Cendón Atnografia Cultural
Cendón Atnografia Cultural
Cendón Atnografia Cultural
105-2 | 2019
105-2
Pablo F. Sendón
Edición electrónica
URL: https://journals.openedition.org/jsa/17626
DOI: 10.4000/jsa.17626
ISSN: 1957-7842
Editor
Société des américanistes
Edición impresa
Fecha de publicación: 20 diciembre 2019
ISSN: 0037-9174
Referencia electrónica
Pablo F. Sendón, «OSSIO ACUÑA Juan, Etnografía de la cultura andina», Journal de la Société des
américanistes [En línea], 105-2 | 2019, Publicado el 20 diciembre 2019, consultado el 03 septiembre
2022. URL: http://journals.openedition.org/jsa/17626 ; DOI: https://doi.org/10.4000/jsa.17626
REFERENCIA
OSSIO ACUÑA Juan, Etnografía de la cultura andina, Fondo Editorial del Congreso del Perú,
Lima, 2018, 507 p., bibliogr., ill., mapas.
1 El volumen que nos toca reseñar –que hasta donde tenemos noticia ya ha sido objeto de
dos comentarios oriundos de su país de origen, uno de ellos lamentable en su pereza, el
segundo conmovedor en su genuflexión– es un buen libro. Es más, la mera comparación
con publicaciones recientes dedicadas a temáticas similares hace de él incluso un muy
buen libro, un libro casi imprescindible.
2 Lejos de tratarse, como se lo presenta, de un compendio de las cinco décadas de carrera
docente del autor en la Pontificia Universidad Católica del Perú al frente de la asignatura
“Etnología andina” o “Etnografía andina” (p. 17), el volumen es un libro de antropología
escrito por un antropólogo que sabe de antropología y que conoce muy bien su materia;
pero no se trata de un libro de antropología concebido bajo los preceptos del género
etnográfico sino de una reflexión sintética aunque detallada de las investigaciones que el
autor dedicó a aquello que José María Arguedas denominó “cultura india” (p. 23), a partir
de una perspectiva que busca trascender las constricciones del estudio de caso y de la
coyuntura histórica. En este sentido, estamos en presencia de una extensa reflexión –
repleta de información de base de carácter etnográfico, histórico y etnohistórico– acerca
de la “cultura andina” tal y como es concebida y expresada por los indios del Perú o, para
ser fieles a la fraseología del autor, de un “paradigma [construido] sobre bases empíricas”
de la cultura de las “comunidades campesinas de los valles interandinos” peruanos
(p. 27-28). A la vez, el libro está exento del más mínimo coqueteo con pronunciamientos
de moda que han venido abordando problemas similares en términos de una “ontología”
irreductible al entendimiento y sensibilidad de, digámoslo así, el ethos occidental. No:
fiel al método científico que la antropología diseñó durante décadas para comprender y
explicar los usos y costumbres de diferentes sociedades y culturas del mundo, Juan Ossio
lo ha hecho suyo para hacer lo propio en los Andes peruanos. Esto, a su vez, hace que el
libro esté exento del chovinismo propio de supuestas “escuelas antropológicas”
falsamente fundadas en preceptos nacionales, así como también de la mácula provinciana
de otras igualmente atrapadas en los vericuetos regionales impuestos por sus respectivos
estudios de caso. De esta manera, el libro está en diálogo con tradiciones antropológicas
de otras latitudes, o de buena parte de ellas, no sólo por tratar temáticas afines sino por
hablar un idioma común. No debería ser objeto de sorpresa, entonces, que al promediar
el volumen el lector se tope con un largo resumen sobre la monarquía divina de los
shilluk del Sudán nilótico (p. 262-270) en calidad de introducción a los rituales andinos o
fenómenos afines –tales como el mesianismo– de la cual son “expresiones análogas”
(p. 261). Junto con estas razones, el libro se encuentra emparentado con una extensa
literatura académica dedicada al área andina que hace de él uno de los últimos, sino el
último hasta hoy, libro “clásico” de antropología dedicado a las poblaciones indígenas
del Perú contemporáneo y sus antepasados –que, junto con ellos, se perfila como un
género en peligro de extinción.
