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Aviso
Esta traducción fue realizada por un grupo de personas que de manera
altruista y sin ningún ánimo de lucro dedica su tiempo a traducir, corregir y diseñar de fantásticos escritores. Nuestra única intención es darlos a conocer a nivel internacional y entre la gente de habla hispana, animando siempre a los lectores a comprarlos en físico para apoyar a sus autores favoritos. El siguiente material no pertenece a ninguna editorial, y al estar realizado por aficionados y amantes de la literatura puede contener errores.
Esperamos que disfrute de la lectura.
Sinopsis Estar orgulloso de las cicatrices de la batalla de la vida, significa que eres más fuerte que lo que te hizo daño, y no moriste. Anita Blake, Cazadora de Vampiros y US Marshal será la primera en mostrar su dulce y sexy historia de celebración y conexión de la autora #1 de bestselling de New York Times Laurell K. Hamilton. Anita asiste a la boda de su amigo íntimo, pero descubre que incluso en los días más felices hay heridas que necesitan curación. Ella y los hombres leopardo Micah y Nathaniel piden hablar con el hermano de trece años de la novia, Tomas, que está luchando para recuperarse de una reciente herida de bala. Deprimido y desmoralizado, Tomas no está haciendo su terapia física y podría pasar el resto de su vida en una silla de ruedas. ¿Cómo pueden Anita, Micah y Nathaniel convencer a Tomas de que puede sanar cuando se da por vencido? Le hablan de sus propias cicatrices y de cómo recuperaron sus propias vidas después de que fueran heridos. Y Anita se dará cuenta de lo afortunados que son de no solo haber sobrevivido a su pasado, sino ahora de ser capaces de hacer su propio compromiso formal el uno con el otro y el vampiro en su vida. Ellos dicen que cuando los hijos de tus amigos comienzan a casarse, eso te hace sentir viejo, pero desde que Consuela Rodriguez era solo seis años más joven que yo, realmente no estaba preocupada por eso. Era la primera boda a la que había ido desde que golpeé la pubertad dónde nadie me preguntaba cuando pensaba casarme, porque llevaba un anillo de compromiso en mi dedo lo bastante grande para hacer señales a los aviones desde una isla desierta. Actualmente no me gustaba llevarlo en público; me hacía sentir como si pidiera que me asaltaran. En un mundo perfecto debería haber sido capaz de cubrirme en diamantes de la cabeza a los pies y caminar por cualquier parte sola, pero el mundo no era perfecto y solo parecía significar llevar algo tan tentador cuando normalmente estaba armada con dos pistolas y múltiples cuchillos, además de una placa que decía U.S. Marshal en ella. Hoy solo llevaba una pistola. No creía que la recepción de la boda se saliera de madre. Casi nunca iba a ninguna parte desarmada, pero no había pensado en el baile de la recepción y si la pistola quedaría oculta. Había estado feliz de encontrar un traje elegante que pudiera ocultar alguna pistola. La pequeña Sig Sauer .380 encajaba muy bien en el Galco Tuck-N- 1 Go a un lado de la corta falda roja, con la camisa roja que caía sobre el broche del cinturón que había hecho a medida en la falda. Las vueltas eran lo bastante anchas para deslizar la funda de la pistola a través y atarla alrededor lo bastante tenso para poner la Sig, así que si tenía que sacar la pistola, mi mano la encontraría por recuerdo corporal y no tendría que buscarla. La había estado llevando en la parte baja de mi espalda cuando quería que estuviera súper oculta, hasta que había hecho algunos ejercicios de entrenamiento y descubrí que si la pistola no estaba a mi lado dónde normalmente la llevaba, me llevaría unos pocos segundos extra sacarla, apuntar y disparar. Esos pocos segundos podían costarme, o a alguien más, su vida en el campo, así que comencé a ponerme cinturones en mis faldas, y el cinturón no femenino se deslizaba a través de todas las cinturas, porque eso era lo que tomaba sujetar la pistola, cualquier pistola, en el lugar. Podía cambiar mi funda, mi pistola, pero la pistola necesitaba estar a mi lado para que mi mano la encontrara automáticamente. Solo me alegraba de haberlo averiguado en el entrenamiento y no en el campo. En el entrenamiento podías arreglarlo; en el campo podrías morir. Nathaniel Graison estaba de pie a mi lado en un traje hecho a medida gris que mostraba los amplios hombros, la cintura delgada, el bonito culo y se deslizaba sobre el aumento de sus muslos como un amable guante: lo bastante tenso para mostrarlo, pero no tan tenso que era obvio. La camisa de vestir lavanda estaba abotonada hasta arriba a la suave línea de su cuello y daba a su piel solo un poco de color y la insinuación que probablemente estaría bronceado si lo hubiera intentado, pero no se molestó. La camisa también profundizaba el color de sus ojos para que fueran más intensos que la camisa, como violetas para el lila más pálido de su camisa. Su permiso de conducir decía que sus ojos eran azules porque no le dejarían poner púrpuras como elección. Su corbata era plateada con un alfiler que parecía plata pero actualmente era platino porque no haría que su piel reaccionara, ya que la mayoría de los cambiaformas como él eran alérgicos a la plata. Su pelo castaño rojizo, de largo casi hasta el tobillo estaba en una tensa trenza así no me tropezaría cuando bailáramos. Su pelo nunca parecía ponerse en su camino cuando se movía ―quizás era práctica; era un bailarín exótico y el pelo a menudo estaba suelto mientras trabajaba. Él estaba sonriendo y moviéndose tan ligeramente al ritmo de la música. Yo tenía suficientes bailarines en mi vida, desde exóticos a ballet profesional, para saber cómo se movían todos, incluso cuando pensaban que estaban de pie quietos, como si sus cuerpos no pudieran evitar moverse con gracia por el ruido de la vida cotidiana. Manny había estado de pie cerca de su delgada hija, mirándola, porque Connie tenía casi trece centímetros extra de altura por parte de la genética de su madre, pero ahora él estaba bailando con su esposa. Los dos hermanos habían sido arrastrados a la pista de baile por sus esposas. Los hermanos de Rosita destacaban sobre la mayoría de los otros hombres en la sala, no solo por altura sino por anchos, como grandes neveras fornidas quienes sonreían a menudo, brillantes sonrisas en caras oscuras. Ellos abrazaban más cuando la recepción de la tarde llegó. Al menos los dos habían ido a la universidad con becas de fútbol, aunque no estaba segura de cuál de los seis había sido. Otro corría sus propios negocios de frío y calor, uno era contable, y otro hacía algo sobre trasladar cargas. Me los habían presentado en una masa de ‘Estos son mis hermanos.’ Rosita había agitado sus nombres y trabajos demasiado rápido para que siguiera todo. Me figuraba que los nombres eran más importantes para recordar que los trabajos, así que me concentré en eso. Podía nombrar a cuatro de seis. En un punto ella había intentado arreglarme una cita a ciegas con uno de ellos, cuando estaba convencida que terminaría como una vieja solterona a los veinticuatro. Afortunadamente para mí que estaba prometida a los treinta y uno o Rosita habría estado haciendo emparejamientos. Rosita estaba construida como sus hermanos, aunque había visto fotos de su boda con Manny y había sido una chica diminuta, pero eso es lo que puede ocurrir cuando te casas con una chica antes de que ha dejado de crecer. Ella había sido unos cinco centímetros más baja de su metro y sesenta y siete centímetros una vez, pero ahora era un metro setenta y dos o quizá un metro con setenta y cuatro centímetros, tres hijos además de varios abortos que habían ensanchado el resto de ella, pero Manny la miraba como si aún fuera la delicada chica de la que se había enamorado cuando bailaban, su cabeza descansando en su abundante pecho. Las bebidas habían fluido lo suficiente para que ella no le hiciera mover la cabeza ahora. Connie, la novia y Mercedes, su hermana y dama de honor, estaban construidas como el delgado y nervudo marco de Manny, pero altas como modelos gracias a Rosita. Ellas estaban hablando extasiadamente a través de la sala. Su hermano, Tomas, estaba sentado en una esquina a través de la sala en la silla de ruedas que Connie finalmente le había persuadido usar. Las muletas que había estado usando para caminar por el pasillo estaban apoyadas en la silla, su mano en ellas, así sabía que podría volver a levantarse. Tenía trece años y nunca había sido gravemente herido antes; la primera vez es una revelación. Había usado las muletas para estar de pie en la iglesia, orgulloso de estar al lado del novio, pero en el momento que la ceremonia terminó había estado pálido y sudando. Conseguir un disparo te hace eso, incluso si fue hace unas pocas semanas. No había ido a State con su equipo de atletas porque un tipo malo los había secuestrado a él y a Connie. Yo había sido parte del equipo que había detenido al tipo malo y los salvó, pero no antes de que él hubiera disparado a Tomas y le dejara para morir. Tomas estaba intentando sentarse derecho, pero tenía dolor, escondiéndolo, pero doliendo. Casi había sido tan alto como el metro ochenta y tres centímetros del novio de Connie, aunque aún esbelto, con grandes manos y pies como si no hubiera terminado de crecer. Aún era bastante como sus hermanas, con pesado pelo negro derramándose hacia delante en un estilo tipo chico malo que acababa de salir de la cama así, lo cual sabía tomaba un infierno de mucho producto para el pelo para dominarlo. Aparentemente, los hombres habían terminado con su pelo, junto con las mujeres; me gustaba eso, incluso el imparcial trabajo para mí. Micah Callahan, nuestro otro amorcito, estaba de pie al lado de Tomas, y desde que medía uno con sesenta, mi altura, no tenía que inclinarse mucho para hablar con el joven hombre. Micah se veía elegante y sofisticado en su traje negro con raya diplomática hecho a medida. Nathaniel podía haber sacado un traje americano fuera del estante, no se habría visto tan bien como el corte italiano, pero habría funcionado, pero Micah estaba tragado por los trajes americanos, incluso los hechos a mano. Este traje, de alguna manera, resaltaba su atlética construcción y musculatura. Tenía ese triángulo invertido, como un nadador, aunque su deporte de elección era correr. Ya había comenzado a broncearse otra vez por correr fuera, incluso si solo era mayo. Se bronceaba oscuro, y nunca dejaba de ser lo bastante oscuro, como si fuera un sonrojo a través de la perfección de su tono de piel, haciéndole más rico por la camisa de vestir verde bosque, con su corbata negra y alfiler dorado. No podía llevar plata por la misma