Ano 1000 Ano 2000 - Georges Duby
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Georges Duby
ePub r1.0
Titivillus 26.02.2020
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Título original: Año 1000, año 2000. La huella de nuestros miedos
Georges Duby, 1995
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Contenido
Prefacio
Introducción
Miedos medievales, miedos de hoy,
¿un paralelo legítimo?
El miedo a la miseria
El miedo al otro
El miedo a la violencia
Créditos fotográficos
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Prefacio
Georges Duby
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Miedos medievales,
miedos de hoy,
¿un paralelo legítimo?
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¿Le parece legítimo
hacer un paralelo entre la
Edad Media y el alba del
L os hombres y mujeres que vivieron hace mil
años son nuestros antepasados. Hablaban casi
nuestro mismo lenguaje y sus concepciones del
tercer milenio para ocuparse
de los miedos de ayer y de mundo no estaban tan distantes de las nuestras.
hoy? Existen analogías entre las dos épocas, pero también
diferencias, y éstas son las que más nos enseñan. Las
semejanzas no nos van a sorprender; pero los
distanciamientos nos conducirán a plantearnos
preguntas.
¿Por qué, en qué hemos cambiado? ¿Y en qué nos
puede conceder confianza el pasado?
¿Nos bastan, para Es muy lejano este período de nuestra historia y las
comprender los miedos de informaciones son escasas. Necesitamos considerar el
nuestros antepasados, los
datos de que disponemos conjunto de la Edad Media. Comprobamos que esta
sobre la Edad Media? sociedad, entre el año mil y el siglo XIII se vio
arrastrada por un progreso material fantástico,
comparable al que se desató en el siglo XVIII y que hoy
continúa. La producción agrícola se multiplicó por
cinco o seis y la población se triplicó en dos siglos en
el país que hoy es Francia. Ese mundo cambiaba muy
rápido. Se aceleraba la circulación de los hombres y
de las cosas. Después, a mediados del siglo XIV, se
ingresó en una etapa de casi estancamiento que duró
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hasta mediados del siglo XVIII. Así, por ejemplo, no
hubo ningún progreso apreciable en los transportes
entre el reino de Felipe Augusto y el de Luis XIV; la
duración del viaje de Marsella a París siguió siendo
casi la misma a cinco siglos de distancia.
También podemos ver con bastante claridad la
evolución de las mentalidades. En este período de
fuerte crecimiento, como hoy, los hijos no pensaban
como sus padres; aunque esta sociedad, muy
jerarquizada, cuidaba con suma atención del respeto
por los mayores: una diferencia con la actualidad.
Sin embargo, no es posible responder todas las
preguntas que plantea la Edad Media. Pata confrontar
los miedos del hombre medieval con los del hombre
contemporáneo, hace falta ampliar un poco el campo y
recolectar indicios y hechos suficientes.
Es necesario, además, olvidar lo que pensamos y
situarnos bajo la piel de hombres de hace ocho o diez
siglos; así podemos penetrar en la civilización
medieval, tan distinta de la nuestra. Nadie duda
entonces de que haya otro mundo, más allá de lo
visible. Se impone una evidencia: los muertos siguen
viviendo en ese otro mundo. Aparte de la comunidad
judía, todos están convencidos de que Dios se ha
encarnado. La misma angustia en relación con el
mundo domina todas las culturas —uso el plural, pues
junto a la eclesiástica existen una cultura guerrera y
una campesina—. Comparten un sentimiento general
de impotencia ante las fuerzas de la naturaleza. La
cólera divina pesa sobre el mundo y se puede
manifestar en diversos azotes. Importa, esencialmente,
asegurarse la gracia del Cielo. Esto explica el poder
extraordinario de la Iglesia, de los servidores de Dios
sobre la tierra. Porque el Estado, tal cual lo
concebimos hoy, no existía. El derecho a mandar, a
hacer justicia, a proteger y a explotar al pueblo, estaba
repartido en multitud de células locales. Los jefes,
esos hombres de espada en mano, la espada de la
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justicia, se consideraban los representantes de Dios,
los encargados de mantener el orden que se supone
que Dios quiere que se respete en la tierra.
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hacia el futuro y, por ello, se inclina con toda
naturalidad a contemplar el pasado. El cristianismo,
que impregnó fundamentalmente a la sociedad
medieval, es una religión de la Historia. Proclama que
el mundo fue creado en un instante preciso y que
después, en una fecha determinada, Dios se hizo
hombre para redimir a la humanidad. La Historia
continúa y es Dios quien la dirige. Hay que estudiar,
por lo tanto, el desarrollo de los acontecimientos, para
conocer las intenciones divinas. Así pensaban los
hombres cultos, los intelectuales, es decir, los
eclesiásticos. El saber estaba en sus manos, un
monopolio exorbitante.
Se escribió historia, entonces, de distintos modos,
en numerosos establecimientos religiosos, en
monasterios o en catedrales. Lo más habitual era que
sólo se anotaran los hechos principales de un año: en
el año tal hubo una tempestad extraordinaria, se
retrasó la vendimia, murió el papa Untel, se produjo
una epidemia, se hundió el techo del dormitorio… Así
adquirían forma los llamados anales. Pero a veces se
iba más lejos. Alguno de los monjes o de los
canónigos emprendía de verdad la composición de una
historia. Se retomaban los sucesos del pasado y se los
ponía en orden. Gran parte de lo que sabemos de ese
tiempo viene de ese tipo de escritos. También lo
conocemos, ciertamente, por los aportes de la
arqueología, por las huellas de la existencia de los
hombres que se encuentran gracias a excavaciones en
la tierra. Pero si la Edad Media no nos es extraña, se lo
debemos a los sabios que se dedicaron a escribir su
historia. Sabemos mucho más acerca de los siglos XI y
XIII europeos que sobre la historia de la India, por
ejemplo, o del África; no existía en estas regiones del
mundo la misma decisión de inscribir con exactitud lo
digno de notar que ocurriera en el curso de los días.
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¿Qué buscaban allí los Los servidores de Dios eran los únicos que sabían
eclesiásticos? escribir y leer, y consideraban su deber explicar la
¿Capturar la historia de los
hombres o las huellas de Historia para detectar allí señales de Dios. Estaban
Dios? convencidos de que no hay compartimentos estancos
entre el mundo real y el sobrenatural, que siempre hay
pasos entre ambos, y de que Dios se manifiesta en lo
que creó, en la naturaleza pero también en el modo
como ha orientado el destino de la humanidad. En el
examen de los hechos del pasado se podía encontrar
entonces una especie de advertencia divina.
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Según los monjes del año mil, el mundo tiene una edad que los textos de la Sagrada Escritura
permiten calcular. El Apocalipsis anuncia cómo y cuándo acabará el mundo. Beato de Liébana,
Comentario del Apocalipsis (manuscrito F 117/2E, fº 117 Vº), Soria, Catedral de Burgo de Osma.
¿Era fuente de Los terrores del año mil son una leyenda romántica.
inquietud la inminencia del Los historiadores del siglo XIX imaginaron que la
milenio?
inminencia del milenio suscitó una especie de pánico
colectivo, que la gente moría de miedo, que regalaba
todas sus posesiones. Es falso. Contamos, de hecho,
con un solo testimonio. Escribe un monje de la abadía
de Saint-Benoît-sur-Loire: «Me han dicho que en el
año 994 había sacerdotes en París que anunciaban el
fin del mundo». Este monje escribe cuatro o cinco
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años después, justo antes del año mil. «Son unos
locos», agrega. «Basta abrir el texto sagrado, la Biblia,
para ver, Jesús lo dijo, que nunca sabremos ni el día ni
la hora. Predecir el futuro, afirmar que ese
acontecimiento aterrador que todo el mundo espera se
va a producir en tal o cual momento, es atentar contra
la fe».
Tengo la certeza de que a finales del primer
milenio existía una espera permanente, inquieta, del
fin del mundo: el Evangelio anuncia que Cristo
volverá un día, que los muertos resucitarán y que El
apartará los buenos de los malos. Todo el mundo lo
creía, y esperaba ese día de la ira que provocaría sin
duda la confusión y la destrucción de todo lo visible.
Se leía en el Apocalipsis que se liberaría a Satán de
sus cadenas al cabo de mil años y que entonces
vendría el Anticristo. Y tribus espantosas surgirían del
fondo del mundo, de lugares desconocidos, perdidos
en el horizonte del oriente y del norte. El Apocalipsis
producía temor, pero también esperanza: después de
las tribulaciones empezaría un lapso de paz que
precedería al Juicio Final, un período más fácil de
vivir que el cotidiano. Lo que se llama milenarismo se
nutría de esta creencia. Cuando se desgarrara el velo,
iba a empezar un largo tiempo en que los hombres por
fin vivirían felices en paz e igualdad. Repito: el
hombre medieval se hallaba en estado de extrema
debilidad ante las fuerzas de la naturaleza, vivía en un
estado de precariedad material comparable al de los
pueblos más pobres del África de hoy. A la mayoría,
la vida le resultaba dura y dolorosa. Pero la gente
esperaba que, acabado un lapso de terribles penurias,
la humanidad iría hacia el paraíso o bien hacia ese
mundo, liberado del mal, que debería instaurarse
después de la venida del Anticristo.
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el miedo
a la miseria
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La indigencia, en el año mil, es general y entonces soportable. Pero a partir del siglo XII, la miseria
golpea con mayor dureza a buena parte de la población. La sociedad medieval, muy dura, es en
gran medida fraternal, sin embargo.
