Aguas Vivas Nº 30
Aguas Vivas Nº 30
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SECCIONES FIJAS
MARAVILLAS DE DIOS · BOCADILLOS DE LA MESA DEL REY · PÁGINA DEL LECTOR · CITAS ESCOGIDAS
PARA MEDITAR · PARÁBOLAS · PERFILES · TESTIMONIOS · POEMA
TESOROS SUPLEMENTO INFANTIL · DESPERTAR: ADOLESCENTES · BOCETOS SUPLEMENTO JUVENIL
EQUIPO REDACTOR: Eliseo Apablaza F. | Roberto Sáez F. | Gonzalo Sepúlveda H. | Claudio Ramírez L.
COLABORADORES INVITADOS: Stephen Kaung | Christian Chen | Lance Lambert | DeVern Fromke
Gino Iafrancesco | Rodrigo Abarca | Rubén Chacón | Ricardo Bravo
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Nuestra meta es servir a Dios y a los hombres
Nuestro único mensaje es JESUCRISTO, el don inefable de Dios
.Una revista para todo cristiano · Nº 30 ·
Noviembre - Diciembre 2004
PORTADA · WEB AGUAS VIVAS
.
¿A qué se debe la decadencia del cristianismo en algunos
países de Europa?
Ricardo Bravo M.
Especial para «Aguas Vivas»
Esta visión cada vez más laica en el viejo continente queda refrendada no
sólo en el ciudadano común sino también a través de la mayoría de sus
líderes políticos. El 11 de julio pasado el suplemento Artes y Letras de «El
Mercurio» de Santiago planteaba un debate sobre la renuencia a incluir en la
Constitución de la Unión Europea (recientemente aprobada el 18 de junio) al
cristianismo como una de las raíces culturales de la Unión.
Cumplimiento profético
El apóstol Pablo en 1ª de Timoteo 4:1 afirma que «…En los postreros tiempos
algunos apostatarán de la fe, escuchando a espíritus engañadores y a
doctrinas de demonios». Hoy es posible observar que la gente que ha ido
dejando de lado al cristianismo, no se ha quedado con su alma vacía, sino
que la ha ido llenando con la filosofía propuesta por el humanismo secular,
con el relativismo, con el hedonismo, con doctrinas orientales esotéricas, o
con doctrinas propugnadas por sectas.
Chesterton, un escritor inglés del siglo XIX, afirmaba que cuando una persona
deja de creer en Dios, no es que ya no crea en nada, sino que por el contrario
queda expuesta a creer cualquier cosa. Esta necesidad intrínseca al ser
humano de tener algo a qué aferrarse en el ámbito espiritual ha sido
eficazmente utilizada por huestes angélicas contrarias a los propósitos de
redención de Dios para con el hombre, favoreciendo la proliferación de
filosofía secular, sectas y doctrinas esotéricas que invaden actualmente a
occidente.
Con tristeza vemos hoy día cuán hondo ha calado esta estrategia satánica en
el continente europeo, otrora cuna del reformismo protestante. La evolución
biológica (en el contexto del humanismo secular) transformada en un mito
cultural moderno, gana más y más adeptos en el mundo en una espiral de
rápido crecimiento. El pragmatismo que hoy envuelve a Europa establece que
suena más «cultural» ser evolucionista que creacionista.
En honor a la verdad, habría que decir que este movimiento esotérico no tiene
nada de nuevo, por cuanto resulta ser una mezcla de religiones orientales
(hinduismo y budismo), de las cuales adopta la reencarnación como proceso
de perfeccionamiento, aunque la modifica remitiéndola a una reencarnación
sólo en humanos, y no en cualquier animal como es el caso del hinduismo o
budismo.
En la Biblia se nos muestra que habrá un hombre que será el paradigma del
humanismo secular que hoy gana terreno en Europa y otras partes del
mundo. Se nos dice, además, que se opondrá y se levantará contra todo lo
que se llama Dios o es objeto de culto, tanto, que se sentará en el templo de
Dios como Dios, haciéndose pasar por Dios (2ª Tesalonicenses 2:4).
Por ello es dable concluir, a partir del mensaje bíblico, que subyacente a toda
ideología, doctrina, o filosofía humana se encuentran potestades angélicas
manipulando a su conveniencia la dirección y sentido de esas ideas, las que
transformadas en tradiciones, van siendo traspasadas de generación en
generación. Actualmente, gran parte de la generación más joven de Europa
(estadísticamente) ya está dando prueba de ello.
El vacío espiritual que tiene cada ser humano, inducido por fuerzas invisibles,
le ha llevado a construir doctrinas, religiones, sectas y creencias que resultan
ser el esfuerzo humano, equivocado e intencionadamente mal dirigido, por
llegar a Dios. Pero este camino de abajo hacia arriba es absolutamente
estéril. El verdadero camino se trazó completamente a la inversa, de arriba
hacia abajo, construido por el amor de Dios Padre enviando a su Hijo para
entregarnos el Evangelio de salvación.
***
Literatura citada
· Irarrázabal E. 2004. La sombra de las catedrales. Suplemento
Artes y Letras, El Mercurio de Santiago de Chile. Domingo 11 de
julio.
· Lamoureux D. 2004. Theological insights from Charles Darwin.
Perspectives on Science and Christian Faith. Volume 56, Number 1.
· Reina Valera. 1960. Santa Biblia, revisión 1960. Editorial Caribe.
· Reina Valera. 1995. Santa Biblia, revisión 1995. Sociedades
Bíblicas Unidas.
· Schaeffer F. 1969. Huyendo de la razón. Ediciones Evangélicas
Europeas, Barcelona, España.
· Izquierdo L. 2004. La Vanguardia, edición del 12 de agosto.
Lance Lambert*
Todas esas 25 naciones han firmado el Tratado de Roma. Para los que
conocen sus Biblias, esto tiene profunda y solemne importancia. Daniel y Juan
vieron un gran poder mundial que se levanta en la última fase de la historia,
centrado en Roma, un conglomerado del carácter y los valores de Babilonia,
Persia, la civilización helénica y la romana.
Juan vio esta bestia, este animal salvaje, este animal venenoso –como
también se puede traducir del griego– como algo nunca antes visto,
emergiendo del mar inquieto, un cuadro de las naciones en su incesante
búsqueda de la edad dorada. El animal reunía en sí los rasgos de las cuatro
bestias que había visto Daniel, y éste tomaba el control del mundo. Es
importante reconocer que todo esto empezó con Babel y la determinación del
hombre caído –en su propia energía, con su propio poder e ingenio, separado
de Dios– de unir cielo y tierra en una era interminable de igualdad,
prosperidad y hermandad; quiso producir una sociedad mundial que
expresara su propia creatividad y poder.
Además, de ese animal salvaje surgirá el anticristo. Será una expresión, una
personificación del humanismo. En la Palabra de Dios, el 666 es la figura del
hombre caído. Él desechará la ley de Dios como primitiva o prehistórica. Él
contradirá la Palabra de Dios en cada nivel de la vida humana. Los principios
bíblicos, la verdad revelada por Dios mismo, los valores judeo-cristianos serán
descritos como esclavitud, como una ‘camisa de fuerza’ mental, como un mal
para el progreso y bienestar de la humanidad. Se creará un nuevo sistema de
valores sociales. Por esta razón, la Biblia lo llama ‘el sin ley’, lo que no
significa que sea un gángster, sino que él se opone a la ley de Dios; quiere
vivir aparte de ella. También es llamado ‘el hombre de pecado’, el hombre
pecador, esto es, la personificación del hombre caído. Y su filosofía y su
agitada energía es descrita con la expresión ‘el misterio de iniquidad’.
También quiero hablar sobre los Estados Unidos. ¿A dónde van los Estados
Unidos? ¿Qué va a pasar con ellos? No puedo escapar de mi preocupación y
carga, que es dolorosa y agobiante. Tengo la profunda sensación de que los
días de los Estados Unidos como una superpotencia están contados. Si este
sentimiento se convierte en realidad, afectará al mundo entero, y en particular,
a la obra del Señor. Ciertamente afectará a Israel. Y oro que el Señor, en su
misericordia y gracia, dé todavía otra oportunidad a los Estados Unidos.
Afganistán llegó a ser el pantano que agotó los recursos de la Unión Soviética
y quebrantó su ‘status’ de superpotencia. En ese tiempo, tal consecuencia
parecía impensable. Sin embargo, sucedió, y el mundo, como nosotros lo
conocíamos, fue cambiado. Del mismo modo, es inconcebible pensar que Irak
podría volverse el pantano que agote a los Estados Unidos y rompa su ‘status’
de superpotencia. No obstante, sin el Señor, esto podría suceder. La clave es
el Señor –su presencia o su ausencia. Si él se niega a amparar a los Estados
Unidos, el efecto será devastador.
A esto tenemos que sumar otro factor vital. En los Estados Unidos, este es
año de elecciones. El presidente Bush ha estado firme en su administración
contra una positiva marea de maldad, una ola corrupta que busca modernizar
la totalidad de la sociedad americana y mundial, su carácter y sus principios.
Si él no es reelegido, esto será en sí mismo un juicio divino, porque una
avalancha de oscuridad espiritual y maldad caerá sobre Norte-américa,
activada no por carne y sangre, sino por poderosos principados espirituales.
Por mucho tiempo, tales seres espirituales han deseado destruir el último
baluarte de los principios bíblicos de los valores judeo-cristianos. Ellos se
aprestan ahora para golpear, y golpear duro, y sólo el Señor puede librar a los
Estados Unidos de América de tal amenaza.
Es evidente que durante mucho tiempo los Estados Unidos se han estado
balanceando al borde de un precipicio moral. Como un cáncer que carcome
sus órganos vitales, los fundamentos originales cristianos y bíblicos de la vida
social americana han sido atacados y aun desechados. Indudablemente, han
sido rechazados en pro de los intereses de una sociedad globalizada. La
legalización de los matrimonios gays en el Estado de Massachussets puede
inclinar a los Estados Unidos al borde de este precipicio. Tres veces, el
apóstol Pablo declara en Romanos 1: «Por lo cual, Dios los entregó a…» –y
luego él describe sus efectos.
El Señor los entregó a lo que ellos deseaban, y al terrible resultado que
muestra Romanos 1:28-32.
Ahora, quisiera decir algo sobre Israel. Como he dicho reiteradamente, hoy
vemos mucha confusión y cambio en el mundo: el crecimiento de la Unión
Europea y todos sus pronósticos; el aumento del antisemitismo en Europa y el
Reino Unido; la creciente hostilidad hacia Israel en todo el mundo; el actual
fracaso de la guerra en Irak; la acción del terrorismo en Madrid y los cambios
que produjo en España; las nuevas amenazas de mega-atentados terroristas
en los Estados Unidos y probablemente en Gran Bretaña; las elecciones
norteamericanas con todas sus serias implicancias para el futuro de los
Estados Unidos. Y en el centro todo este alboroto y confusión, Israel, el
pequeño Israel, semejante a un sello de correos en el territorio del Medio
Oriente, tan pequeño, con una población de apenas seis millones y medio de
habitantes, y aun así, ocupando en el escenario mundial una posición
desproporcionada en relación a su tamaño. Esto es, en sí mismo,
extraordinario.
Esta nación no sólo no existía como un estado durante 1900 y tantos años,
sino ha sido debilitada, esparcida, de algún modo u otro. Que ella súbitamente
aparezca y tome una posición fuera de toda proporción a su tamaño, en
territorio y en población, es notable.
Eso es exactamente lo que pasó con el imperio británico; lo que pasó con el
imperio otomano; lo que pasó con el imperio soviético; y pasará de nuevo con
el imperio islámico. Y, Dios no lo permita, con los Estados Unidos. Y si la
Unión Europea se invo-lucra, como será al final, con ella también.
Fue un acto de Dios, hace 56 años, restablecer el estado judío. Esto revela la
mano de Dios en la historia. Ninguna otra explicación da sentido a los hechos.
Dios quiso desafiar a las naciones y mostrar su real carácter, y puso otra
nación en medio –tan humanos como ellos son, y en muchas formas, tan
pecadores, tan desobedientes, con las mismas semillas de corrupción en su
vida nacional y económica. Sin embargo, de alguna manera maravillosa, el
carácter de Dios, la Palabra de Dios, el propósito de Dios, el Reino de Dios, e
incluso la salvación de Dios está ligada con esta nación, Israel. Como Pablo
señala: «Así que en cuanto al evangelio, son enemigos por causa de
vosotros; pero en cuanto a la elección, son amados por causa de los padres.
Porque irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios» (Ro. 11:28-29).
La forma en que las naciones manejan a Israel es la forma en que ellas tratan
a Dios. Cuando tocan a Israel, tocan a Dios; tocan su Palabra y su propósito.
Sin saberlo, tocan algo preestablecido por Dios, una señal divinamente
constituida para las naciones. Cuando esto viene a la iglesia verdadera, a los
redimidos del Señor, nosotros entendemos que el juicio divino cae sobre las
naciones que persiguen, rechazan o destierran a aquellos que pertenecen a
él. Fácilmente entendemos que si el mundo toca a tales creyentes, toca al
Señor mismo. Si los persiguen a ellos, lo persiguen a él.
Es mucho más difícil reconocer que el mismo principio opera en Israel y las
naciones. Si las naciones lo repudian, Dios los repudia. Si lo maldicen, la
maldición rebota en ellos por decreto divino. Si lo bendicen, la bendición viene
a ellos. Si buscan destruirlo, Dios los destruirá. Isaías declaró: «Porque la
nación o el reino que no te sirviere perecerá, y del todo será asolado».
Aun antes que Israel reapareciera entre las naciones, Satanás intentó, en el
período del Holocausto, exterminar a todo el pueblo judío a través de Hitler y
el nazismo. El objetivo era frustrar el propósito de Dios de alzar a Israel como
un estado entre las naciones del mundo. ¿A dónde conduce todo esto? El
auge del antisemitismo, el aumento de la hostilidad mundial contra Israel en
su condición presente, su creciente aislamiento, la negativa a reconocer la
situación real por parte de quienes podrían ayudar, el doble estándar
adoptado por los gobiernos de las naciones en sus tratos con él, el
agotamiento y depresión de Israel por la incapacidad de afianzar la paz a
pesar de estar inundados de planes, estrategias, acuerdos, de dentro y de
fuera, todos éstos, son elementos de una situación muy peligrosa y explosiva.
Israel puede ser una zarza, débil, pequeña, repudiada, falseada, rechazada,
pasada por alto, pero el suelo en que se yergue es santo. Y en ese arbusto
espinoso está la llama del sustento, el amor perseverante y la gracia de Dios,
porque Dios está presente allí –no reconocido e ignorado, pero allí. Él no los
desamparará, porque su propósito está ligado a ellos. Vendrá un día cuando
sean salvados gloriosamente y llegarán a ser el testigo último y final para un
mundo caído.
¿No es sorprendente que los poderes de las tinieblas estén en tal frenesí,
avivando a la carne y la sangre por doquier? Ellos se están movilizando en un
intento final para liquidar, de una vez por todas, a este pueblo, y con él, a la
iglesia verdadera. Pero no hay que temer. Dios mismo está en el campo. Es
su batalla. El primer intento de exterminio total del pueblo judío condujo a la
recreación del estado por la gracia de Dios. El intento postrero llevará a la
salvación de la casa de Israel. Nada detendrá a Dios.
Extractos del texto «Middle East Update», June 2004. La versión completa, en
inglés, puede leerse en http://www.cfi-usa.org.
(1) Nota del traductor: No existe un referente en español, por lo que tomamos la
Nueva Versión Internacional, NVI.).
