Aguas Vivas Nº 10
Aguas Vivas Nº 10
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SECCIONES FIJAS
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Para muchos puede ser una sorpresa que Holanda haya tomado la iniciativa,
pero no es así para los que conocen más de cerca a este pequeño país
europeo.
Si bien es cierto, Holanda es el país que ha ido más lejos en este respecto, en
muchos otros hay claros signos que muestran un avance en el mismo sentido.
En España, Alemania, Francia, Suecia, Dinamarca y Noruega, las parejas
homosexuales tienen los mismos derechos que el matrimonio tradicional,
incluyendo la educación y la adopción de menores. Desde 1996, en
Dinamarca y Noruega se han estado legalizando parejas de homosexuales, al
igual que en Vermont (Estados Unidos). En Estados Unidos son cada vez más
las parejas de homosexuales que crían hijos concebidos en laboratorios.
Hace poco fue aprobada en Inglaterra una ley que rebajó a 16 años la edad
para dar el consentimiento a relaciones tanto hetero como homosexuales. En
países como Argentina y Brasil se ha legislado para prohibir la discriminación
hacia los homosexuales en los colegios. En Israel se acepta la presencia de
homosexuales dentro del escalafón militar. En Canadá, la Armada de ese país
financió hace poco el cambio de sexo de un sargento. Líneas aéreas como
American Airlines han reglamentado la no discriminación en materia de sexo,
y otras como KLM destinan fondos al apoyo de organizaciones homosexuales.
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Para el 28 de junio de cada año -"Día del orgullo gay"- los desfiles de
homosexuales son un espectáculo público admirado y aplaudido por millares
de espectadores en ciudades como París, Madrid, Colonia, Sidney, Nueva
York, San Francisco y Sao Paulo.
En la actualidad, dos son las teorías científicas que pretenden dar cuenta de
las causas de la homosexualidad. La más aceptada por el mundo gay es la
llamada organicista, que afirma que la homosexualidad tiene una causa
hereditaria. Según investigaciones realizadas, habría varios genes asociados
al cromosoma X del homosexual varón, que contribuirían a tal
comportamiento. 3
Sin embargo, otras investigaciones demuestran lo contrario. Recientemente
un grupo de genetistas canadienses de la Universidad Western Ontario han
declarado a la revista Science (Ciencia) que, después de estudiar a 52
parejas de hermanos homosexuales, han llegado a la conclusión de que la
homosexualidad masculina no obedece a causas genéticas y que, por tanto,
el gen gay no existe.4
Las Sagradas Escrituras ofrecen una explicación muy distinta a este problema.
Por otro lado, ¿cómo podría Dios, siendo la justicia suma, condenar a un
hombre sin que éste sea culpable?
Por eso el juicio de Dios a Sodoma y Gomorra fue tan severo. En Génesis
18:20-21 Dios dice, refiriéndose a estas dos ciudades: "El pecado de ellos se
ha agravado en extremo, descenderé ahora, y veré si han consumado su obra
según el clamor que ha venido hasta mí; y si no lo sabré...". Cuando más
tarde los sodomitas quisieron violar a los ángeles que Dios había enviado
para rescatar a Lot, quedó demostrado suficientemente la gravedad del
asunto: "Entonces Jehová hizo llover sobre Sodoma y Gomorra azufre y fuego
de parte de Jehová desde los cielos, y destruyó las ciudades, y toda aquella
llanura, con todos los moradores de aquellas ciudades..." (Génesis 19:24-25).
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Más adelante, en el contexto de la ley de Moisés, se reafirma este juicio: "Si
alguno se ayuntare con varón como con mujer, abominación hicieron; ambos
han de ser muertos; sobre ellos será su sangre" (Levítico 20:13). La santidad
de Dios demandaba a Israel un juicio lapidario, para extirpar de raíz un mal
que aquejaba severamente a las naciones vecinas.
El fin de un día
Ya clarea el albor de un nuevo día. El día cuando Cristo descenderá del Cielo
con poder y gran gloria y los obradores de maldad recibirán el pago que
merecen sus obras.
En los días del apóstol Pablo existía una fuerte actividad homosexual. La
cultura grecorromana fue absolutamente consentidora de las prácticas
sodomitas. Entre los cristianos de la iglesia primitiva había, seguramente,
muchos que habían sido homosexuales en otro tiempo, por eso, Pablo decía a
los cristianos de Corinto: "¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino
de Dios? No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los
afeminados, ni los que se echan con varones... heredarán el reino de Dios. Y
esto erais algunos; mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados,
ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de
nuestro Dios." (1ª Corintios 6:9-11).
Dios les había libertado de ese yugo de esclavitud. ¿Qué diremos nosotros
hoy? ¿No es acaso el Dios de Pablo el mismo Dios nuestro?
El asombro de Jesús
La Biblia dice que Jesús “no tenía necesidad de que nadie le diese testimonio
del hombre, pues él sabía lo que había en el hombre” (Juan 2:25). Nada, por
tanto, le podía sorprender. La sabiduría de los sabios con todos sus sutiles
vericuetos no era para Él motivo de sorpresa. Él mismo los había sorprendido
con preguntas y respuestas que desafiaban su inteligencia (Luc.2:46-47). La
riqueza con todo su lujo tampoco era para él motivo de maravilla, porque
aunque no tuvo dónde recostar su cabeza, nunca envidió a nadie, y se
conformó con recostarse bajo un árbol en el monte de los Olivos o comer a la
mesa de la gente sencilla.
Sin embargo, la Biblia nos muestra dos situaciones humanas que solían
asombrarle, más aún, que le maravillaban. Una era la fe y la otra la
incredulidad. La una venía en la compañía del gozo; la otra, con el gravamen
de la tristeza.
La fe
Y luego agregó una explicación, que fue lo que más sorprendió a Jesús:
“Porque también yo soy hombre bajo autoridad, y tengo bajo mis órdenes
soldados; y digo a éste: Ve, y va; y al otro: Ven, y viene; y a mi siervo: Haz
esto, y lo hace.” Jesús entonces dijo a los que le seguían: “De cierto os digo,
que ni aun en Israel he hallado tanta fe.” (Mateo 8:5-10).
Por supuesto, el criado fue sanado en aquella misma hora. ¡El ‘Kirios’ había
dado una orden!
En otra ocasión, una mujer extranjera corrió detrás del Señor pidiendo por su
hija enferma. Jesús no le respondió palabra. Aparentemente, no quería
atenderla porque Él había venido a las ovejas perdidas de la casa de Israel.
Sin embargo, ella insistió con desesperación. El Señor todavía rehúsa a
concederle lo que ella pide. Le dice: “No está bien tomar el pan de los hijos, y
echarlo a los perrillos.”
Entonces la mujer exclama: “Sí, Señor; pero aun los perrillos comen de las
migajas que caen de la mesa de sus amos.” Ante eso, Jesús exclama con
asombro: “Oh, mujer, grande es tu fe; hágase contigo como quieres.” Por
supuesto, la muchacha fue sanada en el acto.
La incredulidad
Al respecto, Jesús decía: “No hay profeta sin honra sino en su propia tierra, y
entre sus parientes, y en su casa.” Y por causa de la incredulidad de ellos, no
pudo hacer allí ningún milagro, salvo que sanó a unos pocos enfermos,
poniendo sobre ellos las manos. ¡Jesús estaba asombrado de la incredulidad
de ellos! (Marcos 6:6).
El Señor Jesucristo fue explícito en decir que los días de su Venida serían
semejantes a los días Noé, y a los de Lot en Sodoma, lo cual les confiere un
especial valor para nuestro estudio.
Para ver cómo eran los días de Noé iremos a Génesis capítulo 6.
Allí dice que “la maldad de los hombres era mucha”... “todo designio de los
pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal”... “y se
corrompió la tierra delante de Dios”... “y estaba la tierra llena de violencia”...
“la tierra estaba corrompida”... “Toda carne había corrompido su camino sobre
la tierra” (1-12).
La maldad
Aunque la maldad de los adultos está dando hoy su fruto en guerras y delitos
en todo el mundo, es en los jóvenes donde la maldad está aun potenciándose
para dar su fruto de muerte mañana.
Esto dará mucho más que hablar todavía. Las semillas de la maldad se están
sembrando por doquier. Ya se están comercializando videojuegos que
representan torturas, matanzas, asesinatos y ejecuciones. Uno de ellos,
titulado “Unidad de Tortura”, incluye una caja con funciones de cámara de
tortura.
La violencia
La corrupción
Esto hace alusión a las relaciones sexuales entre demonios y seres humanos.
Esto, que puede causar sorpresa y horror a muchos, no debe extrañar. El
diablo, al unirse a una criatura inferior, se aparece a Eva en Génesis 3 en
forma de serpiente. Luego, en Génesis 6 tenemos a los ángeles caídos
uniéndose con mujeres.
Tal vez los líderes del mañana, que construirán un mundo eficiente, pero
impersonal, desarrollado técnicamente, pero malévolo, sean algo más que
hombres: una mezcla de carne humana con “carne diferente”, como los
“semidioses” de la mitología pagana, super-dotados, invencibles y brutales.
Este parece ser uno de los principales signos del tiempo del fin.
Cuando esto ocurrió en el pasado, Dios decidió enviar sus juicios sobre la
tierra. Cuando esto llegue a su colmo en el futuro, Dios enviará de nuevo su
juicio.
Sodoma y Gomorra
Dios, hablando con Abraham, le profetiza que sus descendientes iban a estar
en Egipto 400 años, y que en la cuarta generación irían a Canaán –no antes–
“porque –le dice– aún no ha llegado a su colmo la maldad del amorreo hasta
aquí” (Gén.15:16). Dios no envía sus juicios antes de tiempo, pero cuando el
tiempo y las condiciones se cumplen, ¡entonces sí! Fue así en los días de
Noé, en los de Lot, y también en los de la toma de posesión de la Tierra
Prometida.
En los días de Josué, Dios ordenó a Israel que destruyera todo vestigio de la
civilización cananea. Sin embargo, el pueblo no obedeció cabalmente; al
contrario, se unieron a ellos. Y cada vez que el pueblo se unió con los
cananeos, hubo problemas, y éstos se relacionaban con dos asuntos: la
idolatría y la fornicación.
En Números 25:1-2 dice: “El pueblo comenzó a fornicar con las hijas de Moab,
las cuales invitaban al pueblo a los sacrificios de sus dioses; y el pueblo
comió, y se inclinó a sus dioses.” Estos dos pecados –la idolatría y la
fornicación– van de la mano.
Este pasaje es casi una réplica de la adoración del becerro de oro en el Sinaí,
en que los israelitas adoraron al ídolo y fornicaron. Era lo que habían visto
hacer a los egipcios, y lo mismo que hacían los cananeos y todos los pueblos
paganos en sus días. La fornicación era parte de la adoración a los ídolos.
Las sacerdotisas de esas falsas deidades eran, en verdad, prostitutas.
Aquí en Canaán habitaban en ese tiempo, además, otro tipo de gigantes, los
anaceos o “anaquim” (Núm.13:33 y numerosos otros pasajes). Ellos tenían la
misma procedencia que los “nefilim”. El pecado sexual con “carne diferente”
se había implantado también en este lugar. Y, tal como las veces anteriores,
los juicios de Dios se desencadenaron, inevitablemente.
Los juicios de Dios se apresuran sobre la tierra cuando confluyen los factores
anteriormente nombrados, pero en especial, uno: el desorden moral, con la
explosión de la homosexualidad, la perversión y, lo que es más grave aún, la
intervención demoníaca en la vida sexual de los hombres.
El pecado de Acán
La palabra y su demanda
La palabra de Dios era tan enigmática para Adán como para Noé, porque las
consecuencias de la posible infracción no tenían un referente en la
experiencia de ellos. Noé obedeció, pero Adán no, y sus efectos nos son
conocidos, lo cual nos muestra que la palabra de Dios es imperativa para los
hijos de Dios, y que no admite argumentos.
Tenían, además, a su haber, las victorias de Moisés más allá del Jordán,
contra Sehón, rey amorreo, y Og, rey de Basán. Ahora toda la tierra estaba
por delante, para ser tomada, todos los enemigos temblaban. La promesa de
Dios para con ellos era firme.
Así que Israel estaba en el mejor pie para obedecer la demanda de Dios. Ellos
debían obedecer.
¿Qué ocurre con el pueblo de Dios hoy? Dios habla todavía y sus demandas
expresan el deseo de su corazón. Porque Él quiere ocupar el primer lugar en
la vida de sus hijos. Pero cuando las demandas vienen ¿qué hacemos con
ellas? Tal vez las recibamos permanentemente, pero tal vez
permanentemente las desechemos. El corazón está ocupado con infinidad de
pensamientos extraños. Los afectos del alma se han disparado en pos de
vanidades.
Dios habla hoy, y su pueblo está todavía en un mejor pie para obedecer. La
luz de la revelación ha aumentado, los principios espirituales para una vida
victoriosa han sido sembrados suficientemente en el corazón de casi cada
cristiano, los recursos del cielo están a su disposición, los medios de gracia
abundan, la literatura cristiana está al alcance, los medios audiovisuales
llevan la Palabra por doquier. Sin embargo, ¿está siendo Dios oído? ¿Está
siendo atendido?
La transgresión
En medio del pueblo de Dios todavía hay Acanes. Sus figuras se disimulan
entre los justos, se camuflan entre los santos. Sus corazones laten por los
deleites y se enloquecen por las vanidades de la vida. Su mayor arte consiste
en infiltrarse sin ser notados. Muchas veces lo consiguen. Cuando lo logran
causan estragos, porque acarrean derrota tras derrota para el pueblo de Dios.
La más veces son hermanos comunes, pero a veces se ocultan tras los
púlpitos. Su palabra suele ser conmovedora, su aspecto parece
perfectamente piadoso, pero hay un pecado escondido a los ojos de los
hermanos. En los grandes eventos lucen orgullosos sus mantos babilónicos;
la plata y el oro enjoyan su mano. La fastuosidad les rodea. ¿No se ven
imponentes? Ellos amenazan con entrar en las bodas del Cordero sin estar
vestidos de bodas. Su astucia es tal, que a lo mejor lo logran.
Por el pecado de Acán “la ira de Jehová se encendió contra los hijos de Israel”
(Jos.7:1). Pero Israel, ignorante de todo, sube confiadamente en guerra contra
Hai. Ellos piensan que no necesitarán más de tres mil hombres para
vencerlos. “Ellos –dicen– son pocos”. Pero contrariamente a lo que presumen,
son derrotados vergonzosamente. Entonces Josué y el pueblo se
desconciertan. Su corazón desfalleció “y vino a ser como agua.”
Su primera reacción es culpar a Dios (“¿Por qué hiciste pasar a este pueblo el
Jordán para entregarnos en las manos de los amorreos para que nos
destruyan?”), luego lamentan su suerte (“borrarán nuestro nombre de sobre la
tierra”). Pero el Señor pone las cosas en su lugar (“Levántate; ¿por qué te
postras así sobre tu rostro? Israel ha pecado...”). La falta no está en Dios, sino
en su pueblo.
Ellos han cometido una falta múltiple: “Han quebrantado mi pacto que yo les
mandé; y también han tomado del anatema, y hasta han hurtado, han
mentido, y aun lo han guardado entre sus enseres.” El castigo no es sólo la
derrota pasada ante Hai: las derrotas podrían seguir: “Por esto los hijos de
Israel no podrán hacer frente a sus enemigos, sino que delante de sus
enemigos volverán la espalda, por cuanto han venido a ser anatema; ni estaré
más con vosotros, si no destruyereis el anatema.”
