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Teorías Psicosociológicas

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Teorías psicosociológicas

Jesús M. Canto Ortiz

Introducción

Cuando se ha querido definir el objeto específico de la psicología social se ha ubicado


tradicionalmente en un plano intersticial entre la psicología y la sociología. La
psicología social tendría así un objeto de estudio diferenciado del que poseen otras
ciencias sociales. Esta perspectiva de la psicología social conllevaría aceptar que se
defina por una unidad de objeto, tratado por diferentes marcos teóricos, procedentes
bien del ámbito de la psicología, bien del ámbito de la sociología, dando lugar a una
psicología social donde primaría más la influencia psicológica o sociológica.

En psicología social —como en otras ciencias sociales— no ha surgido un único


paradigma dominante, alrededor del cual pivotaran las múltiples teorías psicosociales.
Más bien, como suele ser habitual, se ha dado históricamente una gama variada de
teorías derivadas de paradigmas muy diferentes, tanto en su adecuación a la óptica
psicosocial como a la rigurosidad de sus planteamientos.

Ante la posibilidad de definir la psicología social por la naturaleza única de su objeto de


estudio y análisis, existe otra opción que niega la unidad de objeto y adopta una visión
—e incluso una actitud— que resalta como característico de la psicología social la
adopción de una perspectiva relacional que trata el comportamiento humano a partir de
la interacción y confluencia de diversos niveles, que abarcarían desde unos planos intra
e interindividuales a otros micro y macrosociales. Los conceptos psicosociales serían
proclives a tratar interdependientemente los distintos procesos implicados en la
interacción social (Blanco, 1988).

Por todo ello, del conjunto de teorías psicosociales no todas se adaptarían de la misma
forma a la perspectiva psicosocial. Bien por centrase sólo en variables intraindividuales
o por considerar aisladamente variables macrosociales, quedarían un tanto alejadas de la
trama psicosocial. Aún así, es de interés conocer las distintas aportaciones de las
principales teorías denominadas psicosociales, para desvelar en ci devenir histórico de
nuestra disciplina la evolución y desarrollo que ha supuesto la incidencia de las mismas.
La finalidad de este capítulo es destacar algunas de las señas de identidad teóricas más
sobresalientes.

Aportaciones del psicoanálisis social

El psicoanálisis, antes que nada, es una técnica psicoterapéutica destinada a conseguir


una cura analítica que tiene como finalidad la eliminación de los síntomas a través de la
liberación del deseo. Una técnica de la cual se ha desarrollado una teoría
psico(pato)lógica e, incluso, se ha convertido en un método de investigación de los
procesos inconscientes descubiertos por Freud. El inconsciente freudiano tiene sus
propias marcas, que lo diferencian de cualquier otro tipo de inconsciente que haya sido
tratado por otras ciencias sociales. El inconsciente descubierto por Freud tiene que ver
con la sexualidad. Más concretamente con el hecho de que la pulsión sexual human a
diferencia de los instintos animales, carece de objeto prefijado. Es decir, dicho con otras
palabras, tiene que ver con la labilidad del objeto sexual, que se instaura, un juego de
identificaciones en el desarrollo psicosexual del niño y del adulto. El carácter de
indeterminación del objeto sexual es lo que hace que el inconsciente e compuesto, en su
contenido, con materiales que tienen que ver con el proceso d identificación sexual.

Si bien el psicoanálisis ha tenido una repercusión enorme en la sociedad, su fluencia ha


sido menor en la psicología social. De hecho, no se puede considerar como una teoría
propiamente psicosocial. Pero ello no implica que no haya ciertas repercusiones en la
psicología social, máxime cuando el psicoanálisis ha confluido con otras ciencias
sociales (como es el caso de la antropología). Si bien Freud confeccionó una técnica y
una teoría de la personalidad y de la neurosis, poco a fue tratando ciertos temas
relacionados con la antropología y la historia, preocupándose por las relaciones entre
cultura e individuo. El exponente más claro es su obra Psicología de las masas y
análisis del yo (1921), con la que pretendió explicar el comportamiento de las masas y,
principalmente, de sus líderes a partir de los postulados de la psicología individual
analítica. Freud (1921) consideraba que el comportamiento de los individuos en las
masas era similar al del neurótico, y las razones por las que se producía algún tipo de
cohesión grupal se debería a la desexualización de la libido reprimida y a la
identificación con un líder convertido en ideal del yo. Su explicación del
comportamiento social no traspasaba un nivel de explicación imbuido por una
metodología individualista propiciada por el origen mismo de la teoría psicoanalítica
proveniente del tratamiento de pacientes neuróticos. Por todo ello, cuando (1921)
afirmó que la psicología individual era sobre todo psicología social, lo que estaba
afirmando era que la conducta social podría ser explicada por los mismos principios
psicoanalíticos que servían para explicar el comportamiento individual. Las
aportaciones freudianas a la teoría psicosocial se circunscriben principalmente a dos
conceptos relevantes para las ciencias sociales:

— En primer lugar, dentro de la estructura de la personalidad, la concreción del


concepto de superyó, con contenidos conscientes e inconscientes, heredero
Complejo de Edipo, que tiene un carácter coercitivo, actuando tanto como ca
ciencia moral y como ideal del yo.

— En segundo lugar, la consideración de la sociedad como un producto de la


naturaleza humana y como represora del individuo, que actuaría a través del
superyó en la represión de la libido (Eros) y de la agresividad (Zanatos), gracias
a lo cual puede tener lugar el desarrollo y avance de la sociedad. El hombre, por
tanto, estaría en constante conflicto entre su naturaleza biológica (principio del
placer) y la sociedad (principio de la realidad). Por todo ello, la postura de
Freud sobre la función de la sociedad se ha considerado un tanto pesimista, ya
que la consideraría fruto de la represión o, mejor aún, de la sublimación.

Además, al desarrollar Freud una teoría basada en las pulsiones y al recoger datos para
construir su teoría de naturaleza psicopatológica, era difícil que influyera ampliamente
en la psicología social. Aún así, dentro de nuestra disciplina hay investigaciones y
teorías sobre los prejuicios sociales, las funciones de las actitudes, la delincuencia, la
dinámica de grupo, la socialización, etc., en las que se ha notado ampliamente la
influencia del psicoanálisis en su vertiente social. Pero el impacto del psicoanálisis ala
psicología social no puede reducirse a las aportaciones de la teoría más ortodoxa de
Freud. El psicoanálisis social tendrá lugar en el momento en el que se atenuó el
biologicismo freudiano y la valoración negativa de la sociedad

(Munné, 1989). Y para explicar la conducta social tuvo, además, que recurrir al auxilio
de la antropología cultural, del marxismo e incluso de la propia psicología social.

