Tema 4. Antropología, Hermenéutica e Historia
Tema 4. Antropología, Hermenéutica e Historia
Tema 4. Antropología, Hermenéutica e Historia
En la AF se pretende dar una idea del ser humano a partir de nuestra autoexperiencia. Esta idea tiene
que ser válida para todos los seres humanos, lo que solo se puede conseguir en la mediación de la
interpretación que los otros hacen de sí mismos. Hay que contar con la historia de otros, con otras
culturas.
La AF pretende un discurso universal sobre el ser humano. Para ello, necesita discutir sus propias
pretensiones y articular ese saber con la antropología cultural. La técnica para esta articulación es la
hermenéutica. Por eso necesitamos: una noción de hermenéutica; el tipo específico de experiencia
hermenéutica al que hay que acudir; y el marco histórico de referencia de la aplicación hermenéutica.
Noción de hermenéutica
En una primera aproximación, podemos decir, con Dilthey, que la hermenéutica es “la técnica de la
interpretación de testimonios escritos”. Y surge cuando una comunidad se ve obligada a descubrir el
significado de textos escritos.
El desarrollo de la hermenéutica comienza como técnica para descifrar los mensajes de los dioses,
traídos por Hermes, el mensajero. Más tarde se convirtió en una técnica para interpretar textos
alejados de la actualidad de una comunidad. De ese modo, la primera tradición hermenéutica fue una
técnica para tratar textos clásicos, descubriendo en ellos lo relevante frente a lo irrelevante; pero
luego, tras superar el mero tratamiento formal del texto, pasó a ser la técnica de apropiación del
significado.
De ese modo, la unidad de estilo no es meramente formal, sino que depende de la unidad de intención.
Toda obra ha sido creada siguiendo reglas y, por tanto, ha de ser interpretada según reglas, de modo
que las partes de un todo se hacen inteligibles por su relación con ese todo y con sus demás partes.
Más tarde aparecen otros factores de interpretación: situar el texto en el contexto literario y en otros
contextos más amplios: etnográfico, sociohistórico (Ernesti)
En conclusión, podemos extraer algunos principios básicos de la hermenéutica: necesaria cuando hay
una comunicación, pero rota (cuando no se entiende el sentido de los textos); afecta a ámbitos
importantes para la vida (relaciones sociales, lo ideológico …) donde la acción está regulada por la
tradición; se desarrolla de cara a un compromiso práctico; se basa en la comprensión de los otros; y
disponemos de un preconocimiento de los otros basado en nuestro propio conocimiento. Con esto se
establece el “círculo hermenéutico”.
Problema del círculo hermenéutico: si sólo podemos interpretar desde la proyección de un horizonte
de comprensión, y este horizonte es mío, ¿se anula la otredad, el carácter de ser otro que tiene el otro,
única razón para recurrir a la hermenéutica?, Y, entonces, ¿qué función representan los otros
pueblos?, ¿no son más que posibilidades previstas en mi horizonte de comprensión?
Estos problemas obligan a la hermenéutica a enfrentarse con el problema de la relación entre verdad
e historia. Puesto que si la comprensión exige el despliegue de las posibilidades del intérprete,
entonces, no se daría nada nuevo, con lo que se anularía la historia. Y, si surge algo nuevo, ¿cómo
sería posible la interpretación si no tengo preconocimiento de lo nuevo?
El domino de la primera lengua (gramática) nos permite aprender una segunda y poder traducir de
una lengua a otra (aunque sea imposible la traducción perfecta); lo afirmado en una lengua se da en
moldes lingüísticos, pero va más allá (crea), aunque sólo sea para ser expresado en otras lenguas.
La creación de ese lenguaje nuevo (que es una traducción) implica que el traductor no sólo tiene un
horizonte lingüístico, sino también un conocimiento previo. Un texto sólo es interpretado si empieza
siendo reconocido como texto; el conocimiento previo implicado en una interpretación hermenéutica
es el conjunto previo de prejuicios puestos en juego en la interpretación. No es posible la
hermenéutica sin prejuicios, sin conocimiento previo adquirido de aquello que se va a interpretar. No
hay intérprete desinteresado. Esto excluye la anulación de la otredad, de la “personalidad” de los
lenguajes de un giro especial intraducible. La comprensión no es sólo reproductiva, sino productiva.
Ahora bien, el consenso implica voluntad de alcanzarlo, respetando la opinión del otro y buscando
un lenguaje de consenso que integre los intereses propios y los del otro. La preparación del intérprete
ante la interpretación puede llevarle a descubrir en él otro rasgos que éste desconocía, para ello es
conveniente el distanciamiento para interpretar desde un horizonte más amplio. De este modo se
pueden ver líneas de significado que no se ven de cerca.
Aquí reside el carácter productivo de la hermenéutica: produce un nuevo lenguaje que no estaba en
lo interpretado.
