El documento analiza diferentes estrategias de marketing que pueden aplicarse en servicios de salud, incluyendo estrategias de calidad tecnológica, servicios, e imagen. Discute que aunque la tecnología es importante, otros factores como la atención al paciente son más determinantes para la satisfacción y retención de clientes. También explica cómo crear valor añadido a través de mejorar la experiencia del paciente.
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El documento analiza diferentes estrategias de marketing que pueden aplicarse en servicios de salud, incluyendo estrategias de calidad tecnológica, servicios, e imagen. Discute que aunque la tecnología es importante, otros factores como la atención al paciente son más determinantes para la satisfacción y retención de clientes. También explica cómo crear valor añadido a través de mejorar la experiencia del paciente.
El documento analiza diferentes estrategias de marketing que pueden aplicarse en servicios de salud, incluyendo estrategias de calidad tecnológica, servicios, e imagen. Discute que aunque la tecnología es importante, otros factores como la atención al paciente son más determinantes para la satisfacción y retención de clientes. También explica cómo crear valor añadido a través de mejorar la experiencia del paciente.
El documento analiza diferentes estrategias de marketing que pueden aplicarse en servicios de salud, incluyendo estrategias de calidad tecnológica, servicios, e imagen. Discute que aunque la tecnología es importante, otros factores como la atención al paciente son más determinantes para la satisfacción y retención de clientes. También explica cómo crear valor añadido a través de mejorar la experiencia del paciente.
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INSTITUTO SUPERIOR EN CIENCIA DE LA SALUD “LUIS PASTEUR” N° 8058
CARRERA: Técnico Superior en Administración y Gestión en Servicios de Salud
ASIGNATURA: MARKETING Y ESTRATEGIA EN SALUD Año: 2024 UNIDAD Ⅲ: PUNTOS FUNDAMENTALES EN LOS QUE SE ASIENTA EL MARKETING EN SERVICIOS DE SALUD 3.1 Configuración del concepto de salud. Entre los profesionales del sector sanitario suele ser moneda de uso corriente conceptualizar el servicio que prestan atendiendo fundamentalmente a los aspectos internos y, con demasiada frecuencia, sin prestar mayor atención ni comprender enteramente el punto de vista de los pacientes acerca del servicio que se les suministra. Esto no supone crítica alguna. Es, simplemente, la constatación de un hecho que hunde sus raíces en un secular modo de prestar su concurso a la aparición de una necesidad que requiere ser certificada por el médico, puesto que la sola apreciación del individuo no es suficiente para corroborar que ha aparecido la enfermedad. Sólo el diagnóstico del médico sanciona realmente la necesidad de curación, rehabilitación o mejora, y eso induce de manera natural a que quede relegado a un segundo plano el punto de vista del paciente. A fin de cuentas, quien se supone que realmente sabe sobre el asunto es el médico y, en consecuencia, al individuo enfermo no le resta más que acatar su dictamen. Evidentemente, esto colabora con notoria eficacia a que se diluya el concepto de servicio y, por eso, la aplicación del enfoque de marketing a los servicios de salud reclama que previamente se haya de comprender y configurar adecuadamente el concepto de servicio como punto de partida. Si no se comprende ni configura, no será posible determinar y clarificar nítidamente las intenciones de la organización acerca de los productos que desarrolla, produce y suministra. No, no cabe dar por sentado que una institución sanitaria (la que sea) sabe de sobra cuál es el servicio que presta y que exigir su adecuada conceptualización raya, por tanto, en la obviedad. La O.M.S., por ejemplo, define un hospital de la siguiente manera: “Parte integrante de una organización médica y social cuya misión consiste en proporcionar a la población una asistencia médico-sanitaria completa, tanto curativa como preventiva, y cuyos servicios externos irradian hasta el ámbito familiar; el hospital es también un centro de formación de personal médico-sanitario y de investigación bio-social”. Mal cañamazo es ese para tejer sobre él un enfoque de marketing de servicios. Desde el punto de vista clínico la