El pecado de Acán, a diferencia del pecado de Coré (Números 16), no es
considerado el pecado de un solo hombre, sino el de todo el pueblo. Así que
Dios exige que todo el pueblo se santifique, y que sea quitado el anatema de
en medio de ellos, si es que han de seguir avanzando en la voluntad de Dios.
Ante esto, hay dos caminos: sacudirnos superficialmente del pecado y seguir
avanzando a contrapelo, echando mano a los recursos de la carne,
“adornando nuestro camino para hallar amor” (Jer. 2:33), como si Dios nunca
hubiese mostrado su desagrado; o bien detenernos, humillarnos,
arrepentirnos y santificarle.
El juicio al transgresor
Pero Acán está también dentro de cada uno de nosotros. Suele agazaparse
entre las motivaciones puras y esconderse entre las acciones nobles de los
hijos de Dios. Su mirada furtiva tiende a la opulencia y al lujo. Su propósito es
la gloria humana y la grandeza. Sin embargo, la sentencia para él es una sola,
y definitiva: la muerte. La cruz es su lugar, la muerte es su destino. Su
engañoso corazón debe ser desnudado y su pecado exhibido. Acán no tiene
salvación.
¡Qué complacido luce el rostro de Dios mirando a su pueblo! Sus hijos han
obedecido con premura, la afrenta a Su nombre ha sido limpiada. Ahora
siente que ellos le aman, que tiemblan a su palabra y que corren para la
obediencia. El enemigo no podrá atemorizarles. Delante de ellos, todos serán
turbados, empequeñecidos, devastados.
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.Una revista para todo cristiano · Nº 10 · Julio -
Agosto 2001
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Un problema de conciencia
Himeneo y Alejandro ... Figelo y Hermógenes ... Himeneo y Fileto ... Estas son
tres parejas de nombres mencionados en las epístolas de Pablo a Timoteo, y
asociados con conductas turbias, con blasfemias y apostasías. Dos de esos
nombres, Himeneo y Alejandro, se mencionan en dos ocasiones.
En algún momento ellos fueron leales compañeros de milicia del apóstol, pero
ahora, él debe mencionarlos con dolor, para advertir a los hermanos acerca
de su descarrío, para que no se dejen seducir por sus engañosas palabras. El
apóstol parece haber perdido las esperanzas de que ellos pudieran volver a
servir con él (1ª Timoteo 1:20); sólo de Onesíforo –otro que también integra
esta triste lista– parece tener todavía alguna esperanza (2ª Timoteo 1:16-18;
4:19).
Un problema de conciencia
Un siervo de Dios ha dicho: “El ser fiel a la conciencia es el primer paso hacia
la santificación.” ¿Por qué es esto así? Porque si la conciencia nos dice que
algo va mal, es que de verdad va mal. Si ella nos condena, tenemos que
pararnos y atender a su advertencia, porque la santidad de Dios es aun más
alta que ella. (1ª Juan 3:20).
Dos reacciones
¿Cuáles pueden ser las reacciones del creyente ante la voz de la conciencia,
cuando nos dice que hemos obrado mal?
Consecuencias
¿Qué hacer?
Ahora bien, ¿qué debemos hacer para evitar tan grande extravío y tan
grandes males?
Lo primero, es llevar las cuentas muy cortas con nuestra conciencia. Tenemos
que aceptar el permanente escrutinio y examen de ella. No hay ningún
cristiano, por espiritual que sea, que no necesite atender a su conciencia,
escuchar su voz y confesar sus pecados. Cuando ella nos reprenda, hemos
de traer a la luz de Dios todo mal pensamiento concebido, toda intención
torcida, toda palabra dicha, y toda acción cometida, de las cuales hayamos
sido notificados por ella. Para que no haya nada que interfiera entre nosotros
y Dios.
En seguida, tenemos que echar mano a la provisión que Dios ha hecho para
nosotros en la sangre de Jesucristo. “Si andamos en luz, como él está en luz,
tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos
limpia de todo pecado... Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo
para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1ª Juan
1:7,9).
Por otra parte, cuando se cae en este estado, se suele echar mano también a
una forma de evasión de las demandas de la conciencia, que se manifiesta en
una atención exagerada a asuntos menores de doctrina.
Pureza y piedad
Por eso, el apóstol Pablo instaba a Timoteo a mantener una buena conciencia
(1ª Timoteo 1:19), a mantener una actitud de juicio ante el pecado (1ª Timoteo
5:20), y a atenerse a la enseñanza pura, que es conforme a la piedad (1ª
Timoteo 6:3). Esta enseñanza está conformada por las “sanas palabras” de
nuestro Señor Jesucristo (1ª Tim.6:3), y las “sanas palabras” del apóstol (2ª
Tim.1:13).
Que Dios, en su gracia, nos permita vivir en paz con Él y con nuestra
conciencia. Aun más, que podamos decir con el salmista: “Aun en las noches
me enseña mi conciencia.” (16:7), y con el apóstol: “Pues confiamos en que
tenemos buena conciencia, deseando conducirnos bien en todo” (Hebreos
13:18).
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Uno puede desear ser ese siervo prudente, abnegado y fiel, pero su deseo tal
vez no sea su realidad. Uno suele verse a sí mismo no como realmente es,
sino como quisiera ser; otros nos ven, sin embargo, más objetivamente, y por
supuesto, Dios nos ve como realmente somos.
Este siervo fue perdonado grandemente. Diez mil talentos es una cantidad
importante, que jamás podría haber pagado ni siquiera vendiéndose a sí
mismo y a toda su familia. Sin embargo, pese a eso, cuando se vio enfrentado
a un consiervo que le debía una deuda pequeña, no pudo perdonar. Exigió
con urgencia, y aun con violencia, el pago.
El rey entonces le halla y le dice:
¿Cuál fue el castigo para él? El perdón que se le había otorgado le fue
quitado, y fue entregado a los verdugos hasta pagar todo lo que debía.
Un hombre sale a contratar obreros para que trabajen en su viña. Los contrata
en horarios diferentes, pero a todos les promete el mismo pago,
correspondiente al día completo. Como era de esperar, los que trabajaron
más, reclamaron.
—Estos postreros han trabajado una sola hora, y los has hecho iguales a
nosotros, que hemos soportado la carga y el calor del día – le dicen al Dueño.
Los cristianos están muy bien cuando miran lo que tienen en sus manos, pero
suelen tener problemas cuando miran hacia el lado. Si les parece que alguien
recibió más de lo que él considera justo, se le acaba la dicha y surge la
envidia. Si alguno recién llegado disfruta de un perdón mayor que el suyo,
entonces hay disconformidad.
La paga aquí representa la salvación, que no se recibe por mérito, sino por la
bondad de Quien la da. Todos reciben lo mismo, porque Dios es bueno. Tanto
el que llegó hace cincuenta años como el que está llegando ahora.
Un padre tenía dos hijos. A ambos les pidió que fueran a trabajar en su viña.
Uno de ellos dijo que no quería ir, pero después, arrepentido, fue. El otro dijo
que iría, pero no fue.
Su actitud y sus palabras son sumisas, pero sus hechos son rebeldes. Sus
palabras son correctas, pero sus hechos son incorrectos.
Dios no quiere hijos sumisos que sean rebeldes. Tampoco quiere hijos ‘bien
hablados’ que hagan mal. Dios no quiere hijos con sólo actitudes y palabras
correctas, sino hijos que le obedezcan.
En este hijo hay una dulzura en los labios que no se compadece con la dureza
del corazón. Para desobedecer al padre hay que tener una inflexibilidad
adentro que a Dios le resulta muy desagradable.
El Señor Jesús asoció a este hijo con “los principales sacerdotes y los
ancianos” (Mateo 21:23). Ellos estaban cada día en el templo y tenían
actitudes y palabras correctas. Allí se prosternaban delante de Dios y hacían
largas oraciones; y luego enseñaban al pueblo acerca de cómo agradar a
Dios. Ciertamente, el Señor podía respaldar lo que ellos enseñaban, pero no
así lo que ellos hacían. Al igual que los fariseos, ellos debían ser obedecidos
en lo que enseñaban, pero no debían ser imitados en lo que hacían (Mateo
23:2-3).
