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Hasta Que El Amor Nos Separe

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Hasta que el amor nos separe

Ruby Red
Índice

Índice
Sinopsis
El maldito Derek Harris
La estirada Bonnie Carter
Le deseo suerte, Bonnie
Señor y señora Harris
¿Te ponen nerviosa los recuerdos?
La peor idea que he tenido en la vida
¿Tienes serruchos en tu piso?
Tú y yo somos terapia de choque
Del uno al diez, ¿cuánto de cerdo eres?
¿Cuándo dejaste de quererme?
¿Tú piensas en mí?
El primer día del resto de su vida
Hasta la vista, Bonnie Carter
Hasta que la muerte nos separe
Aunque el amor nos separe
Epílogo
Sinopsis

Bonnie había ocupado los últimos meses de su vida en odiar al maldito Derek Harris. Se había
esforzado tanto que estaba convencida de que lo había conseguido.
Sin embargo, camino al despacho de su abogado para firmar el divorcio, se sentía más
nerviosa e insegura que nunca por tener que enfrentarse al grano en el culo que era su marido.
Derek había dedicado los últimos meses de su vida en volver loca a la estirada Bonnie Carter.
Encontraba un placer insano en no aceptar ninguna de sus propuestas de divorcio y disfrutaba
sabiendo que su actitud la sacaba de quicio.
No obstante, por fin, había llegado el momento de verse las caras y cerrar una etapa en la que
ya no había cabida para ambos en la misma habitación.
Mucho menos, en un ascensor.
Un ascensor averiado convertido, de repente, en una celda para Bonnie y Derek.
Unas horas en las que intentar no matarse.
Unas horas para demostrarse que tomaron la decisión correcta.
Unas horas para ponerse a prueba el uno al otro una vez más.
¿Unas horas para asumir que ese final quizá solo sea un nuevo modo de comenzar?
El maldito Derek Harris

Bonnie Carter se miró al espejo del tocador y estudió su aspecto por enésima vez. Los ojos
estaban perfilados de forma discreta. Las pestañas, rizadas. Los labios, rojos color rubí. El
cabello castaño perfectamente liso rozaba sus hombros.
Hizo un mohín hasta que su boca pareció un fresón, como si se lanzara un beso a sí misma o se
diera ánimos. También guiñó un ojo de un modo que quiso parecer sensual, pero que se quedó en
intento. Por último, suspiró e hizo un amago de morderse una uña, pero se controló a tiempo. Su
manicura en tono marfil no lo merecía.
Todo parecía estar en su sitio. Su imagen era todo lo perfecta que podía ser. Y no solo porque
sabía que era una mujer atractiva, sino porque aquella mañana tenía una misión y no podía
permitirse que algo, ni siquiera una nimiedad sin importancia, saliera mal.
Había llegado el día.
Llevaba señalado en su calendario de pared, ese con dibujos de gatitos que le había regalado
su hermana Candace por Navidad, desde que había encontrado la notificación en su buzón.
Recordaba haber abierto la rejilla y que el sobre le había parecido una bomba a punto de estallar
en sus manos. Por mucho que llevase anhelando ese momento meses, no había podido evitar el
nudo de su estómago al asumir que aquello era definitivo. Ya no había vuelta atrás. En apenas
semanas, todo habría acabado.

Spencer&Spencer, Bufete de Abogados.


Especialistas en divorcios.

Las letras del membrete, escritas en una caligrafía de lo más elegante y en color dorado,
parecían brillar como si tuvieran luces de neón. En cuanto había tenido el aviso en sus manos,
había rodeado la fecha en el calendario con un rotulador naranja para verlo cada vez que entrase
en la cocina.
El cinco de marzo.
Entonces le había parecido una eternidad, pero el tiempo se había esfumado como por arte de
magia y allí se encontraba Bonnie, convenciéndose de que estaba lo suficientemente guapa como
para darle en los morros al cretino de su ex. Podía haberlo hecho de igual modo con un traje
sobrio de pantalón y chaqueta, pero todo el mundo sabe que, ante una ruptura complicada que te
hace sentir insegura, es esencial esforzarse por que parezca que tu estado es mucho mejor que el
de la otra parte. Y, aquel día, Bonnie estaba realmente impresionante, aunque por dentro se le
revolvieran las tripas a cada segundo que pasaba.
Cogió el bote de perfume y se roció un poco en el cuello y en las muñecas. Usaba el mismo
desde hacía años. Era dulce pero no empalagoso. No quería que fuera excesivo, solo pretendía
dejar un aroma sutil a su paso. Prefería no pensar en quién se lo regaló la primera vez, pese a que
la intención de que su esencia llegara hasta la nariz de él y le despertara recuerdos respondía a
una necesidad un tanto infantil de hacerle daño.
«Ese perfume en tu piel es puro pecado».
Apartó aquella voz masculina de su mente e ignoró lo que aún provocaba en ella, y se
concentró en los últimos retoques.
Sus ojos se deslizaron por su torso.
Vestía una camisa blanca clásica pero lo bastante ajustada para que se intuyera un escote
sugerente por el hueco del primer botón sin abrochar. Debajo se percibía el contorno de un
sujetador blanco de encaje precioso y extremadamente sexi y caro que se había comprado para
alguna ocasión especial que aún no había llegado. Bonnie había pensado que, quizá, aquel día lo
era; al fin y al cabo, marcaba un nuevo comienzo en un calendario imaginario de su mente. Podría
parecer una tontería, ya que no tenía intenciones de que nadie viera su ropa interior, pero ella se
sentiría poderosa horas más tarde cuando celebrara que todo había terminado con un conjunto a la
altura de una bacanal.
Para la parte inferior había escogido una minifalda azul oscuro. Se giró y comprobó que le
quedaba como un guante y realzaba sus curvas. No le faltaba modestia, sino que era la que mejor
le sentaba de su armario y por ese motivo no podía haber elegido otra. Quizá resultaba un poco
llamativa para una reunión seria e importante como era aquella, pero si conseguía incomodarlo,
aunque solo fuera unos segundos, ya habría merecido la pena.
Todo valía si se trataba de pisotear su orgullo masculino como a una hormiga y de cerrarle la
bocaza a su todavía marido.
Un simple agujero en las medias le habría estropeado el día a Bonnie, así que, aprovechando
que hacía buen tiempo y que su bronceado de cabina era fantástico, había prescindido de ellas.
El repaso visual acabó en sus pies, embutidos en unos tacones rojos que le hacían unas piernas
espectaculares. Eran bastante altos y a ratos se sentía una garza un tanto torpe, pero había
aprendido que esas inseguridades solo se hallaban en su cabeza y que encontraba una satisfacción
única cuando sus pasos repiqueteaban cuando entraba a algún lugar y la gente giraba la cabeza,
como si avisaran de que su llegada era importante. Al menos, eso era lo que pretendía lograr
aquella mañana; que su aparición fuera notable para todos, en especial para él.
Sí, sin duda, la imagen que proyectaba Bonnie era perfecta para romper una vida en pedazos y
comenzar a recomponer los trozos en cuanto saliera del despacho de su abogado. También para
demostrar a alguien de una forma clara y directa lo que había perdido.
Suspiró a su reflejo y cogió la americana antes de dirigirse a la puerta. También el bolso, las
llaves y la fuerza, más necesaria que todo lo demás, para enfrentarse a él.
Para soportar su presencia.
Para decir adiós de una vez por todas al maldito Derek Harris.
La estirada Bonnie Carter

Iba a llegar tarde.


Durante toda su vida la impuntualidad había formado parte de él, pero ya había aprendido por
las malas que muchas personas lo consideraban un defecto de lo más insoportable. Si su ex
hubiera hecho una lista de pros y contras para valorar si merecía la pena o no continuar con su
relación, hecho que Derek pensaba que había sucedido con el apoyo de sus amigas, que siempre
llegara tarde a las citas podría haber encabezado el listado de los contras.
Por ese motivo, Derek Harris se había esforzado por ser puntual los últimos meses, pero las
cervezas con Matt la noche anterior se habían convertido en dos whiskies y al llegar a casa había
caído en un sueño tan profundo que había necesitado que la alarma se pospusiera tres veces para
lograr abrir los ojos.
Hacía mucho tiempo que no salía entre semana, otro de esos cambios de una lista interminable
que suponía la versión mejorada de Derek Harris, pero, sin duda, en la víspera de la cita para la
firma de su divorcio con Bonnie había necesitado a su mejor amigo como vía de escape si no
quería volverse loco.
Y ahora, maldita fuera, iba a llegar tarde.
Corrió entre los coches que llenaban a aquellas horas las calles de Nueva York. Un taxista lo
insultó asomando el puño por la ventana y a punto estuvo de pisar a un caniche que disfrutaba
tranquilo de su paseo matutino. Fue lanzando disculpas a cada viandante que rozaba o empujaba
para que no entorpeciese su carrera y rezó por que no sucediese nada que impidiera que la reunión
se llevase a cabo aquel día, como que lo atropellara un autobús por esquivar obstáculos como un
inconsciente.
Semanas atrás habría sido impuntual a propósito, pero en su nueva táctica de sacar de quicio a
Bonnie había decidido demostrarle que había cambiado, que era un hombre nuevo, ese hombre
que ella siempre había deseado que fuera y que, después de la firma, habría perdido de forma
definitiva por no haberle dado siquiera un voto de confianza.
Tragó saliva con fuerza ante lo que esa afirmación suponía en su vida. Porque que Bonnie lo
perdiera a él para siempre significaba a su vez que él también perdería a Bonnie.
En realidad, Derek sabía que no pasaba nada si se retrasaba un par de minutos, pero se negaba
a darle munición a ella y que lo mirase con esa suficiencia que siempre leía en sus ojos verdes. Un
«lo sabía» implícito que no podía permitir que Bonnie se llevara consigo aquella mañana.
Permitirle regodearse en ello sería una especie de derrota para Derek, que ya consideraba que
Bonnie había ganado demasiado. Además, siempre que lo miraba altanera escuchaba de fondo sus
reproches, como un eco incesante que lo perseguía de forma incansable.
«Crece, Derek».
«Eres un inmaduro, Derek».
«Jamás puedo esperar nada de ti, Derek».
Sintió un escalofrío.
Así que no. Prefería dejarse un pie bajo una rueda cruzando como un lunático por las anchas
avenidas que darle la razón una vez más a Bonnie Carter. Porque siempre la tenía, la muy
condenada.
Pese a que se había levantado más tarde de lo previsto y con un ligero dolor de cabeza por las
copas tomadas de madrugada, le había dado tiempo a darse una ducha fría con la que espabilarse
y arreglarse en condiciones.
Observó su imagen en el cristal de un escaparate mientras esperaba a que el semáforo se
pusiera en verde y se sintió satisfecho del resultado. El pelo negro brillaba bajo el efecto húmedo
de la gomina. Pasó los dedos por esa leve barba de tres días que se dejaba a menudo; le daba un
aspecto más informal dentro de esos trajes que se veía obligado a vestir para ir a trabajar cada
mañana en una oficina del barrio financiero. Además, se recordó que había un motivo más oculto
que tenía que ver solo con ella y sonrió con malicia. La recordó con los ojos velados por el
deseo, mientras Derek enterraba la cabeza entre sus piernas y como esa barba de lija arañaba sus
muslos hasta dejarlos sonrosados. Cuando todo terminaba, Bonnie lo miraba con ternura y
acariciaba sus mejillas.
«Me encanta tu barba».
Claro que le encantaba. Sobre todo, acariciando su sexo. Deseaba que ella lo recordase en
cuanto lo viera. Y no era el único detalle elegido con cierta premeditación.
En un primer momento, había pensado acudir con vaqueros y alguna vieja camiseta de algún
grupo de rock; así era él en su tiempo libre, por mucho que Bonnie insistiera en que ya no tenía
edad para vestir como un universitario. No obstante, si quería que de verdad ella se marchara de
la cita confundida, debía mostrar esa versión renovada y madura que comenzaba a primar en él y
con la que cada vez se sentía más a gusto.
Escogió un traje azul oscuro, casi negro; camisa azul cielo y corbata granate. Cualquiera que
se lo cruzara no pensaría que vestía nada especial, pero ellos sí. Aquella corbata recuperada del
fondo del armario también guardaba recuerdos de los que subían la temperatura. Se moría por ver
la cara de Bonnie cuando la reconociera.
Sin duda, su aspecto no podía ser más apropiado para demostrarle a la que aún era legalmente
su mujer que había cambiado. Suspiró al pensar en el inmediato reencuentro y se esforzó por
controlar la inseguridad que siempre le nacía al estar a su lado. Porque la persona con la que más
él se había sentido en la vida había pasado a ser la que más miedo le provocaba. Un temor
irracional por volver a perderse a sí mismo una vez tuviera que decirle adiós.
Suspiró, se pasó las manos por el cabello y evitó pensar en qué sería de su vida una vez
Bonnie desapareciera por completo de ella.
Derek estaba preparado.
Nada podía salir mal.
Había llegado el momento de dar carpetazo a su historia con la estirada Bonnie Carter.
Sonrió con aparente confianza y sus ojos azules centellearon antes de que el semáforo se
abriera y siguiera con su carrera.
Le deseo suerte, Bonnie

El despacho de Spencer&Spencer se encontraba a unos veinte minutos del apartamento de Bonnie.


Había acordado con su portero que un taxi la estaría esperando a la hora prevista con la intención
de que todo saliera perfecto; incluso habían dejado un margen de tiempo de error para
imprevistos, como el siempre alborotado tráfico de Nueva York o que su taxista sufriera un ataque
al corazón por el camino y tuviera que buscar otro a la desesperada.
No podía permitirse ni un solo fallo que le hiciera llegar tarde y provocase que la cita, junto
con esa nueva etapa vital que se moría por empezar, se pospusiese.
Bonnie ya había tenido demasiada paciencia.
Había esperado casi dos años para conseguir llegar a un acuerdo con él. Derek había sido
como un dolor de muelas durante tanto tiempo que seguía sin poder creerse del todo que aquello,
por fin, se fuera a resolver en apenas horas. Casi le parecía un sueño y una sensación de irrealidad
la acompañaba desde que se había levantado de la cama.
Así que ningún obstáculo podría lograr que aquel no fuera el primer día del resto de su vida.
«Una vida sin Derek, Bonnie».
El simple pensamiento la hizo estremecer, pero era lo correcto y lo que ella merecía. Él… él
se merecía muchas otras cosas que Bonnie se negaba a pronunciar y estropearse un momento tan
deseado con pensamientos tan negativos.
El trayecto en taxi lo ocupó en respirar con profundidad para relajarse. Intentó poner en
práctica los consejos de su profesor de meditación, aunque sin mucho éxito. Se encontró dos veces
con la uña perfectamente pintada en la boca y maldijo para sí. Estaba realmente nerviosa. Era
inevitable. La muñeca le picaba más que nunca y un pequeño sarpullido se atisbaba por el borde
de su camisa.
Frunció el ceño y lo odió una vez más por provocarle eso.
¿Hacía cuánto que no se veían?
En realidad, no tenía que pensarlo mucho, ya que lo tenía grabado a fuego.
Nueve meses.
Nueve eternos meses con sus días y sus noches desde esa que volvieron a las andadas y
acabaron desnudos y sudados en la cama de Bonnie. Al recordarlo, el calor era inmediato, así
como los remordimientos y una leve vergüenza por haber sido tan débil.
Ni siquiera tenía muy claro cómo había sucedido. Se habían encontrado en una fiesta que
celebraba un amigo en común. Bonnie sabía que lo vería y, pese a lo poco que le agradaba la
simple idea de estar en el mismo edificio que Derek Harris, había tomado la decisión de
mostrarse educada y simpática, como si ya hubiese superado la ruptura y ver a su ex pudiera ser
hasta una sorpresa agradable.
Sin embargo, nada había ocurrido como ella esperaba.
Derek se había reído de la expresión del rostro de ella al verlo aparecer del brazo de Molly,
una antigua compañera de trabajo con la que se veía de vez en cuando. Bonnie se había enfadado
de forma irracional como solo ella sabía y habían acabado discutiendo en unos lavabos. Los
besos… ninguno de los dos tenía muy claro cuándo habían llegado los besos, pero antes de darse
cuenta los dedos de Derek se colaban por la ropa interior de ella. Unos minutos después, un taxi
los llevaba a casa de Bonnie y allí no había habido cabida para nada que no fuera de la mano de
su deseo.
En cuanto salió el sol y la claridad los despertó, ella lo había echado de la cama de malas
maneras.
De la cama, de su casa y de su vida.
Una recaída, eso había sido. Al menos, eso era lo que Bonnie se repetía. Solo había sido un
bache como lo sería para una adicta que, por fin, iba a desengancharse.
—¿Se encuentra bien, señorita? —La voz del taxista se coló por la ventanilla de separación
abierta—. La veo acalorada.
Bonnie maldijo en silencio. Si un taxista desconocido había sido capaz de percibirlo, ¿cómo
iba a lograr que Derek no fuera consciente de su estado, si era la persona que mejor la conocía?
Cogió aire y se esforzó una vez más por mantener su imagen confiada y segura. Se dijo que
practicaría con el considerado taxista hasta que llegase a su destino.
—Sí, no se preocupe. Solo es un día importante y los nervios no me dan tregua.
Sonrió y después se sorprendió por haber sido tan sincera. Aunque, bien pensado, quizá le
ayudase a aliviar un poco esa desazón cada vez más intensa.
Volvió a rascarse con saña la muñeca. El escozor resultaba insoportable.
—¿Importante para bien? No quiero parecer entrometido, pero las visitas al edificio al que la
llevo suelen ser amargas.
Aquel hombre no podía haberlo descrito mejor.
El edificio donde se hallaba el despacho de Spencer&Spencer era un conglomerado de
oficinas de abogacía en la que la mayor parte de sus miembros se dedicaban a desavenencias
familiares y matrimoniales como la suya, así como temas de endeudamientos o defunciones. Sin
duda, ninguna de las causas eran objeto de deseo por sus clientes.
Intentó mostrarse segura de sus siguientes palabras y le dedicó una mirada amable, aunque
temía que su sonrisa no pudiera esconder la inquietud que sabía que delataban sus ojos.
—Para bien. ¡Voy a firmar el divorcio! En unas horas, seré de nuevo Bonnie Carter.
Él asintió.
—¿Un mal tipo?
Pensó en Derek. ¿Era una mala persona? Estuvo a punto de decir que sí, tal vez cegada por el
despecho del desamor, pero tampoco era eso y sería faltar a la verdad.
Si era totalmente honesta, Derek no era mala gente. Con él había pasado no solo los peores,
sino también los mejores momentos de su vida. Derek era inteligente, divertido, siempre tenía una
buena palabra para todo el mundo y no había conocido a nadie que fuera tan generoso como él.
Derek solo era…
—Un patán, en realidad. Un inmaduro con miedo al futuro. Un eterno niño con síndrome de
Peter Pan. Descuidado. Con falta de atención crónica y tendencia a sacarme de quicio.
El alivio asentó los nervios revueltos en el estómago de Bonnie. Qué bien sentaba expresar
todo eso que llevaba dentro, clavado como astillas, desde que había conocido a Derek Harris.
Hasta se notó momentáneamente más ligera, como si se hubiera quitado un gran peso de encima
con esas palabras.
Se dio cuenta de que hacía mucho tiempo que no hablaba de él con nadie. Había decidido
meses atrás, justo después de la noche de la maldita recaída, que no podía dedicar parte de su
vida a desahogarse cada vez que algo o alguien le recordaba a Derek. Porque solía hacerlo más a
menudo de lo que su dignidad merecía.
Un día, en la frutería de la esquina, el tendero le dijo que por qué no se llevaba unos
melocotones, que eran jugosos y deliciosos. Bonnie era alérgica al melocotón. Así que le explicó
con pasión al pobre hombre que solo quería vender que al que le gustaban los melocotones era a
Derek, pero que lo habían dejado por una serie de razones que seguro que todo el mundo
entendería. Bonnie relató treinta y siete motivos para abandonar a su marido antes de que le
dijeran de buenas maneras que era el momento de irse a su casa.
Y no fue la única ocasión en la que su estado emocional por culpa de Derek la hizo
avergonzarse después de sí misma. Por eso, cuando le habló a ese taxista de su matrimonio, se
sintió bien, como cuando estás a dieta y te comes un bollo de crema.
El coche paró y Bonnie cogió aire al observar el elegante edificio que la esperaba. Era uno de
esos tan altos que, desde abajo, parecía que llegaban a tocar el cielo. De superficie acristalada y
un diseño elegante que expresaba lujo y dinero.
Bonnie pensó que así debía ser, con la cantidad astronómica que cobraban en
Spencer&Spencer por sus servicios.
Pagó al taxista y abrió la puerta.
—Le deseo suerte, Bonnie.
Ella sonrió a medias. Frente al escenario de ese final tan meditado, ya no se sentía tan segura.
De repente, las rodillas le temblaron al salir del coche y apoyar los pies en la calzada.
—Y yo. Yo también la deseo.
Se dirigió a la entrada y se coló por las puertas giratorias. Cuando se encontró en el vestíbulo,
se irguió con una confianza un tanto inestable antes de que sus tacones hicieran retumbar sus pasos
por el lujoso recibidor. A su alrededor un montón de personas entraban y salían, ajenos a la
batalla que se estaba librando en el interior de Bonnie. Algunos charlaban, el teléfono sonaba en
la recepción y una música neutra típica de ascensor sonaba por la estancia.
No obstante, ella solo podía escuchar el atronador sonido de los latidos nerviosos de su
corazón.
Señor y señora Harris