Siena, hospital Santa Maria della Scala, sala de los Peregrinos. Fresco de Domenico Di Bartolo,
1443.
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de Francisco de Asís, antepasado de los sacerdotes obreros y del
abate Pierre.
Sin techo, en Londres. A pasos de la City, los excluidos del crecimiento ya no esperan nada. El
individualismo ha extirpado la solidaridad.
En la Francia actual
existe un miedo muy vivo, el
temor a la miseria. ¿Cómo
L a gran mayoría de la gente vivía en lo que para
nosotros sería una pobreza extrema. Los
descubrimientos arqueológicos lo muestran con
era en la Edad Media?
claridad. En la ribera de un lago, en el Delfinado,
acaban de descubrir los cimientos de un conjunto de
casas que se conservaron gracias a la subida de las
aguas. Han recuperado muchos objetos. Allí vivía,
hacia el año mil, una comunidad de guerreros y
agricultores. Quedaron a la vista los útiles de que
disponían y podemos advertir cuan precario era su
equipamiento. Había, por ejemplo, muy pocas cosas
de hierro. Casi todo era de madera. Los campesinos
escarbaban la tierra con arados provistos de una reja
de madera endurecida al fuego, como en África. Por
cada grano que se sembraba se contentaban con
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cosechar dos y medio. El rendimiento de la tierra era
ridículamente débil. Resultaba sumamente difícil
conseguir el pan. Conviene imaginar a esos hombres y
esas mujeres vestidos en gran parte con pieles de
animales y no mejor alimentados que en tiempos
neolíticos. Hablo de la gente del pueblo, pues esa
sociedad era estrictamente jerárquica. Los trabajadores
estaban aplastados por el peso enorme de un pequeño
sector de explotadores —guerreros y eclesiásticos—
que se quedaban con casi todo el superávit. El pueblo
vivía temiendo, continuamente, el mañana. Por otra
parte, no se puede hablar de auténtica miseria, porque
las relaciones de solidaridad y de fraternidad hacía
posible que se redistribuyera la escasa riqueza. No
existía la espantosa soledad del miserable que vemos
en nuestros días.
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El equipamiento de los agricultores del año mil es irrisorio. Trabajan con arados de madera
endurecida al fuego. En el siglo XII, aumenta el uso del fuego y de carretas como ésta, lo que
permite aumentar el rendimiento de la tierra.
Manuscrito NAF 24541 (fº 172). París, Biblioteca nacional.
¿Le parece que esta Fundamental. Las sociedades medievales, tal como
solidaridad constituye una son las africanas, eran sociedades de solidaridad. El
diferencia importante?
hombre estaba inserto en grupos, el grupo familiar, el
de la aldea; el señorío, que era un organismo de
exacción, también lo era de seguridad social. El señor
abría sus graneros para alimentar a los pobres si
acontecía una hambruna. Era su deber, y estaba
convencido de ello. Estos mecanismos de ayuda
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evitaron, en esta sociedad, la miseria terrible que hoy
conocemos. Existía el miedo a la súbita penuria, pero
no la exclusión de una parte de la sociedad así ocluida
en desesperanza.
Se era muy pobre, pero junto con los demás. Los
mecanismos solidarios, comunes a todas las
sociedades tradicionales, desempeñaban plenamente
su función, como hoy en África. Los ricos tenían el
deber de dar, y el cristianismo estimulaba este deber
de ayuda.
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después de terminar con los pájaros, los insectos, las
serpientes, relata, comían tierra y, finalmente,
empezaron a comerse los unos a los otros.
Desenterraban a los muertos para comérselos. Creo
que carga las tintas. ¿Pero quién sabe? En cualquier
caso, funcionó la solidaridad. Vaciaron los tesoros de
las iglesias para comprar grano que los acaparadores
retenían y vendían sumamente caro. Se esforzaron por
alimentar a los más necesitados. Pero esto no bastó. El
cronista concluye afirmando —lo que dice mucho
acerca de la concepción del mundo en esa época—
que la solución es hacer penitencia. El Cielo enviaba
ese castigo, y había que aplacar la ira de Dios y
prosternarse, lamentar los pecados. El miedo
permanente al hambre está en la raíz de una especie de
sacralización del pan, el don esencial que Dios hace a
los hombres. «Danos el pan de cada día…». Esto duró
mucho tiempo. Recuerdo que mi abuela bendecía el
pan antes de guardarlo. Recogíamos todas las migas
en la mesa. Habría sido imposible, un escándalo, que
se tiraran los restos de pan a la basura o se los diera a
los pájaros. En la Edad Media, y también en el campo
hasta hace unos cien años, esos gestos se habrían
considerado sacrílegos en el sentido exacto de la
palabra. Durante la última guerra todavía vivimos este
miedo a la falta de alimento.
Es la misma inquietud Los restos del corazón, eso es. Es una efectiva toma de
que reaparece hoy con esos conciencia de que hay gente que padece hambre y de
llamados a la solidaridad
todos los años, sobre gente que, mañana, podemos estar en el mismo caso. Es la
que carece de comida, de inquietud que nos roe en Francia, hoy, esta angustia
alojamiento…
ante el desempleo, que nos lleva a preguntarnos: «¿y
no seré yo mismo, o mis hijos, el que mañana quede
sin domicilio fijo y me alimente en una olla común?».
Este miedo a colapsar atenazaba el vientre de los
hombres del siglo XI. Creo que no ha dejado de
atenazado en el curso de las edades. Pienso, sin
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embargo, que antaño se confiaba mucho más que hoy
en la solidaridad. Infinitamente más. Es obvio que
siempre hay egoístas, gente que guarda las cosas para
sí misma. Pero creo que la confianza en un gesto
natural de solidaridad, de participación, estaba anclada
en el espíritu de los hombres de aquel tiempo. Estoy
convencido.
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socorros mutuos, que reconstruían una urdimbre de
solidaridad en los nuevos barrios.
El exceso de población de los campos ingresa en ciudades que crecen. Se construyen albergues,
casi siempre de madera, a excepción de los edificios del culto. Pero poco a poco el albañil
reemplaza al carpintero. La fabricación de ladrillos se efectúa en la cantera misma, por economía
y comodidad.
Biblia de Utrecht (ms. Add. 38122, fº 78 vº). Londres, British Library.
¿Produjo esta miseria En ese momento, a fines del siglo XII, apareció
una renovación del
cristianismo?
Francisco de Asís. Este hombre encarna una
transformación radical del cristianismo. Francisco
quiso vivir pobre con los pobres. Los nuevos hombres
de oración no querían que se los adosara a la cima de
la jerarquía como fue el caso de los sacerdotes y
monjes de la simple y calmosa civilización agraria del
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siglo XI. Se produjo una verdadera refundación del
cristianismo ante los nuevos problemas que creaba
una especie de ebullición de la miseria. Un historiador
italiano decía que la historia del cristianismo está
dominada por dos figuras: la de Jesús y la de
Francisco de Asís. Este último parece un símbolo, un
gran testigo. Es muy cierto que el cristianismo cambia
radicalmente después de 1200. Antes fue, para la
mayoría de la gente, un asunto de ritos, de ceremonias
que dirigían hombres cómodamente instalados y
convencidos de estar dominando toda la sociedad
mientras los otros, los fieles, contemplaban de lejos
cantar himnos y oraciones. Después, los hombres de
Dios llamaron a vivir conforme al Evangelio. La
acción del abate Pierre, o la iniciativa de los
sacerdotes obreros, que se recuerda muy poco, se
sitúan en la línea de san Francisco. Estos hombres
creían que, como Cristo, debían vivir con los menos
favorecidos y despertar el espíritu de los poderosos
para que siguieran el ejemplo y se apartaran de su muy
cómoda buena conciencia. Los hermanos
mendicantes, los dominicos y los franciscanos,
actuaron así, animados por la voluntad de seguir el
ejemplo de Cristo y ser pobres entre los pobres. No
vivían de rentas, como los canónigos de la catedral;
mendigaban el pan. O bien trabajaban para obtenerlo.
Nada poseían y nada querían poseer. En un principio,
franciscanos y dominicos carecían de vivienda. Se les
obligó a vivir en conventos, y entonces los
construyeron en los suburbios, cerca de los
miserables. El descubrimiento de la miseria, de la
verdadera, hizo que surgieran formas nuevas de vivir
la religión.
Creo que hoy, ante el aumento de la miseria que
no consigue controlar el poder público, empieza a
recuperarse la solidaridad. A pesar de la disminución
de la práctica religiosa, subsiste el sentimiento de que
se debe ayudar al prójimo, y este sentimiento parece
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más fuerte entre los pobres. Basta ver la Argelia
actual. ¿Cómo se explica el éxito del Frente islámico
de salvación? Los militantes islámicos aplican uno de
los preceptos del Corán, y reconstruyen eficaces redes
de solidaridad, cumpliendo así una función de ayuda
social que el Estado no consigue asegurar.
En el siglo XII, las ciudades presenciaron la llegada de multitudes de migrantes sin raíces. En
Europa se crearon instituciones hospitalarias y caritativas para reemplazar la inicial solidaridad
ahora destruida. Aquí, atención de heridos en el hospital Santa Maria della Scala. Siena, hospital
Santa Maria della Scala, sala de los Peregrinos. Fresco de Domenico Di Bartolo, 1443.
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Los males golpean habitualmente a los hombres, y las calamidades excepcionales son, para el
espíritu cristiano, pruebas que Dios envía. La caridad religiosa debe aliviarlas. Aquí, canónigos
dan pan a los miserables. Siena, hospital Santa Maria della Scala, sala de los Peregrinos. Fresco
de Domenico Di Bartolo, 1443.
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¿Cómo son esos ¿Los suburbios? Al principio eran un montón de
primeros suburbios donde albergues muy precarios, chabolas; de eso no queda
trabajan los hermanos
mendicantes para aliviar la nada al cabo de ocho siglos. Los arqueólogos no han
miseria? ¿De dónde venían encontrado la menor huella. El historiador debe
sus habitantes? ¿Cómo
vivían?
imaginar entonces; tiene derecho a hacerlo. Se
representa la vida de esa gente como la de los
habitantes de las favelas de Río. ¿De dónde venían?
De los campos circundantes, expulsados de su casa
por el crecimiento demográfico que fije el motor
esencial del progreso fantástico a que ya me he
referido. Fue una demografía comparable a la de los
países más prolíficos del tercer mundo de hoy, con
tasas muy altas de mortalidad. Un cuarto de los niños
moría antes de los cinco años y otro cuarto antes de la
pubertad. Pero había tantos nacimientos que la
población crecía; los que superaban los peligros de la
infancia y la juventud eran personas muy resistentes.
Hace tiempo que los historiadores de la Edad Media
han revisado la noción de que los hombres de esa
época morían muy pronto. Diversas excavaciones de
cementerios han entregado muchos esqueletos de
ancianos.
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Acurrucada tras sus murallas en la primera Edad Media, la ciudad desborda en el siglo XII
debido al ingreso de campesinos. Burgos y suburbios se sitúan fuera del recinto, como muestra la
silueta de Moulins dans l’Allier en la segunda mitad del siglo XV. Guillaume Revel, Armorial
d’Auvergne, Moulins (Ms. francés 22297), París, Biblioteca nacional.
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ignora la razón del boom de nacimientos en Francia en
los años cincuenta de nuestro siglo. Creo en el rol que
desempeña la evolución de las estructuras familiares.
Alrededor del año mil, la Iglesia impuso a la
población rural, y después a la aristocracia, la
monogamia y la exogamia: impuso tener una sola
esposa y no casarse con una prima hermana. Así se
construyó un marco estable, la familia, en el cual se
podía criar y defender mejor a los hijos.
El marco ha durado casi un milenio y se está
dislocando ante nuestros ojos. Europa y Francia han
vivido una transformación básica desde el siglo XIX y
sobre todo durante el siglo XX. Todo se ha tornado
dudoso: relaciones de parentesco, viejas estructuras
matrimoniales, matrimonio a la antigua, el matrimonio
de mis padres, el mío. Y al mismo tiempo, sólo en la
civilización occidental, y por primera vez desde los
orígenes de la especie, se ha dejado de considerar que
la mujer es un ser inferior necesariamente sometido al
hombre. Esto es completamente nuevo. La sociedad
medieval era masculina. He mencionado hombres que
casi nunca salían solos a la calle. Pero una mujer, una
mujer sola en el exterior de su casa, debía ser o bien
una puta o bien una loca.
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En torno al año mil, la Iglesia impone el matrimonio monógamo. Esta familia, más sólida, ofrece
un marco más estable para educar a los hijos. Siena, hospital Santa Maria della Scala, sala de las
Nodrizas. Fresco de Domenico di Bartolo, 1443.
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destrozaron con los útiles de que disponían. El padre
donaba un viejo arado, uno de esos de reja de madera
endurecida al fuego. Empezaban talando los árboles;
después extirpaban las raíces, las quemaban, y
finalmente cultivaban el campo y se construían una
casa propia. Así se pobló Europa. También hubo
migraciones a gran distancia. Hubo flamencos, por
ejemplo, que partieron a colonizar Polonia. Todo
estaba organizado por empresarios que reclutaban
trabajadores y los transportaban después de conseguir
de un príncipe eslavo la concesión de un terreno
virgen donde crear una nueva aldea. La otra aventura
era marchar a la ciudad, donde el artesanado se
desarrollaba gracias a la mejoría general del nivel de
vida. Trabajaba la lana, la madera, fabricaba telas de
calidad y belleza crecientes, que se teñían. Se creaban
empleos en casa de los tejedores, de tintoreros,
curtidores, de carpinteros, de trabajadores del vidrio,
de albañiles. Pero no había trabajo para todo el
mundo. Los recién llegados lograban que algunos días
los contrataran en la gran plaza cuando hacía falta
mano de obra o alguien que ayudara a descargar. Si
no, la miseria. Y después la vejez, la enfermedad.
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La población francesa se triplicó, sin duda, entre el año mil y el 1300. Se llenó la sala de Nodrizas
del hospital de Siena. Siena, hospital Santa Maria della Scala, sala de las Nodrizas. Fresco de
Domenico di Bartolo, 1443.
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que serían caballeros iban a aprender a montar y a
batirse en casa del señor de su padre o donde un tío.
¿Y la exclusión? Concierne, en primer lugar, a las
comunidades judías, muy importantes en las ciudades
del año mil y hasta el siglo XII. A principios del siglo
XIII se obligó a los judíos a llevar una señal distintiva,
como bajo la Ocupación. En este caso la exclusión era
radical. Y valía también para otra categoría de
hombres y mujeres, los leprosos, que, como los judíos,
eran situados en un sector lateral de la sociedad,
aislados de las demás personas; se los distinguía por la
vestimenta y por la matraca que agitaban.
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La fabricación de vidrio para los vitrales de las catedrales que se construían entonces necesitaba
importantes cantidades de arena y hornos poderosos. Los Viajes de Sir John Mandeville,
«Sopladores de vidrio en Bohemia» (manuscrito 24189, fº 16), principios del siglo XV. Londres,
British Library.
Un oblato toma los hábitos para cuidar enfermos en el hospital. Numerosos laicos se incorporaban
así a cofradías religiosas, donando parte de sus bienes y prometiendo observar el reglamento, pero
sin pronunciar los votos. Siena, hospital Santa Maria della Scala, sala de los Peregrinos. Fresco de
Domenico di Bartolo, 1443.
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atormentada por los militares, afluyera a las ciudades.
Los ricos tuvieron miedo de los pobres. Eran
demasiado numerosos, inquietantes. Se sobrepasó el
umbral de tolerancia de la miseria. En ese momento se
produce el fenómeno del rechazo.
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el miedo
al otro
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Diferente porque nómada, el pueblo gitano ha sufrido sin cesar el rechazo de los sedentarios.
Panel de propaganda, destinado a los gitanos. Madera pintada, hacia 1715. Museo de Nördlingen
(Baviera).
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sobre todo al pagano, al musulmán y al judío, infieles que debe
convertir o destruir pero desconfía también del otro, de su vecino.
No ha terminado la larga marcha de los gitanos. Los apartan o bien los expulsan de todos los
rincones de Europa.
mil
¿Existía en el año
este miedo
contemporáneo, el miedo al
S í. Y era una realidad urgente. Poco tiempo
antes, Europa había sufrido invasiones de
pueblos que se dedicaban al pillaje: primero, los
otro, a todos los que se
acumulan en nuestras vikingos, que llegaron del norte; en seguida los
fronteras? húngaros, que vinieron del fondo de la estepa asiática,
y finalmente los sarracenos. No se había perdido el
recuerdo de esas invasiones y se temían nuevos
ataques. En el año mil vuelven a desembarcar piratas
escandinavos y raptan princesas en la ribera del
Atlántico, en Aquitania. Ya no existe el peligro, pero
se mantiene viva la memoria y, por lo tanto, la
inquietud.
Por mi abuela, que lo supo por su abuela, pude
recoger el recuerdo de los cosacos que llegaron a
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Francia en 1815. Europa, sin embargo, ha gozado de
un privilegio insigne que no comparte con ninguna
otra región del planeta: no ha sufrido invasiones
exteriores desde el año mil.
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Como los vikingos y los húngaros, los sarracenos, es decir, los musulmanes, instalados hacía dos
siglos en España, invadieron la Europa carolingia. Sus primeras expediciones a las islas y las
costas de Italia datan de 806, 808 y 812. Conservaron Sicilia hasta fines del siglo XII y continuaron
amenazando la cuenca del Mediterráneo. Sarracenos a caballo combatiendo en Sicilia. Fresco,
fines del s. XIII. Pernes-les-Fontaines, torre Ferrande.
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tratativas comerciales. Estas invasiones provocaron de
este modo un aumento de relaciones comerciales entre
el Báltico y los países del mar del Norte. Los
normandos aportaban cuero, pieles finas, sin duda
también esclavos. Y la gente de Francia les vendía
vino.
¿Acaso fueron las Difuminaron las fronteras entre el mundo pagano del
invasiones, en cieno modo, norte y la cristiandad. Destruyeron también lo que
las Primicias del desarrollo
del comercio europeo? había de carcomido en las estructuras de la
civilización franca, y pusieron en circulación el oro y
la plata de los tesoros de la Iglesia, lo que estimuló el
crecimiento económico.
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conquistar el sur de Italia y Sicilia. Más tarde
conquistaron Inglaterra. De esas regiones trajeron
riquezas que permitieron edificar esas obras maestras
de la arquitectura románica que son Saint-Étienne de
Caen o Saint-Georges-de-Boscherville. Este espíritu
de aventura contribuyó mucho a unificar la
civilización europea.
