El Principito
El Principito
El Principito
Lo miró atentamente y dijo: ¡No! Este está ya muy enfermo. Haz otro.
Volví a dibujar.
Mi amigo sonrió dulcemente, con indulgencia. —¿Ves? Esto no es un
cordero, es un carnero. Tiene Cuernos...
Rehice nuevamente mi dibujo: fue rechazado igual que los anteriores.
Esto no podía asombrarme mucho. Sabía muy bien que aparte de los
grandes planetas como la Tierra, Júpiter, Marte, Venus, a los cuales se les ha
dado nombre, existen otros centenares de ellos tan pequeños a veces, que es
difícil distinguirlos aun con la ayuda del telescopio. Cuando un astrónomo
descubre uno de estos planetas, le da por nombre un número. Le llama, por
ejemplo, "el asteroide 3251".
Tengo poderosas razones para creer que el planeta del cual venía el
principito era el asteroide B 612. Este asteroide ha sido visto sólo una vez
con el telescopio en 1909, por un astrónomo turco.
Este astrónomo hizo una gran demostración de su descubrimiento en
un congreso Internacional de Astronomía. Pero nadie le creyó a causa de su
manera de vestir.
—Me gustan mucho las puestas de sol; vamos a ver una puesta de
sol...
—Tendremos que esperar... —¿Esperar qué?
—Que el sol se ponga.
Pareciste muy sorprendido primero, y después te reíste de ti mismo. Y
me dijiste:
—Siempre me creo que estoy en mi tierra.
En efecto, como todo el mundo sabe, cuando es mediodía en Estados
Unidos, en Francia se está poniendo el sol. Sería suficiente poder
trasladarse a Francia en un minuto para asistir a la puesta del sol, pero
desgraciadamente Francia está demasiado lejos. En cambio, sobre tu
pequeño planeta te bastaba arrastrar la silla algunos pasos para presenciar el
crepúsculo cada vez que lo deseabas... —¡Un día vi ponerse el sol cuarenta
y tres veces!
Y un poco más tarde añadiste: —¿Sabes? Cuando uno está
verdaderamente triste le gusta ver las puestas de sol.
—El día que la viste cuarenta y tres veces estabas muy triste ¿verdad?
Pero el principito no respondió.
Capítulo 7
Al quinto día y también en relación con el cordero, me fue revelado
este otro secreto de la vida del principito. Me preguntó bruscamente y sin
preámbulo, como resultado de un problema largamente meditado en
silencio:
—Si un cordero se come los arbustos, se comerá también las flores
¿no?
—Un cordero se come todo lo que encuentra. —¿Y también las flores
que tienen espinas?
—Sí; también las flores que tienen espinas.
—Entonces, ¿para qué le sirven las espinas?
Confieso que no lo sabía. Estaba yo muy ocupado tratando de
destornillar un perno demasiado apretado del motor; la avería comenzaba a
parecerme cosa grave y la circunstancia de que se estuviera agotando mi
provisión de agua, me hacía temer lo peor. —¿Para qué sirven las espinas?
El principito no permitía nunca que se dejara sin respuesta una
pregunta formulada por él. Irritado por la resistencia que me oponía el
perno, le respondí lo primero que se me ocurrió:
—Las espinas no sirven para nada; son pura maldad de las flores. —
¡Oh!
Y después de un silencio, me dijo con una especie de rencor: —¡No te
creo! Las flores son débiles. Son ingenuas. Se defienden como pueden. Se
creen terribles con sus espinas...
No le respondí nada; en aquel momento me estaba diciendo a mí
mismo: "Si este perno me resiste un poco más, lo haré saltar de un
martillazo". El principito me interrumpió de nuevo mis pensamientos: —
¿Tú crees que las flores...?
No, no creo nada! Te he respondido cualquier cosa para que te calles.
Tengo que ocuparme de cosas serias.
Me miró estupefacto. —¡De cosas serias!
Me miraba con mi martillo en la mano, los dedos llenos de grasa e
inclinado sobre algo que le parecía muy feo. —¡Hablas como las personas
mayores!
Me avergonzó un poco. Pero él, implacable, añadió: —¡Lo confundes
todo...todo lo mezclas...!
Estaba verdaderamente irritado; sacudía la cabeza, agitando al viento
sus cabellos dorados.
—Conozco un planeta donde vive un señor muy colorado, que nunca
ha olido una flor, ni ha mirado una estrella y que jamás ha querido a nadie.
En toda su vida no ha hecho más que sumas. Y todo el día se lo pasa
repitiendo como tú: "¡Yo soy un hombre serio, yo soy un hombre serio!"...
Al parecer esto le llema de orgullo. Pero eso no es un hombre, ¡es un
hongo! —¿Un qué?
—Un hongo.
El principito estaba pálido de cólera.
—Hace millones de años que las flores tiene espinas y hace también
millones de años que los corderos, a pesar de las espinas, se comen las
flores. ¿Es que no es cosa seria averiguar por qué las flores pierden el
tiempo fabricando unas espinas que no les sirven para nada? ¿Es que no es
importante la guerra de los corderos y las flores? ¿No es esto más serio e
importante que las sumas de un señor gordo y colorado? Y si yo sé de una
flor única en el mundo y que no existe en ninguna parte más que en mi
planeta; si yo sé que un buen día un corderillo puede aniquilarla sin darse
cuenta de ello, ¿es que esto no es importante?
El principito enrojeció y después continuó:
—Si alguien ama a una flor de la que sólo existe un ejemplar en
millones y millones de estrellas, basta que las mire para ser dichoso. Puede
decir satisfecho: "Mi flor está allí, en alguna parte..." ¡Pero si el cordero se
la come, para él es como si de pronto todas las estrellas se apagaran! ¡Y
esto no es importante!
No pudo decir más y estalló bruscamente en sollozos.
La noche había caído. Yo había soltado las herramientas y ya no
importaban nada el martillo, el perno, la sed y la muerte. ¡Había en una
estrella, en un planeta, el mío, la Tierra, un principito a quien consolar! Lo
tomé en mis brazos y lo mecí diciéndole: "la flor que tú quieres no corre
peligro... te dibujaré un bozal para tu cordero y una armadura para la
flor...te...". No sabía qué decirle, cómo consolarle y hacer que tuviera
nuevamente confianza en mí; me sentía torpe. ¡Es tan misterioso el país de
las lágrimas!
Capítulo 8
Aprendí bien pronto a conocer mejor esta flor. Siempre había habido
en el planeta del principito flores muy simples adornadas con una sola fila
de pétalos que apenas ocupaban sitio y a nadie molestaban. Aparecían entre
la hierba una mañana y por la tarde se extinguían. Pero aquella había
germinado un día de una semilla llegada de quién sabe dónde, y el
principito había vigilado cuidadosamente desde el primer día aquella ramita
tan diferente de las que él conocía. Podía ser una nueva especie de Baobab.
Pero el arbusto cesó pronto de crecer y comenzó a echar su flor. El
principito observó el crecimiento de un enorme capullo y tenía le
convencimiento de que habría de salir de allí una aparición milagrosa; pero
la flor no acababa de preparar su belleza al abrigo de su envoltura verde.
FIN
bookdesigner@the-ebook.org
04/03/2009
Table of Contents
Antoine De Saint Exupéry El Principito
Antoine De Saint Exupéry
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capitulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27