tan comprimida que estoy a punto de estallar. No, implosionar.
Se suponía que hacer una lista pormenorizada de heridas,
confesiones y palabras sentimentales, me daría un respiro, me
ayudaría a sentirme purgada y preparada cuando llegara el momento
de hablar y luego hacer las paces con el hombre que amo. Pero escribir
la lista solo me hizo enojar más y más, enconando el dolor. El hecho
de que tuviera que hacer la maldita lista me enfurece. ¿Dónde está su
lista? ¿Dónde está su descontento? ¿Dónde está Aiden?
Aquí, pero no y estoy tan jodidamente harta de eso.
Lo miro fijamente, sentado en el borde de nuestra cama mirando
hacia abajo, a sus pies: corbata azul oscuro, suelta; camisa blanca,
impecable con dos botones desabrochados. Aiden se pasa las manos
por el cabello, dejándolo desordenado, luego arroja sus anteojos a un
lado sobre la cama, frotándose las sombras debajo de esos ojos con
gruesas pestañas.
Me mira cuando sus manos caen.
—Quiero ir a consejería matrimonial.
Mi estómago se revuelve.
—¿Qué?
—Dije, quiero ir a consejería matrimonial.
—Ni siquiera hemos hablado sobre para qué necesitamos
asesoramiento.
—Exactamente para eso necesitamos la consejería matrimonial,
Freya —dice, en voz baja y áspera—. Quiero que hablemos de… lo
que ha pasado, con la ayuda de alguien. Porque ni siquiera sé por
dónde empezar.
—Comenzar con la verdad es un buen punto de partida. Como lo
que en realidad estabas haciendo esta noche.
Rábano salta y maúlla, frotándose contra Aiden, rasca al gato
distraídamente y suspira.
—Tuve un accidente en el trabajo. Manché mi ropa.
Arrugo la frente.
—¿Qué?
—Luego me encontré con algunos… amigos que me asaltaron.
Ahora estoy en casa.
—Sí, no mucho mejor.
Los ojos de Aiden sostienen los míos intensamente.
—Lo sé —dice en voz baja—. Sé que no estoy haciendo un muy
buen trabajo en… nada ahora mismo. Por eso te pregunto: ¿Irás a
consejería matrimonial conmigo? Estoy tratando de decirte lo que
necesito para poner de mi parte, Freya. Quiero arreglar esto.
Cuando no respondo de inmediato, vuelve a mirar al suelo y se
pasa ambas manos temblorosas por el cabello de nuevo, suspirando
profundamente. Puedo saborear su ansiedad en el aire, aguda y
dolorosa, presionándolo.
No es que me lo haya dicho. No es que últimamente sepa dónde
está su ansiedad o qué le preocupa. Los últimos meses, cuando
sospechaba que estaba pasando por un momento difícil, sonreía,
falsamente brillante, luego decía que tenía trabajo y desaparecía en
nuestra pequeña oficina en casa. La habitación que se supone que se
convertirá en la habitación del bebé.
Me pregunto si… Me pregunto si las cosas han sido difíciles, más
difíciles de lo habitual y él no me lo ha dicho. Y si es así, ¿por qué? Si
gran parte de lo distante que ha estado se debe a que lleva carga que
no quiere compartir, ¿cómo podría decirle honestamente que lo amo,
mientras le niego la oportunidad de hablar con un consejero? Una ola
de empatía crece dentro de mí, aliviando el dolor abrasador en mi
corazón.
Me aclaro la garganta y luego le digo:
—Iré, Oso.
Mierda. La palabra sale antes de darme cuenta de que la he dicho.
La cabeza de Aiden se levanta y nuestros ojos se encuentran.
La tristeza se enreda con la nostalgia en un nudo apretado y
doloroso debajo de mis costillas. No lo he llamado Oso en mucho
tiempo, no había sentido ese apodo fácil y cálido en la punta de mi
lengua. El apodo que surgió cuando empezamos a salir, cuando su
cabello de oso negro me hacía cosquillas en la mañana mientras se
acurrucaba cerca, envolviéndome en sus brazos. Cuando gruñía en
mi cuello y me sujetaba al colchón, despertándome con sexo lento e
intenso. Ese apodo es un vestigio de la mierda romántica tonta que
hicimos al principio, como hacen las parejas cuando se acaban de
enamorar y están tan seguros de que nunca se romperán el corazón,
nunca fallarán o se desmoronarán como lo han hecho esas parejas.
La jodida arrogancia.
Lucho contra las lágrimas, me doy la vuelta y revuelvo cosas en los
cajones de mi tocador, doblo mi ropa inútilmente. Es tan obvio que es
una distracción porque nunca hago esto. Soy una vaga y ambos lo
sabemos.
Aiden se pone de pie, el marco de la cama cruje, mientras lo hace.
Escucho el suave crujido de la alfombra bajo sus pies mientras se para
detrás de mí, lo más cerca que hemos estado en meses.
—¿Por qué me llamaste así? —dice suavemente.
Una lágrima se desliza por mi mejilla. La seco con enojo.
—No sé. Fue un accidente.
Su mano se desliza alrededor de mi cintura y me aprieta contra él.
Movimiento audaz. Atrevido como el infierno. Aiden MacCormack
en dos frases.
Un hombre inferior nunca podría haber ganado tu corazón, Freya Linn.
Oigo la voz de mi padre en mi cabeza, su brindis en nuestra boda
mientras levanta una copa por nosotros. Lloré cuando dijo eso.
Porque creía que era verdad.
Aiden entierra su nariz en mi cabello, su otra mano también me
envuelve, sujetándome a su cuerpo, cálido y duro detrás de mí. Mi
cabeza cae traidoramente sobre su hombro.
—Háblame, Freya —susurra. Me besa justo detrás de la oreja, ese
lugar que amo y él lo sabe—. Dime lo que te duele. Por favor.
Respiro con dificultad y cierro los ojos con fuerza.
—Aiden, no entiendo por qué yo sé lo que está mal y tú no. ¿Por
qué estoy herida y tú estás bien?
—No estoy bien —dice bruscamente, sosteniéndome cerca, su
mano acariciando mi vientre—. Y sé que estamos… un poco distantes
en este momento.
Una risa vacía me abandona.
—Un poco distantes. Estamos más allá de eso, Aiden. No hablamos,
no nos conectamos, eres reservado y estás más ocupado de lo que
solías estar. Nosotros no… tenemos sexo.
Un miedo que he tratado de desterrar una y otra vez me agarra por
la garganta y estalla.
—¿Me estás engañando? —susurro con voz ronca—. ¿Hay alguien
más?
El cuerpo de Aiden se queda mortalmente inmóvil. Agarra mi
barbilla, girando mi rostro para encontrar su expresión que se
oscurece como una tormenta violenta que ennegrece el cielo.
—¿Cómo pudiste siquiera preguntarme eso? —Su voz se quiebra y
un músculo salta en su mandíbula.
Me empujo fuera de su abrazo, golpeando el tocador detrás de mí.
—T-tú actúas diferente. Te ves diferente. Te pusiste más en forma
y más sexy… Espera. Quiero decir. Mierda. —Me cubro la cara,
humillada por mi desliz, enojada porque puedo estar tan herida por
su comportamiento, pero no puedo negar que mi cuerpo está
ardiendo por su toque.
Levanta las cejas.
—Freya, he estado haciendo ejercicio fatal. No tengo tiempo. Estoy
tan ocupado que me olvido de comer. He perdido algo de peso sin
darme cuenta.
—¡Exactamente! —Me aferré a eso, agradeciendo a mi maldita
estrella de la suerte que no saltó sobre el hecho de que lo llamé sexy—
. Estás ocupado. Constantemente y cuelgas el teléfono cuando entro en
la habitación. Son, como, señales de libro de texto de crisis existencial
convertida en aventura. Y no me respondiste.
—Porque ni siquiera merece una respuesta —dice, peligrosamente
tranquilo, con un tinte de dolor en su voz—. ¡Por supuesto que no te
estoy engañando, Freya! —Se inclina y yo me encojo hacia atrás, pero
nuestros frentes aún se rozan, el calor sale de él, los duros planos de
su cuerpo rozan las suaves curvas del mío—. ¿Crees que podría
desear a alguien más que a ti?
Una lágrima se desliza por mi mejilla. Solía ser capaz de responder
eso inequívocamente.
—No sé.
Frunce el ceño, el dolor aprieta su rostro.
—Freya, te amo. Te quiero. Solo a ti. Eres la única mujer que noto o
deseo y si crees que se me ha escapado que no te he tenido debajo de
mí, que no he estado dentro de ti, haciéndote correr, en meses, estás
muy equivocada.
Trago grueso.
—Todo lo que hago es por ti, Freya. Para nosotros. ¿Y crees que
porque trabajo un poco más de lo que solía te estoy engañando?
Lo empujo, desesperada por espacio mientras innumerables
emociones se arrojan sobre mí.
—Estás haciendo más que trabajar un poco más. No minimices lo
que está pasando, no lo minimices. Recibes llamadas y no me dices
qué pasa. Has estado viajando más y todo lo que haces es decirme
algo sobre explorar una oportunidad de negocio. ¿Cómo se supone
que voy a saber? ¡No te reconozco, Aiden! Estás distraído. Eres
reservado. No me dices lo que tienes en mente, lo que te preocupa.
¿Cómo sé que nada más ha cambiado?
—Porque confías en mí —dice Aiden, con incredulidad en su voz—
. Porque te basas en los doce años que nos hemos conocido, once y
medio de los cuales hemos sido pareja, casi diez de los cuales hemos
pasado casados y dices: «Conozco a mi marido. Sé que es fiel y que
me ama. Debe estar pasando algo más».
La ira hierve dentro de mí.
—¿Crees qué no he pensado eso? ¿Qué no he probado? Intenté
hablar contigo, tocarte, conectar ¿Y qué obtengo? Diferentes horarios
al acostarnos y respuestas breves y genéricas. ¿Cómo se supone que
voy a «conocer» este amor, Aiden? ¿Dónde está el amor cuando no
hay intimidad? Sin palabras, sin cariño. No hay manos buscándome
en la oscuridad.
Parpadea. Culpable.
—¿Dónde está el amor —presiono—, cuando me decías lo que te
pesaba, me pedías ideas y apoyo? ¿Dónde está el amor cuando no te
vuelves hacia mí, sino que caminas por el pasillo y cierras la puerta,
cuando han pasado meses desde que hablamos sobre quedar
embarazada y nunca preguntas al respecto?
Se estremece.
—He estado preocupado con el trabajo y distraído. Lo acepto. Lo
siento. Debí haber… hecho un mejor seguimiento…
—Lo habrías hecho —digo a través de un sollozo ahogado—. ¡Si te
importara! Tienes energía y atención, Aiden, para las cosas que te
importan… trabajo y trabajo.
—Eso no es justo —dice bruscamente—. El trabajo es para nosotros.
El trabajo es como te amo… —Se interrumpe, mirando al suelo—. Yo
no… no me refiero a eso exactamente. El trabajo es una de las formas
con las que te demuestro que te amo. Al trabajar duro, estamos
protegidos, estamos económicamente seguros.
Suspiro y me dejo caer sobre el colchón. Esta conversación.
Otra vez.
Aiden creció en la pobreza extrema, con una madre soltera que
luchaba para llegar a fin de mes. Un padre que los dejó cuando Aiden
era un niño pequeño. Y lo entiendo, al menos en abstracto: la pobreza
es traumática. Las preocupaciones de Aiden sobre el dinero, su
necesidad apremiante de tener todas las facturas en una hoja de
cálculo de Excel, detalladas, pagadas exactamente una semana antes
de su vencimiento, de abordar los préstamos lo antes posible desde el
punto de vista financiero, de trabajar y trabajar y trabajar, se deben a
que creció sin comer algunos días, usando zapatos y ropa que le
quedaban pequeños, tomando trabajos manuales debajo de la mesa
desde que tenía diez años. Cómo trabaja y vive ahora se deriva de eso.
Eso y su ansiedad, esas dos cosas están inextricablemente unidas,
cómo creció y cómo es su cerebro.
Y lo amo por lo que es. Nunca le desearía lo contrario, pero eso no
significa que siempre pueda entender cuán profundamente lo
impacta su pasado. Toda mi vida he estado segura y cómoda. Mi papá
es oncólogo, veterano militar con pensión. Mi mamá es frugal. Claro,
tuvimos un par de años difíciles cuando los gastos imprevistos se
acumularon rápidamente, pero siempre pudimos recuperarnos, a
diferencia de tantas personas en este país para quienes un golpe de
mala suerte puede significar elegir entre medicamentos que salvan
vidas y electricidad, enfrentando desalojo, inseguridad alimentaria y
el colapso total de sus vidas.
Gente como Aiden y su mamá.
Así que siempre he tratado de honrar la forma en que maneja los
ecos de eso en la edad adulta, ser su mayor apoyo, alentar sus sueños
para que tenga éxito y estoy muy orgullosa de él. Es un profesor con
buena reputación en una excelente universidad. Capacita a los
estudiantes para que tengan mentes comerciales seguras y creativas
y asesora a jóvenes como él que no tienen antecedentes de apoyo o
administración financiera.
Aiden es un hombre consumado y admirable. Solo se ha convertido
en un marido de mierda. Y no puedo seguir diciendo que uno es
mutuamente excluyente del otro. Él puede ser ambos. Puede ser
bueno para los demás y malo para mí.
—Freya —dice en voz baja, acercándose a mí como si fuera un
animal acorralado y gruñendo, que es exactamente como me siento.
—¿Qué, Aiden?
Traga nerviosamente.
—La otra noche, en la galería de arte. Tu bebida no era… No había
nada de alcohol en ella.
Parpadeo hacia él, tratando de reconstruir lo que está preguntando.
Entonces me doy cuenta. Quiere saber si estoy embarazada.
—Bueno, tendríamos que tener sexo para tener un bebé.
Se estremece.
—Entonces, no, Aiden. No estoy embarazada. —La verdad surge
abrasadora, ardiente y amarga, pero entonces sucede algo que hace
que el dolor se doble sobre sí mismo: los hombros de Aiden caen,
como si estuviera aliviado.
Mi boca se abre.
—¿Qué fue eso?
—¿Qué? —dice Aiden—. ¿Qué fue qué?
—Tú solo… Aiden, solo suspiraste como si hubieras esquivado una
bala.
—¿Lo… hice?
—Lo hiciste. —Salto de la cama y doy un paso más cerca de él—.
Simplemente te relajaste.
Se frota la cara.
—Bien —gruñe, bajo y apretado mientras sus manos caen—. Me
relajé. Perdóname por sentir un poco de alivio porque no estás
embarazada, mientras estabas a punto de dejarme. Perdóname si me
gustaría que todo se resolviera antes de que traigamos un bebé a la
mezcla…
—Porque siempre hay que resolverlo antes… ¡Dios no lo quiera!
Que hagamos algo por pasión, por deseo o por amor. ¡Mierda, Aiden!
—Me alejo pisoteando, arrancándome la camiseta de espaldas a él.
Lo escucho tomar aire, siento su respuesta a mí desde el otro lado
de la habitación. Que se joda. No me importa. Puede tener bolas
azules para la eternidad. Ciertamente he estado sufriendo lo
suficiente los últimos dos meses.
Después de ponerme un sostén, me vuelvo a poner la camisa por
encima de la cabeza y pisoteo por el pasillo. Me pongo mis zapatillas
y agarro mi bolso.
—¿A dónde vas? —pregunta Aiden bruscamente.
Mi auto. Luego a In-N-Out. Donde pediré unas papas fritas grandes
y un batido de fresa y me comeré mis sentimientos en el
estacionamiento, mientras lloro y canto mi lista de reproducción
titulada, acertadamente, Todas las emociones. Va a ser catártico como
la mierda.
—No es asunto tuyo. —Recojo mis llaves y corro hacia la puerta.
—Freya —me llama, siguiéndome a través del vestíbulo—. No
huyas. Quédate y lucha. Eso es lo que hacemos. Eso es lo que siempre
hemos hecho.
Me congelo, mi mano se detiene sobre la manija de la puerta. Miro
por encima del hombro y me encuentro con sus ojos.
—Tienes razón. Lo hacíamos, pero luego renunciaste, ahora
renuncio también.
—¡Freya!
Cierro la puerta y grito por encima del hombro:
—No me sigas.
—Esto no es exactamente lo que tenía en mente para fika —
murmura mamá, buscando trajes de baño—. Ya que fue el café y
panecillo más rápido que he tomado y apenas hablamos.
Le sonrío tímidamente.
—Lo siento. Es simplemente una locura en el trabajo en este
momento.
Y sabía que, si volvía a casa y tomaba tu café con infusión de cardamomo,
el pastel kladdkaka que sabes que amo, habría llorado a mares y te lo habría
contado todo.
Y no le voy a decir una mierda. Porque hemos puesto fecha a esta
escapada vacacional para su aniversario. La única semana que
funcionó con el horario de todos, en su mayoría para adaptarse a la
carrera futbolística de Willa y la capacidad de mi padre para alejarse
de sus pacientes, una semana que me provoca náuseas y será
demasiado pronto. No monopolizaré la energía emocional de mi
madre con su preocupación por mi matrimonio, tan cerca de su
escapada y ciertamente no arruinaré sus vacaciones con eso tampoco.
Aiden y yo seremos la viva imagen de la felicidad en este viaje.
Sonreír, besar cuando sea absolutamente necesario, abrazar, actuar
con normalidad. Mis hermanos ya han jurado guardar el secreto y
entienden que no quiero arruinar lo que se supone que es un regalo
para nuestros padres, con mi drama. Todos están de acuerdo con mi
plan para que las cosas funcionen sin problemas.
¿Es un mal momento? Sí. ¿Es más o menos lo último que
necesitamos? Sí. Desde la explosión en nuestro dormitorio, las cosas
son forzadas e incómodas entre Aiden y yo. Estamos a punto de
comenzar la consejería matrimonial, lo que me da náuseas solo de
pensarlo. Luego está la planificación de un viaje que implica cambios
en la rutina, nuevos entornos y gastos adicionales, lo que exacerba la
ansiedad de Aiden. Además de todo eso, cuando apenas puedo
aferrarme a la esperanza de que mi matrimonio sea salvable, tendré
que pasar una semana fingiendo que las cosas son infinitamente
mejores de lo que son.
Apesta, pero es lo que hay que hacer.
—¿Y cómo está Aiden? —pregunta mamá.
Utilizo mi búsqueda a través de los trajes de baño para ganar
tiempo.
—Un poco estresado por el trabajo, pero está bien.
—¿Y ustedes dos? ¿Cómo están?
Mi cabeza se sacude.
—¿Qué?
—Los matrimonios tienen sus altibajos, por supuesto —dice, y
vuelve a mirar el estante que tengo delante—. Tu padre y yo
ciertamente los hemos tenido.
Le digo a mi corazón que deje de intentar salirse de mi pecho.
—¿En serio? Ustedes nunca han parecido nada más que…
perfectos.
—A veces, Freya, vemos lo que queremos ver en lugar de lo que
realmente está ahí. Tu papá y yo hemos tenido dificultades, pero
hemos tratado de manejarlo de manera apropiada por nuestros hijos
y a través de nuestras luchas, hemos aprendido a hacerlo mejor. Ves
el fruto de ese trabajo.
Se me hace un nudo en el estómago mientras vacilo, cuando estoy
tan cerca de contarle todo. Amo a mi mamá. Confío en ella y sé que
tendrá sabiduría para mí, pero simplemente no me atrevo a sacar a
relucir mi infelicidad justo cuando nos dirigimos a su celebración.
Después, cuando volvamos, y las cosas se calmen, después de eso, le
diré.
—Hum —dice mamá, levantando un sexy traje de baño negro de
dos piezas y lo sostiene contra mi cuerpo—. Este te tiene escrita por
todas partes, Freya. ¿Qué opinas?
Abro la boca para responder, pero antes de que pueda, una
vendedora que recoge ropa probada del perchero fuera de los
probadores dice:
—Oh, eso te quedará hermoso.
Se lo dice a mi mamá. Mi madre, que tiene el aspecto de Claudia
Schiffer: alta y delgada, ojos muy abiertos y pómulos dramáticos. Si
bien tengo los ojos pálidos y la estructura ósea de mi madre, su
cabello rubio claro y la mínima separación entre mis dientes frontales,
soy absolutamente del lado de la familia de mi padre del cuello para
abajo: hombros anchos, musculosa, con senos, caderas y muslos
grandes.
Una niña desnutrida escandinava, no soy.
Incluso con una representación cada vez mayor de cuerpos
diversos, con el hecho de que las tiendas de lencería y trajes de baño
ahora cuentan con modelos curvilíneas luciendo su mercadería, esto
todavía sucede todo el tiempo. Esos comentarios improvisados y
recordatorios de que las personas simplemente no pueden entender
el hecho de que puedo tener una figura grande y en realidad no
quiero cubrirme. El concepto de que «alguien como yo» puede usar
un traje de dos piezas es aparentemente revolucionario. Si uso algo que
nadie pensaría dos veces si lo usara una persona delgada,
automáticamente me convierte en una guerrera de la positividad
corporal, en lugar de solo una mujer que usa lo que le gusta.
Por lo general, no me molesta, porque soy consciente de que hay
personas que simplemente no saben que están defendiendo la
vergüenza corporal o que son completamente idiotas. Intento no
preocuparme por ellos, pero por alguna razón, esto me duele. He
estado aquí una docena de veces. Esta mujer nos ha atendido antes.
Es diferente cuando es alguien que te conoce. Duele.
—Esto —dice mi madre con frialdad—, es para mi hija.
La vendedora titubea, sus ojos se mueven hacia mí, antes de tomar
un largo barrido de mi cuerpo, parpadea un par de veces.
—¡Vaya! —dice, nerviosa. Sus mejillas rosadas—. Tonta de mí. No
pensé que lo tuviéramos en su talla.
—¿Qué? —dice mi mamá. Su voz es tan fría como el hielo.
El color de la vendedora desaparece más rápido de lo que puedo
murmurar: oh, mierda, en voz baja, porque podría ser una mamá oso,
pero lo aprendí de la mejor y no le gano en nada. Ver que provocan a
Elin Bergman cuando ve a uno de sus hijos amenazado me asusta y
es a mí a quien está protegiendo.
—¡Estoy segura de que se verá genial! —dice la mujer con torpeza,
tratando y fallando, de cubrir sus huellas.
Mamá pone los ojos en blanco y empuja el traje de baño en el
perchero.
—Vamos —me dice en sueco—. Estoy disgustada con ella. Nos vamos
a otro lado.
Los ojos de la vendedora rebotan entre nosotras. Mi madre está
tranquila y calmada como siempre, pero tiene maneras sutiles de
meterse con la gente cuando la enfadan. Los estadounidenses no
podemos soportar cuando las personas hablan en diferentes idiomas
a nuestro alrededor. Traiciona nuestro egoísmo intrínseco: siempre
estamos convencidos de que se trata de nosotros. La ironía, por
supuesto, es que mamá juega directamente con eso.
—Mamá, no tengo tiempo…
—Para esto, sí, lo haces —dice—. Además, está en el camino de regreso
a tu oficina.
Miro por encima del hombro cuando la puerta se cierra detrás de
nosotras. Es la boutique favorita de mi mamá. No es demasiado
elegante ni cara, es un negocio local y con estilo. Ahora que ya no
puede oírnos, cambio a inglés:
—Pero te encanta ese lugar.
Mamá une nuestras manos.
—Así era. Hasta ahora. Nadie hace que mi hermosa Freya se sienta
menos. —Me guiña un ojo y aprieta mi mano con fuerza—. Además,
conozco el lugar perfecto.
Capítulo 6
Aiden
Playlist: From the Dining Table, Harry Styles

Freya apenas me habla desde que regresó de donde sea que haya
ido hace tres noches. Por otra parte, yo mismo he estado callado,
aunque sé que todavía está enojada porque no me sinceré con ella.
Ajá, no, todavía no le he dicho que me cagué y luego me secuestraron
sus hermanos. Lo siento por querer mantener un poco de dignidad.
—¿Cómo conseguiste una cita tan rápido? —pregunta Freya, sus
ojos miran alrededor.
El edificio del consultorio de la consejera es elegante. Toda una
pared de ventanas de vidrio nos permite ver el agua, los árboles
meciéndose con la brisa de verano y el sol de la tarde baña todo con
su luz cálida. Huele a eucalipto y té verde y paz mundial. Estoy tan
malditamente desesperado por que esta sea nuestra solución.
Abrir la boca también sería una gran solución.
Es más fácil decirlo que hacerlo. Espero que una experta me ayude
a encontrar la manera de hacerlo, porque no sé cómo confesarle todo
esto a Freya, cómo contarle todos mis miedos e insuficiencias y
confiar en que no la hará empacar e irse o darse por vencida antes de
que siquiera hayamos comenzado.
Sé que no estoy actuando como la persona que era cuando me casé
con Freya. Para ella, siempre he sido Aiden: ordenado, diligente,
atento. Ahora soy el caos y la bola del pinball, obsesionado con el
trabajo y despreciablemente distraído. Me siento tan jodidamente
roto y estoy aterrorizado de mostrarme roto delante de mi esposa.
—¿Aiden? —presiona.
Dejo atrás mis pensamientos.
—Lo siento. La Dra. Dietrich es amiga de una colega, quien le habló
por nosotros, por eso hizo una excepción para vernos después del
horario normal.
—¿Qué colega? —pregunta Freya.
—Ella es una amiga en el departamento.
—¿Ella? —Freya se detiene en seco—. ¿Quién es ella?
Me detengo con ella, la tomo suavemente por el codo y nos dirijo
hacia un lado de la habitación para que no bloqueemos la puerta.
—Ella, ¿la consejera? O ella…
—Tu colega, Aiden.
—¡Oh! Luz Herrera. —Los ojos de Freya se estrechan.
—¿Y eres lo suficientemente cercano a Luz como para intercambiar
contactos?
Abro la boca y hago una pausa. Analizo la expresión de Freya, me
inclino.
—¿Por qué preguntas eso?
Sin respuesta.
—¿Sospechas algo? —pregunto tentativamente—. Te dije que te
soy fiel, Freya.
Su mandíbula se aprieta.
—Por supuesto que no.
—De acuerdo. —Parpadeo confundido y señalo hacia la oficina de
Delilah Dietrich. Freya camina delante de mí.
—No me has respondido —dice.
Todavía estoy procesando su intensidad. Incluso si no sospecha,
tiene curiosidad, le importa, lo cual es bueno, ¿no? Si estuviera lista
para echarme para siempre, no le importaría con quién «intercambio
contactos».
—Hemos sido mentores conjuntos de algunos estudiantes —le
digo—. Uno de ellos tenía algunos problemas de salud mental y
cuando Luz y yo trabajábamos para apoyarlo no tardó en encontrar
una recomendación. Me explicó que fue un ofrecimiento de la Dra.
Dietrich, su amiga, y así fue como logró que el estudiante fuera
atendido tan rápido. En un momento de nuestra conversación Luz
mencionó que Delilah es exclusivamente consejera de parejas. Eso es
todo.
—Hum —dice Freya, sus ojos se deslizan hacia otro lado.
Incluso antes de que nos sentemos en las sillas de la sala de espera
de la Dra. Dietrich, nuestra terapeuta entra con un halo de rizos
plateados y unos anteojos con montura metálica que magnifican
significativamente sus ojos.
—Buenas noches, queridos —dice la Dra. Dietrich, entrelazando
sus manos. Lleva un vestido largo hasta el suelo de color verde salvia,
calcetines de lana, sandalias Birkenstock y un suéter tejido color arena,
nos saluda—. Adelante, justo por aquí.
La Dra. Dietrich entra en su oficina y revuelve su escritorio, que es
un desastre, levanta una taza de té que estaba sobre un trozo de papel,
este se pega y se rompe cuando los separa. El desorden me hace
estremecer. Freya, sin embargo, se sentirá como en casa con este
alegre caos.
—¿Están cómodos? —pregunta la Dra. Dietrich mientras nos
acomodamos, parpadea como un búho a través de sus lentes.
Freya asiente. Me quito el suéter y trato de ignorar el desorden que
hay sobre el escritorio de la Dra. Dietrich. Parece notar mi atención
mientras se sienta y sonríe.
—¿Te hace sentir incómodo? —pregunta—. Mi desorden
organizado.
Me muevo en el sofá, queriendo hacer lo que siempre he hecho con
Freya, que es pasar un brazo alrededor de ella y acercarla. Enterrar
mi nariz en su cabello y respirar su familiar aroma a limón de verano,
pero no puedo, cada átomo de su cuerpo grita no me toques.
Así que entrelazo los dedos y empujo mis manos entre mis rodillas.
—Un poco —admito.
Freya pone los ojos en blanco.
—Es un fanático del orden.
—Si por fanático del orden te refieres a que mantengo nuestra casa
organizada para que puedas encontrar las cosas.
—Encuentro las cosas —dice Freya a la defensiva.
Arqueo una ceja.
—La mayor parte del tiempo —corrige, mira hacia otro lado y
levanta la barbilla un poco desafiante. En el pasado, cuando hacía eso,
apretaba su mandíbula y yo la besaba. Primero, una fuerte presión de
labios, luego mi lengua, convenciendo a su boca para que se abriera.
Sus manos empuñarían mi camisa y empujaría su pelvis contra la
mía. Luego la empujaba contra la pared del pasillo y nos besábamos
hasta llegar al dormitorio.
Mis manos ansían hacerlo: tocar la línea de su mandíbula, acariciar
su suave y cálida piel y acercar su suave boca a la mía. Porque el tacto
siempre nos ha unido, pero eso es parte de nuestro problema. Incluso
el toque familiar y amoroso que decía tanto cuando tenía dificultades
para comunicarme, ni siquiera eso nos une más.
Estamos lejos de abrazarnos y reconciliarnos. Lo sé ahora.
La Dra. Dietrich sonríe antes de sorber su té.
—¿Así que ustedes dos tienen personalidades bastante diferentes?
—Oh sí —dice Freya rápidamente—. Prácticamente opuestos.
Frunzo el ceño.
—¿Por qué lo dijiste así?
La Dra. Dietrich deja su té. Freya no responde.
—Me estoy adelantando —dice suavemente la Dra. Dietrich—.
Primero, díganme por qué están aquí.
El silencio cuelga entre Freya y yo. Finalmente, le digo:
—Le pedí a Freya que viniera y dijo que sí.
—¿Y por qué le pediste que viniera?
—Porque me echó de casa hace unas semanas…
—Yo no te eché, Aiden —dice Freya, con voz tensa—. Te pedí un
poco de espacio.
Exhalo lentamente, tratando de no estar a la defensiva, de
traicionar cuánto duele que me pidiera que me fuera.
—Tenías una maleta preparada para mí, Freya y un boleto de
avión…
—A la cabaña de mi familia, que es como un segundo hogar para ti
—interviene Freya.
—Dejemos que Aiden termine sus pensamientos, Freya, luego
puedes discutir con él —dice la Dra. Dietrich con naturalidad.
La mandíbula de Freya cae.
Me aclaro la garganta nerviosamente.
—Freya me pidió que me fuera para poder tener algo de tiempo y
espacio para pensar. Desde que regresé, hemos estado en un patrón
de espera en el que no quiero permanecer. Creo que necesitamos
ayuda para salir de él. Yo al menos necesito ayuda. Freya accedió a
venir cuando le dije eso.
—Freya —dice la Dra. Dietrich—. Tu turno. Quiero escucharte.
Freya mira hacia otro lado, sus ojos buscan la vista por la ventana.
—Durante los últimos… seis meses, supongo, sentí un cambio en
nuestro matrimonio, como si nuestra conexión hubiera sido arena
deslizándose entre mis dedos y no importaba lo fuerte que agarrara,
no podía dejar de perderla. Traté de preguntarle a Aiden qué estaba
pasando, pero ha sido evasivo y me sentí… derrotada. Así que pedí
espacio, porque ya no podía soportar seguir con la corriente.
»Si me hubieras preguntado, cuando nos casamos, si podía
imaginar que nuestra comunicación alguna vez se rompería de
manera tan fundamental, que me sentiría así de entumecida y sin
esperanza, que Aiden podría desconectarse y cegarse a mis
sentimientos, me habría reído en tu cara. Sin embargo, aquí estamos.
La Dra. Dietrich asiente sombríamente.
—De acuerdo, gracias a los dos. Entonces, Aiden, dijiste que crees
que necesitas ayuda para salir de tu patrón de espera. ¿Puedes
compartir con qué necesitas ayuda?
Mi corazón late con fuerza cuando las palabras de Freya resuenan
dentro de mi mente. Mis peores temores se confirman: todos mis
intentos de guardarme los peores síntomas de mi ansiedad, de
aguantar y superar esta temporada estresante, de ocultar cuán
profundamente me estaba afectando y proteger a Freya, han
fracasado épicamente.
Pero no es solo tu ansiedad, susurra esa voz en mi cabeza. Es lo que la
ansiedad le ha hecho a tu cuerpo. A tu vida amorosa y eres demasiado
orgulloso para admitirlo.
—Yo… —Miro a Freya, tengo tantas ganas de tomar su mano, de
contarle todo, pero ¿cómo? La miro fijamente, luchando por
encontrar las palabras.
—¿Sí? —dice suavemente la Dra. Dietrich.
—Mencioné en mi formulario de admisión que tuve una educación
difícil, lo que trae consigo ciertos factores desencadenantes y tengo
un trastorno de ansiedad generalizada. —Las palabras salen
corriendo de mí—. Bueno, en los últimos meses, mientras las cosas se
pusieron… tensas entre nosotros, mi ansiedad a menudo ha sido alta.
Pensé que podría arreglarlo antes de que ella se diera cuenta, antes
de que comenzara a hacer preguntas y a presionarme para obtener
respuestas. En el pasado había manejado mejor mi ansiedad y los
síntomas que la acompañaban. Podía hacerlo de nuevo. Solo tenía que
esforzarme más, luchar más duro, ejercitarme, comer bien, mantener
mi horario de sueño, respirar profundo y meditar en el camino al
trabajo.
Sí, lo cual funcionó tan bien que sufriste un ataque de pánico y tuviste que
detener el auto.
—¿Por qué es eso? —pregunta la Dra. Dietrich—. ¿Qué ha estado
elevando tu ansiedad?
El sudor se desliza sobre mi piel y mi corazón late con más fuerza.
—Bueno, estoy bastante motivado en el trabajo, tratando de
consolidar mi lugar en el departamento, pero también estoy
trabajando en el desarrollo de una oportunidad comercial que nos
mantendrá financieramente seguros. Y sí, lo estoy persiguiendo, en
parte, para calmar mis preocupaciones económicas, pero también
porque es simplemente responsable. Es lo correcto para mi familia. El
problema es que los riesgos y los posibles fracasos que presenta mi
trabajo a menudo desencadenan mi ansiedad, por lo que es una
especie de círculo vicioso. Entonces, cuando es tan malo, hace…
Confiesa. Dilo. Dile que planear un bebé hizo que tu ansiedad volara por
las nubes. Dile que tu cerebro está inundado de cortisol y adrenalina, girando
con preocupaciones y fantasías negativas…
Mi boca funciona, mis manos se cierran en puños hasta que me
duelen los dedos.
Dile que es casi imposible relajarte lo suficiente como para sentirte
excitado o permanecer excitado o terminar, que si aumentaras la dosis de la
prescripción para tratar tu ansiedad, sería aún peor.
Díselo.
Muerdo mi mejilla hasta que sangra, el dolor y la vergüenza se
enredan dentro de mí. Sé que le he ocultado más de lo que nunca
quise, consciente de que la honestidad es oro y la comunicación es
clave, pero Dios, he tenido mis razones. Porque conozco a mi esposa.
Si le contara a Freya mi problema, sé exactamente lo que haría. Dejaría
de lado sus planes, atenuaría sus esperanzas. Volvería a tomar la
píldora, me aseguraría que podemos posponer el embarazo…
Silenciosamente, la aplastaría y no estoy en el negocio de aplastar
a mi esposa.
Freya me mira con curiosidad.
—¿Por qué no me lo dijiste, Aiden?
—Porque no es solo mi ansiedad, Freya. Es… —Exhalo
temblorosamente, flexionando mis manos, pasándolas por mi
cabello—. Es que mi ansiedad… afectó mi impulso sexual. No sabía
cómo hablar de uno sin confesar lo otro, así que me lo guardé y no
debería haberlo hecho. Lo siento.
Ahí. Una verdad parcial.
También conocida como mentira por omisión.
Freya se recuesta, sus ojos me buscan. La he aturdido.
La Dra. Dietrich asiente.
—Gracias, Aiden, por abrirte al respecto. Me gustaría preguntar
algo, como seguimiento: ¿Por qué te sentiste incapaz de decirle a
Freya que tu ansiedad es fuerte en este momento y que está teniendo
un impacto en tu vida sexual?
Me encuentro con los ojos de Freya.
—No quería ser una carga para ella. Freya ya me apoya mucho.
Solo… traté de concentrarme en mejorar, en lugar de poner más sobre
sus hombros.
—Podrías habérselo dicho y haber estado trabajando en ello —dice
la Dra. Dietrich.
Y un espeso silencio cuelga en la habitación.
Pero entonces habría tenido que admitir… todo lo que la ansiedad
le estaba haciendo a mi cuerpo, lo lejos que me estaba enviando de
ella.
—Creo… —Me aclaro la garganta bruscamente—. Creo que tenía
miedo de admitirlo, incluso a mí mismo, lo serio que se había vuelto y
mucho menos ante Freya.
La Dra. Dietrich asiente lentamente.
—Si no somos honestos con nosotros mismos, no podemos ser
honestos con nuestra pareja. Esa es una buena percepción de ti
mismo. Me alegra oírlo. Ahora, tu ansiedad está medicada y estás en
consejería, ¿correcto?
—Sí.
—Te mereces atención y apoyo, Aiden. Por favor, asegúrate de
mantenerte al día con eso.
Sí. En todo mi amplio tiempo libre.
—Haz tiempo —dice la Dra. Dietrich, como si acabara de leerme la
mente—. ¿Freya? —pregunta suavemente—. ¿Pensamientos, después
de escuchar eso?
Freya me mira con expresión herida.
—Ojalá lo hubiera sabido, Aiden. Por lo general, eres tan
transparente acerca de tu ansiedad y siempre agradezco saberlo para
poder estar ahí para ti. Escucharlo justo ahora… es difícil. Me siento
excluida. Otra vez.
Rozo mis nudillos con los de Freya.
—Lo siento.
Me mira fijamente durante un largo momento, luego se limpia una
lágrima que se le ha caído.
—Bueno, ahora que tenemos algunos sentimientos iniciales ante
nosotros, ahora que tengo una idea de lo que estamos abordando —
dice la Dra. Dietrich—, permítanme retroceder brevemente diciendo
la línea de mi compañía: Hay una mentira que nos hemos dicho en
nuestra cultura, creemos que la sintonía de nuestra pareja romántica
y nuestras emociones y pensamientos debe ser casi psíquica y ese es
el barómetro de nuestra intimidad. Si sentimos que no están
«entendiendo» nosotros razonamos que hemos dejado de tener esa
mágica conexión íntima.
»Pero ese no es el caso. Lo cierto es que cambiamos y crecemos
significativamente en nuestra edad adulta y para mantenernos cerca
de una pareja comprometida, tenemos que seguir aprendiendo de
ellos, examinando si nuestro crecimiento es compatible o divergente.
Sin embargo, no podemos saberlo hasta que tomemos medidas para
comprender a nuestra pareja, particularmente cuando cambia hasta
el punto de sentir que no la reconocemos. Si descubrimos que
podemos comprometernos y apreciar y valorar su evolución, que
ellos pueden corresponder esos sentimientos por nosotros, hemos
redescubierto la intimidad.
—Entonces, ¿qué tiene esto que ver con nosotros? —pregunto—.
¿Estás diciendo que hemos cambiado?
Ella inclina la cabeza.
—¿No es así?
Freya se remueve en el sofá.
—Realmente no había pensado en eso, pero sí. Obviamente hemos
cambiado desde que teníamos veinte años.
—Y tal vez sus patrones para practicar y cultivar la intimidad no
hayan cambiado con ustedes —dice la Dra. Dietrich—. No han
acomodado sus sueños y sus deseos, su salud mental y sus
necesidades emocionales.
Mira deliberadamente entre nosotros. Ambos retrocedemos.
—Pero ¿la intimidad no está simplemente… ahí… o no? —
pregunta Freya después de un momento de silencio—. Mientras
ambos sigan comprometidos el uno con el otro, debería estar allí,
¿verdad?
—Oh, Dios mío, no. —La Dra. Dietrich toma un sorbo de té y luego
nos mira—. La intimidad no es intuición. Ni siquiera es familiaridad.
La intimidad es trabajo. A veces es un trabajo feliz, como recoger
manzanas maduradas por el sol que caen sin esfuerzo del árbol y
otras veces es como buscar trufas: de rodillas, desordenado,
ineficiente, es necesario desenterrarlas y tal vez quedar sin nada en el
primer intento, antes de encontrar la veta madre.
Freya arruga la nariz. Odia las trufas.
La Dra. Dietrich parece darse cuenta.
—Sí, esa metáfora tiende a quedar mal con los comedores
quisquillosos, pero bueno, ¡no podemos ser todo para todas las
personas!
El silencio cuelga en la habitación. La sonrisa de la Dra. Dietrich se
desvanece suavemente.
—Sé que esto es difícil y estoy poniendo más en sus cabezas que
aliviándolos, como creen que debería hacerlo un terapeuta.
Desafortunadamente, así es como comienza esto. Desordenado,
abrumador y difícil de resolver. ¿Pero adivinen qué? Ustedes se
eligieron hoy. Dejaron de lado sus apretadas agendas, desembolsaron
el dinero que tanto les costó ganar y dijeron que creen el uno en el
otro, lo suficiente, como para presentarse e intentarlo. Así que dense
palmaditas en la espalda.
Cuando ninguno de nosotros la toma literalmente, vuelve a sonreír.
—No, realmente. Háganlo.
Nos damos palmaditas torpemente.
—Excelente —dice ella—. Así que la consejería matrimonial es
como cualquier nueva forma de ejercicio intenso: trabajamos duro,
luego nos relajamos y damos un descanso a nuestros músculos, un
enfriamiento. Han hecho mucho hoy, así que ahora vamos a cambiar
de marcha.
Parpadeo hacia ella.
—Hablamos durante quince minutos.
—Veinte, en realidad. ¡Y qué veinte minutos han sido! —dice
animadamente.
Freya se frota la cara.
—Entonces —dice la Dra. Dietrich, alcanzando detrás de ella—. Sin
más preámbulos…
Una caja aterriza con un golpe en el suelo.
Miro el juego de mi infancia.
—¿Twister?
—Sí, amigos. Vamos a calentar… suponiendo que nadie se siente
físicamente inseguro o incapaz de soportar el contacto físico. Sus
formularios de admisión dijeron que no, pero estoy comprobando de
nuevo. ¿Ha cambiado algo para alguno de ustedes?
Freya niega con la cabeza.
—No. Estoy bien —dice.
Asiento con la cabeza.
—Yo también.
—Excelente. Quítense los calcetines, oh, miren eso. —La Dra.
Dietrich se inclina y despliega la alfombrilla y la tabla con el indicador
giratorio, moviendo los pies con calcetines dentro de sus
Birkenstocks—. Ambos llevan sandalias sin calcetines. Interesante.
Freya me mira mientras una sonrisa se asoma en las comisuras de
sus labios. Le devuelvo la sonrisa y por un momento está ahí, la
chispa en sus ojos. El más tenue hilo de conexión.
—En el piso, entonces —dice la Dra. Dietrich, empujando su silla
hacia atrás—. ¡Qué empiece el juego!
Capítulo 7
Aiden
Playlist: Train North, Ben Gibbard y Feist

La Dra. Dietrich toma un sorbo de té y luego hace girar el indicador.


—Mano izquierda al rojo.
El brazo de Freya se desliza debajo de mi pecho, rozando mis
pectorales. Su pelo, su suave aroma a limones y hierba cortada, tan
familiar, siempre seductor, me envuelve. La inhalo, sintiendo su
exhalación temblorosa debajo de mí. Tengo que hacer mi siguiente
movimiento, lo que envía mi pelvis rozando su trasero. Estamos en
una posición increíblemente sugerente, que no parece desconcertar a
la Dra. Dietrich. Toma otro sorbo de té y mueve el indicador una vez
más.
—Pie derecho a verde.
—Eso es cruel —murmura Freya.
—Soy despiadada. —La Dra. Dietrich se ríe maliciosamente—.
Pero es por tu propio bien.
Freya extiende su pie derecho hasta que está ajustada debajo de mí,
pegada a mi ingle. Cierro los ojos y me imagino presionando un beso
en su cuello, mordiendo entre sus omoplatos. Me muevo para
alcanzar mi círculo verde, encajando mi muslo entre los de Freya. La
necesidad aprieta mi cuerpo, un dolor caliente se acumula en mi
estómago que me sorprende tanto como a ella.
Toma aire cuando mi peso descansa contra el suyo, mi aliento
cálido en su cuello. Exhalo bruscamente, luego inhalo una respiración
larga y lenta.
La Dra. Dietrich mueve el indicador de nuevo.
—Pie izquierdo a amarillo.
Nos movemos en consecuencia y nos transformamos de
sexualmente tensos a explícitamente incómodos. No estoy hecho para
doblarme así.
—Hum, ¿Doctora Dietrich? —dice Freya, su voz débil—. ¿Puedes
girar el indicador de nuevo?
La Dra. Dietrich frunce el ceño.
—¡Eh! El indicador no parece estar funcionando. —Lanza la tabla
sobre su hombro y aterriza en la pila desordenada en su escritorio—.
Supongo que solo tendré que hacerte una pregunta y una vez que
tenga tu respuesta, elegiré un lugar nuevo para que te coloques.
—¿Qué? —chilla Freya.
Dime una cosa que te encanta de Aiden.
—¿Además de su trasero?
Frunzo el ceño hacia ella.
—Freya, en serio.
—Aiden, estamos jugando Twister y en una posición más atrevida
que nunca…
—¡Freya!
Se aclara la garganta.
—Lo siento. Bien. Me encanta la convicción de Aiden. Dios mío, me
duele la espalda.
A la Dra. Dietrich no le importan las molestias en la columna.
—¿Convicción para qué?
—¡Esa es otra pregunta! —grita Freya.
—Oh, qué mal —dice la Dra. Dietrich—. Resulta que soy el capitán
del Twister y digo lo que harán. Me diste una respuesta a medias de
todos modos. Mejor desea que no elija el pie derecho al verde a
continuación.
Echo un vistazo a ese lugar. Creo que Freya se partiría por la mitad.
Mis brazos están temblando, mis anteojos se empañan mientras el
sudor gotea en mis ojos.
—Frey, ¿puedes simplemente responderle?
—Jesús, Aiden, estoy pensando.
—¿Tienes que pensar en por qué admiras mi convicción?
—Calladito te ves más bonito, grandote —dice la Dra. Dietrich.
—Me encanta su convicción —espeta Freya—, sobre aprovechar al
máximo todo lo que la vida le da. Saborea los regalos simples de la
vida, extrae cada gota de significado y oportunidad de ellos, luego
lleva esa convicción a sus alumnos, a su trabajo… —Su voz se
entrecorta—. A nosotros. Al menos lo hacía. Ahora, ¿puedes elegir un
lugar antes de que se me desvíe un disco?
Mi corazón se hunde en mi pecho. Dios, lo mal que lo he
estropeado. Todo esto ha sido por ella y todo lo que he hecho es
hacerla sentir como mi última prioridad.
—Bien hecho —dice la Dra. Dietrich—. Mano izquierda a azul.
Freya cambia inmediatamente a una cómoda posición de perro
boca abajo. Estoy tan jodidamente celoso.
—Ahora usted, buen señor —dice la Dra. Dietrich, ajustando sus
anteojos—. Una cosa que amas de tu esposa.
—Ella vive el amor, así que no puedes evitar sentirlo. En el
momento en que sospeché que Freya me amaba, lo supe. No tuve que
adivinar. No habíamos estado saliendo por mucho tiempo. Enfermé
de gripe y ella se quedó conmigo incluso cuando yo era contagioso.
Cuando por fin no estaba delirando y rogando morir… sí, me
comporto como un bebé cuando estoy enfermo… le pregunté qué
estaba haciendo, arriesgándose a quedarse conmigo. Ella
simplemente alisó mi cabello hacia atrás y dijo: «No estaría en
ninguna otra parte».
Trago con fuerza y miro a Freya. Su cabeza cuelga. Está sorbiendo
los mocos.
—La miré a los ojos y vi amor —susurré pasando el nudo en mi
garganta—. Sentí amor y quiero eso de vuelta. Quiero volver a sentir
amor con Freya.
Freya se derrumba en la alfombra del Twister, cubre su rostro,
mientras comienza a llorar. Antes de que la Dra. Dietrich pueda decir
algo, antes de que sea un pensamiento consciente, he tomado a Freya
en mis brazos.
La Dra. Dietrich se agacha, coloca su mano firme y suave en la
espalda de Freya.
Después de unos minutos de su llanto, que se sintieron eternos, que
hacen que mi corazón se sienta como si lo estuvieran extirpando de
mi pecho con una sierra, Freya se sienta y se seca los ojos.
—Lo siento, perdí el control—susurra.
—Pongamos fin al juego, siéntense —dice la Dra. Dietrich,
recostándose en su silla.
Freya y yo nos paramos, luego nos dejamos caer en el sofá, nuestros
cuerpos aterrizaron un poco más cerca de lo que estaban cuando
empezamos. Intento no darme cuenta, no darle importancia. Si Freya
lo hace, no lo demuestra.
La Dra. Dietrich dice:
—Freya, me preocupa que te hayas disculpado por llorar. Estoy
orgullosa de ti por hacerlo. Sentir nuestros sentimientos es valiente y
saludable.
Freya le da a la Dra. Dietrich una débil y acuosa sonrisa, luego se
suena la nariz.
—¿Cuál es la razón de tus lágrimas? —le pregunta la Dra.
Dietrich—. ¿Puedes describir el sentimiento con palabras?
Freya se muerde el labio.
—Herida. Confundida. Enfadada.
—Bien, continúa, si quieres.
—No entiendo por qué estamos aquí. Si Aiden quiere sentir amor
conmigo, ¿por qué está dañada nuestra comunicación, para empezar?
¿Por qué me lo ocultó? ¿El trabajo, la ansiedad y su impacto en cómo
se sentía acerca de la intimidad física? ¿Fue realmente solo porque
estaba descubriendo eso dentro de sí mismo? ¿No pudo decirme…
nada de eso en el camino?
La Dra. Dietrich se balancea en su silla.
—Bueno, creo que deberías preguntarle. Creo que también es
bueno preguntarse: ¿Le has ocultado pensamientos o sentimientos a
Aiden que él también debería saber?
Freya se mira las manos y luego me mira a mí, con un nuevo tipo
de vulnerabilidad brillando en sus ojos.
—Yo… —Se aclara la garganta—. A veces reprimo mis
sentimientos y trato de resolverlos antes de decírselo.
—Está bien —dice la Dra. Dietrich en voz baja—. ¿Por qué?
Freya me mira con nerviosismo, luego desvía la mirada.
—No quiero preocupar a Aiden cuando mis emociones están altas.
Sé que le molesta cuando soy un caso perdido.
—Freya. —Agarro su mano. Me duele mucho escuchar que se
escondiera y se lastimara de esa manera, para protegerme.
Respira a través de esto, Aiden. Respira.
—Freya —susurro—, siempre quiero saber lo que sientes.
—Eso es irónico, viniendo de ti —dice entre lágrimas.
—¡Porque yo soy el que tiene ansiedad, no tú! No hace falta que
cargues con todo lo que llevo mentalmente. Estoy tratando de hacer
ajustes para que sea justo.
—Ah. —La Dra. Dietrich levanta la mano—. Sobre esa palabra,
justo… la idea de «justo» en un matrimonio, cualquier relación, quiero
decir que es imposible. Ningún matrimonio es justo. Es
complementario. La idea de «justo» es absurda en el mejor de los
casos, discriminatoria en el peor.
Ambos giramos la cabeza y la miramos.
—¿Discriminatoria? —pregunta Freya.
—Discriminatoria —dice la Dra. Dietrich—. Porque decir que una
relación tiene que ser «justa» implica que solo es válido cierto
equilibrio y distribución de habilidades y aptitudes. Sostiene una idea
arbitraria y dañina de «normal» o «estándar» como requisito para una
relación satisfactoria. Cuando en realidad, todo lo que necesitas son
dos personas que amen lo que el otro aporta y compartan la labor del
amor y la vida juntos.
La Dra. Dietrich sonríe amablemente.
—Aiden, estás tratando de proteger a Freya de llevar «más» carga
emocional de lo que crees que debería. Freya, estás evitando ser
honesta sobre tus sentimientos y pensamientos pues crees que
pueden hacer que Aiden sienta «más» de lo que crees que debería. Es
bien intencionado, en ambos casos, pero es una idea terrible y muchas
parejas lo hacen. Incluso después de que prometiste amarlo por
completo Freya, y que prometiste darle todo de ti mismo Aiden.
Freya parpadea con los ojos inundados de lágrimas. La miro
fijamente, con tantas ganas de abrazarla y besar sus lágrimas.
—Solo ha estado tratando de protegerme —le digo a la Dra.
Dietrich, mis ojos no se apartan de los de Freya—. Y también he
estado tratando de protegerla.
—Sí —dice la Dra. Dietrich—. Pero protegemos a nuestros
cónyuges de las cosas que causan daño real: abuso o violencia, por
ejemplo. No de nuestras vulnerabilidades y necesidades inherentes.
Están ahí para que las amen y las complementen. Si no es así —dice
enfáticamente—, es a costa de nuestra intimidad, nuestra conexión…
nuestro amor.
Los ojos de Freya buscan los míos.
—Eso tiene sentido.
—Además, Freya —dice la Dra. Dietrich—. Esto es algo que mis
pacientes a menudo se dan cuenta en la terapia… retienen sus
sentimientos porque nuestra cultura nos enseña que no se nos tomará
en serio cuando somos «emocionales», pero te lo voy a decir, tu
marido necesita tus palabras de sentimiento. Aiden, entiendes su
importancia, espero.
Asiento con la cabeza.
—Lo hago, pero tal vez no se lo he dejado claro. Quiero que me lo
digas, Freya. Lo mostraré mejor, en el futuro.
Freya me mira.
—Está bien —dice en voz baja.
Mantenemos nuestras miradas recorriendo el rostro del otro. Se
siente como limpiar la condensación que empaña una ventana y
realmente poder ver lo que está frente a mí, algo que no podía hacer
desde hace demasiado tiempo. Me pregunto si Freya también se
siente así.
—Entonces —dice la Dra. Dietrich, rompiendo el momento—. Su
intimidad sexual se ve afectada por esto. Aiden te ha dicho que
cuando su ansiedad es tan alta, afecta su impulso sexual. ¿Cómo
estás, Freya? Desde un punto de vista sexual.
Las mejillas de Freya se ponen rosadas.
—He estado mejor.
El calor inunda mi cara también. Me siento como un fracaso total.
La Dra. Dietrich levanta las cejas interrogativamente.
—¿Te importaría compartir más?
—Está bien —dice Freya—. Han pasado… meses. No estoy segura
de qué fue primero… mi sensación de que Aiden estaba trabajando
mucho más o que no me buscó como solía hacerlo. Entonces me sentí
rechazada. Como si no me quisiera y luego yo tampoco quería tener
sexo. No quería que se desconectara de mí emocionalmente y pensara
que todavía podía tener acceso a mi cuerpo.
—¡Así no es como me siento! —le dije—. Nunca querría sexo sin
emociones contigo.
La Dra. Dietrich me mira, inclinando la cabeza.
—Entonces, ¿qué sientes?
—Que tener un bebé no es poca cosa —admito, antes de que pueda
detener las palabras—. Que criar a un niño, en una de las ciudades
más caras de Estados Unidos, con nuestra deuda por los préstamos
estudiantiles no es insignificante, que va a tomar más de lo que he
estado haciendo. Me obsesioné un poco con trabajar para prepararnos
para ello y de alguna manera ¿eso se convirtió en rechazo, querer su
cuerpo, pero no su corazón?
Mierda, esa acusación duele.
—Aiden, hablas de eso como si fuera solamente tu responsabilidad
—espeta Freya—. Y no es así. Soy consciente del costo de la vida y el
cuidado de los niños. Resulta que tengo amigas que tienen hijos, que
han tenido que tomar decisiones increíblemente difíciles sobre sus
carreras y su maternidad. Lo he llevado conmigo y he reflexionado
mucho, teniendo en cuenta que también trabajo y ayudo a pagar las
cuentas.
¿Ayuda? Su último cheque de pago fue más grande que el mío, lo
que significaba que consiguió el ascenso que había estado buscando,
después de todo. Y una vez más, como un idiota, olvidé decir algo.
Suspiré con alivio y lo deposité con nuestros ahorros, mi pulso se
estabilizó cuando vi que ese número aumentaba un poco, antes de
que un correo electrónico sobre la aplicación se tragara mi felicidad y
me arrastrara de regreso al reino de las tareas pendientes
interminables.
—No quiero decir que no lo hagas, Freya —le digo—. Es solo que
abordas los gastos inminentes de manera diferente, confiando en que
lo solucionaremos. Estoy mucho más familiarizado con lo que puede
pasar si no estás preparado financieramente y actúo en consecuencia.
Canturreas alegremente, mientras revisas las facturas. Aprieto los
dientes y hago cálculos mentales sobre lo que tiene que pasar para
mantener nuestros ahorros. Estoy tratando de lograr un equilibrio
entre esas dos posiciones y eso significa asegurar ingresos
adicionales, establecernos para tener estabilidad de modo que cuando
un bebé esté aquí, no esté trabajando constantemente. Ya lo habré
hecho. Y podré concentrarme en cuidarlos a ambos, ser un
compañero de verdad y un padre.
—Sí —dice Freya, cruzándose de brazos—. Y ahí está de nuevo.
La Dra. Dietrich mira entre nosotros.
—¿Cuál es la historia de fondo aquí? ¿Y debo entender que estás
tratando de quedar embarazada?
Freya asiente con fuerza.
—Ese era el plan, sí.
La Dra. Dietrich me mira.
—¿Aiden?
—Sí. Ese era el plan.
—¿Y? —presiona.
—Crecí pobre —le digo a la Dra. Dietrich—. Con un padre que nos
abandonó cuando yo era un bebé y una madre que nunca se recuperó
de eso. He tenido que trabajar muy duro toda mi vida, por cada
ganancia financiera, para finalmente, por primera vez en mi vida,
tener ahorros saludables. Anticipar lo que cuesta tener un hijo es
intimidante, así que he estado buscando seguridad financiera y he
estado trabajando en un proyecto…
—De lo que no me ha hablado —dice Freya.
Miro hacia ella.
—No lo he hecho, no. Pero solo ha sido una carrera loca y partes en
constante movimiento para llegar a donde estamos, a una apariencia
de algo que realmente podría tener éxito. No iba a guardármelo para
siempre.
—Sin embargo, ¿por qué guardártelo? —pregunta la Dra.
Dietrich—. La confianza y la apertura son fundamentales en un
matrimonio.
—Como dije, al principio era un sueño imposible, solo quería
cultivarlo por un tiempo antes de compartirlo con ella, una vez que
no corriera el riesgo de ser una decepción total. —Me vuelvo hacia
Freya y le digo—: Tan pronto como supiera que teníamos una
posibilidad de éxito, iba a compartirlo contigo. Un regalo, un paso
positivo hacia una vida mejor para nuestra familia. El día que llegué
a casa y tenías mi maleta preparada para la cabaña, estaba listo para
decírtelo.
El rostro de Freya se tensa de dolor.
—¿Por qué no me lo has dicho desde entonces?
—Porque apenas hemos hablado, Freya, y estaba bastante seguro
de que lo último que querías era escucharme hablar sobre el trabajo.
—Mira hacia abajo y se mira las manos, así que sigo adelante, con la
esperanza de poder tranquilizarla, alcanzarla al menos un poco—. No
hay riesgo financiero para nosotros, no estoy saboteando nuestros
fondos. No es nada que te afecte…
—Excepto que te afecta a ti, Aiden, y por lo tanto me afecta a mí,
¡porque soy tu esposa, tu compañera de vida, que se preocupa por ti!
—Freya se pone de pie y agarra su bolso—. Esta es la mierda que no
soporto. Una cosa es lo que hablamos antes, cómo bailamos alrededor
de tu ansiedad y mis sentimientos. Creo que la doctora tiene un punto
y puedo entenderlo. ¿Pero esto? ¿Esta mierda sobre el dinero?
Me hace un gesto, echando humo, mientras habla con la Dra.
Dietrich.
—Él racionaliza dejarme fuera, actuando como George Bailey,
dejando a la pequeña esposa sola en casa mientras él tropieza por
Bedford Falls y se retuerce las manos por el dinero.
¡Qué bello es vivir!, me encanta esa película, pero me lo guardo para
mí. Freya podría derribar una puerta si digo eso.
—Soy tu compañera —me dice enfadada—. Debería estar girando
contigo en la nieve, no atrapada en esa casa en la que pusimos todo,
preguntándome cuándo vas a volver. Te encerraste, Aiden
Christopher MacCormack…
Mierda. Acaba de decir mi nombre completo.
—¿Y ahora estás molesto porque me quedo allí? Bueno, mala
suerte. Regresas o esto es todo, se terminó.
Freya sale corriendo y cierra la puerta detrás de ella.
Los ojos de la Dra. Dietrich se deslizan hacia la puerta, luego hacia
mí.
—Parece que toqué un nervio.
Suspiro y me froto la cara.
—Sí.
—Este es el asunto, Aiden. —La Dra. Dietrich se inclina—. Una
relación es como un cuerpo y sin el oxígeno de la comunicación solo
puede durar un tiempo, cuando una persona se aleja y priva a la otra
tanto como parece que lo has hecho. Sé que es difícil ser vulnerable.
Sé que querías proteger a Freya, pero tu protección te mantiene a
distancia. Si quieres sentirte cerca de tu esposa, tienes que acercarte,
confiar en ella, incluso si estás aterrorizado… no, porque estás
aterrorizado. Dale un poco de vida a este matrimonio.
Mientras absorbo las palabras de la Dra. Dietrich, mi mente se fija
en Freya, que se ha ido y la adrenalina inunda mi sistema. Tengo que
perseguirla, asegurarme de que no esté tan furiosa que camine hacia
la autopista, cruce las barreras New Jersey y muera en camino para
usar el metro, para darme una lección.
Una horrible imagen de lo que está sucediendo parpadea en mi
mente. Sé que soy un pensador creativo y eso es una fortaleza, pero
no lo siento así cuando cierro los ojos y visualizo a mi esposa
muriendo debajo de un autobús.
Salto del sofá, tomo mi suéter y corro hacia la puerta.
—Lo haré, lo prometo.
—¡Espera! —llama.
Maldiciendo por lo bajo, doy la vuelta en el umbral de la puerta.
—¿Sí?
—Nada de sexo —dice, haciendo una mueca—. Nunca me ha
gustado decirle eso a una pareja, pero ustedes dos no son un caso de
comprar cortinas nuevas y retocar la pintura. Necesitan un retoque
más profundo. Nada de sexo por ahora. Te ayudará, lo creas o no.
Es… esclarecedor.
Dulce alivio. Si no hay expectativas de sexo, eso es una cosa menos
que tengo que resolver ahora mismo. Podría besar a la Dra. Dietrich.
Bueno, no realmente.
¡Freya!, ¡Que imbécil soy! ¡Ve a buscar a tu esposa!
La Dra. Dietrich vuelve a leer mi mente.
—Ve por ella. —Me despide—. Vete.
Corro hacia el estacionamiento, veo que Freya solo llegó hasta el
auto, donde se recuesta enojada sobre el capó.
Camino lentamente hacia el Civic, lo abro con la llave remota. Debe
haber olvidado la suya. No sería la primera vez. Una sonrisa triste
juega en mis labios porque hay una extraña intimidad en esos
patrones familiares. Freya pierde sus llaves semanalmente, pero en
privado siempre me ha gustado que se sintiera lo suficientemente
segura como para extraviarlas, en primer lugar. Significa que confía
en mí para ser quien las encuentra.
—Freya…
Levanta una mano.
—No quiero hablar ahora.
—¿Hay un punto en el que lo harás?
—Tú —dice, poniéndose de pie y pisoteando hacia mí. Su dedo toca
mi pecho—. No puedes juzgarme. Tú empezaste este lío silencioso.
Ni siquiera me culpes por ello. Ahora sube al auto y llévame a casa o
dame las llaves, Aiden.
Camino hacia su lado y abro la puerta. Freya se deja caer, arranca
la puerta de mi agarre y cierra de un portazo. Pensé que las cosas no
podían estar peor entre nosotros. Estaba tan seguro de que habíamos
tocado fondo.
Estaba equivocado.
Capítulo 8
Aiden
Playlist: Sleep on the Floor, The Lumineers

