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Resumen Tau Anzoátegui

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Tau Anzoátegui, Víctor. “La Monarquía.

Poder central y poderes


locales”
El marco general
La Monarquía española: esplendor y declinación

La Monarquía española fue una entidad política, surgida y consolidada entre los siglos XV y XVII. Agrupaba un vasto
conjunto de reinos y otros territorios en América, Europa y Oceanía, cada uno con su peculiar organización. Su base
territorial fue el reino de Castilla.
La Monarquía tuvo su mayor expansión y esplendor durante el siglo XVI y las primeras décadas del XVII. Era el mayor
imperio de la cristiandad. Desde principios del seiscientos aparecieron Inglaterra, Francia y Holanda como nuevas
potencias a participar del dominio de mares y tierras.
Equilibrio y flexibilidad fueron pilares de la Monarquía. Su poder era superior, el más alto, pero no exclusivo. Existían
poderes dispersos entre otras jurisdicciones. La Monarquía debía atender al equilibrio de los intereses constituidos y
mantener la paz y justicia entre los diversos poderes en juego en cada territorio.
Pero a principios del S XVII surgen los primeros síntomas de una grave declinación de Castilla en lo demográfico,
económico y cultural. Esa centuria, caracterizada también por una fuerte depresión económica europea, muestra en
contraposición una notable consolidación de las provincias indianas, sobre todo en lo político. Durante la primera mitad
del S XVIII dichas provincias alcanzaron una cierta “autonomía” económico-financiera que hizo posible el acceso de
criollos a las plazas de las audiencias y tribunales de cuentas.
A partir de 1750 la Corona introdujo modificaciones administrativas tendientes a recobrar el control de las provincias
indianas y a colocar nuevamente a los peninsulares en las principales plazas de gobierno y justicia. Esto perturbó el
equilibrio de los intereses locales consolidados y generó resistencias.

Títulos para la dominación política

La expansión castellana se apoyó en el hecho del descubrimiento, en el acuerdo directo entre Castilla y Portugal –
tratados de Alcacovas y Tordesillas- y en las concesiones pontificias. Pero la cuestión adquirió un nuevo sesgo cuando los
teólogos y religiosos, principalmente de la Orden de Santo Domingo, empezaron a denunciar el maltrato que los
conquistadores daban a los aborígenes y a plantear de modo interrogativo el derecho de los españoles a ocupar esos
territorios y dominar dicha población. El punto de partida de esta exteriorización fue el sermón pronunciado en 1511 por
fray Antonio de Montesinos en la isla La Española, con inmediata repercusión en la Corte.
La respuesta de la Corona fue rápida. En 1512-1513 las leyes de Burgos establecieron el primer estatuto indígena. Al
mismo tiempo, se elaboró un documento denominado el “Requerimiento”, destinado a requerirles a los aborígenes su
sometimiento al Papa y al Rey, y su consentimiento para predicar la religión cristiana.
De todas maneras, surgía la duda de la donación papal como título justificativo de la conquista. El dominico fray
Bartolomé de Las Casas, estaba decidido en la defensa de los aborígenes, y limitó los alcances del título pontificio;
reconoció a los reyes un dominio pleno, pero a partir de 1544 lo redujo a un poder universal supremo sin privar del suyo a
los príncipes indígenas, y que dicho poder se hiciese efectivo sólo por la vía pacífica. Estas doctrinas provocaron un
intenso debate intelectual. Además influyeron en la conciencia de conquistadores y encomenderos.
En 1573 se dispuso sustituir la palabra conquista por pacificación. Se fue pasando de una guerra de conquista, a una
expansión pacífica.
Las potencias europeas que a partir del S XVII exteriorizaron sus apetencias por obtener nuevos espacios marítimos y
terrestres, atacaron el dominio político español, desconociendo los tratados de Tordecillas. Frente a la concepción del mar
exclusivo hispano-portugués, se desenvolvió la doctrina de la libertad de los mares. Utilizaban las acusaciones de De Las
Casas exhibiendo ante la opinión europea algunas crueldades de los conquistadores ante los indígenas. Esta conciencia
autocrítica española jugaba a favor de la potencias que enfrentaban a la Monarquía española.
Por lo tanto hubo un cambio en la forma de llevar a cabo dicha conquista. Pero aparecieron variantes según las regiones.

¿Provincias, reinos o colonias?

La condición político-jurídica de las Indias tiene su propia evolución.


