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Oración Rana

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La oracion

de la rana

Trozos Escogidos

Anthony de Mello
Editorial Sal Terrae
La oración de la rana
Índice
La oración de la rana ........................................... 6
El inventor ............................................................... 7
La oración del zapatero remendón .................... 8
La oración del alfabeto ........................................... 9
La profesión de Dios es perdonar ...................... 10
Narada y el cuenco de leche ............................... 11
El pueblo que siempre recibió ayuda ................ 12
¿Puede la oración controlar la meteorología? .............. 14
Lakshmi retrasa su respuesta .............................. 15
La oración de los niños ......................................... 16
Un verdadero pelmazo .......................................... 17
Sobre rezos y rezadores ......................................... 18
¿Puedo ayudarla? .................................................... 19
Ambos escuchan. Nadie habla ............................. 19
La oración del emperador ....................................... 20
El toro enfurecido ..................................................... 22
La oración como aceptación de la vida ............ 23
En un día gélido: congelarse ................................. 24
Hacerse amigo del dragón ...................................... 25
El emperador mendigo ................................................... 25
Dios está ahí fuera .................................................... 26
El monje y el pájaro ................................................. 27
Quitarse la venda ..................................................... 28
Los pies sobre la mesa ........................................... 28
El templo en el bosque ........................................... 29
Los tres sabios ........................................................ 30
El vuelo de los cazadores ...... ................................... 31
¿Mi tío Jorge? ........................................................ 32
El rumor que originó la catástrofe ............................. 32
La pantomima papal ,,,,,,,............................................. 33
Arlote predicador ........................................................ 36
¿Es usted judío? ................................................... 40
El indio que escuchaba el suelo ................................. 41
El infortunio de la ostra ..................................... 42
El borracho con las orejas en carne viva ................... 43
La prueba del cirujano vienés ......... ........................ 44
¡Que desaparezca de mi vista!» .......... ..................... 45
«Uno de vosotros es el Mesías ............. ..................... 46
La estación junto a los railes .................................... 48
El Buda Kamakura .................................................... 48
Los sutras invisibles .................................................. 49
Los dos hermanos que se amaban ............ .................. 50
«¿Dios se ocupará del Mesías!» ................................ 51
Los expertos que abren las puertas de la Misericordia . 52
La gran revelación ..................................................... 53
Conocimiento e iluminación ........................................ 54
El clérigo reconocido ................................................. 55
El filósofo que resucitó .............................................. 56
¿De qué está hecha la materia? .................................. 57
El pescador trocado en santo .................................... 58
El hijo de] rabino se hizo cristiano ............................. 59
El deseo ecuménico de rabino .................................. 60
El perro y el zorro ................................................... 61
Gandhi expulsado de la iglesia ................................. 62
A Dios no le dejan entrar en la iglesia ...................... 62
«¡Qué no te pille yo rezando!» ................................ 63
Cómo conservar un taparrabos ............................. 64
La estación de salvamento .................................... 66
El mandamiento de la fruta .................................... 68
Nasrudin se encuentra un diamante ...................... 70
Dos tipos de Sábado ......................................... 71
¡Cuidado, cuidado! ............................................... 73
La Providencia ......................................................... 75
Ahorro y denuncia ................................................ 76
La anciana y su gallo ............................................ 77
El Señor y tú sois socios» ..................................... 78
Se venden semillas, no frutos ................................. 79
El fontanero y las cataratas del Niágara ............. 80
El camión sin frenos ...................................... 81
La sombra santa ........................................... 82
La modestia del rabino ............................... 84
El venerable cura se declara culpable ...................... 85
«¡Mire quién se cree un pecador .............. ............. 86
¿Dios o la mujer? ............................................. 87
Lalia y Rama .................................................... 88
El pastor, el rabino y el cura ......................... 89
El buenazo de Tanzan .................................... 90
Recoger cristales en la playa .......................... 91
El asceta titiritero ................................................. 92
El sacerdote bienpensado ............................... 93
Jesucristo se confiesa culpable ..................... 94
Esta zanahoria es mía! . .................................. 95
Quién es un hippie ..................................................... 96
Te he preguntado quién eres .................................... 97
Cintas vírgenes en ingles. .......................................... 98
La lección de Uddalaka ............................... 99
«Estaba seguro de que vendrías .......................... 100
El amor de tu familia ............................................ 101
Lágrimas en el funeral ........................................... 102
Fuego en la fábrica. .................................................... 102
La hija feliz y el hijo desgraciado ....................... 103
La novia y el reloj ............................................... 104
Un réquiem por el señor Tortuga .......................... 105
La princesa y el esclavo ................................. 106
Atar juntos a los perros ................................... 107
El Dios que perdona los pecados ........ ................. 108
Juan el Enano acepta un vaso de agua ...................... 109
Plantar árboles para la posteridad ............................. 110
La piedra en medio de la calle ............................ ... 110
El rabino y la pagana ............ ................................ 111
«Soy una falsa moneda» ................. ................... 112
«Ella no tiene familia» ................. ........................ 113
Anastasio y la Biblia robada ............................... 114
Un caballo por cada pollo ..................................... 115
No confundir al jurado .......................................... 116
El padre de la víctima ............................................ 117
La oración de la rana

Una noche, mientras se hallaba en oración, el hermano Bruno se


vio interrumpido por el croar de una rana. Pero, al ver que todos sus
esfuerzos por ignorar aquel sonido resultaban inútiles, se asomó a la
ventana y gritó: «¡Silencio! ¡Estoy rezando!»
Y como el hermano Bruno era un santo, su orden fue obedecida de
inmediato: todo ser viviente acalló su voz para crear un silencio que
pudiera favorecer su oración.
Pero otro sonido vino entonces a perturbar a Bruno: una voz
interior que decía: «Quizás a Dios le agrade tanto el croar de esa rana
como el recitado de tus salmos ... » «¿Qué puede haber en el croar de una
rana que resulte agradable a los oídos de Dios?», fue la displicente
respuesta de Bruno. Pero la voz siguió hablando: «¿Por qué crees tú que
inventó Dios el sonido?»
Bruno decidió averiguar el porqué. Se asomó de nuevo a la ventana
y ordenó: «¡Canta!» Y el rítmico croar de la rana volvió a llenar el aire,
con el acompañamiento de todas las ranas del lugar. Y cuando Bruno
prestó atención al sonido, éste dejó de crisparle, porque descubrió que, si
dejaba de resistirse a él, el croar de las ranas servía, de hecho, para
enriquecer el silencio de la noche.
Y una vez descubierto esto, el corazón de Bruno se sintió en
armonía con el universo, y por primera vez en su vida comprendió lo que
significa orar.
El inventor

Tras muchos años de esfuerzos, un inventor descubrió el arte de


hacer fuego. Tomó consigo sus instrumentos y se fue a las nevadas
regiones del norte, donde inició a una tribu en el mencionado arte y en
sus ventajas. La gente quedó tan encantada con semejante novedad que
ni siquiera se le ocurrió dar las gracias al inventor, el cual desapareció de
allí un buen día sin que nadie se percatara.
Como era uno de esos pocos seres humanos dotados de grandeza de
ánimo, no deseaba ser recordado ni que le rindieran honores; lo único
que buscaba era la satisfacción de saber que alguien se había beneficiado
de su descubrimiento.
La siguiente tribu a la que llegó se mostró tan deseosa de aprender
como la primera. Pero sus sacerdotes, celosos de la influencia de aquel
extraño, lo asesinaron y, para acallar cualquier sospecha, entronizaron un
retrato del Gran Inventor en el altar mayor del templo, creando una
liturgia para honrar su nombre y mantener viva su memoria y teniendo
gran cuidado de que no se alterara ni se omitiera una sola rúbrica de la
mencionada liturgia. Los instrumentos para hacer fuego fueron
cuidadosamente guardados en un cofre, y se hizo correr el rumor de que
curaban de sus dolencias a todo aquel que pusiera sus manos sobre ellos
con fe.
El propio Sumo Sacerdote se encargó de escribir una Vida del
Inventor, la cual se convirtió en el Libro Sagrado, que presentaba su
amorosa bondad como un ejemplo a imitar por todos, encomiaba sus
gloriosas obras y hacía de su naturaleza sobrehumana un artículo de fe.
Los sacerdotes se aseguraban de que el Libro fuera transmitido a
las generaciones futuras, mientras ellos se reservaban el poder de
interpretarle¡ sentido de sus palabras y el significado de su sagrada vida
y muerte, castigando inexorablemente con la muerte o la excomunión a
cualquiera que se desviara de la doctrina por ellos establecida. Y la
gente, atrapada de lleno en toda una red de deberes religiosos, olvidó por
completo el arte de hacer fuego.

La oración del zapatero remendón

Un zapatero remendón acudió al rabino Isaac de Ger y le dijo: «No


sé qué hacer con mi oración de la mañana. Mis clientes son personas
pobres que no tienen más que un par de zapatos. Yo se los recojo a
última hora del día y me paso la noche trabajando; al amanecer, aún me
queda trabajo por hacer si quiero que todos ellos los tengan listos para ir
a trabajar. Y mi pregunta es: ¿Qué debo hacer con mi oración de la
mañana?».
-¿Qué has venido haciendo hasta ahora?», preguntó el rabino.
«Unas veces hago la oración a todo correr y vuelvo enseguida a mi
trabajo; pero eso me hace sentirme mal. Otras veces dejo que se me pase
la hora de la oración, y también entonces tengo la sensación de haber
faltado; y de vez en cuando, al levantar el martillo para golpear un
zapato, casi puedo escuchar cómo mi corazón suspira:
"¡Qué desgraciado soy, pues no soy capaz de hacer mi oración de la
mañana ... !"»
Le respondió el rabino: «Si yo fuera Dios, apreciaría más ese
suspiro que la oración».
La oración del alfabeto

Un cuento hasídico:
Un pobre campesino que regresaba del mercado a altas horas de la
noche descubrió de pronto que no llevaba consigo su libro de oraciones.
Se hallaba en medio de¡ bosque y se le había salido una rueda de su
carreta, y el pobre hombre estaba muy afligido pensando que aquel día
no iba a poder recitar sus oraciones.
Entonces se le ocurrió orar del siguiente modo: «He cometido una
verdadera estupidez, Señor: he salido de casa esta mañana sin mi libro de
oraciones, y tengo tan poca memoria que no soy capaz de recitar sin él
una sola oración. De manera que voy a hacer una cosa: voy a recitar
cinco veces el alfabeto muy despacio, y tú, que conoces todas las
oraciones, puedes juntar las letras y formar esas oraciones que yo soy
incapaz de recordar».
Y el Señor dijo a sus ángeles: -De todas la oraciones que he
escuchado hoy, ésta ha sido, sin duda alguna, la mejor, porque ha
brotado de un corazón sencillo y sincero».
La profesión de Dios es perdonar.

Es costumbre entre los católicos confesar los pecados a un


sacerdote y recibir de éste la absolución como un signo del perdón de
Dios. Pero existe el peligro, demasiado frecuente, de que los penitentes
hagan uso de ello corno si fuese una especie de garantía o certificado que
les vaya a librar del justo castigo divino, con lo cual confían más en la
absolución del sacerdote que en la misericordia de Dios.
He aquí lo que pensó hacer Perugini, un pintor italiano de la Edad
Media, cuando estuviera a punto de morir: no recurrir a la confesión si
veía que, movido por el miedo, trataba de salvar su piel, porque eso sería
un sacrilegio y un insulto a Dios.
Su mujer, que no sabía nada de la decisión del artista, le preguntó
en cierta ocasión si no le daba miedo morir sin confesión. Y Perugini le
contestó: «Míralo de este modo, querida: mi profesión es la de pintor, y
creo haber destacado corno tal. La profesión de Dios consiste en
perdonar; y si él es tan bueno en su profesión como lo he sido yo en la
mía, no veo razón alguna para tener miedo».
Narada y el cuenco de leche

El sabio indio Narada era un devoto del Señor Hari. Tan grande era
su devoción que un día sintió la tentación de pensar que no había nadie
en todo el mundo que amara a Dios más que él.
El Señor leyó en su corazón y te dijo: «Narada, ve a la ciudad que
hay a orillas del Ganges y busca a un devoto mío que vive allí.
Te vendrá bien vivir en su compañía».
Así lo hizo Narada, y se encontró con un labrador que todos los
días se levantaba muy temprano, pronunciaba el nombre de Hari una sola
vez, tomaba su arado y se iba al campo, donde trabajaba durante toda la
jornada. Por la noche, justo antes de dormirse, pronunciaba otra vez el
nombre de Hari. Y Narada pensó: .¿Cómo puede ser un devoto de Dios
este patán, que se pasa el día enfrascado en sus ocupaciones terrenales?»
Entonces el Señor le dijo a Narada: «Toma un cuenco, llénalo de
leche hasta el borde y paséate con él por la ciudad. Luego vuelve aquí sin
haber derramado una sola gota»
Narada hizo lo que se le había ordenado.
«¿Cuántas veces te has acordado de mí mientras paseabas por la
ciudad?», le preguntó el Señor.
«Ni una sola vez, Señor», respondió Narada. «¿Cómo podía hacerlo
si tenía que estar pendiente del cuenco de leche?»
Y el Señor le dijo: -Ese cuenco ha absorbido tu atención de tal
manera que me has olvidado por completo. Pero fíjate en ese campesino,
que, a pesar de tener que cuidar de toda una familia, se acuerda de mí
dos veces al día..
El pueblo que siempre recibió ayuda

El cura del pueblo era un santo varón al que acudía la gente cuando
se veía en algún aprieto. Entonces él solía retirarse a un determinado
lugar de¡ bosque, donde recitaba una oración especial. Dios escuchaba
siempre su oración, y el pueblo recibía la ayuda deseada.
Murió el cura, y la gente, cuando se veía en apuros, seguía
.el cual no era ningún santo, pero acudiendo a su sucesor,
conocía el secreto del lugar concreto del bosque y la oración especial.
Entonces iba allá y decía: «Señor, tú sabes que no soy un santo. Pero
estoy seguro de que no vas a hacer que mi gente pague las consecuencias
... De modo que escucha mi oración y ven en nuestra ayuda». Y Dios
escuchaba su oración, y el pueblo recibía la ayuda deseada.
También este segundo cura murió, y también la gente, cuando se
veía en dificultades, seguía acudiendo a su sucesor, el cual conocía la
oración especial, pero no el lugar de¡ bosque. De manera que decía:
«¿Qué más te da a ti, Señor, un lugar que otro? Escucha, pues, mi
oración y ven en nuestra ayuda». Y una vez más, Dios escuchaba su
oración, y el pueblo recibía la ayuda deseada.
Pero también este cura murió, y la gente, cuando se veía con
problemas, seguía acudiendo a su sucesor, el cual no conocía ni la
oración especial ni el lugar del bosque. Y entonces decía:
«Señor, yo sé que no son las fórmulas lo que tú aprecias, sino el
clamor del corazón angustiado. De modo que escucha mi oración y ven
en nuestra ayuda». Y también entonces escuchaba Dios su oración, y el
pueblo recibía la ayuda deseada.
Después de que este otro cura hubiera muerto, la gente seguía
acudiendo a su sucesor cuando le acuciaba la necesidad. Pero este nuevo
cura era más aficionado al dinero que a la oración. De manera que solía
limitarse a decirle a Dios: «¿Qué clase de Dios eres tú, que, aun siendo
perfectamente capaz de resolver los problemas que tú mismo has
originado, todavía te niegas a mover un dedo mientras no nos veas
amedrentados, mendigando tu ayuda y suplicándote? ¡Está bien: puedes
hacer con la gente lo que quieras!» Y, una vez más, Dios escuchaba su
oración, y el pueblo recibía la ayuda deseada.
Oración y meteorología

Una anciana mujer, verdadera entusiasta de la jardinería, afirmaba


que no creía en absoluto en ciertas predicciones que auguraban que algún
día lograrían los científicos
controlar el tiempo atmosférico Según ella, lo único que hacía falta para
controlar el tiempo era la oración.
Pero un verano, mientras ella se encontraba de viaje por el
extranjero, la sequía azotó al país y arruinó por completo su precioso
jardín. Cuando regresó, se sintió tan trastornada que cambió de religión.
Debería haber cambiado sus estúpidas creencias.
Lakshumi retrasa su respuesta

No es bueno que nuestras oraciones sean escuchados si no lo son


en su debido momento:
En la antigua India se concedía mucha importancia a los ritos
védicos, de los que se decía que funcionaban tan «científicamente» que,
cuando los sabios pedían la lluvia, jamás se producía una sequía. Así es
que, conforme a dichos ritos, un hombre se puso a rezarle a Lakshmi, la
diosa de la abundancia, para que le hiciera rico.
Estuvo orando sin éxito durante diez largos años, al cabo de los
cuales comprendió de pronto la naturaleza ilusoria de la riqueza y abrazó
una vida de renuncia en el Himalaya.
Un buen día, mientras se hallaba sentado y entregado a la
meditación, abrió sus ojos y vio ante sí a una mujer extraordinariamente
hermosa, tan radiante y resplandeciente como si fuera de oro.
«¿Quién eres tú y qué haces aquí, le preguntó.
«Soy la diosa Lakshmi, a la que has estado rezando himnos durante
doce años», le respondió la mujer, y he decidido aparecerme ante ti para
concederte tu deseo».
¡ Ah, mi querida diosa!», exclamó el hombre, ahora ya he adquirido
la dicha de la meditación y he perdido el deseo de las riquezas. Llegas
demasiado tarde ... Pero dime, ¿por qué has tardado tanto en venir?»
«Para serte sincera», respondió la diosa, dada la fidelidad con que
realizabas aquellos ritos, habrías acabado consiguiendo la riqueza, sin
duda alguna. Pero, como te amaba y sólo deseaba tu bienestar, me resistí
a concedértelo».
Si pudieras elegir, ¿qué elegirías: que se te concediera lo que Pides
o la gracia de vivir en paz, aunque no la hubieras pedido?
La oración de los niños

Un día, el mullah Nasrudin observó cómo el maestro del pueblo


conducía a un grupo de niños hacia la mezquita.
«¿Para qué los llevas allí-?», le preguntó.
«La sequía está azotando al país., le respondió el maestro,
«y confiamos en que el clamor de los inocentes mueva el corazón del
Todopoderoso».
«Lo importante no es el clamor, ya sea de inocentes o de
criminales», dijo el mullab, «sino la sabiduría y el conocimientos
-¿Cómo te atreves a blasfemar de ese modo delante de estos niños?», le
recriminó el maestro. .¡Deberás probar lo que has dicho, o te acusaré de
hereje!.
«Nada más fácil», replicó Nasrudin. «Si las oraciones de los niños
sirvieran de algo, no habría un maestro de escuela en todo el país, porque
no hay nada que detesten tanto los niños corno ir a la escuela. Si tú has
sobrevivido a tales oraciones, es porque nosotros, que sabemos más que
los niños, te hemos mantenido en tu puesto».
Un verdadero pelmazo

Un piadoso anciano rezaba cinco veces al día, mientras que su


socio en los negocios jamás ponía los pies en la iglesia. Pues bien, el día
que cumplió ochenta años, el anciano oró de la siguiente manera:
«¡Oh Dios, nuestro Señor! Desde que era joven, no he dejado un sólo día
de acudir a la iglesia desde por la mañana y rezarte mis oraciones cinco
veces diarias, como está mandado. No he hecho un solo movimiento ni
he tomado una sola decisión, importante o intranscendente, sin haber
primero invocado tu Nombre. Y ahora, en mi ancianidad, he redoblado
mis ejercicios piadosos y te rezo sin cesar, día y noche. Sin embargo,
aquí me tienes: tan pobre como un ratón de sacristía. En cambio, fíjate en
mi socio: juega y bebe como un cosaco e incluso, a pesar de sus años,
anda con mujeres de dudosa reputación... y a pesar de todo, nada en la
abundancia. Y dudo que alguna vez haya salido de sus labios una sola
oración. Pues bien, Señor: no te pido que le castigues, porque eso no
sería cristiano; pero te ruego que respondas: ¿Por qué, por qué, por qué...
le has permitido a él prosperar y me has tratado a mí de este modo?.
«¡Porque eres un verdadero pelmazo!», le respondió Dios.

Había un monasterio cuya Regla no era -No hables»,


sino «No hables si no es para decir algo
que sea mejor que el silencio».
¿No podría decirse lo mismo de la oración?
Sobre rezos y rezadores:

* La abuela:
«¿Ya rezas tus oraciones cada noche?»
El nieto: «¡Por supuesto!.
«¿Y por las mañanas?»
«No. Durante el día no tengo miedo..

* Una piadosa anciana, al acabar la guerra:


«Dios ha sido muy bueno con nosotros: hemos rezado sin parar ... ¡y
todas las bombas han caído en la otra parte de la ciudad!.

* La persecución de los judíos por parte de Hitler se había hecho


tan insoportable que dos de ellos decidieron asesinarle, para lo cual se
apostaron armados en un lugar por el que sabían que debía pasar el
Führer.
Pero éste se retrasaba, y Samuel se temió lo peor: «Joshua», le dijo
al otro, «reza para que no te haya pasado nada ...»

* Aquel matrimonio había tomado la costumbre de invitar todos


los años a su piadosa tía a hacer con ellos una excursión. Pero aquel año
se habían olvidado de invitarla. Cuando lo hicieron, ya a última hora, ella
les dijo: «Ya es demasiado tarde. He estado rezando para que llueva».
¿ Puedo ayudarla ?

Un sacerdote estaba observando a una mujer que se encontraba


sentada, con la cabeza hundida entre sus manos, en un banco de la iglesia
vacía.
Pasó una hora ... Pasaron dos horas.. y allí seguía.
Pensando que se trataría de un alma afligida y deseosa de que la
ayudaran, el sacerdote se acercó a la mujer y le dijo:
«¿Puedo ayudarla en algo?»
«No, Padre, muchas gracias», respondió ella.
«He estado recibiendo toda la ayuda que necesitaba....
¡ ..... hasta que usted me ha interrumpido !»

Ambos escuchan. Nadie habla.

