Ella Goode - His Mad Passion
Ella Goode - His Mad Passion
Ella Goode - His Mad Passion
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Contenido
Sinopsis
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Avance del próximo libro
Sobre la autora
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Sinopsis
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Capítulo 1
Chelsea
1 Ella dice blue hair (pelo azul) que se utiliza para hacer referencia a una señora mayor.
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La cara de Annie se pone roja como la remolacha
mientras sus nudillos se ponen blancos al apretar el asa del
carro de la compra. Una antigua hija de pastor a la que se le
enseñó toda la vida a ser amable, a poner la otra mejilla y a
hacer las tonterías de los demás, Annie se congela como el
helado duro de las neveras traseras de Carmichael's Grocery.
A diferencia de mí.
Fui abandonada por una mujer que prefería buscar a
extraños al azar para tener sexo que molestarse en enseñar
a su hija a distinguir el bien del mal. Fui criada por un
hombre que estaba a cargo de los hombres más rudos de tres
condados. Y recibo regularmente de mi hermanastro. No
tengo un almacén de buenos modales que ponga un control
a mi comportamiento.
Además, creo en defender a tus amigos y cubrir sus
espaldas.
—No se mire en el espejo, señora Trainor, porque se le
ve lo verde y no es bonito. —replico.
—No es para tanto. —susurra Annie. —No hace falta
que me defiendas.
—Y una mierda que no. —respondo acaloradamente.
Annie no lo entiende, todavía no, porque lleva tiempo asimilar
que no todo el mundo va a rechazarte. Es difícil hacerlo
cuando tu único vínculo familiar es uno malo. La madre de
Annie la abandonó y su padre resultó ser un negligente
imbécil que intentó sacarle a golpes el pecado de amar a dos
hombres. Pasó veintidós años creyendo que no valía más que
para ser la asistente de su padre, un mero reflejo de su
supuesta gloria. Pero ahora es amada por dos hombres
calientes que se cortarían las manos para evitar que ella se
lastimara siquiera con un papel. Es mucho para asimilar. —
Ahora eres de la familia. Nadie habla mal de mi familia.
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—Tú eres de las que habla, Chelsea Weaver, tomándose
de la mano y besándose y Dios sabe qué más con ese
hermano tuyo. Esa pandilla es un antro de iniquidad y algún
día el buen Dios los fulminará a todos. —La Sra. Trainor ha
abandonado el pasillo del pan y ha traído su inmundicia
directamente a nosotras. Abro la boca para soltarle la bronca
cuando siento una mano en mi hombro.
—Sra. Trainor, Grant Harrison es el hermanastro de
Chelsea. No hay relación de sangre entre los dos. —Las
palabras tranquilas pero firmes de Annie me hacen sentir un
ligero calor, borrando la rabia. Así que ella lo entiende. La
familia se apoya mutuamente, todo el tiempo.
—Son hermanos a los ojos de la ley y a los ojos de Dios.
—proclama la señora Trainor. Nos señala con un dedo
tembloroso. —Uno de estos días tendrán su merecido.
—Puede que sí. —Empiezo a caminar. Quiero salir de
aquí. Podemos conseguir cereales en otra parte. —Pero no
será porque mi hermano me esté dando demasiados
orgasmos.
La rozo, arrastrando a Annie detrás de mí. La señora
Trainor sisea algo pero no la oigo porque la he dejado a un
lado. Se me revuelve el estómago y sé que estoy roja, en parte
por la ira y en parte por la vergüenza, pero no me detengo.
—Lo siento. —susurra Annie en voz baja mientras
salimos al sol y al aire frío del invierno. Ambas nos apretamos
las chaquetas mientras nos apresuramos a llegar a la
camioneta. Annie debe haberla encendido con su mando a
distancia en el supermercado, así que al menos las rejillas de
ventilación expulsan aire caliente cuando subimos al
interior.
—¿Por qué? Creo que las dos somos pecadoras a los ojos
de la señora Trainor. —Respiro profundamente, tratando de
calmarme. —Supongo que una cosa a su favor es que no
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habla de uno a sus espaldas. No. Te echa a la cara sus
insultos y juicios.
Annie vuelve a arrancar la camioneta, el motor se había
apagado cuando abrimos las puertas. —Es cierto. ¿Se lo vas
a decir a Wrecker?
Wrecker es mi hombre, mi hermanastro, mi socio en el
crimen, mi único y verdadero amor.
—Sí. Tienes que decírselo a Michigan y a Easy también,
porque este es un pueblo pequeño y la gente correrá a
contarle a otros la escena que acaba de ocurrir ahí dentro.
Querrán oírlo de ti y se sentirán heridos si no les cuentas.
—Es que odio hacerlos preocupar. —Se mordisquea el
labio.
—Créeme. No puedes evitar que se preocupen. Lo mejor
que puedes hacer es contar la historia a tu manera,
asegurándote de que entienden que no necesitas que hagan
nada más que unos cuantos abrazos y besos.
Mi mirada se posa en la redonda barriga de Annie que
choca contra el volante. —A menos que quieras que hagan
algo al respecto.
—Oh, Dios, no. No necesitamos ese tipo de problemas .
—exclama.
—Te entiendo.— Lo último que necesitamos es que
nuestros hombres del Death Lords MC se monten y causen
estragos en nuestro nombre. A la ley de Fortune no le gustan
los Death Lords y le encantaría ver a cada uno de sus
miembros tras las rejas. En el caso de Wrecker, sería su
segunda vez y yo sé que él no sobreviviría a otra temporada
en prisión.
***
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—¿Tienes algo que decirme?— dice Grant ‘Wrecker’
Harrison casi antes de que la puerta de nuestro nuevo
apartamento se cierre tras él. Nos mudamos a la pequeña
unidad de un dormitorio encima del Cut-n-Curl unos días
antes. Tenía la intención de comprar un montón de artículos
de primera necesidad en Carmichael's para llenar nuestras
estanterías, pero la señora Trainor echó por tierra ese plan.
Acabé conduciendo hasta el Wal-Mart de Dixon, a cincuenta
kilómetros de distancia, para comprar nuestros alimentos.
—¿Que te amo?— digo sin levantar la vista de la salsa
que he estado cocinando a fuego lento durante las últimas
dos horas. Oigo un golpe cuando se quita las botas y un
tintineo de llaves cuando las tira sobre el mostrador.
—Sé que me amas, pero estoy hablando de lo que pasó
hoy en Carmichael's y lo sabes. —Sus manos rodean mis
caderas y me pone la barbilla en el cuello.
—Si ya te has enterado, ¿qué puedo decir? —No sigo el
consejo que le di a Annie porque quiero saber lo que dicen
los rumores.
—La gente que no me importa está hablando mierda. Tú
eres la única que me importa. —Su cálido aliento me hace
cosquillas en la piel y mueve algunos mechones de mi pelo.
Me presiono hacia atrás, disfrutando de la sensación de su
gran marco contra el mío.
—La señora Trainor dijo una tontería; Annie y yo nos
fuimos. Fin de la historia. —Voy a defender a mi hombre y
una de las formas de hacerlo es no dejarle saber cuánto me
duelen los comentarios de la señora Trainor, de lo contrario
temo lo que haría en represalia. No temo sus métodos, sino
el tipo de represalia que la ley impondría como respuesta.
—¿Seguro que estás bien? —pregunta, sonando
dudoso.
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Pongo una sonrisa en mi cara y me doy la vuelta para
mostrarle lo despreocupada que estoy. —Estoy muy bien,
cariño.
Él levanta una ceja con incredulidad. —¿Es verdad?
Porque he oído que había cabellos azules volando y dedos
señalando y voces gritando.
—¿Te lo dijo la Sra. Carmichael o fue algo derivado de
la red telefónica de la buena Fortune?
—Lo escuché de Michigan que lo escuchó de Annie. Ella
lo llamó enseguida, a diferencia de alguien que conozco. —
Rompe un trozo del pan de ajo que se está enfriando en la
tabla de cortar. El temporizador de los fideos suena. Me
aparta del camino y vierte la gran olla de pasta y el agua
caliente en el colador que espera. —Sé que eres dura, pero
hasta las chicas duras pueden sentirse heridas.
Me ocupo de los platos y los cubiertos.
—¿Qué podrías hacer aunque mis sentimientos
estuvieran heridos? ¿Ir a tirar huevos a la gran casa de la
Sra. Trainor en el campo de golf? ¿Quizá meterle unos
camarones en los conductos de ventilación? Los sentimientos
heridos se curarán, pero si violas los términos de tu libertad
condicional, te enviarán de vuelta a Oak Park Heights por el
resto de tu sentencia. Puedo vivir con los sentimientos
heridos. No puedo vivir sin ti. Y el jefe Schmidt se muere por
castigar a uno de ustedes, los Death Lords. —Los platos de
la cena golpean la mesa de roble con más fuerza de la que
pretendo. Hago una mueca de dolor por el sonido agudo y
cierro los ojos, rezando por un poco de paciencia. —Odio los
pueblos pequeños.
Grant lleva el cuenco de pasta humeante en una mano
y la salsa en la otra y coloca los dos platos con cuidado sobre
la mesa. Sus grandes manos me atraen contra su pecho.
Coloco mi oreja contra su corazón y respiro su cálido aroma
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masculino. Dentro del círculo de sus brazos, siento que no
hay ninguna flecha que pueda alcanzarme.
—¿Todos los pueblos pequeños o uno en particular?—
Me acaricia la espalda, abriéndose paso por debajo de la
pesada sudadera que llevo puesta.
—Todos. —murmuro entre su camisa de franela.
—Todo va a salir bien. Incluso lo del jefe Schmidt.
Estamos trabajando en algo y no creo que él esté por aquí
mucho tiempo. —Suena confiado, así que deben ser cosas de
los Death Lords. No quiero saberlo. La ignorancia es una
bendición a veces.
Vuelvo a inhalar profundamente, aspirando todo lo
posible de Grant dentro de mí, y luego me alejo. Me paso una
mano temblorosa por el pelo. —Ya he terminado de tener una
fiesta de compasión. Ya podemos comer.
Grant me mira y luego asiente. Me conoce lo
suficientemente bien como para saber que presionarme para
que siga discutiendo este asunto no terminará en un buen
lugar para ninguno de los dos.
—¿Sigues pensando en tomar esas clases en
Minneapolis? —me pregunta mientras comemos.
—No, no quiero conducir tres horas todos los días. Y
sería muy costoso porque estaría todo el día fuera, sin ganar
dinero, sólo gastándolo en clases, comida y gasolina. Por no
hablar de la terrible situación del estacionamiento. Además,
a nadie de aquí le importa si tienes un certificado de belleza.
—Tenemos lo suficiente ahorrado como para que los
gastos del curso estén cubiertos si quieres ir. —Su tono es
suave, pero hay acero detrás de las palabras. A Grant no le
gusta hablar de nuestra situación económica, o de la falta de
ella. Tiene su sueldo de Wheels Up, el taller de automóviles a
medida en el que trabaja, y unos tres años de ingresos de los
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Death Lords que se depositaron en su cuenta mientras
estaba en prisión. No debería gastar ese dinero en mí.
—No estoy totalmente segura de lo que quiero hacer. —
le digo con sinceridad. —Y por eso no me apetece gastar diez
mil dólares en algo que supongo puede ser interesante.
—Está ahí si lo quieres. —responde en voz baja. —Es
nuestro dinero; no sólo el mío.
Dios, lo amo. —Quieres una mamada esta noche. —me
burlo, queriendo aligerar el ambiente, —porque ese es el tipo
de lenguaje que te consigue una mamada.
Él resopla. —Nena, me harías una mamada solo con
mirarte de frente.
Muy cierto. Después de tres largos años de celibato y
soledad, no me canso de él. Gracias a Dios, a él le pasa lo
mismo. Una mirada ardiente aparece en sus ojos y sé que el
plato principal ha terminado porque Grant está listo para el
postre.
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Capítulo 2
wrecker
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—Siempre estoy lista para ti. —Ella levanta sus caderas
hacia mí.
Eso es, gatita. Enséñame lo que tienes.
Empujo el algodón de sus bragas a un lado y deslizo dos
dedos contra su húmedo calor. —Una de las cosas que más
me gustan de ti, nena.
Se acerca, queriendo que mis dedos hagan algo más que
bailar alrededor de su carne sensible. Pero este es mi
espectáculo y esta noche tendrá lo que yo quiera darle,
cuando yo quiera dárselo. Porque ella necesita poder
concentrarse en algo que no sea lo que la zorra de Trainor
piense o lo que cualquier otra persona tenga que decir sobre
nuestra relación. Ambos sabemos que estamos bien y eso es
lo único que importa.
—¿Qué más te gusta?— pregunta provocativamente.
—Tus tetas. —Le paso el jersey por la cabeza con una
mano. Sus pechos redondos y altos rebotan delante de mí.
Sus pezones ya están tensos y piden mi boca. Capturo uno y
lo chupo con fuerza. Ella se arquea hacia mí y yo introduzco
mis dedos en su estrecho y empapado canal.
Mi erección late insistentemente contra mis vaqueros.
Quiere salir de los vaqueros y entrar en su coño. Ignorando
la sensación, la masturbo con más fuerza, mientras le dedico
a sus tetas unas largas caricias con la boca que hacen que
me arañe el cuero cabelludo. Los platos suenan en la mesa
cuando su cuerpo se sacude sobre la superficie.
—Más fuerte, Grant. —gime. Es la única que me llama
Grant. Incluso mi padre me llama por mi nombre de
carretera, Wrecker. Pero suena bien viniendo de ella. Es su
forma de reclamarme. Antes de que el club me tuviera, antes
de la prisión, antes de todo, yo era su Grant. Su protector
desde que ella tenía catorce años y yo dieciséis.
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Le hice estallar su cereza, le enseñé a chupar una polla
y me la comí hasta su primer orgasmo. Fui su primer todo y
seré su último. Con un gemido áspero, saco mi mano de ella
y la levanto de un tirón. Con una palmadita en el culo, le
acerco el coño a la altura de la boca. Sus piernas cuelgan por
mi espalda y luego se apoyan en la parte superior de la silla
con respaldo redondo. Se inclina hacia atrás, balanceándose
sobre la mesa, mientras me la como como la deliciosa tarta
que es.
Dulce y picante, su sabor me llena la boca y se desliza
por mi garganta como el whisky más suave y rico que jamás
tendré el placer de probar. Su vello púbico está reducido a
casi nada y los labios de su coño son suaves e hinchados. En
la cárcel, soñaba con Chelsea todas las noches. Me
imaginaba tomándola de todas las formas posibles y algunas
imposibles.
—No puedo aguantar mucho más. —me advierte.
La ignoro. Su coño es demasiado jugoso, demasiado
sabroso y no puedo dejar de follar con la lengua esos labios
hinchados y su estrecho canal lleno de su miel. Sus brazos
temblorosos ceden y se deja caer sobre la mesa. Sus hombros
son lo único que la sostiene. Eso y mis manos bajo su culo.
Su cuerpo está inclinado hacia abajo, sus hombros
soportan la mayor parte de su peso mientras la devoro. La
posición inclinada de su cuerpo empuja sus caderas hacia
arriba. Separo sus piernas con los hombros hasta que queda
completamente expuesta. Su sabor me vuelve loco. Mi polla
gotea pre-semen por toda mi entrepierna. Tengo que estar
dentro de ella. Adiós a mis planes de ir despacio, pienso con
tristeza. Acelero el ritmo con la lengua y, mordiendo su
clítoris, le doy un poco de emoción a la fiesta. Ella grita y todo
su jugo inunda mi boca.
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Mientras se corre, dejo caer una mano a mi regazo y me
desabrocho el cinturón y la cremallera. Saco mi polla de
acero y la dejo caer sobre mi regazo, directamente sobre mi
polla.
Vuelve a gritar cuando la empalo, pero ya la conozco.
Es un grito de placer y no dejo de machacarla. Me aprieta la
cabeza contra su pecho con tanta fuerza que mi boca y mi
nariz quedan aplastadas entre sus grandes tetas. Si me
asfixio entre estos montículos, moriré feliz.
La larga caída de su pelo roza mi mano, se lo agarro y
tiro de su cuello hacia atrás para que todas sus partes
vulnerables queden expuestas a mi boca voraz. Muerdo y
beso su tierna piel, tirando de su pelo mientras ella se agarra
a mi cuerpo. Es un puto milagro que no rompamos la silla.
La necesidad de correrme me presiona la columna
vertebral, pero aguanto, apretando los dientes y bloqueando
mi propia necesidad desesperada. Siento sus espasmos a mi
alrededor, sus apretadas paredes exprimiéndome
rítmicamente hasta que no puedo evitar que mi propio
orgasmo se dispare. Mis caderas empujan hacia arriba
mientras me introduzco en ella una y otra vez hasta que estoy
completamente agotado.
Se desploma contra mí, con el cuerpo temblando y
sacudiéndose por la fuerza de su orgasmo. Le meto la cabeza
en el hueco de mi hombro y le froto la espalda con las manos
hasta que su respiración se estabiliza y su cuerpo se calma.
La sostengo hasta que noto cómo se le escapa mi semen.
Una emoción me recorre la espina dorsal.
Hay algo realmente primitivo en saber que mi semen
está por todo su cuerpo. No sé si me gusta más correrme
sobre ella o dentro de ella. Por un lado, es increíble que su
coño me ordeñe mientras me corro, pero por otro lado, no
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hay nada como ver mi semen sobre sus tetas, su culo o
incluso su cara. Dios, qué caliente.
Siento que me vuelvo a excitar. Es agradable ser joven
y no tener casi problemas de recuperación.
—Estoy listo para ir de nuevo.
—¿Otra vez? Eres un animal. —No puedo verla porque
su cara está oculta, pero puedo oír la euforia en su voz. Le va
a costar caminar mañana.