El psicoanálisis freudiano consideraba al hombre en conflicto permanente entre sus


pulsiones y la satisfacción de las mismas. Así, pues, reducía el conflicto a un nivel
intrapsíquico. El biologicismo que propiciaba una evolución de la libido marcada por
complejas relaciones, no se contradecía con la posibilidad de que un factor ambiental la
terapia psicoanalítica tuviera la capacidad de incidir en la eliminación del conflicto a
través del conocimiento del inconsciente. Este conflicto, desde una vertiente más social,
no sólo se viviría a un nivel interno de la personalidad, sino que se externalizaría, siendo
un conflicto entre el yo del sujeto y su mundo sociocultural. De forma, la sociedad no se
consideraría sólo como producto de las pulsiones, sino también al hombre como un
producto sociocultural.

Dentro de las corrientes de lo que se ha denominado psicoanálisis social, se pueden


distinguir aquella que se ha apoyado más en el marxismo (freudomarxismo) y aquella
que ha hecho en la antropología (Munné, 1982). Los antecedentes del psicoanálisis
social hay que situarlos en Adler cuando criticaba a Freud su excesivo biologicismo y
su excesiva centración en la libido. Para Adler el origen de la neurosis habría que
buscarlo teniendo en cuenta un concepto tan psicosocial como sería el del sentimiento
de inferioridad.

El carácter asocial de la teoría de Freud, junto a la ausencia de variables psicológicas en


la teoría marxista propiciaron que fuera relativamente fácil el surgimiento de una
tendencia que quisiera integrar el psicoanálisis con el marxismo. Desde una óptica
marxista, el psicoanálisis también podría ser considerado como genético, materialista y
dialéctico. En el freudomarxismo se puede distinguir el Grupo de Berlín, capitaneado
por W. Reich, y la Escuela de Frankfurt, dirigida por Max Horheimer e integrada por
autores de la talla de Fromm, Marcuse, Habermas, etc.

Como exponente de freudomarxismo se puede resaltar, aunque sólo sea de forma breve,
la postura del primer Erich Fromm. Según Fromm (1970), en una obra publicada en
1932, la psicología social sería el eslabón que haría falta para explicar los procesos que
implican la adaptación activa de la libido a la situación socioeconómica. Critica a Freud
que no admitiera que los instintos humanos estén mediatizados socioculturalmente,
defendiendo a su vez el condicionamiento histórico de la naturaleza humana. Para
Fromm (1970), la tarea de la psicología social sería comprender el proceso por el que se
produce la creación del hombre en la historia. Si se aplica el método de la psicología
individual analítica a los fenómenos sociales, se encontraría que los fenómenos de la
psicología social deberían ser entendidos como procesos que implican la adaptación
activa y pasiva del aparato instintivo a la situación socioeconómica. Aunque el aparato
instintivo es biológico, Fromm estimaba que es altamente modificable, y sería a través
de la familia el medio esencial por el que la situación económica ejercería su influencia
sobre la psicología del individuo.
Las primeras colaboraciones entre la antropología y el psicoanálisis se remontan a
principios del siglo XX. Aunque la obra de Freud no tuvo importantes repercusiones en
la antropología de modo general, hubo antropólogos que veían en el psicoanálisis una
teoría general de los procesos psicológicos. Destacan las figuras de Malinowski, M.
Mead, Benedict, Kardiner, Linton, etc. A título de ejemplo, se puede resaltar las
aportaciones de Kardiner (1968), que llegó a la conclusión de la existencia de un núcleo
fundamental en la personalidad de los individuos de una misma cultura, que denominó
personalidad básica. Esta estaría compuesta por cuatro elementos fundamentales:
técnicas de pensamiento comunes, sistemas de defensa contra la sociedad, formación
del superyó y actitudes respecto a los seres naturales.

Interaccionismo simbólico

El interaccionismo simbólico puede ser considerado como una teoría genuinamente


psicosocial, al nivel de la teoría lewiniana y de la tradición dialéctica en psicología
social (Blanco, 1988). Desarrollado principalmente en Estados Unidos, influido por
filósofos pragmáticos (como William James y John Dewey) y elaborado fundamental- J
mente por G. H. Mead (1934) —considerado su máximo exponente—, apela a una
perspectiva psicosocial en la que sobresale el carácter interactivo y reflexivo del
comportamiento psicosocial humano, así como su dependencia de la capacidad
simbólica que define y distingue al hombre del resto de los seres vivos. Su
antipositivismo, su enmarcación fenomenológica y sus orígenes más próximos a la
sociología han situado al interaccionismo simbólico en la denominada psicología social
sociológica.

La cuestión más central y esencial que Mead (1934) se planteó fue determinar de qué
manera el ser humano —que es un ser eminentemente social— pasa de ser un
organismo biológico a un organismo con capacidad de simbolización y autoconsciente.
Y el concepto utilizado para dar respuesta a su pregunta fue el concepto de interacción,
ya que la génesis de la conciencia se ubicaría dentro de la interacción en la que el
lenguaje ocuparía un lugar destacado como elemento explicativo. La interacción no
sería entendida como mera reacción a estímulos sociales, de forma mecánica —tal como
la concebiría el conductismo—, sino como un acto que implicaría la interpretación de
los estímulos sociales (gestos, acciones, etc.) en base al significado que se les han
atribuido. La relación que se establece entre la interacción y el significado sería, en
palabras de Blumer (1972) —quien denominó a esta corriente con el nombre específico
de interaccionismo simbólico— las siguientes:

— Las personas actúan respecto a las cosas (ante todo aquello que pueden percibir
en su mundo) en función de los significados que tienen para ellos. Es decir, no
responderían directamente al estímulo, sino a su significado.
— El significado de estas cosas se deriva de la interacción social que cada sujeto
mantiene con sus semejantes. El significado no emanaría de la estructura
intrínseca de cada cosa, sino de la propia interacción entre los individuos. Lo
que una cosa signifique para un individuo resultaría de las distintas formas en
que otras personas actúan en relación a esa cosa, por lo que el significado sería
un producto social. Sería un proceso de construcción que va mucho más allá de
la simple transmisión de información o de la mera enseñanza.
— Los significados son manejados y modificados mediante un proceso
interpretativo que utilizan las personas cuando se enfrentan a las cosas que le
surgen en su camino. La construcción del significado se produce gracias a un
proceso de negociación interpersonal por el que se vislumbra el significado de la
situación.

Como los significados se intercambian a través de ios símbolos, los procesos de


comunicación e interpretación constituyen el marco de referencia en el que se desarrolla
el interaccionismo simbólico en todas sus modalidades. Por ello, los temas investigados
han versado principalmente sobre el self, la identidad social, la autoestima, el desarrollo
del lenguaje, los roles, la socialización, las conductas desviadas, etc.

La interacción social exigiría, como mínimo, dos personas en la que cada actor ha de
tener en cuenta al otro. La reacción implicada no sería propiamente directa a las
acciones o gestos del otro (interacción no simbólica «según Mead, 1934» o
conversación de gestos «según Blumer, 1972»), sino mediante una interpretación de
estas acciones o gestos sobre la base del significado que les son atribuidos (interacción
simbólica o empleo de símbolos significativos según Mead y Blumer respectivamente).
En la interacción, la acción de cada actor adquiere su sentido en la acción del otro,
detrás del cual se halla un grupo (un otro generalizado según la terminología de Mead).

El acto social comienza con un gesto, que revela algún aspecto interno del individuo, al
cual se le proporciona un significado. Pero el gesto puede ser no sólo corporal sino
también vocal, con lo que nos adentramos en el campo simbólico del lenguaje. Para
Mead, el lenguaje sería la llave de la psicología social (Ibáñez, 1990). Gracias al
lenguaje, el actor podría adoptar la actitud que le ha comunicado el otro y podría
ponerse en su lugar (role taking). Al adoptar la posición de los otros puede conocer lo
que opinan sobre él mismo. El self surgiría de la experiencia del individuo al
interaccionar con los otros. Como ser reflexivo, puede tomar como suyas las actitudes
que los demás tienen sobre sí mismo y percibirse reflejado en ellos. Los distintos sí
mismos de distintos individuos no tendrían que ser semejantes en su estructura y nido,
ya que los individuos experimentarían el proceso social desde una óptica interactiva
diferente.

Los supuestos fundamentales del interaccionismo simbólico se podrían resumirse


siguiendo en ello a Munné (1989), como sigue: «Lo más característico y singular del
comportamiento humano es que interactúa mediante comunicaciones simbólicas. Esto
requiere definir la situación en que se actúa, así como actuar asumiendo y teniendo en
cuenta los comportamientos que son esperados por los demás en aquella situación. Los
significados de las acciones pueden ser mantenidos, modificados o dados por los
actores, los cuales son así creadores activos de la vida social. Todo ello estructura en la
persona un self o mediador entre ésta y la organización social 280). Tras la cita anterior
(en la que se resalta el hecho de que la interacción es actividad simbólica, por la cual los
comportamientos se interpretan según los significados que han adquirido en
interacciones previas, así como el carácter simbólico de la situación en la que se da y la
que resulta de la interacción social), hay que matiz hecho de que la interacción sea una
actividad esperada y asumida, lo cual nos introduce en el concepto de rol, del que Mead
y el interaccionismo simbólico han sido los que han aportado un mayor esfuerzo para su
comprensión. La importancia este concepto se percibe al constatar que se constituye en
un lugar de encuentro propicio entre la psicología y la sociología. El interaccionismo
simbólico podría considerado como una de las teorías del rol, pero hay que considerar
que es una teoría que abarca más conceptos. De suyo, el concepto de rol ha originado
varias corrientes teóricas, además del interaccionismo simbólico, como son la
etnometodología y la etogenia.

Para Mead el concepto de rol es esencial, ya que en palabras de Ibáñez (199O),


capacidad de adoptar la posición de ‘otro’ y de actuar hacía sí mismo desde esa posición
(role taking) constituye, según Mead, uno de los mecanismos básicos de la socialización
y de la interiorización de las normas sociales, a la vez que proporciona instrumento para
construir la propia identidad...» (p. 127). El rol aparecería como expectativa de los otros
ante la conducta de un sujeto debido a su posición en la estructura social.

A diferencia de posturas sociológicas que conciben el rol con carácter determinante para
la conducta (Dahrendorf, 1973), los interaccionistas simbólicos, con Mead a la cabeza,
destacan la interrelación entre los componentes de toda intención, y la modificabilidad
de los roles, existiendo cierta variabilidad a la hora de cutar un rol, en base a las
expectativas que el rol implica y el grado de realización efectiva del mismo.

Hasta aquí se ha expuesto las características comunes del interaccionismo simbólico.


Pero el marco del interaccionismo simbólico está poco definido, siendo su co tenido
poco claro y, por lo menos, discutible. En este mismo sentido se expresa ménez Burillo
(1986) cuando cita la tipología de Kuhn (1970) sobre las principales teorías en el
interaccionismo simbólico: Escuela de Chicago (Blumer), Escuela de Iowa (Kuhn),
Etnometodología (Garfinkel), Teoría del Rol (Sarbin, Gross, etc.,) y Modelo
«Dramatúrgico» (Goffman).

Dentro de la más pura tradición del interaccionismo simbólico se pueden distinguir dos
corrientes: una situada en la Escuela de Chicago (Blumer, 1972) y la otra en la Escuela
de Iowa (Kuhn, 1970). Ambas escuelas parten de Mead y comparten la tesis de que lo
importante de la conducta es el significado de la misma, y que únicamente si se analiza
el mundo interior del actor pueden aprehenderse los significados. Las diferencias entre
ambas escuelas serían las siguientes:

— En relación a cuestiones metodológicas, Blumer (1972) sostiene que la


metodología adecuada para el enfoque interaccionista sería la cualitativa,
defendiendo la utilización de técnicas del tipo de la observación participante. Por
su parte, Kuhn (1970) admite la utilización de métodos más cuantitativos.
— Para la Escuela de Chicago, el comportamiento social debería ser objeto de
comprensión y entendimiento, ya que no sería predecible, mientras que para la
Escuela de Iowa la conducta estaría socialmente determinada y, por tanto, sería
predecible.
— La postura mantenida por la Escuela de Chicago se debe, en parte, a que Blumer
considera que no existiría una estructura independiente del proceso mismo de
interacción. Sin embargo, Kuhn defiende la existencia de una identidad,
estructural y estable, independiente de la situación concreta.