Después de la consejería, Freya desapareció en el baño en el


momento en que entramos a la casa, la cerradura se desliza con un
fuerte y conmovedor clic.
Me digo a mí mismo que debo quedarme, esperar hasta que salga
duchada y refrescada y tratar de hablar con ella, pero no puedo. No
cuando no tengo ni idea de lo que diría, ni idea de cómo tranquilizarla
cuando apenas puedo tranquilizarme a mí mismo. No puedo
quedarme en esta casa ni un segundo más. Así que escribo una nota,
la dejo en el mostrador de la cocina para que Freya la vea y empaco
una bolsa de lona con ropa deportiva y tenis.
Una vez que estoy estacionado en el campus, uso la pista cubierta
de las instalaciones deportivas y corro. Corro y corro hasta que mis
piernas son gelatina y mis pulmones arden. No he corrido en mucho
tiempo porque he estado muy ocupado, pero debería, siempre me
siento mejor después de correr, después de una ráfaga de endorfinas
y otras sustancias químicas potentes que me hacen sentir bien e
inundan mi cerebro. Químicos que ayudan con la ansiedad y todo lo
demás que se siente como si me estuvieran estrangulando cuando
entro por nuestra puerta.
Después de correr hasta el agotamiento y ducharme en el vestuario,
me vuelvo a poner la ropa que usé para el asesoramiento, luego me
escondo en mi oficina, mientras pierdo la cabeza. Al ser un profesor
universitario que no está en el último peldaño de la jerarquía del
departamento, tengo un pequeño espacio decente: sofá, escritorio,
una pared de libros, una ventana real y aire acondicionado. Y aunque
está lejos de casa, es un espacio seguro para mí. Si soy sincero, es
donde me he escondido cuando no he sabido cómo ser el marido que
quiero ser para Freya.
Por eso estoy aquí, una vez más. Porque no sé qué hacer. Cómo
volver a casa y enfrentarme a ella, qué puedo prometer, después de
lo que sus hermanos me expusieron en lo de Ren la otra noche,
después de lo que dijo la Dra. Dietrich en el asesoramiento de esta
noche.
Sé que sus hermanos tenían buenas intenciones. Sé que, a su
manera, querían que comprendiera cuánto me respaldan, cuánto se
preocupan por apoyarnos a Freya y a mí en este momento difícil,
pero, mierda, simplemente aumentó la presión. Presión y más
presión. Para funcionar como lo hacen ellos, emocionarse y extender
la mano y sentir y discutir y ensuciarse en todas esas formas en las
que Freya habla con fluidez y yo soy un novato silencioso.
Y la advertencia de la Dra. Dietrich, que he estado sofocando
nuestra relación con mi comportamiento, cuando todo lo que quería
era protegernos de la crueldad y las amenazas indiscriminadas del
mundo exterior, es tan jodidamente frustrante. Porque su perspicacia
dejó en claro lo deformado que estoy. Mi mente me sabotea, siempre
veo lo peor de una situación. Mi corazón es este imbécil traidor que
late demasiado fuerte por las cosas equivocadas como el dinero y la
seguridad y el orden, cuando ama a una mujer a la que le importan
una mierda las comodidades materiales, cuyo corazón se estremece
por el desenfreno y la pasión y prospera en los desordenados
momentos llenos de vida.
Nunca me había sentido tan mal por Freya, tan mal preparado para
amarla como se merece y mientras me dejo caer en el sofá de mi
oficina y miro el techo, mi corazón late como un pájaro contra una
jaula demasiado pequeña, sé que este es un punto de inflexión:
Quedarme y luchar por ella. Luchar para volver al lugar en el que
se en mi alma, que ella y yo, a pesar de las profundas diferencias,
somos el uno para al otro. Luchar por volver a sentirme cerca e íntimo
con la mujer que amo con cada fibra de tu ser…
O finalmente ceder a esa voz que miente y susurra cosas horribles.
Que le fallaré, que le romperé el corazón, que nos sabotearé y
arruinaré lo que hemos construido juntos, incluso el futuro que aún
no hemos construido.
Quiero ser fuerte. Quiero ser valiente por Freya. Porque ella merece
que luche por ella, que gane su perdón, que gane su confianza
nuevamente. Quiero ir a casa y pedirle perdón y decirle que lo haré
bien, pero ¿puedo prometerle eso, cuando no tengo idea de cómo
arreglarnos?
Mis ojos recorren la habitación llena de libros amontonados en
estantes empotrados, mi escritorio rebosa de ordenadas pilas de
carpetas. Todo este conocimiento y orden y nada de eso tiene las
respuestas que necesito.
Gimo y me froto la cara.
—Mierda.
—Así, ¿verdad?
Casi me caigo del sofá, sorprendido por la voz detrás de mí. Estiro
el cuello y veo que es Tom Ryan, el conserje de nuestro edificio. Como
siempre, lleva una gorra de béisbol negra desteñida, su uniforme gris
de conserje y una poblada barba canosa. Alto y delgado, tiene una
figura imponente, pero su lenguaje corporal es encorvado, deferente.
Nunca mira a nadie a los ojos, siempre mantiene la mirada baja, su
voz es suave y tranquila. Durante meses, nuestros caminos se
cruzaban cuando yo estaba aquí para las clases nocturnas y las horas
de oficina y él nunca decía una palabra. Pero luego una noche me
quedé hasta tarde y, por capricho, entablé una conversación con él,
luego hizo una broma que ni siquiera puedo recordar y me di cuenta
de que tiene un gran sentido del humor seco.
Ahora… bueno, ahora lo llamaría una especie de amigo. Una de
esas personas que llega a tu vida de forma inesperada y hacen clic.
Ahora hablamos regularmente, cada vez que trabajo hasta tarde en la
oficina y él viene a vaciar los botes de basura, a pasar la aspiradora y
a ordenar.
Es una buena compañía, un tipo relajado, no es que yo tenga esa
cualidad. No estoy molesto por verlo ahora. Simplemente prefiero no
ser emboscado y asustado tan violentamente, mi corazón se siente
como si estuviera latiendo fuera de mi pecho.
—¿Te atrapé con la guardia baja? —pregunta, mientras entra.
Me desplomo en el sofá y exhalo, con el corazón acelerado.
—Casi me cago del susto.
—Mejor no —dice, inclinándose hacia el bote de basura y
vaciándolo en el contenedor grande con ruedas que empuja—. Soy
demasiado viejo para limpiar mierda. Sin embargo, siento haberte
asustado. Creí que me habías oído llegar.
—No, hombre, eres sigiloso a nivel espía.
Deja caer el bote de basura, luego lo estabiliza. Me doy cuenta de
que le tiembla la mano y como mi cerebro es un prodigio para
imaginar los peores escenarios, empiezo a preocuparme si tal vez no
se encuentra bien, si se está debilitando, si algún día este conserje al
que me siento extrañamente unido no estará allí y…
Tom tira del cable de la aspiradora con un movimiento rápido y
seguro, sacándome de mis pensamientos negativos.
—¿Qué estás haciendo todavía aquí? —dice—. Es muy tarde para
estar en la oficina.
—Solo… pensando. —Me levanto del sofá y me paso los dedos por
el pelo. Debo irme. Siempre me siento mal al estar sentado mientras
él trabaja, especialmente cuando alguien de su edad debería estar
jubilado, no aspirando alfombras, puliendo pisos e inclinándose
sobre los botes de basura—. Me quitaré de tu camino —le digo.
—Por favor, hazlo. Deberías irte por la noche. Ya te eché una vez.
—Sí. —Me rasco la nuca—. Bien. A veces, la esposa de un hombre
necesita espacio y aquí es donde puedo dárselo.
Tom niega con la cabeza.
—No. Eso no es bueno. Vete a casa y quédate allí. —Se acerca a mi
escritorio, agarra mi bolsa de lona y la arroja a mis pies—. Cuando
una mujer dice que la dejes en paz, cuando se aleja de ti y actúa como
si te quisiera a kilómetros de distancia, eso es lo último que quiere.
—Bueno, verás, ese es un pensamiento bastante peligroso…
—No estoy hablando de forzarla. Jesús. Estoy diciendo que cuando
tu esposa actúa como si quisiera que te fueras, te está pidiendo que
demuestres que la quieres lo suficiente como para quedarte y luchar.
Miro la bolsa de lona, sin palabras, tan jodidamente perdido.
Porque una parte de mí piensa que Tom tiene razón y otra tiene
miedo de que Freya realmente encuentre imperdonable mi épica
cabeza en el culo, que su enojo en el asesoramiento no se desvanezca,
sino que solo crezca y se profundice.
—He estado en tu lugar —dice Tom—. Y lo aprendí de la manera
difícil. Vete a casa.
—Tom, te lo agradezco, pero el matrimonio de todos es diferente.
—Tal vez, pero los peligros del matrimonio son los mismos. —Se
aleja, levanta las cosas del suelo para pasar la aspiradora—.
Complacencia, eso es lo que los mata. Displicencia. Resignación. Los
días se convierten en semanas. Las semanas se convierten en meses.
Los meses se convierten en años.
Señala una copia antigua de la Poética de Aristóteles que he
acarreado desde la licenciatura.
—Leíste eso, presumiblemente, hace años. ¿Recuerdas lo que dijo
Aristóteles sobre la tragedia?
—Sí —le digo lentamente, confundido de hacia dónde va.
—Este es el momento en el que habla de: peripecia, el punto de
inflexión y anagnórisis, el punto de reconocimiento; cuando tu esposa
te dice que te vayas, cuando finalmente ves tu relación y sus
sentimientos de una manera que no habías visto antes. «Un cambio
de la ignorancia al conocimiento, produciendo amor u odio entre las
personas destinadas… a la buena o a la mala fortuna» —cita—. ¿Qué
viene después?
Trago bruscamente.
—La escena del sufrimiento.
—La escena del sufrimiento —dice—. Así es. «Una acción
destructiva o dolorosa, como la muerte en el escenario, agonía
corporal, heridas.»
—Bueno, ahora estoy entusiasmado.
Suspira.
—Por supuesto que no lo estás, porque eres humano y yo también.
¿Qué es más humano que querer evitar el dolor? Pensé que, si me
alejaba por un tiempo, podría evitarlo, dejar que pasara y luego
regresar cuando la tensión se calmara. No parecía tan peligroso
querer alejarse del dolor de enfrentar lo que se había derrumbado
entre nosotros.
Se baja la gorra y dice:
—Pero es como una droga, la evasión. Y cada día que pasa sin
tensión, preocupación o decepción, te arrulla con la promesa de paz
y tranquilidad. Le das tiempo, te dices a ti mismo que las cosas se
calmarán y, antes de que te des cuenta, las cosas se han vuelto
demasiado tranquilas, entonces tienes papeles en tu oficina y no del
tipo que calificas.
El dolor me atraviesa con el mero pensamiento.
—No. Freya no se va a divorciar de mí.
No todavía. No puede. Tiene que darme una oportunidad. Tiene
que.
—Confía en mí —dice—, cuando una mujer te dice que está en su
punto de quiebre, es porque ya lo ha estado por un tiempo. Ahora es
tu momento, como dice Aristóteles. Ahora tienes que dar el salto y
hacer lo que sea necesario para que sea mejor. Esa es la única forma.
Me lo acabas de decir.
—Tom, esos son los pensamientos de Aristóteles sobre la tragedia.
—Exactamente. En algún momento, todo amor es una tragedia.
Simplemente no tiene que permanecer así. Elegimos nuestros finales.
Ese es el punto de Aristóteles. La tragedia se construye, tiene una
estructura y si ese no es el final que quieres, entonces sal de esa
trayectoria. Cambia la narrativa.
Me quedo ahí, aturdido.
Acabo de recibir del conserje el mejor sermón de mi vida sobre
Aristóteles. No es que me sorprenda. Tom es inteligente y sé mejor
que nadie que tener un trabajo de bajos ingresos no es una indicación
del intelecto o la sabiduría de una persona. Solo… no esperaba que
su explicación tuviera tanto sentido.
Es una epifanía que brilla como un relámpago contra el fondo
oscuro de mi desesperanza: Freya y yo no podemos volver a ser lo
que éramos, pero podemos apoyarnos en este momento doloroso,
aprender de él y convertirnos en algo más fuerte, algo mejor, juntos…
«La tragedia se construye», dijo Tom.
Lo que significa que puedo cambiar de rumbo y encontrar un
camino a seguir que no nos siga separando, sino que nos acerque de
nuevo. Soy un hombre de negocios y números. Entiendo el cambio de
trayectorias. Entiendo que cuando un enfoque no funciona, modificas
la fórmula y luego pruebas con otro.
«Si ese no es el final que quieres, entonces sal de esa trayectoria.
Cambia la narrativa».
Las palabras de Tom hacen eco en mi cabeza, transformándose en
un susurro de esperanza. Espero que más allá del trabajo necesario
de asesoramiento, pueda volver a casa y atacar el problema en mi
jodida cabeza. Puedo agarrar nuestra desintegración y alejarla del
arco de la tragedia, de vuelta al camino que empezamos. El camino
de las noches largas y calurosas y las tardes tranquilas, tocándonos,
hablando, confiando; el camino pavimentado con risas, alegría y
trabajo duro. Puedo mostrarle a Freya lo que no he hecho en mucho
tiempo: cuánto significa para mí, cuánto la amo.
—Ahora vete —gruñe.
Antes de que pueda responderle a Tom y mucho menos
agradecerle su consejo, enciende la aspiradora. Tomo la indirecta. La
conversación terminó. Así que tomo mi bolsa de lona y me voy.
Afuera, es una de esas raras noches en las que puedes ver las
estrellas en el cielo nocturno, más allá de la contaminación lumínica
de la ciudad. Miro ese cuenco de terciopelo negro, salpicado de
estrellas de diamantes, recordando nuestra luna de miel. No
podíamos pagar mucho, así que habíamos planeado aprovecharla al
máximo en la cabaña de su familia, pero sus padres nos
sorprendieron con una estadía de una semana, con todo incluido, en
Playa del Carmen.
Puedo ver a Freya con el ojo de mi mente, con su camisón blanco y
vaporoso ondeando sobre su piel bronceada; cabello rubio, largo y
alborotado por el viento del océano, como una flor exótica que florece
de noche y se despliega en su entorno nativo. Salió de nuestro aislado
bungaló frente al mar, las olas revientan suavemente un poco más
allá. Luego se detuvo y me tendió la mano.
—Mira, oso —dijo, el cálido afecto de su apodo para mí llena su
voz. Tomé su mano y la envolví en mis brazos, sentí el abrumador y
hermoso peso de la responsabilidad por esta mujer, que todavía no
podía creer que de alguna manera me había elegido a mí. Olía a aire
salado y a la guirnalda de flores que se había puesto en el pelo esa
mañana y la abracé con tanta fuerza que chilló—. Aiden, mira.
Había estrellas. Tantas estrellas y no significaban nada para mí; no,
eso no es cierto, significaban algo. Era simplemente que, en ese
momento, mi esposa en nuestra noche de bodas acaparaba toda mi
atención y, a diferencia de Freya, no crecí sentado en las rodillas de
mi papá, mirando las constelaciones y aprendiendo sus historias.
—Impresionante —susurré contra su cuello.
Sonrió. Lo sentí contra mi sien.
—Me estás siguiendo la corriente.
—Me gusta escucharte. Estoy un poco distraído por esta hermosa
mujer en mis brazos.
Freya suspiró. Ese dulce suspiro entrecortado que significaba que
la estaba conquistando. Mis labios recorrieron su cuello, con besos
más suaves que la luz de las estrellas sobre su piel y se estremeció de
felicidad.
—Es Lyra —susurró, señalando un grupo de estrellas—. El arpa,
bueno, la lira de Orfeo, el gran músico.
—Hum. —Con un tirante abajo, el hombro desnudo y bronceado.
Lo besé, saboreé el calor de su piel, la vitalidad de carne y hueso de
su cuerpo, seguro y cálido contra el mío.
—Bueno, Orfeo era muy popular, algo así como la versión de una
estrella de rock en la antigua Grecia —dijo—. Y se enamoró de
Eurídice, que era la clásica chica promedio. Una simple mortal. Un
día, cuando Orfeo estaba de viaje, haciendo sus cosas de estrella de
rock, Eurídice quedó atrapada en medio de la guerra, que, si eras
mujer en ese entonces, era un asunto peligroso. Así que huyó para
salvar su vida. Mientras lo hacía, pisó una serpiente venenosa que la
mordió. Luego murió.
Me detuve y la miré.
—Jesús, Freya. ¿Adónde va esto?
Se giró, deslizó su nariz contra la mía y me robó un beso rápido,
demasiado corto.
—Orfeo fue al inframundo para salvar a Eurídice y tocó su lira,
cautivando a Hades con sus locas habilidades.
Resoplé contra su piel, pero sentí que mi risa se desvanecía
rápidamente.
—¿Qué sucedió?
Sus ojos, pálidos como la luz de la luna, buscaron los míos.
—Hades le dijo a Orfeo que podía quedarse con Eurídice y
devolverla a la vida, con una condición: nunca mirar hacia atrás
cuando abandonara el inframundo.
La agarré con más fuerza.
—¿Qué sucedió? No miró hacia atrás, ¿verdad?
Freya asintió.
—¿Qué? —me escuché medio gritar, sonando mucho más
comprometido que cuando empezamos, pero esa es Freya, igual que
su papá. Ella habla y tú escuchas, comparte y tú quieres ser parte de
ello. Me tenía cautivado—. Quiero decir, ¿qué tan difícil es —le
pregunté—, no hacer lo único que lo arruina todo? Todo lo que tenía
que hacer era no mirar por encima del hombro y mantener la vista al
frente, para proteger a la persona que amaba.
Freya sonrió con tristeza.
—Creo que esa es la lección. Es más difícil de lo que pensamos.
Eurídice estaba cansada por su tiempo en el Inframundo e iba
caminando lentamente detrás de él. Orfeo luchó por confiar en que
ella lo seguiría todo el camino. Su amor no fue suficiente para superar
su miedo. Y así, al final de su viaje, Orfeo vaciló y miró hacia atrás,
condenando a Eurídice al inframundo para siempre.
»Luego pasó el resto de su vida tocando la lira… —Señaló un
puñado de estrellas que no se parecían en nada a un arpa—. Vagando
sin rumbo, se negó a casarse con otra.
Recuerdo abrazarla fuerte, mirarla a los ojos, mientras se mordía el
labio y decía:
—Lo siento. Olvidé lo triste que era esa historia. Solo recuerdo que
me conmovió.
Luego la giré en mis brazos y la sostuve cerca.
—Te prometo que mantendré mis ojos al frente, Freya.
Sonrió y dijo:
—Sé que lo harás. —Luego selló mi promesa y su creencia con un
beso largo y profundo.
Me duele el pecho cuando me detengo en el estacionamiento, junto
a nuestro viejo y destartalado Civic. Dejo caer mi bolsa de lona sobre
el capó y tiro de la cadena que sostiene un colgante de metal
estampado, cálido contra mi piel, escondido debajo de mi camisa. Mi
regalo de Freya en nuestra noche de bodas.
A Aiden,
Gracias por este felices para siempre,
más allá de mis sueños más salvajes.
Con amor, Freya
De «Felices para siempre» a esto. Dios, ¿cómo sucedió?
Unas punzadas agudas y tensas por la culpa apuñalan mi pecho.
Hice lo que dije que no haría. Como Orfeo, miré hacia atrás. Volví a
mirar el infierno que conocí cuando era niño y sentí que las llamas
lamían más alto, el miedo me agarraba de ambas manos y arrastré a
Freya allí conmigo.
Pero esta no es una historia antigua, una historia sombría y
condenada al fracaso. Tom lo dijo, esto no tiene que terminar en
tragedia. Podemos elegir nuestros finales y yo elijo el mío.
Elijo a Freya.
Agarro mi bolsa de lona, me meto en el auto y enciendo el motor.
Me voy a casa y no miraré atrás.
Ya no.
Capítulo 9
Freya
Playlist: Hide and Seek, Imogen Heap

—¿Freya? —Cassie, nuestra administradora de recepción, asoma la


cabeza en la sala de descanso.
Levanto la vista de la taza de té que estoy bebiendo.
—¿Sí?
Sonríe, mostrando sus frenillos.
—Te busca alguien.
—¿Qué? ¿No dijiste que mi último paciente…?
—Cancelado. Sí. No es un paciente. ¿Por qué sigues aquí, de todos
modos?
Miro mi taza.
—Nick me llevará a casa.
Cassie me mira confundida pero no pregunta por qué no llamé a
Aiden.
Me alegro de que no lo haga, porque no sabría que decirle. Nunca
le diría que tengo miedo de pedirle a mi esposo que me recogiera en
lugar de esperar para compartir el viaje con mi compañero de trabajo,
Nick. Nunca confesaría que tengo miedo de que Aiden llegara tarde,
o que dijera que no podía, cualquier soplo de rechazo sería demasiado
para mí, cuando me siento tan dolida a consecuencia de la sesión de
terapia, los sollozos, la ducha, luego salir a una cocina tranquila y
encontrar una nota con sus garabatos ordenados, diciéndome que
salió a correr.
Una carrera que duró lo suficiente para que él volviera a casa horas
más tarde, después de que me metí en la cama. Sentí que el colchón
se hundía y mis traidores pulmones lo inhalaron, olía como agua de
mar limpia. Por un breve instante, deslicé la mano por la cama, hacia
el calor que irradia su cuerpo, desde la amplia extensión de su espalda
que estiraba una suave camiseta blanca y entonces recordé cuánto
daño me ha hecho, cuánto tiempo me he sentido sola. Retiré la mano,
me giré y miré hacia la pared.
Tardé horas en quedarme dormida.
Mi cabeza es un desastre, me duele el corazón. Siento que un
movimiento equivocado, ya sea de Aiden o mío, me hará colapsar.
Por eso me he estado escondiendo en la sala de descanso, esperando
a que Nick termine con su paciente.
—¿Quién es? —pregunto.
Cassie sonríe.
—Ve por ti misma.
Estrecho los ojos hacia ella.
—Vaya recepcionista que eres.
—Soy recepcionista —dice con un guiño—. No portera de
discoteca.
Suspiro, me pongo de pie y la sigo hasta el vestíbulo, luego vacilo.
—¿Aiden?
Él sonríe vacilante.
—Hola.
—¡Tengo que ir a revisar la máquina de fax! —dice Cassie—. No te
preocupes por mí.
Miro hacia abajo a mis tenis, luego desvío la mirada hacia arriba
cuando Cassie se cuela en la trastienda. Aiden se mete las manos en
los bolsillos y ladea la cabeza.
—Fisioterapeuta Sénior. Lo llevas bien.
Mi corazón se tambalea. Entonces vio mi talón de pago; sabe que
obtuve el ascenso. Me odio a mí misma por devorar esa migaja, el más
mínimo indicio de consideración.
—Las mismas batas —digo uniformemente—. Pero gracias.
Duda por un momento, luego se acerca, rozándome los nudillos.
Cierro los ojos.
Mantente fuerte, Freya. No te atrevas a ceder. Un cumplido cómplice, su
mano tocando la tuya, que te acaricie los dedos no es romántico ni sensual ni
tentador ni emotivo.
Bueno, intenta leer Persuasión en una racha célibe de diez semanas
y veremos si puedes decirlo honestamente. Trescientas páginas de
anhelantes y cargados silencios, días en compañía del otro, tan
vulnerables y heridos, ninguno de los dos está dispuesto a enfrentar
lo que significan el uno para el otro y mucho menos admitirlo ante sí
mismos.
Me estoy ahogando en la necesidad y la soledad. No puedo evitar
que los cálidos y ásperos dedos de Aiden enredados con los míos
hagan que el calor arda a fuego lento debajo de mi piel. Así que retiro
la mano.
Pero Aiden es Aiden, tiene bolas de acero. Desliza su mano por mi
brazo y me aprieta contra su pecho, en un abrazo.
—Estoy orgulloso de ti, no te lo dije y debí haberlo hecho.
Perdóname.
Envuelvo mis brazos alrededor de su sólida cintura antes de que
pueda detenerme. Necesito abrazos como necesito aire. Estoy
rebosante de amor y afecto no gastados, que no han entrado en mi
vida íntima en meses y me trago las lágrimas porque esto se siente
peligrosamente bien. Suspiro, vacilante, cuando Aiden me estrecha
contra sí, absorbo su presencia, cálida y limpia, el suave aroma de su
colonia de agua de mar, una menta metida en su mejilla. Entierro mi
cara en su cuello.
—Gracias —susurro.
Me sujeta la nuca, presiona un beso en mi cabello y luego da un
paso atrás.
—¿Cuál es la ocasión? —pregunto, parpadeando para evitar las
lágrimas repentinas, esperando que no sean obvias—. ¿Qué estás
haciendo aquí?
—Me preguntaba si querrías… —Se aclara la garganta—. Cuando
hayas terminado, quiero decir, con tus pacientes. Me preguntaba si
querrías tomar un helado… es decir, tener una cita para tomar un
helado… conmigo.
Mi estómago da un vuelco.
—¿Helado? —Nuestra primera cita fue en una heladería cerca del
campus.
—Sí. —Se frota el cuello—. Pensé que podríamos pedir pizza para
comer, una vez que volviéramos.
—¿Por qué?
Me mira sin pestañear.
—Sabes por qué.
—Necesito las palabras —susurro.
—Porque te extraño. Porque sé que el postre para la cena te hace
feliz y… —Su voz se entrecorta. Se mira los zapatos—. Y solo quiero
que seas feliz, Freya.
Mi corazón vuela en mi pecho cuando sus palabras me llegan a lo
más profundo, mientras trato de luchar contra lo débil que me siento,
lo rápido que quiero lanzarme sobre él y confiar en que esto significa
que estamos bien encaminados y que estaremos bien.
Pero luego recuerdo tantas trasnochadas, cenas tranquilas,
respuestas cortas. La soledad que se instaló, un dolor escalofriante
que lentamente se convirtió en entumecimiento hipotérmico.
Lo está intentando. Dale una oportunidad.
—Mi último paciente canceló, en realidad —le digo después de un
largo momento de silencio—. Así que puedo irme ahora y… me
gustaría un helado.
Una amplia sonrisa, que no he visto en mucho tiempo, ilumina su
rostro antes de que se oscurezca, como si Aiden estuviera tratando de
ocultar su alivio, tanto como yo estoy tratando de enterrar mi
esperanza.
—Excelente.
Después de agarrar mi bolso y de despedirme de una sonriente
Cassie, camino con Aiden hacia nuestro auto. Como siempre, abre mi
puerta.
Como siempre.
Eso me hace reflexionar. «Como siempre», es algo que empiezas a
pensar cuando han estado juntos por un tiempo. Ciertos
comportamientos se vuelven predecibles, se dan por sentados.
Incluso un gesto tan amable como abrirme la puerta del auto.
Me obligo a detenerme y saborearlo, la sensación de él de pie cerca,
el aire de la tarde susurrando a nuestro alrededor. Al mirar hacia
arriba, observo cómo el sol poniente baña a Aiden con su luz dorada,
haciendo que las ondas oscuras de su cabello brillen, reflejándose en
la línea fuerte de su nariz y la línea apretada de su boca. Una boca por
la que solía deslizar mi dedo y luego besarla hasta que estaba suave
y sonriente.
Lo miro fijamente y reconozco que la familiaridad apaga el brillo
del misterio de tu pareja, pero no los hace menos enigmáticos.
Simplemente… dejamos de vernos de esa manera. Dejamos de
explorar, dejamos de observarnos con la fascinación de los nuevos
amantes. Tengo miedo de admitir que en algún momento del camino
dejé de ver el misterio en Aiden y creo que tal vez él dejó de ver el
misterio en mí.
Ojalá no lo hubiéramos hecho y me pregunto si estaríamos aquí si
hubiéramos actuado de otra manera. Si no hubiéramos decidido que
sabíamos todo lo que había que saber el uno del otro y empezáramos
a actuar en consecuencia, un paso predictivo delante del otro. Si no
hubiéramos dejado que eso nos llevara tan lejos de la otra persona, de
las formas en que habíamos cambiado, de la realidad de que todavía
teníamos necesidades, heridas, dudas y miedos…
—¿Estás bien? —pregunta Aiden en voz baja. Su mano se posa en
mi espalda, el calor de su palma se filtra a través de mi bata. El anhelo
se despliega dentro de mí, un dolor suave y profundo por algo que
no había sentido con él en mucho tiempo.
—Estoy bien —susurro.
Sonríe suavemente.
Después de que me siento, Aiden cierra la puerta detrás de mí.
Rodea la parte delantera del auto y lo veo caminar, sus pasos largos
y decididos, la forma en que se muerde el labio, mientras saca las
llaves y luego se desliza en el asiento del conductor. Con las
ventanillas a la mitad, nuestro viaje es ventoso y silencioso, pero no
me molesta. Ambos estamos en nuestros pensamientos, tristemente
desacostumbrados a tiempo como este, tiempo en el que intentamos,
conscientemente, estar presentes el uno para el otro.
Siento una pizca de nervios como en nuestra primera cita, pero
empujo ese sentimiento lejos. No puedo dejar que el pasado se mezcle
con el presente. La joven Freya, de veinte años, no tenía ni idea de lo
que se avecinaba. Freya, de treinta y dos años, lo sabe muy bien y
haría bien en no olvidarlo.
Nos detenemos en la heladería, que está en calma después de la
prisa posterior a la cena. Una vez que Aiden estaciona el auto, salgo
y Aiden da la vuelta. Cierra la puerta detrás de mí, coloca su mano
suavemente en mi espalda, mientras presiona el llavero para cerrar.
—Hum. —Miro el enorme menú de helados y frunzo el ceño.
Aiden se cruza de brazos y frunce el ceño también.
—Hum.
Lo miro y mi estómago da un vuelco cuando leo jocosidad en su
expresión.
—Te burlas de mí, ¿verdad?
—Yo, nunca. —Me da una rápida mirada de reojo, antes de volver
a concentrarse en el menú—. Solo estoy haciendo algunos cálculos
mentales.
—¿Qué tipo de cálculo mental?
Se inclina ligeramente, su hombro roza el mío.
Está coqueteando conmigo. Aiden es… despreciablemente bueno
coqueteando. Usa su encanto como usa la ropa, con una comodidad
y gracia predeterminadas genéticamente y cuando se inclina y baja la
voz, cuando sus ojos azul marino brillan y un mechón de cabello
oscuro y despeinado cae sobre su frente, me convierte en un gran
charco pegajoso de ojos saltones. Siempre lo ha logrado.
Trato de enderezar la columna y salir de eso, pero es tan
malditamente genuino y claramente se siente avergonzado, un toque
de rosa adorna sus pómulos. Cuando el viento se levanta y me baña
con su aroma, tengo que contenerme para no hundir la nariz en su
brazo sólido e inspirarlo.
Sus ojos se sumergen en mi boca.
—¿El cálculo mental? —Le recuerdo, aprieto los dedos en un puño,
hasta que mis uñas hacen muescas de lunas crecientes en mis palmas.
—Bueno… —Se inclina aún más cerca, su boca a un cálido susurro
de mi oído. La piel de gallina baila sobre mi—. Es una ecuación muy
compleja, que me permite calcular cuánto tiempo te llevará elegir dos
sabores para tu cono de helado, antes de que decidas que te gusta más
el mío.
Lo empujo a medias.
—Ya no hago eso.
Un resoplido de risa lo deja, mientras me guía hacia adelante
cuando la fila avanza. Vuelvo a mirar el menú y suspiro
profundamente.
—Hay demasiadas opciones —murmuro.
Aiden se muerde el labio.
—Deja de reírte de mí —le digo.
Levanta las cejas y me mira.
—¡No me estoy riendo!
—Pero quieres.
—Pero no lo hago.
Me giro y lo enfrento.
—Entonces, ¿cuál es esta ecuación? ¿Y qué tan precisa es?
—Son matemáticas muy complejas —dice, empujando los anteojos
sobre su nariz—. Digamos que, si pudiera monetizarla, lo haría. Son
condenadamente precisas.
Lo miro fijamente, luchando contra una sonrisa.
—Eres un nerd.
—Hum. —Sonríe—. Tú también lo eres.
—No como tú. Soy demasiado competitiva en Trivial Pursuit.
—¿Tú? ¿Demasiado competitiva? —niega con la cabeza—. De
ninguna manera. Nunca me había dado cuenta.
La fila se mueve, después del grupo que tenemos delante, seremos
los próximos en ordenar.
—Deja de coquetear conmigo. Necesito escoger mis sabores.
Hay una pausa, antes de que los nudillos de Aiden rocen los míos.
—Eso es lo que dijiste en nuestra primera cita.
Lo miro rápidamente.
—¿Lo hice? ¿Cómo recuerdas eso?
Sus ojos sostienen los míos.
—Recuerdo todo sobre esa cita, Freya. Llevabas un vestido amarillo
sin tirantes y sandalias doradas, tenías las uñas de los pies pintadas
de rosa. Tu cabello estaba suelto, con esas ondas sexys playeras, antes
de que lo recogieras en un moño porque hacía un calor sofocante y
estabas tan jodidamente bonita que apenas podía recordar mi propio
nombre y mucho menos pedir helado. Así que pedí…
—Dos bolas de vainilla —susurro—. Dijiste que te gustaba la
vainilla.
—Está bien —dice, mientras sus ojos recorren mi rostro—. Lo que
me gustó fue lo que sucedió cuando obtuve el de vainilla.
Un rubor tiñe mis mejillas.
—Me lo comí.
—Lo lamiste. —Se muerde una sonrisa—. Mientras tu remolino de
mantequilla de maní con chocolate y caramelo salado se derretía en
tus manos.
—Así que cambiamos.
Asiente.
—Luego compartimos y se sentía tan… íntimo. Estaba en una cita
contigo, Freya Bergman, esta mujer fuera de serie que estaba
radiante… La pasión y la vitalidad te iluminaban desde un lugar tan
profundo, que deseé desesperadamente conocerte. Una mujer que se
pintó las uñas de los pies de color rosa y cantó con la música que
sonaba desde los altavoces exteriores y me robó el helado de vainilla.
—Sus ojos buscan los míos—. Te sentías como la pieza que faltaba en
mi vida.
Las lágrimas arden en mis ojos.
—Q… qué… —Se aclara la garganta— ¿Qué recuerdas de esa
noche?
Lo miro fijamente, luchando conmigo misma, mientras sus dedos
bailan a lo largo de mis palmas, persuadiéndolas para que tomen las
suyas. Finalmente, deslizo mi mano dentro de la de Aiden. Su agarre
se aprieta alrededor del mío como un tornillo de banco.
—No recuerdo qué vestías ni la fecha exacta. Solo recuerdo estar de
pie a tu lado, mirarte a los ojos y saber que estaba… exactamente
donde se suponía que debía estar.
Nuestras miradas se mantienen, mientras nuestros dedos se
entrelazan.
—¿Qué puedo ofrecerles? —dice el servidor detrás del vidrio,
sorprendiéndonos.
Parpadeo hacia el menú, la indecisión me invade. Miro a Aiden con
impotencia.
Sonríe, luego se vuelve hacia el cajero y dice:
—Dos bolas de vainilla en una taza, por favor y un remolino de
mantequilla de maní con chocolate y caramelo salado en un cono de
gofre.
Nuestros dedos se entrelazan con más fuerza cuando dice, lo
suficientemente suave como para que solo yo lo escuche:
—Por los viejos tiempos.
Capítulo 10
Freya
Playlist: When the party’s over, Billie Eilish

De vuelta en casa, Aiden agradece al pizzero. Me encuentro


mirando la onda en su cabello oscuro, la forma cónica desde sus
fuertes hombros hasta su cintura y ese trasero redondo y sólido. Mi
pecho se siente como una licuadora, una intensa y chirriante mezcla
de emociones: deseo, tristeza, anhelo y miedo; al observar a este
hombre que recuerda qué helado compré y qué vestía en nuestra
primera cita, pero que guarda una parte de sí mismo en secreto, tan
profundamente que no tenía idea de que estaba sufriendo, hasta que
nuestros cimientos se derrumbaron debajo de nosotros. Quiero salir
corriendo de la casa, tanto como quiero montarme en su regazo y
besarlo hasta perder el sentido.
Siento que me estoy deshilachando en los bordes.
Comida en mano, Aiden cierra la puerta con el pie y casi tropieza
con mis zapatos, se salva por un salto y un giro, luego se endereza y
me lanza esa mirada con la que quiere decirme: no puedo creer que viva
con una vaga como tú, es tan habitual que envía una punzada agridulce
que me atraviesa.
—Jesús, Freya. Mi póliza de seguro de vida no es tan buena.
De hecho, me hace reír.
—Todo es parte de mi gran plan para convertirme en una mujer
viuda y rica con muchos gatos.
Eso también lo hace reír.
Mientras Aiden deja la caja de pizza, me sirvo una copa de vino
tinto sin ofrecerle nada. Aiden rara vez se une a mí y si quiere, me lo
dice. Apenas bebe y cuando lo hace es típicamente en entornos
sociales, algo bajo en alcohol que rara vez termina. Dice que es porque
choca con sus medicamentos para la ansiedad y le da mucho sueño,
pero incluso antes de tomar Prozac, nunca bebió. Siempre he tenido
el presentimiento de que es porque su padre era alcohólico, al menos
eso es lo que dice su madre. Aiden no recuerda nada de su padre.
Sabe lo suficiente como para nunca querer ser como él.
Algunas veces hemos compartido una botella de vino. Nos
pusimos un poco borrachos y cachondos juntos y me encantó:
compartir vino en las venas y sexo torpe en el sofá, pero ha pasado
mucho tiempo. Por eso casi dejo caer la botella cuando Aiden toma
una copa y la coloca frente a mí.
—Media copa, por favor —dice concentrado en servirnos la
comida.
Vierto el vino con cuidado, mientras Aiden sirve dos rodajas de
pizza con alcachofa y aceitunas para mí, saca un poco de ensalada del
tazón, la pone en mi plato y luego lo desliza hacia mí.
Levanta su copa de vino y levanto la mía, chocamos las copas y
resuenan ligeramente en la cocina. Cuando toma un sorbo, los ojos de
Aiden no dejan los míos. La cocina se siente cálida y cuando dejo la
copa, mi mano tiembla.
—Quédate quieta —dice Aiden. Su mano acuna suavemente mi
mandíbula. Su pulgar se desliza a lo largo de la comisura de mi boca
atrapando una gota de vino. Se lo lleva a los labios y lo chupa con un
suave sorbido.
Mierda. Hace calor aquí.
Parpadeando, recojo la pizza y le doy un mordisco.
—Gracias por esto. Huele genial.
—Por supuesto —dice en voz baja—. Felicitaciones de nuevo por
tu ascenso, Freya. Deberías estar orgullosa.
Lo miro, tragando la pizza que se atascó en mi garganta.
—Gracias. Lo estoy.
Asiente.
—Bien.
Justo cuando estoy a punto de comer otro bocado de pizza, dice:
—Estoy trabajando en una aplicación.
Rábano y Pepinillo eligen este momento para comenzar a
enredarse bajo nuestros pies, maullando fuertemente porque he
criado monstruos que exigen queso de mi pizzería favorita, artesanal
con horno de leña.
—¿Disculpa?
—Yo… —Se pasa una mano por el cabello, ignorando a Pepinillo,
quien pone sus patas sobre su rodilla y maúlla. Se aclara la garganta—
. Es una aplicación. Es… espero que ayude a igualar la experiencia de
aprendizaje superior para los estudiantes de negocios y economía.
A la mitad de su maullido, recojo a Pepinillo y la pongo en mi
regazo. Necesito algo que me contenga y me ancle, porque siento
como si el mundo se estuviera inclinando hacia un lado.
—¿Qué? ¿Cómo?
—Grabamos tutoriales sobre temas iniciales de alto nivel,
empezamos las pruebas beta y creamos una interfaz de aplicación. Si
le va bien, si podemos conseguir un inversor importante, nos
pondremos en contacto con más académicos para grabar tutoriales.
Las mentes comerciales más brillantes, expertos en todos los
conceptos de administración y economía empresarial, disponibles
para cualquier estudiante que pueda pagar diez dólares al mes, no
solo para aquellos que pueden pagar una educación de la Ivy League.
Ha sido hasta este punto la parte más difícil, Freya. Hemos
comenzado a presentar propuestas a posibles inversionistas
providenciales. Una vez que tengamos uno, estoy… libre. Bueno, seré
más libre, mucho más libre y capaz de relajarme.
Parpadeo en completo shock y Aiden continúa.
—Estoy trabajando para venderles a los posibles inversionistas la
distribución de fondos para que las personas sin medios económicos
puedan solicitar ayuda en los meses que se queden cortos. Podría
cambiar… todo. Para nosotros, para los estudiantes como yo, que
luchan tanto por tener las oportunidades que se merecen. Entonces…
a eso se han debido las llamadas telefónicas privadas. Lamento
haberte preocupado, que te inquietaras al verme tan reservado.
Una aplicación. Ha diseñado una aplicación para ayudar a los
estudiantes a patearle el trasero a la universidad y llegar a donde
sueñan con ir, en los negocios, independientemente de sus
antecedentes o recursos. Casi quiero reír del alivio, pero el dolor
persigue a mi sorpresa y se la traga entera.
—¿Por qué no me hablaste de esto, Aiden?
Esa pregunta se está convirtiendo en un estribillo, ¿no es así?
—Porque, como dije en el asesoramiento, estaba tratando de
mantener una cosa más fuera de tu plato. Era una idea, un sueño y no
tenía idea de si iba a llegar a algo. —Sostiene mis ojos con su mirada,
intensamente—. ¿Qué pasa si lo pongo en tu mente, te muestro
cuanto dediqué y luego fallo?
—Entonces habrías perseguido un sueño, intentado, fallado y
aprendido algo y yo estaría allí para ti.
—Mirándome fallar —murmura—. Agobiado por eso.
Pongo los ojos en blanco.
—Aiden, vamos. Has fallado en mierdas antes. No me ha asustado
ni desgastado, ¿verdad?
Arranca un pequeño trozo de queso de la pizza y se inclina para
darle de comer a Rábano.
—¿En qué he fallado?
¡Uf! Arrogancia masculina.
—Bueno… has fallado en colgar cuadros, estrepitosamente y tenía
ese enorme muro de fotos que quería. No puedes jugar a las charadas
ni para salvar tu vida, eres el peor, siempre, eres demasiado literal y
nadie entiende lo que haces con las manos. Has fallado en hacer crecer
las rosas… cada año lo intentas y siguen muriendo…
—De acuerdo. —Toma un gran trago de agua como si quisiera que
fuera el vino que ha estado bebiendo a sorbos, responsablemente—.
Gracias por enumerar mis defectos personales al azar. Quise decir
cosas grandes, de trabajo o que nos hagan falta.
—Ah. Se trata de tu pene… quise decir tu trabajo.
Su rostro se queda en blanco. El silencio llena la cocina.
—¿Qué? —pregunto, recojo mi pizza y tomo un bocado. Pepinillo
lo mira con ganas.
—Decir que mi trabajo se trata de mi pene es reducirlo a mi ego,
Freya. Como si tuviera algo que probar.
—¿No es así?
Exhala bruscamente, como si le hubiera dado un puñetazo.
—Aiden, era una broma. —La mayoría de las bromas que duelen
es porque están demasiado cerca de la verdad. El ego de los hombres
en su trabajo me ha parecido, frecuentemente, que está envenenado
con la necesidad de validación masculina.
—Sí, lo entiendo, Freya. —Su voz es plana—. Simplemente no lo
encontré gracioso. Ya sabes lo que significa el trabajo para mí.
—Oh, lo sé, siempre, cariño. Ha sido el tercer miembro de este
matrimonio desde el maldito día uno.
Su mandíbula se aprieta.
—Sé que me tomo el trabajo demasiado en serio. Sé que me
obsesiono, ¿de acuerdo? Me siento como una mierda por eso. No
necesito que me hagas sentir peor.
Lanzo los brazos hacia arriba, haciendo que Pepinillo se sobresalte
y salte de mi regazo.
—Caramba, me pregunto por qué no hemos estado hablando. En
el momento en que abro la boca te hago sentir como una mierda.
—Mierda. —Cierra los ojos y respira profundamente—. De
acuerdo, lo siento. Hagamos bromas sobre… trabajo y pollas. Sí,
reconozco que soy sensible al respecto.
Le doy un gran mordisco a la pizza, lo mastico y trago. Aiden abre
la caja y se sirve otra rebanada, luego una cucharada de ensalada y
nuestro compañero reciente, el silencio forzado, está con nosotros una
vez más.
Después de algunos bocados más, mis oídos ya no zumban con ira
defensiva, puedo ver que no nos ayudé con esa broma.
Gimo y me froto la frente.
—Aiden, lo siento. Estuve fuera de lugar. He sido… me he sentido
reemplazada por tu trabajo y te critiqué por eso. Ha sido difícil no
tomarlo como algo personal. Como si quisieras trabajar en lugar de
quererme a mí.
Aiden me mira, por un largo momento, luego deja caer su tenedor.
—Necesito que entiendas esto.
Da un paso hacia el espacio entre mis piernas e inclina mi cabeza
para que lo mire, sostiene mi rostro, firmemente, entre sus manos.
—La forma en que he trabajado últimamente te ha hecho sentir que
eres menos que el centro de mi mundo. Eso está mal y lo voy a
arreglar. Porque tienes que saber, Freya, que todo lo que hago es por
ti. Quiero darte todo lo que mereces. Quiero poner el mundo a tus
pies.
Llevo mis manos a sus muñecas y acaricio su palpitante pulso con
mis pulgares.
—Pero nunca quise el mundo, Aiden. Solo te quería a ti.
Me mira con tanta confusión que me duele el corazón.
—¿Querías? —susurra.
Parpadeo para contener las lágrimas. Ni siquiera sé lo que quiero,
excepto que Aiden sepa esto, que la verdad penetre su duro cráneo,
porque si esto no funciona, entonces realmente no tenemos esperanza
y mi esposo me conoce mucho menos de lo que jamás pensé.
—Hubiera vivido en una caja de cartón endeble —le digo, mientras
las lágrimas me espesan la garganta—. Debajo de un puente
destartalado de mierda, sin nada más que la ropa que llevaba puesta,
siempre y cuando fuera contigo.
Sus ojos se oscurecen.
—Hablas como una mujer que nunca ha sido pobre.
—No, no lo he sido. —Me trago mis lágrimas—. He tenido un techo
sobre mi cabeza estos últimos seis meses, he tenido una cama blanda
y calor y agua y comida en mi estómago, pero no he sentido consuelo,
calor o satisfacción. Me he sentido vacía, fría y sola porque tú no
estabas aquí, no realmente, Aiden.
Sus ojos brillan con lágrimas no derramadas, mientras me mira.
—Freya. La vida no es tan simple.
—Pero mi amor lo es —digo con voz ronca, apretando sus
muñecas—. Y no puedes decir lo contrario. Es mi corazón. Lo sé.
Puedo ver ahora que no es lo mismo para ti, aunque no lo entiendo.
Así que te lo digo ahora mismo, la única razón por la que me importa
esta aplicación tuya es porque hace algo bueno por los demás y
porque significa algo para ti.
»Nunca me ha importado si nos conviertes en multimillonarios. No
quiero ropa más elegante ni un segundo auto. No necesito una casa
más grande o una nevera nueva. He necesitado abrazos y confianza
y besos y risas y ese sentimiento de nosotros contra el mundo que
conocía, en mis huesos, el día que me paré en el patio trasero de mis
padres y sostuve tu mano en la mía y dije sí. —Busco sus ojos y
susurro—: ¿Qué es lo que necesitas, más que eso?
Traga bruscamente.
—Mantenerte a salvo y cuando vengan bebés mantenerlos a salvo
también. Necesito eso, Freya.
Mis manos se deslizan por sus brazos.
—Solo desearía que no te costara tan profundamente. Ojalá no nos
hubiera separado.
Los ojos de Aiden bailan entre los míos. Sus manos se deslizan en
mi cabello.
—Yo también deseo eso —susurra, sus ojos buscando los míos—.
Por favor, Freya, lo estoy intentando. Trato de hacerlo mejor. Sé que
no es gran cosa, no es suficiente, pero lo estoy intentando. —Me baja
del taburete y me sostiene cerca, enterrando su rostro en mi cuello—
. Solo necesito algo de tiempo. Por favor, no te rindas. No todavía.
Me trago las lágrimas, con el corazón dolorido, deseando tener más
que prometerle que la verdad.
—También estoy dando lo mejor de mí.
Suspira bruscamente, me abraza fuerte. Presiono mi nariz contra su
cabello y lo inhalo, fresco y limpio como el océano, un susurro de
menta porque se cepilla los dientes tres veces al día, sin falta, después
del desayuno, el almuerzo y la cena. Porque su madre se lo enseñó
cuando era niño, ya que no podían pagar el dentista y es un hábito
que dice que no puede dejar, aunque quisiera.
Todavía recuerdo la primera vez que me quedé en su
departamento el fin de semana y lo sorprendí cepillándose después
del almuerzo. Se sonrojó y miró hacia el lavabo, mientras me
explicaba por qué. Envolví mis brazos alrededor de su cintura, lo
abracé con fuerza. Luego tomé mi cepillo de dientes y me cepillé con
él.
Mis manos se deslizan por su pecho y se congelan. Lo siento bajo
mis dedos, cálido y suave, el rectángulo redondeado. Mis dedos se
desplazan más arriba, siguiendo la cadena debajo de su camisa. El
colgante que le di en nuestra noche de bodas.
Las lágrimas queman mis ojos cuando recuerdo su regalo, un
regalo que me dijo cuán profundamente me conocía: una canción.
Una canción que escribió y cantó suavemente en mi oído, mientras
bailábamos bajo la luz de la luna. Una canción que no podía tocar con
la guitarra como había planeado, porque mamá y papá nos regalaron
una luna de miel en la playa, y toda nuestra ropa para el clima fresco
del estado de Washington y su guitarra se quedaron y en su lugar
empacamos pantalones cortos y camisetas sin mangas al azar y blusas
que nunca usé, porque ni siquiera dejamos nuestro diminuto bungaló
a la orilla del mar.
—¿Todavía lo llevas puesto? —susurro entre lágrimas.
La mano de Aiden descansa sobre la mía.
—Nunca me lo quito.
Miro hacia arriba, mientras se inclina más cerca y nuestras narices
se rozan, luego nuestros labios. Una lluvia de chispas baila debajo de
mi piel, mientras Aiden me sostiene en sus brazos, mientras su agarre
se aprieta y deja escapar un lento y entrecortado suspiro. Me inclino
y lo siento, tan sólido, pesado y cálido. Sostengo su rostro y acaricio
sus mejillas con mis pulgares.
Y luego me besa.
Nuestro beso canta en mi cuerpo, desde mis labios, a través del
zumbido de mi garganta, hasta el tierno dolor que crece en mi
corazón y se eleva por mis venas.
Más despacio. Ten cuidado.
No quiero, me pierdo en su toque, su sabor. En la fuerza de ser
sostenida y la emoción de ser deseada. Nuestro beso se siente como
magia, como estrellas fugaces, lunas azules y lluvias de meteoritos, y
estoy cautivada por su poder, su rara y cegadora belleza. Cierro los
ojos, ingrávida, perdida en algo tan precioso, en su familiaridad y tan
emocionada porque, de alguna manera, es nuevo. Sabe a Aiden y
suspiro cuando hace lo que siempre ha hecho, empuja un poco. Su
lengua abre una brecha en mi boca y engatusa a la mía, un leve toque
burlón que inunda mi cuerpo con calidez.
Aiden gime en mi boca, mientras arrastro su labio inferior
suavemente entre mis dientes. Mis manos se deslizan sobre sus
hombros, sus fuertes y gruesos brazos, la amplitud de su pecho y sus
pesados músculos se tensan, mientras me abraza.
Se siente como el hombre que se subió a nuestro techo y lo reparó
durante años, cuando un techo nuevo hubiera acabado con nuestros
ahorros. Se siente como el hombre que rescató a Pepinillo del ático
sucio a pesar de que odia los espacios pequeños y oscuros, como el
hombre que llevó a Rábano enfermo a la clínica veterinaria que cubre
emergencias las 24 horas, como un corredor de Fórmula Uno, a pesar
de que cree firmemente en la observación del límite de velocidad. Se
siente como el hombre con el que pinté paredes, flexionando los
músculos, moviendo los hombros mientras trabajaba a mi lado, luego
lo hizo él solo, porque yo era demasiado impaciente y demasiado
desordenada para hacerlo bien.
Tocarlo me recuerda al hombre con el que me casé, el hombre al
que amo. Siento que él está realmente aquí, besándome, deseándome
y estoy delirando con la satisfacción.
—Freya —dice contra mis labios.
Me subo en él, mi cuerpo ignora a mi cerebro que grita a todo
volumen ¡Presiona los frenos! Me estoy adelantando y no me importa.
Quiero esto. Lo quiero.
—Nena, cálmate —susurra. Envuelve sus brazos alrededor de mí,
gira y con mi salto me levanta sobre el mostrador, acomodándose
entre mis muslos abiertos—. Dios, te deseo, pero no podemos.
—¿Por qué? —Estoy loca por el deseo, tiro de su camisa, trato de
sacársela por la cabeza.
—Porque la Dra. Dietrich dijo que no podemos.
—¿Ella qué? —Me congelo, dejando caer mis manos y su camisa—.
¿Esa sádica de Twister en Birkenstocks me está bloqueando tu polla?
Aiden deja caer su frente sobre la mía, exhalando lentamente.
—Eso es lo que dijo después de que saliste de la oficina. Me dijo
que necesitamos una remodelación, no solamente una redecoración.
Sus palabras se hunden, arrastrándome de regreso a la realidad de
mi fuga empapada de lujuria. Envuelvo los brazos alrededor de mi
cintura y lucho contra un escalofrío. La vergüenza calienta mis
mejillas y Aiden lo ve de inmediato y se acerca.
—Freya, yo… —Sostiene mi rostro, obligando a mis ojos a
encontrarse con los suyos—. Freya, te deseo. Por favor, no lo dudes.
—No —susurro, mientras las lágrimas se deslizan por mis
mejillas—. ¿Por qué dudarlo? Me he sentido tan querida.
Los ojos de Aiden se cierran, mientras presiona su frente contra la
mía de nuevo.
—Quiero demostrártelo. Quiero que lo sepas, pero no quiero hacer
algo que nos lastime en este momento.
—Entiendo —susurro—. Estoy bien.
—No estás bien, lo noto. —Envuelve sus brazos alrededor de mi
cintura, antes de que su toque se desplace hacia abajo, sujeta mi
trasero y me acerca más—. Odio cuando estás triste —susurra—.
Siento como si me estuvieran destripando. Todo lo que quiero hacer
es quitarte esa tristeza, Freya, para que sonrías, cantes y seas feliz.
Aiden desliza su nariz junto a la mía, me da un leve beso de
adoración. Mis manos aprietan su camisa por reflejo, tirando de él
para acercarlo, antes de que se deslicen bajo el suave algodón de su
camiseta. Bailando a lo largo de su duro estómago, mi toque
encuentra los ásperos vellos que conducen a lo que deseo en lo más
profundo de mí.
Se le entrecorta la respiración, luego gime suavemente e inclina sus
caderas contra las mías. Su respiración es irregular y rápida, mientras
su boca reclama la mía. Un beso. Otro. Sus caderas empujan las mías
con más fuerza y nuestras bocas se abren, compartiendo aire, sonidos
suaves y hambrientos.
Pero luego se aleja y besa la comisura de mi boca, cerrando los ojos.
El deseo se cierne, espeso y crepitante entre nosotros, como el ozono
que llena el aire antes de una tormenta.
—Vaya terapeuta de parejas —murmuro, entierro mi cara en el
hueco de su cuello y hombro, ocultando mis desordenadas
emociones, mi miedo a lo que viene después—. Ordenándonos que
no nos aloquemos.
Aiden se ríe suavemente.
—Creo que le preocupa que el sexo pueda hacer más daño que
bien. Tal vez sea como con tus pacientes de terapia. Caminar
demasiado pronto sobre un hueso roto podría retrasar la curación.
—Y a veces es ese primer paso doloroso que les ayuda a recordar
que la curación es dolorosa y que está bien —respondo, arrastrando
mis labios por su garganta.
Sonríe, suavemente, mientras su cabeza se inclina hacia atrás, las
pestañas oscuras se abren y proyectan sombras sobre sus pómulos.
—Podrías haber sido abogada —susurra.
Una sonrisa reflexiva se inclina en mi boca, mientras lamo su
manzana de Adán. Sus caderas se tambalean contra las mías.
—La facultad de derecho era demasiado sedentaria.
Las manos de Aiden se sumergen en mi cabello e inclina mi cabeza
hasta que nuestras bocas se aplastan una con otra, de nuevo, su pecho
presionado contra el mío. Se da por vencido, se deshace bajo mi toque
y se siente tan bien ser querida así, apasionadamente,
imprudentemente.
Él gime cuando lo palmeo sobre sus pantalones.
—Freya… —Me besa con más fuerza, sus manos se deslizan por
debajo de mi blusa, trazando con ternura mi vientre, luego mis
pechos. Jadeo cuando sus palmas rozan mis pezones.
Engancho mis piernas alrededor de sus caderas, empujo a Aiden
más cerca, mientras él me acomoda de nuevo en el mostrador. Agarra
mi barbilla y arrastra sus dientes a lo largo de mi garganta, su pelvis
roza la mía. Jadeo cuando mueve mis caderas hasta que estoy debajo
de él, mientras se inclina sobre mí, trasladándome el peso de su
cuerpo. Sus manos enmarcan mi cara, su lengua engatusa la mía en
un ritmo que quiero que nuestros cuerpos compartan, no solo
nuestras bocas.
—Por favor —susurro.
No me responde y sé que se siente desgarrado. En el rincón racional
de mi mente, yo también estoy desgarrada. Pero ha pasado tanto
tiempo desde que redujimos la velocidad y nos sentimos así, jugamos,
nos acariciamos y nos besamos. ¿Por qué paramos? ¿Cuándo
paramos? ¿Qué pasa si lo perdemos antes de que lo hayamos
encontrado de nuevo?
Las manos de Aiden vagan debajo de mi blusa de nuevo, sus
pulgares rodean mis pezones hasta que están duros y tan sensibles.
Un dolor crece entre mis muslos cuando él se frota contra mí y mis
caderas comienzan a rodar contra las suyas. Toma mis pechos, juega
más con mis pezones, me besa profundamente. El dolor aumenta, la
urgencia crece. Echo mi cabeza hacia atrás y jadeo y entonces…
El estruendo del teléfono de Aiden rompe el momento.
No, eso no es del todo correcto. No es el teléfono lo que lo rompe.
Es la inmediatez con la que Aiden se aparta y se lanza en busca del
teléfono en su bolsillo.
La humillación me quema, al rojo vivo y asombrosamente
dolorosa. Me incorporo lentamente y tiro de mi blusa, mientras él
mira la pantalla, sus dedos vuelan mientras responde cualquier
mensaje que reciba.
—Lo siento —murmura a su teléfono. Ni siquiera puede mirarme
para disculparse.
Y cada leve, delicada y buena cosa que sentí esta noche, la pequeña
llama de esperanza que cobró vida cuando me sedujo con helado y
pizza, mientras me decía que me amaba y me confiaba sus sueños,
sus miedos, se apaga.
Una nueva desolación progresiva se instala debajo de mi piel,
mientras lo miro. Incluso si Aiden y yo sobrevivimos a esto, incluso
si él se abre a mí como solía hacerlo, ¿será realmente mejor, sabiendo
en qué está trabajando, si todavía está casado con su trabajo en lugar
de conmigo? ¿O será solo un tipo diferente de dolor? Una nueva
forma de sentirme sola, como plato de segunda mesa, subcampeona
del dios de su teléfono inteligente y el éxito profesional llamándolo
lejos de mí.
No dignifico sus acciones con una respuesta y Aiden no parece
darse cuenta.
Me deslizo para bajar del mostrador, tomo la pizza, la botella de
vino y llamo a los gatos, quienes corren y me siguen a la habitación.
Al menos a alguien todavía le parece que vale la pena perseguirme.
Capítulo 11
Aiden
Playlist: Bad Things, Rayland Baxter

