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El Arte de Ilustrar 2

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CAPÍTULO 6

Las partes de un sermón debidamente


ilustradas
Aunque se muera de hambre haciéndolo, un chimpance escogerá empujar la
palanca que le inyecta el placer.

SEIS
Las partes de un sermón
debidamente ilustradas
Aférrate a la instrucción,no la sueltes, guárdala,porque ella es tu vida.
Proverbios 4:13
El cerebro humano se parece a una gelatina suave, de color gris, cubierta por una
membrana y entretejida por kilómetros de venas del grueso de un pelo que lo nutren de
sangre. Esa gelatina es compuesta de varios billones de celdas que crean y luego descargan
pequeños impulsos eléctricos. Esta bola húmeda y compleja está encapsulada por el cráneo,
que a su vez es cubierto por una gomosa capa cabelluda que sirve de amortiguador.
Como el resto del cuerpo, el diseño del cerebro incluye su propio sistema de partes de
repuesto. Continuamente las células del cerebro se van muriendo, la velocidad de esa
muerte depende del estilo de vida de la persona, y estas células que mueren nunca son
repuestas. Sin embargo, en cada cabeza hay suficientes para durar toda una vida. Si una
apoplejía llegara a destruir todas las celdas en el hemisferio derecho (la parte que controla
lo que tiene que ver con la capacidad de comunicar de una persona —poder oír, hablar,
escribir) es posible que celdas latentes o inactivas en la esfera izquierda puedan ser
despertadas y entrenadas para suplir las fallas sufridas por otras partes del sistema mental.
Los científicos han introducido electrodos muy finos en el cerebro de los animales, por
medio de los cuales han convertido un manso conejo en una fiera; han podido hacer que un
gato tema a los ratones. Además, han hecho muchos experimentos con los chimpancés,
hasta localizar lo que llaman «el centro de placer». Por ejemplo, han puesto dos pequeñas
palancas en las manos del mono. Una de ellas descarga una pequeña señal eléctrica en ese
«centro de placer» y al instante el mono siente intenso placer. Al empujar la otra palanca,
recibe un plátano. Usando esos mecanismos descubrieron que el chimpancé empujaba la
palanca que estimulaba el placer continuamente, y se olvidaba de la que lo hacía recibir el
plátano, aunque sintiera hambre. El animal prefiere el placer a los plátanos. Nada más le
importa.
¿Nos parecemos a los chimpancés? Afortunadamente, hasta el momento no tenemos en
las iglesias los aparatos para introducir electrodos en los cráneos de nuestros oyentes, para
así darles una descarga de placer. Pero no se desanime, ¡tenemos algo mucho mejor y más
seguro! La capacidad para proveerles muy efectivos estimulantes (ilustraciones) para que
puedan gozar y disfrutar a plenitud el mensaje que predicamos.
Por tanto, veamos todos los aspectos de un sermón. Fijémonos en la importancia de usar
ilustraciones en todos los puntos fundamentales, para de esa forma mantener a la
congregación atenta a lo que predicamos. Primero, veamos las partes del sermón:
El título
Es lo que le da identidad a un sermón. Debe ser fiel al tema, contemporáneo, fácil de
entender y breve.
El texto bíblico
Esta selección de la Palabra de Dios es el fundamento sobre el cual se construye todo.
La preintroducción
Son las primeras palabras usadas al llegar al púlpito. El propósito es dar una breve
oportunidad a la congregación para que se acostumbren a su voz y hacerles ver que
usted es una persona ordinaria (no una personalidad) con la cual ellos pueden
identificarse.
La introducción
Es la manera en que usted anuncia su tema y prepara a la audiencia para recibirlo. Tiene
que ver exclusivamente con el contenido de su mensaje. Su propósito es interesar al
público en lo que usted va a decir. En otras palabras, prepara el ambiente intelectual
para recibir el mensaje que trae de Dios a ellos.
El cuerpo del sermón
Es el desarrollo lógico y secuencial que se le da al texto bíblico.
Casi siempre hay tres puntos o divisiones que saltan naturalmente del texto (aunque
puede haber dos o más).
Bajo cada punto principal hay varios subpuntos que ayudan al predicador a desglosar el
texto.
La conclusión
Es el cierre del sermón, en el cual —si no se ha ido haciendo antes— se le aplica al
oyente la verdad predicada.
Tomemos cada una de estas partes del sermón para ver las maneras apropiadas de
introducir las ilustraciones. Comenzaremos explicando o dando una definición de la «parte»
del sermón tratada, y luego las maneras de incorporar alguna ilustración.

1. El título y el texto bíblico


Lo normal es que no se explique el título ni el texto bíblico con ilustraciones. Solo si se
usa algo raro que requiera explicación. El título es el resumen más breve posible del tema
sobre el cual se va a predicar. A su vez, no solo bosqueja el tema escogido, lo hace
agradable y entendible. Por ejemplo: «La intolerable hipótesis docetista de 2 Juan 7» es un
resumen correcto del texto de San Juan, pero tan pedante que sería inapropiado para
encabezar un sermón. Otro extremo sería: Las frases «Su cónyuge: ¿Ayuda idónea o ayuda
errónea?» o «¿Chica Cosmo o mujer modesta?» podrían parecer títulos graciosos para
Proverbios 31, pero ofensivos (machistas) para las damas en la congregación.
En cuanto al texto bíblico, este se declara sin decir más, a menos que sea para ayudar a
la congregación a encontrar libros poco conocidos o difíciles de ubicar en la Biblia.

2. La preintroducción
En esta parte nuestra preocupación es preparar la audiencia para recibir el mensaje. Si
es la primera vez que uno se dirige a ella, por supuesto que no ha de conocer el timbre de la
voz (alto, soprano, tenor, bajo), ni el ritmo (velocidad) en que hablamos. No está
acostumbrada al énfasis, intensidad, acento y otras características propias del que hace la
exposición, especialmente si es de otro país. No tiene noción del tipo de persona que somos
—nuestra personalidad. Si queremos que nos presten atención, es esencial tomar unos muy
pocos instantes para darnos a conocer.
En el capítulo 4, donde hablamos de «cuentos, chistes y relatos que uso para romper el
hielo» dimos ejemplos, indicando que es el mejor momento para usar algo gracioso en el
sermón. Recordemos que estos comentarios, chistes o relatos deben ser breves, ya que lo
que importa sobre todo es el mensaje que Dios ha puesto en su corazón para la
congregación.
Un comentario final. Nunca decido qué voy a decir en la preintroducción hasta llegar al
sitio de exponer la predicación, ver la congregación y estudiar el ambiente. No quiero
«meter la pata» diciendo algo inapropiado o que pueda de alguna forma ofender. Al ver a la
gente —cómo es, cómo trata a su pastor, a qué tipos de cosa están acostumbrados—decido
qué voy a hacer o decir.

3. La introducción
Es una de las partes más importantes de un sermón. Aunque el propósito de este libro
no es incurrir en el área formal de la homilética, cuando esta depende en gran parte sobre el
uso de ilustraciones, sí es necesario hacer ciertas observaciones. Dice Orlando Costas: «La
introducción debe enfatizar la importancia del concepto que se piensa clarificar en el
sermón.»1 Haddon Robinson añade: «El predicador tiene que saber convertir la atención
involuntaria en voluntaria, para que las personas no solo escuchen porque deben, sino
porque quieren.»2 Ramesh Richard, profesor de predicación expositiva en Dallas
Theological Seminary, amplía esa idea:
No se puede enfatizar lo suficiente el rol que juega una buena introducción en un
sermón efectivo. Si en los primeros minutos de tu prédica no logras que la audiencia
ansiosamente quiera escuchar el tema que vas a predicar, mejor que se vayan a casa.
Hay cuatro ingredientes de una buena ilustración [y en los párrafos que siguen explica
cada uno de los siguientes puntos]… capta la atención… hace resaltar una necesidad…
orienta en cuanto al contenido del sermón… y declara el propósito del mensaje,
invitando a la audiencia a unirse a ese propósito.3

11 Orlando Costas, Comunicación por medio de la predicación, Editorial Caribe, Miami, FL., 1973, p.
101.

22 Haddon Robinson, La predicación bíblica, LOGOI-Unilit, Miami, FL, 1993, p. 164.


La introducción, entonces, está íntimamente relacionada con el sermón, ya que
introduce el concepto, anticipa el tema y crea el deseo de escuchar. Tenga un sermón tres
puntos o diez, debe tener un punto supremo —algunos lo llaman «la idea central» del
mensaje, donde el todo se reduce a una idea explícita. Es con esa idea central que tiene que
ver la introducción. ¿Cómo puedo en breves palabras declarar lo que voy a enseñar, a la vez
que intereso a la congregación en el tema? Por su importancia, recomiendo que esta
siempre sea escrita palabra por palabra. Si falla aquí, al mero comienzo de su prédica, le
aseguro que perderá la atención de la mayoría que le escuchan.