definición puede que sea impecable, pero acusa las siguientes carencias: consagra un escoramiento de la actividad hospitalaria hacia la producción, ignora totalmente la correcta conceptualización de servicio y no hace la más mínima referencia a esos otros elementos auxiliares que deben incorporarse a las relaciones con los pacientes, y que son los que constituyen los valores y beneficios que ayudan a mejor competir. La calificación profesional y la tecnología a aplicar (eso es a lo que en realidad se refiere esa “asistencia médico-sanitaria completa, tanto preventiva como curativa”, que se explicita en la definición) se dan más o menos por sentadas por parte de los pacientes. De otra manera, ¿se atrevería alguno de ellos a ponerse en manos de un médico o entrar en un hospital? Es necesaria la comprensión del adecuado concepto de servicio porque sólo a partir de ahí es posible determinar las intenciones de la organización e insertar en él aquellos procesos clave que, por ser los que constituyen la base de una diferenciación eficaz entre unas instituciones sanitarias y otras, aumentan el valor fundamental de la oferta que se realiza. Para lograr esa diferenciación se cuenta con una serie de decisiones estratégicas que, lejos de ser excluyentes entre sí, constituyen un arsenal del que pueden extraerse elementos de unas y otras para construir –si es el caso– la que se estime más adecuada. Además, gracias a la adopción de decisiones estratégicas quedarán delimitadas las intenciones de la organización y lo que esta quiere transferir a los pacientes, pues normalmente responderán a cuatro opciones básicas (o por elección de una de ellas). 3.2 Estrategia de calidad tecnológica. Estrategia de servicios. Estrategia de imagen. Estrategia de precios. Estrategia de calidad tecnológica: Esta es, sin duda, la que acostumbra a privar en la actividad sanitaria. No deja de tener su lógica, pues los continuos y sorprendentes avances técnicos que se suceden en el campo de la medicina y de otras ciencias afines abonan entre los profesionales de la asistencia una clara inclinación hacia esta estrategia, llegando a considerarla piedra angular del proceso productivo que conduce al servicio prestado. Sin embargo, tal inclinación no deja de resultar cosa sumamente curiosa. Los médicos, que acostumbran a rasgarse las vestiduras ante los criterios de evaluación económica aduciendo que “un paciente no es un tornillo” y que rechazan de plano (con razón) cualquier sentido o enfoque de carácter industrial a la labor que realizan, no tienen inconveniente alguno en reclamar e impulsar con notable ardor equipamientos sofisticadamente técnicos como medio imprescindible para mejorar la calidad del resultado..., sin reparar en que tales actitudes y confianza son precisamente lo más específico y característico de la fabricación de bienes industriales. El contrasentido resulta tan mayúsculo como sorprendente, pues –contra lo que se dice rechazar– lo cierto es que se actúa con criterios idénticos a los del sector industrial, donde la competitividad se centra en la utilización de la tecnología como medio idóneo para ganar en calidad porque constituye un valor en sí misma y un valor fundamental para el cliente. Posiblemente tuviera razón cierto autor que dejándose llevar de un rasgo de humor apuntó no hace mucho que, dados los medios utilizados hoy por los médicos, deberían estos pasar a denominarse “ingenieros mecánicoelectrónico-informático sanitarios”; pero la verdad es que en el sector servicios (y más específicamente en el de los servicios de salud, donde ciertamente un paciente no es un tornillo), la tecnología no suele jugar un papel tan decisivo (aunque no deja de tener su importancia). Y no lo juega porque, al margen de la mayor fiabilidad que los medios en continuo avance aportan al diagnóstico, cuanto más aumenta una competitividad basada en aspectos técnicos más se debilita el recurso tecnológico como fundamento para una estrategia. La razón de ello estriba en que, como la calidad de un servicio es en resumidas cuentas la que percibe el cliente, las soluciones técnicas (máxime si son similares entre unas empresas y otras, como evidentemente sucede en el mundo sanitario) no son tan importantes y, por lo que se refiere al proceso que se desarrolla en los servicios de salud, jamás llegarán a erradicar la incertidumbre en el resultado. Es muy aleccionador el resultado obtenido por Keyser en un estudio llevado a cabo en 1988 sobre la causa de por qué los clientes cambian de proveedores en el sector servicios. Encontró que el 68% lo hace por la indiferencia, arrogancia o desatención de los empleados y que sólo el 14% lo hace por no estar satisfecho con el producto (el 18% restante adujo como razón de cambio otros aspectos varios). Como bien dice Grönroos, “esto no quiere decir que una excelente calidad técnica sea menos importante que antes, pero la diferenciación de la oferta mediante el desarrollo de la solución técnica (un bien o un servicio) puede ser imposible, o demasiado cara. Es probable que sea necesario un alto nivel de calidad técnica, pero el éxito no está sólo relacionado con este factor”. Esto, en los servicios sanitarios y tal como se dice vulgarmente, “va a misa”. Estrategia de servicios: La estrategia de servicios tiene como finalidad principal consolidar e incrementar las relaciones con los clientes. En el caso de los servicios de salud, su adopción implica transformar los elementos tangibles del proceso asistencial en servicios tangibles y competitivos, proporcionando así al paciente una oferta diferenciada con la que se crea valor añadido al servicio prestado. Esto no quiere decir que la adopción de tal estrategia suponga un rechazo o una disminución de la importancia e interés que tiene la calidad técnica para la solución de la necesidad de salud. Lo que quiere decir es que la clave para competir se centra en el servicio mediante valores generados y añadidos al mismo para incorporarlos a las relaciones mantenidas con los pacientes explotando con habilidad las características de los mismos. Todo servicio proporcionado en la asistencia sanitaria al margen de lo que constituye el servicio básico (restaurar, mantener, mejorar o rehabilitar la salud del enfermo) crea o incrementa las relaciones con los pacientes; es decir, crea o incrementa un valor añadido. Ejemplo de esto puede ser disponer las cosas para que la extracción de muestras y/o la realización de exploraciones complementarias se realicen sin impedimentos, fluidamente y en el mismo día; se eliminen los tiempos o las listas de espera; se reduzcan al mínimo indispensable los requerimientos burocráticos, etc. Estrategia de imagen: No se crea que esta estrategia tiene algo que ver con el concepto de “identidad corporativa” o de visión de la empresa en el contexto de aquello que rodea a la organización. Se refiere a la aplicación de una serie de “extras” añadidos al servicio que se presta y que frecuentemente se crean por medio de la publicidad o de otros medios de comunicación para realzar algo sin sustancia real, pero que hace considerar en la oferta alguna suerte de ventaja competitiva a los ojos de los pacientes. Esos “extras” consisten en la utilización de una serie de medios con los que se potencia un mayor aprecio por el servicio que se oferta. Ejemplos de ello pueden ser la decoración y el mobiliario, la disposición de aparatos de televisión y/o hilo musical en salas de espera y habitaciones, la limpieza, orden y excelente conservación de los inmuebles, la entrega de folletos explicativos sobre el funcionamiento y características de la institución, etc. Estrategia de precios: Por lo que dijimos anteriormente, al considerar la configuración del precio, en el actual contexto sanitario es esta –quizás– una estrategia que se aprecia como menos relevante para los servicios de salud. Desde un punto de vista estrictamente monetario, con una estrategia de precios se persigue plantear una competencia basada en el ofrecimiento de una alternativa menos cara para el cliente (cosa que nunca es recomendable como argumento, salvo que pueda mantenerse a largo plazo la capacidad de producir a bajo costo). Quizás no sea desdeñable de cara a una acción comercial dirigida a Compañías Aseguradoras del ramo sanitario, pero el segmento de pacientes que puede ser sensible a una estrategia de precios más baratos es mínimo, casi inexistente. De todas formas, bueno será advertir que precios bajos significa menos capital para invertir en otros elementos de la relación con el cliente, como –por ejemplo– calidad técnica y suministro de algunos servicios adicionales. Pero no debe perderse vista que hay otro tipo de precios que no son de orden monetario y que todo aquél que accede a un servicio sanitario se ve obligado a pagar. Son unos precios de orden humano y personal, difíciles de cuantificar, pero siempre importantes: el del tiempo que un paciente ha de invertir para ser diagnosticado, tratado y finalmente curado; el de la angustia, la ansiedad y el dolor que comúnmente acompaña al episodio de su enfermedad; el de la incertidumbre ante el resultado; el del desgarro interior ante la intuición –o la certeza– de un fatal desenlace; el de las incomodidades que llevan anejos algunos tratamientos y métodos exploratorios, etc. Precios que, en efecto, no se abonan en moneda de curso legal; pero que se pagan siempre con notables sacrificios y que no suelen tenerse en cuenta por parte del agente provisor del servicio porque no repara en que suponen un campo magnífico para desarrollar estrategias tendentes a “abaratarlos”, minimizarlos o hacerlos lo menos gravosos posible, reportando así sustanciosas ventajas competitivas. 3.3 Contenido de la oferta de servicios de salud. En los servicios de salud cabe distinguir tres grupos de servicios: Servicio esencial (satisfacción de la necesidad de salud). Servicios adicionales (interacciones entre proveedor-paciente que tienen lugar durante el proceso del servicio esencial). Servicios de apoyo (imagen y comunicación). Estos tres grupos forman el todo que configura el servicio global e íntegro que se suministra al paciente, pudiéndolo visualizar de la siguiente manera: 3.4 Servicio esencial. Servicios adicionales. Servicio esencial: Constituye la razón de ser de la oferta que se hace y que en nuestro caso se sobrentiende consiste en satisfacer la necesidad de salud, restableciéndola, mejorándola o manteniéndola, como resultado del proceso llevado a cabo. Sin embargo, en la naturaleza de este servicio se concitan algunos puntos débiles que con frecuencia entorpecen proceder acertadamente a su conceptualización y propician que los profesionales den al término esencial una consideración tan desproporcionada que muchas veces anula los auténticos requerimientos de un buen servicio. Conviene no olvidar que el estado y nivel de salud que tanto individual como colectivamente pueden disfrutarse están íntimamente relacionados con unos factores (entorno social, estilo de vida, biología humana, asistencia sanitaria...) que, aunque no todos ejercen la misma incidencia determinante, potencialmente contribuyen a aumentar o reducir la mortalidad. No hay más que comparar los progresos tecnológicos alcanzados en el campo asistencial con los progresos o las mejoras conseguidas en nutrición, higiene y riqueza económica en general, para constatar que aquellos tienen una escasa repercusión en la esperanza de vida. Dijimos que el valor de la salud, y sobre todo en caso de enfermedad, es potencialmente infinito; pero también es cierto que las mejoras que puedan darse en su estado radican tanto en políticas industriales, agrícolas y educacionales, como sanitarias (debiendo advertirse que, además, estas últimas presentan el añadido de brindar diferentes perfiles temporales en cuanto a costo y beneficios). Entre algunos tratadistas es usual emplear de manera indistinta los términos “salud”, “sanidad” y “sanitario”, cuando tales términos corresponden a conceptos que, aun orientados a un mismo objetivo, responden a ideas diferentes. El concepto “salud” es dificultoso de definir y, por encerrar un carácter relativo, tremendamente subjetivo. Esa dificultad no es privativa de nuestro idioma, sino que también se deja traslucir en las diferentes acepciones que le confieren los diccionarios de otras lenguas. Para la O.M.S., la salud es un “estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente como ausencia de enfermedad”. En tal definición parece verse una clara intención de anudar en cierto modo las que los diccionarios proporcionan para el sustantivo y el adjetivo, pero en nuestra opinión su mejor virtud reside en que tácitamente introduce a nivel de concepto las incidencias y efectos que, al margen de la biología humana, tienen sobre el individuo los factores de riesgo que se engloban bajo las denominaciones “medio ambiente”, “estilos de vida”, “situación económica” y “contexto