- Una 1º etapa, hasta 1516, muestra estos territorios como “señoríos” de los reyes católicos.
- La denominación de “provincias” comenzó a utilizarse en la segunda mitad de esa centuria para individualizar las
tierras que se fueron conquistando y poblando. La voz provincia parece seguir el modelo romano que lleva implícita la
noción de distancia, que separaba lejanas comarcas del centro del poder político. No se conocía la voz colonia. Las
provincias eran consideradas como “accesoriamente unidas” a Castilla. Eran estimadas por su vastedad y riqueza, pero la
distancia que las separaba de Europa, sus peculiaridades, hacían una realidad bien diversa. La creación de órganos de
gobierno propios y de un Derecho especial fue otorgándoles una fuerte personalidad política. Incluso hubo aportes
autóctonos que iniciaron un camino de reflujo hacia la Península.
- La aplicación de la voz “reino” en las Indias fue de uso frecuente durante toda la dominación española y, generalmente,
se la utilizaba en plural. En nuestras comarcas no se utilizó habitualmente.
- En el S XVIII se agregaron otras voces para designar los territorios, sin abandonar los tradicionales. Fueron las de
“dominios” y “colonias”. La primera, de origen francés, tenía un sentido político que servía para revelar las tendencias
absolutistas en auge y se aplicaba tanto a territorios europeos como a los americanos. La voz colonia, de origen francés,
también designaba regiones subordinadas, pero sin afectar el antiguo uso de provincias y reinos.
Algunos autores del siglo XVIII utilizaban las voces dominios y provincias para referirse a la América española, y
colonia para los enclaves franceses e ingleses.
Por lo tanto, los vocablos apropiados para definir la constitución política de las Indias, son el de provincias y en menor
medida el de reino. En cambio, las voces dominio y colonia surgieron con algún uso político en el S XVIII.

El Rey: símbolo y poder

La monarquía española era una organización de poder monocrática hereditaria. Su titular, monarca o rey, gozaba del
ejercicio supremo de la jurisdicción. Le correspondía la dirección superior de los negocios indianos. De todas maneras
esto no significaba que acumulara todos los poderes jurisdiccionales; existían otros poderes reconocidos con esfera
propia. Era un símbolo político respaldado por una estructura de poder. No importaba quién ocupara el trono. Este poder
simbólico tiene gran trascendencia en la consolidación de una entidad política. Se produjo el tránsito de un rey ambulante
que recorría el reino a un monarca universal que se establece en una capital. Los pobladores de los reinos y provincias
indianos no tenían ya ese contacto visual directo con el príncipe y fue entonces cuando se hizo más patente la fuerza de
ese poder simbólico, representado en el sello real, y encarnado en virreyes y cortes.
En el S XIII, la concepción del rey era de un señor natural puesto por Dios para gobernar la comunidad. Desde la 2º
mitad del S XIV, se empezó a concebir la función del rey como un oficio desempeñado en beneficio de la comunidad. En
el Nuevo Mundo el poder surgió de la conquista, pero también del consentimiento de las comunidades aborígenes.
La consolidación de la Monarquía llevó a considerar al rey como dotado de un poder que le era propio, sin que se
considerara recibido de los reinos ni de la comunidad. Pero esto no arraigó en las comunidades hispanas. Pero esta
existencia de doctrinas contrapuestas actuó como elemento de estabilidad política. De todas maneras, según el autor, no
hay suficientes estudios para determinar la adhesión a la imagen del rey en suelo americano.

