El Señor Salcedo
El Señor Salcedo
El Señor Salcedo
En una tarde de lluvia desaforada, el señor Salcedo se detuvo al borde de una solitaria carretera, sin memoria de
cómo ni cuándo había llegado a este lugar. Continuó caminando apresuradamente con la esperanza de encontrar
resguardo, pero solo se encontró con el vacío de una carretera que ahora parecía interminable.
Al cabo de unas horas, el señor Salcedo divisó a lo lejos las luces de un carro y agitó sus brazos para llamar su
atención. El carro se detuvo, sin embargo, cuando el señor Salcedo se acercó a la ventana, la mujer que
conducía dejó escapar un grito aterrador y aceleró el carro.
Lo mismo sucedió con otros tres autos que detuvo en el camino.
— Algo muy extraño está pasando— se dijo el señor Salcedo.
En aquel momento recordó que llevaba consigo un teléfono celular y esculcó los bolsillos de su abrigo mojado.
Llamó a un taxi, pero con solo mirarlo, el conductor, al igual que los demás, se alejó rápidamente.
El señor Salcedo no podía entender lo que estaba pasando. Entonces llamó a su casa. La voz que respondió la
llamada era una voz desconocida.
— ¿Puedo hablar con la señora Salcedo? —preguntó.
— No, la señora Salcedo no se encuentra —respondió la voz.
El señor Salcedo comenzó a sentir pánico.
— ¿Acaso no se ha enterado? —añadió la voz—. El señor Salcedo fue víctima de un accidente en la carretera y
ella se encuentra en su funeral.
El señor Salcedo cortó la llamada sin decir una palabra y acercó el celular a su rostro como si fuera a tomarse
una foto.
Lo que vio en la pantalla fue espeluznante, su rostro era una máscara de humo negro y de su imagen ya no
quedaba nada.
La Noche-Buena
-I-
Eran las ocho de la noche del 24 de diciembre de 1867. Las calles de Madrid llenas de gente alegre
y bulliciosa, con sus tiendas iluminadas, asombro de los lugareños que vienen a pasar las Pascuas en la
capital, presentaban un aspecto bello y animado. En muchas casas se empezaban a encender las luces
de los nacimientos, que habían de ser el encanto de una gran parte de los niños de la corte, y en casi
todas se esperaba con impaciencia la cena, compuesta, entre otras cosas, de la sabrosa sopa de
almendra y del indispensable besugo.
En una de las principales calles, dos pobres seres tristes, desgraciados, dos niños de diferentes
sexos, pálidos y andrajosos, —22→ vendían cajas de cerillas a la entrada de un café. Mal se
presentaba la venta aquella noche para Víctor y Josefina; solo un borracho se había acercado a ellos, les
había pedido dos cajas a cada uno y se había marchado sin pagar, a pesar de las ardientes súplicas de
los niños.
Víctor y Josefina eran hijos de dos infelices lavanderas, ambas viudas, que habitaban una misma
boardilla. Víctor vendía arena por la mañana y fósforos por la noche. Josefina, durante el día ayudaba a
su madre, si no a lavar, porque no se lo permitían sus escasas fuerzas, a vigilar para que nadie se
acercase a la ropa ni se perdiese alguna prenda arrebatada por el viento. Las dos lavanderas eran
hermanas, y Víctor, que tenía doce años, había tomado bajo su protección a su prima, que contaba
escasamente nueve. Nunca había estado Josefina más triste que el día de Nochebuena, sin que Víctor,
que la quería tiernamente, pudiera explicarse la causa de aquella melancolía. Si le preguntaba, la niña
se contentaba con suspirar y nada respondía. Llegada la noche, la tristeza de Josefina había aumentado
y la pobre criatura no había cesado de llorar, sin que Víctor lograse consolarla.
—23→
-Estás enferma -dijo el niño-, y como no vendemos nada, creo que será lo mejor que nos vayamos
a descansar con nuestras madres.
Josefina cogió su cestita, Víctor hizo lo mismo con su caja, y tomando de la mano a su prima,
empezaron a andar lentamente.
Al pasar por delante de una casa, oyeron en un cuarto bajo ruido de panderetas y tambores, unido a
algunas coplas cantadas por voces infantiles. Las maderas de las ventanas no estaban cerradas y se veía
a través de los cristales un vivo resplandor. Víctor se subió a la reja y ayudó a hacer lo mismo a
Josefina.
Vieron una gran sala: en uno de sus lados, muy cerca de la reja, un inmenso nacimiento con
montes, lagos cristalinos, fuentes naturales, arcos de ramaje, figuras de barro representando la sagrada
familia, los reyes magos, ángeles, esclavos y pastores, chozas y palacios, ovejas y pavos, todo
alumbrado por millares de luces artísticamente colocadas.
La leyenda del maíz
Cuenta la leyenda que, antes de la llegada del Dios Quetzalcóatl, los aztecas solo se alimentaban de
raíces y algún que otro animal que podían cazar.
El maíz era un alimento inaccesible porque estaba oculto en un recóndito lugar situado más allá de las
montañas.
Los antiguos dioses intentaron por todos los modos acceder quitando las montañas del lugar, pero no
pudieron conseguirlo. Entonces, los aztecas recurrieron a Quetzalcóatl, quien prometió traer maíz. A
diferencia de los dioses, este utilizó su poder para convertirse en una hormiga negra y, acompañado
de una hormiga roja, se marchó por las montañas en busca del cereal.
El proceso no fue nada fácil y las hormigas tuvieron que esquivar toda clase de obstáculos que
lograron superar con valentía. Cuando llegaron a la planta del maíz, tomaron un grano y regresaron al
pueblo. Pronto, los aztecas sembraron el maíz y obtuvieron grandes cosechas y, con ellas, aumentaron
sus riquezas. Con todos los beneficios, se cuenta, que construyeron grandes ciudades y palacios.
Desde aquel momento, el pueblo azteca adora al Dios Quetzalcóatl, quien les trajo el maíz y, con ello,
la dicha.
La caja de Pandora
Según los mitos cortos griegos, fue Zeus quien le ordenó a Hefesto crear a la primera mujer mortal
del mundo, una joven llamada Pandora, que recibió distintos dones otorgados por los dioses.
Pero Zeus tenía un propósito distinto, quería castigar al titán Prometeo por robar el fuego de Hefesto
para dárselo a los hombres y, al mismo tiempo, reprender a estos últimos por recibirlo.
Así que envío a Pandora a casarse con Epimeteo, el hermano de Prometeo, pero además le dio a la
joven una caja como segundo obsequio para el titán, bajo la orden de no abrirla jamás.
Sin embargo, un día Pandora se dejó llevar por la curiosidad y abrió la caja, liberando así, todos los
males que existen en este mundo: enfermedades, guerras, ira, hambre, sufrimiento y muchas
calamidades más, dejando adentro solo la esperanza, lo único que alcanzó a contener cuando cerró
la tapa.
Por ello, el relato indica que los hombres solo cuentan con la esperanza para poder hacerle frente a
todos esos males liberados de la caja de Pandora.
El aleteo de las mariposas
Él le había contado que todas las cosas tienen un color, algunos más lindos que otros, pero que
absolutamente todo, aun las cosas tristes, le habían copiado el color a las flores. Las flores... esas
cositas aterciopeladas y olorosas que solía tocar y oler. Él le había enseñado a caminar sin miedo,
moviendo alegremente el bastoncito hacia la derecha o a la izquierda, buscando obstáculos o
haciéndola girar en el aire cuando quería demostrar que podía andar sin tener que utilizarlo y no
llevarse los objetos por delante.
Le hizo sentir que ella no era diferente a las demás personas, que podía también inspirar amor y
sentirlo..., tanto, que a veces parecía que le iba a estallar el corazón. Le habló de la forma de todas las
cosas y fue aprendiendo todo aquello que durante veinte años no supo, porque en su casa siempre
estaban muy ocupados trabajando. No había tiempo para enseñarle a diferenciar la forma del pétalo de
una margarita del de una rosa, nunca se sentaron a leerle un poema o un cuento, ni le hablaron de los
diferentes colores del mar.
Cuando apareció él, dejó de sentarse durante horas en el patio sin ocuparse de nada, solo, mirando
sin ver y comenzó a interesarse hasta en las mínimas cosas. Él le consiguió varios libros escritos en
braille, le grabó cassettes con hermosas canciones, le llevaba a la orilla del río para que aspirara con el
olor a «aromitas» que venía del norte y escuchara el chac, chac dulce de las olas al chocar contra las
piedras de la orilla. Él le quitó el velo que le impedía ver el lado bueno de todo... y entre ruidos de olas
despeñadas, piar de garzas y olor a culantrillo, le develó el secreto del amor más allá de las caricias.
Pero como la felicidad es sólo rayos calentitos de sol entre días de lluvia, le contó que iría a
estudiar a otro país, que era inevitable porque le dieron una beca solicitada mucho antes de conocerla.
Trató de consolarla prometiéndole una carta cada quince días y su amor y pensamiento todas las horas
del día. Le enseñó a —14→ sentir el aleteo de las mariposas amarillas a su alrededor. «¿Para qué?»,
le preguntó ella, completamente triste. «Para que te avisen que viene una carta mía en camino».
Y volvió a su rutina de ayudar a lavar cubiertos, arreglar su cama, releer sus pocos libros y esperar
cartas. Se sentaba durante horas en el jardín ansiando escuchar los aleteos. Cuando llegó la primera
carta su alegría se convirtió en desazón porque no sabía a quién pedir que se la leyera. Sentía vergüenza
de sus hermanos y de su madre, entonces se lo pidió a la vecinita adolescente, pero luego a la hora de
contestarla fue peor, porque él no leía en braille y no quería un intermediario para escribirle en escritura
normal. No habían previsto este problema. Entonces grabaron sus pensamientos, y en vez de cartas, se
enviaban cassettes.
Con o sin aleteo previo de mariposas pálidas, recibió noticias de él durante un año, luego, hacia
enero del año entrante, la ciudad se vio invadida por miles de mariposas y ya no llegaron
los cassettes ni cartas. Hacia marzo, no quedaron mariposas ni esperanzas.
Volvía del almacén de la otra cuadra cuando tropezó con alguien. «Disculpe» -dijo-, apuntando su
bastón hacia la derecha... Él le tomó las manos y le contó que una pequeñísima mariposa lila iba
delante de ella, aleteando con todas sus fuerzas para avisarle que él se estaba acercando.
El lobo y la cabra
Encontró un lobo a una cabra que pastaba a la orilla de un precipicio. Como no podía
llegar a donde estaba ella le dijo:
- Oye amiga, mejor baja pues ahí te puedes caer. Además, mira este prado donde
estoy yo, está bien verde y crecido.
Moraleja: Conoce siempre a los malvados, para que no te atrapen con sus engaños.