***
Fragmento central de una profecía que Lance Lambert dio en 1986 en una
Conferencia Profética en Jerusalén, Israel. 153 profetas de 30 a 40 naciones se
habían reunido para esperar y oír noticias del Señor.
«No pasará mucho tiempo antes que venga sobre el mundo un tiempo de
disturbio y confusión sin precedentes. No teman, porque soy yo, el Señor,
quien está agitando todas las cosas. Yo empecé esta conmoción con la
primera guerra mundial y la aumenté grandemente a través de la segunda
guerra mundial. Desde 1973 le he dado un ímpetu aún mayor. En la última
fase, planeo completarla con la conmoción del universo mismo, con señales
en el sol, la luna y las estrellas. Pero antes de alcanzar ese punto, yo juzgaré
las naciones y el tiempo está cercano. Juzgaré a las naciones, no sólo por la
guerra y la sedición, por la anarquía y el terrorismo, y por colapsos
monetarios, sino también por desastres naturales: por terremotos, por
escaseces, por hambres, por enfermedades y por plagas viejas y nuevas.
***
Stephen Kaung
Mensaje impartido en Temuco (Chile), en septiembre de 2004.
Pero es muy extraño que, estando en la tierra por cerca de treinta y tres años,
nunca mencionó por qué él venía a este mundo. Es decir, nunca mencionó la
palabra iglesia. La iglesia iba a ser su novia, pero él no mencionó esa palabra
sino hacia el final de su vida. ¿Por qué? Porque él no estaba listo. Todavía
era un misterio escondido en Dios a través de las edades. Él estaba
esperando el tiempo correcto para aun mencionar esta palabra: «iglesia».
Ellos le dieron todos los buenos comentarios sobre él, y escondieron todos los
malos. Ahora, si alguien oyese tan favorables comentarios, probablemente
estaría más que satisfecho, y diría: «No soy digno de eso». Pero no fue así
con nuestro Señor. Con todos estos loables comentarios, él no estaba
satisfecho. Así que les preguntó a sus propios discípulos, que habían estado
con él por más de tres años, de día y de noche. Ellos deberían conocerlo
mejor, así que él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Y
Simón Pedro, siempre el portavoz entre los discípulos, dijo: «Tú eres el Cristo,
el Hijo del Dios viviente». Inmediatamente nuestro Señor Jesús contestó:
«Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni
sangre, sino mi Padre que está en los cielos».
No hay ninguna revelación mayor que ésta: que el Padre nos revele al Hijo.
Sin la revelación del Padre, todo lo que los hombres pueden saber del Señor
Jesús es que él es un gran hombre, probablemente el más grande de
hombres, pero nada más. Ellos nunca comprenderán que Jesús es el Hijo de
Dios, nunca entenderán que Jesús es el Cristo, enviado por Dios para cumplir
una misión. Sólo es por revelación del Padre.
Tras esta gran revelación del Padre acerca del Hijo, nuestro Señor Jesús
empezó a darnos la segunda mayor revelación en el universo. Sin la primera
revelación, la segunda revelación no vendrá. Después que el Padre nos
reveló al Hijo, entonces el Hijo empezó a revelarnos el segundo más grande
misterio en la Palabra de Dios. Es un misterio que ha estado oculto a lo largo
de los siglos; pero Dios estaba trabajando en dirección a este misterio. En ese
momento nuestro Señor empezó a dar a conocer ese secreto. «Tú eres
Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no
prevalecerán contra ella».
Hermanos y hermanas, nuestro Señor Jesús dijo: «Simón ... tú eres Pedro».
Simón era su nombre natural, pero nuestro Señor dijo: «Tú eres Pedro».
Simón es un hombre hecho del polvo, es terrenal, mundano, carnal. En
cambio, Pedro significa ‘piedra’. En otras palabras, al confesar al Señor Jesús
como el Cristo, el Hijo del Dios viviente, hubo una transformación en él. En
lugar de un hombre de polvo, terrenal, mundano, carnal, ahora había entrado
en él una nueva vida. Una nueva creación de Dios entró en la vida de este
hombre. Dios lo transformó de polvo en piedra, de una cosa frágil en algo
sólido, algo celestial, espiritual, algo que es de Dios. Así que nuestro Señor
Jesús dijo: «En base a tu confesión, tú eres una persona transformada. Ahora
eres Pedro, una piedra, y sobre esta roca, yo construiré mi iglesia».
Hermanos y hermanas, ¿qué es esta roca? Algunos dicen que, porque Jesús
dijo a Pedro: «Tú eres una piedra», la roca es lo mismo que la piedra. En
otras palabras, entienden que Pedro es la roca; que Dios construiría su iglesia
sobre Pedro como fundamento. Sin embargo, esto es un gran error, porque
Pedro significa ‘piedra’, una piedra pequeña, en cambio la roca es una piedra
maciza. Pedro es sólo un pedazo de esta roca. Él no es la roca. Esa roca
maciza es nuestro Señor mismo. Es la confesión de Pedro: «Jesús es el
Cristo, el Hijo del Dios viviente». Él es la roca, él es el fundamento de la
iglesia. La iglesia es edificada sobre él, no sobre Pedro.
Nuestro Señor Jesús dijo: «Edificaré mi iglesia». Esta es la primera vez que él
menciona la palabra ‘iglesia’. Él vino para ese mismo propósito; sin embargo,
no la mencionó hasta este preciso momento. ¿Cuál es el significado de la
iglesia? En relación al vocablo mismo, es una palabra griega, ‘ekklesia’, que
significa «los que han sido llamados afuera juntos». De cada nación, de cada
tribu, de cada lengua, de cada pueblo, Dios convocó a un pueblo para sí
mismo. Y éstos ‘que son llamados fuera del mundo’ son reunidos en el
nombre de nuestro Señor Jesús. Ése es el significado de la iglesia.
¿Qué es la iglesia?
A veces trato de hacer entender a las personas utilizando una fórmula. Una
vez yo estaba ministrando junto con T. Austin-Sparks, y ustedes saben que él
era tan celestial, tan espiritual, y su comprensión de la iglesia era tan
universal. Él odiaba las fórmulas, porque las fórmulas son mecánicas, las
fórmulas son técnicas. Una vez que usted usa una fórmula, ésta se vuelve un
tecnicismo. Pierde su naturaleza espiritual, celestial. Y yo estaba sirviendo
con él, e intentaba hacer comprender a las personas lo que es la iglesia, así
que me vi obligado a usar una fórmula. Entonces pedí permiso al hermano
Sparks, que me perdonara por un poco, y me permitiera usar una fórmula
sencilla. Así que hoy les pido su permiso para usar una fórmula. Pero ésta es
sólo usada temporalmente. No es un principio fijo, pero hay un principio detrás
de ella.
Supongamos que hay sólo tres creyentes en el mundo, y ellos son las tres
personas más espirituales que hay. Ahora, ¿quién diría usted que son ellos?
Diríamos: Pedro, Jacobo y Juan, porque a estos discípulos, entre los doce,
nuestro Señor Jesús los apartó a menudo y les permitió ver cosas que los
otros no vieron. Bien, supongamos que en el mundo hay sólo tres creyentes:
Pedro, Jacobo y Juan. Ahora, ¿qué es la iglesia? ¿Es Pedro + Jacobo +
Juan? ¿Qué piensa usted? Bien, miremos a esos tres hombres.
Y usted sabe que Pedro, las setenta veces siete ya se había olvidado. Y a
menudo me pregunto: «¿Quién ofendía a quién?». Yo pienso que fue Pedro el
que ofendió a Andrés. Andrés era tan callado y humilde; él podía notar
pequeños detalles, por ejemplo, que un muchacho tenía cinco panes y dos
peces. Así es a menudo con nosotros: pensamos que nuestros hermanos nos
ofenden, pero frecuentemente somos nosotros que les ofendemos a ellos.
Ese es Pedro.
Y miremos a Jacobo y a Juan. Nuestro Señor Jesús los llamó «hijos del
trueno». Ahora, ¿a usted le asusta el trueno? Cuando retumba el trueno,
atemoriza. Y ustedes recuerdan cómo tronaban estos hijos de trueno. Un día,
alguien expulsaba demonios en el nombre de nuestro Señor, pero no seguía a
Jesús, así que Juan y Jacobo se lo prohibieron. «¿Cómo te atreves a usar el
nombre de nuestro Señor? Tú expulsas demonios sin estar con nosotros
siguiendo al Señor». Así que Juan vino al Señor y dijo: «Se lo hemos
prohibido». Pero el Señor dijo: «No se lo impidas; si él lo está haciendo en mi
nombre, entonces él es por nosotros y no contra nosotros».
Y recuerden cuando nuestro Señor Jesús pasó por la aldea de Samaria, y los
samaritanos no lo recibieron, porque él iba a Jerusalén. Juan y Jacobo
vinieron al Señor y dijeron: «Señor, ¿quieres que mandemos que descienda
fuego del cielo, como hizo Elías, y los consuma?». «¿Cómo se atreven a no
recibirte?». Ellos tenían una fe tan perfecta que podían hacer descender
fuego del cielo y quemar a estas personas. ¡Ellos tronaban! Y nuestro Señor
dijo: «Vosotros no sabéis de qué espíritu sois» (v. 55). Mientras él iba a
Jerusalén, él iba a la muerte; él iba en el espíritu del Cordero. Pero estos dos
discípulos tenían un espíritu diferente.
Hermanos y hermanas, ustedes saben que en estos tres años, los discípulos
siempre reñían entre ellos acerca de quién era el mayor. Ahora, ésa era la
última oportunidad, y estos dos hijos, superando en astucia a los otros
discípulos, usaron a su madre – y la palabra de una tía tiene peso. Y el Señor
dijo: «¿Podéis beber del vaso que yo he de beber, y ser bautizados con el
bautismo con que yo soy bautizado?» (v. 22). Sin realmente saber lo que era
la copa, o lo que era el bautismo, respondieron: «Podemos». Él les dijo: «A la
verdad, de mi vaso beberéis, y con el bautismo con que yo soy bautizado,
seréis bautizados; pero el sentaros a mi derecha y a mi izquierda, no es mío
darlo, sino a aquellos para quienes está preparado por mi Padre». Ahora, ¿no
es ése un trueno? Los otros discípulos estaban indignados a causa de la
maniobra de ambos.
Así que, hermanos y hermanas, cuando venimos a la iglesia, hay una cruz allí.
No se puede entrar en la iglesia esquivando la cruz. Cuando llegamos a la
puerta, la cruz se alza allí. Todo lo natural, lo del ego, lo nuestro, lo que viene
de Adán, del mundo terrenal, satánico, todo esto, no puede pasar por sobre la
cruz. En la cruz fueron puestos para morir, y sólo lo que permanece, que es
Cristo, entra en la iglesia. Esta es la edificación de la iglesia. La razón por la
cual la iglesia no es edificada es porque nosotros no aceptamos la obra de la
cruz en nuestras vidas.
Este es el misterio de Dios: Dios usó algo que es inferior a los ángeles, para
destruir al arcángel; usó al hombre, que fue hecho un poco menor que los
ángeles, para abatir al arcángel que se convirtió en Satanás. Esa es la gloria
de Dios. Pero, a causa de la caída del hombre, Cristo vino a ser un hombre, el
Segundo Hombre, y a través de él, vino un nuevo Hombre, una nueva raza,
una nueva creación en Cristo Jesús. Nuestro Señor mismo, en la cruz del
Calvario dio un golpe mortal a Satanás, una victoria completa, y entonces él
nos llevó en su victoria.
Todo aquello que es edificado por el Señor Jesús –y nuestro Señor Jesús sólo
construye con sí mismo– es edificado con lo que es de él en usted y en mí. Él
no permitirá ninguna mezcla, y todas las fuerzas del enemigo no podrán
prevalecer contra lo que él edifica. Hermanos y hermanas, es por eso que
estamos al final de los tiempos, y la Biblia dice que habrá una gran
conmoción, no sólo de la tierra sino también de los cielos, no sólo los reinos
terrenales, sino incluso aquello que es celestial. Todo será conmovido, todo lo
que puede ser conmovido será conmovido, y aquello que es inconmovible
permanecerá, y éste es el reino eterno de Dios. Así, hermanos y hermanas,
las puertas del Hades no prevalecerán contra la iglesia.
Pero, miren a Pedro, que recién había recibido tan tremenda revelación. ¿Qué
hizo él? Tomó aparte al Señor y lo reconvino diciéndole: «Señor, no vayas a la
cruz, tú no necesitas la cruz, tú puedes tener el Reino». Nuestro Señor Jesús
se volvió y le dijo: «¡Quítate de delante de mí, Satanás! … porque no pones la
mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres».
Hermanos y hermanas, este hombre, que recién había recibido tan tremenda
revelación, vino a ser un instrumento de Satanás. ¿Por qué? Porque está la
carne en él; Simón en él. Aun con tal revelación, su hombre natural, su mente
natural, todavía está allí. Y el hombre natural, la mente natural, dice: «Ámate a
ti mismo, protégete, consérvate». Ése es el primer instinto: «No sufras, piensa
bien de ti mismo». Oh, Satanás está detrás de eso; Satanás encontró allí un
resquicio; él podría usar a Pedro para intentar impedir que Jesús fuera a la
cruz. Si Jesús oía a Pedro, no habría cruz, no habría Cristo.
Lo que hace a Jesús ser el Cristo, es la cruz. Por eso, el apóstol Pablo dijo: «...
me propuse no saber nada entre ustedes, sino a Jesucristo y a éste
crucificado». Este es nuestro mensaje, este es el testimonio de Dios: Cristo y
la cruz. Sin la cruz, no habría Cristo, sin la cruz no habría gloria. Pero esto no
sólo es verdad en lo que concierne a Cristo; esto también es verdad acerca de
la iglesia. ¿Qué hace que la iglesia sea la iglesia? ¿Qué edifica a la iglesia?
La cruz. Así que él se volvió a sus discípulos y dijo: «Si alguno quiere venir en
pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame. Porque todo el que
quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí,
la hallará».
***
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El hombre de los primeros capítulos de Génesis tiene los
mismos cuatro aspectos que nos muestran de Cristo los
evangelios.
El camino de la cruz
DeVern Fromke*
Mientras el hombre interprete la Cruz como algo que lo beneficia, como algo
que opera para su propia seguridad, tranquilidad y victoria, su visión es
distorsionada y parcial. Él no ha recibido todavía aquella corrección que viene
como consecuencia de un vivir de acuerdo con el punto de vista y filosofía
paternales. Sin embargo, cuando el creyente comienza a interpretar la cruz
como un principio eterno que Dios desea que actúe en él, entonces él ve la
cruz bajo una nueva perspectiva – obrando para Dios. En vez de solamente
apropiarse de la obra de la cruz, él también aceptará el camino de la cruz.
¡Qué gran privilegio tenemos! Dios nos escogió y nos destinó para que
fuésemos vasos transparentes con el objetivo de mostrar el tesoro celestial –
vasos a través de los cuales él pudiese continuamente revelar a los otros el
morir del Señor Jesús. Lo que parece ser nuestro morir es realmente el morir
del Señor Jesús en nosotros. Esa operación de muerte se convierte en el
medio de vida para todo aquel que recibe esta revelación.
Una carta escrita por un estudiante de una escuela cristiana revela el espíritu
del cristianismo moderno: «Desde que estoy lejos de casa y de mi comunidad
las cosas se están aclarando para mí. He visto muchas personas
aparentemente dispuestas a servir al Señor siempre que eso no les
represente algún sacrificio. Eso, al principio, me dejó bastante choqueado. Tal
vez yo estuviese siendo muy restringido en cuanto a echar mano de mis
derechos y, voluntariamente, permitir la operación de la muerte tal como había
sido enseñado. Yo veía que las personas gastaban el dinero de Dios en cosas
extravagantes. Me sentí tentado a vivir de aquella forma. Pero entonces el
Señor me permitió ver cuán estériles eran esas vidas. Aquellos que vivían
como si fuesen reyes sabían muy poco del camino de la cruz.»
El pasado y el presente
Desde el punto de vista de Dios, la obra de la cruz fue consumada de una vez
por todas. Siempre debemos hacer esta distinción. Cuando reconocemos la
muerte de Cristo para nosotros y nuestra muerte con él, usamos el tiempo
pasado, diciendo con Pablo: «Yo fui crucificado … Nuestro viejo hombre fue
crucificado … vosotros consideraos muertos ...». En estos y en otros
ejemplos, Pablo describe nuestra unión juntamente con él. Nosotros somos
libertados de la culpa del pecado y de su poder reconociendo nuestra
identificación con la obra consumada de Cristo en la cruz. Eso es algo
consumado, algo que ocurrió en el pasado.
Algunas personas confunden eso con otra afirmación de Pablo, y piensan que
somos llamados a morir diariamente al pecado. ¡No! Pablo insiste en que
nosotros estamos muertos al pecado. Desde el momento que tomamos
conocimiento de la obra redentora de Cristo y nos apropiamos de ella
considerándola nuestra, estamos muertos al pecado. En cualquier disputa con
Satanás, en cualquier intento de manifestación de la carne, nosotros
recordamos la primera vez que reconocimos nuestra inclusión en esa obra.
¡Es siempre pasado! ¡Fue consumada!
Cuando Pablo dice: «Cada día muero», no estaba afirmando que nosotros
somos llamados a morir diariamente al pecado. Es justamente en este punto
que muchos confunden la obra de la cruz con el camino de la Cruz. La
primera es una realidad pasada que simplemente reconocemos. El segundo
es una realidad presente que compartimos continuamente con Cristo.
Observe la diferencia
Esa misma verdad puede ser explicada por otra ilustración: nosotros nos
entregamos a Dios para que, como un grano de trigo, podamos ser plantados
en la muerte a fin de producir mucho fruto. Pablo se refiere a este nuevo
hombre cuando dice: «Llevando en el cuerpo siempre por todas partes la
muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestros
cuerpos». Dios solamente deposita el tesoro celestial en el nuevo hombre.
Suponer que él colocaría ese tesoro en algún otro recipiente es interpretar
erróneamente las Escrituras.
¿Por qué motivo alguien que testificó respecto de tal muerte ahora iría a decir
«A fin de conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus
padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte, si en alguna
manera llegase a la resurrección de entre los muertos» (Flp. 3:10-11)? Si
alguien está muerto, ¿cómo puede no estar muerto? ¿Cómo entonces Pablo
puede desear morir nuevamente o proseguir para morir?
En 2 Co. 1:8-9 (trad. A. N.), tenemos otro pasaje que explica esta verdad:
«Porque no queremos, hermanos, que ignoréis la clase de tribulación que nos
sobrevino en (la provincia de) Asia, por cuanto excedió nuestras fuerzas, al
punto de perder la esperanza de conservar la (propia) vida. Pero tuvimos en
nosotros mismos sentencia de muerte, para que no confiásemos en nosotros,
y, sí, en Dios que resucita a los muertos». En lo que dice respecto de la
resurrección, en la semejanza de su muerte en la cruz, significa una ¡debilidad
cada vez mayor en nosotros mismos y no un sentimiento creciente de fuerza!
Nuestro deseo natural es sentir que somos fuertes y que podemos hacer esto
o aquello. Debilidad es el camino de la cruz, pues vivimos por la vida y la
fuerza de Otro.
Basta que leamos los escritos de hombres que sabían mucho respecto de la
cruz para convencernos de cómo esa cuestión de la cruz de una vez por
todas y la cruz diariamente siempre pareció una paradoja. El obispo Moule
llama a eso la «paradoja inacabable; por un lado, una verdadera y completa
autonegación; por otro, una necesidad diaria de crucifixión». Ciertamente, la
explicación reside en el hecho que estábamos tratando anteriormente, o sea,
mantener separadas estas dos fases: la obra de la cruz que trata con la vida
del viejo Adán, y el camino de la cruz que el nuevo hombre adopta
alegremente como un modo de vivir diario.
¿Usted recuerda la crisis de Jacob aquella noche cuando Dios puso sentencia
de muerte sobre la fuerza del viejo Jacob? Aunque cuando él resurgió con su
nuevo nombre, Israel, Dios decidió que él llevaría una marca sobre sí – él
quedó cojo. Eso serviría para recordarle constantemente que él no debería
caminar en la vieja vida de la carne, sino en la fuerza de esta nueva vida:
Israel. De la misma forma, como el nuevo hombre en Cristo, aprendemos que
en nosotros mismos somos débiles, pues él es la constante fuente de nuestra
fuerza. Mary N. Garrard describe el nuevo hombre, Israel, de esta forma:
***
Ahora, ¿qué hace la gracia? Como dice Pablo a Tito: «La gracia de Dios se ha
manifestado para salvación a todos los hombres». Ahora la gracia de Dios
viene y nos ayuda a decidir, con nosotros, como cuando estamos remando
con dos remos. Porque si tú estás en un kayak, y remas con un solo remo,
das vueltas para un solo lado, y si remas con el otro remo das vueltas para el
otro lado; pero no avanzas. Para que tú puedas avanzar, necesitas remar con
los dos remos. El Señor en nosotros, y nosotros también en el Señor. Como
un café con leche. Tú pones el café en la leche y la leche en el café, y queda
el café con leche. Ya no puedes separar más el café de la leche, ni la leche
del café. Así es. Nosotros en Cristo y Cristo en nosotros.
¿Por qué nos pide Dios que nosotros hagamos un arca, que hagamos una
mesa, un candelero, un altar, un santuario? Porque Dios no quiere nada que
no sea voluntario y espontáneo de su pueblo. Él nos da todo, pero no quita la
responsabilidad. Hay que colaborar con Dios, esforzadamente, en la gracia de
Dios.
«Harás...». Nosotros tenemos que colaborar para que el arca sea puesta en el
Lugar Santísimo. Tenemos que colaborar con Dios, someternos a él,
encomendar toda nuestra inutilidad en su mano y pedirle que nos ayude a
pedirle, para que Cristo sea formado en nosotros. Sin su ayuda, no podemos
hacer nada para que Cristo sea formado en nosotros, y él sí que formará a su
Hijo en nosotros. Pero no quiere hacerlo contra tu voluntad. Tu voluntad solita,
abandonada a sí misma, tampoco puede hacer nada. Entonces, él te ayuda.
El Espíritu de gracia viene a sustentarte, pero no a reemplazarte. Viene a
ayudarte. Dios quiere que tú estés ahí; él en ti, y tú en él.
Fíjense ustedes: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son la Trinidad. Allí está
el número 3. Después, Dios quiso que existiera la creación. Ahí está el
número 4. El número 4 es el número de la creación. Por eso, aquellos
querubines que representan la creación, tenían cuatro rostros. Por eso en
Apocalipsis capítulo 4, Dios es adorado por la creación. «...porque por tu
voluntad existen todas las cosas». Pero en el capítulo 5 es alabado por la
redención.
Pero, volviendo al arca, nos damos cuenta que las medidas del arca son
medias medidas. No es 5 x 5 x 3. Es 2,5 x 2,5 x 1,5, o sea, la mitad. ¿Se da
cuenta? Su anchura, su longitud será de dos codos y medio, la mitad de 5. Su
altura de codo y medio, la mitad de tres. O sea que el arca tiene unas
medidas partidas por la mitad. ¿Y qué quiere decir eso? Si tú te encuentras
con media naranja, entiendes que en otra parte tiene que estar la otra media
naranja. Si hay media naranja aquí, tiene que haber otra media en algún
lugar. ¿Cómo se llama esta arca? El arca de la alianza. Alianza son las dos
mitades. ¿Cómo se llama ese tabernáculo? Tabernáculo de reunión. Es para
reunirse Dios con el hombre. Por eso las medidas son la mitad.
Yo no quiero hablar del arca, sino de la mesa. Pero, para entender las
medidas de la mesa, teníamos que entender las del arca: las medidas de la
mesa son menores que las del arca, porque el arca es primero. Entre lo
primero y lo segundo tiene que haber una diferencia. No se puede poner lo
segundo de primero ni lo primero de tercero.
Y, ¿de qué nos habla una mesa? Una mesa es para comer juntos; una mesa
nos habla de comunión. El Señor dijo: «...entraré a él, y cenaré con él, y él
conmigo» (Ap. 3:20). El Señor, cuando quería que su pueblo tuviera
comunión, lo reunía en fiestas, y luego ellos tenían que intercambiarse regalos
y tenían que comer juntos. Y de eso es de lo que nos habla una mesa.
«...Su longitud será de dos codos –fíjese que no alcanza a la longitud del
arca–, y de un codo su anchura –tampoco alcanza–, y su altura de codo y
medio» –esa sí tiene la misma altura del arca. Esas sí tienen que ser iguales,
porque «así como el Padre me ama a mí, yo les he amado, y el Padre los ama
a ustedes también, porque a mí me ama». A la altura de Dios. La altura sí es
la misma altura, codo y medio, igual que el arca.
«Y la cubrirás...». ¿Sabe para qué la tiene que cubrir? Para que no se vea.
Las tablas había que cubrirlas. Las piedras había que cubrirlas con tablas, en
el templo. Las tablas había que cubrirlas con oro. Nosotros, que vinimos de lo
torcido, tenemos que ser enderezados y cubiertos para no aparecer nosotros.
Que aparezca sólo el oro y nosotros detrás. Cubierta de oro, para que lo que
se vea sea el oro de Dios.
«Y le harás cuatro anillos de oro, los cuales pondrás en las cuatro esquinas
que corresponden a sus cuatro patas. Los anillos estarán debajo de la
moldura, para lugares de las varas para llevar la mesa». La mesa no tiene que
quedarse en Temuco, tiene que pasar a Valdivia. De Valdivia tiene que pasar
a Puerto Montt, y después a Punta Arenas. Y para el norte también, para
Arica. Y para más allá, para Colombia tiene que ir la mesa.
Si ustedes tienen aquí la mesa; la mesa no es para que se quede quieta, ¡es
para llevarla! ¡Hay que llevarla! Le harás todo lo que sea necesario para
llevarla. Llevarás los anillos, llevarás las varas de madera, pero todo cubierto
de oro. Y las llevarás. Todo esto tiene que ser llevado. La mesa es para
llevarla.
Los utensilios
Pero dice aquí: «sus cucharas». Esas cucharas no eran de sopa, sino para
tomar el pan. Mire con qué cuidado había que agarrar el pan. Se tenía que
poner en su lugar apropiado. Tú no puedes poner un pan entre dos platos, ni
puedes poner dos panes en un plato, ni diez panes en cinco platos. No, para
cada plato, un pan. Para cada localidad, una iglesia. Luego, el pan no se
manipula con la mano, sino con instrumentos de oro. Con esas cucharas que
eran planas, grandes, se tomaba el pan así y se trasladaba. Y también tenía
cubierta, para que no vengan los ratones, ni las moscas. Fíjese, allí está en el
versículo 29: «sus cubiertas».
O sea, que el pan no tiene que ser descubierto, tiene que cubrirse. Y en la
iglesia, Dios protege a la iglesia. Dios le dio a la iglesia ancianos, para
proteger a la iglesia, para alimentarla, para apacentarla, para que no vengan
los lobos rapaces, los ratones ni las moscas, a ensuciar el pan. No, ese pan
se tiene que tratar con cuidado. Tiene que estar en un plato, ser trasladado
con cucharas, bajo cobertura.
También vienen «sus tazones, con que se libará», porque esos tazones eran
como unas jarritas donde echaban el vino. Ese vino se derramaba encima del
sacrificio, y también encima del pan y también se le ponía incienso al pan. Y
ese incienso en el pan es la vida de oración de la iglesia, el ministerio de
oración de la iglesia. Y la iglesia tiene que poner su vida hasta la muerte. El
último sacrificio era la libación.
Pablo dice en Filipenses que él, aunque fuera derramado en libación sobre un
servicio de la fe de la iglesia; él dio su vida y derramó la sangre, como el vino
se derrama hasta que se acaba de la tacita de libación. Así tenemos que
poner la vida, estar dispuestos a morir por Cristo y sirviendo a la iglesia. Por
eso tienen tazones.
Entonces aquí, como esas dos cosas están una frente a otra mostrando que
son equivalentes, empieza aquí el Espíritu Santo lo primero, la lámpara, y
luego los panes, para mostrar su equivalencia, comparándolo con Éxodo 27.
Toda dureza de la carne en nosotros tiene que salir. Tiene que quedar la flor
de harina y tiene que ser amasada, unos con otros, y luego cocidos. Las
señoras cuando hacen una torta, la cuecen. Lo entienden mejor. Mi esposa,
cuando hace alguna torta, ella primero la pone para que se caliente por un
lado, luego al otro lado. Cuando ella está cocinando tiene que sacarla, y la de
arriba la pone abajo.
Nuestro Señor al que está arriba lo pone abajo. No es cómodo. Y los que
están abajo los pone arriba. Para que lo que estaba crudo se cocine por el
otro lado. ¿Recuerdan ese pasaje de Oseas? Los que no lo recuerdan vengan
conmigo al libro de Oseas. Volveremos aquí, a Levítico 24, pero mire Oseas
7:8. «Efraín –ésta era una de las tribus de Israel– se ha mezclado con los
demás pueblos; Efraín fue torta no volteada».
¿Qué es una proposición? Hay mucha gente que tiene sus propuestas. Es
una proposición, una propuesta. Por ejemplo, Carlos Marx tenía su propuesta.
«Vamos a hacer una sociedad ideal, vamos a hacerla así y así». Usted sabe
cuántos millones murieron, y no quedó nada. Y Hitler tenía otra propuesta, y
miren en qué terminó. Hoy, muchos tienen sus propuestas. Pero Dios tiene su
propia propuesta.
«Y tomarás flor de harina, y cocerás de ella doce tortas; cada torta será de
dos décimas de efa» (v. 5). Dos décimas cada torta, y son doce tortas.
Veinticuatro décimas. El número 24 en la Biblia es el número del sacerdocio.
¿Recuerdan que cuando David estableció aquellos cánticos, aquellos turnos?
Eran veinticuatro clases. Zacarías, el padre de Juan el bautista, era de la
octava clase, de la clase de Abías. Cada clase tenía quince días de servicio, y
en el año eran veinticuatro clases, veinticuatro turnos sacerdotales. Por eso
también los ancianos delante de Dios eran veinticuatro. Y aquí son
veinticuatro décimos.
«...Y será para el pan como perfume, ofrenda encendida a Jehová. Cada día
de reposo lo pondrá continuamente en orden delante de Jehová, en nombre
de los hijos de Israel, como pacto perpetuo». Eso eran estas tortas: un
memorial delante de Dios. También nosotros tenemos que hacer memoria los
unos de los otros, orar unos por otros; hacer memoria los unos de los otros
constantemente delante de Dios, es la vida de oración de la iglesia.
«Y será de Aarón y de sus hijos, los cuales lo comerán en lugar santo; porque
es cosa muy santa para él, de las ofrendas encendidas a Jehová, por derecho
perpetuo». ¿Qué vemos allí? Dios tiene derecho de que la iglesia viva la vida
de la iglesia en Cristo para glorificar a Dios. Dios tiene derecho. Aarón y sus
hijos eran los que tenían derecho de comer ese pan. Cristo tiene derecho a
comer de este pan.
