BB#3 Ever After Always by Chloe Liese
BB#3 Ever After Always by Chloe Liese
BB#3 Ever After Always by Chloe Liese
Revisión final
Scarlett
Diseño
Seshat
Nota de la playlist
Al inicio de cada capítulo encontrarás una sugerencia de una
canción y el artista que la interpreta, para proveer otra forma de
conexión emocional con la historia. No es necesaria y la letra no trata,
literalmente, sobre lo que pasará en el capítulo. Para algunos podría
ser una distracción y para otros simplemente inaccesible y, por lo
tanto, puede ser ignorada por completo. Escúchala antes o mientras
leas para una experiencia sonora. Si disfrutas de las listas de
reproducción más que buscar cada canción individualmente mientras
lees, puedes acceder directamente a estas canciones en la lista de
reproducción de Spotify al entrar en tu cuenta e ingresar “Ever After
Always (BB #3)” en el buscador.
Sinopsis
Prepárate para un viaje emocional de travesuras, angustia y un
fuego que arde lentamente en este romance de un matrimonio en
crisis que trata de llegar hasta el final por el amor duradero.
Aiden
He pasado doce años amando a Freya Bergman y doce vidas no
serán suficientes para darle todo lo que se merece. Es mi apasionada
y tierna esposa, mi mejor amiga y todo lo que quiero es hacerla feliz,
pero lo que la hará más feliz es lo único que no estoy seguro de poder
darle: un bebé.
Por la presión de proveer y planificar para una familia, mi ansiedad
está en su punto más alto y me encuentro alejándome, aterrorizado
de contarle a mi esposa con lo que estoy luchando, pero cuando Freya
me echa de casa, me doy cuenta de que me alejé demasiado. Ahora
me enfrento a la lucha más importante de mi vida para salvar nuestro
matrimonio.
Freya
Amo a mi marido prudente y trabajador. Es mi compañero y mi
mejor amigo, la persona con la que sé que más puedo contar. Hasta
que un día me doy cuenta de que el hombre con el que me casé no
está por ningún lado. Ahora Aiden está callado, retraído y a medida
que pasan los meses el dolor por nuestro creciente distanciamiento se
vuelve demasiado.
Como si la terapia matrimonial no fuera suficiente, nos lanzan
juntos en una escapada a una isla para celebrar los muchos años del
matrimonio perfecto de mis padres, mientras el nuestro está al borde
del colapso. A pesar de mis hermanos entrometidos y de pasar una
semana en constante compañía el uno del otro, de alguna manera,
este viaje en el paraíso nos hace superar nuestros problemas, pero no
puedo evitar preocuparme que cuando dejemos el paraíso y
volvamos al mundo real, ¿nos encontrarán los problemas de nuevo?
Ever After Always es una novela de romance de matrimonio en
crisis y opuestos que se atraen, sobre una mujer sensible con un amor
feroz y su tenaz marido que padece un trastorno de ansiedad.
Completa con los disparates de unas vacaciones en una isla, una
broma calamitosa por parte de sus hermanos y una apasionada
combustión lenta. Este libro se puede leer independientemente a
pesar de ser el tercero en una serie de novelas sobre una familia sueco-
americana, de cinco hermanos y dos hermanas, y sus salvajes
aventuras mientras cada uno de ellos trata de encontrar sus felices
para siempre.
“Me desgarra usted el alma. Estoy entre la agonía y la esperanza. No
me diga que es demasiado tarde, que tan preciosos sentimientos han
desaparecido para siempre.”
Persuasión
Jane Austen
Prólogo
Aiden
Playlist: Melody Noir, Patrick Watson
El día que conocí a Freya Bergman, supe que quería casarme con
ella.
Unos amigos en común organizaron un partido de fútbol un
agradable domingo de verano y nos invitaron a los dos. Había jugado
en la escuela secundaria y luego en una liga de fútbol mientras
estudiaba la licenciatura. Ahora, un pobre estudiante de doctorado y
todavía me gusta el juego lo suficiente como para valorar la
oportunidad de divertirme sin una etiqueta de precio. Nada de
salidas incómodas en las que no pude invitarla a un restaurante caro
porque acababa de pagar el alquiler y vacié mi cuenta, ni amigos bien
intencionados que insistieran, para mi humillación, en invitarme.
Solo un lugar y un momento donde podía pararme y sentir que era
igual para todos. Una mañana perezosa bajo el brillante sol de
California, haciendo malabares con una pelota, jugando con amigos.
Pero luego ella entró y tontear ya no fue una opción. Todos los
hombres en ese campo se congelaron, espaldas rectas, ojos agudos y
todo tipo de estupideces se desvanecieron cuando el silencio se asentó
sobre la hierba. Mis ojos escanearon el campo, luego se engancharon
en la rubia alta con una cola de caballo ondulada, ojos azules
invernales y una sonrisa confiada en los labios del color de una rosa
roja. Un escalofrío me recorrió la espalda cuando su fría mirada se
encontró con la mía y su sonrisa se desvaneció.
Luego apartó la mirada.
Y juré por Dios que me ganaría sus ojos de nuevo, aunque fuera lo
último que hiciera.
La vi tratando de no ser llamativa cuando hacía malabarismos con
la pelota y hacía jugadas ridículas en las que acertaba más de lo que
fallaba, con qué facilidad equilibraba la habilidad y la diversión. La
miré y todo lo que quería era estar cerca. Más, pero cuando nos
dividimos en dos bandos, me di cuenta con decepción de que nos
habían colocado en equipos opuestos. Así que me ofrecí como
voluntario para marcarla, con la soberbia arrogancia típica de los
hombres veinteañeros, pensaba que un tipo de mi tamaño, que aún
podía recorrer algunos kilómetros rápido, tenía una oportunidad de
mantenerle el ritmo a una mujer como ella.
Esa fue la última vez que subestimé a Freya.
Estuve a punto de matarme en el campo, tratando de rastrear sus
pies rápidos, anticipar su físico, encontrar la misma velocidad
explosiva cuando volaba por las líneas laterales, delatando mi estado
físico que no podía igualarla. Recuerdo que me maravilló el poder de
sus piernas largas y musculosas, que me hacían soñar despierto con
ellas envueltas alrededor de mi cintura, demostrando su resistencia
en un ejercicio mucho más placentero. Ya sabía que la deseaba. Dios,
la deseaba.
Puede que haya tomado el juego un poco más intensamente que
todos los demás en ese campo. Puede que me haya pegado a ella como
pegamento, pero Freya irradiaba el magnetismo de alguien que sabía
lo que valía y, en un momento de desesperación, me di cuenta de que
quería que viera que yo también podía ser digno, que podía mantener
el ritmo y mantenerme cerca y nunca cansarme de su belleza cruda y
cautivadora energía.
En el aura de Freya olvidé todo lo que pesaba en mi mente: dinero,
trabajo, dinero, comida, dinero, mi madre, oh y dinero, por supuesto,
porque nunca había suficiente. Era una sombra, siempre presente,
que oscurecía momentos que deberían ser brillantes. Como el sol que
arrastra a su órbita a un planeta frío y solitario, Freya exigió mi
presencia. Aquí, ahora. Solo unos minutos deslumbrantes en su
atracción gravitacional y esa oscuridad omnipresente se disolvió,
dejándola solo a ella. Hermosa. Deslumbrante. Me enganché.
Entonces, en mi joven brillantez masculina, decidí mostrarle mi
interés hundiendo mis garras en su camisa, rastreando cada uno de
sus movimientos como un sabueso y haciendo todo lo posible para
enojarla.
—Dios, eres molesto —murmuró. Fingió un movimiento hacia la
derecha, me pasó por la izquierda y se fue.
La alcancé, puse una mano en su cintura mientras ella protegía la
pelota y apoyaba su largo cuerpo contra el mío. No fue romántico,
pero aún recuerdo, exactamente, cómo sentí su trasero redondo
arrimado contra mi ingle. Me sentí como un animal y no era así como
funcionaba, al menos no antes de Freya, pero ella se sentía bien, olía
bien, era la correcta, tan simple como eso.
—¿No tienes a nadie más a quien molestar? —dijo, mientras miraba
por encima del hombro y esos llamativos ojos decían algo
completamente diferente. Quédate. Prueba. Demuéstrame que me
equivoco.
—No —murmuré, mi agarre apretándose en todos los sentidos de
la palabra, mi desesperación por ella ya era demasiado. Luchando por
la posesión, le hice frente, movimiento a movimiento, en una maraña
de extremidades sudorosas y un esfuerzo rudimentario, hasta que
finalmente gané el balón por un breve momento e hice algo muy
estúpido. Me burlé de ella.
—Además —dije, mientras venía detrás de mí—. Me estoy
divirtiendo molestándote.
—Divirtiéndote, ¿eh? —Freya me robó la pelota con demasiada
facilidad, se echó hacia atrás y la golpeó con tanta fuerza, directo a mi
cara, que partió mis gafas por la mitad.
Tan pronto como caí al suelo, ella cayó de rodillas y sacudió los
fragmentos de los restos de mis gafas de mi rostro.
—¡Mierda! —Sus manos temblaban, su dedo trazaba el puente de
mi nariz—. Lo siento mucho. Tengo un fusible corto y es como si
estuvieras programado para presionar cada botón que tengo.
Le sonreí con los ojos llorosos.
—Sabía que teníamos una conexión.
—Lo siento mucho —susurró, ignorando mi línea.
—Puedes compensarme —dije, con todo el encanto capaz de
derretir bragas de Aiden MacCormack, que pude reunir. Lo cual
fue… desafiante, dado que acababa de recibir un tiro a quemarropa
en la cara y me veía horrible, pero si soy algo, eso es determinado.
Freya sabía exactamente a lo que me refería. Se dejó caer sobre los
talones y arqueó una ceja.
—No voy a salir contigo solo para compensarte por romper,
accidentalmente, tus anteojos.
—Hum, intencionalmente pulverizaste mis lentes y muy
posiblemente mi nariz. —Me senté lentamente y me apoyé en los
codos mientras la brisa me traía su aroma: hierba recién cortada y un
vaso alto y fresco de limonada. Quería inhalarla, pasar mi lengua por
cada gota de sudor que perlaba su garganta, luego arrastrar su suave
labio inferior entre mis dientes para saborearla, dulce y agria.
—Solo un pequeño beso. —Toqué el puente de mi nariz, luego hice
una mueca por el dolor, donde sentí un corte magullado por el
impacto de mis anteojos—. Aquí mismo.
Me empujó con la mano en la frente hasta que me dejé caer sobre
la hierba y luego pasó por encima de mí.
—Yo no doy besos, cuatro ojos —dijo por encima del hombro—.
Pero te compraré una cerveza de disculpa después de esto, luego
veremos qué estoy dispuesta a darte.
Hasta el día de hoy, Freya jura que estaba intentando anotar un gol,
aunque la portería estaba, ya sabes, veinte metros a la derecha de mi
cabeza, pero ambos sabemos que eso no fue lo que sucedió. La verdad
es que ambos aprendimos una lección ese día:
Aiden solo puede presionar hasta cierto punto.
Freya solo puede aguantar hasta cierto punto.
Hasta que algo se rompa.
Desagradablemente.
Capítulo 1
Freya
Playlist: I go crazy, Orla Gartland
Solía cantar todo el tiempo, en la ducha, en los viajes por carretera,
al pintar nuestra casa, al cocinar con Aiden, porque soy una antena y
la música es un lenguaje de emociones.
Entonces, hace una semana, me metí en la cama sola otra vez, me
acurruqué con mis gatos Rábano y Pepinillo y me di cuenta de que no
podía recordar la última vez que había cantado. En ese momento noté
que estaba, realmente, harta de mi marido. Que lo había estado por
meses ya.
Así que lo eché y las cosas pueden haber empeorado un poco desde
entonces.
Hipando, miro el armario de Aiden.
—¿Todavía estás ahí? —La voz de mi mejor amiga, Mai, hace eco
en el altavoz de mi celular que descansa sobre la cama.
—Sí. —Hipo—. Todavía estoy borracha, lo siento.
—Simplemente no operes maquinaria pesada y estarás bien.
Vuelvo a tener hipo.
—Creo que hay algo mal conmigo. Estoy tan enojada con él que he
fantaseado con poner pudín de chocolate en sus zapatos de
negocios…
—¡¿Qué?! —grita— ¿Por qué harías eso?
—Pensaría que es mierda de gato, a Pepinillo le da diarrea cuando
come mis plantas de interior.
Una pausa.
—Eres desconcertante a veces.
—Es cierto. —Vengo de una familia de siete hijos, tengo algunas
formas muy creativas de vengarme—. Definitivamente tengo algunos
cables cruzados. Estoy pensando en resucitar algunas de mis bromas
más siniestras y estoy tan cachonda que estoy en su armario
inhalando su olor.
Mai suspira comprensivamente desde el teléfono.
—No hay nada malo contigo. No te has acostado en… ¿Cuánto
tiempo?
Agarro la botella de vino que está sobre mi tocador y tomo un largo
trago.
—Nueve semanas, cuatro días y… —Miro el reloj con los ojos
entrecerrados—. Veintiuna horas.
Ella silba.
—Sí. Entonces, demasiado tiempo. Estás hambrienta de sexo y solo
porque estés herida no significa que no puedas seguir queriéndolo. El
matrimonio es más desordenado y mucho más complicado de lo que
nadie nos advirtió. Puedes querer arrancarle las bolas y al mismo
tiempo extrañarlo tanto que sientes como si no pudieras respirar.
—Siento que no puedo respirar.
—Pero puedes —dice Mai suavemente—. Una respiración a la vez.
—¿Por qué no nos avisan?
—¿Qué?
—¿Por qué nadie te dice lo difícil que va a ser el matrimonio?
Mai suspira pesadamente.
—Porque no estoy segura de que lo haríamos si lo hicieran.
Me acerco más al perchero de las camisas inmaculadas y sin
arrugas de Aiden, presiono la nariz contra el cuello de su camisa
favorita.
«Cielos azules de invierno, Freya, así es el color de tus ojos».
Siento una mezcla retorcida de rabia y anhelo cuando la respiro.
Agua de mar y menta, el aroma cálido y familiar de su cuerpo.
Aprieto la tela hasta que se arruga y veo cómo se relaja cuando la
suelto, como si nunca la hubiera tocado. Eso es lo que siento por mi
marido últimamente. Como si él caminara por nuestra casa y yo
pudiera ser un fantasma para todo lo que importa o tal vez él es el
fantasma.
Tal vez ambos lo somos.
Golpeo la puerta del armario con la palma de la mano y la cierro de
golpe. Tomo la botella de vino de nuevo, un último trago y
desaparece. Freya: 1. Vino: 0.
—Toma eso, alcohol —le digo a la botella, colocándola en mi tocador
con un golpe sordo.
—¿Todavía está en Washington? —pregunta Mai, caminando de
puntillas alrededor de mi divagación borracha.
Observo su lado vacío de la cama.
—Sí.
Mi esposo está, a pedido mío, mil millas al norte de mí, lamiéndose
las heridas con mi hermano y enloqueciendo debido a que me puse
firme y le dije que no aguantaría esta mierda. Estoy en casa, con los
gatos, alucinando también, porque echo de menos a mi marido,
porque quiero estrangular a este impostor y exigir que me devuelva
al hombre con el que me casé.
Quiero que los ojos azul océano de Aiden brillen, mientras se posan
sobre mí. Quiero sus abrazos largos y fuertes y sus cavilaciones sin
tonterías sobre la vida, el tipo de pragmatismo que nace de la lucha y
la resiliencia. Quiero su cuerpo alto presionándome contra los
azulejos de la ducha, sus manos ásperas deambulando por mis
curvas. Quiero sus suspiros y gemidos, sus palabras sucias saturando
mis oídos mientras me llena con cada centímetro de él.
Distraída, con esa vívida imagen mental, me golpeé el dedo del pie
con el marco de la cama.
—¡Jodidas tetas de mierda! —Me dejo caer sobre el colchón, miro
al techo y trato de no llorar.
—¿Estás bien? —pregunta Mai—. Quiero decir que sé que no lo
estás, pero… ya sabes a lo que me refiero.
—Me golpeé el dedo del pie —chillo.
—Ay. Déjalo ir, Frey. Déjalo irrrrr…—me canta—. Después de
todo, eres Elsa, la reina de Arendelle, según mis hijos.
—Pero con caderas —decimos al unísono.
Me río a través de las lágrimas que limpio con furia. Llorar no es
una debilidad. Lo sé, racionalmente, pero también sé que el mundo
no premia las lágrimas ni ve la emotividad como fuerza. Soy una
mujer fuerte y sensata que percibe todos sus sentimientos y lucha
contra la presión cultural para contenerlos, para tener mi mierda
emocional en orden. Incluso cuando todo lo que quiero hacer, a veces,
es disfrutar de una explosión de lágrimas al abrazar a mis gatos con
nombre de vegetales, mientras lloro y canto con mi lista de
reproducción emo de los noventas, por ejemplo. Como pude haber
hecho antes. Cuando abrí una botella y comencé a tragarme el vino.
En un mundo que dice que los sentimientos, como los míos, son
«en exceso»; cantar siempre me ha ayudado. En una casa de personas
estoicas, en su mayoría, que amaban mi gran corazón, pero
manejaban sus sentimientos de manera tan diferente a mí, cantar era
una salida para todo lo que sentía y no podía, o no quería ocultar. Por
eso, la semana pasada, cuando me di cuenta de que había dejado de
cantar, me asusté. Porque fue entonces cuando comprendí lo
entumecida que estaba, lo peligrosamente profundo que estaba
enterrando mi dolor.
—¿Freya? —dice Mai cuidadosamente.
—Estoy bien —le digo con voz ronca. Me limpio los ojos de
nuevo—. O… lo estaré. Ojalá supiera qué hacer. Aiden dijo que, fuera
lo que fuera, quería arreglarlo, pero ¿cómo arregla algo cuando ni
siquiera sabe qué está roto o cuando se siente tan roto que ya ni
siquiera lo reconoce? ¿Cómo puede hacer esa promesa, cuando actúa
como si no tuviera ni idea de por qué me siento así?
Rábano, siempre empático, siente mi malestar y salta sobre la cama
maullando en voz alta y luego amasa mi seno, eso duele. Lo empujo
suavemente hasta que se mueve hacia mi estómago, donde se siente
mejor. Tengo calambres horribles. Pepinillo es más lenta al
reaccionar, pero finalmente salta y se une a su hermano, luego
comienza a lamerme la cara.
—No lo sé, Frey —dice Mai—, pero lo que sí sé es que tienes que
hablar con él. Entiendo por qué estás herida, lo último que quieres es
ser la iniciadora cuando él ha estado tan retraído, pero no obtendrás
respuestas si no hablas. —Duda un instante y luego dice—: Sería
inteligente intentarlo con un asesoramiento matrimonial. Si estás
dispuesta… si eliges hacerlo, tendrás que decidir si quieres, incluso si
crees que es demasiado tarde.
Y ahí es cuando vienen las lágrimas, no importa qué tan rápido las
seque, porque no sé si me queda algo que elegir. Tengo miedo de que
hayamos ido demasiado lejos. Lloro tan fuerte que me arde la
garganta, siento cada sollozo irregular como si me rasgara el pecho.
En los últimos seis meses, he sido testigo de la disolución del núcleo
de mi matrimonio y ahora no sé cómo reconstruirlo. Porque en algún
momento se produjo un daño crítico y no pudo volver a ser lo que era
antes. En el cuerpo humano se llama «atrofia irreversible». Como
fisioterapeuta no soy ajena a ello, aunque lo combato tanto como
puedo, hago trabajar a mis pacientes hasta que sudan, lloran y me
maldicen.
No es mi parte favorita del trabajo cuando llegan a su punto más
bajo, temblando, exhaustos y agotados, pero la verdad es que ese es
un buen dolor, un dolor que precede a la curación. De lo contrario,
los músculos que no se ponen a prueba se encogen, los huesos que no
se ponen a prueba se vuelven quebradizos. Úsalo o piérdelo. Hay mil
variaciones sobre la verdad fundamental de la Tercera Ley de
Newton: para cada acción hay una reacción igual y en el sentido opuesto.
Cuanto menos le exiges a algo, menos te devuelve, más débil se
vuelve, hasta que un día es una sombra de sí mismo.
—Estoy tan cansada de llorar —le digo a Mai a través del nudo en
mi garganta.
—Lo sé, Frey —dice en voz baja.
—Estoy tan enojada con él —gruño a través de mis lágrimas.
Seis meses de lento y silencioso declive. No fue una gran y terrible
discusión. Fueron mil momentos de tranquilidad que se sumaron
hasta que me di cuenta de que no lo reconocía a él o a nosotros o,
mierda, ni siquiera a mí.
—Tienes permitido estarlo —dice—. Estás sufriendo y te
defendiste. Eso es importante. Eso es crucial.
—Lo hice. Me defendí. —Me limpio la nariz—. Y actuó como si no
tuviera ni idea de lo que estaba mal, como si nada estuviera mal.
—Para ser justos, muchos hombres son así —dice Mai—. Quiero
decir, Pete ha mejorado en cuanto a llevar más carga emocional de
nuestro matrimonio, pero tomó tiempo y trabajo. ¿Recuerdas hace
dos años, cuando lo eché?
—Oh. Sí. Durmió en mi sofá.
—Así es. Así que no estás sola. Los hombres hacen esto. Se
equivocan y por lo general, al principio no tienen ni idea de cómo. A
la mayoría de los hombres no se les enseña la introspección en las
relaciones. Se les enseña a luchar por la mujer, luego, una vez que la
tienen, a acomodarse. Quiero decir, no todos los hombres, pero
suficientes de ellos como para que sea un precedente.
—Está bien, está bien, la mayoría de ellos no tienden a la
introspección, pero cuando las cosas se deterioran así, ¿cómo son
felices?
—No creo que sean felices. ¿Resignados, tal vez?
—Resignados —digo, saboreando la palabra agria en mi lengua—.
A la mierda eso.
—Oh, sabes que estoy de acuerdo.
No hay forma de que Aiden sea feliz con este cadáver que se hace
pasar por matrimonio, ¿verdad? ¿Y resignado? Es la última palabra
que usaría para mi esposo. Aiden es la persona más decidida,
motivada y trabajadora que he conocido. No se conforma con nada.
Entonces, ¿por qué se conformó con nuestro matrimonio? ¿Qué
sucedió?
¿Está contento con volver a casa, intercambiar las mismas siete
líneas sobre nuestro día, ducharse por separado y luego irse a la cama,
solo para hacerlo todo de nuevo? ¿Está satisfecho con un rápido beso
en la mejilla, satisfecho de que no hemos tenido sexo en meses?
Solíamos sentir tanta pasión, tanto fuego y sé que eso se atenúa con
el tiempo, pero pasamos de un rugido ardiente a un brillo constante
y cálido. Me encantó ese brillo. Era feliz con eso y entonces un día me
di cuenta de que se había ido. Estaba sola y hacía tanto, tanto frío.
—Esto apesta, Mai. —Me sueno la nariz y tiro el pañuelo a ningún
lado en particular. Casi desearía que Aiden estuviera aquí para verlo
encogerse por el desastre en el que he convertido la casa. Imaginaba
cómo su ojo izquierdo comenzaba a temblar y obtenía una
satisfacción perversa al conseguir algún tipo de respuesta de él—.
Esto apesta tan mal.
—Lo se cariño. Ojalá pudiera arreglarlo. Haría cualquier cosa para
arreglarlo por ti.
Lágrimas frescas surcan mis mejillas.
—Lo sé.
El sistema de seguridad de nuestro bungaló en Culver City emite
un pitido, diciéndome que alguien entró y usó el código de seguridad.
—Mai, creo que está en casa. Voy a ver.
—De acuerdo. Aguanta ahí, Freya. Llama en cualquier momento.
Me siento y me seco los ojos.
—Lo haré, gracias. Te amo.
—Yo también te amo.
Presiono el botón para finalizar nuestra llamada justo cuando la
puerta se cierra en silencio. Pepinillo y Rábano se alejan de mí, corren
fuera de la habitación y por el pasillo.
—Debería haberlos llamado Benedict y Arnold —murmuro—.
Traidores. ¡Soy yo quien les da de comer!
—¿Freya? —llama Aiden, seguido de una explosión, un ruido
sordo, luego una serie de maldiciones murmuradas. Creo que dejé
mis zapatillas justo al lado de la puerta, con las que debe haberse
tropezado.
¡Uy!
La puerta hace clic detrás de él.
—¿Freya? —vuelve a llamar—. Soy yo. —Su voz suena ronca.
Trago un nuevo chorro de lágrimas y trato de limpiarme la cara.
Después de una semana, pensarías que ya estaría lista, que sabría qué
decir o cómo decirlo. Pero mi dolor se siente… indecible, enredado y
agudo, como un nudo de emociones, un alambre de púas caliente que
desgarra mi pecho.
Me levanto del colchón, me apresuro al baño adjunto y me lavo la
cara, con la esperanza de que unos cuantos puñados de agua fría
eliminen la evidencia de que he estado llorando. Entonces me miro
en el espejo y gimo al ver como luzco. Mis ojos están enrojecidos, lo
que hace que mis iris se vean inquietantemente pálidos. Mi nariz se
ve roja y mi frente está manchada. Todas las señales de que he llorado
a moco tendido. Excelente.
El reflejo de Aiden se une al mío en el espejo y me congelo, como
una presa que siente cuando el depredador está a punto de atacar.
Está de pie en el umbral del baño, sus ojos azul marino están fijos en
mi cara. Tiene la barba larga de una semana, marrón negruzco como
el resto de su cabello, que lo hace parecer un extraño. Nunca ha tenido
vello facial, más allá de una barba incipiente, y no sé si me gusta o la
odio. No sé si me alegro de que esté en casa o me siento miserable.
El silencio se cierne entre nosotros, hasta que una gota de agua cae
del grifo con un resonante ¡plinc!
Mi mirada recorre su cuerpo, ancho y fuerte. Se siente como ese
primer vistazo de tu hogar después de unas vacaciones que fueron
demasiado largas. Me doy cuenta de que lo extrañé, que mi impulso
de darme la vuelta y arrojarme a sus brazos, de enterrar la nariz en su
cuello y respirarlo, no se borra del todo. Está apagado, pero no se ha
ido.
Tal vez eso sea una buena señal.
Tal vez eso me asusta como la mierda.
Tal vez estoy borracha.
Dios, me duele el cerebro. Estoy tan cansada de pensar en esto, que
ni siquiera sé qué pensar sobre el hecho de que una parte de mí quiere
estar en los brazos de Aiden, que gire la cabeza y bese ese lugar detrás
de mi oreja, luego susurre mi nombre mientras sus manos abarcan mi
cintura, que quiero esa sensación de volver a casa, quiero que me mire
a los ojos como antes, como si me viera, como si entendiera mi
corazón.
—Ya… —Mi voz se quiebra con flemas y lágrimas antes de que otro
hipo se escape. Me aclaro la garganta—. Ya has vuelto.
—Lo siento, yo… —Frunce el ceño—. ¿Estás borracha?
Levanto la barbilla.
—Plausiblemente.
—¿Posiblemente, quieres decir? —Su ceño se profundiza—. Freya,
¿estás bien?
—Sí. Grandiosa. Te pedí que te fueras porque estoy en el maldito
séptimo cielo, Aiden.
Su expresión vacila. Deja caer la maleta al suelo y trato de no mirar
su bíceps, la forma en que la camisa abraza los músculos redondos de
sus hombros.
—Sé que no ha pasado mucho tiempo, pero el conserje me echó de
mi oficina.
—¿Estabas… —Otro hipo me sacude— durmiendo en tu oficina?
—Frankie apareció en la cabaña hace unos días. No me iba a
quedar, mientras ella y Ren… —Tose detrás de un puño—. Se
enrollan.
Mi hermano, Ren, tercero después de mí y Axel, ha estado en la
cabaña familiar, en el Estado de Washington durante algunas
semanas, cuidando un corazón roto. Pensé que, si enviaba a Aiden
allí también, al menos tendrían algo de compañía. Ren es gentil,
sensible y estaba dolido por una ruptura. Por supuesto que esperaba
que Ren y su ex, Frankie, se reconciliaran, pero hasta entonces, Aiden
podría ser un consuelo para Ren.
Parece que mi esperanza por su final feliz no fue en vano después
de todo.
Sonrío levemente, imaginando el alivio de mi hermano, aunque en
un pequeño y triste rincón de mi corazón estoy celosa. Esa posibilidad
se siente tan lejana para Aiden y para mí.
—Estoy feliz por ellos —susurro—. Eso es genial.
—Sí. —Aiden mira al suelo—. Nunca había visto a Ren sonriendo
así.
Que es decir mucho. Todo lo que Ren hace es sonreír. Es un rayo
de maldito sol.
—Entonces —dice Aiden—. Regresé y lo solucioné durmiendo en
el sofá de mi oficina y usando las duchas del gimnasio hasta que el
conserje me atrapó y me echó, porque están lavando las alfombras
con champú. Lo siento. Haré todo lo posible para darte espacio.
Cuando estés lista… podemos hablar.
Sollozo, parpadeando para apartar las lágrimas.
—Sé que dijiste que no estás segura si esto se puede arreglar, Freya
—dice Aiden en voz baja—. Pero estoy aquí para decirte que haré
todo lo que pueda para corregirlo. Te lo prometo.
Asiento, miro hacia el lavabo, después de un largo silencio, dice:
—Dormiré en el sofá, para darte espacio…
—No. —Me limpio la nariz y me seco los ojos—. Es una cama
grande. Somos personas altas y ninguno de los dos va a dormir bien
en un sofá. Solo… duerme de tu lado y yo dormiré del mío. Ambos
podemos usar pijamas. Descansaremos un poco y, por la mañana,
podremos encontrar una mejor situación para dormir los próximos
días. Tal vez podamos encontrar una cama barata para la oficina.
Parpadeo y capto el reflejo de Aiden en el espejo, la emoción
tensando su rostro.
—De acuerdo.
Salgo del baño, paso rápido junto a él y me muerdo la mejilla
mientras su mano roza suavemente mi muñeca.
—Adelante, date una ducha de verdad —le digo—. Te daré un
poco de privacidad.
Lo dejo solo en nuestro baño, el silencio se cierne entre nosotros.
Voy tarde. Jodidamente tarde, sin una excusa clara para Freya de
por qué, pero al diablo si iba a decirle que llego tarde porque me
cagué encima. Después de esa visita, llena de corrientes de aire, al
estado de Washington me resfrié, luego tuve una sinusitis secundaria
y los antibióticos me están destrozando el estómago. Mi estómago
estaba gorgoteando antes en la oficina y, francamente, no tenía
tiempo en mi día para otro viaje al baño, solo para que fuera un pedo
resonante, así que aposté.
Y perdí.
Pantalones y calzoncillos a la basura, me bañé y me cambié con los
repuestos que tengo en la oficina. Gracias a mi cauteloso y
excesivamente preparado, yo. Ahora estoy sentado en el auto, en un
embotellamiento que camina a vuelta de rueda.
—¡Maldita sea! —Golpeo las manos en el volante. Llega un mensaje
de texto de Freya:
«Nos vamos».
—No —gimo y tiro de mi cabello—. No, no, no.
Marco su número, conecto mi teléfono al sistema auxiliar del auto.
Suena y suena y suena. Luego al correo de voz.
Por supuesto que no responde. No quiere hablar conmigo, tampoco
quiero hablar conmigo.
Probablemente esté enfadada. Definitivamente herida. No la culpo.
La familia es el corazón de la vida de Freya. Sus padres significan el
mundo para ella, mierda, significan el mundo para mí y me perdí su
cena de aniversario, que siempre me ha encantado porque es una
celebración familiar, no solo una celebración entre ellos dos.
Reproduzco un podcast, trato de distraerme, tomo la primera
salida que encuentro y voy directo hacia nuestra casa en Culver City.
Ir a casa es más fácil que ir al restaurante, en lo que al tráfico respecta
y pronto estoy estacionando en nuestra pequeña entrada y cerrando
el auto.
Las luces están encendidas adentro, pero no la luz en el porche, que
es el sello distintivo de Freya. La mujer está muy nerviosa por la
conservación de la energía y yo estoy muy nervioso por la seguridad.
La luz del porche delantero es una batalla benigna entre nosotros. La
luz está apagada, después de que la encendí cuando me fui al trabajo
esta mañana, significa que está en casa.
También significa que estoy rodeado de oscuridad, mis sentidos se
sintonizan con los sonidos a mi alrededor, mientras empiezo a
caminar por el camino hacia nuestra casa. A medio camino de la
puerta principal, siento que se me eriza el vello de la nuca. Se rompe
una ramita. Dando vueltas, busco el sonido que acabo de escuchar. Sí,
mi ansiedad es alta y mi estrés por llegar tarde y luego perderme la
cena no ayuda a bajar mis niveles de adrenalina, pero hay alguien
cerca, observándome. Estoy seguro de eso. No se crece como yo sin
aprender a mirar por encima del hombro, sabiendo defenderse.
De repente escucho un forcejeo, luego dos hombres están encima
de mí, sus rostros son irreconocibles en la oscuridad. El instinto entra
en acción y golpeo con la pierna a uno de ellos, pero el otro me hace
una llave de cabeza y me arrastra hacia atrás.
No grito, porque lo último que quiero es que Freya salga corriendo
y se meta en medio de esto. Después de que una de las grandes manos
del tipo me tapó la boca, no pude gritar, aunque quisiera.
El otro tipo está en mis piernas ahora, derribándome en el césped.
La puerta de una van se desliza y se abre antes de que me empujen
dentro, a pesar de esforzarme por luchar contra ellos. La puerta se
cierra de golpe con el clic de una cerradura y el auto acelera
rápidamente. Parpadeo, instando a mi vista a ajustarse para poder
orientarme.
Finalmente puedo ver y si no estuviera tan enojado con ellos, me
patearía por no haber anticipado algo como esto. Ren nos está
conduciendo como atracadores en su van. Axel va de copiloto. Oliver
se sienta en mi regazo, Ryder está en el asiento a mi lado y Viggo
aparece en la tercera fila.
—¿Qué demonios es esto? —grito, empujando a Oliver, aterriza
con un ¡ay! en el suelo de la van—. No respondas eso hasta que te
pongas el cinturón de seguridad. —Los miro a mi alrededor—.
Habría sido tan difícil decir, «¿Oye Aiden, necesitamos hablar
contigo?»
Ryder gruñe y Ren está en silencio, al igual que Axel.
—¿Hubieras venido? —pregunta Viggo.
Abro la boca para responder, pero me doy cuenta de que no puedo
decirle, sinceramente, que sí.
—Precisamente —dice.
Oliver se desliza a la tercera fila y se abrocha el cinturón, luego se
inclina y me mira a los ojos.
—Es posible que Viggo y yo nos hayamos excedido un poquito,
físicamente, pero todos estuvimos de acuerdo en que tendrías que ser
fuertemente coaccionado.
—¿Un poquito? —digo acaloradamente—. Casi me matan del
susto. Jesús, chicos. Esta no es una película de acción de Liam Neeson.