***
Chelsea finalmente se duerme, pero su sueño es
irregular. Da vueltas en la cama, lo que hace imposible que
consiga descansar. Chelsea siempre ha tenido un sexto
sentido sobre las cosas. La misma nube oscura de la que se
queja ahora existía justo antes de que me enviaran a prisión.
Hacia las dos de la mañana, me levanto por fin, porque
tampoco puedo dormir. Los platos sucios siguen sobre la
mesa. Es increíble que ninguno se haya caído mientras me
la follaba. Busco un recipiente de plástico y vierto en él los
fideos ya fríos. La salsa va encima y lo meto todo en la nevera.
Las ollas del fregadero están llenas de agua fría y jabón. Lo
vierto todo y cargo el lavavajillas.
La cocina está relativamente limpia y creo que si eso no
es digno de una mamada, no sé qué lo es. Acomodo el culo
frente al televisor, pero un golpe seco en la puerta desvía mi
atención antes de que pueda encender el aparato. Los únicos
que pueden venir a verme tan tarde -o tan temprano, porque
el reloj del microondas indica que son las dos de la mañana-
son los miembros del Club. Pero mi viejo es el presidente y él
llamaría... normalmente.
El golpe se repite, más fuerte e insistente. Si el jodido
de la puerta no deja de hacerlo, despertará a Chelsea. Salto
por encima del respaldo del sofá y me dirijo a la puerta, pero
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no respondo con la suficiente rapidez porque Chels aparece
en el umbral envuelta en una de mis camisetas, con un
aspecto de lo más sexy. Abrir la puerta es lo último que
quiero hacer, pero ambos sabemos que debo hacerlo.
—Es el Club. —dice, y por primera vez oigo una
verdadera molestia. No, es más que molestia. Es casi...
disgusto.
Ha crecido con el Club como parte de su vida, pero
ahora está resentida porque asegura que si yo no estuviera
intentando proteger a un hermano, no habría ido a la cárcel.
Ni siquiera intento discutir con ella porque tiene razón. Pero
defender a los hermanos que te cubren las espaldas es lo que
hace a un hombre digno de llevar el parche.
—Vete a la cama, cariño. Sea lo que sea, me ocuparé de
ello y volveré a la cama antes de que te des cuenta.
—Mentira. —tose en su mano, pero da media vuelta y
se retira al dormitorio. Es mejor que ella no sepa quién está
en la puerta. Si es Easy o Michigan, mis manos se
ensuciarán. Si es Judge, bueno, la mierda está a punto de
caer.
La puerta tiembla bajo más golpes.
—Ya voy, joder. —gruño mientras tiro la cerradura y
abro la puerta. Cualquier cosa que piense decir a
continuación muere en mi garganta cuando cuatro de los
brillantes chicos de azul de Fortune se paran allí con
sonrisas. Detrás de los cuatro policías está el jefe Schmidt,
nuestro jefe de policía. Sonríe tan ampliamente que me
pregunto si se le va a romper la cara.
El imbécil que está más cerca de mí me golpea con un
papel en el pecho.
—Tenemos una orden de registro.
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—¿Con qué motivo?— Leo rápidamente la orden. En
este día se ha presentado una solicitud respaldada por una
información bajo juramento por parte del jefe de policía Eric
Schmidt, bla bla la, con el fin de averiguar si hay pruebas de
un acto criminal que incluya pero no se limite al homicidio de
Jessica Trainor. ¿Jessica? Parece un nombre demasiado
ordinario para esa perra.
El roce de la policía al entrar me despierta de mi
aturdimiento. Nuestro apartamento consta de tres
habitaciones, cuatro si se separa la cocina del salón, cosa
que no hago. Y en dos pasos más, los imbéciles van a estar
en la puerta del dormitorio, donde Chelsea está desnuda o
con mi camiseta puesta y tumbada inocentemente en
nuestra cama.
A la mierda.
Nadie puede verla así más que yo.
Tal vez sea porque todavía estoy en estado de shock o
porque siento que mi mujer está siendo amenazada, pero no
me paro a pensar en cómo se percibirán mis acciones. O tal
vez es que me importa una mierda lo que piensen esos
imbéciles, porque me adelanto de un salto y paso junto a los
dos uniformados para advertir a Chelsea.
A los chicos de azul no les gusta eso y contraatacan.
Uno de ellos me lanza un palo a la cabeza. Me agacho y doy
un puñetazo al mismo tiempo, clavando mi cabeza en su
pecho. Mi impulso lo hace chocar contra la pared y oigo cómo
su cabeza se estrella contra la pared de yeso con un golpe
satisfactorio. Intenta levantar la rodilla, pero la bloqueo
barriendo mi pierna hacia un lado.
Un golpe en la nuca me hace tambalear y mi visión se
nubla. Siento el aire desplazado cuando el puño del segundo
atacante se dirige hacia mí. Suelto al imbécil que tengo
delante y me dejo caer de rodillas. El segundo tipo cae sobre
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el primero, que intenta frenar su golpe, pero cómicamente
acaba dando un puñetazo a su compañero.
Pero no salgo limpio porque el tercer chico de azul está
ahí y su bota hace contacto con mi frente. Choco con los dos
que están detrás de mí y todos caemos en un montón de
extremidades y narices ensangrentadas. La piel sobre mi ojo
izquierdo está partida y el cálido goteo de sangre me dificulta
ver a quién o qué estoy golpeando.
—¡Basta ya! ¡Paren!— grita Chelsea.
—Aléjate, Chels. —le ordeno. No quiero que se haga
daño.
—Si lo vuelven a tocar, los voy a demandar a todos por
brutalidad policial. —grita.
—Ha agredido a un agente de policía.
—¡Ustedes, malditos, me golpearon primero!
Por encima de mí oigo una lucha y luego al jefe Schmidt
gruñendo a Chels. —Deja de hacer eso. Deja eso ahora
mismo.
—No, tengo derecho a grabar sus acciones. Esto se
publicará mañana si no dejan de hacerle daño.
Las esposas se unen y me levantan de un tirón. A través
de la sangre y el ojo rápidamente hinchado, puedo ver a
Chelsea vestida con una camiseta y unos pantalones cortos.
Le tiemblan las manos, pero sostiene su teléfono móvil
grabando cada segundo.
—Llama a Judge.
Asiente con la cabeza y me llevan lejos.
19
Capítulo 3
Chelsea
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ladillas de todos modos. Eres una puta del club, ¿no?
Dispuesta a follar con todo y con todos, incluido tu hermano.
No te follaría a ti, quiero replicar, pero me muerdo la
lengua porque cualquier cosa que diga también va a salir en
la cámara. Sigo grabando mientras se mueven por nuestra
pequeña casa. Sacan los cajones y los tiran al suelo. Tiran
los cojines del sofá y lo ponen todo patas arriba. Paulson saca
un cuchillo y empieza a cortar la parte inferior.
—¡Oye, no puedes hacer eso!— protesto.
—Claro que puede. —Y a pesar de mis objeciones, corta
toda la tela de araña de la parte inferior. Por supuesto, no
hay nada allí, lo que lo lleva a maldecir. El otro agente, al que
probablemente debería conocer pero no lo hago, lo aparta.
¿Mark? ¿Matt? ¿Mick? No lo recuerdo.
—¿Tienes algo?— pregunta Paulson. El agente niega
con la cabeza. Quiero gritarles que por supuesto que no han
encontrado nada. No somos idiotas. Grant tiene antecedentes
por delitos graves y está en jodida libertad condicional, así
que no vamos a tener mierda en nuestro apartamento que
haga que lo regresen. No hay nada en nuestra vida que
tengamos que ocultar, aparte de las actividades del club.
Ninguno de los dos se droga. No gastamos dinero que no
hemos ganado y no tenemos ninguna mercancía ilegal en el
apartamento.
Todo lo que hace el Club fuera de la ley no puede tocar
la vida personal de las familias y, aunque no fuera la novia
de Grant, soy la hijastra del presidente de los Death Lords,
lo que significa que estoy dentro de ese círculo de protección.
La policía tendría muchas más posibilidades de
encontrar cosas en la planta de municiones de Miller, la
fábrica que emplea al cincuenta por ciento de la ciudad, pero
ese lugar está fuera de los límites. Si el jefe Schmidt derribara
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al empleador número uno de nuestra comunidad, lo
colgarían antes del amanecer.
—¿Dónde la puso Chelsea?
—¿Poner qué?
—¿La pistola?
—Mi pistola está en la mesita de noche junto a mi cama.
Sostiene la gran 45. —Esta no es la única y lo sabes. A
Trainor le dispararon con una 22.
—¿Sra. Trainor?— Inspiro con fuerza. —¿Jessica
Trainor?
—Sí, la perra con la que discutiste esta mañana. He oído
que Harrison se lo toma como algo muy personal cuando
alguien se mete contigo. ¿Corres a casa con tu padre y tu
hermano y te quejas de cómo te trataron en el supermercado?
—se burla. —¿Después de eso se turnan para metértela?
Ya no me importa el vídeo. Me lanzo sobre él, pero antes
de que pueda sacarle los ojos o darle un rodillazo en el
trasero, MarkMattMick me atrapa.
—Cállate, hombre. —dice MarkMattMick y me arrastra
hacia atrás. No soy una debilucha y le cuesta un poco de
esfuerzo. Después de forcejear durante un minuto, el rojo de
mis ojos se aclara y respiro profundamente. Nada de esto va
a ayudar a Grant y él es mi principal preocupación.
Aparto los brazos de Matt. Ahora recuerdo su nombre.
Es cuatro años mayor que yo, pero creo que está
emparentado con Lea Albertson, que enseña historia en
décimo curso.
Enderezando mi camiseta, recojo el teléfono que se me
ha caído y vuelvo a encender la cámara. —No sabía que te
preocupara tanto quién se metió en mis pantalones, Paulson.
22
—No te tocaría ni aunque me pagaras. —escupe.
—Vamos.— Matt pone una mano en el hombro de
Paulson. —Hemos terminado aquí.
Paulson se encoge de hombros. —Dame un minuto. Si
no me dices dónde está el arma que usó Harrison, podrías
caer por cómplice. Es a él a quien queremos. No pierdas el
tiempo con él.
—¿Por qué esa falsa preocupación, Paulson? No voy a
regalar polvos de compasión y, aunque lo hiciera, no serían
para ti. Además, no sé de qué demonios estás hablando. —
¿Cómplice de qué? Necesito que estos dos se vayan para
poder hablar con Judge. Si él hizo que Grant hiciera trabajos
en la red para el club mientras estaba en libertad condicional
estaré... ¿qué? ¿Herida, asustada, enfadada como un
demonio? Sí, todas esas cosas.
Matt acorrala a Paulson y lo saca a toda prisa del
apartamento antes de que podamos volver a enfrentarnos. —
Nos marchamos. Vamos a la comisaría.
Paulson se resiste al principio, pero un rápido vistazo a
la habitación destruida revela que no hay nada más que
pueda dañar aquí. Excepto a mí, por supuesto, pero para
dañarme de verdad, tendrían que acabar con Grant y Grant
está en la estación.
Pongo una cara valiente y arrogante porque prefiero
cortarme los dedos a que estos imbéciles piensen que estoy
preocupada o alterada, aunque me esté muriendo por dentro.
Si Grant vuelve a ser encerrado, no sé cómo voy a sobrevivir.
Con las manos temblorosas, me pongo
apresuradamente el chándal, una pesada chaqueta y las
botas. Se me saltan las lágrimas cuando recuerdo que
sacaron a Grant de aquí en calzoncillos y descalzo. Le
preparo una bolsa llena de cosas para que, cuando lo
23
suelten, tenga algo de ropa. No me molesto en cerrar la
puerta tras de mí mientras bajo las escaleras del
apartamento. La camioneta está fría cuando la arranco. Dejo
que el motor funcione mientras marco el teléfono de Judge.
Lo contesta al segundo timbre. —¿Qué necesitas? —dice
con su voz grave, ligeramente rasposa por haberse
despertado.
Casi pierdo el control. Judge y yo nos hicimos muy
amigos cuando Grant estuvo fuera durante tres años. Seguí
viviendo con él incluso después de graduarme porque no
soportaba estar sola. No había tenido ninguna figura paterna
durante los primeros catorce años de mi vida, pero Judge
compensó esa carencia. Y me había dado a Grant. Lo quiero
mucho y daría lo que fuera por tener un abrazo paternal
ahora mismo.
Maldito sea Paulson por sus asquerosos comentarios.
Uno de estos días, cuando menos se lo espere, me la voy a
cobrar.
—Se llevaron a Grant. —logro balbucear.
—¿Quién y dónde?— Cualquier rastro de sueño queda
borrado.
—Comisaría de policía. El jefe Schmidt se presentó con
otros cuatro. Tenían una orden de registro para nuestro
apartamento y se llevaron a Grant. Uno de ellos mencionó
que habían disparado a Jessica Trainor.
—¿Trainor? ¿Esa es la mujer con la que tuviste el
encuentro en el supermercado hoy?
Ugh. Pueblos pequeños. —Sí.
—¿Encontraron algo en el apartamento?
—No hay nada que encontrar. Tengo la Glock a mi
nombre y eso es todo lo que tenemos aparte de una caja de
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seguridad con algo de dinero en efectivo. Se llevaron eso y la
pistola.
—¿Y la camioneta?
—No. —Se me escapa una risa aguda. La camioneta
está a mi nombre, es parte de una transferencia de propiedad
que el abogado nos hizo hacer cuando el caso de Grant
parecía grave. Pero desde que Grant está fuera, esta jaula ha
sido su transporte en invierno y, por la pregunta de Judge,
supongo que hay mierda aquí dentro que pertenece al Club.
—Jesús. —Su suspiro se amortigua brevemente como
si se pasara una mano por la cara. —Deja que me vista y
bajaré a la comisaría.
—Ya estoy allí.
Mi única pierna está a medio camino de la camioneta
cuando me dice que me detenga. —No, cariño, vuelve a tu
apartamento. Voy a enviar al nuevo parche Abel y te ayudará
a limpiar. Deja que yo me encargue de Wrecker y de la policía.
Una sospecha desagradable me araña la nuca. ¿Ir a
casa? ¿Dejar que Judge se encargue de Wrecker? —¿Esto es
un asunto del Club?— pregunto, aunque sé que no debería
ser así. Si es un asunto del Club, no tengo derecho a saberlo.
No soy miembro del Club. Normalmente eso no me molesta.
Nunca he querido formar parte de los Death Lords. No soy
fan de sus fiestas llenas de sexo y su respeto mínimo por la
ley. La única moto que me importa es la que maneja Grant.
Cuando era más joven, antes de que mi madre
conociera a Judge, me arrastraba de festival motero en
festival motero, con algunas paradas musicales para variar,
en busca de algún parche en el que hundir sus garras. Cómo
llegó a atrapar a Judge es un misterio para mí, aunque
empiezo a sospechar que él la aceptó para que yo pudiera
tener un hogar y no porque tuviera sentimientos cálidos
25
hacia ella. Se largó pronto cuando Judge se negó a alimentar
su adicción a las drogas y empezó a buscar alivio en las
perras del club. Él nunca pareció sentirse mal por ello, pero
de nuevo, él tenía un flujo constante de culos dulces para
calentar su polla siempre que lo necesitaba.
Pero mis sentimientos hacia el Club van a pasar de la
tolerancia a la antipatía si me entero de que Grant estaba
haciendo trabajo sucio para el Club. Aunque qué tipo de
trabajo sucio implicaba matar a una bocona del club de
campo, no podía ni siquiera imaginarlo.
—Estás alterada, así que no voy a repetirte lo que ya
sabes. —Esa es la forma que tiene Judge de decirme que no
es de mi incumbencia. —Pero sé lo que le queda de libertad
condicional a Wrecker tan bien como tú y no voy a ponerlo
en peligro.
La dulzura de su voz me hace sentir como una mierda.
—Lo sé. Lo siento. —Y entonces, para mi consternación,
empiezo a llorar. Mi pelo se levanta en cinco direcciones
diferentes. Llevo puesto uno de los abrigos de granero de
Wrecker, no tengo calcetines y hace unos diez grados. Las
lágrimas se vuelven heladas en cuanto salen de mis ojos.
—Vete a casa, Chelsea. Voy a llamar a nuestro abogado
y todo esto desaparecerá. Ambos sabemos que Grant no mató
a Trainor y que la policía no tiene nada contra él.
Deseando que Judge tenga razón, me meto en la
camioneta y la devuelvo al apartamento. Abel ya está allí
cuando llego.
—Hola Chelsea.
—Abel. —Levanto la mano en un débil saludo al ex
marine que ha decidido unirse a los Death Lords. No estoy
segura de quién fue su padrino, ni de dónde viene, ni de cómo
llegó hasta nosotros. Esas son preguntas que tal vez sólo
26
Judge conozca. Su actitud militar y su corte de pelo revelan
parte de su origen. Tiene una fea cicatriz que va desde la sien
hasta el lóbulo de la oreja, pero nunca ha sido otra cosa que
amable conmigo. —Sube.
El apartamento está peor de lo que recordaba.
—Mierda. —Abel saca su teléfono y empieza a hacer
fotos. Cuando lo ha documentado a su gusto, nos ponemos
a trabajar para recomponer el apartamento.
—¿Te gustan los inviernos, Abel?— pregunto mientras
termino de colocar todos los cajones de la cocina en sus
guías. Habrá que lavar los platos.
—No, pero estoy acostumbrado a ellos. Vengo de
Bemidji.
—Esto debe parecer prácticamente tropical. —Bemidji
está a unas cuatro horas al norte y cerca de las aguas
fronterizas. Allí hace frío nueve meses al año.
—He visto cosas peores.
Por el tono sombrío, entiendo que se refiere a algo más
que al clima. Abro el lavavajillas y se me saltan las lágrimas
cuando veo los platos limpios. Grant se ha levantado en
mitad de la noche, ha levantado la mesa y ha puesto en
marcha el lavavajillas. Mierda, es un buen hombre.
—¿Estás bien? No vas a llorar, ¿verdad?— dice Abel
alarmado.
Me doy un manotazo en los ojos. —Sí. Sólo pensaba en
Wrecker en la cárcel. —Empiezo a descargar el lavavajillas.
—Saldrá mañana. —me asegura Abel.
Ojalá tuviera tanta confianza como los demás, pero al
jefe Schmidt no le gustan los Death Lords. No sé por qué
empezó. Algunos lo atribuyen a que Schmidt quería a la
27
nueva bibliotecaria, Pippa Lang, y ella eligió a Judge en su
lugar. Pero el odio de Schmidt hacia Judge y los Death Lords
es mucho más profundo que eso.
Mi hipótesis es que Judge es el verdadero poder en
Fortune. El pueblo no tiene un problema de metanfetamina
como tantos otros pequeños pueblos rurales y, en su mayor
parte, el único delito que hay por aquí es el de los pequeños
robos. Mucha gente consume drogas y bebe demasiado por
aquí porque no hay mucho más que hacer, pero la cosa no
se cocina aquí. Podemos fingir que somos el puto Mayberry y
probablemente a Schmidt le moleste que eso sea más por la
presencia de los Death Lords que por el miedo a la policía de
Fortune.
Y hasta que Schmidt no rompa el control de los Death
Lords sobre Fortune, seguirá viniendo a por nosotros y por
ahora, Grant es su objetivo favorito porque Grant es el hijo
del presidente de los Death Lords. Grant siempre tendrá un
objetivo en su espalda aquí. Siempre.
28
Capítulo 4
wrecker
29
Pensé que te había dicho que te mantuvieras alejado de los
problemas.
—Lo he hecho. —Extiendo mis manos. —No puedo
evitar que el jefe Schmidt me tenga manía.
—Hay dos declaraciones juradas que sitúan tu vehículo
en las proximidades del club de campo anoche.
—No sé cómo puede ser eso cuando estuve en casa con
Chelsea desde las siete y antes estuve en Wheels Up.
—¿Todo el día?
—Aparte de almorzar en la tienda de submarinos, sí.
Judge tiene una lista de espera más larga que tu brazo y
estamos tratando de abrirnos camino.
—¿Hay alguien más, aparte de Chelsea, en casa
contigo? —Sus preguntas son rápidas.
—No, pero el Cut-n-Curl está abierto hasta las nueve.
Alguien puede haberme visto subir.
Este dato provoca un pequeño asentimiento de
aprobación. Toma nota y hace otra pregunta. —¿De qué
conoces a Jessica Trainor?
—No la conozco. Escuché que ella y Chelsea se
enfrentaron en la tienda de Carmichael, pero ella es parte del
grupo del club de campo que no presta mucha atención a la
gente de Fortune.
—Así que estás resentido con ellos.
—No sé lo suficiente sobre ellos como para tener algún
sentimiento.
—Pero tú y Judge son muy protectores con Chelsea.
Eso no es una pregunta. Todo el mundo sabe que
Chelsea está fuera de los límites, así que no respondo.
30
—¿Cuánto tiempo has estado durmiendo con tu
hermana?
Muerdo el interior de mi mejilla hasta que puedo
saborear el cobre de mi sangre. Menos mal que mis manos
están debajo de la mesa para que ella no pueda verlas
formando puños. —Pensé que estaba de mi lado, abogada.
Se inclina hacia delante. —Estoy de tu lado. Ya deberías
saber que las preguntas que hago no son ni de lejos tan
intrusivas u ofensivas como las que te lanzará la fiscalía.
Cuando caí en la cárcel, no era débil ni mucho menos.
Me había criado en el club y, en cuanto me gradué, mi padre
me hizo hacer pequeñas carreras con él, preparándome para
mi parche. Pero la cárcel me endureció, no sólo en mi cuerpo
sino en mi mente. Ahora nadie me quiebra. Ni la señorita
Amelia y sus afiladas preguntas ni el jefe Schmidt y su
inmoral persecución de los Death Lords.
—Tomé la virginidad de Chelsea cuando ella tenía
diecisiete años y ha sido mía desde entonces. Ese es el tiempo
que he estado durmiendo con ella.
Si Amelia está sorprendida por esto, no lo demuestra.
Cuando me representó hace cuatro años, Chelsea me rogó
que mantuviera la boca cerrada. No quería que el juez
supiera que habíamos tenido algo. Tal vez ella no confiaba en
mis intenciones, pero yo sabía -aunque ella no lo hiciera- que
quitarle la virginidad era lo mismo que hacerle la promesa de
que no habría otra mujer después de ella.
Cuando salí, estaba cansado de esconderme. No me
importaba lo que dijeran los demás. Chelsea no era mi
hermana, no importaba que Judge la cuidara desde que
Chelsea tenía catorce años. Ella era mi chica, mi vieja, mi
puto corazón. Así que no, no me importaba lo que un millón
de señoras Trainors tuvieran que decir sobre mi relación con
Chelsea.
31
—Bien. ¿Qué hiciste después de llegar a casa alrededor
de las siete?
—Cené. Tuve sexo. Chelsea se durmió y me levanté
alrededor de las dos para ver algo de televisión cuando
aparecieron Tonto y Retonto.
—¿Cuánto duró la cena?
Pude ver cómo trazaba una línea de tiempo. —Media
hora como mucho.
—¿Y luego tuvieron sexo?
—Sí.
—¿Y después del sexo se fueron a la cama?— Ella
levantó las cejas con incredulidad.
—Chelsea estaba agotada. —En realidad, podría
haberse desmayado después de nuestra segunda vuelta.
Como ya me había corrido, aguanté mucho tiempo,
asegurándome de que las únicas sensaciones que Chelsea
sintiera fueran buenas.
—¿Todo lo que hiciste fue comer y tener sexo? ¿Toda la
noche? — Amelia golpea su bolígrafo contra el papel.
—Sólo fueron unas tres horas. —Y por primera vez
desde que me sacaron del apartamento sonrío, porque
Amelia se queda boquiabierta.
—Nadie tiene sexo durante tanto tiempo. —sisea.
—Nunca has tenido un Death Lord en tu cama,
¿verdad?
—Increíble. —Ella se queda mirando y luego empieza a
reírse. —Tengo que ir a una de sus fiestas, ¿no?
32
—La invitación está siempre abierta. Claro que no sé si
la mitad de esos malditos sabrían qué hacer con una mujer
con clase como tú.
—Tres horas, Grant. Yo no sabría qué hacer con ellos.
Compartimos una sonrisa antes de que Amelia mueva
un poco la cabeza y volvamos al tema. —No mucha gente va
a creer que has tenido sexo durante tres horas. Y Chelsea no
es una gran coartada porque es tu novia. ¿Puedes
conseguirme una lista de las personas que habrían estado en
el Cut-n-Curl entre la hora en que llegaste a casa y la hora
en que cerró?
—Sí. ¿Dijeron cuándo fue asesinada Trainor?
—Todavía no se ha determinado la hora de la muerte.
—Ella arruga la nariz. —El crimen en un pueblo pequeño
significa que la autopsia tampoco es una prioridad, así que
imagino que no lo sabremos hasta dentro de una semana o
algo así. El lado bueno es que, como tienes coartada y no hay
riesgo de fuga, te pondremos en libertad en breve.
—¿Qué significa eso?— En breve en tiempos de los
abogados podría significar días en lugar de semanas.
—En breve significa que voy a salir ahora mismo y exigir
tu liberación. Tienen declaraciones de que tu vehículo estaba
en los alrededores pero eso es todo. No hay ningún arma tuya
que coincida con las balas usadas en Jessica Trainor y las
declaraciones sólo identifican tu vehículo, no a ti. Eso no es
suficiente para condenar a nadie, ni siquiera a ti.
Ni siquiera a mí, un delincuente convicto que ya había
matado a un hombre.
—¿Por qué el arresto entonces?
—Porque pueden. —Se aparta de la mesa y golpea la
puerta para que Paulson la deje salir. —Deberías pensar en
33
conseguir un nuevo código postal porque no creo que a estos
tipos —inclina la cabeza hacia la puerta. —les gustes mucho.
Es lo mismo que ha estado cantando Chelsea, sólo que
con una estrofa ligeramente diferente. Cuando me sentaba
en mi celda de Oak Park, lo que me mantenía cuerdo era
imaginarme volviendo a casa, poniéndome mi parche y
haciendo el amor con Chelsea. Sólo he vuelto un año y ya la
gente me dice que es hora de irme.
Eso no me gusta.
Pero tampoco me gusta ver la cara de derrota de Chelsea
mientras se tiran al suelo todas nuestras pertenencias. Y los
grilletes que llevo en las muñecas no me sientan bien.
Tampoco quiero estar entre rejas ni un maldito minuto más.
Una cosa es cumplir condena por algo que sí hice, que fue
apuñalar a ese maldito violador de los cabezas rapadas, y
otra muy distinta es estar encarcelado por matar a una mujer
a la que apenas podía reconocer en una fila.
El tiempo pasa demasiado lento para mi gusto, pero el
reloj de la pared me dice que sólo ha pasado una hora cuando
Paulson abre la puerta de golpe. Por la mirada amargada que
tiene, sé que Amelia se ha salido con la suya. Me pongo de
pie y extiendo las muñecas.
—Ha sido un placer visitarte.
Es brusco cuando maneja las esposas, tratando de
frotar el metal en mi piel. Es un movimiento de mierda que
demuestra lo desesperado y débil que es. —Volverás pronto.
Me da una bolsa de ropa y me desnudo allí en la
habitación, despojándome felizmente del mono naranja.
Chelsea me ha metido en la maleta una muda de ropa
interior, vaqueros, calcetines gruesos, mis botas favoritas y
una camiseta de manga larga tipo henley. Cada prenda me
recuerda lo mucho que se pierde cuando se está preso. No es
34
sólo la libertad, sino la intimidad y el sentido de identidad.
En la cárcel, hay controles regulares que te obligan a
despojarte del mono. Los guardias pueden obligarte a
agacharte y separar las nalgas para asegurarse de que no
escondes contrabando en el culo.
La ropa, varias capas, forma parte de la recuperación
de la dignidad.
También lo son las puertas sin cerrar. Llamo a la puerta
para indicar mi buena disposición. Paulson se toma su
tiempo para abrirla, pero lo ignoro. En su lugar, me dirijo a
los miembros del Club que me están esperando. A través de
la mampara de cristal que separa la sala de espera del resto
de la oficina de la policía, puedo ver a Easy sonriendo y
bromeando con la recepcionista mientras Michigan está de
pie en una esquina con aspecto de estar dispuesto a cortar
la cabeza de cualquiera que lo mire mal. Papá está hablando
con Amelia. Se ríen de algo. BangBang, el Jefe de Guerra del
Club, lanza sus llaves al aire. Es un tipo inquieto, excepto
cuando está molesto o en su zona. Cuando BangBang se
queda en silencio, es mejor buscar algún tipo de refugio
porque la mierda está a punto de caer.
Las pesadas pisadas de Paulson resuenan detrás de mí.
—Por cierto, el coño de tu hermana huele bien.
Como si sintiera que algo va mal, la cabeza de Judge
gira hacia mí y todos los Death Lords se ponen en guardia.
Levanto la palma de la mano para decirles que estoy bien y
que aún lo tengo controlado. Me está diciendo esa mierda
para sacarme de quicio, quizá para acusarme de agresión a
un agente. Ahora no hago nada, pero llegará el momento del
ajuste de cuentas, porque nadie dice una mierda así sobre
Chelsea y se sale con la suya. Sé que es mejor no decir ese
sentimiento en voz alta porque Schmidt y su equipo están
esperando a que la cague. Estarán esperando mucho tiempo
35
porque estoy dispuesto a tragarme mucha rabia para
mantenerla a ella feliz.
—Tienes que conseguir una chica propia para no tener
que oler el cajón de las bragas de otra mujer. —Sigo
caminando.
—Quizá tu hermana se acueste conmigo para que no
vayas a la cárcel.
Me detengo frente a la puerta y espero a que la
recepcionista me deje pasar. La puerta zumba y la empujo
para abrirla, pero antes de dejar que se cierre, aprovecho el
ruido para cubrir mi amenaza. —Duerme con un ojo abierto,
Paulson. Así podrás verme venir antes de que te corte la polla
y te la meta por la garganta.
36
Capítulo 5
wrecker
37
escalones y se lanza a mis brazos. El casco impide algo más
que un rápido picoteo y me lo quito de encima con
impaciencia. La menta de su pasta de dientes hormiguea
contra mi lengua mientras profundizo en ella.
Su gemido está lleno de alivio y felicidad y todo ello se
transmite en el febril movimiento de sus labios contra los
míos. La necesidad de ella se transforma en un ardor
constante que sospecho que nunca se extinguirá del todo.
Necesito a Chels más que a la carretera, el parche o el
Club. No puedo vivir sin ella. Despertarme con ella cada
mañana y dormirme en sus brazos cada noche es lo único
que quiero hacer el resto de mis días. La forma en que me
abraza dice que siente lo mismo.
Nuestro beso tiene menos de pasión y más de alivio y
gratitud por estar juntos de nuevo.
—¿Todo ha ido bien? —pregunta, apartándose. Alcanzo
su casco y se lo pongo en la cabeza antes de responder.
—Sí. Tienen algunas declaraciones falsas diciendo que
estuve en los alrededores, pero eso es todo.
—¿Un disparo con una 22? Un cañón tan pequeño.
Como una pistola de niña.
—Probablemente fue de ella. Alguien la sorprendió. Ella
sacó el arma y el intruso se la quitó. Pasa todo el tiempo.
Ella balancea su pierna sobre el asiento de la perra y se
acomoda cerca. Andar por la acera con mis hermanos en un
dulce día de verano es lo más parecido al cielo que puedo
imaginar, pero no puedo decir que sea mejor que tener a
Chelsea montando conmigo, con sus suaves tetas
presionando mi espalda y sus manos enganchadas en mi
cinturón, a veces bajando.
38
Ella hace que el interminable invierno se sienta tan bien
como una semana en el trópico.
—Muy bien entonces. No me voy a preocupar.
Ninguno de los dos se lo cree, pero suena bien. Hago
rodar la moto hacia atrás y enciendo el motor. Hace tanto frío
que si no tuviéramos los cascos puestos, se nos congelaría la
saliva en la boca. Pero necesito sentir la mordedura del viento
después de las largas horas en la cárcel. Chelsea mete su
cara en el hueco de mi columna vertebral y salimos del
pueblo a toda velocidad. Me dirijo al oeste, pasando los
límites de la ciudad y dirigiéndonos al condado donde unos
amigos nos permiten pasar sin problemas. Todos los
marrones y verdes del terreno rural están cubiertos por un
prístino manto de blanco. Las ramas de los pinos se hunden
con el peso de la profunda nieve invernal. Paralelamente a la
zanja, un par de huellas de motos de nieve se entrelazan.
Y el aire es fresco y limpio. Me subo la visera y respiro
el aire frío y purificador hasta que se borra el hedor de la
cárcel y de Schmidt y de nuestros problemas.
***
—¿Qué ha dicho ella?— pregunta Judge cuando llego a
la casa club.
—¿Chelsea?
Frunce el ceño. —No. Tu abogada. ¿Qué dijo Amelia
Harris?
—Que no me meta en problemas. —Arrojo mi chaqueta
y mis guantes a un sofá vacío y me subo a un taburete de la
barra. Nuestro vicepresidente, Flint, desliza una cerveza por
la barra.
—¿Lo hiciste tú?— Papá hace la única pregunta que
Amelia no quiere hacer. Ella no quiere saberlo. Ella asume
39
que todos sus clientes son inocentes. Podrías asesinar a
alguien delante de ella y te defendería. Le pregunté por qué y
me contó una historia sobre un anciano que pasó veinte años
acusado de violación y que fue exonerado por las pruebas de
ADN tras el juicio de OJ Simpson. Al parecer, ese anciano era
su tío. Se suicidó después de ser liberado y ella dedica su
vida a ver que ningún hombre inocente vaya a la cárcel bajo
su mirada.
Pero Judge quiere saber la verdad para poder proteger
al club.
—No. No sé quién demonios es la mujer Trainor. No he
ido al campo de golf desde este verano cuando entregué un
par de carros de golf que arreglamos. No sé de quién es la
camioneta que vieron.
—Bien.— El asunto está cerrado. —¿Cómo se lo está
tomando Chelsea?
—No muy bien. —admito. —Ella quiere escapar.
—¿Escapar a dónde?
Sacudo la cabeza. —No lo sé. ¿A Wisconsin? ¿Canadá?
En algún lugar lejos de aquí donde nadie nos conozca. Donde
nadie sepa que tengo antecedentes.
Judge se pasa una mano por la cara en señal de
frustración. —Entiendo que esté asustada, pero no es la
única que estuvo sin ti durante tres años. No quiero que se
vayan a algún lugar donde no pueda verlos a los dos..
—No nos vamos. —le digo pero no hay mucha confianza
detrás de mi afirmación porque si Chels decidiera irse, yo me
iría con ella.
—Todo se arreglará. —Ahora es Judge el que se muestra
poco convincente.
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—Gente inocente es enviada a prisión todos los días.
Soy un chivo expiatorio conveniente. Si no pueden encontrar
al verdadero asesino, un delincuente con antecedentes es
mejor que nada.
—No hay pruebas. —argumenta.
—Están mis antecedentes. Es todo lo que necesitan. —
Me termino la cerveza pero me sienta mal en el estómago. No
puedo sentarme a debatir con el viejo sobre lo que puede
pasar. Él me deja irme sin discutir.
