Retiro Sem Santa LectioSamaritana
Retiro Sem Santa LectioSamaritana
Retiro Sem Santa LectioSamaritana
El Equipo Ejecutivo de la Misión quiere agradecer la gentileza del P. Fidel Oñoro, de preparar y
poner a nuestra disposición de la Misión Juvenil, una Lectio Divina sobre el texto de la Samaritana,
a fin de emplearlo como un subsidio para el retiro de Semana Santa.
Objetivo:
Que los misioneros y los jóvenes de la Pastoral Juvenil puedan tener un encuentro con Jesús, a
través de una Lectio Divina en un clima de oración y meditación.
Descripción:
A partir de la Lectio Divina los misioneros y los jóvenes de la Pastoral Juvenil tendrán un momento
fuerte y profundo de encuentro con Jesús, a través de la oración en torno al texto del encuentro de
Jesús con la Samaritana Jn 4.1-30.
El retiro está dirigido preferencialmente a todos los misioneros y a los jóvenes de la pastoral de las
parroquias, colegios, movimientos, universidades e institutos. También se puede invitar a fieles en
general.
Es primordial que los participantes asistan con su Biblia o Nuevo Testamente. El retiro puede tener
una duración de 4 horas, pero cada unidad pastoral puede hacer los cambios que estime pertinente
para adecuarlo a sus necesidades. Lo importante es privilegiar que sea un tiempo de encuentro con
el Señor que nos anime y acompañe en el tiempo de Misión.
Recibir y motivar a los participantes para hacer de este momento un tiempo de encuentro con el
Señor Jesús. Mientras van entrando el coro puede estar cantando o bien tener música envasada.
2. Formación de grupos
Luego de la bienvenida, se dan las indicaciones generales del retiro y se forman pequeños
grupos o comunidades de 6 a 8 personas. Lo pueden realizar realizando alguna dinámica o
invitando que lo hagan con aquellos que están más cercanos. Es conveniente que la dinámica sea
algo sencilla y que permita continuar con un ambiente de reflexión.
3. Oración de inicio
Realizar un momento de oración con algún salmo y canto apropiado, que invite a los
participantes a introducirse en el tema. Invocar de manera especial al Espíritu Santo para que
acompañe e ilumine este momento.
4. Lectio Divina
El ejercicio de la Lectio debe ser conducido por un sacerdote, religioso o laico que este
debidamente preparado y que sea capaz de motivar al grupo, a realizar un ejercicio y un camino
de reflexión y oración. La Lectio comprenderá cuatro pasos que detallaremos a continuación:
Al animador invita a los participantes a leer el texto propuesto, fijando en los verbos y en las
frases que a él le llaman la atención. Se puede ir leyendo en voz alta al interior de los grupos y
se puede leer hasta unas tres veces. Posteriormente el animador invita a que en los grupos
puedan compartir los verbos que encontraron y las frases que más les llamaron la atención,
sólo leyendo el versículo sin explicar el por qué.
Posteriormente el animador, junto con los participantes, van descubriendo qué dice el texto,
apoyados por el contexto y el significado de algunas situaciones que en él aparecen. Para esto
adjuntamos la Lectio preparada por el P. Fidel Oñoro.
4.2. Meditación
4.3. Oración
Se invita a todos los participantes a un momento de oración final donde se puedan leer algunos
Salmos acompañados por cantos de meditación o de Taizé. Finalmente se realiza una
bendición sobre los participantes.
INTRODUCCIÓN
Nadie duda de la importancia del relato que ahora vamos a abordar. El relato del encuentro de
Jesús con la mujer samaritana (Juan 4,1-42), es considerado como uno de los pasajes más leídos y
estudiados del Evangelio según san Juan y quizás de todos los evangelios. Esto se debe a su belleza
literaria, pero sobre todo al drama espiritual que se va delineando a lo largo de la conversación
entre Jesús y la mujer, en el cual –a través del impacto de la lectura- siempre descubrimos también
algo del drama espiritual que sucede dentro de nosotros mismos.
• De la persona a la comunidad
Valga anotar desde el comienzo que el relato que ahora nos ocupa no se limita exclusivamente al
encuentro de Jesús con la mujer samaritana (Jn 4,5-26), sino que involucra también a todos los
habitantes de Sicar (Jn 4,39-42). Es un encuentro personal pero también colectivo –o mejor
“comunitario”-, en el que el encuentro con un solo personaje nos permite entender
anticipadamente, y sin necesidad de volver a repetir todos los detalles, lo que sucede en el
encuentro con toda una ciudad.
Si observamos bien el relato notaremos que es justamente para el momento final, cuando lo
sucedido con la samaritana se replica con toda una ciudad, que el evangelista ha dejado el
momento culminante del encuentro: la “confesión de fe” de parte de la gente y el “permanecer”
con ella por parte de Jesús. Por lo tanto, todo el relato sigue un itinerario bien definido, como un
movimiento fuerte que se va desencadenando hasta que tiene su impacto definitivo en el momento
final.
En el centro del relato, es decir, en medio del encuentro de Jesús con la sicariense y con la ciudad
de Sicar, encontramos una conversación de Jesús con sus discípulos (Jn 4,27-38), la cual nos da otro
ángulo de lectura del encuentro vivido.
Por lo demás, es justamente a la luz de este encuentro intenso que viven Jesús y la comunidad de
los discípulos por primera vez, que se despliega la primera conversación formativa de Jesús con sus
discípulos (Nótese que después de las breves palabras dirigidas a Natanael el día de su vocación –en
Juan 1-, no han vuelto a aparecer conversaciones amplias de Jesús con sus discípulos).
Esta bella página del evangelio de Juan apunta entonces al “discipulado”. En esta primera
conversación de Jesús con su comunidad de discípulos, notamos cómo se da un nuevo paso en el
programa inicial del evangelio, resumido en el “vengan y vean” (Juan 1,39). De aquí
aprehenderemos algunas luces de la pedagogía pastoral de Jesús.
A partir de las anotaciones anteriores podemos proponer un primer esquema del pasaje que nos
permite comenzar a esbozar su itinerario interno.
A primera vista notamos que el relato de Juan 1,1-42 tiene tres partes:
Si nos atenemos a la primera parte, notamos enseguida que este pasaje corresponde al segundo
encuentro de Jesús con una persona en privado y es una de las conversaciones más largas de Jesús
con una sola persona en todo el Evangelio. El primero fue el del encuentro de Jesús con Nicodemo
(Jn 3,1-21) y como en el de él, vemos cómo Jesús aplica la didáctica del coloquio.
• De Nicodemo a la Samaritana: emerge ante Jesús el rostro de una mujer, marginada pero
también buscadora
Para que percibamos mejor lo propio del encuentro de Jesús con la mujer samaritana, destaquemos
aquello en lo cual se diferencia del encuentro con Nicodemo:
1. Mientras Nicodemo es un judío (de donde viene la salvación , según Jn 4,22), la mujer es una
samaritana y por lo tanto miembro de un pueblo disidente política y religiosamente de
centro del poder: Jerusalén.
3. Mientras Nicodemo es una persona de prestigio (es un “Maestro en Israel”, Jn 3,10), por el
contrario la samaritana es una mujer de una vida ambigua, de quien Jesús conoce su pecado.
4. Mientras Nicodemo se encuentra con Jesús de noche (Jn 3,2), la samaritana lo hace bajo la
luz radiante de un mediodía.
5. Mientras Nicodemo toma la iniciativa para buscar a Jesús, es quien pone el tema de la
conversación (Jn 3,2), en el caso de la samaritana es Jesús quien la busca, toma la iniciativa
y conduce el coloquio.
6. Mientras la conversación con Nicodemo se desenvuelve con mucha paz –quizás sentados como
maestros- y casi todo apunta a una larga enseñanza de Jesús (Jn 3,10-21), la samaritana
dialoga con un viajero, en un lugar de paso –un pozo-, con cierta agitación, con el sofoco
propio de la hora e inicialmente con la poca atención a asuntos ajenos, característico de
quien está en medio de su oficio (según el v.28 la mujer conversó todo el tiempo sosteniendo
el cántaro en sus brazos). Además, ante Jesús la mujer se muestra mucho más conversadora,
de manera que se hablan y responden casi a la par.
7. Mientras en el caso de Nicodemo no conocemos su reacción final al encuentro con Jesús (lo
sabremos solamente a la hora de la muerte de Señor, en Jn 19,39), de la samaritana
tenemos todo su itinerario de fe y podemos seguir paso a paso la evolución interna de su
corazón hasta que se convierte en apóstol de Jesús en medio de su pueblo.
Pero además de los siete puntos anteriores hay que poner de relieve aquello en lo que se distingue
nuestro relato de la samaritana: mientras Nicodemo sabe desde el comienzo quién es Jesús (Jn 3,2:
“sabemos que has venido de Dios”), la samaritana lo ignora completamente.
La última frase –y momento culminante- de todo el pasaje es: “Sabemos que éste es
verdaderamente el Salvador del Mundo” (v.42). El núcleo es una experiencia de conocimiento
(ver Jn 1,10-13), un conocimiento en la fe que va más allá de la simple profesión de boca y se
concreta en la acogida del Verbo en el mundo de los hombres: “Le rogaron que permaneciera con
ellos… Y permaneció allí…” (v.40; ver Jn 1,14).
Está claro que este relato retrata el camino pedagógico de un encuentro con Jesús. Pero, antes de
analizarlo con mayor detalle, de manera sintética ¿qué caracteriza este encuentro?
1. Es un encuentro que va desde fuera hacia dentro de la ciudad: comienza con Jesús y la
samaritana solos junto al pozo, luego entra en escena la comunidad de los discípulos y junto
con ellos Jesús contempla los campos, finalmente Jesús es conducido hacia dentro de la
ciudad, donde es acogido como huésped de honor.
2. Es un encuentro que va da del pozo físico al pozo del corazón: el corazón humano que
por sí mismo no puede producir vida, el corazón de Dios de donde viene el don inagotable de
la vida.
6. Finalmente, es un encuentro que va del “no tener” al “tener” (del “tú no tienes” al “yo
te puedo dar”). Su función es educar para comprender la grandeza del don de Jesús, la
necesidad que tenemos de él, la manera como se “ob-tiene” y el llamado a compartirlo.
Releamos ahora atentamente el texto para que veamos cómo se va dando esta pedagogía del
encuentro. Seguimos el esquema amplio de las tres escenas planteado arriba:
- Primera parte: Jesús y la samaritana
- Segunda parte: Jesús y sus discípulos
- Tercera parte: Jesús y los samaritanos de Sicar
Para captar mejor el impacto del encuentro de Jesús con la samaritana es importante que le
pongamos atención en primer lugar al contexto en que se da:
1. El motivo por el que Jesús está ahí
2. El lugar
3. La hora
4. Las condiciones físicas de Jesús
5. La atmósfera de la relación
Veamos:
1. El motivo
El motivo por el que Jesús se encuentra en las inmediaciones de la ciudad (o mejor: aldea) de
Sicar es su viaje de Judea a Galilea (v.3), en el cual Samaría es lugar de paso obligado (v.4).
2. El lugar
El lugar: “el pozo de Jacob” (v.6). Jesús llega a otra tierra hostil, la región samaritana, y se
detiene junto al pozo que se encuentra cerca (aproximadamente un kilómetro) de la ciudad de
Sicar (v.5). Normalmente las ciudades antiguas se construían cerca de una vía importante y, lo
que era esencial, junto a una fuente de agua que abasteciera la ciudad. Puesto que no había
sino un solo pozo para cubrir todas las necesidades de la población, este lugar era:
a) sitio habitual de encuentro de la gente (por ejemplo Gn 29,2-4),
b) sitio de conflictos por la propiedad (por ejemplo: Gn 26,19-22); y, puesto que en la época el
ir a buscar agua era tarea primordialmente femenina(ver 24,13), también era
c) sitio para enamorar, buscar esposa, y por esto mismo eventualmente peligroso para las
mujeres (por ejemplo Ex 2,16-19).
Podríamos entonces decir que Jesús está en un lugar estratégico. El escenario, además, no
puede ser más hermoso: un lugar fresco, al fondo la ciudad, en medio valle que tiene toda
historia de la antigua Siquem (donde se detuvo Abraham cuando entró por primera vez en la
tierra prometida, ver Gn 12,6), al frente las empinadas montañas de Ebal y Garizim.
3. La hora
La hora: “era alrededor de la hora sexta” (v.6). El dato es preciso: era mediodía. Se entiende
por qué a la hora del calor un viajero quiera sentarse junto a un pozo. Se entiende también por
qué los discípulos han recorrido la poca distancia que les queda de la ciudad “para comprar
comida” (v.8), es la hora del hambre y de la sed. Se puede intuir, incluso, qué afán trae la
mujer cuando viene al pozo.
Las condiciones físicas: “se había fatigado del camino” (v.6). Los datos anteriores nos permiten
comprender la fatiga de Jesús. Cuando contemplamos el rostro de Jesús en el pasaje de la
samaritana no sólo nos encontramos con un viajero que ha terminado mal la primera parte de su
misión sino que también está exhausto físicamente. El favor que le pide a la samaritana –“Dame
de beber” (v.7)- no es un simple truco, es real. El que le da carne al Verbo de Dios: es un
necesitado.
5. La atmósfera de la relación
La atmósfera de la relación: “¿Cómo tú siendo judío me pides de beber a mí que soy una
mujer samaritana?” (v.9). La atmósfera es de nuevo de tensión, la primera reacción de la
mujer es agresiva (lo que nos recuerda el comportamiento inicial de los discípulos de Emaús con
el desconocido peregrino: Lc 24,18).
Se ponen de relieve las dos causas del distanciamiento con relación a Jesús:
a) está tratando con una “mujer”: esto es peligroso, la mujer se protege, pero también saca a
relucir la habitual discriminación que vive;
b) ella es “samaritana”, por razones históricas él es su enemigo. El mismo evangelista lo
comenta, “Porque los judíos no se tratan con los samaritanos” (v.9), esto es:
- Mientras los samaritanos (del norte) se consideraban los descendientes de los patriarcas (ver
4,12.20: “nuestro padre Jacob”, “nuestros padres adoraron en este monte”), se
autodenominaban el “resto de Israel” (destruido por los Asirios en el 722 antes de Cristo) y
se atenían únicamente a los cinco rollos de la Torá (Pentateuco),
- Lo judíos (del sur), con su mirada puesta en la ciudad Santa Jerusalén, los consideraban
como una población semipagana (ver 2 Reyes 17,24-41), les habían impedido la participación
en la reconstrucción del templo después del exilio (ver Esdras 4,1-24) y los discriminaban con
esta frase: “el pueblo estúpido que habita en Siquem” (Eclesiástico 50,26).
En su primer contacto con Jesús, la mujer coloca las cartas sobre la mesa: “Tú eres”, “Yo soy”.
La relación se da sobre el plano de lo accidental, de la etiqueta regional heredada, y no sobre el
ser mismo de las personas. La primera afirmación de la samaritana sobre Jesús es: “Es un
Judío”. Esta, precisamente, es la primera apariencia del Verbo encarnado.
Pero Jesús sabe pasar por encima de estas primeras valoraciones y con maestría conduciendo un
itinerario interno por medio del cual ayudará a la mujer a comunicarse expresando, desvelando
su corazón y expresando su realidad más profunda. Esto se da en tres pasos:
- Jesús le abre los horizontes para que descubra el “don”. Itinerario del “Dame de beber”
(Jesús) al “Dame de esa agua” (Samaritana). Jn 4,7-15.