Viggo resopla.
—Por favor, Ryder me disuadió de mi plan original.
Ryder sonríe con frialdad.
—Ren —digo suplicante—. Pensé que podía contar contigo,
hombre. ¿Qué es esto?
Los ojos de Ren se encuentran con los míos en el espejo retrovisor,
inusualmente fríos.
—Renuncié a una noche con mi novia, para que lo sepas.
—Oye, no pedí que mis cuñados me secuestraran. ¿De qué se trata
esto?
Como si no lo supieras. Así de mal lo has jodido. Los hermanos Bergman
están tratando de salvarte. Oh, cómo han caído los poderosos.
Oliver dice:
—Cuando tú y Freya comenzaron a salir papá nos sentó y dejó algo
muy claro:
—«Dejen a Aiden fuera de esto» —dice Viggo—. Eso es lo que papá
nos dijo. «Nada de sus trucos fraternales o novatadas, nada de
pandillas siniestras. Sean amables con él. Lo más importante,
manténganse al margen de la relación de su hermana.»
—¿Y? —pregunto.
—Y eso funcionó —espeta Ryder—. Hasta que la empezaste a
joder.
—Jesús. —Froto mi cara. Esto es realmente lo último que necesito.
—En ese momento —dice Axel uniformemente—, nos dimos
cuenta de que era necesaria una intervención.
Viggo pone sus manos sobre mis hombros y los aprieta.
—Bienvenido a tu primera cumbre con los hermanos Bergman,
Aiden. Te espera un viaje salvaje.
Abro la puerta del baño que conecta con nuestro dormitorio y grito.
Aiden levanta la vista desde el borde de nuestra cama.
—Lo siento, te asusté.
Me bajo la camiseta, deseando llevar sostén porque ahora mismo
Aiden no merece ver mis pezones, ni siquiera a través de una
camiseta. Sobre todo, porque están duros. Porque quiero retorcerle el
cuello, pero el hombre está demasiado bueno para su propio bien. Se
sienta más derecho en la cama y tira de su corbata, mirándome, el
simple movimiento envía su olor a agua de mar ondulándose hacia
mí.
Observo las ondas oscuras de su cabello, sus ojos azules como el
océano y la barba que aún no se ha afeitado, mientras me acerco, hasta
que nuestros dedos de los pies se tocan. Me mira y titubea con su
corbata. Es como mirar a un extraño.
Un extraño muy caliente.
Cállate, cerebro.
—¿Dónde estabas? —pregunto.
Traga bruscamente.
—Yo, eh… trabajo. Estaba en el trabajo. Luego me… enganché en
una reunión… de algún tipo.
Levanto una ceja.
—Cielos, Aiden. Más despacio. No creo que pueda manejar todos
los detalles.
Suspira.
—Freya…
—¿Sabes qué? Olvídalo. —Me doy la vuelta y me alejo porque, si
me quedo allí más tiempo, podría hacer algo loco como agarrarlo por
la corbata y sacudirlo hasta que caiga la verdad, que claramente está
atrapada en su interior. Si tan solo lo sacudiera lo suficientemente
fuerte.
Y ese es mi problema. Me he agotado intentando y no ha salido
nada. No trataré. Ya no. Le he preguntado: ¿Cómo estás? ¿Qué pasa?
¿Algo en tu mente? ¿Cómo va el trabajo?
A lo que me ha contestado: Bien. Nada. Solo trabajo. Ocupado.
Tiro mi ropa sucia en el cesto y encuentro accidentalmente la lista,
que debe haberse caído del bolsillo de mi falda. La lista de los
sentimientos y pensamientos que he estado cargando. Mis quejas,
detalladas. Tinta manchada de lágrimas. Miro el papel, luego lo
arrugo hasta que está tan apretado que sé que cuando lo vuelva a
abrir, simplemente se desintegrará en mis manos.
Hice la lista porque soy una persona sentimental, Aiden es un
pensador y siempre he internalizado esta presión en nuestra relación
para manejar mis emociones más como él. Ser «razonable» cuando
estoy molesta. Ser «racionales» cuando discutimos. Porque quiero
que tome mi perspectiva en serio y cuando sueno cerebral, Aiden
parece escuchar. Si sueno más tranquila de lo que me siento, no me
arriesgo a desencadenar la ansiedad de Aiden más allá del punto en
el que realmente pueda escucharme.
Claro, funciona, pero es mentira. No es como funciono. Mi
verdadero yo, llora y habla cuando sus sentimientos no son claros,
sino una mezcla desordenada de emociones. Resuelvo mis
pensamientos mientras hablo. Soy una procesadora emocional y
verbal que ha estado reprimiendo esa necesidad durante una década,
que solo ha cedido, con moderación, hasta el punto de que me siento
tan comprimida que estoy a punto de estallar. No, implosionar.
Se suponía que hacer una lista pormenorizada de heridas,
confesiones y palabras sentimentales, me daría un respiro, me
ayudaría a sentirme purgada y preparada cuando llegara el momento
de hablar y luego hacer las paces con el hombre que amo. Pero escribir
la lista solo me hizo enojar más y más, enconando el dolor. El hecho
de que tuviera que hacer la maldita lista me enfurece. ¿Dónde está su
lista? ¿Dónde está su descontento? ¿Dónde está Aiden?
Aquí, pero no y estoy tan jodidamente harta de eso.
Lo miro fijamente, sentado en el borde de nuestra cama mirando
hacia abajo, a sus pies: corbata azul oscuro, suelta; camisa blanca,
impecable con dos botones desabrochados. Aiden se pasa las manos
por el cabello, dejándolo desordenado, luego arroja sus anteojos a un
lado sobre la cama, frotándose las sombras debajo de esos ojos con
gruesas pestañas.
Me mira cuando sus manos caen.
—Quiero ir a consejería matrimonial.
Mi estómago se revuelve.
—¿Qué?
—Dije, quiero ir a consejería matrimonial.
—Ni siquiera hemos hablado sobre para qué necesitamos
asesoramiento.
—Exactamente para eso necesitamos la consejería matrimonial,
Freya —dice, en voz baja y áspera—. Quiero que hablemos de… lo
que ha pasado, con la ayuda de alguien. Porque ni siquiera sé por
dónde empezar.
—Comenzar con la verdad es un buen punto de partida. Como lo
que en realidad estabas haciendo esta noche.
Rábano salta y maúlla, frotándose contra Aiden, rasca al gato
distraídamente y suspira.
—Tuve un accidente en el trabajo. Manché mi ropa.
Arrugo la frente.
—¿Qué?
—Luego me encontré con algunos… amigos que me asaltaron.
Ahora estoy en casa.
—Sí, no mucho mejor.
Los ojos de Aiden sostienen los míos intensamente.
—Lo sé —dice en voz baja—. Sé que no estoy haciendo un muy
buen trabajo en… nada ahora mismo. Por eso te pregunto: ¿Irás a
consejería matrimonial conmigo? Estoy tratando de decirte lo que
necesito para poner de mi parte, Freya. Quiero arreglar esto.
Cuando no respondo de inmediato, vuelve a mirar al suelo y se
pasa ambas manos temblorosas por el cabello de nuevo, suspirando
profundamente. Puedo saborear su ansiedad en el aire, aguda y
dolorosa, presionándolo.
No es que me lo haya dicho. No es que últimamente sepa dónde
está su ansiedad o qué le preocupa. Los últimos meses, cuando
sospechaba que estaba pasando por un momento difícil, sonreía,
falsamente brillante, luego decía que tenía trabajo y desaparecía en
nuestra pequeña oficina en casa. La habitación que se supone que se
convertirá en la habitación del bebé.
Me pregunto si… Me pregunto si las cosas han sido difíciles, más
difíciles de lo habitual y él no me lo ha dicho. Y si es así, ¿por qué? Si
gran parte de lo distante que ha estado se debe a que lleva carga que
no quiere compartir, ¿cómo podría decirle honestamente que lo amo,
mientras le niego la oportunidad de hablar con un consejero? Una ola
de empatía crece dentro de mí, aliviando el dolor abrasador en mi
corazón.
Me aclaro la garganta y luego le digo:
—Iré, Oso.
Mierda. La palabra sale antes de darme cuenta de que la he dicho.
La cabeza de Aiden se levanta y nuestros ojos se encuentran.
La tristeza se enreda con la nostalgia en un nudo apretado y
doloroso debajo de mis costillas. No lo he llamado Oso en mucho
tiempo, no había sentido ese apodo fácil y cálido en la punta de mi
lengua. El apodo que surgió cuando empezamos a salir, cuando su
cabello de oso negro me hacía cosquillas en la mañana mientras se
acurrucaba cerca, envolviéndome en sus brazos. Cuando gruñía en
mi cuello y me sujetaba al colchón, despertándome con sexo lento e
intenso. Ese apodo es un vestigio de la mierda romántica tonta que
hicimos al principio, como hacen las parejas cuando se acaban de
enamorar y están tan seguros de que nunca se romperán el corazón,
nunca fallarán o se desmoronarán como lo han hecho esas parejas.
La jodida arrogancia.
Lucho contra las lágrimas, me doy la vuelta y revuelvo cosas en los
cajones de mi tocador, doblo mi ropa inútilmente. Es tan obvio que es
una distracción porque nunca hago esto. Soy una vaga y ambos lo
sabemos.
Aiden se pone de pie, el marco de la cama cruje, mientras lo hace.
Escucho el suave crujido de la alfombra bajo sus pies mientras se para
detrás de mí, lo más cerca que hemos estado en meses.
—¿Por qué me llamaste así? —dice suavemente.
Una lágrima se desliza por mi mejilla. La seco con enojo.
—No sé. Fue un accidente.
Su mano se desliza alrededor de mi cintura y me aprieta contra él.
Movimiento audaz. Atrevido como el infierno. Aiden MacCormack
en dos frases.
Un hombre inferior nunca podría haber ganado tu corazón, Freya Linn.
Oigo la voz de mi padre en mi cabeza, su brindis en nuestra boda
mientras levanta una copa por nosotros. Lloré cuando dijo eso.
Porque creía que era verdad.
Aiden entierra su nariz en mi cabello, su otra mano también me
envuelve, sujetándome a su cuerpo, cálido y duro detrás de mí. Mi
cabeza cae traidoramente sobre su hombro.
—Háblame, Freya —susurra. Me besa justo detrás de la oreja, ese
lugar que amo y él lo sabe—. Dime lo que te duele. Por favor.
Respiro con dificultad y cierro los ojos con fuerza.
—Aiden, no entiendo por qué yo sé lo que está mal y tú no. ¿Por
qué estoy herida y tú estás bien?
—No estoy bien —dice bruscamente, sosteniéndome cerca, su
mano acariciando mi vientre—. Y sé que estamos… un poco distantes
en este momento.
Una risa vacía me abandona.
—Un poco distantes. Estamos más allá de eso, Aiden. No hablamos,
no nos conectamos, eres reservado y estás más ocupado de lo que
solías estar. Nosotros no… tenemos sexo.
Un miedo que he tratado de desterrar una y otra vez me agarra por
la garganta y estalla.
—¿Me estás engañando? —susurro con voz ronca—. ¿Hay alguien
más?
El cuerpo de Aiden se queda mortalmente inmóvil. Agarra mi
barbilla, girando mi rostro para encontrar su expresión que se
oscurece como una tormenta violenta que ennegrece el cielo.
—¿Cómo pudiste siquiera preguntarme eso? —Su voz se quiebra y
un músculo salta en su mandíbula.
Me empujo fuera de su abrazo, golpeando el tocador detrás de mí.
—T-tú actúas diferente. Te ves diferente. Te pusiste más en forma
y más sexy… Espera. Quiero decir. Mierda. —Me cubro la cara,
humillada por mi desliz, enojada porque puedo estar tan herida por
su comportamiento, pero no puedo negar que mi cuerpo está
ardiendo por su toque.
Levanta las cejas.
—Freya, he estado haciendo ejercicio fatal. No tengo tiempo. Estoy
tan ocupado que me olvido de comer. He perdido algo de peso sin
darme cuenta.
—¡Exactamente! —Me aferré a eso, agradeciendo a mi maldita
estrella de la suerte que no saltó sobre el hecho de que lo llamé sexy—
. Estás ocupado. Constantemente y cuelgas el teléfono cuando entro en
la habitación. Son, como, señales de libro de texto de crisis existencial
convertida en aventura. Y no me respondiste.
—Porque ni siquiera merece una respuesta —dice, peligrosamente
tranquilo, con un tinte de dolor en su voz—. ¡Por supuesto que no te
estoy engañando, Freya! —Se inclina y yo me encojo hacia atrás, pero
nuestros frentes aún se rozan, el calor sale de él, los duros planos de
su cuerpo rozan las suaves curvas del mío—. ¿Crees que podría
desear a alguien más que a ti?
Una lágrima se desliza por mi mejilla. Solía ser capaz de responder
eso inequívocamente.
—No sé.
Frunce el ceño, el dolor aprieta su rostro.
—Freya, te amo. Te quiero. Solo a ti. Eres la única mujer que noto o
deseo y si crees que se me ha escapado que no te he tenido debajo de
mí, que no he estado dentro de ti, haciéndote correr, en meses, estás
muy equivocada.
Trago grueso.
—Todo lo que hago es por ti, Freya. Para nosotros. ¿Y crees que
porque trabajo un poco más de lo que solía te estoy engañando?
Lo empujo, desesperada por espacio mientras innumerables
emociones se arrojan sobre mí.
—Estás haciendo más que trabajar un poco más. No minimices lo
que está pasando, no lo minimices. Recibes llamadas y no me dices
qué pasa. Has estado viajando más y todo lo que haces es decirme
algo sobre explorar una oportunidad de negocio. ¿Cómo se supone
que voy a saber? ¡No te reconozco, Aiden! Estás distraído. Eres
reservado. No me dices lo que tienes en mente, lo que te preocupa.
¿Cómo sé que nada más ha cambiado?
—Porque confías en mí —dice Aiden, con incredulidad en su voz—
. Porque te basas en los doce años que nos hemos conocido, once y
medio de los cuales hemos sido pareja, casi diez de los cuales hemos
pasado casados y dices: «Conozco a mi marido. Sé que es fiel y que
me ama. Debe estar pasando algo más».
La ira hierve dentro de mí.
—¿Crees qué no he pensado eso? ¿Qué no he probado? Intenté
hablar contigo, tocarte, conectar ¿Y qué obtengo? Diferentes horarios
al acostarnos y respuestas breves y genéricas. ¿Cómo se supone que
voy a «conocer» este amor, Aiden? ¿Dónde está el amor cuando no
hay intimidad? Sin palabras, sin cariño. No hay manos buscándome
en la oscuridad.
Parpadea. Culpable.
—¿Dónde está el amor —presiono—, cuando me decías lo que te
pesaba, me pedías ideas y apoyo? ¿Dónde está el amor cuando no te
vuelves hacia mí, sino que caminas por el pasillo y cierras la puerta,
cuando han pasado meses desde que hablamos sobre quedar
embarazada y nunca preguntas al respecto?
Se estremece.
—He estado preocupado con el trabajo y distraído. Lo acepto. Lo
siento. Debí haber… hecho un mejor seguimiento…
—Lo habrías hecho —digo a través de un sollozo ahogado—. ¡Si te
importara! Tienes energía y atención, Aiden, para las cosas que te
importan… trabajo y trabajo.
—Eso no es justo —dice bruscamente—. El trabajo es para nosotros.
El trabajo es como te amo… —Se interrumpe, mirando al suelo—. Yo
no… no me refiero a eso exactamente. El trabajo es una de las formas
con las que te demuestro que te amo. Al trabajar duro, estamos
protegidos, estamos económicamente seguros.
Suspiro y me dejo caer sobre el colchón. Esta conversación.
Otra vez.
Aiden creció en la pobreza extrema, con una madre soltera que
luchaba para llegar a fin de mes. Un padre que los dejó cuando Aiden
era un niño pequeño. Y lo entiendo, al menos en abstracto: la pobreza
es traumática. Las preocupaciones de Aiden sobre el dinero, su
necesidad apremiante de tener todas las facturas en una hoja de
cálculo de Excel, detalladas, pagadas exactamente una semana antes
de su vencimiento, de abordar los préstamos lo antes posible desde el
punto de vista financiero, de trabajar y trabajar y trabajar, se deben a
que creció sin comer algunos días, usando zapatos y ropa que le
quedaban pequeños, tomando trabajos manuales debajo de la mesa
desde que tenía diez años. Cómo trabaja y vive ahora se deriva de eso.
Eso y su ansiedad, esas dos cosas están inextricablemente unidas,
cómo creció y cómo es su cerebro.
Y lo amo por lo que es. Nunca le desearía lo contrario, pero eso no
significa que siempre pueda entender cuán profundamente lo
impacta su pasado. Toda mi vida he estado segura y cómoda. Mi papá
es oncólogo, veterano militar con pensión. Mi mamá es frugal. Claro,
tuvimos un par de años difíciles cuando los gastos imprevistos se
acumularon rápidamente, pero siempre pudimos recuperarnos, a
diferencia de tantas personas en este país para quienes un golpe de
mala suerte puede significar elegir entre medicamentos que salvan
vidas y electricidad, enfrentando desalojo, inseguridad alimentaria y
el colapso total de sus vidas.
Gente como Aiden y su mamá.
Así que siempre he tratado de honrar la forma en que maneja los
ecos de eso en la edad adulta, ser su mayor apoyo, alentar sus sueños
para que tenga éxito y estoy muy orgullosa de él. Es un profesor con
buena reputación en una excelente universidad. Capacita a los
estudiantes para que tengan mentes comerciales seguras y creativas
y asesora a jóvenes como él que no tienen antecedentes de apoyo o
administración financiera.