Un anciano solía permanecer inmóvil durante hora en la iglesia.


Un día, un sacerdote le preguntó de qué le hablaba Dios.
«Dios no habla. Sólo escucha», fue su respuesta.
«Bien ... ¿y de qué le habla usted a Dios?»
-Yo tampoco hablo. Sólo escucho».
Las cuatro fases de la oración:
Yo hablo, tú escuchas.
Tú hablas, yo escucho.
Nadie habla. Los dos escucharnos.
Nadie habla y nadie escucho: Silencio.

*****
El emperador y la oración

El emperador mogol Akbar salió un día al bosque a cazar. Cuando


llegó la hora de la oración de la tarde, desmontó de su caballo, tendió su
estera en el suelo y se arrodilló para orar, tal como hacen en todas partes
los devotos musulmanes.
Pero, en aquel preciso momento, una campesina, inquieta por la
desaparición de su marido, que había salido de casa aquella mañana y no
había regresado, pasó por allí como una exhalación, sin reparar en la
presenciado del arrodillado emperador, y tropezó con él, rodando por el
suelo; pero se levantó y, sin pedir ningún tipo de disculpas, siguió
corriendo hacia el interior del bosque.
Akbar se sintió irritado por aquella interrupción, pero, como era un
buen musulmán, observó la regla de no hablar con nadie durante el
«namaaz».
Más tarde, justamente cuando él acababa su oración, volvió a pasar
por allí la mujer, esta vez alegre y acompañada de su marido, al que
había conseguido encontrar. Al ver al emperador y a su séquito, ella se
sorprendió y se llenó de miedo. Entonces Akbar dio rienda suelta a su
enojo contra ella y le gritó:
«¡Explícame ahora mismo tu irrespetuoso comportamiento si no
quieres que te castigue!»
Entonces la mujer perdió de pronto el miedo, miró fijamente a los
ojos al emperador y le dijo: «Majestad, iba tan absorta pensando en mi
marido que no os vi, ni siquiera cuando, como decís, tropecé con vos.
Ahora bien, dado que vos estabais en pleno "namaaz", habríais de estar
absorto en Alguien infinitamente más valioso que mi marido. ¿Cómo es
que reparasteis en mi?»
El emperador, avergonzado, no supo qué decir. Más tarde confiaría
a sus amigos que una simple campesina, no un experto ni un «mullah»,
te habla enseñado lo que significa la oración.

* El sufi Bayazid Bistami describe del siguiente modo


su progreso en el arte de orar:
- La primera vez que visité la Kaaba en La Meca, vi la Kaaba.
- La segunda vez vi al Señor de la Kaaba.
- La tercera vez no vi ni la Kaaba ni al Señor de la Kaaba.
El toro enfurecido

Estando el Maestro haciendo oración, se acercaron a él los


discípulos y le dijeron: «Señor, enséñanos a, orar,. Y él les enseñó del
siguiente modo:
«Iban dos hombres paseando por el campo cuando, de pronto,
vieron ante ellos a un toro enfurecido. Al instante, se lanzaron hacia la
valla más cercana, con el toro pisándoles los talones. Pero no tardaron en
darse cuenta de que no iban a conseguir ponerse a salvo, de modo que
uno de ellos te gritó al otro: "¡Estamos perdidos! ¡De ésta no salimos!
¡Rápido, di una oración!"
Y el otro le replicó: "¡No he rezado en mi vida y no sé ninguna
oración apropiada!"
"¡No importa: el toro nos va a pillar!
¡Cualquier oración servirá!"
"¡Está bien, rezaré la única que recuerdo y que solía rezar mi padre
antes de las comidas:
Haz, Señor, que sepamos agradecerte lo que vamos a recibir!"»
La oración como aceptación de la vida

Una vez, le preguntó un rabino a un discípulo qué era lo que le


molestaba.
Mi pobreza», le respondió.
«Vivo tan miserablemente que apenas puedo estudiar ni rezar».
En los tiempos que corren», le dijo el rabino, «la mejor oración y el
mejor estudio consisten en aceptar la vida tal como viene».

* Nada hay que supere la santidad de quienes han aprendido la


perfecta aceptación de todo cuanto existe.
En el juego de naipes que llamamos «vida» cada cual juega lo
mejor que sabe las cartas que le han tocado.
Quienes insisten en querer jugar no los cartas que les han tocado,
sino las que creen que debería haberles tocado, ... son los que pierden el
juego.
No se nos pregunta si queremos jugar.
No es ésa la opción. Tenemos que jugar.
La opción es: cómo.
En un día gélido: .... congelarse.

Hacía un frío que cortaba, y el rabino y sus discípulos se hallaban


acurrucados junto al fuego.
Uno de los discípulos, haciéndose eco de las enseñanzas de su
maestro, dijo:
-En un día tan gélido corno éste, yo sé exactamente lo que hay que
hacer».
¿Qué hay que hacer?», le preguntaron los demás.
-Conservar el calor. Y si eso no es posible, también sé lo que hay
que hacer».
«¿Qué hay que hacer?»
-Congelarse..

La realidad existente no puede realmente


ser rechazada ni aceptada.
Huir de ella es como
tratar de huir de tus propios pies.
Aceptarla es como
tratar de besar tus propios labios.
Todo lo que hay que hacer es mirar,
comprender y estar en paz.
Hacerse amigo del dragón

Un hombre acudió a un psiquiatra y le dijo que todas las noches se


le aparecía un dragón con doce patas y tres cabezas, que vivía en una
tremenda tensión nerviosa, que no podía conciliar el sueño y que se
encontraba al borde del colapso. Que incluso había pensado en
suicidarse.
- «Creo que puedo ayudarle», le dijo el psiquiatra, «pero ..."
Debo advertirle que nos va a llevar un año o dos y que le va a
costar a usted tres mil dólares».
«¿Tres mil dólares?», exclamó el otro. « ¡olvídelo!
Me iré a mi casa y me haré amigo del dragón».

El emperador mendigo

Los vecinos de místico musulmán Farid lograron persuadir a éste


de que acudiera a la Corte de Delhi y obtuviera de Akbar un favor para la
aldea. Farid se fue a la Corte y, cuando llegó, Akbar se encontraba
haciendo sus oraciones.
Cuando, al fin, el emperador se dejó ver, Farid le preguntó: «¿Qué
estabas pidiendo en tu oración?»
«Le suplicaba al Todopoderoso que me concediera éxito, riquezas y
una larga vida», le respondió Akbar.
Farid se volvió, dando la espalda al emperador, y salió de allí
mascullando:
«Vengo a ver a un emperador ... ¡y me encuentro con un mendigo
que es igual que todos los demás!»
Dios está ahí fuera

Érase una vez una mujer muy devota y llena de amor de Dios. Solía
ir a la iglesia todas las mañanas, y por el camino solían acosarla los niños
y los mendigos, pero ella iba tan absorta en sus devociones, que ni
siquiera los veía.
Un buen día, tras haber recorrido el camino acostumbrado, llegó a
la iglesia en el preciso momento en que iba a empezar el culto. Empujó
la puerta, pero ésta no se abrió. Volvió a empujar, esta vez con más
fuerza, y comprobó que la puerta estaba cerrada con llave.
Afligida por no haber podido asistir al culto por primera vez en
muchos años, y no sabiendo qué hacer, miró hacia arriba ... y justamente
allí, frente a sus ojos, vio una nota clavada en la puerta con una
chincheta.
La nota decía: «Estoy ahí fuera».