Los delitos de estos labradores son variados y cada uno de ellos sobrepasa
en gravedad al anterior. Estos labradores se negaron a rendir cuentas de los
frutos, luego se apropiaron de la viña y finalmente excluyeron al mismo Dueño.
En la viña del Señor hoy, el Señor mismo está siendo excluido. Está la viña,
pero no el Señor de la viña. Están los obreros, pero ellos no están en paz con
el Dueño, ni trabajan según los propósitos de Él. Ellos han tomado en sus
manos lo que no diseñaron, y cuyos planos no conocen.
Pero de pronto, algo llama su atención. Algo no está bien. ¿Cómo es posible?
¡Hay un hombre con vestiduras comunes! ¡El no está vestido de boda!
Entonces se acerca y le dice con voz firme:
Los siervos que habían hecho las invitaciones no habían puesto cuidado en
qué clase de gente invitaban. Así fue como entraron a la fiesta “juntamente
malos y buenos” (22:10). Los malos podían entrar camuflados, podrían comer
y danzar, como los demás, pero no podrían hacerlo por mucho tiempo.
La mirada del rey es escrutadora y nada puede escapar a ella. Nadie puede
engañarle. Lo ocurrido con este hombre es representativo de lo que
seguramente ocurrió con otros más.
En los ambientes cristianos hay muchos infiltrados. Ellos comen y ríen. Ellos
juegan y danzan. Pero llegará el día en que Dios examinará atentamente a los
invitados, y no podrán permanecer.
Siendo cizaña, hoy puede estar confundido entre el trigo, pero llegará el día
de la siega y no podrá esconderse más. Hoy no puede ser tocado, pero
mañana será quemado. (Mateo 13:36-42).
El siervo a quien se le dio un solo talento era un siervo malo y negligente. Era
malo, porque sólo un hombre así puede decirle a Dios: “Conocía que eres
hombre duro”. Era negligente, porque no hizo producir lo que le encomendó
su Amo; se cruzó de brazos y escondió lo que tenía.
La expresión: “Aquí tienes lo que es tuyo” denota un total desinterés por los
dones recibidos. No eran ellos parte de su bagaje; no eran su responsabilidad
personal: eran sólo una carga molesta de la cual se deshizo apenas pudo.
Tal vez miró al de cinco talentos o al de dos, y vio que el amo había sido
injusto con él al darle sólo uno. Entonces se llenó de resquemor, y dejó que
este resquemor se tradujera en una absoluta indolencia. Y la indolencia
enterró el talento.
La parábola titulada de las diez vírgenes tiene una sola enseñanza clave: la
necesidad de ser permanentemente llenos del Espíritu Santo. La insensatez
de las cinco vírgenes insensatas fue esta: tener aceite en sus lámparas, pero
no en sus vasijas.
Un hombre importante hizo una gran cena. Invitó a gente noble, pero ellos
comenzaron a excusarse. Hubo tres excusas, una de ellas tiene que ver con
los bienes, otra con el trabajo, y la tercera con el matrimonio.
El hijo mayor es heredero de todo, pero sólo vive para trabajar. Su norte son
las obras, él no conoce la gracia. No disfruta de su posición de hijo. Él vive en
un severo régimen en que tiene que cumplir deberes, pero no puede gozar.
Hecho a esa medida, no puede aceptar el derroche de amor hacia su
hermano menor, así que le excluye de su corazón.
Entre los cristianos de hoy esta historia se repite con cierta frecuencia. El hijo
menor llega de vuelta de su recorrido por el mundo. Dios se alegra, los
misericordiosos también, pero el hermano mayor frunce el cejo, endurece la
mirada y demuda el rostro. El tiene la severidad del justo sin amor, por eso se
enoja hasta con Dios mismo. Él no se alegra en lo que posee como hijo de
Dios, ni deja que otros se gocen. Es el mayor entre sus hermanos, pero su
mayoría de edad no habla de una mayor madurez. Es un caso lamentable.
Permanentemente están llegando los pródigos a la Casa. (Nosotros mismos
hemos llegado más de alguna vez). Más vale aprender a alegrarse con el que
estaba muerto, pero ha revivido, con el que estaba perdido, pero que ha sido
hallado.
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La verdad en lo íntimo
Para describir lo que es la iglesia y para enseñarnos acerca de ella, el Espíritu
Santo utiliza en la Escritura diversas figuras y tipos. La figura más acertada
para expresar el funcionamiento de la iglesia es el cuerpo humano, según se
puede ver en 1ª Corintios 12.
Al decir que “si un miembro padece, todos los miembros se duelen con él”,
eso nos está sugiriendo una cosa íntima; (el dolor normalmente es algo que
se lleva en lo interior y que se sufre en la intimidad.) En cambio, cuando habla
de la honra que un miembro recibe y que produce gozo en todos los demás,
eso nos sugiere algo público, porque si un miembro es honrado, el gozo de
esa honra recibida alcanza a todos los miembros. De manera que tanto en lo
privado como en lo público, hay una interdependencia y una influencia
recíproca entre cada miembro y los demás miembros del cuerpo.
Así que, parte del dolor y del gozo que usted siente como miembro, no
depende de usted ni de su relación con el Señor, sino que es producto de lo
que ocurre con los otros miembros del cuerpo. Asimismo, muchas de las
cosas que le suceden a usted en lo privado o en lo público, no solamente le
afectan a usted, sino que también afecta a otros.
¿Qué pasa con nosotros, con nuestras palabras y con nuestra conducta?
Ellas traerán necesariamente, o bien dolor, o bien gozo. Hay dos alternativas:
edificación (vida) o destrucción (muerte). Sea que ocurra en público, o sea
que ocurra en lo íntimo.
Lo público y lo privado
Así pues, lo público y lo privado son los dos ambientes en los cuales nos
estamos moviendo permanentemente. De estas dos esferas, la que más nos
interesa ver ahora es la de lo privado.
Uno de los actos de mayor bendición y vida para el cuerpo es aquel en que un
miembro, en lo íntimo de su corazón, en lo secreto de su aposento, hace un
acto de renunciación de sí mismo o de algo suyo por causa del Señor.
También puede ser un acto de obediencia que trae consigo el
quebrantamiento del alma. Tales cosas implican una aceptación de la cruz de
Cristo sobre el yo, y son actos de los más nobles y vivificantes que puede
realizar un miembro. No sólo para su propio beneficio espiritual, o para la
gloria de Dios, sino que además redundará en la edificación de la iglesia, y en
bendición para todos los miembros.
Todas las cosas que llegan a ser públicas en un momento, han tenido su
comienzo en el corazón. De tal manera que, por ejemplo, un pecado, primero
fue concebido como un deseo concupiscente y luego, cuando se dio a luz y se
llevó a cabo, produjo el pecado, y su consecuencia es la muerte. De manera
que la vida exterior de la iglesia, la gloria de la iglesia, es una consecuencia
de la vida íntima de cada uno de los miembros del cuerpo. Lo que pasa con
las reuniones es una consecuencia de lo vivido por cada miembro,
principalmente en lo privado. Si una reunión no está todo lo gloriosa que
debiera estar, nosotros no tenemos que buscar soluciones a la reunión, («faltó
alabanza», «faltó oración»), porque cualquier explicación que usted sugiera
no es lo suficientemente profunda como para descubrir el problema de fondo,
que es la vida íntima de cada miembro del cuerpo.
Suele haber un doble estándar en nuestra vida: una conducta pública y una
conducta privada. Aunque los hermanos no oigan ni sepan las malas palabras
proferidas en secreto, el Señor las oye. Aunque los hermanos no vean ni
sepan las malas acciones cometidas en secreto, el Señor las ve.
Las abominaciones de Israel
Todos ellos pensaban que Dios no los veía: «No nos ve Jehová; Jehová ha
abandonado la tierra» –decían (vers.12). Eran pecados secretos.