Aiden es un hombre consumado y admirable. Solo se ha convertido
en un marido de mierda. Y no puedo seguir diciendo que uno es
mutuamente excluyente del otro. Él puede ser ambos. Puede ser
bueno para los demás y malo para mí.
—Freya —dice en voz baja, acercándose a mí como si fuera un
animal acorralado y gruñendo, que es exactamente como me siento.
—¿Qué, Aiden?
Traga nerviosamente.
—La otra noche, en la galería de arte. Tu bebida no era… No había
nada de alcohol en ella.
Parpadeo hacia él, tratando de reconstruir lo que está preguntando.
Entonces me doy cuenta. Quiere saber si estoy embarazada.
—Bueno, tendríamos que tener sexo para tener un bebé.
Se estremece.
—Entonces, no, Aiden. No estoy embarazada. —La verdad surge
abrasadora, ardiente y amarga, pero entonces sucede algo que hace
que el dolor se doble sobre sí mismo: los hombros de Aiden caen,
como si estuviera aliviado.
Mi boca se abre.
—¿Qué fue eso?
—¿Qué? —dice Aiden—. ¿Qué fue qué?
—Tú solo… Aiden, solo suspiraste como si hubieras esquivado una
bala.
—¿Lo… hice?
—Lo hiciste. —Salto de la cama y doy un paso más cerca de él—.
Simplemente te relajaste.
Se frota la cara.
—Bien —gruñe, bajo y apretado mientras sus manos caen—. Me
relajé. Perdóname por sentir un poco de alivio porque no estás
embarazada, mientras estabas a punto de dejarme. Perdóname si me
gustaría que todo se resolviera antes de que traigamos un bebé a la
mezcla…
—Porque siempre hay que resolverlo antes… ¡Dios no lo quiera!
Que hagamos algo por pasión, por deseo o por amor. ¡Mierda, Aiden!
—Me alejo pisoteando, arrancándome la camiseta de espaldas a él.
Lo escucho tomar aire, siento su respuesta a mí desde el otro lado
de la habitación. Que se joda. No me importa. Puede tener bolas
azules para la eternidad. Ciertamente he estado sufriendo lo
suficiente los últimos dos meses.
Después de ponerme un sostén, me vuelvo a poner la camisa por
encima de la cabeza y pisoteo por el pasillo. Me pongo mis zapatillas
y agarro mi bolso.
—¿A dónde vas? —pregunta Aiden bruscamente.
Mi auto. Luego a In-N-Out. Donde pediré unas papas fritas grandes
y un batido de fresa y me comeré mis sentimientos en el
estacionamiento, mientras lloro y canto mi lista de reproducción
titulada, acertadamente, Todas las emociones. Va a ser catártico como
la mierda.
—No es asunto tuyo. —Recojo mis llaves y corro hacia la puerta.
—Freya —me llama, siguiéndome a través del vestíbulo—. No
huyas. Quédate y lucha. Eso es lo que hacemos. Eso es lo que siempre
hemos hecho.
Me congelo, mi mano se detiene sobre la manija de la puerta. Miro
por encima del hombro y me encuentro con sus ojos.
—Tienes razón. Lo hacíamos, pero luego renunciaste, ahora
renuncio también.
—¡Freya!
Cierro la puerta y grito por encima del hombro:
—No me sigas.
—Esto no es exactamente lo que tenía en mente para fika —
murmura mamá, buscando trajes de baño—. Ya que fue el café y
panecillo más rápido que he tomado y apenas hablamos.
Le sonrío tímidamente.
—Lo siento. Es simplemente una locura en el trabajo en este
momento.
Y sabía que, si volvía a casa y tomaba tu café con infusión de cardamomo,
el pastel kladdkaka que sabes que amo, habría llorado a mares y te lo habría
contado todo.
Y no le voy a decir una mierda. Porque hemos puesto fecha a esta
escapada vacacional para su aniversario. La única semana que
funcionó con el horario de todos, en su mayoría para adaptarse a la
carrera futbolística de Willa y la capacidad de mi padre para alejarse
de sus pacientes, una semana que me provoca náuseas y será
demasiado pronto. No monopolizaré la energía emocional de mi
madre con su preocupación por mi matrimonio, tan cerca de su
escapada y ciertamente no arruinaré sus vacaciones con eso tampoco.
Aiden y yo seremos la viva imagen de la felicidad en este viaje.
Sonreír, besar cuando sea absolutamente necesario, abrazar, actuar
con normalidad. Mis hermanos ya han jurado guardar el secreto y
entienden que no quiero arruinar lo que se supone que es un regalo
para nuestros padres, con mi drama. Todos están de acuerdo con mi
plan para que las cosas funcionen sin problemas.
¿Es un mal momento? Sí. ¿Es más o menos lo último que
necesitamos? Sí. Desde la explosión en nuestro dormitorio, las cosas
son forzadas e incómodas entre Aiden y yo. Estamos a punto de
comenzar la consejería matrimonial, lo que me da náuseas solo de
pensarlo. Luego está la planificación de un viaje que implica cambios
en la rutina, nuevos entornos y gastos adicionales, lo que exacerba la
ansiedad de Aiden. Además de todo eso, cuando apenas puedo
aferrarme a la esperanza de que mi matrimonio sea salvable, tendré
que pasar una semana fingiendo que las cosas son infinitamente
mejores de lo que son.
Apesta, pero es lo que hay que hacer.
—¿Y cómo está Aiden? —pregunta mamá.
Utilizo mi búsqueda a través de los trajes de baño para ganar
tiempo.
—Un poco estresado por el trabajo, pero está bien.
—¿Y ustedes dos? ¿Cómo están?
Mi cabeza se sacude.
—¿Qué?
—Los matrimonios tienen sus altibajos, por supuesto —dice, y
vuelve a mirar el estante que tengo delante—. Tu padre y yo
ciertamente los hemos tenido.
Le digo a mi corazón que deje de intentar salirse de mi pecho.
—¿En serio? Ustedes nunca han parecido nada más que…
perfectos.
—A veces, Freya, vemos lo que queremos ver en lugar de lo que
realmente está ahí. Tu papá y yo hemos tenido dificultades, pero
hemos tratado de manejarlo de manera apropiada por nuestros hijos
y a través de nuestras luchas, hemos aprendido a hacerlo mejor. Ves
el fruto de ese trabajo.
Se me hace un nudo en el estómago mientras vacilo, cuando estoy
tan cerca de contarle todo. Amo a mi mamá. Confío en ella y sé que
tendrá sabiduría para mí, pero simplemente no me atrevo a sacar a
relucir mi infelicidad justo cuando nos dirigimos a su celebración.
Después, cuando volvamos, y las cosas se calmen, después de eso, le
diré.
—Hum —dice mamá, levantando un sexy traje de baño negro de
dos piezas y lo sostiene contra mi cuerpo—. Este te tiene escrita por
todas partes, Freya. ¿Qué opinas?
Abro la boca para responder, pero antes de que pueda, una
vendedora que recoge ropa probada del perchero fuera de los
probadores dice:
—Oh, eso te quedará hermoso.
Se lo dice a mi mamá. Mi madre, que tiene el aspecto de Claudia
Schiffer: alta y delgada, ojos muy abiertos y pómulos dramáticos. Si
bien tengo los ojos pálidos y la estructura ósea de mi madre, su
cabello rubio claro y la mínima separación entre mis dientes frontales,
soy absolutamente del lado de la familia de mi padre del cuello para
abajo: hombros anchos, musculosa, con senos, caderas y muslos
grandes.
Una niña desnutrida escandinava, no soy.
Incluso con una representación cada vez mayor de cuerpos
diversos, con el hecho de que las tiendas de lencería y trajes de baño
ahora cuentan con modelos curvilíneas luciendo su mercadería, esto
todavía sucede todo el tiempo. Esos comentarios improvisados y
recordatorios de que las personas simplemente no pueden entender
el hecho de que puedo tener una figura grande y en realidad no
quiero cubrirme. El concepto de que «alguien como yo» puede usar
un traje de dos piezas es aparentemente revolucionario. Si uso algo que
nadie pensaría dos veces si lo usara una persona delgada,
automáticamente me convierte en una guerrera de la positividad
corporal, en lugar de solo una mujer que usa lo que le gusta.
Por lo general, no me molesta, porque soy consciente de que hay
personas que simplemente no saben que están defendiendo la
vergüenza corporal o que son completamente idiotas. Intento no
preocuparme por ellos, pero por alguna razón, esto me duele. He
estado aquí una docena de veces. Esta mujer nos ha atendido antes.
Es diferente cuando es alguien que te conoce. Duele.
—Esto —dice mi madre con frialdad—, es para mi hija.
La vendedora titubea, sus ojos se mueven hacia mí, antes de tomar
un largo barrido de mi cuerpo, parpadea un par de veces.
—¡Vaya! —dice, nerviosa. Sus mejillas rosadas—. Tonta de mí. No
pensé que lo tuviéramos en su talla.
—¿Qué? —dice mi mamá. Su voz es tan fría como el hielo.
El color de la vendedora desaparece más rápido de lo que puedo
murmurar: oh, mierda, en voz baja, porque podría ser una mamá oso,
pero lo aprendí de la mejor y no le gano en nada. Ver que provocan a
Elin Bergman cuando ve a uno de sus hijos amenazado me asusta y
es a mí a quien está protegiendo.
—¡Estoy segura de que se verá genial! —dice la mujer con torpeza,
tratando y fallando, de cubrir sus huellas.
Mamá pone los ojos en blanco y empuja el traje de baño en el
perchero.
—Vamos —me dice en sueco—. Estoy disgustada con ella. Nos vamos
a otro lado.
Los ojos de la vendedora rebotan entre nosotras. Mi madre está
tranquila y calmada como siempre, pero tiene maneras sutiles de
meterse con la gente cuando la enfadan. Los estadounidenses no
podemos soportar cuando las personas hablan en diferentes idiomas
a nuestro alrededor. Traiciona nuestro egoísmo intrínseco: siempre
estamos convencidos de que se trata de nosotros. La ironía, por
supuesto, es que mamá juega directamente con eso.
—Mamá, no tengo tiempo…
—Para esto, sí, lo haces —dice—. Además, está en el camino de regreso
a tu oficina.
Miro por encima del hombro cuando la puerta se cierra detrás de
nosotras. Es la boutique favorita de mi mamá. No es demasiado
elegante ni cara, es un negocio local y con estilo. Ahora que ya no
puede oírnos, cambio a inglés:
—Pero te encanta ese lugar.
Mamá une nuestras manos.
—Así era. Hasta ahora. Nadie hace que mi hermosa Freya se sienta
menos. —Me guiña un ojo y aprieta mi mano con fuerza—. Además,
conozco el lugar perfecto.
Capítulo 6
Aiden
Playlist: From the Dining Table, Harry Styles
Freya apenas me habla desde que regresó de donde sea que haya
ido hace tres noches. Por otra parte, yo mismo he estado callado,
aunque sé que todavía está enojada porque no me sinceré con ella.
Ajá, no, todavía no le he dicho que me cagué y luego me secuestraron
sus hermanos. Lo siento por querer mantener un poco de dignidad.
—¿Cómo conseguiste una cita tan rápido? —pregunta Freya, sus
ojos miran alrededor.
El edificio del consultorio de la consejera es elegante. Toda una
pared de ventanas de vidrio nos permite ver el agua, los árboles
meciéndose con la brisa de verano y el sol de la tarde baña todo con
su luz cálida. Huele a eucalipto y té verde y paz mundial. Estoy tan
malditamente desesperado por que esta sea nuestra solución.
Abrir la boca también sería una gran solución.
Es más fácil decirlo que hacerlo. Espero que una experta me ayude
a encontrar la manera de hacerlo, porque no sé cómo confesarle todo
esto a Freya, cómo contarle todos mis miedos e insuficiencias y
confiar en que no la hará empacar e irse o darse por vencida antes de
que siquiera hayamos comenzado.
Sé que no estoy actuando como la persona que era cuando me casé
con Freya. Para ella, siempre he sido Aiden: ordenado, diligente,
atento. Ahora soy el caos y la bola del pinball, obsesionado con el
trabajo y despreciablemente distraído. Me siento tan jodidamente
roto y estoy aterrorizado de mostrarme roto delante de mi esposa.
—¿Aiden? —presiona.
Dejo atrás mis pensamientos.
—Lo siento. La Dra. Dietrich es amiga de una colega, quien le habló
por nosotros, por eso hizo una excepción para vernos después del
horario normal.
—¿Qué colega? —pregunta Freya.
—Ella es una amiga en el departamento.
—¿Ella? —Freya se detiene en seco—. ¿Quién es ella?
Me detengo con ella, la tomo suavemente por el codo y nos dirijo
hacia un lado de la habitación para que no bloqueemos la puerta.
—Ella, ¿la consejera? O ella…
—Tu colega, Aiden.
—¡Oh! Luz Herrera. —Los ojos de Freya se estrechan.
—¿Y eres lo suficientemente cercano a Luz como para intercambiar
contactos?
Abro la boca y hago una pausa. Analizo la expresión de Freya, me
inclino.
—¿Por qué preguntas eso?
Sin respuesta.
—¿Sospechas algo? —pregunto tentativamente—. Te dije que te
soy fiel, Freya.
Su mandíbula se aprieta.
—Por supuesto que no.
—De acuerdo. —Parpadeo confundido y señalo hacia la oficina de
Delilah Dietrich. Freya camina delante de mí.
—No me has respondido —dice.
Todavía estoy procesando su intensidad. Incluso si no sospecha,
tiene curiosidad, le importa, lo cual es bueno, ¿no? Si estuviera lista
para echarme para siempre, no le importaría con quién «intercambio
contactos».
—Hemos sido mentores conjuntos de algunos estudiantes —le
digo—. Uno de ellos tenía algunos problemas de salud mental y
cuando Luz y yo trabajábamos para apoyarlo no tardó en encontrar
una recomendación. Me explicó que fue un ofrecimiento de la Dra.
Dietrich, su amiga, y así fue como logró que el estudiante fuera
atendido tan rápido. En un momento de nuestra conversación Luz
mencionó que Delilah es exclusivamente consejera de parejas. Eso es
todo.
—Hum —dice Freya, sus ojos se deslizan hacia otro lado.
Incluso antes de que nos sentemos en las sillas de la sala de espera
de la Dra. Dietrich, nuestra terapeuta entra con un halo de rizos
plateados y unos anteojos con montura metálica que magnifican
significativamente sus ojos.
—Buenas noches, queridos —dice la Dra. Dietrich, entrelazando
sus manos. Lleva un vestido largo hasta el suelo de color verde salvia,
calcetines de lana, sandalias Birkenstock y un suéter tejido color arena,
nos saluda—. Adelante, justo por aquí.
La Dra. Dietrich entra en su oficina y revuelve su escritorio, que es
un desastre, levanta una taza de té que estaba sobre un trozo de papel,
este se pega y se rompe cuando los separa. El desorden me hace
estremecer. Freya, sin embargo, se sentirá como en casa con este
alegre caos.
—¿Están cómodos? —pregunta la Dra. Dietrich mientras nos
acomodamos, parpadea como un búho a través de sus lentes.
Freya asiente. Me quito el suéter y trato de ignorar el desorden que
hay sobre el escritorio de la Dra. Dietrich. Parece notar mi atención
mientras se sienta y sonríe.
—¿Te hace sentir incómodo? —pregunta—. Mi desorden
organizado.
Me muevo en el sofá, queriendo hacer lo que siempre he hecho con
Freya, que es pasar un brazo alrededor de ella y acercarla. Enterrar
mi nariz en su cabello y respirar su familiar aroma a limón de verano,
pero no puedo, cada átomo de su cuerpo grita no me toques.
Así que entrelazo los dedos y empujo mis manos entre mis rodillas.
—Un poco —admito.
Freya pone los ojos en blanco.
—Es un fanático del orden.
—Si por fanático del orden te refieres a que mantengo nuestra casa
organizada para que puedas encontrar las cosas.
—Encuentro las cosas —dice Freya a la defensiva.
Arqueo una ceja.
—La mayor parte del tiempo —corrige, mira hacia otro lado y
levanta la barbilla un poco desafiante. En el pasado, cuando hacía eso,
apretaba su mandíbula y yo la besaba. Primero, una fuerte presión de
labios, luego mi lengua, convenciendo a su boca para que se abriera.
Sus manos empuñarían mi camisa y empujaría su pelvis contra la
mía. Luego la empujaba contra la pared del pasillo y nos besábamos
hasta llegar al dormitorio.
Mis manos ansían hacerlo: tocar la línea de su mandíbula, acariciar
su suave y cálida piel y acercar su suave boca a la mía. Porque el tacto
siempre nos ha unido, pero eso es parte de nuestro problema. Incluso
el toque familiar y amoroso que decía tanto cuando tenía dificultades
para comunicarme, ni siquiera eso nos une más.
Estamos lejos de abrazarnos y reconciliarnos. Lo sé ahora.
La Dra. Dietrich sonríe antes de sorber su té.
—¿Así que ustedes dos tienen personalidades bastante diferentes?
—Oh sí —dice Freya rápidamente—. Prácticamente opuestos.
Frunzo el ceño.
—¿Por qué lo dijiste así?
La Dra. Dietrich deja su té. Freya no responde.
—Me estoy adelantando —dice suavemente la Dra. Dietrich—.
Primero, díganme por qué están aquí.
El silencio cuelga entre Freya y yo. Finalmente, le digo:
—Le pedí a Freya que viniera y dijo que sí.
—¿Y por qué le pediste que viniera?
—Porque me echó de casa hace unas semanas…
—Yo no te eché, Aiden —dice Freya, con voz tensa—. Te pedí un
poco de espacio.
Exhalo lentamente, tratando de no estar a la defensiva, de
traicionar cuánto duele que me pidiera que me fuera.
—Tenías una maleta preparada para mí, Freya y un boleto de
avión…
—A la cabaña de mi familia, que es como un segundo hogar para ti
—interviene Freya.
—Dejemos que Aiden termine sus pensamientos, Freya, luego
puedes discutir con él —dice la Dra. Dietrich con naturalidad.
La mandíbula de Freya cae.
Me aclaro la garganta nerviosamente.
—Freya me pidió que me fuera para poder tener algo de tiempo y
espacio para pensar. Desde que regresé, hemos estado en un patrón
de espera en el que no quiero permanecer. Creo que necesitamos
ayuda para salir de él. Yo al menos necesito ayuda. Freya accedió a
venir cuando le dije eso.
—Freya —dice la Dra. Dietrich—. Tu turno. Quiero escucharte.
Freya mira hacia otro lado, sus ojos buscan la vista por la ventana.
—Durante los últimos… seis meses, supongo, sentí un cambio en
nuestro matrimonio, como si nuestra conexión hubiera sido arena
deslizándose entre mis dedos y no importaba lo fuerte que agarrara,
no podía dejar de perderla. Traté de preguntarle a Aiden qué estaba
pasando, pero ha sido evasivo y me sentí… derrotada. Así que pedí
espacio, porque ya no podía soportar seguir con la corriente.
»Si me hubieras preguntado, cuando nos casamos, si podía
imaginar que nuestra comunicación alguna vez se rompería de
manera tan fundamental, que me sentiría así de entumecida y sin
esperanza, que Aiden podría desconectarse y cegarse a mis
sentimientos, me habría reído en tu cara. Sin embargo, aquí estamos.
La Dra. Dietrich asiente sombríamente.
—De acuerdo, gracias a los dos. Entonces, Aiden, dijiste que crees
que necesitas ayuda para salir de tu patrón de espera. ¿Puedes
compartir con qué necesitas ayuda?
Mi corazón late con fuerza cuando las palabras de Freya resuenan
dentro de mi mente. Mis peores temores se confirman: todos mis
intentos de guardarme los peores síntomas de mi ansiedad, de
aguantar y superar esta temporada estresante, de ocultar cuán
profundamente me estaba afectando y proteger a Freya, han
fracasado épicamente.
Pero no es solo tu ansiedad, susurra esa voz en mi cabeza. Es lo que la
ansiedad le ha hecho a tu cuerpo. A tu vida amorosa y eres demasiado
orgulloso para admitirlo.
—Yo… —Miro a Freya, tengo tantas ganas de tomar su mano, de
contarle todo, pero ¿cómo? La miro fijamente, luchando por
encontrar las palabras.
—¿Sí? —dice suavemente la Dra. Dietrich.
—Mencioné en mi formulario de admisión que tuve una educación
difícil, lo que trae consigo ciertos factores desencadenantes y tengo
un trastorno de ansiedad generalizada. —Las palabras salen
corriendo de mí—. Bueno, en los últimos meses, mientras las cosas se
pusieron… tensas entre nosotros, mi ansiedad a menudo ha sido alta.
Pensé que podría arreglarlo antes de que ella se diera cuenta, antes
de que comenzara a hacer preguntas y a presionarme para obtener
respuestas. En el pasado había manejado mejor mi ansiedad y los
síntomas que la acompañaban. Podía hacerlo de nuevo. Solo tenía que
esforzarme más, luchar más duro, ejercitarme, comer bien, mantener
mi horario de sueño, respirar profundo y meditar en el camino al
trabajo.
Sí, lo cual funcionó tan bien que sufriste un ataque de pánico y tuviste que
detener el auto.
—¿Por qué es eso? —pregunta la Dra. Dietrich—. ¿Qué ha estado
elevando tu ansiedad?
El sudor se desliza sobre mi piel y mi corazón late con más fuerza.
—Bueno, estoy bastante motivado en el trabajo, tratando de
consolidar mi lugar en el departamento, pero también estoy
trabajando en el desarrollo de una oportunidad comercial que nos
mantendrá financieramente seguros. Y sí, lo estoy persiguiendo, en
parte, para calmar mis preocupaciones económicas, pero también
porque es simplemente responsable. Es lo correcto para mi familia. El
problema es que los riesgos y los posibles fracasos que presenta mi
trabajo a menudo desencadenan mi ansiedad, por lo que es una
especie de círculo vicioso. Entonces, cuando es tan malo, hace…
Confiesa. Dilo. Dile que planear un bebé hizo que tu ansiedad volara por
las nubes. Dile que tu cerebro está inundado de cortisol y adrenalina, girando
con preocupaciones y fantasías negativas…
Mi boca funciona, mis manos se cierran en puños hasta que me
duelen los dedos.
Dile que es casi imposible relajarte lo suficiente como para sentirte
excitado o permanecer excitado o terminar, que si aumentaras la dosis de la
prescripción para tratar tu ansiedad, sería aún peor.
Díselo.
Muerdo mi mejilla hasta que sangra, el dolor y la vergüenza se
enredan dentro de mí. Sé que le he ocultado más de lo que nunca
quise, consciente de que la honestidad es oro y la comunicación es
clave, pero Dios, he tenido mis razones. Porque conozco a mi esposa.
Si le contara a Freya mi problema, sé exactamente lo que haría. Dejaría
de lado sus planes, atenuaría sus esperanzas. Volvería a tomar la
píldora, me aseguraría que podemos posponer el embarazo…
Silenciosamente, la aplastaría y no estoy en el negocio de aplastar
a mi esposa.
Freya me mira con curiosidad.
—¿Por qué no me lo dijiste, Aiden?
—Porque no es solo mi ansiedad, Freya. Es… —Exhalo
temblorosamente, flexionando mis manos, pasándolas por mi
cabello—. Es que mi ansiedad… afectó mi impulso sexual. No sabía
cómo hablar de uno sin confesar lo otro, así que me lo guardé y no
debería haberlo hecho. Lo siento.
Ahí. Una verdad parcial.
También conocida como mentira por omisión.
Freya se recuesta, sus ojos me buscan. La he aturdido.
La Dra. Dietrich asiente.
—Gracias, Aiden, por abrirte al respecto. Me gustaría preguntar
algo, como seguimiento: ¿Por qué te sentiste incapaz de decirle a
Freya que tu ansiedad es fuerte en este momento y que está teniendo
un impacto en tu vida sexual?
Me encuentro con los ojos de Freya.
—No quería ser una carga para ella. Freya ya me apoya mucho.
Solo… traté de concentrarme en mejorar, en lugar de poner más sobre
sus hombros.
—Podrías habérselo dicho y haber estado trabajando en ello —dice
la Dra. Dietrich.
Y un espeso silencio cuelga en la habitación.
Pero entonces habría tenido que admitir… todo lo que la ansiedad
le estaba haciendo a mi cuerpo, lo lejos que me estaba enviando de
ella.
—Creo… —Me aclaro la garganta bruscamente—. Creo que tenía
miedo de admitirlo, incluso a mí mismo, lo serio que se había vuelto y
mucho menos ante Freya.
La Dra. Dietrich asiente lentamente.
—Si no somos honestos con nosotros mismos, no podemos ser
honestos con nuestra pareja. Esa es una buena percepción de ti
mismo. Me alegra oírlo. Ahora, tu ansiedad está medicada y estás en
consejería, ¿correcto?
—Sí.
—Te mereces atención y apoyo, Aiden. Por favor, asegúrate de
mantenerte al día con eso.
Sí. En todo mi amplio tiempo libre.
—Haz tiempo —dice la Dra. Dietrich, como si acabara de leerme la
mente—. ¿Freya? —pregunta suavemente—. ¿Pensamientos, después
de escuchar eso?
Freya me mira con expresión herida.
—Ojalá lo hubiera sabido, Aiden. Por lo general, eres tan
transparente acerca de tu ansiedad y siempre agradezco saberlo para
poder estar ahí para ti. Escucharlo justo ahora… es difícil. Me siento
excluida. Otra vez.
Rozo mis nudillos con los de Freya.
—Lo siento.
Me mira fijamente durante un largo momento, luego se limpia una
lágrima que se le ha caído.
—Bueno, ahora que tenemos algunos sentimientos iniciales ante
nosotros, ahora que tengo una idea de lo que estamos abordando —
dice la Dra. Dietrich—, permítanme retroceder brevemente diciendo
la línea de mi compañía: Hay una mentira que nos hemos dicho en
nuestra cultura, creemos que la sintonía de nuestra pareja romántica
y nuestras emociones y pensamientos debe ser casi psíquica y ese es
el barómetro de nuestra intimidad. Si sentimos que no están
«entendiendo» nosotros razonamos que hemos dejado de tener esa
mágica conexión íntima.
»Pero ese no es el caso. Lo cierto es que cambiamos y crecemos
significativamente en nuestra edad adulta y para mantenernos cerca
de una pareja comprometida, tenemos que seguir aprendiendo de
ellos, examinando si nuestro crecimiento es compatible o divergente.
Sin embargo, no podemos saberlo hasta que tomemos medidas para
comprender a nuestra pareja, particularmente cuando cambia hasta
el punto de sentir que no la reconocemos. Si descubrimos que
podemos comprometernos y apreciar y valorar su evolución, que
ellos pueden corresponder esos sentimientos por nosotros, hemos
redescubierto la intimidad.
—Entonces, ¿qué tiene esto que ver con nosotros? —pregunto—.
¿Estás diciendo que hemos cambiado?
Ella inclina la cabeza.
—¿No es así?
Freya se remueve en el sofá.
—Realmente no había pensado en eso, pero sí. Obviamente hemos
cambiado desde que teníamos veinte años.
—Y tal vez sus patrones para practicar y cultivar la intimidad no
hayan cambiado con ustedes —dice la Dra. Dietrich—. No han
acomodado sus sueños y sus deseos, su salud mental y sus
necesidades emocionales.
Mira deliberadamente entre nosotros. Ambos retrocedemos.
—Pero ¿la intimidad no está simplemente… ahí… o no? —
pregunta Freya después de un momento de silencio—. Mientras
ambos sigan comprometidos el uno con el otro, debería estar allí,
¿verdad?
—Oh, Dios mío, no. —La Dra. Dietrich toma un sorbo de té y luego
nos mira—. La intimidad no es intuición. Ni siquiera es familiaridad.
La intimidad es trabajo. A veces es un trabajo feliz, como recoger
manzanas maduradas por el sol que caen sin esfuerzo del árbol y
otras veces es como buscar trufas: de rodillas, desordenado,
ineficiente, es necesario desenterrarlas y tal vez quedar sin nada en el
primer intento, antes de encontrar la veta madre.
Freya arruga la nariz. Odia las trufas.
La Dra. Dietrich parece darse cuenta.
—Sí, esa metáfora tiende a quedar mal con los comedores
quisquillosos, pero bueno, ¡no podemos ser todo para todas las
personas!
El silencio cuelga en la habitación. La sonrisa de la Dra. Dietrich se
desvanece suavemente.
—Sé que esto es difícil y estoy poniendo más en sus cabezas que
aliviándolos, como creen que debería hacerlo un terapeuta.
Desafortunadamente, así es como comienza esto. Desordenado,
abrumador y difícil de resolver. ¿Pero adivinen qué? Ustedes se
eligieron hoy. Dejaron de lado sus apretadas agendas, desembolsaron
el dinero que tanto les costó ganar y dijeron que creen el uno en el
otro, lo suficiente, como para presentarse e intentarlo. Así que dense
palmaditas en la espalda.
Cuando ninguno de nosotros la toma literalmente, vuelve a sonreír.
—No, realmente. Háganlo.
Nos damos palmaditas torpemente.
—Excelente —dice ella—. Así que la consejería matrimonial es
como cualquier nueva forma de ejercicio intenso: trabajamos duro,
luego nos relajamos y damos un descanso a nuestros músculos, un
enfriamiento. Han hecho mucho hoy, así que ahora vamos a cambiar
de marcha.
Parpadeo hacia ella.
—Hablamos durante quince minutos.
—Veinte, en realidad. ¡Y qué veinte minutos han sido! —dice
animadamente.
Freya se frota la cara.
—Entonces —dice la Dra. Dietrich, alcanzando detrás de ella—. Sin
más preámbulos…
Una caja aterriza con un golpe en el suelo.
Miro el juego de mi infancia.
—¿Twister?
—Sí, amigos. Vamos a calentar… suponiendo que nadie se siente
físicamente inseguro o incapaz de soportar el contacto físico. Sus
formularios de admisión dijeron que no, pero estoy comprobando de
nuevo. ¿Ha cambiado algo para alguno de ustedes?
Freya niega con la cabeza.
—No. Estoy bien —dice.
Asiento con la cabeza.
—Yo también.
—Excelente. Quítense los calcetines, oh, miren eso. —La Dra.
Dietrich se inclina y despliega la alfombrilla y la tabla con el indicador
giratorio, moviendo los pies con calcetines dentro de sus
Birkenstocks—. Ambos llevan sandalias sin calcetines. Interesante.
Freya me mira mientras una sonrisa se asoma en las comisuras de
sus labios. Le devuelvo la sonrisa y por un momento está ahí, la
chispa en sus ojos. El más tenue hilo de conexión.
—En el piso, entonces —dice la Dra. Dietrich, empujando su silla
hacia atrás—. ¡Qué empiece el juego!
Capítulo 7
Aiden
Playlist: Train North, Ben Gibbard y Feist
El agua es perfecta, pero sentir los ojos de Aiden sobre mí, lo hace
aún mejor.
Intenta saltar desde esto hacia tu estúpido teléfono.
Me sumerjo debajo de una ola, siento que el océano me envuelve
en ese magnífico silencio que te saluda cuando estás bajo el agua. Es
tan pacífico, tan silencioso debajo de las olas y mientras mis pulmones
pueden soportarlo, floto debajo de la superficie del agua, mientras
siento el ritmo de una nueva ola rompiendo.
Entonces un brazo fuerte me levanta, aplastándome contra un
pecho duro y sólido.
—¡Freya! —La voz de Aiden es cruda, sus ojos me buscan
salvajemente mientras jadeo por la sorpresa—. ¡Santa mierda! No
hagas eso.
Lo miro boquiabierta.
—¿Qué…
Me besa profunda y frenéticamente.
—Santa mierda —murmura, aplastándome contra su pecho de
nuevo. Sus brazos están tan apretados a mi alrededor que apenas
puedo respirar—. Me asustaste, Freya. No salías.
—Estaba disfrutando del agua —susurro contra su hombro,
tambaleándome por su intensidad, con ternura, sus manos recorren
mis brazos como si estuviera asegurándose de que realmente estoy
allí. Luego acuna mi cabeza contra su pecho, donde siento que su
corazón late con fuerza—. Estoy bien, Aiden.
—Yo no —dice honestamente.
Por un momento, disfruto de su atención, su preocupación y la
urgencia en su toque. Me muerdo el labio, recordando el calor de su
boca sobre la mía, pero luego el agua golpea entre nosotros,
volviéndome a la realidad. Retrocedo lo poco que puedo de su fuerte
agarre, odiando la facilidad con la que respondo a su toque.
Aiden todavía me sostiene cerca, mi suavidad aplastada contra su
firmeza. Aparto la mirada, trato de adormecerme por lo bien que se
siente.
—No fue mi intención asustarte —le digo—. Ni siquiera pensé que
me notarías.
—No notarte —murmura, sosteniendo mi rostro e inclinando mi
cabeza hacia atrás hasta que nuestros ojos se encuentran—. Freya, por
supuesto que sí.
Trago lentamente mientras su pulgar se desliza a lo largo de mi
garganta.
—Por supuesto que lo hago —susurra.
Sus ojos son tan azules como las olas del océano que nos rodean,
brillan bajo el sol y no es la primera vez que noto lo fascinantes que
son, lo hermoso que es. A veces desearía no sentirme tan atraída por
él, que cuando lo viera a los ojos no fuera arrastrada a sus
profundidades turquesas, que no cayera profundamente, pero sigo
cayendo.
Aiden exhala lentamente, estabilizándose.
—Siento haberte magullado la cara. Fue mitad resucitación
cardiopulmonar y mitad, oh, gracias al cielo estás viva.
Antes de que pueda responder su cabeza gira bruscamente hacia
una ola entrante. En un entendimiento tácito llenamos nuestros
pulmones de aire, luego nos sumergimos juntos en el agua cuando se
estrella sobre nuestras cabezas. Los sonidos del océano nos
envuelven, mientras Aiden me abraza y cuando la ola se despeja,
salimos corriendo a la superficie.
Nuestros pechos chocan, luego nuestras narices, mientras ambos
perdemos el equilibrio y nos abrazamos para estabilizarnos. Estable
de nuevo, entrecierro los ojos contra el sol y el agua salada en mis
pestañas mientras Aiden me mira. Sus pulgares limpian suavemente
debajo de mis ojos, su cuerpo cálido contra el mío.
Empiezo a alejarme de nuevo, pero él me detiene, sus manos
envuelven mis hombros.
—Freya.
—Aiden.
Traga bruscamente.
—Siento lo de la otra noche, cuando contesté mi teléfono fue… Me
siento terrible. Lo lamento tanto.
Empujándonos desde la arena, nadamos a través de una ola
creciente y la dejamos pasar sobre nosotros hasta la orilla.
—Eso has dicho.
—Pero claramente todavía estás enojada.
Dolida, avergonzada y humillada.
—Bueno, Aiden, atendiste una llamada cuando estaba medio
desnuda y a punto de tener un orgasmo en el mostrador de la cocina,
así que, sí, no es bueno para la autoestima.
—Freya, dije que lo siento y lo dije en serio. No tuvo nada que ver
con cuanto te deseo.
Me río en vano.
—De acuerdo. Excepto que tus acciones hablan más fuerte que tus
palabras. Lo han hecho durante meses. Una cosa es decirme que tu
deseo sexual se ve afectado, pero ¿tu deseo sexual incluye abrazos,
Aiden? ¿Un verdadero abrazo cálido? ¿Un beso de buenas noches?
¿Solo un poco de cariño y honestidad? Eso es todo lo que quería. No
necesitaba que me tomaras apasionadamente, pero no creo que ansiar
lo más mínimo de ser la mujer que deseas, sea mucho pedir.
Suspira, pasándose la mano por la boca y la barba. Lo miro
fijamente, este hombre que de alguna manera se parece en todo y en
nada a la persona con la que me casé.
¿Cómo sucedió esto? ¿Cómo prometes tu vida a alguien, sabiendo
que ambos cambiarán? ¿Cómo se prometen el uno al otro hasta que la
muerte los separe y ser felices para siempre, sabiendo que más
matrimonios terminan de los que sobreviven?
Te dices a ti misma que eres diferente. Somos diferentes.
Pero no lo somos. Solo somos Freya y Aiden, flotando en el Pacífico,
sin idea de cómo terminará nuestra historia y lo odio. Odio no saber.
Odio desearlo y temer lo que sucederá si me rindo. Estoy tan cansada,
hasta los huesos, cansada de sufrir y existir en este purgatorio marital
ambiguo y de mierda.
Como si sintiera que estoy lista para salir corriendo, Aiden me hala
suavemente a través del agua hasta que es más profunda y las olas
nos rodean en lugar de chocarnos en su curso hacia la orilla.
Sus ojos buscan los míos.
—Freya, me equivoqué. El trabajo se me escapó. Dejé que me
absorbiera demasiado, lo admito y tengo una respuesta instintiva
cuando mi teléfono suena porque me preocupa perderme algo
urgente de Dan para la aplicación. No se trataba en absoluto de no
quererte. Aunque te escucho. Entiendo lo que dices. Que mi
comportamiento no lo demuestra. Que no lo ha hecho en mucho
tiempo y lo siento.
Ruedo sobre mi espalda y floto suavemente ahora que estamos en
una parte más tranquila del agua. Los ojos de Aiden recorren mi
cuerpo y traga con fuerza. Apenas reprimo una sonrisa de vengativa
satisfacción.
—Ya acepté tu disculpa.
—Pero todavía estoy sufriendo las consecuencias.
Dios, los hombres realmente no lo entienden a veces. Quieren
disculparse para borrar el dolor, pero el dolor tarda en sanar. Puedes
perdonar y sentir dolor mientras te recuperas de la herida.
—Supongo que sí —le digo—. Y tu penitencia continúa mañana.
—¿Qué pasa mañana? —pregunta con cautela.
—Los chicos tienen planes para ustedes, tan pronto como lleguen
Willa y Ryder.
Gime.
—Oh no.
—Oh sí.
—Maldita sea —murmura, sumergiéndose bajo el agua y luego
volviendo a subir.
Mis ojos vagan, traicioneramente, hacia Aiden y el agua que corre
por su duro pecho mientras la brisa marina nos envuelve y sus
pezones planos y oscuros se tensan. Me recuerda como se estremece
cuando mi lengua los recorre, cuando mi mano se desliza por su
estómago.
El agua rueda debajo de mí como un regaño, contrólate.
—Siempre puedes no unirte a ellos —le digo, asegurándome de
que mi tono se escuche uniforme y sin afectación—. Estoy segura de
que tienes trabajo que hacer.
—¿Puedes dejar las críticas sobre el trabajo, Freya? Cristo.
Le dirijo una mirada helada de reojo.
—Tienes razón. ¿Por qué pensaría que planeas trabajar?
Su párpado izquierdo se contrae, revelando cuánto realmente le
molestó. Lo presiona con un dedo.
—Le dije a Dan que estaría disponible con moderación.
—Con moderación —repito con escepticismo—. Hum, bueno,
mientras luzcas una sonrisa con mis padres, eso es todo lo que
necesito.
—No planeaba ser desdichado en privado —dice irritado.
Al menos uno de nosotros.
Cierro los ojos y me concentro en flotar.
—No. Supuse que planeabas estar ocupado en privado.
Trabajando.
Suspira.
—¿En serio lo usarás en mi contra?
Dejo de flotar, me hundo en el agua mientras lo miro.
—¿Usarlo en tu contra? ¿Tu tendencia a que el trabajo eclipse
cualquier otra parte de tu vida, incluida tu esposa? El trabajo que te
preocupa constantemente, que contribuyó enormemente a la
implosión de nuestro matrimonio porque te lo guardaste para ti y me
dejaste al margen. Oh, hombre. Tienes razón. ¿En qué estoy
pensando, «usándolo en tu contra»?
Aiden mira hacia el agua, con el rostro tenso y los ojos bajos y una
punzada de empatía me atraviesa.
—Aiden, como he dicho, aunque duele, entiendo por qué no
hablaste de tu ansiedad, cómo afectó nuestra vida íntima. Te estabas
enfrentando a ti mismo. ¿Pero esta mierda con tu trabajo y el éxito?
No, Aiden. Es orgulloso, egoísta y no tengo tiempo para eso. Lo que
hiciste la otra noche solo cimienta la prioridad en tu vida.
Abre la boca, pero Viggo nos interrumpe gritando desde la playa.
—¡Oigan! ¡Vengan aquí!
Sin esperar la respuesta de Aiden, me alejo nadando y atrapo una
ola.
Cuando camino por la arena hacia mis padres, mi mamá entrecierra
los ojos por debajo de su sombrero de paja y sonríe.
—¿Qué piensas del agua? —pregunta.
—Está genial. ¿Has entrado?
—Sí. —Papá le da palmaditas en el muslo con cariño—. Y ella solo
me sumergió dos veces.
La sonrisa de mamá se profundiza cuando toma su libro.
—Lo merecías.
Papá se coloca las gafas de sol sobre la cabeza y mira por encima
del hombro hacia donde mis hermanos y Ziggy, se están preparando
para jugar fútbol.
—¿Vas a mostrarles a esos malcriados cómo juegan los mayores,
Freya?
—¡Perdóname! ¿Mayores?
Papá se ríe mientras le alboroto el pelo en retribución.
—¡Freya! —grita Ziggy—. No seremos porteras, ¿verdad?
Arrugo la nariz.
—Por supuesto que no.
Todos los chicos levantan las manos en señal de protesta.
—Uno a uno, el ganador decide si jugamos con porteras —grita
Oliver, torciendo su dedo hacia mí en señal de desafío.
Señalo mi pecho.
—¿Quién? ¿Yo? ¿Estás seguro? No parece justo. Soy mayor y frágil
estos días.
Oliver muestra una sonrisa arrogante.
—Es por eso por lo que lo tendremos arreglado de manera
agradable y rápida.
Viggo masajea su frente.
—No deberías haberlo dicho.
—Sí —dice Ren—. Te va a patear el trasero ahora.
Axel se desliza las gafas sobre la nariz y coloca las manos detrás de
la cabeza.
—Y voy a disfrutar viéndolo.
Corro hacia Oliver y le quito la pelota, pero pronto está justo detrás
de mí. Tiene doce años menos que yo, está en excelente estado físico,
juega fútbol en la Universidad de California, así que probablemente
no voy a ganar, pero la confianza a veces es muy útil y, por un
momento, lo tengo luchando, tratando sin éxito de ganar la posesión.
—¡Caramba, Frey! —se ríe, cuando lanzo la cadera—. Así, ¿verdad?
También me río, mientras giro, luego intento un tiro que bloquea
con el pie. Cuando Oliver tira de la pelota hacia atrás y trata de hacer
un tiro, me doy la vuelta y la pelota topa directo en mi trasero,
haciendo que todos se desternillen de la risa, incluyendo a Oliver. Lo
que me facilita robar el balón y luego patearlo a través de la portería
improvisada.
Ziggy chilla mientras corre hacia mí, lanzando sus brazos
alrededor de mi cuello.
—¡Mi heroína! ¡Sin porteras!
—Por supuesto que no habrá porteras —dice una nueva voz.
Me sobresalto, me volteo hacia Aiden y siento que mis rodillas se
tambalean.
Está de pie, el sol detrás de él, proyectando su alto cuerpo en una
sombra nítida a contraluz. Inclina la cabeza y se sacude el agua de la
oreja, haciendo que todos los músculos de su torso se flexionen.
Apenas trago un murmullo mientras mis ojos recorren su cuerpo.
Fuerte, pero no corpulento. Sólido, musculoso y duro. Hombros
redondos, pectorales grandes, el agua resplandece en su estómago
tenso y el vello oscuro apunta como una flecha debajo de la cinturilla
de sus shorts de baño. Una ráfaga de aire me abandona mientras mis
ojos vagan hacia abajo y se fijan en el grueso contorno dentro de su
traje de baño mojado, pegado a sus muslos musculosos.
Maldita sea. Estoy enojada con él y estoy en la racha más larga sin
sexo, que he tenido durante la mayor parte de una década. No es una
buena combinación.
Los ojos de Aiden se encuentran con los míos y parpadean como si
supiera lo que estoy pensando. Cierro los ojos mientras camina junto
a mí hacia mis hermanos.
No voy a mirar por encima del hombro para ver su trasero.
No miraré por encima del hombro para…
Veo y me muerdo el labio. Aiden dice que apenas ha tenido tiempo
para hacer ejercicio, pero es muy obvio que no se ha saltado las pesas.
En absoluto.
Ziggy se aclara la garganta.
—¿Qué? —espeto.
Sonríe.
—No dije nada.
—Bien. Está bien. Vamos, Zigs. Enseñémosles a esos niños cómo
jugar.
Miro a Aiden, mi estómago se retuerce cuando sonríe por algo que
dice Ren. Me sacude la memoria, recuerdo cuando solíamos jugar en
un equipo mixto de fútbol, cuando Aiden y yo lo convertíamos en
una cita.
Viajando en el auto, cantábamos nuestras listas de reproducción.
Luego, cuando estábamos allí, nos observábamos en un mar de más
personas, con ese deleite burbujeante de observar a tu persona en la
naturaleza, dándote cuenta de cuanto te gusta y lo deseas, cuan
especial es. Cuanto sabes y que nadie más sabe.
Veía su brillante sonrisa, el profundo hoyuelo que la contorsionaba,
mientras le ofrecía a alguien ese encanto sencillo que ilumina la
habitación. Notaba cuando cambiaba su peso y sus grandes muslos
se flexionaban. Mis ojos viajaban y se posaban en sus brillantes ojos
azules, la amabilidad en su rostro y lo deseaba, tan profundamente,
desde el centro de mi cuerpo hasta la punta de mis dedos. Lo deseaba
con mi corazón y mi cuerpo y esta cosa inexplicable que todavía no
puedo nombrar más que como pertenencia. Pertenencia innegable y
profunda del alma.
Esa misma sensación feroz se enrosca dentro de mí, mientras lo veo
tragar agua, reprochándole a Viggo por el ancho de las porterías
improvisadas.
Mi estómago da un vuelco inquietante, como lo hizo la primera vez
que lo vi, mirándome a través del campo. Era alto, larguirucho y
hermoso, casi demasiado hermoso. Una cara angular que sentí que
podría mirar durante toda la vida y aún no apreciarla por completo.
Pestañas gruesas y oscuras, esos vívidos ojos azules
inmovilizándome. Se sintió como un relámpago, directamente por mi
columna y miré hacia otro lado, aterrorizada. Nunca nadie me había
hecho sentir así.
Tal como lo hizo hace doce años, Aiden mira en mi dirección y
sostiene mi mirada por un largo momento. La electricidad me
atraviesa mientras sus ojos recorren mi cuerpo una vez, con avidez,
como si no pudiera evitarlo, antes de volverse hacia los chicos,
arrojando su botella de agua a un lado.
—Mírate, músculos —dice Oliver, pinchando el redondo bíceps de
Aiden—. ¿Qué te ha estado dando de comer Freya?
Aiden agarra su toalla y la lleva a su cabello, frotándolo
ferozmente.
—¿Dándome de comer? —dice, pasándose las manos por el cabello
para arreglarlo mientras tira la toalla a un lado—. Cocino la mayoría
de las noches. Freya es el sostén de la familia ahora.
La sorpresa me sacude. Lo último que esperaba con toda su
urgencia de «debo trabajar para proveer», era que anunciara que
ahora gano más que él, especialmente frente a mi padre y hermanos.
Nuestros ojos se enganchan. Su sonrisa es tentativa, pero rebosa de
orgullo y mi corazón se tuerce bruscamente.
—¡Freya Linn! —grita papá desde su silla—. ¿Por qué no sabía esto?
Me sonrojo y arrastro el pie por la arena.
—No sé. No es la gran cosa.
—¡Tiene mucha importancia! —dice mamá, sonriéndome—.
Felicitaciones, Freya, tomaremos champaña con la cena esta noche,
para celebrar.
—Gracias mamá. —Volviendo a mis hermanos, les digo—: ¿Ahora
puedo patearles el trasero en el fútbol?
Ziggy recoge la pelota y hace malabarismos antes de enviársela a
Viggo.
—Estoy con Frey, juguemos a la pelota.
Décadas de jugar, para la mayoría de nosotros, nos hace dividirnos
intuitivamente en nuestro campo de arena: Viggo se une a Ziggy y a
mí contra Ren, Aiden y Oliver, lo cual es bastante justo. Axel se pone
en el medio. Jugará en una posición central y cambiará a la ofensiva
con cualquier equipo que tenga la posesión, para igualarlo.
Frankie presiona un botón en su teléfono y emite un silbido para el
inicio.
Y muy pronto queda claro que Aiden se siente muy deportivo o
está buscando una pelea, porque inmediatamente está allí, con las
manos en mi cintura, peleando por la posesión. Su intensidad, el calor
de su cuerpo duro contra el mío, se siente como si cerrara el círculo.
Al igual que la primera vez que nos conocimos, está en mi trasero.
Literalmente.
Y ahora recuerdo lo mucho que me puede enfurecer cuando
jugamos en equipos opuestos. Somos mucho, mucho mejores cuando
estamos del mismo lado, persiguiendo el mismo objetivo.
—Eres terriblemente mañoso —le digo.
—Se llama defensa —dice, alcanzando la pelota.
—Me las arreglo para jugar a la defensiva sin manosear al
contrincante —murmuro—. Besándome así en el océano, ahora esto.
Debería romperte las gafas de nuevo. —Giro y trato de cortar a su
alrededor.
Pero Aiden es más rápido de lo que alguna vez fue o tal vez es más
fuerte o soy más lenta o estamos tan conectados, de esa forma extraña
que lo están las parejas que llevan muchos años juntas, que él anticipa
cada uno de mis movimientos. Sus manos agarran mi cintura y, por
un momento, quiero inclinarme hacia él, sentir cada parte de su
cuerpo contra el mío.
—Es un hábito —gruñe, cuando tiro mi trasero contra su ingle—.
Lo siento, estoy acostumbrado a besar a mi esposa.
—Porque últimamente nos hemos estado besando mucho —digo
sarcásticamente.
Aiden agarra mi cadera con más fuerza.
—He estado…
—Trabajando. Créeme, lo recuerdo.
Su aliento cae sobre mi piel empapada de sudor y un ardiente
estallido de deseo inunda mi cuerpo. Le paso la pelota a Ziggy y
salgo, trato de abrirme para un pase inmediato, pero Aiden todavía
está sobre mí.
—Maldita sea, Freya, no quiero hacer esto.
—Ya somos dos.
La pelota regresa en mi dirección, pero Aiden interviene y la toma,
driblando por la arena. Cuando lo alcanzo y voy por el balón, Aiden
se lo pasa a Oliver antes de que pueda detenerlo.
El tiempo se ralentiza cuando los ojos de Aiden se agrandan y me
agarra con fuerza. Veo el miedo en sus ojos y una férrea
determinación se asoma en su rostro, antes de que el mundo se lance
hacia adelante a la velocidad de la luz y Aiden me ponga detrás de él.
Y luego veo a mi esposo recibir un pelotazo, a corta distancia,
directo a las bolas.
Capítulo 14
Aiden
Playlist: Varieties of Exile, Beirut
Mis ojos se abren a la tenue luz violeta que se filtra a través de las
ondulantes cortinas antes de que se cierren de nuevo. Por un
segundo, no estoy seguro de dónde estoy. La cama se siente diferente,
pero podría jurar que Rábano o Pepinillo está amasando mi pecho
con sus patas, una presión ligera y alterna subiendo por mis costillas.
—Oye, cosa buena—grazna la lora.
Mis ojos se abren de golpe. Alborota sus plumas y empieza a bailar,
balanceando la cabeza.
—Esmeralda —siseo—. Ni siquiera…
—¡Rebota en esa polla! Pero mira como folla, que bien folla.
Freya gime de irritación y me da codazos mientras duerme. Me
incorporo, haciendo que Esmeralda salte hacia atrás y alborote sus
plumas con molestia.
—¡Estúpido! —grazna.
—Tú eres la estúpida —susurro—. Vas a despertar a Freya.
De repente, la puerta de mi dormitorio se abre de golpe. Esmeralda
sale, pasa volando cerca de Viggo, a quien le dice cortésmente:
—¡Buenas mañanas!