Respuesta única al infiel: conversión o destrucción. Bautismo forzado de las mujeres musulmanas
después de la toma de Granada, que fue el último bastión del dominio árabe en España hasta
1492. Retablo adornado con esculturas, de Felipe de Borgoña. Granada, capilla real de la
catedral.
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pura cultura carolingia. Le encarga una historia de los
normandos. Con ella se puede apreciar cómo sucedió
la integración, por lo menos de los aristócratas.
Concertaron, con familias del país franco,
matrimonios que fueron, con el cristianismo, el factor
esencial de la desaparición de la disparidad étnica y
cultural. Se empezaba a participar efectivamente en la
comunidad del pueblo de Dios apenas se comprendía
algo de latín y se empleaba tiempo en construir
iglesias dentro de la tradición carolingia.
¿La adhesión al Hace falta ver bien qué era el cristianismo en el año
cristianismo era una mil. Era un asunto de gestos rituales, de ceremonias.
transgresión difícil o era un
acto político para estos El bautismo de Rollon es un acto político neto,
pueblos que venían de lejos? como la petición, hoy, de la nacionalidad francesa.
Fue una formalidad, y se puede pensar que Rollon, en
el fondo de su corazón, siempre veneró los dioses del
panteón escandinavo. A ellos agregó otra divinidad
que podía resultarle útil.
Las invasiones del año Creo que las últimas invasiones que sufrió Europa
mil resultaron un paradójico constituyeron un verdadero acicate que aceleró
factor de progreso…
extraordinariamente el primer crecimiento europeo,
que duró tres siglos. Porque, en efecto, es más
productivo romper el encierro, aunque sea
violentamente, que ensimismarse.
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En el portal de la abadía de Vézelay están representados los pueblos del extremo del mundo, de
los cuales la cristiandad temía una invasión. Vézelay, basílica Sainte-Madeleine. Detalle del portal
lateral derecho, escena de la adoración de los magos, siglo XII.
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Venían del Sur, del Magreb, pero especialmente
de la España conquistada por los musulmanes, y de las
islas Baleares y Sicilia. Durante el siglo X, para
saquear a fondo los Alpes, establecieron un
destacamento fijo cerca de Saint-Tropez. ¿Eran
bereberes, corsos, sardos? A ojos de los cristianos, los
identificaba su negativa a inclinarse ante la cruz. Los
franceses de la época veían llegar gente cuya manera
de vivir, de alimentarse y de albergarse difería
completamente de la suya, gente que hablaba una
lengua incomprensible. Los aterraba lo extraño y el
peligro. Más tarde, los mongoles, los turcos,
aterrorizaron a Europa. Este extranjero distante es el
invasor absoluto, engendra más temor que el vecino
que agrede. Recuerdo el miedo que inspiraban los
soldados tártaros que reclutaron los alemanes durante
la Ocupación. Hordas que brotan del Este, multitudes
a punto de desatarse: ése era el miedo vivo,
permanente.
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Como las peregrinaciones a Roma y Jerusalén, la de Santiago de Compostela desplazó multitudes
durante la Edad Media. La leyenda dice que el mismo Carlomagno habría marchado de Aix-la-
Chapelle a Compostela. Codex Calixtinus, siglo XII (manuscrito, fº 162 vº). Santiago de
Compostela, archivos de la catedral.
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no existe una representación fiel. La estatua funeraria
de Fontevraud no es realista. De seguro había
diferencias físicas entre los hombres; pero no
podemos definirlas.
Las primeras agitaciones de la herejía se manifiestan, según los monjes del año mil, en los
tumultos del cosmos que anuncian el fin de los tiempos. Y el reino de Dios se impondrá en la tierra
cuando toda la humanidad —judíos, musulmanes y paganos— se convierta. Herejes y judíos que
se niegan a escuchar la palabra de Dios. Raban Maur, De Universo, 1023. Montecassino, archivos
de la abadía.
¿El extranjero era el La desconfianza del otro existía también al interior del
único que inspiraba temor? espacio francés. Un cronista de Borgoña relata el paso
por su país de una tropa de gente que venía de
Aquitania; eran occitanos. Conviene leer lo que dice:
«¿Qué gente es esta? Son payasos, de túnica
demasiado corta, pederastas…». Un caso más de
proyección, en el extranjero, del pecado. Se conserva
una especie de guía turística, escrita para uso de los
peregrinos de Compostela en el siglo XII. Aconseja:
pasad por tal ruta; no dejéis, sobre todo, de visitar tal
santuario; allí reposan reliquias que sanan; pero, poco
después de Bordeaux, vais a ingresar en un país, el
País vasco, donde la gente no se expresa como seres
humanos sino que ladra como los perros. La sensación
de ser un extranjero se manifestaba, entonces, apenas
uno franqueaba los límites del pequeño país propio.
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Sin embargo, ya existe también el extraño absoluto. Es
quien no pertenece a la comunidad cristiana, el
pagano, el judío, el musulmán. A esos extranjeros o
bien se los debe convertir o bien se los debe destruir.
Porque el reino de Dios debe implantarse sobre la
tierra, y no se establecerá mientras toda la humanidad
no se haya convertido al cristianismo. Eso decía San
Luis, modelo de santidad. Y cuando le preguntaban
«¿no podríamos discutir con los musulmanes, con los
judíos?», respondía: «Con esa gente sólo hay un
argumento: la espada. ¡Hay que hundirles la espada en
el vientre!».
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intelectuales judíos y cristianos, en París, Ruán y
Troyes, no cesaron de dialogar. Poseemos testimonios
de perfecta solidaridad entre hombres sabios de
religiones diferentes.
Alfonso el Sabio, rey de Castilla, y el emperador Federico II, rey de Sicilia, acogieron judíos y
musulmanes. Judío y árabe jugando ajedrez. Manuscrito hecho a pedido de Alfonso el Sabio,
Libro de los Juegos, 1283 (fº 63 rº). España, biblioteca del Escorial.
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En Siria y Palestina se produjo una especie de
cohabitación entre cruzados y musulmanes. Durante el
sitio de San Juan de Acre, por ejemplo, se organizaron
torneos entre Ricardo Corazón de León y Saladino, tal
como hoy se organizan partidos de fútbol entre el
Madrid y el Milán. Paulatinamente, todos se iban
conociendo y respetando. Dice un señor musulmán, en
sus Memorias: «Los francos no son tan malos… Es
cierto que tienen sus propias costumbres: llevan a sus
mujeres, por ejemplo, a la guerra, lo cual no es
conveniente; pero, en suma, son gente de bien, saben
lo que es el honor». Los cristianos que no eran
fanáticos pensaban lo mismo.
¿La existencia del Europa nunca ha estado más unida que en los siglos
vasto Sacro Imperio Romano XII y XIII. Esta unidad provenía de que los europeos de
Germánico no creó la
sensación de una la época tenían la sensación de constituir un solo
comunidad? pueblo, el pueblo cristiano, al cual controlaban, en el
nivel institucional, dos potencias superiores, la del
papa y la del emperador. Los países, pequeños,
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celosos unos de otros y muy divididos internamente,
se sentían unidos en un conjunto superior que los
englobaba. Si leemos, por ejemplo, una crónica de
Amboise en el siglo XII, notamos que esos habitantes
tenían conciencia de formar una nación y
consideraban que los de Angers y Blois formaban
otra. Había gran diversidad de dialectos locales, y sin
embargo la gente se entendía. Todo el mundo
comprendió a santo Domingo, un español, cuando fue
a predicar a Alemania. La cristiandad latina constituía
la comunidad esencial cuya armadura era la Iglesia,
una Iglesia centralizada y con universidades donde
gran número de personas enseñaba un mismo saber en
una lengua común, el latín. La aristocracia, por su
lado, se vinculaba por alianzas matrimoniales. No
obstante, a partir del siglo XIII y debido al crecimiento
material, se fortalecieron los Estados. Las guerras se
multiplicaron entonces al interior de Europa, que
empezó a ser infectada por el nacionalismo, ese
veneno. La guerra se tornó casi continua. La gente
vivió la Guerra de los Cien Años como un combate
perpetuo contra los ingleses, enemigos insoportables
porque invasores. Pero ya se estaba al final de la Edad
Media.
Cuando hoy se piensa La gran diferencia nuestra con la Edad Media es que
en el miedo al otro, se está Europa no era, en la época feudal, como hoy, una zona
pensando en todas las
poblaciones que tenemos tan poco poblada a la que rodeara un área exterior llena de
cerca, en África, en el Este, gente capaz de precipitarse en ella. Por el contrario:
y este miedo es a una
inmigración masiva…
Europa se encontraba en plena progresión
demográfica, en plena expansión, y desbordaba. De
hecho, y muy pronto, se extendió hacia el Este, hasta
el extremo del Báltico, con la cristianización de las
tribus eslavas, paganas. Y avanzó hacia el sur con la
reconquista de España, con la liberación del sur de
Italia y Sicilia, con el establecimiento, temporal, en el
Magreb. Hubo incluso un ensayo de expansión más
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amplio, hacia Constantinopla, que fue conquistada, y
hacia Tierra Santa, a Siria y Palestina. Los europeos
de esos tiempos jamás se sintieron amenazados por
una ola demográfica proveniente del exterior. La sola
excepción: las hordas de mongoles que venían desde
los confines del Asia trayendo consigo el miedo.
Siempre se creyó en el siglo Xlll que había que purgar al pueblo de Dios de cuerpos extraños y
funestos cuya presencia podía infectar a los fieles. Se adoptaron medidas de exclusión, en
particular contra los judíos, a quienes se creía culpables de la muerte de Cristo. «El rey de Egipto
se inquieta, junto con sus súbditos, por la multiplicación de judíos». Biblia latina de la abadía del
monte Saint-Éloi, siglo XIII (fº 16 rº: el éxodo). Arras, biblioteca municipal.
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La xenofobia En esto también hay una gran diferencia. La Europa
contemporánea integra el de la expansión, la Europa del año mil, joven, que se
temor a una pérdida de
identidad cultural. ¿Existía lanza al asalto de otras regiones del mundo, está, ante
ese sentimiento en la Edad las civilizaciones del Sur, la bizantina y la islámica, en
Media?
situación de inferioridad.
Europa no tuvo que evitar la contaminación de una
cultura exterior. Se alimentó, en cambio, de cuantas la
rodeaban, mucho más ricas. El desarrollo intelectual y
técnico de Europa en el siglo XII se apoya en lo que los
conquistadores cristianos hallaron en las bibliotecas
árabes de Toledo y Palermo. Los árabes habían
recogido la herencia de la ciencia y la filosofía
griegas, que los romanos desdeñaron, y en sus libros
descubrieron los europeos a Euclides, a Aristóteles, la
medicina, la lógica, a Ptolomeo. Se lanzaron sobre
esos tesoros tal como nosotros sobre determinados
productos de la cultura de Estados Unidos. Europa
tenía entonces vigor bastante para crear su propia
cultura con lo que tomaba de otras regiones.
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Poco a poco, los cristianos europeos instalados en Oriente y los musulmanes aprendieron a
conocerse, y la diplomacia reemplazó a menudo a la guerra.
Duelo entre un cruzado y un moro. Vercelli, mosaico de la iglesia de Santa María Mayor.
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los había en las ciudades, que asustaban a quienes
vivían satisfechos en la comunidad cerrada. Y en esto
las crónicas nos ofrecen otra vez testimonios
esclarecedores: un señor, el conde de Anjou, va de
cacería. Es la ocupación principal de los señores
feudales, también del rey de Francia. Se aparta de sus
compañeros mientras persigue una bestia salvaje; se
pierde en el bosque. Tropieza con un hombre negro,
peludo, que apesta a jabalí. Es un carbonero que vive
en la espesura. Primera reacción del conde: el miedo.
Está a punto de matarlo o de luchar con él sin saber si
podrá dominarlo; pero se contiene y le pide que le
muestre la salida; empiezan a caminar juntos.
Mientras avanzan, el conde de Anjou interroga a
este «salvaje» que lo acompaña: «¿Qué piensas de ese
tipo, ese conde de Anjou que nos domina, qué te
parece? ¿Crees que es buen hombre?». Y el otro le
dice: «Sí, no está mal, ¿pero por qué nos impone
tantos impuestos, por qué no envía a la horca a todos
los recaudadores?». Se advierte aquí el recelo ante el
hombre del bosque, que se nos muestra como un ser
peligroso; pero es también el buen salvaje a quien se
recurre para tratar de ver con más claridad en la vida.
Es el caso de los eremitas que se retiran a la floresta.
En las novelas de caballería, el eremita tiene la
función de persona que apacigua, que reconcilia.
Tristán e Isolda encuentran a uno en el bosque, cuando
vagaban, perdidos y marginados, para vivir su amor
con independencia; les dice: «No, no está bien, hace
falta que…». Y los conduce, poco a poco, a abandonar
el pecado. Así eran los marginales.
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El hombre medieval vive en el seno de una familia, de un grupo, y se sospecha de los solitarios, se
los considera locos o criminales. La única excepción entre los marginales son los eremitas, sabios
que han tenido el coraje de retirarse a los bosques para expiar sus pecados. La Vida de los padres,
siglo XV (manuscrito 5216, fº 15). París, biblioteca del Arsenal.
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Codex Calixtinus, siglo XII (manuscrito, fº 162 vº). Santiago de Compostela, archivos de la
catedral.
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el miedo
a las epidemias
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Los pintores representaban los asaltos de la peste con una lluvia de flechas asesinas. Así, en esta
pintura de c. 1424, Cristo envía desde el cielo las flechas de la peste, que golpean los cuerpos
precisamente donde aparecen los bubones. Cristo lanzando flechas de la peste, pintura sobre
madera, anónimo, 1424. Hannover, Niedersachsisches Landesmuseum.
El fuego del mal ardiente quema a las poblaciones del año mil.
Una enfermedad desconocida provoca un terror inmenso. Pero aún
no llega lo peor: la peste negra devasta Europa y liquida un tercio
de su población durante el verano de 1348. Como el Sida para
algunos, esta epidemia se vive como castigo del pecado. Se busca
entonces víctimas propiciatorias, y se encuentra a judíos y
leprosos; se los acusa de envenenar los pozos. Las ciudades se
repliegan, prohíben que ingrese el extranjero, sospechoso de
contagio. La muerte está en todas partes, en la vida, el arte, la
literatura. Pero los hombres de la época temen otra enfermedad, la
lepra, que se considera propia de perversión sexual. Sobre el
cuerpo de esos desgraciados se reflejaría la podredumbre de sus
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almas. Aíslan y encierran entonces a los leprosos, rechazo radical
que recuerda algunas actitudes para con el Sida.
En los años ochenta se propagó el Sida, esta nueva peste. Algunos han pensado, sin duda, que el
Cielo estaba castigando el pecado. En todo caso, ante el nuevo mal, han reaparecido los reflejos de
antaño: el miedo a los otros. Jornada de la desesperanza, organizada por Act Up, 21, mayo, 1994,
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En 997, así lo describe un cronista, dramatizando: «Es
un fuego escondido que ataca un miembro, lo
consume y lo despega del cuerpo. Esta horrible
combustión devora completamente a los hombres en
el curso de una sola noche». Desconocían la causa y el
remedio. Probaban todo. El cronista refiere que los
obispos de Aquitania se reunieron en una pradera,
cerca de Limoges. Habían traído reliquias de santos, el
cuerpo de san Marcial y de varios otros. Y el mal cesó
de súbito. Todo esto es muy significativo. El terror es
inmenso ante un mal desconocido. Lo sobrenatural es
el único recurso. Se solicita gracia al cielo y se extrae
de sus tumbas a los santos protectores. Poco más
tarde, en París, donde había una enfermedad
desconocida que no sabían cómo curar, pasearon por
las calles el catafalco de santa Genoveva. Olas de
muerte invadían todo y después retrocedían tan
misteriosamente como habían llegado, y esto no era
así por la intervención de san Marcial, sino porque el
cuerpo humano había aprendido a defenderse. Había
epidemias, muertos, muchos muertos, durante algunos
días o algunos meses; pero no se puede hablar de
catástrofes sanitarias antes del siglo XIV. En ese
momento se produjo un acontecimiento considerable:
la devastación espantosa en toda Europa que provocó
la gran peste, la peste negra.
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En las ciudades devastadas por la peste, ya no es posible enterrar a los muertos. Se los tira, sin un
lienzo siquiera, en fosas cavadas de prisa. La Peste en Lovaina en 1578. Anónimo. Lovaina, museo
comunal.
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«Vi dos, sentados, apoyados entre sí como sartén contra sartén sobre las brasas, de costras
salpicados de cabeza a pies […] y cómo se rascaban con las uñas el impiadoso escozor que su piel
sufría». Dante, Divina Comedia, Infierno, Canto XXIX. Escuela veneciana, siglo XIV. Venecia,
biblioteca nacional Marciana.
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miasmas. Por ello, aconsejan quemar hierbas
aromáticas en las calles. Pero ignoran que es necesario
evitar la plaga de pulgas. Y aquellas categorías
sociales que vivían con mayor limpieza, es decir, los
ricos, fueron quienes menos padecieron. Pero, por
ejemplo, en el convento de Montpellier no se lavaban
demasiado; había allí cuarenta y cinco franciscanos;
todos murieron. Nada hay que se pueda comparar con
el impacto espantoso de la peste de 1348, a excepción,
quizás, de la distante invasión de los mongoles o del
actual Sida en algún país del África.
Hipócrates afirmaba que las miasmas infectan el aire y que hay que encender fuego en las calles
para destruirlas. Recurrieron entonces al fuego purificador, totalmente inútil en tiempos de peste.
Hipócrates, grabado de la página titular de las Obras completas. Venecia, 1588. París, biblioteca
de la antigua facultad de medicina.
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vida. Alivió a Europa del exceso de población
acumulado. Durante medio siglo, la peste continuó en
estado endémico. Regresó cada cuatro o cinco años
hasta principios del siglo XV, lapso en el cual los
organismos humanos finalmente consiguieron
desarrollar anticuerpos que les permitieron resistir. En
cada intermedio, la vida recupera su belleza. Durante
los años de peste, los archivos de los notarios se van
llenando de testamentos y, no bien retrocede la
enfermedad, de actas de matrimonio. Me parece que
las repercusiones del impacto son más visibles en el
ámbito cultural. En el arte y en la literatura se instala
lo macabro. Se multiplican imágenes trágicas de
esqueletos y danzas de la muerte; ésta, pulula.