Las oficinas de Spencer&Spencer, el abogado de Bonnie, se encontraban en el décimo piso. Derek


pensaba que cuanto más alto se encontrara el despacho, más dinero costaban sus servicios. Así le
habían enseñado que funcionaban las cosas en los negocios. No sabía si sería verdad o no, de lo
que sí tenía certeza era de que Bonnie se había esforzado por contratar a un bufete que le
garantizara lo que quería, por mucho que su cartera se resintiera.
¿Tanto lo odiaba? ¿Tan mal había hecho las cosas?
Entró en el edificio y cogió aire para intentar mitigar la sensación de asfixia anticipada que le
producía la situación en general y los ascensores en particular. Derek siempre había sentido un
cierto desasosiego en los espacios cerrados, así que habría preferido subirlos andando.
No obstante, llegaba con el tiempo justo y hacía demasiado calor allí dentro como para
jugársela a aparecer sudado y jadeando. No iba a estropear su impecable imagen por un miedo
absurdo.
Vio los ascensores al fondo del gran vestíbulo enmarcado por dos mostradores de recepción
tras los que señoritas uniformadas trabajaban con eficacia y una sonrisa permanente. Subió los
tres escalones que le acercaban a los elevadores. Había dos, eran grandes, con capacidad para
unas ocho o incluso diez personas, de esos que marcan los números con luces en la parte superior,
y Derek tuvo que elegir.
El de la derecha marcaba el piso doce, lo que significaba que tardaría una eternidad en bajar
de nuevo, más aún si seguía parando por el camino. El de la izquierda, indicaba que descendía y
que ya se acercaba al tres.
La decisión resultaba obvia.
Además, delante del de la izquierda esperaba una mujer que llamó su atención de forma
inevitable. Su falda era letal. Criminal. Corta, ajustada, marcando un trasero respingón que era
imposible no mirar. Una razón de peso más que Derek sintió como una señal para elegir el
cubículo de la izquierda.
Las puertas se abrieron cuando aún le quedaban unos metros para alcanzarlo y la mujer de la
minifalda se coló dentro y pulsó un botón sin considerar primero si alguien más quería entrar en el
ascensor. Lo que Derek no sabía era que no se trataba de mala educación, sino que aquella joven
de la falda estaba aún más nerviosa que él. Tuvo que dar una pequeña carrera para parar las
puertas antes de que se cerraran del todo y se viera obligado a cambiar su elección. Sentía que
llevaba corriendo desde el amanecer. Metió la mano entre ellas y las sujetó; estas se abrieron
gracias al sensor de seguridad y Derek sonrió satisfecho.
—Por los pelos —dijo con su tono más encantador.
Por mucho que mostrara una actitud confiada y despreocupada, en realidad, para él aquel era
un día de mierda, así que no hubiera estado mal entablar conversación con una mujer que, pese a
que no había podido observar en su totalidad, intuía bonita. Derek pensó que cualquiera se
merecía una tregua, aunque solo fuera durante unos segundos, antes de tener que enfrentarse a su
peor enemigo. Como un condenado en el corredor de la muerte que disfruta de una cena de lujo
antes de ser ejecutado.
Se giró para observarla con una sonrisa amable y entonces tuvo que parpadear varias veces
antes de asumir que aquella joven, la de trasero respingón y piernas de infarto, era ella.
Era su Bonnie.
Bonnie tardó tres segundos exactos en reconocerlo.
Uno. Dos. Tres.
Ni uno más ni uno menos.
Podría haberlo hecho con los ojos cerrados, porque su olor, ese que tantos quebraderos de
cabeza le había dado a lo largo de los años, llenó el ascensor en apenas un instante. Y su voz,
profunda, un poco ronca, y con un deje divertido que expresaba en el acto una vitalidad
contagiosa. Bonnie creía que hasta podría reconocerlo solo por su forma de respirar; al fin y al
cabo, había sido un sonido constante en su vida, sobre todo en esas noches en las que le costaba
dormir y acababa encontrando el sueño gracias al relajante siseo de la respiración de Derek a su
lado.
Era el poder que tenía Derek Harris, una especie de electricidad que llevaba siempre con él y
que se hacía notar en cuanto entraba en una habitación.
Bonnie alzó la mano con brusquedad y buscó el botón de abrir las puertas, pero se puso
nerviosa por aquel encuentro fuera de la seguridad del despacho de abogados y pulsó el que las
cerraba más rápido.
—¡Maldita sea! —exclamó sin ocultar su incomodidad. Ni siquiera entendía qué utilidad
podría tener esa opción.
Antes de que ninguno de los dos fuera consciente, ya estaban ascendiendo.
—Bonnie.
Le saludó él y no pudo evitar observarla de reojo y estudiar su aspecto. Tan distinto al de la
última vez, pese a que solo habían pasado nueve meses de aquella noche, pero ya simplemente su
cabello parecía otro con aquel corte. Por eso jamás habría apostado a que la chica que había
captado su atención de espaldas esperando al ascensor fuese ella. Pese a ello, seguía igual a como
la recordaba; preciosa, desafiante, capaz de volverlo loco con un aleteo de pestañas. El cuerpo de
Derek reconoció aquel otro de imponentes curvas, sensual como nunca con el atuendo que había
escogido para enfrentarse a él; sin duda, aquella falda no podía tener otro objetivo que hacerle
perder el juicio. Y, a pesar de los visibles cambios, su presencia resultaba tan familiar que Derek
sintió la nostalgia sin poder refrenarla.
Frunció el ceño aceptando que esa imagen letal que Bonnie había elegido no era la más
apropiada para firmar un divorcio, pero sí el reflejo de la que había elegido él a su vez. Ambos
deseaban que su orgullo pisoteara al del otro mostrando la mejor imagen de sí mismos.
Si aquello era la batalla final de una guerra, Derek asumió que tenía las de perder frente a esa
falda. ¡Por el amor de Dios, iba vestida como si quisiera que todos los ojos del mundo la miraran!
Y a Derek aquello no le parecería desconcertante, si no fuera porque la Bonnie que él conocía
odiaba llamar la atención. ¿Quedaría algo de la mujer con la que se había casado cinco años
atrás? ¿La que era un ejemplo claro de discreción que chocaba con el modo descuidado y un tanto
desenfadado de Derek? ¿Aquella mujer que lo estudiaba con una mirada afilada era aún la misma
que rara vez se separaba de sus pantalones rectos y sus sencillas camisetas?
Francamente, parecía imposible.
Sin embargo, los pensamientos de Derek cambiaron de rumbo al fijarse de nuevo en la falda
corta y sexi que envolvía los muslos de Bonnie. Ese trozo de tela infernal hacía que sus curvas se
marcaran de una forma indecente que lo volverían loco como no salieran pronto de ese ascensor.
Y no se trataba solo de la falda; su camisa remarcaba unos pechos que él ya sabía que eran
perfectos de un modo exquisito.
Bajo la vista a sus pies en un intento por apartar de su cabeza los pensamientos indecentes que
estaban ocupándolo todo, pero se encontró con algo que hizo que no fuera posible. Zapatos. Rojo.
Tacón alto, fino. No los reconocía, así que debían de ser nuevos.
Derek llegó a la conclusión de que todo lo que veía lo era y… a la vez, envolvía un cuerpo
familiar que conocía mejor que el suyo propio.
—Derek.
Ella le devolvió el saludo. Lo hizo con una voz de hielo, fría, cortante, pero solo porque por
dentro temblaba. Bonnie era una obsesa del control y aquel encuentro fortuito antes de tiempo la
había desestabilizado por completo. El plan era ver a Derek en el despacho con una gran mesa de
por medio que impidiera que sus cuerpos pudieran llamarse a gritos como siempre lo hacían, y no
hablar con él directamente, sino solo a través de sus abogados, pero, de repente, lo tenía tan cerca
que casi podía sentir el tacto de su traje rozando su piel.
Derek estaba increíble, debía reconocerlo. Siempre le había atraído con traje, sobre todo
porque, pese a la elegancia implícita, seguía mostrando detalles que le recordaban al Derek que se
desprendía de esas prendas y que era un desastre. Como la barba, siempre algo crecida, o su pelo,
de mechones demasiado largos como para controlar durante demasiado tiempo con el poder
petrificante de la gomina. Recordaba el tacto en sus dedos… ¿Por qué demonios estaba pensando
eso?
Bonnie amaba el orden por encima de todas las cosas y ya había aprendido a base de disgustos
que Derek era el desorden personificado, así que no le convenía ni pensar en él. Por supuesto que
no le convenía. No había más que hablar al respecto.
Se mantuvieron en silencio, ambos conscientes de la presencia del otro y de lo que aún
despertaba en sus propios cuerpos.
Bonnie rezó para que alguien parase el ascensor en el primer piso. Ella misma habría pulsado
ese botón, se habría bajado sin dar explicaciones y habría esperado el otro, pero le parecía
demasiado infantil y no quería que Derek pensara que aún le provocaba tanto como para
comportarse de ese modo.
Él deseó lo mismo cuando la luz iluminó el número dos. Tuvo que contenerse para no pulsarlo,
bajar y seguir el trayecto por las escaleras, de ser necesario. Las hubiera subido corriendo una
docena de veces con mucho gusto.
Sin embargo, nada de eso sucedió.
Y la luz del tercero, cuando llegaba su turno, no se encendió.
Después… después la que aún marcaba el dos parpadeó y el ascensor se paró en seco. La luz
que los alumbraba se apagó, dejando solo la claridad que daba sobre sus cabezas un foco de
emergencia.
Bonnie trastabilló; aquellos tacones eran tan bonitos como peligrosos para la estabilidad de
cualquiera.
Derek la sujetó del codo en un impulso incontrolable para que no se cayera, antes de soltarla
igual de rápido y ambos ignorar que se habían tocado.
Ella frunció el ceño y pulsó de nuevo el número diez, pero nada ocurrió.
—Qué demonios… —dijo exasperada.
—Espera, déjame a mí.
Derek se acercó al panel numérico y ella puso los ojos en blanco. Él pulsó números al azar y
suspiró confuso cuando nada sucedió. La risa llena de ironía de Bonnie rompió el silencio tenso
que los rodeaba.
—¿Qué pensabas, Derek? ¿Que se trataba de un juego de esos de adivinar el número? ¡Muy
bien, Harris, ha acertado el número siete! Continúe con su viaje y gracias por usar nuestros
ascensores. Al terminar su trayecto recibirá un pin —bromeó ella imitando la voz de un
presentador de concurso.
—Reserva tu sarcasmo para la firma, Bonnie. Debes ocultar lo nerviosa que aún te pone
escuchar tu nombre junto a mi apellido.
Ella se tensó irremediablemente y la sonrisa se borró de su rostro. El sarpullido de su brazo le
quemó con intensidad. Porque… así era. Bonnie aún era Bonnie Harris a todos los efectos legales,
por mucho que le doliera y hubiera empezado a usar por su cuenta su apellido de soltera. Aunque
por poco tiempo. Solo lo que tardaran en salir de esa celda metálica.
Se mantuvieron callados y expectantes a cualquier ruido que les indicara que el ascensor
volvía a funcionar, pero no pasó. Bonnie estudió nerviosa lo que la rodeaba, como si hubiera una
posibilidad de encontrar una puerta secreta en un lateral que los sacara de allí y la llevara muy
lejos de Derek, pero lo único que encontró fue la imagen de él en el espejo en un montón de
ángulos.
Posiblemente, aquella fuera la peor de sus pesadillas.
De repente, una voz masculina sonó por el interfono.
—¿Hola? ¿Están bien?
—¡Sí! El ascensor se ha parado —explicó Bonnie inquieta, pese a que era tan obvio que
después se sintió ridícula.
—¿Cuántas personas hay dentro? Tampoco funciona la cámara.
—Dos. Derek y Bonnie Harris. Teníamos una cita en el despacho de Spencer&Spencer —dijo
él.
Ella tragó saliva. Hacía mucho tiempo que nadie se dirigía a ellos así, en común, como si aún
fueran un equipo. No le gustaba. Le hacía sentir vulnerable.
—No se preocupen, señor y señora Harris. Los técnicos llegarán en breve. Intenten relajarse y
mantener la calma.
Las palabras del hombre produjeron el efecto contrario y Bonnie saltó como un resorte.
—¿Qué? ¿¡Relajarnos!? ¿¡Se puede saber qué significa «en breve»!?
—Tranquila, Bonnie —medió Derek, pero lo único que consiguió fue que ella se tensara aún
más y le lanzara una mirada letal.
Su planificación se había ido al traste y odiaba perder el control. Derek lo sabía y ella pensó
que debía estar disfrutando de eso. Incluso se planteó la posibilidad de que esa situación fuera una
estratagema de Derek. ¿Para qué? No lo sabía, pero era la única explicación que le venía a la
cabeza.
—Lamento lo sucedido, señora Harris. —Cerró los ojos ante el escalofrío que le provocaban
esas palabras—. Nos comunicaremos con ustedes en cuanto sepamos algo, pero deben tener
paciencia. Parece un problema con el sistema de seguridad de los elevadores. Ha saltado la
alarma y se ha activado el bloqueo.
Bonnie se rascó el sarpullido. Sentía que le corrían hormigas bajo la piel. Al día siguiente lo
tendría en carne viva, pero no le importaba. Prefería cien sarpullidos que verse encerrada en una
caja con el cretino de Derek Harris.
¿Qué había hecho ella para merecer tal castigo?
Y Derek… Derek la observó como si la mujer fuera un león y él se hubiera colado en su
guarida. Luego sus ojos se desviaron y se encontraron de nuevo con la falda. Esa falda. En el
cuerpo de Bonnie. Su Bonnie.
Suspiró con profundidad, apoyó la cabeza en el frío espejo y maldijo por no haber escogido el
otro ascensor.
¿Te ponen nerviosa los recuerdos?

—Esto es increíble. Esto no tenía que haber pasado. Es… Es… Parece una maldita broma de
cámara oculta. Un chiste de abogados, sí, eso es. Aunque yo no le veo la gracia, la verdad.
Llevaban unos veinte minutos allí atrapados, sin dirigirse la palabra, solo Bonnie rompía ese
silencio murmurando para sí misma, y nadie se había comunicado con ellos. Ambos intuían que
aquel infortunio iba para largo, por mucho que deseasen estar en cualquier otro lugar.
En la imaginación de Bonnie la reunión ya había comenzado, se habían leído las negociaciones
y William Spencer, su abogado, le estaba ofreciendo en ese instante un bolígrafo a Derek para que
firmara los documentos. Ella lo haría a continuación y todo se acabaría. Estarían divorciados.
No más Derek y Bonnie.
Fin de una época oscura.
Sin embargo, nada más lejos de la realidad, pues los suspiros de Derek le recordaban a cada
instante que se encontraban en una situación muy diferente. Juntos en un ascensor que, pese a que
tenía capacidad para diez personas, a Bonnie le daba la sensación de que allí no entraría ni un
alma más. Bastante ocupaba ya el descomunal ego de Derek.
Se fijó más en él y se dio cuenta de que estaba pálido y de que cada vez respiraba más rápido,
como si le costara. Entonces Bonnie recordó que Derek se agobiaba en sitios cerrados; no
comprendía cómo no se había percatado antes de que para él aquello debía ser un verdadero
martirio. Se habría alegrado, si no fuera porque ella también tenía que pasarlo a su lado.
Una vez, en un avión rumbo a Haití, Derek había comenzado a sudar de una forma exagerada.
Ella jamás lo había visto tan blanco y le temblaban las manos. Él le había pedido con ojos de
animalillo asustado que le ayudara a relajarse de la manera que fuera para evitar que se dejara
llevar por el pánico, y Bonnie había tenido la genial idea de meter la mano por debajo de su ropa
y convertir esa ansiedad en un orgasmo inolvidable.
No obstante, lo que le sucediera a Derek ya no era asunto suyo, menos aún sus orgasmos y por
mucho que tuviera que soportar verlo moverse de un lado a otro del cada vez más minúsculo
ascensor. Incluso se había quitado la americana y aflojado la corbata.
Dios… Esa corbata… Maldito Derek. Lo había hecho a propósito.
Bonnie deseó que se desmayara.
En serio, ¿qué había hecho tan mal como para merecerse acabar allí? Era la peor de las
torturas. Denunciaría a la empresa de ascensores, de ser necesario. No solo habían arruinado su
plan, sino también mermado esa seguridad que tanto ahínco le había costado ganar para
enfrentarse a su ex sin flaquear y condenado a tener que respirar el mismo aire que él a saber por
cuánto tiempo. Aire que Derek estaba gastando de forma alarmante con sus nervios.
Era angustioso.
—¿Estás bien? —preguntó en un impulso.
Él se rio y ella se cruzó de brazos a la defensiva.
—Sabes que no. Odio sentirme encerrado.
Bonnie hizo una mueca y fue incapaz de controlar el veneno de sus palabras.
—Por eso estamos aquí, intentando divorciarnos.
Él la fulminó con la mirada. Luego se apoyó en la pared y se dejó caer hasta que acabó sentado
en el suelo.
—¿Eso crees, Bonnie? ¿Que lo nuestro se fue a la mierda porque yo me sentía atado a tu lado?
—Nunca te importó demasiado lo que yo creyese.
Eso sentía Bonnie. Habían llegado a esa situación casi sin darse cuenta. Un día estaban
enamorados y felices y, al siguiente, Derek hacía una maleta y se largaba. Bonnie no recordaba
mucho más. O quizá sí, pero prefería quedarse con eso y no ahondar en los problemas que no
había sabido ver hasta que ya había sido demasiado tarde para solventarlos.
Derek disimuló lo que le sorprendía el ataque verbal de ella. ¿Eso pensaba Bonnie? ¿Que no
le importaba lo que ella pensase? No era cierto, aunque supuso que era demasiado tarde para
demostrárselo.
Meditó sobre aquello. ¿Se había sentido encerrado en su relación? Ni por asomo. Bueno, quizá
cuando Bonnie se empeñaba en dar pasos cuando aún no se sentía preparado… ¿Eso era un sí?
Sacudió la cabeza y eligió no pensar en algo que ya no tenía solución.
La mirada de Derek estaba fija en ella. Bonnie lo sabía, porque siempre que Derek la miraba
notaba cosquillas en las orejas. Una estupidez que le hacía sentirse una adolescente, pero era una
reacción instantánea. En el pasado le encantaba esa sensación, aunque ahora provocaba que su ira
creciera de forma alarmante.
Ni siquiera sabía por qué le había dicho eso. El resentimiento había hablado por ella. En
realidad, no era una verdad del todo. Tal vez Derek sí se había sentido atado en su relación, pero
si eso había sucedido ella asumía parte de la culpa. No se puede obligar a nadie a actuar en contra
de sus instintos, y una parte de ella sí se había esforzado por hacer de Derek lo que consideraba
un hombre mejor. Más adulto. Más estable. Que se peinara a diario y usara camisa fuera del
trabajo. Después de la separación, había comprendido que la única inmadura había sido ella y que
aquellas cosas no tenían la menor importancia.
Sin embargo, ya era tarde. Ni siquiera entendía qué hacía reflexionando sobre ello.
Las cosquillas de sus orejas se intensificaron y lo encaró molesta.
—¿Qué miras? —preguntó con tirantez.
—Perdona.
Derek apartó la mirada, pero solo unos segundos. Al momento Bonnie volvió a sentirla en la
nuca, pese a que la de ella estaba fija en el marcador numérico que no funcionaba. Se mordió el
labio y se dirigió de nuevo a él sin ocultar su enfado.
La estaba poniendo de los nervios.
—¿Puedes dejar de mirarme, Derek?
Pero no lo hizo. Solo susurró unas palabras que a Bonnie la acariciaron sin poder evitarlo.
—Es tu pelo.
Bonnie giró el rostro y clavó los ojos en los de él. Parecía sorprendido. Como si estuviera
mirando a una Bonnie que no conocía. Jamás la había observado así, como si la estudiara. Ella se
sintió orgullosa, ya que había intentado ser una versión mejor de sí misma desde que se habían
separado y, por la reacción de Derek, tal vez lo había conseguido. Bonnie no estaba muy segura de
si era mejor que en el pasado, pero sí que se sentía otra. O, al menos, mostraba otra al mundo, y
eso ya le parecía suficiente. Creía que había evolucionado, dejando atrás las inseguridades que la
habían hecho perder una vez. Había dejado atrás a la Bonnie desdichada y frustrada por lo
perdido. Se había cortado su larga melena por encima de los hombros. El flequillo también había
desaparecido. Le había cogido el gusto a un maquillaje llamativo, quizá como un modo de hacerse
ver cuando había llegado a sentirse invisible los últimos meses junto a su marido. Su guardarropa
también había sufrido cambios drásticos. No es que hubiera modificado su estilo de vestir, solo
que se había atrevido con prendas que siempre le habían provocado inseguridad y que, de pronto,
lucía con renovada confianza. Aquella falda era un claro ejemplo.
Parpadeó con una coquetería inesperada que le salió de manera natural y se enfrentó a ese
Derek que parecía un tanto perdido al lado de su nuevo yo.
—¿Qué le pasa a mi pelo?
—Te queda bien.
—Ya lo sé.
Quizá no fueron las palabras más apropiadas, pero su boca las pronunció antes de que su
mente las razonara. Era verdad. Bonnie se veía guapa con ese corte, le parecía moderno y
sofisticado, pero su respuesta solo había sido un modo de esconder el halago de Derek con esa
altivez que siempre salía a relucir en ella cuando se sentía acorralada. Y un ascensor parado con
Derek dentro era un escenario apocalíptico.
Derek se echó a reír. Escuchar aquel sonido fue para Bonnie como un soplido en la nuca. La
misma sensación que la estremecía y erizaba su piel.
—¿Se puede saber de qué te ríes?
—De nada.
Él levantó las manos con expresión inocente, pero ambos sabían que Derek podía ser mil
cosas… pero rara vez era inocente.
—Dímelo, no estoy para tonterías.
Ambos se miraron sin pestañear. Sabían que ninguno apartaría los ojos, porque eso significaría
perder en ese extraño juego que ni siquiera recordaban cuándo había comenzado.
Al final, fue Derek el que claudicó, chasqueó la lengua y sacudió la cabeza con resignación.
—Sigues siendo la Bonnie estirada.
Ella se irguió, dando la razón a ese mote que tanto odiaba.
Se lo habían puesto sus amigos en la adolescencia, cuando su actitud solo era la manera de
esconder una cierta timidez difícil de gestionar, y se había quedado con él hasta bien entrada la
madurez. Cuando Derek la conoció le hizo gracia, porque opinaba que solo personas que no la
veían de verdad podían pensar de ella algo como aquello. No obstante, Derek era de los que
adoraban los motes, así que se lo guardó para sí, aunque ese en especial solo lo utilizaba en dos
ocasiones: cuando pretendía cabrearla y cuando estaba excitado. Y, por muy bien que le sentara a
Bonnie esa falda, intuía que se trataba de lo primero.
—No tienes ni idea de quién soy. Ya no me conoces.
—Que hayas cambiado tu aspecto no significa que lo esencial también lo haya hecho. —Le dio
un repaso de arriba abajo y Bonnie se estremeció; como siguiera mirándola de ese modo acabaría
gritando desesperada que la sacaran de allí como fuera. ¿Podrían abrir la trampilla del techo y
tirarle una cuerda como sucedía en las películas?—. ¿Tanto has podido cambiar en meses,
Bonnie?
—¿Meses? Dos años, Derek.
Dos años llevaban viviendo separados. Dos años en los que Bonnie había pasado por todas
las etapas posibles que se pueden atravesar en una ruptura. La nostalgia insoportable de la
primera noche que durmió sola, abrazada a una vieja camiseta de Derek y a una botella de
ginebra. El arrepentimiento que la aturdía a ratos por todo lo que le había gritado solo para
hacerle daño; verdades exageradas en su mayor parte y también alguna mentira. Las ganas de
pedirle que volviese cuando las fuerzas flaqueaban, que acababa enterrando dejándose cuerpo y
alma en el gimnasio. El odio hacia Derek cada vez que los recuerdos la asolaban y lloraba
desconsolada. La esperanza, un día descubierta, de que era posible volver a ser feliz sin él a su
lado. Cortarse el pelo como un modo de renovación. Apuntarse a clases de meditación. La fiesta
de inauguración con amigos en su nuevo apartamento. Decorarlo solo a su gusto y sonreír al entrar
en él porque siempre estaba ordenado. Una cita a ciegas desastrosa que le organizó su hermana
Candace y por la que aún seguía cabreada con ella. Otra con un hombre horrible que le propuso
lamerle los pies en el restaurante cuando aún no les habían servido ni el postre. Una tercera que
acabó con un buen beso en un portal. Conocer a Clive y notar crecer en su interior la ilusión ante
la posibilidad de un nuevo romance. Odiar a Derek más aún al acostarse con otro hombre y
comparar cada instante de los compartidos con él. Dejar a Clive y salir con Warren, un compañero
del trabajo. Odiar a Derek con una intensidad desmedida al descubrir que Warren jamás podría
provocarle el cosquilleo en las tripas que un solo roce de su ex lograba en ella. Encontrarse con él
en una fiesta y acabar metiéndole la lengua en la garganta después de tres copas y unos cuantos
reproches lanzados a la cara.
Si se paraba a pensar, la vida de Bonnie se resumía en odiar a Derek. Era como una astilla
clavada en la yema de su dedo que no conseguía quitarse jamás. Y ahí estaba de nuevo, pinchando.
Sin duda, conocerlo había arruinado su vida en muchos aspectos.
—¿Dos años, Bonnie? ¿Estás segura? —preguntó con esa picardía innata. A Bonnie le dieron
ganas de abofetearlo—. Nueve meses, cariño. Hace nueve meses. ¿O es que no te acuerdas?
¿Necesitas que te lo recuerde?
Derek le dedicó una sonrisa traviesa y ella le dio la espalda para ocultar el rubor de sus
mejillas al pensar en aquella noche. No, no hacía falta que se la recordase, porque había sido
memorable. Por culpa de esa velada que nunca tenía que haber sucedido, la vida sentimental de
Bonnie sin Derek estaba abocada al desastre. Ningún hombre jamás estaría a la altura de sus
expectativas.
Dios… cómo lo odiaba.
—Oh. ¡Cállate!
—¿Te ponen nerviosa los recuerdos?
Por la expresión de su rostro, Bonnie supo que él estaba dispuesto a hablar. A recordar. A
aprovechar esa encerrona para expresar todo lo que ella le había negado desde que le pidió el
divorcio. Porque después de muchos intentos por su parte en los que él no parecía dispuesto a
hablar, Bonnie había tomado la decisión definitiva de que lo suyo había acabado; fue entonces
cuando Derek quiso sentarse y darle la oportunidad de exponer lo que quisiera. Tarde. Demasiado
tarde para una Bonnie llena de rencor, así que se había negado en redondo.
—No se te ocurra, Derek.
Pero Derek sonrió y Bonnie supo que, si no la sacaban pronto de allí, ya no podría quitarse de
la cabeza lo que había ocurrido aquella noche nueve meses atrás ni tampoco muchos otros
momentos junto a Derek.
La peor idea que he tenido en la vida