Es uno de esos días, en los que el peso de mi ansiedad se siente


como si un tornillo de banco me apretara alrededor de las costillas,
cuando puedo escuchar mi pulso latiendo en mis oídos y mi corazón
se siente como una gran palpitación. No hay nada que especificar,
ninguna razón en particular.
Excepto que estabas a dos segundos de practicarle sexo oral a tu esposa en
la cocina, luego Dan te envió un mensaje de texto y saltaste de ella como si
su piel se estuviera incendiado.
Mierda. Maldición. Sigo repitiéndolo, como muchas cosas que he
estropeado a lo largo de mi vida, momentos en los que hice el ridículo
o me sentí avergonzado. Cuando mi ropa estaba desgastada o era
demasiado pequeña; cuando estaba tan cansado por el trabajo de
jardinería que hacía los fines de semana de la escuela secundaria, que
me dormía durante la clase, luego me despertaba con baba en mi
escritorio y una polla en mi cara que alguien dibujó con marcador. Lo
cual noté en el espejo del baño durante el quinto período.
Se reproducen en un bucle en mi cerebro.
A veces me impide dormir. Otras veces, me despierto y me
obsesiono con esa vez que me equivoqué al explicar un término en
una clase y tuve que enviar un correo electrónico a toda la clase de
300 personas, diciéndoles en qué me había equivocado. En otra
ocasión, cuando encontré un error tipográfico en mi sección de un
artículo, en coautoría, de una revista académica, me preocupé de que
me despidieran.
Hace que se me ponga la piel de gallina. A veces me pone a punto
de vomitar.
Y hoy es uno de esos días. Equivocaciones al frente y al centro de
mi cerebro, estoy al borde de un ataque de pánico. No puedo mentir,
siento el tirón de la desesperación, esa ira asfixiante que me arranca
los pelos porque estoy atascado, esa ansiedad que está manejando mi
vida, en mi lugar.
Entonces, cuando tengo un descanso entre clases que no involucra
horas de oficina, camino, trato de respirar, distraerme y estabilizarme.
Aprieto las manos, luego flexiono los dedos, inhalo por la nariz,
exhalo por la boca. Hay un área verde, pequeña y menos transitada
fuera de mi edificio por la que camino, probablemente con el aspecto
de cualquier profesor de por aquí, paseando mientras analiza una
idea.
En mi camino de regreso de otra vuelta, disminuyo la velocidad
cuando veo a Tom sentado en un banco. Listo para trabajar con su
uniforme gris de conserje, deja una hielera Igloo pequeña,
probablemente ahí lleva su cena y bebe a sorbos de un termo. Cuando
mi camino me lleva a unas cuantas yardas del banco, mira hacia
arriba a través de sus gafas de sol oscuras, debajo de su habitual gorra
negra descolorida y me saluda cortésmente.
Disminuyo la velocidad hasta detenerme.
—Que tal Tom.
—Buenas tardes —dice, levantando su termo—. ¿Estás bien?
Vacilo por un momento.
—¿Disculpa?
Toma un sorbo de su termo y luego lo pone entre sus piernas.
—Parece que estás tratando de ganar las olimpiadas de caminata.
Pensé que tal vez estabas estresado, pero podría estarme
proyectando. Camino cuando siento ansiedad.
—Vaya. Bueno, sí. Con la ansiedad, a veces caminar ayuda.
—Ah, claro que ayuda —dice como si lo entendiera. Me pregunto
si lo hace; si, tal vez, es por eso por lo que me tranquiliza, porque no
lo perturbo, porque somos un poco más parecidos de lo que
pensaba—. Bueno, no quiero detenerte si necesitas seguir caminando
—dice.
—En realidad… —Me encuentro viendo el lugar en el banco junto
a él—. Te importa si yo…
—Por favor —dice, deslizándose hacia un lado para hacerme
espacio.
Una vez que me siento, mis piernas comienzan a rebotar y me hace
extrañar a Freya. Nunca pone sus manos en mi muslo o trata de hacer
que me detenga. Sus dedos simplemente se deslizan a través de los
míos, seguidos de un apretón fuerte y tranquilizador.
Mierda, la amo.
Froto mi cara y suspiro.
—Lo siento. Estoy encerrado en mis pensamientos hoy.
—No me molesta. —Tom echa los hombros hacia atrás y cruza los
brazos sobre el pecho. Capto el leve olor a cigarrillos mentolados
ahora que estamos tan cerca.
—¿Fumas?
Asiente.
—Sí. No en el campus, por supuesto. Me gusta recibir mi cheque
de pago.
Anudo las manos con fuerza entre las rodillas, respiro en contra de
la opresión en mi pecho.
—No deberías.
Se mueve en el banco.
—Soy consciente de ello. Sin embargo, lo he hecho desde que tenía
trece años, así que es un poco tarde para renunciar al hábito.
—¿Qué? ¿Cómo se les paso eso a tus padres?
Mira a medias en mi dirección, antes de ver al frente de nuevo y
decir:
—Bueno, eh… no estuvieron muy presentes, cuando lo estuvieron,
consideraron que yo era un problema y que no había forma de
cambiarme.
—¿Testarudo? —Mis piernas rebotan constantemente pero mi
corazón comenzó a desacelerarse. Tomo otro aliento por la nariz y me
concentro en escuchar a Tom.
—Sí —dice—. Fui y soy incorregiblemente terco. Bueno, hasta que
conocí a una chica que me hizo arreglar las cosas. Fue la primera
persona con la que quise cambiar mi vida y lo hice, pero, por
supuesto, eventualmente lo arruiné.
—¿Cómo? —pregunto, cerrando los ojos, concentrándome en mi
respiración.
Se remueve en el banco y tose, luego dice:
—Bebía, era alcohólico, el licor era lo más importante y lo elegí
sobre ella. Sobre… todo.
Esas palabras envían un escalofrío por mi piel. «Lo elegí sobre ella,
sobre todo».
—Pero eh… durante los últimos tres años, he estado sobrio —
dice—, así que eso es algo que trato de celebrar. Bueno… —Se ríe,
ronco y espeso. Puedo oír el alquitrán cubriendo sus pulmones—.
«Celebrar» podría ser una exageración. Me recuerdo a mí mismo,
cuando paso por el bar en el que solía beber todas las noches, que en
realidad no quiero esa bebida, mi cerebro solo quiere la calma que me
da el alcohol y luego me voy a casa y leo en lugar de beber. —Bebe a
sorbos de su termo—. Ahí es cuando celebro.
Tal vez sea porque parece de la misma edad, que me imagino, que
tendría mi padre. Tal vez sea porque mi mamá dice que papá era una
de esas personas que rebosaba potencial, pero que nunca podía
escapar del puño de la adicción que lo inmovilizaba, pero me hace
sentir agradecido de poder ver a alguien que sí lo hizo. Alguien que
lo logró.
—Lo siento —dice, rascándose la barba—, por contarte mi historia
de sobriedad.
—No me importa escucharla en absoluto. Es algo de lo que debes
estar orgulloso.
Se encoge de hombros y tira de su oreja, eso me lanza al lugar
donde sea que experimentemos los déjà vu, yo hago eso también,
cuando me siento cohibido. La mano de Tom cae de su oreja y soy
arrastrado de regreso al presente.
—¿Te importa que te pregunte cómo terminaste en lo académico?
—dice, tocándose las manos endurecidas por el trabajo. Agarra una
cutícula y la rasga bruscamente. Un delgado hilo de sangre brota a la
superficie.
Parpadeo, me acomodo en el banco y respiro profundamente.
—Era bueno en matemáticas en la escuela y estaba bastante
obsesionado con el funcionamiento de las empresas exitosas, cómo se
enriquecía la gente y cómo funciona la riqueza.
—¿Por qué fue eso?
—Crecí sin mucho. Cuando supe que había fórmulas para aplicar,
pasos lógicos que podía tomar para no tener que vivir como había
crecido, me atrajo por razones obvias y luego me di cuenta de que
podía enseñar a la gente, ayudarlos a aprender sobre eso también. —
Me encojo de hombros—. Simplemente partió de allí.
—Entonces tú… no tuviste mucho al crecer. Sin embargo, llegaste
aquí ¿Cómo?
—Historia clásica de desvalidos. Trabajé duro, tomé trabajos
debajo de la mesa. Me rompí el culo. Tenía suficiente inteligencia para
conseguir algunas becas. Conocí a una mujer fuera de mi liga que, por
alguna razón, me quería, que creía en mis objetivos y apoyaba cada
uno de ellos y ahora aquí estoy, en la cúspide de un gran éxito, con
todo mi equipaje a punto de hundirme y separarnos antes de que
pueda compartirlo con ella.
Bueno. Se suponía que no le compartiría esa última parte.
Tom frunce el ceño.
—Tu equipaje… Te refieres a tu pasado.
—Siempre he estado muy obsesionado con el trabajo y ascender
posiciones. La gente puede decir que vivo como un esclavo de mi
pasado, que estoy atrapado en una mentira capitalista tóxica de que
no eres nada si no ganas, pero esas personas pueden besarme el
trasero, porque no saben lo que sé y tampoco mi esposa y seguirá así.
Tom se aclara la garganta. Me mira y luego aparta la mirada.
—Lo siento… lamento que fuera difícil cuando eras joven y que se
haya filtrado a tu vida adulta. Yo… —Se frota la barba—. Eso es
malditamente injusto.
La timidez tira de mí. Acabo de vomitar verbalmente sobre el
conserje. Simplemente lo acorralé en un banco, mientras estaba lleno
de ansiedad, luego parloteé sobre mi infancia. Miro hacia abajo a mis
dedos, tiro de ellos y los anudo entre mis rodillas.
—Está bien.
—No —dice con firmeza—. No está bien, pero no puedes
cambiarlo. Puedes avanzar lo mejor que puedas y decirte a ti mismo
que le darás algo mejor a tu hijo. —Después de un segundo, dice—:
¿Tienes hijos? Todavía no, ¿recuerdo bien?
Niego con la cabeza.
—Lo hemos estado intentando, pero he estado teniendo un
momento difícil…
Cristo. Casi lo digo. ¿Qué está mal conmigo? Aunque no terminé la
oración, no debería ser difícil para Tom intuir lo que quise decir. Un
rubor por la vergüenza calienta mis mejillas.
Tom inclina la cabeza y, cuando el sol sale de detrás de las densas
nubes, veo el tenue contorno de sus ojos a través de sus lentes oscuros,
pero antes de que pueda procesar cómo se ven, mira hacia abajo.
Después de un momento de tranquilidad, Tom dice:
—¿Hablaste con tu esposa al respecto?
—¿Freya? —niego con la cabeza—. Diablos, no.
Tom se ríe débilmente.
—No puedo decir que te culpo, pero uh… lo siento, si me paso de
la raya. Es más común de lo que crees. Es solo parte de la vida.
Entonces, tal vez ella debería… Freya —dice, como si estuviera
probando su nombre—. Ella debería saberlo.
Miro hacia abajo a mis pies.
—Sí, debería —suspiro, paso una mano por mi cabello—. Sin
embargo, estamos a punto de irnos de vacaciones con toda su familia
y está bastante desesperada por mantener las apariencias frente a
ellos, no quiere preocupar a sus padres, ya que es su celebración. Así
que ahora no es un buen momento.
¿A quién estás engañando? Nunca habrá un buen momento.
Tom se baja la gorra de béisbol, mientras el sol brilla aún más y nos
baña con una luz cálida y deslumbrante.
—Eso suena estresante.
—Lo será.
—Simplemente esa cosa vuela sola. —Se estremece—. Odio esas
trampas mortales de lata.
Lo miro.
—Sí. Así es como me siento.
—Pero vas a ir —dice—, por ella.
—Voy a ir. Sí, por ella y me gusta su familia. Los amo, en realidad.
Se sienten como lo más cercano a una familia que alguna vez tendré.
—Porque ¿solo son tú y tu madre?
Lo miro, una punzada de inquietud hormiguea a lo largo de mi
cuello.
Tranquilo, Aiden. Tu ansiedad es elevada. Y cuando la tienes, eres
desconfiado y nervioso.
Pero pregunto:
—¿Cómo sabes que no tengo hermanos o un padre?
Tom se encoge de hombros, luego mira hacia otro lado.
—No tienes ninguna foto en tu oficina además de tu esposa y tu
madre. No es que esté mirando, pero sí limpio allí, ¿sabes? Y leo entre
líneas. Esa historia de desvalido tiene escrito «papá holgazán» por
todas partes.
Se me cae el estómago.
—Es tan obvio, ¿eh?
Tom se levanta abruptamente, mirando su reloj de pulsera.
—Mierda. Perdí la noción del tiempo. Tengo que fichar. —Termo
en una mano, Igloo en la otra, se da la vuelta como si fuera a irse, pero
luego se detiene y se vuelve hacia mí—. No quise ofenderte cuando
dije eso. Cuando dije que era obvio, quise decir que estaba claro que
tenías las probabilidades en tu contra, porque el hombre que debería
haber estado ahí para ti no estaba. Es obvio porque has logrado cosas
increíbles a pesar de luchar contra las arenas movedizas de la pobreza
y un comienzo difícil en la vida.
Mi garganta se aprieta.
—¡Oh! Bueno… gracias.
—Tu viejo te falló —dice Tom, mirando sus botas de trabajo—. Eso
lo hizo más difícil. Lo que está mal, pero… bueno, si significa algo
para ti, diría que puedes estar seguro de que también es difícil para
él, en algún lugar.
—No puedo decir que me importe, Tom.
Asiente, como si esperara eso.
—Sí y no te culpo. Sin embargo, ahora está pagando su penitencia.
Recuerda lo que te digo.
Me uno a Tom y me pongo de pie, deslizando mis manos en mis
bolsillos. Somos casi de la misma altura, tal vez, soy un par de
centímetros más alto. Mantiene la mirada baja, se desplaza con su
hielera y su termo.
—¿Por qué lo crees? —pregunto.
—Porque ha pasado todos los días, desde que te abandonó,
echándote de menos. Tiene que vivir con las consecuencias de sus
decisiones. No pudo verte crecer o enorgullecerse de lo bien que
resultaste o ser testigo de lo fuerte que eres. No podrá reconocerse en
ti ni conocer a tu esposa ni abrazar a sus nietos.
—Eso es justo, diría yo.
—Sí —dice Tom—. Yo también.
Luego, sin otra palabra, se toca la gorra de béisbol a modo de
despedida, se da la vuelta y se marcha.
Lo miro, sintiéndome raro e inquieto. Le he dicho al conserje más
sobre mi situación actual de lo que le he dicho a mi propia esposa.
¿Qué dice eso sobre mí? ¿Qué estoy haciendo?
Me giro hacia mi edificio, enojado conmigo mismo, cuando suena
el teléfono. Lo saco del bolsillo y miro la pantalla. Un texto de Dan:
Ese inversionista que ha estado husmeando pidió el paquete completo de
diapositivas. Dedos cruzados. Esto podría ser lo que necesitamos.
Le respondo rápidamente y cuando cierro mis mensajes me quedo
viendo mi foto de fondo. Freya, con la cabeza inclinada hacia el sol,
una amplia sonrisa, su cabello rubio, ondulado y salvaje en la brisa.
Agarro el teléfono y veo a mi esposa que alguna vez fue feliz. Lo
sostengo sobre el colgante debajo de mi camisa. Una promesa y una
esperanza, apretadas contra mi pecho.
Capítulo 12
Aiden
Playlist: Begin Again, Nick Mulvey

Jesús, dame fuerzas. Primero, mi madre está en mi casa; luego,


tendré que viajar casi dos mil kilómetros, en una lata voladora, sobre
las insondables profundidades del Océano Pacífico.
Apenas dormí anoche pensando en ello. Voy a necesitar la siesta
más larga del mundo cuando aterricemos.
—Entonces, ¿dónde está la comida para gatos otra vez? —pregunta
mamá, frunce el ceño entre Rábano y Pepinillo, quienes maúllan y se
enroscan alrededor de sus piernas—. Hola, bebés. —Se agacha y rasca
a Pepinillo—. Pepino. Qué guapo eres.
Freya sonríe como si no estuviera ni remotamente preocupada
porque mi mamá no puede recordar los nombres de estos gatos.
—Te mostraré, Marie —dice—. Fui demasiado rápido a través de
todo, lo siento.
Mamá se ajusta más el suéter, mientras se endereza.
—Está bien, sin embargo, un segundo recorrido suena bien.
—Gracias, Frey —digo distraídamente, revisando nuestras
maletas.
La mano de Freya aterriza suavemente sobre el hombro de mamá,
guiándola delante de ella.
—Bien, Marie, así que aquí está la lista de la rutina diaria y aquí
está el número de nuestros vecinos Mark y Jim, si tienes algún
problema…
Se deslizan por el pasillo hacia la oficina donde guardamos los
suministros para gatos, mi madre pregunta de nuevo cuál es la casa
de Jim y Mark. Suspiro.
Mamá no tiene la mejor memoria. Mantengo un registro de sus
finanzas desde que comenzó a cometer errores en sus facturas, que
también fue cuando Freya y yo le dijimos, amablemente, que
podíamos pagarle el alquiler para que pudiera jubilarse. Dijo que no.
Y eso condujo a una gran pelea después de que le dije que no le estaba
pidiendo permiso, porque mi madre no estaría limpiando casas y
rompiéndose la espalda un día más, después de que Freya y yo nos
dimos cuenta de que podíamos permitirnos el lujo de hacer posible
su jubilación. Incluso si hacía las cosas más apretadas. Incluso si
significaba más ajetreo para estar donde necesitábamos estar
financieramente. Le debo todo a mi madre, pagar su alquiler para que
pueda relajarse con su cuerpo cansado y salvar su mente dispersa, es
lo menos que puedo hacer por ella.
Estaba bastante enfadada al principio, pero ahora solo actúa un
poco enfadada conmigo cuando Freya y yo hacemos la hora de viaje
al norte una vez al mes. La ayudamos a limpiar, clasificar el correo y
las cosas que se han acumulado, nos aseguramos de que todo
alrededor de su casa esté bien cuidado y que el propietario no la ha
estado ignorando.
Eventualmente, si su memoria continúa decayendo, necesitará
mudarse con nosotros o tendremos que encontrar una comunidad de
vida asistida que ella no odie. Otra cosa para la que hago un
presupuesto, ahorro y trabajo.
Llevo a mamá conmigo todo el tiempo y la preocupación de que su
memoria sea mala a veces me mantiene despierto por la noche. ¿Qué
pasa si ella deja algo en el fuego? ¿Qué pasa si se olvida de dónde
está, cuando sale a hacer mandados?
Así que además de esa preocupación constante, ahora la dejo sola
con su no tan buena memoria al cuidado de la casa en la que he
derramado sangre, sudor y lágrimas.
Respira hondo, Aiden. Respira hondo.
Al final del pasillo, mamá se ríe de algo tras el murmullo de Freya.
Sigue la alegre risa de Freya y un escalofrío me recorre la columna
vertebral. Se ha reído muy poco últimamente. Saboreé el sonido de la
misma forma en que solía saborear el raro helado con chocolate
fundido que mamá me dejaba comprar en McDonald's.
Todavía me compro un helado con chocolate fundido en esos días
en que todo me resulta demasiado. Me siento, como en el auto y
recuerdo lo lejos que he llegado, cada obstáculo que he superado. Me
digo a mí mismo, si superé eso, también puedo hacerlo ahora.
—Bueno, niños —dice mamá cuando vuelven a entrar al
vestíbulo—. Espero que se diviertan mucho. Trabajas demasiado,
Aiden. Unas vacaciones son buenas para ti.
—Ah, estoy bien, pero estoy deseando tener un tiempo libre.
Le sonrío a mamá, acepto su abrazo y la rodeo suavemente con mis
brazos. Es tan pequeña, sus ojos verdes grisáceo tienen una expresión
suave, se corta el cabello plateado hasta la barbilla, huele a ropa fresca
y mentas de canela, como siempre, y hace que una ola agridulce de
recuerdos me inunde. El raro colorido de los domingos por la mañana
en la mesa. Las pocas veces que tuvo un buen pago mensual y
compramos donas, luego fue a comprarme ropa que me quedara bien
y zapatillas que me hicieron sentir como si estuviera caminando en
una nube. Me aferré a esos momentos brillantes, entre tantas noches
observándola desde detrás de la rendija de la puerta de mi dormitorio
con vista a la cocina, donde ella estaba de pie con la cabeza gacha y
los hombros temblando en silenciosos sollozos.
Tenía siete años la primera vez que la sorprendí llorando así y fue
entonces cuando juré que en el momento en que pudiera, haría la vida
mejor para ella y para mí, para cualquiera que ame.
—Ustedes dos vayan —dice mamá, espantándonos—. Salgan de
aquí. Mostaza, Pepino y yo cuidaremos el fuerte.
Freya sonríe mientras levanta el asa de su maleta.
—Ellos si tienen nombre de comida, Marie, pero son Rábano y
Pepinillo.
—Lo que sea. —Mamá agita su mano—. Los gatos son simples
como clavos de puerta. Sabrán que les estoy dando de comer y
recogiendo su mierda.
Masajeo el puente de mi nariz.
—Gracias de nuevo —dice Freya, abrazándola para despedirse—.
Recuerda, la lista está en el refrigerador y hay una copia en nuestra
habitación. Hay sábanas limpias en la cama y por favor sírvete
cualquier cosa.
Mamá asiente.
—Excelente. Los strippers llegan a las diez y me aseguraré de
comprar muchas películas porno.
Dejo caer la mano.
—¡Madre!
Se ríe y se golpea la rodilla.
—Solo intento relajarte. —Apoya sus manos en mis hombros, los
aprieta, mientras sus ojos buscan los míos. Sus dedos suben a mi cara
y peinan mi barba de la que, por alguna razón, todavía no me he
deshecho desde Washington.
—¿Qué pasa? —pregunto.
Niega con la cabeza.
—Te pareces a él con esto —dice en voz baja.
La repugnancia rueda sobre mí. Odio haber deducido que me
parezco a él. No me parezco en nada a mi mamá, pero, aun así, nunca
quiero escuchar que hay algo de mi padre en mí. Como de costumbre,
ella lee entre líneas.
—Dije que te pareces a él, eso es todo, Aiden. Era muy guapo. ¿Crees
que me hubiera enamorado si no fuera muy guapo? Fui linda en esos
días.
Los ojos de Freya se arrugan con una profunda sonrisa.
—Todavía lo eres. No tengo ni idea de por qué no sales con nadie,
Marie.
Mamá no le responde, mientras me mira fijamente con las manos
sostiene mi rostro hasta que dice:
—Te amo. Cuídate.
Descanso mi mano sobre la suya.
—Lo haré, también te amo.
La acerco y la abrazo con fuerza, hasta que empieza a quejarse y se
aleja. Cuando la suelto, se seca los ojos y nos echa fuera.
Freya, por supuesto, también se despide de los gatos con besos y
abrazos, antes de que nos vayamos, con las maletas en el auto, las
ventanillas abajo y una lista de reproducción de música ligera, que
Freya hizo, se dispersa en la brisa. Sin la necesidad de guardar las
apariencias frente a mi madre, su calidez se desvanece como el sol
detrás de espesas nubes grises. Se apoya contra la puerta del auto y
mira por la ventana en un silencio helado.
Agarro el volante con más fuerza, respiro hondo y conduzco.

Aquí es hermoso. Tan hermoso que casi justifica morir durante


cinco horas en un avión.
Está bien, en realidad no estuve a punto de morir, pero podría
haberlo estado por lo miserable que me sentía. Soy demasiado
versado en estadísticas de accidentes aéreos y tasas de mortalidad, lo
que prácticamente quita la diversión de volar en primera clase. Revisé
tres veces el cinturón de seguridad de Freya, me aseguré de que todos
los objetos esenciales de emergencia estuvieran identificados y le
pregunté si estaba bien más de cinco veces.
Pero Freya me conoce. A pesar de estar claramente enojada, me
respondió pacientemente cada vez, incluso me complació con un
desglose detallado de qué hacer en caso de una emergencia, para que
pudiera estar seguro de que no seríamos esa pareja que no sabía la
ubicación de nuestros flotadores cuando el avión comenzara a caer en
picada hacia el Pacífico.
También empacó un libro, lo extrajo y desapareció detrás. Me puse
una de esas almohadas de donas alrededor del cuello, me bajé las
gafas de sol y me dije a mí mismo que intentaría dormir, cosa que no
hice, por supuesto. Cerré los ojos y visualicé cosas tranquilizadoras
durante unos cuatro segundos antes de pensar en esa parte de la
interfaz de la aplicación que tenía fallas y no le conté a Dan. Maldita
sea.
Después de un desembarque silencioso y un viaje a la casa, me
paro, me ducho después del viaje en avión, porque soy yo y tengo
fobia a los gérmenes, disfruto de la vista frente a la playa de este lugar
impresionante desde nuestro baño. Palmas que se balancean, arena
pálida y dorada, olas turquesas y un cielo azul zafiro que se extiende
hasta encontrarse con el océano. Tomo una respiración profunda, solo
para sentir que sale apresurada de mí cuando Freya entra al baño.
Lleva un pareo de baño rojo que destaca sobre su piel ligeramente
bronceada. Es lo suficientemente corto como para llamar mi atención
de inmediato, pero lo suficientemente oscuro como para volver loca
mi mente con las posibilidades de lo que hay debajo. Quiero deslizar
esa tela endeble por sus hombros y verla recorrer sus curvas
voluptuosas. Quiero apretar su trasero suave y redondo y frotarme
contra ella, recordarle a Freya lo que me hace, lo desesperado que me
hace sentir por estar dentro de ella, sentirme lo más cerca posible.
Pero no puedo. Porque tengo miedo de que tan pronto como me
ponga en marcha el enjambre de pensamientos y preocupaciones
invadan mi cerebro, drenando mi cuerpo de ese borde hambriento
que me hace querer alcanzarla, que hace que mi cuerpo se endurezca
y se desespere.
E incluso si quisiera, la Dra. Dietrich dijo que nada de sexo.
Hay otras formas, además de tu polla, para hacer que tu esposa grite de
éxtasis, Aiden.
¡Ah!, las hay. Y quiero usar cada una de ellas, pero nada en el
cuerpo de Freya dice «sedúceme» en este momento. Dice «tócame y
perderás una bola».
Mi mirada recorre su cuerpo y se congela. Debe habérselo puesto
antes de que nos fuéramos, pero hasta ahora lo noto. Está usando su
aro en la nariz, nuevamente. Se lo quitó hace unas semanas,
murmurando algo acerca de ser tomada en serio para el ascenso al
que aspiraba. Lo lamenté porque con ese delicado aro plateado en la
nariz, las ondas cortas y desordenadas de su cabello y su hermoso
rostro, se veía atractiva, ruda y hermosa. Se parecía a Freya. Y cuando
se lo quitó, sintió que estaba dejando de lado la parte de sí misma que
la hacía más feliz. La mujer de espíritu libre, cantante de karaoke y que
no acepta nada de tonterías que lleva dentro.
Ahora el aro está de vuelta y me pregunto si esa parte de ella que
sintió que tenía que domar también está de vuelta. Eso espero.
Freya termina de frotarse el bloqueador solar en la cara y se da
cuenta de que la estoy mirando. Nuestros ojos se encuentran en el
espejo.
—Nos vemos fuera —dice brevemente.
Entonces se va. Dejo caer mi frente en la puerta de la ducha y pongo
el agua helada.
Seco y en traje de baño, bajo las escaleras y contemplo el lugar.
Estaba totalmente concentrado en asearme cuando llegamos aquí y
no observé bien la casa, pero ahora puedo ver que es impresionante,
amplia pero hogareña, ventanas abiertas y brisa cruzada; paredes
blancas y frescas; vigas y pisos de madera oscura; telas y pinturas en
cálidos y acogedores tonos tierra; muebles de mediados de siglo,
muchas plantas exuberantes que tienen pétalos vibrantes y hojas
brillantes de color verde oscuro. Observo con anhelo el enorme sofá
en forma de L, de color caramelo y me sumerjo en la tranquilidad que
hay aquí, quiero una siesta, pero debería ir a socializar a la playa y
siempre puedo tomar una siesta al sol.
Cuando termino la inspección de la sala de estar, me giro hacia el
comedor de concepto abierto y el área de la cocina, comienzo a
abrirme camino cuando un largo chiflido perfora el aire.
Me congelo, luego miro lentamente por encima del hombro.
Hay un loro en un rincón oscuro en el otro extremo de la sala de
estar, que de alguna manera me perdí, bailando de lado a lado en su
perchero. Un gran loro verde que ladea la cabeza y me mira fijamente.
Miro a mi alrededor, espero a que uno de los Bergman salte y se ría
de su divertida broma. «Ja, ja. Vamos a asustar a Aiden con el loro».
Este pájaro, realmente, no viene con la casa, ¿verdad? Si es así,
siento que alguien debería haberme dicho que aquí vive un loro
descomunal y acosador.
—Ese culo —grazna.
Mis cejas se disparan.
—¿Disculpa?
Giro la cabeza, el loro silva y luego dice:
—Coño apretado, coge ajustado…
Santa mierda.
Me dirijo hacia él, sin saber exactamente qué puedo hacer, ya que
sigue haciéndolo.
—Dale al culo y dale duro …
Aplaudo para llamar su atención.
—No puedes decir eso aquí. Estas son unas vacaciones familiares.
Al loro no le importa.
—¡Hazlo cremoso, coño sabroso! Ámalo, lámelo. ¡Ay que delicioso!
—¡Oye! —Estoy lo suficientemente cerca como para que el loro se
sobresalte con mi siguiente aplauso, luego ladea la cabeza antes de
darme otro largo silbido.
Pongo las manos en mis caderas.
—Honestamente.
—Hola, cosa buena —grazna.
—Hola, tú —digo—. No más… de lo que sea que eso haya sido,
¿de acuerdo?
El loro agita sus alas, luego gira sobre el perchero, de modo que me
da la espalda. Al menos es tranquilo.
Me giro y me dirijo hacia el lado de la casa que conduce a la playa.
Estoy casi en la puerta cuando el loro dice:
—Culo apretado —seguido de una carcajada.
Decido comportarme de forma madura y cierro la puerta detrás de
mí.
Todas las playas de Hawái son propiedad pública, lo que hace que
este lujo a mi alrededor se sienta un poco menos abrumador. Mientras
camino hacia los Bergman, veo niños jugando cerca en las olas, otra
familia no muy lejos riendo y construyendo un castillo de arena.
Los Bergman encajan perfectamente en ese cuadro doméstico.
Ziggy lee bajo un paraguas que comparte con Axel, ambos estirados
en sillones y vestidos con camisetas y pantalones cortos. Ren está
detrás de Frankie, frotándole protector solar en la espalda y
diciéndole algo al oído que la hace reír.
Mis suegros saludan desde las sillas encajadas en la arena suave
mientras las olas golpean contra sus piernas. Les devuelvo el saludo.
Algunas sillas están vacías, así que deambulo y coloco mi toalla sobre
una de ellas.
—¿Alguien más ha hablado con el loro? —pregunto.
Todos me miran.
Ziggy sonríe y baja su libro.
—Sí, ella fue tan linda… dijo: «¡Hola, dulzura!»
—¿En serio? Eh. —Me dejo caer en la silla, abro una botella de agua
y tomo un largo trago.
Ren inclina la cabeza.
—Esmeralda estaba bastante callada cuando estuve en la cocina.
Tyler dijo que está algo vieja y tiende a dormir mucho. Lo llamé
porque me preocupaba que se fuera volando con las ventanas
abiertas, pero dijo que no teníamos que preocuparnos, ella es
hogareña.
—Mi tipo de chica —dice Frankie.
Ren le frota bloqueador solar y le aprieta los hombros
cariñosamente.
—¿Por qué lo preguntas? ¿Dijo algo gracioso?
Aparentemente soy el único que fue acosado por Esmeralda. Me lo
guardo para mí a menos que escuche lo contrario.
—Solo preguntaba.
—Entiendo —dice—. ¿Tuviste buen vuelo?
—Tan bueno como pueden ser los vuelos.
Entrecierra los ojos contra el sol y sonríe.
—Sí, pensé que dirías eso.
—Gracias —digo, tragándome mi orgullo—. Eso fue
increíblemente generoso, Ren.
Se pone rojo tomate y mira a Frankie, que le sonríe por encima del
hombro.
—Oh —dice ella—. Hiciste que Zenzero se sonrojara.
Zenzero es pelirrojo en italiano y el apodo de Frankie para Ren, dado
su cabello rojo. La mira juguetonamente, Ren se sonroja aún más,
luego se aclara la garganta antes de dirigirse a mí.
—De nada. Es… Sinceramente, creo que lo que ganamos los atletas
profesionales es desmesurado. Pagar por los boletos hizo que mi
cuenta bancaria se sintiera menos ofensiva.
Frankie resopla y palmea su muslo.
—No lo entiendo. Llámame Scrooge. Lo cierto es que crecí en una
caja de zapatos en Queens, usando ropa de segunda mano y tantos
cupones como fuera posible.
Algo se alivia dentro de mí al escuchar eso, sabiendo que no soy el
único que creció sin mucho. Frankie me da una mirada penetrante.
—Recibo unas vibraciones muy al estilo de Alexander Hamilton de
ti, Aiden.
—No te atrevas a empezar a cantar —dice Ren—. No hasta que
Oliver esté aquí. Lo haría muy desdichado.
Frankie se ríe.
—Nunca lo haría. Ese chico está más obsesionado que yo. Ahora no
es el momento, de todos modos. Estoy teniendo una conversación
sincera con Ocean Eyes, aquí.
—Oye. —Ren le pellizca su costado—. No permito cumplidos para
el cuñado guapo o conversaciones cándidas.
—Relájate, Zenzero —dice cariñosamente, mirando a Ren—. Tiene
unos ojos geniales, pero como sabes, me encantan los pelirrojos. —
Volviéndose hacia mí, dice—: Entonces, ¿estoy en lo cierto?
—Sí. Crecí de manera similar y no tengo planes de volver a vivir
así.
Decirlo en voz alta se siente liberador. Por lo general, paso de
puntillas por mi infancia con los Bergman, no porque me dé
vergüenza, sino porque es un contraste muy marcado con sus vidas
y, bueno, nadie quiere ser el niño pobre en Navidad que dice: Oye,
estas son las cosas de las películas que vi y solo soñé con tener. ¡No puedo
creer que esté sentado aquí, en un verdadero festín!
Es deprimente. Especialmente cuando mi mamá se niega a venir.
Pide comida china en su apartamento, ve películas navideñas y jura
que no podría ser más feliz. Todavía la obligo a recibir mi visita en la
mañana de la víspera de Navidad, que puedo decir que disfruta en
privado.
—Lo sabía —dice Frankie, sacándome de mis pensamientos—. Yo
soy igual. Quiero decir, no planeo volverme una acumuladora si
alguna vez soy asquerosamente rica, pero es agradable no tener que
preocuparse por el dinero.
—Absolutamente —le digo—. Si alguna vez soy rico, no guardaré
todo el dinero sin compartirlo, pero no me molestaría tener una
cuenta bancaria gorda.
Frankie levanta su botella de agua.
—Salud por eso.
Ren sonríe entre nosotros, luego mira a su alrededor.
—¿Dónde está Freya?
—No sé. —También miro a mi alrededor—. ¿Dónde está… el resto
de tus hermanos?
—Presentes y contabilizados —dice Viggo desde algún lugar por
encima de mi hombro.
Me sobresalto en la silla.
—Jesús. ¿Alguna vez harás una entrada normal?
—¡Uf! —Viggo se deja caer en el asiento a mi lado—. ¿Dónde está
la diversión en eso?
Cuando me doy la vuelta, Ren se está frotando óxido de zinc en el
puente de la nariz.
Viggo suelta una carcajada.
—Sabes que podrías intentar no quedar blanco como el papel,
¿verdad, Ren?
Ren arquea una ceja rojiza.
—¿Parece una piel que alguna vez ve el sol?
—No —decimos todos.
Frankie agarra el gran tubo de bloqueador solar abierto y lo rocía
en sus manos.
—No los escuches, Zenzero. —Se frota el bloqueador solar entre las
manos, gira y se sienta a horcajadas sobre el diván mientras le
sonríe—. Necesitas bloqueador solar, un montón y por todos lados.
Ren se ríe mientras ella lo unta en el pecho y lo empuja hacia atrás
en el diván.
—¡Uf! —dice Oliver, sorprendiéndome tanto como a Viggo—.
Maldita sea con estos dos. Siempre supimos que sería así una vez que
tuviera novia, pero caramba. ¡Consigue una habitación! —dice a
través de las manos ahuecadas.
Frankie le muestra el dedo del medio.
—Playa pública, perras. Aparten la mirada si no les gusta lo que
ven.
Oliver refunfuña, luego roba mi botella de agua y bebe la mitad.
—Sabes, Ollie —le digo—. Podrías beber tu propia agua uno de
estos días.
Lo hace constantemente, agarra un bocado de comida de tu plato,
prueba tu vino, toma tu agua si ha estado corriendo y tu vaso está allí.
Oliver me da una mirada de ¿Qué estás fumando?
—Intenta ser el último de cinco hermanos y ve si no usas tácticas
de supervivencia. Si no comía ni bebía el sustento de otras personas
no obtenía nada.
—Oh, por favor —dice Viggo, rodando los ojos—. Soy doce
enormes meses mayor que tú y no soy un cleptómano con la comida
de otras personas.
—Siempre tuviste un desarrollo doce meses más avanzado que el
mío también —argumenta Oliver—. Solo un poquito más grande y
mejor.
Viggo sonríe.
—Y eso todavía se mantiene hoy. Solo que un poco más grande. Y
mejor.
Oliver lo mira fijamente.
—Sí. Eso es lo que estaba haciendo. Comparando pollas.
—De acuerdo. —Levanto las manos—. No me sentaré en el medio
de su incesante riña fraterna. ¿Ustedes dos nunca se relajan y se llevan
bien?
Ambos me miran como si tuviera cuatro cabezas y luego dicen:
—No.
De acuerdo, entonces abro mi libro, la novela romántica que Viggo
me dio, escondida en mi regazo y cambio de tema.
—¿Dónde está Ryder?
¿Y mi esposa?
—Llegará mañana por la mañana —dice Viggo, ajusta la silla para
reclinarse más y abre su propio libro, que muestra personas
semidesnudas entrelazadas en la portada—. Willa volvía de un juego
de visita hasta hoy. Le dijo a Ryder que se adelantará, pero él dijo…
—Viggo baja la voz y trata de imitar a su hermano—. «De ninguna
manera. Yo no me vengo hasta que te vengas.» Que generalmente es
un muy buen principio para una relación —dice, pasando la página
de su libro.
—Vamos —dice Oliver—. Los orgasmos sincronizados son la
sustancia de tus novelas románticas de mierda.
—¡Cuida tu boca! —Viggo chasquea y se sienta derecho—. A veces,
sí, el romance ha reforzado las expectativas poco realistas de la
intimidad y el placer sexual, sin embargo… —dice, agrandando los
ojos para hacer énfasis de que está diciendo algo importante—. Al menos
pone en la página y en primer plano la intimidad humana, la libertad
sexual y la pasión, no solo ve hacia el abismo, dándole un énfasis
filosófico a nuestra inevitable mortalidad.
—Aquí vamos —suspira Oliver.
Viggo no se deja intimidar.
—El romance se trata de la importancia de las relaciones amorosas
y nos recuerda que la conexión humana es vital para la existencia, en
lugar de glorificar el egoísmo, la violencia o la codicia. Así que
disculpa a este género por no ser perfecto, pero dejemos de criticar,
hipócritamente, libros que han hecho mucho más por la humanidad
que los tomos nihilistas y autocomplacientes de terror de quinientas
páginas.
Un aplauso lento resuena detrás de nosotros, atrayendo mi
atención y entonces mi boca cae abierta, porque Freya se está
desatando el pareo de baño rojo y luego se pone de pie junto a mi silla
y camina, no, se pavonea, en un diminuto bikini rojo, directamente
hacia el agua.
Capítulo 13
Freya
Playlist: Breakaway, Lennon Stella

El agua es perfecta, pero sentir los ojos de Aiden sobre mí, lo hace
aún mejor.
Intenta saltar desde esto hacia tu estúpido teléfono.
Me sumerjo debajo de una ola, siento que el océano me envuelve
en ese magnífico silencio que te saluda cuando estás bajo el agua. Es
tan pacífico, tan silencioso debajo de las olas y mientras mis pulmones
pueden soportarlo, floto debajo de la superficie del agua, mientras
siento el ritmo de una nueva ola rompiendo.
Entonces un brazo fuerte me levanta, aplastándome contra un
pecho duro y sólido.
—¡Freya! —La voz de Aiden es cruda, sus ojos me buscan
salvajemente mientras jadeo por la sorpresa—. ¡Santa mierda! No
hagas eso.
Lo miro boquiabierta.
—¿Qué…
Me besa profunda y frenéticamente.
—Santa mierda —murmura, aplastándome contra su pecho de
nuevo. Sus brazos están tan apretados a mi alrededor que apenas
puedo respirar—. Me asustaste, Freya. No salías.
—Estaba disfrutando del agua —susurro contra su hombro,
tambaleándome por su intensidad, con ternura, sus manos recorren
mis brazos como si estuviera asegurándose de que realmente estoy
allí. Luego acuna mi cabeza contra su pecho, donde siento que su
corazón late con fuerza—. Estoy bien, Aiden.
—Yo no —dice honestamente.
Por un momento, disfruto de su atención, su preocupación y la
urgencia en su toque. Me muerdo el labio, recordando el calor de su
boca sobre la mía, pero luego el agua golpea entre nosotros,
volviéndome a la realidad. Retrocedo lo poco que puedo de su fuerte
agarre, odiando la facilidad con la que respondo a su toque.
Aiden todavía me sostiene cerca, mi suavidad aplastada contra su
firmeza. Aparto la mirada, trato de adormecerme por lo bien que se
siente.
—No fue mi intención asustarte —le digo—. Ni siquiera pensé que
me notarías.
—No notarte —murmura, sosteniendo mi rostro e inclinando mi
cabeza hacia atrás hasta que nuestros ojos se encuentran—. Freya, por
supuesto que sí.
Trago lentamente mientras su pulgar se desliza a lo largo de mi
garganta.
—Por supuesto que lo hago —susurra.
Sus ojos son tan azules como las olas del océano que nos rodean,
brillan bajo el sol y no es la primera vez que noto lo fascinantes que
son, lo hermoso que es. A veces desearía no sentirme tan atraída por
él, que cuando lo viera a los ojos no fuera arrastrada a sus
profundidades turquesas, que no cayera profundamente, pero sigo
cayendo.
Aiden exhala lentamente, estabilizándose.
—Siento haberte magullado la cara. Fue mitad resucitación
cardiopulmonar y mitad, oh, gracias al cielo estás viva.
Antes de que pueda responder su cabeza gira bruscamente hacia
una ola entrante. En un entendimiento tácito llenamos nuestros
pulmones de aire, luego nos sumergimos juntos en el agua cuando se
estrella sobre nuestras cabezas. Los sonidos del océano nos
envuelven, mientras Aiden me abraza y cuando la ola se despeja,
salimos corriendo a la superficie.
Nuestros pechos chocan, luego nuestras narices, mientras ambos
perdemos el equilibrio y nos abrazamos para estabilizarnos. Estable
de nuevo, entrecierro los ojos contra el sol y el agua salada en mis
pestañas mientras Aiden me mira. Sus pulgares limpian suavemente
debajo de mis ojos, su cuerpo cálido contra el mío.
Empiezo a alejarme de nuevo, pero él me detiene, sus manos
envuelven mis hombros.
—Freya.
—Aiden.
Traga bruscamente.
—Siento lo de la otra noche, cuando contesté mi teléfono fue… Me
siento terrible. Lo lamento tanto.
Empujándonos desde la arena, nadamos a través de una ola
creciente y la dejamos pasar sobre nosotros hasta la orilla.
—Eso has dicho.
—Pero claramente todavía estás enojada.
Dolida, avergonzada y humillada.
—Bueno, Aiden, atendiste una llamada cuando estaba medio
desnuda y a punto de tener un orgasmo en el mostrador de la cocina,
así que, sí, no es bueno para la autoestima.
—Freya, dije que lo siento y lo dije en serio. No tuvo nada que ver
con cuanto te deseo.
Me río en vano.
—De acuerdo. Excepto que tus acciones hablan más fuerte que tus
palabras. Lo han hecho durante meses. Una cosa es decirme que tu
deseo sexual se ve afectado, pero ¿tu deseo sexual incluye abrazos,
Aiden? ¿Un verdadero abrazo cálido? ¿Un beso de buenas noches?
¿Solo un poco de cariño y honestidad? Eso es todo lo que quería. No
necesitaba que me tomaras apasionadamente, pero no creo que ansiar
lo más mínimo de ser la mujer que deseas, sea mucho pedir.
Suspira, pasándose la mano por la boca y la barba. Lo miro
fijamente, este hombre que de alguna manera se parece en todo y en
nada a la persona con la que me casé.
¿Cómo sucedió esto? ¿Cómo prometes tu vida a alguien, sabiendo
que ambos cambiarán? ¿Cómo se prometen el uno al otro hasta que la
muerte los separe y ser felices para siempre, sabiendo que más
matrimonios terminan de los que sobreviven?
Te dices a ti misma que eres diferente. Somos diferentes.
Pero no lo somos. Solo somos Freya y Aiden, flotando en el Pacífico,
sin idea de cómo terminará nuestra historia y lo odio. Odio no saber.
Odio desearlo y temer lo que sucederá si me rindo. Estoy tan cansada,
hasta los huesos, cansada de sufrir y existir en este purgatorio marital
ambiguo y de mierda.
Como si sintiera que estoy lista para salir corriendo, Aiden me hala
suavemente a través del agua hasta que es más profunda y las olas
nos rodean en lugar de chocarnos en su curso hacia la orilla.
Sus ojos buscan los míos.
—Freya, me equivoqué. El trabajo se me escapó. Dejé que me
absorbiera demasiado, lo admito y tengo una respuesta instintiva
cuando mi teléfono suena porque me preocupa perderme algo
urgente de Dan para la aplicación. No se trataba en absoluto de no
quererte. Aunque te escucho. Entiendo lo que dices. Que mi
comportamiento no lo demuestra. Que no lo ha hecho en mucho
tiempo y lo siento.
Ruedo sobre mi espalda y floto suavemente ahora que estamos en
una parte más tranquila del agua. Los ojos de Aiden recorren mi
cuerpo y traga con fuerza. Apenas reprimo una sonrisa de vengativa
satisfacción.
—Ya acepté tu disculpa.
—Pero todavía estoy sufriendo las consecuencias.
Dios, los hombres realmente no lo entienden a veces. Quieren
disculparse para borrar el dolor, pero el dolor tarda en sanar. Puedes
perdonar y sentir dolor mientras te recuperas de la herida.
—Supongo que sí —le digo—. Y tu penitencia continúa mañana.
—¿Qué pasa mañana? —pregunta con cautela.
—Los chicos tienen planes para ustedes, tan pronto como lleguen
Willa y Ryder.
Gime.
—Oh no.
—Oh sí.
—Maldita sea —murmura, sumergiéndose bajo el agua y luego
volviendo a subir.
Mis ojos vagan, traicioneramente, hacia Aiden y el agua que corre
por su duro pecho mientras la brisa marina nos envuelve y sus
pezones planos y oscuros se tensan. Me recuerda como se estremece
cuando mi lengua los recorre, cuando mi mano se desliza por su
estómago.
El agua rueda debajo de mí como un regaño, contrólate.
—Siempre puedes no unirte a ellos —le digo, asegurándome de
que mi tono se escuche uniforme y sin afectación—. Estoy segura de
que tienes trabajo que hacer.
—¿Puedes dejar las críticas sobre el trabajo, Freya? Cristo.
Le dirijo una mirada helada de reojo.
—Tienes razón. ¿Por qué pensaría que planeas trabajar?
Su párpado izquierdo se contrae, revelando cuánto realmente le
molestó. Lo presiona con un dedo.
—Le dije a Dan que estaría disponible con moderación.
—Con moderación —repito con escepticismo—. Hum, bueno,
mientras luzcas una sonrisa con mis padres, eso es todo lo que
necesito.
—No planeaba ser desdichado en privado —dice irritado.
Al menos uno de nosotros.
Cierro los ojos y me concentro en flotar.
—No. Supuse que planeabas estar ocupado en privado.
Trabajando.
Suspira.
—¿En serio lo usarás en mi contra?
Dejo de flotar, me hundo en el agua mientras lo miro.
—¿Usarlo en tu contra? ¿Tu tendencia a que el trabajo eclipse
cualquier otra parte de tu vida, incluida tu esposa? El trabajo que te
preocupa constantemente, que contribuyó enormemente a la
implosión de nuestro matrimonio porque te lo guardaste para ti y me
dejaste al margen. Oh, hombre. Tienes razón. ¿En qué estoy
pensando, «usándolo en tu contra»?
Aiden mira hacia el agua, con el rostro tenso y los ojos bajos y una
punzada de empatía me atraviesa.
—Aiden, como he dicho, aunque duele, entiendo por qué no
hablaste de tu ansiedad, cómo afectó nuestra vida íntima. Te estabas
enfrentando a ti mismo. ¿Pero esta mierda con tu trabajo y el éxito?
No, Aiden. Es orgulloso, egoísta y no tengo tiempo para eso. Lo que
hiciste la otra noche solo cimienta la prioridad en tu vida.
Abre la boca, pero Viggo nos interrumpe gritando desde la playa.
—¡Oigan! ¡Vengan aquí!
Sin esperar la respuesta de Aiden, me alejo nadando y atrapo una
ola.
Cuando camino por la arena hacia mis padres, mi mamá entrecierra
los ojos por debajo de su sombrero de paja y sonríe.
—¿Qué piensas del agua? —pregunta.
—Está genial. ¿Has entrado?
—Sí. —Papá le da palmaditas en el muslo con cariño—. Y ella solo
me sumergió dos veces.
La sonrisa de mamá se profundiza cuando toma su libro.
—Lo merecías.
Papá se coloca las gafas de sol sobre la cabeza y mira por encima
del hombro hacia donde mis hermanos y Ziggy, se están preparando
para jugar fútbol.
—¿Vas a mostrarles a esos malcriados cómo juegan los mayores,
Freya?
—¡Perdóname! ¿Mayores?
Papá se ríe mientras le alboroto el pelo en retribución.
—¡Freya! —grita Ziggy—. No seremos porteras, ¿verdad?
Arrugo la nariz.
—Por supuesto que no.
Todos los chicos levantan las manos en señal de protesta.
—Uno a uno, el ganador decide si jugamos con porteras —grita
Oliver, torciendo su dedo hacia mí en señal de desafío.
Señalo mi pecho.
—¿Quién? ¿Yo? ¿Estás seguro? No parece justo. Soy mayor y frágil
estos días.
Oliver muestra una sonrisa arrogante.
—Es por eso por lo que lo tendremos arreglado de manera
agradable y rápida.
Viggo masajea su frente.
—No deberías haberlo dicho.
—Sí —dice Ren—. Te va a patear el trasero ahora.
Axel se desliza las gafas sobre la nariz y coloca las manos detrás de
la cabeza.
—Y voy a disfrutar viéndolo.
Corro hacia Oliver y le quito la pelota, pero pronto está justo detrás
de mí. Tiene doce años menos que yo, está en excelente estado físico,
juega fútbol en la Universidad de California, así que probablemente
no voy a ganar, pero la confianza a veces es muy útil y, por un
momento, lo tengo luchando, tratando sin éxito de ganar la posesión.
—¡Caramba, Frey! —se ríe, cuando lanzo la cadera—. Así, ¿verdad?
También me río, mientras giro, luego intento un tiro que bloquea
con el pie. Cuando Oliver tira de la pelota hacia atrás y trata de hacer
un tiro, me doy la vuelta y la pelota topa directo en mi trasero,
haciendo que todos se desternillen de la risa, incluyendo a Oliver. Lo
que me facilita robar el balón y luego patearlo a través de la portería
improvisada.
Ziggy chilla mientras corre hacia mí, lanzando sus brazos
alrededor de mi cuello.
—¡Mi heroína! ¡Sin porteras!
—Por supuesto que no habrá porteras —dice una nueva voz.
Me sobresalto, me volteo hacia Aiden y siento que mis rodillas se
tambalean.
Está de pie, el sol detrás de él, proyectando su alto cuerpo en una
sombra nítida a contraluz. Inclina la cabeza y se sacude el agua de la
oreja, haciendo que todos los músculos de su torso se flexionen.
Apenas trago un murmullo mientras mis ojos recorren su cuerpo.
Fuerte, pero no corpulento. Sólido, musculoso y duro. Hombros
redondos, pectorales grandes, el agua resplandece en su estómago
tenso y el vello oscuro apunta como una flecha debajo de la cinturilla
de sus shorts de baño. Una ráfaga de aire me abandona mientras mis
ojos vagan hacia abajo y se fijan en el grueso contorno dentro de su
traje de baño mojado, pegado a sus muslos musculosos.
Maldita sea. Estoy enojada con él y estoy en la racha más larga sin
sexo, que he tenido durante la mayor parte de una década. No es una
buena combinación.
Los ojos de Aiden se encuentran con los míos y parpadean como si
supiera lo que estoy pensando. Cierro los ojos mientras camina junto
a mí hacia mis hermanos.
No voy a mirar por encima del hombro para ver su trasero.
No miraré por encima del hombro para…
Veo y me muerdo el labio. Aiden dice que apenas ha tenido tiempo
para hacer ejercicio, pero es muy obvio que no se ha saltado las pesas.
En absoluto.
Ziggy se aclara la garganta.
—¿Qué? —espeto.
Sonríe.
—No dije nada.
—Bien. Está bien. Vamos, Zigs. Enseñémosles a esos niños cómo
jugar.
Miro a Aiden, mi estómago se retuerce cuando sonríe por algo que
dice Ren. Me sacude la memoria, recuerdo cuando solíamos jugar en
un equipo mixto de fútbol, cuando Aiden y yo lo convertíamos en
una cita.
Viajando en el auto, cantábamos nuestras listas de reproducción.
Luego, cuando estábamos allí, nos observábamos en un mar de más
personas, con ese deleite burbujeante de observar a tu persona en la
naturaleza, dándote cuenta de cuanto te gusta y lo deseas, cuan
especial es. Cuanto sabes y que nadie más sabe.
Veía su brillante sonrisa, el profundo hoyuelo que la contorsionaba,
mientras le ofrecía a alguien ese encanto sencillo que ilumina la
habitación. Notaba cuando cambiaba su peso y sus grandes muslos
se flexionaban. Mis ojos viajaban y se posaban en sus brillantes ojos
azules, la amabilidad en su rostro y lo deseaba, tan profundamente,
desde el centro de mi cuerpo hasta la punta de mis dedos. Lo deseaba
con mi corazón y mi cuerpo y esta cosa inexplicable que todavía no
puedo nombrar más que como pertenencia. Pertenencia innegable y
profunda del alma.
Esa misma sensación feroz se enrosca dentro de mí, mientras lo veo
tragar agua, reprochándole a Viggo por el ancho de las porterías
improvisadas.
Mi estómago da un vuelco inquietante, como lo hizo la primera vez
que lo vi, mirándome a través del campo. Era alto, larguirucho y
hermoso, casi demasiado hermoso. Una cara angular que sentí que
podría mirar durante toda la vida y aún no apreciarla por completo.
Pestañas gruesas y oscuras, esos vívidos ojos azules
inmovilizándome. Se sintió como un relámpago, directamente por mi
columna y miré hacia otro lado, aterrorizada. Nunca nadie me había
hecho sentir así.
Tal como lo hizo hace doce años, Aiden mira en mi dirección y
sostiene mi mirada por un largo momento. La electricidad me
atraviesa mientras sus ojos recorren mi cuerpo una vez, con avidez,
como si no pudiera evitarlo, antes de volverse hacia los chicos,
arrojando su botella de agua a un lado.
—Mírate, músculos —dice Oliver, pinchando el redondo bíceps de
Aiden—. ¿Qué te ha estado dando de comer Freya?
Aiden agarra su toalla y la lleva a su cabello, frotándolo
ferozmente.
—¿Dándome de comer? —dice, pasándose las manos por el cabello
para arreglarlo mientras tira la toalla a un lado—. Cocino la mayoría
de las noches. Freya es el sostén de la familia ahora.
La sorpresa me sacude. Lo último que esperaba con toda su
urgencia de «debo trabajar para proveer», era que anunciara que
ahora gano más que él, especialmente frente a mi padre y hermanos.
Nuestros ojos se enganchan. Su sonrisa es tentativa, pero rebosa de
orgullo y mi corazón se tuerce bruscamente.
—¡Freya Linn! —grita papá desde su silla—. ¿Por qué no sabía esto?
Me sonrojo y arrastro el pie por la arena.
—No sé. No es la gran cosa.
—¡Tiene mucha importancia! —dice mamá, sonriéndome—.
Felicitaciones, Freya, tomaremos champaña con la cena esta noche,
para celebrar.
—Gracias mamá. —Volviendo a mis hermanos, les digo—: ¿Ahora
puedo patearles el trasero en el fútbol?
Ziggy recoge la pelota y hace malabarismos antes de enviársela a
Viggo.
—Estoy con Frey, juguemos a la pelota.
Décadas de jugar, para la mayoría de nosotros, nos hace dividirnos
intuitivamente en nuestro campo de arena: Viggo se une a Ziggy y a
mí contra Ren, Aiden y Oliver, lo cual es bastante justo. Axel se pone
en el medio. Jugará en una posición central y cambiará a la ofensiva
con cualquier equipo que tenga la posesión, para igualarlo.
Frankie presiona un botón en su teléfono y emite un silbido para el
inicio.
Y muy pronto queda claro que Aiden se siente muy deportivo o
está buscando una pelea, porque inmediatamente está allí, con las
manos en mi cintura, peleando por la posesión. Su intensidad, el calor
de su cuerpo duro contra el mío, se siente como si cerrara el círculo.
Al igual que la primera vez que nos conocimos, está en mi trasero.
Literalmente.
Y ahora recuerdo lo mucho que me puede enfurecer cuando
jugamos en equipos opuestos. Somos mucho, mucho mejores cuando
estamos del mismo lado, persiguiendo el mismo objetivo.
—Eres terriblemente mañoso —le digo.
—Se llama defensa —dice, alcanzando la pelota.
—Me las arreglo para jugar a la defensiva sin manosear al
contrincante —murmuro—. Besándome así en el océano, ahora esto.
Debería romperte las gafas de nuevo. —Giro y trato de cortar a su
alrededor.
Pero Aiden es más rápido de lo que alguna vez fue o tal vez es más
fuerte o soy más lenta o estamos tan conectados, de esa forma extraña
que lo están las parejas que llevan muchos años juntas, que él anticipa
cada uno de mis movimientos. Sus manos agarran mi cintura y, por
un momento, quiero inclinarme hacia él, sentir cada parte de su
cuerpo contra el mío.
—Es un hábito —gruñe, cuando tiro mi trasero contra su ingle—.
Lo siento, estoy acostumbrado a besar a mi esposa.
—Porque últimamente nos hemos estado besando mucho —digo
sarcásticamente.
Aiden agarra mi cadera con más fuerza.
—He estado…
—Trabajando. Créeme, lo recuerdo.
Su aliento cae sobre mi piel empapada de sudor y un ardiente
estallido de deseo inunda mi cuerpo. Le paso la pelota a Ziggy y
salgo, trato de abrirme para un pase inmediato, pero Aiden todavía
está sobre mí.
—Maldita sea, Freya, no quiero hacer esto.
—Ya somos dos.
La pelota regresa en mi dirección, pero Aiden interviene y la toma,
driblando por la arena. Cuando lo alcanzo y voy por el balón, Aiden
se lo pasa a Oliver antes de que pueda detenerlo.
El tiempo se ralentiza cuando los ojos de Aiden se agrandan y me
agarra con fuerza. Veo el miedo en sus ojos y una férrea
determinación se asoma en su rostro, antes de que el mundo se lance
hacia adelante a la velocidad de la luz y Aiden me ponga detrás de él.
Y luego veo a mi esposo recibir un pelotazo, a corta distancia,
directo a las bolas.
Capítulo 14
Aiden
Playlist: Varieties of Exile, Beirut

Santo Dios. Mis pelotas.


—¡Aiden! —Freya se deja caer a mi lado. Al menos creo que es
Freya, basándome en el sonido de su voz y el familiar olor a verano
de su piel. No puedo ver una mierda. Que una pelota de fútbol haya
asesinado mis bolas, me ha cegado.
—Maldita sea, Aiden. —Ese es Oliver—. Lo siento mucho, hombre.
—Suena cero por ciento arrepentido—. Estaba en modo bestia y me di
la vuelta. Ni siquiera estaba disparando a la portería. Me alegro de no
haber lastimado a Freya. Afortunadamente, la protegiste.
Abro un ojo, lo miro, antes de que mi mirada viaje sobre los
hermanos y surja la sospecha. No lo hicieron… a propósito, ¿verdad?
Pero luego recuerdo el momento en que Viggo nos interrumpió
cuando Freya y yo estábamos en el océano, cuando estaba a punto de
perder la calma y profundizar más en nuestra discusión. Ahora esto…
Mierda. Se están entrometiendo de nuevo. O, como estoy seguro de
que ellos lo ven, están ayudando. Ayudando a aplastar mis bolas. A
este ritmo, Freya y yo tendremos suerte si alguna vez podemos tener
niños.
Las manos de Freya se deslizan por mi cabello.
—Te pusiste delante de mí.
—Suenas sorprendida —jadeo cuando mis ojos se fijan en los
suyos.
No dice nada y no voy a mentir, eso me destroza. Nunca debería
dudar de que me pondría entre ella y cualquier cosa que pudiera
lastimarla.
¿Y si esa cosa que pudiera lastimarla, eres tú?
La verdad se cuela, un veneno que se dispara directo a mi corazón
y lo hace convulsionar. Me siento enfermo.
Freya pasa sus dedos por mi cabello otra vez, despejando mi frente,
me mira como no lo ha hecho en mucho tiempo. Parece que casi me
tomó por un extraño y ahora se cuestiona a sí misma, como si
finalmente me estuviera viendo de nuevo.
Hace diez segundos hubiera dicho que nada podría hacer que este
dolor valiera la pena, pero ahora sé que está mal. Tomaría un tiro a
las pelotas mil veces por este momento de nuevo, para ver solo una
pizca de reconocimiento en sus ojos.
Viggo sonríe por encima del hombro de Freya. Respiro hondo para
centrarme mientras el miedo me agria el estómago, porque si así es
como va a ser esta semana y los hermanos Bergman acaban de
empezar, sinceramente, tengo miedo de cómo van a terminar.

