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Clase 2, Teóricos HSG 2021

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Historia Social General

Clase 2. La sociedad feudal (primera parte)

Introducción: Con esta clase entramos al tratamiento de los procesos históricos


concretos. No es intención de esta materia abordar todos los procesos históricos en su
profundidad, ni realizar una aproximación exhaustiva a toda la bibliografía existente.
Antes bien, nuestro objetivo es construir el “esqueleto” de los procesos históricos para
poder tener una aproximación a la dinámica histórica y principales características del
desarrollo histórico. Les invitamos a construir el saber sobre los procesos históricos de
manera colectiva, por lo cual esperamos sus preguntas y comentarios.

Por otro lado, y en pos de su formación integral, buscamos que los textos sean
analizados no sólo en sus contenidos sino también en sus construcciones teórico
metodológicas como una forma de acercamiento a la tarea del historiador.

La sociedad feudal: En esta clase haremos una breve reseña sobre las principales
características del mundo feudal para que les sirva de contexto para la lectura de la
bibliografía obligatoria (BIANCHI, Susana, “La sociedad feudal” en Historia social del
mundo occidental. Del feudalismo a la sociedad contemporánea. Universidad Nacional de
Quilmes. Segunda edición actualizada, pp. 29 a 42, que trabajaran con la Dra. Yolanda
de Paz y que requiere de vuestra lectura previa a la clase)

Susana Bianchi fue titular de la cátedra Historia Social


General, (FCH-UNICEN) desde 1985 hasta su jubilación en 2004. El libro que figura en la bibliografía
obligatoria es producto de su larga experiencia docente en esta materia

Lo que llamamos sociedad feudal emerge a partir de la fusión de distintos tradiciones de


la sociedad antigua hacia el siglo V o VI. Hay autores que señalan su presencia más
temprana, hacia el siglo III, o más tardía, tras la caída del Imperio carolingio, siglo IX,
(Ganshof, 1978). No obstante, hay cierto consenso que sitúa su constitución como
resultado de la crisis del imperio Romano.

La conjunción de las tradiciones romanas, “bárbaras” y el cristianismo conforman las


bases sobre la que se construirá el feudalismo, que se irá desarrollando a través de los
siglos y alcanzará su fisonomía más característica en siglo XI, momento de su
expansión y apogeo. Cuando caía el Imperio romano, los invasores germánicos se
hacían con el control de sus antiguos dominios y se iniciaba lo que tradicionalmente se
ha llamado la Edad Media. La secuencia descrita despierta en la época actual un gran
interés entre el público, consecuencia, al menos en parte, del evocador misterio que la
rodea.

Quienes hayan participado de juegos virtuales con esta temática o tengan lecturas al
respecto, pueden narrar ¿qué imagen tienen del período y de la sociedad feudal?

¿Qué ocurrió precisamente cuando en un mismo lugar y en el mismo instante temporal


coincidieron los dos primeros, es decir, romanos y germanos? Desde el siglo III el
Imperio romano se vio sumido en una profunda recesión de la que nunca se llegaría a
recuperar por completo. Esta crisis afectaría sobre todo a las provincias occidentales.
Sería entonces cuando la mitad oeste del Imperio también sufriría las incursiones
protagonizadas por diferentes pueblos de origen germánico, tales como godos, francos,
alamanes, suevos y vándalos, entre otros. El choque de dos culturas tan diferentes, de
dos mundos tan distintos como el romano y el germánico, al abrigo de un turbulento
período de graves disturbios internos, de agresiones exteriores, de una crisis política y
económica sin precedentes en el Imperio, derivaría en lo que en la época actual
llamamos Alta Edad Media, donde el cristianismo aportaría elementos culturales. Esa
fase inicial del Medievo sería testigo del nacimiento del feudalismo, mientras que el
establecimiento definitivo en la mayor parte de Europa Occidental de este sistema
político y socioeconómico tendría lugar en torno al año 1000, es decir, entre la Alta
Edad Media y lo que denominamos Baja Edad Media (siglos XI al XV). (Barreras y
Durán, 2013)

Hay cierto consenso para ubicar al feudalismo, en toda su dinámica, entre los siglo VI y
XV. Rodney Hiton, señala tres momentos (Hilton, 1984), una primera etapa de
feudalización, entre los siglo VI y X, cuando se conforman los Estados bárbaros, pero
en donde las relaciones sociales son básicamente las mismas que en los tiempos finales
del imperio romano. En este período, las aristocracias territoriales articuladas por lazos
de vasallaje dominaron al resto de la sociedad a través del monopolio de los medios de
coerción, ya que la clase terrateniente era también una clase militar y la administradora
de justicia.