Se trataba de una fiesta organizada por Henry, un amigo de ambos, para celebrar su ascenso en la
empresa. Le habían nombrado director general de una sucursal bancaria y había que festejarlo.
Había alquilado un salón de un lujoso hotel en el que un grupo de pop amenizaba la velada con
música en directo mientras un catering fantástico les ofrecía deliciosos canapés y toda la bebida
que se pudieran imaginar.
Bonnie sabía que Derek estaría allí y no deseaba verlo, pero quería demasiado a Henry como
para hacerle ese feo en un día tan importante para él, así que se fue de compras con la intención de
mostrarse perfecta, aunque por dentro aún se estuviera muriendo poco a poco de tristeza.
Él la había visto enseguida. No era difícil, ya que, para Derek, Bonnie brillaba al entrar en una
habitación; no iba a perder ese encanto porque ya no fueran felices juntos. Sus ojos habían volado
por la sala buscando su inconfundible melena castaña hasta encontrarla con una copa de champán
en la mano y rodeada de algunos de sus mejores amigos. Su mirada verde analizaba la estancia
con disimulo, lo que hizo que el orgullo de Derek se hinchara un poco, ya que sabía que solo
podía deberse a él.
Vestía un bonito vestido negro de tirantes con la espalda al aire. Era sutil, como Bonnie. Su
belleza era innata pero lejana, intocable. Esa era la impresión que siempre le había dado a Derek,
como si un escudo invisible la protegiera de lo que fuera que ella temiese.
No se acercó a ella, sino que esperó a que se relajara lo suficiente para pillarla por sorpresa.
Bonnie estaba nerviosa. A decir verdad, estaba histérica. Llevaba más de un año sin ver a
Derek y aún no se sentía preparada para enfrentarse a sus fantasmas. Todavía lo echaba de menos
de un modo que la hacía odiarse.
No obstante, ahí estaba, hermosa, confiada y mostrando una seguridad que cualquiera podría
creer que se debía a que tenía todo bajo control.
Tardó en verlo. Se había relajado pensando que quizá ya no aparecería. Rápido se dio cuenta
de que, tal vez, esa había sido la intención de Derek. Más aún cuando lo vio acercarse del brazo
de Molly, una antigua compañera de trabajo de la que Bonnie había estado celosa sin aparentes
motivos durante un tiempo.
Él llevaba un pantalón de pinzas color gris y una camisa blanca. Sencillo, elegante, sexi como
solo Derek Harris podía serlo. Molly, un vestido rojo que solo una mujer de verdad segura de sí
misma podría vestir. Bonnie jamás se hubiera atrevido a ponérselo, por muy estúpido que fuera
ese pensamiento.
Al instante, se sintió disfrazada, pequeña, insulsa. Y sabía que no lo era, solo se sentía así
desde la separación, como si Derek se hubiera llevado con él una parte esencial de ella misma.
Aquello le confirmó una vez más que no se había equivocado pidiéndole el divorcio. Debía
mantenerlo lo más lejos posible.
Sin embargo, en aquel momento era imposible, así que cogió aire y sonrió con fingida
cordialidad. Los ojos azules de Derek brillaron con evidente maldad y Bonnie apretó tanto la copa
de champán entre sus dedos que pensó que podría hacerla pedazos.
—Bonnie. ¿Cómo estás? ¿Te acuerdas de Molly?
—Por supuesto.
La saludó con amabilidad, pero por dentro ardía. Tal vez estaba siendo exagerada y un tanto
dramática, pero Bonnie sentía aquello como una humillación pública. ¿Cómo se había atrevido
Derek a presentarse acompañado? Todo el mundo en aquella fiesta sabía lo que había sucedido y
la mayoría intuía que ella seguía sin recuperarse del todo. Y Derek Harris acudía sonriente, más
atractivo que en años y del brazo de una mujer preciosa.
¿Quién no lo odiaría? Bonnie lo hacía. Mucho.
Cogió otra copa y se la bebió de un trago.
La velada fue agradable. Henry sabía cómo organizar fiestas, nadie podía negárselo y, en otras
circunstancias, Bonnie habría disfrutado.
Pese a ello, el alcohol comenzaba a hacer estragos en su autocontrol. El champán siempre la
había despertado más de lo debido y no podía apartar sus ojos de Derek. La mano de él en la
cintura de Molly. Su risa abierta. La forma en que se desordenaba los mechones largos de pelo en
un tic que a Bonnie le encantaba. La manera en la que le brillaban los ojos cuando charlaba de
algún tema que le interesaba.
Estaba radiante. Nadie habría creído que aquel hombre exitoso y que despertaba sonrisas al
instante acabara de vivir una complicada ruptura.
Cuando la mano de Molly palpó el estómago de Derek, Bonnie no pudo más y se excusó para
ir al lavabo.
Allí dentro, se miró en el espejo y se sintió una estúpida. Con ese vestido que, pese a que le
parecía una maravilla, debía reconocer que había escogido solo porque sabía que a Derek le
habría encantado. Y lo había hecho. Lo había visto en su mirada cuando la deslizaba de forma
disimulada por su cuerpo. Pero ¿qué sentido tenía? Ellos ya no estaban juntos. Él había ido con
otra. Bonnie se sentía sola. Y un poco borracha. Una combinación peligrosa.
Cuando abrió la puerta, se chocó con un cuerpo cálido, fuerte, que reconoció al momento y que
olía a los mejores momentos de su vida.
—Bonnie.
—¿Qué estás haciendo?
Derek la agarró del brazo para sujetarla y ella apartó la mirada. Estaba tan saturada que sentía
ganas de llorar, pero se negaba a que él la viese en ese estado. Nunca le había molestado llorar
delante de Derek, pero él ya no era su marido, ni su amigo, ni su confidente. A aquel Derek que
intentaba alzar su barbilla para que lo mirase a los ojos no lo conocía. Más aún, lo conocía y lo
despreciaba.
—Bonnie, mírame.
—No quiero. Quiero que te marches.
Se mordió el labio cuando la primera lágrima se deslizó traidora por su mejilla.
Derek la limpió con su dedo y Bonnie… se rindió a lo inevitable.
—Eh, cariño. Ven.
La cogió de las manos y se encerraron en uno de los lavabos. Allí, la abrazó y dejó que
llorase.
¿Por qué lloraba Bonnie? Por lo mal que se había sentido al ver a Derek con otra mujer, sí,
pero, por encima de esos celos que ya no tenían sentido, lloraba porque aún lo amaba. No había
necesitado más que unos minutos para notar ese sentimiento dentro de ella.
Derek, con Bonnie rodeando su torso, sintió todo el peso del mundo sobre sus hombros. Había
sido un imbécil al acudir con Molly, lo sabía, pero su orgullo había primado sobre todo lo demás
y había conseguido romper a Bonnie de un modo que también lo destrozaba a él.
¿Por qué lo había hecho?
Bonnie jamás había sido una mujer celosa, pero con Molly había una herida abierta desde
hacía tiempo. Derek le había desmentido sus sospechas con el corazón en la mano, y era cierto que
nunca había pasado nada entre ellos durante su matrimonio, pero tan cierto como que Molly sí lo
había intentado en una ocasión, detalle que Derek había omitido en su momento. No obstante,
después de la ruptura había aceptado el consuelo de Molly con regocijo, así como su presencia a
su lado para dañar a Bonnie.
Los brazos de ambos se ciñeron alrededor del cuerpo del otro.
Bonnie debía haber sentido vergüenza por acabar en esa situación y nada menos que siendo
consolada por Derek; humillación; derrota por haber dejado que la viese en ese estado; pero, a
pesar de ello, nada de eso apareció, porque solo podía sentir el alivio de volver a estar entre sus
brazos.
¿Era una estúpida? Quizá. Pero Derek era una adicción tan fuerte para ella que no podía
remediar caer si estaba cerca.
Desconocían cuánto tiempo transcurrió. Él disfrutó del tacto de la piel desnuda de la espalda
de ella bajo sus yemas. Ella del aliento masculino sobre su frente.
En un momento dado, Derek susurró una pregunta, temeroso de conocer la respuesta:
—¿Qué estamos haciendo, Bonnie?
—No lo sé.
Ella se separó y alzó la mirada húmeda hasta encontrarse con la de él, igual de triste, pese a
que fuera un experto en esconderla.
Derek estudió su rostro como tantas veces antes. Sus ojos grandes, verdes, expresivos. Sus
labios con forma de melocotón. Su nariz respingona. Su boca entreabierta…
Jamás podría mirarla tan de cerca sin morirse de ganas de besarla.
—Bonnie… —susurró con ronquera.
—Derek… —respondió ella en un jadeo.
Y, antes de ser conscientes de que sucedía, ya habían chocado sus bocas y enredado sus
lenguas. Se besaron desesperados con todo lo que tenían dentro. Con el odio, los reproches, el
dolor y con un deseo contenido que estalló en las manos del otro.
—Vamos a mi casa.
—¿Crees que es buena idea, Bonnie?
Ella lo miró con una determinación que acabó con cualquier duda posible que aún tuvieran.
—Es la peor idea que he tenido en la vida. Y aún te odio, Derek Harris, pero, hoy, necesito
que me recuerdes cómo se hace el amor.
Así que lo hicieron. Tres veces. Una en el recibidor y dos en el dormitorio.
A la mañana siguiente, Bonnie lo echó de su cama cuando Derek aún tenía legañas.
¿Tienes serruchos en tu piso?

Cuarenta y cinco minutos. Eternos. Angustiosos.


Derek no podía evitar mirar el reloj cada poco y estaba convencido de que el tiempo se había
detenido allí dentro. Por mucho que intentara sacar de quicio a Bonnie para entretenerse con algo,
no se olvidaba del todo de que se encontraban encerrados. Percibía que el aire menguaba y que el
ascensor cada vez era más pequeño.
Desde niño había tenido fobia a los espacios cerrados. Solía inquietarse hasta el extremo y su
cuerpo reaccionaba con síntomas físicos incontrolables. Le sudaban las manos, percibía que el
aire no llegaba a sus pulmones y sus músculos estaban en una tensión constante que acababa por
agotarlo.
Y allí estaba, con su mayor miedo y atrapado con el que, posiblemente, era el segundo.
Bonnie Carter.
La primera vez que la vio pensó que era preciosa pero no para él. Estaba sentada en la barra
de un pub esperando que su amiga regresara del lavabo y jugueteaba con la pajita de su coctel
entre los dedos. Su mirada era directa pero demasiado fría. Su apariencia, seria. Su postura,
rígida. Parecía una de esas mujeres obsesionadas con el control y con un plan de vida escrito
desde la cuna.
De algún modo, así era Bonnie y no encajaba con el impulsivo e inmaduro Derek.
Sin embargo, sus miradas se habían cruzado, él le había sonreído y ella le había devuelto una
sonrisa preciosa. Su cuerpo había reaccionado al momento acercándose a hablar con ella. Derek
había pensado que esa sonrisa abierta brillaba por encima de todas las demás. Creyó que, tal vez,
se había dejado engañar por la primera impresión y, tras tres citas y un solo beso, Derek se había
enamorado como un adolescente de Bonnie Carter.
Pese a lo que había defendido siempre, no había nada que no le gustara de Bonnie. Su obsesión
por el orden le parecía encantadora. Su necesidad de estabilidad le enternecía. Su complejo por
sus redondeadas caderas para Derek era una excusa para venerarlas siempre que ella se lo
permitiera. Era maravillosa. Perfecta. La mujer de su vida.
Formalizaron su relación rápido y se mudaron juntos a la misma velocidad. Ni dos años más
tarde, ya estaban casados y vivían felices en esa burbuja de amor que se había formado desde el
día que se encontraron en el pub.
Claro que… todo lo que sube baja, excepto ese ascensor, y la rutina acabó transformando esos
detalles encantadores en defectos que remarcar en el otro.
A Bonnie le había pasado lo mismo. La primera vez que vio a Derek se quedó noqueada. El
hombre más sexi del pub le había sonreído y ella, la que jamás coqueteaba si no tenía cierta
confianza con la otra persona, le había devuelto la sonrisa de forma instantánea.
¿Cómo podría alguien resistirse a la sonrisa ladeada de Derek? Ni la mayor obsesa del control
podría soportarlo.
La había invitado a una copa y ella había aceptado solo porque le había hecho reír, cuando
Bonnie tenía un sentido del humor complicado que pocos entendían. Él lo había hecho. Después le
había apuntado su número de teléfono desde la muñeca al codo a Bonnie con un rotulador que
había pedido prestado a un camarero. Se había quedado tan ensimismada mirando cómo la letra
torcida de Derek se marcaba a lo largo de su piel que no había pronunciado palabra.
No pensaba llamarlo. Se había prohibido hacía tiempo salir con alguien que conociese en un
bar. Había tenido suficientes malas experiencias en el pasado con hombres que había conocido de
noche como para no repetir. No merecía la pena.
Derek había regresado con su grupo de amigos y Bonnie se había marchado a otra discoteca
minutos después.
La noche había continuado para ambos por separado y nadie hubiera creído que de aquel
encuentro casual y fugaz podría nacer una historia de amor.
A la mañana siguiente, Derek había pensado en Bonnie nada más despertarse. En su sonrisa, en
lo que le había gustado cómo se miraban y en lo que se intuía debajo de su ropa, que uno no era de
piedra.
Bonnie, pese a lo compartido, no se acordaba ni del nombre de Derek. Sí de su rostro, de sus
labios y de cómo se le marcaba la camiseta, pero tenía una facilidad asombrosa para olvidar
aquello que no consideraba que encajaba en su vida y, lamentablemente, conocer a un hombre en
un bar no se encontraba en su lista de lo que era adecuado.
Pese a ello, al salir de la ducha y comprobar que la pintada de su brazo no se iba por mucho
que frotara, cogió el teléfono de malos modos y marcó los números llena de ira.
—Derek Harris, al habla.
—¿Cómo narices se borra un rotulador permanente?
La carcajada de él hizo que el corazón de Bonnie latiera más fuerte.
Derek se incorporó de la cama, aún adormilado, aunque con una sonrisa inmensa al escuchar a
la chica seria y rígida un poco desesperada.
—No tengo ni idea.
—¿Lo dices en serio? Tengo una comida familiar en un par de horas. Y no quieras saber qué
opinaría mi madre si me viera aparecer con un número de teléfono escrito en el brazo.
—Tal vez, que su niña se lo pasa bien.
—Va en serio.
Bonnie estaba tirada en el suelo de su cuarto de baño. Había abierto el botiquín buscando
alcohol o algo con lo que poder borrar la muestra de que la noche había sido intensa, pero no
encontraba más que medicamentos caducados y tiritas. Para ser una mujer amante del orden y del
control, sus recursos en el aspecto médico dejaban mucho que desear.
Se imaginó llegando a la casa familiar en los Hamptons con el brazo lleno de números y se
estremeció. Su familia era conservadora en ese sentido y a su madre le parecería una ofensa. Por
no hablar de lo que se burlarían sus trece primos de cómo se divertía la siempre perfecta Bonnie
las noches de sábado.
Suspiró y apretó con fuerza el teléfono entre los dedos.
—Ponte manga larga. —Sintió la sonrisa de Derek al otro lado del auricular y se tensó. ¡Era un
caradura en toda regla y se estaba divirtiendo a su costa!
—¡Estamos en plena ola de calor! ¿Quieres que muera desmayada? Además, es una comida en
el campo.
—Pues solo te queda tu última posibilidad.
—¿Cuál?
—Dame tu dirección.
Bonnie rompió a reír. La sonrisa de Derek fue automática. No lo haría ni en sus mejores
sueños. Era un desconocido. Ella ni siquiera comprendía por qué había decidido llamarlo en un
impulso, ¿cómo iba a dejarlo entrar en su casa? Ese Derek Harris debía de estar completamente
loco.
—Tú estás mal de la cabeza. Antes me corto el brazo con un serrucho.
—¿Tienes serruchos en tu piso?
No. No tenía. Y el reloj seguía corriendo. Y la única vecina con la que tenía confianza estaba
de vacaciones. Tal vez Derek tenía razón y él era su única opción, si no quería ser el blanco de las
burlas y reproches de su familia. Quizá ella también estaba un poco loca al plantearse aceptar su
propuesta.
Bonnie suspiró, apoyó la cabeza en el retrete y le recitó a Derek su dirección.

Derek no sabía por qué había rememorado ese día; el primero; el que marcó un antes y un después
en la vida de ambos.
—Le pedí un rotulador permanente a propósito.
—¿Qué?
—Al camarero.
Bonnie frunció el ceño un instante, antes de relajar su rostro asombrada por aquella
revelación. Los recuerdos volaron hasta ella y una sonrisa se le escapó; pequeña pero que Derek
captó.
—Lo imaginaba. Tenías pinta de esos.
—¿De cuáles?
—De los que hacen trampas. —La mirada de Derek se ensombreció y Bonnie rectificó—. No
lo decía como algo malo. Siempre has tenido picardía.
—¿Te imaginas qué hubiera pasado de solo haber conseguido un bolígrafo?
No, Bonnie no podía imaginárselo. Lo había intentado infinidad de veces, pero al final era
ridículo, porque una parte de ella veía a Derek en su vida y tenía la certeza de que él hubiera
acabado cruzándose de nuevo en su camino. Si no hubiera sido en ese bar, habría sucedido en el
pasillo de los cereales en el supermercado o trotando por Central Park. Estaba convencida.
Él continuó hablando ante el silencio de Bonnie, que no era cortante, sino reflexivo.
—Mi número habría desaparecido de tu brazo bajo el chorro de la ducha. Tú no me habrías
llamado. Yo jamás habría ido a tu casa y…
—¿Y…?
—Y todo lo que pasó después. Ya te sabes la historia.
Sí, Bonnie se la había contado a sus conocidos infinidad de veces, porque le parecía bonita.
Una de esas anécdotas de los libros que hacen que los protagonistas se choquen de forma casual y
acaben teniendo cinco hijos y envejeciendo juntos.
Tras la llamada y la aceptación de Bonnie al plan de Derek, él había aparecido en su casa con
una botella de alcohol y una bolsa con cruasanes recién hechos. Dejó un aroma por el pasillo al
entrar que a Bonnie le hizo salivar. Podría haber dicho que solo era por los cruasanes, pero la
aparición de Derek en su piso a plena luz del día provocó una reacción intensa y visceral en sus
tripas.
Era atractivo a más no poder, mucho más que en la oscuridad del pub, cuando con el resto de
la humanidad solía ocurrir lo contrario, que a plena luz del día acababa por decepcionar. Su pelo
aún húmedo de la ducha reciente brillaba y llevaba unos vaqueros apretados que a Bonnie le
hicieron mirar en una dirección que no debía en más de una ocasión.
—Vaya, vaya… ¿la noche mejoró en mi ausencia? —preguntó él con una sonrisa al ver las
ojeras aún sin tapar en el rostro de Bonnie.
La resaca no le había dado tregua y ella estaba hecha un asco. Se había dejado el pelo secar al
aire y no tenía el aspecto desenfadado con el que había salido la noche anterior. Sin rastro de
maquillaje y un vestido sencillo de flores amarillas, se sentía una niña. Pese a ello, Derek pensó
que estaba guapísima.
—Jamás volveré a beber margaritas.
—Solo conmigo. El sábado que viene.
Ella puso los ojos en blanco y se metió en el cuarto de baño con Derek siguiéndola como si
hubiera estado allí cientos de veces. Fue una de las cosas que más le sorprendieron a Bonnie, que
con Derek era ella misma, se sentía tranquila y sin necesidad de usar la coraza que la hacía
parecer seca y un tanto tirante con quien no conocía.
Ya dentro del lavabo, Derek mojó un trozo de algodón en alcohol y le frotó el brazo con
paciencia hasta que la tinta desapareció. Mientras se ocupaba de la tarea, ella lo estudiaba a
conciencia. Tan cerca que podía contar sus largas pestañas y estudiar la curva de su labio
superior. Su lengua lo humedecía cada cierto tiempo y, cuando eso sucedía, Bonnie sentía una
tirantez entre sus piernas que jamás había sentido con nadie. Era algo imposible de describir.
Cuando Derek terminó, miró el reloj y le hizo volver a la realidad a Bonnie.
—¡Dios mío! Es tardísimo.
Se terminó de arreglar en su dormitorio y al salir se encontró con Derek sentado en su sofá,
ojeando un libro y comiendo cruasanes. En ese momento lo supo, que él regresaría otro día,
porque encajaba en ese orden tan importante en el hogar de Bonnie.
Se despidieron con una sonrisa cómplice en la acera entre el vaivén de personas que
disfrutaban de la calurosa mañana de domingo.
—Me llamarás —dijo Derek; y no fue una pregunta.
—No, no lo haré.
Bonnie no había mentido. En su cabeza seguía siendo la misma y deseaba que sus planes se
cumplieran. Y, por mucho que haber abierto la puerta de su casa a un desconocido ya había sido
una concesión que tener en cuenta, no estaba dispuesta a ninguna más. Al menos, eso era lo que
creía, porque la vida tenía otros planes diferentes para ella.
—Lo harás.
—Lo lamento, pero he borrado tu teléfono —bromeó ella con un mohín, creyendo que esa
partida la había ganado.
Bonnie se coló en un taxi, él cerró la puerta y le guiñó un ojo.
Ella hizo el trayecto sonriendo y segura de que ahí se había acabado todo.
Cuando ella regresó a su apartamento esa noche y entró en el cuarto de baño, no pudo evitar
romper a reír.
En el espejo estaba el número de teléfono de Derek pintado con carmín de labios rosa.
Tú y yo somos terapia de choque

Una nueva voz rompió la quietud que habían traído los recuerdos. En esa ocasión era femenina y
destilaba dulzura, aunque a Bonnie cualquier voz en aquella situación le parecía un grito si no les
decía que iban a sacarlos de allí al momento.
Tenía tanto calor que le sudaba la nuca y la falda se le pegaba como si estuviera plastificada.
—Señor y señora Harris. ¿Cómo se encuentran?
—¿Cuándo nos sacan de aquí? —preguntó ella con premura.
—La avería es más complicada de lo que parecía. Ha fallado el sistema de ambos ascensores.
—¿No es solo nuestro ascensor? —dijo Derek preocupado.
Bonnie lo odio por ser tan considerado con los demás en un momento así, incluso estando él un
tanto agobiado y cuando ella solo podía pensar en alejarse de él, aunque eso supusiera tener que
tirar abajo el edificio.
—No, en el otro ascensor una familia coreana está atrapada junto a tres trabajadores del
edificio. Pueden sentirse afortunados de tener ese espacio para ustedes dos solos.
Fue un intento de broma que cayó en saco roto.
—Nos ha tocado la lotería —susurró Bonnie para sí—. Qué afortunados.
—Les pido disculpas por adelantado y un poco más de paciencia. El seguro responderá ante
cualquier complicación laboral o económica que este suceso les provoque.
Sin esperar réplica, el interfono para emergencias se cerró.
Bonnie se sentó como pudo en el suelo, una acción difícil teniendo en cuenta la largura de su
falda, y Derek hizo lo mismo en la pared contraria, sin poder evitar que sus ojos se pasearan por
las piernas torneadas de ella. Habría pagado una cantidad indecente por que alguien les lanzara
una manta desde algún agujero para que se tapara.
—Esto no tiene precio que puedan compensar, ¿no crees?
Su sarcasmo podía haber tenido gracia en otras circunstancias, pero Derek comenzaba a
cansarse de la actitud pasivo-agresiva de Bonnie, la misma que había adoptado desde que las
cosas entre ellos empezaron a torcerse, una versión de su mujer que distaba mucho de la joven que
lo enamoró.
—¿Podrías ser por un rato menos…?
—¿Menos qué, Derek?
Él alzó los ojos y su mirada fue por una vez tan desafiante como la de ella. Ambos sabían jugar
a aquel juego, lo que pasaba era que Derek prefería torear las complicaciones de la vida con otra
filosofía. No, aquel día.
—Borde. Prepotente. Complicada.
—¿Complicada? —Abrió desmesuradamente los ojos, sorprendida, porque si Bonnie conocía
a una persona complicada esa era el mismo Derek.
—Sí, eso haces. Lo complicas todo, Bonnie.
Ella alzó las manos en señal de rendición. Se estaba cansando de todo, incluido su autocontrol,
así que, de algún modo, se rindió a la inevitable compañía de Derek.
—¿Y qué pretendes que hagamos? Creo que a ti te gusta esto menos que a mí. Estás sudando
como un cochino.
Era cierto. Derek pasó la mano por su frente y notó cierta humedad. Y no era solo por el calor
que empezaba a hacer allí dentro desde que se había apagado también el aire acondicionado, sino
por sus miedos alimentados.
—Qué agradable. Y no, no me gusta estar aquí, pero podíamos aprovechar este momento para
algo positivo. Verlo como una señal. El karma ha querido que tú y yo nos quedemos encerrados
solos antes de firmar un divorcio. ¿No te parece como si la vida hubiera querido brindarnos otra
oportunidad?
Bonnie lo observó impertérrita, hasta que no aguantó más las carcajadas y las dejó escapar.
Dios… qué bien sentaban después de toda la tensión acumulada.
—¿Hablas en serio, Derek? ¿Pero te has escuchado?
Los labios de él dibujaron una sonrisa dulce mientras ella se secaba las lágrimas producidas
por aquel ataque de risa.
—¿Por qué no?
Lo peor de todo era que Bonnie sabía que la proposición de Derek iba en serio. Él siempre
había creído en las señales. Era de los que creían que todo pasaba por algo, así que aquel
infortunio no podía ser menos.
Bonnie no creía más que en lo que podía explicarse de un modo científico. Así de diferentes
eran.
—¿Necesitas que te lo explique? ¿No recuerdas cómo nos fue en la terapia de pareja? Pues
esto es lo más parecido a aquello. Solo de recordarlo se me ponen los pelos de punta.
Ambos lo hicieron; recordaron aquellas dos horribles sesiones con las que intentaron
reconducir su relación. Cuando llegó el día de acudir a la tercera, ninguno dio muestras de querer
hacerlo y en eso se quedó el intento.
La psicóloga les había mandado hacer un resumen de su relación a cada uno; Bonnie se había
sorprendido de cómo podía vivirse de diferente una historia según quién la contara. Derek había
descubierto que su mujer no era tan segura como aparentaba y que las cosas entre ellos iban peor
de lo que creía. El segundo día se habían visto obligados a exponer las virtudes y defectos del
otro. Seguía sin comprender por qué, pero para Bonnie aquello había resultado humillante.
—Joder… —dijo Derek riendo entre dientes—. Yo intentando centrarme en tus cualidades más
íntimas, en demostrar que te conocía de verdad, y tú empezaste hablando de sexo.
Bonnie se tapó la cara sonrojada con las manos; aún le daba vergüenza. Cuando leyeron en
alto lo primero que habían escrito, Derek la sorprendió hablando de ella en términos como justa,
generosa o perseverante. Ella se negó a leer su parte, pero al final tuvo que confesar que se había
centrado en las cualidades de Derek en ciertos aspectos carnales.
«Pierdo el sentido cuando hundes la lengua entre mis piernas.»
Dios. Hasta después de tanto tiempo seguía siendo de lo más humillante.
—¿Qué querías que hiciera? Aquellos meses era lo único que nos unía. Me resultaba lo más
sencillo.
Derek asintió con una mueca, porque era cierto. En otros aspectos de su día a día no se
entendían, pero en la cama… en la cama siempre habían sido un equipo. Solo de recordarlo sintió
que su entrepierna despertaba y se movió para que ella no se percatase.
De repente, Derek creyó tener una gran idea. Cuando se había levantado esa mañana lo que
menos pensaba era que acabaría proponiéndole eso a Bonnie, pero el universo había querido que
se quedaran encerrados allí, así que, tal vez, era una señal de que había llegado el momento.
Le sonrió con ternura y ella se tensó sin poder ocultarlo.
—¿Por qué no lo intentamos, Bonnie? —Lo miró alzando las cejas—. No sabemos cuánto
tiempo más estaremos aquí. Y, cuando lo hagamos, firmaremos el dichoso divorcio, aunque
tengamos que hacerlo en un edificio a oscuras y de madrugada. Tienes mi palabra. Así que ya no
tenemos nada que perder.
«Ni que ganar», pensó Bonnie.
Pese a que intentar sacar algo positivo de esa situación le parecía un imposible a la altura de
ver un caballo alado cruzando los cielos, también creía que soltar la tensión acumulada de la
forma que fuera podría ayudarlos a pasar aquel mal trago mejor.
—¿Quieres que hagamos nuestra propia terapia? —Derek se encogió de hombros; al menos el
tiempo pasaría más rápido—. No puedo negar que esto ha sido una terapia de choque en toda
regla.
Señaló a ambos y el cubículo estropeado culpable de todo. Derek sonrió y Bonnie,
incomprensiblemente, se ruborizó.
—Cariño, tú y yo siempre hemos sido terapia de choque.
No pudo negarlo, porque así había sido desde el principio; para bien o para mal, Bonnie y
Derek chocaban. Con las palabras, con su forma de ser, en la cama. Apenas se ponían de acuerdo
cuando había que tomar decisiones, no podían ser más diferentes y en la cama conseguían que
saltaran verdaderas chispas. De las tres cosas, la única realmente buena era la última, pero ambos
habían aceptado que una relación no podía sustentarse por lo bien que se les diera el sexo juntos.
—Por eso no funcionó lo nuestro, supongo.
—En otros ámbitos sí nos funcionaba.
Bonnie se sorprendió por que ambos hubieran pensado lo mismo. Luego puso los ojos en
blanco, pero tiró del bajo de su falda en una reacción que ya decía demasiado. Se sentía
demasiado desnuda al lado de la única persona capaz de provocarle temblores sin necesidad de
rozarla. La mirada de Derek la transportó a todas esas ocasiones en las que chocar era
maravilloso. En las que sus cuerpos encajaban como si hubieran sido creados para estar juntos y
todo lo demás pasaba al olvido. Dos trenes que colisionaban, pero donde nadie salía herido.
Ojalá todo hubiera funcionado de la misma manera.
—¿Y soy yo la que hablaba de sexo? —le atacó alzando una ceja.
—¿Por dónde quieres empezar, entonces? Podemos hacer una pregunta cada uno. Lo que
queramos saber y que nunca nos atrevimos a preguntar. ¿Te parece?
Sonaba bien, aunque daba miedo.
Siendo honesta, Bonnie estaba aterrada.
Del uno al diez, ¿cuánto de cerdo eres?

¿Por dónde quería empezar Bonnie? Era complicado. Pensó que podría haberlo odiado aún más
por haberla hecho elegir a ella un comienzo de ese juego inesperado, pero, en el fondo, se lo
agradecía, porque eso le permitía escoger un tema con el que se sintiera segura.
Meditó las posibilidades y antes de saber qué era lo que había decidido preguntar, ya estaba
hablando.
—¿Quieres tener hijos?
El rostro de Derek empalideció.
—Guau. Te la tenías guardada, ¿eh? —Sonrió, aunque aquel era un tema que a Derek lo que se
dice gracia… no le hacía.
—Esto ha sido idea tuya. —Ella se encogió de hombros con indiferencia, aunque en su interior
sintió una pequeña victoria.
—De acuerdo.
Él reflexionó la respuesta unos segundos, pero Bonnie intuyó que no era necesario, ya que
siempre la había tenido clara. Pese a que Derek solía dar rodeos con ese tema, ambos sabían que
sus deseos no correspondían a los de Bonnie.
—No, no quería tener hijos.
«Quería». En pasado. Aquel matiz no le pasó desapercibido a Bonnie, pero prefirió ignorarlo.
Había sido una discusión constante entre ellos. Ella estaba más que preparada para ser madre;
cuando paseaban agarrados por la calle, la ilusión se despertaba en sus tripas cuando se cruzaba
con un carrito de bebé y apretaba con fuerza la mano de Derek. Él lo sabía, lo notaba, pero solía
cambiar de tema. Cuando Bonnie sugería dejar de tomar la píldora en la intimidad de su
dormitorio, él susurraba incómodo que aún era pronto y que deseaba disfrutar más tiempo de ellos
dos solos. Con el tiempo, dejaron de hablar de ello, pero se convirtió en un fantasma que se
presentía, aunque lo ignoraran.
Derek se arrepintió de la que minutos antes le había parecido una gran idea. Era consciente de
que se arriesgaba a escuchar de los labios de Bonnie alguna verdad que dolería, pero no se
imaginó que ella entraría directa a meter el dedo en la llaga.
En los primeros meses de su relación, ambos habían fantaseado con la familia que formarían
en el futuro. Solían hacerlo después de hacer el amor, aún entre las sábanas, mientras
remoloneaban en la cama y se tocaban sin parar. A Derek le parecía un juego bonito, inventarse
situaciones ficticias en las que ellos eran los protagonistas. Sin embargo, eso era, un juego, ya que
él no era de planear demasiado la vida, sino de ir disfrutándola día a día. Pero en el interior de
Bonnie aquellos sueños tenían alas. Hasta la boda no fueron un problema, pero después del
matrimonio dejaron de ser conversaciones susurradas en la cama para ser un tema que ella sacaba
a la menor oportunidad. Derek le daba largas, le decía que aún era pronto. No obstante, cuando
pasó el primer año y se encontró con Bonnie suspirando cada vez que pasaban por delante de un
parque infantil, Derek comenzó a preguntarse cuándo dejaría de ser pronto y si alguna vez
sucedería.
¿Quería ser padre? ¿Alguna vez se había visto en esa figura? La respuesta a ambas preguntas
era no, al menos de momento, pero acabó por asumir que para Bonnie aquello no era suficiente.
Ella ansiaba más.
La miró y se cuestionó si vería en él que había cambiado. Porque lo había hecho. En esos dos
años sin ella a su lado Derek había tenido mucho tiempo en soledad para meditar y pensar en
Bonnie. Al principio, de un modo dañino, no había nada de malo en reconocerlo, pero, un día, sin
venir a cuento, se había encontrado a sí mismo soñando despierto en la cama de la misma forma
que hacían ellos. Había imaginado cómo sería su vida, pero esa vez lo había hecho sin incluir a
Bonnie y, para su asombro, no podía. Daba igual el escenario que se inventara, en todos ellos ella
aparecía en algún momento para quedarse. Y no lo hacía sola; en su cabeza había empezado a ver
niños, un perro y hasta un coche familiar horrible pero muy práctico.
¿Debería compartir aquello con Bonnie? ¿O tal vez ya fuera demasiado tarde para ofrecerle
todo lo que un día no pudo?
La observó; estaba pensativa, rumiando esa respuesta, hasta que volvió a mirarlo con más
dolor que segundos antes y lanzó una nueva pregunta.
—¿Por qué nunca lo dijiste?
—Porque me habrías dejado.
Pese a lo que implicaban las palabras de Derek y la verdad que había en ellas, Bonnie se
descubrió sonriendo.
—¿Ves? Siempre has sido un tramposo, Derek Harris. —Él le devolvió la sonrisa—. Te toca.
—¿Por qué te has puesto esa falda?
Bonnie miró hacia abajo y sus mejillas se convirtieron en dos manzanas rojas. Las carcajadas
de él retumbaron dentro del ascensor. De pronto, se arrepentía de haberse puesto ese minúsculo
trozo de tela, entre otras cosas porque cada vez que quería moverse corría el riesgo de enseñarle a
Derek sus bragas de encaje. Y eran muy bonitas, pero no podría salir nada bueno de compartirlas
con su ex.
—¿A qué viene esa pregunta? Solo es una falda.
—No, Bonnie, no es solo una falda.
Se perdió en su sonrisa canalla y se mordió el labio hasta que se convirtió en una igual de
traviesa que la de él. ¿A quién quería engañar? Esa falda era una señal de tráfico andante.
—Vale, ¿a eso jugamos? De acuerdo, Derek. Me la he puesto porque sabía que no podrías
dejar de mirarla.
Él hizo el gesto de clavarse un puñal en el corazón. Luego volvió a recorrer los muslos de
Bonnie con una lentitud que a ella le iba a provocar un paro cardiaco.
—Mala mujer.
Bonnie rio como una chiquilla y se atusó la melena con coquetería sin ser consciente de lo que
estaba haciendo, de cómo su cuerpo despertaba ante Derek y sus halagos y bajo el embrujo de sus
miradas.
—Además, me gusta. Jamás pensé que podría sentirme bien con una falda tan escueta, pero…
me veo genial y me aporta seguridad, aunque pueda parecer una tontería.
Él sonrió con una ternura que Bonnie reconocía. Sintió un calor familiar en la boca del
estómago. Siempre había tenido facilidad para compartir con él las dudas sobre sí misma, sus
complejos e inseguridades, y eso ni el tiempo ni la distancia habían podido cambiarlo.
—Estás increíble. Y no es la ropa, ni el pelo, eres tú.
—¿Dejarte me ha sentado bien? ¿Es eso lo que insinúas? —bromeó.
—Por mucho que me duela, eso parece.
Bonnie pensó que Derek no tenía ni idea. Dejarlo había sido lo más difícil que había tenido
que hacer en toda su vida. Las primeras semanas apenas había salido de la cama. Había llorado
tanto que pensó que ya no le quedarían lágrimas para nada más. Su vida sentimental había sido
catastrófica, por mucho que se esforzara por superar lo suyo conociendo a otros hombres con los
que ilusionarse. Si estaba más guapa, solo era porque había sido la única salida que había
encontrado para ocultar todo lo demás que cargaba por dentro. Su imagen solo era un disfraz.
—¿Por qué no aceptaste la primera propuesta de acuerdo?
Derek entreabrió la boca y luego suspiró. Bonnie estaba siendo un rival de lo más complicado.
Él solo había sido capaz de preguntarle por aquella falda mientras ella se recreaba en cuestiones
mucho más complejas.
Se pasó las manos por el pelo y solo pudo encogerse de hombros. La respuesta era demasiado
sencilla, aunque pronunciarla delante de Bonnie… no tanto.
—Quería tiempo. —Ella parpadeó confusa—. Por si te arrepentías.
Los labios de Bonnie dibujaron un «guau» silencioso, porque apenas podía encontrarse la voz.
Saber que Derek tuvo esperanzas de una reconciliación la hacía sentirse extraña.
Él aprovechó su turno para ahondar más en ese tema que lo había dejado demasiado expuesto.
—¿Lo hiciste? ¿Te arrepentiste en algún momento?
Ella se mordió el labio y negó en el acto con la cabeza y, por lo que pudiera parecer, no
mentía. Bonnie nunca había tenido dudas de su decisión. Lo había echado de menos, lo había
querido en silencio, pero no se había arrepentido de pedirle que se fuera.
¿Tenía algún sentido? De repente, dudaba. Principalmente, porque allí, uno frente al otro
dentro de un ascensor y camino a firmar su divorcio, Bonnie se sentía un hervidero de dudas.
Cogió aire y volvió a colocarse la falda. Al darse cuenta de que Derek estudiaba sus
movimientos con diversión acabó poniendo los ojos en blanco y riéndose entre dientes sin poder
evitarlo.
—Si llego a saber que iba a acabar sentada en este suelo engomado habría escogido algo más
apropiado.
—El karma —dijo Derek señalando el cielo. Ella sonrió más abiertamente.
—¿Sigues creyendo en esas cosas?
—A las pruebas me remito. Todo pasa por algo, Bonnie.
—¿Y qué espera el universo de esto? ¿Que te enseñe las bragas? —bromeó, aunque por la
expresión lobuna de él se arrepintió al instante.
—Espero que sea eso.
Sonrieron y ambos se dieron cuenta de que la tensión que los acompañaba desde el encuentro
había desaparecido. Al fin y al cabo, se conocían y bajo el rencor siempre quedarían sentimientos
bonitos y un pasado compartido. Incluso se acababan de demostrar que podían bromear como dos
viejos amigos.
Era el turno de Bonnie y, aunque lo que ansiaba saber iba a escocer, no podía quitárselo de la
cabeza.
—¿Sales con alguien?
Ni siquiera comprendía por qué aún le importaba tanto. Ella había salido con gente tras la
ruptura. Era consciente de que Derek también. Sin embargo, una cosa era mantener relaciones
ocasionales y otra tener una relación seria que implicara una intimidad que Bonnie solo había
experimentado con él.
Derek se pasó la lengua por los labios y dudó.
—No sé si se puede llamar «salir».
Bonnie sintió la punzada por lo que eso significaba. Tal vez conocer de forma explícita la vida
sexual de Derek sí que le molestaba más de lo que creía. Su ira creció rápida sin poder
controlarla.
—¿«Follas con alguien» está mejor? ¿Quizá con Molly?
Derek decidió ignorar el veneno en su tono de voz y ser sincero. Por mucho que fuera extraño
saber de la vida emocional del otro, estaban separados y la vida seguía. Debía hacerlo; lo
contrario no tenía ningún sentido.
—No, con Molly no, pero sí.
Bonnie tragó saliva con fuerza. Que no fuera Molly le resultaba menos doloroso, aunque era
consciente de que se trataba de un razonamiento estúpido. Entonces recordó de nuevo aquella
noche y la necesidad de saber empujó las palabras por su garganta:
—¿Por qué la llevaste a la fiesta de Henry?
—Es mi turno —respondió él, intentando evitar un tema que lo dejaba como un auténtico
idiota.
—Contesta, Derek. —El tono de su voz se volvió suplicante, por mucho que se esforzara por
ocultarlo—. Por favor.
Él levantó la cabeza y miró el techo unos segundos para no tener que ser sincero mirándola a
los ojos; la luz de emergencia brillaba en el centro.
—Porque sabía que verme con ella te dolería más que con cualquiera. Fui un cabrón.
Bonnie asintió. Para su asombro, sintió alivio, como si descubrir que tenía razón en aquello le
restara culpa de lo que pasó más tarde esa noche en su cama.
—¿Tú? ¿Sales con alguien? —preguntó Derek con cautela. No estaba muy seguro de querer
saber la respuesta.
—No.
—Vamos, Bonnie…
Chasqueó la lengua y confesó lo que él ya intuía, porque la conocía demasiado bien. Tanto
como para tener la certeza de que, si levantaba la manga de su camisa, se encontraría con ese
sarpullido que siempre le salía cuando estaba demasiado inquieta. Ya la había pillado rascándose
un par de veces, aunque lo hubiera hecho disimuladamente.
—He conocido gente, pero nada que haya funcionado.
«Nadie que me haga sentir como tú».
Bonnie oyó su propia voz dentro de su cabeza y se odió por pensar aquello; también odió a
Derek por haberle marcado tanto la vida como para ser incapaz de encontrar nada que estuviera a
la altura de lo que ellos compartieron.
Derek no debía, sabía que era un pensamiento egoísta, pero se alegró de que así fuera. Él había
conocido a mujeres interesantes, pero ninguna como Bonnie. Ninguna había sido capaz de ver en
él lo que ella veía cuando lo miraba. Ninguna le había hecho querer enamorarse como le ocurrió
con Bonnie la primera vez que la vio.
Se desabrochó los primeros botones de la camisa; el calor era asfixiante. Al quitarse la
corbata aún colgada en su cuello, aunque sin nudo, Bonnie supo cuál sería su siguiente pregunta y
no se cortó ni un ápice por la burla que destilaba su voz.
—Del uno al diez, ¿cuánto de cerdo eres por haber elegido precisamente esa corbata?
Ella se cruzó de brazos demostrando un enfado que, para su sorpresa, ya no lo era tanto, y él
no pudo evitar reírse con franqueza. Aquel había sido un movimiento premeditado que le había
salido bien.
—Una falda por una corbata.
Bonnie estuvo de acuerdo en aquel instante en que, quizá, por muy diferentes que fueran en
todo lo demás, Derek y ella eran iguales en detalles que un día habían sustentado su relación.
Como el hecho de ser capaces de provocar al otro constantemente. O de conocerse tan bien como
para saber cómo despertarse emociones incontrolables.
—Me arrepentí de no habértela robado antes de que te marcharas.
La confesión de Bonnie fue inesperada y a Derek le dio un vuelco el corazón.
Solo era una corbata más, de color granate y con pequeños topos, apenas visibles, en azul
oscuro. Ella se la había regalado unas navidades, pero no era ese el motivo de que albergara
recuerdos, sino que había sido un juguete recurrente algunas noches de pasión. Ese trozo de seda
había rodeado las finas muñecas de Bonnie tantas veces que era verdad que le pertenecía más a
ella que a Derek.
No le hubiera sorprendido de haber formado parte de las negociaciones en el divorcio.
Tuvo que cerrar los ojos para apartar la imagen de Bonnie desnuda, con las manos
entrelazadas con la corbata y sujetas al cabecero de la cama, su cuello echado hacia atrás y la
boca entreabierta pidiendo más. Para Derek, jamás existiría una escena tan excitante como la
entrega de aquella mujer que parecía estar más cerca de él a cada minuto que pasaban encerrados
en ese ascensor.
Seguía inquieto; pero de repente se dio cuenta de que ya no era por estar en un espacio cerrado
sin posibilidad de salir, sino porque la lejanía y tirantez que habían entrado con Bonnie en aquel
cubículo habían desaparecido. Se respiraba una cercanía entre ellos que no pensó que volvería a
sentir nunca más. La mujer estirada, seria y de mirada afilada ya no estaba; solo quedaba una
Bonnie que lo estudiaba a su vez con familiaridad, intimidad y una nostalgia más que evidente.
Derek carraspeó y su mirada acarició a Bonnie.
—Te la habría dado, de habérmela pedido.
Ella tragó saliva y se desabrochó también un botón de la camisa, por mucho que enseñara más
escote del debido, pero la intensidad que crecía entre ellos por momentos comenzaba a ser
irrespirable, ni siquiera notaba ya el sarpullido de su muñeca, se había convertido en un calor que
traspasaba cada poro de su piel.
Esa intensidad alcanzó su máximo nivel cuando Derek lanzó su siguiente pregunta, una para la
que Bonnie no tenía respuesta posible. O quizá sí, pero lo que sucedía era que no estaba
preparada para enfrentarse a ella.
—¿Cuándo dejaste de quererme?
¿Cuándo dejaste de quererme?

—¿Señor y señora Harris?


El sonido del interfono los hizo dar un brinco y soltar el aire que habían contenido. La
pregunta de Derek se quedó flotando en el ambiente.
Bonnie se levantó y se acercó para contestar, aunque en realidad lo hizo para romper la tensión
y dar la espalda a un Derek que se había abierto en canal de repente. No podía sentirse más
agradecida por esa intromisión, ya que el juego se había convertido en algo que se escapaba
totalmente a su control.
—¿Sí? Soy la señora Harris.
Ignoró la mueca pícara de Derek al oírla llamarse a sí misma por su apellido.
—Ya hemos encontrado el origen de la avería. Los técnicos están arreglando y cambiando las
piezas dañadas en el parón. Les ruego un poco más de paciencia. En una hora, como mucho,
estarán fuera.
—Gracias.
Bonnie ni siquiera parecía ya molesta. Toda esa ira se había ido difuminando y convirtiéndose
en otra cosa. ¿Tristeza? ¿Nostalgia? ¿Afecto por lo vivido? Estaba tan confundida que ni siquiera
sabía qué era lo que sentía. Lo que sí sabía era que lo hacía, sentía mucho, porque con Derek
cerca siempre había sido así y eso no había cambiado. Ni versión mejorada de Bonnie ni nada, él
continuaba teniendo un poder colosal sobre sus emociones.
Sintió la presencia de Derek a su espalda antes de girarse.
—Bonnie.
—Una hora y seremos libres. ¿No es genial?
Le sonrió, pero el intento se quedó a medias, porque notó la respiración de Derek en el pelo y
esa sensación la aturdió por unos instantes. Se había acercado demasiado. Podía oler su perfume,
varonil y único; al hacerlo, su corazón latió más deprisa.
Bonnie sabía que debía alejarse de la tentación que siempre había sido para ella Derek Harris,
pero a la vez era incapaz de moverse. Algo se lo impedía.
—Bonnie, te he hecho una pregunta.
Las palabras del hombre prácticamente chocaron con la frente de ella, que tuvo que cerrar los
ojos para no sucumbir a ese deseo irrefrenable que siempre despertaba cuando estaban juntos.
—¿Y qué pasa si no quiero contestar? —susurró con la vista clavada en la pared del ascensor
para evitar mirarlo a los ojos.
Si lo miraba, sabía que se derretiría.
Derek dio un paso más y alzó la mano para tocarla. No debía, pero siempre había tenido un
imán entre su cuerpo y el de Bonnie. Cuando estaba a punto de rozar su camisa, ella se giró,
rindiéndose a esa fuerza invisible, y Derek se encontró con esos ojos verdes e inmensos en los que
tantas veces se había ahogado.
—Es importante para mí, Bonnie.
Ella abrió la boca, pero las palabras se le atragantaron. Lo intentó de nuevo, aunque sin éxito,
porque, en realidad, no podía encontrarlas. Buscaba y no hallaba qué contestar a eso.
«¿Cuándo dejaste de quererme?».
¿Por qué era incapaz de hallar la respuesta? Debía ser sencillo. Recordaba las discusiones, los
reproches, los detalles que le habían dolido y que Bonnie había callado hasta que la bola había
sido tan grande como para no tener sentido compartirla con Derek. Recordaba haber llorado,
haber sufrido, haber querido que Derek desapareciera de su vida hasta suplicárselo esa tarde en la
que todo se terminó.
Sin embargo, pese a ello, solo eran instantes malos pero eso no evitaba que estuvieran llenos
igualmente de sentimientos.
¿Cuándo Bonnie había dejado de amar a Derek?
Se quedó sin voz.
Él dio otro paso y posó la mano con tiento en su mejilla.
Ella cerró los ojos y se apoyó en ese contacto.
¿Qué estaban haciendo?
Aquello estaba mal, no debía suceder y solo les traería problemas.
Derek observó a Bonnie de cerca. Hacía nueve meses que no podía disfrutar así de ella,
incluso más, porque aquella noche el alcohol nublaba los sentidos de ambos, así como la ira
contenida que soltaron en forma de sexo vengativo. Fue increíble pero vacío en muchos otros
aspectos. Al acabar, se habían odiado más aún, así que ese recuerdo no tenía nada que ver con lo
que estaban sintiendo en aquel momento.
Derek se dio cuenta de que solo cabía deseo, afecto y dulzura en ese ascensor.
Rozó la nariz con la de la mujer. Allí estaba esa Bonnie que hacía tanto tiempo que no veía.
Una Bonnie que cerraba los ojos y apoyaba su cara en la mano de él, con confianza, rindiéndose,
con la respiración acelerada y su boca de melocotón fruncida y pidiendo ser besada.
¿Qué estaba sucediendo?
—Bonnie…
—Derek…
Ella se sujetó a la camisa de él en un impulso, como si el ascensor hubiera arrancado y tuviera
miedo de perder el equilibrio; pero no, allí no se movían más que sus latidos frenéticos y sus
respiraciones jadeantes. Eso sentían, que todo giraba a toda velocidad y que su vida volvía a dar
un vuelco inesperado. Una locura. Una completa y maravillosa locura.
Bonnie acercó el rostro al cuello de Derek y aspiró su olor.
La mezcla de perfume, jabón y un leve sudor la volvía loca.
Él posó la boca en la frente de ella y sus cabellos le hicieron cosquillas en la nariz.
Dios… cómo había echado de menos el aroma de su champú.
Derek se lanzó y la rodeó con los brazos en un gesto desesperado que ella no rechazó, sino que
aceptó con la misma fuerza incontrolable. Y aquel abrazo fue el comienzo de algo que ninguno
querría ni podría frenar.
—Derek.
Bonnie alzó la cabeza y buscó sus ojos. En los suyos brillaba un deseo imposible de esconder.
—¿Sí, cariño?
—Bésame, Derek.
No se lo pensó. Sus bocas se encontraron y gimieron al reconocerse. Sus labios se abrieron y
sus lenguas se enredaron. Y fue como siempre y, al mismo tiempo, como si fuera la primera vez.
Bonnie jamás había conocido a un hombre que besara con la ternura con la que lo hacía Derek.
Derek jamás había conocido a una mujer que besara con la sensualidad con la que lo hacía
Bonnie.
Chocaban, sí, pero en momentos como aquel sentían que cada impacto había merecido la pena.
—Brownie… —susurró Derek con los labios sobre el latido de su cuello.
Ella se rio al escuchar ese otro estúpido mote que él le había puesto en su luna de miel. Fingía
que lo odiaba, pero, en realidad, le gustaba más que cualquier otro nombre con el que pudieran
reclamarla.
—No me llames así, ¿me oyes?
Le dio un mordisco en el labio y la erección de Derek se clavó en el muslo de ella. Ambos se
acercaron más al otro, si es que era posible.
—¿Por qué? Esto me gusta más que un brownie, y sabes de sobra que es mi postre favorito.
Bonnie le calló con un nuevo beso, mucho más húmedo que el anterior, y entonces todo se
descontroló. Las manos volaron palpando todo aquello prohibido durante tanto tiempo. La falda
de ella subió hasta quedar anclada a sus caderas. La camisa de él desapareció.
Besaron, mordieron, lamieron y tocaron todo cuanto el otro era. Bonnie dio gracias al cielo
por que la cámara del ascensor también estuviera estropeada, porque, sin duda, no habría sido
capaz de parar ni aunque su desenfreno hubiera sido grabado y visualizado.
Derek se relamió cuando desabrochó los botones que ocultaban sus pechos y vio el sujetador
blanco de encaje que los cubría. Eran perfectos. Redondos, llenos, suaves. Bonnie era una mujer
malvada por haber escogido semejante ropa interior para aquella reunión. Se lo susurró entre
besos y ella no pudo más que darle la razón.
Bonnie cerró los ojos y gimió sin cortarse cuando la lengua de él se internó por una de las
copas y mordió un pezón.
—Derek…
Acarició su torso sin miramientos, arañó su espalda, agarró la dureza que aún escondía su
pantalón y que tanto había echado de menos.
No podían parar. Por mucho que uno de los dos lo hubiera querido, habrían sido incapaces de
frenar sus instintos. Ya podía caerse el edificio entero, que ellos seguirían enredados hasta el
final.
Eran fuego. Puro deseo. Un choque frontal.
—Bonnie, mírame.
Ella obedeció y se encontró con la mirada enturbiada de Derek. Sus ojos azules estaban llenos
de esperanza y de ese ímpetu con el que siempre se entregaba a todo lo que hacía en la vida. Sus
pantalones cayeron por sus caderas y lo siguió su ropa interior. La de ella continuaba más o menos
en su sitio, pero, por mucho que Bonnie quisiera dar la orden a sus manos de que la desnudaran,
era incapaz de razonar y de separarlas de Derek, de sus músculos marcados, de la tersura de su
bronceada piel, de su sexo.
Tampoco hizo falta. Él se arrodilló con veneración frente a ella y bajó sus braguitas por el
camino. Después sus labios y su lengua hicieron el resto entre las piernas de ella. Bonnie se
olvidó de respirar, de quiénes eran y de dónde estaban.
—Dios mío, Derek.
Fue lo único que pudo decir antes de lanzarse a una retahíla de gemidos y palabras sin sentido
alguno que acabó con un grito cuando Derek la hizo tocar el cielo.
No recordaba una sensación igual. Bueno, si era sincera consigo misma, sí lo hacía, por mucho
que se hubiera esforzado por olvidarlas, y todas esas sensaciones llevaban la firma de Derek
Harris.
Cuando se levantó y lo vio con la boca humedecida de saliva y de sus propios fluidos,
descubrió que estaba perdida y que no tenía sentido seguir obviando una realidad que no podía
controlar, por mucho que ella insistiera en cambiarla. Ante esa imagen de Derek desnudo,
despeinado y deseándola como jamás la había deseado nadie, supo que no había hallado respuesta
a la pregunta de Derek porque no la había.
Bonnie jamás había dejado de quererlo.
Sintió el peso del amor en su cuerpo. También el del hombre que la miraba embelesado, como
si nunca hubiera visto nada más bonito que ella.
Así era Derek. Se entregaba y lo hacía para siempre. ¿Cómo podía negarse Bonnie?
Lo atrajo hacia sí y rodeó sus caderas con una pierna. Sus manos lo abrazaron por la nuca y
entonces lo besó de nuevo. Lo hizo con profundidad, con toda esa pasión que siempre fluía entre
ambos y dejándose la piel para transmitirle todo eso que se negaba a pronunciar con palabras.
Aún llevaba los tacones puestos, así que al empujar a Derek para que entrara en ella con el pie
se lo clavó y aquello les hizo reír. La risa se convirtió en suspiros entrecortados cuando se
unieron. Los suspiros, en embestidas rítmicas que sonaban contra el espejo. Los embistes, en
gritos ahogados en los labios del otro.
Derek entraba y salía del cuerpo de Bonnie con una fiereza desmedida que ella acogía de buen
agrado. Siempre les había gustado así, un poco brusco, un tanto incontrolado. Ambos pensaban
que era la mejor sensación del mundo. Ambos deseaban llegar a la meta a la vez que ansiaban que
aquello no se terminase nunca.
—Voy a correrme, Bonnie. No puedo correrme dentro.
Compartieron una mirada cómplice, una que les recordó por un momento dónde estaban y qué
había sucedido desde que se habían separado, una mirada en la que se dijeron que ambos habían
sido precavidos con otras personas, porque no confiaban en nadie que no fueran el uno en el otro.
De ese modo, Bonnie supo que podía confiar en él, siempre lo había hecho y, pasara lo que
pasara, siempre lo haría. Además, ella tomaba la píldora. Así que no dejó que Derek saliera de su
cuerpo, sino que lo besó y ambos se deshicieron en un orgasmo que pasó a formar parte del top de
los mejores de su vida.
¿Tú piensas en mí?