* Se decía de un santo que, cada vez que salía de su casa para ir a


cumplir sus deberes religiosos, solía decir: «...Y ahora te dejo, Señor. Me
voy a la iglesia».
El monje y el pájaro

Paseaba un monje por los jardines del monasterio cuando, de


pronto, oyó cantar a un pájaro.
Embelesado, se detuvo a escuchar. Le pareció que nunca hasta
entonces había escuchado, lo que se dice "escuchar", el canto de un
pájaro.
Cuando el pájaro dejó de cantar, el monje regresó al monasterio y,
para su consternación, descubrió que era un extraño para los demás
monjes, y viceversa.
Pasó algún tiempo hasta que tanto ellos como él descubrieron que
habla tardado siglos en regresar. Como su escucha había sido total, el
tiempo se había detenido, y él se había introducido en la eternidad.
La oración resulta perfecta
cuando se descubre la intemporalidad.
La intemporalidad se descubre
a través de la claridad de percepción.
La percepción se hace clara cuando se libera de los prejuicios
y de toda consideración de pérdida o provecho personal.
Entonces se ve lo milagroso,
y el corazón se llena de asombro.
Quitarse la venda

Cuando el Maestro invitó al Gobernador a practicar la meditación,


y éste le dijo que estaba muy ocupado, la respuesta del Maestro fue:
«Me recuerdas a un hombre que caminaba por la jungla con los
ojos vendados ... y que estaba demasiado ocupado para quitarse la
venda».
Cuando el Gobernador alegó su falta de tiempo, el Maestro le dijo:
«Es un error creer que la meditación no puede practicarse por falta
de tiempo. El verdadero motivo es la agitación de la mente».

Los pies sobre la mesa

Un experto en rendimiento laboral le presentaba su informe a


Henry Ford:
«Como puede usted ver, señor, el informe es altamente favorable,
excepto en lo referente a ese individuo que está en el vestíbulo. Siempre
que paso .por allí, él está sentado y con los pies encima de la mesa. Está
malgastando su dinero, señor».
«Ese hombre», replicó Ford, «tuvo una vez una idea que nos hizo
ganar una fortuna, y creo recordar que sus pies se encontraban entonces
en el mismísimo lugar en que se encuentran ahora».
Había un leñador que se agotaba malgastando su tiempo y sus
energías en cortar madera con un hacha embotada, porque no tenía
tiempo, según él, para detenerse a afilar la hoja.
El templo en el bosque

Érase una vez un bosque en el que los pájaros cantaban de día, y


los insectos de noche. Los árboles crecían, las flores prosperaban, y toda
clase de criaturas pululaban libremente.
Todo el que entraba allí se veía llevado a la Soledad, que es el
hogar de Dios, que habita en el silencio y en la belleza de la Naturaleza.
Pero llegó la Edad de la Inconsciencia, justamente cuando los
hombres vieron la posibilidad de construir rascacielos y destruir en un
mes ríos, bosques y montañas. Se levantaron edificios para el culto con
la madera del bosque y con las piedras del subsuelo forestal. Pináculos,
agujas y minaretes apuntaban hacia el cielo, y el aire se llenó de sonido
de las campanas, de oraciones, cánticos y exhortaciones ...
Y Dios se encontró de pronto sin hogar.
¡Dios oculta las cosas poniéndolos ante nuestros ojos
Los tres sabios

Tres sabios decidieron emprender un viaje, porque, a pesar de ser


tenidos por sabios en su país, eran lo bastante humildes para pensar que
un viaje les serviría para ensanchar sus mentes.
Apenas habitan pasado al país vecino cuando divisaron un
rascacielos a cierta distancia. «¿Qué podrá ser ese enorme objeto?», se
preguntaron. La respuesta más obvia habría sido: «ld allá y averiguados.
Pero no: eso podía ser demasiado peligroso, porque ¿y si aquella cosa
explotaba cuando uno se acercaba a ella? Era muchísimo más prudente
decidir lo que era, antes de averiguarlo. Se expusieron y se examinaron
diversas teorías; pero, basándose en sus respectivas experiencias pasadas,
las rechazaron todas. Por fin, y basándose en las mismas experiencias -
que eran muy abundantes, por cierto-, decidieron que el objeto en
cuestión, fuera lo que fuera, sólo podía haber sido puesto allí por
gigantes.
Aquello les llevó a la conclusión de que sería más seguro evitar
absolutamente aquel país. De manera que regresaron a su casa, tras haber
añadido una más a su cúmulo de experiencias.
Las Suposiciones afectan a la Observación.
La Observación engendra Convencimiento.
El Convencimiento produce Experiencia.
La Experiencia crea Comportamiento,
el cual, a su vez, confirma las Suposiciones.
El vuelo de los cazadores.

Dos cazadores alquilaron un avión para ir a la región de los


bosques. Dos semanas más tarde, el piloto regresó para recogerlos y
llevarlos de vuelta. Pero, al ver los animales que habían cazado, dijo:
«Este avión no puede cargar más que con uno de los dos búfalos.
Tendrán que dejar aquí el otro».
«¡Pero si el año pasado el piloto nos permitieron llevar dos búfalos
en un avión exactamente igual que éste ... !», protestaron los cazadores.
El Piloto no sabía qué hacer, pero acabó cediendo: «Está bien; si lo
hicieron el año pasado, supongo que también podremos hacerlo ahora
...» -
De modo que el avión inició el despegue cargado con los tres
hombres y los dos búfalos; pero no pudo ganar altura y se estrelló contra
una colina cercana. Los hombres salieron a rastras del avión y miraron
en torno suyo.
Uno de los cazadores le preguntó al otro: «¿Dónde crees que
estamos?-
El otro inspeccionó los alrededores y dijo: «Me parece que unas
dos millas a la izquierda de donde nos estrellamos el año pasado».
¿ Mi tio Jorge ?

Y más suposiciones:
Un matrimonio regresaba del funeral por el tío Jorge, que había
vivido con ellos durante veinte años, creando una situación tan incómoda
que a punto estuvo de irse a pique el matrimonio.
«Tengo algo que decirte, querida», dijo el marido. -Si no hubiera
sido por lo que te quiero, no habría aguantado a tu tío Jorge ni un solo
día ...»
.¿Mi tío Jorge?», exclamó ella horrorizada. .¡Yo creía que era tu tío
Jorge!»