razón que Nathaniel. Micha se apoyó un poco más lejos, el movimiento derramó su oscuro pelo castaño sobre un hombro. Sus gafas de sol de lentes negras escondían sus ojos completamente y hacía que su cara pareciera un poco menos simpática de lo que sabía que estaba siendo cuando hablaba con Tomas. Micah era bueno escuchando y ayudaba mucho a la gente a tratar con un trauma como el jefe de la Coalición para el Mejor Entendimiento Entre Humanos y las Comunidades de Licántropos, pero también era un superviviente del ataque que le hizo un hombre leopardo. Había tenido su propia historia aterradora para compartir con Tomas. Rosita me había dicho que estaba preocupada que el chico no hablara sobre ello, que no estaba comiendo o durmiendo bien, y sabía que alguien podía hacerle hablar. Connie estaba hablando, ¿por qué no Tomas? Manny y yo le habíamos dicho, Porque es un chico, pero eso no la satisfizo, así que tuve que hablar con Micah. Él había dicho que si la oportunidad se presentaba intentaría hablar con Tomas, pero no lo forzaría en la boda. Aparentemente, había encontrado su oportunidad. La música cambió a algo más lento y Nathaniel tomó mi mano. ―Baila conmigo. Me molestaba bailar en público, no estaba segura de por qué, pero lo hacía. Solía negarme a hacerlo, pero todos los hombres en mi vida parecían adorar bailar, así que ¿qué podía hacer? Les dejaba practicar conmigo en privado y mejoraba. ―Claro ―dije, sonriendo, y tensándome por ese nerviosismo inicial. Tomó mi mano en la suya y me guio a la pista de baile. Colgué hacia atrás un poco y estaba un poco rígida cuando intentó girarme en sus brazos, pero me llevó al círculo de sus brazos, una mano en la suya, nuestras otras manos en la parte baja de la espalda del otro. Todo bien, la suya en la pequeña mía. No podía alcanzar suficiente alrededor y tuve que situarme en el lado de su parte baja en la espalda. Eso aún significaba que éramos más cercanos que mucha gente en la pista de baile, pero no tan cercanos como la gente quién estaba en el baile de promoción del instituto presionando sus cuerpos tan cerca cómo era posible y moviéndose en pequeños círculos. Tenía luz entre nosotros, porque Nathaniel bailaba ―bailaba. Observé su pecho y el área de sus hombros, no porque la visión fuera genial, sino por la misma razón que podría entrar en una pelea, porque tienes que mover el núcleo del cuerpo antes de que puedas mover el resto. Observé el primer movimiento, así pude moverme con sus manos y brazos, mejor que estar un paso por detrás. Había aprendido a seguirle en la pista de baile y confiaba en que me guiaría a través del baile. Si solo confiaba en su cuerpo, manos, brazos cuando se tensaban y guiaban, la caricia de su pierna, todo me dirigiría tan seguramente como hacía algunas veces en el dormitorio. Allí, algunas veces me gustaba guiar, y él era bueno en eso, también, pero en la pista de baile era el jefe, porque era malditamente bueno en ello. Planeaba alrededor de la pista de baile, y si no pensaba mucho solo en seguir su liderazgo, planeaba, también. Por supuesto, en el minuto que pensaba que fallaba un paso; era paciente y me barría alrededor para otro giro, así podía ponerme al día y volver al círculo de sus brazos como si todo hubiera sido planeado. Finalmente miré a esos alucinantes ojos suyos y fui capaz de solo sentir su cuerpo sin tener que mirarlo. Podía sentir el balanceo de su cuerpo y seguir con ello; una ligera presión de su mano y sabía dónde íbamos. Era como magia bailar con Nathaniel; podía hacer que casi cualquiera se viera bien. Me miró, sonriendo, la cara entusiasmada, su cuerpo muy excitado por moverse con la música. Su entusiasmo era contagioso ―la felicidad de Nathaniel era uno de mis pensamientos felices. Me encantaba ver sus ojos brillando, los labios ligeramente separados como si medio riera y de algún modo me deslumbrara, porque estaba bailando con él, y porque sabía lo que me había costado aprender hacerlo con él. Me tumba, lo que finalmente me había hecho hacer sin un chillido sorprendido, el cual odiaba, o ponerme rígida en sus brazos, lo que él odiaba. Él pensaba que el chillido era lindo. Terminamos el baile y una nueva canción llegó. La gente empezó a alinearse, por lo que era una danza de línea, no necesitaba pareja. ―¿Sabes el baile? ―pregunté. ―No pero… ―Encogió esos grandes hombros suyos. ―El baile en línea todavía está por encima de mis habilidades ―dije riendo―, pero ve a bailar. Me sonrió, con los ojos brillantes. ―¿Estás segura? ―preguntó. ―Estoy segura. ―Le di un pequeño empujón hacia las otras personas que ya empezaban a moverse y corrió a ponerse en línea. Maniobró para mantenerse junto a una mujer que parecía conocer el baile perfectamente. La observó moverse y se movió con ella; después de dos repeticiones se movía en el tiempo perfecto como si hubiera conocido el baile desde siempre. Se lo había visto hacer antes, pero nunca dejaba de impresionarme. Micah se había agachado para estar más cerca de Tomas mientras el chico hablaba. Micah no se arrodilló, pero se balanceaba en las puntas de sus zapatos de vestir de cuero brillante de modo que Tomas lo mirara hacia abajo desde la silla. Ser más alto le haría sentirse más a cargo, y aparentemente eso era lo que Micah habría querido. Confiaba en que aprovechara al máximo su silenciosa charla en la esquina. La madre del novio se acercó a mí. Era alta, rubia, aunque era un poco demasiado rubia para ser natural. No hay nada malo con eso, pero siempre me preguntaba por qué la gente que tiñe su cabello elige la mayor parte del tiempo colores un poco fuera de lo natural que no engañan a nadie. La base que había elegido a mi parecer le hacía ver la piel naranja; quizás era un bronceador en aerosol, pero rodeado de tantas personas que eran en realidad hispanos, el bronceado falso solo parecía falso. También había escogido sombra de ojos azul para hacer que sus ojos lucieran más azules, pero no funcionó. Incluso Elizabeth Taylor no había sido capaz de destacar con sombra de ojos azul tiza, y si Liz Taylor no podía hacerlo, no podía hacerse. ―¿Está portando un arma, Señora Blake? ―¿Por qué lo pregunta? ―pregunté, sonriendo. Ella no sonrió. ―Se vio cuando tu… novio te bajó en la pista de baile. No me gustó la forma en que dudó de la palabra novio, pero me obligué a sonreír y ser amable. Su hijo se había casado hoy con la hija de mi amiga; podía ser amable. Luché contra el impulso de alisar mi blusa sobre el arma, porque nada atrae la atención a una portación oculta como tocarla constantemente. ―Bueno, pues, Señorita Conroy, ya sabe la respuesta a su pregunta, ¿no es cierto? ―Es Señora Conroy; no tengo ganas de ser una señorita. ―Yo prefiero Señorita, pero hágalo a su manera, Señora Conroy. ―Me gustaría que se quitara la pistola y la dejara con los abrigos, por favor. Sonreí un poco más, tratando de mantenerlo en mis ojos. ―Lo siento, pero no puedo hacer eso. ―No puede, ¿qué quiere decir con que no puede? ―No puedo entregar mi arma de fuego a la chica de los abrigos como si fuera un bolso. ―¿Cómo se atreve a traer un arma peligrosa a la boda de mi hijo? ―Sabe que soy un Marshal de los Estados Unidos, ¿verdad? ―Ahora realmente tenía que trabajar en la sonrisa. ―No veo qué diferencia hace eso. ―Primero, tengo entrenamiento con armas de fuego, así que confíe en mí, está mucho más segura conmigo que en la sala de abrigos. ―Es la boda de mi hijo, y no me siento segura con ella en la habitación, así que voy a tener que pedirle que la ponga con los abrigos. ―En segundo lugar, estoy obligada por ley a ser capaz de responder de manera satisfactoria si una emergencia surge, y que ésta pueda requerir un arma. ―Debo insistir en que saque esa cosa de esta boda. ―La única manera de hacerlo es dejar la recepción por completo, Señora Conroy. ―No sé por qué está siendo difícil, Señorita Blake; solo ponga esa cosa lejos donde no sea un peligro para todos. ―No es un peligro para nadie en mi cadera, pero entregársela a la chica de los abrigos que probablemente nunca ha manejado un arma en su vida la convierte en una seria amenaza para ella y otros. ―Solo está siendo obstinada. ―No, le estoy diciendo que legal y responsablemente no puedo dar mi arma a un civil extraño solo porque usted está teniendo un momento. ―Enviaré a mi marido a hablar con usted sobre esto. ―Puede hacerlo; eso no cambiará mi respuesta. Un arma no es una varita mágica, Señora Conroy; no es un peligro solo por estar cerca de la gente, solo es un peligro cuando está en manos de alguien que no tiene entrenamiento, o no tiene suficiente entrenamiento. ―Enviaré a mi marido. ―Como usted guste. ―Está estropeando esta recepción. ―Estoy haciendo lo que estoy legalmente obligada a hacer; usted es la que está siendo difícil. ―Es la boda de mi hijo. ―Es la boda de la hija de mi amiga también. ―Le diré a Rosita lo que está haciendo. ―Adelante, estará de mi lado. ―Ella lo verá como un peligro para sus hijos y todos aquí, al igual que yo. Por el amor de Dios, a su hijo recién le dispararon este mes. Como yo había sido una de las personas que salvaron a Tomas y me aseguré de que el tipo malo fuera muerto a tiros por sus problemas, pensé que su argumento carecía de validez. ―Usted obviamente no ha oído toda la historia ―le dije. ―Escuché suficiente. Sacudí la cabeza. ―Vaya a decirle a Rosita que quiere que entregue mi arma a la chica de los abrigos; vaya. Ella me lanzó una mirada de duda, sin saber cómo estaba segura de que Rosita no estuviera de acuerdo con ella. ―Voy a decírselo a Rosita y a Manuel y enviaré a mi esposo ―repitió. Nunca antes había oído a alguien llamar a Manny Manuel, aunque sabía que era su primer nombre. ―Haga lo que crea mejor, señora Conroy. Jadeó yéndose con una ola de faldas largas azules. Los padrinos habían estado todos vestidos de esmoquin negro, camisas blancas, lazos y fajas azul marino. Las damas de honor estaban en azul real, que lucía bien en todos. Los vestidos no habían sido demasiado horribles; no se veían bien en ninguno, pero no hacían que nadie pareciera que una flor azul hubiera explotado por todas partes y luego congelado en su lugar. Nathaniel se acercó a mí sonriendo, el lazo desatado y unos botones abiertos para mostrar más de las fuertes líneas de su garganta y solo un toque de pecho. ―Gran DJ ―dijo. Lo besé y me abrazó lo suficiente como para poder enterrar mi cabeza contra su pecho. Lo dejé envolverme en su calor y aroma a vainilla. Siempre olía a vainilla para mí, que era parte de su elección de champú, jabón y demás, pero por debajo de eso solo estaba su dulce perfume. No estaba segura si fue la vainilla, pero me acordé de un día de nieve antes de que mi