Me desplomo en la cama y doy la vuelta sobre mi estómago,
entierro la cara debajo de una almohada. Aguantar a Esmeralda y a
Viggo, antes de tomar un café, es pedirle demasiado a cualquiera.
—¿Está desnuda mi hermana? —pregunta—. Golpea dos veces en
la cabecera si puedo abrir los ojos.
Antes de que pueda responder mi cara cae sobre el colchón.
Escucho una almohada golpeando un cuerpo humano.
—¡Uf! —dice Viggo.
Abro un ojo y veo a Freya ahora inmersa entre las mantas.
Basándome en el espacio vacío, donde antes estaba mi almohada,
supongo que golpeó a Viggo con mi almohada.
Qué amable.
Un segundo después, Freya comienza a roncar.
Los ojos de Viggo se agrandan.
—¿Está roncando?
—Ha roncado durante años, desde la última vez que se rompió la
nariz en el partido de fútbol de los domingos. No te atrevas a burlarte
de ella o te retorceré el pezón hasta que llores. La avergonzarías.
—Mírate —dice—. Muy caballeresco de tu parte al defenderla.
—Viggo —murmuro cansadamente—. ¿Qué haces aquí? ¿Qué
diablos llevas puesto?
Esboza una sonrisa y adopta una pose de modelo, luego otra.
—Pantalones cortos de elastano para ciclismo. ¿Te gustan? Los
compré justo antes del viaje y estoy obsesionado. Transpirables.
Flexibles. Son como una segunda piel.
Me estremezco mientras cierro los ojos.
—Realmente no quería saber tanto sobre tu anatomía.
—Entiendo que sientas celos, los Bergman estamos, notoriamente,
bien dotados…
—Viggo —gimo—. Cállate y vete.
—No iré a ninguna parte. Soy tu despertador, hoy es el día para
fortalecer los lazos entre hermanos. Vamos papilla, levántate.
Lo miro.
—No recuerdo haber accedido a esto.
—Lo hiciste —dice.
—No. Definitivamente no lo hice.
—En espíritu, lo hiciste. —Aplaude en silencio con cuidado de no
despertar a Freya que continúa roncando debajo de las mantas—.
Vamos. Las mujeres tienen sus propios planes. Ryder y Willa llegaron
hace aproximadamente una hora. Willa está durmiendo, pero Ryder
está tan despierto y malhumorado como siempre, así que es mejor no
hacer esperar al hombre de la montaña.
—Estoy completamente despierto y malhumorado también —
murmuro, restregándome la cara. La almohada golpea mi cabeza.
Dejo caer las manos y miro fijamente a Viggo—. Será mejor que haya
café.
Sonríe.
—Sí lo hay. Preséntate en la cocina en cinco. Hay café y barras de
granola.
Se va y estoy muy tentado a recostarme y esconderme debajo de las
sábanas, pero no lo hago porque estoy seguro de que Viggo me haría
alguna broma vengativa si me opongo y tal vez, incluso más que eso,
tengo curiosidad por ver qué han preparado los hermanos Bergman.
Me levanto de la cama, me pongo la ropa en silencio y luego bajo
las escaleras.
Veinte minutos después, estoy en una posición muy incómoda en
la terraza, sintiéndome muy seguro de que no valió la pena
levantarme.
—Ay. —Se supone que mi pierna no debe doblarse así. Makanui,
nuestro instructor de yoga discrepa de todo corazón.
—Respira —me recuerda, como si no fuera un proceso autónomo.
—Realmente no puedo evitar seguir haciéndolo —murmuro,
tratando de no gemir de dolor.
Oliver me mira, en medio de una chaturanga.
—Aiden, no siento que estés interesado en esto. No eres el único al
que le hubiera gustado dormir hasta tarde, pero no me ves siendo un
sabelotodo, ¿verdad?
Makanui me sonríe con calma y empuja mi pierna más lejos.
—Tu pelvis está muy apretada —dice—. Respira desde tu pelvis.
Miro a este tipo.
—Hum. ¿Qué?
—Creo que lo que te está sugiriendo hacer —ofrece Ren, luciendo
irritantemente sereno—, es conectar la conciencia de esa parte de tu
cuerpo con tu respiración. A menudo nos ayuda a liberar la tensión y
dar la bienvenida a nuestros cuerpos a una apertura y receptividad
más profundas. La flexibilidad no está solo en el cuerpo, Aiden. Está
en el alma.
¿Qué carajo?
Makanui asiente.
—Exactamente.
Sé que Ren y Frankie hacen su propia rutina de yoga todas las
mañanas, pero vamos, ¿la flexibilidad está en el alma? Además, no
puedo entender que voluntariamente comiences tu día sufriendo este
tipo de dolor. Miro suplicante a Axel con quien siento que puedo
contar para llamar a esto por lo que es, una tortura, pero él está
mirando el amanecer, con las manos detrás de la cabeza, luce feliz. Yo
también lo estaría si Makanui no me estuviera dando toda su
atención.
Makanui chasquea la lengua.
—Tu cuello también. Respira, Aiden. Respira.
—¡Estoy respirando!
—¡Sh! —dice Ryder, con los ojos cerrados—. Por una vez no quiero
estrangular a ninguno de ustedes, idiotas. Déjenme disfrutarlo.
Frunzo el ceño a Ryder, sorprendido por su expresión tranquila
mientras mantiene la pose que Makanui nos mostró. La pose que,
firmemente, dije que mi cuerpo no hacía.
Bueno. Makanui me demostró, dolorosamente, que estaba
equivocado.
Luego están Viggo y Oliver sin camisa y con sus pantalones cortos
para ciclismo a juego, haciendo lo que parece ser una competencia de
chaturanga, siguen los movimientos del flujo que Makanui nos
mostró, lo más rápido posible en un frenético desafío de yoga y
flexiones.
—¿No estás preocupado por esos dos? —pregunto, con la
esperanza de sacarme a Makanui de encima.
Niega con la cabeza.
—Algunos hombres siguen siendo niños. No se les puede ayudar.
Una risa salta de mí.
—Bastante justo.
Después de otro momento, Makanui decide que ya me hizo pasar
por suficiente. Hacemos la transición a otra secuencia de flujo en la
que logro entrar antes de pasar a un enfriamiento que es
sorprendentemente relajante. Tumbado boca arriba en postura
savasana, observo el amanecer resplandeciente y respiro
profundamente. Mi corazón no late con fuerza, mis pensamientos no
se sienten como si estuvieran resonando alrededor de mi cerebro
como una máquina de pinball y aunque sé que no durará, solo por un
momento, lo saboreo: la rara quietud en mi cabeza, la pesada calma
que cae sobre mis miembros y los ata a la terraza.
Makanui nos invita a sentarnos lentamente y concluir.
Namasté.
Me pongo de pie, me paso las manos por el pelo y estiro los brazos
sobre la cabeza. Me siento suelto por todas partes, incluida la pelvis.
Es una de esas partes en la que no sabía que tenían tanta tensión, pero
mientras lo pienso, con una sensación de malestar, probablemente
debería haberlo hecho.
Después de dar las gracias a Makanui, enrollamos nuestras
colchonetas de yoga.
—Buen trabajo, Aiden —dice Ren, palmeándome suavemente la
espalda—. Eventualmente te esforzaste.
—Gracias. No fue tan malo después de un tiempo. Bueno, está bien,
niños. Esto ha sido divertido…
—Guau, guau, guau —dice Oliver, envolviendo un brazo
alrededor de mi cuello, apesta y está empapado de sudor.
—Aléjate. —Lo empujo—. Estás empapado.
—¿Pensaste que tenías que hacer yoga y luego darlo por
terminado? —Viggo niega con la cabeza y suspira—. Aiden, Aiden,
Aiden, Aiden.
Ryder da un sorbo a su agua, ocultando sin éxito una sonrisa.
—¿Qué está pasando? —pregunto.
—Nosotros —dice Viggo, haciéndome girar para darle la espalda a
la casa—, estamos en una aventura para fortalecer los lazos entre
hermanos de todo el día.
Me detengo en seco, provocando una colisión de los hermanos
Bergman, estilo efecto dominó.
—Idiotas —se queja Ax desde atrás—. Estoy rodeado de idiotas.
Me giro y los enfrento.
—No soy su hermano. ¿No quieren hacer estas cosas, ya saben…
sin mí?
Todos cruzan los brazos sobre el pecho e inclinan la cabeza en la
misma dirección. Es más que raro y también… mierda, es un poco
entrañable.
—Así que, por eso, justo eso —dice Oliver—, es exactamente por lo
que necesitamos este día.
Viggo me inmoviliza con su mirada aguda.
—En algún momento del camino olvidaste que el día en que te
volviste de Freya, también te volviste nuestro.
Ah, hombre. Mis ojos se nublan con lágrimas. Miro hacia abajo a
mis pies y parpadeo para apartarlas mientras me aclaro la garganta.
—Entonces, para responder a tu pregunta —dice Ryder—. No. No
queremos hacer esto sin ti.
Ren sonríe.
—Hoy es para nosotros seis. Tiempo de hermanos.
—Estás en esto para siempre —me dice Axel—. No puedes actuar
como si, de alguna manera, estuvieras fuera de este jodido tiovivo
que es ser un Bergman. Si tengo que lidiar con esta locura, tú también.
Y antes de que pueda decir algo —ni siquiera sé lo que diría,
porque las palabras están atascadas en mi garganta, espesas por las
lágrimas— Viggo deja escapar un grito de Tarzán ensordecedor y sale
corriendo por el sendero arbolado junto a la casa.
Un suspiro de resignación sale de mi pecho.
—Se supone que debo seguirlo, ¿no?
—Sí —dicen todos.
Después de una pausa momentánea, tomo aire y mientras mi
propio bramido de Tarzán abandona mis pulmones, salgo tras él.
Capítulo 15
Aiden
Playlist: Olympians, Andrew Bird
Lo vencí. Cómodamente.
Y cuando sale del océano, Aiden tiene el descaro de parecerse a un
modelo de traje de baño, se pasa las manos por el cabello oscuro, sus
ojos azul agua brillan mientras me da una sonrisa cómplice.
—¿Te gusta lo que ves, Bergman?
Lo salpiqué.
—Sabes muy bien que no hay una mujer en esta playa que no te
haya notado y que no le haya gustado lo que vio.
—No me importa quién me notó —dice, tirando de mí por el tobillo
a través del agua y a sus brazos—. A menos que sea mi esposa. —Mis
mejillas se calientan cuando Aiden me mira intensamente, su mano
acaricia mi espalda—. No hagas planes mañana por la noche.
Arrugo la frente.
—¿Qué?
—Tengo planes para nosotros. Solo nosotros dos.
Trato de tragarme la felicidad que burbujea dentro de mí.
Honestamente, Freya. Toda emocionada por una mísera cita. Tu primera
en meses.
Además de la cita del helado y todos sabemos lo mal que terminó.
Aiden parece leer mi mente.
—Solo si… si quieres hacerlo.
Me muevo en el agua y mi pierna roza la suya, haciéndonos dar un
respingo y luego nos inclinamos un poco más cerca.
—¿Se trata de comida?
—¿Por quién me tomas? —Me alisa el pelo hacia atrás.
—¿Mariscos?
—Por supuesto.
—Sí —susurro, mientras me atrae con fuerza.
Aiden busca en mis ojos, luego presiona un suave beso en mi frente.
Su mano ahueca mi mejilla con ternura mientras más besos se
deslizan por mi rostro, antes de que finalmente sus labios se
encuentren con los míos.
Sostengo su rostro también, acaricio su mandíbula, enrosco mis
dedos en su cabello mientras acerco nuestras bocas, persuadiendo
suavemente su lengua con la mía. Es un beso tentativo, cauteloso, que
se abre a algo más profundo cuando se encuentra conmigo y suspira
contra mi boca. Se siente honesto y real. Se siente precioso, delicado
y abrumador, como despertarse en un mundo nuevo que es
indiscutiblemente hermoso, pero lo que estaba arriba está abajo y me
resulta difícil orientarme.
Suavemente, nos separamos al mismo tiempo. Los ojos de Aiden
recorren mi cuerpo, oscureciéndose mientras sus manos acarician mis
brazos y mi cintura.
—¿Supongo que te gusta el traje de baño?
—¿Qué si me gusta? —gime, atrayéndome a sus brazos de nuevo—
. Cuando lo usaste el primer día que estuvimos aquí, me quedé
boquiabierto. Eres tan bella.
Envuelvo mis brazos alrededor de su cuello y apoyo la cabeza en
su hombro, sintiendo el aguijón de una emoción agridulce.
—Gracias —susurro.
—Ni siquiera tienes que preguntar eso —dice contra mi cabello—.
Sabes que estoy loco por tu cuerpo, Freya. No digamos en un sexy
bikini rojo.
Trago bruscamente.
—Creo que tal vez me resultaba difícil saberlo, Aiden.
Su agarre se aprieta. Después de un momento de silencio, dice:
—Porque no hemos… —Se aclara la garganta—. ¿Porque ha
pasado un tiempo?
—Porque incluso una vez que pasamos la fase de luna de miel,
todavía me sentía deseada y pensé que tal vez íbamos a ser esa pareja
que mantuviera la chispa. Mai lo dijo. Amanda lo dijo. Cristina lo dijo.
El calor se atenúa en un matrimonio, los niños lo apagan y me
preocupaba que, incluso antes de que tuviéramos bebés, la novedad
hacia mí se te hubiera disipado o con tu adelgazamiento, quisieras
que me viera como cuando nos conocimos…
—Oye. —Se aleja, mirándome a los ojos. Su mano ahueca mi mejilla
y su pulgar se desliza a lo largo de mis labios—. ¿De dónde viene
esto? Sabes que amo tu cuerpo. Amas tu cuerpo.
—No siempre —admito—. Tiendo a exagerar un poco el amor por
mi cuerpo.
Me mira con el ceño fruncido, desconcertado.
—¿Qué? ¿Por qué?
—No sé cómo explicarlo. Siento que no puedo simplemente comer
y hacer ejercicio y verme como me veo. Tengo que amar que soy así
y asegurarme de que otras personas también lo sepan. De lo contrario,
piensan que estoy tratando de perder peso, que no estoy contenta con
cómo soy.
Sus ojos buscan los míos.
—Frey ¿Por qué recién estoy escuchando esto?
Me encojo de hombros, tratando de no llorar.
—Trato de no pensar mucho en ello. Tengo muchas otras cosas que
hacer además de inquietarme por lo preocupada que está la gente con
la apariencia de las mujeres.
—Freya, lo siento. Debería haber… debería haber prestado más
atención —suspirando, Aiden presiona un beso en mi sien—. He
tenido la cabeza tan metida en mi trasero —murmura.
—Yo tampoco te lo dije. Podría haberlo hecho.
—Hemos sido ambos. —Acaricia mi cabello—. Y ambos lo haremos
mejor.
Asiento con la cabeza.
Después de un momento de silencio, susurra:
—Quiero que sepas lo hermosa que eres.
—A veces me siento hermosa. A veces no. Siempre estoy
agradecida por mi cuerpo. Eso es suficiente.
—También estoy agradecido por tu cuerpo —dice, sosteniéndome
cerca y dibujando una sonrisa leve hacia mí—. Muy agradecido.
El agua es rítmica y suave, el sol calienta y ya se seca el agua salada
en la piel de Aiden. Y la cercanía inesperada de este momento, la
quietud y la calma, suaviza algo dentro de mí, me hace sentir valiente.
Trazo mis dedos a lo largo de sus hombros, bajando por su espalda,
presiono un beso en la base de su garganta, giro mi lengua y lo
pruebo.
Aiden toma una respiración entrecortada, su agarre se aprieta en
mi cintura antes de que baje sus manos. Sus palmas alrededor de mi
trasero, amasando, apretando, mientras me tira contra él. Más besos
a lo largo de su hombro, sus manos moviéndome contra él. Siento su
longitud, no salvajemente dura, nada agresiva, solo cerca. Íntimos.
Nosotros.
—Hola —susurro.
Exhala bruscamente.
—Hola.
—Es como la universidad otra vez, escabullirse así.
Siento su sonrisa contra mi sien.
—Estabas en la universidad. Yo era un estudiante de doctorado
muy genial y por «genial» me refiero a ridículamente nerd.
—Eras tan lindo. ¿Recuerdas cómo solíamos besarnos por…?
—¿Horas? —gruñe cuando mis dientes se hunden suavemente en
su piel—. Vivamente.
Persigo la mordida con un beso.
—Y cómo solíamos caer el uno sobre el otro y…
—Mierda —dice, apartándome un poco.
—¿Qué?
Aiden se aclara la garganta.
—Viene Ziggy.
Suspiro.
Ziggy saluda con la mano, de extremidades larguiruchas y piel tan
pálida como la de Ren, usa un sensato bañador Speedo de una pieza y
restos de bloqueador solar en su rostro. Me separo de Aiden, le
devuelvo el saludo y así, nuestro momento se ha ido.
Aiden aparta la mirada y se limpia la cara.
—Voy a salir y leer, para darles algo de tiempo.
Antes de que pueda decir me parece bien, se sumerge bajo el agua.
—¡Hola, Frey! —dice Ziggy, castañeteando los dientes mientras se
acerca.
—Hola, Zigs.
Ziggy se aclara la garganta.
—Lo siento si arruiné la fiesta. Me dio demasiado calor, la arena me
molesta, estoy tratando de no ser grosera y quedarme sentada todo el
tiempo leyendo.
Me hace sonreír.
—Nadie te culparía.
—Probablemente no —admite—. Pero mamá y papá… no quiero
que se preocupen por mí.
Ziggy pasó por una temporada difícil antes de que su diagnóstico
de autismo le diera sentido a lo que le estaba pasando. Mis padres se
le han pegado como pegamento desde entonces y creo que ha sido
muy intenso para ella desde que Oliver se fue a la Universidad de
California y se convirtió en la última niña en casa.
Aunque nuestras situaciones son muy diferentes, simpatizo con su
deseo de no preocuparlos.
—Sí, lo entiendo.
Inclina la cabeza.
—¿Lo haces?
—Sabes lo que está pasando entre Aiden y yo, y los estoy
protegiendo de eso al igual que tú estás aquí afuera congelándote el
trasero para evitar estar sentada leyendo. Todos queremos complacer
a mamá y papá a nuestra manera.
—Supongo que pensé que siempre lo haces.
—Ziggy, estoy lejos de ser perfecta y mamá y papá lo saben.
—Sí, excepto que no estás en casa escuchando, «Cuando Freya tenía
tu edad…» y «Freya siempre solía…»— Lo dice amablemente, pero
puedo escuchar un tono incómodo escondido debajo de la superficie.
—Creo que todos los padres son culpables de eso. No soy mejor
que tú o cualquiera de nuestros hermanos, Ziggy. Solo llegué
primero.
Sus ojos se encuentran con los míos, revelando su duda y entonces
me siento culpable. Realmente culpable por no haber dedicado más
tiempo a mi única hermana, la otra chica, la otra mitad del sujeta
libros en una casa de chicos salvajes.
—Siento no haber estado más por aquí —le digo en voz baja.
—Eres mayor —señala—. Hay quince años entre nosotras. Nunca
esperé que estuvieras.
—Sí, pero debería haber sido mejor. Debí haber sabido cuanto
estabas sufriendo.
Ziggy extiende sus manos sobre el agua, parece deleitarse con la
tensión superficial.
—A veces, Freya, no importa cuanto te esfuerces, no sabrás cuanto
está sufriendo una persona que amas porque esa persona no quiere
hacer sufrir a las personas que los aman.
—Pero no deberían ocultar ese dolor.
—Es fácil para ti decirlo —murmura—. Es difícil ser valiente y decir
que no estás bien, cuando creces luchando por explicar tus
sentimientos, cuando parece que los problemas de salud mental son
algo vergonzoso de reconocer.
Me quedo ahí, aturdida.
Meciéndose bajo el agua, luego corriendo hacia arriba, Ziggy jadea
por aire. Sus ojos se encuentran con los míos mientras se frota el agua
de los ojos.
—Lo siento. Eso fue contundente, ¿no?
—No… quiero decir, sí. Pero está bien. Tienes un buen punto. —
Mis ojos se desvían hacia Aiden saliendo del agua. Se pasa las manos
por el cabello oscuro, baja por la barba, luego se gira y entrecierra los
ojos hacia el sol, sus ojos me encuentran. Luego levanta la mano
tentativamente.
Le sonrío, a pesar de la amenaza de lágrimas y también levanto la
mano.
Mientras le doy la vuelta a la confesión de Ziggy, mientras veo a
Aiden acomodarse en su silla, me duele el corazón. Dolores por las
personas que no puedo proteger de la manera que quiero, cuyo dolor
no puedo borrar amándolos tan profundamente como sea posible.
Quiero que el amor cure todas las heridas, pero estoy empezando a
entender cuando no lo hace. A veces el amor es una férula, un brazo
que tomar, un hombro sobre el que llorar, útil pero no el sanador en
sí mismo.
Ahí es cuando me doy cuenta de lo mucho que he querido amar a
Aiden intentando que sea a mi manera, en lugar de la forma en que él
necesita. Quería que me contara todo, adueñándome de su dolor y
miedo, porque en mi mente, el amor es todo lo que necesitas para
sentirte seguro para hacerlo, pero no es tan fácil para Aiden. Es más
difícil. Tal vez fue fácil una vez, cuando había menos en juego y
menos presiones, cuando éramos más jóvenes y teníamos menos
carga sobre los hombros, pero eso cambió en el camino. Mi
entendimiento y mis expectativas, no.
El arrepentimiento hace nudos en mi estómago, pero antes de que
pueda empezar a pensar en nadar hacia la orilla y decírselo, Viggo y
Oliver surgen del agua, sobresaltándonos.
—¡Guerra de agua! —grita Oliver.
Ziggy chilla.
—¡Sí! Llamo a Viggo.
—Bien por mí —dice Oliver. Salta sobre mi espalda, luego trepa por
mis hombros, delgado y nervudo a la manera de los veinteañeros—.
Vamos a derribarlos, Frey.
Agarro las piernas de mi hermano y pongo los ojos en blanco.
—Un juego, luego me voy.
Ziggy sonríe mientras se arrastra hacia Viggo, que está agachado
en el agua.
—De acuerdo.
—Freya. —Ollie agarra mi cara y me mira, boca abajo desde mi
punto de vista—. ¿Qué podría ser más importante que jugar
interminables rondas de guerra de agua?
Mis ojos encuentran a Aiden leyendo su libro y mi corazón da un
vuelco.
—Mucho, Ollie. Muchísimo.
La cena es como siempre cuando los Bergman están juntos.
Ruidosa, desordenada y deliciosa.
Con agua jabonosa hasta los codos, porque los muchachos
cocinaron, entonces las mujeres estamos lavando, me limpio la frente,
caliente de lavar los platos y tomar un poco de sol.
Mis hermanos llenan el mostrador detrás de mí, todos dispersos,
con sus extremidades largas, cervezas en mano, todos un poco
rosados por el sol, excepto Aiden, cuya piel dorada brilla. Su camisa
de lino está desabrochada más de lo habitual, su cabello está más
ondulado por el aire salado y cuando se lleva a los labios la única
cerveza de la noche y toma un largo trago, las luces exteriores se
encienden en su anillo de bodas.
El anhelo me inunda, fundido, caliente. Dejo caer torpemente un
plato en el agua, salpicando a Willa, Ziggy, Frankie y a mí.
—Lo siento —murmuro.
—Uf —dice Ziggy—. No soporto la ropa medio mojada. Vuelvo
enseguida.
—No te preocupes por eso, Zigs —dice Frankie—. Nosotras
continuaremos desde aquí.
Ziggy se encoge de hombros.
—No tienes que decírmelo dos veces. Tengo un libro que tiene mi
nombre.
Volviendo al agua, me concentro en los platos, los enjuago y luego
se los entrego a Willa. Cuando levanto la vista, me está sonriendo,
secando un cuenco, pero no dice nada.
—¿Bien? —pregunta mamá, volviendo del baño—. ¿Puedo
ayudar?
—Fuera de aquí —le digo mientras Frankie me entrega otro plato
limpio de comida.
Mamá sonríe mientras presiona un beso en mi mejilla. Luego sale
al porche y se sienta en el regazo de papá. Me vuelvo a los platos, mis
pensamientos divagan.
Pero luego la puerta se cierra de nuevo detrás de nosotros y miro
por encima del hombro.
—Aiden —digo en voz baja.
Sonríe, dejando su cerveza en el mostrador.
—Señoras, vayan y relájense. Voy a terminar esto.
Willa y Frankie hacen ruidos de protesta hasta que Aiden casi las
ahuyenta, demostrando la forma tranquila, pero intimidante que
tiene, que he visto en las raras ocasiones en que podía colarme y verlo
dar una conferencia. Pronto, están afuera, uniéndose al creciente
ruido de mi familia y nos quedamos solos en el silencio.
Es decir, hasta que la lora le silba. La mira por encima del hombro.
—Pórtate bien.
Esmeralda alborota sus plumas, luego se da la vuelta en su puesto.
Muerdo mi labio.
—Eres el único al que se lo dice.
—Dime algo que no sepa —murmura, limpiando el mostrador, que
está cubierto de agua—. Eso no es todo lo que ella dice, tampoco.
—¿En serio?
Sus mejillas ruborizadas.
—Ella tiene una boquita, dejémoslo así.
Dejo la toalla a un lado, Aiden da un paso a mi lado, el calor brota
de él. Huele aún más maravillosamente a agua de mar de lo normal.
Aprieto la esponja para lavar platos debajo del agua para
controlarme, así no entierro mi nariz en su camisa para olerlo.
—Cuando les dije que se relajaran, me refería a ti también —dice
en voz baja, mirándome.
Me encuentro con sus ojos, de un azul tan vívido contra su piel
bronceada. Me siento a punto de caer en ellos y nunca poder salir a la
superficie.
—Lo sé. —Empujo su cadera—. No deberías estar aquí. Ayudaste
a cocinar.
—Necesitaba un descanso —dice, subiéndose las mangas—. Amo
a tus hermanos, pero maldita sea, ¿pueden hablar?
Oh Señor. Se sube las mangas, los antebrazos, las venas, los
tendones. Es todo un imán. Cierro los ojos para no ponerme más
nerviosa de lo que estoy.
—Freya, creo que el plato está limpio.
—¿Hum? —Mis ojos se abren de golpe—. Sí. Correcto.
Aiden sonríe suavemente.
—¿Estás bien?
—Totalmente. —Asiento con la cabeza. Estoy tan lejos de estar
bien. Estoy en el punto más alto, zumbando con tantas facetas
emocionales, son un borrón salvaje. Me siento mareada y caliente, a
punto de perder el control.
—Aquí. —Las manos de Aiden se envuelven alrededor de mi
cintura, haciendo que me quede sin aire. Suavemente, me guía hacia
la derecha—. Me tomaré un turno para lavar. Tú secas, ¿de acuerdo?
—Está bien —susurro.
En silencio, nos paramos, uno al lado del otro, lavando platos.
Nuestros codos chocan. Las manos de Aiden rozan las mías cuando
me entrega cada plato. En el último plato, casi lo dejamos caer entre
nosotros, pero Aiden lo atrapa, manteniéndolo firme en mi agarre.
—Lo siento —dice, mirándome a los ojos—. Estaba distraído.
—Está bien —le digo con voz ronca—. Yo también.
Aiden mira fijamente el agua, tirando del tapón.
—¿Sabías que estabas tarareando?
Me congelo, a medio camino de secar el plato.
—¿En serio?
Aiden asiente, sonriendo levemente mientras se acerca.
—Lo hacías.
Y de alguna manera, sé que ambos sabemos lo que significa. Esta
pequeña cosa que siempre he hecho, que se alejó cuando estábamos
en nuestro punto más bajo, ha encontrado su camino de regreso. Me
doy cuenta, para él, para mí… no es solo tararear, es esperanza.
—¡Olvidé esto! —dice Viggo, saltando con una nueva pila de vasos
y platos de postre y luego tirándolos en el fregadero a medio vaciar—
. Hombre, es una mierda que alguien se haya olvidado de poner el
lavavajillas antes. ¡Feliz lavado!
Miro mal a Viggo mientras sale silbando alegremente.
Aiden vuelve a abrir el agua y agrega más jabón.
—Personalmente, no estoy muy molesto de quedarme aquí
contigo, disfrutando de la tranquilidad, pero puedes salir si quieres.
—No. —Niego con la cabeza—. Me quedaré. —Mirándolo, siento
que nos inclinamos, más cerca… más cerca… Los ojos de Aiden van
a mi boca y luego cierra la distancia y presiona un beso profundo en
mis labios.
Cuando se aleja, ambos regresamos a nuestra tarea, uno al lado del
otro. El agua corre. Aiden limpia. Silenciosamente, enjuago y seco.
Entonces mi zumbido vuelve, más constante, más fuerte.
Mientras Aiden limpia el fregadero y el agua se drena en una
espiral lenta y perezosa, me doy cuenta de que…
En algún momento, él también comenzó a tararear.
Capítulo 20
Aiden
Playlist: Heaven, Brandi Carlile
—Bien. —La Dra. Dietrich nos sonríe por encima de sus lentes—.
Eso suena como todo un viaje.
Aiden aprieta mi mano suavemente, hace círculos con su pulgar en
mi palma. Aprieto de vuelta.
—Lo fue —le dice—. Tuve una buena conversación con mi socio
comercial sobre la distribución más equitativa de las
responsabilidades. Ignoré mi teléfono y prioricé estar presente,
relajándome tanto como fuera posible.
Le sonrío.
—Aiden planeó una cita increíblemente romántica y tuvimos
mucho tiempo de inactividad juntos. Sentí que hicimos algunos
avances, hablamos y volvimos a conectarnos.
—¿Y cómo sucedió eso? —pregunta la Dra. Dietrich.
Aiden me mira, sus ojos azules vívidos sostienen los míos.
—Tuvimos conversaciones honestas. Hablamos bastante sobre lo
que dijiste antes de irnos, sobre cómo hemos cambiado y cómo
queremos entender mejor lo que eso significa para amarnos uno al
otro.
Aprieto su mano de nuevo.
—¿Cómo te sientes, estando en casa ahora? —pregunta la Dra.
Dietrich.
Mi sonrisa vacila un poco cuando la miro a los ojos.
—Estoy un poco nerviosa por estar de vuelta en el mundo real, con
sus presiones sobre nosotros otra vez, pero me siento… esperanzada,
también me siento emocionada. Como si hubiera mucho que
descubrir y aprender juntos.
El agarre de Aiden se aprieta.
—Yo también estoy nervioso. No quiero dejarme atrapar por el
trabajo como antes, pero siento que estamos en un mejor lugar, que
es menos probable que haya algo que se interponga entre nosotros.
Freya sabe todo lo que hay que saber sobre el proyecto. No hay
secretos.
La Dra. Dietrich sonríe entre nosotros.
—Bueno, me atrevo a decir que tenía miedo de que ustedes dos
desaparecieran al principio de nuestro trabajo juntos y ciertamente no
digo que hayan terminado con la terapia, pero este tiempo fuera les
sirvió.
Aiden se vuelve hacia ella.
—¿Qué opinas?
—Lo que ambos me acaban de decir demuestra que han llegado a
un hito importante en la reconciliación: reconstruir la confianza. Han
hecho las paces con la inquietante verdad de que las personas que se
aman pueden lastimarse profundamente, a menudo sin querer. Es
como tirar una lámpara. Un codazo deshonesto cuando no estabas
mirando y el cristal se hace añicos, la pantalla se dobla
irrevocablemente. Es tan fácil romper algo y tan paradójicamente
difícil volver a armarlo. Incluso cuando lo hacemos, nunca se ve igual.
Los ojos de Aiden sostienen los míos mientras compartimos un
breve momento de reconocimiento tácito.
—Lo que han decidido —dice la Dra. Dietrich—, es que pueden ver
la belleza en esos lugares cosidos y pegados, que están dispuestos a
aprender para el futuro. Caminar de la mano mientras se reconoce la
posibilidad de que el dolor vuelva, con la esperanza de que esta vez
sea más suave, que esta vez el pegamento del perdón pueda reparar
las grietas que surjan.
Me inclino hacia Aiden.
—Me encanta eso.
Envuelve un brazo alrededor de mí.
—A mí también.
—Bien —dice ella alegremente—. Entonces, el siguiente punto del
día. Sexo.
Aiden se ahoga con el aire y parpadea. Palmeo suavemente su
muslo.
La Dra. Dietrich se encoge de hombros, luciendo una cálida sonrisa.
—Hablemos de cómo te va en ese frente. Voy a echar un vistazo a
que algo sucedió íntimamente entre ustedes dos. Porque esto… —
señala nuestros cuerpos, apretados uno contra el otro en el sofá—
grita: es posible que hayamos torcido un poco las reglas.
Me sonrojo. Aiden se aclara la garganta y dice con voz ronca:
—Sí. Torcimos un poco las reglas.
Mi rubor se profundiza mientras miro mis manos.
—Bien, eso es bueno. Lo apruebo. De hecho, estoy levantando la
prohibición con una contingencia. —Mira a Aiden, luego mira hacia
mí—. Transparencia comunicativa total. El sexo es vulnerable. Si
están listos para esa intimidad quiero que la conversación y el diálogo
fluyan con honestidad y confianza. Cuando se encuentren con un
obstáculo, retrocedan, reagrúpense, hablen. Luego vuelvan a intentar
la intimidad física. ¿De acuerdo?
El rostro de Aiden se ve triste y aprieta los ojos. No tengo idea de
qué pensar. Supongo que es debido a su ansiedad y como ha afectado
su impulso sexual, pero eso parecía haber quedado atrás en Hawái.
Si no es eso, ¿qué es?
—Está bien —le digo.
—Sí —susurra—. De acuerdo.
—Genial —dice la Dra. Dietrich, gira en su silla y recoge un control
remoto de la pila de papeles que, incluso yo, puedo decir que
encuentro, inquietantemente, desordenada—. Ahora, la parte
divertida.
Presiona un botón, sorprendiéndonos a ambos cuando aparece una
pantalla de la delgada mesa auxiliar junto a su escritorio. Rebusca en
uno de los cajones de su escritorio, saca dos controladores y nos los
lanza.
—Es hora de matar a algunos zombis.
Aiden frunce el ceño.
—¿De verdad nos estás diciendo que juguemos videojuegos?
La Dra. Dietrich suspira.
—Es el pedagogo que llevas dentro, cuestionando constantemente
mis métodos.
Aiden se sonroja.
—Lo siento.
Pongo el controlador en mi mano y miro a Aiden.
—Se rompió el brazo, Dra. Dietrich. Eso me da una ventaja injusta.
Ella sonríe.
—Menos mal que jugarán juntos. Ustedes dos contra el mundo.
¿Cómo suena eso?
El muslo de Aiden empuja el mío mientras sostiene mis ojos. Su
sonrisa es deslumbrante.
—Me gusta mucho como suena eso.
Capítulo 25
Freya
Playlist: Ready Now, dodie
FIN
Chloe Liese