3 De manera concienzuda y pausada, la exposición dedica el primer movimiento a
identificar el desarrollo de una “orientación homogeneizadora” (p. 26 passim) que, desde
los períodos colonial y republicano –e incluso desde el período incaico, pero con otros
bemoles–, ha involucrado la “dominación” de ciertos grupos humanos sobre otros en el
contexto de un “proceso colonizador” y por ende a la subsiguiente “exclusión” de los
segundos al negárseles el derecho a su propia “identidad cultural” (p. 37). Esta
orientación, que en la relación alcanzada entre los criollos republicanos y las poblaciones
campesinas parece replicar aquella otra generada en el encuentro entre el conquistador
español y la masa indígena, ha redundado en un fenómeno en virtud del cual el “sistema
social andino”, basado en “el parentesco, la reciprocidad y la redistribución” (p. 50), se ha
visto replegado al ámbito local, donde continúa funcionando por fuera de la órbita de los
sucesivos sistemas estatales que se le han impuesto 1. Frente a esta masa desconocedora e
incluso descalificadora de los usos y costumbres de los indios peruanos, comienza a
vislumbrarse, hacia la segunda mitad del siglo XIX –pero como resultado de procesos que
la anteceden– una sensibilidad primero social, luego política, más tarde estética y más
tarde aún académica que bajo diversas expresiones institucionales supo acuñar el rótulo
de “indigenismo”, segundo movimiento de la obra. Expuesto en términos seculares, el
indigenismo ideologizado y centralista de la primera mitad del siglo XX, estrechamente
asociado con los nombres de José Carlos Mariátegui y Luis Eduardo Valcárcel, es
introducido y contrastado con la versión liberal y descentralizada del siglo precedente a
propósito de la figura de Juan Bustamante Dueñas, la organización que supo fundar (la
“Sociedad Amiga de los Indios”) y su rol cuasi quijotesco en una insurrección
emblemática de la segunda mitad del siglo XIX: el levantamiento indio de Huancané en
Puno. El indigenismo y muchos de sus exponentes estuvieron cerca –algunos de ellos
fueron incluso protagonistas– de un complejo proceso jurídico, institucional y político
con consecuencias profundas para el segundo siglo de la historia republicana del Perú: el
reconocimiento del “indio” –luego devenido “campesino”– como ciudadano con
derechos en el ámbito nacional en virtud de su pertenencia a una unidad sociológica
denominada “comunidad campesina”. Es preciso admitir que este último término
aparece en el libro con numerosas variaciones no exentas de matices y problemas:
“comunidades campesinas de los valles interandinos” (p. 27), “comunidades campesinas
sincrónicos: ellas están también organizadas en ayllus. Así, por ejemplo, el pueblo de
Phinaya está dividido en dos ayllus y el distrito de Marcapta en cuatro, y todos ellos
encuentran réplica desde fines del siglo XVIII en los nombres de dos y cuatro de los ayllus
de, respectivamente, los ex repartimientos de Pitumarca y Marcapata. Los nombres de
estos seis ayllus son también los de seis de las comunidades campesinas de la región, del
tipo que Ossio asocia con aquellas que fueron reducidas en torno de las cabezas de
reducción –hoy capitales de distrito– de sus respectivos repartimientos: Consachapi e
Ilave en Pitumarca (junto con otras dos que también figuran como ayllus a lo largo del
siglo XIX: Pampachiri y Capacchapi) y Collana, Sahuancay, Puiqa y Collasuyu en
Marcapata. Esta serie de constataciones no está muy alejada del planteo general de Ossio
–de hecho, no puede estarlo tratándose de fenómenos de la misma naturaleza–, pero
observándola más de cerca no hace sino invertirlo.