madre muriera cuando habíamos hecho galletas de azúcar y pasamos el día decorándolas. Así es como me hace sentir, como las galletas de azúcar de mi madre en un perfecto día de nieve, cuando había lustre en todas partes para lamer, y se había esparcido sobre esas galletas calientes, y mi madre todavía estaba viva y sonriéndome. Parecía tonto que alguien que me hacía pensar en sexo casi cada vez que lo tocaba me hacía recordar a mi madre y un día de nieve, pero lo hacía, en ese momento lo hacía. Él se apartó del abrazo primero, lo cual era inusual, pero cuando quitó un brazo supe por qué lo había hecho. Micah estaba allí para caminar al otro lado del abrazo de Nathaniel. Micah puso su cara al lado de la mía y pusimos un brazo alrededor de cada uno, el otro fue alrededor de la cintura de Nathaniel. Él medía un metro setenta y cinco, así que ambos encajábamos bajo sus brazos, nuestras caras presionadas contra el otro así que acaricié la cara de Micah mientras Nathaniel se inclinaba sobre ambos. Micah olía a calidez y picante como a canela y cosas que no podía nombrar, y de repente estaba de vuelta en la cálida cocina de mi madre. Nos había mezclado chocolate caliente mejicano ese día, una mezcla de cacao americano normal y ese mucho más especiado, más oscuro, más rico para beber. Ella lo hacía completamente fuerte para ella misma, tan oscuro que era amargo. Aún podía recordar el sabor que me había dejado tener, pero el mío había sido chocolate dulce con una pizca de las especias y su calor. La piel de Micah olía como a especias exóticas, canela, y rico chocolate oscuro, y un recuerdo que casi había olvidado. Mi madre murió el verano después de ese día de nieve. Yo había tenido ocho años. Les sujeté tan cerca como pude y por alguna razón sentí mi garganta tensa, mis ojos calientes con lágrimas que no eran suficientes para caer aún. Micah dijo: ―¿Estás llorando? ―Casi ―dije. ―¿Qué pasa? ―preguntó. ―Nada, absolutamente nada. ―¿Entonces por qué las lágrimas? Miré de él a Nathaniel, y la primera lágrima se deslizó. Ambos parecían preocupados hasta que reí y cité algo que Nathaniel nos decía algunas veces a ambos: ―Algunas veces estás tan feliz que no puedes aguantar todo dentro y se derrama de tus ojos. Ellos sonrieron y me abrazaron entonces. Finalmente rompí el abrazo, dando un toquecito cuidadosamente a mis ojos para no embadurnar el delineador de ojos. Normalmente no llevaba mucho, pero a Nathaniel le gustaba cuando me vestía de arriba abajo; me había enseñado a darme toquecitos en el maquillaje de mis ojos, no solo frotarlos y embadurnarlo. Tener novios quienes llevaban maquillaje en el escenario me había hecho mucho mejor en el lado femenino para ser una mujer. ―Odio ser quien rompa semejante gran humor, pero Tomas realmente está lastimado. Ninguno de nosotros preguntó si quería decir por la herida del disparo, porque eso era un hecho, pero no era lo que Micah quería decir. Nathaniel preguntó: ―¿Cómo podemos ayudarle? ―Qué dijo ―dije. ―Necesitamos hablar con Manny primero. Levanté la mirada para escanear la multitud, pero la pista de baile estaba llena otra vez y yo era demasiado bajita, incluso en tacones, para ver a alguien. Micah ni siquiera tenía tacones, así que fue Nathaniel quién comenzó a guiarnos alrededor del borde de la pista de baile. Solo confiábamos en que él hubiera visto a Manny y le seguimos. Estaba bailando con Rosita, su cabeza descansando en su generoso pecho como si fuera su almohada favorita. Ella parecía avergonzada y contenta, como si se sintiera desgarrada entre dar un buen ejemplo y disfrutar del hecho que después de casi treinta años de matrimonio ellos aún bailaban como adolescentes en un baile de promoción en necesidad de una carabina. Nathaniel puso sus brazos alrededor de ambos y dijo: ―Quiero que seamos así dentro de veinte años. Le di un abrazo de un brazo, descansando mi cabeza contra su pecho. ―No puedo imaginar veinte años en el futuro, pero sí, sí. Micah sonrió hacia Nathaniel, pero había algo en sus ojos que no encajaba con la felicidad del momento; quizás ¿era por hablar con Tomas? ―Veinte años es mucho tiempo, pero haré mi mejor esfuerzo. Si Nathaniel oyó la vacilación en su tono, no lo mostró. Solo miró a la pareja feliz, su cara casi brillando con el potencial de felicidad matrimonial que realmente podría durar toda la vida. Atrapé la mirada de Micah, y dijo: ―Odio interrumpirlos con cosas serias. Ah, no quería arruinar su momento feliz ni tomar parte de la alegría del día de la boda de Connie. Yo tampoco. ―¿Puede esperar? ―pregunté. Lo pensó muy seriamente, la importancia de ello oscureció su rostro, llenando sus ojos de leopardo con pensamientos que nunca pasaría por los ojos de un gato de verdad. Ellos no sopesaban la felicidad ajena frente a sus necesidades inmediatas, o tal vez lo hacían; yo era más una persona de perro. Asintió. ―Todavía estoy buscando a alguien que me haga sentir así ―dijo una voz detrás de nosotros. Me asustó, pero ninguno de los hombres reaccionó; tal vez la habían oído venir. Mercedes Rodriguez, dama de honor, se veía muy bien con el vestido azul rey. El color hacía que su piel pareciera aún más oscura, como si tuviera ese bronceado perfecto, el oscuro que otras personas se arriesgaban al cáncer de piel tratando de lograr. Tenía la altura de su madre, pero la esbeltez de su padre, de modo que parecía modelo, pero con demasiadas curvas de su madre para parecerse realmente a una modelo moderna. Los vampiros en mi vida me habían dicho que la delgadez extrema era solo para los más pobres, aquellos que no podían pagar los alimentos. Si tuvieras dinero, no te morirías de hambre. Los tiempos cambian, supongo. La última vez que había visto a Mercedes había estado en el hospital con Tomas. Había parecido más joven y mucho menos acabada. Hoy, con maquillaje completo, parecía que ella y Connie podrían haber sido gemelas; sin maquillaje parecía más joven, pero ¿la mayoría de nosotros no teníamos menos de treinta años? Mercedes se había graduado con un título en nutrición y en realidad estaba trabajando en un grupo de médicos que se especializaba en ayudar a los atletas, y nosotros, gente común, después de una lesión. Por último oí que se habían asociado con un gimnasio cuyos entrenadores se especializaban en ayudar a las personas después de las lesiones, o ayudarles a prevenir lesiones a través de un ejercicio más inteligente: trabajar más inteligentemente, no más duro. Ni siquiera lo había pensado, pero estaba casi diseñado para ayudar a su hermano pequeño. A veces el karma planea mucho por delante del juego. Me acerqué a Mercedes para decir: ―Pensé que vivías con el hombre alto, moreno y guapo que ha estado a tu lado la mayor parte del día. ―Frankie, Francisco, es genial. El tono solo tomó mucho de lo positivo de lo ―grande. Le levanté las cejas, pero no quise decir nada de lo que ella no estaba lista para escuchar. Puedes darte cuenta de que alguien no es indicado para ti mucho tiempo antes de que estés lista para decir renuncio. Mercedes y yo charlábamos, pero no éramos las mejores amigas ni nada de eso, así que no era mi trabajo decir las cosas difíciles, incómodas. ―Creo que no me di cuenta hasta esta noche que no me hace sentir así. ―Cabeceó hacia sus padres en la pista de baile, y luego se giró hacia mí―. O hacerme sentir como vosotros tres. Ella lo había dicho, así que tomé la apertura. ―Entonces, ¿por qué vives con él? ―Es guapo, encantador, atlético, un médico especializado en medicina deportiva con énfasis en rehabilitación después de las lesiones. Mi grado en nutrición nos ayudará a tratar a todo el paciente, no solo la lesión. Profesionalmente somos geniales. ―Pero lo profesional no lo es todo ―dije. Me dio una sonrisa que era más ironía que risa. ―Tal vez no. Estaba debatiéndome sobre si ella quería más conversación de chicas, o si solo debíamos hablarle de Tomas, pero me salvó del problema, dando un paso adelante e incluyendo a Micah y a Nathaniel en la conversación. ―Te vi hablando con Tomas. No ha querido hablar mucho con nadie de la familia, pero parecía estar hablando contigo. ―Es parte de mi trabajo hablar con las personas después ―dijo Micah. ―¿Después de qué? ―preguntó. ―Por lo general, es después de que ellos, o alguien en su familia, ha sido atacado por un licántropo, pero la violencia es violencia, y cómo la gente reacciona a ella es bastante similar. Asintió, como si eso tuviera sentido para ella. ―Vamos a algún lugar donde podamos hablar sin estropear la recepción para nadie más. ―Ella levantó la vista, luego asintió y sonrió a su novio, Francisco, porque fue como se presentó, no como Frankie. Tomó mi brazo e hizo la pantomima que íbamos a algún lugar juntas. Probablemente asumiría que íbamos al baño. Los hombres siempre estaban dispuestos a aceptar que las mujeres no eran capaces de ir al baño solas, porque la mayoría de las mujeres se movían en grupos para el cuarto de baño. Nunca había entendido por qué; yo estaba bien por mi cuenta, pero en el azul formal podrías necesitar ayuda con las faldas. El vestido de Connie con sus capas de encaje y falda de aro era encantador, pero estaba apostando que necesitaría a todas las damas de honor para sostener las faldas si quisiera usar el cuarto de baño. Fue una de las razones por las que no llevaba una falda de aro para mi propia boda. En el momento en que Francisco no estaba mirando, dejó caer mi brazo, recogió sus faldas y se dirigió a una puerta en la esquina. Micah la siguió con una mirada atrás hacia nosotras. Cabeceé hacia adelante y alcancé a Mercedes. Ella se movía bastante bien en los zapatos de tacón alto teñidos a juego. Nathaniel y yo cerrábamos la marcha. Miré hacia atrás y encontré que a Manny y a Rosita se les habían unido Connie y su nuevo marido. Los cuatro tenían la pista de baile para ellos mientras todo el mundo les sonreía, felices de ver treinta años de felicidad junto al inicio de más. Era una buena imagen, pero como de costumbre cuando había algo agradable, me estaba alejando para hablar de cosas que hubieran estropeado la felicidad detrás de mí. Al menos ahora no estaba sola cuando lo hacía. Nathaniel y Micah estaban dispuestos a dejar las cosas felices para tratar con las cosas difíciles que tenías que hacer para que otras personas pudieran estar seguras y felices. Infiernos, nosotros tres pasábamos mucho de nuestro tiempo de pareja discutiendo asuntos duros con el resto de la gente con la que estábamos implicados así podríamos seguir siendo felices. Ignorar las cosas difíciles no las hace desaparecer. Me alegré de tener ahora gente en mi vida que estaba dispuesta a trabajar en las cosas. Mercedes nos llevó a lo que