Doña Añada y Los Ponchos de Agapito Robles
Doña Añada y Los Ponchos de Agapito Robles
Doña Añada y Los Ponchos de Agapito Robles
Según ha hecho notar Dorita Nouhaud, derribar las barreras del tiempo es
una función asumida por la vieja tejedora. Pero sólo en cierta manera, ya
que la aportación original de doña Añada es que la función de la memoria
la ejerce especularmente, paradójicamente, teje no el pasado, sino el
futuro2.
La función de derribar las barreras del tiempo es verdaderamente esencial
en Cantar de Agapito Robles ya que pesa sobre las comunidades la
paralización temporal. Doña Añada niega, así, el tiempo detenido, ya que
proyecta imágenes de cuanto ha de venir. Que estas imágenes contengan
desastres o triunfos carece de importancia. Lo esencial es que informan de
que llegará un día en que el tiempo dejará de estar enfermo. Sin embargo,
las escenas tramadas en los ponchos de doña Añada son un enigma
indescifrable para los comuneros, y también para el lector. Éste ha de
esperar hasta el exacto inicio de La tumba del relámpago (1979) en que
Remigio Villena, un comunero de Santa Ana de Tusi, repara en el prodigio.
Esta técnica narrativa en que las imágenes de los tejidos anuncian lo que
aún está por venir recuerda, según afirma Roland Forgues, los manuscritos
del mago Melquíades en Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez3.
Sin embargo, los ponchos de doña Añada no sólo adivinan el futuro, sino
que son una revelación del pasado en cuanto que sirven para afianzar la
imperiosa necesidad de la lucha en el presente. Este efecto será
plenamente detectable en el desarrollo de La tumba del relámpago, la
quinta y última novela del ciclo narrativo.
Pero según ya se ha dicho, es en Cantar de Agapito Robles donde se
presenta el inicio del prodigio, la presentación de doña Añada y la
confección de los ponchos. Y el protagonista, Agapito Robles, apasionado
amante de esta prenda andina, se viste a lo largo de la novela con algunos
de los ponchos que teje doña Añada. Al poco de iniciarse la novela,
Agapito Robles, de vuelta de la cárcel, se dirige a Yanacocha. El lector
toma enseguida noticia del encanto que siente Agapito por los colores del
poncho que viste:
El atardecer ribeteó su poncho cuajado de soles azules, verdes,
rosados, amarillos. Porque el personero de Yanacocha amaba los
colores tanto como el juez Montenegro los execraba.
El primero de los ponchos tejido por doña Añada de que se tiene noticia
que viste Agapito se describe cuando el personaje llega a Pumacucho, donde
se encuentra con Cecilio Encarnación, el Arcángel. Agapito exhibía un
poncho cuya imagen tenía por nombre «El cruce de la cordillera Culebra»
(Cantar de Agapito Robles, capítulo 16).
Agapito, exhausto, se durmió al poco de llegar a Pumacucho. Tiene un sueño
en que queda asociada doña Añada y que, al igual que cuantos sueños se
narran en la novela, no pretende mera evasión de la realidad, sino que
significa el camino hacia el conocimiento, y funciona como una
transformación del inconsciente. He aquí el sueño:
Soñó que llegaba a un pueblo idéntico a Pumacucho. Una muchedumbre
también poblaba la plaza pero ¡una multitud de animales! Pájaros,
felinos, culebras, peces, tortugas, cangrejos, bestias conocidas y
desconocidas crestaban las laderas. Divisó un charco. Sintió sed. Se
acercó. Se inclinó para beber. Sin asombro comprobó que era un puma.
Admiró el pavor de sus ojos, la geografía de sus manchas y luego,
como todos los animales, obedeció la voz de una doncella que hubiera
jurado que era doña Añada moza. La joven, que lucía una pollera
cortada en tela de arco iris, gritó:
-¡Animales de Arriba y Animales de Abajo! ¡Animales que caminan,
animales que nadan y animales que vuelan!: Nuestro hermano
Kurivilca, el pobre, lucha con Rumicachi, el rico. Disputan el amor
de la que es mejor que la brisa. Tres veces se han enfrentado: tres
veces Kurivilca ha vencido, pero esta vez Rumicachi, el rico, lo
desafía a construir un palacio en un día. Sus servidores han erigido
en media jornada una pared de una legua de largo. ¿Cómo lo igualará
nuestro hermano?
-¿Para qué estamos nosotros? -se alzó un cóndor.
Los cóndores que lo rodeaban lo celebraron.
-¡Así me gusta! -gritó la muchacha resplandeciente-. ¡La casa tiene
que estar lista antes de que amanezca! ¡Ea!
Chillando, piafando, himplando, rugiendo, silbando, zureando los
animales edificaron un muro de dos leguas de largo, cimiento de un
palacio cuyo techo lastimaría la luna. A los pumas les tocó levantar
el muro oeste. Agapito Robles hubiera querido conversar con los
felinos de su cuadrilla pero el gran puma que dirigía los trabajos
no toleró ninguna pausa hasta que concluyeron la tapia. La
fulgurante moza examinó el trabajo y sonrió:
-Lo único que nos falta es el techo.
-Es demasiado alto, dijeron las hormigas.
-Es demasiado bajo, dijeron las águilas.
-Entonces lo construirán ustedes -dijo la joven Añada a las águilas
y mirando a Agapito Robles añadió dijo algo que el personero no supo
porque despertó.
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