El libro de cuentas de Siena, de 1437, recuerda el paso de la peste entre junio y diciembre; dicen
los cronistas: «provoca gran mortalidad y muchos ciudadanos han muerto». Giovanni di Paolo
representa la peste en este monstruo horrible que lanza flechas. Triunfo de la muerte, detalle de
una miniatura atribuida a Giovanni di Paolo (fº 164 rº), c.1431 o 1450. Siena, biblioteca
municipal.
¿Se puede comparar el Si uno se pregunta por lo que puede acercar miedos de
miedo a la peste con el hoy y miedos de antaño, tal vez en esto se pueda
miedo al Sida?
encontrar el paralelismo más estrecho. Porque, tal
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como en el caso del Sida, todas las epidemias y la
peste negra en particular se consideraron como castigo
del pecado. En plena desesperación, se buscaban
responsables y víctimas propiciatorias: fueron los
judíos y los leprosos. Se dijo que habían envenenado
los pozos. Y así se desencadenó la violencia contra
unos hombres que parecían los instrumentos de un
Dios vengador que azotaba a sus criaturas con esa
enfermedad.
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¿Engendraron esas No creo que hubiera progresos terapéuticos durante el
enfermedades algún mal de los ardientes. El caso de la peste negra parece
progreso en las técnicas
médicas? ¿Se minó de otro distinto. Se adivina algún progreso en los
modo a los enfermos? conocimientos de la medicina. Se manifiesta, sobre
todo, un aumento de los deseos de ayudar a quienes
sufren. Las gentes se ofrecen de buen grado para
enterrar a los muertos y cuidar a los enfermos. Saben
que arriesgan la vida, pero lo hacen. Se afirmaron los
lazos solidarios ante la calamidad.
¿Ayudó la peste a Parece que no. Pero la población del siglo XIII era más
mejorar la higiene? limpia que la del siglo XVII. Los compañeros de San
Luis se bañaban más que los de Luis XIV. La higiene
mejoró en el siglo XIV, por efecto del mejor nivel de
vida y cuando se adoptó la costumbre de llevar ropa
interior. Aparecieron camisas lavables. Pero no se
terminó la miseria. ¡Difícil protegerse de ella! Toda
una fauna parasitaria cohabitaba con la especie
humana y este ecosistema de hombres y bestias
favorecía el contagio.
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¿Había autoridades Se conservan los registros de deliberaciones de
que los aconsejaran? asambleas municipales de ciudades y aldeas del sur de
Francia donde ya en el siglo XIV había organismos
responsables de la vida colectiva. Los consejos
municipales de la época adoptaron medidas para
luchar contra la invasión de la enfermedad. Pero son,
sobre todo, disposiciones para encerrarse tras las
murallas y prohibir el ingreso de extranjeros.
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La peste, en Roma. Los hermanos Limbourg pintaron, c. 1410, estas miniaturas que ilustran la
vida de san Gregorio. Les Belles Heures de Juan, duque de Berry. Su estadía en Bourges, en la
corte del duque, les resultó fatal: los tres murieron a principios de 1416, unos meses antes que su
protector.
El papa Gregorio anuncia, desde la cátedra de San Juan de Letrán, su decisión de ordenar una
gran procesión.
Después se le ve llegar ante el mausoleo de Adriano (que más tarde adoptará el nombre de castillo
de San Angelo).
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La tercera miniatura muestra flagelantes; sin embargo, en esa época no existían.
En la cuarta, varios cadáveres son arrojados en una fosa al pie del castillo de San Angelo.
Miniaturas de los hermanos Limbourg, Les Belles Heures de Jean de Berry, 1410. Nueva York,
The Metropolitan Museum of Art, The Cloisters Museum.
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Los hombres de la Edad Media llamaban «lepra» a todas las enfermedades cutáneas. Rechazados
y encerrados, a los leprosos se les suponía estar devorados por ardores sexuales. Miroir de
l’humaine salvation: «Guérison de Naaman le lépreux» y «Passage du jourdain». Flandes, siglo
XV. Chantilly, museo Condé.
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A mediados de los Creo mucho más en un impulso generoso, de ayuda
años 80, cuando aún no se colectiva, ante el Sida que ante la miseria material.
conocía bien el Sida,
señalaban con el dedo a las
Cuando hay inquietud, caen algunos tabúes. Aunque
comunidades homosexuales se manifiesten, solapados, los reflejos de autodefensa,
y a los drogadictos. Hoy se de repliegue, de miedo al enfermo, los deseos
advierte que nacen nuevas
solidaridades en torno a esta perversos de apartarlo.
enfermedad…
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el miedo
a la violencia
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En la refinada sociedad pre-renacentista hay también grandes violencias y grandes crueldades.
Están descritas en la obra de Boceado. Boccacio, Le Livre des nobles hommes et femmes (fº 190 rº).
Miniatura francesa, siglo XV. Chantilly, museo Condé.
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La violencia aflora cotidianamente en los grandes suburbios, esas tierras de nadie.
Hoy domina el
miedo a la violencia, a la
inseguridad. ¿Existía
E n la Edad Media importaban poco la muerte y
el dolor físico. Si se leen los poemas, los
relatos que se escribían para distraer a los nobles,
entonces?
sorprende su salvajismo. El deporte era la guerra: ese
simulacro que acontecía en los torneos. Un torneo no
se parece en absoluto a lo que se muestra en el cine:
dos caballeros que se enfrentan tranquilamente, con
suma cortesía ante los espectadores. Vale más
imaginar dos tropeles aullantes que se lanzan uno
contra el otro y sólo aspiran a apoderarse por la fuerza
del adversario, de sus caballos y de sus armas. Y todo
estaba permitido. Esos encuentros deportivos
provocaban tantas víctimas que la Iglesia intentó
prohibirlos: no quería que los combatientes se
destrozaran tanto para que quedaran bastantes y hacer
así la guerra a los enemigos de Cristo; fije en vano.
Esos torneos servían, de hecho, para descargar la
violencia de una sociedad extremadamente brutal.
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Cuáles son los La inseguridad viene, en los siglos XI y XII, en el país
principales responsables de
francés, sobre todo de los caballeros, de las bandas de
la violencia?
militares. Los campesinos los creen agentes del
demonio. En el año mil, precisamente, se intenta
impedir que los caballeros molesten. Las crónicas de
la época hablan de la «paz de Dios», intento, más o
menos exitoso, de terminar con esa violencia de la
caballería. Se reunía a los hombres de armas en
asambleas, junto a relicarios. Obispos y autoridades
les decían «Si no queréis ser condenados, prestad
juramento, comprometeos ante Dios, por vuestra alma,
a respetar algunas prohibiciones. Podéis mataros entre
vosotros, pero de ahora en adelante no deberéis batiros
cerca de las iglesias, que son lugares de asilo donde
cualquiera debería poder refugiarse. No podréis
combatir ciertos días de la semana, en memoria de la
Pasión de Cristo. Nada de guerra ni los viernes ni los
domingos, entonces. Y no debéis atacar a las mujeres,
por lo menos a las nobles, ni a los comerciantes, los
sacerdotes y los monjes». De todo esto resultó una
especie de codificación de la guerra, que fue
relegando la violencia a espacios limitados donde los
guerreros podían combatir entre sí; se esperaba,
vagamente, que terminarían por exterminarse los unos
a los otros.
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Ante la violencia y la inseguridad que provocaban los caballeros, la iglesia y los príncipes se
movilizaron en el año mil para establecer la «paz de Dios», limitando estrictamente la actividad
militar. Froissart, Chroniques, volumen 1, siglo XV (manuscrito francés 86, fº 1). El autor, en su
escritorio, escribiendo ante una escena de batalla. París, Biblioteca nacional.
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La aventura, palabra de la época, era militar,
asoladora. Había violencia, entonces, por todas partes.
Los hombres de guerra vivían dispersos en el país, y
esto duró mucho, hasta el fin del Antiguo Régimen.
Por otra parte, y esto es evidente en algunas regiones
actuales de Asia y África, cuando una fuerza militar
no está encuadrada por una fuerza política eficaz
propende a tomarse devastadora.
Con el desarrollo, con el paso de una economía
agraria a una economía monetaria, la riqueza adquirió
mayor fluidez. La herencia se dividía con más
facilidad y se atenuaron las restricciones del
matrimonio de los jóvenes. La violencia es más difusa
a partir del siglo XIII, pero adopta otra forma, la de
guerra entre Estados, que se refuerzan. El riesgo de la
caballería es reemplazado por el de compañías de
mercenarios formadas por marginales, grupos bastante
fuertes al mando de un capitán que trata con los jefes
de Estado y, contra un pago en dinero, acepta
participar en tal o cual expedición militar. Esta gente
combatía a pie, sin espada; utilizaba armas innobles,
picas o hachas. Eran profesionales de la guerra
extremadamente eficaces y muy peligrosos para el
pueblo cuando estaban sin trabajo: vivían a costa del
país, devastándolo. También se los consideró agentes
del demonio. La Iglesia los condenó, los persiguió
como a herejes; pero los príncipes no podían
prescindir de ellos, y sumergieron el país durante la
guerra de los Cien Años. Sin embargo, las violencias
de la guerra eran infinitamente menos destructoras que
nuestros conflictos actuales. Nada hay comparable en
la Edad Media a las carnicerías de Verdún o
Stalingrado.