Mis ojos se abren a la tenue luz violeta que se filtra a través de las
ondulantes cortinas antes de que se cierren de nuevo. Por un
segundo, no estoy seguro de dónde estoy. La cama se siente diferente,
pero podría jurar que Rábano o Pepinillo está amasando mi pecho
con sus patas, una presión ligera y alterna subiendo por mis costillas.
—Oye, cosa buena—grazna la lora.
Mis ojos se abren de golpe. Alborota sus plumas y empieza a bailar,
balanceando la cabeza.
—Esmeralda —siseo—. Ni siquiera…
—¡Rebota en esa polla! Pero mira como folla, que bien folla.
Freya gime de irritación y me da codazos mientras duerme. Me
incorporo, haciendo que Esmeralda salte hacia atrás y alborote sus
plumas con molestia.
—¡Estúpido! —grazna.
—Tú eres la estúpida —susurro—. Vas a despertar a Freya.
De repente, la puerta de mi dormitorio se abre de golpe. Esmeralda
sale, pasa volando cerca de Viggo, a quien le dice cortésmente:
—¡Buenas mañanas!
Me desplomo en la cama y doy la vuelta sobre mi estómago,
entierro la cara debajo de una almohada. Aguantar a Esmeralda y a
Viggo, antes de tomar un café, es pedirle demasiado a cualquiera.
—¿Está desnuda mi hermana? —pregunta—. Golpea dos veces en
la cabecera si puedo abrir los ojos.
Antes de que pueda responder mi cara cae sobre el colchón.
Escucho una almohada golpeando un cuerpo humano.
—¡Uf! —dice Viggo.
Abro un ojo y veo a Freya ahora inmersa entre las mantas.
Basándome en el espacio vacío, donde antes estaba mi almohada,
supongo que golpeó a Viggo con mi almohada.
Qué amable.
Un segundo después, Freya comienza a roncar.
Los ojos de Viggo se agrandan.
—¿Está roncando?
—Ha roncado durante años, desde la última vez que se rompió la
nariz en el partido de fútbol de los domingos. No te atrevas a burlarte
de ella o te retorceré el pezón hasta que llores. La avergonzarías.
—Mírate —dice—. Muy caballeresco de tu parte al defenderla.
—Viggo —murmuro cansadamente—. ¿Qué haces aquí? ¿Qué
diablos llevas puesto?
Esboza una sonrisa y adopta una pose de modelo, luego otra.
—Pantalones cortos de elastano para ciclismo. ¿Te gustan? Los
compré justo antes del viaje y estoy obsesionado. Transpirables.
Flexibles. Son como una segunda piel.
Me estremezco mientras cierro los ojos.
—Realmente no quería saber tanto sobre tu anatomía.
—Entiendo que sientas celos, los Bergman estamos, notoriamente,
bien dotados…
—Viggo —gimo—. Cállate y vete.
—No iré a ninguna parte. Soy tu despertador, hoy es el día para
fortalecer los lazos entre hermanos. Vamos papilla, levántate.
Lo miro.
—No recuerdo haber accedido a esto.
—Lo hiciste —dice.
—No. Definitivamente no lo hice.
—En espíritu, lo hiciste. —Aplaude en silencio con cuidado de no
despertar a Freya que continúa roncando debajo de las mantas—.
Vamos. Las mujeres tienen sus propios planes. Ryder y Willa llegaron
hace aproximadamente una hora. Willa está durmiendo, pero Ryder
está tan despierto y malhumorado como siempre, así que es mejor no
hacer esperar al hombre de la montaña.
—Estoy completamente despierto y malhumorado también —
murmuro, restregándome la cara. La almohada golpea mi cabeza.
Dejo caer las manos y miro fijamente a Viggo—. Será mejor que haya
café.
Sonríe.
—Sí lo hay. Preséntate en la cocina en cinco. Hay café y barras de
granola.
Se va y estoy muy tentado a recostarme y esconderme debajo de las
sábanas, pero no lo hago porque estoy seguro de que Viggo me haría
alguna broma vengativa si me opongo y tal vez, incluso más que eso,
tengo curiosidad por ver qué han preparado los hermanos Bergman.
Me levanto de la cama, me pongo la ropa en silencio y luego bajo
las escaleras.
Veinte minutos después, estoy en una posición muy incómoda en
la terraza, sintiéndome muy seguro de que no valió la pena
levantarme.
—Ay. —Se supone que mi pierna no debe doblarse así. Makanui,
nuestro instructor de yoga discrepa de todo corazón.
—Respira —me recuerda, como si no fuera un proceso autónomo.
—Realmente no puedo evitar seguir haciéndolo —murmuro,
tratando de no gemir de dolor.
Oliver me mira, en medio de una chaturanga.
—Aiden, no siento que estés interesado en esto. No eres el único al
que le hubiera gustado dormir hasta tarde, pero no me ves siendo un
sabelotodo, ¿verdad?
Makanui me sonríe con calma y empuja mi pierna más lejos.
—Tu pelvis está muy apretada —dice—. Respira desde tu pelvis.
Miro a este tipo.
—Hum. ¿Qué?
—Creo que lo que te está sugiriendo hacer —ofrece Ren, luciendo
irritantemente sereno—, es conectar la conciencia de esa parte de tu
cuerpo con tu respiración. A menudo nos ayuda a liberar la tensión y
dar la bienvenida a nuestros cuerpos a una apertura y receptividad
más profundas. La flexibilidad no está solo en el cuerpo, Aiden. Está
en el alma.
¿Qué carajo?
Makanui asiente.
—Exactamente.
Sé que Ren y Frankie hacen su propia rutina de yoga todas las
mañanas, pero vamos, ¿la flexibilidad está en el alma? Además, no
puedo entender que voluntariamente comiences tu día sufriendo este
tipo de dolor. Miro suplicante a Axel con quien siento que puedo
contar para llamar a esto por lo que es, una tortura, pero él está
mirando el amanecer, con las manos detrás de la cabeza, luce feliz. Yo
también lo estaría si Makanui no me estuviera dando toda su
atención.
Makanui chasquea la lengua.
—Tu cuello también. Respira, Aiden. Respira.
—¡Estoy respirando!
—¡Sh! —dice Ryder, con los ojos cerrados—. Por una vez no quiero
estrangular a ninguno de ustedes, idiotas. Déjenme disfrutarlo.
Frunzo el ceño a Ryder, sorprendido por su expresión tranquila
mientras mantiene la pose que Makanui nos mostró. La pose que,
firmemente, dije que mi cuerpo no hacía.
Bueno. Makanui me demostró, dolorosamente, que estaba
equivocado.
Luego están Viggo y Oliver sin camisa y con sus pantalones cortos
para ciclismo a juego, haciendo lo que parece ser una competencia de
chaturanga, siguen los movimientos del flujo que Makanui nos
mostró, lo más rápido posible en un frenético desafío de yoga y
flexiones.
—¿No estás preocupado por esos dos? —pregunto, con la
esperanza de sacarme a Makanui de encima.
Niega con la cabeza.
—Algunos hombres siguen siendo niños. No se les puede ayudar.
Una risa salta de mí.
—Bastante justo.
Después de otro momento, Makanui decide que ya me hizo pasar
por suficiente. Hacemos la transición a otra secuencia de flujo en la
que logro entrar antes de pasar a un enfriamiento que es
sorprendentemente relajante. Tumbado boca arriba en postura
savasana, observo el amanecer resplandeciente y respiro
profundamente. Mi corazón no late con fuerza, mis pensamientos no
se sienten como si estuvieran resonando alrededor de mi cerebro
como una máquina de pinball y aunque sé que no durará, solo por un
momento, lo saboreo: la rara quietud en mi cabeza, la pesada calma
que cae sobre mis miembros y los ata a la terraza.
Makanui nos invita a sentarnos lentamente y concluir.
Namasté.
Me pongo de pie, me paso las manos por el pelo y estiro los brazos
sobre la cabeza. Me siento suelto por todas partes, incluida la pelvis.
Es una de esas partes en la que no sabía que tenían tanta tensión, pero
mientras lo pienso, con una sensación de malestar, probablemente
debería haberlo hecho.
Después de dar las gracias a Makanui, enrollamos nuestras
colchonetas de yoga.
—Buen trabajo, Aiden —dice Ren, palmeándome suavemente la
espalda—. Eventualmente te esforzaste.
—Gracias. No fue tan malo después de un tiempo. Bueno, está bien,
niños. Esto ha sido divertido…
—Guau, guau, guau —dice Oliver, envolviendo un brazo
alrededor de mi cuello, apesta y está empapado de sudor.
—Aléjate. —Lo empujo—. Estás empapado.
—¿Pensaste que tenías que hacer yoga y luego darlo por
terminado? —Viggo niega con la cabeza y suspira—. Aiden, Aiden,
Aiden, Aiden.
Ryder da un sorbo a su agua, ocultando sin éxito una sonrisa.
—¿Qué está pasando? —pregunto.
—Nosotros —dice Viggo, haciéndome girar para darle la espalda a
la casa—, estamos en una aventura para fortalecer los lazos entre
hermanos de todo el día.
Me detengo en seco, provocando una colisión de los hermanos
Bergman, estilo efecto dominó.
—Idiotas —se queja Ax desde atrás—. Estoy rodeado de idiotas.
Me giro y los enfrento.
—No soy su hermano. ¿No quieren hacer estas cosas, ya saben…
sin mí?
Todos cruzan los brazos sobre el pecho e inclinan la cabeza en la
misma dirección. Es más que raro y también… mierda, es un poco
entrañable.
—Así que, por eso, justo eso —dice Oliver—, es exactamente por lo
que necesitamos este día.
Viggo me inmoviliza con su mirada aguda.
—En algún momento del camino olvidaste que el día en que te
volviste de Freya, también te volviste nuestro.
Ah, hombre. Mis ojos se nublan con lágrimas. Miro hacia abajo a
mis pies y parpadeo para apartarlas mientras me aclaro la garganta.
—Entonces, para responder a tu pregunta —dice Ryder—. No. No
queremos hacer esto sin ti.
Ren sonríe.
—Hoy es para nosotros seis. Tiempo de hermanos.
—Estás en esto para siempre —me dice Axel—. No puedes actuar
como si, de alguna manera, estuvieras fuera de este jodido tiovivo
que es ser un Bergman. Si tengo que lidiar con esta locura, tú también.
Y antes de que pueda decir algo —ni siquiera sé lo que diría,
porque las palabras están atascadas en mi garganta, espesas por las
lágrimas— Viggo deja escapar un grito de Tarzán ensordecedor y sale
corriendo por el sendero arbolado junto a la casa.
Un suspiro de resignación sale de mi pecho.
—Se supone que debo seguirlo, ¿no?
—Sí —dicen todos.
Después de una pausa momentánea, tomo aire y mientras mi
propio bramido de Tarzán abandona mis pulmones, salgo tras él.
Capítulo 15
Aiden
Playlist: Olympians, Andrew Bird

—Me duele todo —se queja Oliver.


—Ahora entiendes como me he estado sintiendo desde que
Makanui me hizo trabajar la ingle como un sargento instructor. —Le
lanzo un malvavisco a Oliver, rebota en su pecho, pero él lo atrapa y
se lo mete en la boca.
Mastica, luego traga, Oliver estira el cuello y mira hacia arriba
mientras la luz del día se desvanece, un cielo de acuarela pintado a
colores de nomeolvides; azul, mandarina y lavanda.
—Sin embargo, a veces vale la pena sufrir como en el infierno —
dice—. Si es el tipo correcto de dolor como el de entrenamiento de
acondicionamiento. Apesta, pero no estaría listo para el juego ni
mejoraría en el fútbol si no hiciera carreras hasta vomitar y levantara
pesas regularmente, lo que siempre odiaré.
—Eso es cierto. —Ryder levanta su termo—. Bueno, excepto que
me gustan las pesas y correr, pero en cuanto a tu punto, sí, el dolor
puede tener un propósito.
Las llamas estallan y crujen, nos acercamos a la fogata y nos
acurrucamos contra la oscuridad inminente. Miro a los hermanos
Bergman mientras una brisa marina azota a nuestro alrededor. Axel
mira pensativamente el fuego; Ren sonríe mientras mastica un s'more;
Ryder está perdido en sus pensamientos, atizando el fuego; Oliver
observa el cielo; y, los ojos pálidos de Viggo, rasgo de un Bergman,
están fijos en mí.
—¿Cómo estás, Aiden? —pregunta.
Me recuesto en la silla, apoyando un pie en mi rodilla.
—Adolorido como el demonio, a causa del ciclismo de montaña, la
natación y la dinámica de caída de confianza.
—Todavía estoy enojado por eso —se queja Oliver.
La boca de Viggo se tuerce mientras lucha contra una sonrisa.
—Perdí la atención, un pájaro hizo un ruido y sabes lo distraído
que soy.
—Oh, por supuesto que lo sé, también mi trasero magullado por
caer como un saco de papas al suelo, en lugar de ser atrapado. —
Oliver frunce el ceño—. No puedo creer que te haya confiado este
invaluable cuerpo de gloria futbolística.
A Ryder se le escapa una carcajada, luego endereza su expresión.
—Lo siento. Lo lamento. Viggo, eso fue una mierda.
Viggo no está prestando atención.
—Quiero escuchar a Aiden.
Uno por uno, sus ojos se fijan en mí.
—Te lo dije, estoy adolorido. Por lo demás, estoy… estoy bien y
eh… —Aparto la mirada y me trago la emoción inesperada que me
aprieta la garganta—. Este ha sido un buen día. Así que… sí. Gracias.
Ren se inclina hacia delante y me da una palmadita en la rodilla.
—Bueno. Te amamos, Aiden.
Un eco fraternal me envuelve y me hace imposible no devolverles
la sonrisa. Ryder me da una palmada en la espalda mientras Oliver
gira en su silla, luego pone sus pies en mi regazo.
—Hombre, qué asco. —Los empujo—. Demasiado lejos.
Oliver aúlla.
—¡Estoy tan adolorido! Solo necesito un lugar para estirar las
piernas que no me queme las plantas de los pies.
—El drama —dice Viggo, pone los ojos en blanco, pero se acerca y
levanta las piernas de Oliver, luego lo gira hasta que sus pies
descansan sobre sus muslos—. Entonces, hablemos de estrategia.
Parpadeo hacia él.
—¿Disculpa?
Los hermanos intercambian miradas antes de que Viggo comience
a contar con los dedos.
—Estaban discutiendo en el océano. Un gran no, no. No discutas
con Freya cuando está enojada. Deja que se desahogue.
Mi ojo izquierdo tiembla, lo presiono con el dedo.
—Por favor, dame más lecciones sobre mi esposa de casi diez años.
—Énfasis en casi —dice—. No nos anticipemos.
Contemplo lo bien que se sentiría estrangularlo.
—Siguiente. —Viggo levanta otro dedo—. Sigues siendo un imbécil
arrogante al que no se le puede enseñar. ¿Alguna vez se te ocurrió
que, tal vez, solo porque Freya haya soportado cierta dinámica
durante nueve años, no quiere decir que alguna vez se sintió
emocionada al respecto? Tal vez solo quiere que te calles y la escuches.
—Como una tetera —dice Oliver, como si impartiera profunda
sabiduría—. En lugar de hacerla silbar, simplemente levanta la tapa
y deja que… salga el vapor.
Ryder resopla.
—Creo que lo que quiere decir Oliver —dice Ren
diplomáticamente—, es que ponerse a la defensiva con Freya cuando
tiene emociones y pensamientos que expresar no es lo mejor para ti.
Será contraproducente. Es mejor escucharla sin discutir punto por
punto.
—Sí —dice Oliver—. Eso.
Viggo lanza a sus hermanos una mirada fulminante.
—¿Me permiten? Ya que soy el único aquí que pasa una cantidad
decente de tiempo leyendo libros que están, literalmente, diseñados
para que los hombres entendamos la perspectiva romántica
femenina.
Los chicos levantan la mano.
—Nicholas Sparks tiene el micrófono —dice Ryder.
Viggo exhala profundamente y cierra los ojos como si tratara de
disuadirse de usar la violencia. Sus ojos se abren de golpe, luego se
fijan en mí, penetrantes y pálidos.
—El golpe en las bolas que te dio Ollie te hizo ganar algunos
puntos, pero claramente tenemos que trabajar en otra cosa. Algo que
la haga sentir…
—Amada —ofrece Ren—. Amada por ti. ¿Hay algo especial que no
puede hacer muy a menudo? ¿Algo significativo que ella no haya
hecho en mucho tiempo, que podrías ofrecerle como un gesto? Le
demostraría que estás pensando en ella y en lo que la hace sentir
amada, no tu idea de mostrar amor.
Tamborileo con los dedos sobre el brazo de la silla.
—La llevé a una cita para tomar un helado, justo como en nuestra
primera cita. Le gustó eso.
Vigo asiente.
—Bien, eso es inteligente. Trazar paralelismos como cuando se
enamoraron. Excelente. Entonces, ¿cómo estuvo?
Me desinflo.
—Vaya. Bueno… Tuvo un buen inicio, pero terminó muy mal.
Viggo suspira y entierra su rostro entre las manos.
—Está bien, entonces es demasiado pronto para otra cita —dice
Ryder—. Ella necesita un amortiguador. Algo para limpiar
mentalmente su memoria RAM.
—¿Karaoke? —indico—. No ha cantado en mucho tiempo.
Todos inhalan profundamente.
—Mierda —exhala Ryder—. Eso es malo.
—Definitivamente malo —dice Axel—. Esa mujer nunca dejaba de
cantar y tararear. ¡El tarareo! —Claramente, esto es un agravio de la
infancia que no entiendo, porque parece que Axel está reviviendo la
tortura—. Si no está cantando esto es serio.
—No me están ayudando a sentirme mejor —murmuro.
Viggo niega con la cabeza.
—No es nuestro trabajo. Nuestro trabajo es ayudarte a no estropear
esto más de lo que ya lo has hecho. Volvamos al inicio. Necesito saber
dónde estás mentalmente. ¿Cómo va la lectura del libro?
Trago nerviosamente.
—¿Te refieres al que me diste?
—Sí —dice, suena como si estuviera pidiendo la paciencia de un
santo—. El libro que te di. En el que el tipo la está jodiendo
épicamente por compartimentar sus sentimientos y espera a cambio
la intimidad de su esposa.
—Hum. —Siento mis mejillas calentarse ligeramente, miro a mi
alrededor—. Está… bien, hasta el momento.
Vigo asiente.
—Continúa.
—¿Qué es esto, tengo que presentar un informe del libro?
—Tranquilízate —dice Ryder—. Solo está tratando de ayudar.
Cierto, pero la presión y la expectativa, que me abrumaron la noche
en que Viggo me arrojó el libro, de repente se sienten como si me
estuvieran triturando el pecho.
Entre todos, es Axel quien irrumpe en el momento más inesperado
y me permite respirar.
—En realidad ya estoy leyendo otro de ella —revela Axel.
Viggo parpadea hacia Axel como si estuviera haciendo un
cortocircuito.
—Lo siento, ¿tú qué? ¿En realidad lo leíste?
—Sigues metiéndolos en mi maleta cada vez que te visito, ¿qué más
se supone que debo hacer, abrir una librería romántica en Seattle? —
Ax olfatea y se hurga las uñas—. Empecé uno sobre un tipo que es
adicto al trabajo. Aiden debería leer ese.
Estrecho los ojos.
—Gracias por el amor fraternal.
—Solo digo que probablemente encontrarías útiles algunos
consejos. Hasta ahora he sabido que se cree incapaz de amar, pero la
autora ha comenzado a presagiar que dice que es incapaz de amar
porque en realidad se enfrentó a un doloroso rechazo anterior y, por
lo tanto, evita que cualquier otra persona tenga la oportunidad de
hacerlo sentir que no puede ser amado nuevamente.
Bueno, mierda. Mi pecho se aprieta mientras trato de respirar
profundamente. Las palabras de Axel traen de vuelta el dolor
cortante que sentí cuando Freya me dijo que me fuera, el pánico que
se apoderó de mí cuando salió de la casa no hace mucho tiempo. ¿No
es eso lo que todos sienten? ¿Miedo a ser abandonados? ¿A no ser
amados?
No a todos los abandonó su padre. No todos se han cuestionado cuán
amados son, si su propia carne y sangre no se molesta en quedarse.
Quizás lea ese libro que tiene Axel. Después de que sobreviva al
que estoy leyendo actualmente.
Ryder bebe a sorbos de su termo y frunce el ceño en actitud
pensativa.
—Entonces, ¿cómo aprende su lección? ¿Cómo crece? Ese es el
punto de una historia, ¿cómo evoluciona el personaje?
—No lo he leído, pero sabiendo que es un romance, supongo que
aprende la lección cuando se enamora —dice Ren, entregándole a
Ryder un s'more.
—Oye. —Oliver hace pucheros—. Yo también quiero un s'more.
Ren sonríe.
—Ya voy, Ollie.
—Así que. —Ryder le da un codazo a Axel—. Lo que dijo Ren, ¿es
eso lo que sucede?
—No he llegado tan lejos —dice Ax—. Pero imagino que tendrá
algo que ver con una mujer que aparece y se infiltra en su cerebro
hasta que todo lo que hace es pensar en ella, preocuparse por ella,
dibujarla, soñar con ella, hasta que se siente miserable y sus
ordenados planes para disfrutar de una soltería larga y sin incidentes
están completamente patas arriba. —Axel mira fijamente el fuego y
murmura sombríamente—: En otras palabras, se produce un caos
desenfrenado.
Un silencio espeso y pesado se cierne entre los hermanos mientras
intercambian miradas alrededor de Axel.
Hasta que Ren dice alegremente:
—Pero al menos es un caos romántico desenfrenado.
Viggo parpadea desconcertado hacia su hermano mayor.
—Axel, estoy tan orgulloso de ti.
—Voy a tirar ese libro al fuego —se queja Ax.
—¡Disculpa! —grita Viggo.
—No —dice Axel, más para sí mismo que para cualquier otra
persona—. Se lo daré a Aiden. Es una mejor decisión, lo necesita.
—Parece como que tú lo necesitas —murmura Ryder.
Axel no dice nada mientras mira fijamente el fuego.
Entonces la atención de Viggo vuelve a mí.
—Bien. Tenemos toda la emoción de la que Ax está dispuesto a
desprenderse durante el mes. Entonces, volvamos a ti, Aiden.
—Voy a ser honesto, no he llegado muy lejos.
—Léelo —dice Viggo—. Porque hasta ahora, no estás inspirando
mi optimismo.
Oliver mastica su s'more fresco.
—Freya está por los suelos. Realmente por los suelos. ¿Qué hiciste
antes de que salieran? Está peor de lo que estaba en el restaurante.
La vergüenza se desliza por mis venas. Froto mi frente.
—Lo arruiné.
—No me jodas —dice Ryder en torno a su propio s'more—. ¿Pero
cómo?
—Por el amor de Dios, nada de detalles gráficos —advierte Axel.
No sé si es porque estoy exhausto por lo activos que hemos estado
durante las últimas doce horas, siendo forzados a tener vínculos
extraños todo el día o porque después de hablar con tanta gente,
durante tanto tiempo, mi filtro simplemente desaparece, pero le digo
la verdad.
—Estaba haciendo un gran trabajo seduciéndola, cuando sonó mi
teléfono y atendí el mensaje, inmediatamente.
Sus mandíbulas caen.
Oliver se retuerce.
—¡Aj! No quiero imaginarme eso. ¡Aj, puaj!
Viggo lo golpea en la cabeza.
—Ya no estás en la escuela secundaria, Oliver. Jesús.
—Atendiste un mensaje telefónico —dice Ren, con el horror
pintando su rostro—, mientras estabas… ¡Cristo, Aiden! Eso es…
—Horrible —dice Ryder, parpadeando hacia mí con incredulidad.
Axel niega con la cabeza, su boca es un corte sombrío de
desaprobación.
—Dije que lo sentía —murmuro miserablemente—. Muchas veces.
—Sí —suspira Viggo, frotándose las sienes—. Entonces, lo siento no
va a arreglarlo y lo sabes. Las mujeres necesitan que se les demuestre
que son deseables. La hiciste sentir como plato de segunda mesa. La
pusiste en una posición increíblemente vulnerable y luego la
abandonaste.
—Yo no la abandoné —digo a la defensiva—. Freya sabe que la
encuentro deseable.
—¿Cómo? —pregunta Ren—. No por lo que hiciste y eso es lo que
cuenta.
Tiene razón. Simplemente no tengo idea de qué más hacer excepto
no hacerlo de nuevo.
—En serio —dice Viggo, sacándome de mis pensamientos—. ¿Por
qué te decimos esto, cuando literalmente me ayudaste a planear mi
primera cita, cuando le diste a Ren el coraje para invitar a la persona
que le gustaba de la secundaria al baile de graduación? ¿Qué te ha
pasado? Tienes treinta y seis años. Nos has dado a todos ideas de
gestos románticos y para las citas.
—A mí no —señala Axel, como si fuera una insignia de honor.
Lo miro.
—Aiden es un experto en la seducción —explica Ryder—. Podría
bajarle las bragas a una monja con puro encanto. Eso es lo que nos
enseñó. Humillarse para pedir perdón, sin embargo, no está en su
repertorio.
Viggo me mira, entrecerrando los ojos.
—Espera. Espera. —Se inclina—. Mierda. Nunca te has humillado.
Mis mejillas se calientan.
—¿Cómo? —pregunta Oliver—. ¿Cómo es que nunca te has
humillado?
—Porque antes de Freya no valía la pena humillarse por nadie —
murmuro.
Ryder pestañea sugerentemente y en tono burlón dice:
—¡Ah!
—Te voy a dar un puñetazo en la polla —le digo.
Viggo nos ignora.
—De acuerdo. Tienes que humillarte, legítimamente arrastrarte.
Honestamente, no puedo creer que esté pasando mis vacaciones en
Hawái salvando tu lamentable trasero.
—¡No pedí tu ayuda! De hecho, recuerdo haber dicho,
explícitamente, hace solo unas semanas, cuánto no quería tu ayuda.
Sin embargo, aquí estamos.
—Concéntrate —dice Viggo, aplaudiendo y sin prestarme
atención—. Lo primero es lo primero. A partir de ahora, Aiden, tu
teléfono no se quedará en la misma habitación que Freya cuando
estén… —Se estremece—. Cuando estén juntos en eso.
—Pero, con mi trabajo…
—Aiden —dice Ren, inclinándose, con los codos en las rodillas—.
Creo que todos entendemos mejor, ahora, cuán apremiante es tu
trabajo para ti en este momento. No lo entendíamos antes y solo
puedo imaginar que tratar de desarrollar, sea lo que sea, esta aventura
comercial mientras tu matrimonio está tenso es… bueno, mucho.
Demasiado. Entonces, por ahora, tendrás que tomar una decisión:
dedicar tu energía a compensar a Freya o seguir tratando de cubrirte
las espaldas, dividiendo tu tiempo.
—Y creo que hemos visto lo bien que ha ido —dice Ryder
levantando las cejas.
Axel se mueve y me mira.
—Tienes un socio en esto, ¿verdad? Ese tipo que estaba haciendo
estallar tu teléfono en casa de Ren. ¿Por qué no puede cubrirte
durante una semana?
Mis piernas comienzan a rebotar nerviosamente. Teóricamente,
Dan podría, pero… ¿y si estropeara algo mientras yo estoy fuera de la
red? ¿Qué pasa si todo por lo que he trabajado se arruina?
—Si confías lo suficiente en este tipo para colaborar —dice Ryder
como si hubiera leído mis pensamientos—, deberías confiar en que
no implosionará tu trabajo mientras no estés disponible durante unos
días. De hecho, me parece recordar que este mismo razonamiento se
utilizó para una situación altamente manipuladora, cuando eras mi
profesor y el de Willa.
—Espera, ¿qué? —pregunta Oliver.
Ryder niega con la cabeza hacia mí.
—Dijiste que los socios comerciales deben ser firmes, confiados y
estar en sintonía y luego usaste eso para forzarnos, a Willa y a mí, a
participar en una excursión de formación de equipos, también
conocida como «la caminata por la cascada que vivirá en la infamia».
Tuve las bolas azules durante jodidos meses después de eso.
Ren frunce el ceño.
—¿Pero no fue ese un buen día? ¿No te diste cuenta de que te
estabas enamorando de ella después de ese viaje?
Ryder le da a Ren una mirada de soslayo.
—Sí —dice lentamente—, pero ese no es mi punto.
—Entonces, ¿por qué no llegas a eso? —dice Axel rotundamente,
frotándose los ojos como si estuviera listo para que termine este circo.
Ya somos dos.
—Mi punto —dice Ryder concisamente—, es que Aiden predica el
evangelio de confiar en las sociedades comerciales y, a menos que
quiera exponerse como un maldito y gigante hipócrita, es mejor que
siga su propio consejo, confíe en su socio y dedique el resto de sus
vacaciones a su matrimonio en ruinas, en lugar de microgestionar la
empresa comercial en la que está trabajando.
—Maldición —dice Oliver.
Odio que tenga razón. Me guardo el teléfono en el bolsillo.
La mirada de Viggo sigue mi movimiento, luego se estrecha. Sus
dedos tamborilean a sus costados.
—De acuerdo. Así que estamos de acuerdo. Aiden necesita
deshacerse del teléfono, humillarse por Freya y seguir leyendo ese
libro romántico —me dice directamente—. Piensa largo y tendido
sobre lo que ella está tratando de meterte en la cabeza.
—Largo y tendido. —Oliver sonríe—. Y meterte. Je. Esa es la
ventaja de una novela romántica, sin duda.
Ren tose mientras sus mejillas se sonrojan. Ryder resopla.
—Espera, ¿qué? —pregunto—. ¿De qué estás hablando?
Ax suspira.
—Libro de erecciones, amigo.
—¿Libro de qué?
¿Un libro podría ponerme duro? ¿Qué es esta hechicería?
Viggo apaga el fuego.
—Ya lo verás, Aiden. Sigue leyendo y verás.
Ryder maldice de repente, mirando su teléfono.
—¿Qué? —preguntamos todos.
Acerca su teléfono contra su pecho y se aclara la garganta, aparece
un toque de rosa en sus mejillas por encima de su barba.
—Nada. Quiero decir, es algo, pero ninguno de ustedes debe verlo.
Ren arruga la nariz.
—¿De qué estás hablando?
—Eres tan ingenuo —dice Viggo—. Ella le envió una Nude.
Ryder ni confirma ni niega.
—Las mujeres están recibiendo masajes —dice, tocando su teléfono
con los dedos—. Luego beberán algo y cenarán más tarde. Creo que
deberíamos limpiar y luego prepararnos para una noche con las
chicas.
Gimo. Estoy tan malditamente cansado, la idea de salir suena
miserable. Luces brillantes, espacio lleno de gente, música a todo
volumen…
Espera.
Se enciende una bombilla y voy en busca de mi teléfono.
—¿Qué estás haciendo? —pregunta Oliver.
Mi búsqueda en Internet muestra dos lugares con karaoke, pero solo
uno con una banda en vivo. A Freya le encantará. Lo envío por
AirDrop al teléfono de Ryder y sus cejas se levantan cuando abre su
navegador.
—Mírate, Aiden.
Puedo imaginármela. La sonrisa en su rostro cuando canta, la
forma en que sus mejillas se sonrojan y su piel brilla y simplemente
cobra vida. Aunque yo solo sea una mosca en la pared fuera de su
vista, verla cantar, verla feliz será suficiente.
Viggo se estira y ve mi teléfono.
—¿Karaoke? ¿Las estás enviando allí? —Él acaricia mi mejilla—.
Mira, tienes remedio después de todo.
Empujo su mano.
—Muchas gracias.
—Díselo a Willa ahora —dice Ryder, con los pulgares volando—.
Se asegurará de que lleguen allí.
Ren pone una mano en mi hombro para tranquilizarme.
—Ya lo tienes. Hora del gran gesto número uno.
Todos me sonríen. Entonces me doy cuenta de lo que están
sugiriendo.
No voy a cantar frente a todos en el restaurante. Tengo una voz
decente, puedo tocar la guitarra bien, pero no haré el ridículo frente
a cientos de extraños.
—Chicos, no.
Viggo me agarra por la parte delantera de la camisa y me levanta.
—Humillarse, Aiden. Sí.
Capítulo 16
Freya
Playlist: Rolling In The Deep, The Ukuleles

Un gemido irreverente sale de Willa a través del soporte facial en


la camilla de masaje.
—Oye —se queja Frankie—. A algunas de nosotras nos gusta que
nos masajeen sin oír esos ruidos salvajes.
Willa se ríe.
—Lo. Siento. Estoy. Tan. Adolorida. No puedo evitarlo.
—Haz que Ryder te dé masajes —le digo.
—Uh —Willa suspira audiblemente mientras su masajista desliza
sus manos por su espalda engrasada—. Ryder es la razón por la que
estoy tan adolorida.
Ahora es mi turno de gemir.
Frankie se ríe.
—Si pudiera chocarte los cinco ahora mismo, lo haría.
—Quiero otra habitación —murmura Ziggy en su soporte facial—.
Una tranquila. ¿Y podrías por favor hacerlo más duro? —le pregunta
a su masajista—. Simplemente brutaliza mis músculos y luego manos
fuera mientras me doy vuelta. El toque suave me resulta incómodo.
Su masajista asiente.
—Absolutamente.
Tengo un pequeño momento en que me siento orgullosa de Ziggy
porque no la podía imaginar haciendo esto hace solo unos meses,
pero ahora tiene más confianza para expresar sus necesidades
sensoriales, si se trata de como ser tocada en un masaje o explicar lo
que necesita para que una salida en grupo funcione para ella.
—¿Aunque? —dice Frankie a su masajista.
El masajista, que trabaja sus hombros, sonríe irónicamente, como si
compartieran una broma.
—Mantendré mis manos fuera de tus caderas —dice—. O estarás
lista con una blasfemia involuntaria.
Frankie suspira de satisfacción mientras él desliza sus manos por
su cuello.
—Eres el mejor.
—¿Cómo lo sientes? —pregunta suavemente mi masajista.
—Bien, gracias —le digo—. Sigue haciendo lo que estás haciendo,
por favor.
Después de terminar nuestros masajes vespertinos, nos duchamos
y nos ponemos cómodos vestidos de verano, luego pedimos un Uber
para ir a cenar y tomar algo. Me siento apacible y relajada, tengo
muchas ganas de relajarme con auténtica comida hawaiana y un buen
cóctel, disfrutando de una vista frente al mar.
—Me siento tan relajada —dice Ziggy, moviendo sus extremidades
como Gumby mientras caminamos hacia el restaurante.
Willa se ríe.
—Me muero de hambre —dice Frankie—. Necesito comer una
hamburguesa, luego ir a la cama. Sé que dormí la siesta, pero el kayak
me agotó.
—Me agotó el sol —les digo—. Me siento radiactiva.
Ziggy toca su nariz.
—Sí. Me quemé con el sol.
Hicimos un viaje en kayak y snorkel esta mañana porque era algo
que nos interesaba a todas y no era demasiado pesado para el cuerpo
de Frankie. Luego regresamos, dormimos la siesta, bueno, todas las
demás durmieron la siesta, yo leí más de Persuasión y me empapé del
sol de la tarde, antes de hacer las maletas para nuestros masajes
vespertinos y la noche de chicas.
Fue un esfuerzo estratégico por parte de los hermanos para, ejem,
darles a nuestros padres la casa para ellos solos durante la mayor
parte del día. Estas son sus vacaciones de aniversario después de
todo.
Observo las altas antorchas de cobre del restaurante, que arden en
la noche y escucho el rugido del océano. Aquí hay una calidez sensual
e interminable en el aire y algo acerca de la isla, ya sea la amabilidad
de su gente, la abundancia de belleza natural, la luz del sol constante
o el océano impresionante me hace sentir viva, esperanzada.
¿Y ahora? La luz del fuego, las olas, las sombras, el aire cálido y
sensual, no puedo negar que también es increíblemente romántico.
Por supuesto, Aiden y yo estamos aquí en el punto más bajo de
nuestro matrimonio.
Suspiro.
—Entonces —dice Frankie, pone el bastón entre sus piernas y estira
los brazos a lo largo del respaldo de la silla—. Hablemos del elefante
en la habitación.
Ziggy mira hacia arriba desde su Kindle.
—¿Qué elefante? —Mira a su alrededor—. Vaya. Elefante
proverbial. Entiendo. Estoy escuchando.
Willa apoya los codos en las rodillas y ladea la cabeza, sus rizos
color caramelo bailan en la brisa marina, aprieta los ojos por la
preocupación. Frankie frunce el ceño suavemente, concentrada en mí
también y los nervios me aprietan el estómago. Una cosa es habérselo
dicho a mi mejor amiga, Mai, que conoce toda mi basura, pero otra es
abrirme a estas mujeres que solo conocen a la dura hermana mayor,
Freya, que tiene todas sus mierdas en orden.
—Oye —dice Willa suavemente, pone su mano sobre la mía y la
aprieta—. Sin presión. Tú nos dices cuándo y cómo es mejor para ti.
—¿Qué tal con alcohol? —dice Frankie, levantando una mano para
llamar a un camarero.
—No demasiado —dice Ziggy, mirando de nuevo su Kindle—.
Después de un masaje sudas mucho, por lo que necesitas rehidratarte.
Dos vasos de agua por cada bebida alcohólica.
—¡Uf! —dice Frankie—. Los niños de hoy en día. Tan responsables.
Ziggy sonríe, sigue leyendo y no dice nada más.
—Sí —admito—. Voy a necesitar un trago para esto.
Frankie llama al camarero notablemente rápido con un giro de su
dedo y una mirada magnética que le dirige a un camarero indefenso,
asegurándose de que también ordenemos algo de comida. En unos
pocos minutos, estamos tintineando Mai Tais y la limonada de Ziggy.
Nos acomodamos más profundamente en nuestras sillas bajas,
alrededor de una mesa circular igualmente baja, estiramos las piernas
y colectivamente suspiramos con satisfacción.
—Está bien —digo después de un largo trago de Mai Tai—. Aiden
y yo estamos en una mala racha. Voy a dejar a mamá y papá fuera de
esto por ahora, así que por favor mantengamos esto entre nosotras y
mis hermanos. No quiero estropear la celebración de mis padres.
Ziggy mira hacia arriba.
—¿Van a estar bien?
Tomo otro sorbo de mi Mai Tai.
—No lo sé, Ziggy.
Una cosa era sentir de forma abstracta, a lo largo de los meses, lo
distraído que estaba Aiden con el trabajo, pero otra, esa noche en la
cocina, experimentar visceralmente su rechazo. Su ausencia
emocional ha sido dolorosa, pero su presencia irreflexiva duele aún
más y esa herida sigue supurando.
—Lo siento —murmuro, secándome los ojos.
Willa pone su mano en mi espalda.
—No tengo nada que decir que arregle lo que estás pasando, pero
quiero que sepas que creo que eres valiente e impresionante. Siento
mucha admiración por el trabajo que conlleva mantener relaciones a
largo plazo. Desde que te conocí, te he admirado y a tu matrimonio
con Aiden y eso no ha cambiado al saber esto. En todo caso, te admiro
aún más.
—Gracias —le digo—. Ese «trabajo» de las relaciones a largo plazo,
como dijiste, creo que me estoy haciendo a la idea de lo profundo que
es. No se trata solo de comprometerse en dónde comprar una casa o
cuánto gastar en comida para llevar. Pensé que era un trabajo
superficial si encontrabas a la persona adecuada. Porque crecí viendo
la felicidad de mis padres y supuse que era fácil. ¿Tiene sentido? Y
eso se mantuvo, estar con Aiden se sintió fácil o al menos como un
trabajo feliz, del buen tipo, durante mucho tiempo. Hasta que… hasta
que ya no lo fue. Ahora es difícil. Todo el tiempo.
Frankie dice:
—Obviamente, no te conozco a ti ni a Aiden desde hace mucho
tiempo, pero Ren me dijo que cuando estuvieron en la cabaña nunca
había visto a Aiden tan abatido. Como alguien cuyas cosas personales
se interpusieron entre él y la persona que ama, puedo hablar del
hecho de que a veces las personas hacen un mal trabajo al mostrar
cuánto significan para ellos las personas que aman. No es una excusa,
solo un recordatorio. Creo que tu esposo te ama profundamente, pero
espero que haga un mejor trabajo al mostrártelo. Mereces más.
—Gracias Frankie —susurro.
Ziggy se acerca y me abraza fuerte.
—Resiste, Frey. Te amo.
Aprieto su espalda, trago un nudo de lágrimas en mi garganta
mientras nos separamos.
—Gracias. Yo también te amo.
—Estos hombres —murmura Frankie alrededor de su pajilla—.
Hacen que nos enamoremos de ellos. Arruinan nuestros grandes
planes de soltería. Alborotadores.
Me hace reír.
—Menos mal que tiene un pene increíble —dice Willa.
—¡Ay! —Ziggy se tapa los oídos con las manos—. Para. Qué asco.
—Inaceptable —gimo, hago una mueca y trago mucho más Mai
Tai.
—Mis disculpas —dice Willa—. Está bien, no más charlas de chicos.
Ahora es el momento de emborracharnos y cantar karaoke.
—¿Qué? —Mis ojos se abren—. ¿Karaoke?
Frankie inclina la cabeza y da un sorbo a su Mai Tai.
—Un pajarito llamado Aiden nos dijo que te encanta el karaoke en
vivo.
Mi corazón se aprieta.
—¿Te dijo eso?
—Bueno, le dijo a Ryder que me lo dijera —dice Willa—. Y se lo
dije a Frankie y Ziggy. Luego las obligué a venir aquí. Entonces, de
forma indirecta, sí.
Observo con nerviosismo a la banda que se prepara, el micrófono
esperando que alguien lo arranque del soporte y lo llene con su voz.
La Freya que se precipitaba a subir allí y cantaba cualquier cosa se
siente como un fantasma de una vida anterior. Al darme cuenta de
eso, la tristeza tira de los bordes de mi corazón.
—No he cantado en… meses. No he karaokeado en años.
—Bueno, arreglemos eso —dice Willa—. Empezando con una
ronda de tragos.
Ziggy suspira y levanta las rodillas.
—Al menos traje mi Kindle.
Cuando Ryder era pequeño, estaba fascinado con la vida silvestre.
Íbamos a la biblioteca y me hacía leer libro tras libro sobre monos,
ganado, mariposas y pájaros. Aprendí sobre patrones de
apareamiento y migración, sobre qué animal era el más grande y cuál
era el más pequeño. Aprendí mucho, leyéndole. Pero lo que recuerdo
más vívidamente fue aprender sobre los instintos de los animales
para moverse hacia la seguridad, antes de que los humanos tengan la
menor idea de que se avecina una catástrofe.
No existe una ciencia sólida que lo demuestre, pero la teoría es que
los animales sienten las vibraciones de la tierra incluso antes de que
se produzca un terremoto, que cuando los sistemas de presión
cambian y se avecinan tormentas violentas lo sienten en el aire, por lo
que buscan refugio y terrenos más altos. Pensé que la sabiduría de los
animales para anticipar la calamidad, antes de que los humanos
viejos y tontos tuvieran una idea de que su mundo está a punto de
invertirse, era increíble.
Pero esta noche, ahora mismo, me siento como uno de esos
animales: mis sentidos se afinan, mi percepción se agudiza. Tal vez
sea porque tengo ese nivel perfecto de borrachera, antes de que las
palabras se aplasten y las extremidades se vuelvan perezosas. Estoy
tranquila, pero consciente; relajada, pero centrada y algo en el aire
cambia mientras tomo un sorbo de mi bebida y veo que la banda
termina de prepararse.
—Vaya —dice Ziggy, bajando su Kindle—. No entendí que tenían
una banda en vivo. Eso es mucho mejor que esas versiones
pregrabadas. —Después de un tiempo, murmura—: El baterista es
lindo.
Frankie mueve las cejas.
—Los chicos malos, ¿verdad?
Ziggy se sonroja espectacularmente.
—Creo que me gustan los tatuajes.
—Eres una mujer —dice Willa sabiamente—. Por supuesto que te
gustan los tatuajes. Está en nuestro ADN.
—¿Eh? —Ziggy arruga la nariz—. ¿Cómo?
—Quiero decir —Willa toma un sorbo de su Mai Tai—. No
literalmente, estoy estirando la verdad porque Rooney no está aquí
para criticarme por mi inexactitud científica, pero es… —Se vuelve
suplicante hacia Frankie.
—Willa quiere decir —dice Frankie—, que no eres la primera mujer
que mira a un tipo así y se siente acalorada e inquieta. Los chicos con
tatuajes emiten una cierta sensación de peligro e intensidad y hay una
parte animal de nuestro cerebro a la que le gusta eso. Aunque, te diré,
no juzgues un libro por su portada. A menudo, los que se ven más
toscos son, en secreto, grandes blandengues. —Sonríe y hace girar la
pajilla del cóctel—. Y los buenos chicos mojigatos son de los que hay
que tener cuidado.
Me muerdo el labio para tragarme mi enfático acuerdo. No quiero
dejar una cicatriz en Ziggy, pero recuerdo vívidamente la primera vez
que Aiden y yo tuvimos sexo, lo sorprendida que estaba cuando este
cerebrito con doctorado, impecablemente cortés y sin arrugas en la
ropa me volteó sobre el colchón, arrojó mi pierna sobre su hombro y
susurró la cosa más sucia que jamás había escuchado de un amante.
Ha sido lo más duro de mi vida hasta ahora. Después de eso no
hubo vuelta atrás.
Ziggy entrecierra los ojos.
—¿Es esto… Estamos hablando de…?
La sonrisa siniestra de Frankie se profundiza.
—Oh Dios mío. —Ziggy se hunde más en su silla y levanta su
Kindle—. Voy a vomitar.
—Escabroso, Frankie —dice Willa.
—¿Qué? Fui sutil. ¡Tú eres la que dijo que su hermano tenía un gran
pene!
Ziggy se pone de pie y deja caer el Kindle en su silla.
—Voy al baño a mojarme la cara que está ardiendo porque ustedes
dos, de alguna manera, tienen menos filtro que yo y cuando regrese,
no se harán más referencias a la anatomía de mis hermanos, ya no.
—Lo… lo siento, Ziggy —dice Willa, tratando de contener la risa.
Frankie hace un gesto con la mano.
—Sí, sí, capitán.
Mi atención hacia la conversación de Willa y Frankie se desvanece
cuando mi mirada recorre el restaurante de un ambiente. La noche
convierte el mundo en mágico, con luces brillantes y antorchas tiki
con cúpulas de cobre. El aire se siente más cálido, más dulce, lleno de
calor y flores nocturnas y cuando el bajista toca un acorde de prueba,
un escalofrío de emoción me recorre la columna vertebral.
Es fuerte y la amenaza del sonido silba a través de los parlantes,
brevemente, antes de cortarse. El bajista levanta la vista y sonríe a
modo de disculpa mientras la gente se sobresalta.
—Lo siento, amigos.
Mira alrededor del espacio mientras deja su bajo y cambia a un
ukelele que también prueba, antes de que sus ojos se detengan en mí.
Otra sacudida de conciencia recorre mi cuerpo. Un eco de algo que
no había sentido dirigido hacia mí en meses: puro interés animal.
«Hola», gesticula.
Le devuelvo una sonrisa cortés y con la boca cerrada, antes de
apartar la mirada y concentrarme en mi Poke bol.
—¿Alguien lo suficientemente valiente como para venir a
ayudarnos a revisar el resto con la voz? —pregunta en el micrófono.
Willa me clava su rodilla.
—Te está mirando. Vamos. Ve a por ello.
Bebo mi Mai Tai.
—No.
—¿Por qué no? —pregunta Frankie.
—Ese tipo me está mirando como si fuera la cena. No tengo ganas
de ser la comida principal.
—Ah, es inofensivo —dice Willa—. Tú misma dijiste que no has
cantado o hecho karaoke en mucho tiempo. Cantar te hace feliz, Freya.
¡Entonces, aprovecha esa alegría, ignora el coqueteo e inicia con la
banda!
El chico toca un acorde sensual.
—¿Nadie? —dice—. ¿Ni siquiera una bonita rubia con un vestido
rojo sangre?
El calor inunda mis mejillas. Pongo una mano sobre mi frente como
una visera, protegiéndome.
—Te dije que este vestido era una mala idea.
Willa mueve las cejas.
—Y te dije que ese vestido era la mejor idea. El rojo es pecaminoso
en ti.
—Es el escote. Las bubis —dice Frankie, haciendo un beso de chef—
. ¡Magnifique!
—Las voy a asesinar a ambas después de esto —murmuro, antes
de dejar caer mi mano y encontrarme con los ojos del tipo de nuevo.
Sonríe triunfalmente, cambiando su rasgueo a una conocida
canción de amor.
Hombres. La sutileza de un toro en una cacharrería.
—Ahí está ella —dice.
Me levanto y recojo mi cóctel, luego sigo mi camino hacia el frente.
Cuando estoy cerca, el tipo da un paso alrededor del micrófono y
me sonríe. Tiene más o menos mi altura y, de cerca, tengo que admitir
que es guapo. Cejas perforadas; ojos color avellana, afilados; piel
bronceada y cabello oscuro, enrollado en un moño a la altura de la
nuca y tatuajes que serpentean alrededor de su brazo derecho.
Pongo mi Mai Tai en la mesa más cercana con la mano izquierda.
Mi anillo capta la luz, atrayendo su atención.
Suspira.
—Las buenas siempre están casadas.
Se me escapa una sonrisa ahora que sé que estamos en un territorio
más cómodo.
—¿Fui obligada a subir aquí por mi estado civil o te di una vibra de
«ella tiene buena voz»?
Ríe.
—Tenía esperanzas en lo primero y confianza en lo segundo. Me
llamo Marc.
—Hola, Marc. Soy Freya, ¿cuál vamos a cantar?
—¿Qué cantas? —pregunta, rasgueando y dando un paso atrás.
—Cualquier cosa, en realidad.
—Hum. —Se muerde el labio—. Tu voz es ahumada. ¿Alto?
—No trato de presumir, pero mi voz va donde quiero. Así que no
te preocupes por mí.
Se ríe, echando la cabeza hacia atrás.
—Mierda, estoy en problemas. Está bien, Adele —dice,
guiñándome un ojo mientras lleva el ukelele a un rasgueo rápido—.
¿Estás lista?
—Sí.
Mientras sube el volumen y repite la introducción, agarro el
micrófono, lleno mis pulmones y canto la primera nota, cálida y rica
como la luz del sol saliendo de mi garganta. Las lágrimas pinchan mis
ojos cuando siento el poder en mi voz. Es un terremoto en mi pecho,
un aviso que me sacude desde el centro de mi cuerpo hacia afuera.
Nunca más me olvides así.
¿Cómo lo dejé escapar? ¿Cómo me volví tan insensible que enterré
esta necesidad de cantar como la necesidad de respirar, la necesidad
de sentir?
Sé, en algún rincón de mi mente, que adormecí mis sentimientos
cuando adormecí mi dolor. Porque no puedes elegir qué emociones
sientes: estás en contacto con ellas y las experimentas o no lo estás y
no lo haces. Y elegí el entumecimiento para sobrevivir al dolor que
me causa mi matrimonio.
Ya no. Mi corazón, su profundidad y salvajismo, no está destinado
a ser enterrado. Está destinado a impulsar mi vida, a alimentar mi
trabajo, mis relaciones, mi búsqueda de la alegría y recupero ese
poder a medida que cada nota atraviesa mis pulmones y el espacio
que me rodea. Me hago una promesa: no me volveré a abandonar así.
Nunca más negaré una parte vital de lo que soy.
Mientras Marc aumenta el tempo entra el resto de la banda, luego
se une a mí en una armonía. Cierro los ojos y canto el coro. Por
primera vez en mucho tiempo me siento viva.
Salvaje y bellamente viva.
Capítulo 17
Freya
Playlist: Whole Wide World – Unpeeled, Cage the Elephant

Zumbando adrenalina, me dejo caer en la silla, sin aliento y


sudorosa. Siento que la luz piloto, dentro de mí, está ardiendo una
vez más, caliente e incandescente mientras suspiro con alivio.
—Eso fue increíble —dice Willa, deslizando un nuevo cóctel en mi
dirección.
Le arranco la flor de hibisco, lamo el tallo antes de colocarlo detrás
de mi oreja.
—Gracias. Se sintió increíble.
—Lo hiciste muy bien, hermana.
Al reconocer la voz de mi hermano menor, respondo
automáticamente:
—Gracias, Ollie. —Luego miro dos veces al rubio de piernas largas
que está a mi lado—. ¿Ollie?
Mi cabeza se levanta de golpe, mi enfoque se amplía como un zoom
panorámico mientras observo dos figuras anchas apoyadas contra la
columna al lado de nuestra mesa. Ryder y Ren.
Miro detrás de mí, Axel. A mi derecha, Viggo sonríe.
—Hola, hermana.
—Hola —digo con cuidado, mirando entre todos ellos—. ¿Qué
están haciendo aquí?
Oliver se inclina a mi lado y toma un bocado de cerdo ahumado.
—Escuché que había una banda de karaoke en vivo.
—Así que pensamos en pasar —dice Viggo.
Miro a Ren, puro de corazón, terrible para mentir, pero él está
mirando fijamente a Frankie, cuya lengua le está haciendo cosas a su
pajilla de Mai Tai que hacen que incluso yo me sonroje.
Ryder es imposible de leer. Axel también. Maldita sea.
—¿Dónde está Aiden? —pregunto.
Ax saca una mano de su bolsillo y señala hacia la banda de karaoke.
—Allí.
Mi cabeza se mueve hacia el frente tan rápido que algo en mi cuello
revienta y luego me quema.
Santa. Mierda.
Aiden toma una guitarra eléctrica de Marc, la luz de las antorchas
pinta su cabello oscuro con motas de oro, deslizándose por su perfil
fuerte. Las camisas de manga cortan nunca se han visto bien en una
sola alma, excepto en él y esta noche no es la excepción. Es un azul
batista, una de mis favoritas porque hace que sus vibrantes ojos azul
marino sean aún más azules. Suave y gastada, está abrochada de
manera casual y se tensa contra los músculos de su brazo cuando
levanta la correa del bajo y la desliza sobre su hombro.
Pantalones cortos de color caqui. Piernas largas y bronceadas,
salpicadas de pelo oscuro. Recuerdo la sensación rozando las mías
anoche en la cama, la chispa de anhelo que me atravesó cuando se dio
la vuelta y suspiró en sueños.
Cuando sus dedos se deslizan por las cuerdas, cruzo las piernas por
el dolor que siento entre ellas.
Estoy borracha. Eso tiene que ser.
—Estoy viendo cosas —murmuro.
—¿Por qué dices eso? —pregunta Ryder casualmente. En algún
lugar de mi pánico silencioso cuando vi a Aiden, Ryder terminó junto
a Willa en su silla, su dedo jugando ociosamente con uno de sus rizos.
—Porque Aiden puede dar una conferencia frente a once mil
personas sobre prácticas comerciales progresistas y microcréditos,
pero la última vez que traté de arrastrarlo para cantar karaoke
conmigo, prácticamente se salió de su piel. Es inseguro de sí mismo,
actuando frente a otras personas.
A pesar de que tiene una voz hermosa y cuando toca la guitarra,
siento que veo una parte de él que solo sale cuando compartimos
música.
Viggo apoya su trasero en el respaldo de mi silla y arregla el hibisco
en mi cabello.
—¿Cuándo pasó eso?
Trago saliva, mis ojos bailan hacia el frente de la sala donde Aiden
está de espaldas a nosotros, hablando con la banda.
—Hace años.
—Hum —dice Viggo—. Eso es un largo tiempo. Tal vez haya
superado ese miedo.
—O tal vez… —Oliver levanta la vista de mi Poke bol, que robó y
da otro mordisco—. Tal vez todavía tiene miedo escénico y está hecho
un manojo de nervios, pero lo está haciendo de todos modos.
—¿Por qué haría eso?
Viggo inclina la cabeza.
—Me pregunto.
Los acordes rítmicos bajos de una canción que sé que sé, pero aún
no reconozco, cortan el aire. Miro hacia arriba justo cuando la voz de
Aiden golpea el micrófono y nuestros ojos se encuentran, dos cables
vivos conectados una vez más, formando un arco en una banda de
corriente creciente. La sensación visceral de que puedo sentir a Aiden
de nuevo: sus nervios, su intensidad, su amor; estalla, al rojo vivo y
crepitante, un tiro directo a través de esa conexión que se dispara
debajo de mi piel.
Tiene una voz hermosa, rica y baja, un poco grave. Cuando
salíamos y cuando recién nos casamos, solía tontear con su guitarra y
cantábamos durante horas. Cuando no teníamos dinero para salir,
solo una casa para arreglar que se derrumbaba a nuestro alrededor,
dos gatos rescatados y todo el tiempo del mundo para nosotros dos,
terminábamos los proyectos, luego nos sentábamos en el patio
trasero, invadido con flores silvestres y un limonero repleto de frutos
amarillos como el sol.
Hice tanta limonada que nos salieron llagas en la boca.
Y Aiden cantaba esta canción.
La reconozco cuando entra el baterista, mi corazón late igual de
fuerte y rápido. Los ojos de Aiden sostienen los míos mientras
rasguea y toca de memoria. Y cuando toca el coro, cantando una
promesa de que nada le impedirá encontrar a la mujer que ama,
siento que la tierra se hunde debajo de mí.
Todo menos Aiden desaparece. El mundo se vuelve suave y
desenfocado, un borrón de cielo nocturno y viento cálido y luz de
antorchas. Cada respiración que tomo es caliente y aguda, teñida de
lágrimas. Se siente como el dolor de lo que está roto volviendo a
tejerse, lentamente. Duele como el primer paso tierno y aterrador
hacia la curación.
Los ojos de Aiden todavía sostienen los míos mientras la sonrisa
más suave se dibuja en su boca.
Le devuelvo la sonrisa y un pequeño capullo de esperanza florece
en mi pecho.

