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Documento 1 Introduccion A La Filosofia

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UNIDAD I: INTRODUCCION A LA FILOSOFIA

TEMA 1.1: QUE ES LA FILOSOFIA?

Introducción a la Filosofía Dr. Antonio González

Probablemente, una de las primeras preguntas que aflora en la mente de


quien por primera vez se encuentra frente a un texto de filosofía es la
siguiente: “Bueno, y ¿qué es eso de filosofía?” O también, dicho con otras
palabras: “¿De qué trata la filosofía?” Pues bien, aún bajo el peligro de
desilusionar al lector hay que comenzar diciendo que ésta no es una
cuestión fácil de resolver en la primera página de un libro de
filosofía. Más bien se trata de una de las interrogantes más arduas a las que
se tienen que enfrentar los filósofos: lograr una definición o una idea de lo
que es la filosofía. En realidad, cada filósofo, en la medida en que ha
elaborado una filosofía propia, ha trazado al mismo tiempo una idea de lo
que es la filosofía. Por eso se puede decir que una definición de la filosofía
es algo que sólo se consigue después de haberse introducido en
la filosofía misma y después de haberse ejercitado en el modo de pensar
propio de los filósofos.

Y es que con la filosofía sucede algo muy distinto de lo que ocurre con la
definición de otros saberes humanos. Por lo general, cuando queremos
definir una ciencia, lo hacemos recurriendo al tipo de objetos de que se
ocupa. Así, por ejemplo, para decir qué es la biología, recurrimos a los seres
vivos: “la biología es la ciencia que estudia los seres vivos.” Del mismo
modo, la mineralogía es la que estudia los minerales, la física es la ciencia
que estudia la naturaleza material, la lingüística estudia las lenguas, la
oceanografía estudia los mares, etc., etc. Diciendo cuál es el objeto del que
se ocupa una determinada ciencia o un determinado saber nos hacemos
rápidamente una idea del mismo. Sin embargo, el problema se complica
cuando llegamos a la filosofía: no parece haber un acuerdo universal sobre
el tipo de objetos de los que se ocupa el filósofo. Unos dirán que la filosofía
se ocupa del conocimiento, otros que, del hombre, de la historia, etc., etc.
Para algunos, la filosofía no tiene en realidad ningún objeto propio, que no
se ocupa de nada y que más bien debería desaparecer. Otros, por el
contrario, dirán que la filosofía se ocupa de todo, como veremos.

En cualquier caso, es importante caer en la cuenta de la dificultad de


señalar cuál es el objeto de la filosofía y, por tanto, de definir este modo de
saber propio de los filósofos. Como ya decía uno de los filósofos de la
antigüedad, Aristóteles, la filosofía es “la ciencia que se busca” a sí misma,

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es decir, la filosofía es un modo de saber que no tiene dado un objeto sobre
el cual reflexionar al principio mismo de su tarea, sino que ella lo ha de
descubrir y conquistar mediante su propio esfuerzo. Por ello, quizás el
mejor modo de introducirnos a la filosofía sea el considerar algunas ideas
que en la historia misma de esta disciplina se han ido haciendo los
hombres sobre ella.

1. Algunas ideas sobre la Filosofía:

1.1. La filosofía como reflexión acerca de las cosas naturales Para la


mayor parte de los filósofos de la antigüedad, la filosofía consistió,
ante todo, en una reflexión sobre el mundo natural. Los filósofos eran
hombres dedicados a preguntarse por la realidad del mundo que los
rodeaba. Mientras la mayor parte de los hombres ocupaban su vida
en las tareas más inmediatas y necesarias para la supervivencia, el
filósofo se detenía a interrogarse por las cosas naturales. El filósofo
era algo así como un teórico de la naturaleza. Los primeros filósofos
griegos se hicieron la siguiente pregunta: ¿de qué están hechas las
cosas? Es decir, ¿cuál es el componente último de la naturaleza? Se
trataba de decir, de un modo más o menos racional, aunque muy
primitivo, qué es eso de la naturaleza. Para unos, la respuesta era
que toda la naturaleza consta de agua en diversas formas y estados
—sólido, líquido, etc. Para otros, todo lo real está en el fondo hecho
de fuego, o de aire, etc. Hoy en día estas explicaciones nos parecen
un tanto ingenuas e incluso disparatadas. Pero no lo son tanto.
Como sabemos, más del 50 por ciento de la materia que integra el
cuerpo humano es agua y ésta es además un elemento de suma
importancia en el cosmos entero. Pero, sobre todo, el gran valor de
estas teorías no está tanto en las respuestas que dieron, sino en la
pregunta: los filósofos naturalistas griegos fueron los primeros en
preguntarse por los componentes últimos del mundo: fueron
pensadores que supieron ir más allá de las apariencias de las cosas
para preguntarse por lo esencial de las mismas. Y en ello consistió
su gran aportación a la filosofía.

En realidad, la pregunta que estos pensadores se hicieron dista


mucho de haber sido resuelta. Hoy en día se sigue discutiendo
dentro del mundo filosófico sobre la naturaleza, la materia, etc. No
es fácil determinar qué es últimamente eso que llamamos materia
y la reflexión filosófica sigue abierta. Sin embargo, hay importantes
diferencias entre nuestro tiempo y el de los primeros filósofos
griegos: el impresionante desarrollo de las ciencias en la era
moderna nos obliga a plantearnos la pregunta por las cosas

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naturales de un modo distinto al de Tales de Mileto, Anaximandro,
Anaxímenes y todos aquellos grandes pensadores. Hoy las ciencias
naturales son la principal fuente de conocimientos sobre la
naturaleza y el filósofo no puede decir una palabra sobre el mundo
natural sin tener en cuenta la información que estas ciencias
proporcionan.

La física, la biología, la astronomía, etc., etc., son las que nos pueden
decir de un modo seguro y riguroso cómo es el mundo natural en el
que vivimos. Es más, en muchos casos las ciencias naturales
pretenden arrebatar completamente a la filosofía su derecho de
reflexionar sobre las cosas naturales: si la astronomía, la mecánica, la
biología, etc., estudian ya la naturaleza ¿qué tiene de nuevo que
aportar la filosofía? Para muchos, es suficiente un estudio científico
de la naturaleza: la filosofía, si bien fue útil en los primeros tiempos
de la humanidad, ya no puede aportar ningún conocimiento
verdadero sobre las cosas. Para quienes piensan así, la era de la
filosofía habría pasado ya: ésta es la era de la ciencia, la era del
conocimiento positivo y riguroso, no de la especulación filosófica.

1.2 La filosofía como reflexión sobre la totalidad.


No hay duda en que el positivista tiene mucha razón cuando
sostiene que en la actualidad son las ciencias naturales las que se
ocupan de muchos problemas y de muchos objetos de los que antes
sólo se ocupaban los filósofos. Pero esto no quiere decir que la
filosofía deba» desaparecer. Lo que muchos filósofos sostienen es lo
siguiente: es cierto que las ciencias naturales han dejado a la filosofía
sin objetos sobre los cuales reflexionar de un modo exclusivo:
primero fue la física que arrebató a la filosofía todo el mundo
material, después la biología acaparó para sí el estudio de los seres
vivos, más tarde la psicología recuperó para la ciencia el estudio del
interior del hombre, etc. Pero lo que sucede es que cada una de
estas ciencias no hace más que ocuparse de un campo particular de
objetos. El científico se ocupa de una rama concreta del saber: los
astros, los minerales, los seres vivos, etc., lo propio de la aportación
del filósofo no sería dar datos nuevos en esta o en aquella parcela de
la ciencia, sino más bien en proporcionar una visión de totalidad.

El filósofo sería un pensador dedicado al todo. Este saber sobre el


todo no tendría que despreciar, claro está, los datos que le
proporcionan las ciencias, sino que consistiría más bien en algo así
como una síntesis de lo que le aportan los saberes científicos. El
filósofo, partiendo de los datos de las ciencias, se elevaría hacia
conceptuaciones más generales, hacia algún tipo de “cosmovisión”

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que integrase dentro de sí las informaciones concretas de cada
ciencia. La filosofía sería una generalización de lo que hacen los
científicos, algo así como un conjunto bien armonizado de “visiones
científicas.” De este modo se superaría la especialización y la miopía
de los saberes particulares, logrando un saber de conjunto, una idea
general del mundo donde tuviese su lugar cada uno de los datos
concretos que los científicos van descubriendo.

Sin embargo, esta idea de la filosofía como reflexión sobre la


totalidad de las cosas no deja de presentar algunas dificultades. En
primer lugar, no deja de ser bastante pretencioso el saber, sobre
todo: resulta bastante difícil pretender que se pueda lograr un
verdadero saber sobre la totalidad dada la enorme variedad,
diversidad y complejidad de los distintos saberes humanos. Pero,
además, en segundo lugar, son más bien los filósofos idealistas los
que han pretendido alcanzar un saber sobre la totalidad, un
auténtico saber filosófico sobre el todo: para estos filósofos, toda la
realidad puede ser de algún modo abarcada por las ideas o por los
conceptos humanos. Querer que la filosofía sea un saber sobre la
totalidad ha solido ir unido a la pretensión idealista de que el saber
agota a la realidad entera. Por el contrario, hay que afirmar que,
aunque el saber busque la totalidad, la realidad siempre supera a las
ideas y a los conceptos del hombre, de modo que el todo nunca
puede ser abarcado por la filosofía, a no ser como horizonte o meta
que se persigue, pero no como saber efectivo. El todo no es algo que
la filosofía pueda apropiarse ni que pueda ser reducido a una idea.

Por otra parte, la filosofía no puede reducirse a una síntesis o a un


resumen de lo que ya dicen o de lo que ya saben las ciencias. Es
cierto que el filósofo ha de conocer las informaciones que nos
suministran las disciplinas científicas, pero esto no quiere decir que
la tarea de la filosofía consista meramente en generalizar, resumir o
vulgarizar lo que hacen las ciencias. La filosofía tiene que interpretar,
valorar e incluso criticar lo que hacen los científicos. Y esto, por una
razón muy importante: porque a la filosofía no le interesa
simplemente conocer la naturaleza, archivar y amontonar datos
sobre el universo. Si a la filosofía le interesa la naturaleza es porque
ella está habitada y transformada por el hombre. Si los datos de la
ciencia natural son importantes para el filósofo, lo son porque estos
datos tienen un sentido concreto para la vida humana. En otras
palabras: la filosofía, lejos de ser una mera indagación sobre la
naturaleza o sobre la totalidad, consiste más bien en una reflexión
sobre el significado que esa naturaleza o esa totalidad tienen para el
hombre que las habita y las elabora con su actividad. El hombre es,

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en realidad, quien conoce la naturaleza y quien puede dar un
sentido a todos los datos de las ciencias. Por esto, muchos filósofos
han pensado que el objeto propio de la filosofía sería ante todo el
hombre.

1.3. La filosofía como reflexión sobre el hombre


Como ya decía el filósofo griego Protágoras, el hombre es la medida
de todas las cosas. Hablar sobre la naturaleza olvidando que es el ser
humano quien la mide, quien la conoce y transforma no deja de ser
una especulación en el vacío. Si las ciencias se ocupan de la
naturaleza no es por pura curiosidad ni por amontonar datos: en
realidad, el conocimiento científico está al servicio de su aplicación
técnica. Si los hombres de todos los tiempos se han lanzado a un
conocimiento cada vez mayor y más preciso del cosmos, esto lo han
hecho con el fin de que ese conocimiento se traduzca en logros
humanos. La técnica que eleva y mejora el nivel de vida del hombre
es la que rige y la que gobierna los intereses del científico. El
conocimiento teórico del mundo natural, siempre ha estado ligado
a un interés técnico, es decir, en su puesta al servicio del hombre, del
dominio humano sobre el mundo y sobre las cosas. La humanidad
ha ido liberándose de las inclemencias de la naturaleza mediante el
desarrollo progresivo de las ciencias.

Si las ciencias naturales persiguen en definitiva objetivos humanos,


algo semejante sucede también con la filosofía. Cuando el filósofo se
interroga por la naturaleza lo hace en función de lo que el mundo
natural pueda iluminarnos sobre el hombre y su destino. Así, por
ejemplo, no es lo mismo una imagen filosófica de la naturaleza que
nos presente al ser humano como “rey de la creación” a servicio del
cual han sido hechas todas las cosas naturales, que por el contrario
se afirme que el hombre no es más que una mera casualidad que la
naturaleza ha producido en un planeta determinado, pero que bien
podría no haber producido. El papel del hombre y su valor cambian
radicalmente en una u otra idea. Si el hombre fuese algo así como el
fin final perseguido por la naturaleza entera desde el principio de los
tiempos, la vida humana estaría llena de significado; por el contrario,
si el hombre no fuese más que una casualidad, un producto
caprichoso del azar, su vida tendría un valor muy limitado. No vamos
a entrar aquí a decidir cuál de las dos interpretaciones del papel del
hombre en el universo es la correcta; puede que ninguna lo sea. Lo
que es importante subrayar en este momento es que todo interés
filosófico sobre la naturaleza es en último término un interés por el
hombre, por el sentido de su vida, por su papel en el mundo. Muchas
son las filosofías que han consistido, ante todo, en una reflexión

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sobre el hombre. El hombre sería el objeto o el tema de la filosofía,
mientras que las ciencias se ocuparían de la naturaleza. Lo que
sucede es que dentro de esta preocupación filosófica por el hombre
caben muchas posturas. Para algunos filósofos, como Kant, lo que
interesa del hombre es que él es el sujeto de todo conocimiento. El
hombre interesaría a la filosofía por ser el principio mismo de todo
conocer. Todo saber y toda ciencia es un conocimiento humano, y la
filosofía se ocuparía justamente de los modos y de los límites del
conocimiento: sería una teoría del hombre como teoría del
conocimiento humano. Para otros, lo relevante del ser humano no
sería tanto su inteligencia como su interioridad, sus sentimientos, su
angustia, el sentido de su vida, su religiosidad, etc. Son las filosofías
del hombre como filosofías de la existencia humana. Para otros, lo
importante no es tanto el conocimiento o la interioridad como la
exterioridad. El hombre es, como decía Marx, “el conjunto de sus
relaciones sociales.” Lo que interesa a estos filósofos no es la vida
personal individual, sino más bien la vida social e histórica de los
hombres, en la cual se jugaría verdaderamente su destino y su
felicidad. La filosofía del hombre se convierte entonces en filosofía
de la historia. Como vemos, un mismo interés por el hombre se
puede desarrollar filosóficamente de modos muy diversos, según el
enfoque de lo humano que se elija. Sin embargo, común a todas
estas filosofías es el humanismo, esto es, la posición del ser humano
en el centro de las preocupaciones teóricas. El peligro de las
filosofías humanistas, sobre todo de las más interioristas, puede ser
el pensar que se puede reflexionar sobre el hombre con
independencia del mundo real en el cual vive.

Muchas filosofías del conocimiento y de la existencia piensan que el


punto de partida de la filosofía es el sujeto humano, tomado en sí
mismo, haciendo por tanto abstracción de las circunstancias reales,
naturales y sociales en las cuales vive. El humanismo se convierte en
un antropologismo que ignora un hecho fundamental: no se puede
hablar sobre el hombre sin hablar, al mismo tiempo, sobre el mundo
real en el cual el hombre vive. Es imposible una reflexión sobre el
conocimiento, sobre la existencia o sobre la sociedad humana sin
tener una idea sobre el mundo que conocemos, en el cual existimos
y en el cual se constituye nuestra vida social. La filosofía como
reflexión sobre el hombre no puede abandonar nunca la reflexión
sobre el mundo, pues de ella depende y a ella remite.

1.4 La filosofía como reflexión moral

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Una de las formas que puede tomar la filosofía del hombre es la de
una reflexión moral. Esto quiere decir lo siguiente: para

este tipo de filosofías (llamadas “filosofías morales”), lo importante no es


determinar lo que el hombre es, sino más bien lo que debe
ser. El hombre es considerado como un ser activo, práctico, que debe
tomar decisiones, eligiendo entre las distintas posibilidades que se le
presentan. Y es ahí donde surge la pregunta moral: qué es lo que hay que
hacer, qué es lo bueno y qué es lo malo, cuál es el fin último de la vida
humana, cuáles son las virtudes que se deben cultivar y los vicios que hay
que evitar, etc. La filosofía, en lugar de un conocimiento teórico sobre el
mundo real o sobre el hombre, sería más bien un saber práctico. Más que
de describir lo que son las cosas objetivamente, se trataría de valorarlas y
de transformarlas prácticamente. Cuando este saber práctico no se ocupa
solamente de lo que los hombres hacen individualmente, sino que se
pregunta por lo que las sociedades humanas son y deben ser la filosofía
moral se convierte entonces en una filosofía social y política.
En realidad, la preocupación práctica no es exclusiva de un determinado
tipo de filosofías. Toda relación filosófica, de un modo u otro, aunque no lo
señale explícitamente, apunta hacia tareas prácticas. Contra lo que suele
pensarse habitualmente, los filósofos no son meros seres extraños
dedicados al conocimiento especulativo, sino que una de sus
preocupaciones centrales a lo largo de la historia ha sido siempre la de
orientar la vida práctica de los hombres y de las sociedades. Ahora bien, lo
que sí hay son diferencias importantes en cuanto al relieve y función que
se le otorga a la praxis. Para los filósofos clásicos se trataba por lo general
solamente de extraer consecuencias de un saber teórico objetivo que sería
de suyo independiente de sus aplicaciones. Para otros, en cambio, la
práctica es el fin al cuál últimamente apunta la teoría y en función de la
cual se constituye. Como decía Marx, “los filósofos no han hecho hasta
ahora más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se
trata es de transformarlo.”
Ahora bien, esta intención práctica de la filosofía en general y de la llamada
“filosofía de la praxis” en particular, no significa que ésta se tenga que
reducir a un conjunto de recetas, arengas y panfletos sobre la acción
inmediata. Si se quiere orientar seriamente la acción humana, no basta
con llenarse la boca con la palabra “práctica,” sino que es necesario un
saber riguroso sobre el hombre que ha de realizar y sobre el mundo donde
la práctica va a ejercerse. En caso contrario, no estaríamos orientando, sino

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confundiendo. La filosofía moral y la filosofía de la práctica necesitan de
una reflexión general sobre el hombre y sobre el mundo.
Este recorrido por algunas ideas sobre lo que es la filosofía nos muestra
que todas son, en cierto modo, parciales y limitadas. La filosofía no puede
ser exclusivamente una reflexión sobre la moral o sobre el deber porque
esta reflexión moral necesita de una idea del hombre y del mundo. Pero la
filosofía no puede ser tampoco, de modo exclusivo, una meditación sobre
el mundo o sobre la totalidad. Es imposible separar y aislar todas las
concepciones de la filosofía a las que nos hemos referido. Una reflexión
sobre la totalidad, por ejemplo, es absurda si en esa totalidad no tiene un
papel el hombre. Y una reflexión sobre el hombre no puede carecer de
algún tipo de consideraciones morales. Podemos decir, por tanto, que la
filosofía no es exclusivamente una reflexión sobre la totalidad, ni sobre el
hombre o sobre la moral, sino las tres cosas a un tiempo. La filosofía ha de
reflexionar sobre la actividad humana, sobre el hombre mismo y sobre el
mundo real en el que vive. En una primera aproximación podemos decir
lo siguiente: la filosofía consiste en una reflexión sobre la actividad de los
hombres en el mundo.
Pero esta definición provisional es aún insuficiente para caracterizar la
filosofía. La filosofía no es solamente una reflexión sobre la actividad
humana, sobre su praxis, sino que el mismo filosofar consiste en una
actividad real, aunque teórica, que los hombres llevan a cabo en su vida
social e histórica. Hemos de considerar también, por tanto, el tipo de
actividad especial en que la filosofía consiste: ¿en qué se diferencia la
actividad del filósofo de otras actividades humanas?

BIBLIOGRAFÍA:
INTRODUCCIÓN A LA PRÁCTICA DE LA FILOSOFÍA”
DR. ANTONIO GONZÁLEZ
12ava. Edición 2000

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