El rumor que originó la catástrofe

En el verano de 1946 corrió el rumor de que el espectro del hambre


amenazaba a una determinada provincia de un país sudamericano. En
realidad, los campos ofrecían un aspecto inmejorable, y el tiempo era
ideal y auguraba una espléndida cosecha.
Pero el rumor adquirió tal intensidad que 20.000 pequeños
agricultores abandonaron sus tierras y se fueron a las ciudades. Con lo
cual la cosecha fue un verdadero desastre, murieron de hambre miles de
personas y el rumor resultó ser verdadero.
La pantomima papal
Hace muchos años, allá por la Edad Media, los consejeros del Papa
recomendaron a éste que desterrara a los judíos de Roma.
Según ellos, resultaba indecoroso que aquellas personas vivieran
tan ricamente en el corazón mismo del mundo católico.
Así pues, se redactó y fue promulgado un edicto de expulsión, para
general consternación de los judíos, que sabían que, dondequiera que
fuesen, no podían esperar un trato mejor que el que les obligaba a salir
de Roma. De manera que suplicaron al Papa que reconsiderara su
decisión.
El Papa, que era un hombre ecuánime, les hizo una propuesta un
tanto arriesgada: debían elegir a alguien para que discutiera el asunto con
él mismo en público y, si salía victorioso del debate, los judíos podrían
quedarse.
Los judíos se reunieron a considerar la propuesta. Rechazarla
significaba la expulsión. Aceptarla significaba exponerse a una derrota
segura, porque ¿quién iba a vencer en un debate en el que el Papa era
juez y parte a la vez?
Sin embargo, no había más remedio que aceptar. Ahora bien,
resultaba imposible encontrar a un voluntario dispuesto a debatir con el
Papa: la responsabilidad de cargar sobre sus hombros con el destino de
los judíos era más de lo que cualquier hombre podía soportar.
Pero, cuando el portero de la sinagoga se dio cuenta de lo que
ocurría, se presentó ante el Gran Rabino y se ofreció corno voluntario
para representar a su pueblo en el debate. «¿El portero?», exclamaron los
demás rabinos cuando lo supieron. ¡Imposible!» «Está bien», dijo el
Gran Rabino, «ninguno de nosotros está dispuesto a hacerlo; de manera
que, o lo hace el portero o no hay debate».
Y así, a falta de otra persona, se designó al portero para que
celebrara el debate con el Papa.
Llegado el gran día, el Papa se sentó en un trono en la plaza de San
Pedro, rodeado de sus cardenales y en presencia de una multitud de
obispos, sacerdotes y fieles. Al poco tiempo llegó la pequeña comitiva de
delegados judíos, con sus negros ropajes y sus largas barbas, rodeando al
portero de la sinagoga.
Quedaron el uno frente al otro, y el debate comenzó.
El Papa alzó solemnemente un dedo hacia el cielo y trazó un
amplio arco en el aire.
Inmediatamente, el portero señaló con énfasis hacia el suelo.
El Papa pareció quedar desconcertado.
Entonces volvió a alzar su dedo con mayor solemnidad aún y lo
mantuvo firmemente ante el rostro del portero.
Este, a su vez, alzó inmediatamente tres dedos y los mantuvo con la
misma firmeza frente al Papa, el cual pareció asombrarse de aquel gesto.
Entonces el Papa deslizó una de sus manos entre sus ropajes y
extrajo una manzana. El portero, por su parte, sin pensarlo dos veces,
introdujo su mano en una bolsa de papel que llevaba consigo y sacó de
ella una delgada torta de pan.
Entonces el Papa exclamó con voz potente: «¡El representante
judío ha ganado el debate! Queda revocado, pues, el edicto».
Los dirigentes judíos rodearon inmediatamente al portero y se lo
llevaron, mientras los cardenales se apiñaban
atónitos en torno al Papa.
«¿Qué ha sucedido, Santidad?», le preguntaron. «Nos ha sido
imposible seguir el rapidísimo toma y-daca del debate ... »
El Papa se enjugó el sudor de su frente y dijo: «Ese hombre es un
brillante teólogo y un maestro del debate.
Yo comencé señalando con un gesto de mi mano la bóveda celeste,
como dando a entender que el universo entero pertenece a Dios; y él
señaló hacia abajo con su dedo, recordándome que hay un lugar llamado
"infierno" donde el demonio es el único soberano.
Entonces alcé yo un dedo para indicar que Dios es uno.
¡Imagínense mi sorpresa cuando le vi alzar a él tres dedos indicando que
ese Dios uno se manifiesta por igual en tres personas, suscribiendo con
ello nuestra propia doctrina sobre la Trinidad! Sabiendo
que no podría vencer a ese genio de la teología, intenté, por último,
desviar el debate hacia otro terreno, y para ello saqué una manzana,
dando a entender que, según los más modernos descubrimientos, la tierra
es redonda.
Pero, al instante, él sacó una torta de pan ázimo para recordarme
que, de acuerdo con la Biblia, la tierra es plana. De manera que no he
tenido más remedio que reconocer su victoria ...
Para entonces, los judíos habían llegado ya a su sinagoga. «¿Qué es
lo que ha ocurrido?», le preguntaron perplejos al portero, el cual daba
muestras de estar indignado.
-¡Todo ha sido un montón de tonterías!», respondió. «Veréis:
primero, el Papa hizo un gesto con su mano como para indicar que todos
los judíos teníamos que salir de Roma.
De modo que yo señalé con el dedo hacia abajo para darle a
entender con toda claridad que no pensábamos movernos.
Entonces él me apunta arnenazadoramente con un dedo como
diciéndome: "¡No te me pongas chulo!"
Y yo le señalo a él con tres dedos para decirle que él era tres veces
mas chulo que nosotros, por haber ordenado arbitrariamente que
saliéramos de Roma.
Entonces veo que él saca su almuerzo, y yo saco el mío..
Arlote predicador

Llegó por fin el día señalado para el magno acontecimiento. Desde


muy de mañana se había congregado en el templo designado para la
noble polémica, numeroso auditorio, ávido de comprobar la valía de una
y otra Orden.
Ambas Comunidades, situadas una enfrente de otra, habían
ocupado los asientos preferentes y se veía a los miembros que las
componían visiblemente nerviosos y emocionados, esperando con
creciente interés el comienzo de la controversia que había suscitado tan
apasionantes comentarios en todo Guecho.
Al fin, el retador subió al púlpito y todo el mundo se volvió a
contemplarle, denotando su semblante una gran seguridad en sí mismo y
un aplomo poco común, como habituado ya desde muy antiguo a tales
lides.
A poco subió tranquilamente al improvisado púlpito, que se
levantaba enfrente del orador, nuestro Peru vestido de fraile, después de
haber echado un último traguillo en la Sacristía y haberse guardado aún
un buen trozo de pan en uno de sus bolsillos.
Todos miraron a Arlote detenidamente, pero como es natural, nadie
le reconoció bajo sus vestiduras, que por otra parte le sentaban tan bien
que parecía un auténtico religioso.
Después que los dos tribunos se hallaron frente a frente, el retador,
mirando con aire de suficiencia a su émulo, sacó de uno de sus bolsillos
una manzana y se la mostró a su rival.
Rápido como el pensamiento éste, a su vez, sacó el hermoso
pedazo de pan que había acabado de guardar en el fondo de su hábito,
con lo que el iniciador de la original pugna, quedó hondamente
impresionado.
En medio del general silencio y sin que nadie acertase a
comprender el significado de aquella mímica, comenzó el fraile a
mostrar en alto un dedo de la mano derecha.
Inmediatamente su contrincante, y en igual forma, mostró dos.
Nuevamente pareció quedar turbado el formidable predicador y otra vez
volvió a hacer uso del mismo mudo sistema, enseñando esta vez tres
dedos, y otra vez el supuesto Padre que tenía enfrente replicó de un
modo tajante e inapelable, esgrimiendo un enorme y espectacular puño,
que de tal modo desarmó a su enemigo, que éste comenzó a cambiar de
color, a sudar a mares, y sin poder ni siquiera levantar otra vez la vista
bajó fatigosamente del púlpito, con lo que se dio vencedor al
representante del Convento A.
La gente comenzó a salir del templo, hondamente conmovida y
haciendo los más variados comentarios, concluyendo que en verdad la
fama de predicadores que hasta entonces habían ostentado los
vencedores, eran bien merecida y había quedado plenamente confirmada
en aquella ocasión.
Cuando bajó el fraile, sus compañeros le rodearon inmediatamente
y su Prior, tremendamente apenado, le preguntó:
-Pero ¿qué ha sido eso, que no hemos comprendido nadie una sola
palabra?
-Nada, nada, -replicó apagadamente el silencioso orador-. Con ese
hombre ¡no hay quien pueda!
Ha echado por tierra, en un momento, todos mis argumentos, con
ser éstos valiosos y singulares en extremo. Se ve, de un modo palpable,
que es de una intuición y un sentido filosófico sencillamente
envidiables...
Porque al comienzo de mi muda plática, como han visto Vuestras
Reverencias, he enseñado una manzana, corno queriendo significar que,
por ella, por la manzana, se perdió el Género Humano...
Mi contrincante, que honra en efecto a la Orden que representa, ha
contestado de una manera contundente mostrándome un trozo de pan,
como queriendo dar a entender que si por la manzana se perdió, por el
Pan se redimió...
Esta contestación tan formidable y a la vez tan inesperada me ha
dejado, como Vuestras Reverencias habrán podido comprobar,
sencillamente preocupado y sin esperanza ya de triunfo, pero me he
rehecho y he mostrado en alto un dedo, significando, con ello, que hay
un Dios.
Él me ha contestado con dos: Padre e Hijo.
Me he acobardado de tal forma ante respuesta tan magnífica, que
no sé cómo he tenido fuerzas para señalar con tres dedos a las Tres
Personas Distintas y ya han visto, me responde con el puño:
-¡Pero un solo Dios verdadero!
Veamos ahora lo que ocurre en el otro Convento. Han llegado
todos a su Santa Casa y el Prior, sin dar tiempo a Peru a respirar, le
felicita diciendo:
-¡Bravo! ¡Ha estado usted sencillamente formidable! Pero,
explíquenos, explíquenos en qué ha consistido esa rara y jamás vista lid
oratoria, porque no hemos comprendido absolutamente nada...
Lo que sí hemos comprobado es que nuestro adversario ha quedado
de todo punto desconcertado con sus rápidas y, al parecer, categóricas
respuestas.
-Pues... ya me habéis visto -comenzó diciendo Arlote en medio de
la curiosidad general- que el papao de él, pa darme envidia se conose, me
ha sacao un mansana, como disiéndome: ¡Hala que tú no tienes y yo sí!
...
Y yo, pa que vea tamén que no estoy tapoco muerto de hambre, le
he sacao un cacho de pan...
Luego me marca con el dedo disiéndome que me va a meter aquel
dedo por el... ¡boca!
Yo contestar le hago en seguida que yo meter le haré dos...
Después me dise él que tres...
Y yo enfadao he terminao disiéndole que si se descuida un poco,
¡TODO EL PUÑO POR EL BOCA QUE LE METERÉ!
¿ Es usted judío ?