Voy en moto al taller donde meto la cabeza bajo el capó
de un Cadillac de 1966. Allí, soy capaz de perderme en el
trabajo hasta que mi estómago me recuerda que no he
comido en todo el día.
Un buen olor a comida me golpea cuando entro por la
puerta, algo picante.
—¿Qué hay para cenar, cariño?— Me quito las botas y
cuelgo la chaqueta en el gancho. El lugar parece limpio y
ordenado, muy lejos del desorden que dejó la policía.
—Estoy haciendo tamales. Hay una nueva receta que
encontré en Internet. Pensé que necesitábamos algo
diferente.
—Siento no haber venido a ayudarte a arreglar el
apartamento.
Ella gira su cara para un beso. —Me imaginé que
necesitabas un tiempo para ti. Además, Abel ayudó. Él
parece agradable.
—Supongo que sí. —Agradable no es el primer adjetivo
que usaría para describir a Abel. Es duro. Capaz. Dedicado.
¿Agradable? Tal vez con las mujeres. Me siento mal por no
haber estado aquí para ayudarla a limpiar.
41
Los tamales están buenos y Chelsea mantiene una
charla intrascendente como si esta noche no fuera diferente
a las demás. Como si la llamada a la puerta no hubiera
ocurrido a las dos de la mañana y no me hubieran arrastrado
a la cárcel. Como si nuestro nuevo apartamento no hubiera
sido registrado y sacudido como una maldita bola de nieve.
—Los tamales están buenos.
—¡Estoy de acuerdo!— Ella sonríe y se lleva otra porción
a la boca. —Una receta súper fácil, además. Voy a probar otra
la semana que viene.
Dejo mi propio tenedor lo más suavemente posible y me
inclino sobre la mesa. —¿Qué pasa, Chels? Ayer me decías
que no querías estar aquí. Que querías irte donde nadie nos
conociera y pudiéramos empezar de nuevo. Me arrestan por
algo que no hice porque el jefe Schmidt tiene una erección de
odio hacia todos nosotros y tú estás aquí sentada como si no
hubiera pasado nada.
Esta vez su sonrisa es dura pero más real. —Te amo
Grant. Quiero a Judge. Sé que a veces me molesto por lo del
Club, pero es porque es un objetivo conveniente. Protegiste a
un miembro del Club y todo el mundo por aquí sabe que
mataste en defensa propia. —Abro la boca para decirle que
mis manos no están tan limpias, pero me hace un gesto con
la palma de la mano. Una clara señal de que debo callarme.
—Tampoco me importa que mil señoras Trainor me insulten
en el supermercado. Lo que realmente me molesta es la idea
de que el jefe Schmidt, un imbécil que probablemente no ha
dado un orgasmo a una mujer desde el principio de los
tiempos, pueda decidir dónde vamos a vivir. No. No voy a
huir. Además, tengo un plan.
Esas cuatro últimas palabras deberían ser una
advertencia, pero no puedo evitar devolverle la sonrisa. —¿No
vamos a huir entonces?
42
—No. No estoy diciendo que quiera vivir en Fortune para
siempre, pero si nos mudamos, será porque queremos
hacerlo, no porque un policía corrupto intente ponernos la
mano encima.
—¿Y cuál es ese plan tuyo?— Sospecho que ya lo sé.
—Tenemos que averiguar quién mató a la Sra. Trainor.
Tú y yo. El departamento de policía de Fortune no va a hacer
otra cosa que inventar más pruebas de mierda contra ti.
Averiguamos quién lo hizo y llevamos las pruebas reales al
sheriff del condado.
El sheriff Dahlman es amigo de mi padre. Ambos solían
estar en el ejército y Dahlman no encontró que el club fuera
un problema, probablemente porque cualquier acto criminal
en el que nos involucramos, lo mantuvimos en silencio y lejos
del condado. El plan de Chels no es del todo malo, excepto
por la parte en la que quiere jugar a la chica detective.
—¿Cómo te propones hacer eso?
—No lo sé. Vamos a su casa y la registramos. Tal vez
entrar en sus ordenadores y leer sus correos electrónicos y
mierdas así.
—¿No crees que la policía ya se ha llevado todo eso?
—Tal vez. Pero, ¿qué tiene de malo mirar?
—El allanamiento de morada sería una violación de mi
libertad condicional. —señalo.
Ella pone los ojos en blanco. —Como si no pudieras
encontrar una forma de entrar y salir sin que nos descubran.
Me quedo pensando en su sugerencia mientras termina
el resto de su comida. Al parecer, esta idea es estimulante
para ella. No tenemos ninguna habilidad de investigación y
no sabemos realmente lo que estamos buscando.
43
—Propongo que lo consultemos con la almohada. —y
como mi respuesta no es un no, no me insiste con el tema
durante el resto de la noche.
Por supuesto, no puedo dejar de pensar en ello. En lo
estúpido e inteligente que es al mismo tiempo. Esta noche
soy yo el inquieto mientras Chelsea duerme como un puto
bebé.
44
Capítulo 6
Chelsea
45
donde me tumba. No tengo ni un momento para respirar
antes de que su enorme cuerpo caiga sobre el mío.
—¿Qué tal si nos unimos a los Bedlam Butchers en su
lugar?
Le rodeo el cuello con las manos y le acerco la cara. —
Pensé que habías dicho que ninguna otra polla podía estar
dentro de mí.
Los Bedlam Butchers son un club conocido por sus
tríos. A veces bromeamos con que Annie, Michigan y Easy
podrían dejarnos, pero sólo cuando Michigan no está cerca.
A él no le parece tan divertido como al resto de nosotros.
—Buen punto. —Empuja su erección en la hendidura
entre mis piernas. —Estaría bien si todo lo que él hiciera
fuera comerte.
—No sé qué hombre estaría bien con sólo comer un coño
y no recibir nada a cambio.
—No te ha comido el coño a ti. —Las palabras son
gruñidas en mi cuello.
—Soy magnífica. —bromeo.
Grant lame una línea desde el lóbulo de mi oreja hasta
la clavícula, lo que me hace empujar contra él. Me estoy
excitando mucho y tengo que ir a trabajar en unos treinta
minutos.
—Lo eres. —Deja de lamer y se aparta de mí. Mis manos
no lo sueltan fácilmente.
Le dirijo una mirada inquisitiva.
—Hagámoslo. —dice él.
Qué bien, porque mi cuerpo está preparado para el
suyo. Me acerco a él, pero salta del sofá.
46
—¿Hacer qué?
Ante mi tono de descontento, me lanza una carcajada.
—Me ocuparé de ti esta noche. Pero estoy hablando de los
Trainor. Vamos a averiguar qué pasa con ellos. ¿Quién es el
sospechoso número uno por violencia doméstica?.
—Marido o novio. —respondo inmediatamente.
—¿No es así? ¿Dónde está el afligido Sr. Trainor? ¿Por
qué no está siendo interrogado? ¿Cuál es su problema con
su esposa?
Me levanto del sofá y empiezo a retirar el desayuno. —
Ella lo engañó.
—Probablemente.
—¿Me matarías si te engañara?— Tiro los platos en el
fregadero.
—No, pero sí castraría a la persona con la que te
hubieras acostado. Le haría comer su polla. Luego tendría
que conseguirte un cinturón de castidad y encerrarte en
alguna habitación para que no pudieras salir. —Eso me
parecía justo. —Esta noche iremos a echar un vistazo a su
casa.
—¿Cómo entraremos?
Una sonrisa malvada se extiende por la cara de Grant
mientras se encoge de hombros dentro de su abrigo y toma
las llaves del mostrador. —Hay un coche de seguridad del
Riverside Country Club en el taller ahora mismo. Los
neumáticos estaban lisos y había un extraño sonido de
golpeteo en el motor.
—¿Gasolina equivocada?— El noventa por ciento de las
veces los motores que golpean y chisporrotean son causados
por el combustible equivocado.
47
Grant hace una pistola con los dedos. —Tienes razón.
Estaremos conduciendo ése esta noche asegurándonos de
que los buenos residentes de Riverside se sientan extra
seguros.
***
La tienda está súper ocupada hoy. Probablemente todo
el mundo está aquí por la misma razón: los chismes. Yo
también estoy aquí por eso. No hay mejor lugar en la ciudad
-ni siquiera la cafetería- para escuchar las locas y no tan
locas especulaciones de todos. Es increíble lo que una mujer
le cuenta a su peluquero o a su mejor amiga mientras el
técnico le trabaja las uñas. Lo juro, la gente revela cosas en
el salón de belleza que ni siquiera contaría a sus sacerdotes.
Las conversaciones cesan cuando entro por la puerta,
pero me dirijo a mi puesto y saco mis cosas como si hoy fuera
un día cualquiera. Y muy pronto, la charla vuelve a empezar.
Maggie, la propietaria, se detiene para darme un abrazo.
—¿Lo llevas bien?
—Sí, estoy bien.
—Si necesitas algo, dímelo.
—Gracias Maggie.
Teniendo en cuenta que Judge tiene el contrato de
alquiler de Cut-n-Curl, supongo que Maggie tiene que ser
amable conmigo, pero no hacía falta que se tomara la
molestia, como acaba de hacer, de demostrar a todo el
mundo en la tienda que sigo siendo parte de la familia Cut-
n-Curl. Me acomodo en mi puesto mientras llega mi primera
cita. Shelby Montauk es una mujer morena con pómulos
afilados. Alta y guapa, a menudo me pregunto por qué nunca
ha tenido un novio fijo. Si yo fuera un hombre, estaría
jadeando tras ella.
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Ella mantiene a su padre holgazán y a su hermano, que
tiene necesidades especiales, limpiando casas. Me pregunto
si alguna vez ha limpiado la casa de los Trainor.
Debe usar guantes de goma porque sus manos no
parecen pasar horas mojadas y sucias.
—¿Quieres las uñas de gel o las normales?— le
pregunto.
—Sólo las normales. —responde. —Mi compañera
trabaja en la tienda Sephora del Mall of America y me ha
comprado un kit de purpurina. Quiero probarlo, pero mis
cutículas necesitan un recorte y mis manos están cansadas
de fregar, así que dame un buen y largo masaje.
—Ya lo tienes. —Sumerjo su mano derecha en el cuenco
de agua jabonosa y me pongo a trabajar en su mano
izquierda. Frunzo el ceño cuando veo las uñas perfectas. No
hay ni una cutícula suelta. Un cosquilleo se instala en la base
de mi cuello. Esto no me parece bien.
Le limo ligeramente las uñas ya recortadas.
—¿Tu amiga también te hizo la manicura?
Shelby frunce los labios. —Lo hizo.
—Hizo un buen trabajo.
Baja la cabeza. —Pero el otro día estuve limpiando y me
preocupó haber estropeado su buen trabajo.
—¿Sí?— digo, dejando de lado mi agenda y decidiendo
que le daré a Shelby un masaje extra largo.
—No creerías las cosas que tengo que limpiar. A veces
me pregunto qué hace exactamente la gente en sus casas.
Incluso me han dicho que quieren que queme la basura.
El cosquilleo se convierte en un dolor y mi corazón
empieza a latir más rápido y con más fuerza.
49
—Eso no parece correcto. ¿No hay leyes de quema?
—Exactamente, así que a veces dejo la basura en el
garaje porque no me voy a llevar esas cosas a casa y,
francamente, no sé qué clase de desastre crearía si la
quemara.
—Parece que dejarlo es lo más inteligente.
—Pero tienes que hacer lo que te piden tus clientes,
porque si no se corre la voz de que no eres de confianza o
cuidadosa.
Le aprieto la mano. Sé exactamente lo que me está
diciendo. Ser una empleada de la limpieza significa que
entras en las casas de la gente y estás al tanto de muchas
cosas que pasan. Si la gente de Riverside, o incluso los ricos
dueños de la planta de municiones, se enteran de que Shelby
es una persona de labios sueltos, perderá su clientela y, con
sus responsabilidades, no puede permitirse eso.
—Es lo mismo aquí. —Le digo la verdad. —Si un cliente
no puede decir algo en tu tienda sin preocuparse de que se
divulgue por todas partes, la gente no va a volver a sentarse
en estas sillas.
Sus hombros rígidos se relajan. En un tono aún más
bajo, dice: —Nadie cree que Wrecker le haya hecho algo a la
Sra. Trainor. Él no se merece esto.
—Gracias. —Respondo pero no levanto la cabeza. En su
lugar, me concentro en darle a Shelby el mejor masaje de
manos que jamás haya recibido.
Dos asientos más allá, Victoria, una mujer mayor, dice
algo que llama mi atención. —Es un contable o algo
relacionado con los números con oficinas en la Torre IDS.
—¿Dónde has oído eso, Victoria?— grita Maggie. Le está
haciendo mechas rubias a Laura Kramer.
50
—Mi hija empezó a trabajar en la casa club de Riverside
y eso es lo que me dice. —responde Victoria con orgullo. —Y
nunca está en casa y cuando está, se pasa todo el tiempo en
la casa club. En verano, está en el campo de golf. 36 hoyos y
a veces más.
—Tu hija acaba de empezar. ¿Cómo sabe ella eso?—
desafía Laura.
—Está por toda la casa club. Él probablemente tiene
una mujer en la ciudad y su pobre esposa está aquí sola.
Emma dice que él no ha estado en casa desde que le
dispararon a esa pobre mujer.
—He oído que ella se estaba liando con el profesor de
tenis. —dice Laura.
—Allí no tienen pistas de tenis, sólo de golf. —Este dato
es de Jeanette Verrier. Su marido es el dueño del banco y son
socios del club de campo. Se retuerce en su silla haciendo
que su estilista Jolene se muerda una maldición. —¿Dónde
estaba Wrecker esa noche, Chelsea?
—Conmigo— respondo con sinceridad. Laura levanta
una ceja con incredulidad. Aunque a la mayoría de la gente
de Fortune le gustan los Death Lords, hay quienes piensan
que la asociación desprestigia a la ciudad, como el grupo de
Riverside. Algunos los ven como una pandilla, una pandilla
peligrosa. Es cierto que los Death Lords no operan totalmente
dentro de la ley. La opinión de Judge es que la mayoría de las
leyes son bastante tontas. Y cuando se tiene a alguien como
el Jefe Schmidt tratando de hacer valer su peso, y haciéndolo
de maneras realmente inapropiadas, entonces seguir las
leyes no tiene mucho sentido. Pero esa es una excusa muy
conveniente, porque incluso si tuviéramos un buen jefe de
policía, seguiría habiendo cosas que Judge y los Death Lords
hicieran que la mayoría de la gente no aprobaría.
51
—Esa coartada no suena muy bien si me preguntas. —
resopla Jeanette.
—Nadie te está preguntando. —Maggie se acerca a
Jeanette y la hace girar para que esté de cara a la pared de
espejos. —Será mejor que te quedes quieta o Jolene acabará
cortando tus capas en ángulo.
Jeanette se calla enseguida en cuanto se da cuenta de
su posición vulnerable, ya que tiene el pelo medio cortado y
Jolene tiene el ceño fruncido.
A pesar de todo lo que he dicho esta mañana, huir
empieza a parecerme más atractivo por momentos. Pero
entonces recuerdo la información que Shelby se tomó el
trabajo de darme. Tenemos una pista, una pequeña, pero es
algo. El resto del día es muy parecido. Se hacen muchas
especulaciones y se lanzan algunas flechas en mi dirección,
pero me las arreglo para ignorarlas.
Wrecker me envía un mensaje de texto a la hora de la
comida para decirme que está trabajando sin parar.
¿Estás bien?
Bien. Tengo algo de información para ti. Lo
discutiremos más tarde.
De acuerdo. Te amo.
Yo también te amo.
52
Capítulo 7
Chelsea
53
ahora no me había dado cuenta de lo enormes que son estas
casas.
Wrecker asiente. Hay una amplia terraza que abarca
casi toda la parte trasera de la casa y unas escaleras que
bajan a un patio de losas. Hay varias sillas alrededor de lo
que probablemente sea una hoguera. Wrecker se agacha y
levanta una piedra que lanza hacia la casa.
—¿Qué estás haciendo?— siseo.
—Comprobando si hay luces activadas por movimiento.
—Oh, buena decisión. —digo, aliviada. Menos mal que
no he intentado hacerlo yo sola.
Cuando no se enciende ninguna luz, Wrecker me lleva
hasta la puerta trasera del garaje.
—Sabes que nunca podré darte una casa como esta. —
gruñe mientras juguetea con la cerradura trasera.
—¿Quién querría una casa como ésta?— le respondo. —
Es demasiado grande. Sería una mierda tener que limpiar
esto.
—Seguro que si te puedes permitir esta casa puedes
contratar a alguien para que la limpie.
—Aun así, ¿qué sentido tendría? No te veo en todo el día
porque tú estás trabajando y yo también. Cuando llegara a
casa tampoco podría verte porque la casa es demasiado
grande. Tendríamos que enviarnos mensajes de texto desde
extremos opuestos de la mesa.
Se ríe y se gira para rodearme la nuca con su gran
mano. Me inclino hacia su contacto y me planta un gran beso
húmedo en los labios.
—¿Por qué ha sido eso? —le pregunto cuando se separa.
54
—Te amo. Ahora vamos a hacer un allanamiento de
morada. —Un destello blanco de su sonrisa brilla en la noche
cuando empuja la puerta para abrirla. El garaje es lo
suficientemente grande como para que entren tres coches,
pero sólo hay uno, por lo que el lugar parece vacío.
A lo largo de la pared del fondo hay dos cubos de
basura. Uno de ellos es marrón y el otro verde.
Wrecker abre la tapa de ambos. El verde está casi vacío,
pero el marrón está lleno y huele a comida podrida y otras
porquerías.
—Joder, esto apesta. —Wrecker saca la bolsa de basura
de su cintura y me hace un gesto para que haga lo mismo.