A segunda fase, el feudalismo, va del siglo XI a principios del siglo XIV se caracteriza
por la consolidación del feudalismo y una expansión demográfica y territorial. Pero
también, por la expansión del mercado que más tarde sentará las bases de otro sistema.
E crecimiento de la producción para el mercado implica ciertos progresos técnicos.

La tercera fase, la expansión, se desarrolla entre el siglo XIV y XV es la etapa de la


crisis, donde hicieron eclosión los límites del sistema. La peste bubónica llegada a
Europa hizo estragos sobre una población debilitada por los ciclos precedentes de malas
cosechas, malas condiciones de higiene y salubridad y una alimentación deficiente.

Rodney Hilton. Se sugiere ver


https://introduccionalahistoriajvg.wordpress.com/2012/07/12/%E2%90%A5-rodney-h-hilton-1916-2002/

Características de la Sociedad Feudal

En efecto, como señala José Luis Romero, los ideales romanos y el cristianismo
representaban dos concepciones antitéticas de la vida. Principios como "Dar al César lo
que es del César y a Dios lo que es de Dios" resultaban inadmisibles en un Estado
autocrático donde el Emperador estaba revestido de divinidad. Los cristianos
condenaban además el fuerte realismo de los ideales romanos: desde su perspectiva,
vanidad eran la riqueza y la gloria de la "ciudad terrestre", contrapuesta a la "ciudad
celeste", la verdadera "ciudad de Dios." Pero esta concepción pudo prender en la
conciencia romana, precisamente por el escepticismo acerca de las posibilidades
terrenas que se abrían en un mundo en crisis.
Las oleadas de invasiones bárbaras y las del siglo IX (musulmanes, eslavos y magiares,
y normandos) crearon graves condiciones de inseguridad que debilitaron las monarquías
y aumentaron el poder de la nobleza. Los señores locales se autonomizaron con respecto
del poder central, se apropiaron de las prerrogativas que les habían sido delegadas, les
otorgaron carácter hereditario, y las incorporaron a dinastías que quedaron confirmadas
de hecho. Esta fragmentación llevó a que lo marcos territoriales fueran cada vez más
reducidos, ajustados a las posibilidades de ejercer una autoridad efectiva. Pero esta
fragmentación, fundamentalmente, implicaba una adaptación de la organización política
a las estructuras de la vida económica. De este modo, se afianzaron las condiciones que
permitieron el establecimiento de relaciones feudales que alcanzaron su punto de
madurez en el siglo XI (Bianchi, 2013).

El feudalismo no se dio en una forma totalmente semejante en toda Europa, aun así hay
algunas características generales que, con sus matices, abarcan a buena parte de la
Europa central. Esa región es donde se dio en su forma más clásica con la articulación
de los tres legados de manera equilibrada. En otros lugares, sobre todo en la Provenza y
en Italia, hubo un predominio del legado romano. Allí, por ejemplo, la vida urbana
nunca declinó completamente y se mantuvieron normas del derecho romano. En el Este
y en el Norte (Inglaterra, Alemania, Península Escandinava), donde los elementos
romanos se habían asentado débilmente, hubo un predominio del legado germánico: se
puede señalar, por ejemplo, la permanencia de agricultores libres organizados en aldeas.
Incluso, en Alemania, el feudalismo se consolidó recién en el siglo XII. De un modo u
otro, a pesar de diferencias de matices o de desfases cronológicos, es indudable que el
feudalismo apareció en Europa como la organización social predominante.

Estructura social del sistema feudal


Entonces, ¿Qué es el feudalismo? Es la organización de la sociedad basada en dos
grupos sociales fundamentales: señores y campesinos. Los campesinos eran los
productores directos. A ellos pertenecían los medios de producción (arados, hoces y
animales de tiro) con los que trabajaban la tierra a partir de la mano de obra familiar. Se
trataba de una economía campesina de subsistencia. Sin embargo, tenían que producir
un volumen superior ya que también tenían que proveer el sustento de la nobleza, el
clero y otros sectores que no trabajaban directamente la tierra, pasando el excedente a
esos otros grupos sociales y trabajando las tierras del señor. Aunque también hubo
asentamientos dispersos, una característica de la vida campesina, en la mayor parte de
Europa, era la asociación de familias en comunidades mayores, villas o aldeas,
remontándose a siglos las bases de esa convivencia.