- Jesús se revela como el que conoce. El camino de un doble conocimiento. Jn 4,16-18.
- Jesús revela la naturaleza del don de Dios. Itinerario del “Tú eres” (=Profeta) al “Yo soy”
(=el Mesías). Jn 4,19-26.
Viendo las cosas desde otro ángulo, podríamos decir que en un primer momento Jesús la “antoja”
del don Dios que él trae como Mesías y, luego, en un segundo momento le enseña el camino para
acceder a ése don, esto es, el conocimiento de sí misma y de la identidad de Jesús y la revelación
de las condiciones para experimentar el don. El conocimiento de la persona de Jesús y la posibilidad
de llegar a experimentar el don están estrechamente ligadas, siendo la primera condición para la
segunda. Entendámoslo mejor leyendo el texto.
Al pedirle agua a la samaritana, “Dame de beber” (v.7), Jesús le expresa que necesita ayuda, que
depende de ella para solucionar una de sus necesidades básicas. El texto dice “pues sus discípulos
se habían ido a la ciudad...” (v.8). El “pues” explicativo es importante, indica que le está pidiendo
a la mujer el servicio que normalmente habría realizado alguno de sus discípulos. Además, Jesús
inicia la conversación colocándose en una posición completamente inofensiva, la mujer no tiene por
qué sentirse invadida, ni coaccionada. Jesús apela a sus sentimientos de misericordia, quiere
ayudarla a expresarse desde lo más profundo de ella misma.
Pero paradójicamente la situación se invierte al final, cuando es la mujer misma la que clama:
“Señor, dame de esa agua, para que no tenga más sed y no tenga que venir aquí a sacarla” (v.15).
Es la mujer quien descubre que depende de Jesús para solucionar su necesidad básica no fisiológica
y más profunda, una sed que tiene una causa más honda y que está relacionada con el sentido de su
existencia.
A partir de la simple petición de un vaso de agua (¿se podrá pedir algo más sencillo?), y sin que lo
llegue a recibir, Jesús entabla una conversación que lleva a la mujer a que descubra que
definitivamente él tiene para ella y para la humanidad un don incomparablemente mejor.
La conversación avanza al ritmo de la respuesta a las objeciones que la mujer le pone a Jesús:
[1] v.9: le recuerda quien es cada uno y la barrera que hay entre los dos;
[2] vv.11-12: ironiza con el cántaro que supuestamente debería tener Jesús para sacar el “agua
viva”, ¿si él no tiene o no necesita un cántaro, entonces a qué altura está la fuente? ¿o va a cavar
uno nuevo que supere en abundancia al de Jacob?
Partiendo de lo real y por el camino de la clarificación de los malos entendidos, la mujer llega a
captar aquello que no es accesible a su percepción. Se trata de llegar a entender la verdadera
dimensión de la propuesta de Jesús.
La mujer viene al pozo todos los días, buena parte de su vida está circunscrita a ese pequeño
trayecto. La ida al pozo representa un círculo vicioso al que está obligada de por vida: siempre
tendremos necesidad del agua, porque por más que bebamos siempre tendremos sed.
Con la imagen, Jesús está poniendo a la luz lo que representa una característica de la situación
de todo hombre:
[1] Para poder vivir necesitamos del agua. Ciertamente sin agua no hay vida.
[2] Por más que queramos no podemos extinguir la sed de una vez por todas, asegurándonos así
la vida. Debemos beber siempre de nuevo: “todo el que beba de esta agua, volverá a tener sed”
(v.13).
[3] Aún la mejor agua del mundo no hará más que mantenernos siempre vivos en cuanto dura
esta vida terrena. Ninguna agua tiene el atributo de salvarnos definitivamente de la muerte.
Sobre esta base, Jesús lanza su propuesta de un “agua viva”. La reacción final de la mujer
demuestra que ésta finalmente quedó desarmada en sus objeciones y quedó antojada del don de
Jesús: “Señor, dame de esa agua, para que no tenga más sed y no tenga que venir aquí a
sacarla ” (v.15).
Todos podemos ahora entender junto con la samaritana a dónde está queriendo llegar Jesús. Él
afirma que tiene algo distinto para dar: el “don de Dios” que la vida en plenitud.
Jesús llama a su don “agua viva” (no sólo que da vida sino inagotable) y “fuente que mana” con
tal fuerza (mayor que la de cualquier manantial) que puede extinguir la sed de una vez por
todas y dar la vida eterna: “el que beba de esta agua que yo le dé, no tendrá sed jamás, sino
que el agua que yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que mana para dar vida eterna”
(v.14).
La enseñanza de Jesús es tan contundente y tan clara como esto: así como para la vida terrena
dependemos del agua natural, así para la vida eterna dependemos del don de Dios.
Pero para poder recibir este don de Dios hay dos condiciones:
[1] Entender en la verdadera naturaleza del don: “Si conocieras el don de Dios” (v.10)
[2] Reconocer la identidad profunda de Jesús: “Si conocieras quién es el que te dice...” (v.10).