Las dejamos caer sobre el suelo de cemento. Sostengo una de
las bolsas abierta. Tras quitarse los guantes de invierno y
ponerse unos de plástico, transfiere rápidamente el
contenido del cubo de basura lleno a nuestras bolsas de
plástico. Cuatro bolsas blancas de basura de cocina llenan
una de nuestras bolsas de plástico. —Ya está. —dice, pero no
se quita los guantes de plástico.
Se pasa la lengua por la parte inferior del labio mientras
contempla la puerta trasera, la que lleva desde el interior del
garaje a la casa.
Contengo la respiración esperando que tome una
decisión.
—¿Quieres entrar?
—Sabes que sí.
Saca otro par de guantes de plástico del bolsillo. —Por
un centavo, por una libra. No va a haber ninguna diferencia
si nos atrapan en el garaje o en la casa.
Me pongo los guantes y lo sigo por los tres escalones del
suelo del garaje hasta las puertas traseras. Gira el pomo y la
55
puerta se abre sin hacer ruido. Escuchamos si hay algún
sonido dentro: una alarma, una persona, un perro, pero no
hay nada. La casa, al igual que el garaje, parece vacía. La
cocina es inmensa. Hay una gran cocina de gas y dos hornos
colocados en armarios del suelo al techo. El mármol y el
granito brillan en la oscuridad. El cielo cubierto de nubes
impide incluso que la luna proporcione mucha iluminación
interior.
Mis ojos se han adaptado a la oscuridad y un par de
electrodomésticos, como la cafetera, proporcionan un poco
de iluminación. Ninguno de los dos está seguro de lo que
busca, así que pasamos de una habitación a otra observando
un televisor de pantalla grande, flores marchitas en la
entrada y una mesa de comedor lo suficientemente larga
como para sentar a doce personas. La puerta principal es
doble y tiene las luces laterales abiertas. Hay cinta policial en
la fachada. Qué ironía que no haya nada en la parte trasera.
Sólo confirma mi creencia de que esta investigación se ha
hecho a medias.
—Uno de los policías dijo que a la mujer Trainor le
dispararon en su cama. —susurra Wrecker. En la gran casa
silenciosa, sus palabras parecen demasiado fuertes. Incluso
él debe sentirse incómodo, porque en lugar de decirme que
vamos a subir, me toca el hombro y me señala. Asiento con
la cabeza para hacerle saber que lo entiendo.
Me toma de la mano y subimos sigilosamente las
escaleras alfombradas. Pasamos en silencio de una
habitación a otra. Al final del pasillo de arriba hay dos
puertas dobles. Una de ellas está entreabierta. Wrecker se
acerca a la puerta y me empuja hacia un lado. Abre la puerta
con los dedos y se balancea hacia dentro. No se oye nada más
que nuestra fuerte respiración.
56
Se desliza por la esquina y me llama con un tono suave.
—Todo despejado.
Dentro veo la cama de cuatro postes, las sábanas
pálidas y las manchas en la cama y la alfombra.
—¿Le disparan en la cama y luego se desploma en el
suelo? O tal vez es al revés. ¿Le disparan en la alfombra y
tropieza hacia atrás y cae en la cama?— Intento dar sentido
a las manchas de sangre. No soy analista forense, pero el
rastro va desde el borde de la cama hasta aproximadamente
un metro más allá.
—Parece que sí. Confirma lo que dijeron cuando pasé la
noche en el calabozo. Le dispararon dos veces. Primero en el
corazón y luego en la cabeza.
—Eso es muy preciso. —Frunzo el ceño. Demasiado
preciso para un crimen pasional. ¿Dos disparos y ambos
dieron en el cuerpo? A menos que el tirador usara armas de
fuego regularmente, es poco probable que ambos disparos
hubieran conectado. Cuando Judge me llevó por primera vez
al campo de tiro, me costó mucho dar en el blanco a tres
metros de distancia. Me dijo que no me sintiera mal porque
la mayoría de la gente tiene mala puntería incluso a corta
distancia. Los nuevos propietarios de armas no están
preparados para el retroceso, o la presión del gatillo les
sorprende. A menos que un tirador vaya al campo de tiro con
regularidad, acertar con las dos balas en el blanco es
realmente una buena suerte.
—Sin duda.— Hace un círculo alrededor de la
habitación. —No hay otros agujeros de bala que pueda ver.
El que le disparó sabía cómo manejar un arma. Vamos abajo.
Mientras bajamos las escaleras, no puedo deshacerme
de la extraña sensación que se ha instalado. Un ejecutivo de
la gran ciudad cuya actividad favorita es jugar al golf no
parece el tipo de persona capaz de disparar a una persona en
57
la cabeza y en el pecho. Eso requiere algo de puntería, incluso
a corta distancia.
Wrecker encuentra las escaleras del sótano junto a la
cocina. No parece un sótano. Hay una mesa de billar, un bar
y una gran pantalla frente a un sillón de cuero en el que
parece que podría caber todo el club Death Lords. A lo largo
de las paredes exteriores hay puertas correderas de cristal
que conducen al patio que vimos antes.
—¿Te parece pequeña esta zona?— dice Wrecker.
Comienza a contar largas zancadas mientras camina de un
extremo a otro del espacio. Me doy la vuelta en un círculo.
Aquí abajo es más pequeño. —Quizá haya una zona de
almacenamiento que falta.
Sin embargo, aparte de un baño, no encontramos
ninguna puerta. Wrecker saca una pequeña linterna del
bolsillo y empieza a iluminar los zócalos.
—¿Qué estás buscando?
—Una pared falsa. Este espacio del sótano es
demasiado pequeño para la estructura.
Todas las paredes tienen una elegante moldura de
madera que hace que parezcan grandes marcos de cuadros
que decoran la placa de yeso, sólo que es sólo pintura y
madera.
—¿Hueles eso?— pregunta Wrecker. Se arrodilla y pasa
los dedos por una parte de la moldura de madera.
—No, ¿qué es?— Olfateo pero no huelo nada.
—Huele a humo y mira aquí. —Apunta con la luz al
borde de un trozo de moldura pintada. —Esto es daño por
humo.
58
Wrecker empuja la pared pero no pasa nada. Se levanta
lentamente ejerciendo presión a lo largo de la pieza de la
moldura y, a mitad de camino, se oye un ligero chasquido
como si se hubiera soltado un pestillo. Aunque está oscuro,
puedo ver que sus ojos se abren de par en par y sus cejas se
disparan.
—¿Qué hay ahí dentro?— le pregunto en un susurro.
Sacude la cabeza y acerca una oreja a la puerta oculta.
—¡Oh, mierda! . —dice bruscamente tirando de mí hacia las
correderas de cristal del sótano.
—¿Qué pasa?— pregunto corriendo detrás de él. Tantea
el pestillo y abre la puerta de golpe. Ni siquiera se toma la
molestia de cerrarla. —¿Qué pasa con la basura?
—No hay tiempo. Sigue corriendo. —sisea y avanza, casi
arrastrándome tras él. Se oye un silbido detrás de mí. No lo
reconozco pero sé que no es bueno. Agacho la cabeza y corro.
Llegamos al camino de los carros antes de que el mundo
entero se vuelva naranja brillante y un estruendo resuene a
nuestro alrededor. El suelo tiembla y los escombros
empiezan a volar. Tropiezo, pero Wrecker me levanta y sigue
corriendo. No puedo evitar mirar hacia atrás. La casa de los
Trainor es una gran bola de humo y fuego.
—¿Qué fue eso?
—Un laboratorio de metanfetamina. —dice entre
dientes. Pasamos corriendo por delante del coche de
seguridad, el edificio de mantenimiento y todo el camino
hasta la puerta trasera del club de campo donde entran los
vehículos de servicio. Las sirenas suenan y las luces se
encienden por todas partes. —Sube. —nos ordena. La valla
tiene unos tres metros de altura, pero no hay alambre de
espino en la parte superior. Engancho las manos en los
eslabones abiertos y empiezo a trepar. Wrecker está arriba y
sobre la valla antes de que yo llegue a la cima. Me agarra por
59
la cintura y me ayuda a bajar los últimos metros y luego nos
ponemos en marcha de nuevo.
Cuando estamos a unos 400 metros del campo de golf,
Wrecker se detiene y saca su teléfono. Envía un mensaje de
texto y se gira hacia mí. —¿Te apetece hacer otro kilómetro?
—No. —niego con la cabeza, pero empiezo a correr de
todos modos porque, aunque estoy agotada por nuestra
huida de la casa de los Trainor, no quiero que me atrape la
policía.
Me da una palmada en el culo y corremos en silencio
por una carretera de grava durante lo que parecen tres
kilómetros más antes de que aparezca un camión oscuro de
la nada. Es Michigan. Abre la puerta del pasajero y Wrecker
me empuja dentro. Michigan hace que el camión se aleje a
toda velocidad antes de cerrar la puerta.
—¿Cuándo demonios ha pasado?
—Los Trainors tenían un laboratorio de metanfetamina
en su sótano. Debí activar una trampa cuando intenté abrir
una puerta oculta. Todo explotó.
—¿Están los dos bien?
Asiento con la cabeza, pero me cuesta recuperar el
aliento y siento mucho frío a pesar de haber corrido toda esa
distancia y de que los calefactores del interior de la camioneta
están al máximo.
—Ella está entrando en shock . —dice Michigan. Su voz
suena como si estuviera al final de un largo túnel.
—Shh, cariño. Vas a estar bien. Los dos estamos bien.
—Wrecker me sube a su regazo y me abraza. —Déjanos en el
apartamento. Me pasaré mañana y le daré a Judge el
informe.
—No esperes demasiado. —advierte Michigan.
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—No lo haremos.
61
Capítulo 8
wrecker
62
botella rosa. Lo abro y huele a Chelsea: afrutado y delicioso.
Quizá debería empezar a usar sus cosas más a menudo.
—Ni se te ocurra. —me advierte.
—¿Qué?— pregunto inocentemente, pero ella me conoce
demasiado bien.
—No puedes usar mi jabón corporal de postre de fresa
y kiwi en tu pelo.
—¿Y en mis apestosas axilas?
Se inclina hacia mí, húmeda, regordeta y cálida. —Me
gusta tu olor a hombre. No lo arruines. Axilas apestosas y
todo.
—Date la vuelta. —le ordeno bruscamente. —O esto de
la ducha se acabará antes de empezar.
La forma en que su estómago presiona contra mi polla
provoca un torrente de calor en mi cuerpo que no tiene nada
que ver con la temperatura del agua. En lugar de hacer lo
que le pedí, me rodea los hombros con sus resbaladizos
brazos y engancha una pierna alrededor de mi cadera. Si
flexionara las rodillas, podría deslizarme entre sus piernas y
sé que ella también estaría mojada por dentro.
—Basta. —gruño.
Frota sus tetas contra mí, las duras puntas de sus
pezones rozando mi pared pectoral. Joder. —Ya estoy limpia.
—dice. Se siente como una burla y el agua se va a enfriar en
cualquier momento. Dejo caer la botella de fruta en el suelo
de la bañera, cierro el grifo y levanto a mi chica. Riendo, me
besa en la frente.
Sus piernas me rodean la cintura y mi polla encuentra
su objetivo. A cada paso, mi polla se frota contra su carne
húmeda y, cuando llegamos a la cama, estoy a dos segundos
de explotar sobre ella.
63
—Cariño, no voy a durar mucho.
Se muerde el labio inferior. —Yo tampoco.
Sus ojos brillantes me dicen que está igual de excitada.
Gracias a Dios.
La arrojo a la cama y dejo caer una mano entre sus
piernas. La evidencia resbaladiza de su excitación cubre mis
dedos. Deslizo un solo dedo dentro de ella y me inclino hacia
delante para capturar sus labios. Sabe a deseo, huele a fruta
y se siente como la única mujer que jamás querré.
—Cada noche que estaba lejos de ti, cada minuto que
pasábamos separados, me imaginaba de pie entre tus
piernas, besando estos labios, acariciando tu piel. Follando
contigo. —Sacudo la cabeza. —Nofollando. Haciendo el amor
contigo. Porque te amo, Chels. Eres la número uno en mi
vida. Eres más importante para mí que el Club, el parche.
Judge. Todo ello.
—Oh, cariño.— Se acurruca y me besa suavemente. Es
menos un beso y más una bendición. —No tienes que elegir.
Naciste como un Death Lord y morirás con el cuero puesto.
Y yo estaré ahí contigo, en cada paso del camino.
Y dicho esto, Chels se mete entre nosotros y toma mi
polla tiesa entre sus manos y me guía hacia su abertura. Veo
cómo la punta de mi polla desaparece entre sus labios.
Compartimos un gemido mientras me introduzco en su
interior. En silencio, empiezo a recitar el alfabeto al revés
para no reventar antes de llegar al final.
—No me canso de ti, nena.— Me agarro a sus amplias
caderas y tiro de ella hacia arriba mientras me clavo hasta la
raíz. Sus manos se aferran al colchón mientras yo establezco
un ritmo furioso. Puedo sentir el orgasmo subiendo desde los
dedos de mis pies, pero no la dejo atrás. —Vente conmigo,
64
cariño. —Me chupo el pulgar y lo presiono contra su pequeño
clítoris.
—Sí, justo ahí. —jadea. —Justo ahí, joder.
Frotándola furiosamente, martilleo mis caderas hacia
adelante con fuerza y rapidez. Su apretado coño me aprieta
mientras empujo. Conjuro imágenes de las ancianas de su
salón, el juego de mierda de los Vikings de la última década,
el interior del MKII GT40. Mi pulgar frota su clítoris en
pequeños círculos hasta que se retuerce en la cama. Sus
caderas se mueven hacia arriba, pidiendo su liberación. Me
agacho y atrapo su boca, follándola con mi lengua, mis dedos
y mi polla. Le meto todo lo que tengo hasta que su cuerpo se
tensa como un arco tensado.
—Vente conmigo. Ahora mismo. —exijo contra sus
labios.
Su grito de liberación llena el aire. Ella es más
embriagadora que cualquier cerveza, más adictiva que
cualquier droga. El orgasmo que he estado reteniendo me
domina. Me corro a chorros dentro de ella. De hecho, me
corro con tanta fuerza y duración que mis piernas se vuelven
gelatinosas y me derrumbo sobre ella.
Sus brazos sudorosos me rodean y me acarician
suavemente por la espalda hasta que mi respiración se
estabiliza y dejo de sentirme agotado.
Me quito de encima de ella, saciado y agotado. Siento
que se acerca el colapso, pero Chelsea sigue nerviosa.
—¿Qué pasa?— le pregunto.
—Estoy pensando en las bolsas de basura. ¿Qué crees
que vio Shelby? ¿Crees que ella está en la cocina de la
metanfetamina?
65
—No.— Arrastro un brazo inerte sobre mi cara sudada.
—Creo que uno de los Trainor le pidió que se deshiciera de la
basura y ella miró dentro y vio contenedores vacíos de
formaldehído y fertilizante. Los Trainor viven en el campo de
golf y no en una granja, así que la probabilidad de que
necesitaran ese tipo de mierda en grandes cantidades era
baja. Significaba problemas y ella sabía que no debía
deshacerse de ello.
—¿Cómo lo supiste?
—Oliendo y no me preguntes cómo conozco el olor.
Simplemente lo sé. —Aunque no traficamos con
metanfetamina u otras drogas, he estado en suficientes
clubes que sí lo hacen para estar familiarizado con el olor e
incluso el aspecto de los laboratorios. Un club con
consumidores de metanfetamina no dura mucho tiempo. Los
drogadictos venderían a sus propias madres por una dosis.
La hermandad y la lealtad no son compatibles con los
consumidores habituales.
—¿Sabes qué más huele mal?— rezonga Chelsea. —El
Sr. Trainor. ¿Dónde diablos está? Le disparan a su mujer, en
su casa hay un laboratorio de metanfetamina, lo volamos por
los aires pero él sigue sin aparecer. Una de las clientas dijo
que trabaja en la Torre IDS.
—Y quieres que lo sigamos.
—Sí. Vamos a encontrarlo y a averiguar qué sabe.
Me pongo de lado y me apoyo en el codo. Chelsea está
mirando al techo, sin duda imaginando que vamos a atrapar
al Sr. Trainor haciendo alguna venta en una esquina del
centro de Minneapolis, lo cual no va a suceder, pero también
sé que si no voy con ella, irá sola. Eso tampoco va a ocurrir.
—¿Alguna vez has hecho trabajos de vigilancia?
66
Gira la cabeza hacia mí y una bonita arruga aparece en
su entrecejo. —No, ¿cuándo lo habría hecho?
—Yo sí. Es aburridísimo.
—¿Y? —se encoge de hombros. —Nos aburriremos
juntos.
Me tumbo de espaldas. —No digas que no te lo advertí.
***
—Me estoy congelando. —gime Chelsea. Le doy el termo
que hemos rellenado con agua caliente en la cafetería de una
manzana más abajo. Con una sonrisa de agradecimiento, lo
acepta y se traga la mitad de la botella. —Sabes, cuando
dijiste que iba a ser aburrido, me imaginé que era porque lo
habías hecho antes y, por tanto, toda la novedad había
desaparecido, pero no, es insoportablemente aburrido.
Me callo el ‘te lo dije’ con un buen trago del termo.
Después de medio día de trabajo y de una excusa poco
convincente para Judge, que sé que no se ha creído, nos
dirigimos a Minneapolis y estamos sentados frente al edificio
donde trabaja el señor Trainor. Hemos estado sentados aquí,
de forma intermitente, durante las últimas dos horas,
esperando verlo salir. Sabemos que está dentro porque
Chelsea se pasó la mañana llamando a casi todos los
negocios del edificio de cincuenta y siete pisos que parecían
tener un contable. Dio con la clave en la decimocuarta
llamada. Stage Coach Financial Services confirmó que el Sr.
Trainor estaba en su oficina pero no estaba en su escritorio.
Así que ahora esperamos. Trago más agua aunque sé
que tendré que orinarla dentro de media hora, pero Chels
tiene razón. Hace un frío de mil demonios sentados aquí,
frente al edificio. Nos hemos turnado para entrar en el edificio
y caminar por la pasarela para entrar en calor, pero es mejor
cuando estamos juntos, aunque lo único que hagamos sea
67
mirar un conjunto de puertas giratorias. Además tenemos
que seguir enchufando el contador donde está aparcado
nuestro medio de transporte. Esta vez hemos traído el
vehículo de Abel. Es un Ford negro, bastante común por
aquí.
—¡Él se va!— Me tira de la chaqueta.
Levanto la cabeza y veo a un tipo que sale de las puertas
con un abrigo de lana oscuro sobre un traje. Por lo que veo,
se parece a las fotos de Facebook que sacamos de la página
de la señora Trainor. Tiene los hombros encorvados y se pasa
una mano agitada por su pelo ya desordenado. Cuando llega
a la acera, mira a su alrededor, casi furtivamente. Su mirada
se posa en nosotros pero rebota. No nos reconoce y no hay
razón para que lo haga.
No corremos en los mismos círculos y, francamente,
aunque lo hiciéramos, Chelsea y yo vamos abrigados con
pesadas parkas, gorros y guantes.
El Sr. Trainor no mide más de metro sesenta y, incluso
con el abrigo, parece pequeño. Creo que Chelsea podría con
él. Trainor gira a la izquierda y empieza a caminar hacia el
estacionamiento. Esperamos a que desaparezca dentro antes
de subir a la camioneta. El vehículo de Abel huele a nuevo
aunque creo que lo tiene desde hace un año. No debe
conducirlo nunca. Algunos moteros son así: quieren ir
siempre en moto, haga el tiempo que haga.
—Dios, no sé si estoy más excitada ahora con la
calefacción encendida que anoche cuando tu lengua estaba
entre mis piernas.
—Me sentiría insultado si no estuviera de acuerdo
contigo. —El calor se siente muy bien después de estar afuera
con una temperatura bajo cero. Al menos no había viento.
Trainor tarda diez minutos en salir del garaje en un Mercedes
de alta gama. —O gana mucho dinero en su empresa de
68
contabilidad o su producción de metanfetamina se paga bien.
Es un Benz de doscientos mil dólares.
—¿En serio? —aprieta la cara contra la ventanilla
tratando de ver exactamente por qué el sedán oscuro de
cuatro puertas cuesta tanto dinero. Lo seguimos hasta Lake
Street, cerca de la U de M, no muy lejos del Misery MC. La
zona está un poco deteriorada y el lugar donde aparca su
Benz está rodeado de coches baratos y chatarras. Sin
embargo, lo deja con confianza, porque ni siquiera mira hacia
atrás cuando se baja del coche. Sin duda, se siente cómodo
aquí.
—¿Lista?— Asiente con la cabeza y se ajusta el gorro de
lana sobre las orejas. Lleva un abrigo hinchado sin forma y
unos vaqueros holgados. Yo me he dejado el cuero en casa.
No queremos llamar la atención. La tomo de la mano y
entramos en el bar. No hay porteros y el interior parece tan
desgastado como el exterior. El suelo está pegajoso y el espejo
de detrás de la barra está roto. Pido dos cervezas, que el
camarero sirve sin pedir identificación. En cuanto pagamos,
vuelve a centrar su atención en la televisión.
Trainor se desliza en una cabina frente a un hombre
blanco de pelo largo y barba aún más larga. Chelsea aspira
un poco y se gira para no ver a la pareja. —Él lleva un parche.
Asiento con la cabeza y miro fijamente al espejo
intentando ver si puedo distinguir alguno de los parches de
la parte delantera de su chaleco de cuero. Tendremos que
esperar hasta que concluyan sus asuntos y el motorista se
vaya. Los parches de la espalda nos dirán todo lo que
necesitamos saber. Chels se toma una cerveza y yo voy por
la mitad de la segunda cuando los dos terminan de hablar.
Trainor se va primero y el motorista se demora unos minutos,
tecleando algo en su teléfono antes de levantarse y salir
también.
69
—Misery MC. —me susurra cuando la puerta se cierra
tras el motorista. —¿A quién seguimos?
—Trainor. —respondo inmediatamente. —Sabemos
dónde encontrar al otro tipo.
Chelsea aspira un suspiro. —¿El club Misery es el que
dirigía el amigo de papá que murió? ¿Y que ahora lo dirige su
hijo?
—Sí. Judge sabía que era un club de delincuentes, pero
no creo que supiera cuán delincuentes eran. Fuimos a por
un montón de activos y los pusimos fuera del alcance del
club, a petición de Junior. Parece que fue la decisión
correcta. Él no confía en todos los de su banda.
—¿Junior?
—Nombre de carretera. —explico. El vehículo se
desplaza hacia el sur por la I 35 hacia Burnsville, que no es
la ruta hacia Fortune. —Su padre y Judge estuvieron juntos
en el ejército, creo. Judge invitó al viejo a formar parte de los
Death Lords, pero el veterano decidió fundar su propio club
en las ciudades. Lo llamó los Misery Makers o alguna mierda
y se acortó a sólo Misery. Su hijo está luchando por
mantenerlo unido y Judge le da una pequeña mano aquí y
allá.
Trainor entra en un motel que es más del estilo de Chels
y mío que del suyo. Aparco cerca de la parte delantera y
agarro la enorme cámara de Abel del asiento trasero. Tiene
un teleobjetivo más potente que la mayoría de los
prismáticos, afirma. Por lo menos, así parecemos más
investigadores privados que bichos raros.
—¿De quién es ese monstruo?
—Dios, Chels, hablando de dejarte en evidencia. —Me
da un puñetazo en el brazo, pero soy capaz de esquivarlo.
Enganchando mi brazo alrededor de su cuello, la arrastro
70
cerca. —El único monstruo del que tienes que preocuparte
es el que está en mis pantalones. La cámara es de Abel.
Me da un soplo en el cuello. —No sabía que le gustaban
esas cosas. ¿Qué está haciendo Trainor?
—Comprobando. —Me acerco. —Mierda, casi puedo
distinguir el número de la habitación con esta cámara.
Levántalo para mí, Trainor. Eso es.— La carpeta de llaves
muestra los números 212. —Segundo piso.
Dejo la cámara en el suelo. —Creo que deberíamos ir a
casa. Decirle a Judge lo que sabemos. Contactar con Junior
y averiguar si está traficando con metanfetamina o si se trata
de un bala perdida.
Chels se siente decepcionada, pero se acomoda como
pasajera sin discusión porque los dos armados con una
cámara no podemos hacer demasiado aquí. Además, hemos
averiguado lo que necesitábamos saber. Trainor está
evitando su casa, haciendo tratos con los miembros de un
MC y escondiéndose en un motel de baja categoría. Está
ocultando algo, pero no por mucho tiempo.
71
Capítulo 9
wrecker
72
—¿Pero crees que hicieron un trato con Schmidt?— Él
asiente y por la falta de sorpresa en las caras de los otros
hombres, esta información es nueva para mí.
—Tiene sentido. —Judge se frota la barbilla. —Siempre
pensé que él debía odiarme por alguna otra razón que no
fuera una lucha de poder. Nadie tiene el ego tan frágil.
Easy resopla, pero tiene sentido.
—Si los Death Lords desaparecieran, se abrirían las
rutas de tráfico a través de Fortune. —Estamos en línea recta
por la Interestatal 94 desde Dakota del Norte camino a Twin
Cities. Tener que rodearnos es un dolor de cabeza. De
repente, Judge maldice. —Ese maldito idiota. No me importa
que trafique con drogas o cocine metanfetamina, pero no se
caga donde se come. Cría a tu familia en un lugar agradable
y seguro y no lleves estas cosas cerca de ellos. El tráfico de
drogas es jodidamente peligroso como el infierno y ¿estando
tan cerca de casa? Qué jodido idiota. Entiendo por qué no
nos quiere cerca, pero no podemos tenerlo dirigiendo esta
ciudad porque es demasiado estúpido para vivir.
Si Schmidt estuviera aquí, Judge probablemente le
habría sacado la vida con las manos desnudas.
—¿Y qué pasa con Misery?— pregunto. Las drogas son
el dinero más fácil que existe y la metanfetamina es barata y
sencilla de crear. Los ingredientes principales se pueden
encontrar en casi todos los graneros de aquí a Fargo. El
problema con las drogas es la competencia. La protección del
territorio suele acabar en guerras sangrientas. Y el número
de mis compañeros de prisión que estaban dentro por culpa
de las drogas era demasiado elevado para contarlo. No me
sorprende que un club que perdió a su líder busque algo
como el tráfico para enriquecer su cuenta bancaria.
—Junior se puso en contacto conmigo después de que
ustedes fueran a mover algunos de los activos. Me preguntó
73
si le prestaría un miembro o dos. Tenemos que averiguar qué
sabe Misery, qué otros clubes están implicados y si nos va a
tocar. —responde sombríamente.
—Wrecker no debería ir solo. —interviene Flint.
—Sí, lo sé. —Judge tamborilea con los dedos sobre la
barra del bar.
Easy y Michigan comparten una mirada infeliz. Tiene
sentido que uno de ellos vaya conmigo, pero Annie, su chica,
está a punto de dar a luz.
—¿Qué tal Abel?— Intervengo. —Fue con nosotros a
mover los activos, así que Junior y la tripulación están
familiarizados con él.
—Me gusta. —reflexiona Flint.
La decisión es de Judge. Hace un gesto brusco con la
barbilla hacia Easy. —Llama a BangBang y consigue una
votación del consejo ejecutivo.
BangBang no tarda en llegar en su moto. La votación es
unánime. Dos Death Lords irán a Minneapolis y averiguarán
qué diablos pasa con Misery. Trainor será vigilado por
nosotros mientras los Death Lords locales y otros pocos
amigos tantean a Schmidt y cualquier tráfico.
—¿Crees que el condado está metido en esto?— le
pregunto a Judge y salgo de la sala de la capilla, que se
encuentra en la parte trasera del granero que nos sirve de
casa club, hacia la zona principal. Abel está sentado en la
barra, tomando una cerveza.
—No podemos ser demasiado cuidadosos, pero tantearé
a Dahlman. —Dahlman es el sheriff del condado.
—Cuando vaya a Misery, ¿cómo debo jugar?
74
—Tonto. Ve a lo tonto. Estás allí como músculo. Haz que
Junior ponga a prueba a su gente y averigua quién está
realmente interesado en formar parte del club y quién sólo lo
utiliza para cubrirse convenientemente. Muéstrales lo que
significa ser un hermano, pero no sabes nada de la
metanfetamina ni de Trainor.
—Entendido.
—Bien. Chelsea puede enseñar a las viejas cómo actuar
también. —Compartimos una risa. Chelsea es la vieja más
joven aquí en el club e incluso con Easy y Michigan tomando
a Annie, Chelsea todavía está un año detrás de ella. El hecho
de que no esté en el extremo inferior de ese escalafón en
particular podría ser atractivo para ella.
Judge se detiene junto a Abel. —¿Te parece bien esto?
Flint había informado al nuevo parche de cuáles serían
sus nuevas funciones.
—Me inscribí para ser un Death Lord. No importa si
estoy aquí o en las ciudades.
—Buen hombre. —Judge le da una fuerte palmada en
la espalda. —No estoy seguro de cuánto tiempo llevará esto.
Puede terminar en semanas. Puede ser más tiempo. Chelsea
puede obtener su certificado de belleza o lo que sea que
obtengan las señoras.
Le lanzo una mirada cómplice a Judge. —Lo tienes todo
planeado, ¿no?— Nunca va a dejar de ser mi padre, siempre
tres pasos por delante de mí. Sus ojos brillan, pero no
reconoce la pregunta. Al menos no en voz alta.
—¿Le dirás a Chelsea que has planeado su vida?— le
pregunto.
—Oh, no. Ahora ella es tu responsabilidad. —Me da una
palmada en el hombro.
75
***
—Te lo estás tomando bastante bien, a pesar de todo.
—observo mientras Chelsea cierra la maleta. Cuando le
comuniqué las órdenes de Judge, no discutió, sino que fue
directamente al dormitorio y sacó su pequeña maleta con
ruedas. Es la que trajo hace años, cuando Judge se presentó
con la madre de Chels, pero que nunca tuvo la oportunidad
de volver a usar porque Chelsea no fue a ninguna parte. O
tal vez sea más preciso decir que nunca la llevamos a ningún
sitio.
Tenía catorce años cuando Judge la tomó bajo su tutela
y diecisiete, a punto de cumplir los dieciocho, cuando fui a la
cárcel.
Ahora tiene veintiuno. No es de extrañar que quiera
dejar Fortune. Y no para siempre, dijo ella, sólo por un
tiempo.
—No va a ser mucho tiempo y no estaremos lejos. —
Coloca las manos en las caderas y mira alrededor de la
habitación. No hay mucho aquí ya que nos acabamos de
mudar. La cama, un espejo en la pared, dos mesitas de noche
que nos regaló la mujer de BangBang. Acabamos de
mudarnos y ahora nos vamos. —¿Qué hará Judge con el
apartamento?
—Es nuestro. No sabemos cuánto tiempo nos llevará.
Podría ser un mes. Podría ser más tiempo. No tiene sentido
alquilarlo a alguien si vamos a volver en poco tiempo. —
Repito las palabras que Judge dijo antes. Mientras se echa al
hombro su gran bolso y echa otro largo vistazo a la
habitación, me pregunto si he estado a punto de perderla. Si
el impulso de salir de Fortune me la habría arrebatado para
siempre. Un escalofrío se instala en mi columna vertebral que
no tiene nada que ver con el frío de fuera.
76
—¿En qué estás pensando?— Lanza la cabeza hacia un
lado, con la atención puesta en mí y no en las paredes beige.
Me acerco, sacando su maleta de la cama y agarrando mi
propia maleta.
—Estoy pensando que te amo. —Porque a la hora de la
verdad, ella no se fue. Se mantuvo fiel a mí los tres años que
estuve en prisión. La herí al alejarme de ella durante ese
tiempo. No quería que me viera encerrado. No quería que
tuviera recuerdos de mí en un mono con las manos y los pies
encadenados. Y si hubiera dicho que quería quedarme en
Fortune para siempre, ella habría estado a mi lado todo el
tiempo.
Una sonrisa le roza los labios, curva esos cojines de
felpa hacia arriba. Se adelanta y me rodea con sus brazos.
—¿Sólo piensas que lo haces? —se burla y me pellizca
los labios. Cierro mis brazos alrededor de su cuerpo, con una
maleta en cada mano. —Porque yo sé que te amo.
—A veces eres una mocosa. —la regaño riendo. —Y si
Abel no estuviera enfriando sus talones en la sala de estar,
dejaría caer las maletas y te tiraría en la cama.
—Puede escuchar. —dice ella y deja caer su mano entre
mis piernas para acariciar mi erección medio dura.
Hay que pintar el techo, pienso cuando dejo caer la
cabeza hacia atrás para disfrutar de la caricia. —¿Qué tal si
lo invito a entrar?— bromeo, pero cuando la respiración en
mi cuello se entrecorta, me agacho para mirar la cara de
Chels. —¿Qué es eso? No sabía que te gustaba la idea. —
Tengo que obligarla a levantar la barbilla con el dedo porque
intenta ocultar un rubor.
—No me gusta. —Se contonea y la suelto. Volviendo a
cargar con su bolsa, se dirige a la puerta. Una vez que la
alcanza, se da la vuelta. —No quiero a nadie más que a ti. Es
77
sólo que a veces miro a Annie, a Michigan y a Easy y me
pregunto, pero eso es todo. Sólo una idea.
Esto es interesante. Hemos tenido sexo en muchos
lugares y en muchas posiciones, pero no somos muy
pervertidos, ni tríos ni BDSM serio, aunque he disfrutado
atando sus muñecas y azotando su culo algunas veces. Ella
nunca ha expresado interés en un trío. —Soy bastante
posesivo. No estoy seguro de querer verte con otra polla
dentro de ti, ni en tu boca ni en tu coño.
Hace una mueca. —Yo tampoco querría eso.
—¿Entonces en qué estás pensando?
Su barbilla cae sobre su pecho y murmura un poco. —
Cosas.
Espero y juro que el aire entre nosotros se vuelve rosa
por su vergüenza. Finalmente levanta la cara y con las
mejillas sonrosadas admite su pequeña y sucia fantasía. —
Es sólo que me pregunto cómo sería si un tipo me lamiera
mientras estás dentro de mí o cómo se sentiría si te montara
a la inversa mientras me chupan los pechos. Sólo cosas
estúpidas.
Me acerco a grandes zancadas y esta vez sí dejo caer las
maletas para poder abrazarla por completo. —Eso no es una
estupidez y podría estar dentro de mi zona de confort. —
Porque seguiría siendo su dueño con mi polla. El otro tipo
sólo sería como un complemento.
—Sin embargo, no lo querría con ninguno de tus
hermanos. —advierte como si estuviera a punto de abrir la
boca y llamar a Abel ahora mismo.
—¿Por qué no?
—No sé. Es que no me siento cómoda mirándolos a la
cara después y por eso no va a pasar porque no queremos
78
meter a un extraño en una habitación con nosotros. Además,
es sólo... una charla de almohada. Nada serio. —Se levanta
en puntas de pie y presiona un beso entre mis labios.
—Bueno, me ha excitado pensar en ello y apuesto a que
estás un poco mojada entre las piernas. —La agarro por el
culo y la levanto para que se acerque a mi polla. —Así que
puedes susurrarme tu fantasía esta noche cuando estemos
follando y te haré sentir muy bien.
79
Capítulo 10
Chelsea
80
—No. Aunque dice mucho del club.
Si la casa del club está en este estado de deterioro, el
propio club no va a estar en mucho mejor estado. Wrecker
pulsa el timbre y se hace a un lado, arrastrándome detrás de
él. Abel se coloca al otro lado de la puerta, y ninguno de los
dos se pone delante. Sus acciones me dicen todo lo que
necesito saber. Camina con cuidado por el club Misery y no
te fíes de nadie.
La puerta se abre y sale un tipo macizo, no más de unos
centímetros más alto que mi propio metro setenta. Mira a
derecha e izquierda y frunce el ceño. —¿Son los chicos de
Death Lords?
—Wrecker. —Grant le tiende la mano y el hombre más
bajo se la estrecha. —Este es Abel y mi vieja Chelsea.
—Yo soy Mutt. Encantado de conocerlos. —Sostiene la
puerta abierta. —Pasen. Hace un frío de puta madre. He oído
que se quedan con nosotros. —Sus palabras se dirigen a
Grant, pero sus ojos se dirigen a mí con consternación. La
actitud de no tener chicas en el club de los chicos está escrita
en todo su marco rígido. ¿Supongo que las chicas sólo
pueden entrar por la noche?
—Sólo por esta noche.
Junior está detrás de la puerta esperándonos, o al
menos a Grant y Abel. —Hola, hombre, me alegro de verte.
Los dos se dan un choque de puños contenido y golpes
en la espalda. Abel y Junior sólo se dan la mano.
—¿Judgete ha llamado?— pregunta Grant.
—Sí, fue vago en los detalles. —Junior quiere hablar
pero nadie va a hacerlo delante de mí. Otras personas
podrían sentirse ofendidas por eso, pero yo no soy miembro
de ninguno de los dos clubes y los asuntos del club
81
pertenecen a los tipos que llevan los parches. Nada de gente
de fuera. Todo lo que Wrecker pueda compartir, lo hará
después. Tiene mucho menos que ver con que tenga una
vagina y todo con que no sea miembro del club. Eso no quiere
decir que crea que los Death Lords vayan a abrir su
membresía a las mujeres. Sólo he visto a una mujer miembro
de un grupo de MCs forajidos. Ella es una miembro de los
Hellfire Riders. Es una amazona, una verdadera mujer
maravilla. Alta, hermosa y lo suficientemente letal como para
acabar con un hombre con sus puños. La admiro muchísimo
y creo que si alguien de su calibre quisiera entrar en los
Death Lords, la aceptarían.
¿Yo? Nunca aspiré a eso. Soy feliz siendo una vieja
dama. Lo único que siempre quise fue llevar el cuero que diga
‘Propiedad de los Death Lords’ y el parche de Grant. No es un
ideal súper moderno, pero se ajusta a mí.
—Esta es mi chica Chelsea. Una vez que la instalemos,
podremos hablar.
—No hay problema. —dice Junior y nos lleva a las
escaleras de la izquierda. —Tenemos cinco chicos viviendo
aquí ahora. Dos de ellos dormirán juntos esta noche. Tú y
Chelsea pueden tener esta habitación y Abel, yo tengo una
habitación aquí abajo al final del pasillo.
Intencionalmente o no, Junior nos tiene separados. Ni
a Abel ni a Wrecker les gusta y ambos dudan de seguir
adelante.
—¿Hay algún problema?— pregunta Junior. No hay un
desafío obvio en su voz, sólo una confusión genuina. Eso es
suficiente para que Grant dé el visto bueno.
—No hay problema. —Me meto en la habitación y, a
pesar de que el exterior está en mal estado, no estoy del todo
preparada para la ruina que veo. La cama no es más que un
colchón en el suelo y parece que se han celebrado una docena
82
de orgías en ella. Hay una sábana pegada con cinta adhesiva
alrededor de la ventana y un par de ceniceros en el suelo.
—¿Qué demonios?— Grant maldice en voz baja.
—Una noche. —le digo y señalo el extremo de la cama.
—Pon las bolsas ahí y ve a hacer tus cosas.
—¿Vas a estar bien?— Parece dudoso.
—Lo estaré. Ahora vete. —Se aleja con cara de enfado,
pero espero que recuerde que la razón por la que está aquí es
poner en forma al club.
Saco las sábanas limpias del bolso de Grant. No ha
traído muchas cosas y su bolsa es más grande, así que he
metido un montón de mierda extra en su bolsa. Saco el
edredón, sujetando con cuidado un borde, y luego pongo las
dos sábanas planas. El edredón vuelve a colocarse encima.
Al final del pasillo encuentro un cuarto de baño mugriento
con un crecimiento oscuro alrededor de los bordes de la
bañera. El lavabo tiene un aspecto ligeramente mejor. Hago
mis necesidades rápidamente y me apresuro a volver a la
habitación. He traído un traje especial para esta noche.
Normalmente, si voy a un puré, me pongo unos vaqueros y
una camiseta ajustada. Esta noche, sin embargo, voy a por
todas. Unos calcetines grises de lana por encima de la rodilla
con un lazo blanco en la parte superior se combinan con una
falda negra de cuero que termina a mitad del muslo. No es
demasiado corta, pero tampoco es una falda que me permita
agacharme. A menos, claro, que Grant esté detrás de mí. Mis
zapatos son unos Mary Janes de cuero negro con un tacón
de tres pulgadas.
En la parte superior me pongo una camiseta blanca de
Harley con hilos plateados. Me recogo el pelo en una gran
nube, me delineo los ojos con lápiz de ojos negro y me pinto
los labios con el carmín más rojo que tengo. Todo el look es
una versión más zorra del icónico look de colegiala de Britney
83
Spears. Sé que a Grant le encanta ese jodido vídeo, pero él
me quiere más a mí, lo que significa que se pondrá muy
cachondo con este atuendo.
La puerta se abre cuando estoy rociando el spray fijador
y casi me lanzo a los ojos con el producto.
—La reunión ha sido muy rápida. —digo. Un rápido
vistazo a mi reloj revela que se acerca la hora de cenar. Mi
estómago gruñe. —¿Cenamos aquí?
Él asiente. —Pedí pizza. Viene un montón de gente.
¿Qué llevas puesto?
—¿Te gusta?— Me levanto y doy vueltas. La falda se
levanta un poco.
Detrás de mí oigo un gruñido y luego siento una mano
en mi pelo mientras Grant me arrastra contra su cuerpo.
Entierra su cara en mi cuello. —Si no vinieran un par de
docenas de desconocidos a esta casa en los próximos diez
minutos, mi polla estaría en tu coño tan rápido y duro que te
oirían hasta en Fortune cuando gritaras mi nombre.
Su mano se desliza por debajo de la corta falda y me
acaricia con rudeza. Jadeo cuando sus dedos se deslizan bajo
el elástico de mi ropa interior.
—Sólo un par de docenas. —me burlo juguetonamente.
—¿Esa es la excusa que vas a utilizar?
Su respuesta es plantar una mano en medio de mi
espalda e inclinarme hacia delante. Me agarro al asa de mi
pequeña maleta de dos ruedas. —Mierda, nena, creo que
podría correrme sólo con ver este culo. —Me sube la falda
para dejar al descubierto mi trasero.
Nuestra habitación temporal está al final de la escalera
y, a través de las finas paredes, puedo oír la puerta principal
abriéndose y cerrándose y los murmullos de los saludos.
84
¿Me importa que haya un montón de gente al azar
entrando por las escaleras? No. Separo más las piernas e
inclino el trasero hacia Grant. Él suelta un suspiro de
agradecimiento. —Joder, eres preciosa, pero hay un desastre
abajo y le dije a Junior que lo ayudaría a limpiarlo.
Con un suspiro me pongo de pie y me bajo la falda. —
Eso parece cero divertido.
—Lo sé, cariño. —Sus ojos se fijan en mi falda. Con un
suspiro arrepentido, inclina el cuello hacia un lado y se
golpea con un dedo el punto del pulso. —Bésame.
—Te voy a manchar de carmín. —le advierto.
—Lo sé. Quiero tu marca en mí. Así que bésame,
ensúciame y lo restregaremos. No quiero que haya problemas
esta noche.
—¿Qué quieres decir?
Vuelve a tocar su cuello, así que me inclino hacia
delante y lo lamo. Cuando gruñe, voy a por el mordisco. Sus
brazos me rodean con fuerza y, por un momento, creo que va
a olvidarse de la compañía de abajo y tirarme a la cama, pero
es demasiado hijo de su padre, lo que significa que el deber
está por encima del juego. Lo dejo ir y rebusco entre mis
cosas un pañuelo desmaquillante. Lo utilizo para manchar el
pintalabios, dejando un residuo notable.
—¿Crees que una marca de pintalabios va a alejar a las
mujeres de ti?— pregunto con escepticismo, doblando el
pañuelo y dejándolo al lado de mi maquillaje.
Grant tiene una mano en el pomo de la puerta, pero no
tiene ninguna prisa por salir. —No, pero toda protección
ayuda. Junior dice que la tripulación que queda es muy
disfuncional. Hay muchas peleas internas entre los
hermanos por las chicas. No confía en más de un par, pero
su padre trajo una jodida tonelada de parches en los últimos
85
años, como ocho o más, y hay incluso más prospectos y
parásitos.
—¿Por qué no los echa?
—Saben demasiado. No ha dicho de qué saben
exactamente, pero cree que si los echa, o bien se irán a un
club rival con información sobre los negocios de Misery o
incluso podrían delatar a los chicos de Misery a la policía.
Suelto un silbido bajo. —Eso no es bueno.
—Junior cree que la mayoría de los chicos son decentes
pero no está seguro. Esta noche nos presenta a Abel y a mí
como nómadas que se separan de los Death Lords. Vamos a
quedarnos aquí por un tiempo. Vamos a usar
a ti y a tus cosas de la escuela de belleza como excusa.
Cuando estés abajo, recuerda que no todos son amigables.
No bebas nada que no venga de Abel o de mí. Tampoco comas
nada.
—¿Ni comer?
Mientras se frota el pelo con una mano frustrada, y
admiro el bulto de sus bíceps que asoma por debajo de su
camiseta de manga corta. —Suena estúpido, lo sé, pero
siento que no podemos ser demasiado cuidadosos. Nos
vamos de aquí mañana porque no te voy a dejar sola en esta
mierda.
—¿Por qué la situación es tan horrible?
Grant abre la puerta y me hace pasar. —Junior dice que
se mudaron aquí un año antes de que su padre muriera. No
ha gastado nada del dinero del club en la casa porque su
padre estaba enfermo y después no estaba seguro de querer
quedarse. Además, es un grupo de chicos de menos de treinta
años y ya sabes que no sabemos hacer una puta limpieza.
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Pongo los ojos en blanco ante esto porque Grant es un
maniático del orden. Probablemente el dormitorio y el estado
general de la casa le den más asco que a mí.
87
Capítulo 11
Chelsea
88
Hmm. Hay varias chicas que intentan captar su
atención. Se está dejando crecer el pelo, que se enrosca
alrededor de las orejas y cae sobre la frente. Se parece a un
Tim Riggins más viejo y sexy con su fuerte mandíbula y su
pelo rubio trigo. Si no estuviera totalmente enamorada de
Wrecker, sin duda me interesaría por Abel. Se mueve con
confianza y sentido de propósito. Además, tiene un parche.
Para algunas chicas eso es todo lo que se necesita para
humedecer sus bragas.
—¿Quieres que te las examine?— me burlo.
—Claro, me gustan tranquilas y no locas. —Se apoya en
el marco de la puerta, con un pie en la habitación delantera
y otro en el comedor, y sus ojos vigilantes no pasan por alto
nada.
—¿Qué significa loca para ti? Porque para algunos tipos
eso significa no enviar mensajes de texto todos los días y para
otros significa no dejar un conejo muerto en tu almohada.
Su mirada se dirige a mí. —¿Eso ocurre fuera de una
película?
Asiento con la cabeza. —No una almohada
exactamente, pero Flint había estado dividiendo su atención
entre un par de hermanas en una reunión en Missouri. Era
una semana y pensó que, como era una reunión, no tenía
sentido elegir. De todos modos, había pasado demasiado
tiempo con una de ellas, así que al final de la semana ella le
metió un conejo muerto en una de sus alforjas.
Abel hace una mueca de dolor. —Me acordaré de
mantenerme alejado de las hermanas.
—Y de los menores de edad. ¿Dónde están todos los
miembros mayores?
—Junior dijo que la mayoría de los amigos de su padre
se han alejado en el último año. Sólo hay un par de miembros
89
en la treintena. —Hace un gesto con el codo hacia un hombre
fornido con una larga barba y una gran barriga. —Pig tiene
unos treinta y cinco años y lleva doce con Misery. —Pig tiene
una chica en su regazo que no puede tener más de dieciséis
años. Me empieza a doler el estómago.
—¿Y el otro?
—Moose, pero no está aquí.
—Ah, ¿es Moose el que vimos en el bar?
Abel asiente. —Así es. Lleva más de una década en el
club. Piensa que debería ser presidente, pero ninguno de los
viejos lo apoyaría y a la mayoría de los jóvenes les gusta
Junior.
Hago una mueca. —Junior es un nombre de carretera
terrible.
—¿Y Pig es mucho mejor?
Antes de que pueda responder, una chica de mi edad se
detiene a mi lado. —Oye, qué chaleco más guay.
Lleva una camiseta negra, un tutú, unas mallas negras
rasgadas por el muslo y unas botas de motorista. Es un buen
look, pero no me siento lo suficientemente segura como para
llevarlo a cabo.
—Gracias, bonita falda.
—¿Te gusta? —gira y las capas de tul se abren y vuelven
a caer. —La hice yo misma.
—¿De verdad? Es increíble.
—Voy a por una bebida. ¿Qué quieres?— pregunta Abel,
claramente no interesado en lo que percibe será una
discusión sobre la ropa.
—Cerveza está bien.
90
—Oh, puedo conseguirte algo mejor. —dice la chica con
falda de tutú. —Mi hombre ha traído la limonada dura de
Mike para mí.
Abel sacude la cabeza y recuerdo la advertencia anterior
de Grant. —No, la cerveza está bien para mí.
—Oye, pide una limonada a Dozer, ¿vale? Es el tipo con
la cresta morada y el chaleco de cuero de Misery.
La cara de Abel cambia ligeramente de tolerancia
moderada a horror, pero no estoy segura de si es porque se
refiere al cacareado corte como chaleco o porque alguien con
una cresta morada lleva uno.
—Vamos. —lo apremio antes de que diga algo que
ofenda a esta nueva chica. —Me quedaré aquí mismo.
—De acuerdo. —responde de mala gana, pero se aleja
hacia la cocina.
—¿Así que novio sobreprotector? —pregunta la chica. —
Por cierto, soy Laurel. Dozer es mi hombre. Diminutivo de
bulldozer porque está construido como un maldito tanque de
gran tamaño.
Tiene las manos separadas unos treinta centímetros, lo
que espero que se refiera a su longitud y no a su
circunferencia. —Soy Chelsea.
—¿Qué dice tu chaleco?— Me pone una mano en el
hombro para darme la vuelta. Me muevo para que pueda ver
la espalda.
—Death Lords MC. —A pesar de reclamar a Dozer como
su hombre, no lleva el parche correspondiente por lo que su
relación no puede ser tan seria. —Wrecker.
—Espera, ¿ese parche dice ‘Propiedad de’? —Laurel
jadea.
91
O bien no hay viejas adscritas al club de moteros Misery
o todo este grupo está improvisado a base de cordones de
zapatos y papel de periódico húmedo y endeble. —Sí. Soy la
vieja de Wrecker. —le digo.
—Aquí tienes tu limonada nena. —El tipo del mohawk
púrpura nos interrumpe, empujando una botella en las
manos de Laurel. Ella se acerca y le besa la mejilla en señal
de agradecimiento. El brazo de Dozer la rodea
automáticamente, como si llevaran mucho tiempo juntos. —
Eres nueva aquí.
—Lo soy.
—Su chaleco tiene el nombre del MC de su hombre. ¿Por
qué no puedo tener uno de esos?— Laurel hace un mohín.
Su mano acaricia el cuero de Dozer.
Los ojos de él se dirigen a los míos con una dura
advertencia. —Aquí no usamos eso. —es la explicación que
le da. Luego se gira hacia mí y me levanta un mechón de pelo
con la mano que sostiene su propia botella de cerveza. —
Como tus medias. ¿Llevas algo debajo de esa falda?.
Me aparto de un tirón, mirándolo boquiabierto. ¿No
tiene ningún respeto por el parche de Wrecker? —No es
asunto tuyo.
La boca de Laurel se tensa pero no protesta.
—¿Sí? Mi chaleco dice lo contrario. Esta lugar es
propiedad de Misery y yo soy un MC de Misery. —Dozer
inclina la cabeza hacia atrás y traga un poco de su cerveza.
—Y yo no estoy interesada.
—¿Problemas?— llega Abel.
—Nada que no pueda manejar. —Digo y le quito la
cerveza de las manos, agradecida de sostener algo para no
abofetear a Dozer y causar un incidente.
92
—¿Es tuya?— pregunta Dozer.
—Estamos de visita. —responde Abel.
Dozer chasquea los dedos. —Los préstamos de los
Death Lords vienen a ponernos en forma. —Se ríe. —Si este
es el tipo de regalo que nos ofrecen, estoy totalmente de
acuerdo con unirme a su tripulación.
El labio de Abel se curva ante la lealtad fácilmente
cambiante de Dozer.
—Voy a querer probarte después. —Dozer se inclina
hacia delante con Laurel aún aferrada a él.
—¿Probar qué?— Wrecker aparece a mi espalda. Su
negocio debe estar hecho.
Dozer no tiene instintos o cualquier clase de intuición,
porque no hace caso a la advertencia en la voz de Wrecker.
—Probar ese coño caliente que has traído.
Abel se endereza de la pared y la mano de Wrecker se
posa en mi nuca. Puedo sentir la tensión en sus dedos. —No
creo que nos hayamos conocido todavía, porque si lo
hubiéramos hecho, sabrías que es mejor no hablar de
Chelsea de esa manera.
—Hermano, no te ofendas. —Levanta la barbilla. —Sin
embargo, un coño es un coño.
—Espera. ¿Wrecker y Chelsea?— interviene Laurel. —
Tú eres la hermana, ¿no?
El calor sube y puedo sentirlo golpear en mi sien. —
Hermanastra. —digo brevemente. —Hermana adoptiva.
—Pero se han criado juntos, ¿no? Quiero decir, eso está
mal. ¿Acaso estamos en Missouri?— Ella hace un ruido sordo
de banjo, uno malo.
—¿Junior?— murmura Abel en un tono bajo.
93
Wrecker asiente. Junior sabía de nuestra situación y se
lo dijo a sus hermanos de club y éste, este Dozer de labios
sueltos, se lo dijo a una chica que no cree que sea digna de
llevar su parche.
Muy deliberadamente, Wrecker me quita la bebida de
las manos y se la da a Abel. —Sostén esto, ¿quieres?
Los instintos adormecidos de Dozer deben de traquetear
ante esto porque se gira un poco, tratando de empujar a
Laurel hacia otro grupo de la sala. —Vamos, Laurel.
Ella se aparta, tal vez enfadada porque Dozer haya
coqueteado delante de ella. —¿Tú también te acuestas con el
padre? ¿Es una extraña cosa incestual de los Death Lords?
He oído rumores de que algunos de los clubes tienen manías
sexuales y tienes que jugar a ese juego para poder pertenecer.
¿Es eso lo que hacen tus chicos?— Sus ojos están muy
abiertos, pero hay astucia detrás de ellos. Ella quiere
empezar una pelea. Quiere ver a su hombre tirarse al suelo y
probarse a sí mismo ante nosotros, los intrusos.
Detrás de Dozer, veo a Junior caminando hacia
nosotros. Wrecker también lo ve y se intercambian una
mirada y un gesto de la barbilla. Lo que sea que Wrecker
planea hacerle a Dozer ha sido aprobado por el presidente del
Club de la Miseria.
—Date la vuelta nena. —desde la prisión, Wrecker se ha
vuelto duro. No sólo su cuerpo, que está tallado en roca de
cantera, sino sus emociones. Su rostro es impenetrable. Sin
embargo, sé que está enojado. Me giro lentamente.
—¿Qué es lo que dice?— Ni Dozer ni Laurel responden
con la suficiente rapidez porque vuelve a ladrar. —¿Sabes
leer?
—Propiedad de. —responde Laurel con una expresión
de ‘¿y qué?’
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—Eso es. Propiedad de. Ustedes necesitan un poco de
educación. Esto —me pasa una mano por encima del hombro
y me levanta la manga abierta del chaleco. —la marca como
prohibida para todo el mundo, lo que significa que las
zorritas como tú no le dirán ni una palabra a menos que ella
les dé permiso. —El insulto de zorritas está claramente
dirigido tanto a Dozer como a Laurel. Se gira y se dirige a la
multitud de miembros de Misery. —Formar parte de un MC
no es tener drogas y alcohol gratis y un flujo constante de
coños. Se trata de cubrirse las espaldas unos a otros. Si ella
lleva mi parche, un insulto hacia ella es un insulto hacia mí.
Cuando me insultan, devuelvo el golpe. —Se gira y atraviesa
a Dozer con una mirada. —¿Quieres lamer el coño de mi
chica? Entonces ponte de putas rodillas.
—No estamos en el club de motos de los Death Lords;
este es el club de motos Misery. —Dozer agita una mano. Pero
nadie se acerca. Ni Junior, ni ninguno de los demás. Dozer
mira a su alrededor y luego a Laurel. Se aleja dos pasos. —
Esta es sólo una chica con la que me acuesto. No significa
una mierda para mí.
Laurel jadea y retrocede como si la hubiera golpeado.
No me ha gustado lo que Laurel ha dicho de mí, pero seguro
que no me gusta cómo la trata Dozer. Puede que mi chaleco
de cuero diga que soy propiedad de los Death Lords, de
Wrecker en concreto, pero él nunca me trataría como si fuera
basura.
Detrás de mí, la mano de Wrecker se desliza bajo mi
corta falda. —Uno de ustedes va a compensar a mi vieja. Uno
de ustedes va a lamerle el coño hasta que se corra. ¿Quién
va a ser?
—No lo hagas. —suplica Laurel pero Dozer la ignora.
Para él, pertenecer a este club es más importante que ella; lo
suficientemente importante como para que doble las rodillas.
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¿Acaso quiero que Dozer me toque? Es un imbécil. Antes de
que llegue al suelo, otra voz interrumpe.
—Tu chica es demasiado refinada para Dozer. —Un tipo
alto y musculoso con un corte rapado se abre paso con los
hombros hacia el frente. Una camiseta gris se estira sobre su
pecho y su chaqueta parece que tuvo que ser ajustado a
medida alrededor de sus anchos hombros y su estrecha
cintura. Tiene más o menos la edad de Wrecker y Abel. Tiene
arrugas diminutas cerca de los ojos. —Chelsea, soy Big Unit
pero puedes llamarme Big.
—Misery VP. —susurra Wrecker sin hacer ruido en mi
oído.
—Encantada de conocerte. —digo débilmente. Ya veo de
dónde viene su apodo. Mis ojos se dirigen involuntariamente
a su cintura y el parche blanco desgastado en su pantalón
vaquero indica que probablemente sea grande por todas
partes.
—¿Qué pasa con Annalise?— sisea Laurel, agarrando el
brazo de Big.
—Vete, Laurel. —responde él, pero no me quita los ojos
de encima.
—¿Decías?— incita Wrecker.
—Estoy dispuesto a lamerle el coño a tu chica como
reparación por el insulto de mi hermano. —Se desliza hacia
el espacio dejado por Dozer, que retrocede unos metros. Big
se arrodilla frente a mí y es tan alto que su cabeza está cerca
de mi vientre. Se deja caer sobre sus piernas y coloca sus
manos sobre mis rodillas. —Bonitos calcetines. —Sin querer,
se hace eco de las palabras anteriores de Dozer.
—¿Estás bien?— pregunta Wrecker. Es el momento de
reírme, de decir que estoy bien, de alejarme, pero con las
manos de Big en mis rodillas, subiendo, y el duro cuerpo de
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Wrecker detrás del mío, me quedo sin palabras. Siento la piel
demasiado tensa para mi cuerpo y mi ropa está demasiado
caliente a pesar de que afuera hace más frío que en el Polo
Norte.
Me las arreglo para hacer lo que creo que es la pregunta
más importante. —¿Estás tú bien?— Es decir, ¿te parece bien
que otro hombre me toque? ¿Poniendo su lengua en la parte
de mi cuerpo que sólo tú ‘y yo- hemos tocado?
—Sí, estoy muy bien. —Pone sus manos en mis bragas
y las empuja hacia abajo. Big las agarra y las saca hasta el
final. Se las entrega a Wrecker, que las mete en un bolsillo.
—Rodea mi cuello con los brazos, nena. —me dice.
Levanto los brazos y Wrecker agacha la cabeza bajo mis
muñecas. Debajo de mí, Big ha levantado los bordes de mi
falda, sujetando el dobladillo contra mis caderas.
Wrecker me rodea la cintura con un brazo de acero y
me gira la barbilla con la otra mano. —Ábrete para Big, nena.
Deja que se disculpe.
Su boca toma la mía al mismo tiempo que la lengua de
Big se arrastra por mi sexo. Mis rodillas se doblan y sólo
gracias al brazo de Wrecker alrededor de mi cintura no me
caigo. Los dedos de Big se enroscan alrededor de mis caderas
y me acercan. A pesar del público que debe estar mirando,
me siento acorralada entre los dos grandes cuerpos de estos
hombres y mi mundo se ha reducido a sus bocas sobre mí.
Siento el roce del vello facial de Big contra mis tiernos
muslos. Sus pulgares se clavan en mis piernas. Wrecker baja
su mano de mi barbilla, la recorre por mi columna vertebral
y luego se sumerge bajo mi falda. Big no se detiene ni un
momento cuando los dos dedos de Wrecker se deslizan
dentro de mí. Al principio bombea superficialmente y luego
más profundamente, y los labios y la lengua de Big siguen el
ritmo de Wrecker.
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Los dos me están follando, uno con la boca y el otro con
los dedos, y el placer me está matando. Wrecker capta todos
mis gemidos en su boca y son muchos. La dualidad de las
sensaciones -las dos bocas, las cuatro manos, los dos
grandes cuerpos a mi alrededor- es demasiado para que mi
cuerpo pueda aguantar.
Él no deja de besarme y Big tampoco. La lengua de Big
es gruesa y fuerte. Su boca me absorbe y mis débiles piernas
empiezan a temblar cuando siento que la plenitud me invade.
Wrecker se traga mis jadeos mientras me aferro a él y los dos
trabajan en equipo, arrancando de mi cuerpo hasta la última
gota de éxtasis.
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Capítulo 12
wrecker
99
se trata el club. Se trata de la lealtad y de cubrirse las
espaldas unos a otros. Si no te interesa eso, entonces
deberías irte ahora mismo.
La multitud guarda silencio hasta que Dozer decide
abrír su boca. —Tú no eres un Misery. No puedes decirnos lo
que tenemos que hacer. —gruñe.
Agarro la pistola que el maldito estúpido lleva metida en
los vaqueros como si fuera un aspirante a pandillero y le doy
un puñetazo en la cara. —Soy el ejecutor de Misery prestado
por los Death Lords. No hago la ley aquí pero puedo hacerla
cumplir.
Lo vuelvo a azotar en la cara y la sangre salpica. Las
chicas gritan y la gente se dispersa. Todos excepto Abel, Big,
Junior y Chelsea. Hay sangre en su camisa pero ella no se
ha movido ni un centímetro. Ninguna de estas otras zorras
vale ni siquiera un meñique de ella.
—¿Vas a soportar esto?— grita Laurel.
—Llévate tu culo flaco y a tu hombre fuera. —Junior
avanza a grandes zancadas. Laurel agarra a Dozer y lo
arrastra hacia la puerta.
Ella está llorando histéricamente y Dozer está gimiendo,
sosteniendo su mandíbula rota. —Oh, y Dozer. —dice Junior.
—No te olvides de dejar el chaleco. Ya no es tuyo.
Gira sobre sus talones y vuelve a entrar en la cocina.
Después de unos momentos de silencio aturdido, se inicia
una charla en voz baja. Big detiene a Dozer antes de que
pueda marcharse y todos vemos cómo Dozer se quita el
chaleco hoscamente y se lo lanza a Big. Laurel, que llora, y
otra chica, que no quiere irse por la forma en que mira
fijamente a Big, van detrás.
—Ve arriba. —le digo a Chelsea. —Subiré en un
segundo.
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Me da una pequeña palmada en el pecho y sube
corriendo.
En la cocina encuentro a Junior. —¿Tenemos que
preocuparnos de que vaya a la policía?
Junior me pasa una cerveza. —No. Tenemos muchos
trapos sucios sobre él y es un cobarde.
—Los cobardes son exactamente el tipo que te causa
más daño. Estoy aquí para ser un ejecutor. Una vez que
tengas una mano firme en las riendas, me retiraré, pero por
ahora, tú confías en mí y yo en ti. Es difícil porque ninguno
de nosotros se ha ganado esa confianza. Vamos a ciegas.
Confío en la fe de mi padre en ti y tú también confías en él.
Sus hombros se tensan y luego exhala, un largo suspiro
de exasperación y frustración. —La pandilla es un desastre.
—admite. —La mayoría son buenos chicos, pero hay algunas
malas semillas. Hacia el final, mi viejo se estaba volviendo
perezoso. No quería dedicarse a la disciplina. Sólo disfrutaba
de las fiestas y de las mujeres a las que les gustaba tirarse a
un hombre con un parche en el cuero.
—Puede llevar algún tiempo, pero podemos conseguirlo.
—¿Tú? ¿No estás en libertad condicional?— Junior
levanta una ceja.
—Esta es una gran ciudad. Suceden muchas cosas que
la gente no sabe. —respondo. Puedo ocuparme de un
hombre.
—Yo me encargo de él. —Aparece Biig. —Tu hombre
Abel y yo podemos limpiar el desastre.
—Yo me encargo. —acepta Abel.
Junior lo contempla durante un minuto y asiente. —
Bien, pero esta noche no.
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Choco los puños con Abel. Por la mirada decidida que
tiene, se encargaría de este problema tanto si estoy de
acuerdo como si no. Bien. Tiene sentido, aunque las
restricciones me irriten un poco. Me gusta imaginar que soy
libre, pero todavía hay un pequeño grillete alrededor de mi
tobillo. La irritación de ese confinamiento se compensa con
el hecho de que tengo un buen hermano conmigo y mi dulce
vieja esperando.
—¿Te importa si subo?— le pregunto a Abel. No me
gusta dejarlo solo sin nadie que le cuide la espalda.
—Me parece bien. —Inclina la cabeza hacia Big. A Abel
le gusta y supongo que a mí también, porque no habría
permitido que tocara a mi chica si hubiera sentido que había
algo raro en él.
En el dormitorio, encuentro a Chelsea ya bajo las
sábanas. Me deshago de mi ropa y me arrastro entre las
sábanas limpias que ella ha traído.
—¿Estás bien?— Le paso el pulgar por la frente.
Ella cierra los ojos y guarda silencio durante un largo
rato. Con los ojos aún cerrados, dice: —Pensé que al alejarme
de Fortune sería diferente, pero no lo es. Tienes tu libertad
condicional dictando lo que puedes y no puedes hacer por el
club y siempre vamos a ser los hermanos Harrison aunque
no seamos parientes de sangre.—
—Pasar unos años juntos cuando éramos adolescentes
no es un problema. Esas cosas son sólo etiquetas. No
significan nada. No podemos huir de nuestros problemas.
—¿Así que nos los follamos de frente?
—¿Estás enojada?— Frunzo el ceño. Le había dado una
salida pero ella no la aceptó.
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—No, fue caliente. No sé si quiero volver a hacerlo, pero
si no hubiera querido, sé que podría haberme apartado. —
Sus ojos se abren y se pone de lado para poder apuñalarme
en el pecho. —Pero no voy a extender el favor. Soy demasiado
celosa.
Agarro su dedo y me lo llevo a los labios. —No me
interesa que otra mujer me chupe la polla ni me atrae
comerle el coño a nadie más que a ti.
Y no me interesa. Tuve mucho entre los catorce años,
cuando perdí mi virginidad con un culo dulce mayor en el
club, y el momento en que hice estallar la cereza de Chelsea.
Sabía que una vez que tocara a Chelsea no habría vuelta
atrás.
La pongo encima de mí, acomodándola para que su
suave y húmedo coño quede encima de mi dura polla. —
Vamos a estar aquí un rato.
—Espero que no sea aquí, en la casa club de Misery. —
Se contonea encima de mí hasta que la cabeza de mi polla
empuja la entrada de su húmedo calor.
—No, conseguiremos un apartamento o una casa.
Puedes ir a la escuela. Visitaremos a Judge y cuando todo
esto termine, volveremos. —Planto los pies en el colchón y
presiono hacia arriba hasta que la cabeza se desliza dentro
de ella. Permanecemos así durante un latido, esperando a
que su cuerpo se adapte a la intrusión. La sangre late en mi
ingle. Me cuesta prestar atención. Sus pezones se tensan en
puntos duros que ella frota contra mi pecho.
—Me gusta esa idea.
—¿Qué te parece esta idea?— Le doy la vuelta y la
penetro con un solo movimiento.
Ella grita, un sonido de sorpresa y placer. —Te sientes
tan bien.
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—Nena, nena. —canto mientras acelero mi ritmo. —Te
amo tanto, maldita sea.
—Oh, Wrecker. Te amo. Siempre te he amado. Siempre
te amaré.
Sus palabras me hacen perder el control. Me abalanzo
sobre ella, liberando la excitación que ha despertado en el
piso de abajo. Ella grita y gime debajo de mí, sus caderas
suben y suben y suben hasta que siento que encuentra su
propio placer.
Me suelto y permito que un orgasmo eléctrico me
arrastre y me rompa en pedacitos que sólo Chelsea puede
volver a unir.
No hemos resuelto todos los problemas. El tema de
Trainor no ha desaparecido. El MC de Misery es un puto
desastre. Todavía estoy en libertad condicional y Chelsea
siempre será mi hermanastra. Eso la molesta más de lo que
debería.
Pero tenemos la jodida alegría que nos proporcionamos
el uno al otro, no sólo cuando hacemos el amor, sino en todos
y cada uno de los momentos que estamos juntos. ¿Y eso? Eso
es suficiente para eclipsar cualquier problema, cualquier
irritación y cualquier otra cosa que exista. Mientras estemos
juntos.
Continuará…
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His Bold Heart
El deseo de su hermanastro...
Esperé hasta que cumplió
diecisiete años para reclamarla. Ahora
es mía y seguirá siéndolo aunque
tenga que luchar contra todo el mundo
para conservarla.
Wrecker esperó tres años entre
rejas por su chica, Chelsea, y ahora
que están juntos lucharán contra todo
y cualquier cosa que amenace con
separarlos.
Cuando una mujer local de
Fortune es asesinada, Wrecker es un
conveniente chivo expiatorio para la
sucia policía de Fortune. Las respuestas a la muerte de la mujer
parecen estar en manos de un club de motociclistas vecino cuyos
secretos podrían hacer que ambos fueran asesinados.
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Sobre la autora
Ella Goode
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