Historia de La Iglesia Primitiva-Ch. 2-Boer
Historia de La Iglesia Primitiva-Ch. 2-Boer
Historia de La Iglesia Primitiva-Ch. 2-Boer
1-787)
Harry R. Boer
Capítulo 2
El comienzo de la iglesia
Fue en Palestina, la histórica tierra de Israel, donde la iglesia del Nuevo Testamento
apareció por primera vez en la historia. Es difícil establecer una fecha. Si decimos que la
iglesia comenzó en pentecostés, no tomamos en cuenta la vida y el ministerio de Jesús. Si
decimos que la iglesia comenzó con él, debemos recordar el hecho de que el ministerio de
Jesús surgió de la vida del judaísmo. Es mejor, por lo tanto, decir que la iglesia surgió de la
vida y obra de su Señor y que se transformó en su testigo universal en pentecostés.
El ministerio de Jesús
1. El mensaje
El mensaje de Jesús era sencillo. Él predicaba que el reino de Dios estaba cerca y que los
hombres podían entrar en él por medio del arrepentimiento y la fe en el evangelio (Marcos
1.14-15). E1 arrepentimiento que Jesús requería era por la desobediencia a la ley de Dios.
Esta ley estipulaba que los hombres debían amar a Dios por sobre todo y a su prójimo como
a sí mismos (Mateo 22.34-40). E1 amor es el cumplimiento de la ley. Cuando la
desobediencia trae aparejada la falta de amor, el arrepentimiento restablece el equilibrio
entre el hombre y Dios y entre el hombre y su prójimo. El Sermón del Monte ilustra de
muchas maneras cómo la relación vertical (el hombre con Dios) y la relación horizontal (los
hombres entre sí) pueden ser mantenidas y reforzadas. El evangelio es la buena noticia de
que Dios perdona a los que se arrepienten, y los recibe como a hijos. Al mismo tiempo, la
predicación de Jesús no era un mensaje completamente nuevo. Surgió del Antiguo
Testamento y continuó a un nivel más profundo (Mateo 5.17-20).
2. Lo que significa
A medida que Jesús llevaba a cabo su ministerio preveía el conflicto inevitable entre su
mensaje espiritual y el de la obediencia externa que presentaban los fariseos. Jesús se
preparó para morir y así lo anticipó a sus discípulos (Marcos 10.32-34). En la fiesta de la
pascua, probablemente a los 33 años, sufrió la crucifixión. Su muerte, sin embargo, no fue
simplemente la muerte de un mártir. Fue una muerte salvadora, llena de vida para aquellos
que ven en ella la absoluta y total obediencia a la ley de Dios. En este sacrificio Jesús dio su
vida para redimir a muchos. Después de su muerte se levantó victorioso. «Todo aquel que
cree en él, aunque esté muerto, vivirá, y todo aquel que vive y cree en él, no morirá
eternamente» (Juan 11.25,26). Por consiguiente, Pablo predicó con igual poder «a
Jesucristo y a este crucificado» (1 Corintios 2.2) y «de Jesús, y de la resurrección» (Hechos
17.18).
3. El misterio de Cristo
Desde su nacimiento lo humano y lo divino estaban unidos en él. Sin embargo, esta unión
era tan natural que ninguna de las dos naturalezas en ningún momento parecía algo
agregado o casual con relación a la otra. Él nació y creció como otros niños. Creció en
sabiduría y en estatura, y en gracia para con Dios y los hombres (Lucas 2:52). Él pasó
hambre, fue tentado, se cansó, tuvo conocimientos limitados; podía indignarse y enojarse,
era sociable y compasivo, oraba, y al final fue crucificado y muerto.
Al mismo tiempo, expresó pretensiones y llevó a cabo actos solamente atribuibles a Dios.