Cuando abrieron los ojos, Bonnie sintió frío, pese al calor que había hasta empañado el espejo
por lo sucedido. Se giró un poco, lo justo para ver el reflejo de ambos desnudos y enredados.
Hacía tanto que no veía esa imagen que su corazón comenzó a latir aún más frenético, incluso
después del ejercicio al que ya lo había sometido. La boca de Derek seguía sobre el hombro de
ella y sus manos la agarraban como si no quisiera que lo soltase jamás.
¿Qué diablos habían hecho?
¿Cómo habían acabado haciendo el amor en aquel ascensor?
Ninguno lo tenía muy claro, pero había ocurrido y, una vez terminado, tenían que enfrentarse al
temido momento del después.
Si Bonnie se sentía más confusa que nunca, Derek, en su interior, estaba exultante.
Él siempre había sido más impulsivo, más positivo, más de arriesgarse y menos amigo de los
arrepentimientos. Sin embargo, Bonnie era todo lo opuesto y el alivio de después del orgasmo
comenzaba a convertirse en una bola enorme en su garganta que le costaba tragar.
¿Por qué estaba desnuda?
¿Por qué aún tenía a Derek rodeando su cuerpo?
¿Por qué había vuelto a ocurrir lo único que no se podía permitir?
Sus planes se habían hecho pedazos delante de sus ojos. Su dignidad, un poquito también.
¿En qué estaría pensando?
De aquello no podía salir nada bueno, Bonnie lo sabía bien. Hacía nueve meses, con la famosa
recaída, solo había conseguido volver a sentirse tremendamente desgraciada cuando él se marchó.
De lo que acababan de compartir no saldría viva.
Tenía que alejarse de él.
Los dedos de Derek se enredaron en su pelo y ella se mordió el labio para no llorar ante la
ternura de su gesto.
Bonnie parpadeó para controlar sus emociones y cogió aire antes de separarse de Derek.
—¿Estás bien? —preguntó él tan preocupado por ella que la hizo sentir aún peor.
—Sí.
Pero no lo estaba y él lo sabía. Derek chasqueó la lengua.
—Siempre has mentido fatal, Bonnie.
Ni siquiera pudo defenderse, porque era cierto.
Ella se apartó, alejándose todo lo que era posible de su contacto, lo cual resultaba realmente
difícil dentro de un ascensor. Pese a ello, Derek intuyó rápido que necesitaba espacio y se lo
ofreció. Recogió sus prendas y se colocó en el otro extremo.
Se vistieron en silencio. La tensión disuelta con el orgasmo volvió a brotar con rapidez.
Bonnie se peinó frente al espejo, sintiendo la mirada de él en su cuerpo.
Estaba hecha un asco, con todo el pelo revuelto, el maquillaje corrido y ese brillo en los ojos
que solo aporta el buen sexo. Además, se sentía sudada y su ropa ya no tenía el aspecto pulcro con
el que había salido de casa, sino que se asemejaba más a con la que llegaría después de toda una
noche de fiesta.
Derek se colocó a su lado. Su aspecto no era mucho mejor que el de Bonnie. Un mechón de
pelo le caía por la frente y su camisa estaba arrugada. Además, había huellas de sus labios por
toda su piel y Bonnie se ruborizó. Vio pintura roja hasta en el cuello de su camisa. Sacó un
pañuelo del bolso que le tendió sin apenas mirarlo y Derek se limpió el carmín rojo sin apartar
los ojos del reflejo de ella.
¿Cómo había podido marcarlo de esa manera? Lo cierto era que había sido tocarlo y desatarse
hasta tal punto que no recordaba ni dónde se encontraban.
¿Habrían escuchado desde fuera sus gemidos?
¿Y si las cámaras ya estaban arregladas?
La vergüenza crecía en ella por momentos.
Al contrario que Bonnie, Derek parecía tranquilo. Si ella deseaba escapar, él parecía no tener
de repente prisa por salir de allí. Así funcionaban siempre.
Mientras se metía la camisa por dentro de la falda, él habló:
—¿Y ahora qué?
—¿Qué pasa ahora?
—No lo sé, Bonnie.
El tono derrotado de su voz la sorprendió. Se giró y se encontró con un Derek diferente. Ya no
parecía el hombre impulsivo, divertido y seguro de siempre, sino uno que estaba harto de pelear y
de perder. Como si aquel polvo contra el espejo no hubiera sido más que otra batalla y Derek
estuviera dispuesto a rendirse si así lograban llegar a algún tipo de entendimiento.
Pese a que se había vestido, Bonnie observó que un faldón de la camisa colgaba por fuera de
su pantalón. Su pelo seguía revuelto y sus ojos tenían ese brillo que también reconocía en él
después del deseo culminado.
No podía estar más atractivo, incluso con esa vulnerabilidad que transmitía en ese instante.
Cualquiera que lo hubiera visto, pensaría que había sido asaltado por un ladrón o por una
mujer tan excitada como para intentar comérselo. Había sido la segunda opción. Bonnie no le
habría dejado ni los huesos.
Parpadeó al darse cuenta de que deseaba hacerlo de nuevo.
Derek Harris era un vicio irrefrenable para Bonnie Carter.
«Aún Bonnie Harris», se dijo, «pero por poco tiempo».
Derek suspiró con paciencia y volvió a intentarlo. Bonnie solo podía pensar en que se callara
de una maldita vez y lo dejara estar.
—Acabamos de follar en el ascensor.
—Esto no cambia nada.
Ella parpadeó y sus tacones retumbaron en el pequeño espacio cuando comenzó a moverse de
un lado a otro para evitar quedarse alelada observando a Derek en esa versión postcoital que la
volvía loca.
—Un poco sí, ¿no crees?
Bonnie negó. No, aquello no cambiaba nada, solo le confirmaba una vez más que no podía
volver a cruzarse en la vida con Derek, porque, cada vez que sucedía, acababa sin ropa interior y
con el corazón roto. El divorcio era la única solución para que ellos pudieran ser felices de una
vez por todas como merecían.
Bonnie pulsó los botones de los números en un tonto intento por solucionar el problema. Se
sintió igual de estúpida que cuando golpeas el mando de la tele cuando deja de funcionar. O como
cuando das una patada a una máquina expendedora.
A su espalda, Derek susurró lo que ella deseaba que hubiera olvidado entre jadeos y besos de
los que te hacen perder el sentido.
—No respondiste a mi pregunta.
«¿Cuándo dejaste de quererme?».
Nunca. Bonnie debía aceptar que jamás lo lograría. Había creído conseguirlo y, en solo un par
de horas en una cárcel improvisada, Derek le había demostrado que no era posible. Ni siquiera ya
se esforzaba por odiarlo. Dudaba incluso de que lo hubiera hecho alguna vez. Despreciaba en
quienes se habían convertido en aquellas discusiones, por los reproches lanzados, por los
arrebatos que acababan en gritos que hacían daño al otro, pero odiar… no, nunca había odiado a
Derek.
Lo amaba demasiado.
Se colocó su coraza de hostilidad y le sonrió con condescendencia.
—Ni falta que hace. ¿Qué más da el momento? Solo sucedió. Por eso estamos aquí.
Derek sabía que Bonnie mentía, se lo había dicho su cuerpo entre caricias. Aún había algo
grande entre ellos, tanto como para estallar cada vez que se encontraban a solas y sin posibilidad
de escapar.
Aunque eran incapaces de manejarlo, ese era el principal problema.
Aun así, Derek intuía que aquella era su última oportunidad.
Había pasado dos años intentando olvidarla. Borrando su recuerdo en otras camas, en otros
cuerpos, en planes que sabía que jamás habría podido disfrutar con Bonnie, como saltar en
paracaídas o viajar sin destino y solo con una mochila y una tienda de campaña. Había sumado
experiencias a su vida, era cierto, pero, al volver a casa, se había percatado de que el vacío era
aún más grande que antes de marcharse. Y ¿por qué? Pues porque lo bonito de todos esos planes
no estaba en lo que suponían, sino en hacerlos con ella; con Bonnie.
Cada vez que vivía algo importante deseaba contárselo a ella. Cada vez que le sucedía algo
bonito, esperaba que fuera Bonnie la primera persona a la que se lo contase. Eso era lo que
ocurría y sabía que nunca dejaría de sucederle.
Aquella mujer que le daba la espalda, que se erguía y cerraba los puños con fuerza para
controlar los sentimientos que la embargaban, era inolvidable. Lo había intuido desde el primer
día, cuando fue a su casa y la ayudó a borrarse su propio número de teléfono del brazo. También
al sábado siguiente, cuando ella había caído en su juego y lo había llamado para salir después de
descubrir su número escrito con carmín en el espejo de su baño. Y entre margaritas con las que
brindaron y tras las que acabaron bailando salsa en un antro escondido que olía a sudor y a sexo.
El primer beso con ella se había convertido en su favorito. La primera vez que se acostaron Derek
pensó que había sido insuperable, aunque se equivocó, porque cada asalto con ella era de los que
hacen explotar a su alrededor fuegos artificiales. Derek jamás vería una novia tan hermosa como
Bonnie el día que le dijo que sí, que pasarían el resto de su vida juntos, solo hasta que la muerte
los separase.
No obstante, lo habían hecho ellos. No habían necesitado ninguna desgracia para destrozar lo
más bonito que habían vivido. La muerte no los había separado, pero sí el amor. Uno tan grande
como para no saber manejarlo.
Por todo eso, Derek se comió el orgullo que le repetía sin cesar que ella había tenido tanta
culpa como él en su separación. Porque el amor que sentía por Bonnie era más fuerte y valía
mucho más la pena, y porque sabía que esa sería su última oportunidad y no quería arrepentirse de
no haberlo intentado.
—Bonnie, aún pienso en ti.
—¿Qué?
La pilló tan de sorpresa que se quedó paralizada, con los ojos como platos y la boca
entreabierta. Parecía haber visto un fantasma. Él cogió aire y repitió unas palabras que suponían
una declaración en toda regla que ninguno de los dos habría esperado apenas unas horas antes.
—Que aún pienso en ti.
—¿A qué viene eso?
La mano de Bonnie salió disparada hasta su muñeca. Se rascó tan fuerte el sarpullido que supo
que le saldrían puntitos rojos de sangre. No le importaba; en aquel momento se habría cortado la
mano si con eso hubiera podido borrar la imagen de Derek confesándole sus sentimientos.
Él no se amilanó, sino que dio un paso para acercarse a ella y la miró con toda la sinceridad
del mundo en sus ojos.
—Pienso en ti constantemente. Cuando estoy solo. Y cada vez que abro los ojos por las
mañanas. Es incontrolable. Eres mi primer pensamiento, Bonnie, y no creo que dejes de serlo
jamás, por mucho que firme un papel que nos aleje para siempre.
Él dio otro paso y ella levantó la mano para evitar que se acercara demasiado.
Si llegaba a tocarla, Bonnie pensó que podría deshacerse sobre sus preciosos zapatos rojos.
—No, Derek.
—¿Tú piensas en mí?
¿Que si pensaba en él? No había segundo del día en que Derek no lo ocupara todo. Si salía con
alguien, lo comparaba con él sin poder remediarlo. Si hacía la compra, solía meter en el carro
productos que a Derek le gustaban o usaba a menudo; de forma habitual se había encontrado al
llegar a casa con espuma de afeitar en su bolsa y había llorado como una idiota. Si veía una
película, echaba de menos los comentarios de Derek a su lado, estropeándole el visionado,
aunque, en realidad, siempre hacía que todo fuera mucho más divertido. Todo su mundo, le gustara
o no, giraba en torno a la huella que Derek había dejado en él.
—Sí, pero me hace daño —se sinceró.
Porque por mucho que ambos pensaran en el otro eso no significaba que lo suyo tuviera
arreglo.
—No quiero hacerte daño —susurró él.
Alcanzó su mano y entrelazaron los dedos. Encajaban a la perfección.
—Pues es un don que tienes.
Ambos se rieron con tristeza.
—Soy un dechado de virtudes.
—Eres demasiado para mí, Derek.
Porque eso sentía. Derek no era un hombre de los que pasan de puntillas por la vida, igual que
no era de los que no marcan la de los demás. Derek, para Bonnie, era más de lo que siempre había
deseado. La aturullaba amarlo así, las emociones la desquiciaban, no sabía explicarlo sin sentirse
una idiota.
—No soy demasiado para ti, Bonnie. Somos la justa medida que necesita el otro.
La boca de Bonnie se imantó hacia la de él. No podía, pero quería probar de nuevo sus labios
y perderse. No quería, pero no podía frenar el impulso.
¿Y si Derek tenía razón? ¿Y si ella estaba equivocada?
Cuando Bonnie estaba a punto de rendirse con un beso una vez más, las luces se encendieron,
el ascensor dio un salto y se pusieron en movimiento.
La realidad les encontró con los nervios a flor de piel y rodeados de sentimientos.
No dejaron de mirarse hasta que llegó al siguiente piso y las puertas se abrieron.
El primer día del resto de su vida

—Señor y señora Harris, soy Jack Milles, el gerente del edificio. Lamento mucho lo sucedido.
¿Se encuentran bien?
Bonnie parpadeó y giró la cara para mirar al hombre que los recibía sonriente en el tercer
piso. Tenía el pelo blanco y una sonrisa amable. También parecía preocupado por si aquel
incidente le daba problemas.
Derek aún la miraba a ella.
—Sí, no se preocupe. No ha sido culpa suya. Estas cosas pasan.
Una hora antes, Bonnie habría montado en cólera por lo sucedido, pero entonces todo había
cambiado y ni siquiera sabía cómo se sentía. En un pequeñísimo espacio de tiempo su mundo
había girado sin control hasta no saber en qué posición había quedado.
Jack Milles asintió con aparente alivio y les indicó que lo siguieran para que pudieran comer y
beber algo; quizá refrescarse un poco en los lavabos privados de las oficinas de la tercera planta.
A su alrededor, el ambiente era tranquilo y la planta estaba prácticamente vacía; Jack Milles
les comentó, en un intento de broma que ninguno celebró, que a la hora de comer todo quedaba
desierto, pese a que algunos pocos esclavos seguían trabajando sin descanso.
Bonnie lo obedeció y lo siguió sin pensar demasiado en la sensación surrealista que la
acompañaba por todo lo sucedido, pero Derek se quedó plantado aún con los pies dentro del
ascensor como un tonto.
Al darse cuenta de que él no estaba a su lado, se dio la vuelta y se lo encontró esperando,
aunque Bonnie no comprendía sus razones.
—¿Derek?
Ella lo observó y leyó en sus ojos lo que le estaba pidiendo.
«Bonnie, si salimos de aquí en este momento todo habrá acabado. Si te acercas y me coges la
mano, sabré que tu respuesta es que sí, que aún me quieres y que tal vez no sea tarde para
nosotros».
Nunca unos ojos habían sido tan expresivos.
Nunca Bonnie había tenido tanto miedo.
Jack Milles los contempló incómodo, como si incluso él supiera que allí flotaba una intimidad
de la que no debía ser testigo.
La bola era tan grande que Bonnie sentía que ya no podía ni tragar.
Dudó por unos segundos, fue inevitable, la imagen de Derek era demasiado dulce, demasiado
vulnerable, pero… pero no podía ser. Estaba demasiado cansada, demasiado confundida,
demasiado perdida. Demasiado exhausta de pelear siempre con Derek.
Quizá si los últimos dos años no hubieran sucedido de ese modo, habría habido una
posibilidad de superar sus desavenencias, pero los últimos meses habían sido demoledores para
Bonnie.
Así que, con todo el dolor de su corazón, dio la vuelta y se dejó guiar por Jack Milles.
Entraron en una sala de personal en la que había algo de picar y refrescos. En una mesa había
sentada una familia coreana y tres hombres con un uniforme color verde que intuyó que serían los
trabajadores del edificio que se habían quedado encerrados en el otro ascensor. Más tarde se
enteró de que eran parte del equipo de mantenimiento del edificio. Bonnie sonrió al verlos charlar
de forma amigable con aquel matrimonio y sus tres hijos. Luego intentó imaginarse cómo habría
sido su experiencia, si habrían hablado de sus vidas, un grupo de desconocidos que en otras
circunstancias nunca se habría conocido, pero que aquel incidente había unido.
Después se dijo que, sin duda, su experiencia no se podría asemejar en nada a la del ascensor
de la izquierda.
Escogió un panecillo con queso fresco y tomate y una botella de agua. El estómago le rugió con
el primer mordisco. Estaba realmente hambrienta. Cuando fue a dar un segundo, Derek entró por la
puerta y fue directo a por un refresco de limón. Bonnie odiaba el limón en todas sus versiones.
Sonrió con nostalgia, esperando que se sentara a su lado, pero no lo hizo. Parecía ido, como si
su cabeza estuviera muy lejos de allí. Solo se bebió la lata en dos tragos y salió de la sala sin
decir ni una palabra.
Aquello a Bonnie la sorprendió. ¿Qué esperaba? No estaba muy segura, pero después de
haberse abierto en canal tampoco esperaba que Derek volviera a adoptar una postura a la
defensiva.
Suspiró y se dijo que así eran ellos, con tendencia ambos a complicarse la vida.
Unos minutos más tarde, ya con el estómago lleno, fue al lavabo. Aprovechó para retocarse el
maquillaje y hacer lo posible por que su pelo tuviera un aspecto decente. Tras el asalto sexual, por
mucho que se peinara y pintara de nuevo no se quitaba la sensación de que parecía llevar en pie
quince horas. Y aún no eran ni las dos de la tarde.
Ni tres horas habían pasado encerrados y parecía una eternidad. Al fin y al cabo, esas tres
horas habían cambiado un poco más su vida y el curso de su relación. Quizá habían derruido del
todo lo poco que quedaba en pie entre ellos.
Cuando salió del baño, se encontró de frente con William Spencer, su abogado. Miró a su
alrededor en un impulso irrefrenable buscando a Derek, pero no lo vio por ninguna parte.
¿Dónde se habría metido? ¿Habría sido capaz de largarse sin despedirse? ¿Después de lo
ocurrido?
Frunció el ceño, dolida y sorprendentemente triste, y se acercó a Spencer. Era un hombre
amable que a Bonnie siempre le aportaba una serenidad inmediata, aunque en esa ocasión estaba
tan perdida que apenas sintió nada.
—Bonnie. —Le sonrió con afecto; siempre la había tratado con una actitud un tanto paternal
que a ella le hacía sentir protegida—. No sabes cuánto lamento lo sucedido.
Ella negó con la cabeza. Le daba la sensación de que llevaba todo el día aceptando disculpas
que no tenían razón de ser.
—No te disculpes, William, nadie tiene la culpa de lo que ha ocurrido. Lo único que yo
lamento es tener que aplazar la cita. ¡Con lo que nos ha costado conseguirla!
Sin embargo, para asombro de Bonnie, el abogado le dedicó una sonrisa satisfecha, como si
guardara un secreto que ella desconocía. Parecía contento y eso solo podía deberse a que su plan
aún no estaba del todo perdido.
—No lamentes nada, Bonnie. Debido a lo sucedido, hemos conseguido que todas las partes
sacrificaran su hora de la comida y la cita sigue en pie. No tenemos que posponer nada, ¿no es
increíble?
Alzó las cejas sin poderse creer que aún hubiera tiempo para la reunión. Más aún que el
abogado de Derek, un tocapelotas sin escrúpulos, hubiera accedido sin poner trabas. Que incluso
el propio Derek aún estuviera dispuesto a firmar, más aún después de lo que habían compartido en
el ascensor.
Ignoró la decepción que despertó en ella al comprender lo que Spencer le estaba diciendo.
—¿La otra parte está dispuesta?
—Ha sido el mismo señor Harris el que ha aceptado sin dudar. Ya la está esperando en la
oficina junto a su abogado. ¿Vamos?
Bonnie asintió por inercia y siguió a William Spencer con los ojos como platos.
¿Así que ese había sido el destino de Derek? ¿Había desaparecido de ese modo para
asegurarse de que el divorcio llegaba a término?
Bonnie no sabía ni cómo sentirse al respecto.
Agradecida, quizá, porque eso significaba que todo terminaría en minutos. Conmovida,
suponía, porque era un detalle por parte de Derek haberse molestado en que todo se arreglara,
pese al infortunio que habían vivido. Un poco dolida, era inevitable, porque su vanidad se sentía
herida al averiguar que Derek tenía tantas ganas de perderla de vista como aún defendía tener ella.
¿Decepcionada? Sí, por mucho que no tuviera sentido, la decepción había hecho acto de
presencia, porque una parte de ella había ansiado que la cita tuviera que posponerse con la excusa
del incidente o, incluso, que Derek se echara atrás.
Las cosas se complicaban para Bonnie. Percibía su estabilidad emocional caminando sobre
una cuerda floja.
William y ella decidieron subir los pisos restantes andando, pese a los tacones de Bonnie, ya
que se negaba a meterse de nuevo en el ascensor en el que acababa de hacer el amor con Derek o
en uno igual que le recordara cada momento vivido allí dentro. Pensó que incluso debía notarse en
sus paredes el aroma que siempre deja el sexo y se ruborizó sin remedio.
Cuando llegaron a la sala acondicionada para la reunión, Derek ya estaba allí. Se había
adecentado; su corbata volvía a estar bien sujeta a su cuello y su pelo brillaba humedecido. Tenía
un aspecto tan deslumbrante que parecía que no hubiera vivido el mismo encierro que ella. Bonnie
no pudo evitar repasar su indumentaria y alisarse la camisa con las manos.
Derek no la miró al entrar, sino que siguió charlando en voz baja con su abogado, aquel ser
despreciable que Bonnie detestaba. Un hombre menudo, de pelo rubio y mirada dañina que la
estudió de arriba abajo con una expresión que la hizo sentir desnuda.
La incomodidad crecía en ella a cada segundo que pasaba.
Bonnie se dio cuenta de que, de repente y después de todo, no deseaba estar allí. Se percató de
que prefería encontrarse en cualquier otro rincón del mundo que en aquella oficina.
¿A qué se debían esas ganas incesantes de escapar?
«¿Qué me has hecho, Harris?», se repetía en su cabeza sin cesar.
Tragó saliva y se sentó al lado de William y frente a ellos. Un juez entró en último lugar y
presidió la mesa.
En todo momento, Bonnie no pudo apartar los ojos de Derek. La dulzura de su voz diciéndole
que aún pensaba en ella había sido sustituida por una frialdad que le erizaba la piel. Su postura,
siempre desenfadada, ahora era recta, distante, de una seriedad que le hacía parecer otra persona
que poco tenía que ver con el hombre con el que se había casado y mucho menos con el que
parecía haber dejado dentro de ese ascensor. En sus ojos Bonnie ya no podía leer nada, estaban
vacíos y, de pronto, se sintió tan culpable que le entraron ganas de llorar.
—Procedemos a leer la negociación.
El juez leyó con voz monótona y acostumbrada a esos menesteres aquel acuerdo al que, por fin,
había sido capaces de llegar Bonnie y Derek a través de sus abogados. En la tercera línea ella se
perdió en los recuerdos de la batalla que había resultado conseguir un pacto.
Los primeros meses él había sido como un grano en el culo. Se negaba a cualquier petición de
Bonnie, todas ellas sensatas y justas hasta el exceso, como ella era en todos los aspectos de su
vida.
El piso y la casa de la playa se pondrían a la venta y se dividirían las ganancias a la mitad. Las
cuentas personales no se tocarían, solo repartirían la cuenta en común con la que pagaban los
gastos básicos del día a día y la hipoteca. Tenían un coche, pero Bonnie jamás conducía por la
ciudad, así que no tenía reparos en que Derek se lo quedara. Eso sí, deseaba quedarse el cuadro
que su amiga Britney les había regalado por la boda, porque le encantaba y le tenía un gran cariño.
Deseaba ser tan justa con Derek que incluso se había alquilado un apartamento cerca del trabajo
para no ocupar un hogar que, sin uno de los dos, ya no sentía que fuera suyo.
Pues bien, él renegaba del coche y ansiaba el cuadro como si fuera la mayor posesión de su
vida y Bonnie estuviera arrebatándoselo para hacerle daño; un cuadro que siempre había
confesado que le parecía insulso y cuyo arte abstracto jamás comprendería. Había pedido el piso
y le entregaba a ella la casa de la playa y, cuando Bonnie había accedido solo para que todo
acabara cuanto antes, había cambiado de opinión y era la casa de la playa la que prefería. Un
vaivén de supuestos deseos y peticiones entre sus abogados que había acabado a ambos
costándoles una pequeña fortuna.
De ese modo, habían transcurrido casi dos años hasta que, por fin, Derek se había rendido en
esa lucha que Bonnie no comprendía del todo y había asumido que era el momento de cerrar de
una vez esa etapa que los unía.
El acuerdo era exactamente igual a la primera propuesta que había hecho Bonnie, lo que le
había confirmado que la batalla de Derek solo tenía como objetivo volverla loca. Hasta aquel día,
no había encontrado otra explicación posible, pero después de lo que él había acabado
confesándole en ese estúpido juego de preguntas dentro del ascensor, ya dudaba de todo en lo que
creía.
«Quería tiempo. Por si te arrepentías».
Bonnie se estremeció al recordar la honestidad de sus palabras.
¿Y si Derek, en el fondo, había actuado así porque nunca había querido el divorcio? ¿Y si solo
había sido un modo de alargar algo para lo que no estaba preparado? ¿Y si era cierto que aún la
quería? ¿Y si se estaban equivocando? Porque ella lo hacía, todavía lo amaba de un modo
imposible de controlar. Lo había sabido siempre, pese a que lo ocultaba entre reproches y miedos,
pero el encuentro del ascensor se lo había confirmado con una rotundidad que de repente guiaba
cada uno de sus pensamientos.
Carraspeó, intentando llamar su atención, pero fue en vano. Necesitaba contemplar los ojos de
Derek y leer en ellos algo, alguna emoción que le dijera que él estaba sintiendo lo mismo en aquel
instante, pero nada de eso sucedió.
¿Por qué Derek no la miraba?
Bonnie sentía que se estaba ahogando.
El juez terminó la lectura y los abogados sacaron los documentos y los colocaron frente a sus
clientes.
Cuando Bonnie cogió el bolígrafo para firmar, tembló. Los dedos le bailaban tanto que se le
cayó sobre la mesa lacada, lo que consiguió que Derek por fin levantara la cabeza hacia ella. Fue
solo un instante, después cogió el bolígrafo que le tendió su abogado y firmó sin dudar. Puso fin a
lo suyo con tal decisión que a ella le dolió como si le hubiera atravesado la palma de la mano con
la punta manchada de tinta.
Bonnie lo intentó, pero las letras se le presentaban borrosas en el papel, le sudaba la frente y
apenas podía respirar.
¿Qué le estaba sucediendo?
¿Por qué su cuerpo parecía negarse a la simple acción de coger un bolígrafo y dibujar un
garabato?
¿Por qué después de desear durante tanto tiempo que aquel momento llegara sentía que no le
entraba aire en los pulmones y tenía el presentimiento de que aquello estaba mal?
«¿Qué me has hecho, Derek Harris?», la pregunta volvió a su cabeza como una obsesión de las
que no te dejan pensar en nada más.
Se esforzó como nunca. Sonrió a los ojos que la estudiaban, aunque apenas veía nada que no
fueran las letras bailando sobre el documento y la mirada de Derek sobre ella. Apretó el bolígrafo
con fuerza hasta que los dedos se le pusieron blancos y firmó con trazo tembloroso.
Al terminar, soltó el bolígrafo y se recreó en la punzada de dolor de su pecho.
Ya estaba.
Todo había terminado.
Hasta la vista, Bonnie Carter