parecía una habitación de descanso, con máquinas expendedoras, mesas pequeñas y sillas, e incluso un sofá contra una pared. Estaba maravillosamente tranquilo. No había pensado que la recepción era ruidosa hasta que nos alejamos del ruido. Mis hombros cayeron y me dejaron saber que los había estado encorvando un poco, como lo hacía cuando estaba tensa. Esperaba que Mercedes fuera a una mesa, para que pudiéramos sentarnos todos, pero se giró hacia nosotros tan pronto como la puerta se cerró. Supongo que estaríamos de pie. Se giró hacia Micah. ―Tomas habló contigo más de lo que habló con cualquiera de nosotros. Ha empezado con una terapeuta, pero no creo que esté hablando con ella tampoco. ―Podría hacerlo mejor con un terapeuta masculino ―dijo Nathaniel. Mercedes lo miró; sus ojos eran completamente castaños, pero eran de color castaño pálido, como el caramelo de Pascua de chocolate con leche. Me di cuenta de que mis ojos eran más oscuros. Yo era todo un patrimonio mixto, pero los ojos casi negros de mi madre se realizaron. ―¿Qué diferencia haría un terapeuta masculino? ―preguntó. ―Es un chico de trece años ―dijo Nathaniel. ―¿Y? ―Tomas está aprendiendo, o tratando de llegar a ser, el tipo de hombre que va a ser. Mientras está tratando de averiguar lo que significa ser un hombre, es secuestrado, disparado, y no podía proteger a su hermana ―dijo Micah. ―Connie es nuestra hermana mayor; siempre nos ha protegido ―dijo Mercedes. ―Pero eso fue cuando Tomas era un niño; en realidad ya no es un niño ―dijo Nathaniel. Ella hizo una mueca y puso los ojos en blanco. ―Solo tiene trece años, es un niño. ―Y por eso no quiere hablar contigo ―dijo Nathaniel―, porque para ti sigue siendo tu hermanito, pero dentro de su propia cabeza trata de ser más que eso. Frunció el ceño y estudió el rostro tan serio de Nathaniel. ―No entiendo eso, porque siempre será mi hermano pequeño, pero tienes razón; está en la edad en la que todos tratamos de averiguar lo que seremos como adultos. Estás diciendo que como su familia no podemos verlo claramente. ―Algo así. ―Crees que lo haría mejor con un terapeuta masculino, porque está aprendiendo a ser un hombre y de repente todo lo que la sociedad le dice que es viril se le ha quitado. ―No, pero está herido ―dijo Nathaniel. ―¿Qué tan malo es el daño físico? ―preguntó Micah. ―¿Qué te dijo Tomas? ―Que los médicos no están seguros de si volverá a caminar. ―Eso no es cierto, volverá a caminar. ―¿Qué hay de correr? ―pregunté. Mercedes se veía seria y luego triste; no era una buena señal. ―¿Está mal? ―dije. ―Le dispararon en el estómago, pero parece haber daño del nervio en una pierna. Es solo mala suerte que la bala golpeara en dónde lo hizo. Una cuestión de uno en un millón, dijo el ortopedista, nos dijo a Frankie y a mí en privado que si la bala hubiera ido unos centímetros al otro lado podría haberse desangrado y morir antes de llegar al hospital, así que es todo tan… Todo el futuro de Tomas colgaba de unos pocos milímetros dentro de su cuerpo, y lo que la bala golpeó, o no golpeó. Sus ojos brillaban con lágrimas no derramadas, brillando en la dramática sombra de los ojos de la boda. Tomó una respiración profunda, temblorosa, estabilizándose visiblemente. Su voz era casi uniforme cuando dijo: ―Pensáis que si hace religiosamente su terapia física, y añade aún más levantamiento de pesas de lo que hacía para la pista, debería recuperarse lo suficiente como para correr. ―¿Recuperarse lo suficiente para correr como lo hacía antes? ―pregunté. Se encogió de hombros. ―Ningún médico va a decir sí o no en este momento. Hay demasiadas variables. He tratado de explicárselo a mamá y papá, pero quieren respuestas definidas y no es tan fácil. Me llevó un segundo comprender que mamá y papá eran Manny y Rosita. ―Comprendo el razonamiento ―dijo Micah―. Ellos no pueden saber con seguridad que se curará y no pueden controlar lo duro que Tomas trabaje en su terapia física. ―Es joven, por lo que le ayudará a sanar, pero él ha iniciado los mismos 2 principios de TF , y no está trabajando en ello como debería. ―Está deprimido ―dijo Nathaniel. ―Sí, pero si no hace su TF, entonces es casi una garantía de que no se curará lo suficiente para hacer pista de nuevo. Maldita sea, si no pone esfuerzo en recuperarse, podría acabar lisiado permanentemente. ―¿Qué hará la diferencia? ―pregunté. ―Seguir las órdenes del médico, ser serio con la TF, y en unas semanas si lo hace, Frankie y yo le ayudaremos a empezar a agregar pesas y otros ejercicios. Este es el tipo de cosas que ambos queríamos hacer para ayudar a la gente. Nosotros, yo, puedo ayudar a Tomas, si me lo permite. ―Las lágrimas comenzaron a deslizarse por sus mejillas ahora. Miré a Micah y luego a Nathaniel. Uno me miró, y el otro hizo un pequeño movimiento. Suspiré y abracé a Mercedes, dejándola doblarse para poder sostenerla mientras lloraba a pesar de que yo era unos centímetros más baja. ¿Por qué siempre era la chica la que se suponía que debía sostener a la gente cuando lloraban? ―¿Has intentado presentarle a alguien que se recuperó de una lesión similar? ―preguntó Micah. Hizo que Mercedes se pusiera derecha y se limpiara los ojos. Se secó demasiado y se ensució el maquillaje de los ojos. Se lo diría antes de volver a la recepción. ―Tenemos algunos pacientes que son atletas profesionales. No es el mismo tipo de lesión, pero a Tomas le encanta el deporte, y escuchar sobre lo duro que están trabajando para recuperarse podría ayudarle a trabajar más duro en el TF. Es una gran idea, Micah, gracias. ―Sí, lo es, pero ¿y si habla Anita con él ahora? ―preguntó Nathaniel. Todos nos volvimos y lo miramos. ―¿A qué te refieres? ―pregunté. ―Los médicos te dijeron que podrías perder el uso del brazo, pero trabajaste duro en el gimnasio más que nunca y ahora está bien. Miré hacia mi brazo como si hubiera olvidado que estaba allí, porque sabía exactamente a la lesión a la que se refería. La curva de mi brazo izquierdo era un montículo de tejido cicatricial blanco. Funcionaba bien, pero era la peor cicatriz que tenía, y la que había hecho que los médicos hablaran de discapacidad permanente. Mercedes dijo: ―Anita es casi un cambiaformas en sí misma, sin toda la metafísica. Hemos hablado de sus habilidades curativas; no es un humano normal. ―Tomas me preguntó si convertirse en un cambiaformas lo curaría ―dijo Micah. ―Es demasiado joven para tomar esa decisión ―dije. ―Sí, es ilegal contaminar a alguien con licantropía que tiene menos de dieciocho años, incluso con su permiso, pero Tomas está preguntando, y pensé que su familia debía saberlo ―dijo Micah. ―No era del todo vampiro y cambiaformas supercurativo cuando me rompieron el brazo, Mercedes. De hecho, pensaron que probablemente perdería al menos algún uso de mi brazo. He curado como un humano normal en su día. ―¿Qué hiciste para sanar? ―preguntó. ―Fisioterapia como era mi nueva religión, y trabajé la sala de pesas en serio por primera vez. Levanté un poco en la universidad para el judo, pero poniendo el músculo alrededor de mi codo… Uno de los médicos me dijo que podía hacer toda la diferencia. El TF era fuerza y flexibilidad, los pesos ayudaron a mantener el tejido cicatricial de escorar los ligamentos y los tendones mientras sanaban. ―Eres como un ejemplo ambulante de lo que Frankie y yo hacemos, y cuánto puede ayudar a la gente. A Frankie le gusta trabajar con los atletas profesionales, y yo también, pero realmente me gusta ayudar a la gente común a ser más atlética, más saludable, especialmente después de una lesión. Es como si no supieran lo que sus cuerpos pueden hacer hasta después del accidente. ―Es más después de estar tan cerca de perder el uso de tu cuerpo, quieres usarlo más ―dije. Ella asintió. ―Eso tiene sentido. ―Anita podría hablar con Tomas ―dijo Micah. ―Solo si estás allí para ayudarme a comunicar el mensaje ―dije. ―Yo también ayudaré ―dijo Nathaniel. ―Aprecio el apoyo moral ―dije, sonriendo. ―No es solo eso, Anita. He sido víctima de niño y adolescente y sobreviví. Sé lo que es ser herido, mal, y no saber si tu cuerpo va a volver. ―No sabía todas las lesiones que Nathaniel había sufrido antes de conocerlo, pero sabía que había huido después de haber presenciado a su padrastro golpear a su hermano mayor hasta la muerte con un bate de béisbol. Nathaniel tenía siete años cuando sucedió; a los diez había estado en las calles vendiendo lo único que tenía… él mismo. Decir que Nathaniel había tenido una infancia difícil era como llamar al Titanic un accidente de un bote. ―No eras un licántropo de niño ―dijo Mercedes. ―No, solo era humano. ―¿Qué edad tenías cuando te convertiste en un cambiaformas? ―preguntó. ―Dieciocho. Conocí a Nathaniel cuando tenía diecinueve años, solo un año después de que se convirtió en un cambiaformas leopardo. Realmente no había hecho esas matemáticas en mi cabeza. Siempre había parecido tan controlado, como si hubiera tenido años de práctica con su bestia cuando lo conocí. Tenía suficiente control ya que se estaba desnudando y cambiando de forma en el escenario de Placeres Prohibidos sin nada entre él y el público, sino su autocontrol y la seguridad del club, aunque eso era más para mantener a los clientes de los bailarines que al revés ―Dios, ni siquiera veinte; tú también eras un niño ―dijo. ―Todo el mundo es un niño una vez, Mercedes ―dije. Ella me miró. ―Tú tenías aproximadamente mi edad cuando empezaste a trabajar con papá. Pensé que eras toda grande, pero eres solo eso, ¿ocho años mayor que yo? ―Soy seis años mayor que Connie, así que supongo que eso es correcto. ―Tienes mi edad ―dijo Nathaniel. Ella lo miró entonces. ―No sabía que eras mucho más joven que Anita, o tal vez es que no te ves de treinta años. ―Treinta y uno ―dije. Micah me tomó la mano, sonriendo. ―Anita y yo tenemos la misma edad. ―Ninguno de vosotros aparenta treinta años ―dijo, y estudió nuestros rostros al decirlo. La miré de nuevo y me pregunté por primera vez, ¿parecíamos más jóvenes que Mercedes? Los licántropos envejecen más lentamente de lo normal de todos modos, y gracias a la supervivencia de varios ataques de cambiaformas renegados llevaba varias cepas de licantropía en mi torrente sanguíneo. No debería haber sido capaz de ‘atrapar’ más de una cepa de licantropía, ya que protege su cuerpo huésped de casi todas las enfermedades y lesiones, incluyendo otros tipos de licantropía. Era un milagro médico porque tampoco cambiaba de forma. Eso podría cambiar algún día, pero hasta ahora era la primera en las revistas médicas, o eso me habían dicho algunos médicos. Pensábamos que mis lazos con los vampiros, tanto metafísica como románticamente, me habían protegido de cambiar de forma, porque