Otro aspecto de la hermenéutica (señalado por Gadamer y Habermas) es su carácter de saber práctico:
entender la interpretación como aplicación práctica al comportamiento (como guía para la acción) no
es un saber sobre cosas, sino un saberse, pues forma parte de la persona. Es, por ello, un saber global,
reflexivo y práctico que dirige la acción y hace posible el consenso cuando se rompe la comunicación.
Por otro lado, Habermas critica el uso limitado que hace Gadamer de la hermenéutica, porque no la
utiliza para producir un discurso universal en el que estén representados todos los posibles
interlocutores afectados por una comunicación rota.
Gadamer trata de superar la noción de verdad propia de las ciencias. La verdad científica pertenece
al género de la demostración lógica, procedimientos establecidos y fijos, pero tiene debajo de ella el
consenso propio del mundo ordinario (mundo de la vida) que el científico da por supuesto.
Desde esta perspectiva, la verdad hermenéutica (vista desde la experiencia estética) es esencialmente
retórica. Una verdad previa a la verdad científica, que pertenece al mundo de la persuasión mediante
el discurso y la apelación a razones que están en relación con las creencias y opiniones sobre el mundo
histórico y cultural, sobre el mundo de la vida (Lebenswelt), pero es, al mismo tiempo, una verdad
que no se aplica sólo al ámbito de las humanidades y de la experiencia estética, sino que se extiende
a toda ciencia (la verdad de los paradigmas es retórica), porque toda ciencia que ha de convertirse en
práctica depende ella.
Gadamer se mueve en un pensamiento conservador que no asume una tarea de crítica global, no ejerce
una crítica de los prejuicios de “clase” que pueden funcionar en la interpretación. Da por hecho que
la comunidad social, por ser comunidad social, ya está en orden, sin contar con las injusticias de ese
orden.
Hermenéutica y crítica
Vattimo critica a Gadamer pero de modo insuficiente, pues según Vattimo la no consideración por
parte de Gadamer de la función crítica de la hermenéutica tiene su origen en el olvido del impulso
nihilista del pensamiento de Heidegger.
Pero la limitación de Gadamer es anterior a la crítica. Su absolutización del lenguaje, que reduce la
crítica a crítica lingüística (a la que no se reduce la hermenéutica). La vida social no es sólo lenguaje,
es también trabajo y poder; entender y apropiarse de un sentido exige apropiarse de las condiciones
en las que ese sentido se encarna. Gadamer entiende el contexto de los textos sólo como estructura
de relaciones simbólicas, olvidando que también tiene detrás las relaciones de trabajo y poder.
Habermas está en esta línea de crítica a Gadamer. El lenguaje está constituido, aunque mediado
simbólicamente, por la coacción de la realidad, tanto externa (tecnología) como interna (represión de
las relaciones sociales violentas), por esto, la apropiación de un sentido, propia de la hermenéutica,
es mucho más que la apropiación lingüística o de contextos sólo lingüísticos, pues debe implicar un
conocimiento social.
En este momento ya no vale una noción retórica de verdad (que siga el modelo de la experiencia
estética), porque la verdad de una realidad humana depende de los intereses que la rijan. Así, por
ejemplo, los paradigmas científicos tienen detrás de sí compromisos políticos. Con esto se supera la
De este modo, podemos ver la aplicación del modelo del psicoanálisis a la antropología.
El objetivo del psicoanálisis sería restaurar la comunicación rota (el paciente y el médico se
encuentran con lenguajes que no entienden), pues la realidad sólo aparece de forma distorsionada.
Del mismo modo la antropología se encuentra con multitud de expresiones que no entiende y en las
que hay un sentido del ser humano que hay que comprender. Para ello, el psicoanálisis necesita
construir una teoría sobre el desarrollo de la persona madura (formada a partir de una interacción
práctica entre psicoanalista y pacientes – hermenéutica productiva).
La experiencia hermenéutica que quiere ejercitar el antropólogo desde la filosofía es una experiencia
que busca en los otros una verdad sobre el ser humano, que constituya una experiencia verdadera
sobre sí mismo y sobre los demás. No busca en esa experiencia lo que es perecedero o particular o no
asumible por los demás, sino lo que se presenta como universal. Para ello, no debemos ver en los
otros nuestro pasado, sino otro modo de ser humanos, a partir del cual aprender sobre nosotros.
Esta posición (defendida ahora por Rorty e inspirada en Heidegger) afirma que todas las concepciones
del ser humano y todas las explicaciones de la vida son igualmente válidas. Sin embargo, esta posición
lleva implícito el olvido efectivo de la historia, sólo en la cual tenemos experiencia de los otros, y
sólo en la cual podemos hacer antropología cultural y filosófica, y en la cual no todos los sentidos y
explicaciones de la vida son iguales.
Por ello, hay que buscar una interpretación de carácter universal, correspondiente a esa realidad
histórica en la que no hay igualdad de todos los sentidos. El interés filosófico tiene que ser un interés
universal. En esto, se diferencia de las ciencias particulares (cuyo interés es práctico, y, en ocasiones
sólo técnico) cuyo interés está limitado meramente a interactuar con los otros.