Ejemplo 1
Trasfondo: En una ocasión predicaba sobre la santidad —un tema que interesa poco,
especialmente a la gente joven. En mi libreta de sermones quedan los puntos que usé para
dar aquella enseñanza, pero la introducción estaba escrita palabra por palabra, como debiera
ser:
Esta mañana, antes de dar mi sermón, quiero hacerles una prueba. Después de
cada oración, por favor, indiquen si es verdadera o falsa, levantando la mano
derecha si la declaración es correcta, y levantando la izquierda para las falsas.
Escuchen con cuidado:
1. Para ser una persona santa uno tiene que ser viejo, leer la Biblia una hora por día y
pasar tres horas en oración. ¿Verdadero o falso?
2. Para ser una persona santa uno no puede vivir en una casa lujosa, ni tener mucho
dinero en el banco, ni andar en un Mercedez Benz.
3. Para ser una persona santa uno se tiene que casar con una mujer fea, que se vista
como la gente del siglo pasado, y que tenga el pelo largo.
4. Para ser una persona santa uno no puede ser rico, ni ser un deportista profesional, ni
vestirse a la moda.
5. Para ser una persona santa uno tiene que retirarse del mundo, irse a un lugar
apartado (donde no haya televisión) y dedicar todo su tiempo a leer la Biblia y orar.
Ahora, mantenga estos valores en mente, y vayamos 1 Pedro 1:14–21 para ver lo que la
Palabra de Dios establece como bases para la santidad.
Nótese que esta introducción de una forma muy sencilla cumple el propósito
homilético. Las preguntas de la introducción logran:
a) interesar al público en el tema
b) obligar al público a analizar sus opiniones sobre el tema de la santidad
c) interesarles en cómo la Biblia define lo que es la verdadera santidad.
En segundo lugar, observe que una «ilustración» no es necesariamente un relato. En las
declaraciones 1 al 5 se «ilustra» lo que no es la santidad. Se hace sencillamente con
declaraciones que obviamente son falsas. En otras palabras, una ilustración representa el
mecanismo que un predicador usa para interrumpir lo que se está diciendo con el fin de
aclarar, explicar, definir, enfatizar o llamar la atención a un punto importante que quiere
hacer. Como predicadores queremos evitar mal entendidos, queremos hablar claro.

33 Ramesh Richard, La escultura de la Escritura, Baker Books, Grand Rapids, Michigan, 1995, pp.
106-8.
Ejemplo 2
Trasfondo: Digamos que el tema escogido es: «MÁS QUE VENCEDORES». El
pasaje bíblico de fondo es Romanos 8:31–39. ¿De qué manera se puede captar el interés de
los que llegarán a escuchar? Para que haya una victoria primero tiene que haber una lucha,
una tentación, algún problema grande. Nos ponemos, entonces, a buscar algo que de
inmediato nos muestre un problema que demande una solución dramática.
¿Qué les parece el relato siguiente como introducción al sermón titulado: «Más que
vencedores»?
¿Has llegado esta mañana a la iglesia con una serie de problemas que no sabes
cómo resolver? La realidad es que nuestros problemas individuales parecen ser muy
grandes hasta que los comparamos con los de otros. Pensemos del pueblo de Israel
cruzando el desierto por 40 años —se calcula que había dos millones entre hombres,
mujeres y niños. Piense en el problema que tuvo Moisés para abastecer sus necesidades
diarias:
Dar de comer a 2 millones requiere mucha comida. Unos investigadores en materia
de estrategia militar hicieron el estudio y nos dan los siguientes cálculos:
• Moisés tendría necesidad de un total de 1,500 toneladas de comida por día.
• Para cargar esa cantidad de comida llevaría dos trenes, cada uno de kilómetro y
medio de largo.
• Ya que estaban en el desierto, para cocinar esa comida necesitarían leña: 4,000
toneladas al día (varios trenes más, cada uno de kilómetro y medio de largo).
• También necesitaban agua para beber, lavar algunos trastes y bañarse
ocasionalmente. El ejercito calculó 11,000.000 de galones por día.
• Se necesitaría un tren de 2,500 kilómetros de largo diariamente para abastecer esa
necesidad.
• Piense solamente en lo que llevaría cruzar el Mar Rojo en una noche. Si cruzaron en
una sola fila, hubieran necesitado una fila de 1,000 kilómetros de largo durante 35
días. Para cruzar en una noche, la brecha en el mar hubiera necesitado ser de 4
kilómetros de ancho para poder facilitar a 5,000 cruzar pecho a pecho.
• Otra consideración. Para que acampara tanta gente en un sitio cada noche, era
necesario encontrar un área del tamaño de cualquier ciudad cosmopolita
latinoamericana.
¿Cree usted que Moisés tenía todo esto arreglado y planificado antes de salir de
Egipto? Imposible. Dios fue el que se preocupó de estas cosas.
Ahora, si para un pueblo entero Dios fielmente suplió todas las necesidades que
tenían, ¿cree usted que Él tiene alguna dificultad en suplir las necesidades de un solo
individuo?
Creo que la ilustración sirve para mostrar a los que están en la congregación que hay un
Dios que nos hace más que vencedores. ¿Cómo seguir? Pues estableciendo el ambiente con
la ilustración, se va directamente al primer punto de su mensaje para que la congregación
conozca «El Dios que está a nuestro favor», v. 31.

Ejemplo 3
Trasfondo: Fui invitado a predicar a un grupo de jóvenes hace algún tiempo. Así que
decidí hablarles sobre el tema: LO QUE DEBE CREER CADA JOVEN CRISTIANO, y
escogí como texto lo que algunos llaman «la confesión binaria» de 1 Corintios 8:6: Para
nosotros, sin embargo, sólo hay un Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas, y
nosotros somos para él; y un Señor, Jesucristo, por medio del cual son todas las cosas, y
nosotros por medio de él.
¿Cómo interesarles en este gran credo paulino? Recordé un libro de Ravi Zacharias4
donde se da un credo moderno escrito por la señorita Dorotea Sayers. Ella piensa que este
credo refleja los conceptos mayoritarios de los jóvenes de hoy:
Creemos en el «MarxFreudDarwinismo».
Creemos que todo es bueno con tal de que no hiera al prójimo, según nuestra mejor
definición de lo que significa lastimar, y de acuerdo a nuestros mejores conceptos.
Creemos en el sexo antes, durante y después del matrimonio.
Creemos en la terapia que recibimos cuando pecamos.
Creemos en el gozo del adulterio y que no hay nada malo en la sodomía.
Creemos que los tabúes son otro tabú.
Creemos que todo está en proceso de mejoría,
a pesar de las evidencias al contrario.
Esta merece ser investigada.
Pues con los datos uno puede comprobar cualquier cosa.
Creemos que hay algo de cierto en los horóscopos, y también en los ovnis.
Creemos que Jesús era un hombre bueno, así como lo fue Buda, Mahoma o
nosotros. Él fue un gran maestro moralista, aunque pensamos que lo que se considera
buena moral es en realidad mala.
Creemos que todas las religiones son básicamente iguales.
Todas creen en el amor y en ser buenos.
Solo difieren en asuntos de relativa importancia como la creación, el pecado, el
infierno, en lo que es Dios, el cielo y la salvación.
Creemos que después de la muerte no hay nada —pues ningún muerto ha regresado
para contarnos del más allá. Si la muerte no es el fin, y si acaso hay algo más allá de la
tumba, ese lugar tiene que ser el cielo y por cierto todos iremos allá …con la posible
excepción de Hitler, Stalin y Genghis Khan.
Creemos en las conclusiones de Masters y Johnson:
lo que se elige siempre es algo que está a nivel promedio;
lo que está a ese nivel promedio es lo normal;
y lo que es normal es lo que es bueno.
Creemos en el desarme global.
Creemos que hay relación directa entre los armamentos y el derramamiento de
sangre.

44 Este credo fue publicado en el libro de Ravi Zacharias, ¿Puede el hombre vivir sin Dios?, Word,
pp. 42-43.
Todo el mundo ha de convertir sus espadas en arados, particularmente los de los
Estados Unidos y Rusia.
Creemos que cada persona es básicamente buena,
que a veces su comportamiento es malo, pero eso es culpa de la sociedad.
La sociedad está llena de condiciones y requerimientos.
Todas esas demandas y leyes que se nos imponen tienen la culpa de las cosas malas
que hacemos.
Creemos que cada persona debe encontrar la verdad que le parezca correcta.
La realidad se adaptará concordantemente,
También el universo se adaptará. Así cambiaremos la historia.
Creemos que no hay verdad absoluta, excepto la verdad que no hay verdad absoluta.
Creemos que todo credo debe ser abolido.
Creemos en el fluir ininterrumpido del pensamiento de toda persona, sea cual sea.
«¿Podría ser ese su credo?», pregunté al finalizar la lectura. Y continué introduciendo
mi lectura bíblica, diciendo: «El credo mío es muy antiguo. Tiene aproximadamente 1940
años y, a pesar de lo viejo que es, creo que todavía sigue siendo el más moderno del
mundo: Abran sus Biblia conmigo en el texto de 1 Corintios 8:6: Para nosotros hay un solo
Dios, el Padre, de quien proceden todas las cosas, y nosotros somos para él; y un Señor,
Jesucristo, por quien son todas las cosas y por medio del cual existimos.

Ejemplo 4
Trasfondo: En una ocasión se me pidió que diera un mensaje patriótico. Como es de
esperarse, escogí como base bíblica Romanos 13:1–7. El dilema era la introducción. ¿Qué
podía encontrar para que toda la congregación se interesara en el tema y se diera cuenta de
la importancia de ser buenos patriotas? Trabajé el pasaje de Romanos; hice mi bosquejo,
pero a pesar de buscar algo para la introducción toda la semana, nada encontré que me
satisfizo —para aquel entonces no había salido la película El Patriota, que seguramente
hubiera servido como para sacar una magnífica introducción. Sin embargo, el periódico del
viernes de esa semana vino a mi rescate. Allí en primera plana estaba mi introducción:
En la escuela secundaria, North Kingston High School, del estado de Rhode Island,
había tanta irreverencia durante el sonido del himno nacional que el director, Paul
Rennick, estableció una regla, demandando total silencio mientras la banda del colegio
lo tocaba. Seguramente la señorita Sara Sprague, de 17 años, con una voz hermosa y
miembro del coro del colegio, sabía cuál era la nueva regla puesta por el director. Sin
embargo, cuando la orquesta comenzó a tocar, ella no quiso mantener silencio. Para la
alegre satisfacción del estudiantado, y en total desafío al director, se puso a cantar a
toda voz el himno nacional. Como es de suponerse, esto trajo el acompañamiento de
risas y los silbidos de sus compañeros de clase, creando más irreverencia que nunca.
Imagínese el dilema del director. Mandó a que de ahí en adelante la señorita Sprague
quedara en cuarentena en la oficina de él mientras se tocara el himno. El problema
mayor fue que la noticia llegó al periódico, que formó un gran escándalo en el pueblo
haciendo la pregunta: ¿Cómo se le puede prohibir cantar el himno nacional a un
patriota?
[Luego de contar el relato, dije:] Esta mañana he pedido que cantemos el himno
nacional, después del cual quiero considerar una sola pregunta: ¿Qué significa para
usted este himno?
Otra vez vemos que la introducción —en esta ocasión un relato— cumple su propósito:
capta la atención, hace resaltar una necesidad (el patriotismo), orienta en cuanto al
contenido del sermón, declara el propósito del mensaje e invita a la audiencia a responder a
ese propósito.
Un par de observaciones adicionales y seguimos considerando el uso de las
ilustraciones en el cuerpo del sermón. La primera es la manera en que se introduce la
introducción. La mejor regla es que se cuente la historia sin preámbulos. No hay que decir
dónde la encontró, ni bajo qué circunstancias, sencillamente entre directamente al relato o a
lo que ha preparado. En segundo lugar, dada la importancia de la introducción (ya hemos
mencionado que se debe escribir palabra por palabra), léala en voz alta hasta que tenga la
inflexión correcta, los gestos naturales, y hasta aprenderla de memoria. No se avergüence
leyendo algo que debe ser contado al comienzo del sermón.

4. El cuerpo del sermón


Ya dijimos que hay tres puntos o divisiones que saltan naturalmente del texto, y que
bajo cada uno de ellos hay varios subpuntos que ayudan al predicador a desglosar el texto.
No nos corresponde en este escrito explicar la manera en que se dividen los textos y se crea
un bosquejo, lo que nos importa es de qué manera usamos las ilustraciones en el cuerpo
principal de un sermón.
Primero, tenemos que comprender que hay que usar las ilustraciones en los lugares
apropiados, en los momento correctos, y con fines determinados. En otras palabras, no
colocamos un relato, ni contamos una historia, ni interrumpimos un pensamiento al azar.
Todo tiene su lógica. Dice Ramesh Richard:5
El propósito de las ilustraciones es para ilustrar. Es un error usarlas para alargar el
sermón. Ellas se usan para derramar luz, no para prolongar. Hacen que lo que se predica
sea entendible, pero no deben ser el punto focal del sermón. Tampoco se utilizan las
ilustraciones para entretener (aunque tengan cierto valor recreativo), sino que son para
ayudar a la audiencia comprender el contenido, o a los reclamos hechos. Cuando
encontramos una ilustración poderosa, somos tentados a forzar el sermón alrededor de
ella. El resultado es que el sermón entonces toma el rumbo de la ilustración, y la
audiencia sale del servicio recordando la ilustración en vez del mensaje.
Digamos que estamos predicando sobre el tema de 1 Juan 2:15, ¡No améis al mundo!
Ya hemos dado la introducción y estamos en el primer punto:

I. ¿Cómo definimos esa palabra mundo?


En este primer punto se explica que se puede tomar la palabra mundo en un sentido
«literal», es decir, el planeta y todo lo que Dios ha creado. También se puede pensar en el
mundo en sentido «metafórico». El primer concepto, mundo como planeta, es fácil, no hay
que explicarlo, todos lo comprenden. Pero al introducir la idea de mundo en sentido
«metafórico» hay que dar una explicación. Es aquí, con el propósito de aclarar, que se

55 Ibid., p. 125.
introduce la ilustración, como por ejemplo: Cuando era chico, por las cosas que había
escuchado del púlpito, pensaba que el mundo eran los cigarrillos, la bebida, el cine y la
pintura. Ahora que he tenido la oportunidad de conocer y estudiar algo, me doy cuenta de
que mundo tiene muchos sentidos. Por ejemplo, podemos hablar del mundo de Hollywood
(ese de las películas, artistas, junto con su modo de vivir), o podemos hablar del mundo
Europeo (pensando en Londres, París, Roma, Berlín y cómo se vive en esas tierras), o
podemos hablar del mundo moderno (las modas, el dinero, las industrias, las formas de
entretenimiento, las guerras, lo que ocupa la mente y el interés de los hombres). Es decir, ya
el mundo no se concibe en términos de planeta; no se concibe en términos infantiles y
simplistas; ahora lo vemos en términos de una forma humana de vivir.
[Aquí seguimos con el sermón, asociándolo con la ilustración que acabamos de dar:]
Para llevarlo un paso adelante, necesitamos pensar en términos bíblicos, necesitamos
comprender a este mundo nuestro dentro de los conceptos espirituales. Les doy la siguiente
definición: El mundo al que se refiere el apóstol Juan es todo ese sistema de existencia que
ha creado el hombre, cuyo príncipe es Satanás, en oposición al o en sustitución del reino
de Dios. Pensando en estos términos, leamos el versículo 15 de nuevo: No améis al mundo
ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en
él. Es decir, hay una forma, un estilo de vida que el hombre puede amar que no viene de
Dios, y que es odiado por Dios. Por ejemplo [es muy posible que al ver la reacción de la
congregación, usted se dé cuenta de que todavía no captan la idea bíblica de mundo,
entonces puede dar otra ilustración]:
En el periódico del martes salió un artículo sobre un barrio lleno de drogas y
drogadictos. Hablaron de cómo viven, los crímenes que cometen, los vicios terribles a
los cuales se han entregado, incluyendo la prostitución y el alcoholismo. Por lo que dice
la prensa, ese barrio es un mundo de perdición, y ay del joven que se asocia a ese estilo
de vida.
[Entonces siga con su prédica] Yo no amo ese mundo lleno de drogadicción, no quiero
que mis hijos estén metidos en él. Y eso es precisamente lo que nos está diciendo el Señor,
cuando habla del mundo pecaminoso que nos rodea. El problema nuestro es que hay
muchas cosas que nos gustan de este mundo. Eso conduce al segundo punto:

II. ¿Por qué nos atrae el mundo?


Veamos el versículo 16: Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne,
los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo.
Nótese que Juan nos da tres áreas del mundo, tres cosas particulares que nos atraen, lo
cual nos distancia de Dios. [Al predicar, debemos tener mucho cuidado de diferenciar entre
lo que no es pecaminoso en el mundo y lo que sí es.] Ejemplos:

A. Los deseos de la carne


Se tiene que explicar cuál es el sentido de la palabra «carne» y cómo distinguir entre
deseos legítimos, como la comida, de aquellos deseos carnales perversos, como el sexo
ilegítimo. [Esto se puede hacer tanto con declaraciones claras o por medio de ilustraciones
(relatos, incidentes, etc.) o una combinación de ambos.]

B. Los deseos de los ojos


No olvide que hay dos mundos: el mundo del reino de Dios que se vive aquí en la tierra,
y el otro mundo, el que es contrario a Dios. Por esto tenemos que definir los términos con
claridad, y no confundir a nuestros oyentes. Por ejemplo, uno de los deseos de los ojos míos
es leer y estudiar la Palabra de Dios, otro es ver crecer al pueblo de Dios. Necesitamos ver
el gran contraste que hay entre estos dos mundos, el de Dios y el de la carne. Fíjese que la
admonición del apóstol es «no amar» —entregarse locamente a aquello que nos aleja de
Dios. Hay cosas de este mundo que podemos disfrutar —estas son las cosas puras, las que
no son pecaminosas. Pero siempre tenemos que recordar que lo que nos distancia de Dios
jamás puede ser amado. [Se puede dar una ilustración, es decir, un relato de alguien
bendecido con riquezas, que poco a poco se fue apartando de Dios al atender sus negocios
en lugar de atender a lo de Dios.]

C. La vanagloria de la vida
[Aquí tratamos todo aquello que da sentido a nuestra vida.] Algunos viven para hacerse
famosos, ganar mucho dinero, tener la mejor casa o auto del barrio, en lugar de vivir para lo
que es eterno. ¿Conoce gente que locamente se han entregado a buscar los beneficios del
mundo para perderlo todo? [Cuente acerca de uno, pues allí tiene su ilustración perfecta.]

III. ¿Por qué rechazar el mundo?


Veamos el versículo 17: Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de
Dios permanece para siempre.

A. El mundo pasa
[Para buscar una ilustración, piense en aquellas cosas que ya no importan, que van
pasando. Con unos minutos de concentración ciertamente podrá hallar varias.]

B. Los deseos pasan


Es interesante reconocer que nuestros apetitos cambian con el tiempo. [¿Cómo?
¿Cuáles? Explique cómo difieren lo apetitos de un joven con los de una persona de mediana
edad y, al hacerlo, ciertamente hará uso de buenas ilustraciones.]

Conclusión
[Yo preservaría la última frase para mi conclusión.] El que hace la voluntad de Dios
permanece para siempre. Si se piensa un poco, podremos recordar a algunos fieles
cristianos que le han dado la espalda al mundo a fin de vivir para Dios. Ahí tiene su
ilustración perfecta.
Ya que en el próximo renglón trataremos el tema de la conclusión, lea con cuidado lo
que sigue. Para una efectiva conclusión tiene que hacer más que simplemente contar una
buena historia.

5. La conclusión
Cada sermón debe contener tres elementos: 1) Presentación de la Palabra; 2)
Explicación de la Palabra; 3) Conclusión o aplicación de la Palabra.
Aunque se puede ir haciendo durante todo el sermón, la aplicación normalmente se
hace al final. Solo cuando la gente se da cuenta de que el pasaje bíblico tratado es para ellos
y debe operar realmente en sus vidas, es que el sermón se ha completado. Al no ser así,
¿qué valor tiene su predicación? La gente sale de la iglesia sin que se les haya dado la
Palabra de Dios. Y Palabra de Dios es lo que más se necesita hoy.
Hay varias preguntas indispensables que el predicador tiene que hacerse al preparar su
sermón:
a) ¿Para qué predico este sermón?
b) ¿Qué tiene que ver la porción bíblica leída con la gente que lo escucha?
c) ¿Cómo quiero que la audiencia reaccione a la explicación del mensaje que he
hecho?
d) ¿Qué acción quiero que tomen?
Sin dar respuestas a estas preguntas usted no tiene un sermón; quizás dé una charla, o
un discurso, un ensayo, pero no ha predicado. ¿Cómo, entonces, se prepara la conclusión?
El muy destacado profesor de homilética, el Dr. Haddon Robinson, al tratar el tema usa
una interesante analogía:
Como lo sabe un piloto experimentado, hacer aterrizar un avión requiere una
concentración especial; así también un predicador capaz sabe que la conclusión requiere
una tremenda preparación. Como el piloto, el predicador habilidoso nunca debiera tener
dudas respecto de dónde aterrizará su sermón… El propósito del sermón es concluir, no
simplemente terminar. Tiene que ser más que un medio para salir de una situación:
«Que Dios nos ayude a vivir a la luz de estas verdades.» Tiene que ser más que pedir a
la congregación que se incline en oración … tiene que concluir, y el sermón tiene que
producir un sentido de finalidad. Como el abogado, el ministro pide un veredicto. La
congregación tiene que poder ver la idea completa, y saber sentir qué es lo que Dios le
demanda de acuerdo con la misma. Directa o indirectamente la conclusión responde a la
pregunta: «¿Estoy dispuesto a permitir que Dios traiga este cambio a mi vida?»6
El Dr. Robinson entonces muestra algunas maneras en que se prepara una buena
conclusión (le doy las cabeceras y añado unos comentarios propios):

Un resumen
De una forma que no luzca repetitiva, sino más bien importante, vuelva a dar los puntos
principales de su sermón, por ejemplo:
Esta mañana he procurado mostrarles que:
I. El poder que necesitamos viene del Espíritu Santo
II. Ese poder nos da la habilidad para proclamar con claridad el evangelio
III. Ese poder nos lleva a los lugares donde Él desea que prediquemos
Como alguien que en verdad ama a Dios, ¿estás dispuesto en esta mañana a que ese
poder de lo alto te llene? Con esa llenura, ¿te comprometes a proclamar fielmente el
evangelio a tus vecinos, a tus compañeros de trabajo, a tu familia, y a todos aquellos
que Dios ponga a tu lado? Con esa llenura, ¿estás dispuesto, si Dios te lo indica
claramente, a ir a cualquier parte del mundo para proclamar estas nuevas de salvación?
Tengamos unos momentos de oración en silencio. Si has estado dispuesto a buscar esa
llenura divina con estos fines, quiero que pases al frente como indicación de tu
obediencia a Dios.

66 Op. cit., p. 170


Es decir, la conclusión cumple el propósito de repetir la esencia de lo predicado, pero
llevándolo a la acción por parte de los que lo han escuchado. Es decir, se aplica la verdad
anunciada en términos ineludibles a los corazones presentes, demandando respuesta. Una
advertencia, el predicador debe sentir en su corazón que Dios le está llevando a demandar
tal tipo de respuesta. Hay muchas invitaciones que son meramente del predicador y no de
Dios. Las que hace el predicador son por lo general emocionales y temporales; las que hace
Dios duran y se cumplen.

Una ilustración
Este domingo pasado prediqué sobre Las dos mujeres del Apocalipsis (usé los capítulos
12 y 17 como base para mi sermón). La primera mujer es la Iglesia de Cristo llamada a
sufrir a causa de su nombre; la segunda es la religión falsa que de forma llamativa nos
invita a gustar de todos los placeres ofrecidos por el mundo contrario a Dios. ¿Cómo
concluir el sermón?
Como había pasado la semana trabajando en este libro, me vino a mente la ilustración
que usé para introducir este capítulo seis: El chimpancé con sus dos palanquitas,
escogiendo entre la satisfacción sensual de nutrir el centro de placer o escoger la que daba
vida, el banano.
Luego de contar el experimento, propuse ante la congregación que todos nosotros
también tenemos dos palancas: una, ceder a los apetitos tan llamativos que nos ofrece la
mujer ramera llamada Babilonia, o decidir unirnos a la Mujer, Novia del Cordero, destinada
a la gloria eterna de la Nueva Jerusalén. Concluí diciendo: «Allí en tu corazón tienes que
escoger cuál palanca empujar —la que te dará satisfacción ahora, o la que te priva de
placeres falsos ahora, pero luego te da la vida eterna con Cristo. La decisión es tuya.
Escoge con mucho cuidado, mirando por favor, cómo es el fin de la mujer ramera y cuál es
el fin de la Novia del Cordero. Te suplico: Desecha la palanca del placer. Únete a mí.
Empuja la palanca que te da el banano —la vida eterna».

Una cita
Digamos que predicó un sermón sobre el Salmo 1 contrastando al hombre
bienaventurado con el impío. Ha citado a grandes científicos que niegan a Dios, a la vez
que a grandes hombres de la historia que pusieron su fe en el humilde Nazareno. De lo
profundo de su corazón ha dado los argumentos a favor de Dios y la necesidad de confiar
en Él. ¿Cómo va a llevar el mensaje a una feliz conclusión? Le sugiero citar a Amado
Nervo (mexicano, 1870–1919):
¡Oh Dios mío…
Si la ciencia engreída no te ve, yo te veo;
Si sus labios te niegan, yo te proclamaré.
Por cada hombre que duda, mi alma grita: «Yo creo»
¡Y con cada fe muerta, se agiganta mi fe!
Estimado amigo que me escuchas, de lo más profundo de mi alma te ruego: ¡Pon tu fe
en Dios!

Una pregunta
Sin duda, esta es la manera más fácil de concluir un sermón. A su vez es muy efectiva.
Sencillamente se le hace a la congregación dos o tres preguntas acerca de lo que han
escuchado en el mensaje. Por ejemplo,
a) ¿Qué cree usted acerca de la responsabilidad de llevar un inconverso a la iglesia?
b) ¿Debe una iglesia dejar que predique y que ejerza cierta autoridad?
c) De los textos tratados, ¿Cree que hay una postura moderna que el eterno Dios no
consideró cuando la Biblia se escribió hace tantos siglos?
d) ¿Qué postura cree usted que debemos tomar esta iglesia ante lo que enseña la Biblia
en cuanto a un neófito?
Como puede verse, cuando se unen varias preguntas —una sobre la otra— refuerzan el
argumento tratado.
Dice Ramesh Richard:
La conclusión es la parte final de un sermón, por lo tanto debe ser el clímax de lo dicho.
En la conclusión el predicador repite o vuelve a dar en otras palabras el propósito
central del sermón para que los oyentes puedan reenfocar su pensamiento en lo que
Dios espera de ellos. La conclusión tendrá dos factores o elementos principales,
cohesión y resolución. Cohesión: la audiencia escucha en breves y concisas oraciones
los puntos importantes del mensaje repetidos. Resolución: la audiencia ahora puede
reconocer que el propósito del mensaje fue alcanzado.7

Comentarios finales
Como dice Bryan Chapel, presidente del Seminario Teológico del Pacto, en Saint
Louis: Nuestras mentes necesitan la explicación de lo que la Biblia dice para que sepamos
que hemos captado los pensamientos y las normas de Dios. Nuestros corazones necesitan
las ilustraciones que puedan tocar nuestras emociones o alumbrar nuestras imaginaciones
para mostrarnos que nuestro Dios no es un ser frío y lleno de ideas abstractas. Necesitamos
aplicación para poder tener la confianza de que actuamos de acorde con la voluntad de
Dios, o de que nos falta ajustar nuestra forma de vivir para seguir correctamente en sus
caminos.
El que quiere ser un buen predicador tiene que aprender a buscar todo tipo de
ilustraciones, aquellas que hacen lucir su prédica. En una ocasión el presidente Abraham
Lincoln dijo:
Dicen que cuento muchos relatos, y es cierto. Es que he aprendido al pasar de los
años y de la larga experiencia que la gente promedio capta su sentido fácilmente, y por
medio de las ilustraciones aprenden mucho más de lo que quieren admitir los que me
critican, por lo tanto no me importa lo que digan de mis cuentos.
Las ilustraciones, sean estas graciosas o serias, son sencillamente herramientas con las
cuales martillamos verdades en las mentes de los que nos escuchan. Representan el mejor
medio que tenemos para enseñar las grandes verdades que Dios nos ha dado. Al recordar
las anécdotas, el público las asocia con las grandes verdades divinas, y se las lleva atadas a
su corazón.

77 Op. cit., p. 131


CAPÍTULO 7

¿Por qué necesitamos buenos predicadores


hoy?
Nos oponemos a los que descargan domingo tras domingo un chorro de
palabras sin peso espiritual.

SIETE
¿Por qué necesitamos buenos
predicadores hoy?
¿Quién ha estado en el consejo del Señor y oyó su palabra? ¿Quién ha
prestado atención a su palabra?
Mi pueblo es destruido por falta de conocimiento.
Jeremías 23:18 y Oseas 4:6
En una visita que mi esposa y yo hicimos a la Argentina, unos amigos nos invitaron a
una presentación cinematográfica producida originalmente en el país. La obra trataba del
robo de una mina de diamantes —si mal no recuerdo. Los delincuentes fueron tan hábiles
en su hazaña que la policía no pudo encontrar rastros ni huellas de ningún tipo para
acusarlos, ni mucho menos para condenarlos como sospechosos. Para atraparlos, la fuerza
pública se limitó a una vigilancia constante, esperando un descuido, algún tropiezo que los
descubriera. La pista de la obra seguía uno por uno a los presuntamente culpables.
El primero fue atrapado por vender clandestinamente uno de los diamantes a un joyero
que en realidad era un agente de la ley encubierto. Otro le hizo confidencias a su novia,
contándole detalles de su delito; por supuesto, ella lo delató. El tercer delincuente,
consciente de que la policía usaba toda la astucia a su alcance para crear las circunstancias
de modo que cayera en sus trampas, determinó que de ninguna manera lo iban a descubrir.
Ese secreto y ese tesoro lo protegería con toda la habilidad que poseía.
Lo que más temía este último ladrón era decirle algo a un amigo, además pensaba que,
quizás bajo tortura, la policía lo forzara a hablar, o aun por medio de drogas o químicos
inyectados en un interrogatorio lo hicieran confesar su culpa. Así que fue a la cocina y
tomó un cuchillo. Lo afiló y, sacando su lengua con una mano, se la cortó.
Mi señora y yo nunca supimos el fin de la historia, pues con las gotas de sangre que
brotaron de la boca del presunto delincuente, salimos corriendo del salón.

El problema de las palabras sin sentido


Observarán que quiero tocar el tema de algo que algunos, jocosamente, llaman el bla,
bla, bla de los predicadores. Es cierto que hay unos que desde el púlpito descargan
domingo tras domingo un chorro de palabras sin peso espiritual —en Norte América llaman
a esto ¡verborrea! Tenemos que admitir, la mayoría de nosotros los predicadores, que
podemos recordar ocasiones cuando fuimos culpables de tales descargas ineficientes desde
el púlpito.
Conozco a muchos pastores, sin embargo no sé de uno que se haya cortado su lengua
por temor a decir lo que no debía desde su plataforma. Es interesante observar que Jesús
nos dice que por nuestra propia boca nos estamos condenando (Mt 12:36). Quizás con un
sermón habremos cumplido algún requisito eclesiástico dominical, pero ¿le habremos
faltado a Dios y a nuestra congregación hablando vanidades? Si nos hemos parado
livianamente ante el pueblo de Dios merecemos el reproche de Jeremías:1
¿No es mi palabra como fuego, dice Jehová, y como martillo que quebranta la piedra?
Por tanto, he aquí que yo estoy contra los [pastores], dice Jehová, que hurtan mis
palabras [se roban los sermones] cada uno de su más cercano. Dice Jehová: He aquí
que yo estoy contra los [pastores] que endulzan sus lenguas y dicen: Él ha dicho. He
aquí, dice Jehová, yo estoy contra los que profetizan sueños mentirosos, y los cuentan,
y hacen errar a mi pueblo con sus mentiras y con sus lisonjas, y yo no los envié ni les
mandé; y ningún provecho hicieron a este pueblo, dice Jehová.

El problema de los mensajes preferidos


Esa Palabra divina, que como martillo divino puede descender en cualquier lugar para
quebrantar las piedras más duras, si es ignorada por nosotros los predicadores, si es mal
usada de manera que pierde su efecto, ¿qué nos dirá el Señor? Seguramente descenderá
sobre nosotros mismos por no haber estudiado debidamente, por no haber tomado el tiempo
necesario para aplicar esa Palabra al mundo encadenado en sus pecados. Cuando nuestra
lengua inventa y proclama lo que no ha venido de Dios, como si hubiera sido de Él,
entonces viene la denuncia divina. No hemos cumplido con nuestro potencial, no hemos
aprendido a guardar nuestra lengua para no decir falsedad. En lugar de cortarnos la lengua
(hablamos figurativamente), lo que ha salido de nuestra boca ha sido un río de palabrería
con cuestionables repercusiones.
Sé de lo que hablo. Hace poco me invitaron para dar un devocional a los empleados de
una compañía cristiana. Acepté la invitación y, sin mucho pensar, saqué de mi archivo «un
mensajito» que opiné sería apropiado, sin darle más importancia. Fui, pero mi lengua me
denunció: le fallé a Dios, le fallé a la empresa que me había invitado, y les fallé a los
empleados que asistieron esperando oír algo especial de labios de un ministro del
evangelio. ¿Cómo les fallé? Pensando que un sermón viejo serviría, que no era necesario
pasar tiempo preparándome, asumiendo que mi archivo podría satisfacer aquella
oportunidad, fui en nombre de mis fuerzas y con mis propias palabras. No les llevé una
palabra de Dios. Fui y cumplí mecánicamente, pero olvidándome de quién era (una persona
llamada por Dios para declarar su mensaje).
Malaquías, en su profecía, denuncia a los pastores precisamente por la manera liviana
en que a veces ejercen su servicio a Dios. Seguro es que cuando como pastores
comenzamos a permitir imperfección en nuestro trabajo y ministerio, esa imperfección se
convierte con facilidad en hábito. Dios demanda arrepentimiento y temor, de manera que
eso nos impide servirle indignamente. Consideremos la denuncia del profeta:2

11 Jeremías 23:29-32.
Si yo soy Señor, ¿dónde está mi reverencia, oh sacerdotes que menospreciáis mi
nombre?, os ha dicho Jehová de los ejércitos. Vosotros decís: ¿En qué hemos
menospreciado tu nombre? En que ofrecéis sobre mi altar pan indigno. Pero diréis:
¿Cómo es que lo hemos hecho indigno? Pensando que la mesa de Jehová es
despreciable. Porque cuando ofrecéis un animal ciego para ser sacrificado, ¿no es eso
malo? Lo mismo, cuando ofrecéis un animal cojo o enfermo. Preséntalo a tu
gobernador. ¿Acaso se agradará de ti? ¿Acaso se te mostrará favorable?, ha dicho
Jehová de los ejércitos.
Igual lo hizo Ezequiel en su día (Ez 13:8). Por tanto, como pastores necesitamos evaluar
nuestra palabras para estar seguros de que no «hablamos vanidades». Necesitamos
criticarnos a nosotros mismos para no ser «pastores que destruyen y dispersan las ovejas
[del] rebaño» (Jer 23:1). Al no tener mensaje de Dios, temamos la tendencia de sustituir
con palabras vacías lo que Dios hubiera querido que su pueblo oyera. Hemos sido llamados
para dar al pueblo de Dios contenido espiritual, para dar dirección correcta e instrucción
divina al pueblo.

El problema de la modernización de nuestro mundo


En los próximos párrafos, para enfatizar la importancia de ensalzar esta poderosa
Palabra de Dios en nuestros sermones, quiero tomar unas ideas que salen de un análisis que
hizo el teólogo David F. Wells de Gordon–Conwell Seminary en su libro Losing our
Virture3. Pudiéramos opinar que introduzco material que no tiene nada que ver con la
predicación, y mucho menos con el tema de este libro: Cómo ilustrar sermones. Al
contrario, tomaré el espacio necesario para hacer ver la íntima relación que existe entre
nuestra cultura y la gran necesidad de sermones que lleguen a los creyentes con impacto y
poder.
Wells analiza al continente norteño. A su vez, de lo que él nos dice yo buscaré algunos
paralelos que hay con nuestra cultura latina. Tomaré esas semejanzas para rehacerlas y
aplicarlas a nuestro mundo hispano. Aclaro que el génesis de los conceptos vienen de
Wells, no son míos, aunque al repetir sus conceptos usaré experiencias personales para
mostrar parentescos. Mi esperanza es que este estudio nos ayude a comprender por qué la
Iglesia ha cambiado tanto —incluso el contenido de la predicación— en estos últimos 20
años.
En una escala sin precedentes estamos viendo el nacimiento de una cultura mundial
nueva. Esta cultura no viene como resultado de conquistas, como sucedía en el pasado, sino
ahora de lo que llamamos urbanización. Por ejemplo, cuando inicié mi ministerio en Cuba
en 1953, el ochenta por ciento de la gente en nuestro mundo latinoamericano vivía en el
campo. Ya, para fines de este siglo, ese mismo porcentaje vive en las ciudades —y somos
manejados por el capitalismo, es decir, producimos efectos mercantiles o prestamos
servicios (mecánicos, vendedores, secretarias, etc.) que son básicos para la vida moderna. A
su vez, apreciamos todos los adelantos e inventos que nos ha traído el capitalismo. Sabemos
que los sistemas de nuestro mundo capitalista no podrían funcionar adecuadamente a no ser

22 Malaquías 1:6-9.

33 David F. Wells, Losing Our Virtue [La pérdida de nuestra virtud], Eerdmans, Grand Rapids,
Michigan, 1998, pp. 23-30.
por el avance fenomenal de la tecnología, por ejemplo, la computadora. Pero en cosas e
inventos no se ha detenido nuestra sociedad. ¿Se ha puesto a pensar en los cambios sociales
—y morales— producidos por el invento del automóvil? La autonomía, la independencia y
las posibilidades que solo ese invento nos ha dado.
La tecnología también está transformando nuestro mundo por medio de las
comunicaciones. La televisión nos muestra cómo viven, hacen y piensan los que viven en
otros continentes —reduce el mundo y nos lo mete en la misma sala. La televisión no solo
nos muestra costumbres e ideas nuevas, modos distintos de vivir y pensar; nos va
moldeando poco a poco e insistentemente a formar parte de esa nueva cultura universal. Es
decir, nos convence de lo correcto y conveniente que es nuestra cultura. Cuando nos damos
cuenta de que la persona promedio ve cinco horas de televisión al día, nos percatamos de su
potencia para cambiarnos. Ahora llega el Internet que nos permite conversar e intercambiar
directa e instantáneamente con cualquiera, no importa donde sea que viva en este globo
terrestre.
Las ciudades en que vivimos también cambian la manera en que pensamos acerca del
mundo. Allá en el campo nos conocíamos todos. Si no nos gustaba una familia, la hacíamos
de lado. Pero hoy en la ciudad, dado que la gente vive encima una de la otra en esos
gigantescos apartamentos, o las casas están aplastadas unas contra las otras, no hay manera
de eludir a los vecinos. Es interesante ver que un número creciente de ellos vienen de otros
países, con nuevas costumbres, comidas y con nuevas y peculiares creencias. Ya que
nuestra religión es distinta a la de ellos y las normas y los tratos distintos —¡para no
ofender!— comenzamos a vivir privadamente nuestra propia religión. Así mismo
esperamos que ellos vivan su religión en la privacidad, pues lo de la creencia de uno debe
ser algo personal y privado.
¡Ajá! Sin que nadie nos lo enseñe, hemos adoptado el secularismo: extraer del vivir
público cualquier cosa que tenga que ver con Dios y la piedad. El problema es que al no ser
pública nuestra vida espiritual, pronto ni en privado la vivimos.
Hace veinte años nadie pudo haberse imaginado el mundo como es hoy. Como estos
llamados «avances» interactúan entre sí, y se alimentan mutuamente, pronto producen un
mundo totalmente distinto al del pasado. Deténgase un instante y piense cómo vivíamos
hace solo veinte años y los cambios radicales que hemos experimentado. Pocos se quedan
para vivir en la misma ciudad toda la vida. La gente se muda con una facilidad y frecuencia
nunca antes pensadas. Cambian de empleos. Cambian de cónyuge. Cambian de vestido. Se
van a otra iglesia. Se cambian de moda. Lo que vale es lo nuevo; lo viejo se deshecha. Nada
es permanente. Como que el «cambio» es la clave dictatorial para nuestra nueva
modernidad, se llega a asumir (¿inocentemente? —quizás algunos hasta de manera
inconsciente) que lo viejo no tiene valor: ni la vieja generación, ni los viejos valores, ni la
vieja moral, ni la vieja iglesia, ni la vieja Biblia, ni el viejo Dios. Todo tiene que ser nuevo.
Nada del pasado sirve. Y como que parte de nuestra vida nueva requiere deslealtad (para
poder hacer tantos cambios), ideas de lealtad y fidelidad llegan a ser como cadenas que
tenemos que romper.
Lo fascinante es que el hombre promedio, al pensar de este mundo nuevo y moderno, se
cree que vive en la más civilizada generación que ha existido sobre la tierra. Mira los
progresos de la medicina, los inventos de la industrialización, la increíble tecnología, la
aviación con su facilidad de llevarnos tan velozmente a cualquier parte del mundo, mira los
sistemas de comunicación desde la radio hasta la cibernética, y concluye que somos los más
inteligentes, los más capaces, los más expertos, los más sabios, los superiores, los más
felices de todos los que hasta aquí han vivido.
Miden la vida en base a parámetros cuantitativos en lugar de cualitativos. Se olvidan
(quizás por no conocer la historia del mundo) que este moderno mundo ha eliminado la
variedad para crear un mundo monótono. Por todas partes se toma la misma Coca-cola, se
visten los mismos jeans y camisetas, se luce la misma moda, se usan los mismos colores, se
montan los mismos autos, aviones, barcos y trenes, se oye la misma música, se escuchan
los mismos programas de radio (aunque en distintos idiomas), se ve la misma televisión, se
disfruta de las mismas películas, se vive de la misma forma. Y hay aquellos que quieren
hacer de la Nueva Era la religión mundial. ¿Se puede llamar toda esta monotonía
«avance»? ¡A Dios gracias que no se come la misma comida… todavía!

El problema de la irreligiosidad de nuestro mundo


Somos la primera civilización importante de la historia que a propósito se establece sin
fundamentos religiosos. Toda otra civilización importante —sea la islámica, la hindú, la
católica, la protestante— siempre ha tenido una fuerte base religiosa. La civilización
moderna hace alarde de ser irreligiosa. Por ejemplo, un creciente número de nuestra
juventud moderna se jacta de no creer en absolutos morales. Es decir, no creen que el
adulterio o la fornicación es pecado, ni que la mentira, ni aun el robo (aun si no perjudica a
nadie) es malo. La conducta moral la establece el individuo de acuerdo a la situación, no la
establece la Iglesia —ni mucho menos la Biblia. Además, de que haya una verdad absoluta,
universal, venida de Dios, es aceptado. Al contrario, tales conceptos son absurdos. Hay
muchas verdades. Cada sociedad tiene su propia verdad. Nadie —ni nosotros los cristianos
— tiene derecho de imponer sus reglas o sus creencias sobre otros, como si lo que ellos
creen fuera la única verdad. Toda creencia tiene igual valor. Nadie puede pretender que
haya una verdad que debe ser aceptada por todo hombre en todo lugar y en todo tiempo.
Al propagar este tipo de creencia, se ha creado un vacío espiritual en el mundo, pues no
se puede levantar un concepto por encima de otro. Lo único aceptado como legítimo para
todos es el placer. Disfrutar de la vida, gozar de la vida. No hay nada más para darle sentido
a la vida, sino el placer. El único con el derecho de imponer algo es el estado, pues a través
de los jueces y la policía se controlan los excesos.
Como se ve, al parecer la Iglesia ha perdido su poder para juzgar, para castigar y para
imponer normas morales. Estos derechos han pasado al individuo y al estado.

El problema del mundo que invade nuestros hogares


La invasión que ha afectado a nuestro hogares ha sido insidiosa, aunque ciertamente no
silenciosa. Efectuó su entrada el día en que compramos un televisor. Recuerdo, cuando
joven, que se nos prohibía ir al cine, a veces con dichos insensatos, como: «Si vas al cine va
a regresar Jesús en las nubes y allí en el teatro te dejará». Temblábamos al cruzar por el
frente de un cine, sin ni aun atrevernos a leer los carteles pecaminosos, al contrario,
mirábamos hacia arriba, al cielo, para ver si acaso Jesús se asomaba. Pero ahora, ¿qué ha
pasado? Un aparato en el lugar más central de la sala proyecta exactamente las mismas
películas —a veces algunas mucho peores— y ahí inmóviles las tragamos todas.
«Oh, incongruencia, ¡eres una joya!» decía el sabio Shakespeare, sin imaginar que
nosotros los evangélicos seríamos los más incongruentes con nuestras reglas morales.
Ese aparato nos hace posible viajar por el mundo sin límites de distancia ni de idiomas.
Nos abre la puerta al pensamiento más raro y a las costumbres más extrañas, al punto que
ya nada nos parece ni raro ni extraño. A don Francisco lo hemos hecho más real y atractivo
que a los vecinos del barrio, y a Sábado Gigante el entretenimiento más gustoso de la
semana —preferible antes que el culto dominical. Ya, al ver cómo se visten (o dejan de
vestirse) las chicas en la televisión, ese modo de vestir es el mismo que lucen nuestras hijas
en las calles. Y la lujuria en los ojos de los hombres que las admiran, es la manera aceptable
de ver al sexo opuesto.
En nuestros hogares, por medio de un simple aparato, ha penetrado el mundo, y lo
tildamos de «avances técnicos». Por esa pantalla —y no desde el púlpito— fluyen los
conceptos de moralidad, de conducta, de pensamiento, de modernidad. Ese pequeño aparato
toma el pensamiento de la gente más impía —antidiós— del mundo y las filtra, pedacito
por pedacito, a nuestras salas en maneras que las podemos saborear, masticar y digerir, sin
darnos cuenta de lo lejos que están de Dios y su Santa Palabra.
Con un poder casi omnipotente nos dominan esas imágenes que destellan hora tras hora,
día tras día. Nuestra frágil psiquis, bajo el peso de tanta información, rápidamente pierde su
capacidad para discernir entre lo bueno y lo malo.
¿Qué posibilidad tiene el pastor, una vez a la semana, de contrarrestar toda esa falsedad
en cosa de una hora? Lo que hemos estado viendo, escuchando y aceptando un promedio de
ochenta y seis horas a la semana es tan persuasivo que, cuando oímos la verdad divina los
domingos, nos es casi imposible reconocerla como verdad de Dios.
Bajo tal influencia, ¿quién gana? ¿Dios o el mundo?
Pregúntele a un joven cristiano promedio lo que opina acerca del divorcio. Hoy, para la
mayoría es una opción aceptable, a pesar de que Dios dice que «odia» el divorcio (Mal
2:16). Pregúntele lo que opina del sexo fuera del matrimonio, diría que eso no es pecado,
no importa lo que Dios dice. Pregúntele respecto a la mentira, el alcohol, la danza, las
drogas, el placer y encontrará que para él todo es relativo, no hay una verdad absoluta.
Pregúntele acerca de lo más importante en la vida, diría que es gozarse, disfrutar de la vida.
Hoy, ¿a quién se le ocurre que lo más importante de la vida es agradar a Dios y buscar la
voluntad de Él? La gran mayoría de las respuestas de la juventud cristiana moderna a las
preguntas fundamentales de la vida es mucho más afín a lo que creen los no creyentes que a
lo que enseña la Palabra de Dios.

¿Por qué esta exposición?


Simplemente para apuntar la increíble importancia de la predicación en nuestros días.
Hace falta nuevamente estimular la reverencia ante el púlpito como el lugar central
seleccionado por Dios para que sus santos escogidos hablen al pueblo. Hoy día ese púlpito
está comprometido por mensajeros que Dios no ha llamado, por entretenimientos que Dios
no ha ungido, por sustitutos que Dios no ha escogido como medios para hablar a su pueblo.
Necesitamos hombres de Dios, que cuando suban al púlpito nadie dude de que Él los ha
enviado para hablar en su lugar. Hombres autorizados por Dios, llenos de la Palabra de
Dios, que con sabiduría y capacidad puedan para hacer volver el pueblo a Dios. Hoy día,
¿dónde están esos pastores?

Conclusión
Por tanto, pastores, oíd palabra de Jehová: Vivo yo, ha dicho Jehová el Señor, que por
cuanto mi rebaño fue para ser robado, y mis ovejas fueron para ser presa de todas las
fieras del campo, sin pastor; ni mis pastores buscaron mis ovejas, sino que los pastores se
apacentaron a sí mismos, y no apacentaron mis ovejas; por tanto, oh pastores, oíd palabra
de Jehová. Así ha dicho Jehová el Señor: He aquí, yo estoy contra los pastores; y
demandaré mis ovejas de su mano, y les haré dejar de apacentar las ovejas; ni los pastores
se apacentarán más a sí mismos, pues yo libraré mis ovejas de sus bocas, y no les serán
más por comida.
Porque así ha dicho Jehová el Señor: He aquí yo, yo mismo iré a buscar mis ovejas, y las
reconoceré. Como reconoce su rebaño el pastor el día que está en medio de sus ovejas
esparcidas, así reconoceré mis ovejas, y las libraré de todos los lugares en que fueron
esparcidas el día del nublado y de la oscuridad … Yo apacentaré mis ovejas, y yo les daré
aprisco, dice Jehová el Señor. Yo buscaré la perdida, y haré volver al redil la descarriada,
vendaré la perniquebrada, y fortaleceré la débil; mas a la engordada y a la fuerte
destruiré; las apacentaré con justicia
(Ezequiel 34:7–12, 15–16).

APÉNDICE
Acerca de las ilustraciones
Dr. Osvaldo Mottesi1

La ilustración2
Entre los materiales para la elaboración de sermones, este es uno de los recursos más
importantes y necesarios para hacer de la predicación una comunicación eficaz. Según las
estadísticas, el estudiante latinoamericano promedio durante sus años de escolaridad pasa
ante las pantallas de cine o televisión quince mil quinientas horas, muchas más de las que
pasa en las aulas de clase. El joven estadounidense se devora al año dieciocho mil páginas
de historietas (comics). La venta y especialmente el alquiler de videocasetes alcanza
proporciones imposibles de cuantificar a nivel mundial. La venta anual de discos sobrepasa
la astronómica cifra de los quinientos mil millones anuales en el mundo; número este
superado por la venta de audiocasetes.3

1
1 Osvaldo Mottesi, Predicación y misión, LOGOI, Inc., Miami, 1989, pp. 249-257.

2
2 Sobre este tema reconocemos las influencias recibidas a través de la lectura de James D.
Robertson, Ilustraciones para sermones y el uso de fuentes de consulta, Rodolfo G. Turnbull (ed.
gen.), Diccionario de la Teología práctica: Homilética, op. cit., pp. 27-37, y F.D. Whitesell y L.M.
Perry, op.cit., pp. 67-76.
Estamos viviendo cada vez más en una sociedad saturada de imágenes y sonidos.
Experimentamos el paso acelerado de una civilización verbal a otra visual y auditiva. A
esto se agrega lo que las ciencias de la comunicación y la educación han comprobado. Esto
es, que captamos conocimientos a través de nuestros cinco sentidos, según los siguientes
porcentajes: ochenta y cinco por ciento por lo que vemos, diez por ciento por lo que oímos,
dos por ciento por lo que tocamos, uno y medio por ciento por lo que olemos, y uno y
medio por ciento por lo que gustamos.
Es por ello que predicar exige un lenguaje pictórico. Las congregaciones están cada vez
más habituadas a la imagen mental. El uso del lenguaje abstracto condena la predicación
al fracaso. Esto no es un problema meramente comunicativo, sino también teológico. No es
solo que nuestros oyentes no entiendan o que les cueste demasiado seguir los argumentos
puramente abstractos y por consiguiente se aburran y desconecten de la predicación, sino
que nuestro Dios se revela a la humanidad a través no de abstracciones sino de personas y
situaciones concretas de la vida diaria. Las grandes afirmaciones de la fe cristiana nos
llegan en forma de símbolos tales como la cruz, el bautismo y la santa cena. Nadie puede
comunicar adecuadamente las verdades del evangelio sin hacer uso de alguna clase de
imágenes que reflejen lo concreto. Somos desafiados, en esta generación alimentada en
base a películas, saturada por la radio y bombardeada por ritmos frenéticos, a predicar
vívidamente, transformando el oído en ojo, ilustrando, pintando cuadros que fijen
gráficamente en la mente las verdades de Dios. Alrededor del setenta y cinco por ciento de
las enseñanzas de Jesucristo en el Nuevo Testamento contienen algún tipo de elaboración
pictórica. Predicar a través de imágenes, es decir, utilizando ilustraciones, es usar el método
con el cual Jesucristo predicó y enseñó las verdades centrales de la fe cristiana.
Las ilustraciones pueden surgir de una sola palabra, una frase breve, una oración
gramatical completa, o uno o varios párrafos. La extensión no es lo más importante, aunque
la brevedad y precisión son virtudes de toda buena ilustración.
Por otra parte, la experiencia nos enseña que los predicadores que manejan un lenguaje
claro, preciso y significativo tienen menos necesidad de recurrir a las formas más
tradicionales de ilustración. Su propio lenguaje, lleno de figuras, se constituye en un
constante material de apoyo. Para muestra, damos un ejemplo del predicador Cecilio
Arrastía, maestro en cuanto al uso del lenguaje figurado: «Jesucristo es la esquina de la
historia, donde Dios tiene una cita con el ser humano». Cultivar un lenguaje ilustrativo,
pictórico, es hacer de toda la predicación una constante ilustración de nuestros temas.
Son numerosos y variados los tipos de ilustraciones útiles para la predicación que están
a nuestro alcance. La mayoría pertenecen a géneros literarios que se encuentran en la
Biblia. Luego de considerar las opiniones de diversos homiléticos al respecto, nuestra lista
de tipos de ilustraciones, la cual es obviamente incompleta, nos ofrece nueve alternativas
que consideramos válidas:
a. El símil lo constituyen palabras o expresiones de carácter pictórico. El símil afirma
que una cosa es como la otra y consiste en la comparación directa que se hace entre dos
ideas o realidades, por la relación de semejanza o similitud, que hay entre ellas en uno o
varios de sus aspectos. Encontramos muchos ejemplos en el Antiguo y Nuevo Testamentos.
Jesucristo utilizó constantemente el símil. Un buen ejemplo es: «¡Cuántas veces quise

33 Estadísticas presentadas en la mesa redonda «Nuestras interrelaciones educativas», en el


Seminario de Medios de Comunicación Social auspiciado por la UNESCO en Ciudad México, del 4 al
9 de diciembre de 1986.
juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste!» (Mt
23:37).
b. La metáfora, que es la figura literaria por excelencia en la lengua española, consiste
en palabras o expresiones que dicen que una realidad es la otra. Es decir, se traslada el
sentido de una persona o cosa a otra en virtud de la relación de semejanza estrecha que hay
entre ellas. Como en el caso de los símiles, las metáforas son numerosas en la Biblia y
constituyen uno de los recursos retórico-literarios más utilizados para ilustrar en la
enseñanza y predicación de Jesucristo. Para muestra, solo un par de ejemplos: «Yo soy el
buen pastor, el buen pastor su vida da por las ovejas» (Jn 10:11); «Vosotros sois la luz del
mundo» (Mt 5:14a). Es impresionante e iluminador el hecho de que en el sermón del monte
podemos encontrar cincuenta y seis metáforas.
c. La analogía funciona, en la ilustración, sobre el principio de que realidades o
situaciones que se asemejan en ciertos aspectos, lo harán también en otros. Esto no debe
confundirse con la comparación. En la analogía solo hay similitud entre dos o más
atributos, circunstancias, o efectos. El parecido es en forma proporcional. Por ejemplo, los
filósofos antiguos, preocupados por el sentido total de la vida humana, al observar que la
mariposa, viva y bella, emergía de una crisálida aparentemente muerta y poco atractiva,
decidieron por analogía que el alma viviente del ser humano emergería en forma similar de
su cuerpo muerto. Es decir, su observación de ciertas leyes naturales los llevó, a través del
paralelismo analógico, a formular argumentos antropológicos. Por ejemplo, según
Jesucristo, el acto de evangelizar es análogo al de pescar, y para Pablo, el evangelio es
análogo a la dinamita. Con James Crane concordamos en que uno de los mejores, sino el
mejor ejemplo del uso de la analogía en Jesucristo es: «Y como Moisés levantó la serpiente
en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado, para que todo aquel
que en Él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna» (Jn 3:14–15).
d. La parábola es, etimológicamente, la combinación de dos vocablos griegos: para, la
preposición que significa «al lado de, junto a»; y ballein, el verbo «echar o arrojar». Juntos
significan aquello que se coloca al lado de otra cosa, para demostrar la semejanza entre las
dos. En resumen, parábola significa semejanza. La parábola es semejante al símil, pero sus
detalles se han ampliado como narración. En un sentido, la parábola es la extensión del
símil. Es una historia concreta y fácilmente comprensible de lo cotidiano —real o
imaginario— a fin de ilustrar una verdad que, quien la usa, quiere hacer clara y central en
sus oyentes. La parábola se compone normalmente de tres partes: la ocasión, la narración y
la aplicación o lección espiritual. La parábola enseña siempre una sola verdad central,
exactamente como todo otro tipo de buena ilustración en el sermón. Cuando la verdad del
sermón se ilustra objetivamente a través de una historia en apariencia inocente, y se
ejemplifica en la vida de alguien o algunos, su moraleja puede obrar positivamente sobre
los oyentes. La parábola bien construida no necesita explicar ni moralizar, puesto que estas
funciones deben estar implícitas en la sí misma. Jesucristo no solo utilizó parábolas
constantemente, inspiradas en la naturaleza y en la vida social, política y doméstica, sino
que también perfeccionó este género retórico-literario. Sus parábolas son ejemplos notables
de ilustración, por su fuerza, equilibrio estructural y economía del lenguaje. La preparación
de parábolas como material de ilustración para nuestros sermones, es una tarea difícil, pero
su uso, en los casos no muy numerosos en que se hace posible, vigorizará el carácter
pictórico y docente de la predicación.
e. El suceso histórico es la imagen forjada en palabras sobre características de algún
personaje o situación de la historia, preferiblemente de nuestros pueblos, que ofrezca
ejemplos sobre aspectos de nuestros temas, aun en relación con manifestaciones de la
providencia de Dios a través del devenir humano. Esto último obliga a la prudencia y
cautela extremas en el uso de este tipo de ilustraciones. Además, somos llamados a buscar
tales recursos en nuestra propia historia, pletórica de material ilustrativo. Los libros de
ilustraciones, por ser hasta el presente en su mayoría traducciones del inglés, aunque
proveen gran número de referencias a hechos históricos, estos son muchas veces
desconocidos y encima, completamente ajenos a los intereses de nuestras congregaciones.
Lo mismo se aplica a las anécdotas ilustrativas, que a continuación comentaremos.
f. La anécdota es el relato breve de un hecho curioso, poco conocido y modelador, ya
sea sobre personajes y situaciones reales o imaginarias. Su valor descansa no tanto en su
interés histórico o biográfico como en sus características narrativas, basadas más en lo
inusual que en lo moral. Es lo fuera de lo común lo que, por vía de ejemplo, ofrece la
lección espiritual. Este recurso muy usado en nuestros púlpitos, requiere selección y
formulación cuidadosas. Uno de los peligros de la anécdota es su degeneración en fábula.
Esta, en su significado negativo, es la narración falsa, mentirosa, de pura invención, carente
de todo fundamento. Es la ficción artificiosa con que se encubre o disimula una verdad.
Aparece en casi toda la literatura de género mitológico. El uso más positivo de la fábula es
como composición literaria, generalmente en verso, en que por medio de una ficción
alegórica y la representación de personas humanas y de personificaciones de seres
irracionales, inanimados o abstractos, se da una enseñanza útil o moral. Entre las
colecciones más conocidas por nuestra gente están las fábulas de Esopo, Samaniego y Hans
Christian Andersen. El púlpito, opinamos, no es lugar para la fábula. Las anécdotas, ya sean
reales o imaginarias, pero válidas por su relación directa y ejemplificadora con las verdades
del evangelio y las necesidades humanas, tienen un lugar valioso en la predicación.
g. La poesía es un género literario muy utilizado, con propósito ilustrativo, en la
predicación. La buena poesía no solo contiene los pensamientos más sublimes que puede
concebir la mente sino que además penetra y expresa las complejas profundidades de la
naturaleza humana. Tanto los clásicos de todos los tiempos, como la poesía contemporánea,
en sus expresiones cristianas como en el amplio mundo de lo llamado secular, ofrecen en
nuestra lengua cervantina una fuente inagotable de material ilustrativo. Aunque en general
a nuestras congregaciones les agrada el uso de la poesía desde el púlpito, debemos ser muy
cuidadosos. Una cosa es la poesía como medio de ilustración; otra es su uso como flor,
adorno, para hacer «más bonito» el sermón. Por ello, a veces será sabio usar solo una
estrofa o algunas líneas del poema que ilustren el aspecto del tema en cuestión. Con lo
dicho no desestimamos la belleza que el género poético agrega a la predicación; solo
apuntamos que la ética antes que la estética debe dominar nuestro mensaje.
h. El episodio o incidente biográfico es uno de los tipos de ilustración sermonaria de
mayor uso y valor. Y esto con razón, pues, como bien apunta James D. Robertson: «No hay
aspecto de la vida que no tenga paralelo en alguna biografía. Es aquí donde podemos
encontrar un ejemplo concreto para cada verdad bíblica que tiene que ver con el ser
humano».4 Un tipo especial, dentro de este género, es la autobiografía o experiencia
personal de quien predica. El caso del apóstol Pablo, quien reiteradamente usa sus propias
experiencias para ilustrar la verdad, defender su ministerio y ensalzar la gloria de Dios, es
constantemente emulado en nuestros púlpitos. Los «testimonios personales» son elementos
comunes a nuestra predicación. El peligro está cuando, quien testifica, se transforma

44 James D. Robertson, op.cit., p. 30.


inconsciente o conscientemente en el héroe de la historia. Ahí es cuando la experiencia
personal, que pretendía ilustrar una verdad, pierde su funcionalidad dentro del sermón, pues
desvía la atención de la congregación del Personaje único, en última instancia, de todo
sermón: Jesucristo, y la centra en quien predica. Las experiencias personales como
ilustraciones de nuestros sermones deben ser pocas, breves, sencillas y dirigidas con
claridad a destacar explícitamente la gloria de Dios.
i. Los medios visuales constituyen un recurso ilustrativo que es muy poco explotado en
la predicación. Si prestamos seria atención a lo ya dicho al comenzar estos comentarios
sobre la ilustración, esto es, que el ochenta y cinco por ciento del conocimiento que
captamos es a través de lo que vemos, entonces comprenderemos el tremendo valor de usar
todo tipo de objetos visibles como ilustraciones de lo que predicamos. Las posibilidades
son múltiples, y es ahí donde nuestra creatividad al respecto será probada. Desde una
simple moneda, hasta la proyección luminosa de una o varias imágenes mientras
predicamos, pasando por todo aquello que pueda ser útil para ilustrar las enseñanzas del
sermón, debemos aprovecharlo todo como material visual ilustrativo.
Hay homiléticos que incluyen, como un tipo válido de ilustración, la alegoría. Aquí
deseamos enfatizar que, así como cuestionamos anteriormente la interpretación alegórica
del texto del sermón, por los errores a los que conduce, lo mismo hacemos con el uso de
alegorías como ilustraciones. Hacemos nuestras las palabras de Cecilio Arrastía: «Le
tememos a la predicación alegórica tanto como al diablo, porque equivale justamente a la
desencarnación del evangelio».5
Los propósitos de las buenas ilustraciones son, entre otros: 1) Atraer y mantener la
atención, 2) clarificar las ideas, 3) apoyar la argumentación, 4) dar energía al argumento, 5)
hacer más vívida la verdad, 6) persuadir la voluntad, 7) causar impresiones positivas, 8)
adornar verdades majestuosas, 9) proveer descanso frente a la argumentación abstracta, 10)
ayudar a retener lo expuesto, 11) reiterar o dar variedad a la repetición de un concepto, 12)
aplicar indirectamente la verdad, 13) hacer práctico el sermón.
Sobre este último propósito, el de hacer práctico el sermón, es decir, que sus verdades
tengan relación directa y vital con la vida, más aun, con las necesidades humanas, Lester
Mathewson afirma que las ilustraciones se aplican a los principios de la vida en la siguiente
forma:
1) La ilustración ejemplifica algún principio.
2) La ilustración ayuda a ver ese principio en acción.
3) La ilustración ayuda a realizar la aplicación del principio.
4) La ilustración ayuda a demostrar la necesidad y la ventaja de ese principio.
5) La ilustración ayuda a demostrar la frecuencia del principio.
6) La ilustración ayuda a demostrar que puede haber resultados peligrosos si no se
pone en práctica el principio que ella ilustra.6

55 Cecilio Arrastía, Jesucristo, Señor del pánico, Casa Unida de Publicaciones, México, 1964, p. 8.

66 Citado en F.D. Whitesell y L.M. Perry, op.cit., pp. 72-73.


Los predicadores podemos tener diversos propósitos al usar una ilustración, y esta
puede satisfacerlos todos. La clave reside en la cuidadosa selección y elaboración de buenas
ilustraciones. Escojamos y preparemos, entonces, ilustraciones comprensibles, apropiadas,
interesantes, gráficas, breves y dignas de crédito. Huyamos de las muy trilladas, ya
conocidas de todos. Jamás preparemos un sermón en torno a una ilustración. Las
ilustraciones que necesitamos explicar, no sirven. Eliminemos toda inexactitud e
imprecisión en nuestras ilustraciones. Seamos cuidadosos en el número de ilustraciones en
cada sermón; usar la cantidad de ilustraciones apropiadas por cada división principal del
bosquejo es un buen criterio.

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