La canción termina, pero reverbera a través de mi cuerpo mientras


los ojos de Aiden permanecen fijos en los míos, incluso cuando
levanta la correa de la guitarra de su hombro y se la entrega a Marc.
Frente a una densa concurrencia de personas que se ha agrupado para
estar cerca de la banda, algunas mujeres se inclinan hacia él con
interés, Aiden mira hacia abajo solo momentáneamente para
esquivarlas. Espero que vean el grueso anillo de matrimonio en su
mano. Espero que sepan que es mío.
Mío. La intensidad de mi reacción me pone nerviosa y mi estómago
se precipita cuando un recuerdo llena mis pensamientos: la
vendedora ignorándome, coqueteando descaradamente con él.
Mientras él estaba comprando anillos de boda, porque todo el mundo
coquetea con Aiden. Es mi cruz para cargar, casarme con un hombre
hermoso y encantador.
—¿Qué puedo ayudarte a encontrar hoy? —preguntó ella.
Batió sus pestañas y se apoyó en el exhibidor de joyas, pero Aiden estaba
mirando los anillos debajo del vidrio. No levantó la vista ni una sola vez, su
mano sosteniendo la mía, su pulgar se deslizaba en círculos lentos en el
centro de mi palma. Un hábito que lo calmaba tanto como a mí.
—Algo —dijo—, que grite «apartados».
Eligió un anillo ancho y plano. Un anillo que mis ojos encuentran
ahora, de oro blanco cepillado, rígido contra su piel bronceada y
desgastada por el trabajo, destellando en las cálidas luces mientras los
dedos de Aiden se deslizan por su cabello, empujando ondas
empapadas de sudor de su frente. Desde aquí puedo ver que le
tiemblan las manos.
Estaba nervioso por cantar frente a toda esa gente, pero lo hizo de
todos modos. Por mí.
—Lo presionaste —le digo a Viggo, aunque mis ojos sostienen los
de Aiden.
En el borde de mi visión, veo a Viggo levantar las manos.
—Él es el que subió allí…
—Pero le dijiste que debería hacerlo. Todos ustedes lo hicieron,
estoy segura. —La protección se apodera de mí. Quiero agarrar a mis
hermanos y golpear sus cabezas duras hasta que finalmente me
escuchen cuando les digo que mantengan sus narices fuera de mis
asuntos—. No tiene que enfermar del estómago para mostrarme lo
que significo para él.
Viggo se cruza de brazos y frunce el ceño.
—Nadie lo obligó a hacer nada.
No le respondo. Observo a Aiden, cuyos ojos sostienen los míos
mientras se abre camino hacia mí, abriéndose paso entre la multitud
que se acalla cuando Marc toca el ukelele e interpreta una melodía de
reggae. Mi corazón late al ritmo del baterista mientras Aiden se acerca
como un gran felino acechando entre la hierba de la jungla y cuando
está a solo unos metros de distancia, me levanto de la silla y doy un
paso instintivo hacia atrás, preparada para que se estrelle contra mí.
Excepto que cuando lo hace, es gentil, moderado. Una ola de altura
sobrecogedora que rompe inesperadamente en una cresta suave y
relajante.
—Freya —dice en voz baja. Sus manos ásperas e inestables toman
mi rostro mientras su cuerpo roza el mío. El beso más suave barre mis
labios, cálido y suave, el susurro de hojas de menta y ron. Es
reverente. Cuidadoso. Como nuestro primer beso, que aún recuerdo
porque me besó como si no pudiera creer lo que estaba pasando.
Las lágrimas brotan de mis ojos cuando cierro mis manos sobre las
suyas, luego deslizo mi toque a lo largo de sus antebrazos. Aiden nos
lleva lentamente de vuelta a las sombras. Hojas oscuras y brillantes
susurran sobre mi piel mientras me presiona contra una columna
oculta a los ojos y las luces tiki. Está más fresco a la luz de la luna y
me estremezco.
—¿Por qué hiciste eso? —susurro—. Odias cantar frente a la gente.
Sus manos se deslizan por mi cuello, su pulgar recorre,
suavemente, mi garganta. Una lluvia de chispas estalla dentro de mí.
—Se llama gran gesto y humillarse.
Una risa sorprendida salta de mí.
—¿Qué?
—La música te habla, Freya. Te hace sentir y es algo que solíamos
compartir, una forma en que nos conectamos. Quería… quería
mostrarte lo que significas para mí. Quería que volvieras a sentir eso.
—Lo hice —susurro—. Lo sentí.
Aiden roba otro beso suave, luego se aleja, su expresión se vuelve
seria.
—Ayer, dijiste algo que fue difícil de escuchar, pero… necesitaba
escucharlo. Que mis acciones no te han demostrado que te deseo, por
mucho tiempo. Odio no haberte mostrado lo que significas para mí,
Freya. Lo he estado intentando, pero a mi manera, me di cuenta que
no a la tuya. Todo mi trabajo ha sido para nosotros, pero fue a costa
de hacer lo que te hace sentir amada. Siento haber tardado tanto en
conseguirlo. Quiero arreglarlo, hacerlo mejor.
Lágrimas calientes empañan mis ojos.
—¿Entonces qué, Aiden?
Su rostro se tensa por la confusión.
—¿Qué quieres decir?
—Me atraparás con tu… encanto, que sabes que tienes, caeré en la
trampa y luego lo querré de ti, Aiden. Y, seguro, eso es posible aquí
mientras estamos en el paraíso, pero cuando estemos en casa el
teléfono sonará y llegarán los correos electrónicos y si estás igual de
ocupado y…
—Será diferente —susurra—. Lo prometo. Hablaré con Dan esta
noche. Tan pronto como estemos en casa. Voy a averiguar cómo
liberar algunas responsabilidades y sí, eso me estresará al principio,
y no, no será un éxito de la noche a la mañana. Estoy seguro de que
volveré a equivocarme de alguna manera, pero ahora lo entiendo,
Freya. Estoy comprometido a cambiar.
Las lágrimas nublan mis ojos. Dios. Es cada palabra que quería.
Todo lo que esperaba escuchar, pero ¿cómo puedo saberlo? ¿Cómo
puedo confiar en que no me volverá a hacer daño?
Busco sus ojos y contengo las lágrimas. Mi estómago está hecho un
nudo. Estoy tan asustada mientras me tambaleo al borde de la caída
libre. Porque eso es la confianza: una caída libre en la creencia de que
tu fe no está fuera de lugar, que la cuerda en la que confías te atrapará
y que la caída precipitada no te aplastará, sino que terminará en una
oleada de alivio, un sentimiento más fuerte, la capacidad de ser
valiente y no tener miedo.
Tengo que ver más allá de lo que ha hecho Aiden y creer lo que dice
que hará. Tengo que elegirlo, correr el riesgo, no por lo que dicta el
pasado reciente, sino por lo que creo que es Aiden, verdaderamente,
en su esencia: su mejor versión.
Lo miro, la luz de la luna pinta la belleza angular de su rostro, sus
ojos brillan con un azul insondable, iluminado por las estrellas y mi
corazón late contra mis costillas.
Los ojos de Aiden buscan los míos y me leen demasiado bien.
—Por favor, Freya.
No puedo explicar por qué lo hago, qué me hace lo suficientemente
valiente como para meterme en aguas que ya casi me ahogan una vez.
Excepto que lo miro a los ojos y hay un atisbo del hombre con el que
me casé, tanto como la promesa de un hombre que ha crecido y
cambiado, a quien apenas he comenzado a entender. Nuestros votos
resuenan dentro de mí y los sujeto con fuerza en busca de coraje.
Prometo esperar todas las cosas, creer todas las cosas…
—Sí —susurro.
El aire sale de Aiden mientras me envuelve con cuidado en sus
brazos. Su boca es suave, sus palabras puntuadas con besos
acariciadores.
—Gracias. Gracias, gracias, gracias.
Capítulo 18
Aiden
Playlist: August (acústica), Flipturn

Freya está estirada sobre su estómago a lo largo de su toalla,


leyendo con la barbilla apoyada en sus manos.
No puedo dejar de mirarla, balancea las plantas de sus pies
mientras pasa la página, los lazos en sus caderas revolotean con el
viento. Los finos vellos rubios de su cuerpo brillaban al sol. Quiero
hacerle cosas sucias y de adoración al cuerpo de mi esposa y ninguna
de ellas es posible en este momento. Al menos más allá de mi mente,
donde se quedan, construyéndose con detalle y creatividad.
Lo que significa que, por mucho que me gustaría leer el libro que
me dio Viggo, he leído la misma línea diez veces.
Mi suegra se remueve en su silla de playa y me sonríe.
—¿Estás leyendo un romance, Aiden?
Freya inclina la cabeza y me mira.
Cierro el libro de golpe, atrapado con las manos «mente» en la
masa, mientras un rubor calienta mis mejillas.
—Sí. Viggo me lo prestó.
Alex, mi suegro, también levanta la vista de su libro y entrecierra
los ojos para ver la portada.
—Ah. Kleypas, es buena.
Mis cejas se levantan con sorpresa.
—¿La has leído?
Sonríe.
—Le leo novelas románticas a Elin todas las noches.
Ella golpea su brazo.
—Los asustarás.
—¿Qué? —dice—. Dije que te leía, no que yo…
—Alexander —dice Elin, apretando su mandíbula y besándolo—.
Necesitas nadar. Estás siendo travieso.
—¿Lo estoy? —pregunta, inclinándose para otro beso.
Freya deja caer la cabeza sobre su libro y gime.
Los hace reír a ambos cuando Alex se pone de pie y arrastra a Elin
para que se ponga de pie y no por primera vez, me maravillo de ellos.
Siete niños. Una lesión que cambia la vida. Tres décadas juntos y
todavía se miran como si fueran la octava maravilla.
Me trago el sabor acre de la decepción que me sube por la garganta.
Porque siento eso por Freya y cuando pienso en envejecer con ella, en
haber construido una vida, me imagino todavía queriéndola,
deseándola, atesorándola así. Sin embargo, de alguna manera, siento
un fuerte ataque de ansiedad por la presión de planear una familia y
casi haber arruinado nuestro matrimonio para siempre.
Pateo esa línea de pensamiento derrotista a la acera. Ni siquiera
puedo dejar que haga una parada en mi cerebro. Freya me está dando
la oportunidad de hacerlo bien. Me lo dijo. Tengo que aferrarme a eso.
—Necesito el baño, Alex —dice Elin, saliendo suavemente de sus
brazos—. Nadaré más tarde.
—Aiden —dice mi suegro enérgicamente.
Busco a tientas mi libro.
—Sí.
—Vamos, hijo. —Sonríe cálidamente—. Vamos a nadar.
No podría decirle que no cuando me llama «hijo», aunque lo
intentara y él lo sabe. Me pongo de pie, dejo mi libro y me uno a él,
observando sus cuidadosos pasos sobre la suave arena a medida que
nos acercamos al agua. Alex tiene una prótesis de última generación,
apta para el agua, en la pierna izquierda, que le fue amputada justo
por encima de la rodilla cuando Freya era pequeña y él era un médico
de campo militar activo. Lo observo caminar: la columna recta, el
ligero retraso en su pierna izquierda mientras flanquea la arena, rezo
para que no tropiece.
—Estoy bien, Aiden —dice.
Mi mirada se dispara.
—Lo siento. No quise hacer que pareciera que pensaba lo contrario.
Sus agudos ojos verdes me buscan por un momento, el susurro de
la brisa del mar en su cabello cobrizo que le dio a Ren y Ziggy,
veteados con un blanco luminoso, el color del papel crujiente
presionado sobre un centavo nuevo. Pone una mano en mi hombro y
aprieta.
—Tus preocupaciones son profundas porque amas
profundamente, Aiden. No me importa tu preocupación. Solo quería
tranquilizarte.
—Te lo agradezco. —Mi garganta se siente gruesa mientras trago—
. Pero soy consciente de que puede ser abrumador.
—También puede serlo para una planta que no ha sido podada. No
significa que las raíces sean malas. Solo necesita ayuda para
mantenerse bajo control. Siempre pensé que había una similitud
importante entre Freya y tú.
Lo miro.
—¿Qué? —Freya y yo somos tan opuestos que el comentario me
toma completamente desprevenido—. ¿En qué nos parecemos?
Alex me sonríe.
—Ambos aman profundamente y viven sus convicciones a partir
de eso. Las tuyas trenzadas con pragmatismo y, por supuesto, sí, tu
ansiedad. Los enredos de Freya con su necesidad de complacer, su
deseo de sanar. Es como si la flor y la hoja de una planta fueran
completamente diferentes, pero crecieran del mismo suelo, del
mismo sistema de raíces. Así es como los veo a ustedes dos.
—Yo… nunca lo pensé de esa manera, pero ese es el cumplido más
profundo, que creas que soy como Freya de alguna manera.
Nos metemos en el agua y Alex se sumerge con fluidez en una ola
que se aproxima. Lo sigo justo a tiempo antes de que lleguemos al
otro lado, limpiándonos el agua de la cara. Rueda sobre su espalda y
flota como lo hizo Freya la primera vez que entramos al océano.
Aunque ella es la viva imagen de su madre, por un momento la veo
en su sonrisa.
—Los muchachos dicen que estás emprendiendo una gran
aventura comercial —dice—. Sin detalles, solo que te está haciendo
quemar la vela por ambos extremos. ¿Cómo lo llevas?
—Oh. —Aparto el cabello de mi cara—. He estado mejor.
Alex me mira.
—Te sientes estresado.
—Lo estoy. Es mi culpa. Estoy microgestionando cuando no
debería, pero anoche llamé a mi socio comercial y hablamos sobre
algunos planes para ayudarme a delegar más responsabilidades.
También me actualizó sobre nuestra financiación. Si todo va bien, en
las próximas semanas tendremos asegurado un inversionista ángel y
entonces podré relajarme de verdad.
—Tendrás algo de espacio para respirar en ese punto, una vez que
tengas respaldo financiero.
—Absolutamente.
—Pero hasta entonces, ¿bastante tenso? —pregunta.
Asiento con la cabeza.
—Sí. Los últimos meses no han sido los más fáciles desde ese punto
de vista.
Alex nada un poco más lejos y yo lo sigo, mis extremidades
atraviesan el agua turquesa.
—Después de mi cirugía… —Asiente con la cabeza hacia su pierna
izquierda y la prótesis negra apuntando hacia arriba en el agua—.
Pasé por un momento difícil. Todo lo que pude hacer fue mantenerme
a flote durante meses. Estaba haciendo la transición a la vida civil,
estando en casa con dos hijos, nada menos que un recién nacido, que
llegó menos de tres meses después de mi cirugía. Entonces Elin tuvo
un ataque de depresión posparto. ¿Sabías eso?
Niego con la cabeza.
—No estoy seguro de que alguno de los niños lo sepa, ahora que lo
pienso. Simplemente no es algo que haya pensado discutir, pero
cuando tú y Freya tengan hijos, tendrás que estar atento a eso.
—Lo haré.
—Bueno. Ahora, ¿qué estaba diciendo? Oh, sí. Entonces, aquí
estaba yo, de vuelta a practicar medicina en un hospital en lugar de
en zonas de guerra. Axel estaba haciendo su cosa infernal de recién
nacido, Freya era una niña imposible, Elin era una sombra de sí
misma y yo estaba desesperado por que todo se sintiera normal,
cuando nada era como antes.
»Y de repente la presión de todo se sintió… insuperable. Me
desperté una mañana sintiendo que me estaba ahogando.
—¿Qué hiciste?
Alex me mira y entrecierra los ojos contra el sol.
—Acepté ayuda.
Mi estómago se anuda.
—¿De quién?
—Amigos. Mi madre. Terapeutas. Mamá se llevó a Freya dos
mañanas a la semana para darle un descanso a Elin, quien comenzó
con antidepresivos y fue a terapia. Me sinceré con mi supervisor en el
hospital, admití que estaba abarcando más de lo que podía manejar,
así que redujimos mis horas y luego me aseguré de proteger el tiempo
para mi familia, eliminé lo que era demasiado para nosotros y poco a
poco reconstruí a partir de ahí. Incluso entonces, no fue un momento
fácil. Fue duro y cuando Elin preguntó por un tercer bebé, le dije que
le estaba ladrando al árbol equivocado.
Sonrío.
—¿Cuánto tiempo duró eso?
—Oh, la detuve por un buen tiempo. Le dije que necesitábamos
tiempo para recuperar el aliento. Es por eso que Freya y Axel tienen
una edad tan cercana y hay una brecha más grande hasta Ren. Tengo
una teoría de por qué era un niño tan pacífico. Nació en paz.
Estábamos descansados y equilibrados, en un buen lugar cuando
nació.
—¿Qué explica el mal humor de Ryder?
La risa de Alex resuena en el agua.
—Oh, eso es solo Ryder. Gruñón y testarudo como un buey, nacido
cuando y como él quería, lo cual fue inconvenientemente tres
semanas antes y en la cabaña de Washington. Muy típico del Sr.
Leñador y luego aparecieron caos uno y dos en la búsqueda de otra
chica. —Examina la costa y ve a Ziggy, su gemela en apariencia con
sus llamativos ojos verdes y cabello cobrizo, sentada con las rodillas
levantadas y un Kindle oscureciendo su rostro—. Y luego la tuvimos
—dice en voz baja—. Fue entonces cuando le dije a Elin que, aunque
tener una gran familia había sido mi gran idea, fue ella quien se
enamoró de esa idea y si me miraba como si quisiera más, me iría de
excursión al bosque y no volvería.
Una risa salta de mí cuando mi mirada atrapa a Freya, apoyada en
sus manos, observándonos.
—La vida es dura, Aiden —dice—. Los niños la hacen
increíblemente hermosa, pero no la hacen más fácil. Asegúrense…
asegúrense de que ambos estén listos para eso, antes de sumergirse
en la paternidad. No hay vergüenza en tomarse su tiempo y cuidar
de ustedes primero.
Asiento y trago saliva, trato de contener lo que quiero decir porque
sé cuánto quiere Freya que sus padres estén protegidos de nuestro
desastre.
Mi desastre.
El que hice para nosotros.
Pero si pudiera preguntárselo, creo que lo haría.
¿Cómo lo haces? ¿Cómo amas tan abiertamente? ¿Cómo lo haces sin que
el miedo lo tiña… todo? ¿Cómo trabajas tan duro y amas tanto y haces
malabarismos con todo? ¿Cómo aprendiste a hacer eso? ¿Yo puedo?
Alex deja de flotar en el agua y cierra la brecha entre nosotros,
sacándome de mis pensamientos. Me toma de los hombros y sostiene
mis ojos, luego dice:
—Parece que estás cargando mucho, Aiden, pero no tienes que
cargarlo solo. Siempre estoy aquí. Si bien sé que no soy tu padre, te
amo como si fueras mío. Estoy orgulloso de llamarte hijo.
Se me hace un nudo en la garganta antes de que finalmente logre
decir en un susurro ronco:
—Gracias.
—Ven aquí. —Me hala contra él, un abrazo como el que le da a sus
hijos, me sostiene cerca, su mano agarra la parte de atrás de mi
cabeza.
Podría llorar y a través de su ejemplo, sé que eso no me debilitaría
ni arruinaría. Porque he visto a Alex llorar y besar la frente de sus
hijos. Él me ha mostrado que la fuerza radica en cuán abiertamente
destapas tu corazón, no cuán profundamente lo guardas.
Simplemente nunca pensé que podría hacerlo, que era capaz de tal
vulnerabilidad.
Estoy empezando a darme cuenta de que soy capaz y que
esconderme de esa vulnerabilidad no solo me costó a mí, sino a Freya
y a nuestro matrimonio. No puedo asegurar cuánto trabajo hay que
hacer, o cuántos dólares aún no hay en el banco, pero puedo
arreglarlo. Cuánto revelo de mí mismo, cuánto le confío.
Una lágrima caliente se desliza por mi mejilla mientras Alex me da
unas palmaditas en la espalda y luego nos separa suavemente,
todavía sujetando mis hombros. Aparto una lágrima y me aclaro la
garganta.
—Hay una cosa más que olvidé mencionar —dice en voz baja—,
con la que conté mucho en esos meses difíciles.
—¿Cuál fue?
Sus ojos se arrugan en las esquinas mientras sonríe.
—La risa.
En un entendimiento tácito, ambos desaparecemos bajo el agua una
vez más antes de salir a la superficie y luego atrapar una ola. Alex
comienza a subir por la arena compactada, ganándose la atención de
todos cuando dice algo que no puedo escuchar, porque estoy sacando
agua de mi oído y luego grita mientras tropieza y se da de bruces
contra la arena.
Corro hacia la orilla, el instinto me impulsa a ayudarlo, a cubrirlo
y protegerlo de la vergüenza, pero no estoy ni a medio camino de
Alex cuando su risa estruendosa resuena en el aire. Se empuja hacia
arriba sobre los codos, gira y luego se deja caer sobre la espalda
mientras Elin me gana y se deja caer. Cuando me acerco, veo que ella
también se está riendo, no, no solo riendo, ríe a carcajadas. De hecho,
cuando miro a mi alrededor, me doy cuenta de que todos se están
riendo. Bueno, excepto Axel, que solo mira su cuaderno de bocetos,
con una ceja arqueada.
—¿Qué diablos les pasa a ustedes? —pregunto.
Alex levanta la cabeza y me mira a los ojos, con una sonrisa
ampliando su rostro. Las lágrimas brillan en las esquinas de sus ojos
antes de que se ría aún más fuerte. Elin toma sus manos mientras él
trata de ponerse en pie, pero sigue riendo y tira de ella hacia abajo,
hasta que ella se deja caer sobre él en la arena. Suavemente acuna su
rostro entre sus manos, besándolo entre carcajadas.
Antes de que pueda volverme hacia Freya y pedirle una
explicación, no es que me la dé, porque se está riendo mucho, está
llorando, Oliver aparece a mi lado de la nada, como un espeluznante
espectro rubio.
—Hola, Aiden —dice. Coloca un dedo índice en cada comisura de
mi boca y lo arrastra hasta que estoy sonriendo de forma poco
natural—. ¿Por qué tan serio?
Le aparto las manos.
—Tu papá se humilló a sí mismo y todos ustedes se ríen de él.
Oliver frunce el ceño y parpadea confundido, antes de que su
expresión se aclare.
—Amigo, es una broma. Lo hace cada vez que estamos de
vacaciones en la playa. Vive para hacerlo. ¿Cómo no sabes eso a estas
alturas?
—¿Qué? —farfullo— ¿Come arena a propósito?
Oliver se ríe.
—Sí.
—¿Por qué? —Estoy empezando a pensar que soy la persona más
razonable de esta familia. Ese es un pensamiento muy aterrador.
—Porque —Oliver se encoge de hombros—, es gracioso. Bueno y
tiene una historia. Comenzó cuando en realidad no tenía la intención
de darse un tortazo, pero lo hizo. Esto fue cuando éramos pequeños,
no, en realidad yo era solo un brillo en los ojos de mi padre, y las
prótesis no eran lo que son hoy. Tenía un cacharro que no funcionaba
bien en la arena, pero ¿qué iba a hacer? Creo que Ryder era un bebé,
entonces ya eran cuatro y como cualquier otro padre, iba a ir a la orilla
y jugar con sus hijos. Supongo que estaba tirando de uno de esos
vagones con los niños mayores y simplemente se cayó, épicamente.
Freya se rio tanto que vomitó su helado.
Hace que mi corazón se retuerza con cariño.
—Suena como Freya.
—Y papá dijo que aprendió una lección ese día. Bueno, dos. Uno,
no caigas frente a Freya, porque se reirá en tu cara.
Miro a Freya y atrapo sus ojos mientras lucha contra otro ataque de
risa.
—Es cierto.
—Y dos, podemos elegir cómo vivir: miserables por lo que hemos
perdido o agradecidos por lo que todavía tenemos. Papá elige la
gratitud y ahora la conmemora en las vacaciones familiares con un
épico tortazo en la arena y nunca en el mismo punto del viaje, por lo
que nos mantiene adivinando. Mi favorito fue el año en que lo hizo
justo antes de que nos pusiéramos en camino para irnos a casa. Mamá
estaba enojada porque estaba cubierto de arena y no había ducha al
aire libre. Me encantó porque nos convenció a todos de que no iba a
suceder, luego nos sorprendió y lo hizo mucho mejor.
Cuando levanto la vista, Alex camina con paso firme por la arena,
con la mano apretada con la de Elin, hasta que ella lo detiene, toma
su cuello y lo atrae para besarlo.
Y ahí es cuando algo hace clic dentro de mí. Esto es lo que Freya
creció viendo. Esto es lo que espera del hombre que ama. Alguien
como su padre, que supo cómo luchar y superar los sentimientos de
insuficiencia, un hombre que aprendió a amar sin miedo, o tal vez
más exactamente, a amar y ser amado incluso cuando tiene miedo.
Las palabras de la Dra. Dietrich resuenan en mi cabeza.
«Si quieres sentirte cerca de tu esposa, tienes que acercarte, confiar
en ella, incluso si estás aterrorizado… no, porque estás aterrorizado.
Dale un poco de vida a este matrimonio».
Como si hubiera escuchado mis pensamientos, Freya mira en mi
dirección. Camino hacia ella y muevo la cabeza hacia el agua.
—Hagamos una carrera.
Su rostro se transforma de curiosidad cautelosa a interés. Entonces
salta de la silla y vuela a mi lado hacia el agua.
Capítulo 19
Freya
Playlist: Wonder, Jamie Drake

Lo vencí. Cómodamente.
Y cuando sale del océano, Aiden tiene el descaro de parecerse a un
modelo de traje de baño, se pasa las manos por el cabello oscuro, sus
ojos azul agua brillan mientras me da una sonrisa cómplice.
—¿Te gusta lo que ves, Bergman?
Lo salpiqué.
—Sabes muy bien que no hay una mujer en esta playa que no te
haya notado y que no le haya gustado lo que vio.
—No me importa quién me notó —dice, tirando de mí por el tobillo
a través del agua y a sus brazos—. A menos que sea mi esposa. —Mis
mejillas se calientan cuando Aiden me mira intensamente, su mano
acaricia mi espalda—. No hagas planes mañana por la noche.
Arrugo la frente.
—¿Qué?
—Tengo planes para nosotros. Solo nosotros dos.
Trato de tragarme la felicidad que burbujea dentro de mí.
Honestamente, Freya. Toda emocionada por una mísera cita. Tu primera
en meses.
Además de la cita del helado y todos sabemos lo mal que terminó.
Aiden parece leer mi mente.
—Solo si… si quieres hacerlo.
Me muevo en el agua y mi pierna roza la suya, haciéndonos dar un
respingo y luego nos inclinamos un poco más cerca.
—¿Se trata de comida?
—¿Por quién me tomas? —Me alisa el pelo hacia atrás.
—¿Mariscos?
—Por supuesto.
—Sí —susurro, mientras me atrae con fuerza.
Aiden busca en mis ojos, luego presiona un suave beso en mi frente.
Su mano ahueca mi mejilla con ternura mientras más besos se
deslizan por mi rostro, antes de que finalmente sus labios se
encuentren con los míos.
Sostengo su rostro también, acaricio su mandíbula, enrosco mis
dedos en su cabello mientras acerco nuestras bocas, persuadiendo
suavemente su lengua con la mía. Es un beso tentativo, cauteloso, que
se abre a algo más profundo cuando se encuentra conmigo y suspira
contra mi boca. Se siente honesto y real. Se siente precioso, delicado
y abrumador, como despertarse en un mundo nuevo que es
indiscutiblemente hermoso, pero lo que estaba arriba está abajo y me
resulta difícil orientarme.
Suavemente, nos separamos al mismo tiempo. Los ojos de Aiden
recorren mi cuerpo, oscureciéndose mientras sus manos acarician mis
brazos y mi cintura.
—¿Supongo que te gusta el traje de baño?
—¿Qué si me gusta? —gime, atrayéndome a sus brazos de nuevo—
. Cuando lo usaste el primer día que estuvimos aquí, me quedé
boquiabierto. Eres tan bella.
Envuelvo mis brazos alrededor de su cuello y apoyo la cabeza en
su hombro, sintiendo el aguijón de una emoción agridulce.
—Gracias —susurro.
—Ni siquiera tienes que preguntar eso —dice contra mi cabello—.
Sabes que estoy loco por tu cuerpo, Freya. No digamos en un sexy
bikini rojo.
Trago bruscamente.
—Creo que tal vez me resultaba difícil saberlo, Aiden.
Su agarre se aprieta. Después de un momento de silencio, dice:
—Porque no hemos… —Se aclara la garganta—. ¿Porque ha
pasado un tiempo?
—Porque incluso una vez que pasamos la fase de luna de miel,
todavía me sentía deseada y pensé que tal vez íbamos a ser esa pareja
que mantuviera la chispa. Mai lo dijo. Amanda lo dijo. Cristina lo dijo.
El calor se atenúa en un matrimonio, los niños lo apagan y me
preocupaba que, incluso antes de que tuviéramos bebés, la novedad
hacia mí se te hubiera disipado o con tu adelgazamiento, quisieras
que me viera como cuando nos conocimos…
—Oye. —Se aleja, mirándome a los ojos. Su mano ahueca mi mejilla
y su pulgar se desliza a lo largo de mis labios—. ¿De dónde viene
esto? Sabes que amo tu cuerpo. Amas tu cuerpo.
—No siempre —admito—. Tiendo a exagerar un poco el amor por
mi cuerpo.
Me mira con el ceño fruncido, desconcertado.
—¿Qué? ¿Por qué?
—No sé cómo explicarlo. Siento que no puedo simplemente comer
y hacer ejercicio y verme como me veo. Tengo que amar que soy así
y asegurarme de que otras personas también lo sepan. De lo contrario,
piensan que estoy tratando de perder peso, que no estoy contenta con
cómo soy.
Sus ojos buscan los míos.
—Frey ¿Por qué recién estoy escuchando esto?
Me encojo de hombros, tratando de no llorar.
—Trato de no pensar mucho en ello. Tengo muchas otras cosas que
hacer además de inquietarme por lo preocupada que está la gente con
la apariencia de las mujeres.
—Freya, lo siento. Debería haber… debería haber prestado más
atención —suspirando, Aiden presiona un beso en mi sien—. He
tenido la cabeza tan metida en mi trasero —murmura.
—Yo tampoco te lo dije. Podría haberlo hecho.
—Hemos sido ambos. —Acaricia mi cabello—. Y ambos lo haremos
mejor.
Asiento con la cabeza.
Después de un momento de silencio, susurra:
—Quiero que sepas lo hermosa que eres.
—A veces me siento hermosa. A veces no. Siempre estoy
agradecida por mi cuerpo. Eso es suficiente.
—También estoy agradecido por tu cuerpo —dice, sosteniéndome
cerca y dibujando una sonrisa leve hacia mí—. Muy agradecido.
El agua es rítmica y suave, el sol calienta y ya se seca el agua salada
en la piel de Aiden. Y la cercanía inesperada de este momento, la
quietud y la calma, suaviza algo dentro de mí, me hace sentir valiente.
Trazo mis dedos a lo largo de sus hombros, bajando por su espalda,
presiono un beso en la base de su garganta, giro mi lengua y lo
pruebo.
Aiden toma una respiración entrecortada, su agarre se aprieta en
mi cintura antes de que baje sus manos. Sus palmas alrededor de mi
trasero, amasando, apretando, mientras me tira contra él. Más besos
a lo largo de su hombro, sus manos moviéndome contra él. Siento su
longitud, no salvajemente dura, nada agresiva, solo cerca. Íntimos.
Nosotros.
—Hola —susurro.
Exhala bruscamente.
—Hola.
—Es como la universidad otra vez, escabullirse así.
Siento su sonrisa contra mi sien.
—Estabas en la universidad. Yo era un estudiante de doctorado
muy genial y por «genial» me refiero a ridículamente nerd.
—Eras tan lindo. ¿Recuerdas cómo solíamos besarnos por…?
—¿Horas? —gruñe cuando mis dientes se hunden suavemente en
su piel—. Vivamente.
Persigo la mordida con un beso.
—Y cómo solíamos caer el uno sobre el otro y…
—Mierda —dice, apartándome un poco.
—¿Qué?
Aiden se aclara la garganta.
—Viene Ziggy.
Suspiro.
Ziggy saluda con la mano, de extremidades larguiruchas y piel tan
pálida como la de Ren, usa un sensato bañador Speedo de una pieza y
restos de bloqueador solar en su rostro. Me separo de Aiden, le
devuelvo el saludo y así, nuestro momento se ha ido.
Aiden aparta la mirada y se limpia la cara.
—Voy a salir y leer, para darles algo de tiempo.
Antes de que pueda decir me parece bien, se sumerge bajo el agua.
—¡Hola, Frey! —dice Ziggy, castañeteando los dientes mientras se
acerca.
—Hola, Zigs.
Ziggy se aclara la garganta.
—Lo siento si arruiné la fiesta. Me dio demasiado calor, la arena me
molesta, estoy tratando de no ser grosera y quedarme sentada todo el
tiempo leyendo.
Me hace sonreír.
—Nadie te culparía.
—Probablemente no —admite—. Pero mamá y papá… no quiero
que se preocupen por mí.
Ziggy pasó por una temporada difícil antes de que su diagnóstico
de autismo le diera sentido a lo que le estaba pasando. Mis padres se
le han pegado como pegamento desde entonces y creo que ha sido
muy intenso para ella desde que Oliver se fue a la Universidad de
California y se convirtió en la última niña en casa.
Aunque nuestras situaciones son muy diferentes, simpatizo con su
deseo de no preocuparlos.
—Sí, lo entiendo.
Inclina la cabeza.
—¿Lo haces?
—Sabes lo que está pasando entre Aiden y yo, y los estoy
protegiendo de eso al igual que tú estás aquí afuera congelándote el
trasero para evitar estar sentada leyendo. Todos queremos complacer
a mamá y papá a nuestra manera.
—Supongo que pensé que siempre lo haces.
—Ziggy, estoy lejos de ser perfecta y mamá y papá lo saben.
—Sí, excepto que no estás en casa escuchando, «Cuando Freya tenía
tu edad…» y «Freya siempre solía…»— Lo dice amablemente, pero
puedo escuchar un tono incómodo escondido debajo de la superficie.
—Creo que todos los padres son culpables de eso. No soy mejor
que tú o cualquiera de nuestros hermanos, Ziggy. Solo llegué
primero.
Sus ojos se encuentran con los míos, revelando su duda y entonces
me siento culpable. Realmente culpable por no haber dedicado más
tiempo a mi única hermana, la otra chica, la otra mitad del sujeta
libros en una casa de chicos salvajes.
—Siento no haber estado más por aquí —le digo en voz baja.
—Eres mayor —señala—. Hay quince años entre nosotras. Nunca
esperé que estuvieras.
—Sí, pero debería haber sido mejor. Debí haber sabido cuanto
estabas sufriendo.
Ziggy extiende sus manos sobre el agua, parece deleitarse con la
tensión superficial.
—A veces, Freya, no importa cuanto te esfuerces, no sabrás cuanto
está sufriendo una persona que amas porque esa persona no quiere
hacer sufrir a las personas que los aman.
—Pero no deberían ocultar ese dolor.
—Es fácil para ti decirlo —murmura—. Es difícil ser valiente y decir
que no estás bien, cuando creces luchando por explicar tus
sentimientos, cuando parece que los problemas de salud mental son
algo vergonzoso de reconocer.
Me quedo ahí, aturdida.
Meciéndose bajo el agua, luego corriendo hacia arriba, Ziggy jadea
por aire. Sus ojos se encuentran con los míos mientras se frota el agua
de los ojos.
—Lo siento. Eso fue contundente, ¿no?
—No… quiero decir, sí. Pero está bien. Tienes un buen punto. —
Mis ojos se desvían hacia Aiden saliendo del agua. Se pasa las manos
por el cabello oscuro, baja por la barba, luego se gira y entrecierra los
ojos hacia el sol, sus ojos me encuentran. Luego levanta la mano
tentativamente.
Le sonrío, a pesar de la amenaza de lágrimas y también levanto la
mano.
Mientras le doy la vuelta a la confesión de Ziggy, mientras veo a
Aiden acomodarse en su silla, me duele el corazón. Dolores por las
personas que no puedo proteger de la manera que quiero, cuyo dolor
no puedo borrar amándolos tan profundamente como sea posible.
Quiero que el amor cure todas las heridas, pero estoy empezando a
entender cuando no lo hace. A veces el amor es una férula, un brazo
que tomar, un hombro sobre el que llorar, útil pero no el sanador en
sí mismo.
Ahí es cuando me doy cuenta de lo mucho que he querido amar a
Aiden intentando que sea a mi manera, en lugar de la forma en que él
necesita. Quería que me contara todo, adueñándome de su dolor y
miedo, porque en mi mente, el amor es todo lo que necesitas para
sentirte seguro para hacerlo, pero no es tan fácil para Aiden. Es más
difícil. Tal vez fue fácil una vez, cuando había menos en juego y
menos presiones, cuando éramos más jóvenes y teníamos menos
carga sobre los hombros, pero eso cambió en el camino. Mi
entendimiento y mis expectativas, no.
El arrepentimiento hace nudos en mi estómago, pero antes de que
pueda empezar a pensar en nadar hacia la orilla y decírselo, Viggo y
Oliver surgen del agua, sobresaltándonos.
—¡Guerra de agua! —grita Oliver.
Ziggy chilla.
—¡Sí! Llamo a Viggo.
—Bien por mí —dice Oliver. Salta sobre mi espalda, luego trepa por
mis hombros, delgado y nervudo a la manera de los veinteañeros—.
Vamos a derribarlos, Frey.
Agarro las piernas de mi hermano y pongo los ojos en blanco.
—Un juego, luego me voy.
Ziggy sonríe mientras se arrastra hacia Viggo, que está agachado
en el agua.
—De acuerdo.
—Freya. —Ollie agarra mi cara y me mira, boca abajo desde mi
punto de vista—. ¿Qué podría ser más importante que jugar
interminables rondas de guerra de agua?
Mis ojos encuentran a Aiden leyendo su libro y mi corazón da un
vuelco.
—Mucho, Ollie. Muchísimo.
La cena es como siempre cuando los Bergman están juntos.
Ruidosa, desordenada y deliciosa.
Con agua jabonosa hasta los codos, porque los muchachos
cocinaron, entonces las mujeres estamos lavando, me limpio la frente,
caliente de lavar los platos y tomar un poco de sol.
Mis hermanos llenan el mostrador detrás de mí, todos dispersos,
con sus extremidades largas, cervezas en mano, todos un poco
rosados por el sol, excepto Aiden, cuya piel dorada brilla. Su camisa
de lino está desabrochada más de lo habitual, su cabello está más
ondulado por el aire salado y cuando se lleva a los labios la única
cerveza de la noche y toma un largo trago, las luces exteriores se
encienden en su anillo de bodas.
El anhelo me inunda, fundido, caliente. Dejo caer torpemente un
plato en el agua, salpicando a Willa, Ziggy, Frankie y a mí.
—Lo siento —murmuro.
—Uf —dice Ziggy—. No soporto la ropa medio mojada. Vuelvo
enseguida.
—No te preocupes por eso, Zigs —dice Frankie—. Nosotras
continuaremos desde aquí.
Ziggy se encoge de hombros.
—No tienes que decírmelo dos veces. Tengo un libro que tiene mi
nombre.
Volviendo al agua, me concentro en los platos, los enjuago y luego
se los entrego a Willa. Cuando levanto la vista, me está sonriendo,
secando un cuenco, pero no dice nada.
—¿Bien? —pregunta mamá, volviendo del baño—. ¿Puedo
ayudar?
—Fuera de aquí —le digo mientras Frankie me entrega otro plato
limpio de comida.
Mamá sonríe mientras presiona un beso en mi mejilla. Luego sale
al porche y se sienta en el regazo de papá. Me vuelvo a los platos, mis
pensamientos divagan.
Pero luego la puerta se cierra de nuevo detrás de nosotros y miro
por encima del hombro.
—Aiden —digo en voz baja.
Sonríe, dejando su cerveza en el mostrador.
—Señoras, vayan y relájense. Voy a terminar esto.
Willa y Frankie hacen ruidos de protesta hasta que Aiden casi las
ahuyenta, demostrando la forma tranquila, pero intimidante que
tiene, que he visto en las raras ocasiones en que podía colarme y verlo
dar una conferencia. Pronto, están afuera, uniéndose al creciente
ruido de mi familia y nos quedamos solos en el silencio.
Es decir, hasta que la lora le silba. La mira por encima del hombro.
—Pórtate bien.
Esmeralda alborota sus plumas, luego se da la vuelta en su puesto.
Muerdo mi labio.
—Eres el único al que se lo dice.
—Dime algo que no sepa —murmura, limpiando el mostrador, que
está cubierto de agua—. Eso no es todo lo que ella dice, tampoco.
—¿En serio?
Sus mejillas ruborizadas.
—Ella tiene una boquita, dejémoslo así.
Dejo la toalla a un lado, Aiden da un paso a mi lado, el calor brota
de él. Huele aún más maravillosamente a agua de mar de lo normal.
Aprieto la esponja para lavar platos debajo del agua para
controlarme, así no entierro mi nariz en su camisa para olerlo.
—Cuando les dije que se relajaran, me refería a ti también —dice
en voz baja, mirándome.
Me encuentro con sus ojos, de un azul tan vívido contra su piel
bronceada. Me siento a punto de caer en ellos y nunca poder salir a la
superficie.
—Lo sé. —Empujo su cadera—. No deberías estar aquí. Ayudaste
a cocinar.
—Necesitaba un descanso —dice, subiéndose las mangas—. Amo
a tus hermanos, pero maldita sea, ¿pueden hablar?
Oh Señor. Se sube las mangas, los antebrazos, las venas, los
tendones. Es todo un imán. Cierro los ojos para no ponerme más
nerviosa de lo que estoy.
—Freya, creo que el plato está limpio.
—¿Hum? —Mis ojos se abren de golpe—. Sí. Correcto.
Aiden sonríe suavemente.
—¿Estás bien?
—Totalmente. —Asiento con la cabeza. Estoy tan lejos de estar
bien. Estoy en el punto más alto, zumbando con tantas facetas
emocionales, son un borrón salvaje. Me siento mareada y caliente, a
punto de perder el control.
—Aquí. —Las manos de Aiden se envuelven alrededor de mi
cintura, haciendo que me quede sin aire. Suavemente, me guía hacia
la derecha—. Me tomaré un turno para lavar. Tú secas, ¿de acuerdo?
—Está bien —susurro.
En silencio, nos paramos, uno al lado del otro, lavando platos.
Nuestros codos chocan. Las manos de Aiden rozan las mías cuando
me entrega cada plato. En el último plato, casi lo dejamos caer entre
nosotros, pero Aiden lo atrapa, manteniéndolo firme en mi agarre.
—Lo siento —dice, mirándome a los ojos—. Estaba distraído.
—Está bien —le digo con voz ronca—. Yo también.
Aiden mira fijamente el agua, tirando del tapón.
—¿Sabías que estabas tarareando?
Me congelo, a medio camino de secar el plato.
—¿En serio?
Aiden asiente, sonriendo levemente mientras se acerca.
—Lo hacías.
Y de alguna manera, sé que ambos sabemos lo que significa. Esta
pequeña cosa que siempre he hecho, que se alejó cuando estábamos
en nuestro punto más bajo, ha encontrado su camino de regreso. Me
doy cuenta, para él, para mí… no es solo tararear, es esperanza.
—¡Olvidé esto! —dice Viggo, saltando con una nueva pila de vasos
y platos de postre y luego tirándolos en el fregadero a medio vaciar—
. Hombre, es una mierda que alguien se haya olvidado de poner el
lavavajillas antes. ¡Feliz lavado!
Miro mal a Viggo mientras sale silbando alegremente.
Aiden vuelve a abrir el agua y agrega más jabón.
—Personalmente, no estoy muy molesto de quedarme aquí
contigo, disfrutando de la tranquilidad, pero puedes salir si quieres.
—No. —Niego con la cabeza—. Me quedaré. —Mirándolo, siento
que nos inclinamos, más cerca… más cerca… Los ojos de Aiden van
a mi boca y luego cierra la distancia y presiona un beso profundo en
mis labios.
Cuando se aleja, ambos regresamos a nuestra tarea, uno al lado del
otro. El agua corre. Aiden limpia. Silenciosamente, enjuago y seco.
Entonces mi zumbido vuelve, más constante, más fuerte.
Mientras Aiden limpia el fregadero y el agua se drena en una
espiral lenta y perezosa, me doy cuenta de que…
En algún momento, él también comenzó a tararear.
Capítulo 20
Aiden
Playlist: Heaven, Brandi Carlile

—¿Dónde estamos? —pregunta Freya.


—Ve por ti misma. —Destapo sus ojos, observándolos agrandarse
y adaptarse a la oscuridad. Mira alrededor, en silencio, observando
nuestro entorno.
—¿Qué es esto?
—La cena —le digo.
Freya me mira.
—Esto no es solo una cena.
Sonrío y me encojo de hombros.
—Bueno, no.
Entrecierra los ojos juguetonamente.
—¿Esto es más grandilocuencia y humillación?
—¿Está funcionando?
Se vuelve hacia el picnic extendido sobre la arena, había diminutas
velas de té en linternas rodeándolo y flores de hibisco esparcidas
sobre la manta, suspira soñadoramente.
—Sí.
—Bueno. Entonces, sí. Soy un desvergonzado y grandilocuente
adulador.
Su risa es brillante y el sonido hace que cada vello de mi cuerpo se
erice. Pongo mi mano en su espalda, guiándola hacia la manta.
—¿Por qué conducimos hasta aquí? —me pregunta—. ¿No
podríamos haber hecho esto fuera de la casa?
Le doy una mirada.
—¿De verdad crees que habríamos tenido un momento de paz allí?
Tus hermanos habrían construido sugerentes esculturas de arena y
luego nos habrían dado una serenata con cada canción de Disney que
precede al primer beso de la pareja.
Freya se ríe tanto que resopla.
—Es como si los conocieras o algo así.
—Oh, lo sé. Más de lo que nunca pensé, después del día del vínculo
entre hermanos.
Freya me sonríe mientras baja hacia la manta y estira las piernas.
—Dijiste que era bueno estar con ellos. ¿Pero un día completo?
La sigo y me deslizo detrás de ella, sujetando a Freya dentro de mis
piernas.
—Recuéstate —susurro contra su oído. Duda, luego mira por
encima del hombro y me mira a los ojos. Paso una mano por su
hombro, hasta la punta de sus dedos.
Lentamente, se relaja dentro de mis brazos, luego pone sus manos
en mis muslos.
Presiono un beso en la piel suave detrás de su oreja, luego alcanzo
y recojo el primer plato, levantando la tapa. Corto un trozo de
pescado, se lo llevo a la boca. Freya da un mordisco, luego se acomoda
contra mi pecho, apoyando su cabeza debajo de mi barbilla. Se siente
tan bien, tan bien abrazarla como solía hacerlo, sentirla contra mí y
suspirar contenta.
—El día del vínculo entre hermanos fue divertido —le digo,
respondiendo a su pregunta anterior—. Y agotador. Hay una
diferencia entre veintiséis y treinta y seis. No estoy en forma como
antes. No he hecho tiempo para hacer ejercicio.
Freya mira hacia atrás.
—¿Lo extrañas?
—Lo que más extraño es el fútbol.
Asiente.
—Yo también.
—¿Te… —Me aclaro la garganta, dejo el primer recipiente y luego
abro otro—. ¿Te gustaría volver a jugar conmigo en un equipo mixto?
Tendría que ser una vez que tenga todo listo y funcionando en la
aplicación, si este inversor se presenta, pero…
—Sí —dice, su mano aterriza cálidamente sobre la mía. La aprieta
suavemente, luego enreda sus dedos con los míos—. Cuando estés
listo. Me gustaría, pero no hay prisa. Probablemente también volveré
a empezar con mi antigua liga de mujeres.
Le sonrío.
—Me alegro. Esa liga siempre te hizo feliz. Parecía como que lo
pasabas muy bien. —Le ofrezco un nuevo platillo, veo la suave boca
de Freya deslizarse sobre el tenedor. Siento la piel caliente, demasiado
tensa y me dejo llevar por la sensación: anhelo y hambre. Ha pasado
tanto tiempo desde que pude saborearla, desde que pude saborear su
deseo.
—Aiden —dice—. Todo esto está delicioso. ¿Dónde lo conseguiste?
—Un restaurante aquí cerca. También viene un Blue Hawaiian. —
Abro la hielera a mi lado—. Aquí. —Saco el tarro para llevar, agrego
una pajilla, una pequeña sombrilla tiki y, por último, pero no menos
importante, una flor de hibisco rosa. Luego acerco la pajilla a sus
labios—. Voilá.
—Fantástico, gracias. —Toma un largo sorbo y sonríe—. ¿Dónde
está el tuyo?
Levanto un agua mineral y la golpeo contra su vaso.
—Tu servidor está conduciendo.
Tarareando para sí misma, Freya toma suavemente el tenedor,
probando de cada recipiente que queda. Clava un trozo de pescado y
gira en mis brazos, llevándolo a mi boca.
—Pruébalo.
La emoción aprieta mi pecho mientras la miro, tan rápida para
compartir lo que le trae alegría. Es tan Freya. Tan absolutamente ella.
Su expresión vacila.
—¿Qué pasa?
Agarro su muñeca, antes de que pueda bajarla.
—Solo… la mirada en tu cara. La he extrañado. —Inclina la cabeza,
buscando mi expresión—. Felicidad.
Sus ojos se llenan y rápidamente se limpia las lágrimas mientras se
derraman.
—Lo siento —susurra.
—Soy el que lo siente, Freya. —La envuelvo en un abrazo y
presiono un beso en la coronilla de su cabeza—. Lo siento mucho.
Durante largos momentos de tranquilidad, me deja abrazarla
mientras beso sus lágrimas. Cuando aflojo mi agarre, me da una
sonrisa acuosa, luego mira nuestro picnic.
—Esto es… tan encantador, Aiden. Gracias.
—Gracias por confiar en mí cuando te dije que cerraras los ojos
mientras manejaba hacia al otro lado de la isla.
Se ríe débilmente y toma un sorbo de su cóctel.
—Por supuesto que confío en ti.
Tomo su mejilla y le doy un suave beso.
—No doy por sentada tu confianza. Los últimos meses no lo han
favorecido. No lo han hecho nada fácil. Lo siento por eso.
Miro hacia abajo, Freya pasa un dedo por la arena a lo largo del
borde de nuestra manta.
—Ziggy dijo algo ayer que se me quedó grabado.
—¿Qué dijo?
Arruga la frente pensando.
—Dijo que es fácil decirle a alguien que debe ser abierto cuando
está sufriendo, pero es difícil hacerlo cuando tu dolor se siente
vergonzoso o… desalentador. Me hizo pensar en lo aterrador que es
el fracaso para ti. Cuánto te costó cuando eras joven. El fracaso para
ti y el fracaso para mí significan cosas muy diferentes. Quería que
actuaras como yo actúo cuando me enfrento al riesgo, que me
confiaras esos miedos, pero en el pasado, en tu vida, cuando te
sentiste amenazado o vulnerable, recurriste a ti mismo para
sobrevivir. En lugar de recordar eso, lo tomé como algo personal.
Mi corazón golpea contra mis costillas. Deslizo mi palma contra la
suya y agarro su mano.
—Me alegro de que el fracaso no signifique para ti lo que significa
para mí, Freya.
Me mira a los ojos, parpadeando para quitar las lágrimas frescas.
—Ojalá no hubieras crecido así, Aiden. Lo odio.
—Lo sé, pero está hecho y ahora mira lo que tenemos. Mira todo lo
que está delante de nosotros. —Presiono un beso en su sien—. Lo
repetiría mil veces.
—¿Por qué? —pregunta.
—Porque fue parte de lo que me llevó a ti. Tú vales todo eso.
Deja caer su frente sobre mi pecho, girándola de un lado a otro
mientras envuelve sus brazos alrededor de mi cintura.
—Ojalá lo hubiera entendido. Me alejé cuando sentí que te habías
alejado, en lugar de ir tras de ti. Debería haberlo hecho.
—Estabas sufriendo, Freya —digo en voz baja—. No deberías haber
tenido que perseguirme.
Un pesado silencio se mantiene entre nosotros, excepto por el
sonido de la brisa del mar que sopla a través de las hojas de palma,
amenazando nuestras diminutas luces en sus linternas.
—A pesar de todo, ambos lo haremos mejor —dice Freya con
resolución. Levanta un dedo meñique cuando la acerco más—. ¿Lo
prometes?
Curvo mi dedo meñique alrededor del suyo y beso donde se
encuentran nuestros dedos.
—Lo prometo.

—Estoy tan lleno —me quejo.


Freya suspira contenta.
—Yo también. Eso fue increíble.
Nos tumbamos en la manta, mirando el cielo nocturno
resplandeciente de estrellas.
—No puedo superar lo despejado que está el cielo aquí —dice en
voz baja—. Cuánto puedes ver. Es impresionante.
La miro, la impresionante belleza de su rostro, esa nariz larga y
recta que brilla con su aro plateado, la línea afilada de sus pómulos
que he trazado con mi dedo innumerables veces, esos labios suaves y
carnosos fruncidos mientras reflexiona.
—Lo es —le digo—. Impresionante.
Mira hacia arriba y se da cuenta de que la estoy mirando. Un suave
rubor tiñe sus mejillas.
—Me recuerda a nuestra luna de miel —le digo.
Sonríe suavemente.
—Me encantó nuestra luna de miel.
—Oh, a mí también. —No puedo evitar la sonrisa que tira de mi
boca.
Freya me da un manotazo en el estómago con poco entusiasmo y
envuelve su brazo con más fuerza alrededor de mi cintura.
—Borra esa sonrisa satisfecha de tu cara, Aiden MacCormack.
Me río.
—Freya, permite que un hombre se glorifique con recuerdos felices
de lo mucho que disfrutó que su esposa estuviera desnuda, durante
una semana, en una playa apartada.
—Oh, Dios —murmura, golpeando su frente suavemente contra mi
pecho—. Estaba tan cachonda.
—Porque nos hiciste esperar semanas antes de la boda.
—¡Quería que nuestra noche de bodas fuera especial! —dice.
Las yemas de mis dedos se frotan a lo largo de su brazo,
deleitándose con la suavidad satinada de su piel.
—Lo fue.
—Sí. —Sus ojos buscan los míos mientras su mano se coloca sobre
mi corazón—. Realmente lo fue.
—Y tú cantaste.
Inclina la cabeza, la confusión tensa sus rasgos.
—¿Qué?
—En nuestra luna de miel. Cantabas constantemente. Cantaste en
la ducha, en el mar, en la cama, durante el desayuno, envuelta en mis
brazos. Me encantaba eso… eso que yo sabía, por cómo cantabas y
por lo que cantabas… me encantaba que me dijeras como te sentías.
Que tan a menudo me decías que eras feliz.
Los ojos de Freya brillan, húmedos con lágrimas no derramadas,
como las estrellas reflejadas en ellos.
—Me encantaba cuando tocabas la guitarra —dice—. Se sentía
como si le hablabas a mi canto, como si me mostraras sentimientos
que no siempre decías, me mostrabas tu felicidad por lo nuestro,
porque estábamos juntos. Sentados en el patio trasero, haciendo
música juntos… esos son algunos de mis mejores recuerdos.
Mi corazón se retuerce ante sus palabras agridulces, la belleza de
recordar tiempos más simples.
—Por eso fue tan emotivo —dice—. Cuando tocaste y cantaste la
otra noche en el karaoke.
Le sonrío.
—Yo sé lo que quieres decir. Así es como me sentí, viéndote cantar
también.
—¿Me viste? —Se muerde el labio—. No estaba segura de si ya
estabas allí cuando estaba en el micrófono.
—Ya estaba allí. —Meto una onda de cabello rubio pálido detrás de
su oreja, trazo la curva de su mandíbula con mi pulgar, acariciando
su delicada piel—. Me dio escalofríos. Parecías tan viva, Freya. Como
si algo dentro de ti, que no había visto en mucho tiempo, estuviera
ardiendo de nuevo. Qué alegría desenfrenada.
Exhala bruscamente y aparta una lágrima que se le escapa.
—Así es como me sentí.
—Así es como siempre quiero que te sientas.
Freya se acurruca junto a mí y coloca su pierna sobre la mía. La
acerco a mí y saboreo la sensación de su exuberante cuerpo pegado al
mío.
—Eso es lo que quiero para ti, también —susurra—. Para nosotros
dos.
Miro hacia el cielo, absorbiendo su oscura y hermosa inmensidad.
—Cuando vayamos a casa, quiero volver a hacerlo. Sentarnos
afuera y hacer música.
Freya suspira y apoya su cabeza en mi hombro.
—A mí también me gustaría.
Arranco mi mirada de las estrellas, acaricio su cabello e inhalo su
aroma, un toque de limones y hierba cortada, la dulzura de la flor que
puso en su cabello.
—Renunciaremos a nuestros trabajos. Empezaremos una banda.
Se ríe, sabe lo poco serio que estoy siendo.
—Nunca lo harías.
—Tienes razón, no lo haría. Tal vez en una próxima vida.
—Nunca abandonarías a tus estudiantes —señala—. Los amas
demasiado. Al igual que amo a mis pacientes.
Presiono un beso en su cabello.
—Lo sé. A veces son unos dolores de cabeza, pero en su mayoría
son solo jóvenes que intentan encontrar su camino y me gusta poder
ayudarlos. Recuerdo lo difícil que fue. Empatizo con eso.
Su risa humeante salta.
—A menos que sean atletas D-1.
—Pequeñas mierdas con títulos.
Freya me mira, buscando mis ojos.
—Pero has aprendido la lección, después de meterte con Willa, ¿no
es así, Aiden Christopher?
Le sonrío con aire de culpabilidad.
—Sí. Ese no fue mi mejor momento.
Niega con la cabeza.
—Tienes suerte de que fueran felices juntos.
—Vaya. Sobre eso. Tengo una confesión.
—¿Qué tipo de confesión? —pregunta con cautela.
—El tipo de confesión que solo estoy haciendo porque creo que está
fuera del estatuto de limitaciones de la ira de mi esposa.
Levanta una ceja.
—¿Entonces eso es?
Lucho contra un sonrojo.
—Entonces, ¿cuándo tu hermano y Willa eran mis estudiantes y los
envié a esa excursión de trabajo en equipo?
—Sí —dice lentamente—. Fue cuando te mandé al infierno.
—Sí, ahí fue. Bueno, les di un cuestionario que también tenían que
usar ese día. Tomé prestado un poco del material de talleres
corporativos que tenía, pero también se basó en gran medida en…
preguntas sobre la vinculación de parejas.
Freya se muerde los labios, muy claramente tratando de no reírse.
—¿En qué estabas pensando?
—No los viste suspirando el uno por el otro en mi salón de clases.
Solo necesitaban un pequeño empujón.
—Un pequeño empujón.
—Freya, lo vi. Eran tan perfectos el uno para el otro. La idea de que
algunas barreras de comunicación y malas actitudes podrían evitar
que se dieran cuenta de que… —Suspiro, sintiendo el peso real de mis
palabras—. No podía soportar la idea de que perdieran al amor de su
vida, porque la tengo y no puedo imaginar un mundo sin ella.
Sus ojos se suavizan.
—Aiden. —Envuelve sus brazos con fuerza a mi alrededor.
Aprieto su espalda y beso su sien, absorbiendo la sensación de
tenerla en mis brazos. Luego me alejo y me enderezo.
—Vamos.
Frunce el ceño cuando le ofrezco una mano y la levanto.
—¿Qué estamos haciendo? —pregunta.
Toco mi teléfono y selecciono la primera canción de una de sus
muchas listas de reproducción. Se titula Dancing on the beach. La
banda sonora perfecta, en bandeja de plata.
Freya también lo sabe cuando la acerco y empezamos a
balancearnos.
Ríe.
—Bien hecho.
—¿Cómo podría rechazar la lista de reproducción perfectamente
titulada?
—No lo sé —dice, plantando un beso en mi mejilla—. Pero me
alegro de que no lo hayas hecho.
La sostengo cerca, nos muevo al ritmo de la música, respiro a Freya,
que huele a sol y flores, el siempre dulce aroma a limón en su piel, tan
suave y cálido en mis brazos. Se siente como el cielo.
—¿Por qué estamos bailando? —pregunta.
Presiono un beso en su sien.
—Porque te encanta bailar y a mí me encanta abrazarte.
—Bueno, esa es una buena razón.
Sonrío, la acerco más y pongo mi boca en su oreja.
—Y porque quiero decirte cosas que no sé cómo decirte de otra
manera y es más fácil cuando estás en mis brazos.
—¿Cómo qué? —susurra.
—Todos los días me despierto asustado de que no te amaré como
mereces ser amada. Cuando estoy nervioso antes de hablar en una
conferencia, sostengo el colgante, que me regalaste, en la palma de la
mano hasta que está caliente y luego lo presiono con fuerza contra mi
pecho, para que esté tibio contra mi piel cuando hablo; me digo a mí
mismo que estás conmigo y eso me hace más valiente.
Se aparta y se encuentra con mi mirada.
—Las grandes actuaciones no son una broma —le digo en voz
baja—. Casi vomito antes de cantar para ti en el karaoke, pero después
me encantó. Me encanta que me hagas querer ser valiente y probar
cosas que de otro modo no haría. Ah, y tomé mi primer trago de licor
fuerte o al menos tres sorbos, para el coraje neerlandés antes de tocar.
Esos cócteles zombis tienen un alto porcentaje de alcohol, en caso de
que no lo supieras. Ve con cuidado.
Una risa humeante salta de ella.
—¡Sí, Aiden! ¿Un zombi?
Coloco un beso detrás de su oreja y camino más por su cuello.
—Son vacaciones. El lugar perfecto para romper mis propias reglas.
—Me di cuenta que sabías a menta y ron.
Mi risa es suave mientras beso su hombro.
—Siempre me ha costado admitir mis miedos y mis fracasos
porque nunca quiero decepcionarte, Freya.
Sostiene mi vista, deslizando sus dedos por mi cabello.
—No, Aiden. Nunca podrías decepcionarme. Porque nunca harías
nada que comprometiera tu integridad, tu bondad. Me lastimaste
cuando te alejaste, sí, pero nunca me decepcionaste.
—Dile eso a mi cerebro. Es un imbécil mentiroso.
—Lo haré —susurra—. Avísame cuando esté hablando mierda, así
puedo regañarlo.
Las lágrimas aprietan mi garganta.
—Lo haré.
Freya pone su mejilla en mi hombro, suspira mientras nos
balanceamos en círculos suaves y fascinantes.
—¿Aiden?
—¿Hum?
—Gracias. Necesitaba esto.
Mis labios se encuentran con los suyos mientras susurro:
—Yo también lo necesitaba.
Capítulo 21
Aiden
Playlist: I’m with You, Vance Joy