los vampiros no podían atrapar la licantropía, al igual que un licántropo no podía convertirse en un vampiro. Las dos condiciones médicas sobrenaturales se cancelaron mutuamente para la licantropía y el vampirismo modernos. Hace miles de años, los licántropos podían captar el vampirismo y ser ambos, pero algo sobre una de las dos condiciones había cambiado lo suficiente durante los milenios que no funcionaba de esa manera ahora. Había conocido a unos cuantos vampiros que tenían edad suficiente para llevarlos a ambos, y todos ellos habían sido tan aterradores como un infierno o no humanos en absoluto. Humanoide, pero no Homo sapiens, eso había sido una sorpresa, bien, un shock. La mayor parte de la literatura científica había pensado que los vampiros ni siquiera existían como una enfermedad/condición hasta el Homo sapiens. Algunos científicos pensaron que probablemente en los Cromañón, o los Neandertales, pero eso fue seriamente discutido. Sabía que los vampiros venían de más allá de eso, pero seguía teniendo que matar a cualquier vampiro que conociera, porque estaban todos locos como sombrereros y más malvados teniendo el plan de Hitler de ‘mejorar’ a la raza humana. También eran tan poderosos que podía hacer que mis huesos me dolieran solo por estar de pie cerca de ellos. Muertos era lo mejor para ellos y más seguro para el resto de nosotros, pero sería bueno encontrar a alguien sano que pudiera hablar con los paleobiólogos, arqueólogos, paleo antropólogos y todos los demás. Mercedes y Micah hablaron con Tomas en la zona de recepción antes de que Nathaniel y yo fuéramos. No queríamos que se sintiera como si estuviéramos aferrados a él. Estuvo de acuerdo casi de inmediato, lo cual no esperaba, pero como Nathaniel señaló, yo acababa de salvarle la vida. Eso podría darme más credibilidad que a cualquiera. Volvimos a la sala de descanso. Mercedes giró a Tomas junto al sofá, así que tuvimos un grupo de conversación, aunque conseguí una de las sillas de la mesa, así podía sentarme en el otro lado de Tomas, en vez de en el sofá. Era demasiado bajo para que me sentara y tuviera un buen contacto visual con Tomas sin que ninguno de nosotros girara curiosamente la cabeza. Me gustaba el contacto visual y para las conversaciones importantes me gustaba aún más. Micah se sentó en el brazo del sofá, Nathaniel a su lado. Mercedes tomó la esquina del sofá, no estaba segura de que Tomas hablara delante de ella, ya que no había hablado mucho con nadie de su familia. Ya le había dicho a Micah que si el chico no hablaba delante de ella, ella nos dejaría. Tomas había sido el niño más pequeño en la escuela durante años, después de Manny, pero él era todo brazos y piernas en su esmoquin ahora. Tenía que ser al menos de cinco a ocho como su madre, pero como sus hermanos habían resultado ser seis y cinco, excepto uno de seis y tres años, apodado Bambino no por su orden de nacimiento, sino por ser ‘corto’, Tomas probablemente llegaría por lo menos al metro ochenta y tres algún día. Los hermanos parecían una línea defensiva en los bordes de la pista de baile, hasta que sus esposas los arrastraron a la pista de baile, y luego fueron sorprendentemente graciosos, como ver a los toros hacer piruetas a través de una tienda de porcelana. Su cabello negro era corto, pero con la longitud suficiente para que alguien hubiera utilizado gel de pelo para retirarlo de su rostro en uno de esos peinados ondulados descuidados que algunos hombres pueden lograr. En pocos años, cuando llegara a su nueva altura, el cabello sería un punto de venta serio, pero su cara todavía se parecía a la cara de un niño pequeño, por lo que la combinación le hacía parecer bonito de una manera que la mayor parte de los chicos de trece años no quieren, pero parecía estar bien con todo ese pelo enmarcando su rostro. Probablemente significaba que el peinado no era solo para la boda, sino algo que hacía regularmente, lo que significaba que se preocupaba por su cabello más de lo que mi propio hermanito a la misma edad, mucho más. Recordé a Manny diciéndome que Tomas ya estaba empezando a dejar huella en las chicas de la escuela, así que probablemente se preocupaba por muchas cosas que no asocié con trece. Había retrocedido irremediablemente a la misma edad. Se sentó ligeramente torcido, favoreciendo un lado fuertemente. Había una opresión alrededor de sus ojos, incluso en la cara de bebé, que hablaba del dolor. Estaba sufriendo, pero el tipo de medicamentos que probablemente estaba recibiendo por el dolor lo habría drogado o le hubiera hecho dormir. Iba a resistir por orgullo. Habría hecho lo mismo, así que no podía tirar piedras. Tomas me dirigió una mirada de grandes ojos castaños, el cabello agradable se derramó un poco hacia delante, de modo que enmarcó su rostro en un lado. El gesto me recordó a cómo Asher utilizaba su cabello dorado para enmarcar su rostro con tan buen efecto. Eso me dejó saber que fue a propósito para Tomas, también. Sabía que era bonito. Era un nivel de conciencia de sí mismo que no asociaba con la mayoría de los chicos de su edad. ―Oye, Tomas, no te preguntaré cómo te sientes. Él sonrió de repente. Le hacía parecer más joven y más real que la mirada descuidada y casi flirteante de segundos antes. ―Entonces serás la única que no me lo ha preguntado. Le sonreí de vuelta. ―Lo sé, te enfermas de responder a la pregunta. Cuando todavía estás en el hospital, la gente hace la pregunta. Siempre quiero responder: ‘Me siento como una mierda, ¿cómo te sientes?’ Se rió entonces, y fue como la sonrisa, más joven. Me gustaron ambos; me hizo ver al niño que conocía desde que estaba en el jardín de infancia. ―Me gusta eso, me gusta mucho, pero mamá tendría un ataque. ―Cuántos de ellos han preguntado, '¿Cómo te va?' ―Muchos ―dijo, poniendo los ojos en blanco. ―La próxima vez, di, 'Me dispararon, ¿cómo estás?' A ver que dicen. ―Anita ―dijo Mercedes―, no le enseñes a ser un sabelotodo. Ya es bastante malo. ―Pero se estaba riendo. ―Todavía tengo preguntas estúpidas sobre las cicatrices ―dije. Me miró serio a los ojos mientras decía: ―Micah dijo que te lastimaste mal una vez. ―Más de una vez, pero ésta es la que los médicos pensaron que me lisiaría. Sus ojos se encogieron, pero había usado la palabra deliberadamente. Me miró estrechando a los ojos; no era del todo una mirada amistosa, pero tampoco era hostil, más una mirada de consideración, como si hubiera hecho algo interesante. ―La mayoría de las personas no dicen la palabra, hablan a su alrededor, pero tú acabas de decirla: lisiado. Voy a ser un lisiado. ―Pura mierda ―dije. Me miró con los ojos muy abiertos y casi sonrió. ―¿Por qué dices eso? ―De lo que oí, si haces tu TF caminarás muy bien, y si agregas más pesos y trabajas en el gimnasio, también estarás corriendo. Su rostro se oscureció, sus ojos repentinamente enojados. ―No me prometen que volveré a correr otra vez. ―Pero si no haces tu TF, te garantizan que no volverás a correr, ¿verdad? Me dio la fuerza completa de esos ojos enojados, su boca se convirtió en una línea dura. Parecía resentido. No le hacía parecer más viejo, en realidad, pero le hacía algo desagradable, como si toda su energía cambiara. Comprendí en ese momento que no se trataba solo del cuerpo de Tomas, ni siquiera de su recuperación emocional, sino algo más profundo. La amargura puede estropearte para siempre. Se alimenta de todas las cosas buenas y hace que todo parezca malo, si la dejas. ―Nunca voy a correr como podía antes, así que ¿de qué sirve? Sostuve mi brazo hacia él, flexionando mi mano hacia abajo hasta la muñeca para que la curva de mi codo estuviera muy plana y las cicatrices fueran muy claras. No era como si nunca fueran visibles si llevaba mangas cortas, pero las había tenido tanto tiempo que ya no pensaba en ellas mucho. Corrían blancas y gruesas a través de la curva de mi brazo, apilándose en el codo y corriendo en cuerdas finas desde el tejido de la cicatriz. Me habían dicho que debería haber preguntado por un cirujano plástico cuando sucedió, pero una vez que me dijeron que podría perder el uso de mi brazo no me había preocupado por las cicatrices. Ahora eran una parte de mí, como una peca, o un lunar, algo en mi piel que siempre había estado allí, aunque por supuesto, las cicatrices no habían estado siempre allí. La voz de Tomas era casi hostil cuando dijo: ―Las he visto antes en el verano. ―No trato de esconderlas, a ninguna de ellas. Su mirada fue más abajo en mi brazo a la cicatriz de quemadura en forma de cruz, ahora un poco torcida por la cicatriz de la garra que me había dado una bruja cambiaforma. Señalé una cicatriz mucho más pequeña en mi brazo cerca del hombro. ―Esta fue mi primera herida de bala. Miró la mancha blanca y lisa. ―Sé que te dispararon este año, pero curaste, te sanaste porque eres como… mágica. ―Incluso para él sonó débil, porque parecía enojado, con ojos inciertos, mientras agregaba―: Ya sabes lo que quiero decir, tú te curas de todo. ―Cada cicatriz que acabas de ver eran de antes de que pudiera curar todo. Hay unas cuantas más, incluyendo una del mismo vampiro que me rompió el brazo. Me mordió la clavícula hasta que la rompió. Me lanzó una mirada de ojos sospechosos. ―Lo juro. Sus ojos se estrecharon y me pregunté de dónde sacaba la actitud. No podría ser solo desde el secuestro, porque tomaba tiempo construir una mala actitud. Debería saberlo, porque yo tenía una propia. Bajé el cuello de mi camisa lo suficiente como para mostrar el borde de la cicatriz de la clavícula. Sus ojos se abrieron un poco, algo de la sospecha desvaneciéndose, pero luego dijo: ―Creo que tienes todas las heridas, Anita. Pero Mercedes solo quiere que tú me digas que sea bueno y que haga mi terapia física. ―Es tu hermana, se supone que quiere que te mejores, ¿verdad? Frunció el ceño con más fuerza. ―¿Querrías que a Mercedes no le importes un carajo? ―No, claro que no. ―Entonces, sí, quiere que te hable sobre lo que hice para mantener mi brazo. Sus ojos se ampliaron un poco, el adolescente malhumorado deslizándose por los bordes. ―Papá no me dijo que casi perdiste el brazo. ―No iban a cortarlo ni nada, pero el doctor me dijo que podía perder del cincuenta a al setenta y cinco por ciento de movilidad de la articulación, lo que significaba que básicamente estaría sin un brazo. Sus ojos se mantuvieron grandes, cara seria, no hosca mientras miraba las cicatrices. ―¿Qué hiciste? ―Lo que los médicos me dijeron que hiciera, terapia física, e iba al gimnasio como si fuera mi nueva iglesia. Nunca había levantado pesas o trabajado tan duro en mi vida, porque estaba salvando mi brazo. A la mierda con los tejanos estrechos, o verse bien en un