12 Hacia fines del siglo XIX, antes de ser reconocido como “comunidad”, el pueblo de
Phinaya era un anexo del ayllu Ilave del pueblo de Pitumarca dividido en las mitades
mencionadas; y cada una de las primeras cuatro comunidades marcapateñas referidas,
antes de ser reconocidas como tales, eran parte asimismo de cada uno de los cuatro ayllus
en los que a su vez se dividía el repartimiento. Más allá de los motivos específicos que
propiciaron la fragmentación jurídica de estas unidades –y más allá también de la
incidencia que un sentido de pertenencia comunitario pueda imprimir en la realidad
sociológica de la región–, lo cierto es que actualmente todas ellas continúan funcionando
como ayllus e incluso, observándolas desde la perspectiva de estos últimos, parecerían
aglutinar lo que desde la perspectiva de la comunidad aparece como separado o
desunido. En este sentido, las ocho comunidades campesinas del distrito de Marcapata se
traducen en cuatro ayllus del mismo modo en que los ocho sectores (comuneros y
privados) del territorio de Phinaya lo hacen en dos, a los que pertenecen todas las
familias que los componen. Y es aquí a dónde queríamos llegar para poner a prueba la
tesis del libro: si las poblaciones rurales contemporáneas del Ausangate están
organizadas en ayllus, y si los nombres de estos ayllus coinciden mayormente con el de
aquellos otros ayllus que durante el largo siglo XIX conformaban los repartimientos de la
región, ¿no sería más probable que esos primeros ayllus sean los que “hundan sus raíces”
en los segundos en lugar de hacerlo las comunidades contemporáneas? No sólo creemos
que éste es el caso sino que, además, buena parte de los resultados del análisis
genealógico que hemos dedicado a las familias de los ayllus contemporáneos verifican
que provienen de aquellos otros ayllus registrados en los censos del siglo XIX,
permitiendo de este modo advertir la continuidad de estos últimos en los primeros7. En
otras palabras, los ayllus de fines del siglo XVIII y los ayllus contemporáneos no son dos
entidades inconmensurables; en uno y otro caso estamos en presencia de una misma
forma de organización social que ha perdurado en el tiempo. Pero esta perdurabilidad se
basa menos en una reconstrucción histórica –como la recomendada por Ossio a fin de
tender puentes con el pasado prehispánico– que en la constatación etnográfica –y
genealógica– de una suerte de bisagra: un tipo de organización social (el ayllu) que, sin
dejar de nutrirse en el pasado, no necesita servirse de él –al menos no en términos
historiográficos– para exhibir sus atributos contemporáneos. En resumen, mientras que
Ossio propone una suerte de “evolución” en lo que respecta a las formas de organización
social de las poblaciones indígenas del Perú contemporáneo –de los ayllus a las
reducciones, y de estas últimas a las comunidades–, la casuística del Ausangate nos
coloca ante un fenómeno alternativo: la existencia del ayllu como forma de organización
social característica de las poblaciones de la región8.
13 Esta inversión es consecuencia de otra, más profunda y de orden conceptual. Tal y como
ha sido formulada, la tesis del libro adolece de un problema generalizado en la
antropología de los Andes peruanos: el empleo indistinto de los conceptos de
“comunidad”, “ayllu”, “pueblo” y “andino”. En rigor, estos términos corresponden a
órdenes de cosas o niveles de análisis distintos: instituciones, patrones de organización
social, puntos geográficos y expresiones culturales que pueden coexistir e incluso
solaparse pero que no se reducen necesariamente entre sí 9. En el transcurso de tres
páginas, Ossio presenta a “Andamarca” como un “distrito”, una “comunidad”, un
“pueblo” y un “pueblo matriz” que, en calidad de tal, “constituye la expresión más
tangible y permanente de la organización dualista con que, fieles a la tradición andina,
sus moradores organizan el espacio, el tiempo y las relaciones sociales” (p. 286). Desde la
realidad etnográfica del Ausangate, nosotros más bien diríamos que, planteado en estos
términos, el conjunto de las provincias que compone la región está dividido en una serie
de distritos administrados desde sus respectivas capitales distritales –eventualmente
nacidas en el proceso reduccional–, cuyos respectivos territorios están compuestos por
un número variable de comunidades y de ayllus, siendo las primeras reconocidas y los
segundas ignorados por el Estado. Coexistiendo en un territorio común, todos estos
elementos son los que conforman un pueblo. Aquellas características que Ossio predica
del “pueblo matriz” –las “bases” de la cultura andina”– nosotros las encontramos al nivel
de los ayllus; es más, las creemos sus características constitutivas. Si en Andamarca ello
no ocurre, quizás sea porque el ayllu como forma de organización social ha dejado de
existir allí, como parece haber sido el caso con los dos tipos de ayllu que Ossio identifica
en la época contemporánea: “localizados” y “no localizados”10. Sin embargo, el asunto se
torna más complejo puesto que en Andamarca se conservan “vestigios” (p. 176) de este
tipo de organización, al tiempo que también “se reconoce una colectividad de base
bilateral que recibe el nombre de ayllu” (p. 176), cuyo sentido más restringido se asocia
con un “grupo de parentesco ego-centrado, grupo cognático o parentela” (ibid.). Aquí
comenzamos a entrar en terreno resbaladizo. ¿Resulta ahora que el ayllu sí existe en
Andamarca y que allí el término “ayllu” es sinónimo de parentesco? Sí, y ello es así
porque no podría ser de otra forma. El problema reside en otra parte, que no es sino la
otra cara de la moneda de la crítica que venimos realizando hasta aquí.
14 La discusión que nuestro autor propone sobre el ayllu es simétrica, pero inversa, a la
desplegada en relación con la comunidad –y a la vez conducente al mismo resultado. En
este caso partimos de modelos concebidos por el análisis antropológico acerca de la
sociedad incaica antes de la conquista basados, a su vez, en modelos descubiertos en
fuentes tempranas; estos modelos se elevan al estatus de “paradigma” y, a partir de ellos,
se constata la perdurabilidad de algunas de sus premisas:
ayllupanacacaru aylluaylluayllu
15 Vemos entonces que el ayllu es una agrupación social prehispánica paradigmática basada
en el parentesco. Asimismo, el término “ayllu” se empleó también en el pasado para
designar un asentamiento en un mismo espacio jurisdiccional, como es el caso de una
comunidad. En este sentido, el ayllu es expresión de “diferentes modalidades de
agrupaciones sociales” (p. 157). Ahora bien, en la actualidad, y como resultado de la
coexistencia dispar e incluso contradictoria de algunas o de todas las premisas referidas,
BIBLIOGRAFÍA
KUPER Adam
1988 The invention of primitive society. Transformations of an illusion, Routledge, London/New York.
SENDÓN Pablo F.
2016 Ayllus del Ausangate. Parentesco y organización social en los Andes del sur peruano, Fondo
Editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú/Instituto de Estudios Peruanos/Centro de
Estudios Regionales Andinos Bartolomé de las Casas, Lima.
2018 “Ferreira Francisco y Billie Jean Isbell (eds), A return to the village: community ethnographies
and the study of Andean culture in retrospective”, Journal de la Société des américanistes, 104 (1),
p. 308-314.
2018 “Ferreira Francisco y Billie Jean Isbell (eds), A return to the village: community ethnographies
and the study of Andean culture in retrospective”, Journal de la Société des américanistes, 104 (1),
p. 308-314.
NOTAS
1. Las ciencias sociales desempeñaron en el Perú un papel protagónico en la
consolidación de este tipo de orientación, particular más no exclusivamente aquellas de
sesgo de izquierda en sus variantes “marxista” y “funcionalista” –término empleado
varias veces en la obra y que, sin haberse explicitado su sentido, no termina de
entenderse del todo–, así como sus respectivos centros de desarrollo institucional, tales
como la Universidad Nacional Mayor de San Marcos o el Instituto de Estudios Peruanos
(p. 55).
2. Penúltima división político-administrativas en la cual se inserta la “comunidad”
desde fines del siglo XIX.
3. Al inicio de la obra, Ossio adelanta este postulado con dos precisiones que haremos
explícitas más adelante: “[las] reducciones fueron la base de las comunidades indígenas,
hoy llamadas campesinas, cuyo reconocimiento legal […] se inició a principios del
siglo XX” (p. 44).
4. Caracterizados como “unidades sociopolíticas originadas en el sistema de
encomiendas […] que pasarían a formar parte de los corregimientos, los que, a su vez, con
el tiempo, darían lugar a las provincias que se integraron en los departamentos” (p. 104).
5. En el caso de los rucanas antamarca casi el doble (15/8) y en el de los yauyos casi el
triple (86/28).
6. El autor es consciente de ello, por lo que no puede dejar de admitir, con respecto a los
yauyos, que “es muy probable que un estudio de las 58 [comunidades] restantes pueda
ayudarnos a identificar las [reducciones] que nos faltan” (p. 109). Sin embargo, al
terminar de escribir estas líneas, nos vimos necesariamente obligados a cotejar el
ejemplo de los rucanas antamarcas con el análisis que el propio Ossio les dedicó
oportunamente en su investigación sobre la comunidad de Andamarca. Tras examinar lo
que entendemos es la misma información de base, entonces concluía lo siguiente: “Esto
quiere decir que Andamarca no surge con las reducciones que por 1580 hace el Virrey
Toledo” (Ossio Acuña 1992, p. 67).
7. Sendón 2016.
8. Aunque en principio podría pensarse que esta es una característica peculiar de la zona
de estudio, ello es dudoso. Refiriéndose brevemente a la organización social de la actual
comunidad campesina de San Andrés de Tupicocha en la provincia de Huarochirí –
coincidente con el segundo ejemplo de Ossio antes citado– Frank Salomon y Mercedes
Niño-Murcia sostienen que ella está dividida en una serie de ayllus, que estos ayllus son
AUTORES
PABLO F. SENDÓN
Conicet, Argentina