Exposición
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Visión comprensiva de los estudios de género de los varones y de las masculinidades. La propuesta
se realiza desde la epistemología constructivista realista y desde el plano teórico posestructuralista. -
Se plantea que estos objetos de estudio son un subcampo de los estudios de género y que su objeto no
son ni los hombres, ni más masculinidades por sí solos, sino los procesos socioculturales y de poder
(androcéntrico y/o heterosexista).
El presente artículo retoma el interés por estas discusiones y análisis, y propone una visión
comprensiva a partir de dos reflexiones/proposiciones articuladas: 1) que los estudios de género de los
varones y las masculinidades son parte del campo de los estudios de género, junto con los de índole
feminista (o estudios de género de las mujeres) y lésbico, gays, bisexuales, transgénero, transexuales e
intersexuales (lgbtti), y 2) que el objeto de investigación de los estudios de género de los varones y las
masculinidades no son los hombres o las masculinidades en sí mismos o de manera aislada, sino las
dinámicas socioculturales y de poder (androcéntricas y/o heterosexistas) que pretenden la inscripción
del género “hombre” o “masculino” y su reproducción/resistencia/transformación en los humanos
biológicamente machos o socialmente “hombres” (en sus cuerpos, identidades, subjetividades,
prácticas, relaciones, productos), y en la organización social toda.
Los estudios de género de los hombres y las masculinidades: algunos deslindes conceptuales.
Los estudios de género de los hombres y las masculinidades también están vinculados histórica y
conceptualmente con otra tradición de reflexión y política: los estudios lésbico-gay, ahora llamados
estudios lgbtti, en particular en su versión actual: los estudios queer. A fin de aclarar la manera en
que, desde nuestra perspectiva, se insertan estas investigaciones en el campo de los estudios de género
y su vínculo con el feminismo y los estudios lgbtti, nos permitimos una serie de deslindes
conceptuales.
Feminismos: es, al mismo tiempo, una tradición de reflexión y un movimiento social y político que
ha tenido como finalidad describir, explicar y proponer caminos de superación a las condiciones de
explotación, segregación, subordinación, discriminación, desigualdad, marginación, opresión,
exclusión y violencia, que han experimentado las mujeres en las diferentes sociedades y a lo largo de
la historia. Quiero destacar dos aspectos de esta definición: su dimensión política y su dimensión de
producción de saberes.Se hace enfasis en los problemas sociales y los malestares de las mujeres que
son plenamente personales y políticos y su relación con la fuerza principal de inspiración del
pensamiento feminsita, dando paso a múltiples formas de describir, explicar y superar las condiciones
desfavorables en que viven las mujeres.
Por su parte, la teoría queer, una derivación del feminismo posestructuralista, con su cuestionamiento
de las ideologías binarias de sexo, género y erotismo, ha introducido la discusión sobre quién cuenta o
no como mujer, como lo ejemplifican los debates en torno a la inclusión o no de personas
intersexuales o transexuales en algunos de los congresos feministas.
En la medida en que el feminismo creó las condiciones socio cognitivas para pensar en las mujeres y
su posición en la organización social como identidades sociales e históricas (“las mujeres no nacen, se
hacen”) y no destinos naturales, también creó la posibilidad de pensar en los hombres y su
masculinidad como construcciones socioculturales e históricas.
Género: La idea básica de que las condiciones de vida de las mujeres son productos sociales e
históricos y no simples expresiones de una supuesta “naturaleza femenina".
El ensayo clásico de Gayle Rubin, “El tráfico de mujeres. Notas sobre la economía política del sexo”,
es una pieza clave en la construcción teórica de este concepto. En este ensayo, la autora muestra los
vasos comunicantes entre la subordinación de las mujeres y la heterosexualidad obligatoria, esto es,
entre la regulación social de sexualidad y la reproducción de las mujeres, y la configuración del
parentesco (como sistema social) y, por lo tanto, del patriarcado. Su concepto “sistema sexo-género”,
al que define como “el conjunto de disposiciones por el que una sociedad transforma la sexualidad
biológica en productos de la actividad humana, y en el cual se satisfacen esas necesidades humanas
transformadas”.
Joan Scott: ensayo, “El género: una categoría útil para el análisis histórico” en el que puso las bases
epistemológicas (dentro del constructivismo realista) y teóricas (dentro del posestructuralismo) para
que el concepto género se convirtiera en una categoría analítica útil y propone considerar varias
dimensiones analíticas para su estudio: los símbolos, las normas, las instituciones y la organización
social y la identidad/subjetividad), y que “el género es una forma primaria de relaciones significantes
de poder”, esto es, que el género “es el campo primario dentro del cual o por medio del cual se
articula el poder.
Judith Butler continuó esta perspectiva posestructuralista, considerando que la diferencia secual está
siempre inscrita en el género, pues es un producto de las formas de significar los cuerpos. Para esta
autora, el género es parte de un sistema de significación/regulación que construye el sexxo, el género
y la orientación sexual. Así mismo, planteó que la identidad de género no tiene esencia, sino está
inscrita en una historia sociocultural que se construye en la vida diaria a través de actos reiterativos en
el marco de complejas tecnologías de poder.
Si bien las aportaciones de Joan Scott y Judith Butler no versan de manera central sobre los hombres y
las masculinidades, abren caminos conceptuales y teóricos para estudiarlos como construcciones
genéricas y relacionales.
Esta menor institucionalización de los estudios de género de los varones y las masculinidades no
quiere decir que hayan crecido al margen de los de índole feminista o de los lésbico-gay. La
desinstitucionalización puede obedecer a diversos factores: a que no ha habido un movimiento
político o social que exija su institucionalización como en los casos antes mencionados; a la
resistencia de las propias feministas a compartir los escasos recursos disponibles con los nuevos
inquilinos del campo de los estudios de género; o, simplemente, a que se trata de trabajos muy
recientes que requieren aún probar su importancia social, o incluso a que, como en el caso de México,
los especialistas surgen, precisamente, en el momento en que disminuye la apertura de plazas en los
centros de educación superior o de investigación, producto de una política neoliberal que redujo la
inversión pública en ciencia y tecnología.
Los estudios de género de los hombres se vinculan política y conceptualmente con los movimientos
feministas y lésbico-gay que le precedieron en términos históricos.
Los estudios LGBTTI: Los estudios lesbico-gay o LGBTTI como se les denominó en los años
setenta y ochenta, de la diversidad sexual (Mexico) o estudios queer, a partir del pesod e esta
perspectiva teorica en el conjunto de los estudios LGBTTI, tiene sus orígenes rn la invencion moderna
de la identidad homosexual en el ultimo tecio den siglo XIX, tema que es abrogado por Foucault en
Historia de la sexualidad.
Para el segundo tercio del siglo xx, los ensayos filosóficos, médicos, psiquiátricos y los tratados sobre
arte y literatura clásicos, fueron cediendo el paso a los estudios sociológicos y antropológicos que
exploraban la diversidad de la sexualidad humana, así como la diversidad de sistemas normativos de
las diferentes culturas en torno a las formas de ser hombre, de ser mujer y de valorar las relaciones
sexuales y afectivas en general y entre personas del mismo sexo en particular.
A principios de los años noventa, Carol Vance (1989), Teresa De Lauretis (1993) y Judith Butler
(1991) hicieron confluir la tradición feminista, lésbico gay y la perspectiva postestructuralista, y
pusieron las bases del planteo téorico queer que revolucionó la manera en que entendemos las
identidades sexo-genéricas y el sistema de homologías del patriarcado, es decir, este sistema que nos
hace creer que hay y debe de haber una coherencia natural entre sexo, género y orientación sexual.
Los estudios de género de los varones y las masculinidades surgen y se desarrollan en ese contexto de
discusiones conceptuales y políticas y son influenciados por ellas.
Los estudios de género de los hombres y las masculinidades recuperan la perspectiva de género
planteadas por las feministas y parten de la consideración de que los varones somos sujetos genéricos,
esto es, que sus identidades, prácticas y relaciones como hombres son construcciones sociales y no
hechos de la naturaleza, como los discursos dominantes han planteado por siglos.
Los estudios de género de los varones y las masculinidades analizan este drama de exigencia social en
los varones, en los sujetos biológicamente machos y/o socialmente “hombres”, así como los efectos
en sus subjetividades, identidades, prácticas y relaciones sociales. los estudios de género de los
hombres y las masculinidades ubican a los hombres como sujetos dentro de un sistema sexo-género,
un sistema de ideologías, identidades y relaciones androcéntricas y heterosexistas, que son nuestra
actual herencia cultural.