Así también hoy día hay abominaciones que alejan muchas veces al Señor de
su santuario. Hay pecados ocultos que traen muerte al cuerpo.
La Escritura dice que tenemos que redimir el tiempo, porque los días son
malos. ¿Qué hacemos con nuestro tiempo libre? Hay tiempo que
legítimamente podemos dedicar a descansar. Pero ¿cuánto tiempo vacío hay,
en que, por decirlo así, ofrecemos incienso a los ídolos de hoy? ¿Podremos
decir: “el Señor no nos ve”, o “Los pastores no nos ven”, o “Nadie me ve”, o
“Dios no me ve»?
Hay muchas imágenes que entran por nuestros ojos y que están afectando
tremendamente no sólo nuestra alma y nuestro espíritu –que tienen que ser
santificados– sino también, y lo que es más grave, la vida de la iglesia. Me
refiero a las películas, y a la televisión, principalmente la televisión por cable.
Hace años atrás, por ahí por el 1975, un siervo de Dios predecía que en años
venideros cualquier persona iba a poder tener un aparato de cine, instalarlo
en su casa y ver películas para mayores. En su propia casa y como si
estuviera en el cine. En ese tiempo no imaginábamos que una cosa así podía
llegar a suceder tan pronto, ni cómo sería este invento tan prodigioso. Sin
embargo, no han pasado muchos años y ya es una realidad.
Pidámosle al Espíritu Santo que nos aclare esos límites. Que nos muestre lo
que sí podemos y lo que no; lo que conviene y lo que no conviene. No
creemos que haya que tomar los televisores y venderlos. Pero tiene que
haber una administración responsable de este asunto y de todos aquellos que
tienen que ver con nuestra vida.
Hasta las lecturas. Las revistas, incluso los diarios. En el día de hoy usted
tiene que seleccionar qué diario va a leer; no en función de una corriente de
opinión, sino para escapar de toda la inmundicia que ahí suele aparecer.
Asimismo, hay revistas que no pueden caer en manos de nuestros hijos.
Nosotros no podemos proveer en nuestro propio hogar alimento para ese tipo
de sexualidad, de consejos corruptos, de modelos y hábitos, de formas de ser
y de actuar de personas que con toda seguridad están llenos de demonios de
lascivia y de perversidad. No nos haremos partícipes con los demonios.
Al tocar estos asuntos podemos caer en el legalismo, por eso lo hacemos con
temor. No es bueno que el esposo le prohíba a la esposa, y le diga qué puede
ver y qué no. No es bueno que la esposa le diga al esposo qué puede ver y
qué no. Cada uno tiene que saber. Sobre los hijos sí –sobre todo si no son
convertidos– tenemos que velar nosotros, y poner una restricción. En lo
posible, no como una ley externa, sino más bien como encauzando sus
inquietudes y energías hacia otro lado. «En vez de ver esta película, hijo, te
propongo esto otro». Y tal vez convenga, en ese caso, participar con ellos de
otra actividad, de modo que, con sabiduría, los apartemos de las cosas que
no convienen. Es bueno proveerles de otras actividades que ellos puedan
hacer y que les traigan edificación o que, al menos, no les contaminen.
Veamos ahora 2ª Cor. 4:12: «De manera que la muerte actúa en nosotros y
en vosotros la vida».
Este grato olor es de lo cual hemos venido hablando. Es esa bendición, esa
liberación, ese gozo que fluye en la iglesia; es Cristo manifestado en el
corazón de cada uno de los miembros del cuerpo, y que suministra vida. En la
iglesia, a veces, es posible percibir este grato olor de Cristo en forma muy
potente, tanto que nos parece que casi podemos tocar al Señor. Es real, es
envolvente. Su presencia nos inunda, y los ríos de Dios fluyen con fuerza
irresistible. ¡Qué gloriosos son esos momentos, ellos alientan nuestra fe! Pero,
¿qué es eso sino la vida que fluye de la muerte? Hay miembros del cuerpo
que están aceptando la acción de la cruz sobre su “yo”, y que están
aceptando morir a sí mismos para que otros puedan ser vivificados.
Veamos, pues, que nuestra conducta íntima, que nuestra renunciación, que
nuestra consagración privada es determinante, y que puede liberar un caudal
de vida en el cuerpo. ¿Cómo podemos servir los que somos débiles, los que
somos pequeños?
Tal vez usted nunca se ha atrevido a ponerse en pie y hacer una confesión
pública del Señor, o dar un testimonio. No importa; esta forma de suministrar
vida usted la puede ejercitar en cada momento, en lo íntimo de su corazón, en
lo secreto de su morada. Y no le quepa la menor duda de que encontrará allí
una forma de servicio que traerá vida al cuerpo y que será aprobada por el
Señor. El Señor le hará sentir el gozo de saber que por su corazón está
fluyendo un “río” que no se estanca ahí, sino que bendice a otros. ¿Cómo
hemos de colaborar para que la iglesia sea restaurada? ¿Cómo hemos de
aportar vida al cuerpo? He aquí el camino. Cuidar nuestra conducta, nuestras
palabras, de modo que el Señor se agrade de nuestra intimidad y Él pueda
expresar su santidad y su gloria a toda la iglesia.
Ahora bien, el tema que estamos abordando nos lleva a pensar en la libertad
de la cual disfruta el creyente (ya que el haber recibido al Señor no le convirtió
en autómata). Pablo escribe a los Corintios: “Todas las cosas me son lícitas,
mas no todas convienen; todas las cosas me son lícitas, mas yo no me dejaré
dominar por ninguna” (6:12), y “Todo me es lícito, pero no todo conviene; todo
me es lícito, pero no todo edifica” (10:23). El apóstol declara estas cosas por
cuanto él se encuentra firmemente persuadido de la debilidad inherente al
alma humana. Salvado y todo, él mismo tiene que confesar con angustia: ”Y
yo sé que en mí, esto es en mi carne, no mora el bien; porque el querer el
bien está en mi, pero no el hacerlo” (Romanos 7:18).
El mundo necesita esclavizar las almas para mantener vivo su sistema, para
financiar su negocio, para llenar sus estadios o para subir el ‘rating’ de un
programa televisivo. ¿Podemos ver la cantidad de lazos que se ciernen cada
día sobre nosotros? La inconstancia de nuestra alma (2 Pedro 2:14) es otra
de sus nefastas cualidades, y la hace aún más vulnerable a la abundante
seducción que nos rodea. El alma sin Cristo no dispone de recurso alguno
para escapar; aun más, a menudo se presta voluntariamente para el mal, para
el pecado. Por esto, muy pronto se encontrará en el abismo más profundo si
no se convierte al Señor.
Siempre habrá otros creyentes más maduros que nosotros. Compartir con
ellos las riquezas de Cristo, de su gracia, de su palabra, nos mantendrá en un
vivo ejercicio de nuestra fe; el alma se irá fortaleciendo más y más en la fe del
Hijo de Dios, y toda tiniebla será desplazada; todo apetito carnal irá siendo
barrido por el poder de Dios y por la vida de Jesucristo. Así el alma escapa del
lazo del mundo y de Satanás; así podremos agradar al Señor y encontrar todo
nuestro deleite en Él.
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Abraham, el peregrino
Miremos primeramente el retrato de Abraham. Allí va él, morando en tiendas
–esperaba una ciudad– e instalando sus altares por donde iba. Era un
adorador y un peregrino. ¿Lo vemos habitando en la tierra prometida como si
no fuera suya? Tenía riquezas, oro y mucho ganado, pero nada de eso le
retenía en un solo lugar, nada le ataba al mundo. El miraba de lejos lo
prometido y lo saludaba, confesando que era “extranjero y peregrino sobre la
tierra” (Heb.11:13).
Jacob, el usurpador
Pero ese que está ahí no es Jacob ahora... ¡somos nosotros! Somos nosotros
mismos que insistimos en engañar, en herir y en usar triquiñuelas, como si
nuestro pecado no nos fuera a alcanzar nunca. Somos nosotros mismos, que
lanzamos la saeta y escondemos la mano, como si Dios no nos viera y como
si nunca esa saeta hubiera de volverse sobre nuestro propio corazón.
José, el casto
Cuando él era niño, su madre –que también fue su nodriza– le había dicho
quién era él, quién era su pueblo, y quién era su Dios.
Dice la Escritura que él es el hombre más manso que pisa la tierra. (Números
12:3). Un día Dios le da una orden y, a diferencia de otras veces, Moisés no la
cumple. En vez de hablarle a la roca, la golpea dos veces. Es Meriba. Son las
aguas de la rencilla. (Números 20:1-13).
Moisés representa mal al Señor, quien se enoja con él, y le dice: “Tú no
entrarás en la tierra”. Moisés ruega, clama, gime, llora. Dios dice: “No”.
¡Ay, Moisés!
Samuel, el profeta
Sin embargo, en su vejez tuvo una tristeza. Con la mejor intención imaginable,
puso a sus hijos por jueces en Israel, pero el pueblo los resistió. ¿La razón?
“No anduvieron los hijos por los caminos de su padre, antes se volvieron tras
la avaricia, dejándose sobornar y pervirtiendo el derecho” (1 Sam.8:3). ¡Ay,
Samuel, qué dolor!
Samuel había visto el fin de Elí y de sus hijos. Tempranamente tuvo un motivo
de escarmiento, pero cuando le llegó su hora, no escapó de la misma suerte.
Samuel, el profeta y juez, el hombre que caminó con Dios, no pudo plasmar
en sus hijos la huella que Dios había dejado en Él en los largos años de su
vida. ¿No es un fracaso?
La figura de Samuel arroja luz sobre nuestro corazón, para examinar nuestro
propio camino. ¡Tanto servicio espiritual es posible realizar sin ver los frutos
en el hogar! ¿Serán las palabras de Jesús aplicables aquí: “No hay profeta sin
honra sino en su propia tierra, y entre sus parientes, y en su casa.”? ¿O fue,
Samuel, el descuido de una vida vivida a espaldas de la realidad cotidiana?
Sea lo que fuere, ¿qué nos dice todo esto sino que temamos y que
busquemos en Dios el socorro para escapar de esa vergüenza?
David, el amado
No hay, tal vez, otra figura bíblica que reúna tantas perfecciones como David.
A la belleza y atractivo de su figura se une la de su alma humilde y
quebrantada. Sus lágrimas, más que su fortaleza; sus sufrimientos más que
sus triunfos, es lo que más nos atrae en el resumen de su provechosa vida.
Es el poeta-vidente que anticipa los sufrimientos de Cristo; es el amado de
Dios que encarna un anticipo del reinado del Mesías; es el dulce cantor de
Israel, que canta con donaire las misericordias de Dios.
La luz que arroja este episodio de su vida es triste, pero está escrito allí para
nuestra exhortación, para que no caigamos en las mismas redes que él cayó.
Un soldado ocioso, un guerrero acostumbrado a la batalla es presa fácil en un
día de asueto.
¡Ay! qué cosas muestra este espejo. No es para nada recatado a la hora de
denunciar el pecado. ¡Ay, y qué cosas de nuestra alma va dejando al
descubierto!
Un ejercicio agotador
El espejo de Corintios
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Confesión y restitución
Desde que creímos en el Señor, debemos desarrollar el hábito de confesar
nuestros pecados y faltas. Y no sólo esto: debemos aprender a restituir o a
compensar por el daño causado cuando corresponda.
Por una parte, debemos confesar las ofensas a Dios, y por otra, debemos
confesarla a los hombres y reparar el daño. Si un cristiano no se confiesa ante
el Señor, y no pide perdón ni hace restitución al hombre, su conciencia
fácilmente se endurecerá.
Ahora bien, si hemos ofendido a Dios, y la ofensa no tiene nada que ver con
el hombre, no necesitamos confesar nada al hombre. En esto no debemos
errar. Si confesamos una ofensa al hombre cuando sólo Dios tiene
conocimiento, podemos afectar al hombre.
La enseñanza en Levítico
Levítico 6:1-7 nos enseña que una persona que haya ofendido a alguien o
transgredido contra alguien en cosas materiales debe arreglar el asunto con
los hombres antes de ser perdonado. Resolver el asunto delante de Dios no
es suficiente. Este arreglo implica confesión y restitución.
Añadir una quinta parte a nuestra restitución debe recordarnos que ofender a
otros es un problema y que no debemos hacerlo de nuevo. Cuando un
cristiano ofende a alguien, debe darse cuenta que aunque por el momento
haya obtenido ganancia, al final sufrirá pérdida.
Después de la disculpa y la restitución, todavía es preciso algo más. Levítico
6:6-7 dice que hemos de acudir a Dios y buscar su perdón por medio de la
sangre del Señor. Este es un asunto muy serio. Si nos descuidamos,
tomaremos ventaja de los demás y pecaremos contra ellos. Los hijos de Dios
deben devolver lo que pertenece a otros, y pedirle perdón a Dios.
La enseñanza en Mateo
Si recuerda que su hermano tiene algo contra usted, esto quiere decir que
usted ha pecado contra él, tal vez siendo injusto con él. El énfasis aquí no
está en asuntos materiales, sino en lo que ha hecho que otros estén en su
contra. Un cristiano debe comprender que si ofende a alguien y no le pide
perdón, se verá en problemas tan pronto como la parte ofendida mencione su
nombre y clame delante de Dios. Dios no aceptará su ofrenda ni su oración. Si
hacemos que otros clamen ante Dios por causa nuestra, nuestra espiritualidad
y nuestras ofrendas a Dios serán anuladas.
W. Nee (condensado)
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Las palabras del apóstol aquí están dirigidas a los maridos. Se les exhorta a
vivir con su esposa sabiamente. Según el consejo de Dios, es sabio dar honor
a la esposa. (Dar honor es “atribuir valor e importancia”). Cabe preguntarnos:
En las decisiones que tomamos, especialmente en aquellos asuntos que
comprometen la vida familiar, ¿cuánto importa el consejo de nuestra ayuda
idónea? ¿La valoramos, la honramos? Aun en nuestro vivir diario, la Palabra
nos enseña que el casado ha de tener cuidado de cómo agradar a su mujer
( 1 Cor. 7:33).
Una vez más hemos de echar mano a la vida eterna que llevamos dentro (1
Timoteo 6:12), para que podamos hacer la voluntad del Señor. Uno de los
gozos más grandes de un creyente son las oraciones contestadas, porque
tenemos un testimonio objetivo de que Dios nos está atendiendo, y entonces
la paz que sentimos no tiene parangón.
La reunión de la iglesia pudo haber estado muy gloriosa, pero luego cada cual
vuelve a su casa ... ¡Bienaventurados los matrimonios creyentes, que andan
delante del Señor! En ellos la comunión espiritual durará siempre, y la
posibilidad de orar juntos, en toda ocasión posible, puede constituirse en un
torrente de grandes bendiciones.
Hoy, en la nueva creación, orar dos juntos es orar respetando el principio del
cuerpo. Así derribamos, por un lado, el individualismo; y por otro,
multiplicamos las posibilidades de nuestra oración.
Amados hijos de Dios: el no poder orar con la esposa, o con el esposo, es una
inmensa pérdida. Satanás ha desplegado todo su arsenal de maquinaciones
mentirosas para anular esta oración, que, de realizarse, será una inmensa
pérdida para sus nefastos planes. Lo más probable es que ahora mismo,
mientras usted lee este artículo, esté susurrando a su corazón que esto no es
posible, que al menos en su realidad matrimonial resultará imposible, que
muchos siervos cargaron esta cruz y que usted no será la excepción, y así se
multiplicarán las justificaciones para tan lamentable fracaso.