Los pájaros cantan afuera, tranquilamente. La luz del sol se filtra a


través de nuestra puerta corrediza de vidrio y pinta el perfil de Freya
en tonos dorados y bronce, deslizándose por la línea de su nariz hasta
sus labios, fruncidos por el sueño. Alguien da un golpe por el pasillo,
apuesto que fue uno de los cachorros de hombre, y la saca de su sueño
profundo.
En un estiramiento suave y silencioso, Freya se queja y sus ojos
parpadean y se abren. Somnolienta, mira hacia mí, donde estoy
acostado a su lado en la cama, apoyado sobre un codo. Le sonrío y me
devuelve una sonrisa tan cálida como la luz del sol que ilumina su
rostro.
—Buenos días —dice en voz baja.
—Buenos días —susurro, la miro, rozo mi mano contra la suya.
Desliza su palma tentativamente a lo largo de la mía hasta que enredo
nuestros dedos con fuerza.
Sus ojos bailan entre los míos y su sonrisa se hace más profunda.
—Tu cabello está salvaje.
—Lo sé. —Deslizo mi pulgar a lo largo de su palma,
tranquilizándome como lo he hecho innumerables veces, tocándola
de esta manera—. Necesito un corte de pelo. He estado demasiado
ocupado.
Demasiado ocupado. Dios, Aiden. Algo muy incorrecto de decir.
Su expresión vacila cuando baja la mirada a nuestras manos.
—¿Qué hora es?
—Temprano.
—¿Qué tan temprano?
Me encojo de hombros.
—No sé.
Frunce el ceño.
—¿Puedes revisar tu teléfono?
—No lo tengo.
Sus ojos se abren cómicamente.
—¿Qué?
Me ofendería lo sorprendida que está, pero prácticamente he
tenido la cosa pegada a mí durante meses. Era difícil no preocuparme
de que me perdería algo, pero lo hice, dejé mi teléfono abajo por
segunda noche consecutiva y todavía no lo he revisado. En cambio,
me desperté temprano e hice algo del flujo de yoga de Makanui en
nuestra pequeña terraza privada. Por mucho que me molestara el
tipo, por casi dislocarme la ingle el otro día, lo que nos enseñó me
ayuda a respirar más profundo y relajar mi cuerpo en todos los
puntos en los que tiene tensión.
—Se está cargando en la cocina —le digo en voz baja, deslizando
mis dedos por el interior de su brazo.
—Me dejas sorprendida —susurra—. Hablando de la cocina,
debería levantarme —murmura, mirando más allá de mí al cielo
brillante de la mañana—. Si no hago el desayuno, mamá lo hará.
—Ren y Axel se están encargando hoy.
Inclina la cabeza.
—¿En serio?
—Los muchachos hicieron un calendario para el resto de la semana
para que no recaiga en ti y… —Miro por encima de su hombro a la
bandeja que tengo esperando—. Tu desayuno está aquí, hoy.
Mira por encima del hombro, luego me mira a los ojos, reprimiendo
una sonrisa.
—Guau.
Le sonrío.
—Vamos. Antes de que tu café se enfríe y Ryder descubra adónde
fue a parar su termo Yeti.
—Oh, serás hombre muerto por robar eso.
—Es por eso que él no se va a enterar, esposa. —Le doy una
mirada—. Lo que no sabe no le hace daño. O a mí.
Freya se ríe suavemente mientras se acomoda en la cama y yo
coloco la bandeja sobre su regazo.
—Esto es realmente agradable, Aiden —dice—. No tenías que
hacer esto.
Aliso su cabellera y la beso en la mejilla.
—Quería hacerlo.
Cuando alcanzo su mesita de noche y agarro el agua de Freya para
ponerla en su bandeja, me doy cuenta del libro que tiene al lado.
—¿Persuasión? —pregunto.
Hace una pausa con el café a medio camino de su boca.
—Vi la película hace unas semanas y me encantó. Decidí leer el
libro también.
Me instalo junto a ella en la cama, cruzo las piernas por los tobillos
y me inclino, enderezando los cubiertos en la bandeja. Freya me
sonríe por encima de su taza.
—¿Cuándo viste la película? —pregunto en voz baja.
—Cuando estabas en Washington —dice Freya mientras deja su
café—. Lloré. Mucho.
La miro.
—¿Por qué?
Sonríe débilmente.
—Porque se trata de esperar mucho tiempo a la persona que amas,
después de que te haya lastimado y tú la hayas lastimado. Se trata de
decidir que el mundo exterior no puede dictar tu felicidad, sobre el
perdón y las segundas oportunidades y el amor que crece con las
personas a medida que crecen también.
—Suena bastante bien.
Asiente.
—Así es. De hecho, me gusta más el libro, hasta ahora.
Me apoyo en su mano, que no ha dejado mi cabello.
—¿Puedo leerlo?
—Solo si me lo lees en voz alta, con acento británico.
Le pellizco el hombro.
—Soy tan malo con los acentos como con las charadas y lo sabes.
Besa mi mejilla.
—Me encanta tu acento. —Sus labios se mueven a mi mandíbula y
siento su vacilación, su cálido aliento suave contra mi piel—. Y te
amo.
Esas palabras. No las he escuchado en demasiado, demasiado
tiempo. Te amo.
Mi corazón se siente como un solo de batería, redobles y estallidos,
ritmo de percusión que es un alivio explosivo. Lo dijo, me ama.
Todavía.
Me giro y atrapo sus labios, le robo otro beso.
—Te amo, Freya. Mucho. —Lucho contra el impulso de barrer su
bandeja de la cama y romper todas las reglas que nos dio la Dra.
Dietrich, me siento y respiro profundamente. Ahora no es el
momento de dejar atrás lo que estamos construyendo y mucho menos
poner a prueba mi cuerpo y correr el riesgo de decepcionarnos a los
dos.
Esa es una conversación que tendremos en casa, cuando la presión
de estar «bien» para sus padres haya quedado atrás. Cuando
hayamos fortalecido lo que conduce a esa intimidad física: nuestras
emociones, nuestra confianza, nuestra conexión.
Freya se recuesta y me sonríe, se lleva una fruta a la boca. Luego
otra. Observo el sol iluminar nuestra habitación, Freya deleitándose
con cada bocado del desayuno, cada vez que se chupa los dedos, cada
suspiro feliz y un suave murmullo de satisfacción.
Finalmente, deja la servilleta en su plato y sonríe.
—Gracias de nuevo. ¿Por qué no comiste?
Niego con la cabeza.
—Todavía no tengo hambre.
—Hum —dice, entrecerrando los ojos—. Asegúrate de hacerlo.
Necesitarás energía para cuando te patee el trasero en el voleibol de
playa más tarde.
—Oh. Por favor. —Recojo la bandeja y la dejo en el suelo cerca de
mí.
Se acurruca en la cama de nuevo.
—Pero no antes de que me vuelva a dormir. ¡Qué desayuno! Ahora
necesito una siesta. ¿Axel y Ren lo hicieron?
—¡Disculpa!, yo lo hice. No sería servil si los subcontratara.
—Hum. Desayuno rastrero.
—Por cierto. —Presiono un beso en su cabeza—. Ahora están
cocinando para todos los demás. Tu comida fue hecha con amor.
Sonríe.
—Aún mejor. Entonces, ¿quién está a cargo del desayuno mañana?
Me siento en la cama y giro una de sus ondas rubio platinado
alrededor de mi dedo.
—Oliver y Viggo.
—Oh, Dios, no. Se matarán entre ellos. Habrá huevos revueltos
pegados a la pared y masa de gofres arrojada sobre las cabezas de los
demás.
—Estarán bien, creo. Les encanta comer demasiado como para
desperdiciar la comida, incluso si discuten como una…
Freya levanta una ceja.
—¿Como una vieja pareja de casados?
—Shh. —Puse un dedo juguetonamente sobre sus suaves labios—.
Se supone que debes dejar pasar mis meteduras de pata.
—¿Debo hacerlo? —dice, antes de mordisquear juguetonamente mi
dedo.
Respiro hondo cuando sus ojos se encuentran con los míos. Mi
cuerpo se calienta y se tensa mientras miro fijamente su boca,
mientras Freya levanta una mano vacilante y la desliza por mi cabello,
alisando las ondas que caen en mi cara.
La observo, arrastro la sábana. Bragas blancas transparentes y una
camiseta sin mangas que muestra sus pezones apretados y
endurecidos. Belleza pura. La miro por un momento, absorbiéndola.
—¿Puedo tocarte, Freya?
Se sonroja hermosamente.
—¿Cómo?
Presiono mis labios suavemente en su garganta y respiro.
—Quiero besarte.
—Será mejor que te laves los dientes, entonces … oh. —Se estremece
mientras beso mi camino por su pecho.
—Ese tipo de besos —le digo.
Exhala temblorosamente, sus manos se enroscan en mi cabello.
—¿Por qué?
—Porque te extraño —susurro contra la suave curva de su
estómago, levantando su camiseta sin mangas—. Porque quiero que
te sientas bien. —Un beso suave, mientras acaricio la piel suave como
el satén entre sus caderas—. Porque te amo.
Las caderas de Freya ruedan hacia las mías. Sus dedos recorren mis
hombros con delicadeza, hasta que se enroscan en mi pelo de nuevo
y me acercan más.
—Necesito tus palabras, Freya.
—Sí —dice, débilmente—. Sí, puedes besarme.
Le quito las bragas y las arrastro por sus piernas. Es tan hermosa,
mojada y sonrojada. La acaricio suavemente, separándola con
delicadeza, soplo aire fresco.
—Aiden —susurra, inquieta debajo de mí.
Deslizo mi otra mano debajo de su camisa y ahueco su pecho,
tocando su pezón.
—¿Te despertaste adolorida, Freya?
Se muerde el labio y luego asiente débilmente.
—¿Con qué estabas soñando?
Su rubor se profundiza.
—¿Cómo sabes que estaba soñando?
Froto su clítoris, luego bajo, acariciando esa piel suave y
aterciopelada. Cada movimiento de mi pulgar, cada toque persuasivo
la hace suspirar.
—Porque me doy cuenta. Estabas inquieta mientras dormías. Eso
te delató también. —Tomo sus senos, hago rodar sus pezones debajo
de mis dedos, moviéndolos para provocarlos—. Siempre lo haces.
Beso mi camino hasta sus muslos hasta que estoy tan cerca de
donde me quiere.
—Y conozco el cuerpo de mi esposa —susurro—. Sé cuándo
necesita venirse.
Paso mis dedos por su estómago y veo que se le pone la piel de
gallina cuando Freya echa la cabeza hacia atrás y se muerde el labio.
Sus ojos se cierran cuando me arrastro por su cuerpo y chupo sus
pezones a través de la tela de su camiseta sin mangas, acariciándola
rítmicamente.
—Tócate, Freya. —Mi voz es grave y mi pene sobresale, duro y
palpitante. Mis bolas se aprietan con fuerza mientras juego con su
pezón—. Muéstrame.
Su mano se desliza por su cuerpo, acariciando donde está mojada
y sonrojada y tan jodidamente bonita. Me apoyo más alto en un codo,
mi toque frotando sobre su muslo. Cierra los ojos y exhala
lentamente, luego comienza a dar vueltas alrededor de su clítoris.
—Freya —susurro contra su piel—. Dime tu sueño.
Freya es una persona muy sensual y, sin embargo, es tímida en la
cama. Al principio de nuestra vida sexual me di cuenta de que hacerla
decir lo que quería la excitaba casi tanto como cuando se lo daba.
—Tú estabas… —Traga—. Usaste tu lengua.
La recompenso con una succión profunda y provocativa de su
pezón. Se inclina fuera de la cama.
—¿Dónde?
—Aquí.
Sus dedos se deslizan más hacia abajo y un gruñido animal me
abandona mientras la observo. Mi agarre se hunde en su muslo.
—Dime exactamente. ¿Dónde estaba mi lengua?
—Mi coño —susurra, frotándose en círculos cerrados. La observo
moverse, la manera sensual en que su pie se desliza a lo largo de las
sábanas, las respiraciones suaves e irregulares que toma mientras
crece su deseo.
Un suave beso en sus labios, mis manos amasándola, la veo
retorcerse y perseguir la liberación.
—¿Tu coño está mojado para mí, Freya?
—Oh, dios, sí. —Freya suspira temblorosamente—. Aiden, estoy
tan cerca…
Alguien golpea la puerta.
—Vamos, asnos perezosos. ¡Desayuno!
Ese debe ser Oliver. A quien voy a asesinar.
Freya jadea, arqueándose ante mi toque.
—Di…dile que se vaya.
—¿Por qué no puedes decirle tú? —le pregunto juguetonamente.
Detengo el movimiento de su mano y me gano una mirada aguda.
—Lo juro por Dios, Aiden —dice—. Ahora no es el momento de
terminar. No me he venido en semanas.
—Siempre es hora de terminar. —Le muerdo el labio inferior con
los dientes y lo sigo con un beso, luego empiezo a arrastrarme por su
cuerpo de nuevo—. Te corres tan duro cuando lo hago, Freya.
Tiemblas y lloras, y es tan jodidamente hermoso.
Gime débilmente.
—¿Hola? —llama Oliver.
Lo juro, tiene veinte y parece de doce. No respondemos. Estamos
en nuestro dormitorio. ¿Qué cree que estamos haciendo?
Sosteniendo los ojos de Freya, bajo mi boca, golpeando suavemente
su pequeña protuberancia hinchada con mi lengua.
—Será mejor que le respondas —susurro, deslizando dos dedos
dentro de ella y acariciándola firmemente.
—¿Qué? —Oliver pregunta a través de la puerta.
—Lo digo en serio, Freya. Estoy bastante seguro de que no
cerramos la puerta.
Se estremece mientras monta mi mano.
—Te voy a… a hundir en el océano por torturarme.
Detengo mis dedos y siento sus piernas temblar alrededor de mi
toque antes de continuar bombeándolos dentro de ella.
—Y me lo mereceré.
—¡Vete a la mierda, Oliver! —grita mientras llevo mi boca a su
cuerpo una vez más y la lamo bruscamente. Entierra la cara en la
almohada y se corre, gritando de alivio.
—Caray —murmura—. Alguien se despertó en el lado equivocado
de la cama. —Sus pasos se alejan y luego mueren.
Freya jadea por aire mientras provoco una oleada rítmica tras otra
de su liberación. Finalmente, presiono un beso lento en su muslo,
luego en su estómago.
Me mira.
—¿Crees que eres gracioso?
Sonrío y robo otro beso donde ella es increíblemente hermosa y
sensible. La hace jadear y cerrar sus piernas alrededor de mis
hombros. Los abro y trepo por su cuerpo.
—Creo que llegaste espectacularmente y si tuviera que molestarte
un poco para lograr eso, entonces pagaré ese precio.
Sus ojos se estrechan mientras trata de no sonreír.
—Debería torturarte también —dice sombríamente.
—Puedes hundirme en el océano. Tal como prometiste. —Presiono
un beso en su pecho antes de empujarme fuera de la cama—. Vamos.
Capítulo 22
Freya
Playlist: Over the Rainbow, Israel Kamakawiwoʻole

—¡De acuerdo! —llama Ryder. La sala de estar se queda en


silencio—. Todos los que vienen a la caminata están aquí, ¿sí?
—No —dice Axel uniformemente, antes de volverse hacia las
escaleras, se tapa la boca y grita—: ¡Viggo! ¡Oliver! ¡Traigan sus
traseros aquí abajo!
Los cachorros de hombre bajan corriendo las escaleras un momento
después, las bolsas de equipo se balancean pesadamente sobre sus
espaldas.
—¿Para qué diablos empacaron? —pregunta papá—. ¿Planean
acampar en la jungla?
—Aperitivos —murmura Viggo.
Le creo, todo lo que esos dos hacen es comer.
Oliver pasa junto a Ryder hacia la puerta principal.
—Sí. Aperitivos.
Ryder toma su bolso, detiene a Oliver en seco y luego lo hace girar.
—Ahora, ¿tenemos a todos los que vienen a la caminata? ¿Todos
tienen agua y algo de comida para salir adelante?
Ante un coro de afirmaciones, Ryder se vuelve y abre la puerta
principal, acompañándonos hacia afuera.
Frankie se mete más profundamente entre los cojines del sofá con
su manta y muestra una sonrisa de satisfacción.
—El sofá y la televisión. Todo para mí.
Entrecierro juguetonamente los ojos hacia ella.
—Nada de regodearte. A algunos de nosotros nos metieron a la
fuerza en esto.
—Ese es tu problema —dice Frankie, blandiendo el control remoto
hacia mí—. Eres demasiado amable. Tienes que aprender mi palabra
favorita. No. N.O., he estado trabajando en Zenzero, pero mira, ahí
está él, preparado para esta caminata a pesar de que terminará
pareciendo un imitador de langostas.
—Oye. —Ren se inclina sobre el sofá y la besa—. Tengo un
sombrero y SPF 100 puesto, de pies a cabeza.
Lo besa de nuevo.
—Sé inteligente y bebe tu agua. Te amo.
—Te amo —susurra.
Sigo a Ren, Aiden detrás de mí, mientras subimos a la enorme
furgoneta de alquiler que nos llevará durante treinta minutos hasta el
sendero del cráter Ka'au. Estoy nerviosa de ver a papá amontonarse
en el asiento del conductor, no porque no confíe en él detrás del
volante, sino porque siento que una caminata que Ryder dice que es
bastante técnica podría ponerlo a prueba.
—Freya Linn —dice, ajustando sus espejos—. Deja de preocuparte
por mí. Estaré bien.
Descubierta.
Mis mejillas se calientan.
—Está bien, papá.
—Está bien, papá —cantan burlonamente Viggo y Oliver.
Aiden se echa hacia atrás y golpea a cada uno de ellos en la cabeza.
—Ya basta.
Se hunden en sus asientos, luciendo como cachorros tristes.
Miro a Aiden por un instante. Él sonríe, luego ahueca mi cuello,
masajeándolo suavemente. Mis dedos se enroscan en la tapicería y mi
corazón late con fuerza debajo de mis costillas.
—No deberían haber hecho eso —le dice Ren a Viggo y Oliver—.
Se burlaron de la novia de Frankenstein.
Ryder resopla.
Axel tose.
Mamá jadea.
Y Aiden le frunce el ceño a Ren.
—Ese fue el Frankenstein más obvio de la historia y todos ustedes
lo saben. Estaban troleándome.
La risa profunda de papá hace eco cuando enciende el motor.
—Simplemente no quería que terminara.
Muerdo mi labio y pongo mi mano en su muslo. Aiden hizo lo
mejor que pudo en las charadas anoche, pero sigue siendo tan
terrible. Era una de esas familiaridades que hacían que mi corazón
cantara, porque a pesar de que nos costó adivinar y la lora seguía
llamándolo «cosa buena», mientras caminaba pesadamente por la
sala de estar, lo dio todo. Lo observé, despistada, mientras me miraba
suplicante, como si tuviera que saberlo. Luego se rio de sí mismo,
colapsando en mis brazos cuando el tiempo terminó y yo también reí.
Reí tanto que desperté con los músculos abdominales adoloridos.
—Lo adiviné —le recuerdo.
—Sí. —Aiden sonríe, dándome un codazo—. Justo al final de mi
tiempo.
Aprieto su pierna antes de que deslice su palma debajo de la mía y
enrede nuestros dedos. Se encuentra con mis ojos por un breve
momento, antes de que su mirada se desplace a mi boca, luego hacia
adelante, en el camino mientras papá sale.
Un parloteo leve llena la camioneta cuando Kailua desaparece
detrás de nosotros y papá se incorpora a la 61-S. Willa se ríe de algo
que dice Ryder mientras Ren y Ziggy leen la guía de información que
Ryder trajo para nuestra caminata. Axel se estira hacia adelante,
respondiendo a mamá mientras ella se vuelve y pregunta algo que no
alcanzo a escuchar, demasiado perdida en la sensación de la mano de
Aiden envuelta alrededor de la mía, la calidez de nuestros cuerpos
uno al lado del otro.
Presiono mi frente contra el vidrio y observo la belleza del interior
de Hawái desplegarse ante mis ojos. A mi derecha, un caleidoscópico
borroso de belleza cobra vida cuando papá toma la vuelta, luego
reduce la velocidad un poco para que podamos apreciar la vista. Las
montañas de color verde musgo raspan el cielo de color zafiro cuando
pasamos por ricas marismas que tienen el mismo color vibrante que
las montañas que se encuentran sobre ellas.
Después de haber pasado mi vida en el noroeste del Pacífico y
luego en el sur de California, no soy ajena a los paisajes exuberantes
y las vistas al océano, pero esto es mucho más que eso. Es como el
momento en que Dorothy pisó el camino de baldosas amarillas y Oz
se convirtió en un mundo tecnicolor de tonos de joyas y superficies
bañadas por el sol. Un mundo encantador.
—Entonces —dice Ryder, aclarándose la garganta.
—Prepárense —nos dice Willa—. El montañés está en su elemento.
—Cállate —dice antes de agarrar su mandíbula y plantar un fuerte
beso en sus labios—. Esto es el pantano Kawainui a nuestra derecha.
Kawainui significa «el agua grande», probablemente porque hace
mucho tiempo esto era un gran estuario…
—Salud —dice Oliver inexpresivo.
Ryder le lanza una mirada de muerte.
—Un estuario es un cuerpo costero parcialmente cerrado de agua
salubre con al menos una fuente de agua dulce, así como una
conexión con el océano abierto.
—Gracias —dice Oliver con aspereza—. No es que haya
preguntado.
—No —admite Ryder—, no lo hiciste. Hiciste una broma al
respecto en lugar de decir lo que realmente querías, que era saber de
lo que estaba hablando. Considérate educado a pesar de tu orgullo
exagerado.
—Peleaaaa —dice Viggo.
Oliver le da un fuerte codazo y, para sorpresa de nadie, comienzan
a golpearse en la última fila donde, sabiamente, nadie más se unió a
ellos.
—De todos modos —dice Willa—. Adelante, leñador.
Ryder se aclara la garganta.
—Entonces, Kawainui probablemente era un cuerpo de agua
estuarino en el momento en que se colonizó el área por primera vez.
Hoy en día, la marisma flota en el agua o posiblemente crece sobre
una capa de turba que flota en el agua, lo cual es genial, y en las partes
más altas de la marisma es esencialmente una pradera empapada.
Ren toma una foto con su teléfono y luego comienza a escribir.
Apuesto lo que sea a que se lo está enviando por mensaje de texto a
Frankie.
—Es hermoso. ¿Por qué no vamos de excursión allí?
—Porque las vistas serán mucho mejores en el sendero del cráter
Ka'au —dice Ryder—. Múltiples cascadas, impresionantes vistas de
Kaneohe, Kailua, que es donde está nuestra casa, Diamond Head y,
por supuesto, el cráter Ka'au.
Papá dice:
—Como nos dijo Ryder, es un camino bastante difícil y no hay
presión para hacerlo todo. Nos comunicaremos periódicamente y si
alguien se está cansando, somos lo suficientemente experimentados
como para dividirnos en grupos. Cualquiera que esté listo para irse a
casa regresará conmigo y con mamá y yo los llevaré, mientras que
Ryder los lleva a ustedes para la caminata completa. Es solo un viaje
de treinta minutos hasta la casa y estoy feliz de ser el conductor del
transbordador.
Mamá acaricia su cuello y le sonríe mientras papá pone su mano en
su muslo. Se me hace un nudo en la garganta al darme cuenta cada
día que pasamos aquí, que mi esperanza crece, pero mi pregunta
sigue siendo: ¿Tendremos eso? ¿Lo lograremos?
Miro hacia otro lado, por la ventana, tomando una respiración lenta
y profunda. La mano de Aiden aprieta la mía, y podría jurar que
escucho su voz, suave como un susurro: Sí.

Bueno. Si dudaba si estaba o no en forma, esta caminata lo


confirma.
Soy una hija de puta ruda con músculos de acero. Quiero decir, sé
que mi trabajo es físicamente exigente, pero incluso yo misma me
sorprendo de lo bien que lo estoy haciendo.
Delante de todos, excepto de Ryder, que lidera, agarro una cuerda
estabilizadora cuando llego a una zona resbaladiza y me tropiezo con
otra guayaba en el camino. Viggo ya se ha comido dos.
Los sonidos de la vida silvestre y la vitalidad de la jungla que nos
rodea son impresionantes. Nuestra caminata también es
impresionante. Como para quitar el aliento. Excepto a mí, porque soy
una bestia.
—Maldita sea, Frey —resopla Ryder, mirando por encima del
hombro—. Estás forzando mi ritmo.
Me limpio la frente, que está empapada de sudor. Estamos a
veintiocho grados, pero con la humedad se sienten bien entrados los
treinta. Mi ropa está empapada de sudor. Huelo como un animal de
granero.
Es jodidamente glorioso.
—Freya siempre fue una cazadora de endorfinas —resopla papá,
su impulso comienza a decaer. Todos miramos hacia atrás y
sutilmente bajamos el ritmo también, hasta que llegamos a una
parada natural en un amplio tramo del sendero—. Cuando tenía tres
años, me hacía cronometrar sus carreras a través del patio y contar
sus flexiones. Hacía mi rutina de fisioterapia y ella la hacía
correctamente junto a mí. Diciendo: «¡Vamos, papá, no te rindas!» —
Papá se ríe en voz baja mientras se seca la frente—. No podía saltarme
mis ejercicios de fisioterapia, aunque quisiera.
Me siento sonrojar.
—Y así es como Freya se enamoró de la fisioterapia —dice Aiden
en voz baja, rozando sus nudillos contra los míos.
—Uf —se queja Willa—. ¿Qué me ha pasado? Acabo de llorar. —
Se vuelve hacia Ryder—. ¿Soy oficialmente una blandengue ahora?
Ryder sonríe y le acaricia la mejilla.
—Lo has sido desde hace un tiempo.
—Maldita sea —se queja.
Mamá sonríe y pone sus manos en sus caderas, tomando profundas
bocanadas de aire.
—Ella decía: «Quiero ser fuerte, así como papá». Por ese entonces
él estaba muy en forma.
Papá frunce el ceño.
—Disculpa, esposa. ¿Estaba?
Mamá se ríe, su voz ahumada como la mía, saltando contra la
tranquilidad del camino.
—Lo siento mucho. Estabas. Estás y siempre estarás.
—Eso me gusta más. —Papá desenrosca la tapa del agua y le
entrega la cantimplora, observándola beber, indicándole que
continúe.
—Más, Elin.
Pone los ojos en blanco y traga más. Mamá baja la botella, se limpia
la boca y suspira.
—Bien. Su padre está preparado para esta caminata, pero esa
prótesis no y me estoy cansando. ¿Listo para volver, Alex?
Papá sonríe.
—Claro, cariño. ¿Alguien más que esté listo para volver?
Los ojos de Axel abandonan la copa de los árboles que ha estado
observando en silencio.
—Sí, yo lo estoy.
—Lo mismo digo —dice Ren, con la mano dentro de su bolsillo
alrededor de su teléfono—. Estoy fuera de la recepción celular y me
estoy inquietando. Quiero volver con Frankie.
Mamá nos lanza un beso a todos.
—Los amo, a cada uno de ustedes. Cuídense —nos dice, antes de
que ella y papá se den la vuelta y comiencen a caminar por el sendero.
Después de que están en camino por el sendero, Willa se da vuelta
y dice:
—Está bien, sigan adelante. Esto es divertido y todo eso, pero tengo
una playa que está llamándome.
Ryder le tiende la mano, que ella toma.
—Vamos, Rayo de Sol.
Cuando me giro para unirme también, mi pie resbala. Antes de que
pueda siquiera gritar o agarrar la cuerda estabilizadora, las manos de
Aiden están en mi cintura, agarrándome con fuerza y
estabilizándome.
—¿Estás bien? —pregunta en voz baja.
El calor se eleva a través de mi piel por su fuerte agarre. Trago
grueso.
—S… sí.
Ziggy pasa corriendo junto a nosotros, antes de que Oliver y Viggo
la sigan, discutiendo sobre algo como siempre.
Estoy en el filo de la navaja de anhelo. Porque después de que las
charadas continuaron durante horas y todos nos pusimos un poco
borrachos, Aiden y yo nos cepillamos los dientes y nos quedamos
dormidos besándonos, enredados en la cama y luego me desperté,
esperando continuar donde lo habíamos dejado, pero no, Ryder
estaba golpeando las puertas diciéndole a la gente que se levantara y
se pusiera en marcha para que no estuviéramos caminando en el calor
del horario estelar.
—Pareces distraída —dice—. ¿En qué piensas?
—En algo que la excursión con mis hermanos no curará —
murmuro.
Aiden tose tras el puño.
—No puedo creer que nos quedamos dormidos anoche.
—¿Verdad? ¿Cuántos años tenemos?
—Bueno, no tienes excusa. Yo, sin embargo, tengo treinta y tantos
años —dice.
—Oh por favor. Treinta y seis no es treinta y tantos.
—Estoy bastante seguro de que las matemáticas son mi timonera,
Bergman. —Golpea suavemente mi trasero y pasa, dándome una
sonrisa deslumbrante—. Treinta y seis se redondea a cuarenta.
Corro para alcanzarlo.
—Odio cuando haces eso.
Se inclina y baja la voz.
—Generalmente no es lo que tus bragas demuestran después.
—¡Aiden! —siseo, señalando con la cabeza a Ziggy, que no está
muy por delante de nosotros.
—¿Qué? Yo estaba tranquilo.
—No tan tranquilo.
De repente, Aiden me tira del codo y me sujeta contra un árbol, su
corteza mojada se clava en mi espalda, las hojas oscuras forman un
dosel secreto a nuestro alrededor.
Siento su boca cálida en la mía, firme y hambrienta. Paso mis dedos
por su cabello, las ondas tan apretadas por la humedad de Hawái son
casi rizos. Gime y me tira hacia sí cuando arrastro las uñas a lo largo
de su cuero cabelludo, fusionando nuestros cuerpos calientes y
empapados de sudor.
—Los vamos a perder —murmura Aiden.
—Es un camino bien marcado —le digo entre besos, tirando de él
aún más cerca—. Nos detendremos en la primera cascada. Estaremos
bien.
Las manos de Aiden se hunden en mi cabello mientras nuestros
besos se vuelven más calientes, más lentos, las lenguas bailan. Mi
toque vaga por su pecho plano, bajando por su estómago. Se
estremece y se aleja para presionar un beso en mi sien, luego en mi
mejilla. Su lengua sale disparada, saborea el sudor de mi piel y Aiden
gime, balanceando su pelvis contra la mía. Estoy exactamente a siete
segundos de arrastrarnos detrás de este árbol y decirle a la Dra.
Dietrich que su regla de no sexo puede irse de excursión en nuestro
lugar.
—¿Chicos? —llama Viggo desde el camino—. ¿Vienen?
Aiden me muerde el cuello con frustración y gime antes de volverse
y clavarme con otro beso fuerte.
Emergiendo de debajo del árbol, alcanzamos rápidamente a Viggo
que está pelando otra guayaba. Arquea una ceja.
—¿Se están comportando, niños?
—Espero que te ahogues —murmura Aiden, arrastrándonos más
allá.
Viggo sonríe y camina detrás de mí mientras hacemos un giro en el
camino.
Una sensación de hormigueo me sube por la columna cuando
doblamos la curva. Ziggy está apoyada contra un árbol, con las largas
piernas cruzadas a la altura de los tobillos mientras mira fijamente la
guía.
—¿Dónde están Willa y Ryder? —pregunta Aiden.
Ziggy mira hacia arriba.
—No soy la observadora más astuta del comportamiento humano,
pero incluso yo podría decir que querían un poco de tiempo a solas.
Los dejé avanzar un poco.
Aiden sonríe y me mira.
—Ves. Las caminatas son sentimentales para ellos. Porque tu
servidor se entrometió y los puso en el camino de la felicidad.
Pongo los ojos en blanco.
—Casi lo encontraría tolerable si no te regodearas.
Su sonrisa se profundiza mientras se ríe, haciendo que muchos
momentos de nuestros primeros años pasen por mi mente, cuando
éramos jóvenes, incluso con tan poco, de alguna manera mucho más
felices y cercanos. Trato de alejar mis preocupaciones sobre cuando
estamos en casa y la vida es ocupada y nuestras demandas
profesionales nos arrastran en una docena de direcciones diferentes.
Trato de quedarme en el aquí y ahora, agradecida por lo que nos ha
dado esta semana. Porque sé que alejarnos nos obligó a enfrentarnos
de una manera que nunca lo habría hecho estando en casa. Y, sin
embargo, una parte de mí tiene miedo de que volver a casa sacuda lo
que tentativamente hemos comenzado, aislados del mundo exterior
y sus innumerables presiones.
Como si sintiera mis pensamientos en espiral, el pulgar de Aiden
hace círculos en mi palma.
—Cuida tus pasos, Frey —dice suavemente.
Cuando miro hacia arriba y me concentro en el camino, me doy
cuenta de que no solo perdimos a Willa y Ryder.
—¿Dónde está Oliver?
Viggo tira la cáscara de guayaba y se guarda la navaja suiza que
sacó de la casa.
—¿Hum?
—Oliver —digo firmemente—. ¿Doce meses más joven que tú? ¿Se
parece a ti, pero con cabello rubio y una inclinación aún peor por las
travesuras? ¿Te suena alguna campana?
—Oh —dice Viggo casualmente, mirando a su alrededor—. Estoy
seguro de que está más adelante acosando a Willa y Ryder.
Ziggy guarda su guía en el bolsillo y se empuja del árbol.
—Dijo que tenía ganas de orinar.
—Ah. —Miro alrededor—. Sin embargo, no debería tomar tanto
tiempo.
Aiden me suelta la mano y acelera el paso.
—Voy a hurgar más adelante en el camino.
—Espera, Aiden. —Corro tras él, sintiéndome inquieta por algo,
pero sin saber qué. No lo quiero fuera de mi vista.
Mira por encima del hombro y frunce el ceño.
—Freya, quédate atrás y vigila a Ziggy y Viggo.
—Ziggy es un punto válido, pero Viggo tiene veintiún años de
problemas infernales. Se manejará solo. —Me doy la vuelta y llamo a
Ziggy—. Vamos, Zigs.
Alarga el paso, dándome una mirada de sufrimiento.
—Sí, madre.
Suavemente jalo su larga trenza roja.
—No te burles. Estamos en la jungla y me preocupo por ti.
Sonriendo, se pone a mi paso.
—Bueno, cuando lo pones de esa manera.
Nos encontramos con una hondonada en el sendero que nos hace
apresurarnos cuesta abajo por una pequeña colina, luego escalar el
otro lado hacia un giro ciego a lo largo de un punto angosto en el
sendero, que da a una fuerte caída. Me aferro más cerca del borde
boscoso y arrastro a Ziggy conmigo, por lo que está escondida a salvo
de la cornisa.
A la mitad de la colina, Aiden se tropieza con su cordón y maldice
en voz baja. Se pone de rodillas y se ata la bota.
—Adelántense —dice—. Ya voy.
Ziggy y yo corremos hasta lo último de la colina, resoplando y
resoplando mientras doblamos la curva, luego nos encontramos cara
a cara con lo último que esperaría en medio de una jungla hawaiana:
un hombre alto con disfraz y una horrible máscara de payaso.
Me asusta muchísimo.
Gritamos al unísono y nos sobresaltamos violentamente, pero
mientras Ziggy cae a salvo hacia los árboles, donde la dirigí a
propósito, yo tropiezo con una raíz hacia la orilla.
Y entonces me precipito hacia atrás, con nada más que el aterrador
silencio de la caída girando a mi alrededor.
Capítulo 23
Aiden
Playlist: Video Games, Trixie Mattel

Levanto la cabeza en el momento en que escucho a Freya gritar.


Entonces me doy cuenta de que Ziggy también está gritando y luego
mi corazón da un vuelco cuando un tipo con disfraz de payaso vuela
hacia Freya, tratando desesperadamente de atraparla, Freya tropieza
y cae hacia el borde de un descenso cuya altura no tengo tiempo de
calcular, pero sé que no puedo arriesgarme.
No puedo explicarlo. Cómo, en un abrir y cerrar de ojos, corro hasta
lo último de la colina, lanzándome hacia Freya mientras sus brazos
giran y comienza a caer desde el borde. El payaso agarra su mano, lo
suficiente como para frenar su caída, antes de que yo agarre un
puñado sólido de su camiseta y use toda mi fuerza para halarla hacia
mí, lanzándome hacia adelante como contrapeso. Escucho el cuerpo
de Freya conectarse con la tierra y un jadeo colectivo de alivio a
nuestro alrededor.
Luego el sonido penetrante de mi esposa gritando mientras vuelo
por los aires.
Dicen que la caída ocurre en un instante, pero para mí sucede en
misericordiosa cámara lenta. Mi cabeza se sacude hacia atrás cuando
me doy cuenta de que hay otra saliente debajo de mí, tal vez a seis
metros, puedo aterrizar allí y no adentrarme más en la jungla. Ojalá.
Es instintivo, mis músculos me recuerdan lo que he aprendido,
porque soy ese tipo que realmente ha estudiado cómo caer con
seguridad. Nunca sabes cuándo tendrás que saltar de un edificio de
varios pisos y tratar de no morir. Sé doblar las piernas y mantenerlas
juntas para prepararme para el impacto y no fracturarme la columna
ni partirme la cabeza. Puedes apostar tu trasero a que me aseguré de
estar preparado.
A pesar de que la saliente se está acercando, es estrecha y existe la
posibilidad de que caiga y caiga… bueno, hacia mi muerte,
probablemente. Tengo que reducir la velocidad, disminuir el
impulso, así que me estiro, arañando todo lo que puedo y encuentro
un retoño que mi mano de alguna manera atrapa.
Freya grita de nuevo. La escucho muy lejos, pero cerca,
contradictoriamente. Quiero gritarle que estoy bien, decirle que no
tiene que preocuparse, pero cuando agarro el retoño con la otra mano
la rama débil comienza a doblarse y luego se rompe, me doy cuenta
de que no debo hacer promesas que no puedo cumplir.
Ahí es cuando mi agarre falla y caigo hacia atrás, por un momento
aterrador, hasta que me encojo para poder aterrizar con los pies por
delante y lo hago con un repugnante crujido que envía un dolor
candente que me quema el brazo izquierdo.
Viggo grita algo, pero no puedo procesarlo. Todo lo que sé es que
aterricé y estoy a salvo, por ahora.
Las voces se confunden, una mezcla salvaje de discurso urgente
que todavía no puedo entender. Mi cuerpo está inundado de
adrenalina, mis oídos zumban. No puedo recuperar el aliento, ya sea
por el pánico o porque me he quedado sin aire o por ambas cosas.
—¡Te tengo, Aiden! —grita Ryder aterrizando a mi lado con un
arreglo complejo de cuerdas atadas a su cintura y ancladas en su
agarre—. Oye. ¿Puedes sentir tus manos y pies?
—Desafortunadamente —jadeo—. Mi brazo izquierdo. No lo
toques.
Ryder exhala bruscamente.
—De acuerdo. Voy a arriesgarme a moverte. Agárrate con tu brazo
derecho, colócalo a mi alrededor.
La voz de Viggo lo sigue.
—Ve lento.
De alguna manera nos elevan a lo largo de la saliente. Ryder
sostiene mi brazo, que no está roto, con fuerza sobre su hombro,
instruyéndome para caminar por la cara empinada del camino,
mientras nos ancla con una cuerda hasta que más manos de las que
puedo contar me arrastran hacia el camino.
—¡Aiden! —murmura Freya. Su voz es fina y frágil, como el vidrio
demasiado soplado.
—Estoy bien —murmuro espesamente. Mis ojos se cierran de
golpe, mi corazón sale volando de mi pecho. No estoy del todo seguro
que no estoy muerto. Me duele la cabeza. Me duele la espalda. Me
duele mucho el brazo. Muevo la mano buena por la tierra hasta
sentirla—. ¿Estás bien? —pregunto.
Un sollozo sale de Freya.
—Aiden, estoy bien. Ca… casi te matas.
—Eras tú o yo —murmuro—. Elección fácil. —Mi mano vaga por
mi cuerpo, mientras trato de orientarme y ahí es cuando siento su
ausencia en mi cuello—. ¡Mi cadena! —grito con voz ronca. Mis ojos
se abren de golpe mientras busco visualmente el suelo.
—Aiden, cálmate. —Freya pone su mano en mi pecho,
calmándome—. Ya no está.
—No. —Mi corazón late. Esa cadena… no puedo perderla.
Freya busca mis ojos.
—¿Significa tanto para ti?
La miro, la furia herida tiñe mi expresión.
—Por supuesto que sí, Freya. Te dije que nunca me la he quitado.
La toco todos los días. Significa muchísimo para mí.
—¿De qué está hablando? —pregunta Ryder.
Freya niega con la cabeza.
—Fue… fue mi regalo de bodas para Aiden. Es solo un colgante
con una pequeña inscripción.
—No es solo un colgante —le digo a Ryder—. ¿Puedes mirar? ¿Ver
si está allí?
Ryder se pone de pie.
—Lo intentaré, Aiden.
Mi cabeza cae de nuevo a la tierra, palpitando dolorosamente.
—La perdí —susurro.
—¿Qué hacemos? —La voz de Ziggy se abre paso, temblorosa y
silenciosa—. ¿Debería llamar a papá?
—No, todavía no —dice Freya—. Solo dame un segundo para
pensar y evaluar sus heridas. —Siento sus manos calientes contra mi
cara y suspiro. Se inclina cerca, sobre mí—. Oso, sé que estás molesto
por la cadena, pero ahora mismo necesito que me digas qué es lo que
te duele.
—Hum —digo bruscamente, trago saliva y lamo mis labios. Siento
la boca como si estuviera rellena de algodón—. Las costillas me
duelen. El brazo izquierdo es lo peor.
—¿Eso es todo?
—Duele mucho.
—Oh, Aiden, eso es bueno. —Siento las manos de Freya
temblando—. Gracias a Dios.
Siento el silencio de los cachorros de hombre.
Hasta que uno de ellos tiene la idiotez de abrir la boca.
Oliver se quita la nariz roja de payaso y dice:
—Freya…
—¡No hables! —chasquea, sus manos examinan mi brazo
izquierdo—. Simplemente cierra la boca y alégrate de no haber
matado a mi esposo.
Silencio absoluto.
Me estremezco cuando toca el punto sensible, antes de que
comience a flexionarlo lentamente.
—Mierda. —Lo alejo de un tirón. Mi estómago se revuelve con
náuseas por el dolor.
—Está roto —murmura.
—¿Muy roto? —pregunta Ryder.
Freya no dice nada. Lo que significa que sí.
—Estoy bien, Freya. —Miro hacia arriba y la veo, realmente la veo.
La hermosa Freya, su cabello rubio platinado forma un halo alrededor
de su cabeza, refleja la luz del sol de la mañana. Ojos azules, grisáceos,
pálidos, húmedos con lágrimas no derramadas.
Se inclina sobre mí otra vez, me besa y me besa. Siento sus lágrimas
cayendo por sus mejillas.
—Aiden.
—Shh. —La aprieto contra mí con el brazo que no palpita—. Todo
está bien.
Ella está bien, eso es todo lo que importa. Voy a estar obsesionado
con esa imagen de pesadilla de ella tambaleándose al borde de la
caída, por el resto de mi vida.
—Estoy bien. —Lentamente, me incorporo para demostrarles a
todos, incluyéndome a mí mismo, que no estoy destrozado. El dolor
me corta las costillas y el brazo izquierdo—. Solo bromeaba. Podría
vomitar.
Ryder se agacha a mi lado y me pone una mano en la espalda.
—Toma algunas respiraciones lentas. Willa está trayéndote agua.
Freya se pone de pie y señala con el dedo a Viggo y Oliver.
—¿Qué diablos estaban pensando?
Viggo mira al suelo. Porque, aunque no usó la máscara y el traje de
payaso, cincuenta dólares a que ayudó a empacarlos. Debe ser por eso
que sus bolsas eran tan grandes.
Oliver se deja caer junto a nosotros y toma mi mano buena. Mira a
Freya, luego a mí.
—Lo siento mucho, mucho. Yo… —Su mano está temblando, sus
ojos húmedos por las lágrimas—. Pensé que Freya, luego tú, iban a
morir por mi culpa y nunca quise…
Freya suspira.
—Ollie, nadie murió.
—¡Podría haber pasado!
Palmeo su hombro suavemente.
—Estoy bien, amigo, también Freya.
Viggo se alza sobre nosotros, mirando a través de sus pestañas a
Freya, como un cachorro al que atraparon orinando en la alfombra.
—Fue una venganza de mierda por la broma de payaso que nos
hiciste.
—¡Oh! —dice Willa, con los ojos muy abiertos—. ¿Te refieres a la
que ella hizo en la fiesta de cumpleaños de ambos? Sí, esa estuvo muy
buena.
—En realidad, fue horrible —dice Viggo.
—¡Eso fue hace un año! —grita Freya.
—Lo sé —espeta Viggo—. Está bien, fue infantil, claramente, lo
lamentamos.
—Fue mi idea —espeta Oliver, mirándola miserablemente—. Algo
para ayudarlos y Viggo señaló que tenía la ventaja adicional de
ajustar cuentas en relación con lo del payaso.
Ambos fruncimos el ceño a Oliver.
—¿Qué?
Ollie suspira.
—En mi curso de psicología humana esta primavera, nos
enseñaron cómo el trauma une a las personas. Los dos odian a los
payasos…
—Todo el mundo odia a los payasos —gritamos Freya y yo.
—Es cierto —reconoce—. Quiero decir, no todos, pero eso no viene
al caso. Así que pensé que un buen susto podría ayudar a las cosas
entre ustedes dos. Incluso estaba listo para recibir un gancho de
derecha de Aiden por ello. Se suponía que Viggo se aseguraría de que
estuvieran juntos en el camino.
Viggo levanta las manos.
—Lo estaba intentando, ¿de acuerdo? No esperaste mi silbido.
—Oh, correcto. Todo esto es mi culpa.
—Ya que eres el imbécil que saltó anticipadamente en una parte
estrecha del sendero, diría que sí Oliver, todo esto es…
—¡Suficiente! —No grito, pero es mi voz de profesor. La que llama
y capta la atención. En silencio, los ojos de Viggo y Oliver se clavan
en mí—. No sirve de nada señalarse, fue tonto. No deberían haberlo
hecho, pero se acabó.
Willa se agacha y pone la botella de agua en mi mano sana.
—¿Estás bien, Mac?
Asiento con la cabeza, luego tomo un trago corto de agua.
Ryder me quita la botella y enrosca la tapa, mira a Oliver y Viggo
con el ceño fruncido.
—Saben que en algún momento ustedes dos, realmente, tendrán
que madurar, ¿verdad?
Ambos le lanzan miradas petulantes.
—Dije que lo siento —gruñe Oliver.
Viggo entrecierra los ojos.
—Eres el menos indicado para regañarnos por las bromas.
Freya se inclina sobre mí en modo fisioterapeuta, mientras me
esfuerzo torpemente por levantarme, y me pone de pie con facilidad.
—No interfieras, Ryder —digo bruscamente.
El rostro de Viggo brilla con una sonrisa agradecida antes de
esconderla bajo la severa mirada de Freya.
Siento el brazo de Freya sólido alrededor de mi cintura,
anclándome contra ella.
—Los amo a los dos —les dice a los cachorros de hombre—. Nada
cambia eso. Dicho esto, necesitan saber que lo que hicieron se pasó de
la raya. Entiendo por qué se están esforzando tanto. —Su mirada se
desliza entre ellos—. Porque quieren que salgamos de esta. Aunque
Aiden y yo no somos mamá y papá, somos importantes para ustedes:
nosotros, como pareja. Aiden es su familia, un hermano, y lo aman.
Tienen miedo de que eso cambie, pero así no es como se arreglan las
cosas, muchachos. Aiden y yo estamos trabajando en nosotros.
Estamos comprometidos con eso. Déjenlo estar, ya.
Se me hace un nudo en la garganta cuando su mano agarra mi
costado. Es la primera vez que la escucho decir eso. Cuando me dijo
que me amaba, me aferré a eso como un salvavidas. ¿Pero esto?
«Aiden y yo estamos trabajando en nosotros. Estamos
comprometidos con eso».
Se siente como si finalmente llegara a tierra firme, a salvo y seguro,
después de estar demasiado tiempo apenas manteniendo la cabeza
fuera del agua.
Observo a Freya todavía sermoneándolos y me siento con mucha
suerte. No, no fue suerte, el azar no está en juego aquí. Es una
elección. Freya me eligió a mí y me siento tan agradecido. Tan, tan
agradecido.
Los cachorros de hombre miran al suelo con aire de culpabilidad,
arrastrando sus pies por el camino de tierra.
Oliver mira hacia arriba y se muerde el labio inferior de nuevo.
—No puedo decir lo suficiente de cuánto lo siento.
Viggo mira hacia arriba y asiente.
—Yo también.
—Perdonados —les digo—. Aunque, tal vez… tal vez este sea un
momento de aprendizaje. Tal vez sea hora de dejar de lado las
bromas. Al menos, bromas como esta. Cíñanse a los cojines pedorros
y las galletas Oreo rellenas de pasta de dientes, pero no más
movimientos peligrosos o entrometidos. Nada como esto,
muchachos.
Ambos asienten miserablemente.
A medida que me quedo parado más tiempo, el mundo comienza
a dar vueltas y veo estrellas. Cuando trato de dar un paso para
estabilizarme, muevo, por reflejo, el brazo herido para mantener el
equilibrio y el dolor me atraviesa, tan insoportable que me tambaleo,
luego mis rodillas se doblan y, sí, estoy lo suficientemente seguro de
mi masculinidad como para admitir lo que viene después.
Me desmayo.

Despierto del sueño, estoy adolorido y desorientado. Los labios de


Freya, suaves y gentiles, trazan mi rostro.
—Freya.
Sonríe contra mi piel.
—Aiden. Te traje más ibuprofeno.
Gimo.
—No funciona.
—Lo sé —dice con simpatía—. Las fracturas compuestas duelen
como una mierda, pero es por eso por lo que estoy aquí.
Mis ojos adormilados se abren y se ensanchan al verla, porque todo
lo que lleva puesto es una de mis camisetas sin sujetador y sin bragas.
La tela se estira apretada sobre sus tetas.
El aire se me escapa.
—Freya, quiero hacerte tantas cosas ahora mismo, pero no puedo.
—No tienes que hacer nada —susurra—. ¿Recuerdas cómo pasas
tus dedos por mi cabello y masajeas mis piernas después de un largo
día con pacientes? ¿Cómo me besas en todas partes, excepto en esos
lugares y eso me vuelve loca?
Busco sus ojos.
—Sí.
Sonríe, luminosa, deslumbrante a la luz de la luna que llena nuestro
dormitorio.
—Quiero hacerte eso.
Su toque recorre mi pecho, suaves remolinos de las yemas de sus
dedos que hacen que mi piel cruja con la conciencia. Cierro los ojos,
mi corazón late con ansiedad en mi pecho. Una colmena de
preocupaciones zumba furiosa y pulula en mis pensamientos.
—¿Aiden? —dice en voz baja—. Quiero distraerte y ayudarte a
relajarte.
Mis ojos parpadean abiertos. La miro.
—¿Cómo?
Acaricia mi mejilla.
—Solo te tocaré y te besaré. Haré que te sientas bien. Hay muchos
lugares en tu cuerpo para hacerlo. —Presiona sus labios contra mi
pectoral, respira profundamente y hunde los dientes en mi piel. Tomo
aire, mientras el calor corre por mi estómago. Sus ojos se encuentran
con los míos de nuevo.
—¿Qué opinas? —me susurra.
Después de un largo silencio, la acerco y le doy un suave beso.
—De acuerdo.
Freya se inclina mientras su mano recorre mi estómago.
—Cierra los ojos —dice.
—¿Por qué no puedo mirar?
Se inclina más cerca, sus pezones tensos rozan mi pecho a través de
la camiseta. Gimo cuando me besa.
—Porque lo digo. Ahora, cierra los ojos.
La escucho, mientras cierro los ojos. El mundo se vuelve oscuro y
silencioso, el único sonido que oigo es a Freya moviéndose fuera de
la cama. Un cajón se abre, luego se cierra antes de que gatee sobre el
colchón y se siente a horcajadas sobre mí de nuevo. Mi mano sube por
su muslo, pero su agarre se cierra. Deliberadamente, presiona mi
muñeca ilesa contra el colchón.
—Compórtate —dice enérgicamente, golpeando un costado de mi
trasero.
Un rayo de lujuria golpea a través de mí.
—Jesús, Freya.
Se ríe de sí misma.
—Hay una nueva jefa en la ciudad, MacCormack. Ahora toma una
respiración profunda.
Mientras lo hago, sus manos se deslizan por mi estómago,
resbaladizas y cálidas con aceite. Trabaja mis hombros, mis brazos,
cada punta de los dedos. A continuación, mis muslos, luego las
pantorrillas que frota lentamente con movimientos fuertes y
profundos con los dedos. Siento la fuerza en su toque, el poder en su
cuerpo.
Y siento su amor.
—Si algo te duele o simplemente estás cansado de esto —dice—,
dímelo. ¿De acuerdo? Podemos parar en cualquier momento.
Niego con la cabeza. Siento el cuerpo pesado y la mente en blanco.
Se siente como cuando practicamos shavasana en la terraza la otra
mañana.
—Se siente bien.
—Qué bien. —Escucho la sonrisa en su voz. Se mueve, su toque va
hacia mis pies, amasando mis arcos, estirando mis dedos, hasta que
vuelve a subir por mis piernas. Se detiene en mis caderas, frota las
palmas en círculos profundos, alrededor de mi ingle. Me tenso contra
ellas al principio, tan tímidamente consciente de esa parte de mi
cuerpo, de lo frustrado que me he vuelto con ella. Pero el toque de
Freya derrite esa tensión y mis caderas responden instintivamente,
empujándose contra ella, el dolor familiar se acumula en mi pene.
Aun así, no pienso en ello más allá de una observación fugaz. No
estoy obsesionado con si estoy listo para ella, no estoy preocupado
por actuar, anticipando cómo hacerlo bien para nosotros. Solo estoy…
sintiendo. Luego, aplana sus palmas y las desliza por mi pecho. Sus
pulgares rodean mis pezones, pero no de una forma provocadora. Se
quedan allí, dando vueltas hipnóticamente, creando una sensación
que no tenía idea de que podía sentir.
—¿Te gusta eso? —pregunta en voz baja.
Asiento con la cabeza.
—Mucho.
Lentamente, Freya se sienta a horcajadas sobre mi estómago, sus
manos nunca me dejan. Se inclina sobre mí, hace suaves y
provocadores movimientos con su lengua contra los picos sensibles
que ha engatusado bajo sus pulgares. Es implacable, mientras pasan
los minutos hace que sienta cosas en mi pecho y pezones que nunca
había sentido. Pellizcos y mordiscos, largos y tortuosos trazos de su
lengua. Un gemido sale de mí. Estoy acalorado y agitado, hambriento
de algo que ni siquiera puedo nombrar excepto más, más duro, más
largo.
Sus manos recorren mi cintura, que se siente como si estuviera
iluminada con mil puntos más de sensación que nunca. Mi piel es
eléctrica, mi respiración tensa y cuando su toque se mueve más abajo,
ahuecando mi trasero, amasándolo, me doy cuenta de que me estoy
meciendo debajo de ella, siento la construcción familiar de mi
liberación cerca, un relámpago brillante, caliente y urgente. Largos y
duros besos suben por mi cuello. Sentir sus tetas rozar mi pecho
hipersensible es una agonía increíblemente placentera.
—Freya. —Levanto las rodillas, desesperado, persiguiendo la
liberación.
—Sí, Aiden —susurra.
Arrastro su boca hacia la mía, enterrando mis sonidos mientras me
corro inesperada y bruscamente, me derramo en largas y duras
protuberancias que pintan mi estómago. El toque de Freya me
tranquiliza mientras murmura suavemente contra mi cuello y planta
un último beso. Jadeando, dejo caer la cabeza sobre la almohada.
Freya sonríe y me quita el pelo de la cara.
—Ves. Te distraje, ¿no?
La miro con asombro.
—¿Qué fue eso? —pregunto con voz ronca. Freya y yo somos
bastante aventureros, pero esta es la primera vez. Nunca me he
corrido sin tocarme.
Me besa de nuevo.
—Uno pensaría que por la frecuencia con que te gusta hacérmelo,
lo sabrías. —Sus ojos buscan los míos mientras su sonrisa se
profundiza—. Acabas de tener tu primer orgasmo inducido por el
pezón, amigo mío. Bienvenido. Es un mundo maravilloso, ¿no?
Aturdido, emocionado, aliviado, la acerco a mí.
—No lo sé con seguridad —susurro, subiendo la camiseta por su
cuerpo y dándole un tierno beso a uno de sus pechos llenos y
suaves—. Será mejor que corrobore la evidencia contigo también.
Capítulo 24
Freya
Playlist: 1234, Feist

Acalorada y relajada, me acuesto de cara al sol, absorbiendo la voz


de Aiden mientras me lee Persuasión. Sin acento británico, aguafiestas,
pero profundo y cálido. Se me pone la piel de gallina cuando lee la
carta de Wentworth a Anne. Su entrega es urgente y conmovedora,
su voz suave, solo para mis oídos. Las lágrimas arden en mis ojos.
—“No puedo soportar más en silencio. Debo hablar con usted por
cualquier medio a mi alcance. Me desgarra usted el alma. Estoy entre la
agonía y la esperanza. No me diga que es demasiado tarde, que tan preciosos
sentimientos han desaparecido para siempre…”
Cuando Aiden hace una pausa, abro los ojos. Se muerde el labio.
—Mierda —murmura, pellizcándose el puente de la nariz—. Me
está destrozando.
Aprieto su mano, luego paso mi mano a lo largo de su antebrazo.
—Es un momento hermoso.
—Si por hermoso te refieres a destrozar mi corazón y hacerme
llorar en una playa pública, entonces sí.
Una risa salta de mí.
—Oso. —Llevo su mano a mi boca y la beso, Aiden se aclara la
garganta y se ajusta las gafas de sol.
—Está bien —dice—. Continuemos.
—“Me ofrezco a usted nuevamente con un corazón que es aún más suyo
que cuando casi lo destrozó hace ocho años y medio. No se atreva a decir que
el hombre olvida más prontamente que la mujer, que su amor muere antes.
No he amado a nadie más que a usted. Puedo haber sido injusto, débil y
rencoroso, pero jamás inconstante”.
Mientras Aiden termina la carta de Wentworth, lo miro fijamente y
vislumbro en lo que nos estamos convirtiendo, individualmente,
juntos. Algo más nuevo, paradójicamente más suave, después de
todo lo que hemos sufrido y nos hemos desgastado. Nunca supe que
podría amarlo de otra manera, que algo que se sentía total y completo
el día que me casé con él podría evolucionar hacia una expresión más
profunda y compleja, pero me doy cuenta cuando cierra mi libro y me
da un beso en los labios, lo hago.
—Ahora —dice, sacando su propia lectura—. Volvamos a mi libro.
Que hasta ahora no me ha hecho llorar, muchas gracias.
Me inclino y robo un beso más.
—¿Cómo va?
Aiden me mira, las gafas de sol oscuras protegen sus ojos mientras
mueve las cejas.
—Bueno. Creo que finalmente están a punto de calentarse las cosas.
Nuestras miradas se enredan. Mi agarre en la silla de playa casi
aplasta las manijas.
Las últimas noches han sido el tipo de tortura que solo recuerdo de
las dos semanas previas a nuestra boda, cuando tuve esta brillante
idea de que fuéramos célibes y borráramos nuestro RAM sexual.
Quería que Aiden me mirara de otra manera cuando me quitara el
vestido. Quería que hubiera un borde de necesidad y anhelo que ya
había sentido cambiar cuando nos adaptamos a vivir juntos,
estableciendo una rutina que suavizara nuestra desesperación.
Nuestra noche de bodas fue explosiva y al igual que la noche de mi
cena de ensayo, siento que estoy a punto de estallar. Besos lentos y
profundos. Tocar deambulando por el cuerpo del otro, provocando,
incitando sensaciones y deseo en partes de mí que he olvidado que
podría ser tan exquisitamente sensible.
—Bien. —Me aclaro la garganta y tomo un sorbo de la botella de
agua—. Bueno. Al menos alguien está consiguiendo algo.
Aiden suelta una carcajada y pone su mano sobre la mía,
deslizando nuestros dedos juntos.
—Vamos a casa mañana.
Y tenemos una cita de consejería matrimonial al día siguiente con
la Dra. Dietrich. Quién podría darnos luz verde para tener sexo
nuevamente.
—Sí —susurro.
Levanta mi mano a su boca y besa mis nudillos suavemente, uno
por uno. Baja mi mano, desliza su dedo sobre mi anillo, lo gira y
revela la línea de bronceado que me he ganado después de una
semana bajo el sol de Hawái.
—Impresionante —murmura.
—Bueno, no todos podemos tener un bronceado de barba.
Sus ojos se abren.
—Mierda. Ni siquiera pensé en eso. Hombre, ahora estoy
comprometido con eso.
—Apenas. Podrías afeitarla, pasar una tarde trabajando en el jardín
y estaría nivelado. —Lo miro, prácticamente bronceado ahora, el
sudor brillando en su piel y trago un suspiro.
—No es que vaya a hacer nada de eso —dice, volviendo a su libro.
—Es cierto. Tendrás a los cachorros de hombre para delegarles eso.
—La penitencia de Viggo y Oliver, por su broma que salió mal, es
hacer nuestro trabajo en el jardín hasta que el brazo fracturado de
Aiden haya sanado.
Aiden sonríe maliciosamente y pasa la página de su libro.
—Eso va a ser muy gratificante.
Una risa salta de mí, pero se desvanece rápidamente cuando Viggo
pasa, cauterizando mis retinas. Lleva un bañador y, mierda, desearía
no haberlo visto nunca.
—Cristo, Viggo —murmura Axel, sacudiendo la cabeza—. Hasta
dónde llega la gente para llamar la atención.
Ziggy golpea una mano sobre sus ojos.
—No puedo haber visto eso —gime.
Todos los demás de la familia están haciendo lo suyo en otro lugar
o felizmente ocupados, qué afortunados.
Oliver grita y busca su teléfono mientras Viggo se pavonea hacia el
agua, gloriándose de nuestras reacciones horrorizadas. Justo cuando
llega a la orilla del agua, el teléfono de Oliver comienza a sonar. Viggo
gira, nos enfrenta y comienza a hacer movimientos
sorprendentemente buenos y estoy demasiado asustada para seguir
viendo por más tiempo, en caso de que el bañador no resista sus
movimientos de cadera.
La risa de Aiden estalla a mi lado como un fuego artificial en el cielo
nocturno, tan brillante y rica que me aturde.
—¡Lo sabía! —dice—. Oh cielos, es hombre muerto. Oliver —grita.
Ollie mira por encima de su hombro, cauteloso.
—¿Qué pasa, Aiden?
—¿Tú y la lora no habrán estado pasando tiempo juntos por
casualidad, verdad? ¿Especialmente el primer día en que tú y tus
padres llegaron temprano y antes que los demás?
—Hum. —Las mejillas de Oliver se sonrojan—. ¿Por qué preguntas
eso?
—Oh, no lo sé —dice Aiden casualmente, deslizando el marcador
en su libro—. Parece tener bastante vocabulario. De hecho,
textualmente el vocabulario de esa canción que está sonando.
—¿De qué estás hablando? —le pregunto.
Aiden entrecierra los ojos hacia Oliver.
—La lora me sigue acosando con letras explícitas.
Le frunzo el ceño.
—¿Esmeralda? La lora anciana educada que dice: «¡Qué tengas la
mejor mañana!» y «¡Hola, cariño!»
—A ti te dice eso. —Aiden tamborilea con los dedos sobre su silla—
. La has escuchado llamarme «cosa buena».
—Quiero decir, no se equivoca.
Me mira.
—No lo dice porque en realidad piensa eso de mí. Lo dice porque
alguien le enseñó.
Le frunzo el ceño.
—¿Eso es posible?
—Así parece. —Aiden tira su libro y se pone de pie, mientras Oliver
se pone de pie—. Puede que solo tenga un buen brazo, Oliver Abram,
pero conozco tu debilidad.
Oliver palidece.
—Nada de cosquillas, Aiden. Sabes que no puedo soportar esa
mierda.
—Deberías haber pensado en eso antes de que me lanzaras al Lil
Wayne de las loras durante una semana seguida. ¿Sabes lo
inquietante que es ducharse con una lora verde gigante sentada en el
mostrador que te dice de cerca «la-la-lame, lámelo cremoso, hay que
delicioso»?
Mientras Aiden avanza hacia él, Oliver retrocede con las manos en
alto.
—¡Fue solo un poco de diversión inofensiva!
—¿Inofensiva? —La boca de Aiden se tuerce, reprimiendo una
sonrisa—. Posiblemente, ¿pero también fue agravante? ¿Extraña?
¿Fuera de lugar? Absolutamente.
Oliver tropieza con una silla de playa y mira por encima del
hombro.
—Aiden, tu brazo —dice suplicante—. No deberías correr, tienes
que ser cauteloso con eso.
—Desafortunadamente para ti —dice Aiden, arrojando sus
anteojos de sol sobre la silla detrás de él—. Estoy experimentando un
momento atípicamente imprudente.
Al darse cuenta de que está jodido, Oliver se va por la orilla, con
Aiden corriendo detrás de él. Y cuando mi problemático hermano es
derribado en la arena, su risa estridente es arrastrada por el viento
cálido por el sol.