En otras palabras, el don de Dios viene del encuentro con Jesús. Invirtiendo las frases
anteriores: un encuentro en que llega conocer quién es él -¿QUIÉN ES JESÚS ?-, un encuentro en
el que se conoce el don de Dios que está en él -¿QUÉ ES LO QUE JESÚS TIENE PARA
OFRECERME?-.
Una vez que la samaritana suplica el don del agua viva, Jesús, mediante un aparente cambio de
tema, le da una nueva dirección a la conversación. El tema ya no es el agua sino ella misma.
Esta es la manera concreta como, después de haberla antojado, comienza a darle de beber del agua
viva. ¿Cómo lo hace?
La mujer ya ha dicho que no quiere seguir en el círculo vicioso de idas y venidas al pozo. Sin
embargo Jesús la pone a hacer un nuevo viaje de ida y venida, sólo que esta vez el itinerario es
al contrario, el destino es su casa: “Vete, llama a tu marido y vuelve acá” (v.16).
La respuesta es breve y seca: “No tengo marido” (v.17). Jesús le responde ampliando la
información y demostrándole que él lo sabe todo: “Has tenido cinco maridos y el que ahora
tienes no es marido tuyo”. Al mismo tiempo reconoce la sinceridad de la mujer: “Bien has
dicho... has dicho la verdad” (vv.17-18).
De esta manera Jesús le muestra que la ida cotidiana al pozo es lo de menos en su vida, que ella
tiene una vida agitada que la ha encerrado en un círculo de pecado. En Israel estaba permitido
llegar a casarse hasta tres veces, si trasponemos esto al mundo samaritano tendríamos que
pensar que la mujer está en una situación sumamente grave. Pero los detalles de la situación no
importan, sino la situación misma: la mujer no está bien y ella misma lo reconoce (el efecto
está conseguido: “has dicho la verdad de tu vida”). Queda planteada su necesidad de salvación.
El tipo de conocimiento que la mujer tiene de sí misma es el que el mismo Evangelio viene
enseñando desde el comienzo, es decir, el de la iluminación de la verdad del corazón: “Todo el
que obra el mal aborrece la luz y no va a la luz para que no queden censuradas sus obras”
(3,20). La mujer está ante la Luz del Verbo, queda todavía por saber cómo va a reaccionar.
Nuestro relato no está interesado en las cuestiones morales de la mujer sino en el hecho de que
Jesús conoce bastante bien su realidad. La mujer queda profundamente impresionada, como
ella misma dirá más adelante, este es justamente el momento que quedará en su memoria de
todo el encuentro: “Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho” (v.29;
igualmente en el v.39). Sus paisanos pasarán por la misma experiencia (ver el v.42).
La misma mujer que se burló de él cuando le dirigió la palabra (v.9), que le lanzó una ironía
cuando le habló del agua viva (vv.11-12), es la misma que ahora se admira de él (v.19). Pero su
misma respuesta en el v.15 muestra que ella ya venía intuyendo que se encontraba delante de
alguien especial. Dado que Jesús conoce bien cómo está su vida privada y todo lo que ha hecho,
la mujer comienza también a saber quién es él y lo llama “Profeta” (v.19).
La mujer conoce a Jesús como “aquél que me conoce”: el que conoce a fondo su vida, su
historia y sus necesidades. Ya no es “el Judío” (v.9), ahora es el “Profeta”, aquel que ve su vida
con la mirada de Dios y la interpreta.
Jesús había sido presentado en el Evangelio como “el que conoce”: “...Los conocía a todos y no
tenía necesidad de que se le diera testimonio acerca de los hombres, pues él conocía lo que hay
en el hombre” (2,24b-25).
En el tercer paso del encuentro de Jesús con la samaritana vemos cómo Jesús desvela la naturaleza
del don que él mismo ha ofrecido (v.10), que la samaritana ha pedido (v.15) y que ya está en
condiciones de comprender.
Veamos en el esquema del tercer paso del encuentro con Jesús un itinerario interno bien
interesante:
- La dinámica: De la petición a la respuesta
- La evolución interna de la samaritana: De pecadora a adoradora de Dios
- La revelación de Jesús: Del lugar al modo de la verdadera adoración
Pero antes de entrar a fondo en el texto, notemos algunos elementos curiosos del itinerario del
encuentro con Jesús.
- Llama la atención que así como el primer paso estaba enmarcado por el “dame de beber”
(vv.7.15), este tercer paso tenga también un marco propio: del “Tú eres” (=Profeta) al “Yo soy”
(=el Mesías), es decir, lo que la mujer descubre maravillada sobre la identidad de Jesús, en un
primer momento, a la revelación que Jesús hace de sí mismo como Mesías.
- La samaritana está preparada para identificar al Mesías como “Aquel que lo desvelará todo”
(v.25; ver 1,18: “A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre él
lo ha contado”). Queda el siguiente esquema:
- La mujer confiesa a Jesús como Profeta (v.19)
- Jesús se revela a sí mismo como el Mesías, el enviado de Dios, que lo desvelará todo (vv.25-
26).
Es importante que veamos la conexión de esta última parte del coloquio de Jesús con la
samaritana: en la sección anterior se constató que el pozo del corazón de la samaritana estaba
seco. La pregunta que subyace en el fondo de esta nueva sección es ¿Cómo puedo beber del
agua viva en el manantial inagotable que ofrece Jesús?, o mejor, ¿Qué es lo que le puede dar
saciedad al pozo inquieto de mi corazón, buscador incansable de una experiencia fuerte de
“vida”?