¿Vamos a hacer esto para el Señor? «Harás esto...». Tenemos que hacerle
esta mesa, tenemos que servirle esta mesa al Señor, porque él tiene derecho
perpetuo de comer este pan.
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La cruz forma parte de la naturaleza misma de Dios.
La eternidad de la cruz
Roberto Sáez
La eternidad de la cruz
Tal vez sorprenda el hecho de que la cruz sea eterna y seguirá siendo eterna,
ya que forma parte de la naturaleza misma de Dios. Siendo que la cruz es
intrínseca e inherente a la naturaleza divina, y siendo que nuestro Dios es
eterno, es propio que la cruz también lo sea. La cruz se ha hecho visible en la
forma como la deidad se relaciona entre sí: El Padre, El Hijo y El Espíritu
Santo han vivido la cruz eternamente; ha sido su estilo de vida desde siempre.
Ahora bien, la criatura humana que fue hecha a la imagen y semejanza de
Dios, necesariamente tenía que tener esta misma cualidad.
Cuando Dios creó al hombre, tuvo en cuenta la cruz para él, entregándole una
primera lección de la cruz al pedirle que se negara a comer del árbol de la
ciencia del bien y del mal. Sabemos que el pecado consistió en desobedecer
este mandamiento, lo que trajo como consecuencia la pérdida de la cruz en la
naturaleza del hombre. El árbol de la vida era una forma de cruz, ya que al
comer de este árbol el hombre tendría un sustituto para vivir; otra vida estaría
dentro de él y así, tendría que aprender a convivir con una vida que le restaría
la vida de su yo, llevándole a negarse a sí mismo para vivir por otra vida,
distinta a la suya, dentro de sí.
Perder la cruz significó perder la vida de Dios: No comer del árbol de la vida
significó la muerte. Es decir, la separación de Dios, la pérdida de la
dependencia de Dios. Esto fue fatal, pues al no tener la vida de Dios que
emana del árbol de la vida, el hombre se tornó un ser independiente de Dios
con una vida humana propia, limitada y caída; una pobre vida terrenal,
pecadora y apartada de Dios; destituida del todo con un abismo de
separación. Pues la muerte es eso: separación.
Por esto es que la salvación del hombre se hace presente a través de una
cruz que se manifiesta en la historia, en el espacio y en el tiempo del hombre.
La cruz no fue una novedad para Cristo. Su vida terrenal demostró que en él
estaba incorporada la cruz, porque la vida que le movía aquí en esta tierra no
era la vida suya que como hombre poseía, sino la vida del Padre que le había
enviado. Nuestro Señor Jesucristo estaba plenamente consciente de que
había una hora de muerte que le esperaba. Esto significaba para él la prueba
más grande que le tocaría enfrentar en relación al estilo de vida de Dios: la
cruz. Esta era la que siempre le había permitido preferir al Padre antes que a
sí mismo, y ahora se vería enfrentado a ella; mas no por sí mismo, sino por el
pecado del mundo entero.
La cruz no es sólo un principio de vida que mueve a los cristianos, sino que es
la misma vida de Dios que nos ha sido dada y que nos mueve. Aunque la cruz
es símbolo de muerte –lo es en tanto mata lo terrenal en nosotros– en otro
aspecto, la cruz es sinónimo de vida, pues sin ella es imposible hallar la
verdadera vida.
La gloria de la cruz
Para Pablo, vivir por la cruz fue el hallazgo más glorioso que pudo acontecerle
a su vida; tanto que llegó a decir: «Pero lejos esté de mi gloriarme, sino en la
cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo me es crucificado a mí y
yo al mundo» (Gal.6:14). Se puede observar notoriamente que la cruz está en
el centro de toda su cosmovisión. Lo tremendo es que para Pablo esto no era
algo penoso, sino muy por el contrario, era lo más glorioso que podía exhibir.
Muchos presentan la cruz como algo terrible; es cierto, que desde el punto de
vista de aquello que la cruz mata, es algo doloroso; pero, el acento no debe
estar allí sino en lo que ganamos por la operación de la cruz. Pablo había
llegado a descubrir el aspecto positivo de la cruz; al respecto dice: «Para mi el
vivir es Cristo y el morir es ganancia» (Fil.1:21).
Para el apóstol Pablo esto estaba muy claro: «Porque nosotros que vivimos,
siempre estamos entregados a muerte por causa de Jesús, para que también
la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal» (2Cor.4:11) Todos los
siervos de Dios han de tener esta misma visión en cuanto a la operación de la
cruz. De la muerte a la vida o a través de la muerte a la vida; no es de otra
forma. Se habla de pagar un precio en el servicio a nuestro Señor Jesucristo.
Algunos llegan a decir que el precio ya lo pagó nuestro Señor. Es cierto que
nuestro Señor pagó el precio por nuestro rescate. Eso tan sólo él lo pudo
hacer. Sin embargo, todo siervo de Dios será conducido inevitablemente a
pasar por la cruz permanentemente rindiendo su vida, pues de otro modo, la
vida de Cristo no se manifestará a través de él.
Entre el mundo y mi «yo» está la cruz que mata al uno como al otro, no para
destruirlo, sino para salvarlo, dándole aquello que perdió en el origen. El árbol
de la vida es Cristo crucificado; y allí, junto a él, fue crucificada toda la raza
que rehusó la cruz. El favor más grande, la salvación más grande, la
misericordia más grande de Dios para nosotros fue habernos devuelto la vida
mediante el árbol de la cruz. Recordemos que el árbol de la vida fue quitado
en el Edén y aún fue puesto un querubín con una espada desenvainada en el
huerto para que no dejara entrar a nadie, indicando así que no sólo perdimos
el árbol de la vida sino que junto con eso, perdimos también la entrada al
huerto donde estaba la comunión con Dios. ¡Bendito es Dios que ahora en
Cristo se nos devuelve el árbol de la vida mediante el árbol de la cruz, para
que retornemos a la comunión y a la dependencia de Dios!
La cruz fue necesaria para nuestra redención, sigue siendo necesaria para
nuestra santificación, y seguirá siendo por toda la eternidad una parte
constitutiva de nuestra naturaleza celestial. Necesitaremos la cruz para
relacionarnos eternamente con Dios mediante nuestro Señor Jesucristo, y en
las múltiples relaciones que tendremos los ciudadanos del reino de los cielos.
Cada vez que experimentemos la cruz en este mundo, no pensemos que es
algo extraño lo que nos acontece; en realidad es lo más normal. Lo que pasa
es que hoy la cruz suele ser dolorosa, pues ella mata lo que es propio de la
naturaleza terrenal y por supuesto a nadie le gusta este aspecto de la cruz.
Pero si tan sólo comprendemos cuán necesario y conveniente es que seamos
purificados mediante la operación de la cruz, lo soportaremos con gozo
sabiendo que por delante está la gloria de Dios esperándonos. Allí el dolor de
la cruz desaparecerá, pues seremos revestidos con la gloria de Dios.
Entonces vivir la cruz en la eternidad será un deleite, pues allí no estará el
cuerpo pecaminoso carnal, sino el poder de una nueva creación. Para
entonces la cruz habrá sido incorporada completamente en todos los
participantes del reino celestial. Aunque el dolor de la cruz habrá
desaparecido, ella seguirá siendo el modo de vida de la familia celestial.
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Saúl y David representan dos principios de servicio en la Casa
de Dios.
Rubén Chacón
Cuando pasamos a los dos libros de los Reyes observamos lo siguiente: que
los 20 capítulos del primer libro de los Reyes (22-2 = 20) más los 25 capítulos
del segundo libro de los Reyes, esto es, 45 capítulos en total, están dedicados
a todos los restantes reyes de Israel y de Judá. 45 capítulos dedicados a sólo
dos reyes, contra 45 capítulos para registrar la historia de los 39 reyes
restantes.
¿Qué significa esto? Que la inspiración del Espíritu Santo quiso, por sobre
todo, registrar de manera más cabal la vida de estos dos primeros reyes de
Israel. ¿Por qué? Porque Saúl y David son dos arquetipos, prototipos o
modelos de reyes. En efecto, se puede decir que todos los demás reyes o
fueron reyes conforme al orden de Saúl o fueron reyes conforme al orden de
David. Para Dios hay, por lo tanto, solo dos clases de reyes: según el modelo
de Saúl o según el modelo de David. Aplicado esto a nuestro contexto, se
puede decir que Saúl y David representan dos principios de servicio en la
casa de Dios. Hay, pues, sólo dos clases de pastores en la casa de Dios,
solamente dos formas de liderazgo, dos tipos de ministros.
Saúl y David fueron dos hombres que tuvieron muchas cosas en común y, no
obstante, tuvieron un final muy distinto. El primero fue desechado por Dios y
del segundo, en cambio, nunca se apartó la misericordia de Dios. ¿Qué hizo
la diferencia entre uno y otro? Veamos.
Cosas en común
Pero, Saúl terminó mal (1 Cr. 10:13-14) y David terminó bien (1 Cr. 29:28).
¿Dónde estuvo la diferencia?
La diferencia
La diferencia entre uno y otro nace de un único hecho que no fue común a
ambos. Saúl saltó al trono inmediatamente después de haber sido ungido con
el Espíritu Santo. David, en cambio, después de ser ungido con el Espíritu de
Dios, debió esperar aproximadamente una década para subir al trono. ¿Por
qué esta diferencia? Si Dios ya había desechado a Saúl, y Samuel, por
mandato del Señor, había ungido por rey a David, e inmediatamente había
venido sobre él el Espíritu del Señor, ¿acaso no indicaba este hecho que en
un tiempo muy breve David saltaría al trono? Por lo demás, ¿no había
ocurrido así con Saúl? Pero, no fue así esta vez. Extrañamente para nosotros,
Dios hizo algo diferente: dejó a Saúl por alrededor de diez años más en el
trono, a pesar de que éste estaba ya rechazado y David ya estaba ungido.
¿Qué se proponía el Dios soberano? Hacer algo en David que le faltó a Saúl:
ser preparado por Dios para reinar.
De esta manera, Dios demostraría que hay dos clases de líderes en la obra
de Dios: los reyes conforme al orden de Saúl y los reyes conforme al orden de
David. Los primeros actúan con el poder del Espíritu Santo, pero casi nada
conocen de la vida del Espíritu. Los segundos también tienen el poder del
Espíritu Santo, pero, además, han sido transformados en el carácter de Cristo.
Para conseguir esto último, Dios tiene preparada una escuela: la escuela de
David. A ésta muy pocos quieren entrar y todavía menos son los que se
gradúan. La escuela de David es la escuela del quebrantamiento, donde Dios
trata con nuestro orgullo, soberbia, autosuficiencia, confianza en nosotros
mismos, impaciencia, desobediencia, motivaciones equivocadas y mal
carácter. Porque una cosa es ser usado por Dios y otra muy distinta es ser
aprobado por él. Una cosa es el poder del Espíritu y otra es el fruto del
Espíritu. Una cosa son los carismas y otra cosa es el carácter.
Pero Saúl carecía de una virtud todavía más importante: la obediencia. Esta
falta de obediencia le significó finalmente ser desechado por Dios como rey de
Israel. Cuando fue enviado por Dios a hacer la guerra a Amalec con
instrucciones claras al respecto, no pudo sujetarse y las cumplió a su manera
(1 Sam. 15). Reinar, pues, investido del poder del Espíritu pero sin un corazón
quebrantado, nos conducirá finalmente a perder aún lo que tenemos. En el
caso de Saúl, el Espíritu del Señor terminó apartándose de él (1 Sam. 16:14).
Por eso, ¡cuánto necesitamos de la escuela de David!
Los reyes conforme al orden de Saúl pueden dividir su vida en sólo dos
etapas. Saúl llegó al reino a la edad de 30 años aproximadamente y luego
gobernó 40 años más. En David –y en los reyes conforme al orden de David–
se distinguen tres etapas. El David pastor de ovejas, el David quebrantado y
el David rey (20, 10, y 40 años respectivamente).
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La cruz, que lleva a la muerte al ‘yo’, es la base de comunión
de la iglesia.
Rodrigo Abarca
Todos los creyentes hemos sido llamados a vivir una vida de comunión y
mutualidad en el cuerpo de Cristo. Nunca fue el propósito de Dios que su vida
en nosotros fuese vivida de manera individualista y solitaria. Pues su vida es
la expresión de su naturaleza, cuya esencia es el amor y la comunión. En la
intimidad de su ser Dios no es un ser solitario, sino una Trinidad de Personas:
Padre, Hijo y Espíritu Santo. Y, desde la eternidad ha existido entre ellas una
profunda e inefable comunión de amor.
Ninguna de las personas divinas ha existido para sí, sino que cada una de
ellas para las demás: El Padre ha entregado al Hijo todas las cosas y lo ha
hecho centro y Señor de toda la creación. El Hijo ha amado al Padre y se ha
dado a sí mismo para que el Padre pueda realizar el designio de su corazón.
Y el Espíritu Santo ha vivido eternamente para glorificar al Padre y al Hijo.
Esto quiere decir que es el principio que opera eternamente en el seno de la
vida divina no es otro que el principio de la cruz.
Por este motivo diseñó y preparó una raza de seres destinados a ser elevados
desde su condición de simples criaturas a la participación de su vida y de su
gloria divinas como hijos por medio de su Hijo. Sin embargo, el previó
(simplemente vio) que esas criaturas habrían de rebelarse y caer bajo el
dominio del pecado y la muerte. Entonces determinó en el íntimo consejo de
su voluntad que, un día, después de la creación y rebelión de la raza humana,
su Hijo unigénito habría de entrar en la historia y morir en la cruz para
deshacer por completo todas las consecuencias de su rebelión y traerla de
regreso a su vocación eterna. Este fue el precio que Dios pagó por nuestra
creación.
La cruz en la iglesia
Por una parte, en ella Dios puso fin al hombre pecador y su vida egocéntrica y
autosuficiente. Nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con Cristo. En
lo que a Dios se refiere, la muerte de Cristo fue una muerte todo-inclusiva, en
la que todos los hombres murieron también. Allí acabó nuestra carrera de
servicio al pecado. Por otra parte, al poner a todos los hombres en Cristo y
hacerlos uno con él en su muerte, Dios los hizo uno también con su vida.
¿Qué quiere decir esto? Que en la cruz Dios no solo acabó con los muchos
que eran pecadores, sino que a la vez hizo en Cristo, en su cuerpo
traspasado por los clavos, de todos ellos, un solo y nuevo hombre. Y a ese
único nuevo hombre creado en Cristo lo levantó juntamente con él de entre
los muertos. Un nuevo hombre que vino a la vida a través de la muerte y la
resurrección de Cristo. Este nuevo hombre es la Iglesia, que es ahora también
su cuerpo.
Sin embargo, si hemos comprendido bien la obra que Dios llevó a cabo en la
cruz, sin duda comprenderemos también que la iglesia sólo existe en virtud de
su unión con Cristo en la vida de resurrección. En lo que a Dios se refiere,
todo lo que pertenece al hombre caído acabó para siempre en la cruz. Y
desde allí en adelante lo único que permanece ante él es Cristo y la iglesia
que vive y existe por medio de él. La Iglesia, que es inseparable de Cristo,
pues no tiene vida ni existencia aparte de él. ¡Oh, que el Espíritu Santo abra
nuestros ojos para ver este hecho glorioso y definitivo! El viejo hombre
pecador ha sido quitado para siempre y un nuevo hombre ha sido introducido
en su lugar. Y este nuevo hombre lleva dentro de sí la vida divina y celestial
del mismo Dios.
