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1.3.conquista Romana y Romanización

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1.3. Conquista y romanización de la Península Ibérica.

Principales aportaciones
romanas en los ámbitos social, económico y cultural
La llegada de los romanos a la Península Ibérica se produce en el marco de la II guerra púnica, que
enfrentaba a Roma y Cartago por la hegemonía en el Mediterráneo occidental.
La conquista romana de la Península es un proceso largo (218 a.C.-19 a.C.) que se realiza en varias
etapas interrumpidas por periodos de inactividad bélica.
La 1ª etapa se identifica con la 2ª guerra púnica (218-197 a.C.). La causa del conflicto fue que la
península era zona de abastecimiento del ejército cartaginés de Aníbal, pero la que desencadenó la
conquista fue la ruptura cartaginesa del tratado con los griegos al conquistar Sagunto.
En 218 a.C. las tropas romanas desembarcan en Emporion y conquistan la costa mediterránea, valle
del Guadalquivir y parte del Ebro.
La 2ª etapa se identifica con la conquista del interior peninsular (197-133 a.C.), menos la cornisa
cantábrica, que contó con una fuerte resistencia indígena (lusitanos con Viriato y Numancia).
Roma no proyectó inicialmente la anexión de la Península, por lo que se vio obligada a improvisar una
política hispana. Consideró la Península como territorio a explotar continuando la expansión.
La inestabilidad de Hispania hizo que en el 195 aC, Catón con la política de “consolidación de fronteras”
realiza acciones militares acompañadas de medidas represivas y explotación sistemática de las
poblaciones indígenas. Para evitar las rebeliones indígenas por el expolio de sus bienes, el pretor
Sempronio utilizó el sistema de acuerdos: prohibición de fortificar ciudades indígenas, tributo anual a
Roma, integración de los indígenas en el ejército romano, derecho a percibir una parcela de tierra. Esta
política de Sempronio no llegó a pueblos independientes (lusitanos, celtíberos), que permanecían
independientes, pero permitió un tiempo de paz de 30 años.
Los pesados tributos que debían pagar a Roma y la inestabilidad de las regiones no conquistadas,
llevaron a las guerras lusitanas (154 aC-137 aC) y celtibéricas (154-133 aC).Las causas fueron el
avivamiento del sentimiento indígena de independencia para crear una federación celtibérica fuerte, pero
también el giro del Senado romano a favor de eliminar cualquier foco de resistencia, utilizando la
ampliación de la muralla de la ciudad de Segeda de la ruptura de los pactos de Sempronio.
La anexión de la Celtiberia (154-133 a.C) resultó difícil para Roma. Los numantinos contaron con el
apoyo de las ciudades vacceas para avituallarse y resistir, por lo que el Senado tomó medidas
excepcionales al elegir a Escipión Emiliano como cónsul para eliminar la resistencia numantina
conseguida en el 133 a.C. La incursión de Púnico en el Guadiana inició las guerras lusitanas que se
desarrollaron con intervenciones militares, pero también con la colaboración de nobles lusitanos (Audax y
Ditalco) para acabar con el líder Viriato. Su sucesor Tautalos aceptó las condiciones romanas de la paz.
La anexión del territorio lusitano abrió la posibilidad de penetrar Galicia en el 137 a.C. (Décimo Bruto)
dejando abierta la vía hacia los centros de explotación mineras del Noroeste. A continuación se dirigieron
a la conquista de las Islas Baleares, refugio de piratas, ya que el Senado envió a Metelo (123 ac), que en
poco tiempo anexionó las islas.
Tras la conquista, la falta de reformas que esperaban los indígenas llevó a que entre el 114 y 93 a.C los
conflictos armados de celtíberos y lusitanos contra los romanos fueran constantes. El alistamiento en las
tropas auxiliares romanas contribuyó a la superación de la crisis.
Tras estos conflictos se sucedió el periodo de guerras civiles romanas (83-49 aC). El triunfo de Sila en
Roma llevó a que Sertorio, cónsul del año 83 a.c, se rebelase en Hispania. Sus medidas a favor de los
indígenas (sacar el ejército de las ciudades, liberarlas de los tributos, tratar con respeto a los indígenas)
le granjearon el apoyo y la fidelidad de celtíberos y lusitanos, pero fue asesinado en el 73 aC. El segundo
periodo, comprendido entre 71-49 aC, corresponde a la etapa en la que los grandes generales imponen
su programa político al Senado. La población se polarizó en torno a Cesar y Pompeyo, que lucharon por
controlar el Imperio e Hispania. César como gobernador consiguió el sometimiento definitivo de los
lusitanos y galaicos, que se integraron en los dominios romanos. Hubo momentos de dominio de uno y
otro que terminaron con la muerte de César en el 44 a.C.
La 3ª etapa se idéntica con las guerras cántabras (29-19 a.C.). Resueltos los conflictos armados de
las guerras civiles, Augusto, en el 29 a.c, prestó atención a los problemas internos de las provincias para
ofrecer al Imperio unas sólidas fronteras, pero creyó que había terminado la conquista (25 aC) cuando en
el 19 se produjo un levantamiento de los indígenas vendidos como esclavos en las Galias, producto de la
primera campaña. Esto provocó la presencia de Agripa, quién sometió definitivamente a cántabros y
astures. Los romanos mantuvieron aquí destacamentos de tropas hasta fines del Imperio.