La diversidad de términos con la que se nombra a los estudios de género de los hombres y las
masculinidades es propia de un campo en construcción en donde convergen una diversidad de
reflexiones y propuestas conceptuales para construir su objeto de estudio. Los planteamientos del
feminismo posestructuralista (fincado en una episteme constructivista) de autoras como Joan Scott y
Judith Butler, nos permite pensar el asunto de los “hombres” y el conocimiento en una perspectiva
novedosa y útil para el análisis social.
A partir de la crítica de Buttler al concepto de “la mujer” como sujeto universal del feminismo , el
feminismo postestructuralista sienta las bases para que iniciemos la reflexión sobre los hombres como
sujetos genéricos desde una consideración básica y de fondo:
Cuando hablamos de “los hombres”, ¿qué queremos decir? ¿A qué nos referimos? ¿Cuál es la
condición ontológica de “los hombres”? ¿Cómo conceptualizamos nuestra aproximación a esta
realidad? ¿Cuáles son las consideraciones epistemológicas y teóricas para aproximarnos a la realidad
llamada “hombres”?
Desde la perspectiva constructivista, el “hombre” no es una esencia de algo, ni un significante con
significado transparente, sino una manera de entender algo, de construir la realidad, una serie de
significados atribuidos y definidos socialmente en el marco de una red de significaciones. Esa red de
significaciones son, precisamente, las ideologías de género.
El término “hombre”, lo mismo que “masculinidad”, refieren, pues, a una ficción cultural, a una
convención de sentido que ha producido y produce una serie de efectos sobre los cuerpos, las
subjetividades, las prácticas, las cosas y las relaciones; esto es, que participa en una realidad concreta.
El filósofo, sociólogo y estudioso de las masculinidades, Victor Seidler, comenta que las definiciones
e ideales sociales de la masculinidad en el occidente moderno coinciden de forma interesante con las
concepciones y valoraciones dominantes en la modernidad sobre la objetividad, la razón, las
emociones, la naturaleza, el cuerpo y el lenguaje.
Cuando hacemos estudios de género de los hombres y las masculinidades, estamos haciendo
investigaciones que atienden a la manera en que el sistema sexogénero (este sistema de ideologías y
prácticas, personales e institucionalizadas, que actúan sobre el cuerpo humano definiendo el sexo, el
género y el deseo, así como sus formas legítimas, naturales, morales, saludables o bellas de
existencia) opera en los sujetos definidos desde su nacimiento como varones y en los que se tiene una
expectativa de comportamiento masculino.
Lo que nos interesa es, pues, conocer los procesos de significación que instituyen lo masculino, la
masculinidad y la hombría en los diversos ámbitos de la vida de los sujetos y de la sociedad,
configurando identidades, subjetividades, prácticas, relaciones sociales diversas, incluyendo
relaciones de poder y resistencia entre las personas y en el cuerpo social todo.
Masculinidad hegemónica. Repensando el concepto. (Connell, R.W y Messerschmidt, James, W)
En las últimas décadas, muchos de los conceptos vinculados a las ciencias sociales y los estudios de
género han ido ganando alcance y se han instalado en nuestro repertorio cotidiano, pasando a formar
parte del sentido común con el que pensamos la realidad social. Conceptos como género,
masculinidad o patriarcado, se encuentran hoy presentes en los discursos expertos y legos, en los
ámbitos académicos y activistas, en políticas públicas y en los medios de comunicación. Pero el
alcance que han ganado estos conceptos los ha vuelto escurridizos, polisémicos o directamente
equívocos y, como este texto muestra, ha hecho que sean constantemente debatidos y revisados.
Varios años después, en el auge de un nuevo crecimiento de los feminismos a nivel global y en ámbito
hispanoamericano, la idea de “masculinidad hegemónica” es casi parte del acervo de sentido común,
al menos en las clases medias. Sin embargo, en numerosas ocasiones (acaso la mayoría), la
masculinidad hegemónica funciona como un sinónimo modernizado del antiguo “machismo”. La idea
de un conjunto de relaciones complejas, dinámicas y marcadas por sus contextos culturales e
históricos, se invisibiliza frente al estereotipo como referencia más rápida y accesible.