Mas, hemos visto que la cruz es, asimismo, el principio operativo de la vida
divina. Vida cuya esencia es la comunión y el amor. Por tanto, la cruz no sólo
implica el fin de viejo hombre pecador, sino también el principio por el cual
debemos vivir la nueva vida como hijos de Dios. Dicho principio debe ser
incorporado radicalmente en nuestro ser. Y esto nos conduce directamente a
la dimensión práctica y experimental de la iglesia aquí en la tierra.
¿Cómo podemos vivir y expresar lo que somos en Cristo sobre la tierra? Vale
decir, el hecho de que en Cristo somos un solo y nuevo hombre, un único
cuerpo. Pues como el apóstol Pablo nos dice, nosotros, siendo muchos,
somos un cuerpo en Cristo; y miembros los unos de los otros. Todos
compartimos la misma vida de Cristo. Ya no podemos considerarnos más
como individuos aislados y solitarios. Ahora somos miembros de la familia de
Dios, y estamos llamados a vivir una vida cuya esencia es la comunión y el
amor.
En este punto la cruz viene en nuestra ayuda. Pues, como hemos dicho, ella
no sólo acabó con el viejo hombre; también introduce en nosotros el principio
por el cual opera y se expresa la vida divina. Y esto implica la muerte a
nuestra vida natural por causa de nuestros hermanos en Cristo. Es decir, la
participación en la muerte de Cristo con miras a la edificación y manifestación
de su cuerpo. Pues para que la iglesia se edifique y exprese sobre la tierra se
requiere que cada uno de sus miembros se entregue voluntariamente a la
muerte para que otros reciban la vida: «de manera que la muerte actúa en
nosotros y en vosotros la vida». Al aceptar la operación interior y subjetiva de
la cruz, exponiéndonos voluntariamente al sufrimiento y la muerte en el seno
de la vida corporativa, damos lugar a la manifestación de la vida divina en la
iglesia.
Por ello Pablo, al hablarnos de la dimensión práctica de la iglesia nos dice que
debemos «vestirnos del nuevo hombre». Por cierto, desde el punto de vista
celestial, ya somos ese nuevo hombre en Cristo. Pero desde el punto de vista
de la experiencia, hemos de ir asumiendo cada uno de los rasgos de Cristo en
nuestra vida de comunión y mutua interdependencia: «Vestíos, pues como
escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de
benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia; soportándoos unos
a otros y perdonándoos unos a otros... de la manera que Cristo os perdonó».
La declaración anterior nos muestra que el verdadero carácter de la vida
divina sólo puede ser desarrollado en una vida de comunión e
interdependencia. Pues la humildad, la mansedumbre, la paciencia, y el
perdón sólo pueden formarse en nuestra relación con otros. Luego aquí, de
acuerdo a Pablo, la vida de Cristo se expresa en nuestra vida de cuerpo. Y la
cruz es el principio operativo de esa vida. Ya que al aceptar nuestra propia
muerte y despojamiento hacemos lugar para que Cristo viva y exprese su vida
en nosotros, no sólo como individuos sino también como cuerpo. De este
modo la muerte actúa en nosotros, y en otros la vida.
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El accionar de Dios en este postrer tiempo le muestra, entre
otras, en estas dos facetas distintas: como el Juez que juzga
y como el Padre que disciplina.
Eliseo Apablaza
Hay un nivel de pecado en el mundo que Dios tolera, pero hay otro nivel de
pecado que Dios no tolera. Por eso, cuando se anuncian los juicios de Dios, la
Escritura suele sugerir que se ha llenado la medida, o se ha llegado al colmo.
¿Cuál es el colmo de pecado que Dios no tolera? Revisemos brevemente cuál
ha sido ese colmo, y veamos cómo, cada vez que se alcanzó, los juicios se
desataron.
En tiempos de Noé, Dios «vio que la maldad de los hombres era mucha sobre
la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de
continuo solamente el mal. Y se arrepintió Jehová de haber hecho al hombre,
y le dolió en su corazón» (Génesis 6:5-6). El contexto nos indica que se
habían mezclado «los hijos de Dios» con «las hijas de los hombres», y habían
dado lugar a una raza híbrida, los ‘nefilim’ (gigantes). Esto desencadenó la
corrupción, la violencia, y la maldad. Este pecado marcó el primer ‘colmo’ y
fue para Dios intolerable. Entonces decidió raer al hombre de sobre la faz de
la tierra, incluso con los animales, porque al parecer también ellos se vieron
involucrados en la maldad del hombre.
Más tarde, en días de Abraham y Lot, de nuevo se desató la ira de Dios, esta
vez sobre las ciudades de Sodoma Gomorra, Adma y Zeboim. Los hombres
habían caído en el horrible pecado de aquellos ángeles «que no guardaron su
dignidad» (Judas 6-7). Ellos pecaron, al igual que aquéllos, ‘con carne
diferente’1, y también cayeron en una sexualidad ‘contra natura’. Eso marcó el
colmo, un límite intolerable para Dios. Cuando Dios comprobó que ellos
habían «consumado su obra» de pecado, es decir, había llegado hasta el
colmo («el pecado de ellos se ha agravado en extremo»), entonces actuó.
En días de Moisés, vemos que Dios envió sus terribles juicios (plagas, azotes)
sobre Egipto. ¿Cuál fue el colmo del pecado en Egipto? Fue la abundancia y
perversión de sus dioses (Éxodo 12:12 b), la hechicería llevada al extremo –
representada por Janes y Jambres, que desafiaron el poder de Dios
pretendiendo imitar los milagros de Aarón (Éxodo 7:11-12), la maldad de los
capataces egipcios con que maltrataban a los israelitas, y la dureza diabólica
del corazón de faraón, que se opuso tenazmente a la voz de Dios. Todo esto
marcó un colmo intolerable para Dios, por lo cual derramó las nueve plagas y
exterminó a los primogénitos de los egipcios, incluso de sus animales.
En días de Josué, encontramos otro ‘colmo’ de pecado que desata los juicios
de Dios. Los antiguos habitantes de Canaán llevaron al extremo su pecado –
tal como Dios lo había profetizado a Abraham («A su colmo la maldad del
amorreo», Génesis 15:16). ¿Cuál fue ese colmo, que llevó a Dios a ordenar el
exterminio total de sus habitantes, incluso de sus animales? En Levítico
capítulo 18 Dios dice a Israel: «En ninguna de estas cosas os amancillaréis;
pues en todas estas cosas se han corrompido las naciones que yo echo de
delante de vosotros, y la tierra fue contaminada; y yo visité su maldad sobre
ella …» (vv. 24-25). ¿Cuáles eran «esas cosas» en que ellos se habían
corrompido? Incesto (vv. 6-18), impureza (v. 19), adulterio (v. 20), sacrificio de
niños a los demonios (v. 21), sodomía y bisexualidad (v. 22), y bestialismo (v.
23).
Estos cuatro juicios que hemos mencionado hasta aquí son los más grandes
que Dios ha enviado sobre la humanidad, según lo registran las páginas de la
Biblia. Y en todos ellos vemos que Dios tiene un límite de tolerancia. Cuando
se traspasa ese límite, entonces actúa.
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Watchman Nee
Sabemos el camino que el Señor tomó. Pasó por la muerte, y su vida surgió
en muchas otras. El Hijo murió, y resurgió como el primero de «muchos
hijos». Renunció a su vida para que la recibiésemos nosotros. Es en
comunión con este aspecto de su muerte que somos llamados a morir. Aquí él
aclara el valor de la conformidad a su muerte, para que, mediante la pérdida
de nuestra propia vida natural (nuestra alma), podamos ser impartidores de
vida, compartiendo después con otros la vida de Dios que está en nosotros.
Este es el secreto del ministerio, el camino de la verdadera fecundidad para
con Dios. Como dice Pablo: «Nosotros, que vivimos, siempre estamos
entregados a muerte por causa de Jesús, para que también la vida de Jesús
se manifieste en nuestra carne mortal. De manera que la muerte actúa en
nosotros y en vosotros la vida» (2 Co. 4:11-12).
Primero, tenemos que aclarar una cosa: el alma, con su fondo de energía y
recursos naturales, seguirá con nosotros hasta la muerte. Hasta entonces
habrá una incesante necesidad diaria de la profunda operación de la Cruz en
nosotros, rechazando esa fuerza natural. Durante toda la vida es ésta la
condición del servicio, condición que se expresa en las palabras: «Niéguese a
sí mismo, y tome su cruz y sígame» (Mr. 8:34). Nunca superamos esto. El que
lo esquiva «no es digno de mí» (Mt. 10:38); «no puede ser mi discípulo» (Lc.
14:27). La muerte y la resurrección permanecen como un principio constante
en nuestra vida para operar la pérdida del alma y el surgimiento del Espíritu.
Sin embargo, aquí también puede haber una crisis que, una vez alcanzada y
superada, transforme toda nuestra vida y servicio para Dios. Es una puerta
angosta por la que entramos en una senda enteramente nueva. Esa crisis
sobrevino en la vida de Jacob en Peniel. Era el ‘hombre natural’ en Jacob que
estaba procurando servir a Dios y alcanzar el propósito divino. Jacob sabía
muy bien que Dios había dicho: «El mayor servirá al menor», pero trataba de
lograr ese fin mediante su propia habilidad y recursos. Dios tuvo que quebrar
esa fuerza natural en Jacob, y lo hizo al tocar el tendón de su muslo. Jacob
siguió andando, pero ya rengueaba. Era otro Jacob, como el cambio de su
nombre lo destaca. Tenía pies y podía caminar, pero su fuerza había quedado
afectada y rengueaba a causa de una herida de la cual nunca más se recobró.
Dios tiene que llevarnos por una honda y oscura experiencia –no puedo decir
cómo, pero él lo hará– hasta que nuestra fuerza natural quede afectada y
fundamentalmente debilitada para que dejemos de confiar en nosotros
mismos. Él ha tenido que tratar a algunos de nosotros con mucho rigor,
llevándonos por sendas difíciles y dolorosas a fin de reducirnos a esta
condición. Llegado a eso ya no tenemos ‘gusto’ en hacer la obra cristiana, a
decir verdad, casi tememos hacer cosas en el Nombre del Señor – pero es
entonces cuando él puede comenzar a usarnos.
Cuando son las emociones las que nos impulsan en el camino del Señor,
vamos a toda carrera; pero cuando las emociones nos dirigen en otra
dirección, somos lerdos para movernos, aun cuando se trate del deber. No
somos dóciles en las manos del Señor. Él, por lo tanto, tiene que debilitar esa
fuerte tendencia a querer esto o aquello, y debilitarnos hasta que estemos
dispuestos a hacer las cosas que él quiere y no simplemente por placer
nuestro. Puede ser que nos guste o no, pero lo haremos igual. No es que se
lo hace porque se obtiene cierta satisfacción en predicar o en hacer la obra
para Dios. No, entonces ya lo haremos sencillamente porque es la voluntad
de Dios, y no nos importará si sentimos o no el gozo de hacerlo. El genuino
gozo que proviene de hacer su voluntad es algo mucho más profundo que las
variables emociones.
Dios nos lleva a la posición en que sólo necesitará expresar un deseo para
que respondamos al instante. Tal es el espíritu del siervo (Sal. 40:7-8), pero
ese espíritu no es de nuestro natural. Sólo viene cuando el alma, el asiento de
nuestra energía, voluntad y afectos naturales, conoce la obra de la cruz. Sin
embargo, ese espíritu de siervo es lo que él busca, y que obtendrá en todos
nosotros. El medio para ello puede ser un penoso y prolongado proceso, o
puede ser un solo golpe; pero Dios tiene su manera particular de obrar y nos
conviene someternos a ella.
Todo verdadero siervo de Dios tiene que sentir alguna vez ese debilitamiento
del cual nunca se puede recuperar; ya jamás puede ser el mismo. Hay que
pasar por esa experiencia por la cual uno aprende a tener temor de sí mismo.
Temerás hacer algo llevado ‘por ti mismo’, porque, como Jacob, tú sabes qué
clase de trato divino tendrás que esperar; sabes qué mal lo pasarás en tu
corazón delante del Señor, si te mueves por el impulso de tu alma. Has
aprendido algo de lo que es sentir sobre ti la mano disciplinadora del Dios
amoroso, que trata con nosotros como con hijos (He. 12:7). El Espíritu mismo
da testimonio a nuestro espíritu de dicha relación y también de la herencia y
gloria que son nuestras «si es que padecemos juntamente con él» (Ro. 8:16-
17); y nuestra respuesta «al Padre de los espíritus» es: ‘Abba, Padre’.
Pero para muchos la dificultad consiste en la noche oscura del alma. Una vez,
el Señor en su misericordia me puso de lado por muchos meses y me
encontré espiritualmente en una oscuridad absoluta. Fue como si me hubiera
abandonado, como si no estuviera realizándose nada, y como si yo hubiera
llegado al fin de todo. Luego poco a poco él me lo dio todo de nuevo. Siempre
se presenta la tentación de ayudar a Dios por tomar las cosas en nuestras
propias manos; pero, recuerda, hay que pasar toda la noche en el santuario,
toda la noche en la oscuridad. No se lo puede apresurar; Dios sabe lo que
hace.
Así es. El Señor sabe lo que hace con los suyos, y toda nuestra necesidad ha
sido anticipada en su cruz, para que la gloria del Hijo sea manifestada en los
hijos. Creo que aquellos discípulos que han pasado por esta experiencia
pueden repetir con verdad las palabras del apóstol Pablo, quien afirmaba que
servía a Dios en su espíritu en el evangelio de su Hijo (Ro. 1:9). Estos siervos
han aprendido, como Pablo, el secreto de un ministerio así. «En espíritu
servimos a Dios y nos gloriamos en Cristo Jesús, no teniendo confianza en la
carne» (Fil. 3:3).
Pocos han tenido una vida más activa que la de Pablo. Afirmaba a los
romanos que había predicado el evangelio desde Jerusalén hasta Ilírico (Ro.
15:19) y que estaba dispuesto a seguir a Roma (Ro. 1:10) y luego, si fuera
posible, a España (Ro. 15:24, 28). Sin embargo, en todo este servicio, que
abarca toda la región del Mediterráneo, su corazón estaba fijo en un solo
propósito: Ensalzar a Aquel que lo había hecho todo posible. «Tengo, pues,
de qué gloriarme en Cristo Jesús en lo que a Dios se refiere, porque no osaría
hablar sino de lo que Cristo ha hecho por medio de mí para la obediencia de
los gentiles, con la palabra y con las obras» (Ro. 15:17-18). Esto es servicio
espiritual.
Que Dios nos haga, a cada uno de nosotros, «un esclavo de Jesucristo», tal
como lo fue Pablo.
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T. Austin-Sparks
Hemos visto que toda el área del templo era cuadrada. Si trazamos las
diagonales desde cada esquina, esas líneas se cruzan en el lugar donde
estaba el gran altar. El lugar central en toda el área era el altar. Vemos que
esto es diferente del tabernáculo en el desierto. La superficie del tabernáculo
no era cuadrada, y el altar de las ofrendas quemadas estaba a la derecha de
la puerta; pero en este templo, el altar está justo en el centro del cuadrado. Es
importante comprender eso. Todas las líneas confluyen al altar, y todas las
líneas salen del altar. El foco central de todo es el altar.
Así, todo el servicio de la casa era gobernado por el altar. Podríamos decir
que no había ningún servicio que no se relacionase con el altar; y entonces
más allá de la casa, y más allá del área inmediata, aun la tierra entera, todo,
era gobernado por el altar. Veremos esto cuando constatemos que el río, que
bajaba a través de la tierra entera, venía por la vía del altar. Pero volvamos
primeramente al interior de la casa.
La cruz en su lugar
Aquí tenemos una verdad muy importante y vital. Cuando la cruz está en su
lugar en su plena dimensión, todo lo demás estará en orden, todo lo demás
cobrará su significado y su valor. Siento que no puedo decir esto lo
suficientemente fuerte. Nosotros estamos a menudo muy preocupados con el
entorno de las cosas, con el orden de la casa del Señor, con el ministerio, con
las personas relacionadas con la casa del Señor. Siempre estamos
empezando por lo externo. Estamos intentando disponer un orden de la casa
de Dios. Estamos tratando de poner al pueblo en la casa correcta. Nos
preocupamos muchísimo por los ministros y los ministerios.
Aunque aquí no se dice, pienso que es correcto concluir que el altar era de
bronce. El altar en el tabernáculo era de bronce, el altar en el templo de
Salomón era de bronce, y pienso que podemos asumir que éste también lo
era. Nosotros ya nos hemos encontrado con el bronce. Nos hemos
encontrado con el bronce en el varón que estaba en la puerta (Ez. 40:3), y
hemos visto que con su caña él midió todo según lo que él era. El bronce es el
tipo de los justos juicios de Dios. Este gran altar representa la plenitud de los
justos juicios de Dios. Este altar de bronce es medido por el varón de bronce,
para que este altar represente los pensamientos de Dios en el juicio.
Por otra parte, sólo el hombre justo puede permanecer de pie en la presencia
de este altar. Naturalmente, esos son los dos aspectos de la persona y la obra
del Señor Jesús. Por una parte, él fue hecho pecado por nosotros, y en esa
forma fue totalmente consumido y hecho cenizas. Cuando él clamó: «Dios
mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?», era el lamento de las
cenizas. Él fue convertido en cenizas y arrojado al suelo.
Pero está también el otro lado de la cruz: «Él no conoció pecado». ¡En él
mismo no había ninguna injusticia, y, por consiguiente, pudo pasar por el altar,
pudo vivir después del fuego! «No permitirás que tu Santo vea corrupción».
Porque en él no hubo pecado, la muerte no le pudo retener. Su naturaleza
santa podía superar todos los justos juicios de Dios. Éste es el significado del
gran altar: un hombre es llevado a su fin, y otro Hombre es levantado en su
lugar. Todo ha sido juzgado en el altar. Todo es juzgado en la cruz.
Nosotros hemos sido juzgados en la cruz del Señor Jesús, y hemos sido
llevados al fin. Todo lo natural ha sido juzgado y llevado a su fin en la cruz del
Señor Jesús. Es muy importante reconocer eso. Vea usted, eso lo hace todo
posible. Por eso he dicho que si la cruz está en su lugar, todo lo demás será
correcto. La casa será correcta; es decir, la iglesia será correcta. El servicio
será correcto. El orden será correcto. Usted no tendrá que esforzarse
intentando provocar un orden correcto. Este brota espontáneamente de la
obra de la cruz.
En la carta a los Gálatas, la cruz se deja caer sobre los que quieren
transformar a la cristiandad en otro sistema legal, y traer a los cristianos a
esclavitud. Cuán enérgico es el apóstol en esa carta, pero veamos cómo él
usa la cruz. La usa tremendamente contra ese esfuerzo por introducir a la
cristiandad en un sistema legal, y por traer de nuevo a los creyentes a
servidumbre.
Y entonces notamos otra cosa: el altar era la gran defensa contra el enemigo.
Si usted lee Esdras 3:3, encuentra esto: «Y colocaron el altar sobre su base,
porque tenían miedo de los pueblos de las tierras...». Porque el miedo de los
pueblos de las tierras estaba en ellos, pusieron el altar en su lugar. La cruz es
un gran baluarte, la cruz nos defiende del mundo. El mundo es el gran
enemigo de la iglesia. El espíritu del mundo siempre ha sido el gran enemigo
de la Iglesia. Satanás siempre ha intentado introducir al mundo en la iglesia y
así arruinarla a ella y a su ministerio, para destruir la influencia de la iglesia en
el mundo. Es un movimiento muy hábil y sutil del enemigo para destruir la
influencia de la iglesia en el mundo trayendo al mundo dentro de la iglesia.
Porque Pablo dijo: «Pero lejos esté de mí gloriarme sino en la cruz de nuestro
Señor Jesucristo, por quien el mundo me es crucificado a mí, y yo al
mundo» (Gál. 6:14).
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A los 19 años de edad dejó la iglesia Anglicana para unirse a los Hermanos,
en Dublín, donde J. G. Bellet ministraba con gran acierto. Por este tiempo, leía
mucho la Palabra y se dedicó con fervor a varios estudios. Cuando tenía 24
años, abrió una escuela privada en Westport, y se entregó con entusiasmo a
su labor docente. Sin embargo, pese a su profesión, siempre consideró a
Cristo como el centro de su vida, y el servicio para Cristo constituía su
principal preocupación.
Por el año 1853, tras 9 años de labor docente, renunció a su tarea docente
por temor a que ella suplantara su servicio para Cristo como interés principal,
al cual entonces, con el sostén del Señor, consagró su vida y se dedicó por
entero al ministerio de la Palabra, tanto escrito como público.
Sus escritos han sido de gran influencia en el mundo entero. Miles de cartas
de agradecimiento llegaban de todo el mundo por tanta ayuda recibida en la
comprensión de las Escrituras a través de su ministerio escrito, y
especialmente en la comprensión de los tipos de los cinco libros de Moisés.
Del mundo evangélico, Dwight L. Moody y C. H. Spurgeon reconocieron muy
especialmente la ayuda recibida por los libros de Mackintosh, los que siempre
recomendaban muy encarecidamente. De sus notas al Pentateuco, Spurgeon
dijo que eran «preciosas y edificantes, grandemente sugestivas, aunque con
las peculiaridades de su grupo».
«¿Qué contestamos a esto?: Simplemente que nuestro Señor sabe más que
todos los teólogos del mundo qué es lo que debe ser predicado. Él sabe todo
acerca de la condición del hombre: su culpa, su miseria, su muerte espiritual,
su falta total de esperanza, su total incapacidad de producir siquiera un solo
pensamiento recto, de pronunciar una sola palabra justa, de hacer siquiera un
acto de justicia. Sin embargo, Él llama a los hombres a arrepentirse. Y esto
nos basta. No debemos ocuparnos en tratar de reconciliar aparentes
discrepancias. Puede parecernos difícil reconciliar la completa incapacidad del
hombre con su responsabilidad delante de Dios; pero Dios es su propio
intérprete, y él hará que estas cosas resulten claras. Nuestro feliz privilegio, y
nuestro deber irrenunciable, es creer lo que él dice, y hacer lo que él dispone.
He aquí la verdadera sabiduría, la que da como resultado una sólida paz…
Nuestro Señor predicó el arrepentimiento, y él mandó a sus apóstoles a
predicarlo; y ellos lo hicieron de manera perseverante».
En la paz de Dios
Su primer tratado, escrito en 1843, había versado sobre «la paz con Dios». Su
último artículo, escrito en 1896, pocos meses antes de su partida a la
presencia del Señor, se tituló: «La paz de Dios». ¡Qué hermoso significado de
madurez espiritual! Hace recordar al apóstol Juan escribiendo primero su
evangelio sobre «el amor de Dios», y al final sus epístolas sobre «el Dios de
amor». El docto escriba de los Hermanos –pero más que eso, de la Iglesia–
estaba preparado para partir.
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Debemos recurrir a las Escrituras por cuanto sin ellas no podemos hacer
absolutamente nada. Acudimos a ellas no solamente para estudiarlas, sino
para alimentarnos. Los instintos de la nueva naturaleza nos conducen
naturalmente a la Palabra de Dios, así como el niño recién nacido desea la
leche que lo hará crecer. El nuevo hombre crece cuando se alimenta de la
Palabra.
De ahí la gran importancia práctica de este asunto relativo a cómo estudiar las
Escrituras. Está íntimamente relacionado con nuestra condición moral y
espiritual, con nuestro andar diario, con nuestros hábitos y con nuestra
conducta. Dios nos ha dado su Palabra para formar nuestro carácter,
gobernar nuestra conducta y dirigir nuestros caminos. Por esta razón, si la
Palabra de Dios no ejerce una influencia formativa y un poder gobernante
sobre nosotros, es el colmo de la insensatez pensar en acumular una gran
cantidad de conocimientos bíblicos en la cabeza. Esto sólo nos infla –nos
envanece– y nos engaña. Es algo muy peligroso manejar verdades sin
sentirlas; ello fomenta fría indiferencia, liviandad de espíritu y endurecimiento
de la conciencia, algo horroroso para santos de formal piedad.
No hay nada que nos empuje más hacia las garras del enemigo que un
cúmulo de conocimiento intelectual de la verdad sin una conciencia sensible,
un corazón sincero y una mente recta. La mera profesión de la verdad sin que
ésta haga mella en la conciencia ni se manifieste en la vida constituye uno de
los mayores peligros de nuestros días. Es muchísimo mejor conocer poco en
forma real y efectiva que acumular gran cantidad de verdades que yacen
impotentes en la región del entendimiento sin ejercer ninguna influencia
formativa en la vida. Prefiero con mucho hallarme honestamente en Romanos
7 que ficticiamente en el capítulo 8. En el primer caso, estoy seguro de
proceder a derechas; mientras que, en el segundo, ¡quién sabe qué será de
mí!
Por último, debemos recordar que la Santa Escritura es la voz de Dios, y que
la Palabra escrita es la transcripción de la Palabra viviente. Solamente por la
enseñanza del Espíritu Santo podemos realmente entender la Escritura, y él
revela sus profundidades vivientes a la fe y de acuerdo con las necesidades.
Nunca olvidemos esto.
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Desde el griego
Rubén Chacón V.
No obstante, «pará tou Theou» indica algo todavía más profundo. «De parte
de Dios» significa también que el Hijo viene de la experiencia «de estar junto
a Dios» o «de estar al lado de Dios». «Lo que yo he visto junto al Padre,
hablo» (Jn. 8: 38). «Pará to patrí» está en caso locativo. Por lo tanto, el
sentido no es que el Hijo habla lo que ha visto producto sólo de venir «de
junto al Padre», como vimos en el texto anterior, sino que, no obstante haber
venido de Dios, él permanece «junto al Padre». El Hijo vivía en la tierra junto
al Padre. La vida divina se había trasladado a la tierra, pero la relación entre
el Padre y el Hijo no había cambiado. Lo mismo, pero con otras palabras,
había sostenido Jesús cuando dijo: «No puede el Hijo hacer nada de sí
mismo, excepto lo que ve haciendo al Padre... Porque el Padre ama al Hijo y
le muestra todo lo que hace» (Jn. 5:19-20). Note el presente de los verbos.
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Los números en la Biblia
El número 6
Christian Chen
Cierto día nuestro Señor fue a una fiesta de matrimonio en Caná. Caná
significa lugar de cañas. Allí el Señor Jesús realizó su primer milagro. Allí
había seis tinajas de agua; y el agua fue transformada en «buen vino» por
nuestro Señor. Esto muestra con gran belleza, cómo el hombre, representado
por aquellas seis tinajas en su estado vacío, débil e, incluso, muerto, es
transformado por el milagro del evangelio para ser henchido con la vida de
Cristo, la vida surgida de la muerte.
Otros ejemplos del número seis en relación a la idea de ‘trabajo’ son los
siguientes: Jacob sirvió a su tío Labán durante seis años por su ganado (Gn.
31). Los esclavos hebreos debían servir durante seis años (Éx. 21). Durante
seis años la tierra debía ser sembrada (Lv. 25:3). Los hijos de Israel deberían
rodear la ciudad de Jericó una vez al día, durante seis días (Js. 6). Había seis
gradas en el trono de Salomón (2 Cr. 9:18). El trabajo del hombre puede
llevarlo hasta el mejor trono debajo del sol. Sin embargo, eran necesarios 15 ó
7+8 pasos para subir al templo, el lugar de la habitación de Dios (Ez. 40:22-
37). La puerta del patio interior del templo de Ezequiel, que miraba en
dirección al oriente, debería estar cerrada durante «los seis días de
trabajo» (Ez. 46:1).
El número de la imperfección
El número seis ha sido bastante considerado por los griegos, e incluso por los
mismos griegos antiguos, como el número perfecto. Ellos aducían que seis es
la suma de sus divisiones: 1, 2, 3 (no incluyéndolo a él mismo): 6 = 1+2+3. El
próximo número perfecto es 28, puesto que 28 = 1+2+4+7+14. Actualmente,
según la Biblia, este es un perfecto número de imperfección. El hombre ocupa
el lugar más elevado entre las vidas creadas. Dios creó varias vidas en orden
ascendente en los seis días. La creación alcanzó el auge en el sexto día,
porque en este día Dios creó al hombre conforme a su imagen y semejanza.
La más elevada de las vidas creadas sería perfecta si hubiese permanecido
sola en el universo sin ser comparada con otras. La luz de una vela sería
perfecta si la luz del sol nunca brillase. Cuando el hombre fue colocado
delante del árbol de la vida, que tipifica la vida de Cristo, él mostró su
verdadero color: la imperfección.
1. Rey babilónico que llevó cautivo al 12. Rey que oyó la defensa de Pablo.
reino de Judá. a) Pilato
a) Mardoqueo b) Félix
b) Nabucodonosor c) Claudio
c) Salmanasar d) Agripa
d) Sehón
13. Emperador de Roma en el
2. Rey que, en la Biblia, comparte la tiempo en que nació Jesús.
sabiduría de su madre. a) Diocleciano
a) Salomón b) Augusto
b) Josafat c) Nerón
c) Lemuel d) Claudio
d) Joacim
14. Rey de Gerar en días de
3. Rey sanguinario que pretendió Abraham e Isaac.
matar al niño Jesús. a) Amrafel
a) Herodes b) Quedorlaomer
b) Manasés c) Arioc
c) Gedalías d) Abimelec
d) Pilato
15. Rey de Basán derrotado por
4. Primer rey de Israel Moisés.
a) Samuel a) Tidal
b) Sansón b) Mizraim
c) Saúl c) Og
d) David d) Arfaxad
Preguntas y respuestas
Según el relato de Lucas, Esteban dice que Abraham compró un sepulcro de los
hijos de Hamor, el padre de Siquem (Hch. 7:16). Pero Gn. 23:17-18 dice que
Abraham lo compró de Efrón, el hitita, y Josué 24:32 dice que Jacob lo compró de
los hijos de Hamor … ¿Es que Esteban estaba engañado?
En los 185 años que siguieron, los descendientes de Siquem pueden haber
tomado nuevamente posesión del lugar y Jacob haya tenido que renovar la
compra hecha por su abuelo. Cuando Abraham compró un sepulcro para
sepultar a Sara, él tomó la precaución de comprar tanto el campo como el
sepulcro, pero en el último caso parece que adquirió sólo el sepulcro sin
comprar todo el campo, el cual el propio Jacob compró más tarde, además de
la renovación y confirmación de la transacción anterior.
¿Cómo alguien puede armonizar «Todas las personas de la casa de Jacob, que
entraron en Egipto, fueron setenta» (Gén. 46:27), «Y enviando José, hizo venir a
su padre Jacob, y a toda su parentela, en número de setenta y cinco
personas» (Hch. 7:14)?
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À Maturidade.