El proceso de transformación de los pueblos indígenas en una sociedad romana se produjo en varias
generaciones. La romanización es el proceso de aculturación por asimilación de las leyes, cultura,
economía, religiones, idioma, costumbres romanas por comunidades indígenas. La romanización fue
un lento proceso, al respetarse las instituciones y el derecho tradicional de los pueblos indígenas, que
se dio con distinta rapidez e intensidad, pues en las zonas marginales no se produjo hasta la Edad
Media, en Galicia hasta el Bajo Imperio, mientras que la zona ibérica será la más romanizada.
La infiltración cultural estará favorecida por diversos vehículos de romanización. La organización
administrativa del territorio en provincias y conventus juridicus (justicia e impuestos) permitió
unificar el territorio. La extensión de la vida urbana romana, por evolución indígena en ciudades
"federadas" o "estipendiarias", o por fundación romana a partir de campamentos (León), veteranos
(Mérida), colonias habitadas por ciudadanos romanos permitieron trasladar formas de vida romana.
Es importante el desarrollo de las obras públicas (puentes –Alcántara- o acueductos –Segovia-
puentes (Mérida y Alcántara), cisternas, murallas, arcos (de Bará en Tarragona, Medinaceli), templos,
teatros (Mérida), cloacas, anfiteatros (Itálica y Tarraco), circos) como adquisición de formas de vida
romanas y las vías de comunicación (calzadas y puertos) que integración de la Península en los
circuitos económicos y comerciales romanos (Vía Augusta conecta las ciudades mediterráneas
con la Galia y con Roma; Vía de la Plata une centros mineros del sur y noroeste peninsular). El
alistamiento indígena en el ejército romano permitirá que una vez licenciados y romanizados
contribuyan a la romanización de su tribu. Finalmente, fue muy importante la concesión de la
ciudadanía romana a los hombres libres indígenas al extender el derecho romano.
La romanización se manifestó en diversos aspectos. En la estructura económica abrieron la
península al comercio mediterráneo generando una economía monetaria con importantes cambios. La
agricultura se transformó con nuevas técnicas (rotación trienal, arado) y se especializó en productos
comerciales, trilogía mediterránea (cereales, vid y olivo), que se cultivaba en latifundios esclavistas
(villas) cuya producción era para la exportación. La artesanía no alcanzó gran desarrollo por el
intento de Roma de evitar la competencia con Italia, pero se desarrollaron aquellas relacionadas con
la actividad exportadora: cerámica, salazón, etc. Era una economía urbana al ser las ciudades centros
comerciales y de servicios donde residían los administradores públicos.
En la Sociedad surgió una sociedad hispanorromana estructurada a imagen de la romana, por lo
que la principal distinción era entre personas libres, senatoriales ciudadanos clase alta; ecuestres o
caballeros de clase media); decuriones, ciudadanos ricos de las ciudades; plebeyos) y esclavos,
base de la economía. Los indígenas se integraron y mezclaron rápidamente con los ciudadanos
romanos cada uno en el nivel que le correspondía: élites autóctonas en el orden senatorial y ecuestre,
grupos menos favorecidos en el orden decurial o considerados plebeyos). Los esclavos trabajaban en
la agricultura, en las minas u obras públicas, pero fueron progresivamente liberados (manumitidos) y
realizaron trabajos remunerados en servicio doméstico y administración.
Los emperadores romanos concedieron a ciudades indígenas el derecho de ciudadanía romana,
hasta que el emperador Caracalla la concedió a todos los habitantes del imperio (212), permitiendo la
generalización del derecho romano.
Hispania fue una de las provincias del Imperio más romanizadas. Consecuencia de esta asimilación
social muchos hispanos llegaron a la cumbre de la administración imperial (Trajano, Adriano, Teodosio
o Marco Aurelio) o fueron figuras culturales importantes (filósofos como Séneca, escritores como
Quintiliano, historiador Lucano, geógrafo como Mela, agrónomo como Columela).
En la cultura el latín se impuso como lengua común, sustrato de las lenguas romances (castellano,
catalán), surgidas entre los siglos VII y XII, provocando la desaparición de las lenguas prerromanas
(salvo euskera). El derecho romano sirvió para regular la convivencia de una sociedad más compleja
que la indígena, que solo modificado en parte es hoy base sustancial de nuestro ordenamiento jurídico.
En la religión respetaron los cultos de indígenas animistas, que se identificaron con las de los
romanos, pero exigía el culto al emperador como elemento de cohesión en el Imperio. El emperador
Teodosio en el Edicto de Milán (313) impuso como religión oficial el cristianismo en el Imperio.
En el siglo III, Roma entra en una crisis general, económica y social, que lleva a un proceso de
ruralización y de economía de subsistencia en las villas. El comercio desaparece y las ciudades se
despueblan a causa del desabastecimiento y la inseguridad. Esta inseguridad muestra la crisis
política, identificada con la presión que los pueblos bárbaros ejercen sobre las fronteras del Imperio.
Finalmente se produce la desaparición del Imperio romano en el 476.

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