El aparato gubernativo: su estructura

Una estructura administrativa hizo posible el desenvolvimiento orgánico de la colonización americana. La misma se fue
tejiendo en el seno de Castilla desde la Baja Edad Media. Predominó al comienzo un régimen de oficios, con sus
empleados. De a poco la relación se fue despersonalizando, hasta que éstos empezaron a depender de un reglamento.
La extendida burocracia de la Monarquía estaba encabezada por los Consejos Reales que, instalados en la Corte,
rodeaban al Rey, elaborando y sancionando normas.
Desde 1524 las Indias tuvieron su propio Consejo, degajado del de Castilla. El Consejo de Indias era el órgano supremo
de gobierno y justicia. Estaba integrado por un presidente (luego se le llamó gobernador), varios consejeros (entre 5 y 19),
uno o dos secretarios, un fiscal y un conjunto de oficiales. Existe poca información que muestre el funcionamiento interno
del mismo (ausencia de actas).
El Consejo tenía su sede en la propia Corte, instalada definitivamente en Madrid desde fines del S XVI. A su vez, el
núcleo de la comunicación marítima con las Indias se encontraba en Sevilla, a más de 500km. Allí se despachaban y
recibían los navíos que cruzaban el Atlántico. Allí funcionaba la Casa de Contratación, que fue el primer órgano de
gobierno indiano creado en la península. Ésta quedó subordinada al Consejo.
Todas las peticiones dirigidas al rey desde las Indias, iban directamente al Consejo. Se daba preferencia a los asuntos
gubernativos. La masa de papeles llegaba con el arribo de flotas y galeones. El Consejo deliberaba y resolvía. Lo hacían
en torno a una mesa alrededor de la cual se sentaban los ministros, presididos por el gobernador. A veces se recababa la
opinión de otros expertos. Finalmente se formalizaba por escrito la consulta que contenía la decisión del Consejo elevada
al rey en forma directa. Por lo tanto, el Consejo no se expedía por su cuenta, sino que actuaba a través del rey. El
Consejo ejercía un “gobierno por relación”, es decir, se guiaba en la información que recibía, y raramente en el
conocimiento directo de la realidad. Muchas veces se enfatizó que los ministros debían poseer conocimiento sobre la
geografía, población, economía, etc. de las Indias para mejorar su análisis, pero nunca era suficiente.
Una de las tareas principales del Consejo era proponer al rey las personas para ocupar los oficios seculares y
eclesiásticos en las provincias indianas (aunque en un tiempo fue tarea exclusiva del presidente).
Con la reforma de 1717, el Consejo perdió gran parte de sus atribuciones, que pasaron a la nueva Secretaría de Indias, la
que, luego de algunas disputas, fue suprimida en 1790.
El Consejo, por su parte, subsistió más allá de la independencia americana.
El gobierno provincial y local
Los Comienzos

La organización territorial indiana se fue delineando de modo lento e impreciso. No respondía a un esquema previo. La
organización se fue adaptando a las peculiaridades de la tierra y de la gente.
El primer atisbo ordenador se percibe en las capitulaciones de Santa Fe de 1492, cuando se otorga a Cristóbal Colón los
títulos de almirante y de virrey y gobernador en tierra firme. Su alcance era impreciso y, además, fue una experiencia
insatisfactoria por la falta de aptitudes del mismo.
Al avanzar los descubrimientos, se crearon algunas provincias a cuyo frente se ponía un gobernador. Pero sólo se
concretó la designación de Nicolás Ovando al frente de la Isla Española en reemplazo de Colón.
En la década de 1520 hubo una vuelta a las capitulaciones, con la consiguiente multiplicación de las provincias.
Pero este régimen de provincias directamente dependientes del Consejo de Indias, se alteró con la aparición en 1535 del
oficio de virrey, ya no vitalicio como Colón. Antonio de Mendoza fue designado virrey y gobernador de Nueva España.
También aparecen las audiencias, marcando la presencia institucional de los letrados. Virreyes y audiencias
representaban la real persona, usaban su sello. A veces la audiencia sola podía gobernar un territorio; sin embargo esta
experiencia colegiada no resultó satisfactoria, así que se volvió al gobierno unipersonal con control hacia 1565. En esa
década se establecieron las bases de una ordenación territorial general que se mantuvo sin alteraciones hasta la segunda
mitad del S XVIII.
Quedaron así dos distritos de gobierno superior, a cargo de sendos virreyes que representaban la real persona: Nueva
España y Perú. Mientras que Santo Domingo, Guatemala, Filipinas y Nueva Granada tenían un presidente de audiencia
que gobernaba con independencia de los virreyes; pero era la audiencia quien representaba al rey.
La audiencia de Buenos Aires por ejemplo, su presidente tuvo el gobierno superior de las provincias del Río de la Plata,
Tucumán y Paraguay, pero estaba subordinado al virrey de Perú.

La organización en el actual territorio argentino

A partir de 1561 en Cuyo, 1563 en Tucumán y 1593 en el Río de la Plata se estableció el régimen de gobernadores que
se mantuvo hasta la creación del virreinato en 1776.
A fines del S XVI el actual territorio argentino se encontraba comprendido dentro de 3 grandes provincias: las del Río de
la Plata, Tucumán y Chile, y una cuarta, la del Estrecho, que abarcaba lugares poco poblados y aún no colonizados.
1. La del Río de la Plata, tenía por límites orientales los meridianos de Tordecillas y el océano Atlántico. Por el oeste
llegaba a las gobernaciones de Santa Cruz de la Sierra y Tucumán. La sede de las autoridades estaba en Asunción. La
gran extensión de esta provincia motivó que por real cédula en 1617 se establecieran dos gobernaciones separadas: la de
Guayrá (más tarde denominada Paraguay), y la del Río de la Plata que abarcaba las ciudades de Buenos Aires, Santa Fe,
Corrientes; estas tres constituían el eje fluvial del distrito. Ambas gobernaciones estaban sometidas en lo político al virrey
del Perú, y en lo judicial a la audiencia de Charcas.
2. La del Tucumán. Si bien sus límites nunca estuvieron bien definidos, podría decirse que llegó a comprender los
actuales territorios de Jujuy, Salta, Tucumán, Catamarca, La Rioja, Santiago del Estero y Córdoba. Hasta fines del S
XVII, las autoridades residieron en Santiago del Estero. Luego el obispado se instaló en Córdoba y la sede de la
gobernación en Salta. El camino real que unía el litoral con Charcas fue el eje de desarrollo de esta provincia.
3. La de Chile. Abarcaba las actuales provincias de Mendoza, San Juan y San Luis además del territorio trasandino. Cuyo
fue ocupada por disposición del gobernador de Chile. Una vez fundadas Mendoza y San Juan, la región quedó bajo la
dependencia del gobierno chileno, subordinado al virrey del Perú. A partir de 1574, Cuyo se convirtió en corregimiento
con sede en Mendoza. Al crearse en 1776 el Virreinato del Río de la Plata, Cuyo fue incorporada. No fue algo
precipitado, ya que desde principios de la centuria, la región había incrementado la relación comercial con el eje Buenos
Aires-Potosí.
4. La del Estrecho. De extensión incierta, comprendía el resto de la Patagonia y Tierra del Fuego. Fracasados los intentos
de ocupación, la región quedó incorporada a la gobernación de Chile por real cédula en 1555. A mediados del S XVIII, la
Patagonia oriental y Tierra del Fuego quedaron incorporadas a la provincia del Río de la Plata.

El oficio de gobernador

El embrionario régimen político de las primeras entradas en nuestro territorio se consolidó hacia fines del S XVI. Las
experiencias ya se habían realizado en otras regiones colonizadas más tempranamente, de manera que el Río de la Plata y
el Tucumán fueron receptores de un orden diseñado previamente en otros lugares del continente. Así se estableció el
régimen de provincias, a cuyo frente aparece el gobernador, auxiliado por sus tenientes y un modesto aparato
administrativo. Designaba a todo aquel que ejercía la función de gobierno, tanto los que habían contratado con la Corona,
como aquellos que eran funcionarios de ésta.
El régimen comenzó en 1563 con la designación de Francisco de Aguirre en Tucumán, y en 1593 con Hernando de
Zárate en Río de la Plata. El plazo variaba entre 3 y 5 años. Mayormente eran militares o funcionarios, nunca letrados. A
fines del S XVII y principios del XVIII el cargo entró en el régimen de beneficios, es decir que para su obtención era
necesario que el interesado abonara un servicio pecuniario a la Corona.
Al cumplir las funciones de gobierno, justicia y guerra, los gobernadores acumulaban amplios poderes, aunque estaban
limitados: gobierno y justicia eran compartidos con el cabildo y los alcaldes. En nivel superior, el virrey, audiencia y
Consejo de Indias actuaban ante las denuncias recibidas. Los obispos y eclesiásticos también se ocupaban de las
actuaciones del gobernador en informes.
Las atribuciones de los gobernadores aparecían enumeradas en sus respectivos títulos, pero el uso y la costumbre del
lugar podía ampliar o restringir esas facultades. Atendían cuestiones como la evangelización de los indígenas, la
seguridad y el abasto de las ciudades, promoción del comercio, etc.
La situación sólo se modificó con la creación del Virreinato y la implantación de las Intendencias. En esta
organización estaba en primer lugar el teniente general de la gobernación.
Los asesores de los gobernadores recién fueron permanentes a partir del S XVIII. Eran designados por éstos sin
retribución fija.
El gobernador resolvía los negocios ante el escribano, quien extendía los despachos y se encargaba de la custodia de los
expedientes. Era un oficio comprado que producía al titular los beneficios provenientes de los aranceles que cobraba a los
particulares interesados. En 1588 aparece en Buenos Aires el escribano de gobierno. Si el gobernador no sentía confianza,
se permitía que despachase con su secretario los negocios secretos. Poco a poco los secretarios cobraron prestigio.

Corregidores, tenientes, caciques

Corregidores. Al principio dirigían conquistas de menor entidad, pero finalmente sólo quedaron los asignados a distritos
ya organizados. Estaban al frente de comarcas de menor extensión que formaban parte de un virreinato o de una provincia
mayor. Dependiente del reino de Chile, Cuyo estuvo a cargo de corregidores designados por los gobernadores chilenos.
Tenientes. Constituían una jerarquía administrativa inferior y ejercían funciones de apoyo a los gobernadores y
corregidores. Los tenientes de gobernador estaban al frente de ciudades subalternas. Presidían el cabildo de la ciudad.
Cacicazgo. Mantenido por la Corona para hacer más efectivo el gobierno de los aborígenes. Era un vínculo ancestral que
se transmitía por vía de sangre. La acción del cacique estuvo mediatizada por el corregidor español y el cura.

El reparto de poderes: centros y periferias [Atenti para el examen!!!]

En el estudio de la organización política indiana, los historiadores han utilizado generalmente el paradigma estatal
contemporáneo como único referente de ordenación. Esto ha llevado a construir la difundida imagen de una Monarquía
que ejercía un poder político dominante y exclusivo sobre todos sus territorios a través de las órdenes expedidas desde sus
órganos de gobierno peninsulares.
Los nuevos enfoques historiográficos, en cambio, sin desconocer la existencia de una fuerte tendencia hacia la
centralización, procuran superar aquella visión un tanto simple, observando esa entidad política como un orden complejo
en equilibrio, con poderes repartidos entre centros de autoridad reconocidos y sus respectivas periferias, donde el monarca
ocupaba una posición preeminente y no dominante. Esta nueva mirada parece compaginarse mejor con el análisis de una
realidad donde la vastedad, variedad y especialidad de sus elementos sumados a la distancia que separaba a los territorios
de la Corte real hacía imposible la práctica de un gobierno directo desde la península.
En el nuevo enfoque cabría atender a los variados mecanismos de poder, desde el que proviene de las relaciones
clientelares y corporativas hasta el engendrado por la propia burocracia. Esto lleva prestar atención más a una ordenación
horizontal que vertical en la concepción del poder y reconocer la existencia de ámbitos de acción reservados a cada esfera
de poder.
En cuanto a la relación mantenida entre las autoridades locales del Río de la Plata y los organismos peninsulares, se
puede observar, siguiendo las consultas del Consejo de Indias, que las cuestiones tratadas giraban en torno a los siguientes
temas: nombramientos de oficios reales y eclesiásticos, concesión de mercedes, evangelización de indios, licencias para
viajes, control del comercio, etc. Gran injerencia también en asuntos de justicia (abusos de gobernadores por ej.).

La ciudad como ámbito de poder político

La ciudad, núcleo de la colonización española, es considerada como célula primaria en la formación social. Es el ámbito
donde se implantan los elementos culturales del Viejo Mundo en conjunción con los autóctonos.
El paradigma del Estado contemporáneo ha creado la imagen de la ciudad sometida enteramente a un poder exterior,
fuerte y centralizado. Se impone matizar dicha imagen y atender a una organización del espacio donde cobran valor las
relaciones entre centros y periferias.
La ciudad como “comunidad perfecta”, es una noción europea con antiguas raíces en el Renacimiento. El principio
reside en la familia cuyo modelo se proyecta en la organización urbana. “La casa es una pequeña ciudad y la ciudad es
una casa grande”. Durante los siglos XVI y XVII se desarrolló en España una inmensa literatura sobre ciudades donde
los autores tratan de cumplir con las pautas de la ciudad ideal: buen emplazamiento; buen clima; gentes ilustres; obras de
caridad; fidelidad al rey, etc. Se bautizaron las nuevas ciudades con antiguos nombres urbanos europeos.
La falta de atractivos para la colonización del actual territorio argentino (falta de metales preciosos y de indios para
repartir), provocaron que el proceso fundacional se desarrollara más lentamente.
La fundación de ciudades en América se hacía en nombre del rey por parte de capitanes, conquistadores y capitulantes.
La ceremonia se realizaba en presencia de un escribano que la deja registrado en acta. El fundador traza la planta urbana,
distribuye solares entre los vecinos y reparte indios cuando los hay.

El Cabildo: imagen y poder

Desde el momento mismo de la fundación, el gobierno de la ciudad quedaba encomendado al cabildo, justicia y
regimiento. Con esta denominación se enfatizaban las dos funciones principales a su cargo: hacer justicia y regir la
ciudad. Según Bolaños (1603) “es y representa todo el Pueblo”. Aunque la institución provenía de Castilla, tuvo en las
Indias su desarrollo propio. Todo lo que alcanzara el rango de ciudad, tenía su cabildo. Hubo muchos cabildos y sus
trayectorias poco conocidas.
Función de los cabildos era atender el gobierno “por menor” de la ciudad, como por ej: reparto y venta de tierras;
fijación de precios de las mercaderías de uso corriente; organización de fiestas cívicas y religiosas; regulación del abasto;
control del régimen de pesas y medidas; cuidado del orden y seguridad urbanas; distribución del agua; licencia para
pulperías; etc. También extendía su jurisdicción a la zona rural.
Esa “potestad de todo el pueblo” llevaba al cabildo a representar a la ciudad en solicitudes ante diferentes niveles de
poder: autoridades reales, otros cabildos, virrey, rey, etc. También se encargaba de dar licencia a quienes pretendían
ejercer su profesión en el ámbito urbano, como médicos, maestros, etc.
Tenían su propio edificio ubicado en un lugar principal de la traza urbana. Los acuerdos se celebraban uno o dos días por
semana bajo un estricto ceremonial y protocolo para preservar su imagen.
El escribano y el abogado, encauzaban todo en carriles formales. El primero extendía actas y certificaba resoluciones;
tenía su propia oficina en el edificio. El abogado aparece en el siglo XVII en Buenos Aires y Córdoba para asesorar al
cuerpo y a los alcaldes.
Los recursos de los cabildos no eran holgados. Contaban con el producto de las tasas fijadas sobre el comercio y la
industria. Para las obras públicas existían contribuciones extraordinarias.
Cuando algún asunto importante requería la consulta de los vecinos, se convocaba a un cabildo abierto. Se trataban
temas como: la defensa de la población ante ataques aborígenes, contribuciones para obras públicas, abastecimiento del
agua, etc. La materia estrictamente política dominaba estas reuniones con una numerosa concurrencia.
Haciendo una generalización, podemos pensar en pronunciados claroscuros en la trayectoria de cada cabildo particular y
de grandes diferencias entre unos y otros. Sin dudas uno de los campos de mayor fricción fue el de las relaciones con la
autoridad real local, dado que el gobernador o corregidor, se arrogaban facultades que consideraban privativas de ellos.
Esto se hizo más frecuente en el S XVIII.
La gestión en defensa de los intereses de la ciudad y sus términos era preciso a veces hacerla fuera de la sede por medio
de procuradores.

Los oficios capitulares

Los cabildos se integraban con alcaldes, regidores y otros funcionarios especiales.


Los alcaldes ordinarios eran los encargados de administrar justicia en asuntos civiles y criminales, y de presidir las
sesiones del cabildo en ausencia del gobernador. Se renovaban anualmente.
Los regidores, en número no mayor de 6, componían el núcleo del cuerpo capitular que participaba en las
deliberaciones.
Funcionarios especiales eran aquellos que en razón de su título tenían también participación en el cabildo, con
nombramiento expedido por el rey o gobernador.
Para ocupar cargos capitulares se requería ser vecino, es decir, residir con casa propia y familia en la ciudad, y haberse
comprometido a “sustentar armas y caballos” para el servicio real. Estaban excluidos los religiosos, militares en servicio y
otros. Los primeros nombramientos de cabildantes eran efectuados por el fundador de la ciudad, y luego el cuerpo se
renovaba anualmente mediante la elección que los salientes hacían. La tendencia era evitar la reelección de alcaldes y
regidores. A principios del S XVII se introdujo el régimen de venta de los oficios concejiles. Los oficios así adquiridos se
convertían en vitalicios y a veces en perpetuos y transmisibles a otras personas; por lo tanto, al cabo de los años, sólo el
oficio de alcalde no fue vendible.
Este sistema no tuvo resultados favorables; los oficios vendibles quedaban vacantes por el escaso interés en adquirirlos,
por la pobreza de los vecinos, etc.
Hubo cabildos con muy escasa actividad como el de San Luis; otros en cambio, sufrieron grandes cambios como el de
Mendoza a partir de 1748.