Considerado dentro del interaccionismo simbólico, pero con autonomía propia para ser
tratado por separado, se podría considerar el enfoque dramatúrgico (Goffman, 1971).
Goffman asume que el individuo, en la vida social, trataría de controlar las impresiones
que causa en los demás, exhibiendo un comportamiento adecuado exigido por la
situación. Concibe al individuo como un mero actor que trata de ofrecer la apariencia de
un self adecuado y correcto. Su perspectiva se denomina dramatúrgica porque utiliza
claves teatrales. Goffman sostiene que existiría un conflicto intrínseco entre las personas
y las formas sociales de comunicación e interacción.

Conductismo social

Tras el psicoanálisis, el conductismo puede ser considerado como el paradigma que ha


alcanzado las mayores cotas de popularidad. El conductismo influyó en la consolidación
de la psicología como ciencia positiva. Constituyó el paradigma dominante en la
psicología objetiva hasta que, en la década de los 60, surgió con fuerza el paradigma
cognitivo. La irrupción en el campo de la psicología del conductismo supuso la creación
de una psicología objetiva, de inspiración positivista, evolucionista y hedonista, que
pretendía hacer de la psicología una ciencia natural, próxima a la fisiología,
adecuándose a métodos de investigación cuantitativos. Para el conductismo de Watson
(1913) el objeto de estudio de la psicología era la conducta observable (como respuesta)
producida ante estímulos; así el paradigma Estímulo-Respuesta (E-R) encajaba
plenamente en el método experimental, en el que se manipulaba variables
independientes (estímulos) para comprobar el efecto que tienen en variables
dependientes (respuestas comportamentales del sujeto).

A pesar del ambientalismo del paradigma E-R, hay que afirmar que el conductismo
nunca ha sido el paradigma dominante en psicología social (Jiménez Burillo, 1980). Su
influencia ha sido más bien de carácter metodológico, al aceptarse el método
experimental como el método más adecuado para el avance científico de la psicología
social y al desarrollar e imponer el individualismo metodológico. Las aportaciones de
conductismo social a la psicología social se han debido más a teorías neoconductistas y
no al conductismo de Watson.

El primer psicólogo social conductista fue F. Allport (1924). A él se debe la utilización


de la metodología experimental en nuestra disciplina. Su conductismo no se
fundamentaba en Watson, sino en Holt, por lo que no rechazaba conceptos
mediacionales y reclamaba que la conciencia podía ser objeto de estudio de la
psicología social. Así, desde el inicio del conductismo social, los psicólogos sociales
conductistas no aplicaron los postulados de forma ortodoxa del conductismo, ya que se
vieron obligados, desde un principio, a incorporar variables mentalistas (Ovejero,
1985). Tal como afirma Jiménez Burillo (1980) a este respecto, «si se hacían estudios
psicosociales desde el conductismo o era patente la escasa significación y relevancia
psicosocial de sus resultados, o tenían que abandonar los presupuestos de la escuela
conductista» (p.209). El propio F. Allport (1924) ya constituyó un claro exponente de la
imposibilidad del conductismo radical en la psicología social. No se puede olvidar que
la obra de F. Allport y su afiliación conductista se debió al rechazo del instintivismo de
McDougall (1930) y a la sociología de principios de siglo, que se fundamentaba en un
holismo sociológico y que generaba teorías en la psicología de los pueblos y en la
psicología de las multitudes. Para ello, F. Allport se abrazó al conductismo que
incorporaba los principios del individualismo metodológico y los incorporó a la
psicología social. Al defender el conductismo el individualismo metodológico, asumía
que los individuos son los únicos motores de la historia y, por lo tanto, la única unidad
de análisis de las ciencias sociales (Blanco, 1988). Esta concepción metodológica no
sólo primó en la psicología, sino también en buena parte de la psicología social (como
por ejemplo en McDougall, «1930», en el sociocognitivismo, etc.). En el caso concreto
del conductismo, la asunción de individualismo metodológico significaba asumir
principios tales como:

— El hombre es ante todo su conducta, que se considera como resultado de la


reacción a estímulos externos.
— Por ello, se puede predecir el comportamiento humano y elaborar, por lo tanto,
leyes y principios generales que expliquen el comportamiento humano, que
estaban libres de limitaciones culturales (Blanco, 1988).

F. Allport (1924) llevó el individualismo metodológico a sus últimas consecuencias. La


psicología social sería considerada como parte de la psicología, con la especificidad de
dedicarse a las conductas producidas antes estímulos sociales (esto es, el
comportamiento de otras personas). Así, la unidad de análisis sería el individuo. Y
considerar al grupo como un entidad psicosocial con un carácter diferente a la suma de
las características de los individuos que lo componen sería tan sólo una falacia. Tal
planteamiento chocaba frontalmente no sólo con los psicólogos de las multitudes (Le
Bon, Tarde, etc.), que consideraban la existencia de una mente colectiva, sino con
psicólogos sociales gestaltistas, como Lewin (1936) y Asch (1952), que concebían al
grupo como una entidad diferente de la suma de sus componentes individuales.

Esta influencia de F. Allport (1924) ha sido crucial para el posterior desarrollo de la


psicología social. Su carácter individualista ha propiciado una amplísima variedad de
campos de investigación, como también los ha limitado. A partir de los años 70, muchos
psicólogos sociales criticaron el individualismo metodológico y proclamaban la
psicosocialización de la psicología social (Doise, 1982).

Junto a la influencia ya señalada, las investigaciones en psicología social realizadas por


conductistas recurrieron a variables mediadoras, ya que muchos conceptos psicosociales
(como por ejemplo las actitudes, las atribuciones, etc.,) eran conceptos ej ero, idios
cognitivos. Por todo ello no es de extrañar que haya sido Hull el teórico del aprendizaje
que más ha influido en el conductismo social. Su influencia en alumnos que después de
él se dedicaron en la Universidad de Yale al estudio de la conducta social ha sido muy
importante. Siguiendo a Munné (1989), se puede afirmar que en el conductismo social
se distinguen dos grandes líneas temáticas:

1. Aprendizaje social (Tradición de Hull):


a) Integración de conceptos psicoanalíticos: Miller y Dollard; Sears; Mowrer. llport
b) Aprendizaje por incentivos: Hovland.
c) Conductismo sociocognitivo: Rotter, Bandura, Mischell.
d) Condicionamiento clásico e instrumental: Staats.
2. Intercambio social (Tradición de Skinner):
a) Condicionamiento operante: Skinner, Homans.
b) Conductismo sociocognitivo: Thibaut y Kelley; Adams; Blau, junto con
Homans: Teoría del Intercambio Social.

Los conductistas recalcarían que el proceso de socialización sería básicamente un


proceso de aprendizaje, bien por condicionamiento clásico, bien por condicionamiento
operante o instrumental. Por todo, las conductas sociales estarían determinadas por los
tipos de condicionamiento existentes. Pero la conducta social presentaría una dimensión
cultural que muy difícilmente se podría aprehender desde el paradigma E-R, por lo que
se exige la necesidad de obtener observaciones indirectas, que 1 encajan mejor en el
paradigma E-O-R. Las teorías del aprendizaje social y las teorías del intercambio social
pueden dar buena cuenta de ello.

La teoría del aprendizaje social

La teoría del aprendizaje social trataba de explicar el comportamiento humano y


aspectos de la personalidad utilizando principios y postulados obtenidos de los
experimentos sobre aprendizaje. Los primeros que iniciaron esta teoría fueron
psicólogos de la Universidad de Yale, principalmente Miller y Dollard (1941), que se
basaron en la teoría del aprendizaje de Hull. Con el objetivo de crear una base
psicológica para una ciencia general de la conducta humana, se apoyaron en la teoría
freudiana, la psicología experimental y la ciencia social.

En primer lugar, Miller y Dollard, entre otros, trataron de reducir algunos conceptos
psicoanalíticos a los principios del aprendizaje hulliano. Su empeño más destacado fue
demostrar la hipótesis que consideraba indisociable la frustración y la agresión (Dollard,
Doob, Miller, Mowrer y Sears, 1939). Consideraban que la frustración desencadenaría
siempre la agresión, de forma directa o desplazada, y la presencia de alguna conducta
agresiva supondría la existencia previa de una frustración que la habría desencadenado.
Sostenían que la agresión era siempre provocada por la frustración (esto es, por la
interrupción de una secuencia de conductas orientadas hacia una meta), estando la
intensidad de la agresión en función de la intensidad de la frustración, que dependería, a
su vez, de la fuerza del impulso que lleva la respuesta frustrada, así como de la
intensidad y los alcances de la interferencia.

Al recibir una ingente cantidad de críticas, la hipótesis de la frustración-agresión fue


modificada por los propios autores. Concretamente, Miller (1941) sostuvo que, aunque
la agresión no era una consecuencia inevitable de la frustración, sería la respuesta
natural y predominante ante cualquier tipo de frustración. Por su parte, Sears (1941)
sostuvo que ante la frustración podrían darse otros tipos de respuestas, pero la agresión
sería la única respuesta no aprendida y siempre vendría antecedida por la frustración.

El interés de Miller y Dollard (1941) se centré de forma especial en la imitación,


recuperando este concepto para el conductismo. Estimaban que la imitación era
fundamental en el proceso de aprendizaje social y la consideraban como resultado del
refuerzo que obtiene una persona cuando logra un resultado provechoso tras imitar a
alguna otra.

La segunda gran teoría del aprendizaje social se debe a la labor tan inmensa realizada
por Bandura (1982; 1986), que se constituye en la teoría más importante de aprendizaje
social, y a la que el propio Bandura denomina actualmente con el nombre de teoría
cognitiva social. Los aspectos nucleares de sus teorías han sido los siguientes (Garrido,
1983):

— La crítica a la teoría de la imitación de Miller y Dollard.


— El modelado de la conducta, observacional y participativo.
— El concepto de autorregulación.
— El determinismo recíproco.
— La autoeficacia.

Bandura ha criticado a la teoría de la imitación de Miller y Dollard (1941) por no


estudiar propiamente la imitación, sino simples conductas miméticas. Para Bandura, la
imitación, entendida como el aprendizaje de una conducta por la simple observación
de ese conducta en otro sujeto que sirve de modelo, vuelve a ser un concepto clave para
explicar el aprendizaje social. El modelado operaría mediante un aprendizaje aron en la
observacional, vicario, y estaría en función de las siguientes variables:

— La atención que preste el observador a los estímulos del modelo.


— La retención de los estímulos.
— La reproducción motora, que depende de la capacidad o habilidad de ejecución
de la conducta.
— La motivación para ejecutar dicha conducta.

El concepto de modelado defendido por Bandura diferenciaba entre aprendizaje y


ejecución, y no consideraba imprescindible para el aprendizaje el refuerzo. Su
desarrollo teórico posterior se ha ido distanciando de los postulados más clásicos del
conductismo, para acerarse a concepciones más próximas a un sociocognitivismo
conductual, donde conceptos tan fundamentales en la teoría de Bandura como el
determinismo recíproco (según el cual el funcionamiento psicológico de las personas se
explicaría por una continua y recíproca interacción entre factores determinantes
personales y ambientales) y el concepto de autoeficacia (creencia de los individuos
acerca de su posibilidad de actuar eficazmente para alcanzar los que quiere) tienen
lugar.

Teorías del intercambio social

Disciplinas como la antropología, la sociología y, por supuesto, la psicología social se


han preocupado, cada una desde su visión particular, del intercambio social. El
concepto fundamental de las teorías generadas en torno al intercambio social es la regla
de reciprocidad. Aunque las primeras explicaciones de la conducta social basadas en la
concepción del intercambio social provienen de la antropología, en psicología fue un
sociólogo skinneriano, Homans (1961) quien se considera como el punto de partida de
un conjunto muy amplio de teorías del intercambio social que constituyen un submarco
teórico dentro del conductismo social (Munné, 1989). Tal submarco posee la
peculiaridad de constituir un submarco teórico escasamente adaptado a las
peculiaridades del comportamiento social y a la perspectiva psicosocial (Blanco, 1988).
Los autores más representativos de la teoría del intercambio social serían, además de
Homans (1961), Thibaut y Kelley (1959) y Blau (1982). A continuación se va a señalar
las características más esenciales, centrándonos en dos de las teorías más significativas
(cf. Morales, 1981).