La respuesta es: en la comunión con Dios. La samaritana puede comprender mejor el don
porque:
- Ha descubierto la relación estrecha que hay entre Jesús y Dios (es el “Profeta” y “Mesías”)
- Se ha descubierto a sí misma, particularmente en aquello que la separa de la comunión con
Dios: su pecado.
El tema que afronta Jesús es el de Dios mismo y la forma como es posible alcanzar una relación
auténtica (quién es el “verdadero adorador”) con él. En esa relación se crea el espacio para
recibir el don: en la comunión con el Padre la vida terrena encuentra su plenitud y se convierte
en fuente inagotable que sumerge al hombre en la hondura de la eternidad, de la vida
inagotable. El encuentro con Dios en la persona de Jesús tiene como meta la comunión con el
Padre creador, fuente última de la vida.
No se trata de un tema más en el Evangelio, sino todo lo contrario, aquí está el núcleo de la
misión salvífica de Jesús: “Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero,
y al que tú has enviado, Jesucristo” (Jn 17,3). Jesús ha venido para dar vida (Jn 10,10; 17,2) y
esta vida se construye mediante la profunda relación con Dios en la persona de Jesús, que es el
contenido del conocimiento que él nos da.
Aunque la samaritana ahora juega el rol de una “oyente” de la enseñanza reveladora de Jesús,
el relato nos presenta también algunas actitudes personales suyas que vale la pena destacar.
Llama la atención el hecho de que ahora sea la samaritana quien tome la iniciativa para poner el
tema de conversación. Ya no está a la defensiva (como en el v.9), la revelación que Jesús le ha
hecho sobre ella misma no le ha infundido miedo sino, por el contrario, una tremenda
confianza. La mujer aprovecha, entonces, para sacar al ruedo sus inquietudes más profundas
como samaritana.
La samaritana saca a relucir lo mejor de ella misma. Se presenta a sí misma como una mujer
que sabe o intuye por su fe que en la comunión con Dios está la plenitud de la vida. Pero hay un
problema que le impide estar segura de esa comunión con Dios.
Jesús le enseña a la samaritana cómo ser una auténtica adoradora de Dios. Detengámonos en el
núcleo de esta sección y veamos cómo se desarrolla la catequesis de Jesús (vv.21-24).
Jesús le enseña a la samaritana a ser auténtica adoradora de Dios haciéndole caer en cuenta que
la cuestión no es de lugar sino de modo:
- No el lugar: “Créeme, mujer, que llega la hora en que, ni en este monte, ni en Jerusalén
adoraréis al Padre...” (v.21)
- Sino el modo: “Llega la hora (ya estamos en ella) en que los adoradores verdaderos adorarán al
Padre en Espíritu y en Verdad” (vv.21.23).
Por lo demás, Jesús expresa que esta manera de relacionarse con Dios está establecida por el
mismo Dios a quién él ahora llama claramente “Padre” (vv.21.23.23; no genéricamente “Dios”,
como en el v.10). Dios Padre busca adoradores que lo adoren:
- Como Padre
- En Espíritu
- En Verdad
Jesús es quien verdaderamente conoce al Padre (“Decís: ‘Él es nuestro Dios’, y sin embargo
no le conocéis, yo sí que le conozco”, Jn 8,54-55; “Yo le conozco, porque vengo de él y él es
quien me ha enviado”, Jn 7,29) y quien nos revela su rostro de manera nueva y definitiva (“A
Dios nadie la visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, él lo ha contado”, Jn
1,18) en su propio rostro (“si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre”, Jn 8,19;
ver 14,7-10).
posible conocer a Dios de una manera nueva y definitiva y reconocerlo mediante una forma
de oración, también nueva, que exprese este conocimiento: el reconocimiento de Dios
(=adoración) como Padre que vivifica a sus hijos.
Pero la verdad es también el obrar cristiano, como verdadero discípulo de Jesús. Nuestra
tarea es realizar nuestras acciones en Dios (“Obrar en la Verdad”, Jn 3,21), iluminados por la
enseñanza de Jesús (“Si os mantenéis en mi Palabra, seréis verdaderamente mis discípulos, y
conoceréis la verdad y la verdad os hará libres”, Jn 8,31-32).
La verdadera adoración
- Brota del conocimiento del rostro del Padre y de su actuar, revelados en la persona de
Jesús.
- Está anclada en la transparencia de la vida, de manera que no hay contradicción entre fe
y actuar.
En Espíritu. Se trata de la experiencia del estar sostenido en la relación con el Padre por el
Espíritu Santo. Él es quien nos centra permanentemente en Jesús (“Es Espíritu de la verdad
os guiará hasta la verdad completa”, Jn 16,13) el perfecto adorador del Padre (ver Jn 17).
El Espíritu es el don de Jesús, simbolizado en el Evangelio como un “agua viva” que mana de
su interior (ver Jn 7,37-38), de su costado atravesado por la lanza (ver Jn 19,34), que trae la
alegría y la plenitud de vida en todos los momentos de la existencia (ver nuestra lectura de
las Bodas de Caná), del cual renacemos por el agua (ver Jn 3,5), el cual reciben todos los
que creen en él (ver Jn 7,39).