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David Wilkerson
«Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente,
anda alrededor buscando a quien devorar» (1ª Pedro 5:8).
La Biblia nos dice claramente que en los últimos días, la iglesia de Jesucristo
enfrenta la ira de un diablo rabioso. «… ¡Ay de los moradores de la tierra y del
mar! Porque el diablo ha descendido a vosotros con gran ira, sabiendo que
tiene poco tiempo» (Apocalipsis 12:12).
¿Hacia dónde dirige el diablo su ira? Él está apuntando a familias tanto salvas
como inconversas, por todo el mundo. Él esta rugiendo como un león voraz y
echándose sobre los hogares para destruirlos. Está decidido a destruir
matrimonios, distanciar a los hijos, poniendo a familiares uno contra otro. Y su
meta es sencilla: quiere traer ruina y destrucción a cada hogar que pueda.
Jesús hizo referencia a esta obra demoníaca cuando describió a Satanás,
diciendo: «Él ha sido homicida desde el principio…» (Juan 8:44).
Efectivamente, vemos el plan destructivo del diablo contra la primera familia.
Fue el diablo quien entró en Caín y lo convenció para que matase a su
hermano, Abel.
Y este homicida aún esta obrando. Los últimos años revelan esto de manera
horrenda. Hace cuatro años, el diablo tomó control de dos muchachos en
Colorado y los llevó a una rugiente destrucción. Cuando los dos muchachos
entraron en la escuela superior de Columbine en una matanza infernal, el
mundo quedo atónito. Mataron a una muchacha mientras ella estaba
arrodillada orando, una muchacha que ellos conocían y respetaban. ¿Quién
sino Satanás mismo pudo haberlos llevado a hacer esto?
Pienso en la ruina que cayó sobre las familias de las víctimas y de los
homicidas. Ha habido suicidios, desórdenes mentales, divorcios, hermanos
traumatizados. La destrucción de ese incidente aún retumba más allá de lo
creíble. Y los padres y amigos de todos los involucrados llorarán toda una vida.
Hace varios años atrás, el ‘New York Times’ escribió un reportaje inquietante:
«Padres desanimados entregan a sus hijos». El artículo contaba de padres
frustrados apareciendo por docenas en el sexto piso de la corte de Manhattan,
para entregar a sus hijos a la adopción voluntariamente. Simplemente, ellos
no podían controlarlos. Un padre no podía manejar a su hijo adolescente
después que la madre murió. Otro padre entregó a su hija adolescente porque
estaba viviendo salvajemente, totalmente fuera de control. Los oficiales de la
corte que escucharon estos casos estaban desconcertados. Un juez le
preguntó a una madre que había llevado a su hija: «¿No la quieres? ¿No te
gustaría llevártela a casa?». La madre, cansada, movía la cabeza que no. La
jovencita irrumpió en sollozos incontrolables.
Muchas familias de creyentes han sido sacudidas por caos, tristeza y dolor. Y
la devastación demoníaca ha llegado de muchas maneras: a través del
divorcio, hijos rebeldes, adicciones de todas clases. Pero el resultado siempre
es el mismo: una familia que antes fue feliz es separada y devorada.
Observé esto de primera mano por más de cuarenta años, cómo adictos y
alcohólicos venían por ayuda a nuestros centros y fincas para drogadictos y
alcohólicos. Era un gozo ver a estos hombres y mujeres devastados,
maravillosamente salvados y librados de su atadura. Jesús los cambiaba
sobrenaturalmente y los hacía nuevas criaturas.
Una de las señales más seguras de una conversión genuina era cuando un
joven o una mujer comenzaban a mirar atrás y ver lo que el diablo les había
robado. Sollozaban mientras abrazaban una foto de su cónyuge, de su
criatura, o de sus padres. Como adictos, no les había importado perder a su
familia; su única preocupación fue el alcohol o las drogas. Pero ahora lloraban
grandes lágrimas por lo que habían perdido. Señalaban la foto y decían:
«Pastor David, esa es mi esposa. Ella me amaba y yo a ella. Y este es mi hijo.
Pero ahora no sé dónde están. Mire lo que perdí...».
Alguien en esa familia en conflicto sabía quién era Jesús y había oído de su
poder milagroso. Y de alguna manera, llegó la voz al hogar, que Cristo estaba
en Canaán, como a 40 kms de distancia. Desesperado, el padre se encargó
de acercarse al Señor. Las Escrituras nos dicen: «Este, cuando oyó que
Jesús había llegado de Judea a Galilea, vino a él…» (4:47).
Cristo deseaba más para este hombre y su familia. Él quería que ellos
supieran que él era Dios encarnado. Así que le dijo al noble, en esencia:
«¿Crees que es a Dios a quien ruegas por esta necesidad? ¿Crees que soy el
Cristo, el Salvador del mundo?». El noble contestó: «Señor, desciende antes
que mi hijo muera» (4:49). En ese momento, Jesús vio fe en este hombre. Es
como si Jesús dijera: «Él cree que soy Dios encarnado». Porque luego
leemos: «Jesús le dijo: Ve, tu hijo vive...» (4:50).
Pero, déjame preguntarte: ¿Quién esta orando fielmente por tu padre, madre,
hermana, hermano, primo/a, abuelos inconversos? La oración por nuestros
seres queridos debe ser de mayor importancia en nuestras vidas. Después de
todo, la responsabilidad por tal oración descansa sobre aquellos que tienen el
oído del Señor, que están lo suficientemente cerca de él para hacer tales
pedidos. Ahora, si ese no eres tú, ¿entonces quién? ¿Quién orará
fervientemente por la salvación de tu familia, si tú no lo haces?
Cuando Cristo estaba en las costas de Tiro y Sidón, «…una mujer cananea
que había salido…clamaba diciéndole: ¡Señor, Hijo de David, ten misericordia
de mí! Mi hija es gravemente atormentada por un demonio» (Mateo 15:22).
Satanás se había mudado al hogar de esta mujer y tomó posesión de su hija.
La palabra para ‘gravemente’ aquí viene de la raíz que significa depravada.
En resumen, la muchacha era vil, mala, manejada por Satanás.
Ahora bien, ésta no era una mala madre. Aunque ella era gentil, ella creía.
Después de todo, se dirigió a Jesús como «Señor, Hijo de David». En efecto,
ella esta diciendo: «Tú eres el Salvador, el Mesías de Dios». En este
momento, viene la pregunta: ¿Cómo puede Satanás tener acceso a la hija de
un creyente? ¿Cómo puede el tomar posesión de niños que viven en un hogar
santo?
A través de los años, he visto que esto les ha pasado a muchos hijos de
ministros. Gran cantidad de estos jóvenes han entrado a nuestros centros de
drogas ‘Desafío Juvenil’ después de estar fuera de control con las adicciones.
Fueron criados en hogares santos, pero de alguna manera tomaron el mal
camino. Sus vidas comenzaron a ser manejadas por poderes demoníacos, y
llegaron a ser adictos a drogas, alcohol, pornografía y prostitución.
Tales padres tienen derecho a ser agradecidos. Sin embargo, nunca temen
que su hijo esté tibio hacia Jesús. Según el Señor mismo, estar tibio es una
condición tan terrible como estar oprimido por demonios. Cuando Cristo
advirtió: «Te vomitaré de mi boca», él no se estaba dirigiendo a drogadictos.
Él estaba hablando a creyentes tibios en su iglesia (ver Apocalipsis 2-3).
Jesús sabe que un espíritu de tibieza puede adormecer a cualquier creyente
en tentaciones demoníacas infernales.
Tus hijos pueden ser amables, educados, y bien comportados. Ellos pueden
alejarse de la mala compañía, respetar a los mayores y ser rectos
moralmente. Pero si no son sinceros en su amor por Jesús –si están vagando
espiritualmente– están en peligro. Ves, cualquier niño que es criado en un
hogar de creyentes ya es el primer blanco de Satanás. El diablo persigue a
aquellas familias que son más fervientes en su amor por Jesús. Pero ahora la
tibieza del hijo ha facilitado el trabajo del enemigo. Él se deleitará al ver cuán
fácil es atrapar a tu hijo o hija en una atadura de pecado.
Un testimonio personal
Cuando mis hijos eran adolescentes, pensé que simplemente podía amarlos y
así hacerlos entrar al reino de Dios. Me dije: «Estaré disponible para mis hijos.
Seré un amigo para ellos. Sólo necesito estar disponible para ellos, para que
puedan comunicarme sus necesidades».
Supe entonces que todo el amor del mundo no podía resolver este tipo de
ataque satánico. Y simplemente comunicarme con mi hijo no iba a solucionar
el problema. No pude decirme a mí mismo: «Esto es sólo una mala etapa; se
le pasará. Él es un buen muchacho; y él sabe que lo amo».
No, tuve que afrontar lo que estaba sucediendo ante mí: Satanás estaba
tratando de robarle a mi hijo su fe genuina y ferviente. Yo vi a Gary entregarle
su vida a Jesús a los cinco años y yo sabía que su fe era preciosa. Ahora el
enemigo quería esa fe. Y estaba tratando de usar duda e incredulidad para
destruirla. Efectivamente, Satanás estaba apuntando al mismo nervio central
de nuestra familia: nuestra confianza en Jesús.
Yo sabía que sólo tenía una opción. Fui a mi cuarto de oración; y cerré la
puerta detrás de mí, me puse sobre mi rostro, y me acomodé para la batalla.
Determiné: «Satanás, no vas a tener a mi hijo». Desde ese día en adelante,
clamaba al Señor a nombre de Gary. Yo rogaba: «Señor, guarda a mi
muchacho del maligno».
Cada uno de mis otros tres hijos tuvo sus propias pruebas de fe. Pero como
sucedió con Gary, el Señor ha sido fiel para darles la victoria a Debbie, Bonnie
y Greg también. Como su hermano, ellos también llegaron a ser piadosos
amantes de Jesús y siervos en el ministerio. Aun así, mi intercesión por mi
familia nunca se ha detenido. Ahora mi esposa, Gwen y yo nos unimos en
oración a nuestros hijos adultos por nuestros diez nietos.
El hecho es que Jesús sabía que la historia de esta mujer le sería contada a
cada generación futura. Y él quiso revelar una verdad a todo aquel que la
leyera. Así que él probó la tenacidad de la fe de esta mujer. Cuando
finalmente le habló, él dijo: «No soy enviado sino a las ovejas perdidas de la
casa de Israel» (15:24). Cristo estaba diciendo, en resumen: «Yo vine para
salvación de los judíos. ¿Por qué debiera malgastar mi evangelio en un
gentil?».
Considera cómo respondió esta mujer. Ella no respondió con una queja, o un
dedo acusador, diciendo: «¿Por qué me lo niegas, Jesús?» No, la Escritura
dice lo contrario: «Entonces ella vino y se postró ante él, diciendo: ¡Señor,
socórreme!» (15:25).
Lo que sigue es difícil de leer. Una vez más, Jesús rechaza a la mujer. Sólo
que esta vez su respuesta es aun más severa. Él le dijo: «No está bien tomar
el pan de los hijos, y echarlo a los perrillos» (15:26).
Es importante para nosotros entender que los creyentes judíos de ese tiempo
consideraban a los gentiles menos que los perros a los ojos de Dios. Por
supuesto, Jesús no aceptaba esto; él no lanzaría una difamación racial a
ninguna criatura del Padre Creador. Pero él sabía que esa mujer estaba
enterada de la actitud de los judíos hacia los gentiles. Y, una vez más, él la
estaba probando.
Ahora la madre le contesta: «Sí, Señor; pero aun los perrillos comen de la
migajas que caen de las mesas de sus amos» (15:27). ¡Qué increíble
respuesta! Esta mujer decidida no iba a ceder en su persecución de Jesús; y
el Señor la elogia por eso. Jesús le dijo a la mujer: «Oh mujer, grande es tu fe;
hágase contigo como quieras. Y su hija fue sanada desde aquella
hora» (15:28).
Pero, hay una cosa que puedo asegurarte: estas cosas no sucederán si
simplemente los entregamos a su suerte. Puede que tratemos de
convencernos: «Sólo tengo que tomar el asunto en fe, ahora». Pero eso es
una falsa coartada. Todo lo que hace es librarnos de derramar nuestro sudor
espiritual y lucha en intercesión por las almas de nuestros seres queridos.
Te insto, haz ésta tu oración: «Señor, si uno de los míos se pierde, no será
porque no ore. No será porque tome por sentado la obra del Espíritu en sus
vidas. Y no será porque no llore sobre ellos. Pase lo que pase, voy a luchar en
intercesión por ellos, hasta que uno de nosotros regrese a casa a estar
contigo».
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Maravillas de la creación
Christian Chen
Es interesante saber que si la capa terrestre fuese tres metros más gruesa,
nunca más habría oxígeno; y si el océano se profundizara algunos metros
más, tanto el oxígeno como el gas carbónico serían totalmente absorbidos;
siendo así, no sería posible la existencia de plantas o seres animales en la
tierra.
Además de eso, nuestra atmósfera funciona como una buena defensa para
protegernos de los rayos cósmicos. Es transparente para la luz solar, pero
puede ser una defensa efectiva contra los rayos X, los rayos ultravioleta y
otros rayos provenientes del espacio, que presentan elevados niveles
energéticos. Por otro lado, la atmósfera tiene una espesura exacta que puede
permitir el paso de los rayos actínicos, necesarios para la vegetación, para
matar las bacterias y para producir vitaminas. Tales rayos son inofensivos
para el hombre, a no ser que se exponga mucho tiempo a la acción de ellos.
Por ejemplo: si la rotación de la tierra fuese de la velocidad de 160.000 metros/
h en vez de 1.600.000 metros/h, como sucede realmente, nuestros días y
noches se prolongarían diez veces más, y el calor del sol quemaría todos los
vegetales y los renuevos no subsistirían en una larga noche fría. Imagine
cómo las personas que sufren insomnio soportarían una larga noche de 120
horas.
La distancia entre la tierra y el sol es exacta, pues el calor que recibimos del
sol no es ni excesivo ni escaso. Si hubiese una variación de 100 grados, en
promedio, por año, en la temperatura de la tierra, todos los seres vivientes
morirían calcinados o congelados. Por esa razón, entre los billones de soles
que hay en el universo, nuestro sol es exactamente apropiado para nosotros.
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Una de las historias inspiracionales más ampliamente
difundidas.
El olor de la lluvia
Aun así, las suaves palabras del médico cayeron como bombas. «No creo que
lo logre», dijo, tan amablemente como pudo. «Solamente hay un 10% de
posibilidades de que sobreviva la noche y aun entonces, si por alguna escasa
posibilidad lo logra, el futuro para ella podría ser muy cruel». Pasmados e
incrédulos, David y Diana oyeron al doctor describir las secuelas
devastadoras a las que tal vez Danae se enfrentaría si lograba sobrevivir.
Nunca podría caminar, nunca podría hablar, probablemente sería ciega y
estaría ciertamente propensa a otras condiciones catastróficas como parálisis
cerebral, retardo mental, etc.
«No! No!», era todo lo que Diana podía decir. Ella y David, junto con su hijo de
5 años, Dustin, habían soñado por mucho tiempo con el día en que vendría
una hija para que fueran una familia de cuatro. Ahora, en cuestión de horas,
ese sueño se desvanecía.
Pero a medida que esos primeros días pasaban, una nueva agonía llegó para
David y Diana. En vista de que el subdesarrollado sistema nervioso de Danae
se encontraba esencialmente inmaduro, el más ligero beso o caricia
únicamente intensificarían su incomodidad, de modo que ni siquiera podían
arrullar a su pequeña bebita contra su pecho para brindarle el calor de su
amor. Todo lo que podían hacer, mientras Danae luchaba sola bajo la luz
ultravioleta en su confusión de tubos y cables, era orar para que Dios
amparase a su preciosa niñita. Nunca hubo un momento en que Danae
súbitamente se fortaleciera.
