Teorías Psicosociológicas
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Teorías Psicosociológicas
Introducción
Por todo ello, del conjunto de teorías psicosociales no todas se adaptarían de la misma
forma a la perspectiva psicosocial. Bien por centrase sólo en variables intraindividuales
o por considerar aisladamente variables macrosociales, quedarían un tanto alejadas de la
trama psicosocial. Aún así, es de interés conocer las distintas aportaciones de las
principales teorías denominadas psicosociales, para desvelar en ci devenir histórico de
nuestra disciplina la evolución y desarrollo que ha supuesto la incidencia de las mismas.
La finalidad de este capítulo es destacar algunas de las señas de identidad teóricas más
sobresalientes.
Además, al desarrollar Freud una teoría basada en las pulsiones y al recoger datos para
construir su teoría de naturaleza psicopatológica, era difícil que influyera ampliamente
en la psicología social. Aún así, dentro de nuestra disciplina hay investigaciones y
teorías sobre los prejuicios sociales, las funciones de las actitudes, la delincuencia, la
dinámica de grupo, la socialización, etc., en las que se ha notado ampliamente la
influencia del psicoanálisis en su vertiente social. Pero el impacto del psicoanálisis ala
psicología social no puede reducirse a las aportaciones de la teoría más ortodoxa de
Freud. El psicoanálisis social tendrá lugar en el momento en el que se atenuó el
biologicismo freudiano y la valoración negativa de la sociedad
(Munné, 1989). Y para explicar la conducta social tuvo, además, que recurrir al auxilio
de la antropología cultural, del marxismo e incluso de la propia psicología social.
Como exponente de freudomarxismo se puede resaltar, aunque sólo sea de forma breve,
la postura del primer Erich Fromm. Según Fromm (1970), en una obra publicada en
1932, la psicología social sería el eslabón que haría falta para explicar los procesos que
implican la adaptación activa de la libido a la situación socioeconómica. Critica a Freud
que no admitiera que los instintos humanos estén mediatizados socioculturalmente,
defendiendo a su vez el condicionamiento histórico de la naturaleza humana. Para
Fromm (1970), la tarea de la psicología social sería comprender el proceso por el que se
produce la creación del hombre en la historia. Si se aplica el método de la psicología
individual analítica a los fenómenos sociales, se encontraría que los fenómenos de la
psicología social deberían ser entendidos como procesos que implican la adaptación
activa y pasiva del aparato instintivo a la situación socioeconómica. Aunque el aparato
instintivo es biológico, Fromm estimaba que es altamente modificable, y sería a través
de la familia el medio esencial por el que la situación económica ejercería su influencia
sobre la psicología del individuo.
Las primeras colaboraciones entre la antropología y el psicoanálisis se remontan a
principios del siglo XX. Aunque la obra de Freud no tuvo importantes repercusiones en
la antropología de modo general, hubo antropólogos que veían en el psicoanálisis una
teoría general de los procesos psicológicos. Destacan las figuras de Malinowski, M.
Mead, Benedict, Kardiner, Linton, etc. A título de ejemplo, se puede resaltar las
aportaciones de Kardiner (1968), que llegó a la conclusión de la existencia de un núcleo
fundamental en la personalidad de los individuos de una misma cultura, que denominó
personalidad básica. Esta estaría compuesta por cuatro elementos fundamentales:
técnicas de pensamiento comunes, sistemas de defensa contra la sociedad, formación
del superyó y actitudes respecto a los seres naturales.
Interaccionismo simbólico
La cuestión más central y esencial que Mead (1934) se planteó fue determinar de qué
manera el ser humano —que es un ser eminentemente social— pasa de ser un
organismo biológico a un organismo con capacidad de simbolización y autoconsciente.
Y el concepto utilizado para dar respuesta a su pregunta fue el concepto de interacción,
ya que la génesis de la conciencia se ubicaría dentro de la interacción en la que el
lenguaje ocuparía un lugar destacado como elemento explicativo. La interacción no
sería entendida como mera reacción a estímulos sociales, de forma mecánica —tal como
la concebiría el conductismo—, sino como un acto que implicaría la interpretación de
los estímulos sociales (gestos, acciones, etc.) en base al significado que se les han
atribuido. La relación que se establece entre la interacción y el significado sería, en
palabras de Blumer (1972) —quien denominó a esta corriente con el nombre específico
de interaccionismo simbólico— las siguientes:
— Las personas actúan respecto a las cosas (ante todo aquello que pueden percibir
en su mundo) en función de los significados que tienen para ellos. Es decir, no
responderían directamente al estímulo, sino a su significado.
— El significado de estas cosas se deriva de la interacción social que cada sujeto
mantiene con sus semejantes. El significado no emanaría de la estructura
intrínseca de cada cosa, sino de la propia interacción entre los individuos. Lo
que una cosa signifique para un individuo resultaría de las distintas formas en
que otras personas actúan en relación a esa cosa, por lo que el significado sería
un producto social. Sería un proceso de construcción que va mucho más allá de
la simple transmisión de información o de la mera enseñanza.
— Los significados son manejados y modificados mediante un proceso
interpretativo que utilizan las personas cuando se enfrentan a las cosas que le
surgen en su camino. La construcción del significado se produce gracias a un
proceso de negociación interpersonal por el que se vislumbra el significado de la
situación.
La interacción social exigiría, como mínimo, dos personas en la que cada actor ha de
tener en cuenta al otro. La reacción implicada no sería propiamente directa a las
acciones o gestos del otro (interacción no simbólica «según Mead, 1934» o
conversación de gestos «según Blumer, 1972»), sino mediante una interpretación de
estas acciones o gestos sobre la base del significado que les son atribuidos (interacción
simbólica o empleo de símbolos significativos según Mead y Blumer respectivamente).
En la interacción, la acción de cada actor adquiere su sentido en la acción del otro,
detrás del cual se halla un grupo (un otro generalizado según la terminología de Mead).
El acto social comienza con un gesto, que revela algún aspecto interno del individuo, al
cual se le proporciona un significado. Pero el gesto puede ser no sólo corporal sino
también vocal, con lo que nos adentramos en el campo simbólico del lenguaje. Para
Mead, el lenguaje sería la llave de la psicología social (Ibáñez, 1990). Gracias al
lenguaje, el actor podría adoptar la actitud que le ha comunicado el otro y podría
ponerse en su lugar (role taking). Al adoptar la posición de los otros puede conocer lo
que opinan sobre él mismo. El self surgiría de la experiencia del individuo al
interaccionar con los otros. Como ser reflexivo, puede tomar como suyas las actitudes
que los demás tienen sobre sí mismo y percibirse reflejado en ellos. Los distintos sí
mismos de distintos individuos no tendrían que ser semejantes en su estructura y nido,
ya que los individuos experimentarían el proceso social desde una óptica interactiva
diferente.
A diferencia de posturas sociológicas que conciben el rol con carácter determinante para
la conducta (Dahrendorf, 1973), los interaccionistas simbólicos, con Mead a la cabeza,
destacan la interrelación entre los componentes de toda intención, y la modificabilidad
de los roles, existiendo cierta variabilidad a la hora de cutar un rol, en base a las
expectativas que el rol implica y el grado de realización efectiva del mismo.
Dentro de la más pura tradición del interaccionismo simbólico se pueden distinguir dos
corrientes: una situada en la Escuela de Chicago (Blumer, 1972) y la otra en la Escuela
de Iowa (Kuhn, 1970). Ambas escuelas parten de Mead y comparten la tesis de que lo
importante de la conducta es el significado de la misma, y que únicamente si se analiza
el mundo interior del actor pueden aprehenderse los significados. Las diferencias entre
ambas escuelas serían las siguientes:
Considerado dentro del interaccionismo simbólico, pero con autonomía propia para ser
tratado por separado, se podría considerar el enfoque dramatúrgico (Goffman, 1971).
Goffman asume que el individuo, en la vida social, trataría de controlar las impresiones
que causa en los demás, exhibiendo un comportamiento adecuado exigido por la
situación. Concibe al individuo como un mero actor que trata de ofrecer la apariencia de
un self adecuado y correcto. Su perspectiva se denomina dramatúrgica porque utiliza
claves teatrales. Goffman sostiene que existiría un conflicto intrínseco entre las personas
y las formas sociales de comunicación e interacción.