En fin, la relación con Dios no se construye desde nuestros presupuestos. La verdadera adoración a
Dios, actitud que abre e inserta nuestra vida en la infinita grandeza del Dios Padre que nos da la
vida, sólo puede hacerse sostenida por el Espíritu e iluminada por la Verdad.
De esa manera Jesús nos indica y nos concede la verdadera adoración de Dios, la justa y decisiva
relación con Dios. La oración es el ejercicio de la comunión estrecha y profunda con Dios.
Esta es la “fuente que mana” con todo su vigor, que no se agota nunca, el agua que extingue toda
sed y nos da la vida eterna.
Habiendo seguido paso a paso, detalle tras detalle, el encuentro de Jesús con la samaritana,
pasamos ahora a la relectura que se hace de este encuentro desde el ángulo de los seguidores de
Jesús, los discípulos. En esta segunda parte del relato distinguimos dos momentos construidos en
torno a la palabra de Jesús: “Alzad vuestros ojos y ved los campos, que blanquean ya para la siega”
(4,35b).
Estos dos momentos tienen que ver con las consecuencias que el encuentro tiene tanto para la
samaritana como para el grupo de los discípulos. Por una parte, el encuentro de Jesús con la
samaritana resulta exitoso, ella es el primer fruto maduro de su misión y los resultados comienzan a
verse. Por otra parte, los discípulos deben percibir las verdaderas dimensiones de lo sucedido para
comprender mejor a su maestro y para descubrir el papel que juegan dentro de la obra que él está
realizando en el mundo.
La última palabra que la samaritana escuchó de Jesús fue: “Yo soy” (v.26).
El ruido de la llegada de los discípulos –con los paquetes del almuerzo- no nos permite escuchar la
respuesta de fe de la mujer. De hecho, el relato nos dice expresamente que la samaritana “crea”,
aunque un primer indicio se manifestó cuando le pidió al Señor “Dame de esa agua” (v.15). La
conversación se acaba de repente.
Pero tenemos los detalles de la reacción de la mujer que “deja el cántaro” (ya ni recuerda a qué
vino al pozo), “corre a la ciudad” y le “anuncia a la gente” (v.28). La samaritana se convierte en
apóstol que va a tocar las puertas de las casas de Sicar para predicarles lo que ha vivido.
El comportamiento de la mujer no es nuevo en el Evangelio, ella imita a los primeros discípulos que
le comparten a otros lo que han encontrado (“Hemos encontrado al Mesías”, 1,41; ver también
1,45) y de esa manera los atraen hacia Jesús. También la samaritana lleva a los otros a creer.
El texto subraya también, con pocas pero exactas palabras, el éxito de la misión de la mujer:
“Salieron de la ciudad e iban donde él” (v.30). Lo que empezó como una simple conversación
privada termina en una nube de gente que, todavía en el filo del mediodía, corre donde Jesús “agua
viva”.
Los discípulos entran en la escena de improviso y no entienden lo que está pasando. Ellos están
regresando de la ciudad de Sicar, después de haber comprado el almuerzo (v.8). Los discípulos se
llevan una doble sorpresa:
- El Maestro está hablando con una mujer (v.27).
- El Maestro no quiere comer (v.31).
Como sucedió con la samaritana, para quien el punto de partida de la conversación fue la bebida,
en el caso de los discípulos el punto de partida es la comida.
Junto al mismo pozo, y teniendo en horizonte la multitud que viene corriendo hacia Jesús, se
desarrolla el segundo coloquio de este relato (vv.31-38).
La importancia de este coloquio se ve no sólo en el contenido sino el hecho de que sea, en todo el
Evangelio, y tal como lo señalamos al comienzo de este capítulo, la primera conversación
prolongada de Jesús con su comunidad de discípulos. Ellos lo acompañan constantemente, pero es
raro que Jesús se dirija exclusivamente a ellos (excepto el discurso de despedida en Jn 14-16).
Con la mujer que vino a buscar agua al pozo, Jesús le habló de su don: el agua incomparable. Pero
con los discípulos el asunto es al contrario, Jesús habla del alimento del cual él mismo vive.
Primera enseñanza: “Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su
obra” (v.34).
Jesús dice que no viene en nombre propio, ni que obra por propia voluntad, él es el “enviado” del
Padre y toda vida apunta a hacer la voluntad del Padre.
Todo lo que Jesús proclama y su don para la humanidad es un hacer concreto el don de Padre,
llevando a cumplimiento las palabras: “Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo único,
para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (3,16).
Un ejemplo concreto es lo que Jesús acaba de hacer con la samaritana y lo que está a punto de
suceder con sus paisanos de Sicar. El don salvífico del Padre en la persona de Jesús no es una
promesa de futuro, es ya una realidad (ver 4,35), los discípulos lo tienen ante sus ojos.
Con la comparación de los vv.36-37, del sembrador y del segador, se da a entender que todo el
encuentro de Jesús con la samaritana tiene como base la pedagogía de Dios: en el fondo de todo es
el Padre quien ha preparado y conducido el encuentro.
