1er Parte
1er Parte
1er Parte
Se está derrumbando. Antes podía decir que vivía un des.arme. Dejaba las armas.
Ayer vio como el suelo se abría en dos ante sus pies.
Por suerte sólo era una sensación.
La sensaciones a veces son impresionantes.
Le dije que quería escribir sobre el azul, atravesé todos los paisajes destinados a ese
color. Pensé incluso en el azul abandonado, y en todos los colores abandonados,
hasta que al final el abandono y el azul llegó a mi.
Pasé días llorando porque sí, o por un montón de causas que podría racionalizar,
pero ningún sentido tenía.
Abandoné muchos lugares, personas, me defendí, de algo, de mi, o algo de mi misma.
Mientras caminaba y abandonaba noté la pena que me habitaba de no llegar, de no
querer eso que podría haber sido.
Era mejor abandonar a que te abandonen, y así seguir por el sendero devolviendo la
herida rota.
Hay muchas formas de abandono, está el azul, el rojo, el naranja, el amarillo y
turquesa. Todos en color pastel porque el abandono nunca brilla por el deterioro, la
humedad y el tiempo.
Por alguna razón las casas y objetos abandonados suelen estar cubiertos por un
montón de belleza, como si existiera en ellas un gran potencial de ser re-
descubiertos. Hallados. Develados.
De vez en cuando vuelvo al mismo sueño, vivo en una casa inmensa, y es mía, pero
no conozco todas las habitaciones. En ese sueño paseo por habitaciones repletas de
objetos e historias que por alguna razón tienen que ver conmigo, aunque yo no
conozco a las personas de los retratos.
LÍNEA TEMPORAL 1
No encuentro al personaje, no sé dónde está ni en qué habitación se esconde. A
veces se asoma en el marco de una puerta y cuando abro la boca para pronunciar
palabra se escapa, se esfuma en el aire. No sé cómo hace para ser tan escurridizo.
Presiento que desea que lo busque hasta el fin. Que sea capaz de capturarlo como en
una fotografía instantánea; traduciendo a retazos, y construyéndose en instantes.
Ahora quisiera acercarme más; verle el rostro; saber cómo es la mirada, si sonríe, y
de ser así cómo.
Me gustaría sentir la textura de las manos, o al menos la de una; viajar por los surcos
que corren por la palma, Tal vez con un ojo me alcanzaría, conocería la mitad.
¿ Y si fuera ciego? ¿ Cómo se ve el alma a ciegas? Blanco. Todo blanco, pienso.
Pienso todo blanco; respiraría lento y pausado. Lo busco en la pantalla, construyó el
escenario donde se desplazará; el lugar que lo concebirá, o quizá él sea quien
descubra el lugar; el juego del espejo. Lo busco en mi pantalla mental esperando
encontrarlo en una toma. En un plano y contraplano; en tres puntos no alineados. En
dos rectas que se cortan; infinitos puntos y rectas ¿ Y el contraplano? Su plano.
Está sentado en la cama, y él es para mí una sombra borrosa, y para usted también.
Lo construímos, lo derrumbamos; y en cuanto me construyo me derrumba. Nos
queremos tanto que cuando cualquiera de los dos busca al otro, uno se aterra y sale
corriendo. Yo le pregunto, ¿acaso usted ocupará mi lugar? Él no contesta. Yo digo
que no quiero ocupar el suyo, le digo que las consecuencias serían pavorosas;
primero comenzaría a hablar como él, más tarde incorporaría sus gestos y obtendría
por efecto sus mismos problemas. No , no quiero desembocar en sus zapatos, y le
aseguro que él tampoco en los míos. Puedo verlos marrones, puestos uno al lado del
otro sobre una alfombra roja. Y sé que son de él, sino ¿ de quién más serían? Y en
cuanto escribo puedo comprenderlo un poco más.
Puedo ver los pies incrustados en el barro negro petróleo. Ya lo encontré, él está allí,
se quitó los zapatos y desea caminar, sin embargo, no se mueve. Doy un paso, y él
avanza conmigo, y yo con él; avanzamos. El camino por el que andamos es de una
espesa arcilla; se moldea a cada paso, cuando uno apoya el pie la huella se dibuja
para enseguida deshacerse con un mínimo movimiento. Nunca había caminado por
aquí, y no puedo dejar de preguntarme a dónde llegaremos, pero prefiero mantener
silencio y seguir avanzando. Cuanto más nos adentramos menos distingo sus pies.
El personaje detuvo la danza y me agaché a tocar sus pies, que ahora gracias a la
salida del sol parecían caparazones de barro seco. Cruzamos varios metros de
pastizales para llegar hasta una casa vieja que aparentaba estar abandonada.
Cuando ya estábamos cerca de la puerta alzamos las cabezas de tal forma que
parecíamos enfrentarnos a un gigante. Detuvimos la mirada en un viejo ventanal con
marco dorado. !Ay! !Lo que aquel ventanal decía! Sentíamos cómo se formaban un
nudo que comenzaba a la altura del vientre y acababa en la garganta. Sentía que me
ahogaba, y al no poder contenerme liberé agudos y breves alaridos de tristeza,
inmediatamente me sentí avergonzada, y miré al suelo; el barro de los pies del
personaje había comenzado a humedecerse.
Abrí la puerta y subí corriendo por las escaleras. Yo conocía esa casa, sí, la conocía.
Era igual a como la recordaba, los muebles seguían estando en la misma disposición.
El piso de madera crujía igual que antes, sonaba misteriosa; eso siempre me había
gustado. Me paré junto al ventanal, esta vez del lado de adentro y miré cómo las hojas
de otoño eran arrastradas por el viento. Clavé la mirada en una en particular, una hoja
rojiza que voló y fue a detenerse en un pequeño pozo de barro. Estaba confundida;
como les había dicho antes, no encontraba al personaje, y en cuanto lo recordé tuve
ganas de llorar, me tiré al piso rendida, contando con el vacío como única compañía.
Nada de lo que estaba en la casa, ni siquiera el piso podía adjudicarse estabilidad y
equilibrio. Golpeé las tablas con los pies y luego con los puños, aquél odioso piso
que no era capaz de sostenerme. Entonces fue cuando pude escucharlo por primera
vez. La voz gruesa y carraspeante; un poco moribunda.
Tome una hoja en blanco, y escribí una carta que intentaba decir las palabras que
tendría que haber dicho hacía mucho tiempo.
Querido personaje: