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Hora Santa Sobre La Vocación

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Al día siguiente, estaba Juan con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba,

dice: «Este es el Cordero de Dios».


Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, al ver que lo
seguían, les pregunta: «¿Qué buscáis?». Ellos le contestaron: «Rabí (que significa
Maestro), ¿dónde vives?». Él les dijo: «Venid y veréis». Entonces fueron, vieron dónde
vivía y se quedaron con él aquel día; era como la hora décima.
Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a
Jesús; encuentra primero a su hermano Simón y le dice: «Hemos encontrado al Mesías
(que significa Cristo)».
Y lo llevó a Jesús. Jesús se le quedó mirando y le dijo: «Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú
te llamarás Cefas (que se traduce: Pedro)».
Jesús se cruza con sus primeros discípulos sin buscarlos. El encuentro de Jesús con
estos hombres tiene todas las apariencias de una feliz casualidad. Pero el que será su
nuevo maestro, les convence de que para Él no existe la casualidad. ¿Qué buscáis? –
pregunta Jesús, que sabe lo que hay en el corazón de ellos. Y ellos sólo aciertan a dar una
pobre respuesta: ¿dónde vives?, que es como si dijeran: –queremos estar un rato contigo.
Aunque el Señor pueda hacer llamamientos especiales, todo su mensaje tiene algo de
vocación: una invitación a seguirle en una vida nueva de la que Él tiene el secreto.
Los primeros cristianos consideraron siempre la condición cristiana como una vocación
en sí misma. Los cristianos de Roma o Corinto serán llamados por San Pablo los santos
por vocación.
A todos nos ha elegido el Señor –a algunos a una vocación más especial– para
seguirle y continuar su salvación del mundo.
La vocación nunca es debida a nuestros méritos, sino a la misericordia de Dios.
El descubrimiento de la vocación personal es el momento más importante de toda
existencia. Hace que todo cambie sin cambiar nada, de modo semejante a como un
paisaje, siendo el mismo, es distinto después de salir el sol que antes, cuando lo envolvía
la noche. La vocación es el encuentro con la verdad sobre uno mismo.
La libertad es esencial para la vocación: es una donación de amor. No puede haber
vocaciones si no son libres, conscientes, generosas.
Examina tu corazón, en el que bulle, quizá desde hace tiempo, la ilusión de algo
grande.
Y esta frase ya la habremos oído muchas veces, pero lo que es menos sabido es que
la frase es de la Suma Teológica de Santo Tomás de Aquino: –A los que Dios elige para
una misión los dispone y prepara para que resulten idóneos para la misión. No es
necesario que sean idóneos cuando dicen que sí al Señor, rara vez lo son.
La llamada del Señor apremia, porque la mies es mucha y los obreros pocos. Y hay
sembrados que se pierden cada día porque no hay quién los recoja. Cuando Dios llama,
ese el momento más oportuno, aunque aparentemente, vistas las cosas con ojos
humanos, puedan aparecer razones que pospongan la entrega.
Suele suceder que, cuando se espera un tiempo más oportuno, ese tiempo no llegue.
Cuando Jesús dice: Sígueme, lo hace a través de la predicación, o por la voz de la
Sagrada Escritura, o por una inspiración interior. Muchas personas vivirán los mismos
acontecimientos, pero unos sólo mirarán mientras que otros verán. Es fundamental tener el
oído atento, saber leer entre líneas, reconocer la voz de Dios, venga de quien venga.
Al principio de la vocación, Dios normalmente enciende una pequeña luz que ilumina
sólo los primeros pasos que hemos de dar. Pero en la medida en que correspondemos con
obras, la luz y la seguridad se van haciendo más grandes.
Dios, ciertamente, «no deja a ningún alma abandonada a un destino ciego: para todas
tiene un designio.
La mayoría de las personas son llamadas a ser santos en medio del mundo, en la
familia y en el trabajo. Santifican así todo lo que tienen a su alrededor: siendo sal y luz en
ese entramado de relaciones sociales en que se desenvuelven.
Pero no sería yo un buen sacerdote si no recordase también que el Señor sigue
llamando a hombres que le sigan alimentando a los demás con la Eucaristía y perdonando
los pecados.
El Señor lo pide todo, y lo que ofrece es la verdadera vida, la felicidad para la cual
fuimos hechos. Nos quiere santos y no espera que nos conformemos con una existencia
mediocre y aguada.

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