La teoría de Homans (1961) considera al hombre como un ser hedonista y racional.


Aplicó la hipótesis del refuerzo, tomadas de los estudios skinnerianos sobre aprendizaje
y utilizó analogías del campo de la economía. La adaptación sui generis de los
postulados skinnerianos desencadenó el desarrollo de una teoría conductista notan
radical, en la que se consideraba la motivación humana en términos de conducta
racional, que evaluaría la relación entre costes y beneficios. La máxima preocupación
del hombre, según Homans (1961), sería maximizar sus beneficios y minimizar sus
costes. Por tanto, Homans acepta el funcionalismo operante, asumiendo que la conducta
dependería de las consecuencias de cómo es retribuida. La interacción vendría
determinada por el concepto aristotélico de justicia distributiva, por el cual el hombre
esperaría que el intercambio fuese justo, esto es, que los beneficios (recompensas-
costes) de cada uno fuese proporcional a sus inversiones, del mismo modo que le
sucedería a los otros miembros de la interacción.

Sin elaborar ninguna proposición teórica conceptualmente innovadora, Homans (1961)


aplicó formulaciones skinnerianas al ámbito social. Se le ha criticado no sólo su
excesiva generalización a partir de datos más bien modestos (Munné, 1989), sino
también la falta de operacionalización correcta de sus conceptos teóricos fundamentales
(Morales, 1981).

Otra gran teoría del Intercambio Social con un desarrollo muy diferente es la teoría de
Thibaut y Kelley (1959). Parten del análisis de las interacciones diádicas para aplicar los
principios teóricos elaborados a relaciones sociales más complejas. Aunque los autores
no son teóricos enmarcados dentro del paradigma E-R, presentaron una teoría basada en
los principios de este paradigma.

Thibaut y KeIley (1959) analizaron la interacción a través de la interdependencia que se


establece entre los individuos que interactúan. El valor del resultado de la interacción
vendría dado por dos patrones comparativos de carácter subjetivo: el nivel de
comparación (CL) y el nivel de comparación para alternativas (CLalt). El CL se
definiría como el valor promedio de los resultados de las interacciones previas que se
utiliza como estándar para valorar la relación. Pero la valoración de la relación (como
atrayente o satisfactoria, por ejemplo), no sólo dependería de la relación en sí, sino de la
valoración del resto de las relaciones alternativas posibles. Por ello, el Clalt sería el
estándar que el sujeto emplea para decidir si permanece o no en la relación. Se
mantendría en la relación, siendo insatisfactoria, si no encuentra otras alternativas más
satisfactorias, y dejaría la relación, siendo satisfactoria, si encuentra otra(s) que le
resultan más satisfactorias. La teoría de Thibaut y Kelley (1959) enfatizaría, por tanto,
el papel de la dependencia-poder en la interacción.

Existen otras teorías muy importantes dentro de este marco teórico (Jiménez Burillo,
1986; Morales, 1981). Todas ellas, en su conjunto, se caracterizarían por mantener una
visión individualista, que recurren a constructos metafóricos de difícil cuantificación,
fácilmente articulables para servir como explicación de la conducta humana a un nivel
más bien interindividual, que asume la concepción del hombre como un homo
economicus, hedonista y racional, en el que difícilmente tiene lugar niveles más
complejos de la interacción social. Serían fruto de toda una tradición individualista
dentro de la psicología social que no tiene ninguna dificultad en aproximarse a posturas
más sociocognitivas igualmente individualistas.
Teoría de la Gestalt y teoría de campo

Cuando en muchos campos de la psicología, el paradigma dominante en la psicología


occidental, desarrollada en EE.UU. en la década de los 50, era el conductismo, en
psicología social fueron psicólogos gestaltistas los que propiciaron la constitución de
teorías de una matiz psicosocial de primer orden (Ovejero, 1985). Los principios de la
Gestalt encajaban correctamente tanto en la perspectiva psicosocial como en la
construcción positivista del conocimiento científico a través de la experimentación.
Frente a un conductismo que destacaba el determinismo ambientalista y asumía la
concepción del hombre como un ser pasivo que reaccionaba ante estímulos, los
psicólogos gestaltistas oponían una visión que consideraba al ser humano con capacidad
de realizar una actividad constructiva y con capacidad de recibir, utilizar, manipular y
transformar la información. La Gestalt, como teoría psicológica, ha sido una teoría
precursora del cognitivismo actual.

Por tanto, hay que enfatizar que el interés por los procesos cognitivos que inunda a toda
la psicología a finales del siglo xx, tiene su origen en la influencia de los primeros
psicólogos gestaltistas, concretamente Max Wertheimer, Kóhler y Koffka. Centrándose
primordialmente en la percepción, como proceso cognitivo, desarrollaron una serie de
postulados para este campo que sería posteriormente aplicado a la psicología social:

— Para la Gestalt, el todo es percibido de manera distinta a la suma de las partes.


— El campo de estimulación se percibe como constituido por fenómenos
interconectados y no como partes aisladas unidas por asociación.
— El campo perceptivo se encuentra organizado, y dicha organización es permitida,
en el sentido de la buena forma, por el campo estimulativo.

Del mismo modo que cuando se percibe un objeto no se percibe cada uno de sus
elementos sino su totalidad, ante la realidad social, que se presenta ante el individuo
como realidad percibida, éste no respondería a sus elementos considerados de forma
independiente, sino a una totalidad organizada que él interpreta y construye. La Gestalt,
como teoría psicológica desarrollada a principios de siglo por psicólogos alemanes
imbuidos por la fenomenología, posee un fuerte componente fenomenológico, por el
que se ha valorado la experiencia subjetiva ante una realidad del mundo que es
percibida. Este talante de sus primeras aportaciones primaría en el desarrollo posterior
de esta teoría aplicada a la psicología social.

Con la irrupción del nazismo en Alemania, muchos psicólogos gestaltistas, entre ellos
Lewin, se exiliaron a EE.UU. Muchos de ellos optaron por dedicarse a la psicología
social y consiguieron que, después de la Segunda Guerra Mundial, la Gestalt fuese
dominante en la psicología social. Ibáñez (1990) destaca entre los factores que
propiciaron esta situación los siguientes:

— La Gestalt defendía la utilización de la experimentación como método para


desarrollar los conceptos y las teorías, por lo que se ajustaba a los cánones más
estrictos para constituirse en el paradigma alternativo al conductista y ser
aceptado por los más exigentes positivistas de nuestra disciplina. El
experimentalismo de Lewin intervino para prestigiar a la Gestalt y a su vertiente
experimentalista.
— El énfasis sobre el carácter activo del ser humano concordaba con la ideología
individualista dominante en EE.UU., que privilegiaba la imagen de autonomía.
— La influencia fenomenológica presente en la Gestalt debilitaba la importancia de
los determinismos socioestructurales y potenciaba la significación de la
percepción de la realidad. Enfatizaba, por tanto, el interés por los procesos
cognitivos y era partícipe de un reduccionismo psicologicista e individualista.

La vitalidad de los psicólogos sociales de orientación gestaltista no se hizo esperar y


cuajó en múltiples trabajos aplicados a variados campos. El postulado gestaltista, que
resaltaba la distintividad del todo en relación a sus partes, fue inmediatamente aplicado
a la definición de concepto de grupo (Asch, 1952). Se rescataba así para la psicología
social un concepto que, bajo el conductismo de F. Allport (1924), fue reducido y casi
olvidado. De esta forma, tuvo lugar el desarrollo de una de las principales áreas de la
psicología social como es la psicología de los grupos.

El segundo postulado (el campo de la estimulación se percibe como constituido por


fenómenos interconectados y no como partes aisladas) ha quedado reflejado en la
investigación sobre la formación de impresiones, realizadas por el propio Asch (1946) y
que proponía la teoría de los rasgos centrales. Este conjunto de investigaciones de Asch
(1946) constituyó una de las áreas más características de la percepción social, junto con
las atribuciones, y contribuyó al surgimiento del new look in perception de Bruner
(1957) que destacaba el carácter estructurante de la percepción. Al citar a Asch no se
puede olvidar que propició el desarrollo de la investigación sobre conformidad,
influyendo en Milgram (1974) como investigador de la obediencia y en Moscovici
(1981) como investigador de la innovación, así como en la teoría dela comparación
social de Festinger (1954).

Y, por último, el postulado que hace referencia a la buena forma, o sea a la tendencia de
mantener un estado de armonía y estabilidad, ha quedado reflejado en un conjunto muy
amplio de teorías que destacan el fundamento del equilibrio de las estructuras
cognitivas (Heider, 1958) y en las teorías de la consistencia cognitiva, con Festinger
(1957) a la cabeza.

Hemos dejado para el final la aportación de K. Lewin (1936) como teórico gestaltista
que planteó la teoría de campo. Tras mencionar a psicólogos sociales tan importantes
como Asch y Heider, es de obligación detenernos más pormenorizadamente en la figura
de Lewin como representante de una orientación que posee las coordenadas que son
concordantes con la visión particular de la psicología social (Blanco, 1988). Su énfasis
en el carácter interrelacionado de la persona y del ambiente ha sido una de sus máximas
aportaciones a la psicología social. Su influencia ha sido crucial a través de su obra y de
su impacto en muchos otros psicólogos sociales discípulos suyos (Festinger, Newcomb,
French, Cartwright...).

La teoría de campo de Lewin comparte las bases de los rasgos esenciales de la Gestalt
(énfasis en los aspectos fenomenológicos, en los procesos cognitivos internos, en el
experimentalismo y en el anti-historicismo). Como teoría psicológica específica, la
teoría de campo goza actualmente de poca vitalidad, pero su orientación ha marcado a
amplios sectores de la psicología social.
Lewin considera a los fenómenos como partes de una totalidad de hechos existentes e
interdependientes. Asume que las propiedades de todo hecho están determinadas por sus
relaciones con el sistema de hechos de las que forman parte. Por ello, la conducta de ios
sujetos no se derivaría de sus características o rasgos internos, sino de la relación que
establecen con su medio ambiente. El constructo fundamental es el de espacio vital o
campo psicológico. Todos los hechos psicológicos formarían parte del espacio vital, que
abarcaría a la persona y al medio, por lo que designa los múltiples hechos coexistentes
que determinan la conducta del individuo en un momento dado —de ahí su postura anti-
historicista. La conducta (C) sería una función del Espacio Vital (EV). Por su parte, el
EV sería producto de la interacción entre la persona (P) y su ambiente (A).
Matemáticamente:

C= f(EV)= f(PA).

Lewin entiende por conducta cualquier cambio en el espacio vital del sujeto promovida
por leyes psicológicas, y el ambiente sería fruto de la interacción entre el ambiente
objetivo y el ambiente subjetivo tal y como lo percibe el sujeto.

Según Blanco (1988), la aportación más significativa de Lewin fue que consideró a la
psicología social como una ciencia de las relaciones y de interrelaciones recíprocas.
Además, convirtió a la psicología social en una ciencia con vocación teórica y aplicada.
Realizó investigaciones sobre la conducta grupal, la ecología psicológica, el nivel de
aspiración, el conflicto, las relaciones raciales, el desarrollo infantil, las minorías, el
cambio de actitudes, la integración racial, etc. El concepto de grupo se convertía con
Lewin en el campo esencial para representar su concepto teórico de espacio vital. Lewin
consideraba al grupo como un todo dinámico, fundamentado en la interdependencia de
sus miembros.

El sociocognitivismo

Son muchos los autores que destacan que la psicología social siempre ha sido cognitiva
(Zajonc, 1980; Markus y Zajonc, 1985). Cuando a mediados del siglo XX, en los años
50, en psicología clínica predominaba el psicoanálisis y en la psicología básica el
conductismo, el panorama de la psicología social era bastante diferente. Sin que la
psicología social fuese una disciplina exenta de múltiples teorías y posturas
contrapuestas, mayoritariamente optó por enmarcar su praxis investigadora utilizando la
metodología experimental y desarrollaba teorías cognitivas influidas por la teoría de la
Gestalt.

Las teorías cognitivas han dedicado sus esfuerzos en explicar los procesos que utilizan
los individuos para organizar su mundo subjetivo y en determinar cómo el conocimiento
influye en el comportamiento. El término cognitivo posee diferentes acepciones, que
según se consideren, la psicología social cognitiva adquiere significados y matices
diferentes. En un sentido amplio, hace referencia a un área de investigación que se
centra en el estudio de los procesos cognitivos y en los aspectos del conocimiento
producidos en la interacción social, siendo utilizados para elaborar y dirigir su
comportamiento. En este sentido, la psicología social siempre ha sido cognitiva.

Una segunda acepción del término cognitivo surge a partir de los años 60, cuando se
comienza a implantar en psicología básica un paradigma alternativo al conductismo,
denominado procesamiento de la información (Zaccagnini y Morales, 1985). Basándose
en la metáfora del ordenador, subraya no sólo la importancia de los procesos cognitivos
para explicar el comportamiento humano, sino también defiende que tales procesos han
de ser presentados mediante un lenguaje conceptual computacional. Si la psicología
social cognitiva se identifica con la psicología social desarrollada desde el paradigma
del procesamiento de la información, no toda la psicología social sería cognitiva. Esta
modalidad de psicología social recibe denominaciones tales como sociocognitivismo
formal (Munné, 1989) y nueva psicología social cognitiva (Zaccagnini y Morales,
1985). Para diferenciarse de esta última acepción, hay psicólogos sociales que prefieren
utilizar el término de conocimiento social (Bar-Tal y Kruglansky, 1988) para
diferenciarse de la acepción del término cognitivo más restrictivo.

El que la orientación cognitiva se desarrollara rápidamente se debió a la aportación de


gestaltistas como Lewin, Asch, Heider, etc. El cognitivismo se remonta, pues, a la
tradición lewiniana, que enfatizaba la función de la percepción del contexto para
comprender el comportamiento y el concepto de estructura cognitiva (como precedente
del concepto de esquema), y las aportaciones de Heider y Asch preocupados por los
procesos cognitivos como son el de integración de la información y el pensamiento. De
hecho, se pueden destacar teorías cognitivas que propiciaron el auge posterior del
sociocognitivismo y que actuaron como importantes antecedentes (Ibáñez, 1990):

— En primer lugar, hay que destacar la teoría de la New look in Perception,


capitaneado por Bruner, que enfatizaba el papel de los procesos perceptivos.
Bruner y Postman (1948) sostenían que previo a cualquier percepción se daba el
acto de la intención o expectativa del sujeto de percibir un estímulo con una
significación y propósito determinado.
— En segundo lugar, el cognitivismo se halla muy presente en la teoría de la
disonancia cognitiva de Festinger (1957) y en las teorías de la consistencia
cognitiva, que se centraban en el problema de la cognición.

El reconocimiento del sociocognitivismo vino por el auge de las teorías cognitivas del
procesamiento de la información en psicología básica. Tal hecho vino acompañado, a su
vez, por el reconocimiento de figuras claves en psicología cognitiva, como Piaget,
Vygotski, Bartlett, etc. Siendo así, el sociocognitivismo es mucho más amplio que el
sociocognitivismo formal próximo al paradigma del procesamiento de la información.
El sociocognitivismo formal surge básicamente a mediados de los 70, cuando se intentó
aproximar la psicología social a la psicología del procesamiento de la información. Con
cierto aire paternalista, la psicología del procesamiento de la información aportaría a la
psicología social sus marcos y constructos teóricos, mientras que ésta aportaría a aquélla
los problemas de investigación definidos en contextos sociales.

Las críticas al sociocognitivismo formal son variadas. Munné (1989) resalta que sólo se
ocupa de los aspectos formales de la cognición, siendo aún más un proyecto que un
conjunto de teorías consolidadas. Seoane (1982) subraya que si bien se puede aceptar
que la mente sea un sistema de procesamiento de la información, crítica que sea sólo
eso, ya que adquiría significado dentro de una interacción social. Por su parte, Zajonc
(1980) no admite que la cognición social pueda ser reducida a la cognición en que tales
general, ya que se caracterizaría por:
— Involucrar factores «calientes» como las emociones y las motivaciones que
interfieren en los mecanismos del procesamiento de la información.
— Las categorías o esquemas utilizados descansan sobre unas bases sociales y
culturales que inciden sobre mecanismos cognitivos.
— Las cogniciones sociales tienen consecuencias para los demás y funcionan en un
contexto de tipo comunicacional.

El sociocognitivismo o la cognición social, en su acepción más amplia, ha sido criticado


por su individualismo y escasa atención de los factores sociales. Estas críticas provienen
principalmente de psicólogos sociales europeos. El sociocognitivismo se habría limitado
a los procesos perceptivos y al tratamiento de la información, preocupándose esos por
conocer los mecanismos que intervienen en la percepción de la realidad y en los hecho,
se procesos que intervienen en el procesamiento de la información. Pero ha tendido a
considerar a la interacción que conduce al conocimiento social en unos niveles intra e
interindividuales sin considerar apenas, como señala Doise (1982), los niveles
intergrupales e ideológicos. La tradición psicosocial europea (Moscovici, Tajfel,
Doise...) ha pretendido desarrollar una psicología social cognitiva que supere las
limitaciones ya mencionadas y Post- del sociocognitivismo, considerando la interacción
en un contexto social, superando el vació social al que estaba sometida. Las
formulaciones más recientes (Ibáñez, 1988) concretan una aproximación psicosocial que
considera no sólo la función que desempeña el pensamiento social en la organización de
la realidad social, sino también el origen social de ese tipo de pensamiento y el hecho de
que sea un pensamiento compartido o colectivo que se plasma en el concepto de
representaciones sociales.

Conclusión

Del conjunto de teorías psicosociales, hay unas que se adecúan con más precisión que
otras a la perspectiva psicosocial. Se ha iniciado la superación del uso de niveles de
análisis excluyentes para adoptar la interacción y la articulación de los mismos la
explicación de la conducta social. En este capítulo sólo se han tratado algunas d teorías
más relevantes. Aún así, se puede observar, incluso desde una perspectiva teórica, las
aportaciones de teorías psicológicas en la confección de teorías psicosociales. La
adecuación de las distintas formas de hacer psicología social, bien desde la psicología
social psicológica (más fiel a la experimentación y a la utilización de variables intra e
interindividuales), bien desde la psicología social sociológica (no experimentalista y
más atenta a los factores sociales), han dado lugar al desarrollo multiteórico de la
disciplina que puede intentar adaptarse a una articulación que consideraría la naturaleza
tan rica que precisa el estudio de la conducta social basada en la interacción.
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