Dentro de la comunidad campesina se desarrollaron formas de cooperación práctica que,


según Rodney Hilton (Hilton, 1984) formaron la base de una identidad común y
necesariamente solidaria. Esta cooperación práctica era exigida por el mismo sistema
agrícola. En los campos abiertos que rodeaban a las aldeas se entremezclaban las fajas
de terreno de las distintas explotaciones familiares y allí se trabajaba sin distinción
alguna entre las tierras de uno u otro campesino. Además, para evitar el desgaste del
suelo, se aplicaba el sistema de rotación trienal, donde las parcelas se agrupaban en tres
sectores: mientras uno se cultivaba con cereales -base de la alimentación- los otros se
dejaban en barbecho. Más allá de los campos de labranza, los bosques y baldíos podían
ser utilizados por la comunidad aldeana para la recolección y para la pastura de su
ganado. Dentro de la aldea se desarrollaban también otras actividades. En estas
economías de autoabastecimiento, el hilado y el telar eran una ocupación accesoria
común entre las mujeres campesinas. Si bien la mayoría de los campesinos eran capaces
de reparar e incluso fabricar sus herramientas, en algunos casos se requería el concurso
de especialistas. De este modo, también había artesanos más especializados en trabajar
la madera, el cuero y los metales. Entre ellos, el más importante era el herrero que
fabricaba las piezas para arados y carretas, herraba caballos y bueyes, forjaba hoces,
guadañas y cuchillos y proporcionaba los ganchos y clavos para las construcciones.
Como señala Hilton, la forja del herrero era uno de los centros de la vida rural y los
misterios de su oficio le otorgaban un prestigio casi mágico.

La comunidad campesina no era una comunidad de iguales. La estratificación surgía de


la polarización de fortunas entre quien sólo contaba con sus manos y rústicos
instrumentos para trabajar la tierra y quien contaba con una o dos yunta de bueyes, o
entre quienes tenían una parcela más extensa y los minifundistas que debían completar
su sustento trabajando en la tierra de los más ricos. Sin embargo, pese a las diferencias,
nadie dudaba de que pertenecieran a un mismo grupo social. Las barreras sociales que
los separaban de los señores resultaban infranqueable y habían sido construidas para tal
fin: evitar el ascenso social aún en los niveles inferiores de la aristocracia.

La situación de los campesinos variaba mucho: desde la de campesino libre hasta la de


siervo (es decir dependiente) pasando por distintos tipos de condición semiservil. Sin
embargo, a partir del siglo IX, en toda Europa hubo una tendencia a absorber al
campesinado libre sometiéndolo al poder señorial, generalizando los lazos de
servidumbre. Esto implicaba para los campesinos una serie de obligaciones a
cambio, teóricamente, de la protección que brindaba el señor. La principal
obligación, y la más pesada, era el pago del censo, una parte importante de la
cosecha que podían variar según las regiones y la codicia señorial. Además, los
campesinos debían realizar prestaciones personales, en las tierras del señor algunos días
de la semana o en algunas épocas del año, cuando la cosecha o la vendimia exigían más
mano de obra. A esto se sumaba el pago de distintos derechos: el de contraer
matrimonio o aún el de "heredar la condición servil" tenían que ser pagados con moneda
o con la mejor res.

¿Cuál era el fundamento del poder que los señores ejercían sobre los campesinos?
Los señores fundaban sus derechos, en parte, en el dominio sobre tierras que
habían obtenido por derecho de conquista o por otorgamiento del rey. Pero
básicamente se consideraba que esos derechos se basaban en la protección que los
señores ofrecían a los campesinos, principio que -como veremos- fue sistematizado
por la Iglesia en un modelo de orden ecuménico.
También colaboró con la conformación del dominio señorial la fragmentación del poder
real. Cuando se fragmentó el poder monárquico, lo que se fragmentó fue su capacidad
para administrar la justicia. Y ese poder que pasó a los señores bajo la forma del
derecho de ban. La costumbre establecía que el derecho de ban se ejercía sobre un
territorio que se podía recorrer en una jornada de cabalgata: allí el ejercicio de la justicia
adquiría la forma del cobro de multas y peajes e incluso de saqueos sistemáticos sobre
las posesiones de los campesinos. Para poder ejercer este derecho, los señores del ban
tuvieron que recurrir a numerosos auxiliares, los ministeriales, que participaban de los
beneficios y que por lo tanto fueron los agentes más activos de este derecho. Sin
embargo había un límite para a las exacciones: el límite estaba fijado por la costumbre y
la memoria colectiva. Si los señores intentaban sobrepasar ese límite podían surgir las
formas de solidaridad campesina y fundamentalmente las formas de resistencia que -
como ocurrió en el siglo XIV- podían desembocar en abiertas rebeliones contra el poder
señorial. (Bianchi, 2013)