El control de la administración: visitas y residencias

Dos procedimientos principales se pusieron en práctica para controlar el desempeño de los ministros del rey: la visita y
el juicio de residencia.
La visita fue una institución de inspección muy usada, tanto en el orden secular como en el eclesiástico. Servía por parte
del superior para averiguar los problemas que se suscitaban en el territorio sometido a su jurisdicción, recoger quejas
contra los funcionarios y observar la conducta de éstos. Se hacían visitas al Consejo de Indias, a los virreinatos, a las
audiencias, etc. De manera análoga, los obispos visitaban sus diócesis.
La visita en sí misma no se reducía a informar sobre lo visto y oído, sino que el visitador solía asumir un papel activo en
el ejercicio del gobierno o de la justicia, dictando normas o resolviendo directamente asuntos que le sometían.
El otro medio de control era el juicio de residencia, dirigido a determinar la conducta observada por el agente en el
desempeño de su oficio. Su estructura provenía de Castilla. En principio, todos los funcionarios indianos, desde el virrey
hasta el alcalde, estaban obligados a someterse al juicio al finalizar su actuación, pero podía hacérselo en cualquier
momento. Se prohibía ocupar un nuevo oficio sin haber rendido la residencia del anterior.
Constaba de dos partes: una secreta, en la que se averiguaba la conducta del residenciado, y otra pública, durante la cual
los particulares podían promover demandas. En la parte secreta se buscaban testigos de cualquier estrato de la sociedad.
Luego el juez dictaba sentencia. Intereses, luchas políticas, odios fueron moneda corriente. Los juicios de residencia eran
muy costosos y con el tiempo perdieron prestigio.

Las personas dentro del orden político

¿Y las personas dentro de ese contexto? No se concebía la existencia aislada del individuo frente a la sociedad y el
Estado. Tampoco era imaginable una concepción política igualitaria que abarcara a todos los que habitaban una comarca
o país. Las personas aparecían agrupadas dentro de los distintos estamentos, gozaban de regímenes jurídicos particulares,
con algunas garantías comunes. La principal era la familia, en donde imperaba u orden interno que marcaba desigualdades
entre sus miembros. Se trataba, en suma, de una sociedad jerarquizada. Es posible así puntualizar una tradición hispana de
protección a la persona y sus bienes.
Los principales valores que sustentan esta tradición son la vida, el honor y la hacienda. Por encima de todo está el honor,
que procede de Dios y es expresión de la dignidad humana.
Es manifiesta la protección dada a la “libertad de palabra” a través de la garantía de la inviolabilidad de la
correspondencia. Estaba de por medio no sólo la comunicación natural entre los particulares sino el mismo servicio real
necesitado de conocer y atender las peticiones y denuncias de sus vasallos. Decía Felipe II: “las cartas han sido y deben
ser inviolables a todas las gentes: pues no puede haber comercio, ni comunicación por otro camino…” Existían
excepciones: se autorizaba la apertura de correspondencia en caso de manifiesta sospecha de ofensa de Dios…
La “libertad de mudar de suelo” era amplia para los vasallos. Necesitaban licencia real para viajar a América con la
restricción de que los hombres casados no lo podían hacer dejando a sus mujeres en la Península.
Se destaca también la garantía de “inviolabilidad de domicilio”. Se vincula con valores superiores. Significaba la
protección de la vida privada de las personas, expresada en la casa particular. La protección se extiende a la seguridad de
los bienes materiales que en ella se encuentran.
Los extranjeros no podían residir en las Indias, ni contratar. Aunque la situación de los portugueses resulta destacable.
Residían muchos de ellos en Buenos Aires y Córdoba. En el período de unión de las Coronas, los portugueses en Córdoba
gozaron de plenos derechos, llegando a ocupar oficios públicos como alcalde y regidor en el cabildo local.
En lo que respecta a los indígenas, cabe señalar que a raíz de tempranas denuncias sobre abusos cometidos, la Corona
formuló declaraciones concretas a favor de su libertad y buen tratamiento. Son considerados vasallos e igual a los
labradores de Castilla. Sin embargo tales declaraciones y normas sufrieron negaciones en la práctica (servidumbre y
esclavitud). Aquella legislación no se extendió a los negros esclavos provenientes de otros continentes.

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