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celestial, del orden perfecto que reina en el Cielo. Los
reyes, personajes sagrados, son los lugartenientes de
Dios en la tierra. Pertenecen, en parte, a la Iglesia, por
el rito de la consagración, y su responsabilidad
esencial es el mantenimiento de la paz y la justicia. El
rey, cuando lo consagran en Reims, promete proteger
a la Iglesia y a su pueblo de cualquier violencia. Es su
papel, su función y trataban de cumplirla como
podían. El Estado se reconstituyó en tiempos de San
Luis, y éste consiguió restringir un poco la agresividad
de la milicia. Pero la Iglesia formaba la armadura
principal de la sociedad. Desempeñó una función
pacificadora, amenazando a los que perturbaban la paz
con el castigo eterno, sacralizando el oficio militar,
imponiendo a todos los guerreros una moral de
entrega y transformando la caballería en una orden
casi religiosa. La realidad caballeresca era bastante
siniestra: hombres cuya principal distracción consistía
en capturar bestias salvajes o en luchar unos contra
otros. La Iglesia, por lo menos, trabajó con todas sus
fuerzas, a partir del siglo XII, para convencerlos de que
cada uno, cuando recibía la espada, que antes se había
bendecido en el altar, recibía también la misión del
rey: emplear las armas para que reinara la justicia.
Cada caballero era un pequeño rey y estaba obligado a
ayudar a Dios a mantener la paz en la tierra con esa
espada en lugar de usarla para expoliar a los pobres.
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La representación del jardín de los suplicios resume todas las formas de violencia que
amenazaban a la sociedad de la Edad Media. Boccacio, Le Livre des nobles hommes el femmes (fº
190 rº: asesinato, horca, hoguera). Miniatura francesa, siglo XV. Chantilly, museo Condé.
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Caballeros, y después bandas armadas, aterrorizan a la población. Biblia narrada de Guiars des
Moulins y Pierre Comestor, fines del siglo XIII y principios del XIV (manuscrito 49, fº 136 vº:
soldados combatiendo y mutilando prisioneros). Montpellier, museo Atger.
¿Resultó esta empresa Se puede hablar de éxito parcial, como en todos los
de convertir bandoleros en logros humanos, durante el siglo XIII. San Luis mostró
guerreros responsables?
el ejemplo del perfecto caballero. Por supuesto que
soñaba con hundir la espada en vientres de judíos y
musulmanes; pero no en el de los cristianos.
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El arte de los monasterios llama, en el siglo XII, a luchar contra las sensaciones para tornarse más
puro. Caballeros cristianos representan el combate de la Generosidad y de la Caridad contra la
Avaricia, aplastada. Clermont-Ferrand, coro de Notre-Dame-du-Port.
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La guerra y su simulacro, los torneos, eran deportes excitantes, pero singularmente crueles, de los
caballeros. En las novelas a menudo se lee que el héroe Lancelot corta la cabeza del adversario
que ha derribado y que la ofrece a las damas. «Perceval y Lancelot atacan a Galaad». Roman de
Saint Graal, siglo XV (manuscrito 527, fº 81). Dijon, biblioteca municipal.
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se acabará el capital. Los campesinos resisten.
Disimulan sus pocos bienes. Se establece así un
equilibrio entre la rapacidad del grupo señorial y la
facultad de autodefensa del campesinado.
¿Y cómo podían Por cierto que sí. Las aldeas, en las regiones de
defenderse los campesinos población en grupos, casi siempre estaban fortificadas,
contra esas exacciones? ¿Se
armaban? circundadas por una especie de murallas. Los
habitantes, agrupados tras el párroco, se armaban y
defendían contra las agresiones. El levantamiento que
estalló en lle de France, en plena guerra de los Cien
Años, no fue una rebelión de pobres, como se suele
creer, sino una revuelta de campesinos ricos, que se
exasperaron por la brutalidad de los guerreros. La
guerra duraba ya cincuenta años en todo el país. Las
exacciones eran suficientes. Se armaron y atacaron a
los nobles, a los caballeros, a los instrumentos del
desorden.
¿Había criminalidad Había bandidaje, sin duda. Una parte de los miserables
urbana además de violencia migrantes de que ya hemos hablado vivía de muy
militar en los campos?
variadas fechorías. No tenemos muchos indicios
anteriores a los siglos XIV y XV, momento en que se
puede empezar una historia de la criminalidad. Parece
haber sido relativamente baja comparada con la que
azota las grandes metrópolis modernas. La gente era
violenta, se batía entre sí, pero robaba mucho menos
de lo que podría creerse. Otras especies de violencias
se desarrollaban en las comunidades urbanas. A fines
de la Edad Media había demasiadas personas solteras
en las ciudades. Estos jóvenes solían agruparse en
asociaciones de la juventud, con un jefe a la cabeza.
Eran verdaderas bandas institucionalizadas. Sólo había
una por ciudad y gozaban de algunos privilegios. Los
jóvenes podían, en ciertos momentos, liberar sus
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impulsos en la ciudad misma. Allí se los autorizaba.
Las mujeres en situación marginal, mal integradas en
la familia, eran las víctimas principales. El rito mayor
de estas asociaciones juveniles era la violación, la
violación colectiva.
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La Iglesia trabaja para contener la violencia de los caballeros. Cuando se ciñen la espada, ya
bendita en el altar, éstos recibían la misión del rey: emplear esta arma para que reine la justicia.
Caballero que simboliza la guerra. Apocalipsis, siglo XIII (manuscrito del norte de Francia).
Cambrai, biblioteca municipal.
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El texto del Apocalipsis de Juan describe las calamidades que caerán sobre la humanidad al
aproximarse el fin del mundo. Esta imagen, que presenta las tribulaciones anunciadas, ilustra el
comentario que redactó el Beato de Liébana, monje español, en 975. Catedral de Gerona.
¿Qué lección se puede Los que hoy intentan, en Francia, ordenar los
extraer hoy? problemas de la ciudad, se deberían interesar, sin
duda, por examinar el funcionamiento, en la sociedad
medieval, de esas asociaciones de la juventud. Se
autorizaban algunas cosas, pero no todo.
Institucionalizar la banda, en los barrios actuales,
dotarla de una verdadera estructura controlable, quizás
fuera una de las soluciones…
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¿Provocaba violencias La prostitución estaba muy bien organizada en esa
la prostitución en ese sociedad que incluía tantos solteros (en primer lugar,
catálogo de la criminalidad
y las violencias? los clérigos, y después todos esos jóvenes que se
casaban tarde). Todo el mundo consideraba que era
indispensable dar un cauce de salida a sus necesidades
sexuales. Las casas de prostitución dependían de las
municipalidades, de modo perfectamente oficial y
reglamentado; no se producían violencias dignas de
mención.
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Tortura y ejecución de Simon Poulliet, alcalde de Compiègne, en París, 1346, bajo la mirada de
un grupo de sacerdotes. Manuscrito 677, siglo XIV (fº 91 rº). Besançon, biblioteca municipal.
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Se quería que los castigos fueran espectaculares. Arriba, emasculan a caballeros que pecaron por
adulterio. Abajo, una carreta arrastra a Enguerrand de Marigny antes de que lo ahorquen.
Manuscrito 677, siglo XIV (fº 91 rº). Besançon, biblioteca municipal.
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¿Había, en esas En las grandes ciudades, por supuesto. Pero sabemos
ciudades, zonas por demasiado poco como para distinguir los barrios
naturaleza más peligrosas
que otras? peligrosos de los que no lo eran. Había zonas de paz,
sobre todo la plaza del mercado, que vigilaban
especialmente: allí había dinero, muchas cosas
tentadoras, extranjeros, ocasiones para que
compradores y vendedores disputaran. Existían
también los sitios cerrados junto a las iglesias,
señalados por cruces, en los cuales estaba prohibida la
violencia. Se los llamaba «cementerios». No estaban
reservados para los muertos. Allí se establecía y
construía sus casas mucha gente.
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el miedo
al más allá
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A mediados del siglo XIV, la peste negra perturbó profundamente la actitud del hombre ante la
muerte. De familiar y normal, la muerte pasó a trágico y omnipresente objeto de temor. Heures de
Rohan, siglo XV (manuscrito latino 9471, fº 159). París, Biblioteca nacional.
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antepasados temían el juicio, el castigo del más allá y los
tormentos del infierno. Miedo a lo invisible, en el fondo del hombre
de hoy, que vacila al sentirse impotente ante el destino.
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de oración que son los monasterios, una de cuyas
funciones es, precisamente, la de servir a los muertos
y ayudar a los almas a vivir en esa extensión cuya
entidad exacta se desconoce pero que allí está
esperándonos. La muerte es un pasaje, y ese paso se
opera ceremonialmente. Y en esto creo que existe una
diferencia profunda con nuestra cultura. La muerte nos
resulta algo molesto: hay que desembarazarse de
inmediato del cadáver. La transferencia al lugar de la
sepultura se realiza de prisa. En la Edad Media, por el
contrario, toda la familia, la servidumbre, los
parientes, los vasallos, todo el mundo se reúne en
torno del que va a morir. El agonizante debe realizar
determinados gestos, despojarse y distribuir entre los
que ama todos los objetos que le pertenecieron. Debe
declarar, también, su última voluntad, exhortar a
quienes le sobreviven para que se comporten mejor, y,
en fin, someterse a todos los ritos que le conseguirán
en el más allá una situación no muy desagradable. Y
después se cuida atentamente el cuerpo del difunto. Se
lo expone en un lecho ceremonial que se traslada
pronto a la iglesia. Y en el templo, durante la vela
fúnebre, se desarrolla un último rito, muy expresivo de
la solidaridad que une en ese instante a los vivos y los
muertos: un banquete. Todas las personas de la familia
y de la zona son invitadas a reunirse alrededor de una
mesa que preside aquel cuya alma se ha marchado al
más allá. Se acercan los pobres y se les ofrece comida;
aprovechan por última vez la generosidad del difunto.