A menudo utilizamos el concepto “masculinidad hegemónica” solamente para describir una serie de
rasgos privilegiados en el orden de género hegemónico, y no para interrogar su producción,
reproducción y contestación en las relaciones de género. Al igual que varias autoras feministas
piensan el género como un interrogante sobre el sistema de atribuciones simbólicas basadas en la
diferencia sexual que legitima las desigualdades, el concepto hegemonía fue construido por Gramsci
como una noción metodológica, “como una forma de pensar la compleja interconexión entre consenso
y coerción, y no como una descripción de una forma concreta de poder.
La clave del concepto, entonces, radica en las posibilidades que ofrece para interrogar cómo el
género, la raza, la clase, la sexualidad, otros marcadores sociales y los rasgos de la personalidad, son
utilizados a nivel individual, relacional y social para legitimar (o cuestionar) la jerarquización y
complementariedad del orden de género hegemónico, a nivel global, regional y local.
Origen: Las fuentes básicas fueron las teorías feministas del patriarcado y los debates sobre el rol de
los hombres en su transformación (Goode, 1982; Snodgrass, 1977). Algunos hombres de la Nueva
Izquierda habían intentado organizarse para apoyar al feminismo, y pusieron de relieve las diferencias
de clase en la expresión de la masculinidad (Tolson, 1977). Por otra parte, las mujeres negras ‐como
Maxine Baca Zinn (1982), Angela Davis (1983) y bell hooks (1984) ‐ criticaron el sesgo racista detrás
de la conceptualización del poder que sólo atiende a la diferencia sexual, sentando las bases para la
crítica a la universalización de la categoría de “hombre”.
El término gramsciano “hegemonía” era el concepto con el que se analizaba en ese momento la
estabilización de las relaciones de clase. El trabajo de Gramsci pone el foco en las dinámicas de
cambio estructural que involucran la movilización y desmovilización de las clases.
La investigación empírica dio cuenta de cómo operan a nivel local la jerarquización de género y la
masculinidad en las culturas escolares (Willis, 1977), en los espacios de trabajo masculinizados
(Cockburn, 1983), y en aldeas y comunidades (Herd, 1981; Hunt, 1980). Estos estudios añadieron el
realismo etnográfico que faltaba en la literatura de los roles sexuales, confirmaron la pluralidad de las
masculinidades y las complejidades de la construcción del género para los hombres, y dieron
evidencia sobre las luchas por el dominio que está implícito en el concepto gramsciano de hegemonía.
Formulación: Masculinidad hegemónica entendida como prácticas, es decir, cosas que se hacen, no
solo un conjunto de expectativas sobre el rol o una identidad, y que en su conjunto permiten la
dominación de los hombres sobre las mujeres.
Los hombres beneficiados por el patriarcado,sin encarnar una férrea dominación masculina, podían
ser considerados como masculinidades cómplices. Fue en relación a este grupo, y a la conformidad
entre las mujeres heterosexuales, que el concepto hegemonía demostró más potencia. La hegemonía
no significaba violencia, aunque podía ser respaldada por la fuerza.
Aplicación: Campo académico, estudios sobre la educación, criminología, industria del deporte. La
investigación en criminología mostró que ciertos patrones de agresión, podían entenderse no como un
efecto causado mecánicamente por la masculinidad hegemónica, sino como parte de la búsqueda de la
hegemonía. Por su parte la masculinidad hegemónica en los deportes profesionales reproduce
marcadas jerarquías y genera un costo considerable a los vencedores, en términos de daño emocional
y psíquico.
Etnografía moderna sobre la masculinidad de Gutmann. Identifica una clara definición de la identidad
pública masculina: el machismo mexicano. Mostrando cómo el imaginario del machismo fue
desarrollado históricamente y ligado al desarrollo del nacionalismo mexicano, enmascarando la
enorme complejidad de las vidas reales de los hombres mexicanos.
Críticas.