«Nadie —dijo— conoce al Hijo excepto el Padre, y nadie conoce al Padre excepto el Hijo,
y cualquiera a quien el Hijo lo quiera revelar» (Mateo 11.27). Antes de que Abraham
existiera, él existía (Juan 8.58); perdonó pecados, lo que es prerrogativa divina (Marcos
2.7); recibió adoración (Juan 20.28); dio el Espíritu Santo a sus discípulos (Juan 19.23). Él
es el Cristo en quien las esperanzas mesiánicas se cumplen (Juan 4.25,26). La iglesia ha
visto un profundo misterio en estos dos aspectos de la vida de su Señor, pero nunca ha visto
nada extraño o que no fuera natural en ellos. La iglesia cree en Jesús el Hijo encarnado de
Dios, y lo predica a los hombres. «El secreto de nuestra religión es algo muy grande: Cristo
se manifestó en su condición de hombre, triunfó en su condición de espíritu y fue visto por
los ángeles, fue anunciado a las naciones, creído en el mundo, y recibido en gloria (1
Timoteo 3.16 VP).
Pentecostés
El Antiguo Testamento había hablado vez tras vez del carácter universal que tendría el
pueblo de Dios. El fundamento más firme de esta expectativa era el hecho de que el Dios
que redime es también el Dios que creó todas las cosas. Si bien el hombre se ha tornado
pecador, el Creador no abandona su obra; y es por eso que él la restaura por medio de la
redención. La elección del pueblo de Israel para un servicio especial tiene el propósito de
que todas las naciones sean salvas. A través del Antiguo Testamento, Israel se mantiene en
contacto con las otras naciones. Palestina misma era una encrucijada entre los grandes
imperios de su tiempo. En su ministerio Jesús predijo la expansión del evangelio, pero él no
planeó un programa de evangelismo antes de su muerte. Este fue dado después de su
resurrección: «Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced
discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del
Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo
estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo» (Mateo 28.18-20). Este
mandamiento, sin embargo, no debe separarse de la venida del Espíritu Santo en
pentecostés. El mandamiento de testificar no era suficiente para crear testigos. Debía
también existir la convicción y el poder para testificar. Este fue dado a la iglesia en
pentecostés. En esa ocasión Cristo volvió a la iglesia por medio del Espíritu Santo para
impartirle su poder y estar con ella hasta el fin del mundo (Hechos 1.6-8).
En pentecostés se produjeron cambios fundamentales en el carácter y la estructura del
pueblo de Dios:
a) La iglesia universal del Nuevo Testamento reemplazó a la congregación
estrictamente israelita, expresada en el templo y la sinagoga.
b) El pueblo de Dios dejó de ser un pueblo nacional y se transformó en una
comunidad internacional y universal.
c) El predicador reemplazó al sacerdote; el púlpito reemplazó al altar, y el
testimonio de la iglesia del sacrificio de Cristo reemplazó al sacrificio ceremonial de
animales.
La capital religiosa de los judíos era Jerusalén. Ellos guardaban la ley, el sábado, y la
circuncisión. La iglesia no tiene una ciudad capital, ni templo, ni sacerdote, ni altar, ni tierra
santa. La iglesia pertenece a todas las naciones y en ellas tiene su campo de acción; donde
está la iglesia allí está su Señor presente, y adora a Dios de muchas maneras.
Este cambio en la actitud y estructura del pueblo de Dios no se realizó totalmente en el día
de pentecostés. Le llevó tiempo a la iglesia el comprender que se trataba de una comunión
universal. Aun el apóstol Pedro tuvo gran dificultad para llegar a entender esto. Algunos
miembros de la iglesia nunca lo llegaron a entender. No obstante, la predicación en otras
lenguas en pentecostés y la lista de naciones mencionadas en el capítulo 2 de Hechos
indican este cambio básico. No habían pasado treinta años desde ese momento y el
evangelio ya se había establecido en Siria, Asia Menor, Grecia, e Italia. Tenía seguidores
aun dentro de la casa de César en la misma capital del imperio.