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En la Edad Media, todos los parientes se reúnen en torno del que va a morir. El médico, los
servidores y los vasallos también están presentes. El moribundo dicta su testamento. En el
medallón, la viuda. Manuscrito latino, Justiniani in fortiatum, siglo XIV (fº 56 rº). España,
biblioteca del Escorial.
Parece que echara a Es verdad. Creo que la muerte resultaba sin duda
faltar esa cercanía de la menos aterradora por la certeza que se tenía de no
muerte…
desaparecer completamente, por la seguridad que
había de sobrevivir, si no corporalmente, por lo menos
en otra forma y a la espera de la resurrección de los
muertos. Con todo este ceremonial, la muerte no era
esta especie de caída en las tinieblas y en lo
desconocido que hoy es para muchos de nosotros.
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A los difuntos de las familias ricas se los sepultaba al interior de las iglesias; a los pobres, en
osarios. Oficio de los muertos, en Heures de Rohan, siglo XV (manuscrito latino 9471, fº 196 y 182).
París, Biblioteca nacional.
¿A qué atribuye esta Creo que intervienen dos factores. El factor principal,
gran diferencia? ¿A la evidentemente, son las creencias. Nadie dudaba de la
pérdida de sentimiento
religioso, a efectos del existencia de un más allá. Todos estaban convencidos
progreso técnico o a un de que nada se interrumpía, que todo seguía sin
mejor conocimiento de la
biología?
término y que continuaría en la eternidad. Y el
segundo factor —una vez más— es la solidaridad. La
de los parientes y vecinos, que encerraba al individuo
en una cápsula quizás insoportable, pero que lo
ayudaba a superar las vicisitudes de la vida y, sobre
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todo, esta prueba fundamental que es el paso de la
vida a la muerte.
Hoy se aprecia un Existía la espera del fin de los tiempos. Debía venir un
vago temor al porvenir de la día que sería el último. En seguida se produciría el
humanidad, que se
manifiesta en visitas a paso a un mundo impensable, el de lo eterno y lo
videntes y magos. ¿Existía infinito. Pero lo que más temían, creo, los hombres de
en la Edad Media?
esa época era el juicio, el castigo en el más allá. Basta
mirar en torno, a lo que resta del arte medieval, para
quedar sorprendido por el espacio que ocupan las
representaciones de los tormentos del infierno.
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Reino subterráneo cuyas fauces devoran réprobos, la visión del infierno mantiene el miedo de
estar en falta. Terror de todos, que aumenta con imágenes de fuego, monstruos y torturadores.
Apocalipsis, escuela del Norte. Cambrai, biblioteca municipal.
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¿Y cómo se En el extraordinario éxito que consiguen, en nuestra
manifestaría esa creencia? sociedad, los charlatanes que venden toda suerte de
talismanes para superar la adversidad, prever el futuro,
defenderse de fuerzas malignas. El éxito de los que
proponen la curación de las enfermedades del cuerpo
o del alma me hace creer que el miedo a lo invisible
continúa profundamente arraigado en nuestras
entrañas.
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Para calmar el miedo aterrador del infierno, se inventó, a fines del siglo XII, el purgatorio. En este
lugar de tormentos subsiste la solidaridad entre vivos y muertos. Ella sostiene la esperanza de
eludir la condenación eterna. Psalterium liturgicum, siglo XIII (manuscrito 10/1453, fº 110).
Chantilly, museo Condé.
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Imagen de esperanza, la representación del arca de Noé afirma que, por la gracia divina, el
hombre de buena voluntad evita el castigo universal. Beato de Liébana, Comentario del
Apocalipsis, 975, catedral de Gerona.
Hoy nos preocupa En la Edad Media pulularon las herejías al interior del
mucho el crecimiento de sistema homogéneo que era el cristianismo. La Iglesia
sectas religiosas. ¿Las había
en una sociedad como la se preocupó de destruir estas desviaciones;
medieval? violentamente. Impulsó una cruzada contra los
albigenses. Pero lo que más ocurría eran movimientos
de resistencia o de rebelión contra la institución
eclesiástica. Las herejías, que eran presentadas bajo un
aspecto completamente negativo, son también, por
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ello, una señal de la vitalidad de una época en que
fermentaba, irreprimible, la libertad de pensamiento.
El hundimiento de los réprobos en las fauces del Leviatán simboliza el conjunto de los suplicios;
pero la imagen se puede leer como critica social. Entre los condenados hay reyes, clérigos y
caballeros. El infierno parece entonces un instrumento de justicia inmanente, que compensa las
iniquidades terrestres.
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El diablo y su altar; capitel del coro.
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¿Los hombres de ese No. Pero se sabía que hubo civilizaciones anteriores
tiempo concebían la que murieron. La civilización romana había
desaparición de las
especies? ¿O sabían algo de culminado y después caducado. Lo sabían, pues
la desaparición de los encontraban huellas de creaciones admirables
dinosaurios?
reducidas a ruinas. Existía el sentimiento de la
fugacidad de las cosas. Los hombres habían
comprendido que las civilizaciones eran mortales,
asunto que hemos vuelto a descubrir. Pero no se tenía
la menor noción de que especies animales pudieran
haber desaparecido de súbito.
Los hombres de la Edad Media observaban las estrellas para conocer su destino. Aquí, en 1066,
cuando la conquista de Inglaterra por los normandos, un cometa, quizás el Halley. Tapiz de la
reina Matilde, hacia 1080. Bayeux, museo de los tapices.
¿Y qué veían los Estaban convencidos de que la tierra era el centro del
hombres cuando miraban el universo y ele que Dios sólo había creado un hombre
cielo? ¿Creían ser la única
especie humana? ¿Tenían y una mujer, Adán y Eva, y a sus descendientes. No
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conciencia de la amplitud imaginaban que pudiera haber otros espacios
del universo, de sus posibles
peligros? habitados. Lo que veían en el cielo, el movimiento
regular de los astros, constituía la imagen más cercana
del plan divino. Se aterrorizaban cuando se producían
accidentes al interior de ese plan tan perfecto. Un
cometa, por ejemplo, o un eclipse algo prolongado, las
lluvias de sangre que se creía ver cuando vientos
poderosos arrastraban las arenas del Sahara hasta el
continente europeo, les parecían pruebas del
descontento de los Cielos, de que alguna cosa se
estaba anunciando o de que se los estaba invitando a
respetar mejor el orden divino.
Este temor ante las De tiempo en tiempo, una catástrofe natural nos
catástrofes naturales parece recuerda que el hombre, a pesar de todo el poder que
existir hoy día…
ha conseguido con el desarrollo de las ciencias y las
técnicas, sigue siendo impotente ante las fuerzas de la
naturaleza.
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La danza macabra enseña que los seres humanos, cualquiera sea su posición social, avanzan
inexorablemente hacia el mismo destino fúnebre. Manuscrito de Vérard. París, Biblioteca
nacional.
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habían nacido determinados individuos y de este
modo hacer un horóscopo, predecir el futuro. ¿Y
acaso, en nuestra época, nos hemos liberado por
entero de las supersticiones? Basta asomarse a las
profundidades de la conciencia para descubrir
actitudes muy cercanas a las de nuestros distantes
antepasados.
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«En esos tiempos los hombres buscarán la muerte y no la encontrarán. Desearán la muerte, y la
muerte huirá de ellos». Apocalipsis, IX, 6. Satán y los ángeles caídos lanzan langostas a la tierra.
Beato de Liébana, La quinta trompeta en el Apocalipsis de San Severo, siglo XI (manuscrito latino
8878, fº 145 vº). París, Biblioteca nacional.
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Créditos fotográficos
Página 111
Página 73: Biblioteca nacional, París.
Página 75: Dagli Orti, París.
Página 78: D. R.
Página 79: Mathias Lacombe /Sygma, París.
Páginas 82-83: Paul Laes, Lovaina.
Página 84: Giraudon, París.
Página 85: Jean-Loup Charmet, París.
Página 87: D. R.
Página 88: D. R.
Página 92-93: The Metropolitan Museum of Art, The Cloisters Museum,
Nueva York.
Página 94 y 95: Lauros-Giraudon, París.
Página 98: Dagli Orti, París.
Página 99: Josef Koudelka /Magnum, París.
Página 101: Biblioteca nacional, París.
Página 103: Dagli Orti, París.
Página 106-107: Dagli Orti, París.
Página 109: Hervé Champollion /Agence Top, París.
Página 110: Dagli Orti, París.
Página 113: Giraudon, París.
Página 114: Oronoz, Madrid.
Página 116-117: Erich Lessing /Magnum, París.
Página 118: Erich Lessing /Magnum, París.
Página 122: Biblioteca nacional, París.
Página 123: Jean Gaumy /Magnum, París.
Página 125: Dagli Orti, París.
Página 126: a izquierda y derecha, Biblioteca nacional, París.
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Página 131: Giraudon, París.
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Página 135: Dagli Orti, París.
Página 137: Erich Lessing /Magnum, París.
Página 139: Biblioteca nacional, París.
Página 141: Biblioteca nacional, París.
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