La historia efectiva de la humanidad se ha realizado en tres grandes etapas, caracterizadas por un uso
diferente de la razón, una imagen distinta del ser humano, y, en consecuencia, una noción distinta de
lo humano y lo IN-humano.
La primera etapa es la etapa de la hominidad. Los seres humanos viven separados unos de otros en
grupos pequeños (muchas veces sin reconocer el carácter humano a los miembros de otros grupos).
Es la etapa de las realizaciones particulares del género humano; en ella se da una universalidad real
específica del género humano y de las culturas en un plano general.
Una identidad cultural y biológica (por eso, la antropología general no es sólo el estudio de los otros
sino también de nosotros mismos). Es la etapa en la que predomina el mito; en esta etapa se da una
intersubjetividad particular, la del propio pueblo o comunidad, la del grupo que produce el
conocimiento.
A partir de este momento, el ser humano proyecta la posibilidad de ser más humano, de realizar UNA
humanidad. En esta etapa hay que destacar el momento de la universalidad, pues lo que la caracteriza
es el rechazo de la fundación del saber en la palabra ajena (en un logos no compartido ni compartible).
La filosofía es la realización típica de esta etapa, y, para ella, la universalidad de su logos es esencial,
un logos aceptable para todo sujeto humano. La intersubjetividad del conocimiento es universal,
La intersubjetividad universal no fue efectiva, pues la vida social no fue sometida a una crítica radical
universal, con lo que la humanidad como ideal quedó sometida al sistema político, en el que priman,
no las relaciones racionales, sino las de dominio. Por ello, la modernidad se considera un nuevo
desarrollo que reasume el proyecto de racionalidad griega, ya secularizado.
La modernidad constituye, pues, la tercera etapa. Se caracteriza por la aplicación de una razón basada
en la observación, el experimento y el cálculo. El saber resultante se introduce en la vida ordinaria
facilitando el desarrollo de las fuerzas productivas y de la producción, así como el desarrollo de la
vida del Estado; y va produciendo una creciente racionalidad de toda la vida humana, estableciendo
como ideal racional el que motiva este tipo de ciencia. Este proceso de racionalización y
secularización está aún en marcha.
La relación no es sencilla pues se pueden dar simultaneidades entre ellas (mientras en unos sitios se
está en la tercera, en otros se está en la primera).
Habermas concibe el paso de una a otra basándose en las etapas del desarrollo cognitivo de Piaget,
según la cual se daría una descentración progresiva pasando de una situación centrada en el yo
Una apropiación hermenéutica de esas imágenes, realizada desde la tercera etapa, no puede olvidar
la situación en que se da una imagen.
Hay que tener en cuenta el nivel que en cada momento mantiene la particularidad y la universalidad,
ya que la filosofía se define en relación con ellas.
En la primera etapa lo que prima es la particularidad y la noción de ser humano que en ella aparezca,
debe ser analizada desde esta perspectiva.
En la tercera etapa se asume la racionalidad como proyecto estrictamente humano, aunque la vía
iniciada en la modernidad está orientada en una dirección opuesta al diseño de la segunda etapa y que
le llevó a convertirse en lo contrario.
La AF no puede olvidar este contexto histórico de desarrollo del género humano; desde él debe
proyectar la idea de ser humano como proyecto o conjunto de posibilidades que sólo pueden realizarse
en la etapa actual.
La AF debe contar con una teoría general del ser humano como individuo social y cultural, de sus
posibilidades. Desde esta perspectiva se puede confrontar nuestra experiencia con la de los otros,
tanto de la etapa primera como de la segunda. Esta teoría debe hacerse estableciendo las estructuras
analítica y empírica de la vida humana, y en ellas debe descubrirse las aspiraciones y deseos que
hacen la vida más o menos satisfactoria, es decir, su contribución a un desarrollo satisfactorio de la
vida humana. Esta teoría debe servir para aproximarse a los otros y ver cómo se dan en ellos los
niveles de desarrollo y satisfacción, desde la idea de que son seres plenos.
Veamos cómo procede el psicoanálisis. El psicoanalista parte de una teoría general del desarrollo
normal de la persona, integrada en un medio social y ambiental. Compara esa teoría con los casos
particulares, constata las patologías como un desajuste de la persona provocado por una relación
insatisfactoria con el medio social, y tratará de comprender los motivos de la quiebra del desarrollo
normal. Cada caso analizado sirve tanto de aplicación y de verificación como de producción de teoría.
Para ello, debe acudir a la crítica de la modernidad realizada por críticos como Marx, Freud y
Nietzsche, que dan las claves de los rasgos negativos de nuestra cultura. Desde esta perspectiva, el
estudio de los otros modos de vida debe contribuir a diseñar aspectos olvidados y que es necesario
volver a encontrar.
La experiencia de los otros debe ser (como lo es en el psicoanálisis): verificadora de los diseños
críticos ya elaborados en nuestra cultura; y, a la vez, productiva en la medida en que puede ampliar
la experiencia humana para lograr una verdadera Idea del ser humano. Una idea que asuma la historia
del género para desde ella anticipar como objetivo la Idea de humanidad.