—Bien. —La Dra. Dietrich nos sonríe por encima de sus lentes—.
Eso suena como todo un viaje.
Aiden aprieta mi mano suavemente, hace círculos con su pulgar en
mi palma. Aprieto de vuelta.
—Lo fue —le dice—. Tuve una buena conversación con mi socio
comercial sobre la distribución más equitativa de las
responsabilidades. Ignoré mi teléfono y prioricé estar presente,
relajándome tanto como fuera posible.
Le sonrío.
—Aiden planeó una cita increíblemente romántica y tuvimos
mucho tiempo de inactividad juntos. Sentí que hicimos algunos
avances, hablamos y volvimos a conectarnos.
—¿Y cómo sucedió eso? —pregunta la Dra. Dietrich.
Aiden me mira, sus ojos azules vívidos sostienen los míos.
—Tuvimos conversaciones honestas. Hablamos bastante sobre lo
que dijiste antes de irnos, sobre cómo hemos cambiado y cómo
queremos entender mejor lo que eso significa para amarnos uno al
otro.
Aprieto su mano de nuevo.
—¿Cómo te sientes, estando en casa ahora? —pregunta la Dra.
Dietrich.
Mi sonrisa vacila un poco cuando la miro a los ojos.
—Estoy un poco nerviosa por estar de vuelta en el mundo real, con
sus presiones sobre nosotros otra vez, pero me siento… esperanzada,
también me siento emocionada. Como si hubiera mucho que
descubrir y aprender juntos.
El agarre de Aiden se aprieta.
—Yo también estoy nervioso. No quiero dejarme atrapar por el
trabajo como antes, pero siento que estamos en un mejor lugar, que
es menos probable que haya algo que se interponga entre nosotros.
Freya sabe todo lo que hay que saber sobre el proyecto. No hay
secretos.
La Dra. Dietrich sonríe entre nosotros.
—Bueno, me atrevo a decir que tenía miedo de que ustedes dos
desaparecieran al principio de nuestro trabajo juntos y ciertamente no
digo que hayan terminado con la terapia, pero este tiempo fuera les
sirvió.
Aiden se vuelve hacia ella.
—¿Qué opinas?
—Lo que ambos me acaban de decir demuestra que han llegado a
un hito importante en la reconciliación: reconstruir la confianza. Han
hecho las paces con la inquietante verdad de que las personas que se
aman pueden lastimarse profundamente, a menudo sin querer. Es
como tirar una lámpara. Un codazo deshonesto cuando no estabas
mirando y el cristal se hace añicos, la pantalla se dobla
irrevocablemente. Es tan fácil romper algo y tan paradójicamente
difícil volver a armarlo. Incluso cuando lo hacemos, nunca se ve igual.
Los ojos de Aiden sostienen los míos mientras compartimos un
breve momento de reconocimiento tácito.
—Lo que han decidido —dice la Dra. Dietrich—, es que pueden ver
la belleza en esos lugares cosidos y pegados, que están dispuestos a
aprender para el futuro. Caminar de la mano mientras se reconoce la
posibilidad de que el dolor vuelva, con la esperanza de que esta vez
sea más suave, que esta vez el pegamento del perdón pueda reparar
las grietas que surjan.
Me inclino hacia Aiden.
—Me encanta eso.
Envuelve un brazo alrededor de mí.
—A mí también.
—Bien —dice ella alegremente—. Entonces, el siguiente punto del
día. Sexo.
Aiden se ahoga con el aire y parpadea. Palmeo suavemente su
muslo.
La Dra. Dietrich se encoge de hombros, luciendo una cálida sonrisa.
—Hablemos de cómo te va en ese frente. Voy a echar un vistazo a
que algo sucedió íntimamente entre ustedes dos. Porque esto… —
señala nuestros cuerpos, apretados uno contra el otro en el sofá—
grita: es posible que hayamos torcido un poco las reglas.
Me sonrojo. Aiden se aclara la garganta y dice con voz ronca:
—Sí. Torcimos un poco las reglas.
Mi rubor se profundiza mientras miro mis manos.
—Bien, eso es bueno. Lo apruebo. De hecho, estoy levantando la
prohibición con una contingencia. —Mira a Aiden, luego mira hacia
mí—. Transparencia comunicativa total. El sexo es vulnerable. Si
están listos para esa intimidad quiero que la conversación y el diálogo
fluyan con honestidad y confianza. Cuando se encuentren con un
obstáculo, retrocedan, reagrúpense, hablen. Luego vuelvan a intentar
la intimidad física. ¿De acuerdo?
El rostro de Aiden se ve triste y aprieta los ojos. No tengo idea de
qué pensar. Supongo que es debido a su ansiedad y como ha afectado
su impulso sexual, pero eso parecía haber quedado atrás en Hawái.
Si no es eso, ¿qué es?
—Está bien —le digo.
—Sí —susurra—. De acuerdo.
—Genial —dice la Dra. Dietrich, gira en su silla y recoge un control
remoto de la pila de papeles que, incluso yo, puedo decir que
encuentro, inquietantemente, desordenada—. Ahora, la parte
divertida.
Presiona un botón, sorprendiéndonos a ambos cuando aparece una
pantalla de la delgada mesa auxiliar junto a su escritorio. Rebusca en
uno de los cajones de su escritorio, saca dos controladores y nos los
lanza.
—Es hora de matar a algunos zombis.
Aiden frunce el ceño.
—¿De verdad nos estás diciendo que juguemos videojuegos?
La Dra. Dietrich suspira.
—Es el pedagogo que llevas dentro, cuestionando constantemente
mis métodos.
Aiden se sonroja.
—Lo siento.
Pongo el controlador en mi mano y miro a Aiden.
—Se rompió el brazo, Dra. Dietrich. Eso me da una ventaja injusta.
Ella sonríe.
—Menos mal que jugarán juntos. Ustedes dos contra el mundo.
¿Cómo suena eso?
El muslo de Aiden empuja el mío mientras sostiene mis ojos. Su
sonrisa es deslumbrante.
—Me gusta mucho como suena eso.
Capítulo 25
Freya
Playlist: Ready Now, dodie

—¿Crees que es raro que mi mamá no estuviera aquí cuando


regresamos? —pregunta Aiden.
Cierro el cajón del té con la cadera y dejo caer la bolsita en la taza.
—No me había parecido raro, no. Quiero decir, ella sabía que
estaríamos en casa pronto y dijo que tenía un brunch que había
olvidado. Parece una buena razón para no quedarse y darnos el
informe de cuántas veces Rábano intentó comerse los cordones de los
zapatos.
Aiden tamborilea los dedos sobre su portátil, de espaldas a mí. No
puedo ver su rostro, pero noto la tensión de sus hombros.
—¿Estás preocupado por ella? —le pregunto.
—No sé porque, solo… tengo la sensación de que algo estaba
pasando. —Niega con la cabeza—. Estoy sobreanalizando.
—Podrías enviarle un mensaje de texto, preguntarle si todo está
bien. Tal vez ella te diga si algo está pasando.
Aiden resopla, sus dedos vuelven a escribir.
—Sí, porque mamá es un libro abierto.
—Sé que puede ser difícil lograr que se abra.
—Eufemismo del año, por otra parte, ¿quién soy yo para hablar?
—Aiden, no seas injusto contigo mismo. —Agrego una cucharada
de miel a mi taza, cierro la tapa y miro la parte de atrás de su cabeza
dulce y obstinada—. Has estado en terapia conversacional desde que
te conozco. Eres muchísimo mejor articulando tus emociones que casi
todos los hombres que conozco, salvo mis hermanos, y Dios, desearía
que expresaran menos.
Se ríe secamente.
—Sí, pero todavía tengo mucho camino por recorrer.
—Y estás trabajando en eso. Ambos lo estamos.
Aiden mira por encima del hombro y me mira a los ojos.
—Sí. Lo estamos.
La tetera empieza a silbar. La saco del fuego antes de que chille.
—¿Necesitas algo mientras estoy aquí?
Aiden entrecierra los ojos juguetonamente y dice:
—Necesito recuperarme del hecho de que todos estos años no
hemos jugado videojuegos porque mi esposa dijo y cito: «No me
gustan tanto» y luego allí estabas matando a los zombis del
videojuego en la consejería.
Sonrío desde detrás del mostrador y vierto agua caliente en la taza.
—No dije que no fuera buena en eso, solo que no me gustan tanto.
Porque es la verdad. Era algo que Ax, Ren y yo hacíamos a veces y
me volví buena.
Niega con la cabeza.
—Ni siquiera estoy seguro de si realmente te conozco.
Una risa cálida me deja cuando vuelvo a la sala de estar y me dejo
caer en el otro extremo del sofá. Bebo mi té, miro a Aiden por encima
de la taza, lo observo luchar con la escritura debido al yeso. Sus dedos
pueden moverse bien, pero claramente le duele.
—¿Quieres dictarme? —pregunto.
Mira en mi dirección.
—¿Disculpa?
—Me ofrezco para que puedas dictarme —asiento hacia su
computadora—. Parece que escribir te duele. Puedo ayudarte con
algunos correos electrónicos de manera más eficiente, ponerte al día
y luego no tienes que sentirte incómodo.
Su expresión es ilegible mientras nuestros ojos se encuentran.
Finalmente, parpadea para despejarse.
—Sí. Eso… eso sería genial. Gracias. —Con cuidado, levanta la
computadora portátil con una mano y la coloca en mi regazo.
Le doy la vuelta, luego dejo mi taza en la mesa de café.
—Lista cuando tú lo estés.
Aiden apoya una almohada debajo de su brazo enyesado, pero
luego agarra mis pies y los coloca en su regazo. Lentamente, arrastra
su pulgar hacia arriba de mi arco.
—Está bien —dice.
Asiento con la cabeza.
—Dime que quieres que haga.
—Espera. Déjame saborear eso que estás diciendo por un
momento.
Lo pateo suavemente y gano su ¡uf! seguido de una risa.
—El único lugar donde puedes mandarme es en esa habitación al
final del pasillo y va a seguir siendo así.
Nuestros ojos se encuentran. Aiden traga bruscamente. Su mano se
envuelve alrededor de mi tobillo, acaricia mi pantorrilla. Suave.
Sensual. Los dedos de mis pies se enroscan contra el cojín del sofá.
Los ojos de Aiden buscan los míos, mientras su mano se eleva aún
más. Agarra la computadora portátil, la levanta y luego la coloca en
la mesa de café.
—¿Qué estás haciendo? —pregunto en voz baja.
—El trabajo puede esperar.
—¿Puede?
Sonríe suavemente y agarra mi mano, tira de mí hasta que estamos
uno al lado del otro, doblo mis piernas sobre su regazo, su brazo
bueno está envuelto alrededor de mi cintura. Besa suavemente mis
labios, antes de que se aleje y me mire a los ojos.
—¿Me acompañas? —pregunta.
Inclino la cabeza con curiosidad.
—De acuerdo.
Lentamente, se levanta del sofá y me arrastra con él.
Rábano y Pepinillo corren con nosotros, haciéndome tropezar, así
que choco con Aiden. Me atrapa con una risa y topa de espaldas
contra la pared, mi cuerpo está pegado al suyo. Gira, se inclina hacia
mí y planta otro suave beso en mis labios, antes de arrastrarme el
resto del camino a nuestra habitación.
—¿Qué estamos haciendo? —pregunto.
Su expresión se atenúa, cuidadosa, cautelosa.
—¿Dúchate conmigo? —Frunce el ceño, levanta su yeso—. Estoy
cansado de los baños. Y… echo de menos ducharme contigo.
Se me hace un nudo en la garganta. Mientras me acerco, acuno su
rostro y presiono un beso en su mejilla.
—Tienes que envolverlo.
—Maldita sea. Pensé que podría asomarme elegantemente a la
mitad de la ducha y proteger mi brazo.
Me río.
—Voy por un poco de plástico y cinta adhesiva. Todavía lo harás
muy elegante, no te preocupes.
Cuando vuelvo, Aiden está sentado en el borde de la cama,
mirándose los pies. Camino hacia él hasta que estamos cara a cara.
No mira hacia arriba.
—¿Aiden?
De repente, envuelve su brazo mi alrededor y tira de mí, su cabeza
descansa contra mi estómago. Aturdida, parpadeo hacia él, luego
deslizo cuidadosamente mis dedos por su cabello, con la esperanza
de poder calmar lo que sea que lo esté preocupando.
—¿Qué pasa?
Suspira pesadamente, presiona un beso en mi estómago y descansa
su cabeza contra mí, apretándome más contra él.
—Hay algo que necesito decirte.
Mi pulso comienza a latir con fuerza mientras la aprensión me
invade. Suena tan abatido. ¿Qué podría ser?
—Te escucho —le digo.
—Te lo voy a decir de esta manera —dice, todavía agarrándome,
con la cabeza presionada contra mi estómago—. Porque es más fácil
para mí.
—Está bien, Oso.
—Dije en la consejería matrimonial que mi ansiedad estaba
afectando mi deseo sexual.
Inclino la cabeza y miro hacia abajo a la coronilla de su cabeza,
obligándome a mantener la calma, a escucharlo y no imaginar lo peor,
no es que pueda imaginar lo que sería.
—Lo recuerdo.
—Dije que después de que señalaste la distancia física entre
nosotros, que yo había dejado de iniciar nuestra intimidad sexual.
Me trago la amenaza de las lágrimas.
—Sí.
—Eso era cierto. —Exhala lentamente—. Pero no era toda la
verdad.
Lo agarro con más fuerza mientras espero que encuentre las
palabras.
—Es más que eso —susurra—. Ha sido y no se trata de ti, no se trata
de ti en absoluto —dice con aspereza—. Soy… yo. Es mi… —Cierra los
ojos con fuerza, presiona su frente contra mi cadera, golpeándola allí
suavemente.
»Es mi maldito cerebro, Freya. Mi ansiedad ha sido tan mala que
arruinó mi capacidad de responderte y me sentí destrozado y
avergonzado. Y no sabía cómo decírtelo sin arruinar tus esperanzas
de tener un bebé. Así que me lo guardé, porque esperaba poder
arreglarlo antes de que te dieras cuenta, antes de que tuviera que
tratar de explicar… todo lo que estaba saliendo tan mal. Todas las
formas en que sentí que te estaba fallando, nuestros sueños, nuestros
planes.
» Y luego estábamos de vacaciones, tratando de mantener la calma
por tus padres y no podía arriesgarme a molestarte, cuando sabía lo
mucho que significaba ser una fachada positiva a su alrededor. Lo
siento, me lo guardé para mí durante tanto tiempo. Te lo prometo, ya
lo sabes todo. Todo lo que contuve, todo con lo que he estado
luchando.
Estoy de pie, tambaleándome mientras asimilo sus palabras,
mientras incontables momentos de nuestra reciente vida sexual pasan
ante mis ojos.
Con qué frecuencia Aiden me dio, pero no pidió, con qué
frecuencia me redirigió amablemente cuando me acerqué a él.
Cuántas veces me dio tres orgasmos increíbles y mientras me dormía
en sus brazos me di cuenta, somnolienta, que él no había tenido
ninguno. Y la semilla de la duda se había enterrado dentro de mí,
dolorosa y extraña. ¿Qué pasa si a él ya no le atraigo más? ¿Y si quiere
a alguien más? ¿Y si él ya no me quería, pero estaba… aplacándome?
Ahora entiendo que no era eso. No era eso para nada.
Lo sostengo en un silencio atónito, mis oídos zumban tan fuerte
que estoy sorprendida de poder escucharlo cuando susurra:
—Lo siento, Freya. Lo siento, te lo oculté. Lo siento, es mi realidad
ahora mismo, pero ya vi a un médico y no es físico. Es psicológico.
Quiero decir, tú viste lo que pasó la otra noche, lo que pudimos
compartir cuando estábamos de vacaciones. Es posible, pero la
mayoría de las veces toma algo de tiempo y relajación y… —Suspira
pesadamente, presionando un suave beso en mi estómago—. No
dejaré que esto nos impida tener una familia, lo prometo…
—Aiden. —Me pongo de rodillas y ahueco su rostro, sosteniendo
sus ojos—. Te amo.
Parpadea hacia abajo y agarro su rostro con más fuerza.
—Mírame —susurro. Lentamente, se encuentra con mis ojos—.
Encontraremos nuestro camino a través de esto, como amantes, como
una familia. Por favor, por favor quiero que sepas, mi única tristeza en
este momento es que has sobrellevado esto, todo por tu cuenta,
cuando yo podría haberlo hecho contigo.
—Quiero una familia contigo, Freya. Lo prometo.
Sonrío.
—Ya tienes una familia conmigo.
—Sabes lo que quiero decir —dice—. No quería decepcionarte,
porque sabía lo que habrías dicho. Habrías dicho que podíamos
aplazar tener a un bebé, incluso cuando sabía lo mucho que lo
deseabas… yo quería un bebé. Fue tan confuso. A veces me sentía
insensible, como si no pudiera responder, incluso cuando te deseaba,
incluso cuando todo lo que deseaba era estar cerca. Otras veces,
empezaba y luego algún pensamiento de mierda secuestraba mis
pensamientos. Y a veces, simplemente no podía… terminar.
Entierra su cara en sus manos.
—Y todo eso hizo imposible la posibilidad de un bebé. Así que me
concentré en hacer todo lo demás que nos haría estar listos para un bebé
y esperaba encontrar alguna forma de solucionarlo. No pude
encontrar la manera de decirte la verdad y protegerte para no
lastimarte.
Envuelvo mis brazos a su alrededor y presiono un beso en su
mejilla, mojada por mis lágrimas y por las suyas.
—Lo siento mucho, Aiden.
—¿Por qué? —dice bruscamente—. No es tu culpa.
—Aiden, hicimos esto, los dos. Este baile retorcido de siempre
tratar de arreglarnos y protegernos uno al otro de las partes que no
pudimos. Ambos hicimos eso. Ocultaste tu ansiedad, tu frustración
con tu cuerpo. Me adormecí, oculté mi dolor de ti. Se necesitan dos
para jugar ese juego y lo hicimos, pero ya no más.
Sus ojos sostienen los míos.
—Ojalá no fuera así.
—Lo sé, pero encontraremos nuestro camino a través de esto,
juntos. —Presiono nuestras frentes juntas—. Lo prometo.
No le digo que lo arreglaremos o que no importa. Porque no haré
promesas ni disminuiré lo que esto significa para él o para nosotros.
Porque lo entiendo ahora. He aprendido que no es así como funciona
el amor.
He aprendido que la medida del amor no es qué tan «bien» estamos
los dos o que tan rápido golpeamos las bolas curvas que la vida nos
lanza. La verdadera prueba del amor, la medida de su fuerza es su
valentía para ser honestos, nuestra disposición para enfrentar los
momentos más duros y decir: aunque no hay nada que hacer, al menos te
tengo a ti.
—Ven aquí. —Entrelazo mis dedos con los suyos y me levanto de
mis rodillas. Aiden está de pie conmigo, luce inseguro y tan hermoso:
su cabello salvaje y oscuro; sus insondables ojos azul océano; la línea
fuerte de su nariz y una boca suave y carnosa oculta por su barba.
Con los ojos fijos en los suyos, agarro el dobladillo de su camisa y
la levanto, paso mis manos por su pecho. Me detengo en sus
pectorales, froto mis pulgares sobre sus pezones, obteniendo una
ráfaga de aire de sus pulmones. La mano de Aiden se sumerge en mi
cabello y separa nuestras bocas en un susurro. Inclinando mi cabeza,
empuja mi nariz con la suya, luego susurra:
—Freya… te deseo tanto, pero no sé… —suspira bruscamente—.
No sé qué pasará.
—Yo tampoco —susurro—. Solo sé que te quiero. Solo tú, eso es
todo. Al igual que tú me quieres.
—Pero si no puedo…
—¿Si no puedes? —digo en voz baja—. Disfrutaremos de todo lo
que pueda pasar. Luego resolveremos el resto juntos.
Me mira a los ojos.
—Te amo.
Sonrío suavemente y lo beso, un leve roce de labios. Su agarre en
mi cabello se aprieta y me inclino hacia él, envolviendo mis brazos
alrededor de su cintura, acariciando los planos duros de su espalda,
esa piel suave y cálida.
—Yo también te amo, Aiden.
Gime y se aparta de mis brazos, se quita la camisa por la cabeza y
la deja caer detrás de él.
Me quedo boquiabierta.
—Acabas de tirar una prenda de vestir. Ni un doblez a la vista. Ni
siquiera sobre la cama.
—Para. —Me sonríe—. Puedo priorizar la pasión sobre el orden…
a veces.
Mi sonrisa hace eco de la de Aiden mientras tira de mi camiseta y
lo ayudo, levantándola por encima de mi cabeza. Los ojos de Aiden
se oscurecen mientras me admira, luego, antes de que pueda llevar
atrás la mano, su mano sana encuentra mi sostén y lo desabrocha con
un simple movimiento de sus dedos.
—Impresionante.
—Oh, confía en mí —murmura contra mis labios—. Hay muchas
cosas que puedo hacer con una sola mano.
Su beso es profundo y largo mientras me acurruca contra él,
mientras desabrocho su cinturón y deslizo mis manos dentro de sus
jeans, siguiendo sus caderas, la firme curva de su trasero.
—Desnúdate —dice entre besos—. Por favor.
Nos desnudamos torpemente, tropezando con la ropa, tropezando
en el baño a través de besos desordenados y abrazos desesperados.
Piel con piel, se siente como el cielo, como volver a casa con el primer
signo de la primavera, después de un largo y frío invierno. Planto
suaves besos con la boca abierta sobre su pecho. Aiden besa mi cuello,
mi mandíbula, la comisura de mi boca, la punta de mi nariz.
—Te amo —susurra—. No puedo dejar de decirlo.
Lo beso de nuevo y lo miro a los ojos.
—Yo también te amo.
Retrocedo, me inclino hacia la ducha y abro la llave del agua. Aiden
da un paso detrás de mí, su mano se desliza por mi espalda,
suavizando la curva de mi columna. Débiles besos recorren mis
vértebras, hasta que me pellizca el cuello y luego el lóbulo de la oreja.
Me estremezco mientras me enderezo y me giro hacia él.
Lo guío hacia el lavabo, preparo mis suministros y rápidamente
envuelvo su brazo. Cuando estoy satisfecha con mi trabajo manual,
toco su bíceps, por encima del plástico y la cinta, curvando mi mano
a lo largo del músculo redondeado. Beso su hombro, su clavícula, el
hueco en la base de su garganta.
Nuestros cuerpos se tocan íntimamente y nos sacudimos, Aiden
inclina la cabeza y encuentra mi boca con avidez, un beso que se
siente como la primera chispa de un incendio que derrite los huesos.
Retrocediendo hacia la ducha, desliza el vidrio para cerrarlo detrás
de nosotros y me presiona contra los azulejos. El vapor flota a nuestro
alrededor, rizando un mechón de su cabello contra su frente. Lo miro
a los ojos, sintiéndonos cerca, no solo nuestros cuerpos, sino nosotros,
y lo absorbo como la lluvia después de una sequía.
—Eres tan hermosa, Freya. —Aiden pesa mi pecho en su mano,
jugueteando con mi pezón hasta que está duro y tan sensible, chispas
bailan a través de mí, caliente y tibio entre mis muslos, en mi vientre,
muy dentro de mí. Su boca juguetea con mi otro pecho, los suaves
movimientos de su lengua, los mordiscos de sus dientes que hacen
que mis gemidos resuenen a nuestro alrededor.
Lo toco, en todas partes: la curva de su fuerte espalda, su duro
trasero flexionándose mientras se mueve instintivamente contra mí,
sus poderosos muslos abrazando mi cuerpo. Nuestras lenguas se
enredan, más calientes, más rápido, hasta que Aiden me empuja
contra la ducha.
—La noche que me viste —susurra—. Cuando regresé a casa.
—¿Sí?
Separa mis piernas, su mano vaga por mi muslo, antes de
arrodillarse lentamente.
—Me toqué con esto en mente. Besarte, sentirte, saborearte hasta
que rogaras por correrte.
Exhalo temblorosamente cuando su mano me separa suavemente,
finalmente me acaricia, allí, tan perfectamente, tan tiernamente que
podría llorar.
—Me encanta provocarte, pero esta noche no puedo hacerte
esperar, Freya. —Planta un suave beso en mi cadera, antes de
introducir un dedo, luego dos.
—Oh Dios. —Mis manos se sumergen en su cabello mientras
levanta una de mis piernas y la guía sobre su hombro. Estoy expuesta
tan íntimamente, extendida ante él mientras sus besos marcan mi piel,
subiendo y bajando por mi muslo, en todas partes excepto donde me
muero por él mientras cada embestida de sus dedos me desenreda.
Aiden mira hacia arriba, con los ojos entornados, respirando
entrecortadamente.
—Echaba mucho de menos esto. Te extrañé.
Entonces su boca se cierra sobre mí, barridos decadentes y
remolinos de su lengua que me hacen jadear y balancearme contra él.
Hay hombres que se follan a una mujer porque saben que la excita.
Luego están los hombres que usan su boca como si fuera adoración,
como si cada momento en el que su rostro estuviera enterrado entre
sus muslos fuera su idea del cielo. Aiden es así y siempre me ha hecho
sentir como una diosa cuando hace esto.
Lo observo, el empuje suave y rítmico de su boca, su mano
acariciando mi cuerpo, deslizándose alrededor de mi cadera y
acariciando cada una de mis curvas. Traza las estrías en mis caderas,
los hoyuelos de mis muslos, su agarre se aprieta, traicionando su
desesperación tanto como la dura protuberancia de su erección me
muestra cuánto ama hacer que me corra de esta manera.
Mi talón se clava en su espalda, mis manos agarran su cabello,
mientras jadeo, apenas capaz de respirar contra la necesidad de
correrme. El calor fundido arde a través de mis extremidades y
pechos, acumulándose profundamente dentro de mi cuerpo mientras
Aiden gime contra mí.
Cierro los ojos, perdida en el golpe experto de su lengua, la
creciente desesperación se construye dentro de mí. De repente se
pone de pie y aplasta mi boca con un beso. Lo pruebo a él y a mí
mientras mis brazos lo envuelven y mis rodillas casi se doblan.
—Freya. Tócame. Tócame, por favor.
Agarra mi mano y la envuelve alrededor de su longitud, palpitante
y gruesa. Lo acaricio, suave como el terciopelo, cada pulgada caliente
y rígida palpita bajo mi mano.
—Te deseo —dice, en voz baja y tranquila contra mi oído—. Te
deseo, húmeda y suplicando por ello. Quiero que te retuerzas sobre
mi polla.
Sus palabras despliegan una nueva profundidad de necesidad, una
ardiente desesperación por estar tan cerca de él como pueda.
—Freya —susurra. Con el agarre de su mano ilesa, levanta mi
pierna y la coloca en el banco empotrado, frotándome mientras se
mueve contra mis caderas—. Dime.
—Quiero tu polla —jadeo, mis manos se frotan por su pecho, su
longitud, la tensión de sus bolas, ganándome su gemido sin aliento.
—Tómala, entonces —dice, deslizándose dentro de mí,
minuciosamente lento. Me agarro a sus hombros, torturada, tan lista
para todo de él.
El aire se escapa de mí cuando él retrocede, luego empuja más
profundo. Mientras baja su boca a mis senos, Aiden les da una tierna
y singular atención, haciendo que mis pezones se estiren y latan.
Está tan duro y yo ya estoy tan desesperadamente cerca. Deslizo mi
mano por mi estómago y froto mi clítoris, sintiendo el primer susurro
de liberación.
—Te siento —susurra—. Dios, te siento, Freya. Vente, nena. Vente
sobre mí.
Nuestras bocas chocan juntas. Sumersiones profundas y lentas de
su lengua que siguen el ritmo constante de sus caderas. Jadeo contra
su boca. Los dedos de mis pies se curvan. Mis venas hierven a fuego
lento, oro líquido, deslumbrante. La liberación se acumula, caliente y
pesada, un dolor tan dulce y áspero que me escucho gritar, resonando
a nuestro alrededor mientras le suplico por todo.
—Todo —jadeo.
—Lo tienes, Freya. —Mientras Aiden sostiene mis ojos y empuja
profundamente, me corro con un sollozo entrecortado. Un sollozo
que no termina con un grito reprimido de liberación. Un sollozo que
se convierte en llanto, llanto de alegría y alivio y sentimientos
agridulces que no tienen nombre, solo la forma y la sombra de lo que
nos hemos perdido y lo que hemos ganado mientras luchamos para
llegar a este lugar. Un lugar en el que el agua se derrama sobre
nosotros y no escondo mis lágrimas. Un lugar en el que confío en mi
esposo, que besa mis lágrimas, cada una de ellas, y me abraza con
fuerza.
Capítulo 26
Aiden
Playlist: Stoned on You, Jaymes Young

Freya yace en mis brazos, húmeda por la ducha, su aliento es suave


y uniforme.
—No estoy durmiendo —murmura.
Presiono un beso en su cabello y paso mi mano por su espalda.
—Estaría bien si lo estuvieras.
—No quiero dormir —susurra. Su mano se desliza por mi cuerpo,
envolviéndose apreciativamente alrededor de mi longitud—. Quiero
tocarte.
No me vine después que ella. No lo escondí. En parte fue porque
ella estaba sollozando y siempre hay algo en el llanto de Freya que
hace que la adrenalina inunde mi cuerpo. Al principio tuve miedo,
solo por un momento, de que de alguna manera la lastimaría o la
molestaría, pero me di cuenta de que ella solo estaba… sintiendo. Y
me encantó que la mujer que me había sorprendido en esa ducha hace
apenas un mes, con los ojos fríos, el cuerpo cerrado, mil palabras no
pronunciadas entre nosotros, se sintiera segura para llorar en mis
brazos simplemente porque lo necesitaba.
Después de eso, todo rastro de la respuesta de mi cuerpo
desapareció. Freya me besó, susurró que me amaba. Luego nos
lavamos, nos robamos besos y nos abrazamos hasta que se acabó el
agua caliente.
Sabía que esto podría pasar, que nos meteríamos en la cama y ella
intentaría continuar donde lo dejamos. Mientras contemplaba eso, los
temores y las preocupaciones de lo que podría salir mal se hicieron
más y más ruidosos en mi cabeza.
Mientras su mano me acaricia, no sé qué hacer. Solo sé que me
invade una fría ola de ansiedad, como en nuestra segunda mañana en
Hawái cuando olvidé la regla número uno: nunca pararse de espaldas
al océano. Esto conllevó a que me estrellara contra la arena y al igual
que nadar contra la corriente, cada segundo trato de luchar contra el
poder creciente de mis pensamientos, mi pánico simplemente me
aleja más de ella.
El toque de Freya cambia, vaga amorosamente por mi cuerpo, pero
el aplastamiento de la derrota me arrastra hacia abajo, una resaca
viciosa de la que no puedo escapar.
Se inclina sobre mí y presiona suaves besos en mi boca.
—Quédate conmigo.
—Es… —Cierro los ojos con fuerza—. Lo estoy intentando.
—Aiden.
Lentamente, abro los ojos y me encuentro con los suyos.
—¿Sabes que a veces no me vengo? —me susurra.
Entrecierro los ojos, odiando adónde quiere llegar con esto.
—Sí.
Sonríe suavemente.
—¿Qué me dices cuando eso sucede?
—Está bien, bebé —le digo a través del grosor de mi voz—. Solo
déjame abrazarte.
—Así es —dice, antes de un suave beso en los labios—. ¿Sabes lo
segura que me hace sentir eso? ¿Qué mi pareja lo normalice y me haga
sentir amada? Porque es normal.
Un áspero suspiro me deja.
—Sí.
Freya se acurruca contra mi cuerpo, su muslo cubre el mío y pasea
su mano por mi estómago y mi pecho. Sus labios se encuentran con
los míos en un suave y largo beso.
—Solo quédate conmigo. Encontraremos nuestro camino, Aiden.
Juntos, ¿de acuerdo?
Nuestros ojos se encuentran cuando me vuelvo hacia ella,
acercándola a mí. Piel con piel. Silencio en la oscuridad. Me sumerjo
en las desconocidas aguas de la aceptación mientras ella me toca, me
besa. Me baño en el peso del amor de Freya mientras le devuelvo el
beso.
Sus besos se desvanecen. Su toque se ralentiza. La abrazo fuerte
mucho después de que está profundamente dormida.

No puedo dormir y cuando Freya rueda lejos de mí, la siento cálida,


está sudando y suspirando, la observo tan hermosa, tan deseable para
mí. Cansado, pero completamente despierto por esa forma horrible
que tiene la adrenalina de joderme el cerebro, retomo el libro de
romance de Viggo que he estado leyendo. No he leído desde que
regresamos de Hawái y las cosas estaban a punto de ponerse tórridas.
Podría ser una buena manera de hacer que mis ojos se cansen.
Una voz tranquila y optimista dentro de mí susurra: O consigue
una erección de libro.
Sí. No me haré ilusiones después del desastre anterior.
Lo abro por donde iba y localizo la pequeña lámpara de libro con
clip que he tenido durante años. Freya es una de esas durmientes
pesadas para quienes la luz no es un problema, un don que desearía
tener. La ventaja es que ha hecho que mis ataques de insomnio sean
menos una cuña entre nosotros. Siempre he leído en la cama,
escuchando los reconfortantes sonidos de su respiración. Enciendo la
pequeña lámpara, me acomodo debajo de las sábanas y en nuestra
acogedora habitación, oscura excepto por el tenue brillo amarillo de
la luz de la lámpara.
La historia se calienta. Rápido.
El tipo finalmente, finalmente desnuda su alma ante ella y, mierda,
es explosivo. Lengua. Gusto. Empuje. Mojado. Deseo. Calor. Es una ola
de palabras que se convierte en un tsunami sensual, cada línea es un
paso concertado hacia un clímax tan increíblemente sutil, pero
excitante, en todos los sentidos de la palabra, y cuando termina tengo
los nudillos blancos por apretar el libro, mi respiración agitada y
entrecortada.
Cierro los ojos, torpemente apago la luz y la coloco en la mesita de
noche. Miro al techo, atónito. Esto es…
Una locura.
Realmente una jodida locura mágica.
Mierda, leeré romances para siempre.
No porque en realidad me esté engañando a mí mismo que siempre
va a funcionar así, y por así quiero decir que me pondrá jodidamente
duro, o porque garantiza todo, sino porque eso fue… hermoso. La
vulnerabilidad, la ternura, el dar y recibir. He pasado muy poco de
mi vida adulta pensando en eso, ¿y por qué? Porque me criaron para
pensar que los hombres ¿no deberían hacerlo?
Mierda, los hombres se lo están perdiendo y no solo nos hace daño
a nosotros, daña a nuestras parejas. Al menos los hombres como yo
nos lo estamos perdiendo y creo que somos muchos,
desafortunadamente. Hombres que no dedicamos tiempo a indagar
en cómo queremos estar cerca de nuestras parejas. Nos deja
despreciablemente desprevenidos.
¿Por qué esperaría que solo pudiera encender un interruptor para
este espacio dentro de mí cuando apenas lo he cultivado? Durante
años confié en que la tranquilidad emocional de mi matrimonio
preparara el camino para nuestra intimidad sexual. Pero cuando las
cosas se pusieron difíciles, no tenía un mapa que me indicara cómo
seguir adelante, cómo mantenerme cerca de Freya, incluso mientras
tenía problemas.
Sí, amo a mi esposa. Sí, me siento profundamente atraído por ella.
Pero eso no significa que milagrosamente supiera encontrar
intimidad con ella cuando el paisaje que nos rodeaba cambió tan
drásticamente, cuando cambiamos y la vida se volvió mucho más
complicada que trabajar duro y perseguir nuestros sueños juntos.
Como los proyectos que he desarrollado, las conferencias que he
dictado, los ejercicios físicos que hago, necesito aprender y practicar
esto y sí, tal vez necesite un poco más de ayuda para sentirme cómodo
con el sexo cuando saco a la luz emociones difíciles, en comparación
con alguien que no tiene ansiedad o un pasado como el mío, pero ¿y
qué? No me avergüenza. Freya me ama exactamente por lo que soy.
Tendrá paciencia conmigo, creerá en mí, me deseará en toda mi
imperfección. Me lo ha demostrado, una y otra vez. Ahora puedo
demostrarle que confío en eso.
—Mierda —murmuro, tapándome los ojos mojados por las
lágrimas. He llorado más en la última semana que en toda mi vida y
si eso es parte de lo que me alejará de esta temporada de pesadilla,
me alegro. Porque significa que he crecido como persona, como
hombre y como marido.
Freya suspira dormida y rueda hacia mí, como si de alguna manera
supiera cuánto la necesito.
Murmura tonterías mientras se acomoda, su boca roza mi hombro.
El aire se escapa de mí cuando su mano vaga somnolienta por mi
estómago y se envuelve alrededor de mi cintura. El calor se acumula
debajo de mi piel, en todas partes su cuerpo roza el mío, y antes de
que pueda pensar en lo que estoy haciendo, envuelvo mi mano
alrededor de la suya, llevándola más abajo. Más bajo.
Suspira de nuevo, despertando un poco del sueño.
—Aiden —murmura.
Trago saliva cuando siento su toque lento y perezoso, cuando
arrastro su mano sobre mi dolorida polla, cada centímetro de mí que
se siente tan pesado y duro, que es casi doloroso, su respiración se
entrecorta, abre los ojos. Al despertarse, levanta la cabeza y me mira.
—Hola —susurra.
—Freya. —Es todo lo que puedo decir, pero nuestros ojos se
mantienen firmes y ella ve… todo lo que necesito que vea.
Sin decir palabra, se acerca, deslizando su pierna a lo largo de la
mía y sus manos finalmente están sobre mí. Nos besamos y la inhalo,
la atraigo hacia mí, nuestras lenguas se enredan, su boca es suave y
busca. No puedo tocarla lo suficiente, no puedo sentir lo suficiente de
su hermoso cuerpo, cada exuberante y voluptuosa curva. Mi mano
recorre su cadera, su trasero lleno y suave, la hinchazón de sus pechos
y sus pezones apretados.
—Aiden —se ahoga cuando la siento, cuando mi boca se abre con
la suya y respiramos irregular y superficialmente. Sus manos se
sumergen en mi cabello, mientras me muevo contra ella, aún no
adentro, pero tan malditamente cerca. Cada golpe rápido y firme de
mi polla contra su cuerpo suave hace que la luz explote detrás de mis
párpados como fuegos artificiales contra un cielo negro como la tinta.
—Tócame —le suplico. Sus manos recorren mi piel, recorren
suavemente mis piernas, amasando mi trasero, frotando mis brazos,
mi pecho. Nuestros besos se profundizan y la acerco más a mí,
chupando su lengua, saboreándola, necesitando cada parte de mi
esposa, cada rincón de ella.
Me muevo contra Freya con una urgencia que no he sentido en
mucho tiempo, diferente a todo lo que he sentido. El deseo de
correrme, de estar cerca de ella, no está atrapado solo en una parte
intensa de mí. Está en todas partes. En mis palmas y mi garganta, la
parte posterior de mis rodillas, la amplitud de mi pecho, corriendo
como una lluvia de chispas a lo largo de mi columna que se irradia
hacia afuera.
—Tengo que estar dentro de ti —susurro contra sus labios—. Tengo
que…
Freya asiente frenéticamente, mientras arrastro su pierna sobre mi
cadera. Suavemente, su boca se encuentra con la mía. La inhalo,
envolviéndola con fuerza dentro de mi agarre, mientras nos
tumbamos uno al lado del otro, nuestros cuerpos se alinean tan
fácilmente, tan perfectamente, que con un giro de sus caderas se
desliza sobre mí, húmeda, caliente y tan, tan suave.
Se estira entre nosotros, Freya me guía dentro de ella, un grito
ronco y de dolor sale de mi pecho. El repentino y húmedo borrón de
lágrimas detrás de mis ojos me sorprende cuando respiro y me
encuentro con su mirada.
—Te amo —susurra.
—Dios, te amo. —Aplasto su cuerpo contra el mío y empujo hacia
adentro, ganándome su jadeo sin aliento que conozco tan bien, el
sonido de su placer, su hermoso cuerpo respondiendo al mío.
—Aiden —lloriquea.
Presiono más profundo, enterrándome dentro de ella, apretado y
cálido, tan exquisitamente familiar y precioso para mí. Conectados,
en movimiento, constantes, urgentes, nos miramos a los ojos hasta
que los de Freya comienzan a cerrarse, su mano agarrando mi cabello.
—Oh —dice débilmente. Sus gritos aumentan, el sonido de
nuestros cuerpos, la ronca ráfaga de aire que me deja con cada
impulso frenético, resuena a nuestro alrededor.
—Tócate, Freya.
Desliza su mano entre nosotros y se frota donde estamos unidos.
Me vuelve loco al mirarla. Sus gemidos llenan mis oídos, mientras su
pierna se aprieta a mi alrededor y su cuerpo aprieta el mío,
atrayéndome.
—Tan cerca —susurra—. Estoy tan…
El calor cegador se aprieta, se enrosca profundamente dentro de mí
mientras el cuerpo de Freya se despliega, arrebatador, rítmico y ella
llora contra mi boca.
Hago todo lo que puedo para reducir la velocidad, detenerme y
darle tiempo, pero ella me muerde el labio inferior y me cabalga,
animándome.
—No te atrevas a detenerte por mí —jadea.
Saboreando cada respiración, las ondas suaves y ondulantes de su
liberación a mi alrededor, la beso, dejo que mis sentidos se ahoguen
en ella, solo ella.
Freya levanta la pierna por encima de mi cadera, enterrándome
profundamente y es todo lo que necesito. Me derramo dentro de ella
tanto tiempo y tan fuerte, son segundos hasta que finalmente puedo
respirar. Inhalaciones irregulares de aire, labios juntándose
tiernamente, caemos el uno en el otro. Froto mis dedos a lo largo de
su espalda, luego muevo la manta sobre ambos, envolviéndonos en
un dosel de suave algodón que brilla como nubes en un cielo
iluminado por la luna. Otro beso en la comisura de su boca y me alejo
para poder verla mejor, para poder disfrutar de su belleza satisfecha.
—Eso fue… —Inhalo bruscamente, tratando de recuperar el
aliento—. Guau.
Sonríe y se acurruca más cerca de mí, sus ojos se cierran mientras
una expresión de pura satisfacción suaviza su rostro.
—Lo fue, Aiden. Fue realmente «guau».
Ambos reímos suavemente, compartiendo caricias suaves, un beso
débil y reverente.
—Gracias —susurro contra sus labios, antes de robar otro beso, un
suave mordisco en su labio inferior.
Freya sonríe, con los ojos aún cerrados.
—¿Por qué?
—Por amarme. —Presiono mis labios contra los suyos de nuevo y
la inhalo; mi esposa y mi amor; mi amiga y mi compañera. La mujer
que ama todo de mí, a quien amo más allá de las palabras y la
comprensión.
Arrastrando mi pulgar sobre su labio, la beso una y otra y otra vez.
—Te amo.
Abre los ojos, brillantes y luminosos como un dosel resplandeciente
de estrellas.
—Mi Aiden. —Mientras me rodea con sus brazos, Freya susurra en
la oscuridad—: Yo también te amo.
Capítulo 27
Freya
Playlist: SUPERBLOOM, MisterWives

—¡Mírate! —Mai Belts. Algunas personas miran por encima del


hombro gracias a su volumen de voz y mi risa igualmente fuerte. Me
abraza fuerte y yo la abrazo fuerte de vuelta. Acostumbradas a
nuestras reuniones exageradas, Pete y Aiden nos dejan con nuestros
enamoramientos y se dirigen al restaurante para traernos bebidas.
Mai se echa hacia atrás, sosteniéndome por los hombros mientras
me mira.
—Las vacaciones te sientan bien.
—Para. —Alboroto mis ondas y le sonrío.
—También te pusiste la perforación del tabique. Sí. Sí. Apruebo
esto. —Entonces Mai aprieta mis tetas. A la vista de todos, porque esa
es nuestra amistad—. Hum y tus tetas son exuberantes y firmes.
—¡Gracias! —Yo misma las acaricio, admirando mi escote—. Es el
vestido. Las hace ver como un millón de dólares. Lo conseguí en
Hawái.
—Creo que conseguiste algo más que un vestido en Hawái —dice
en voz baja.
—No exactamente. —Dejo caer las manos y aliso la parte delantera
de mi vestido azul.
Mai inclina la cabeza y me evalúa.
—¿Pero Hawái te hizo bien?
—Sí —admito felizmente—. Lo hizo. Te ves increíble, también.
Estás brillando. Como si te hubieras tragado una botella de sol.
—¡Gracias! Los niños durmieron toda la noche anoche. Hace
maravillas con mi piel. Ahora deja de intentar distraerme. Habla de
Hawái. ¿Lo hiciste…? —Mueve las cejas—. Ya sabes, ¿realmente
estuvo de acuerdo contigo? ¿Tú y Aiden?
Un rubor calienta mis mejillas.
—Se llegó a un acuerdo del más alto nivel una vez que estuvimos en
casa.
Grita.
—Freya, eso es bueno. Quiero decir, es bueno si él se arrastró
épicamente y prometió volver a convertirte en su diosa y reina
nórdica de las nieves y, por lo tanto, comenzó una especie de
«acuerdo» tan caliente como el infierno de: estamos reconciliándonos
y arreglando las cosas. No la especie de «acuerdo» de: cogemos, pero
nos odiamos.
—Fue lo primero —digo, metiendo mi cabello detrás de mis orejas.
Mi mirada encuentra a Aiden en la barra, hombro con hombro con
Pete. Se ríe de algo que dice Pete, luego mira hacia atrás y me mira a
los ojos. Sonrío suavemente, también sonríe y las mariposas en mi
estómago baten sus alas con furia.
—Entonces… ¿las cosas van bien desde que llegaste a casa? —
pregunta, dándome una mirada de complicidad.
—Dos semanas de volver a la realidad y hasta ahora, muy, muy
bien. —Me apoyo contra la pared del patio al aire libre del
restaurante, donde estamos esperando nuestra mesa y encuentro un
respiro del fuerte sol de la tarde—. Tuvimos otra sesión de terapia y
hablamos sobre ser más intencionales sobre nuestro tiempo juntos
cuando estamos juntos y también equilibrarlo con el tiempo a solas.
Tiempo en el que Aiden puede trabajar durante horas seguidas y no
sentirse culpable o halado en dos direcciones, tiempo en el que puedo
salir y hacer cosas que me hacen feliz.
Mai asiente.
—Es raro, ¿no? Qué fácil es colapsar el uno en el otro y quedar tan
atrapados en eso. Cada pareja necesita compartir mucha vida, pero
ambas personas también necesitan independencia. Estoy mucho más
feliz desde que establecimos nuestro horario en el que Pete sale por
la noche para jugar trivia y yo salgo para jugar al fútbol.
—Exactamente, dejé que mi vida se hiciera pequeña. Me entristecía
cuando las cosas se ponían difíciles con Aiden y luego, en lugar de
volverme hacia las cosas que me traían alegría, me sentía miserable.
Dejé de jugar en nuestra liga femenina, trabajaba más, no tenía ganas
de salir ni de hacer karaoke… no sé. Dejé que una parte de mí se
desvaneciera y no quiero volver a hacerlo nunca más. Especialmente
ahora, mientras tanto está cambiando. Aiden está trabajando en este
proyecto y no irá a ninguna parte pronto. En lugar de sentarme en
casa y hacer nada, voy a hacer lo que me gusta. Volveré al fútbol o al
menos a algún tipo de ejercicio divertido, saldré de noche contigo y
las chicas otra vez.
Mai me sonríe.
—Hay temporadas así. Pete y yo las hemos tenido. Solo tienen que
cuidarse y cuidarse uno al otro y salir adelante, luego disfrutan
muchísimo el uno del otro cuando la vida se calma.
—Exactamente. —Le devuelvo la sonrisa—. ¿De hecho, tienes
algún lugar en el equipo para el próximo curso? Tenía la intención de
enviarte un mensaje de texto, pero he estado un poco distraída desde
que llegamos a casa.
Se aclara la garganta, Mai mira hacia abajo a sus pies.
—Hum, sí, lo tenemos.
Leo su lenguaje corporal, parece nerviosa.
—¿Qué ocurre?
Raspa las suelas de sus sandalias contra las baldosas del patio.
—Bueno, vamos a necesitar a otra persona en el equipo, porque
alguien está embarazada de nuevo.
El dolor en mi pecho no es tan agudo como antes, pero sigue ahí.
Sí, estoy agradecida de no haber pasado por esta crisis matrimonial
con Aiden mientras estaba en plena revisión hormonal y teniendo un
bebé, pero es agridulce. Sobre todo, porque me vino la regla hace dos
días. Y me sorprendí al sentir… alivio. Alivio masivo.
—¿Quién es? —pregunto—. A menos que lo mantengan en secreto.
No quiero entrometerme.
Mai suspira y me mira a los ojos, el dolor aprieta su rostro.
—Soy yo.
Se me hace un nudo en la garganta.
—¡Vaya! —Parpadeo, me muerdo el labio contra el impulso de
llorar—. Oh, Dios mío, Mai. ¡Estoy tan feliz por ti! —Envuelvo mis
brazos a su alrededor, mi amiga alta, con curvas y fuerte como yo,
hace que su barbilla se apoye fácilmente en mi hombro.
—Me siento como una mierda —dice con voz ronca—. Quería que
lo compartiéramos y sé cuánto has deseado un bebé. Ahora te estoy
lastimando y eres la última persona a la que quiero lastimar. Te juro
que fue un accidente, Freya…
—Mai. —Me alejo y sostengo su mirada—. Detente ahora mismo.
Esta es una buena noticia, sólo una buena noticia. ¡Un bebé!
Busca mis ojos.
—¿Estás segura? ¿Estás bien?
Asiento con la cabeza.
—Sí, lo estoy. Yo… yo en realidad volví a tomar la píldora.
Los ojos de Mai se agrandan.
—¿Qué?
—Shh. —Echo un vistazo y veo a Aiden y Pete recoger nuestras
bebidas del bar—. No se lo he dicho a Aiden.
—¿Tú qué? —Levanta una ceja—. Freya, ¿estás tratando de joder la
mierda, justo cuando se puso bueno?
Me inquieto bajo su intensa mirada.
—Mai, escucha. Solo quiero pasar un poco de tiempo con él antes
de que las cosas se compliquen con un bebé porque se puso bueno.
—Entonces, ¿por qué no le has dicho?
—Porque estoy nerviosa acerca de cómo lo tomará. La planificación
de un bebé y nuestros problemas matrimoniales se superpusieron
mucho y solo quiero ser reflexiva sobre cómo abordarlo con él. Solo
han pasado dos días.
Me da una mirada escéptica.
—Dos días es demasiado tiempo, amiga mía.
—Mai —gimo—. Él se siente culpable de que aún no hayamos
quedado embarazados y no quiero lastimarlo. Se lo diré esta noche,
lo juro. Es difícil, ¿de acuerdo? He estado luchando por encontrar las
palabras correctas.
—Será mejor que las encuentres rápido, señora —dice, sacudiendo
la cabeza—. No apruebo…
Los chicos abren la puerta y tiro de ella hacia mí en un abrazo.
—Por favor, no digas nada —susurro, apretando los brazos de Mai
mientras sonrío sobre su hombro a Aiden y Pete, esperando haber
salvado las apariencias—. ¡Felicidades! —le digo de nuevo—. ¡Puedo
abrazar a otro de tus hermosos bebés y beber por ti!
—Oh, ja, ja, qué divertido —dice, tomando de Pete lo que ahora sé
que es un cóctel virgen.
—Oye —nos dice Pete—, quería enviarte un mensaje de texto,
¿puedes cuidar a los niños por nosotros dentro de dos semanas? Su
hermano se va a casar en la casa de la infancia de su prometida en
Sacramento y no habrá niños, nos lo acaba de decir.
Mai pone los ojos en blanco.
—No tienes que cuidarlos. De hecho, te lo prohíbo. Los cuidas
demasiado para nosotros tal como están las cosas.
Aiden se une a nosotros y me besa suavemente detrás de la oreja.
Me da mi agua mineral con limón, luego pone su mano en mi espalda.
—No los hemos cuidado en semanas. No nos molesta.
—Lo dice el tipo que trae su computadora portátil —dice Mai
deliberadamente—. Tu esposa es la que lleva a las ratas de alcantarilla
a la cama.
—Disculpa. —Aiden la nivela con una mirada indignada—. Pero
les preparo un delicioso sándwich de queso fundido y les leo. Tu hijo
dice que mi voz de Papá Tigre es mejor que la de Pete.
Pete frunce el ceño.
—Engendro desagradecido.
Mai se ríe.
—Bien, me retracto. Sin embargo, no tienes que cuidarlos. Puedo
encontrar una niñera para el día. En serio.
—Pero ellos solo han pasado la noche con nosotros —le digo—.
¿Cómo vas a ir a Sacramento para una boda y no quedarte? Estarás
exhausta.
—Es solo un viaje de cinco horas o un vuelo rápido.
—En el cual estarás atrapada por la tarde noche, después de la boda
—dice Aiden.
—Se nos ocurrirá algo —murmura Mai, empujando su pajilla
alrededor de su bebida.
—Pero sería agotador —le recuerdo—. Y ustedes necesitan
cuidarse a ustedes mismos.
Pete envuelve un brazo alrededor de Mai.
—Le dijiste.
—Sí. —Me mira a los ojos y sonríe débilmente.
—Sí —le digo a Pete—. Sí, lo hizo y estoy muy feliz por ustedes dos.
Aiden mira entre Pete y Mai.
—¿Le dijo a quién qué? ¿Por qué estamos felices?
—Vas a ser tío honorario, por tercera ocasión —le digo, sonriendo
a mi compañero—. Mai está embarazada.
—¿Qué? ¡Felicidades! —Aiden abraza a Mai y Pete, luego me mira,
su sonrisa se profundiza y tengo la inquietante sensación de que
Aiden piensa que pronto Mai no será la única.

A mitad de la cena, Aiden mete la mano en el bolsillo y extrae su


teléfono.
—Lo juro por Dios, lo voy a matar.
—¿Matar a quién? —pregunta Pete.
Aiden suspira mientras desbloquea la pantalla de su teléfono.
—Dan.
—Dan —dice Pete sombríamente.
Mai le da un codazo.
—Estás tan celoso de él. Es su socio comercial.
—Se está metiendo en mi bromance. —Pete me mira a los ojos con
simpatía—. No eres la única para la que está demasiado ocupado.
—¡Pete! —Mai sisea, dándole un fuerte codazo de nuevo.
—Lo siento —murmura en su vaso.
Aiden lo mira fijamente.
—Recuérdame escupir en tu cerveza después de atender esta
llamada. —Se vuelve hacia mí—. Lo siento, Frey. ¿Puedo
escabullirme? Dan me envió un montón de mensajes.
Miro su teléfono y veo aparecer un mensaje de voz.
—También tienes un correo de voz.
—Un número que no reconozco. Probablemente correo basura,
pero lo revisaré cuando le devuelva la llamada a Dan muy rápido.
Está volando solo por primera vez con nuestro inversor.
Parpadeo hacia él en estado de shock.
—Aiden, ¿estás seguro de que no deberías estar ahí?
—Sí —dice, uniformemente, escribiendo de nuevo a Dan, luego
guarda su teléfono—. Necesitaba salir con nuestros amigos y Dan
necesita volar del nido. He hecho mi parte. Convencí a nuestro
inversor y respondí a todos sus correos electrónicos. Escribí la maldita
presentación. Dan es más que capaz de desenvolverse bien en una
reunión de seguimiento. Confío en él.
—¿Pero te está estresando? —pregunto.
Sonríe suavemente.
—Un poquito, pero eso está bien. Estoy bien.
Me muevo en el banco, la culpa tira de mí.
—Deberíamos haber discutido esto.
Mai me mira y habla telepáticamente como mi mejor amiga.
¿De verdad le vas a dar un sermón sobre la transparencia ahora mismo?
La miro de vuelta.
Dije que se lo diría esta noche.
Ceja arqueada. Labios fruncidos. Hum, dice su expresión. Por
supuesto.
La mano de Aiden se desliza sobre mi muslo debajo de la mesa.
—No quería perderme nuestra salida esta noche. Fue mi decisión.
—Pero Dan te está mensajeando.
Aiden se encoge de hombros.
—Pero Dan me está mensajeando. Así que voy a llamarlo.
—Y si es una crisis, si hace o deshace este proyecto, quiero que
vayas a la reunión. Te llevaré yo misma.
Envuelve su mano alrededor de la mía y aprieta suavemente.
—Lo haré, Freya. Gracias.
Le doy un beso en la mejilla, luego salgo de nuestra banca y lo
observo, alto y ancho, salir tranquilamente del restaurante. Me dejo
caer de nuevo en un suspiro.
—Cuidado —se ríe Mai—. Creo que babeaste.
—Demándame, me gusta el trasero de mi marido.
Pete suspira y lanza su brazo alrededor de Mai.
—Solías mirarme así.
—Todavía lo hago. Después de acostar a los niños y cargar el
lavavajillas. Cuando te agachas y pones ese detergente en… —Se
estremece—. Hum.
Niego con la cabeza.
—Ustedes dos.
Mai sorbe la mitad de su no-jito y me sonríe alrededor de su pajilla.
Pete toma la conversación y la sigue, de esa manera fácil que tiene,
hablando y haciéndonos reír. Absorta en las travesuras de Pete, no es
sino hasta que Aiden está casi en nuestra mesa que me doy cuenta de
su rostro sombrío.
—¿Qué es? —pregunto.
—Dan está bien. Quiero decir, manejé sus preguntas, pero revisé
ese correo de voz. Es… Tom —dice, desconcertado.
—¿Tom? —Arrugo la nariz—. ¿Quién es Tom?
—El conserje en mi edificio, con el que tengo… no sé cómo
llamarlo. Supongo que una amistad es lo apropiado. Trabaja cuando
estoy ahí hasta tarde.
Mi estómago se hunde un poco al recordar lo que dijo la noche que
regresó a casa.
—Es quien te envió a casa.
Aiden asiente, pero no se sienta.
—¿Qué ocurre? —pregunto.
—No sé. Me acaba de pedir que me reúna con él en el edificio esta
noche. Dijo que necesitaba hablar conmigo urgentemente.
—¿Cuándo? —pregunto.
—No dijo cuándo. Solo esta noche, que estaría en el trabajo. —
Aiden cae finalmente en el banco. Se ve molesto.
Deslizo mi mano dentro de la suya y aprieto.
—Podemos pasar por allí, para que ustedes dos hablen, si crees que
deberían.
—Yo… supongo. Solo estoy… —Niega con la cabeza—. Lo siento.
Olvídalo por ahora. ¿Pedimos postre?
Pete y Mai levantan la vista de su propia conversación.
—No. ¿Deberíamos? —Pete nos dice a Mai y a mí, las golosas.
Mai me mira.
—Tengo náuseas, así que tú decide.
Busco los ojos de Aiden.
—No, estoy bien.
Terminamos nuestra comida, pagamos la cuenta y nos despedimos
con abrazos y cuando estamos en el auto, Aiden se sienta detrás del
volante, exhalando con fuerza.
—¿Qué estás pensando? —le digo.
Aiden suspira.
—No sé. Creo que tengo que ir a ver de qué quiere hablar. Se siente
tan fuera de lugar. Lo único que se me ocurre es que está en
problemas y necesita un amigo. No quiero acortar nuestra noche,
pero…
—Es tu amigo. —Deslizo mi mano a lo largo de su brazo—. Vamos.
Aiden aprieta el volante hasta que sus nudillos se ponen blancos.
Lo noto apretar la mandíbula debajo de la barba. Se la recortó, pulcra
y ajustada, no está desaliñada como la había tenido durante años,
pero más corta que en Hawái. Puedo ver lo apretado de su boca, la
tensión que está sosteniendo.
—Haz una respiración profunda, Oso.
Exhala pesadamente y enciende el motor.
—Cierto. Tienes razón.
Mientras entramos a la autopista, enchufo mi teléfono y pongo en
marcha una lista de reproducción acústica tranquila. Suavemente,
froto el cuello de Aiden.
—Tomaré un Uber de regreso —dice—, para que puedas conducir
a casa. Al menos puedes irte a casa y relajarte. No quiero que me
esperes en el coche. Quién sabe lo que necesita o por cuánto tiempo.
Pongo mi mano en su muslo.
—No me importa esperar, Aiden.
—Es solo que… —Suspira—. Tenía toda la noche planeada.
—Lo sé —susurro, cruzando la consola y dándole un beso en la
mejilla—. Y ese es el regalo para mí. Me siento querida y consentida.
Ahora vámonos. Cuanto antes hables con él, antes estarás en casa
para acurrucarte y disfrutar de mi torta favorita de chocolate sin
harina que escondiste en el refrigerador.
Aiden entrecierra los ojos, pero los mantiene en el camino.
—Es difícil esconder un pastel. Se supone que debes fingir que no
viste esa caja blanca gigante detrás de la col rizada.
—¡Uy! —sonrío—. Vamos. Ponte a conducir.
Capítulo 28
Aiden
Playlist: River, Leon Bridges

Después de ver a Freya a salvo en el lado del conductor y cerrar la


puerta, entro en mi edificio, tomo los escalones como siempre porque
a la mierda los ascensores, más conocidos como trampas mortales,
hasta mi piso. Cuando abro la puerta desde el hueco de la escalera,
me detengo en seco.
Tom se sienta en una silla en el área común del piso, con los codos
en las rodillas. Sin su gorra normal no lo reconocería. No está en su
uniforme de conserje, sino que usa una camisa azul impecable,
arremangada hasta los codos, revelando tatuajes que nunca he visto
antes, jeans oscuros y botas.
Se pone de pie, con los ojos en el suelo como siempre, frotándose el
cuello.
—Gracias por venir.
La puerta se cierra detrás de mí.
—Por supuesto. Tu mensaje sonaba urgente.
Asiente.
—Sí. Lo es y eh… —Se aclara la garganta bruscamente—. ¿Te
importa si hablamos en tu oficina? Es privado.
Los pelos de la nuca se me erizan. Observo el borde de su gorra
mientras tose discretamente en su brazo, otra tos húmeda de
fumador.
—Claro —finalmente respondo, paso junto a él hacia el pasillo que
conduce a mi oficina. Una vez que estoy en la puerta, saco mis llaves,
abro y paso adelante. Tom entra detrás de mí, haciéndose a un lado
para que pueda cerrar la puerta detrás de nosotros.
—Por favor —le digo, señalando el sofá—. Ponte cómodo. —Arrojo
las llaves en el pequeño plato que mantengo junto a la foto de Freya
y mi boda, miro su foto, su hermoso perfil sonriente mientras me mira
como si fuera la octava maravilla. Siento el regalo que es y no es la
primera vez últimamente, mis pensamientos vuelven a la
emocionante, aterradora e increíble posibilidad de que pronto
podamos estar esperando un nuevo regalo. Una personita que es
parte de Freya, parte de mí y completamente parte de nuestro amor.
Un bebé.
—Voy a tratar de ser directo —dice bruscamente, aclarándose la
garganta y llamando mi atención—. Pero esa no es realmente mi
fortaleza. Lo haré lo mejor que pueda. Solo te pido que me dejes
terminar.
Me apoyo en el borde de mi escritorio, listo para escucharlo, una
postura que he asumido miles de veces en horas de oficina, con
estudiantes, con amigos.
—De acuerdo. Estoy escuchando.
—En mi segundo aniversario de sobriedad, me sentí lo
suficientemente seguro de que me iba a mantener. —Se ajusta la gorra
y vuelve a entrelazar las manos—. Fue lo más largo que había durado.
Alguna vez. Se sintió como toda una vida. De la mejor manera. Así
que llamé a la única mujer que había amado y le pedí otra
oportunidad. Solo para verla, para hablar. No tenía esperanza de
nada más, por mucho que quisiera más.
Cambio mi peso, apoyándome más en mi escritorio y cruzándome
de brazos.
—Ella dijo que no al principio, pero soy… —Se ríe con voz ronca—
. Bueno, soy un hombre persistente y, como te dije antes, he
aprendido de la manera más dura lo que nos costó retroceder la
última vez. Le fallé cuando ella y yo éramos jóvenes y quería
demostrarle que ahora era mejor que eso. Entonces, le escribí cartas,
traté de decirle cómo me sentía, lo que había hecho y lo que había
pasado para estar donde estaba. Finalmente accedió a encontrarse
conmigo para tomar una taza de café.
»Lo siento —dice—. Estoy tratando de ser rápido. Te prometo que
llegaré allí.
—Está bien —le digo.
—Entonces, nos reunimos para tomar un café, y luego… ella
comenzó a invitarme a cenar el domingo. No fue nada romántico.
Solo… amistad… amistad cautelosa. Se abrió un poco, me contó más
sobre su vida. Las cosas estaban bien. —Respira mientras su mano
desaparece bajo el borde de su gorra, como si estuviera pellizcando el
puente de su nariz, presionando contra sus ojos—. Y luego traicioné
su confianza.
El aire sale de mí y la decepción se hunde, pesando en mi pecho.
Me muerdo la mejilla para callarme, así no presionaré ni preguntaré
cómo o por qué. Espero y el silencio crece.
—Ella me habló de su hijo, confió en mí con esa información,
creyéndome una persona lo suficientemente cambiada como para ser
feliz por él sin pedirle nada más a la persona a la que le había fallado
tan horriblemente cuando él era… —Su voz se quiebra y respira
profundamente para tranquilizarse—. Cuando él era solo un bebé.
Nuestro bebé.
Un sudor frío brota sobre mi piel. Mis brazos caen, mi mano sana
agarra el escritorio para mantener la estabilidad.
—Pero estaba tan desesperado por verlo —susurra—. Solo un
vistazo. Así que hice algo que no debería haber hecho. Conseguí un
trabajo donde él trabajaba, que se suponía que solo era un reemplazo
temporal. Me juré a mí mismo que sería solo por esas pocas semanas,
que nunca dejaría que me viera, que sería una sombra que
mantendría su distancia. Tendría un vistazo, una pequeña y preciosa
oportunidad de ver en quién se había convertido. Me juré a mí mismo
que nunca le hablaría, que nunca haría algo tan deshonesto como
tratar de conocerlo sin decirle quién era realmente.
Mis oídos zumban, el aire entra y sale de mis pulmones.
—Pero luego el hombre al que había reemplazado se enfermó más,
no iba a volver al trabajo y yo tenía que tomar una decisión. La noche
anterior tuve que comprometerme con un puesto permanente o
retirarme —grazna, enterrando la cara—. Finalmente lo vi de cerca,
escuché su voz y… fue increíble, darme cuenta de quién era y qué
sabía y cómo trabajaba, en un solo encuentro. No podía renunciar a
eso. Así que me quedé e hice algo cobarde. Hablé con él, llegué a
conocerlo de la manera que pude, sin decirle nunca quién era
realmente.
El mundo se para.
—Tenía miedo —susurra— y debilidad. Tomé el camino más fácil
hacia él y como el adicto que soy, me enganché. No podía soportar la
idea de perderlo.
Finalmente, mira hacia arriba.
—La idea de perderte.
Lo miro fijamente, el shock hace que mis manos se sientan frías, mi
cuerpo lejos y distante. Observo cada detalle minucioso y veo a Tom
completamente por primera vez. La forma de su pulcra barba canosa,
las profundas líneas de sus ojos, grabadas en la piel curtida como el
cuero. Una nariz fuerte y afilada y lo último que pensé que vería:
Un par de ojos azules, tan vívidos y llamativos como los míos.
Mi mundo se estremece.
—¿Quién eres? —susurro.
Sus ojos están enrojecidos, húmedos.
—Thomas Ryan MacCormack, pero para todos aquí, Tom Ryan. Un
hombre que no merece llamarse como tú.
Lo miro. Este hombre que dijo, sin decirlo… es mi papá. ¿Tom
Ryan? No puedo… no puedo procesarlo. No puede ser él.
Pero lo es. Sé que es él, busco su rostro, veo tanto de mí mismo.
Hace que mi estómago se revuelva y como si sintiera mi absoluta
repugnancia, parpadea.
—No puedo decirte cuánto lamento esto, cuanto lo siento. Tomé el
camino cobarde —dice, casi para sí mismo—. En lugar de pedirte otra
oportunidad de conocerte, la robé. Porque cada vez que traté de
armarme de valor, yo… —Se le quiebra la voz—. Te admiraba mucho.
Sabía que te decepcionaría y me hablaste como si me vieras como tu
igual, no como un don nadie, como hace tanta gente por aquí,
dándose aires. Me hablaste como si vieras algo en mí. Como si me
respetaras y… no podía perder eso.
Finalmente encuentro mi voz, una oleada de ira estalla dentro de
mí.
—Eso es una mierda retorcida, Tom. Infiltrarte en mi lugar de
trabajo. Darme tus consejos paternos. Ser un «amigo» para mí. Verme
en mi… —Ese día que me senté a su lado en el banco afuera,
ahogándome en mi ansiedad, pasa por mi mente. Trago saliva y tomo
una respiración lenta y tranquilizadora—. En mi puto peor momento.
Me quitaste mi elección —le digo con la mandíbula apretada, las
lágrimas espesando mi garganta—. Me mentiste.
—Lo sé —susurra—. No fue correcto.
—No tenías derecho a hacerlo. —Me empujo del escritorio,
poniéndome de pie—. No te ganaste el privilegio de conocerme. Te
fuiste y perdiste eso.
Parpadea, su expresión es el retrato del miserable arrepentimiento.
—Lo sé.
—Entonces, ¿por qué diablos lo hiciste? —pregunto con voz
ronca—. ¿Y por qué tuviste que aparecer ahora, cuando finalmente
no me estoy derrumbando? Cuando estoy tratando de construir mi
propia familia, cuando finalmente tengo una plegaria para no ser un
completo jodido como lo fuiste tú.
Hace un ruido bajo y doloroso y entierra su rostro.
—Lo siento. Ojalá nunca lo hubiera hecho. Nunca quise hacerte
daño.
—¡Nunca quisiste lastimarme! —Camino hacia Tom, todavía está
sentado en el sofá.
»¡Abandonaste a tu familia! —Me trago el quiebre de mi voz—. Y
ahora tienes las pelotas para aparecer y tratar de reclamar algo que
nunca ganaste: la oportunidad de conocerme. Rompiste el corazón de
mi mamá. Hiciste mi vida tan jodidamente difícil. ¿Tienes alguna idea?
Una lágrima se desliza de su ojo.
—Hiciste de nuestras vidas un infierno. Ella se rompió, se agotó,
lloró todas las malditas noches durante años —susurro con enojo—.
Por tu culpa.
—¿Crees que no lo sé? —dice finalmente, poniéndose de pie y
mirándome a los ojos—. ¿Crees que no me odié a mí mismo, día tras
día por lo que hice, cómo les fallé a ambos? Quise decir lo que dije esa
noche, cuando te dije cuánto lamentaba no haber luchado más contra
mis demonios, no haber hecho lo que fuera necesario para ganarme
la confianza de tu madre y un lugar en nuestra familia. ¿Crees que no
me odio a mí mismo por equivocarme de nuevo?
—Me importa una mierda lo que sientas —le digo, justo en su
cara—. Aprendí a no preocuparme por ti hace mucho tiempo. ¡Y aún
así, casi logro destrozar mi matrimonio, castigar a la mujer que solo
había querido proteger, envenenar lo único bueno que he tenido! —
Golpeo mi puño sobre mi corazón—. ¡No deberías tener ese poder!
No te lo mereces.
—Lo siento —dice—. No puedo decirte cuánto lo siento, Aiden…
Escucharlo usar mi nombre corta como un cuchillo a través de mi
corazón. Me retiro.
—No quiero escuchar una palabra más. No más de tus palabras
vacías. No más mentiras.
Parpadea, mirando a sus pies.
—Entiendo.
Un largo y pesado silencio se mantiene entre nosotros.
—Necesito que sepas algo —murmura.
—Jesús —gimo, dejándome caer en mi escritorio—. ¿Qué?
—Renuncié. Ya no estaré aquí, saldré de tu vida. Por mucho… por
mucho que diera cualquier cosa por la oportunidad de tratar de
ganarme tu perdón, de tener algo contigo, por poco que estuvieras
dispuesto a darme, sé que no lo merezco.
Me duele el corazón, siento una punzada caliente y aguda en un
lugar tan antiguo y oculto, pongo una mano en mi pecho, donde me
duele tan profundamente que apenas puedo respirar, pero respiro.
Respiro a través del dolor, la profundidad de mi ira, disgusto y
decepción… y la aterradora verdad de que la parte más fuerte y
nueva de mí no quiere ser gobernada por nada de eso. La parte de mí
que ha sanado en su matrimonio, que ha crecido en su capacidad de
sentir, temer y amar a través de él, esa parte de mí quiere sanar más
que arder en justa ira.
—Tienes razón —le digo rudamente—. No te mereces una segunda
oportunidad. Nunca podrás compensar lo que has hecho. Todo es
demasiado poco, demasiado tarde.
—Entiendo —dice en voz baja—. Es por eso que necesitaba
decírtelo. A pesar de lo que hice… no espero que me perdones.
—Bien, porque no deberías. —Lo miro fijamente, cada respiración
más apretada, más difícil—. Pero eso tampoco significa que no deba
hacerlo.
Sus ojos se abren y se encuentran con los míos.
—¿Qué?
—Si hubieras hecho esto hace apenas un mes, te habría echado.
Hubiera cerrado esa puerta justo detrás de tu trasero y enterrado el
dolor que causaste tan dentro de mí, al lado de todo lo demás que
jodiste.
La expresión de Tom, tan parecida a la mía, busca en mi rostro.
—¿Pero?
Llevo una mano temblorosa a mi garganta, donde solía estar la
cadena de Freya, cálida contra mi piel. Mi coraje. Mi recuerdo de su
amor. Pero ahora sé que no necesito una cadena para tenerla conmigo.
Su amor está conmigo, en mí, siempre. Me ha cambiado desde la base
de lo que soy, de modo que ahora puedo mirar a Tom a los ojos y
decir honestamente:
—Pero amo a alguien que me ha demostrado que el amor no da
segundas oportunidades porque nos las hemos ganado. El amor da
segundas oportunidades porque cree lo mejor de lo que somos. Y por
alguna razón, ya sea por el hecho de que después de todos estos años
volviste por mi mamá, pero no hasta que te sintieras digno de ella o
que a tu manera retorcida trataste de ser bueno conmigo, quiero creer
lo mejor de ti. Así que… considera esta tu segunda oportunidad, Tom.
Veo sus ojos llenarse.
—Oh Dios. —Esconde su rostro.
Mi agarre en mi escritorio se aprieta mientras mi pulso late en mis
oídos, mientras mi pecho se aprieta aún más.
—Pero déjame ser claro. Si alguna vez vuelves a lastimar a mamá,
te descartaré para siempre, ¿me entiendes? Si ella no sabe acerca de
esto, tiene que hacerlo. No más mentiras, no la lastimarás más…
—Lo sabe —dice en voz baja—. María lo sabe y está furiosa. Por eso
esto era urgente. La jodí mucho, pero no escucharías esto de ella ni de
nadie más que de mí. Tenía que decírtelo. Necesitaba enfrentar esto y
dejar que me dijeras lo que merecía escuchar.
El niño en mí que siempre sufría por su padre quiere inclinarse
hacia las sentidas palabras de Tom y captar sus promesas. Para tomar
su confesión como una señal de que realmente significo algo para él,
que le importaba lo suficiente como para enfrentarme y reconocerlo,
pero tengo que cuidar mi corazón. Tengo que dar un paso lento y
cauteloso a la vez.
—Bien —gruño—. Me lo dijiste y he dicho lo que tenía que decir.
Considera este mi pobre intento de mierda de decir de alguna manera
que, eventualmente, espero poder perdonarte. Pero seguro como la
mierda, que no es hoy. Ahora sal de mi oficina y no me llames. Me
pondré en contacto contigo cuando y si estoy listo. De hecho, vete de
aquí. Me voy.
Agarro mis llaves, salgo corriendo y bajo las escaleras.
A mitad de camino, me derrumbo en el rellano, tomo fuertes
bocanadas de aire, mientras mi garganta se aprieta y me quema. Las
estrellas bailan en mi visión mientras busco a tientas mi teléfono,
marco a la única persona que tengo en mis favoritos. Porque amo a
mi madre y sí, tengo amigos, pero solo hay una persona que se ganó
ese lugar y la necesito en este momento. La necesito tanto y gracias a
toda la mierda, ya no tengo miedo de aceptarlo.
La llamada se conecta. Suena una vez, dos veces.
El tercer timbre resuena en el hueco de la escalera. El cuarto está
más cerca. Me sobresalto, mi teléfono cae al suelo con un traqueteo.
—¿Aiden? —grita Freya.
—Freya —respondo con voz ronca.
Escucho su paso acelerado, sus pies rápidos mientras corre hacia
mí. Su cabello brilla como un halo de estrellas en el cielo nocturno,
resplandece, húmedo por una rara y fresca lluvia de verano, es
increíblemente hermosa y me envuelve en sus brazos.
—Freya. —Su nombre sale de mis labios como una oración
mientras me inclino hacia ella. La estrecho contra mí, mi voz se rompe
en un sollozo ronco.
—Shh, Aiden, está bien —susurra. Sus brazos me sostienen
firmemente, sus manos recorren mi espalda—. Estoy aquí.
—Oh Dios. —Entierro mi cara en su cuello y lloro. Lloro lágrimas
que he estado conteniendo desde… siempre. Desde que era un niño
que se sentía incompleto, malo y desagradable, que mi papá no me
quería. Desde que era un adolescente que veía a su madre sufrir,
luchar, sobrevivir a duras penas gracias a alguien cuyo fantasma
todavía podía infligir dolor del que me sentía incapaz de protegerla.
Dado que yo era el hombre adulto que le prometió su vida a la mujer
que amaba, tenía tanto miedo de volverme como el hombre que más
me había lastimado, tan inseguro de que alguna vez podría ser digno
de sus votos.
—Aiden. Respira, Oso. Respiraciones lentas. Dentro… luego fuera.
Bien. —Freya presiona un suave beso en mi sien y me abraza fuerte—
. Estoy aquí. Sea lo que sea, estoy aquí. No voy a ninguna parte.
—T… tú no te fuiste —digo entre agudas bocanadas de aire—.
Estoy tan contento de que no te hayas ido.
—Yo también —susurra. Su mano ahueca mi nuca, mientras me da
otro beso en la cara y me inhala—. Yo también, Aiden.

Entro en la casa, aturdido. Exhausto.


Demasiado para recuperar nuestra noche de cita.
Maldito infierno.
Me giro hacia Freya y la atrapo observándome cuidadosamente,
como si estuviera esperando que explote.
—¿Tú…? —Pone sus llaves en el gancho para llaves por primera
vez en la historia del mundo. Sabes que algo pasa, si ella hace eso—.
¿Quieres hablar acerca de ello? —pregunta.
Niego con la cabeza.
—No. Podemos poner la película, comer un poco de pastel…
—Aiden —dice Freya suavemente—. Creo que deberíamos dejarlo
por hoy. La cena fue maravillosa y podemos comer pastel con café
por la mañana…
—No. —Abro la nevera, sé que no debería insistir, pero me siento
como el viejo cacharro de mamá y mío. Herby, lo llamábamos, a veces
mamá bromeaba diciendo que se sentía nerviosa por apagarlo,
porque entonces no estaba segura de que arrancaría de nuevo. Si me
detengo, no sé qué va a pasar. Sea lo que sea, no quiero hacerlo ahora.
No puedo manejar nada más. Necesito a Freya en mis brazos.
Necesito cerrar los ojos y oler su dulzura de limón y sol, el intenso
aroma limpio de la hierba recién cortada. Quiero imaginarme el
verano en nuestro patio trasero y desaparecer de este lugar que duele
tanto.
—Oso, por favor —dice en voz baja—. Vamos a…
—Él… él es mi papá —espeto, dejando el pastel. Mis manos están
temblando y mis rodillas casi ceden mientras me apoyo en el
mostrador.
—¿Qué? —pregunta incrédula—. ¿Quién, Aiden?
—Tom. Consiguió el trabajo para verme. Es mi maldito padre.
Los ojos de Freya se agrandan mientras se hunde en un taburete en
el mostrador de la cocina.
—Yo… Dios mío, Aiden.
Una oleada de náuseas frías me recorre cuando mi conmoción
comienza a disiparse, mientras la verdad se hunde. Voy a vomitar.
Me doy la vuelta, corro por el pasillo, a través de nuestro dormitorio,
hacia la comodidad de nuestro baño. Lo hago justo a tiempo, vacío
mi estómago, ola tras ola. En algún momento, mis ojos están húmedos
no solo por los vómitos, sino también por las lágrimas. Malditas
lágrimas.
Freya está cerca detrás de mí, cae de rodillas. Presiona una toallita
fría en mi cara, como siempre lo hace cuando he vomitado. Más
lágrimas salen cuando paso mis manos por mi cabello y tiro.
—Mierda, Freya. Él… Él…
Me seco, luego escupo, siento que las náuseas finalmente
comienzan a desvanecerse.
Su mano recorre mi espalda suavemente.
—Una respiración a la vez, Aiden. Una respiración a la vez.
Cierro la tapa, me dejo caer contra el gabinete del fregadero y
suspiro profundamente.
—Lo siento —susurro, mis ojos se abren y se encuentran con los
suyos.
—¿Por qué? —dice en voz baja—. ¿Por qué lo sientes?
Me arrastro hasta el fregadero, abro la llave del agua y me lavo la
cara, me enjuago la boca.
—Es un desastre, Freya. Después de todo con lo que hemos lidiado
en los últimos… meses… —Mi voz se apaga mientras miro algo que
mi mente se niega a admitir, pero que mis ojos realmente están
viendo.
La bolsa de maquillaje de Freya, un revoltijo caótico y colorido de
recipientes y brochas, está derramándose sobre el mostrador del
baño. Dentro de la bolsa abierta está un paquete de aluminio brillante
que refleja las luces del techo. Pastillas anticonceptivas. Faltan dos
pastillas, no están.
Parpadeo, aturdido.
—Freya, ¿qué es eso?
Freya se pone de pie, se coloca detrás de mí y sigue mi línea de
visión. Su cuerpo se queda anormalmente quieto.
—Aiden, no es lo que piensas…
—¿Entonces qué es? —Miro hacia el espejo, fijando sus ojos.
Observo su expresión afligida, la culpa llena su mirada. La segunda
persona en la última hora que me ha mirado de esa manera—.
Contéstame —digo en voz baja.
—Pastillas anticonceptivas —susurra, mientras se limpia una
lágrima.
Es tan agudo y doloroso escucharla decirlo. Entendiendo que no
solo no hay un bebé, sino que ella tampoco quiere uno. ¿Cuándo?
¿Por qué? ¿Cómo cambió tanto?
—¿Por qué no me dijiste? —grito.
Traga nerviosamente.
—Iba a hacerlo esta noche. Yo solo… no quería lastimarte.
—¿Y pensaste que ocultármelo no me haría daño?
Las lágrimas se derraman y se deslizan por sus mejillas.
—Estaba tratando de encontrar las palabras correctas. Me
preocupaba que pensaras lo peor.
—¿Y eso sería?
Se seca las lágrimas.
—Pensé que te preocuparía que nos estuviera cuestionando, o que
te culparías a ti mismo de alguna manera, pero solo quiero pasar
tiempo contigo. Por fin, después de estos meses de mierda, volvemos
a estar cerca, reconectados. Cuando llegó mi período, me sorprendió
cuando me di cuenta de que estaba aliviada. Tan aliviada. Porque
todo lo que podía pensar era que estábamos tan bien y ahora
tendríamos algo de tiempo para disfrutarlo. Si quedara embarazada
de inmediato, ese tiempo se acortaría antes de que un bebé nos
volviera de cabeza.
—Lo hiciste a mis espaldas.
Freya se muerde el labio.
—Solo han pasado dos días. Iba a decírtelo esta noche.
—Esta noche. ¿En serio, Freya?
—Sí. Lo juro…
—Todo este maldito fiasco comenzó por lo infeliz que eras, lo
aislada que te sentías cuando no te contaba cada cosa que rondaba en
mi cerebro, ¿y esto es lo que haces? No puedes decirme que ya no
quieres un bebé…
—No —dice rápidamente, sus ojos se encuentran con los míos. Se
acerca, pero yo me alejo y mi espalda golpea la pared, desesperado
por no ser tocado. Freya parece sentirlo y se aleja, dándome espacio—
. Simplemente no ahora. Quiero un bebé contigo, Aiden. Tanto, tanto,
y si hubiéramos quedado embarazados, por supuesto que hubiera
sido feliz. Pero me acabo de dar cuenta, una vez que seamos padres,
eso es todo, para siempre, sin vuelta atrás… Crecí con una gran
familia, sé que esa mierda es difícil. Parecía que sería muy bueno para
nosotros tener un poco más de tiempo antes de que tuviéramos un
bebé.
—Pero no podías decírmelo. ¿No podías preguntarme cómo me
sentía y hablar conmigo?
Sus hombros se desploman.
—Aiden, no quería… lastimarte. —Su voz es débil. Su explicación
más débil—. ¿No puedes entender?
—Oh sí. Lo entiendo muy bien. Es exactamente la misma razón por
la que me hiciste pasar por este infierno. —Me empujo de la pared y
me acerco a ella—. ¿Qué crees que he estado haciendo los últimos seis
meses? ¿Hum? ¿Ocultar verdades difíciles por risas y carcajadas? —
Me inclino, hasta que nuestras narices casi se rozan y mi voz se
convierte en un susurro áspero e inestable—. Bienvenida a mi lado de
las cosas, Freya. Disfruta de la vista. Ahora lo entiendes, ¿no? Qué
fácil es convencerse de que las mentiras por omisión valen la pena
para proteger a la persona que amas. Para esperar el tiempo hasta que
encuentres las palabras «correctas», hasta que puedas conseguirlas.
Cuando en realidad, todo lo que es, es miedo. Miedo puro, sin
adulterar.
Otra lágrima se desliza por su mejilla.
—Sí. Lo entiendo.
—Pero eso no es lo que nos prometimos el uno al otro. En Hawái,
en la consejería, hicimos estos grandes votos de vulnerabilidad y
honestidad, ¿entonces esto es lo que sucede? Dos semanas después,
¿no puedes confiar en mí para escucharte, para manejar una dura
verdad?
—¡Dos días, Aiden! —grita con voz ronca, limpiándose los ojos—.
Me mentiste durante seis meses.
—¡Y tú también mentiste! —le grito—. Eras jodidamente infeliz.
—Los dos lo éramos —dice entre lágrimas—. Y ahora finalmente
éramos felices…
—Y no confiabas en que podría manejar la primera prueba de esa
felicidad sin joderlo todo. —Busco sus ojos—. ¿Qué piensas de mí?
Más lágrimas recorren sus mejillas.
—Aiden, eso no es lo que… —Sus ojos se cierran—. Me equivoqué,
¿de acuerdo? Debí haberte dicho, de inmediato. Deberíamos haber
hablado de eso juntos…
—Te llamé, llorando en una maldita escalera esta noche porque mi
padre alcohólico ausente acaba de admitir que me acechaba en mi
trabajo. ¿Sabes lo humillante que es eso?
—No —susurra. Más lágrimas. Tantas lágrimas.
Estoy generando impulso, como un huracán en el mar, energía
pura y desenfrenada agitándolo más y más salvaje. Quiero parar.
Quiero callarme y dejar que se disculpe y que hablemos, pero todo lo
que siento es dolor, un gran moretón, desde el corazón. Y la
necesitaba, justo ahora, esta noche, de todas las noches, para no ser
alguien que se sumara a eso.
—Te llamé porque te necesitaba —digo a través del doloroso pozo
de lágrimas en mi garganta—, porque confiaba en que ambos nos
apoyábamos en esto, Freya, que ambos somos vulnerables. Y lo
escondes, ¿por qué? Porque realmente no crees que he crecido o
cambiado, ¿verdad? Todavía me ves como un desastre jodido. Bueno,
felicidades, tienes razón.
Paso junto a ella, atravesando el dormitorio hasta mi armario.
—¡Aiden! ¿Qué estás haciendo? —me llama.
—Exactamente lo que me dijiste que hiciera hace un mes, Freya.
Salir de aquí.
Meto mierda en mi bolsa de lona, sin prestar atención a lo que es o
cuánto estoy arrojando allí. Soy un borrón de ira y dolor, el corazón
palpitante, los pulmones apretados. Me limpio las lágrimas y tiro mis
medicamentos y un cargador de teléfono en la bolsa. Eso es todo lo
que mi cerebro puede pensar. No quiero que me importen los planes,
ni la preparación, ni las promesas, ni nada, excepto alejarme de toda
esta mierda, de la mujer de la que estúpidamente me acabo de jactar
ante Tom de que cree lo mejor de mí, cuando en realidad, claramente,
ve lo peor…
Cierro la cremallera.
—Me voy. Puedes tener tu espacio y tiempo para pensar.
—Aiden —grita, siguiéndome por el pasillo—. No. No quiero eso.
Por favor quédate. Cálmate. Dormiré en el sofá, nosotros dormiremos
y…
—¡No puedo pensar, Freya! Ni siquiera puedo poner mi cabeza en
orden. Mentí, mentiste, él mintió, mamá mintió, todos mentimos y
pensé que íbamos a ser diferentes, eso es lo que prometimos. Iba a ser
diferente, pero nada de eso lo es… —Niego con la cabeza—. Solo…
hazte a un lado, por favor.
Freya me mira fijamente, de espaldas a la puerta principal.
—Aiden. No te vayas.
—Muévete Freya. —Sostengo sus ojos, deseando que haga lo que
le pido—. Por favor.
Las lágrimas resbalan por sus mejillas. Su mano agarra el pomo de
la puerta, pero finalmente, se hace a un lado y por segunda vez, salgo
por la puerta, perdido.
Absolutamente perdido.
Capítulo 29
Aiden
Playlist: Grow As We Go, Ben Platt

Conduzco y conduzco, sin música, con las ventanas abajo. Siento el


viento afilado y frío. Conduzco hasta que me duele la mano de tanto
apretar el volante y el apartamento de mi madre está a la vista.
Cuando llamo a su puerta, abre como si me estuviera esperando.
Me mira y suspira.
—Él te dijo.
La acerco, entierro mi cabeza en su cabello. La inhalo, la aprieto con
fuerza con mi brazo bueno.
—Mamá.
—Ay, cariño. —Besa mi cabello y tira de mí hacia adentro—.
Adelante. Siéntate.
Me dejo caer en el sofá contra los cojines.
—¿Por qué?
Se hunde suavemente a mi lado.
—¿Por qué, qué?
—¿Por qué lo estás viendo? ¿Por qué me encontró? Después de
todo este tiempo, cuando nos dejó, mamá. Nos hizo mucho daño.
Desliza su mano suavemente a lo largo de mi espalda, suspira.
—Porque estaba enfermo. Porque la adicción es terrible y tenía que
protegerte. Le dije que no volviera hasta que estuviera sobrio y él…
—Traga lágrimas y se encoge de hombros, su voz es un susurro— Él
no lo hizo. Hasta ahora.
Mi mano agarra la suya.
—Lo siento mucho.
—¿Por qué lo sientes? Eras un bebé, Aiden. Fuiste un regalo y sé
que no fue justo para ti lo difíciles que fueron las cosas, pero fuiste
tan condenadamente resistente. Fuiste mi luz en unos años muy
oscuros. Incluso cuando creciste y te veías igual que ese hermoso
imbécil. Igual de inteligente y encantador, con esa sonrisa que me
recordaba que, aunque nos había hecho daño a ti y a mí, también me
dio un maravilloso hijo. Nunca podría arrepentirme de eso y después
de todo lo que pasamos, mira dónde estamos. Cómodos, estables y
felices. No dejamos que nos derribara.
Suspiro.
—Sin embargo, fue jodidamente difícil, mamá. Nos costó a los dos.
—Tienes razón y lo lamento. Simplemente… no pude hacerlo mejor
de lo que lo hice.
Aprieto su mano y sostengo su mirada.
—Fuiste tan valiente y fuerte cuando no deberías haber tenido que
serlo. Eres mi héroe. Lo sabes, ¿verdad?
Me sonríe.
—Sí, lo sé. Ojalá hubiera sido mejor, pero tengo paz. Hice mi mejor
esfuerzo.
—¿Y después de todo el dolor que causó, lo has vuelto a aceptar?
Me mira intensamente.
—¿Aceptarlo de vuelta? No románticamente, no. Le hizo daño a mi
bebé. Dejó a su hijo. No sé… no sé si alguna vez podré perdonarlo por
eso, tal vez algún día.
—Entonces, ¿qué… por qué dijo que lo recibiste, que hablaron?
—Tom tuvo que pasar por mí para llegar a ti. —Mamá aprieta mi
mano—. Me preocupo por él, por supuesto. Quería verlo, saber cómo
había crecido a través de la sobriedad. Pero sobre todo, le di una
oportunidad conmigo para saber si era digno de una oportunidad
contigo.
Froto mi cara en los cojines.
—Dios, es tan… es tan jodidamente doloroso. Le dije que quería
poder perdonarlo. Que tal vez algún día podría, pero no ahora. Ahora
mismo solo duele. Duele.
—Eso es porque es complejo, porque el amor no se detiene o
comienza porque queramos. Nos lastimó de una manera que debería
ser imperdonable, pero el amor lo complica. Lo descubrirás con el
tiempo y si no quieres verlo, si no puedes perdonarlo, está bien. Eso
es lo que te conviene.
—¿Y tú? ¿Qué es lo mejor para ti?
La mirada de mamá se encuentra con la mía.
—No estoy segura, Aiden. Después de todo lo que hizo, ir a tu
trabajo, eso rompió nuestra confianza. Otra vez.
Suspiro, entrelazando mis dedos con los de mamá.
—Me duele que me hayas ocultado esto, que lo estuvieras viendo
sin que yo lo supiera. ¿Por qué no me lo dijiste?
—Porque tenía que protegerte —dice bruscamente—. Porque aún
no estaba segura de si estabas a salvo, si su sobriedad se mantendría.
No podía soportar la idea de traer a tu padre a tu vida nuevamente,
solo para verlo fallarte y recaer. Cuando comencé a considerar hablar
contigo al respecto, una vez que me sentí segura de que se mantendría
sobrio, el momento no fue el correcto. Lo último que iba a hacer era
arrojar a tus pies a tu padre ausente y alcohólico en recuperación
cuando te ahogabas en el trabajo y tu matrimonio pasaba por
dificultades.
Mi mano deja caer la suya.
—¿Lo sabías?
—Por supuesto que lo sabía, Aiden. Sé que mi memoria no es lo
que era, pero tengo ojos en la cabeza. Freya estaba triste. Estabas
distraído y estresado. Antes de que te fueras a Hawái, podría haber
cortado la tensión entre ustedes dos con un cuchillo y los meses
anteriores a eso, cada vez que ambos venían a mimarme, estaba claro
que las cosas no iban bien.
Mamá me frunce el ceño con fuerza.
—Entonces, no. No te dije que estaba hablando con tu padre. No
hasta que pudiera estar segura de que podrías manejarlo y, lo que es
más importante, que él mereciera que lo supieras. Entonces, ¿qué
hizo? Me dijo que había ido y roto su promesa de dejarte en paz, que
había conseguido un maldito trabajo en la universidad.
»Eso fue hace una semana. Le dije que había tirado por el desagüe
toda la confianza que habíamos construido. Ignoré sus llamadas
mientras trataba de averiguar cómo decirte, qué decir, sin
desentrañar todo y molestarte, especialmente con todo lo que estabas
pasando. Ciertamente no te molestaría en Hawái… —Exhala
temblorosamente—. Le dije que tenía que conseguir un nuevo
trabajo, inmediatamente. No podía dejar que siguiera haciéndote eso.
Tenía toda la intención de decírtelo una vez que tú y Freya estuvieran
mejor. Contaba con que te lo ocultara, pero parece que lo subestimé.
—¿Subestimarlo?
—¿Qué? ¿Crees que él quería decírtelo? ¿Qué fue fácil para él?
¿Aplastar cualquier pequeña oportunidad que tuviera de ganarse tu
confianza al admitir lo que había hecho?
—No lo sé, mamá —suspiro pesadamente—. Estoy tan confundido.
Pone su mano con cuidado en mi espalda y la frota en círculos
relajantes.
—No tienes que tener respuestas en este momento, ni para ti ni
para Tom. Tómate tu tiempo y cuídate. —Deja caer su mano y sonríe
suavemente—. Al menos tienes a Freya.
Me río en vano.
—Sí.
Mamá me mira.
—¿Por qué lo dices así?
Le cuento a mamá sobre mi explosión épica en casa, con la cara
enterrada en mis manos, infeliz conmigo mismo.
—No tienes que decirme que exageré, ya lo sé.
—Bien —dice secamente—. Porque eso fue bastante catastrofista.
¿Lleva dos días tomando sus pastillas y de repente decide que eres
un desastre sin remedio y toda la confianza que has construido se ha
hecho añicos?
Gimo y golpeo mi cabeza contra el brazo del sofá.
—Me dolió, mamá. Quería que confiara en mí con las cosas
difíciles, que creyera que podía decírmelo y que no me asustaría ni
un carajo.
Mamá se inclina y dice por un lado de la boca:
—Y luego te asustaste de todos modos, ¿no?
Gimo de nuevo.
—Sí.
—¿En lugar de empatizar con cómo se sintió Freya, con la
esperanza de que le confiaras tus preocupaciones todos estos meses?
Mi estómago se aprieta.
—Sí.
—Hum. —Mamá inhala—. Ahora escucha esto. No habrías
reaccionado así si Tom no hubiera hecho estallar tu velada. Estoy
segura de que después de que lo viste, ¿tuviste uno de tus ataques?
Asiento con la cabeza.
Me da palmaditas en el costado, cariñosamente.
—Pobre niño. Así que eso te puso en marcha. Tu ansiedad es una
cosa astuta, Aiden y te hace girar como un trompo. Cuando sientes
pánico y diablos, incluso después de un tiempo, no piensas con
claridad. Eres inestable y reactivo, por una buena razón, cariño.
»Freya ha estado contigo durante más de diez años, y lo sabe. Estoy
segura de que entiende exactamente por qué estabas molesto, aunque
apuesto a que también está preocupada por ti y herida. Por la
mañana, conduce a casa. Dile que lo sientes. Arréglalo, a tu manera
Aiden.
Me froto la frente, el arrepentimiento y la tristeza me retuercen el
corazón.
—Algunas cosas no se arreglan fácilmente.
Mamá aprieta mi mano.
—Nunca dije que fuera fácil, cariño. Así son las cosas. Las personas
que se aman también se lastiman. Lo que importa es que aprendan y
hagan todo lo posible para no volver a lastimarse de esa manera.
Me incorporo, mi corazón late con fuerza. Mamá tiene razón.
Tengo que ir a casa. Necesito decirle a Freya que lo siento, para
asegurarle que esta pequeña forma en que me lastimó no es
insuperable, en absoluto. Me pongo de pie, buscando a tientas en mis
bolsillos mis llaves.
—Tengo que volver. Tengo que disculparme…
Mamá también me detiene mientras se pone de pie.
—Aiden, estás exhausto. Es una hora de camino a casa. Quédate
aquí, duerme. Levántate temprano mañana y entonces maneja de
regreso.
—No puedo, mamá. No cuando está sola y herida. Tengo que ir a
casa.
Sonriéndome, toma mi mano y la aprieta con fuerza.
—Siempre fuiste terco. Al menos déjame hacerte una taza de té
para el camino.

Entré a la casa cuando el amanecer comenzaba a iluminar el cielo,


cerré la puerta en silencio y busqué los zapatos de Freya, pero están
apilados ordenadamente en el organizador de zapatos. Casi los recojo
y los dejo en medio del piso, justo donde pertenecen. Porque la mujer
hermosa y desordenada que amo está en casa.
Camino suavemente por el pasillo, dejo mi bolsa de lona en el suelo
y cruzo nuestra habitación. Freya yace acurrucada en la cama, con el
edredón debajo de la barbilla. Me deslizo con cautela sobre el borde
del colchón, observo su respiración tranquila y deslizo un suave
mechón rubio por su frente. Es imposible pasar por alto las señales de
llanto. La punta de su nariz todavía está rosada, sus ojos ligeramente
hinchados. Quiero besarlos. Quiero besar todas las heridas.
Especialmente las que yo causé.
Con cuidado de no mecer la cama, levanto el edredón y me deslizo
adentro, cerca de Freya, envolviendo mi brazo alrededor de ella.
Mientras duerme, toma aire, luego exhala pesadamente,
acurrucándose más cerca de mí. Paso mi mano por su cabello,
alisándolo suavemente hacia atrás de su rostro.
—Aiden —murmura en sueños.
Presiono un suave beso en su frente.
—Freya.
Suspira y sonríe débilmente en sueños.
—Estoy aquí —susurro contra su sien, plantando otro beso.
Sus ojos se abren lentamente y se encuentran con los míos. Me
miran fijamente, sin pestañear, hasta que de repente están llenos de
lágrimas.
—Freya, lo siento mucho, no debería…
—Lo siento —dice por encima de mí, su mano agarrando la mía y
tirando de ella hacia su pecho—. Lo siento mucho. Esa fue una
manera horrible de que te enteraras, y peor después de tu… —Se
traga las lágrimas y las limpia.
—Papá —termino por ella—. Sí. No fue un buen momento, pero lo
que hizo Tom no fue tu culpa, y no deberías haber estado en la mira
de mi respuesta.
—Estabas sufriendo, Aiden —dice en voz baja—. Tuviste un ataque
de pánico, y cuando llegaste a casa mis pastillas te sorprendieron. Te
entendí. Me sentí terrible, pero entendí.
La acerco a mí y sostengo mi frente contra la de ella, mientras
inhalo.
—Desearía no haber reaccionado de forma exagerada. Dije las
peores cosas que pienso sobre mí y puse esas palabras en tu boca y
eso fue injusto. Estar enojado contigo por tener dificultades para
decírmelo fue… salvajemente hipócrita. Perdóname.
Sonríe con lágrimas en los ojos.
—Por supuesto que te perdono. ¿Me perdonas también?
—Siempre. —La beso suavemente. Freya también me besa.
Y luego es más que besos. Son toques susurrantes y movimientos
cuidadosos y silenciosos, quitándonos la ropa, la piel caliente y las
sábanas frescas. Mis manos recorren las hermosas ondulaciones y
caídas de su cuerpo, dondequiera que esté suave y con hoyuelos, tersa
y sedosa. La beso profundamente y la sostengo cerca.
—Freya.
Sonríe contra mi piel, robando un suave y dulce mordisco en la
base de mi garganta.
—Sí, Aiden.
—Te necesito.
Una sonrisa tranquila asoma a sus labios.
—Yo también te necesito.
—Ven aquí —susurro.
Freya se sienta lentamente a horcajadas sobre mí, pero se acuesta
cerca, nuestros pechos se rozan mientras beso sus hoyuelos, su boca
sonriente, la curva de su mandíbula, cada pecho lleno y suave y su
apretado pezón rosado. Con caricias constantes, cada deslizamiento
resbaladizo y caliente de nuestros cuerpos, la acerco hasta que tira de
mis caderas, instándome a más.
—Te deseo —dice débilmente—. Te quiero dentro de mí.
Me acerco a ella, susurro:
—Soy tuyo.
Las lágrimas resbalan por su rostro.
—Freya, dime que lo sabes.
—Lo sé, Aiden —dice entre lágrimas—. Dios, lo sé.
Con un beso profundo y duro, me siento dentro de ella y me gano
el llanto de Freya. Envuelve su brazo alrededor de mi cuello,
fusionando nuestros cuerpos, y me balanceo contra ella, firme,
paciente, incluso cuando Freya se retuerce.
—Más rápido —suplica.
—Despacio —le digo.
Ríe entre lágrimas, besándome fuerte.
—Incluso cuando me torturas, te amo.
—Sé que lo haces —le digo en voz baja y luego le doy lo que ha
esperado con tanta paciencia: todo.
—Aiden —jadea mientras la lleno con caricias profundas y rápidas,
una y otra vez.
Mi liberación me ciega. Estoy perdido con el toque de Freya, sus
palabras y besos, mientras me derramo, llamándola por su nombre.
Frotándola suavemente donde lo necesita, me quedo dentro de ella,
conectado, cerca, hasta que se corre con un jadeo agudo. Absorbo
cada llanto, las oleadas apretadas y poderosas de su orgasmo
mientras se aferra a mí.
Cuando finalmente puedo hablar de nuevo, suspiro pesadamente,
presionando un beso en su frente.
—Gracias.
Cayendo suavemente a mi lado, Freya se acurruca. Levanta la
cabeza hacia mí y sonríe, una visión de belleza saciada.
—¿Gracias? ¿Por qué?
—Por quererme solo un poco más. Voy a ser tan feliz cuando
tengamos un bebé, pero tienes razón. Quiero disfrutarte primero, solo
nosotros, juntos. Tenemos tiempo, Freya. Años y años. Apenas
estamos comenzando.
Sus ojos buscan los míos y su sonrisa se hace más profunda, justo
cuando el amanecer llega al horizonte, derramándose a través de
nuestras ventanas.
—Tienes razón. Estamos comenzando.
Me inclino sobre ella, beso a Freya con ternura.
—No hay nadie más con quien me gustaría enfrentar esto, pero
lamento que haya sido tan difícil. Todo lo que he querido desde el día
que me casé contigo… Solo quería darte tu final feliz.
Desliza su mano a través de mi cabello, luego tiernamente a lo largo
de mi mejilla.
—Pensaba que yo también quería eso. Tanto es así que lo puse en
tu colgante.
—Echo de menos ese colgante.
—Yo no —dice en voz baja.
Me alejo para mirarla mejor a los ojos.
—¿Por qué?
—Por ese maldito «felices para siempre».
Se me tensa el estómago.
—¿Qué estás diciendo, Freya?
—Estoy diciendo que «felices para siempre» no existe. No porque
el amor para toda la vida sea imposible, sino porque, como hemos
aprendido, ninguna pareja puede vivir «felices para siempre». Las
personas cuyo amor dura, cuyo amor crece y perdura, se eligen en los
momentos infelices para siempre, en los momentos oscuros, no solo
en los deslumbrantes.
»No podemos esperar a vivir siempre «felices», pero ¿para siempre?
Eso sí podemos esperarlo y elegirlo. Porque «para siempre» no es una
idea. Es una persona, una persona imperfecta que es perfecta para ti.
—Sus ojos buscan los míos mientras me da un suave y tierno beso—.
Tú eres esa persona, para mí. Eres mi «para siempre».
Mi corazón brilla mientras la miro, la mujer que amo más que a
nada en este mundo. Agarro su rostro, limpiando sus lágrimas,
parpadeando para contener las mías.
—También eres mi para siempre, Freya. Siempre.
Envuelve sus brazos alrededor de mi cintura y me sonríe.
—Me gusta eso. Para siempre, siempre.
—Un poco de redundancia, por supuesto —digo con un nudo en la
garganta —pero poética… ¡ja!
Freya me besa con fuerza mientras la acerco, metiéndola entre mis
brazos. Le devuelvo el beso con reverencia, lentamente, y aspiro su
aroma.
—No es redundante —susurra contra mi boca—. Es una elección,
una creencia. Te elijo a ti, mi para siempre, creyendo que nuestro
amor nos sostendrá, siempre. Siempre después de siempre. Por lo
tanto, allí. Tome esa lógica, Sr. MacCormack.
Le susurro contra sus labios dulces y suaves:
—Considérame educado, Sra. Bergman.
Sonríe mientras me besa una y otra vez y después de eso, bajo un
cielo brillante, el mundo colapsa ante el aliento y el tacto que
compartimos, las palabras no son necesarias en absoluto.
Capítulo 30
Freya
Lista de preproducción: C’mon, Kesha

Aiden se deja caer en nuestra cama con un gemido. Rábano y


Pepinillo saltan sobre el colchón a la vez, amasándolo con sus patas y
maullando en voz alta mientras le lamen la barbilla.
—Ustedes dos —murmura, pasándose ambas manos por la
espalda—. Son tan amorosos.
—Aprendieron de los mejores —le digo, dejándome caer en la cama
junto a él. Me giro de costado y deslizo mis dedos por su cabello—.
Esas fueron impresionantes acrobacias sexuales en la ducha, señor.
Sonríe.
—Lo mismo para usted, señora.
Niego con la cabeza, bañándolo con gotas de agua.
—¿Estas emocionado por tu primera fiesta de aniversario con toda
la prole Bergman?
Sonríe, todavía acariciando a los gatos.
—Lo estoy. Tu familia, Freya. Son… un regalo. En realidad.
—Lo sé. Eso es lo que quiero contigo.
Su cabeza se sacude en mi dirección, asustando a los gatos.
—¿Siete?
Me río de su expresión horrorizada.
—Me refiero a la dinámica. Me gusta demasiado mi trabajo y mi
sueño. Siete niños sería muy difícil.
El alivio aclara su expresión.
—Uf. Estaba pensando en tal vez tres.
—Puedo imaginar tres. Ya veremos, ¿no?
—Sí, lo haremos. —Coloca un mechón húmedo detrás de mi oreja,
su mano acaricia la curva de mi mandíbula—. Te amo.
Me inclino y le robo un beso.
—Yo también te amo.
Nuestro beso se profundiza, Aiden aparta a los gatos mientras se
vuelve hacia mí y desliza una pierna entre las mías. Luego, de
repente, retrocede.
—¡Guau! Me estoy adelantando. —Se sienta, y me arrastra en
posición vertical también—. Casi lo olvido.
—¿Qué olvidaste? —Se arrastra bajo las sábanas, observo a Aiden
ponerse de pie y pasar una mano por su cabello mojado, luego
caminar hacia su armario, completamente desnudo. Piernas largas y
musculosas. Un trasero apretado y duro. La forma cónica de su
cintura se ensancha hasta sus anchos hombros, se flexionan mientras
rebusca en su armario, luego gira, mostrando un rectángulo envuelto
en papel marrón y un lazo de terciopelo azul hielo.
Se sienta en la cama, lo pone en mi regazo y luego se une a mí
debajo de las sábanas.
—Feliz aniversario, Freya. —Sostiene mi mirada—. Te amo más
allá de las palabras, el tiempo y el espacio. Desearía poder articular lo
agradecido que me siento cada mañana por despertarme y verte a mi
lado. Incluso cuando la vida es una mierda y el mundo se siente
pesado, te miro… —suspira— saber que te tengo… eso es todo lo que
necesito.
—Gracias —le digo entre lágrimas, besándolo suavemente—.
Siento lo mismo por ti, Oso. ¿Lo abro?
—Por favor.
Le doy la vuelta suavemente, rasgando el papel donde está pegado.
Cuando le doy la vuelta de nuevo, miro con asombro una
constelación, cortada en un amplio círculo, negra y brillante contra la
estera blanca. Abajo, estampado en hojalata:
“Esta oscuridad está en todas partes,
dijimos y la llamamos luz.”
Orfeo y Eurídice, Jean Valentine
Las lágrimas se derraman por mis mejillas.
—Aiden.
Sus dedos rozan los míos, hasta que nuestras manos se entrelazan.
—¿Lo recuerdas?
Asiento, secándome las lágrimas.
—Nuestra luna de miel.
—Y la historia más deprimente del mundo de Orfeo y Eurídice —
dice bromeando.
Me río a través de mis lágrimas.
—Porque ahí estaba… —Deslizo mi mano sobre la constelación, el
cielo nocturno de nuestra noche de bodas congelado en el tiempo—.
Lyra. —Vuelvo a ver el grabado, me quedo mirando las palabras—.
No conozco ese poema.
—Yo tampoco. —Aiden inclina mi barbilla hasta que nuestros ojos
se encuentran—. Pero me gustó que en esta versión de su historia hay
un final mejor para Orfeo y Eurídice, sin negar la oscuridad del
mundo. Simplemente la belleza de dos personas que encuentran un
poco de luz y se abren camino juntas.
—Me encanta todo —le digo, levanto el estampado para verlo y
admirarlo—. Es tan hermoso y reflexivo. —Lo dejo a un lado y me
limpio las lágrimas que caen rápidas y pesadas—. Sentimientos —
gimo—. Tantos de ellos.
Aiden me hala a sus brazos.
—Te amo por esos tantos sentimientos —susurra contra mi cabello.
—Lo sé —suspiro dentro de sus brazos y sonrío mientras besa mis
lágrimas—. Es mi turno ahora.
Me inclino en busca de mi mesita de noche, saco una pequeña caja.
—Te amo, Aiden. —Lo pongo en sus manos y sostengo su
mirada—. No hay otra alma con la que me gustaría compartir la vida.
Feliz aniversario.
—Gracias, Frey. —Me roba otro beso antes de hurgar en la caja. Lo
observo arrancar el papel, luego darle la vuelta y abrirla. Mira y
exhala bruscamente—. Hiciste otro… otro colgante.
—Sí y no. —Beso su mejilla suavemente—. Mira más cerca.
Levanta la cadena y su delgado colgante rectangular, lo lee en
silencio.
Aiden + Freya =
3,650 días
520 semanas
120 meses
10 años
1 para siempre, siempre
—Freya. —Me abraza tan fuerte que me hace chillar. Su nariz roza
la mía mientras roba el beso más suave—. Gracias, es hermoso. Lo
atesoraré para siempre —susurra, besándome más profundo,
prometiéndome más. Mucho más—. Casi tanto como te atesoro.
—Bien —le digo a Aiden mientras lo atraigo hacia mí, cálido debajo
de las sábanas—. Porque atesorarte para siempre es exactamente lo
que tenía en mente.

—¿Dónde están? —le pregunto a mi madre.


Mamá se recuesta detrás de la puerta del refrigerador.
—¿Quién, sötnos?
Levanto la vista de las verduras salteadas en la olla y la miro.
—Mi esposo y todos mis hermanos.
—Vaya. —Mamá cierra la puerta con la cadera—. Afuera,
hablando, los chicos tenían algo que darle a Aiden.
—¿Por qué? También es mi aniversario.
—Tu décimo —dice mamá, sonriéndome—. El estaño es el regalo
que das o aluminio. Representan la flexibilidad y la durabilidad
necesarias para sostener tu matrimonio. Te acordaste, ¿sí?
—Madre. —Golpeo la cuchara en el costado de la olla y la dejo—.
¿Me conoces? Estoy obsesionada con esa mierda. —Sonrío para mis
adentros, recordando nuestros regalos y el sexo glorioso que tuvimos
después de intercambiarlos.
Me hace a un lado así que estoy fuera de su área de trabajo.
—Pensé que lo recordarías, pero también sé que volviste para
trabajar y pareces muy ocupada estos días.
—Estoy ocupada, pero no solo con el trabajo. Hago karaoke dos
veces al mes ahora y Aiden y yo comenzamos a jugar en un equipo
mixto de recreación nuevamente. Es mucho, pero está bien e incluso
haciendo malabarismos, recordé el regalo de aniversario de mi
esposo.
—Bueno, me alegro de que estés felizmente ocupada, pero no te
olvides sobre tu mamá. Estoy aquí, lo sabes. Me siento muy inútil
estos días.
Envuelvo un brazo alrededor de su cintura y apoyo mi cabeza en
su hombro. Me besa el pelo y luego empieza a picar perejil fresco.
—Conozco el sentimiento —admito—. Lo digo sinceramente, pero
no eres inútil para mí, ni un poco. Te amo y sé que te tengo de mi
lado.
—¿Lo haces? —dice.
Lentamente, me alejo.
—¿Qué?
—¿Cómo estás desde vacaciones? —pregunta mamá, los ojos en su
tarea.
Frunzo el ceño confundida.
—Bien. Quiero decir realmente bien. Honestamente.
—Hum. —Desliza el perejil a un lado y pasa la tabla de cortar bajo
el agua en el fregadero—. Lo pregunto porque debe haber sido difícil
celebrar nuestro matrimonio cuando el tuyo estaba siendo puesto a
prueba.
Miro a mi madre alarmada.
—¿Qué?
Voy a matar a mis hermanos.
—Tus hermanos no me dijeron nada —dice mamá en voz baja,
intuyendo mis pensamientos—. Eres mi hija, Freya. He visto tu
tristeza. Quería preguntar antes, pero pensé que era mejor esperar
hasta que las cosas se arreglen con el padre de Aiden antes de sacar
el tema.
Aiden aún no ha visto a Tom, pero ha estado hablando mucho de
eso en terapia y lo está considerando. Cuando no está en terapia o en
la oficina, ha estado en casa compartiendo el sofá conmigo mientras
atiende llamadas de Dan, y cuando termina todo el trabajo, miramos
películas, nos acariciamos y hablamos. He estado completamente
absorta en nosotros, en lograr en mi vida el equilibrio de trabajo y
juego que necesito, olvidé que nunca le dije a mi madre lo que tanto
necesitaba decirle. El sentimiento de culpa, pesa en mi estómago.
—Lo siento mamá. No quería cargarte con mis problemas
matrimoniales durante la celebración de tu aniversario y desde que
regresamos la vida no ha parado.
—No necesitas disculparte, Freya. Aunque a partir de ahora tú me
lo dirás —dice, inmovilizándome con sus ojos claros, del color del
hielo y los cielos invernales, como los míos. Cierra la distancia entre
nosotras y me abraza fuerte—. No me proteges, porque soy tu mamá
—susurra—. Madres protegen a sus hijos. Como pronto sabrás.
Me congelo dentro de sus brazos.
—Yo no estoy… Nosotros no estamos…
—Lo sé —dice en voz baja—, pero vendrá y cuando lo estés, serás
una madre maravillosa. —Se aparta y ahueca mi mejilla
suavemente—. Incluso más de lo que eres, para todas las personas
que amas, una maravillosa mamá oso.
Un estallido de voces masculinas atrae nuestra atención hacia la
terraza trasera, que puedo ver a través de las puertas corredizas de
vidrio. Todos los hermanos, incluidos Axel y Ryder, que viajaron por
avión, están aquí porque Aiden dijo que quería que comenzáramos la
tradición que tienen mamá y papá de celebrar nuestro aniversario con
la familia.
Entrecerrando los ojos, trato de dar sentido a lo que están haciendo
ahí fuera. Aiden se está riendo, todos los hermanos se acurrucan a su
alrededor.
—¿Qué está pasando? —pregunto.
Mamá se encoge de hombros.
—No sé.
Willa, Frankie, Rooney y Ziggy se asoman desde el sofá y también
miran hacia afuera.
Con los ojos en los muchachos afuera, Rooney sonríe.
—¿De qué se trata eso?
—No lo sé —dice Ziggy—. ¿Tú? —le pregunta a Frankie.
—Oh. Sí. —Frankie hace una mueca—. Pero se supone que no debo
parlotear. Entonces, sugiero que Freya salga.
Willa asiente y sonríe.
—Sí, ve a ver.
Me abro paso alrededor de la isla de la cocina y hacia la cubierta,
abro la puerta. Todos me miran, dan un paso atrás y se separan para
que pueda ver a Aiden.
—¿Qué pasa? —pregunto.
Aiden niega con la cabeza y desliza sus manos debajo de sus lentes,
limpiándose los ojos.
—Tus hermanos… —niega con la cabeza de nuevo, una risa lo
abandona.
Viggo da un paso adelante y dice:
—Cuando las cosas fueron difíciles para ustedes dos, tratamos de
decirle a Aiden que estábamos allí para ayudarlo y en nuestra forma
irremediablemente equivocada, también tratamos de mostrárselo.
Pero nos hemos dado cuenta a través de… ya sabes… todo lo que
sucedió desde las vacaciones, que Aiden necesitaba saber esa verdad
no solo a nuestra manera, sino también a la suya.
—Entonces —dice Axel—, juntamos recursos.
—Y leí un poco —agrega Ryder.
Ren sonríe ampliamente.
—Y ahora estamos orgullosos de unirnos como pequeños, pero
técnicamente…
—Inversionistas ángeles —dice Oliver alegremente, entregándome
el sobre que Aiden sostenía flojamente en su mano—. Lo que significa
que los hermanos Bergman ahora tenemos interés personal en el
trabajo de nuestro hermano. Dios te ayude, Aiden.
—Es la primera vez que alguien usaría «ángel» y «hermanos
Bergman» en la misma oración —señala Viggo.
—Chicos… —Abro el sobre y leo su contenido, sonriendo para mis
adentros. Aiden ya no necesita dinero para la aplicación. Él y Dan
aseguraron a su principal inversionista, así que esto es… esto es un
gesto. No es una fuerte inversión financiera, sino más bien una
inversión de amor, creencia y orgullo. Sollozo mientras miro el papel,
entendiendo exactamente por qué Aiden está riendo y llorando—.
Ustedes realmente son demasiado.
Aiden deja caer las manos y me mira a los ojos. Los suyos están
brillantes y resplandecientes, húmedos con lágrimas.
—¿Por qué están llorando? —pregunta Oliver, su mirada rebota
entre nosotros—. ¿Qué ocurre?
Me muevo al lado de Aiden y me tomo de las manos con él.
—Nada. Solo son… cabezas de chorlito, todos ustedes. Cabezas de
chorlito adorables e imposibles.
Aiden toma el sobre de mi mano, pasando sus dedos sobre su
nombre escrito en el exterior.
—No tenían que hacer esto, muchachos, pero… significa mucho. —
Los mira y sonríe con lágrimas en los ojos—. Gracias.
—Ah, mierda —murmura Ryder, secándose los ojos—. Estoy
llorando.
Viggo se seca los ojos.
—Maldita sea. Yo también.
—¡Abrazo grupal! —grita Oliver.
Axel gime.
—Chicos, ¿tenemos que…?
Ren nos aplasta a todos con su enorme envergadura.
—Los quiero, chicos —dice Aiden en voz baja.
Un coro de Yo también te quiero resuena a nuestro alrededor.
—¡Abrazos! —grita Willa, abriendo la puerta corrediza—. Amo los
abrazos. Déjenme participar.
La pila de personas crece, hasta que Aiden y yo estamos rodeados
por todos los Bergman y las personas que amamos. Escucho la risa
estruendosa de mi papá, el chillido de Ziggy cuando alguien la toca
donde tiene cosquillas, las quejas de Frankie sobre el espacio personal
y la risa humeante de mamá.
Cuando los ojos de Aiden se encuentran con los míos, sonrío. Y en
el corazón del caos, roba un beso lento y silencioso.
—¡Vamos! —Papá llama cuando nos separamos—. Mamá tiene
sopa preparada. Juegos hasta la cena.
Todo el mundo entra, extendiéndose sobre el enorme sofá que
tenemos en la casa en el que cabemos todos y el olor de la comida de
mamá, los sonidos de la risa mientras jugamos rondas y rondas de
charadas cada vez más ridículas, la alegría pura de compartir todo
esto con Aiden, casi me abruma.
—¿Cómo estás, Frey? —susurra desde nuestro lugar en el sofá.
Lo miro.
—Maravillosa. ¿Y tú?
Me sonríe, pasando su mano por mi costado.
—Excelente. —Flexiona su brazo que ahora está sin yeso—. Un
cuerpo sano. Tú en mis brazos. Es una buena vida.
Acercándome, presiono un beso en sus labios.
—Lo es.
—Está bien —dice Willa, aceptando de Oliver la canasta llena de
papeles doblados que estamos usando como pistas. Realiza un juego
de manos impresionante, sacando un papel de su manga que casi me
convence, incluso a mí, de que lo ha elegido de la canasta, antes de
entregárselo a Rooney—. Tú eres la siguiente, Roo.
—¿Qué hay de mi guitarra de aire? —murmura Aiden, dándome
un suave beso detrás de la oreja.
Me río y deslizo un brazo alrededor de su cintura, descansando mi
cabeza en su hombro.
—Lo adiviné.
—¿Ves? —dice, con una cálida sonrisa iluminando su rostro—.
Estoy mejorando.
—Sí —susurro, antes de compartir un beso rápido—. Pero incluso
si nunca lo hicieras, te amaría, tal como eres.
—De acuerdo. —Rooney se pone de pie y sacude los brazos. Su
cabello rubio miel está recogido en una cola de caballo desordenada,
sus ojos azul verdoso, brillantes y vivaces, sus mejillas sonrojadas. Se
siente como en casa entre los Bergman: tremendamente competitiva
y demasiado interesada en los juegos.
—Muuy bieen… —Viggo arrastra las palabras, equilibrado con el
cronómetro—. ¡Vamos!
Rooney abre el papel y lo mira. Frunce los ojos y luego los abre de
golpe. Con urgencia, nos mira a las mujeres, dándose golpecitos en
los labios.
—¡Labios! —grita Ziggy.
Frankie le da una mirada de ¿Qué demonios?
—Hum… ¿boca?
Rooney niega con la cabeza y aplaude con irritación.
Willa frunce el ceño.
—¿Hablar? ¿Cotorrear?
Rooney echa la cabeza hacia atrás con un gemido mudo.
—Es un beso —susurra Aiden en mi oído.
Sonrío.
—Oh, lo sé. Todos lo sabemos. Tú y los hermanos Bergman no son
los únicos que pueden entrometerse.
—Maldita sea. —Silba en silencio—. Estoy impresionado.
—¡Ya casi se acaba el tiempo! —grita Viggo.
Gruñendo de frustración, Rooney gira y se enfrenta a Axel donde
está, apoyado contra el umbral, observándola. Marcha hacia él, lanza
sus brazos alrededor de su cuello y aplasta su boca contra la de él.
—¡Beso! —grito, justo cuando el tiempo termina.
Todos los hombres se quedan boquiabiertos.
Rooney salta hacia atrás, como si al escuchar la palabra se diera
cuenta de lo que ha hecho. Mira a mi hermano, llevándose una mano
temblorosa a los labios.
—Axel, lo… lo siento. No quise… es decir, no debería haber… solo
soy brutalmente competitiva y yo…
Axel se para, en silencio, mira fijamente la boca de Rooney. Luego,
lentamente, da un paso más cerca, su mano a una fracción de tocar la
de ella. Ella sostiene su mirada, sin aliento, con los ojos muy abiertos.
—Creo… —dice con voz ronca.
Rooney se inclina una fracción más cerca.
—¿Crees…?
Ax traga bruscamente mientras sus dedos rozan los de ella.
—Creo… que tengo una nueva apreciación por las charadas.
La risa estalla en la habitación.
—Oye —le dice Ren a Frankie—. ¿También quieres adivinar mi
charada? —Se toca la boca.
Frankie pone los ojos en blanco, pero su sonrisa es más amplia que
la luna afuera cuando lo acerca.
—¡Yo también! —grita Willa, lanzándose sobre Ryder.
Cuando me dirijo a Aiden, lista para exigir mis propias
adivinanzas, salta del sofá y corre hacia el sistema de sonido. Hay un
momento de silencio antes de que la maldita canción de fiesta más
pegadiza llegue a los parlantes. Aiden sube el volumen de la música,
luego se vuelve hacia mí y me tiende la mano.
Me río mientras me pongo de pie y tomo su mano antes de que
Aiden me lleve a sus brazos, directamente a una inclinación de baile,
y me bese a fondo.
—Aiden MacCormack —digo con una sonrisa—. Tomarías nuestra
intromisión y seguirías con ella, casamentero incorregible.
—Soy un hombre enamorado. ¿Puedes culparme por querer
difundir el amor? —Me levanta y me hace girar hacia sus brazos.
Mamá baila desde la cocina, luego levanta a papá. A medida que
todos se unen, la música llena la habitación, codos y rodillas
golpeadas, giros, inclinaciones de baile y gritos de risa que resuenan
a nuestro alrededor. Oliver corre hacia las luces, las apaga mientras
Viggo se para en la mesa de café, saca dos puñados de brillantina de
sus bolsillos y los coloca en el ventilador de techo. Ollie acciona el
interruptor para encenderlo, bañándonos en un mar de confeti de
arcoíris que brilla en las luces suaves y brillantes.
Todo a nuestro alrededor brilla, iridiscente y mágico, pero apenas
me doy cuenta. Todo lo que veo es al hombre que envuelvo con mis
brazos y beso como si mi mundo fuera el espacio entre nosotros y este
momento, amándolo.
No hay otro lugar en el que prefiera estar.

FIN
Chloe Liese

Chloe escribe historias que, como las personas, se resisten a las


categorías. Sus libros, que retratan voces y experiencias marginadas e
infrarrepresentadas, son calientes, ingeniosos, llenos de corazón y te
mantienen al borde del asiento. Es una ávida lectora, amante de
Harry Potter, y come más mantequilla de cacahuete de las que
probablemente debería.

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