Conductismo social
A pesar del ambientalismo del paradigma E-R, hay que afirmar que el conductismo
nunca ha sido el paradigma dominante en psicología social (Jiménez Burillo, 1980). Su
influencia ha sido más bien de carácter metodológico, al aceptarse el método
experimental como el método más adecuado para el avance científico de la psicología
social y al desarrollar e imponer el individualismo metodológico. Las aportaciones de
conductismo social a la psicología social se han debido más a teorías neoconductistas y
no al conductismo de Watson.
En primer lugar, Miller y Dollard, entre otros, trataron de reducir algunos conceptos
psicoanalíticos a los principios del aprendizaje hulliano. Su empeño más destacado fue
demostrar la hipótesis que consideraba indisociable la frustración y la agresión (Dollard,
Doob, Miller, Mowrer y Sears, 1939). Consideraban que la frustración desencadenaría
siempre la agresión, de forma directa o desplazada, y la presencia de alguna conducta
agresiva supondría la existencia previa de una frustración que la habría desencadenado.
Sostenían que la agresión era siempre provocada por la frustración (esto es, por la
interrupción de una secuencia de conductas orientadas hacia una meta), estando la
intensidad de la agresión en función de la intensidad de la frustración, que dependería, a
su vez, de la fuerza del impulso que lleva la respuesta frustrada, así como de la
intensidad y los alcances de la interferencia.
La segunda gran teoría del aprendizaje social se debe a la labor tan inmensa realizada
por Bandura (1982; 1986), que se constituye en la teoría más importante de aprendizaje
social, y a la que el propio Bandura denomina actualmente con el nombre de teoría
cognitiva social. Los aspectos nucleares de sus teorías han sido los siguientes (Garrido,
1983):
Otra gran teoría del Intercambio Social con un desarrollo muy diferente es la teoría de
Thibaut y Kelley (1959). Parten del análisis de las interacciones diádicas para aplicar los
principios teóricos elaborados a relaciones sociales más complejas. Aunque los autores
no son teóricos enmarcados dentro del paradigma E-R, presentaron una teoría basada en
los principios de este paradigma.
Existen otras teorías muy importantes dentro de este marco teórico (Jiménez Burillo,
1986; Morales, 1981). Todas ellas, en su conjunto, se caracterizarían por mantener una
visión individualista, que recurren a constructos metafóricos de difícil cuantificación,
fácilmente articulables para servir como explicación de la conducta humana a un nivel
más bien interindividual, que asume la concepción del hombre como un homo
economicus, hedonista y racional, en el que difícilmente tiene lugar niveles más
complejos de la interacción social. Serían fruto de toda una tradición individualista
dentro de la psicología social que no tiene ninguna dificultad en aproximarse a posturas
más sociocognitivas igualmente individualistas.
Teoría de la Gestalt y teoría de campo
Por tanto, hay que enfatizar que el interés por los procesos cognitivos que inunda a toda
la psicología a finales del siglo xx, tiene su origen en la influencia de los primeros
psicólogos gestaltistas, concretamente Max Wertheimer, Kóhler y Koffka. Centrándose
primordialmente en la percepción, como proceso cognitivo, desarrollaron una serie de
postulados para este campo que sería posteriormente aplicado a la psicología social:
Del mismo modo que cuando se percibe un objeto no se percibe cada uno de sus
elementos sino su totalidad, ante la realidad social, que se presenta ante el individuo
como realidad percibida, éste no respondería a sus elementos considerados de forma
independiente, sino a una totalidad organizada que él interpreta y construye. La Gestalt,
como teoría psicológica desarrollada a principios de siglo por psicólogos alemanes
imbuidos por la fenomenología, posee un fuerte componente fenomenológico, por el
que se ha valorado la experiencia subjetiva ante una realidad del mundo que es
percibida. Este talante de sus primeras aportaciones primaría en el desarrollo posterior
de esta teoría aplicada a la psicología social.
Con la irrupción del nazismo en Alemania, muchos psicólogos gestaltistas, entre ellos
Lewin, se exiliaron a EE.UU. Muchos de ellos optaron por dedicarse a la psicología
social y consiguieron que, después de la Segunda Guerra Mundial, la Gestalt fuese
dominante en la psicología social. Ibáñez (1990) destaca entre los factores que
propiciaron esta situación los siguientes:
Y, por último, el postulado que hace referencia a la buena forma, o sea a la tendencia de
mantener un estado de armonía y estabilidad, ha quedado reflejado en un conjunto muy
amplio de teorías que destacan el fundamento del equilibrio de las estructuras
cognitivas (Heider, 1958) y en las teorías de la consistencia cognitiva, con Festinger
(1957) a la cabeza.
Hemos dejado para el final la aportación de K. Lewin (1936) como teórico gestaltista
que planteó la teoría de campo. Tras mencionar a psicólogos sociales tan importantes
como Asch y Heider, es de obligación detenernos más pormenorizadamente en la figura
de Lewin como representante de una orientación que posee las coordenadas que son
concordantes con la visión particular de la psicología social (Blanco, 1988). Su énfasis
en el carácter interrelacionado de la persona y del ambiente ha sido una de sus máximas
aportaciones a la psicología social. Su influencia ha sido crucial a través de su obra y de
su impacto en muchos otros psicólogos sociales discípulos suyos (Festinger, Newcomb,
French, Cartwright...).
La teoría de campo de Lewin comparte las bases de los rasgos esenciales de la Gestalt
(énfasis en los aspectos fenomenológicos, en los procesos cognitivos internos, en el
experimentalismo y en el anti-historicismo). Como teoría psicológica específica, la
teoría de campo goza actualmente de poca vitalidad, pero su orientación ha marcado a
amplios sectores de la psicología social.
Lewin considera a los fenómenos como partes de una totalidad de hechos existentes e
interdependientes. Asume que las propiedades de todo hecho están determinadas por sus
relaciones con el sistema de hechos de las que forman parte. Por ello, la conducta de ios
sujetos no se derivaría de sus características o rasgos internos, sino de la relación que
establecen con su medio ambiente. El constructo fundamental es el de espacio vital o
campo psicológico. Todos los hechos psicológicos formarían parte del espacio vital, que
abarcaría a la persona y al medio, por lo que designa los múltiples hechos coexistentes
que determinan la conducta del individuo en un momento dado —de ahí su postura anti-
historicista. La conducta (C) sería una función del Espacio Vital (EV). Por su parte, el
EV sería producto de la interacción entre la persona (P) y su ambiente (A).
Matemáticamente:
C= f(EV)= f(PA).
Lewin entiende por conducta cualquier cambio en el espacio vital del sujeto promovida
por leyes psicológicas, y el ambiente sería fruto de la interacción entre el ambiente
objetivo y el ambiente subjetivo tal y como lo percibe el sujeto.
Según Blanco (1988), la aportación más significativa de Lewin fue que consideró a la
psicología social como una ciencia de las relaciones y de interrelaciones recíprocas.
Además, convirtió a la psicología social en una ciencia con vocación teórica y aplicada.
Realizó investigaciones sobre la conducta grupal, la ecología psicológica, el nivel de
aspiración, el conflicto, las relaciones raciales, el desarrollo infantil, las minorías, el
cambio de actitudes, la integración racial, etc. El concepto de grupo se convertía con
Lewin en el campo esencial para representar su concepto teórico de espacio vital. Lewin
consideraba al grupo como un todo dinámico, fundamentado en la interdependencia de
sus miembros.
El sociocognitivismo
Son muchos los autores que destacan que la psicología social siempre ha sido cognitiva
(Zajonc, 1980; Markus y Zajonc, 1985). Cuando a mediados del siglo XX, en los años
50, en psicología clínica predominaba el psicoanálisis y en la psicología básica el
conductismo, el panorama de la psicología social era bastante diferente. Sin que la
psicología social fuese una disciplina exenta de múltiples teorías y posturas
contrapuestas, mayoritariamente optó por enmarcar su praxis investigadora utilizando la
metodología experimental y desarrollaba teorías cognitivas influidas por la teoría de la
Gestalt.
Las teorías cognitivas han dedicado sus esfuerzos en explicar los procesos que utilizan
los individuos para organizar su mundo subjetivo y en determinar cómo el conocimiento
influye en el comportamiento. El término cognitivo posee diferentes acepciones, que
según se consideren, la psicología social cognitiva adquiere significados y matices
diferentes. En un sentido amplio, hace referencia a un área de investigación que se
centra en el estudio de los procesos cognitivos y en los aspectos del conocimiento
producidos en la interacción social, siendo utilizados para elaborar y dirigir su
comportamiento. En este sentido, la psicología social siempre ha sido cognitiva.
Una segunda acepción del término cognitivo surge a partir de los años 60, cuando se
comienza a implantar en psicología básica un paradigma alternativo al conductismo,
denominado procesamiento de la información (Zaccagnini y Morales, 1985). Basándose
en la metáfora del ordenador, subraya no sólo la importancia de los procesos cognitivos
para explicar el comportamiento humano, sino también defiende que tales procesos han
de ser presentados mediante un lenguaje conceptual computacional. Si la psicología
social cognitiva se identifica con la psicología social desarrollada desde el paradigma
del procesamiento de la información, no toda la psicología social sería cognitiva. Esta
modalidad de psicología social recibe denominaciones tales como sociocognitivismo
formal (Munné, 1989) y nueva psicología social cognitiva (Zaccagnini y Morales,
1985). Para diferenciarse de esta última acepción, hay psicólogos sociales que prefieren
utilizar el término de conocimiento social (Bar-Tal y Kruglansky, 1988) para
diferenciarse de la acepción del término cognitivo más restrictivo.
El reconocimiento del sociocognitivismo vino por el auge de las teorías cognitivas del
procesamiento de la información en psicología básica. Tal hecho vino acompañado, a su
vez, por el reconocimiento de figuras claves en psicología cognitiva, como Piaget,
Vygotski, Bartlett, etc. Siendo así, el sociocognitivismo es mucho más amplio que el
sociocognitivismo formal próximo al paradigma del procesamiento de la información.
El sociocognitivismo formal surge básicamente a mediados de los 70, cuando se intentó
aproximar la psicología social a la psicología del procesamiento de la información. Con
cierto aire paternalista, la psicología del procesamiento de la información aportaría a la
psicología social sus marcos y constructos teóricos, mientras que ésta aportaría a aquélla
los problemas de investigación definidos en contextos sociales.
Las críticas al sociocognitivismo formal son variadas. Munné (1989) resalta que sólo se
ocupa de los aspectos formales de la cognición, siendo aún más un proyecto que un
conjunto de teorías consolidadas. Seoane (1982) subraya que si bien se puede aceptar
que la mente sea un sistema de procesamiento de la información, crítica que sea sólo
eso, ya que adquiría significado dentro de una interacción social. Por su parte, Zajonc
(1980) no admite que la cognición social pueda ser reducida a la cognición en que tales
general, ya que se caracterizaría por:
— Involucrar factores «calientes» como las emociones y las motivaciones que
interfieren en los mecanismos del procesamiento de la información.
— Las categorías o esquemas utilizados descansan sobre unas bases sociales y
culturales que inciden sobre mecanismos cognitivos.
— Las cogniciones sociales tienen consecuencias para los demás y funcionan en un
contexto de tipo comunicacional.
Conclusión
Del conjunto de teorías psicosociales, hay unas que se adecúan con más precisión que
otras a la perspectiva psicosocial. Se ha iniciado la superación del uso de niveles de
análisis excluyentes para adoptar la interacción y la articulación de los mismos la
explicación de la conducta social. En este capítulo sólo se han tratado algunas d teorías
más relevantes. Aún así, se puede observar, incluso desde una perspectiva teórica, las
aportaciones de teorías psicológicas en la confección de teorías psicosociales. La
adecuación de las distintas formas de hacer psicología social, bien desde la psicología
social psicológica (más fiel a la experimentación y a la utilización de variables intra e
interindividuales), bien desde la psicología social sociológica (no experimentalista y
más atenta a los factores sociales), han dado lugar al desarrollo multiteórico de la
disciplina que puede intentar adaptarse a una articulación que consideraría la naturaleza
tan rica que precisa el estudio de la conducta social basada en la interacción.
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