Cristianismo palestino
Al principio vemos a la iglesia como un grupo de creyentes en Jerusalén. En la fiesta judía
de pentecostés, siete semanas después de la crucifixión de Jesús, muchos fueron bautizados
como resultado de la predicación de Pedro. Desde su comienzo, pues, la iglesia formaba
una comunidad apreciable. Vivía una vida de compañerismo, adoración, y ayuda mutua,
recibiendo diariamente nuevos miembros (Hechos 2.43- 47). Su predicación era sencilla: el
arrepentimiento de pecados, la muerte y resurrección de Cristo, con gran énfasis sobre la
resurrección, y el bautismo (Hechos 2.29-42). Esta proclamación se veía acompañada de
señales y milagros y del poder del Espíritu Santo. En consecuencia, había muchas
conversiones, incluso entre los sacerdotes.
1. Cristianos hebreos y griegos
Muy pronto después de este comienzo prometedor se registran en Hechos dos sucesos que
afectaron la comunión de la iglesia. El primero fue el pecado de Ananías y Safira (Hechos
5.1-11); el segundo el descontento de los griegos con sus hermanos hebreos (Hechos 6.1-6).
El engaño de Ananías y Safira fue trágico, pero no surgió de la comunidad cristiana
envolviendo a muchos. La queja de los griegos contra los hebreos era un caso muy distinto;
indicaba un desacuerdo muy marcado dentro de la misma iglesia. Se trataba de una disputa
entre los cristianos judíos de Palestina y los cristianos judíos procedentes de la dispersión.
Es preciso notar el significado de las palabras «hebreos» y «griegos». El nombre «hebreos»
se usa a lo sumo en otros dos lugares del Nuevo Testamento en referencia a los judíos. En
los tres casos sirve para recalcar el carácter cien por ciento judío de los judíos en cuestión.
Un hebreo era aquel que en todos los aspectos observaba la ley mosaica y vivía de acuerdo
con las tradiciones de los padres. Los «griegos» eran judíos procedentes de la dispersión,
más abiertos a las ideas griegas. Por lo tanto, la discrepancia entre los griegos y los hebreos
era una diferencia entre los judíos cristianos, con un fuerte trasfondo palestino, y los judíos
cristianos conectados con la dispersión. Posiblemente los hebreos rechazaban tener
comunión alrededor de la mesa con los griegos debido a que estos no observaban el
ceremonial en todos sus detalles. También es posible que existieran diferencias culturales
que los apartaban. Lo cierto es que todo esto parece haber producido desigualdad en la
distribución de los alimentos a las viudas griegas pobres, lo que resintió la comunión de los
dos grupos.
En la colonia judía griega (no cristianos) muy pronto se desarrolló una muy fuerte
oposición contra la iglesia. Esto es evidente por el relato del apedreamiento de Esteban.
Todos sus acusadores pertenecían a la dispersión: cireneos, alejandrinos, cilicianos, y
asiáticos. Todos ellos, que pertenecían a la sinagoga de los libertos, posiblemente eran
miembros de una congregación de judíos que habían vuelto a Palestina de la cautividad,
traídos por los romanos (Hechos 6.8,9). Aunque parezca extraño, los judíos hebreos no
fueron los primeros perseguidores de la iglesia sino más bien los judíos griegos. No parecía
ser una casualidad que Saulo, un griego de Tarso en Cilicia, guardara las ropas de los que
apedrearon a Esteban. Aparentemente los judíos griegos estaban más opuestos a la iglesia
que los judíos de Palestina. Por la misma razón probablemente sentían más hostilidad
contra los judíos griegos cristianos que contra los hebreos cristianos, y esto muy bien puede
haber provocado su ataque contra Esteban, quien parecía ser el líder del grupo griego
cristiano en Jerusalén.
La persecución de la iglesia que siguió a la muerte de Esteban no parece haberse extendido
más allá de Jerusalén. A los apóstoles no se los molestó. La razón de esto puede ser el
hecho de que no eran del grupo helénico (griego) y que vivían de acuerdo con la tradición
palestina. Por otro lado, la persecución no parece haber sido de larga duración.
2. La proclamación fuera de Jerusalén
La salida de muchos creyentes de Jerusalén trajo como consecuencia el esparcimiento del
evangelio. Felipe fue a Samaria a predicar allí. Esto hizo que la iglesia en Jerusalén enviara
a Pedro y a Juan a Samaria para inspeccionar la obra de Felipe. En el camino de vuelta a
Jerusalén predicaron en muchos pueblos de los samaritanos. Felipe fue enviado a Gaza, en
el sur de Palestina, para encontrarse con un oficial de la corte de la reina de Etiopia. Este
era un prosélito judío, el cual ahora se convierte y se bautiza bajo el ministerio de Felipe
(Hechos 8).
Pedro se fue a la costa para predicar en Jope y Cesarea. Su visita a estas ciudades abre sus
ojos al significado total del evento de pentecostés, o sea, que tanto los gentiles como los
judíos podían ser seguidores de Cristo y miembros de la iglesia (Hechos 10.44-48). Como
resultado bautiza a un hombre que no era judío, Cornelio, un centurión del ejército romano.
Por este hecho la iglesia de Jerusalén le pidió cuentas (Hechos 11.1-18), pero aceptó con
gozo el informe de Pedro, reconociendo que «también a los gentiles ha dado Dios
arrepentimiento para vida» (Hechos 11.18).
Es evidente que la iglesia de Jerusalén ejercía una supervisión estricta sobre la predicación
del evangelio fuera de Jerusalén. Veremos en la próxima sección cómo enviaron a Bernabé
a Antioquía cuando oyeron que allí había echado raíces el evangelio (Hechos 11.22-24).
Unos trece o catorce años más tarde convinieron en el bien conocido concilio llevado a
cabo en Jerusalén que los convertidos gentiles no debían estar sujetos a la ley mosaica
(Hechos 15). Concedieron la completa libertad del evangelio a los gentiles pero ellos
mismos no la usaron. El resultado de esta actitud pronto se hizo evidente.
3. Declinación de la iglesia palestina
A pesar de la predicación de Felipe, Pedro, Juan, y otros, el evangelio no progresaba en
Palestina. Parecía que la razón de esto fuera el hecho de que la iglesia en Palestina se hizo
una iglesia estrictamente hebrea. Aparentemente el elemento griego no volvió a Jerusalén
después que la primera persecución había cesado. El carácter hebreo de la iglesia en
Jerusalén era tan fuerte que más tarde en una ocasión aun Pedro temía comer con los
cristianos gentiles en Antioquía cuando algunos hermanos de la iglesia en Jerusalén
vinieron de visita (Gálatas 2.11-14). Como resultado no se desarrolló ningún fervor
misionero. No era posible que la iglesia fuera cristiana y judía al mismo tiempo. Los
eventos en Palestina entre los años 62 y 70 mostraron cuán cierto era esto. Casi terminaron
con ese cristianismo a medias de la iglesia hebrea.
La nación judía nunca había olvidado la gloria y el reino de David, ni la independencia que
había disfrutado entre los años 142 y 69 A.C. cuando quedó bajo el dominio romano.
Después del A.D. 60 los judíos planearon una revuelta contra los romanos. Muchos líderes
judíos aconsejaron en contra, pero no fueron oídos. Los judíos cristianos tuvieron que
escoger entre respaldar o no esa rebelión. Finalmente optaron por ir en contra de la
revuelta. Alrededor de esa época, Santiago, el hermano del Señor y líder de la iglesia en
Jerusalén, fue muerto. En el año 66 los cristianos decidieron dejar Jerusalén. Emigraron a
Pela, una ciudad gentil al otro lado del Jordán, donde permanecieron hasta después de la
caída de Jerusalén. Nunca más fueron considerados como verdaderos judíos. Alrededor del
año 84 los líderes judíos en Palestina comunicaron a todas las sinagogas en todos los
lugares que todos los judíos cristianos debían ser excluidos de sus asambleas. Por lo tanto,
un cristiano judío ya no podía permanecer cristiano y a la vez retener su conexión con la
comunidad judía. Muy pronto la iglesia, cuyas raíces estaban en el Antiguo Testamento,
cuyo Salvador era judío, cuyos apóstoles fundadores eran todos judíos, y cuyo libro sagrado
había sido escrito por judíos, se transformó en una comunidad de gentiles. Aun los judíos
cristianos helenistas comenzaron a encontrarse extraños en la comunidad que había surgido
de la vida y obra del Mesías judío.