Sin embargo, amados, esto no está lejos de nosotros, porque hemos creído
en un Dios que todo lo puede. El cielo está a nuestro favor, ¿por qué rendirse
como si Dios no estuviera dispuesto a socorrernos en este punto? Si tenemos
fe para creer que el Señor es poderoso para hacer cuanto le pidamos
conforme a su voluntad, ¿vamos a desconfiar en esto?
¡Amados hermanos, es posible que los esposos oren juntos! Dios nos llama a
ejercer juntos nuestro sacerdocio: oremos al despertar, anticipándonos a los
impredecibles conflictos del día; oremos antes de dormirnos, descargando a
los pies de nuestro Señor todo el peso de un día y alabándole con gratitud por
sus bendiciones; oremos juntos en cuanta ocasión sea posible; desatemos
continuamente bendiciones para nuestros hijos, para la iglesia entera, para el
avance de su obra, y –finalmente– para que Su reino venga.
Que el Señor nos conceda toda su gracia para vivir sabiamente con nuestra
esposa dándole el honor que le corresponde como vaso más frágil y como
coheredera de la gracia, para que nuestras oraciones sean sin estorbo
alguno, y vayamos adelante a la perfección, creciendo en la obra del Señor
siempre.
Que el enemigo tenga en este punto una gran pérdida, y que a nosotros se
nos conceda la mayor de las victorias ¡Que así sea!
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Confesando al Señor
Esto es hacer lo que Pedro enseña, que debemos presentar defensa con
mansedumbre y reverencia ante todo el que nos demande razón de la
esperanza que hay en nosotros. (1ª Pedro 3:15). No con soberbia, ni tampoco
con temor. ¿Cómo entonces? Con mansedumbre y reverencia.
Al principio podrás inventar excusas para no ir con ellos, pero como la presión
continúa, tendrás que mentir una y otra vez para no ir con ellos. En cambio, si
tú confiesas una o dos veces en el principio, dejarán de molestarte.
Por otro lado, si no confiesas al Señor, ¿cómo te sentirás cuando ellos hablen
mal de Él y tú no puedas defenderlo? Parecerá como tú confirmas sus
palabras, y te sentirás como un traidor. Confesar al Señor en un ambiente
hostil puede ser difícil, pero más difícil es tener que callar cuando tú debieras
hablar.
Sirviendo en amor
En sus hogares tampoco está el Señor. Los problemas en sus hogares suelen
ser terribles. Muchas veces ellos ríen, pero en el fondo arrastran tremendos
dramas. Así que cuando veas un compañero solo y triste, tú debes acercarte y
preguntarle: “¿Qué te pasa? ¿te puedo ayudar?”. Debes buscar
oportunidades para ayudar, no para condenar; para tender una mano, no para
juzgar.
Proezas de la Fe
El príncipe Kaboo
—Mi Padre me ha dicho que usted me llevará a Nueva York a ver a Esteban
Merritt – dijo el joven negro al capitán, mientras éste desembarcaba desde un
bote con varios tripulantes de su barco.
El capitán pareció no escucharle. Su interés era negociar con los nativos, para
luego emprender la navegación otra vez. Sin embargo, al oír (porque había
oído) esa extraña afirmación, se fijó en el muchacho, y vio que iba
desharrapado y descalzo. ¿Quién era él para hablar así? Además, estaban en
Liberia, Africa Occidental, a miles de millas de Estados Unidos.
El capitán era un hombre rudo. Así que dejó escapar unas cuantas
blasfemias, y luego masculló:
Al tercer día, cuando pisaron tierra otra vez, el muchacho corrió hacia ellos:
Reconoció que el muchacho era de la tribu Kru y supuso que era un marinero
con experiencia, como lo eran sus paisanos.
El desdichado rehén
¿Quién era el joven y por qué quería ver a Esteban Merritt, de Nueva York?
A los 15 años de edad, ya había sido tomado como rehén en tres ocasiones.
Para la primera vez era sólo un bebito; en la segunda, estuvo varios años
sometido a sufrimientos inena-rrables. Para la tercera, Kaboo tenía 15 años.
Su padre reunió todos los bienes que pudo en su asolada tribu para satisfacer
las demandas del jefe vencedor, pero fueron insuficientes. Así que Kaboo
comenzó a ser torturado cruelmente. Las heridas no tenían tiempo de curarse
antes del próximo tormento. La piel de su espalda colgaba a jirones. Pronto
estuvo tan agotado que ya no podía mantenerse en pie.
Sin embargo, de seguir así las cosas, la muerte que le esperaba sería aun
más atroz. Cavarían una fosa y lo enterrarían vivo hasta el cuello. Luego, lo
untarían con melaza para atraer a las hormigas carnívoras. En pocos minutos
quedarían los puros huesos.
Algo sobrenatural volvió a ocurrir. La misma extraña luz que le había salvado
le comenzó a guiar por los intrincados vericuetos de la selva. Kaboo se limitó
a seguirla. Durante el día se ocultaba en el hueco de los árboles, y durante la
noche continuaba su marcha. La noche era para él lo suficientemente clara
como para juntar frutas y raíces y alimentarse. Cruzó lagos y ríos. A su
alrededor, toda la fauna salvaje enmudeció, y dejó el paso libre al muchacho
que huía.
Allí encontró empleo y fue invitado a una reunión cristiana. Al oír la historia de
la conversión de Saulo, pudo ver que Dios le había salvado de la misma
forma. Una misionera lo condujo al Señor y le enseñó los rudimentos de la fe.
También le enseñó a leer y escribir en inglés.
Muy luego, Kaboo fue cautivado por el Señor y sintió deseos de prepararse
para ir a dar testimonio a su tribu. Sin embargo, sentía que tal vez nunca
estaría en condiciones. Para él fue un gran descubrimiento el saber que el
Espíritu había sido enviado para capacitar al cristiano. Comenzó a buscarle
con gran insistencia, a tal punto que sus compañeros se cansaban de oírlo
orar por las noches.
Poco después fue bautizado en las aguas y su nombre fue cambiado por el de
Samuel Morris.
Samuel estaba tan cautivado por su relación con Dios, que pronto llegó a ser
conocido como el nativo más consagrado y fervoroso de esa región de Liberia.
Samuel insistió:
—¿Y quién le dijo a usted todo lo que sabe acerca del Espíritu Santo?
Peripecias a bordo
La vida a bordo era cruel. Casi cada palabra era acompañada por una
blasfemia, un puntapié o un bofetón. La tripulación se hallaba compuesta por
hombres de distinta procedencia. Samuel era el único negro a bordo, y todos
le rechazaban. Los golpes y los insultos llovían sobre su cabeza.
— Padre, tú sabes que he prometido a este hombre trabajar todos los días
hasta llegar a América. Yo no puedo trabajar si estoy enfermo. Por favor, quita
esta enfermedad.
Luego se levantó y retomó sus tareas. Nunca más estuvo enfermo en el barco.
Al día siguiente, el camarero lo relevó de su trabajo, así que Samuel se dirigió
a la cabina del capitán. Éste, que estaba ebrio, golpeó a Samuel hasta dejarlo
inconsciente en el suelo. Al recuperar el conocimiento, Samuel se levantó y
siguió con sus tareas, tan animadamente, como si nada hubiera pasado. Le
preguntó al capitán si conocía a Jesús. Luego, se arrodilló y oró con tanta
sinceridad y fervor por él, que éste inclinó la cabeza, conmovido.
Un día, azuzados los hombres por el alcohol, comenzó una pelea sobre
cubierta. Era una disputa sin sentido por prejuicios raciales. Un malayo muy
corpulento, que pocos días antes había amenazado con matar al “negro”, se
sintió insultado, tomó un machete y se abalanzó sobre los demás, con ansias
de matar. De pronto, Samuel se interpuso en su camino y comenzó a decirle,
con su modo calmo:
Cuando el capitán supo esto pensó que Samuel tenía un poder misterioso.
Bajó al camarote con Samuel y éste oró por él y por toda la tripulación. Por
primera vez el capitán se unió a la oración. En aquel momento el capitán
entregó su vida al Señor. Fue el primero de muchos convertidos a Cristo allí
en el buque.
Poco después del incidente, el malayo cayó gravemente enfermo. Samuel oró
por él y recibió inmediata sanidad. Esto produjo una nueva impresión en el
corazón de esos duros hombres de mar. Desde entonces todos comenzaron a
orar y cantar con Samuel Morris.
Tras cinco meses a bordo, el barco llegó a Nueva York. La tripulación hizo
una colecta de ropa para cambiar las ajadas prendas de Samuel. Al darle la
mano por última vez, muchos de esos hombres endurecidos lloraron como
niños.
Nueva York estaba allí. Esteban Merrit sería ubicado milagrosamente, y en los
próximos dos años, Samuel habría de ser conocido por muchos. Todos
quedaban sobrecogidos por la presencia del Espíritu Santo que irradiaba de
él. Samuel no predicaba, pero cuando oraba, todos eran tocados. Muchos
caían de rodillas pidiendo perdón a Dios por sus pecados, o bien alabándole
por su salvación.
—La luz que mi Padre del cielo envió para salvarme en Africa tuvo un
propósito. Fui salvado con un propósito. Ahora ya lo he cumplido. Mi obra aquí
en la tierra se ha terminado.
Fuentes: Samuel Morris, por Lindley Baldwin, y La investidura del poder, por O.J. Smith.
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HISTORIAS-ANÉCDOTAS-PARÁBOLAS-MORALEJAS-HISTORIAS-ANÉCDOTAS-
PARÁBOLAS-MORALEJAS-HISTORIAS-ANÉCDOTAS-PARÁBOLAS-MORALEJAS
Recortes de la Web
El bizcocho
Un niño le contaba a su abuelita que todo iba mal: la escuela, problemas con
la familia, enfermedades.
Entretanto, su abuela confeccionaba un bizcocho. Después de escucharlo, la
abuelita le dice:
— ¿Quieres una merienda?
El niño le contesta:
— Claro que sí
— Toma, aquí tienes un poco de aceite de cocinar.
— Yuck – dice el niño.
— ¿Que te parecen un par de huevos crudos?»
— ¡Arrr, abuela!
— ¿Entonces, prefieres un poco de harina de trigo, o tal vez un poco de
levadura?
— Abuela, te has vuelto loca, todo eso sabe horrible!
A lo que la abuela le responde:
— Sí, todas esas cosas parecen horribles si las ves cada una aparte. Pero si
las pones juntas en la forma adecuada hacen un maravilloso y delicioso
bizcocho.
Dios trabaja de la misma forma. Muchas veces nos preguntamos por qué nos
permite andar caminos y afrontar situaciones tan difíciles. Pero Dios sabe que
cuando Él pone esas cosas en Su orden, todo obra para bien. Solamente
tenemos que confiar en Él y a la larga todos juntos serán algo maravilloso.
Si Dios tuviera una nevera, pondría tu retrato en la puerta. Si tuviera una
billetera, tu foto estaría allí. Te envía flores cada primavera y el sol sale para ti
cada mañana. Cuando quieres hablar, Él te está escuchando. Puede vivir en
cualquier parte del universo, sin embargo, ha escogido vivir en tu corazón. ¿Y
qué te parecen todos los mensajeros y maestros que te ha enviado de regalo
a través de los siglos y milenios para que te guíen? Y ni hablar del arcoiris
para recordarte que nunca te dejará solo. Créelo, te ama de verdad. Llora
todo lo que necesites llorar... Él secará tus lágrimas, Él te dará otro día para
reír de lo que un día te hizo llorar. Sólo espera y ten fe.
Enviada por Nelly Cordero
El eco
Un hijo y su padre estaban caminando en las montañas. De pronto, el hijo se
cae, se lastima, y grita:
— ¡Ahhhh!
Para su sorpresa, oye una voz repitiendo en algún lugar de la montaña:
— ¡Ahhhh!
Con curiosidad, el niño grita:
— ¿Quién está ahí?
Y escucha:
— ¿Quién está ahí?
Enojado con la respuesta, el niño vuelve a gritar:
— ¡Cobarde!
Y recibe de respuesta:
— ¡Cobarde!
El niño mira a su padre y le pregunta:
— ¿Qué sucede?
El padre le contesta:
— Presta atención hijo. — Y grita:
— ¡Te admiro!.
Y la voz responde:
—¡Te admiro!
—¡Eres un campeón!
—¡Eres un campeón!
Y el padre le explica:
— La gente lo llama “eco”, pero en realidad es la vida... que te devuelve todo
lo que haces...
Janette Suárez Garza, Grupo «Valores»
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PORTADA · NÚMEROS ANTERIORES · WEB AGUAS VIVAS
Necesitamos oración
Quiero expresarles mis agradecimiento por la revista que Uds. me envían.
El Señor se esta manifestando en estos lugares, pero necesitamos oración
para que los corazones se ablanden. Esperamos vuestra ayuda.
Un fuerte abrazo y que el Señor les siga bendiciendo.
Manuel Marshall / Järfälla, Suecia
La manipulación genética
El Señor me ha hablado constantemente a través de la revista, ya que la
Palabra de Dios es muy bien abordada en los diversos temas que ustedes
tocan.
Entre otros, me ha permitido entender aspectos interesantes que en la
actualidad se abordan, como por ejemplo “la manipulación genética”, puesto
que, a pesar de tener mi propia visión sobre aquello, no tenía muy claro lo que
la Biblia señala al respecto. Eso ha significado que me interese más en
algunos temas y los profundice en mi grupo de estudio bíblico o con hermanos
de la Iglesia.
Me despido en el amor de nuestro Señor Jesucristo.
Fabiola Flores / Temuco, Chile
La membresía es edificada
Le doy gracias a Dios por haber conocido el ministerio “Aguas Vivas”, ya que
sus escritos tienen revelación del Espíritu Santo. Ellos han contribuido al
desarrollo de mi vida espiritual como pastor, y por lo tanto, toda la membresía
es edificada.
El conocer esta revista es una gran experiencia. Cualquier otra publicación
que ustedes tengan les rogaría que me la hagan llegar.
Pastor Lusi Plourde / Santiago de los Caballeros, Rep. Dominicana
Por la radio
Desde el litoral argentino les saludo con las más ricas bendiciones de nuestro
Señor Jesucristo.
Escribo para contarles que recibí las revistas que mandaron y en verdad me
gustan porque tienen temas de interés y es de mucha edificación. La semana
pasada leí en el programa de radio sobre la genética y a más de uno le gustó.
Quiero felicitar a todos los que componen AGUAS VIVAS.
Muchas gracias por todo, y que Dios siga bendiciendo ese ministerio. Sigan
adelante.
Cristina Toledo / Corrientes, Argentina
Alimento Espiritual
Qué grato es enriquecer nuestro corazón y la mente, leyendo y aprendiendo
de la Palabra y el mensaje que nos envía el Señor por intermedio de sus
obreros servidores de la revista “Aguas Vivas”. Es el alimento para el espíritu
de muchos creyentes que a veces no pueden asistir a las reuniones a
escuchar y aprender más de la Palabra.
En el Nombre de nuestro Dios viviente, bendigo a los hermanos de otros
países que se interesan por esta maravillosa revista que nos muestra una luz
para seguir en los caminos de nuestro Señor Jesucristo. Gracias, Padre
amado.
Ada Marín Carvajal / Coquimbo, Chile
Cumpliendo su objetivo
Le doy gracias a Dios por inspirarlos a realizar esta revista, porque enseñan
diferentes temas que son de importancia para todo cristiano. Por ejemplo, el
artículo “El Síndrome de Laodicea” abrió mi entendimiento en ese tema y me
ayudó a entender algunas circunstancias que estaba pasando en ese tiempo
y no encontraba respuesta. Realmente se cumple el objetivo para la cual fue
creada.
Que Dios les bendiga a todos
Teresita Alvarez / Montevideo - Uruguay