social”, enmarcando así en sus exactos límites la “esencialidad” que en el proceso productivo de la asistencia sanitaria se quiere magnificar desde la vertiente del componente técnico. A este tema de la salud, la economía ha hecho importantes aportaciones enfocadas hacia tres frentes: el estudio de la oferta y la demanda de los servicios sanitarios, el estudio de las consecuencias económicas que se derivan de la política inversora y la aplicación de análisis económicos para racionalizar la asignación de recursos. Una de las aportaciones más significativas ha sido que, gracias a los análisis y estudios efectuados, se pudieron evidenciar “las limitaciones del enfoque biomédico –flexneriano– por estar centrado de manera primordial en describir déficits de salud en términos de “casos” según diagnóstico de episodios individuales, basarse únicamente en el registro de desviaciones respecto a un estado de “buena” salud y no entrar a definir ni contemplar de forma satisfactoria las dimensiones colectivas”. Por tanto, la “esencialidad” a que aquí nos referimos nada tiene que ver con alguna suerte de primacía de la calidad técnica en la provisión global del servicio sanitario. Aquí se habla de “servicio esencial” en el sentido de servicio básico, inherente o sustancial, que forma parte de un servicio global e íntegro suministrado al paciente. En sentido estricto, lo sustancial de ese servicio básico corresponde a un proceso en el que sí se sabe lo que de una forma u otra se hace con los pacientes, pero no cómo se hace o debería hacerse. Esto impide en muchas ocasiones que se puedan insertar en él los aspectos de la calidad funcional del servicio y hace difícil que los profesionales del servicio sanitario lleguen a comprender el enorme impacto que suponen la imagen y la comunicación en la percepción de la calidad (cuando ese impacto es, precisamente, el que tiene mayor incidencia en la valoración total del servicio integral prestado). Sería, pues, un error tremendo concentrar sólo la oferta de servicios de salud en lo que atañe al servicio esencial en función de la calidad técnica del resultado, cuando la calidad funcional del proceso que se lleva a cabo en la prestación del servicio es también parte –y muy importante– del producto total, lo que conduce necesariamente a que la oferta haya de responder a una planificación y “venta” integral de servicios. Servicios adicionales: Como la propia denominación indica, son aquellos servicios que se añaden al esencial y que se incorporan a las interacciones proveedor-cliente. Gracias a ellos se crea o incrementa un valor añadido a la oferta integral del servicio durante todo el proceso del mismo. Crean o incrementan un valor añadido porque, al dar con ellos satisfacción a los deseos que generalmente acompañan al de satisfacer la necesidad fundamental, reportan beneficios para el cliente. Naturalmente, como esos deseos y las situaciones en que se perfilan difieren sensiblemente según los individuos, el proceso de prestación integral del servicio sufre la servidumbre de ser percibido de diversas maneras. Por eso, desde el punto de vista de la gestión las características de tales servicios se configuran mayoritariamente en torno a tres cuestiones: la accesibilidad, la interacción con la organización y la idiosincrasia del paciente. Accesibilidad: Accesible es lo que permite una fácil aproximación, trato, comprensión, adquisición o inteligencia de algo o alguna cosa, posibilitando adquirir dominio sobre ello; es decir, poder utilizarlo o disponer de ello con plena autonomía. En consecuencia, decimos que un servicio sanitario es accesible si resulta fácil de utilizar, esto es, si el paciente no se ve frenado por cortapisas o molestias innecesarias. Lógicamente, la accesibilidad depende –entre otras cosas– de factores varios: la localización, el horario y tiempo empleado en la realización de tareas, la cantidad y habilidad del personal, el equipamiento de que se disponga, los trámites burocráticos que deban cumplimentarse, el número de pacientes que puedan atenderse..., etc. Aunque las variables que pueden incidir en la percepción de que un servicio de salud es o no accesible son numerosas, cabe aunarlas en cuatro grandes grupos. Estos grupos, de alguna manera, se identifican con: a) El local: Acceso físico desde el exterior, plazas de aparcamiento disponibles, horario de trabajo, etc. b) Facilidad de utilización de recursos físicos: Diseño y condiciones del edificio, señalización, salas de espera, salas de pacientes, cuartos de baño, instalaciones complementarias, etc. c) Actitudes y comportamiento del personal: Trato con el público; tiempo de respuesta a las llamadas telefónicas, a las personas que entran, salen o ya están en el edificio, a los pacientes; profesionalidad; reducción de los aspectos desagradables que pueden comportar las exploraciones, tratamientos o extracción de muestras, etc. d) Allanar dificultades: Cantidad y dificultad de impresos a rellenar, instrucciones acerca de los procedimientos (indicando lo que puede hacerse, lo que no puede hacerse o lo que los pacientes deben hacer por sí mismos) para obviar dificultades, procedimientos de facturación y formas de pago aceptadas, etc. Todos estos factores son parte –y muy importante– de los servicios adicionales con que se crea o incrementa valor añadido al servicio, por lo que los fallos que puedan provocarse en este ámbito dañan seriamente o arruinan la percepción del servicio integral prestado. Interacción con la organización: Hay diferentes clases de interacciones. Unas son fruto de la comunicación interactiva que se produce entre profesionales y pacientes (y que, a su vez, dependen del comportamiento de los profesionales asistenciales, de lo que dicen y hacen, y de cómo lo dicen y lo hacen); otras, de las reacciones que se provocan en la utilización de los recursos técnicos y físicos (instalaciones, herramientas y equipos con los que se desenvuelve el proceso productivo del servicio); y, otras más, de las relaciones mantenidas con otros pacientes implicados simultáneamente en el proceso de producción del servicio. Todas estas interacciones influyen, de una manera u otra, en la percepción del servicio y, como acaba de decirse, si se consideran negativamente repercuten de manera importante en que la calidad percibida del servicio integral prestado sea estimada o valorada a la baja. Idiosincrasia del paciente: Es innegable que el paciente influye, en mayor o menor grado, en el servicio que se le suministra y, consecuentemente, en la calidad que de él percibe. Al paciente se le pide que suministre información (síntomas de la enfermedad), se espera que cumpla lo que se le indica (medicamentos, ejercicios, planes terapéuticos) y, en algunas ocasiones, que rellene algunos documentos. Esto hace que, dependiendo de su preparación, comprensión y voluntad para hacerlo, el servicio discurra de tal manera que resulte mejor o peor. Por ejemplo, a nadie se le oculta que, si un paciente no es capaz de informar correctamente sobre sus problemas, el médico tendrá mayor dificultad para hacer un diagnóstico correcto o que no podrá hacerlo (al menos, de primer intento). En tal caso, el tratamiento puede ser menos eficaz que si se realizase de otra forma o puede resultar erróneo, perjudicándose entonces el servicio esencial que presta el facultativo. Dependiendo, pues, del grado de accesibilidad de los servicios, del aliciente con que se perciben las interacciones con la organización y de la idiosincrasia de los pacientes en el proceso productivo, el concepto global de servicio puede ser objeto de una valoración u otra. De aquí que el contenido de la oferta de servicios de salud deba especificar con la mayor claridad posible la configuración del concepto de servicio, los servicios esenciales de que consta, los adicionales que debe añadirse para crear o incrementar valor añadido y las pautas requeridas para preparar a los pacientes a participar lo más adecuadamente posible en el proceso. La oferta de servicios de salud es un proceso altamente integrado y no cabe añadir en ella ningún nuevo servicio adicional sin tener en cuenta explícitamente los aspectos de accesibilidad, interacción y participación del paciente en ese servicio (idiosincrasia). Esto resulta aún mucho más crítico si se tiene en cuenta que una adecuada introducción de un servicio adicional puede transformarse en poderosa fuente de ventaja competitiva.
El Enfoque Actual de Tipo Gerencial de Los Sistemas de Prestación de Salud en El Mundo, Surge Como Una Exigencia de La Globalización y Un Mercado Competitivo Que Busca Mayor Productividad y Calidad