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Tremebundo
Tremebundo
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Libro electrónico49 páginas38 minutos

Tremebundo

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Información de este libro electrónico

Tremebundo, de R. S. Adán, es una colección de quince relatos breves escritos con impecable técnica narrativa que hacen evocar la maestría de Hemingway en el uso de la elipsis: cada relato es un reto a la inteligencia, a la lectura atenta de lo que está escrito, pero, especialmente, de aquello que ha sido eludido y encierra la clave para descifrar la trama. El lector no solo disfrutará de una obra escrita con tino literario, sino que degustará en cada cuento una posibilidad de saber que la literatura también es aquello que decía Kafka: «Una expedición a la verdad», y esa verdad quizás esté más cerca de lo que imaginamos...

IdiomaEspañol
EditorialRS Adán
Fecha de lanzamiento16 nov 2022
ISBN9781005606671
Tremebundo
Autor

RS Adán

Hola, mi nombre es Ramón, tengo 59 años y estoy diagnosticado con un trastorno límite de la personalidad. Desde que era muy joven hasta el día de hoy, siempre me ha gustado leer y escribir. En enero de este año me decidí a publicar un relato de ciencia ficción "La curiosidad no mata", autopublicado y a la venta en Amazon. Espero que os guste también mi segundo libro "Tremebundo" 15 relatos cortos de terror psicológico. Un abrazo!!

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    Vista previa del libro

    Tremebundo - RS Adán

    Primera edición: octubre de 2022

    Copyright © 2022 R. S. Adán

    Editado por Editorial Letra Minúscula

    www.letraminuscula.com

    contacto@letraminuscula.com

    Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en el ordenamiento jurídico, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático.

    Índice

    Abril es el mes más cruel

    El parque

    Vecinos

    Al aire libre

    Un abrigo de felpa azul

    Descanso

    Despedidas

    Observador

    El festival del sueño

    Luces de la ciudad

    El final

    ¡Felicitaciones, Paula!

    Escamas

    Artificial

    Pequeña madre

    Abril es el mes más cruel

    Era costumbre que recitaran poemas de T. S. Eliot cuando estaban juntos. La cata de vinos había terminado temprano, pensaba César, pero por suerte ninguno de ellos se había desanimado. La oportuna invitación fue de Lucía, quien coqueteaba con Marco desde hacía un mes.

    —Será deliciosa y podrán conocer a varios editores —había dicho hacía un día la muchacha con brillo en los ojos, mientras enroscaba uno de sus mechones con los dedos índice y pulgar.

    Marco llevó al grupo completo, a los cinco. Probaron cualquier exquisitez que les ofrecían sin reparos y sonreían por lo grande. Todos los invitados llevaban su ropa más elegante y lujosa, incluyéndolos a ellos; quien no los conociera de antes, hubiese creído que siempre lucían así de prolijos. Pero todo el circo adonde fingían pertenecer, a una élite, se desmoronó mientras se tambaleaban calle abajo, turnándose una de las botellas que lograron robar del sitio. Aunque, dijo Isaías, no se consideraba robo, porque eran los escritores invitados.

    —Isaías, tienes toda la razón —dijo Osvaldo, pasándole la botella con vehemencia.

    —Vale, que tú… ¡¡¡Ni tú escribes!!! —replicó César, señalando en orden a cada uno de los dos.

    Todos comenzaron a reír producto del licor que se acumulaba en sus cabezas. Se abrazaban, soltaban algunas lágrimas, sostenían apenas sus bolsos llenos de carpetas y libros.

    —«Abril es el mes más cruel…» —inició Ignacio la declamación a todo pulmón mientras intentaba no caer.

    —«¡Criando…lilas…de la tierra muerta!» —continuó Isaías, para darle paso a sus demás compañeros que dijeron al unísono:

    —«Mezclando memoria y deseo… removiendo turbias raíces con lluvia de primavera».

    Era Osvaldo quien llevaba el libro en sus manos, cerciorándose de que nadie se equivocara. Movía los dedos de la mano que le quedaba libre como si fuese un director de orquesta, hasta que, sacándolo de su abstracción, tropezó con alguien.

    —¡¡¡Ey!!! —le gritó al hombre, que había seguido corriendo como si no hubiese pasado nada.

    Los demás ignoraron lo que había sucedido, ya que seguían recitando y riendo. De hecho, nadie notó que ya se acercaban al bar donde se instalarían para seguir su festejo. Solo faltaba atravesar el callejón de siempre, uno que se conocían de memoria porque quedaba bastante cerca de la facultad. Solía estar invadido por algunos indigentes durante la noche, y para la fecha primaveral se acumulaban más.

    César fue el único que, estrujándose los ojos como quien cree haber visto un espejismo, notó

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