bikini. Yo quería esto. ―Hice un puño para él y flexioné los músculos de mi antebrazo, incluso los que estaban debajo de las cicatrices. ―Tienes más músculos que cualquier chica que conozco. ―Era sincero, los ojos todavía amplios mientras miraba todas las cicatrices en mi brazo. Entonces sonrió de pronto―. Apuesto a que también te ves muy bien con un bikini. ―Sus ojos barrieron brevemente mi cara y luego bajaron a mis pechos, lo que era un poco desconcertante viniendo de alguien que había conocido desde que tenía seis años. ―Ojos arriba ―dije, haciendo un gesto con la otra mano. Tuvo la decencia de sonrojarse. Mercedes dijo: ―¡Anita! ―Como si yo hubiera hecho algo malo. ―Si tiene la edad suficiente para mirar, tiene la edad suficiente para que se le llame la atención por ello y tiene la edad suficiente para aprender a hacerlo sin ser pervertido. ―Anita tiene razón ―dijo Micah. Nathaniel asintió y agregó: ―Puedes mirar sin ser espeluznante, solo necesitas práctica. Tomas levantó las manos frente a su rostro para esconder el rubor, o porque no sabía qué más hacer. Era como un gesto remanente de cuando era un chico mucho más joven. Bajó las manos y sus ojos volvieron a estar enojados, mientras trataba de reconstruir la actitud hosca y arrogante. ―Lo siento, me quedé mirando. Me gustaba que no lo ignorara todo, y aún más que se disculpara. ―Aprecio la disculpa, Tomas. Se encogió de hombros, la cara potencialmente bonita no bonita en absoluto mientras dejaba que la actitud quedara a cargo. Tal vez lo había avergonzado y tal vez eso no le haría querer escucharme, pero a la mierda, se lo había buscado. ―Si te disculpas por algo, no tienes que seguir dándole a alguien una actitud por ello después de la disculpa ―dijo Micah. Tomas lo miró. Creo que se suponía que era una mirada dura, pero era un adolescente suburbano que había tenido su primera experiencia violenta hace menos de un mes; su mirada dura no era tan dura. Micah le dirigió una mirada tranquila. ―Una disculpa significa que sientes que hiciste algo; seguir siendo una mierda después de la disculpa significa que no lo sientes. ―Así que, ¿cuál es? ―pregunté―. ¿Lo sientes porque miraste fijamente, o fue la disculpa solo algo que decir porque pensaste que deberías? Tomas nos miró de uno a otro, luego dijo: ―Sois extraños. ―Somos preternaturales ―dijo Micah. ―No es eso lo que quiero decir. ―Todavía parecía hosco, pero había algo en su rostro junto a ello. Nos miraba como si hubiéramos hecho algo interesante, o al menos algo inesperado. Finalmente me miró―. Lo siento, miré fijamente y eso fue espeluznante. No quise ser espeluznante. ―Disculpa aceptada. ―¿Fuiste capaz de levantar mucho después de que tu brazo se puso mejor como antes? ―Más ―dije. Me volvió a dar esa mirada de ojos sospechosos. ―Podía levantar más porque trabajé más duro en el gimnasio que nunca antes, así que me recuperé mejor y más fuerte que nunca. Él asintió entonces, con ojos pensativos. ―Lo entiendo. ―Si solo me hubiese rendido, entonces mi brazo no estaría funcionando, y no tendría todos estos músculos, y habría dejado de cazar vampiros hace ocho años. ―Anita nunca nos hubiera conocido a ninguno de los dos ―dijo Nathaniel. Tomas lo miró entonces. ―¿Qué quieres decir? ―Anita nos conoció a través de sus conexiones con Jean-Claude. Acababa de conocerlo cuando fue atacada, y si hubiera renunciado a cazar vampiros, tal vez nunca lo hubiera vuelto a ver. Si nunca hubiera salido con él, nunca nos habría conocido. ―¿Estás diciendo que si hago todas las cosas que mis médicos quieren que haga, encontraré el amor verdadero? ―Puso los ojos en blanco y de repente fue un muchacho de trece años con su reacción, como si ‘verdadero amor’ significara piojos de chicas. ―¿Estás diciendo que no quieres ser tan feliz como mamá y papá? ―preguntó Mercedes, con una mano en la cadera y el rostro en correspondencia con la actitud seria. Él también le puso los ojos en blanco. ―Todo el mundo quiere ser tan feliz como ellos. ―Todos, ¿pero tú no? ―preguntó Micah. ―Es vergonzoso el modo en que están en todas partes el uno con el otro como si tuvieran la edad de mis hermanas. ―Todos deben ser bendecidos con padres que se comportan como adolescentes en una cita de graduación ―dije. Me frunció el ceño. ―Inténtalo en algún momento y verás cómo te gusta. ―Me encantaría, pero mi madre murió cuando yo tenía ocho años. ―Jesús, Anita, tienes una historia peor para todo. ―Tomas ―dijo Mercedes, como si le advirtiera que fuera amable. ―Está bien ―dije―. Tengo una historia mala para casi cualquier ocasión. ―No lo dije de esa manera ―dijo. ―¿A qué te refieres? ―pregunté. Suspiró, frunció el ceño y se dejó caer en la silla de ruedas aún más de lo que había estado, como si de repente estuviera cansado. ―Voy a hacer mi terapia física. ―E ir al gimnasio ―dije. Me frunció el ceño. ―Eres agresiva, ¿sabes eso? ―Lo sé ―dije, sonriendo. ―Tomas ―dijo su hermana de nuevo, con ese tono que los hermanos mayores y los padres parecen tener. ―Esto no es Anita siendo insistente ―dijo Micah. ―Ni siquiera cerca ―agregó Nathaniel. Levanté la vista hacia ellos. ―Muchas gracias, amores de mi vida. Me sonrieron desde el sofá. ―Discute con nosotros si puede ―dijo Micah. Traté de fruncir el ceño, pero acabé sonriendo también. ―No puedo, así que punto entendido, o apuntado. Tomas nos estaba observando, como si lo estuviera archivando para su uso posterior. ―Así que si hago la TF y me meto en el gimnasio, ¿qué? ―Entonces dejas de tener que usar una silla de ruedas y usas muletas. Volverás a aprender a caminar y luego a correr. ―Los médicos no me prometen que correré tan rápido como antes. ―Te lo he dicho, Tomas, los médicos no pueden prometer eso, también hay muchas variables ―dijo Mercedes. ―Si trabajas duro podrás correr y no andar con muletas, lo cual es algo muy bueno, ¿verdad? ―dije. ―Sí ―dijo, el tono sombrío se filtraba de nuevo en su voz―. Así que vale la pena trabajar para todos por su cuenta, ¿verdad? ―Me frunció el ceño. ―Supongo que sí. ―Pero por lo que sabes, si trabajas en el gimnasio con más fuerza que nunca, puedes ir más rápido y sé que te fortalecerás. ―Piensas que podría correr más rápido que antes. ―No lo sé, pero sé que si no haces el trabajo, podrías terminar con muletas por el resto de tu vida o en una silla como esta para siempre. ―Miró a su hermana. ―Si no haces la TF y el gimnasio, no lo sé, Tomas, y esa es la verdad, pero podría ser tan malo como Anita está diciendo. Esa es una posibilidad si no trabajas para ayudarnos a ayudarte. ―Nada de esto nos ayuda a ayudarte una mierda ―le dije―. Tienes trece años, eres lo suficientemente mayor para ayudarte a ti mismo, si alguna vez vas a hacerlo. ―¿Qué significa eso, 'si alguna vez voy a hacerlo'? ―Este es tu momento de elección, Tomas. Puedes ser un tipo que hace frente, y hacer todo lo posible para ayudarse a sí mismo, o puedes sentir pena de ti mismo, no hacer nada, y en el momento en que Mercedes se case puedes empujarte a ti mismo por el pasillo. Tal vez Manny pueda conseguirte una de esas sillas de ruedas deportivas. ―Le vas a asustar ―dijo Mercedes. ―Bien, debería tener miedo. ―Me incliné para poder darle un contacto visual directo―. Tienes una opción, Tomas; es tu vida. Puedes estar lisiado por el resto de tu vida, o puedes luchar para andar de nuevo, pero no culpes a la persona que te disparó si no haces la TF y el entrenamiento de gimnasio, porque si no trabajas para mejorar, entonces todo depende de ti. ―¡Me disparó! ―Parecía indignado. ―Sí, pero puedes decidir si eres su víctima o no. ―¿Qué quieres decir? Soy su víctima. Me disparó. ―Te disparó, pero no te mató. No tomó tu vida, lo que significa que todavía tienes la oportunidad de tener todo lo que tenías antes, y más. Pero si no te esfuerzas en ayudarte a salir de esto, entonces el malo gana para siempre, Tomas. Ganará si te rindes, pero si peleas, entonces ganas, porque recuperas todo lo que intentó quitarte. Pierde si lo intentas, pero si ni siquiera lo intentas, entonces eres su víctima, por los siglos de los siglos. ―No soy una víctima ―dijo, volviendo a enojarse. ―Demuéstralo: Ve a la TF, ve al gimnasio cuando tus médicos digan que puedes o debes hacerlo. Trabaja duro para mejorar, porque así es como recuperas tu vida; así es como vas de víctima a superviviente. ―Prefiero la palabra prosperar, porque no estoy sobreviviendo, estoy prosperando ―dijo Micah. ―¿Qué quieres decir? Casi eres como el rey de los cambiaformas y tienes a Anita. No estaba segura de que me gustara ser catalogada como un logro más, o si a Nathaniel le gustaba no estar en la lista. ―Ahora, pero cuando tenía dieciocho años fui atacado por un licántropo, un cambiaformas leopardo. Mató a mi tío y primo y me dejó por muerto. Si dos doctores no hubieran salido a cazar en la misma montaña y me hubieran encontrado casi de inmediato, no estaría con Anita y Nathaniel, o sería el jefe de la Coalición para una mejor Comprensión entre las Comunidades Humanas y los Licántropos. No sería nada, solo una víctima más del bastardo que mató a mi tío y a mi primo. Nathaniel se inclinó hacia Micah, rodeando con su brazo la cintura del otro hombre. Micah colocó su brazo sobre los hombros de Nathaniel y se dejó sujetar, pero mantuvo su mirada verde-dorada en el niño en la silla. Tomas parecía sorprendido, la fría sombra que había tratado de reconstruir se desmoronaba mientras luchaba por lidiar con lo que Micah había dicho. Sus ojos se dirigieron a los hombres que se abrazaban, y eso le molestó, pero trató de recuperar la calma, o su ira, algo que usar contra la verdad. Miró a Nathaniel y se las arregló para sonar desdeñoso cuando preguntó, ―¿Y cuál es tu triste historia? ―Tomas, estás siendo grosero ―dijo Mercedes. ―No, está bien, recuerdo haber tenido trece años ―dijo Nathaniel. ―¿Qué se supone que significa eso? ―dijo Tomas, tratando de enojarse. Nathaniel abrazó a Micah un poco más apretado, pero mantuvo la calma, y los ojos lavanda en el niño. ―Cuando tenía siete años mi padrastro mató a mi hermano mayor, Nicholas, delante de mí con un bate de béisbol. Nicholas me dijo que corriera, y lo hice, todo el camino a las calles. A los diez me vendía por comida, refugio, supervivencia; a tu edad era un drogadicto, vendiéndome a quienquiera que pagara. Gabriel, que entonces era jefe de los cambiaformas leopardos locales, me vio en la calle. Yo tenía diecisiete años. Dirigía un servicio de escolta masculino de clase alta que se especializaba en cambiaformas para clientela muy especial. No dormían con una puta callejera y drogadicta, así que me limpió, me obligó a rehabilitarme, me puso sobrio, y esperó a ver si me quedaba de esa manera. Había cumplido dieciocho años antes de que finalmente me convirtiera en un cambiaforma leopardo, porque no lo haría hasta que supiera que me quedaría limpio. Fue el mismo año que me llevó a Jean-Claude para lecciones de cómo vestirme, qué tenedor utilizar en las cenas de lujo, para que pudiera escoltar a cualquier persona a cualquier lugar y no avergonzarlos. Jean-Claude me enseñó a bailar en el escenario de Placeres Prohibidos, no solo sacudir mi basura, sino bailar, seducir y prometer cosas que no tenía que entregar. No permitía que ninguno de sus bailarines encontrara a fulanito o fulanita, en el trabajo. Solo éramos strippers, no putas. Todavía fui a ciertos clientes muy especiales a través de Gabriel, pero nunca en el club. ―Tomas miró a Nathaniel como si le hubiese brotado una segunda y fea cabeza. No tenía nada que ofrecer a tal lista de desastres y dolor. ¿Quién lo hacía? Mercedes encontró una silla y se sentó pesadamente en ella. La miré y también parecía sacudida, pero el espectáculo principal eran Nathaniel y Tomas, con Micah sentado sólido y sosteniéndolo. Habría ido a ellos, pero había un peso para los tres, los hombres y el niño. Esto era entre ellos, hasta que ellos me lo dijeran o me lo pidieran. ―Tenía apenas diecinueve años cuando uno de los clientes intentó matarme. No sé si pensó que me curaría, o si simplemente no le importaba. Gabriel ya estaba muerto, así que no tenía a nadie que me protegiera. Fui al hospital y conocí a Anita. Me hizo renunciar al negocio de acompañante, pero eso estaba bien. Estaba haciendo un buen dinero en Placeres Prohibidos, ya no necesitaba hacer el otro, y había dejado de disfrutarlo, así que era fácil dejarlo. Me callé, pero no recordaba la historia de esa manera. En realidad no había exigido que renunciara a ser un acompañante, simplemente cerré el negocio, por lo que ninguno de los cambiaformas leopardos podría hacerlo más. Tampoco había sido amor a primera vista para mí con Nathaniel, y la historia parecía implicar eso, pero… Mantuve la boca cerrada, porque no era mi historia. La historia nunca es acerca del príncipe que rescata a la princesa, es siempre la historia de la princesa, y en esta versión era Nathaniel. Estaba bien con eso, la princesa nunca fue realmente mi estilo. ―Diría que estás bromeando, pero… ―Tomas se detuvo, mirando al suelo como si tratara de averiguar qué decir. Nathaniel se lo explicó, ―Pero si yo fuera a inventar una historia, no sería esa. Tomas levantó la cabeza y asintió. ―Sí, eso. ―Todos hemos sido lastimados, Tomas ―dijo Micah―, pero lo que marcó la diferencia es que todos, los tres, luchamos por tener una vida y no dejar que las cosas malas que nos pasaron definieran quiénes somos y lo que sería nuestra vida. Tomas se lamió los labios. Ya no estaba tratando de ser frío ni enojado. No tenía nada que poner como un escudo contra toda esa verdad y dolor. ―¿Qué quieres que haga? ―preguntó, finalmente. ―Haz tu TF ―dijo Nathaniel―. Trabaja en el gimnasio cuando los médicos digan que puedes ―dijo Micah. ―Trabajar duro en ambos ―dije. Tomas me miró y luego volvió a los hombres. Se lamió los labios otra vez, asintiendo más a sí mismo que a nosotros. ―Iré. ―Promételo ―le dije. Me miró entonces, y había una determinación que no había estado allí antes; la cólera estaba allí y estaría por un tiempo, pero había cosas mejores en sus ojos oscuros ahora, cosas que le ayudarían más de lo que le harían daño. ―Lo prometo ―dijo, y le creí. Nathaniel añadió: ―Y si los doctores piensan que el asesoramiento ayudará, no solo digas que no. Tomas lo miró con el ceño fruncido. ―Estoy bien, no necesito consejo. ―No estás bien, pero está bien no estar bien. Si no necesitas asesoramiento, entonces es genial, pero si lo necesitas, también está bien. Mi terapeuta me ha ayudado mucho. ―He tenido terapia ―dijo Micah. ―Yo también ―dije. Tomas miró de uno a otro. ―No lo necesito. ―Su voz era muy firme y volvió a enojarse. ―No dijimos que lo hagas, solo que si lo haces, puede ayudar ―dijo Micah. La mirada sombría estaba de vuelta, así que le dije: ―Trabaja en tu TF y deja el resto para después, o nunca. El cuerpo primero, y a veces el resto se cuida de sí mismo. Algo parpadeó en sus ojos; tal vez era la duda. ―¿De veras? ―preguntó, logrando sonar sospechoso y un poco asustado, lo que me hizo saber que ya se había preguntado por el otro tipo de terapia incluso si no quería admitirlo. ―Realmente, mucha gente trata la mente y al cuerpo como si uno fuera más importante que el otro, pero están demasiado interconectados para ignorar uno por el otro. Las cosas físicas pueden ayudar mucho al resto. Estudió mi cara por un segundo, y otra vez vi esa inquietud o pequeño miedo asomando. ―En primer lugar, entonces. Asentí. ―Sí, TF primero. Me gustó que lo dejara abierto para más tarde, si lo necesitaba. Me dio esperanzas. Mercedes llevó a Tomas de vuelta a la recepción de la boda. Los tres tomamos un momento para abrazarnos y besarnos lo suficiente para que tuviera que rehacer mi lápiz labial en el pequeño espejo de la pared. Luego una energía más fría se deslizó sobre mi piel, y vi a los dos temblar al tocarla también. Finalmente estaba lo suficientemente oscuro para que los vampiros se unieran a nosotros. Volvimos a la fiesta y encontramos una multitud en las puertas. Los susurros se esparcían desde allí y hasta el resto de la multitud. La Sra. Conroy y algunos de los demás podrían no aprobarlo, pero la emoción que zumbaba en la sala decía claramente que tener como invitado a Jean- Claude, el principal rey vampiro de América, era un magistral golpe maestro social. Fuimos hacia él de la mano, yo en medio de los hombres, porque Jean- Claude tenía sus propias historias tristes que contar, y sabíamos que las finas cicatrices en su espalda eran marcas de látigo de cuando era un niño humano, más joven que Tomas. Ahora, era el rey de todos los vampiros en América, pero había sido un sobreviviente durante mucho antes de eso y, como nosotros, aprendido a prosperar. Era puro largos rizos negros, camisa de encaje blanca, y chaqueta negra; la camisa y su piel pálida hacían un contraste dramático. Eran sus colores habituales, y a nadie parecía importarle que él vistiera de negro en la recepción de la boda. Tenía que estar usando botas de tacón, porque era más alto que los guardaespaldas que lo flanqueaban, y sabía que medían metro ochenta y cinco, pero con tacones él era más alto. Sus largos rizos negros se fundían en los hombros de su chaqueta negra, el cuello blanco y alto de la camisa resaltaba la palidez de su piel, pero había un sonrojo contrastando con toda esa palidez, como un indicio de rubor saludable, lo que significaba que se había alimentado de alguien antes de venir a la boda. No hacía falta mucha sangre para que un vampiro se sintiera ‘satisfecho’. Las películas donde un vampiro tenía que drenar a una persona hasta dejarla seca para alimentarse empleaban una licencia para fomentar el miedo o el drama. Alimentarse significaba que cuando tomó la mano de Rosita para acercarla a sus labios, su piel estaba caliente contra la suya. Asegurarse de que la piel no está fría como el hielo solía ser una manera de hacerse pasar por humanos; ahora era solo una cortesía. La piel oscura de Rosita se sonrojó aún más. Era alta, apenas unos centímetros menos que Jean-Claude, y aunque sus hijas la habían convencido de que se ejercitara con ellas, siempre sería una mujer grande, como estaba destinada a ser, pero esbozó una sonrisa tonta y se puso nerviosa, como si fuera la adolescente más delicada. Micah se echó a reír. ―Nunca pensé que llegaría a ver eso. Nos reímos con él. ―Cuando Rosita nos conoció, tenía miedo de dar la mano, porque pensaba que podía coger la licantropía solo por tocarnos ―dijo Nathaniel. ―Todos hemos recorrido un largo camino ―dije. Enlacé un brazo alrededor de sus cinturas y disfruté el momento que permitió que Jean- Claude asistiera a la recepción como un invitado de honor. Levantó la mirada por encima de la multitud y me miró a los ojos. No fueron los poderes de vampiro lo que me hizo contener el aliento, y tensar mi cuerpo como si se tratara de mucho más que una simple mirada compartida entre nosotros. Era solo él. Si eso era magia, era la misma que me hacía reaccionar a Nathaniel y Micah, pero entonces, el amor es un tipo de magia, después de todo. Micah se rio, y se apartó para tomar mi mano. ―Vamos a saludarlo, así podrás tocarlo sin pensar tanto. Me sonrojé y odiaba que eso aún me sucediera, pero Micah comenzó a guiarme hacia adelante, y Nathaniel tomó mi otra mano así que parecía como un juego muy lento del juego romper el látigo. Micah llegó primero donde él. Habíamos trabajado en la logística de quien besaba primero a quien hacía un tiempo, algo que era particularmente importante en público; ya que cualquier confusión sería vista como una señal de que las cosas no estaban funcionando bien entre todos nosotros. Jean-Claude era la cara pública de los vampiros norteamericanos, Micah era lo mismo para los cambiaformas, yo estaba en las noticias a menudo como experta en zombis y debido a algunos de los casos de los Marshall de Estados Unidos que atraían el interés periodístico, y Nathaniel, como su alias de desnudista, tenía sus propias páginas de Internet para sus fans; de una u otra manera, todos éramos celebridades, lo que significaba que a veces los extraños tomaban las cosas que veían, escuchaban, o inventaban, y las convertían en rumores. Habíamos aprendido que situaciones como un beso torpe, o que Jean-Claude no saludara a ambos hombres, o una docena de cosas diferentes, causaba que el rumor se extendiera más rápido. Nunca pensé que la gente famosa tuviera la necesidad de discutir y luego practicar la forma de interactuar con sus amantes en público para evitar la locura, pero si nosotros lo hacíamos, entonces algunas de las personas que aparecían en las noticias muchísimas más veces que nosotros tendrían que hacerlo, también. O tal vez no lo hacían, y esa era la razón de que aparecieran mucho más seguido en las noticias. Era extraño ser famoso, salir con alguien famoso era aún más raro, y más raro que eso era tratar con el público al respecto. Jean-Claude se inclinó sobre Micah, y por un momento pareció como si fueran a besarse de verdad, pero justo cuando sus labios se hubieran tocado, Micah giró la cabeza ligeramente hacia un lado y Jean-Claude rozó sus labios contra la mejilla. El único hombre al que Micah besaba de verdad era a Nathaniel. Micah giró un poco más la cabeza y Jean-Claude terminó con su boca contra la curva del cuello de Micah, besando ese punto cálido y palpitante, donde el pulso de la sangre circulaba más