Segunda enseñanza: “Yo os he enviado a segar donde vosotros no os habéis fatigado. Otros se
fatigaron y vosotros os aprovecháis de su fatiga” (v.38).
La misma comparación del sembrador y del segador (vv.36-37), tiene un segundo nivel: así como el
Padre lo ha estado en el suyo, Jesús está en trasfondo de la misión de los discípulos (ver también Jn
17,18 y 20,21).
En otras palabras: todo lo que hacen los discípulos de Jesús en el mundo, depende completamente
de lo que ya ha hecho precedentemente Jesús.
Los discípulos son llamados a tomar parte de la obra de Jesús y a continuarla. Pero no hay que
olvidar que la verdadera fatiga en la misión es de Jesús (dice el Salmo 127,1: “Si Yahvé no construye
la casa, en vano se afanan los constructores”).
Es interesante esta táctica de la pedagogía de Jesús: después de haber realizado personalmente una
misión, introduce a sus discípulos en su misma misión. Jesús, quien ha sido el segador allí donde
había sembrado el Padre, ahora aparece como el sembrador que envía a sus discípulos como
segadores.
La conversación de Jesús con los discípulos fue un paréntesis que presentó las consecuencias y lo
que, en última instancia, había en el trasfondo del encuentro con la samaritana. Sobre ese
horizonte Jesús insertó la misión de sus discípulos.
Curiosamente la samaritana ha aplicado la misma táctica que utilizó Jesús con sus dos primeros
discípulos (que fueron sus primeras palabras en el Evangelio): “Vengan y vean” (v.29; ver 1,39a). Y
así como allí, también se inicia una convivencia con Jesús que se prolonga en el tiempo (=
“Permanecer”, v.40; ver 1,39b).
En primer lugar, la samaritana llevó al pueblo al encuentro con Jesús. Ella dio su testimonio y
planteó una pregunta “¿No será el Cristo?” (v.29). El pueblo respondió con su fe: “Creyeron en él
por la palabras de la mujer que atestiguaba...” (v.39).
En segundo lugar, el creer del pueblo condujo al “permanecer”. De esta manera la fe de los
samaritanos se ejercitó como comunión, como relación estrecha con Jesús, insertándolo dentro del
tejido urbano: “Le rogaron que se quedara con ellos. Y se quedó allí dos días” (v.40).
En tercer lugar, la comunión con Jesús (el “permanecer”) lleva al pueblo a experimentar
directamente lo que la samaritana apenas les daba por referencia. Consecuencia de esto es que
Jesús gana directamente nuevos creyentes: “Y fueron muchos más lo que creyeron por sus palabras”
(v.41).
En el permanecer con Jesús, el pueblo se vuelve discípulo y llega a la confesión de fe más alta de
todo este encuentro: “Sabemos que éste es verdaderamente el Salvador del mundo” (v.42). La
ignorancia de los samaritanos (v.22) se vuelve conocimiento (“sabemos”). Efectivamente, sólo en la
continua y abierta comunión con él se puede tener experiencia de quién es él y qué don nos puede
ofrecer.
Llegamos así al revolcón del Evangelio: mientras los judíos, de quienes viene la salvación (v.22),
rechazan a Jesús (4,1), los samaritanos, los más alejados e ignorantes, resultan ser los que mejor lo
acogen y llegan a hacer una experiencia de salvación.
En conclusión, Jesús ha conducido con maestría un encuentro con él, haciendo de un encuentro
peligroso (v.9) un encuentro verdaderamente salvífico (v.42).
“El Señor quería hacerle comprender a la samaritana que no le había pedido el agua de que ella
hablaba, sino que tenía sed de su fe y a ella, que tenía sed de agua, deseaba darle el Espíritu
Santo.
Pensamos precisamente que esta agua viva es e aquel don de Dios del cual el Señor hablaba cuando
decía: ‘¡Si conocieras el don de Dios!’.
Y como el mismo evangelista Juan lo atestigua en otro lugar: ‘Jesús, poniéndose de pie, exclamó
en voz alta: Si alguno tiene sed, que venga a mi y beba; quien cree en mí –como dice la
Escritura- de su interior brotarán ríos de agua viva’ (Juan 7,37). (…)
Los ríos de agua viva que el Salvador quería darle a aquella mujer eran, por lo tanto, el premio de
la fe, del cual, ante todo, Él mayor sed tenía de ella”.
• 4,1-6: Contexto
- Motivo por el cual Jesús pasa por ahí
- El lugar
- La hora
- El estado físico de Jesús
- La atmósfera de la relación
- La dinámica:
De la petición a la respuesta
- La evolución interna de la samaritana:
De pecadora a adoradora de Dios
- La revelación de Jesús:
Del lugar al modo de la verdadera adoración
• 4,39-42: Jesús y los samaritanos de Sicar: del “creyeron en él por las palabras de la mujer” al
“nosotros mismos hemos visto y oído... y creemos”
TEXTO 1
TEXTO 2
TEXTO 3
TEXTO 4
TEXTO 5
¡Aleluya!
¡Dad gracias a Yahveh, porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.
Que lo digan los rescatados por Yahvé,
los rescatados del poder del adversario,
los que ha reunido de entre todos los países,
de oriente y poniente, del norte y mediodía.
TEXTO 6
TEXTO 7