El triste curso del cristianismo palestino no debe permitir que cerremos nuestros ojos a su
tremenda significación en la historia de la iglesia universal. El comienzo del cristianismo
está unido en forma inseparable a la iglesia judía. Los primeros años en la vida de la iglesia
fueron años totalmente judíos. La primera predicación del evangelio entre los gentiles se
efectuó por medio de testigos judíos. Pablo, el padre de las misiones gentiles, era un judío y
tenia a la iglesia en Jerusalén como su autoridad eclesiástica y espiritual más alta. Fue un
concilio de la iglesia judía el que hizo posible la participación total de los gentiles en la
vida de la iglesia. La iglesia en el mundo ha surgido de la iglesia de Judea. La iglesia
totalmente gentil de nuestros días nunca debería olvidar la gran deuda que tiene hacia la
iglesia totalmente judía, la cual es su madre espiritual.
La iglesia fuera de Palestina
El joven que guardó las ropas de los helenistas que apedrearon a Esteban era un judío de la
dispersión llamado Saulo. Era de la ciudad de Tarso, en la provincia romana de Cilicia en el
Asia Menor (hoy Turquía). Era un estricto fariseo y, en la época en que Esteban fue
apedreado, probablemente un estudiante en la escuela del gran maestro Gamaliel en
Jerusalén. Saulo era un enemigo del evangelio y particularmente de los judíos de la
dispersión o helenistas que lo creían. En la persecución que siguió a la muerte de Esteban,
«Saulo asolaba la iglesia, y entrando casa por casa, arrastraba a hombres y mujeres, y los
entregaba en la cárcel» (Hechos 8.3). Algún tiempo más tarde, «respirando aún amenazas y
muerte contra los discípulos del Señor», pidió a las autoridades judías que lo enviaran a
Damasco para perseguir allí a los creyentes. Fue en el camino a Damasco que el Señor
Jesús glorificado le apareció, y Saulo se convirtió en un convencido discípulo de Cristo así
como antes había sido su enemigo acérrimo (Hechos 9.1-31).
1. La misión paulina
Así comenzó la vida cristiana y la carrera misionera de aquel hombre Saulo, mejor
conocido como Pablo, que vino a ser el padre de la misión a los gentiles y el autor de casi
un cuarto del Nuevo Testamento. Los treinta años que siguieron a su conversión fueron de
la mayor importancia para la vida de la iglesia. En el curso de esos años, Pablo hizo las tres
siguientes contribuciones de gran valor:
a) Durante los tres largos viajes misioneros que hizo, plantó el evangelio en Asia Menor,
Macedonia, y Grecia. Entre las iglesias que fundó, Éfeso y Corinto se destacan por su
posición estratégica y por el largo tiempo que Pablo trabajó en ellas. Doce años pasaron
desde que Pablo se convirtió hasta el momento en que emprendió su primer viaje misionero
(36-48 A.D.). Con la excepción de algunas breves referencias en Hechos y en algunas de
sus cartas, no tenemos ninguna información acerca de estos «años silenciosos».
Posiblemente los ocupó haciendo trabajo evangelístico en Cilicia y Siria. Hechos 15.23,41
y Gálatas 1.21 hacen referencia a creyentes e iglesias en esas regiones que podrían ser el
resultado de la obra de Pablo en esos días. Una incertidumbre similar está asociada con los
últimos años de Pablo. Sabemos que al terminar su tercer viaje misionero, en el año 57,
Pablo fue arrestado en Jerusalén y llevado a Roma como prisionero en el año 60. En el 63
se le dio la libertad. Luego fue arrestado otra vez en el 66 y muerto al año siguiente durante
la persecución de Nerón en el 67. Mientras se hallaba bajo arresto en Roma, entre el 60 y el
63, se le permitió vivir en su propia casa. Como resultado de su carta a los romanos, de su
largo cautiverio allí, y finalmente de su martirio en Roma, sin duda Pablo afectó el
desarrollo del cristianismo en Roma.
b) La predicación del evangelio comenzó, como hemos dicho, dentro de una atmósfera
totalmente judía. Los primeros cristianos fueron judíos y continuaron viviendo y adorando
como judíos. La principal diferencia entre los judíos cristianos y los judíos tradicionales era
que aquellos creían en el Mesías que había venido, que había sido crucificado y se había
levantado de entre los muertos; mientras que los otros creían en un Mesías que todavía
estaba por venir. Los judíos cristianos continuaron observando la adoración en el templo, la
circuncisión, el sábado, y todos los otros asuntos de la ley mosaica. Cuando el evangelio
alcanzó a los gentiles, los cristianos judíos esperaban que los creyentes gentiles recibieran
la circuncisión antes de ser bautizados. En otras palabras, demandaban que los gentiles se
hicieran judíos primero antes de ser cristianos. Pablo nunca aceptó este punto de vista; él
mantenía que los creyentes gentiles podían ser bautizados como gentiles.
Lo acertado de la posición de Pablo se comprobó al final de su primer viaje misionero. Al
dar cuenta a la iglesia de Antioquía de la conversión de los gentiles, algunos cristianos
vinieron desde Jerusalén proclamando que «si no os circuncidáis conforme al rito de
Moisés, no podéis ser salvos» (Hechos 15.1). Este fue un punto muy importante con el que
se vio confrontada la iglesia. Pablo llevó el asunto al concilio de apóstoles y ancianos en
Jerusalén. Luego de un largo debate, el concilio estuvo de acuerdo con Pablo, pero pidió a
los gentiles que no ofendieran a los cristianos judíos con su conducta respecto a ciertas
costumbres judías (Hechos 15.12-21).
La decisión del consejo o concilio fue una gran victoria para el evangelio. Pero no fue una
victoria que diera fin a la disputa. El desacuerdo entre los creyentes judíos y las iglesias
gentiles continuó hasta después de la destrucción de Jerusalén por los romanos en el año 70.
Pablo, pues, no alcanzó a ver el triunfo total de su teología misionera. A través de su
ministerio fue combatido por los judíos y por los cristianos judíos. Su carta a los gálatas
muestra el peligro en que se encontraba su obra (Gálatas 1.6-9). A veces parecía estar solo
en esta lucha. No obstante, persistió hasta el fin. Unos pocos años después de su muerte, el
desmoronamiento de la cristiandad judía en Palestina y el continuo progreso del evangelio
fuera de Palestina disiparon la amenaza judía. Desde ese momento la iglesia continuó hacia
adelante ganando nuevas victorias y haciendo frente a nuevos enemigos.
c) No menos importante es la contribución de Pablo a la iglesia universal por medio de sus
cartas. En un sentido general, las mismas tratan de la fe de la iglesia y la vida de la iglesia.
Por «fe» queremos significar la enseñanza respecto a la salvación, y por «vida» la conducta
de aquellos que reciben esta salvación. La carta de Pablo a los romanos se ocupa de la
enseñanza en los capítulos 1 al 11, y de la conducta en los capítulos 12 al 16. La primera
carta de Pablo a los Corintios, por otro lado, está dedicada mayormente a la conducta,
aunque trata al mismo tiempo importantes temas como la resurrección y la unidad de la
iglesia.
Las cartas de Pablo tienen mucho que decir acerca del Señor resucitado y exaltado. Sin
embargo, el ejemplo de Jesús con su vida santa en un mundo pecador no se menciona
mucho. Por esta razón conviene siempre leer los escritos de Pablo a la luz de los
evangelios. Las enseñanzas de Jesús y su ejemplo tal cual aparecen en los evangelios, y el
significado de la vida, muerte, y resurrección de Jesús tal como los presenta en sus cartas
Pablo, deberán ser objeto siempre de un énfasis paralelo en la iglesia.
2. Egipto, Etiopía, Siria y Persia
El relato de la iglesia primitiva presentado por Lucas en los Hechos da la impresión de que
todo el movimiento del cristianismo se dirigió a Europa al oeste. Esto no es del todo exacto.
Hubo extensión también en otras direcciones. Pero como no se registra en el Nuevo
Testamento, o solo se menciona al pasar, el hecho es menos conocido que el crecimiento de
la iglesia en Europa. Esto se debe a que la otra extensión se produjo en regiones que luego
quedaron casi todas bajo el control musulmán. Estas áreas estaban en los países que hoy se
conocen como Egipto, Siria, Iraq, y Armenia.
No se sabe cuándo el evangelio llegó a Egipto. El predicador Apolos, a quien encontramos
en Hechos 18 y a quien Pablo menciona en el primer capítulo de 1 Corintios, era un judío
de Alejandría. Pero no se nos dice dónde llegó a ser discípulo. Un informe posterior indica
que fue Marcos quien primero predicó el evangelio en Egipto y estableció la iglesia en
Alejandría. Lo que sí sabemos es que en el curso del segundo siglo Alejandría llegó a ser un
centro importante de la iglesia cristiana.
Tal como en Egipto, el origen de la iglesia en Etiopia (Abisinia) es también desconocido.
La tradición dice que un joven cautivo de Tiro (hoy Líbano) la fundó. Lo que si parece
cierto es que, en alguna época durante el siglo cuarto, Atanasio, obispo de Alejandría
nombró a Frumentius como obispo de Axum en lo que en ese entonces era Abisinia del
Norte. De acuerdo con la tradición Frumentius es el joven mencionado más arriba.
Hay más información acerca de la extensión de la fe cristiana en ciertas regiones al norte y
al noroeste de Palestina. Ya en Hechos 4 leemos de creyentes en Damasco, capital de Siria.
A unos 450 kilómetros del norte de Damasco estaba Edessa. Era la capital de un pequeño
país, Osroeme, situado sobre el cambiante borde entre los imperios romano y persa. Tenía
contactos comerciales con Armenia al norte y con Siria al sur. El cristianismo entró allí en
la primera parte del siglo segundo, probablemente desde Antioquía o Damasco, por cuanto
Edessa, como ellos, hablaba el idioma siriaco.
A unos 450 kilómetros al este de Edessa, al otro lado del Tigris, estaba Arbela, una antigua
ciudad de Asiria. Allí hubo convertidos antes del año 100. Desde estos dos centros el
cristianismo se extendió a las regiones de alrededor, especialmente en Armenia. Más
adelante tendremos ocasión de ver cuán diferente fue la historia de estas comunidades
cristianas, aun antes del advenimiento de los musulmanes, en comparación con el
cristianismo en el imperio Romano.
3. Galia y África del Norte
Al principio del siglo dos el cristianismo se había establecido en Cartago, ciudad que habría
de jugar un papel preponderante en la historia de la iglesia. También había entrado en las
Galias (que es ahora Francia) especialmente en las ciudades de Lyon y Viena (Francia). A
mediados del siglo dos el cristianismo se había esparcido sobre un área que formaba una
especie de triángulo, desde el este al oeste. Su limite al norte se extendía desde Arbela a
Lyon y la línea al sur desde Jerusalén, pasando por Alejandría, hasta Cartago. Con la
excepción de España, Galia del norte, y Bretaña, el cristianismo se había diseminado a
través de todo el imperio unos cien años después de la muerte de Jesús.