La nobleza terrateniente también era una clase profundamente estratificada. Los


miembros de los niveles superiores de esa jerarquía nobiliaria, relacionados por
vínculos familiares y que controlaban grandes extensiones de tierra, dominaban toda la
sociedad incluido el resto de la nobleza. Por debajo de esa pequeña minoría, se
encontraban tanto familias nobles que contaban con cuantiosas riquezas y capacidad de
influencia como pequeños terratenientes cuyos recursos no superaban a los de los
campesinos más ricos. Pero esa jerarquía nobiliaria no mostraba una moderada
graduación: las distancias entre los escasos nobles realmente poderosos y la masa de
notables locales era muy grande. Sin embargo, como señala Hilton, estas distancia
procedía de la disparidad de riquezas y de poder, pero no una disociación en diferentes
rangos nobiliarios. Todos ellos pertenecían a la clase señorial y la distancia que los
separaba de los otros grupos sociales era abismal. (García de Cortázar, 2002)

Actividad: caracterizar:

- las relaciones de vasallaje y servidumbre.

En buena parte de Europa (sobre todo en las actuales Francia y Alemania), los
reyes fueron perdiendo cada vez más un poder político y militar que quedó en manos de
la clase feudal. A partir del siglo XI, en una amplia zona de Europa los señores dejaron
de reconocer a los reyes su derecho a retirarle las tierras que, de este modo, se
transformaron en propiedad de las grandes familias señoriales. Fue entonces cuando se
consolidó el poder de la nobleza feudal que, además del poder militar, detentaba de
manera inalienable el poder económico a través de la tierra. Así, el feudo, la unidad
básica del sistema feudal, se asentaba sobre una extensión de tierra que se hallaba en
posesión del señor y a partir de la cual se organizaban y establecían las relaciones
sociales, productivas y de poder ente dos estamentos en desequilibrio (los señores
feudales y los campesinos) la unidad más básica del sistema feudal: era una extensión
de tierra a partir de la cual se organizaban y establecían relaciones sociales y de poder
entre dos partes en desequilibrio (los nobles o sectores altos de la sociedad y los
campesinos

Esquema de la estructura de un feudo

La Iglesia y la sociedad feudal: Un rasgo de la sociedad feudal fue el alto nivel de sus
conflictos. En primer lugar, estos se dieron entre la Iglesia y los poderes seculares,
como ocurrió en la llamada Querella de las Investiduras, donde se busca delimitar donde
residía el poder. Pero también, entre los señores, el ejercicio del derecho de ban, el
establecimiento de los límites entre los distintos dominios y la permanencia de una
mentalidad heroica que consideraba al botín como el bien más legítimamente ganado se
encontraban en las bases de interminables combates. La guerra y el pillaje eran
consideradas una actividades normales para las clases señoriales. Sin embargo, desde
las últimas etapas de la feudalización, la Iglesia intervino como factor de moderación,
imponiendo lo que se conoció como la Paz de Dios. Sus reglas fueron muy sencillas: no
se podía combatir ciertos días de la semana, en fiestas religiosas o en los días de
mercado; no se podía luchar en ciertos lugares como en los atrios de las iglesias o en los
cruces de los caminos; no se podía atacar a los sectores considerados más vulnerables
como los clérigos y los pobres (Barthélemy, 2006). Es cierto que -a pesar de la amenaza
de excomunión para quienes violaran estas reglas- la eficacia de la Paz de Dios fue
relativa y que Europa no dejó de estar libre de tumultos señoriales. Sin embargo, al
imponerse algunas normas se pudieron registrar ciertos cambios en los
comportamientos. Sin duda tuvo influencia en las estructuras más profundas de la vida
económica: al evitar que se impusiera una economía basada en el pillaje, favoreció la
consolidación del feudalismo. Pero fundamentalmente, la Paz de Dios creó una nueva
moral acerca de la guerra que desvió los poderes de agresión que contenía la sociedad
feudal hacia fuera de los límites de la cristiandad. Si contra los cristianos no se podía
luchar, contra los "infieles", contra los enemigos de Dios no sólo era lícito sino deseable
combatirlos. En síntesis, de la paz de Dios derivó el "espíritu de cruzada" de esos
señores que se dirigieron a Tierra Santa en defensa de la religión. Pero hay algo más: al
bendecir a los cruzados y sus espadas, la Iglesia legitimó la función guerrera de la
nobleza feudal, transformándola en el brazo armado de la cristiandad. Esta moral
desembocó en una peculiar imagen de la sociedad que contribuyó a la consolidación de
sus estructuras. En efecto, hacia el año mil llegó a su madurez el modelo de los tres
órdenes (Duby, 1992), teoría lentamente elaborada entre los intelectuales eclesiásticos.
Esta teoría, que incluía sin dificultad las relaciones de subordinación y dependencia,
presentaba a las desigualdades sociales formando parte de un plan divino. Según su
formulación, desde la creación Dios había otorgado a los hombres tareas específicas que
determinaban una particular y jerarquizada organización de la sociedad. En la cúspide
se colocaba el primer orden, el de los oratores, el clero que tenía la misión de orar por la
salvación de todos; en segundo lugar, estaban los bellatores (del latín, bella = guerra),
es decir, la nobleza guerrera que combatía para defender al resto de sociedad; por
último, los laboratores, es decir, los campesinos que debían trabajar la tierra para
mantener con su trabajo a la gente de oración y a la gente de guerra. Este esquema se
impuso muy rápidamente en la conciencia colectiva sosteniendo un profundo consenso
acerca de cómo debía funcionar el cuerpo social: presentaba una visión organicista de la
sociedad percibida como un todo armónico, en el que cada una de sus partes
desempeñaba una función designada por Dios. De este modo, este modelo de sociedad,
que se consideraba ecuménico, se impuso con la misma fuerza de la naturaleza: era un
orden sagrado y, por lo tanto, inmutable. Permitía fundamentalmente legitimar la
explotación señorial considerada el precio de la seguridad que los señores ofrecían.

Las transformaciones de la sociedad feudal

a) El proceso de expansión (Siglos XI-XIII):


- La expansión agrícola y demográfica: hacia el siglo XI comenzaron a registrarse los
signos de expansión económica y demográfica, expansión que estaba estrechamente
vinculada con la consolidación del feudalismo y con un mayor desarrollo de las fuerzas
productivas. El aumento de la productividad se vinculó con la introducción de una serie
de perfeccionamientos técnicos, de los que los mismos señores fueron activos difusores.
El proceso no fue simple ni lineal. Es cierto que aún influía una mentalidad que
consideraba que el trabajo no era cuestión de señores. La necesidad de aumentar el
excedente permitieron introducir nuevas técnicas: los molinos hidráulicos, que
exigieron obras de desagüe o construcción de diques, el empleo de arados de hierro, el
uso de la tracción animal que permitía un aprovechamiento intensivo de las fuerza de
los animales; el herrado de los animales y un paulatino reemplazo de los bueyes por los
caballos. El aumento de la producción agrícola permitía alimentar a más gente y se
vivió un proceso de expansión demográfica, que a poco andar generó dificultades ya
que la ocupación humana se hizo excesivamente densa en las zonas más antiguamente
pobladas del área romanogermánica y las tierras se volvieron escasas e improductivas
por agotamiento. Esta situación volvió indispensable incorporar nuevas tierras a la
actividad productiva. (Duby, 1992 b) A partir de las últimas décadas del siglo XI se
comenzó entonces llevar a cabo un amplio movimiento de roturación, es decir, crear
campos de cultivo a expensas de las extensiones incultas. Esto fue posible por el empuje
demográfico, pero también por los perfeccionamientos técnicos que permitieron desecar
pantanos, encauzar ríos y, con la aparición de la sierra hidráulica, atacar bosque de
maderas duras. Los primeros movimientos de roturación fueron de iniciativa campesina.
Los campesinos primero ampliaron el claro aldeano, ganando las tierras incultas que
rodeaban a la aldea. Estas nuevas tierras se dedicaban en los primeros tiempos a las
pasturas -lo que benefició la cría de animales de tiro y mejoró el equipo de arar- y luego
al cultivo de cereales, lo que aumentó la producción de alimentos. Pero también los
campesinos iniciaron movimientos más audaces: la creación de nuevos núcleos de
poblamiento. Esto implicaba trasladarse al corazón de los espacios incultos, en los que
nadie o muy pocos habían penetrado anteriormente, para atacarlos desde su interior. Allí
los campesinos - sobre todo los más pobres, los hijos de familias demasiado numerosas
y con escasas posibilidades de sobrevivir en sus comunidades- crearon nuevos núcleos
de poblamiento y nuevos espacios para el cultivo. Los señores advirtieron las ventajas
del procedimiento y buena parte de las roturaciones comenzaron a desarrollarse por
iniciativa señorial, en una importante expansión que cubrió el siglo XII. Esto consistió
muchas veces en la apertura de nuevas tierras, muchas veces muy distantes del núcleo
originario, generalmente, en las zonas fronterizas.

- La expansión mercantil y urbana: desde muy temprano el movimiento de las Cruzadas


quedó estrechamente vinculado a una intensa corriente mercantil. Este comercio
marítimo se complementaba con el comercio por tierra que benefició sobre todo a las
ciudades-puertos del Mediterráneo como Génova, Venecia, Marsella, Barcelona. Estas
ciudades se transformaron en importantes centros mercantiles donde se concentraban los
productos orientales de lujo: especias, tinturas, orfebrería y, sobre todo, telas de
fabricación oriental. También en el norte se estableció una fuerte corriente comercial,
sobre todo en las ciudades alemanas que, a través de los pasos alpinos, se conectaban
con Venecia y otras ciudades italianas. Aparecieron así importantes núcleos como
Colonia, Brujas, Hamburgo, Lübeck que controlaban el comercio de telas, pieles, sal y
maderas duras que se extendía por el Báltico, el Mar del Norte y el Atlántico. Incluso
estas ciudades formalizaron sus relaciones para proteger la navegación, unificar los
esfuerzos y llegar a acuerdos comerciales. Así surgió esa liga de ciudades conocida
como la Liga Hanseática o Hansa Germánica. De este modo, la expansión a la periferia
permitió el surgimiento de dos grandes áreas comerciales marítimas, el Mediterráneo y
el área del Báltico-Mar del Norte, que a su vez se comunicaron entre sí por vías
fluviales y terrestres dando origen a una vasta red mercantil. Esta red tenía como uno de
sus principales centros la zona de Champagne, en Francia, en donde se desarrollaban
ferias anuales que pronto se transformaron en el principal centro del comercio
internacional. (Bianhi, 2013)

Al calor de las actividades mercantiles crecieron las ciudades: desde el S. XI y como


parte del proceso de expansión que ya hemos mencionado, las ciudades europeas
comenzaron a crecer. En algunos casos se trataba de la expansión de antiguas ciudades
de origen romano que hasta sólo se conservaban como sede religiosa y de alguna
instancia judicial.

Definir conceptos principales: Señores, campesinos, feudo

Recuerden que las clases son un acompañamiento, pero para la aprobación de la materia
es esencial la lectura de la bibliografía
BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA

Barthélemy, D: El año mil y la paz de dios: la iglesia y la sociedad feudal,


Universidad de Granada, 2006
Bianchi, S, Historia Social del Mundo occidental, UNQUI, 2013
Bonnassie, P, Bisson, T, Pastor, R y otros, Estructuras feudales y feudalismo en el
mundo mediterráneo, Barcelona, Crítica, 1984.
Duby, G (b), Guerreros y campesinos. Desarrollo inicial de la economía europea (500-
1200), Madrid, 1992
Duby, G, Los tres órdenes o lo imaginario del feudalismo, Madrid, Taurus, 1992

Fossier, Robert: Le travail au Moyen Âge, París Hachette, 2000


Fourquin, G Señorío y feudalismo en la edad media. Madrid: EDAF , 1977
Ganshof, F: El Feudalismo, Ariel, 1978
García de Cortázar, J. A. Señores, siervos y vasallos en la Europa altomedieval,
Gobierno de Navarra edición, 2002

Gibbon, E., Histoire du déclin et de la chute de l'empire romain, Ed. Robert Laffont,
París, 1983.

Gurevic, A: "El mercader" en Jacques Le Goff (ed.): El hombre medieval, Madrid,


Alianza, 1990
Hilton, R: Siervos liberados. Los movimientos campesinos medievales y el
levantamiento inglés de 1381, Madrid, Siglo XXI,

Musset, L., Las invasiones. El segundo asalto contra la Europa Cristiana, Ed. Labor,
Barcelona

Musset, L., Las invasiones. Las oleadas germánicas, Ed. Labor, Barcelona, 1967

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