Ambigüedad y superposición
El problema de la reificación
El sujeto masculino
Revisión y reformulación:
Lo que debe conservarse: El aspecto fundamental del concepto sigue siendo la combinación de la
pluralidad de las masculinidades y la jerarquía de las masculinidades. Se han identificado múltiples
patrones de masculinidad en diferentes estudios, en una variedad de países y en diferentes
instituciones y ámbitos culturales. Como lo muestra la investigación empírica, ciertas masculinidades
son socialmente más centrales, o están más asociadas a la autoridad y el poder social que otras.
La masculinidad hegemónica no necesita ser el patrón más común en la vida cotidiana de hombres y
niños. En cambio, la hegemonía funciona, en parte, a través de la producción de masculinidades
ejemplares. símbolos que tienen autoridad a pesar de que los hombres y niños no llegan a alcanzarlas
plenamente.
Dos aspectos de las formulaciones tempranas sobre la masculinidad hegemónica no han resistido a las
críticas y deben ser desechados. El primero es un modelo muy simple de las relaciones sociales en
torno a las masculinidades hegemónicas. Este modelo plantea todas las masculinidades (y todas las
feminidades) en términos de un único patrón de poder, la “dominación global” de los hombres sobre
las mujeres.
Aunque esto fue útil en su momento para prevenir que la idea de múltiples masculinidades colapsara
en un abanico de estilos de vida en competición, es ahora claramente inadecuado para nuestra
comprensión de las relaciones entre grupos de hombres y formas de masculinidades y de las
relaciones de las mujeres con masculinidades dominantes.
Jerarquía de género: Los análisis de las relaciones entre masculinidades reconocen ahora más
claramente la agencia de los grupos subordinados y marginalizados. Por lo tanto, nuestra comprensión
de la masculinidad hegemónica necesita incorporar una visión más holística de la jerarquía de género,
reconociendo la agencia de los grupos subordinados tanto como el poder de los grupos dominantes y
el mutuo condicionamiento de las dinámicas de género y otras dinámicas sociales.
Los cuerpos están involucrados más activamente, más íntimamente y más intrincadamente en los
procesos sociales que lo concebido por la teoría social. Los cuerpos participan en la acción social
delineando cursos de conducta. Es importante no sólo que las masculinidades sean comprendidas en
su carácter de encarnadas, sino también abordar el entramado de la encarnación y el contexto social.
(Trans)
Para comprender la encarnación y la hegemonía, necesitamos entender que los cuerpos son al mismo
tiempo objetos y agentes de la práctica social. Hay circuitos de práctica social que vinculan los
procesos corporales y las estructuras sociales ‐muchos de ellos se suman a los procesos históricos en
los que la sociedad es encarnada. Estos circuitos de encarnación social pueden ser muy directos y
simples, o largos y complejos, pasando a través de instituciones, relaciones económicas, símbolos
culturales, etc. ‐sin dejar de involucrar a los cuerpos materiales.
Las dinámicas de las masculinidades: debemos ahora reconocer explícitamente las distintas capas y
la potencial contradicción interna incluidas en las prácticas que construyen las masculinidades. Estas
prácticas no pueden ser leídas simplemente como la expresión de una masculinidad unitaria. Pueden,
por ejemplo, representar formaciones que negocian entre deseos o emociones contradictorias, o los
resultados inciertos de cálculos sobre el costo y beneficio de diferentes estrategias de género.
La investigación sobre historias de vida ha indicado otra dinámica de las masculinidades: la estructura
de un proyecto. Las masculinidades son configuraciones de la práctica construidas, desplegadas, y
cambiantes a lo largo del tiempo. La investigación sobre historias de vida ha indicado otra dinámica
de las masculinidades: la estructura de un proyecto, dando cuenta de cómo las masculinidades son
configuraciones de la práctica construidas, desplegadas, y cambiantes a lo largo del tiempo.
Las relaciones de género son siempre ámbitos de tensión. Un patrón dado de masculinidad
hegemónica es hegemónico en la medida en que provee una solución a estas tensiones y tiende a
estabilizar el poder patriarcal o a reconstituirlo en nuevas condiciones. Un patrón de práctica (p.ej.
una versión de masculinidad) que proveyó una solución a las tensiones en las condiciones anteriores,
pero no en las actuales, está abierto al cuestionamiento ‐de hecho, es probable que sea cuestionado.
Conclusiones: