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1 - COSIFICACIÓN - Y - DESEO - SEXUAL - ¿CÓMO - INTERPRETAR - AL - OTRO (1) Por Hacer

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COSIFICACIÓN Y DESEO SEXUAL: ¿CÓMO INTERPRETAR AL OTRO?

Se entiende como cosificación la situación en que una persona es usada


como un cuerpo que simplemente existe para el uso y placer de otros. No
obstante, esta también puede ser moralmente aceptable (y deseable)
cuando la reciprocidad, el respeto mutuo y el consentimiento forman
parte del juego. ¿Cómo hemos de interpretar el intrincado laberinto del
deseo sexual?
Artículo

Loola Pérez
@DoctoraGlas
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22 OCTUBRE 2021

‘Muje
r desnuda’, por Ananda K. Coomaraswamy

Nadie discute que los medios de comunicación, la publicidad y la cultura


del entretenimiento presentan a las mujeres como meros objetos en
muchas ocasiones, ya sea resaltando exclusivamente su imagen –es
decir, su atractivo físico– o prescribiendo roles y estereotipos de género
dirigidos a la satisfacción sexual de los varones. Este fenómeno es
conocido popularmente como ‘cosificación sexual’.

Tal como exponen Fredrickson y Roberts en su teoría de la cosificación,


este tratamiento es más frecuente en mujeres y niñas. En ese sentido, la
investigación sobre género, representación y comunicación ha explorado
profundamente la influencia de la industria cultural en la identidad de las
mujeres, su participación como sujetos en el proceso de significación,
la hipersexualización de las niñas, la vigilancia estética, la insatisfacción
corporal o la auto-cosificación, entre otros.

A grandes rasgos, en la teoría feminista se entiende por cosificación


sexual el acto en el que una persona es tratada o representada como un
cuerpo que existe para el uso y placer de los otros, desmereciendo sus
habilidades y su capacidad de agencia. El concepto, tomado de la
filosofía de Inmanuel Kant, apela asimismo a la noción de humanidad.
Para las teóricas feministas, al igual que lo era para el filósofo alemán, la
humanidad es un valor que nos diferencia de los animales y los objetos
inanimados y, por tanto, debe ser respetado tanto a nivel social como
individual.

En el feminismo se entiende por cosificación sexual el acto en el que


una persona es usada como un cuerpo que existe para uso y placer
de otros

El fundamento ético de Kant, el imperativo categórico, implica que la


humanidad nunca puede ser tratada como un medio. Esto incluye tanto el
uso del otro como un mero instrumento para el ejercicio del placer erótico,
como el ofrecimiento carnal que uno pueda hacer a los demás, pues esto
supondría el sacrifico parcial de la propia humanidad. Kant, al fin y al
cabo, esgrime que la capacidad de razonar es el atributo que nos permite
actuar de forma autónoma, controlando nuestras pasiones: todo lo que
vaya en contra de la razón debe ser cuestionado. Es por ello que
la sexualidad –más específicamente, el deseo sexual– es un tema de
sospecha. Una persona olvida su sentido moral y racional cuando la
lujuria le domina, cuando busca satisfacer su deseo centrándose en los
atributos sexuales de otra persona.

Kant sostiene que tanto mujeres como hombres son víctimas de la


cosificación sexual, pero defiende que ellas son más vulnerables a este
tratamiento. La prostitución era, para él, el ejemplo más contundente en
lo que respecta al trato de una persona como un medio para un fin; a ojos
de Kant, quien no quiera correr ningún riesgo moral debe entregarse a la
monogamia, en concreto, a la institución matrimonial.

Aparentemente esto puede parecer radicalmente conservador, si bien,


para Kant el matrimonio constituía un derecho para el disfrute y no estaba
sujeto exclusivamente a la pura procreación. En el matrimonio las dos
personas tienen derecho cooperar, pero también a usarse mutuamente. El
matrimonio, por tanto, legitima la vivencia de los placeres: la satisfacción
sexual es considerada aquí un derecho en la pareja.

El feminismo actual, especialmente la corriente del feminismo cultural y


radical, defiende que la desigualdad está estrictamente ligada con la
cosificación sexual. Es decir que, al igual que Kant, consideran que
existe una relación de poder y deshumanización entre aquel que cosifica
al otro y aquel que es cosificado, el cual termina por ser una víctima
impotente. Aunque los argumentos entre Kant y las feministas actuales
son muy similares, conviene, no obstante, hacer una distinción. Así,
mientras que para el filósofo del siglo XVIII la desigualdad solo tenía
cabida en las relaciones no matrimoniales, para las feministas modernas,
la desigualdad constituye un fenómeno más generalizado y dinámico.

El feminismo actual defiende que la desigualdad está estrictamente


ligada con la cosificación sexual

MacKinnon y Dworkin, por ejemplo, parten de que hombres y mujeres


viven en un mundo caracterizado por la desigualdad de género. En este
contexto de desigualdad, quien cosifica son los varones, mientras que
quienes son cosificadas son las mujeres. Para ellas, esta relación
de dominación es legitimada y potenciada por la pornografía: todo
contenido pornográfico es presentado como una subordinación de la
mujer al varón, donde ellas aparecen representadas como mercancías,
siendo reducidas a simples partes corporales, prácticas y posturas
eróticas.

Personalmente, rechazo la idea de que la cosificación sexual es, como


defendía Kant, moralmente inaceptable salvo en el matrimonio. Las
relaciones entre iguales pueden darse fuera del matrimonio y las
relaciones de desigualdad pueden, a su vez, desarrollarse en el mismo.
Asimismo, acepto la sexualidad y el deseo erótico como atributos
naturales y positivos en el ser humano, no como elementos que nos
confieren un estatus inferior, meramente animal. Defiendo que el
tratamiento de la mujer como un objeto debe tener cabida en la
reivindicación feminista actual, pero no creo que resulte estrictamente
problemático siempre tratar a los demás como un medio para un fin.
Como sostiene Leslie Green, no solo somos criaturas morales: somos
criaturas sociales necesitadas del contacto, las habilidades, los
afectos y los cuerpos de los otros. Desde esta perspectiva, lo que es
conflictivo y resulta incompatible con el respeto a la persona es el hecho
de reducirla simplemente a un medio, sin considerar su integridad, su
consentimiento y la capacidad de agencia con respecto a sus propósitos.
¿Podemos utilizar a los otros como medios solo si reconocemos nuestra
condición común de seres humanos? Además de lógico, esto me parece
bestialmente inteligente. Por tanto, ¿y si la cosificación sexual solo fuera
peligrosa cuando las mujeres son despojadas de su autonomía?

La atracción del deseo

El feminismo no se limita a la igualdad. Muchas autoras y activistas


feministas han escrito sobre la necesidad de que mujeres y hombres
tengan los mismos derechos y oportunidades; estoy plenamente de
acuerdo con esta reivindicación. Sin embargo, cabe no descuidar otro de
los valores e ideales que acoge el movimiento feminista: la libertad de las
mujeres como una demanda de justicia.
Uno de los ideales acogidos por el movimiento feminista es el de la
libertad de las mujeres como una demanda de justicia

Como feminista, a mí me parece justo que una mujer pueda


tener iniciativa sexual en pleno siglo XXI, que decida vestirse
provocativamente y que a través de su estética busque atraer a los
hombres. De hecho, yo lo hago a menudo: no temer el deseo y luchar
contra la represión sexual han sido dos aspectos centrales de mi
militancia como feminista. Reivindico el derecho al placer, el derecho al
deseo y el derecho a disfrutar, como mujer, del erotismo y de mi cuerpo,
del goce con el otro.

Quizás por ello no me escandalizó la famosa foto de C.


Tangana rodeado de mujeres en bikini en un yate. Me pareció
sumamente perverso que el debate que había generado la imagen se
transformara en una herramienta más de violencia en contra las mujeres,
pues las críticas a esas mujeres eran una forma de reproducir y reafirmar
el control patriarcal sobre sus cuerpos, sus deseos, su agencia sexual.
Todos los seres humanos, al fin y al cabo, somos objeto y sujeto de
deseo. Las mujeres que aparecen en la imagen pueden elegir lo que
desean ser al margen de su estatus como modelos, actrices o
diseñadoras. No están obligadas a renunciar a su belleza, a su vulgaridad
o a su voluptuosidad. El reconocimiento de la igualdad de derechos entre
mujeres y hombres no siempre se acompaña de un deseo por cambiar
roles y expresiones eróticas. Habrá mujeres y hombres que deseen
expresarse desde roles alternativos, ya sea en su vida personal o cuando
se expresan como artistas, pero también habrá mujeres y hombres que,
desde la libertad de gobernarse a sí mismos, prefieran una expresión
diferenciada y explícita. Sin embargo, en un contexto donde las mujeres
son reconocidas como sujetos políticos, es importante entender que la
expresión diferenciada y explícita de los roles no significa renunciar a ese
estatus como sujeto.

La seducción y el coqueteo continúan siendo una situación cotidiana para


el género humano. El hecho de que una mujer pueda relacionarse con los
demás como sujeto activo en el terreno sexual debería contemplarse
como un triunfo del feminismo y no como una suerte de auto-
cosificación. No debe desdeñarse que, en ese juego, las mujeres tienen
derecho a ser explícitas, a ser ambiguas, a manifestar su deseo y a
oponerse y ser respetadas cuando no dan su consentimiento. La violencia
sexual no desaparece cuando se amplía la agencia sexual de las mujeres
y, sin embargo, ampliar dicha agencia permite que las mujeres desarrollen
una mayor consciencia sobre su libertad sexual, sean menos vulnerables
al estigma de ser calificadas como ‘putas’ y se atrevan a explorar
su condición como seres sexuales desde la responsabilidad personal.

Una caja de Pandora

La propuesta de MacKinnon y Dworkin a la hora de vincular la cosificación


sexual con la pornografía presenta importantes contradicciones. En primer
lugar, es bastante cuestionable la idea de que la mera existencia de la
pornografía –no solo su consumo– provoque que los hombres se
comporten de determinada forma. La cosificación sexual es el resultado
de la desigualdad social entre mujeres y hombres, pero resulta
reduccionista considerar que la pornografía es el fenómeno que potencia
esa desigualdad. En segundo lugar, la pornografía es posterior a la
dominación masculina. Dicho de otra forma: las violaciones, la obediencia
de la mujer en el matrimonio o la mutilación genital femenina han existido
antes que el porno; quienes se aferran a la idea de que el porno es la
causa de la dominación masculina solo detentan un dogma de fe.

La cosificación sexual puede ser moralmente aceptable y deseable


cuando la reciprocidad, el respeto mutuo y el consentimiento forman
parte del juego

¿Y si las expectativas familiares, la industria de la cosmética, la cirugía,


las telenovelas y las películas románticas tuvieran más influencia en
la percepción que se tiene de las mujeres que la propia pornografía?
¿Acaso no resulta francamente sexista considerar que los hombres no
tienen capacidad crítica para distinguir el encuentro erótico de la
pornografía como un contenido verosímil que resulta ser mera ficción? Si
para un varón el sexo es lo que la pornografía dice que es, cabe la
posibilidad de que no estemos ante un misógino, sino ante un ignorante.
¿Y si la motivación de los hombres en el visionado de la pornografía no
fuera la dominación de las mujeres, sino la búsqueda de la excitación a
través de la representación del goce femenino?

Cuando la cosificación sexual es consentida y deseada por la propia


mujer, como una opción para explorar libremente su deseo, ¿cuál
debería ser el posicionamiento del feminismo? ¿Debe ser la censura y la
estigmatización o, por el contrario, cabe la posibilidad de que la
cosificación sexual pueda ser positiva en la vida de las mujeres?
En un contexto donde el porno gay se ha globalizado y donde cada vez
más hombres muestran una preocupación por su apariencia estética,
¿acaso tiene sentido hablar de cosificación sexual como una cuestión
estrictamente relacionada con la dominación masculina?

La cosificación sexual puede asumir valores sumamente alienantes y


perjudiciales para la salud de las mujeres, como la vergüenza corporal, la
vigilancia estética, la ansiedad social o la pérdida de autoestima. No se
puede defender como justas aquellas situaciones donde la cosificación
sexual opera en contra de la voluntad e integridad de las mujeres. Cuando
la cosificación sexual alienta el narcisismo, el materialismo y la
representación idealizada de la belleza, tanto mujeres como hombres
pueden imitar un comportamiento que es incompatible con el cuidado
personal y las relaciones sanas. Sin embargo, es importante no
generalizar al respecto. La cosificación sexual –incluyendo aquí la
realizada por una misma– puede ser moralmente aceptable y
deseable cuando la reciprocidad, el respeto mutuo y el consentimiento
forman parte del juego; en definitiva, cuando no hay ni violencia ni
coacción.

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