caliente y cerca de la superficie de la piel. Ese saludo se había convertido en una especie de marca registrada para ellos. Las personas que pensaban que eso era demasiado íntimo no se daban cuenta de que, para Jean-Claude, también era una forma de afirmar dominación cada vez que tocaba a Micah públicamente, porque entre los vampiros, el que renunciaba a su sangre admitía que era menos dominante, y entre los licántropos había versiones de que ofrecer su cuello a un líder era una forma de decir eres más dominante que yo sin tener que discutir sobre ello. Los hombres habían empezado a hacer ese saludo después de que los vampiros comenzaron a hablar de que Micah era el verdadero poder detrás del trono de Jean-Claude. Esta era una manera fácil de solucionar ese rumor, y a los medios de comunicación humanos les encantaba. ―Tan íntimo, tan sensual―, habían escrito. Si supieran que era puramente política, se decepcionarían bastante. Me encontré en los brazos de Jean-Claude entonces, mis manos deslizándose por debajo de su chaqueta corta para tocar con firmeza y acariciar la suavidad fresca de la camisa. Él me había conquistado con esa sensación de tela que no solo se lavaba a menudo, sino que se planchaba. Daba la sensación de que era más suave, más fresca, más limpia, y todo ello cubriendo la solidez de su espalda. Una vez me había dicho que sabía que su casi obsesión con la ropa limpia y fresca provenía de haber iniciado su vida en un hogar campesino con suelo de tierra, y de pasar siglos, ya sea en el regazo del lujo o en la quiebra. Ya que se podía permitir cosas lindas las deseaba y actualmente se podía permitir casi cualquier cosa que deseara en este punto. Me puse de puntillas para tocar sus labios con los míos. Sus brazos me envolvieron, deslizándose por mi espalda y vacilando en mi cintura, no a causa de la pistola que sabía se encontraría allí, sino más como si estuviera deseando tocarme el culo, y no fuera algo que haría en público. Eso significaba que realmente le gustaba la nueva falda roja y cómo me veía en ella. Podía llevar un arma oculta, y a Jean-Claude le gustaba la forma en que mi culo se veía en ella casi lo suficiente para olvidarse de sí mismo; ¡esos son puntos adicionales importantes! Había sido un beso cuidadoso en muchos aspectos; uno, así mi lápiz labial rojo no se esparciría como el maquillaje de un payaso, y dos, así no me cortaría los labios sobre las puntas delicadas de sus colmillos mientras nuestros labios se tocaban. Jean-Claude se echó hacia atrás con un suspiro. ―Ma petite, alteras bastante a un hombre al presionarte de esa manera contra él en este atuendo. Le sonreí mientras volvía a apoyar mis pies a la altura que mis tacones me permitirían. ―No es frecuente que pueda conseguir esta reacción de ti en público. Me gusta. Se inclinó y susurró contra mi pelo: ―A mí también. Nathaniel se acercó a nosotros, deslizando un brazo alrededor de la cintura de ambos, que nos hizo mirarlo. Jean-Claude levantó una ceja especulativa. Vi la travesura en los ojos de Nathaniel, y supe que estaba a punto de hacer algo que yo podría lamentar, o que podría ser muy divertido. De cualquier forma, estábamos en público, y las travesuras no siempre se traducen bien en la fábrica de rumores. St. Louis conseguía ser mencionada regularmente en algunos de los programas de celebridades gracias a Jean- Claude. Por lo general, el resto de nosotros era mencionado solo en referencia a él. Estaba bien con eso; el gran anuncio del compromiso me había hecho ascender un poco en la cadena alimenticia profesional de rumores, y no me agradaba mucho. La especulación parecía ser, ―¿Acaso Anita Blake, famosa por no jugar bien en el campo de juego, se comprometería realmente con el vampiro más hermoso del planeta?―. La gente estaba terriblemente dedicada al cuento de la princesa (al parecer, esa era yo en esta versión) escogiendo solo un príncipe, o escogiendo al príncipe (que sin duda era Jean-Claude), ya que el vivieron-felices-para- siempre no podía incluir a más de un príncipe, ni siquiera en el siglo XXI. Puesto que me habría casado con los tres hombres legalmente si pudiera; la idea, incluso la certeza, que tenía la prensa de que me casaría con Jean- Claude, y ambos nos volveríamos felizmente monógamos, era el mismo tipo de pensamiento que hacía que la gente que era bisexual pensara que casarse con un solo sexo haría que mágicamente no se sintieran atraídos por la otra mitad de la población. Me había llevado años comprender el hecho de que simplemente no funcionaba así de fácil. El resto del mundo seguía esperando que el amor fuera simple, como un cuento de hadas. ¿Por qué la mayoría de la gente quiere que el amor sea de la talla de la historia de un niño? ¿Por qué no dejan que el amor verdadero crezca y sea real? Nathaniel se acercó a Jean-Claude, acercándome más en su contra, así le estaríamos abrazando al mismo tiempo, y luego levantó la cara hacia el otro hombre. Con un metro ochenta, no tenía que ponerse de puntillas para que Jean-Claude se inclinara y aceptara el beso que le estaba ofreciendo. Fue más delicado y casto que el nuestro, pero fue el primer beso público entre ellos… Capté un destello de luz y me di cuenta de que alguien había utilizado un teléfono para capturar el momento. Estaría en Facebook antes de salir de la recepción. Mierda. Jean-Claude se retiró con una expresión agradable en su cara, pero había observado su rostro durante más de seis años, y sabía que estaba tan desconcertado como yo, porque él y Nathaniel no se besaban. No eran amantes. Nathaniel le sonrió, luego se volvió y me dio un beso con el sabor de Jean-Claude todavía en los labios. El sabor de mi lápiz de labios volvió a mí, suave y ligeramente dulce. Es curioso que realmente no saboreara mi lápiz de labios cuando lo tenía puesto, sino que cuando besaba a los hombres y me devolvían el beso, pudiera saborearlo. Nathaniel se apartó de nosotros y extendió la mano a Micah. Vaciló un momento, pero luego se acercó, y se besaron. Micah trató de que fuera un beso casto, pero eso no es lo que quería Nathaniel, y en lugar de apartarse del otro amor de nuestras vidas, permitió que Nathaniel lo atrajera dentro del beso. Las manos de Nathaniel se movieron bajo la chaqueta del traje de Micah igual que las mías lo habían hecho con Jean- Claude, pero había algo acerca de ver esos brazos fuertes envolverse alrededor del otro que me conmovió más. Se besaban en público y privado, pero este probablemente era uno de los besos más apasionados que les había visto darse, en donde extraños pudieran ser testigos de ello. Normalmente, habría sido excitante ver a mis hombres juntos, pero tuve un destello de emoción de Nathaniel que él no pudo mantener para sí detrás de sus escudos metafísicos. Estaba feliz, increíblemente feliz. Era la boda y el hecho de que estuviéramos planeando nuestra propia ceremonia de compromiso. Él nunca había pensado que alguna vez tendría a alguien que lo amara lo suficiente como para poner un anillo en su dedo y ahora tenía a dos personas. Le habíamos dicho a Tomas que no éramos solo supervivientes, sino que habíamos prosperado y salido adelante, todos lo habíamos hecho. El amor ofrece intimidad, pero cuando se tienen lazos metafísicos entre sí, puede existir un nivel de cercanía emocional y mental que es el cielo o el infierno. Con Nathaniel por lo general era el cielo, y eso era bueno, ya que Jean-Claude y yo habíamos tenido nuestra parte de estar atados a personas que eran infernales. Piensa en ser capaz de sentir las emociones de alguien, vislumbrar exactamente lo que están pensando, y que el amor que se tiene el uno al otro se hubiera convertido en odio hacía años; ahora piensa en tener un vínculo así para siempre, literalmente, para siempre, y no hay forma de liberarse. Infierno es la palabra para describirlo. Habíamos prosperado; nosotros cuatro habíamos prosperado y mucho más. ―Éste necesita un anillo, y pronto, ma petite ―susurró Jean-Claude a través de mi mente, como si un pensamiento pudiera hablarte. Hace años, escuchar, a alguien en mi cabeza de esa manera me habría dado un susto de muerte, y habría luchado con fuerza para mantenerme libre de ello, pero era muchísimo más privado que susurrar. Tuve que concentrarme mucho para enviarle un pensamiento de regreso sin hablar en voz alta. ―Sí, tiene fiebre de boda, como una chica. ―Tú nunca te conmoverás tanto por una boda, ma petite. En voz alta dije: ―No, pero de todas maneras me casaré contigo. Me tomó en sus brazos de nuevo, y esta vez el beso fue menos cuidadoso, al diablo con el lápiz de labios. Próximo libro En sus veinticinco aventuras, la cazadora de vampiros y nigromante, Anita Blake, ha aprendido que el mal está en el ojo del espectador. Anita nunca ha visto a Damian, su sirviente vampiro, en semejante estado. El sol naciente no anuncia la muerte pacífica que él necesita desesperadamente. En cambio, está siendo bombardeado con pesadillas violentas y dulces sangres. Y ahora, con Damian en su estado más vulnerable, Anita lo necesita más. El vampiro que lo creó, que lo sometió a siglos de tortura, podría estar perdiendo el control, permitiendo que los vampiros renegados corran salvajes y rompan uno de los pocos tabúes estrictos de su clase. Algunos dicen que el amor es un gran motivador, pero el odio consigue hacer el trabajo, también. Y cuando Anita se une a su amigo Edward para detener la carnicería, Damian estará a su lado, aunque eso signifique viajar de vuelta a la tierra de donde salen todas sus pesadillas... un lugar que no podía ser menos acogedor para un Vampiro, asesino y nigromante. Irlanda. Sobre la autora Laurell K. Hamilton nació en 1963 en Heber Springs (Arkansas, EE.UU.), creció en un pequeño pueblo de Indiana y reside en las proximidades de San Luis (Misuri). Entre sus primeras lecturas recuerda una recopilación de relatos de Robert E. Howard, y siempre ha sentido especial predilección por los géneros fantástico y terrorífico. Después de llegar al género con la novela Nightseer y varios libros para franquicias, saltó a la fama tras la publicación de las primeras entregas dedicadas al personaje de Anita Blake, serie que la ha convertido en habitual de las listas de éxitos, incluido el codiciado primer puesto del New York Times. Como complemento a las novelas de Anita, ha empezado a publicar otra serie dedicada a Meredith Gentry, detective privada y princesa feérica, también de ambientación contemporánea con elementos fantásticos. Ambas series comparten una imaginería sexual cada vez más notoria, y no rehúyen contenidos que tradicionalmente se consideran ofensivos. Notas [←1] Funda pistolera. [←2] Terapia física.