Hoy, cinco años más tarde, Danae es una pequeña pero bulliciosa niña, con
chispeantes ojos grises y un inextinguible entusiasmo por la vida. No muestra
signo alguno de discapacidad mental o física. Simplemente, es todo lo que
una niña puede ser, y más. Pero este final feliz está todavía lejos de ser el
final de esta historia.
Como siempre, Danae parloteaba sin cesar con su madre y algunos adultos
sentados cerca, cuando súbitamente guardó silencio. Rodeando su pecho con
sus brazos, la pequeña preguntó: «Mamá, ¿hueles eso?». Oliendo el aire y
detectando la cercanía de una tormenta, Diana contestó: «Sí, huele como a
lluvia». Danae cerró sus ojos y de nuevo preguntó: «¿Hueles eso?». Una vez
más, su madre respondió: «Sí, creo que pronto estaremos mojadas, huele a
lluvia».
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«Sinceramente,
21 Octubre 2000.
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Maravillas de Dios
Muchos de los ricos aristócratas de la clase alta en la Inglaterra del siglo XIX
eran conocidos por su vida disipada. En esa época, algunos cristianos con
carga de intercesión decidieron alcanzar a esa clase considerada superior.
Es poco probable que tales personas aceptasen una invitación para participar
de una reunión evangelística con gente de clase inferior. Siendo así, los
intercesores encontraron una solución: enviar folletos evangelísticos por
correo.
Antes de ponerse el sol, en aquel mismo día, Edward comenzó una relación
personal con el Señor y confió en él como su Salvador.
Su impulso inmediato fue compartir la novedad. Entonces, tomó otro sobre y
envió el folleto a su viejo amigo, George. Él oró pidiendo a Dios que bendijese
el folleto nuevamente.
***
Pero hay otro aspecto en que también Jesús es Hijo de David e hijo de
Abraham. David y Abraham representan dos pactos, porque Dios hizo pactos
con ellos. Dios prometió a David que él levantaría descendencia después de
él, a uno de sus hijos, y que afirmaría su reino para siempre: «El me edificará
casa, y yo confirmaré su trono eternamente ... y su trono será firme para
siempre» (1 Cr.17:12, 14). Sin embargo, esta profecía no se cumplió en
Salomón (porque murió), sino en Cristo, porque es Rey para siempre.
Por otro lado, cuando Dios prometió a Abraham que «en tu simiente serán
benditas todas las naciones de la tierra» (Gn. 22:18), no se refería a Isaac,
sino a Cristo. («Y a tu simiente, la cual es Cristo» dirá Pablo en Gálatas 3:16).
En el Cordero de Dios son bendecidas todas las naciones.
En la sabiduría de Dios, Cristo debía ser presentado así, asociado con estos
dos hombres, y además, en este preciso orden, que como sabemos, no es el
orden cronológico.
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«Por toda la tierra ha salido la voz de ellos y hasta los fines de la tierra sus
palabras» (Ro. 10:18).
Les escribimos por dos razones: Primero, para hacerles saber que Dios no es
injusto para olvidar vuestra obra y el trabajo de amor que habéis mostrado por
su causa sirviendo a los santos, y sirviéndoles aún (Heb.6:10). Como
mencionamos en el versículo introductorio, ¡la voz de su ministerio ha salido a
toda la tierra y a los extremos del mundo!
En Él,
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Citas escogidas
El único medio de ser útiles a Dios es dejar que él nos lleve a penetrar en los
pliegues más íntimos de nuestro carácter.
Oswald Chambers
Nadie puede reconocer la verdad del Mesías a menos que el Espíritu de Dios
se lo revele.
Barry Rubin, judío cristiano
El bautismo con el Espíritu Santo es una operación del Espíritu Santo distinta
de la obra de regeneración y subsecuente y adicional a ella.
R. A. Torrey
Para ser fuertes en la fe, son necesarias dos cosas: una estima muy baja de
nosotros mismos, y una estima muy alta de Cristo.
Robert C. Chapman
Todo aquello que nunca podría ser; todo aquello que los hombres jamás
vieron en mí, eso fue mi valor para Dios.
Robert Browning
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Para meditar
¿Has tenido algo que ver con el abaratamiento del evangelio cristiano que
convierte a Dios en nuestro sirviente? ¿Has permitido que la pobreza penetre
en tu alma porque has estado esperando que Dios viniera con una canasta
repartiendo regalos?
Siento que debemos repudiar esta gran ola moderna de buscar a Dios por sus
beneficios. Cualquiera puede escribir un libro que sea un éxito de librería hoy
en día, sólo basta con que le ponga un título como «Diecisiete formas de
obtener cosas de Dios».
Yo diría que hay millones de personas que no parecen entender o saber que
Dios quiere brindarse a sí mismo. Él quiere entregarse junto con sus dádivas.
Cualquier regalo que nos diera estaría incompleto si estuviera separado del
conocimiento de Dios mismo.
Si yo orara pidiendo todos los dones espirituales que se enumeran en las
epístolas de Pablo, y si el Espíritu de Dios considerara apropiado dármelos,
sería extremadamente peligroso para mí si en esta dádiva Dios no se
entregara a sí mismo.
A. W. Tozer
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Parábolas
La lluvia y el canal
La oración y las promesas son interdependientes. Las promesas inspiran y
dan energía a la oración, pero la oración localiza la promesa y la realiza. La
promesa es como la lluvia, que cae copiosa, pero la oración, como un canal,
la transmite, la preserva y dirige, localiza y precipita estas promesas, hasta
que se hacen locales y personales, bendicen, refrescan y fertilizan. La oración
echa mano de la promesa y la conduce a fines maravillosos, quita los
obstáculos y abre el camino para el glorioso cumplimiento de la promesa.
E. M. Bounds, Las posibilidades de la oración
Un náufrago ingrato
Supongamos que un hombre cayera al mar y que algunas personas que se
encontraran en la orilla hicieran un gran esfuerzo por rescatarlo, finalmente
lograran sacarlo del agua, le administraran respiración artificial, le dieran ropa
seca e hicieran un fuego para calentarlo y darle de comer, a fin de que
pudiera tener fuerzas para seguir viviendo. Después de esto, alguien le
pregunta: «¿Se encuentra usted salvo?». Entonces él contesta: «Aunque ya
no estoy en el mar, sin embargo, siento como si todavía estuviera allí, y si
digo que estoy a salvo en la orilla, estaría actuando con arrogancia; por lo
tanto, lo único que puedo hacer es tener la esperanza de poder salir a la playa
y no ahogarme». ¿Cree usted que este hombre estaría realmente actuando
con humildad? Permítame decirle que eso no es humildad. De la misma
manera, si alguien ha creído en Jesucristo como su Salvador y no se atreve a
decir que ya es salvo, esa no es una actitud de humildad sino de ingratitud
hacia la maravillosa gracia del Señor Jesucristo.
Watchman Nee, Lleno de gracia y de verdad, Tomo 2
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Perfiles
El santo y su bebé
Enrique Suso (1300-1365) fue uno de los ejemplos más hermosos del
misticismo alemán. Fue realmente un verdadero santo. Dios hablaba con él
como una madre habla con su hijito. Una vez, él dijo a un amigo: «Me parece
que el Señor me olvidó, pues por mucho tiempo no me ha enviado ninguna
prueba difícil». Entonces el Señor usó una circunstancia para llevarlo a una
participación mayor del poder del Calvario.
Una mujer de mal carácter vino a su puerta y dejó un bebé en sus brazos
diciendo: «Aquí está el fruto de tu pecado». Pero Suso era inocente; nunca
había visto aquella mujer antes. Una gran tempestad de oprobio y chismes se
levantó contra él. «¡Este es el hombre santo llamado Suso!» –decían. La
vergüenza de él fue tan grande que huyó a una montaña. Allí lloraba y
lamentaba su gran dolor delante de Dios de una forma muy inusual. «¿Qué
haré?», decía. La respuesta divina fue: «Haz como yo hice: sufre por los
pecados de los otros y no digas nada». Así que Suso regresó a su casa, tomó
el niño y lo crió con resignación y silencio.
Años más tarde la mujer regresó, y declaró la inocencia de Suso delante de
toda la ciudad. Al no poder quedarse con su hijo, sólo había tenido valor para
dejarlo con una persona: Enrique Suso. Por causa de su carácter y testimonio
cristiano, él era el único a quien ella podía confiar su hijito.
Delcio Meireles, en Génesis 24: Rebeca e os camelos
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Testimonios
Yo debo orar antes de que haya visto a alguien. A menudo, cuando duermo
mucho, o me reúno con otros temprano, es a las once o doce que yo principio
mi oración secreta. Este es un perverso sistema. No es conforme a las
Sagradas Escrituras. Cristo se levantó antes que amaneciera y se fue a un
lugar solitario. David dice: «De mañana me presentaré a ti ... de mañana oirás
mi voz». La oración de familia pierde mucho de su poder y dulzura, y yo no
puedo hacer bien a los que vienen a buscarlo de mí. La conciencia se siente
culpable, el alma sin alimento, la lámpara no está arreglada. Entonces,
cuando estoy en la oración secreta, el alma, a menudo, está fuera de tono.
Siento que es mucho mejor principiar con Dios – ver su faz primero, dejar a mi
alma acercársele antes de acercarme a otro.
Robert Murray McCheyne
Tan pronto como aprendí de las Sagradas Escrituras cuán terrible y peligroso
asunto era predicar públicamente en la iglesia de Dios ... no hay nada que yo
desee tanto como el silencio ... No sigo ahora en el ministerio de la Palabra,
sino por una obediencia sujeta a una voluntad que está por encima de la mía,
a saber, la voluntad divina; porque por lo que a mi voluntad respecta, siempre
se retiró del ministerio, ni está completamente reconciliada a él en esta hora.
Martín Lutero, citado por Juan A. Broadus, en Historia de la Predicación
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Poema
Inevitablemente, la cruz
Se levanta inevitable
el madero de la cruz,
donde Cristo estuvo
muerto,
cuando el sol perdió
su luz.
Asumirla es nuestra
gloria;
ignorarla es perdición;
despojarse de sí
mismo
eso es vida; y eso es
cruz...
Atraída fuertemente
a la vida de Jesús,
va la Iglesia,
trashumante,
por la vía de la cruz.
¡Cuando el alma se
resista
y cedió a la tentación,
sea la cruz la que
persista
hasta el día del Señor!
Claudio Ramírez L.
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"Tesoros" · Suplemento Infantil
Para niños que aman a Jesús
Casi sin darnos cuenta, ha terminado el año. He estado muy feliz de poder
acompañarlos, y creo que juntos debemos darle gracias a Dios por su cariño y
su cuidado, que no nos ha faltado en ningún momento. Así es que los invito a
que nos arrodillemos al lado de nuestra camita, y hagamos esta oración:
«Padre querido, te bendecimos porque has sido muy bueno con todos
nosotros, con nuestros papás, con nuestros hermanos, y con todos los que
creen en ti. Te agradecemos porque desde los cielos nos has guardado y no
has permitido que nada nos pase. Queremos decirte que te amamos, y
también amamos a tu Hijo el Señor Jesucristo que dio su vida por nosotros.
Amén».
Amiguitos, durante parte de este año hemos estado conociendo la vida de
Abram, y aún nos queda muuucho más. Esta vez, les contaré una historia
muy linda, que titularé:
Entonces, Dios dijo a Abram: «Yo estoy contigo. Mira los cielos y cuenta las
estrellas, si es que las puedes contar. Así será de numerosa tu
descendencia».
Abram le creyó a Dios, y por esto fue declarado justo. Yo creo, amiguitos, que
cuando creemos lo que Dios dice, su corazón se pone muy contento.
Pasó mucho tiempo. Abram tenía 99 años, y aún seguía esperando. Dios le
habló de nuevo, y le dijo que su promesa se cumpliría. También le dijo que
desde ahora su nombre ya no sería Abram, sino Abraham, que significa
‘Padre de naciones’, y su esposa ya no se llamaría Sarai, sino Sara, que
quiere decir ‘Princesa’.
Al oír esto, Sara se rió, porque ella tenía 90 años y creía que ya no podía ser
mamá. Pero Dios, que todo lo puede, porque para él no hay nada difícil, supo
que ella se había reído, y le dijo que su hijo se llamaría Isaac, que quiere decir
‘Risa’.
Amiguito, ¡qué linda historia! ¿Te imaginas cómo estaría Sara de contenta
cuando tuvo en sus brazos a su bebé Isaac? Es cierto que esperó mucho
tiempo, pero la promesa de Dios se cumplió.
Yo he oído a los hermanos de la iglesia que una vez oraron por una hermana
que no podía tener hijitos, pero el Señor, que es tan generoso y bueno, no le
dio uno, ¡sino tres! ¡Viva Dios! ¡Qué bueno es él!
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"Despertar"
Para adolescentes que despiertan a la realidad de Cristo
En la actualidad podemos observar que los jóvenes se dejan llevar, sin mayor
conocimiento y discernimiento espiritual, por distintas ideologías y modas de
variadas tendencias, como un escape a la realidad, (conflictos personales o
familiares), y en otros casos con la intención de querer ser diferentes o
aceptados por un grupo de jóvenes determinado (búsqueda de una identidad).
No, porque aunque el Señor nos ha dado libertad para tomar nuestras propias
decisiones, esto no significa que debamos actuar irresponsablemente. No
debemos dejarnos influenciar por normas, costumbres y tradiciones que
atenten contra la voluntad de nuestro Dios.
Por último queremos decir que nuestra conducta siempre debe ser el
REFLEJO DE CRISTO:
Javiera y Julián
Cuando hemos llegado al final de este ciclo, después de dos años y medio de
escribirles acerca de nuestro Señor Jesucristo y lo que ha sido en nuestras
vidas, no nos queda otra cosa que agradecerle al Señor por su infinita
misericordia, fidelidad y paciencia, pero sobre todo por la gracia de tenerlo en
nuestros corazones, y de habernos permitido servirle en este Suplemento.
Creemos sinceramente que hemos cumplido una importante etapa de
perfeccionamiento en esta escuela que ha sido la revista Aguas Vivas.
Hemos sido y seguiremos siendo siervos inútiles ya que hacemos solamente
lo que nos manda el Señor. Por lo tanto, toda la gloria y reconocimiento al
único digno, a Jesús nuestro Señor.
Gracias por sus colaboraciones y oraciones. Sabemos que el Señor
recompensará con abundancia a cada uno de ustedes.
Nosotros, al despedirnos, no podemos negar la nostalgia que nos invade,
pero es necesario crecer en el caminar, y buscar lo que el Señor nos tiene
preparado para estos tiempos.
«Acuérdate de Jesucristo»
Jesús es precioso. Él y sólo Él puede saciar y llenar por completo nuestra vida.
Andrés Fernández
Cuando oímos su voz que nos susurra: «Yo soy el Príncipe de Paz» (Isaías
9:6), por primera vez entendimos el significado de ese título, dándonos cuenta
que la verdadera paz, solamente viene de lo alto. El miedo no retorna. La paz
llega al corazón que le busca con sinceridad.
Rodrigo Calderón
Rolly Hermosilla
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1 B 8C 15 C
2 C 9B 16 A
3 A 10 A 17 B
4 C 11 B 18 A
5 D 12 D 19 B
6 A 13 B 20 C
7 D 14 D 21 D
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