—Gracias por todo, Bonnie. Por fin, Bonnie Carter.


Le sonrió a William antes de despedirse con un apretón de manos, pero fue una sonrisa a
medias, un tanto amarga.
Su abogado tenía razón, todo había terminado.
Cuando atravesara las puertas del lujoso edificio, no quedaría para ella más que el recuerdo
de un día un tanto surrealista que había acabado con una firma que cerraba una etapa de su vida.
Al menos, así debía haber sido. Para su bufete de abogados, Derek y Bonnie engrosarían la lista
de divorcios conseguidos de forma satisfactoria para sus clientes. Para el resto de los
trabajadores de allí, el incidente de los ascensores solo sería una anécdota que contar a sus
conocidos, quizá incluso podrían relatar que una pareja a punto de separarse se vio obligada a
ocupar durante tres horas ese espacio reducido y lo habían hecho sin matarse.
Si embargo, Bonnie sentía tal tristeza que apenas podía pensar en nada más.
Salió del despacho de William y reparó en que no había rastro de Derek ni de su abogado.
Supuso que así era mucho mejor, sin tener que forzar una despedida que ya no tenía sentido
alguno, pero una parte de ella estaba desilusionada.
En aquella ocasión sí bajó por el ascensor y, sin comprender por qué lo hacía, escogió el
mismo que los había reunido por última vez. Al entrar, pensó que aún olía a Derek. Su perfume era
inconfundible. También a ella. Tal vez, a ambos, a aquel momento en el que las prendas habían
volado y sus cuerpos se habían reencontrado con apremiante necesidad. Bonnie pensó que una
parte de ellos se quedaría encerrada en aquel cubículo para siempre.
Cuando el ascensor llegó a la planta baja y atravesó al vestíbulo, lo echó de menos. Era una
realidad. Se sentía una tonta, pero asumió de una vez por todas que aquella sensación nunca
desaparecería. Debía acostumbrarse a vivir echando de menos a Derek Harris.
Salió a la calle y paseó despacio en dirección a su casa. En cualquier otra circunstancia,
habría cogido un taxi, pero necesitaba caminar y tomar el aire. Además, tampoco tenía nada más
que hacer en todo el día. El único objetivo apuntado en su agenda para el cinco de marzo era
divorciarse de Derek y ya lo podía tachar.
¿Qué iba a hacer a partir de ese instante? No tenía ni idea; todas sus energías de los últimos
meses las había dedicado a acabar con su matrimonio y, de pronto, se había quedado sin metas que
borrar de una lista.
Había imaginado infinidad de ocasiones cómo transcurriría ese día, pero ninguna se asemejaba
a lo que había sucedido. Tampoco a cómo ella se sentía en aquel momento. Bonnie siempre había
creído que, cuando firmara y dijera adiós a su marido para siempre, se sentiría aliviada y
exultante. Victoriosa. Feliz de, por fin, demostrarse a ella y, sobre todo, a Derek, que lo suyo no
podía ser.
Aquel debía ser el primer día del resto de su vida.
No obstante, ¿qué sentía? Nada nuevo. Se sentía igual de triste que cuando Derek se había
marchado. Puede que incluso más. La nostalgia seguía atravesando su corazón. Aún había amor
para él dentro de ella. Se había empeñado en lograr la separación definitiva y a todos los efectos
legales y ¿qué había cambiado? Absolutamente nada. Su vida seguía siendo la misma.
Se miró en un escaparate y la imagen era idéntica a la que le había devuelto el espejo esa
mañana. Pese a ello, atisbó en ella algo distinto. Una tristeza que había intentado tapar con tanto
ahínco que se le había olvidado que existía, pero que Derek la había descubierto al obligarla a
pensar en su historia de amor.
Continuó su camino y, entonces, lo vio.
Estaba comprando un café en un puesto callejero. Con leche y dos de azúcar. O eso supuso
Bonnie, porque siempre había tomado el café así y prefería pensar que Derek seguía siendo el
mismo que ella había conocido. Llevaba la americana en un brazo y la corbata deshecha alrededor
del cuello. El pelo revuelto, como si hubiera estado despeinándolo al salir del despacho de
Spencer. La imagen se asemejaba mucho más a la que había tenido después de su asalto en el
ascensor que a la de la firma.
Aquello hizo que su esperanza despertara de nuevo. Bonnie no pudo contenerse, aunque sabía
que una simple palabra volvería a echar por tierra todas sus decisiones.
—Derek.
Él se giró y subió las cejas una vez por la sorpresa. Después, solo sonrió. Le dedicó una
sonrisa tranquila que a Bonnie le provocó tantas cosas para asumir de una vez por todas lo que
siempre sentiría por ese hombre.
Se había divorciado de Derek Harris. Ya no compartían nada. Ya no eran familia.
Sin embargo, el corazón de Bonnie seguía llevando su nombre y eso ningún papel podría
borrarlo jamás.
Se quedaron los dos quietos, en mitad de la calle, mirándose y esperando.
¿A qué? ¿A que apareciera una de esas señales en las que Derek creía? ¿A que volviera a
ocurrir un incidente que los obligase a dar un paso que su orgullo jamás les permitiría? ¿A que
pasaran otros dos años?
Ninguno de los dos tenía la respuesta, pero, por una vez, no quisieron averiguarla.
Derek le guiñó un ojo y alzó el vaso a modo de saludo antes de pronunciar unas palabras que a
Bonnie le sonaron como la mejor de las despedidas.
—Hasta la vista, Bonnie Carter.
Después se quitó la corbata y se la lanzó; Bonnie tuvo que dar dos pasos rápidos para cogerla
al vuelo. Luego, él continuó su camino. Mientras lo hacía pensó que esa era una de esas ocasiones
en las que es mejor retirarse a tiempo y dejar un buen recuerdo que quedarse y estropearlo todo de
nuevo.
A Bonnie que usara precisamente esas palabras la emocionó. Su nombre de soltera sonaba
distinto en los labios de Derek, casi como la primera vez que lo pronunció, cuando su historia de
amor estaba a punto de comenzar.
Luego lo vio marchar con el corazón en un puño, pero también con la creencia de que, por una
vez, se habían despedido sin la necesidad de hacerse daño. Arrugó la corbata entre sus dedos
antes de acercarla a su boca y dejar un beso en ella.
Lo observó hasta que su figura ya no fue visible entre los miles de personas que van y vienen
cada día por las calles de Nueva York.
Solo entonces, paró un taxi y dio por comenzada su nueva vida sin Derek Harris.
Hasta que la muerte nos separe

El pub estaba repleto. Bonnie y sus amigas ocupaban una mesa al final del local. Estaba cubierta
de copas vacías con las que habían brindado sin parar, entre risas y charla intrascendente.
Era un sábado cualquiera de finales de verano y se notaba en el ambiente. Bonnie llevaba un
vestido corto de color verde y unos tacones fucsia, una adquisición a mitad de precio de la que se
sentía realmente orgullosa. El pelo le había crecido un poco, lo justo para rozar sus hombros.
Desde la mesa de al lado, Tucker la miraba con deseo, pero ella solo le respondía con
sonrisas cordiales para no ofenderlo.
Era un viejo amigo, habían salido un par de veces, pero no había funcionado. Una posible
relación más fallida, pero Bonnie, por fin, había aceptado la razón.
Le había costado mucho. Durante dos años se había esforzado por olvidar a Derek, mientras lo
culpaba de cualquier cosa que saliera mal en su vida, sin asumir que, tal vez, no era culpa de su
exmarido. Tampoco de ella. Ni de los hombres que jamás cumplirían sus expectativas.
Nadie era culpable de que el corazón de Bonnie solo tuviera espacio para una persona.
No había salido bien, era cierto, pero, tras cinco meses de reflexiones consigo misma, había
aceptado que tampoco pasaba nada, que podía ser feliz igual y, quizá, un día la vida le regalaría
una nueva oportunidad de volver a sentir lo que un día sintió con Derek. Quizá, incluso, con él.
Porque sí, Bonnie al final había llegado a la conclusión de que su historia con Derek no había sido
un punto final, sino un punto y aparte.
¿Estaba loca? Era posible.
¿El encuentro en el ascensor le había nublado el juicio? En esa teoría coincidían la mayoría de
sus amigas.
No obstante, Bonnie creía que precisamente lo que había sucedido era lo contrario. Aquel
incidente era lo que había necesitado para dejar su orgullo de lado, olvidar los reproches, las
culpas y las dudas y quedarse con las certezas; y para Bonnie no había una certeza mayor que el
amor que sentía por Derek Harris.
Se había dado cuenta de que, en algún punto del camino, ambos se habían centrado en lo malo,
en los defectos del otro, en lo diferentes que eran, en los detalles que tapaban todo lo demás que
había sido increíble.
De repente, una mañana Bonnie había comenzado a ver esas diferencias que la habían alejado
de Derek como motivos que los complementaban, como piezas que encajaban.
Aquel día, ella se había rendido a lo inevitable de quererlo, pese a todo.
¿Y si Derek no quería formar una familia? ¿Y si lo suyo estaba destinado a ser un romance
intenso pero efímero? ¿Y si nunca lograban perdonarse del todo?
Bonnie había aceptado que las preguntas siempre formarían parte de su historia, pero que, si
no lo intentaban, jamás obtendría las respuestas.
¿Y si no volvía a tener una oportunidad de que lo suyo funcionase?
Bueno, ella nunca había creído en el destino, pero el universo había conspirado para que
ambos se quedaran encerrados una vez en un ascensor, así que mantenía viva la esperanza.
Dio un trago a su copa y siguió escuchando el parloteo de sus amigas con una sonrisa, mientras
esperaba pacientemente la llegada de una nueva señal que le indicara el camino.

Matt hablaba sin parar sobre una mujer que había conocido en el trabajo, mientras Derek simulaba
que lo escuchaba, pero en realidad no podía apartar los ojos de un grupo de chicas que gritaban y
reían en una mesa del rincón.
Eran cuatro, jóvenes, hermosas y que disfrutaban de su compañía entre copas de colores vivos
adornados con pajitas. Una de ellas, de melena castaña y ojos verdes a juego con su vestido,
brillaba por encima de las demás. Derek podía haberla visto en cualquier lugar por muy
abarrotado que estuviese. Desde la mesa de al lado, un hombre la observaba con adoración y él
pensó que no era para menos. Era preciosa, y sabía que no solo por fuera, sino también por dentro.
Bonnie Carter en todo su esplendor.
La había reconocido nada más entrar, pero no se lo había comentado a nadie y se había sentado
a tomar una copa con sus amigos. Podía haberse acercado a saludarla y en el pasado sabía que lo
habría hecho, aunque quizá con otras intenciones que pasaban por molestarla. Así era como habían
funcionado desde su ruptura, ambos ocultando sus verdaderos sentimientos en una actitud pasivo-
agresiva con la que solo habían logrado llevarse a un límite sin retorno. Derek se había dado
cuenta en aquel ascensor y por eso había firmado el divorcio, por mucho que le doliera y por
mucho que hubiera leído las dudas en la mirada perdida de Bonnie.
Si aún había una posibilidad entre ellos, debían empezar de cero.
Habían transcurrido cinco meses y, pese a no haberlo conseguido en dos años, en ese escaso
tiempo había logrado gestionar lo sucedido y sus sentimientos por ella.
La quería. Siempre la amaría, pero eso no significaba que no pudiera llegar un día en el que
fueran amigos y se alegraran por la felicidad del otro.
Le había costado un mundo no acercarse a ella aquel día, después de la firma del divorcio,
cuando Bonnie dijo su nombre en mitad de la calle mientras él compraba un café. Sus ojos verdes
estaban cargados de deseo e ilusión, pero también aún de todo lo demás que los había separado.
Tan preciosa, tan inalcanzable desde esa distancia.
Derek se dijo a sí mismo que, si lo suyo con Bonnie debía ser, lo sería algún día, pero no ese.
Acababan de confesarse cosas importantes, echado un polvo en un ascensor y firmado el
divorcio. No quedaba mucho espacio ese día para nada más, mucho menos un acercamiento.
«Hasta la vista, Bonnie Carter».
Así que le había lanzado su corbata en un impulso tonto y se había marchado. Y durante los
siguientes cinco meses Derek había pensado mucho en qué era lo que de verdad deseaba en la
vida. ¿Seguir cumpliendo esos planes que no encajaban con lo que Bonnie ansiaba para sí misma,
como bucear con tiburones o no tener familia? ¿Aquellas decisiones le llenaban tanto como para
que el vacío que ella había dejado pasara desapercibido? No, no lo hacían.
Derek había aceptado que la vida eran decisiones, algunas costaban más, otras, tal vez, no se
acercaban a lo que había imaginado como una vida perfecta, pero sí como una feliz; con la
felicidad que podía aportar Bonnie viviéndola a su lado.
Se disculpó con Matt y lo dejó con los otros amigos que los acompañaban. Se acercó a la
barra y pidió una copa.
Ocurrió cuando dio el primer trago e hizo tintinear los hielos antes de posarla sobre la madera.
Notó una presencia a su lado. Una figura femenina, de curvas y sonrisa perfecta.
—Hola, ¿esperas a alguien?
Si hubiera sido otra mujer, habría contestado que no, pese a que no ansiara compañía, porque
lo cierto era que había salido con sus amigos y los últimos meses no había compartido cama con
nadie, pero era Bonnie. Y, en realidad, aunque aquella tarde al salir de casa aún no lo sabía, la
esperaba a ella. Nunca había dejado de hacerlo.
Derek se giró del todo y le devolvió la sonrisa.
—A ti.
Bonnie rompió a reír. Y rápido se dio cuenta de que no era la Bonnie de la última vez, la que
aún estaba llena de odio y cuyos ojos se llenaban de tristeza y rencor en cuanto lo miraba;
tampoco era la que hacía ya más de un año había acabado en su cama una noche parecida a esa en
la que se habían encontrado en una fiesta; mucho menos la que le había pedido el divorcio entre
lágrimas y reproches. No. No tenía delante a ninguna de esas versiones de Bonnie. La mujer que lo
observaba con ojos pícaros y un brillo de ilusión era la Bonnie que había conocido en un bar y de
un modo muy parecido hacía mucho tiempo. La que lo había enamorado con una sonrisa y cuatro
palabras. La que había deseado que jamás se marchara de su lado.
Se sentó y pidió una copa ella también.
Ambos sintieron que su vida estaba a punto de dar un nuevo giro que los cruzaba de nuevo.
—¿Vienes mucho por aquí? —preguntó ella con una pose de lo más sexi antes de colocar la
pajita entre sus labios.
Derek sacudió la cabeza y no pudo evitar reírse. Bonnie le estaba sorprendiendo acercándose
a él de idéntica forma a como él un día se había presentado. Aquello no solo era bonito, sino
también le mostraba una vez más lo valiente que era Bonnie por dar el primer paso.
En ese instante, Derek fue consciente de que él la había visto y había decidido no ir a su
encuentro. Había preferido no arriesgarse a estropearle la noche, ni tampoco el recuerdo de la
última imagen que tenían el uno del otro, sonriendo en mitad de la calzada y despidiéndose con los
ojos.
Por una vez, era Bonnie la que se desnudaba emocionalmente delante del otro con un gesto
simple pero lleno de significado.
—No, es la primera vez que vengo. ¿Y tú?
—También es mi primera vez.
—Entonces, encontrarnos ha sido cosa del destino.
Derek señaló a ambos y sonrieron. Después alzaron las copas, brindaron con suavidad y
bebieron sin apartar los ojos del otro. Aunque lo hubieran intentado, no habrían podido. Estaban
hipnotizados por todo eso que se decían sin parar sin usar palabras.
Bonnie pensó que quizá él tenía razón. Abrió el bolso sin meditar lo que estaba haciendo, sacó
de él un lápiz de ojos y cogió el brazo de Derek.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó él, pese a que ya conocía la respuesta.
Bonnie se recreó en los trazos que dibujaba sobre la bronceada piel. No era un número de
teléfono, sino una dirección.
—Tú te arriesgaste la primera vez, ahora me toca a mí. —Alzó la vista y se encontró con la de
Derek, agradecida por lo que le demostraba Bonnie con ese gesto—. Ahora ya sabes dónde vivo.
Guardó el lápiz en su bolso, dio un último trago a su copa y se levantó con la intención de
volver con sus amigas, pero la mano de Derek la agarró con suavidad de la cintura.
—No voy a dejarte marchar, Bonnie, ¿es que aún no lo entiendes?
Ella tragó saliva y su respiración se aceleró.
—¿Y qué quieres que hagamos?
Derek sonrió y se levantó. A su alrededor, Bonnie creyó que todo desaparecía y que solo
quedaban ellos dos.
—¿Quieres bailar?
—Yo nunca bailo —respondió ella, negando con la cabeza.
Era verdad, siempre se había sentido torpe para el baile; no era lo suyo y le hacía estar más
pendiente de sus movimientos que de disfrutar del momento.
Sin embargo, Derek cogió su mano y la atrajo hacia su cuerpo. Rodeó la cintura con su fuerte
brazo y a Bonnie se le cortó la respiración.
Dios… cuánto lo había echado de menos.
—¿Nunca? ¿Estás segura?
Bonnie sonrió y, por primera vez desde hacía mucho tiempo, los recuerdos que compartía con
Derek no le provocaron rechazo, sino un sentimiento cálido.
—Te he mentido. Sí que bailé una vez, en mi boda.
—¿Estás casada? —preguntó él con una sonrisa pícara.
Bonnie le siguió el juego con soltura, mientras se mecían en un baile lento en el que lo
importante no eran los movimientos, sino el roce de quien los hacía.
—Lo estuve, pero nos divorciamos.
—¿Tan mal fue?
—Fue horrible. —La mano de él le pellizcó un costado y Bonnie dio un brinco mientras de
fondo comenzaba a sonar una balada lenta que no podía ser más apropiada para ese momento—.
Fue maravilloso, pero no pudimos cumplir eso de «hasta que la muerte nos separe».
—Mejor, ¿no? Si no, ahora estaría ligando con un espectro —bromeó Derek.
La sonrisa de Bonnie se pegó en el pecho de él. Iba a dejarle la marca de su pintalabios
impresa, pero a ninguno de los dos le importaba. Era demasiado bueno estar de nuevo abrazados.
—Me habría encantado que funcionara —susurró Bonnie, de repente dejando el juego a un
lado y sincerándose con Derek como nunca había llegado a hacer.
—A mí también.
Para sorpresa de ambos, las palabras no dolían, sino que calmaban.
—Me habría encantado cumplir los votos que nos prometimos. —Alzó el rostro y clavó los
ojos en él—. Poder envejecer contigo y enterrarte, Derek.
—¿Yo voy a morir primero?
—Eso espero. Te quiero, pero me da pánico morir. Lo siento.
La risa de Derek se escuchó por encima de la música y del alboroto de la noche. Bonnie lo
acompañó y volvió a apoyar su rostro sobre el latido calmado de su corazón.
—A estas alturas creo que a nosotros ni la muerte podría separarnos, Bonnie. Una vez lo hizo
el amor, pero cuando llegue el momento, uno seguirá al otro, aunque solo sea para sacarlo de
quicio en el más allá.
Bonnie asintió, porque, por mucho que Derek estuviera bromeando, tuvo la certeza de que
aquello no podía suceder de otra manera. Además, tenía razón también en esa reflexión. A ellos
los había separado el amor. Un amor tan fuerte que no habían sabido gestionarlo.
Pese a ello, quizá por fin había llegado su momento.
Bonnie pasó las manos por la nuca de Derek. Internó los dedos en sus cabellos, siempre un
poco largos y que se desordenaban con facilidad. Observó sus gestos, sus pestañas, la curva de su
labio superior, el comienzo de su cuello. Estudió al hombre y se dijo que era posible. Que tenía
que serlo. Estaban destinados a estar juntos, lo dijeran las señales en las que Derek creía o no.
Cogió aire y lanzó una última duda.
—¿Y si nos vuelve a suceder?
—Si nos hemos casado, volveremos a divorciarnos.
—Ahora no bromeo, Derek.
—Yo tampoco.
Ella soltó el aliento contenido y chocó con los labios de él. Estaban tan cerca que las palabras
de uno se golpeaban con las del otro.
—Podríamos no casarnos. Ir despacio. Probar poco a poco y ver qué tal nos va… —aportó
Bonnie.
Pese a la sensatez de su proposición, Derek negó. No estaba dispuesto a perder el tiempo. Con
Bonnie, no tenía sentido hacerlo. Ya sentía que había desperdiciado demasiado.
—Nosotros no somos así, Brownie. —Ella frunció el ceño ante el mote y él le mordisqueó la
nariz—. Nosotros chocamos. No sabríamos ir despacio ni aunque nos atáramos las manos. ¿Estás
dispuesta a no acostarte conmigo hasta tener un puñado de citas serias?
Bonnie abrió desmesuradamente los ojos. Aquello no se lo esperaba.
—¡Por supuesto que no!
Al instante se avergonzó de que su deseo fuera tan obvio. Y Derek… Derek sintió un tirón en
su pantalón ante tal efusividad.
—¿Ves? Nosotros vamos a amarnos como solo sabemos hacer desde el primer instante. Desde
el momento en el que salgamos de este lugar y nos encerremos en tu piso o en el mío hasta que
volvamos al nuestro. —Ella tragó saliva por la anticipación y se apretó más contra el cuerpo
masculino—. Y vamos a casarnos, Bonnie. Porque yo quiero celebrar contigo de nuevo lo que nos
queremos. No encuentro motivos para no hacerlo. —Atisbó las dudas creciendo en los ojos
verdes—. Me da igual casarme una vez que cincuenta, siempre que sea contigo, Bonnie.
Ella sintió que le explotaba el corazón.
—No voy a divorciarme cincuenta veces. ¿Tú sabes lo que cobran en Spencer&Spencer?
Derek sonrió como un chiquillo.
—Entonces, tendremos que esforzarnos por hacerlo bien.
La expresión de Bonnie se relajó, dando paso a una sonrisa preciosa que Derek no pudo evitar
desdibujar con sus labios.
Se besaron. Un beso lento, de esos que parecen el primero, aunque en su caso era el último de
una lista imposible de contar de besos perfectos.
Derek supo que en esa ocasión nada podía salir mal. Era el mejor comienzo posible.
Bonnie aceptó que, tal vez, volverían a equivocarse, pero que, por Derek, merecía la pena
cada error cometido.
Luego salieron de la mano y se perdieron por las calles de Nueva York, mordiéndose la boca
en cada portal oscuro, susurrándose «te quiero» y prometiéndose que jamás volvería a separarlos
nada, ni siquiera el amor.
Aunque el amor nos separe

Era un precioso día de primavera.


Derek se colocó la corbata una vez más, aunque llevaba perfectamente anudada en su cuello
desde hacía una hora. Estaba nervioso. Notaba que le sudaban las manos y que no podía dejar de
despeinarse con los dedos. Se miró en el espejo. Como siguiera así, cuando llegara Bonnie iba a
parecer un salvaje.
—¿Estás listo? —Su mejor amigo, Matt, asomó la cabeza por la puerta y Derek suspiró.
—¿Es la hora?
Matt asintió y le palmeó la espalda con camaradería. Derek volvió a pasarse las manos por el
pelo y percibió que su amigo sacudía la cabeza, realmente sorprendido por su comportamiento.
—¿Cómo puedes estar tan nervioso, tío? Ni que fuera la primera vez.
Ambos se rieron. Era una broma recurrente en su entorno, tanto que ya había perdido la gracia,
pero los nervios hacían que Derek reaccionara de modos que no podía controlar. Y, en el fondo,
sabía que todos tenían razón, pero no podía evitar sentirse como un niño pequeño la noche de
Navidad. Al fin y al cabo, eso era para él estar con Bonnie, una continua fiesta en la que el regalo
era ella.
Salió acompañado de su padrino y entró en la carpa blanca donde familiares y amigos
esperaban que comenzara el enlace. Devolvió las sonrisas que le dedicaban a su paso y se colocó
frente al altar improvisado en aquella campiña.
Él habría preferido casarse a solas con Bonnie una mañana cualquiera y celebrarlo bebiendo
vino en la cama hasta que el cuerpo les reventara de placer, pero ella no. Bonnie se había
ilusionado mucho más que en su primera boda, y había estado meses preparando esa fiesta al
detalle con una ilusión desmedida que él nunca habría cortado. Ya no. Ya habían aprendido de sus
propios errores.
Pese a ser de las que odiaban la impuntualidad, Bonnie tardó otra media hora más en aparecer
por el camino flanqueado por rosales. Cuando lo hizo, a Derek se le cortó la respiración. Estaba
preciosa. Era la primera y también la segunda novia más hermosa que había visto en su vida. Ni
siquiera podría escoger en cuál de sus dos bodas estaba más bonita.
Su vestido blanco realzaba sus curvas de un modo espectacular. Un pequeño velo coronaba su
rostro de ojos grandes y labios pintados de rojo. Pero lo mejor era el brillo de sus ojos, la
seguridad que emanaba de ellos y el amor que Derek veía reflejado en su mirada.
Estaba casi a su lado cuando un destello le hizo bajar la vista a los pies de su futura esposa y
ver que llevaba los mismos zapatos rojos que el día del ascensor.
Derek sonrió emocionado y le dio un beso en la mejilla con el que aprovechó para susurrarle
algo que solo ella pudiera escuchar:
—Del uno al diez, ¿cómo de malvada eres para haber escogido esos zapatos?
Bonnie sonrió con dulzura y sus labios dibujaron un «diez» que Derek quiso atrapar con su
boca.
Jamás se cansaría de esa mujer.
La ceremonia comenzó y fue preciosa. Algunos amigos de la pareja hablaron sobre su historia,
les dedicaron palabras sentidas con las que Bonnie soltó alguna lágrima y cuando llegaron a los
votos la emoción de ella se desbordó.
—Bonnie, yo, Derek Harris, me entrego hoy y delante de todos nuestros seres queridos a ti
como esposo. Prometo serte fiel en la prosperidad y en la adversidad, y de esto nosotros sabemos
mucho —bromeó; Bonnie le dio un manotazo entre risas y muchas más rompieron a su alrededor
—. De igual modo, en la salud y en la enfermedad, y todos los días de mi vida, incluso aunque el
amor nos separe.
El silencio fue total entonces y Bonnie, al escuchar esas últimas palabras que parecían un fallo
debido a los nervios del novio, supo con la mayor de las certezas que casarse por segunda vez con
Derek Harris era el mayor acierto de su vida. Una locura, quizá, pero una que celebrarían juntos
cada día.
Matt, como buen padrino, carraspeó a su lado e intentó corregir su equivocación:
—«La muerte», Derek, es «la muerte».
Pero nadie lo escuchó.
—¿Te casas conmigo, Brownie? —susurró Derek, ya olvidándose de todos, del maestro de
ceremonia y de lo que venía a continuación.
Solo tenían ojos el uno para el otro.
—Sí, quiero.
Y con el beso firmaron una nueva página en blanco.

Aquel día, Bonnie sí que bailó. Odiaba hacerlo, pero se prometió que solo lo haría con su marido.
Celebraron su amor por segunda vez con sus seres queridos en una fantástica fiesta que todos
alabaron y, ya de madrugada, se escabulleron de tantas atenciones y se escaparon sin decir adiós.
Llamaron un taxi y se dirigieron al piso que de nuevo compartían, el mismo que había sido un
hogar para ellos antes de divorciarse y que, afortunadamente, nunca llegaron a vender.
Durante el trayecto no fueron más que caricias.
En el portal, se besaron con la desesperación de unos adolescentes.
Entraron en el ascensor conteniendo el aliento y pulsaron el número siete.
Derek miró a Bonnie. Estaba preciosa. Algo despeinada por las horas de fiesta, con las
mejillas sonrojadas y los ojos cansados. Su velo había desaparecido y él se había comido el
carmín de sus labios.
Bonnie observó a Derek. Su presencia seguía provocándole la misma sensación de vértigo de
la primera vez. Con su pelo revuelto, la camisa por fuera del pantalón y la corbata aflojada.
—Señora Harris.
—Señor Harris.
Se abrazaron y rozaron sus frentes.
Respiraron de la boca del otro y disfrutaron de ese deseo que se tenían y que liberarían en
cuanto entraran en casa.
La anticipación por lo que estaba por llegar se les agarraba con fuerza al estómago.
Sin embargo, la luz del cubículo empezó a parpadear y ambos se separaron.
El ascensor comenzó a subir a trompicones.
El primer piso. El segundo. No hubo un tercero.
La luz se apagó del todo, la de emergencia los iluminó y, de repente, el ascensor se paró.
—¿Qué demonios…? —dijo Bonnie.
Después, compartieron una mirada cómplice y rompieron en carcajadas.
«¿Casualidad?», pensó Bonnie.
«¿El karma?», se preguntó Derek.
Daba igual lo que fuera, aquel parón solo podía ser una señal de que lo suyo saldría bien. No
existía otra posibilidad.
Se fundieron en un abrazo.
El beso llegó y al primero, más casto, le siguieron otros mucho más salvajes.
La ropa de Derek decoró el suelo.
El vestido de Bonnie acabó siendo una madeja de tul en torno a sus caderas.
Consumaron su amor en un ascensor pequeño y no les importó que tardaran horas en sacarlos
de allí, porque se tenían el uno al otro.
No necesitaban nada más.
Epílogo

A William Spencer le encantaban los domingos. Solía levantarse temprano, se daba una ducha,
elegía una de sus camisas informales con motivos florales —era el único día de la semana que no
usaba traje— y salía a la calle.
Tras comprar la prensa diaria y media docena de cruasanes recién hechos, volvía a casa y se
encontraba con su mujer, Vivien, preparando el desayuno.
A las diez en punto su hijo James llegaba con sus dos nietos. Para William no había nada más
placentero que leer el periódico con el sonido de sus risas infantiles de fondo y con la casa
oliendo a café.
Si hacía buen tiempo, cogían la correa de Prince, el viejo braco de la familia, y todos
paseaban hasta Central Park, donde pasaban la mañana jugando con los niños.
Aquel día el sol brillaba con fuerza y, pese a estar en otoño, la brisa que los acompañaba era
casi primaveral. Ocuparon un banco a la sombra de un gran árbol dentro del parque y, desde allí,
los abuelos observaron a los niños corretear con gran alboroto detrás de una pelota.
En mañanas como aquella, el parque se llenaba de gente disfrutando igual que ellos. Valientes
que ponían en activo su cuerpo incluso en domingo, practicando deportes para los que William ya
se sentía muy viejo. Parejas acarameladas que se escondían por los rincones y se robaban besos.
Familias de postal que se divertían con sus hijos.
William no podía evitar fijarse sobre todo en las parejas, sintiendo que su profesión no le daba
tregua ni en su tiempo de descanso. Las observaba y se preguntaba si eran felices o si no tardarían
en ir a buscar su ayuda profesional. Desde que había comenzado a trabajar en el bufete junto a su
padre, hacía nada menos que treinta años, había visto desfilar cientos de parejas rotas y aprendido
bien esos detalles que indicaban que un amor estaba abocado a su fin. A menudo Vivien bromeaba
diciendo que, si la abogacía le iba mal, podría abrir un consultorio amoroso.
Un disco rojo cayó sobre sus pies y le sacó de sus pensamientos. Se agachó a recogerlo y, al
alzar la vista, se encontró frente a él con un hombre joven que corría en su busca con una sonrisa
de perdón.
—¿Le hemos dado? Disculpe. Mi hijo tiene una fuerza inversamente proporcional a su
puntería.
William miró donde el hombre le señalaba con los ojos y vio a un crío avergonzado
esperando. Le sonrió para que no se preocupara.
—Todo es cuestión de práctica, muchacho.
Le devolvió el disco y, de repente, vio en el rostro del hombre un brillo de familiaridad. ¿De
qué lo conocía?
Lo observó regresar al lugar donde estaba su familia. Formaban una estampa típica, con una
mujer bonita y sonriente, un hijo de unos seis años y un bebé durmiendo plácidamente en su
carrito. El hombre se acercó a la mujer y la besó con afecto antes de continuar con el juego con su
hijo.
Cuando el niño se tropezó y la mujer rio, fue cuando la reconoció. Había pasado mucho
tiempo, pero aún se acordaba de la joven Bonnie Carter. Había sido su clienta hacía unos años,
¿ocho, tal vez?, y al observarla comprobó que apenas había cambiado. Quizá solo en una cosa, la
tristeza y la inseguridad que siempre la acompañaban cuando lo visitaba habían desaparecido.
Supo al instante que Bonnie con la familia que tenía era realmente feliz.
No es que tuviera una memoria prodigiosa para recordar a cada una de las personas que
pasaban por su despacho, pero la historia de Bonnie Carter se le había quedado marcada por
encima de otras porque era una de las que a William le daban lástima. Odiaba ser cómplice de una
ruptura cuando era obvio que sus dos partes se amaban. Y eso era lo que había sucedido con
Bonnie y su marido, ¿cómo se llamaba? ¿Hardy? ¿Harris? Sí, eso era, Derek Harris. Solo con
verlos mirarse, incluso con una mesa de por medio y con un divorcio que firmar sobre ella, había
percibido que esos dos jóvenes se querían. Y eso no era algo habitual en su día a día.
Era una pena que lo suyo no funcionara.
Sin embargo… William frunció el ceño y entrecerró la vista para poder fijarse en el hombre
que la acompañaba más al detalle. Le había resultado familiar y, de repente, comprendía por qué.
Aquel hombre era el mismo Derek Harris.
La sonrisa de William rompió en una risa inevitable. ¿Sería posible? ¿La vida les habría dado
otra oportunidad?
—¿De qué te ríes tú solo?
La voz de Vivien le hizo volver a su realidad.
—Mira, Viv. Yo conozco a esa pareja. —Su mujer los miró y le devolvió una mirada de
incomprensión—. Un día, ayudé a firmar su divorcio.
Los ojos de Vivien se abrieron de par en par.
—¿En serio? Pues te equivocaste del todo, querido.
William rio.
—Eso parece. Eso parece.
Sus nietos aparecieron junto a su hijo y Prince. Era la hora de volver a casa.
Antes de alejarse del todo, William se giró y observó una última vez a aquella familia. Sin
esperarlo, su mirada se cruzó con la de Bonnie. Durante unos segundos ella dudó, como si no
supiera si conocía o no a la persona que la estudiaba a su vez, pero, finalmente, sonrió.
No podía creérselo. Había pasado toda una eternidad y los años se notaban en el pelo blanco
de aquel hombre que había percibido que la cuidaba más allá de sus obligaciones profesionales.
William le guiñó un ojo y siguió caminando.
Bonnie se acercó a Derek con el pequeño Sam en brazos. Acababa de despertarse y ya se
moría por ver jugar a su hermano, al que adoraba profundamente.
—No te vas a creer a quién acabo de ver.
Derek alzó las cejas con curiosidad.
—Por tu expresión, parece que a un fantasma.
—Algo parecido. Acabo de ver a William Spencer, mi abogado. ¿Lo recuerdas?
—Prefiero no hacerlo —bromeó Derek.
Luego cogió a su hijo Mark en volandas y lo subió sobre sus hombros sonriendo ante las risas
del niño.
Agarró a Bonnie de la mano, que a su vez empujaba el carrito, y los cuatro caminaron por un
sendero que daba sombra en dirección a su casa.
Derek intentó recordar al abogado de Bonnie, pero en su cabeza había borrado por completo
todo lo negativo de su historia de amor en el pasado, así que fue en vano.
Había decidido hacía tiempo que no merecía la pena guardar algunos recuerdos.
Bonnie pensó en William y sonrió. Al fin y al cabo, gracias a haberlo conocido y a haber
contratado sus servicios, Derek y ella estaban juntos, tenían la familia más bonita que podía
haberse imaginado y no podían ser más felices.
Gracias a William Spencer y a una avería en un ascensor.

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