Por lo general, la realidad no es lo que es, sino lo que nosotros


hemos decidido que sea:
Una viejecita judía ocupa su asiento en un avión, junto a un enorme
sueco al que se queda mirando fijamente.
Luego, dirigiéndose a él, le dice: «Usted perdone ... ¿es usted
judío?»
«No», le responde el sueco.
Pocos minutos más tarde, ella vuelve a insistir: «¿Podría usted
decirme, perdone la molestia, si es usted judío?-
«¡Le aseguro a usted que no!», responde él.
Ella se queda escudriñándole durante unos minutos y vuelve a la
carga: «Habría jurado que era usted judío ...»
Para acabar con tan enojosa situación, el hombre le dice a la
anciana: «¡Está bien; sí, soy judío!»
Ella vuelve a mirarle, sacude su cabeza y dice: «Pues la verdad es
que no lo parece».
Primero sacamos nuestras conclusiones ...
y luego hallamos la forma de llegar a ellas.
El indio que ocupaba el suelo

Un vaquero iba cabalgando por el desierto. De pronto se encontró


con un indio tendido sobre la carretera, con la oreja pegada al suelo.
«¿Qué pasa, jefe?., dijo el vaquero.
«Gran rostro pálido con cabellera roja conducir Mercedes-Benz
verde oscuro con pastor alemán dentro y matrícula SDT965 rumbo
oeste».
«¡Caramba, jefe! ¿Quieres decir que puedes oír todo eso con sólo
escuchar el suelo?-
«Yo no escuchar suelo. Hijo de puta atropellarme».
El infortunio de la ostra.

Una ostra divisó una perla suelta que habla caído en una grieta de
una roca en el fondo del océano. Tras grandes esfuerzos, consiguió
recobrar la perla y depositarla sobre una hoja que estaba justamente a su
lado.
Sabía, que los humanos buscaban perlas, y pensó: «Esta perla les
tentará, la tomarán y me dejarán a mí en paz.
Sin embargo, llegó por allí un pescador de perlas cuyos ojos
estaban acostumbrados a buscar ostras, no perlas cuidadosamente
depositadas sobre una hoja.
De modo que se apoderó de la ostra, la cual no contenía perla, por
cierto y dejó que la perla rodara hacia abajo y cayera de nuevo en la
grieta de la roca.
Sabes exactamente dónde mirar.
Por eso no consigues encontrar a Dios.
El borracho
con las orejas en carne viva

Las personas jamás pecarían


si fueran conscientes de que cada vez que pecan
se hacen daño a sí mismas.
Por desgracia, la mayoría de ellas
están demasiado aletargadas
para caer en la cuenta
de lo que están haciéndose a sí mismas.

Bajaba por la calle un borracho con las orejas en carne viva. Se


encontró con un amigo, y éste le preguntó qué le había pasado.
«A mi mujer se le ocurrió dejar la plancha encendida y, cuando
sonó el teléfono, tomé la plancha por equivocación.».
«Ya veo ... Pero ¿y la otra oreja?»
«El maldito imbécil volvió a llamar!»
La prueba del cirujano vienés

Un célebre cirujano vienés decía a sus alumnos que, para ser


cirujano, se requerían dos cualidades: no sentir náuseas y tener capacidad
de observación.
Para hacer una demostración, introdujo uno de sus dedos en un
líquido nauseabundo, se lo llevó a la boca y lo chupó. Luego pidió a sus
alumnos que hicieran lo mismo.
Y ellos, armándose de valor, le obedecieron sin vacilar.
Entonces, sonriendo astutamente, dijo el cirujano: «Caballeros, no
tengo más remedio que felicitarles a ustedes por haber superado la
primera prueba. Pero, desgraciadamente, no han superado la segunda,
porque ninguno de ustedes se ha dado cuenta de que el dedo que yo he
chupado no era el mismo que había introducido en ese líquido».
" Qué desaparezca de mi vista "

Un vagabundo se presentó en el despacho de un acaudalado


hombre de negocios a pedir una, limosna.
El hombre llamó a su secretaria y le dijo: «¿Ve usted a este pobre
desgraciado? Fíjese cómo le asoman los dedos a través de sus horribles
zapatos; observe sus raídos pantalones y su andrajosa chaqueta. Estoy
seguro de que no se ha afeitado ni se ha duchado ni ha comido caliente
en muchos días. Me parte el corazón ver a una persona en estas
condiciones, de manera que ... ¡HAGA QUE DESAPAREZCA
INMEDIATAMENTE DE MI VISTA!»
Había un hombre sin brazos y sin piernas
mendigando en la acera.
La primera vez que lo vi me conmovió de tal modo
que le di una limosna.
La segunda vez le di algo menos.
La tercera vez no tuve contemplaciones
y lo denuncié a la policía
por mendigar en la vía pública y dar la lata.
" Uno de vosotros es el Mesías "

El guru, que se hallaba meditando en su cueva del Himalaya, abrió


los ojos y descubrió, sentado frente a él, a un inesperado visitante: el
abad de un célebre monasterio.
«¿Qué deseas?», le preguntó el guru.
El abad le contó una triste historia. En otro tiempo, su monasterio
habla sido famoso en todo el mundo occidental, sus celdas estaban llenas
de jóvenes novicios, y en su iglesia resonaba el armonioso canto de sus
monjes.
Pero habían llegado malos tiempos: la gente ya no acudía al
monasterio a alimentar su espíritu, la avalancha de jóvenes candidatos
había cesado y la iglesia se hallaba silenciosa.
Sólo quedaban unos pocos monjes que cumplían triste y
rutinariamente sus obligaciones. Lo que el abad quería saber era lo
siguiente: «¿Hemos cometido algún pecado para que el monasterio se
vea en esta situación?»
- Sí», respondió el guru, «un pecado de ignorancia».
«¿Y qué pecado puede ser ése?»
«Uno de vosotros es el Mesías disfrazado, y vosotros no
lo sabéis».
Y, dicho esto, el guru cerró sus ojos y volvió a su meditación.
Durante el penoso viaje de regreso a su monasterio, el abad sentía
cómo su corazón se desbocaba al pensar que el Mesías, ¡el mismísimo
Mesías!, había vuelto a la tierra y había ido a parar justamente a su
monasterio. ¿Cómo no había sido él capaz de reconocerle? ¿Y quién
podría ser? ¿Acaso el hermano cocinero? ¿El hermano sacristán? ¿El
hermano administrador? ¿O sería él, el hermano prior? ¡No, él no! Por
desgracia, él tenía demasiados defectos ...
Pero resulta que el guru había hablado de un Mesías «disfrazado»
.... ¿No serían aquellos defectos parte de su disfraz? Bien
mirado, todos en el monasterio tenían defectos ... ¡y uno de ellos tenía
que ser el Mesías!
Cuando llegó al monasterio, reunió a los monjes y les contó lo que
había averiguado. Los monjes se miraban incrédulos -unos a otros: ¿el
Mesías ... aqui ? ¡Increíble!
Claro que, si estaba disfrazado ... entonces, tal vez ... ¿Podría ser
Fulano ... ? ¿O Mengano, o ...?
Una cosa era cierta: si el Mesías estaba allí disfrazado, no era
probable que pudieran reconocerlo. De modo que empezaron todos a
tratarse con respeto y consideración.
«Nunca se sabe, pensaba cada cual para sí cuando trataba con otro
monje, «tal vez sea éste ...»
El resultado fue que el monasterio recobró su antiguo ambiente de
gozo desbordante. Pronto volvieron a acudir docenas de candidatos
pidiendo ser admitidos en la Orden, y en la iglesia volvió a escucharse el
jubiloso canto de los monjes, radiantes del espíritu de Amor.
¿De qué sirve tener ojos
si el corazón está ciego?
La estación junto a los raíles

El viajero, totalmente harto: «¿Por qué demonios tuvieron que


poner la estación a tres kilómetros del. pueblo?-
El solícito funcionario: «Seguramente pensaron que sería una
buena idea ponerla cerca de los trenes, señor».
Una estación ultramoderna
a tres kilómetros de las vías
sería tan absurdo,
como un templo muy frecuentado
a tres centímetros de la vida.

El Buda Kamakura

El Buda Kamakura estuvo alojado en un templo hasta que, un día,


una gran tormenta echó abajo dicho templo. Desde entonces, la enorme
estatua estuvo durante años expuesta al sol, a la lluvia, a los vientos y a
las inclemencias del tiempo.
Cuando un sacerdote comenzó a recaudar fondos para reconstruir el
templo, la estatua se le apareció en sueños y le dijo:
«Aquel templo era una cárcel, no un hogar. Déjame seguir expuesto
a las inclemencias de la vida, que ése es mi lugar».
Los sutras invisibles

Tetsugen, un alumno de Zen, asumió un tremendo compromiso:


imprimir siete mil ejemplares de los sutras, que hasta entonces sólo
podían conseguirse en chino.
Viajó a lo largo y ancho del Japón recaudando fondos para su
proyecto. Algunas personas adineradas le dieron hasta cien monedas de
oro, pero el grueso de la recaudación lo constituían las pequeñas
aportaciones de los campesinos.
Y Tetsugen expresaba a todos el mismo agradecimiento,
prescindiendo de la suma que le dieran.
Al cabo de diez largos años viajando de aquí para allá, consiguió
recaudar lo necesario para su proyecto.
Justamente entonces se desbordó el río Uji, dejando en la miseria a
miles de personas. Entonces Tetsugen empleó todo el dinero que había
recaudado en ayudar a aquellas pobres gentes.
Luego comenzó de nuevo a recolectar fondos. Y otra vez pasaron
varios años hasta que consiguió la suma necesaria. Entonces se desató
una epidemia en el país, y Tetsugen volvió a gastar todo el dinero en
ayudar a los damnificados.
Una vez más, volvió a empezar de cero y, por fin, al cabo de veinte
años, su sueño se vio hecho realidad.
Las planchas con que se imprimió aquella primera edición de los
sutras se exhiben actualmente en el monasterio Obaku, de Kyoto.
Los japoneses cuentan a sus hijos que Tetsugen sacó, en total, tres
ediciones de los sutras, pero que las dos primeras son invisibles y muy
superiores a la tercera.
Los dos hermanos que se amaban

Dos hermanos, el uno soltero y el otro casado, poseían una granja


cuyo fértil suelo producía abundante grano, que los dos hermanos se
repartían a partes iguales.
Al principio todo iba perfectamente. Pero llegó un momento en que
el hermano casado empezó a despertarse sobresaltado todas las noches,
pensando: -No es justo. Mi hermano no está casado y se lleva la mitad de
la cosecha; pero yo tengo mujer y cinco hijos, de modo que en mi
ancianidad tendré todo cuanto necesite.
¿Quién cuidará de mi pobre hermano cuando sea viejo? Necesita
ahorrar para el futuro mucho más de lo que actualmente ahorra, porque
su necesidad es, evidentemente, mayor que la mía-.
Entonces se levantaba de la cama, acudía sigilosamente adonde su
hermano y vertía en el granero de éste un saco de grano.
También el hermano soltero comenzó a despertarse por las noches
y a decirse a sí mismo: «Esto es una injusticia. Mi hermano tiene mujer y
cinco hijos y se lleva la mitad de la cosecha. Pero yo no tengo que
mantener a nadie más que a mí mismo. ¿Es justo, acaso, que mi pobre
hermano, cuya necesidad es mayor que la mía, reciba lo
mismo que yo?»
Entonces se levantaba de la cama y llevaba un saco de grano al
granero de su hermano.
Un día, se levantaron de la cama al mismo tiempo y tropezaron uno
con otro, cada cual con un saco de grano a la espalda.
Muchos años más tarde, cuando ya hablan muerto los dos, el hecho
se divulgó. Y cuando los ciudadanos decidieron erigir un templo,
escogieron "para ello el lugar en el que ambos hermanos se habían
encontrado, porque no creían que hubiera en toda la ciudad un lugar más
santo que aquél.
La verdadera diferencia religiosa
no es la diferencia entre quienes dan culto
y quienes no lo dan,
sino entre quienes aman
y quienes no aman.

¡ Dios se ocupará del Mesías !

Un acaudalado labrador irrumpió un día en su casa gritando con


voz angustiada: «¡Rebeca, corre un terrible rumor en la ciudad: el Mesías
está aquí !»
«¿Y qué tiene eso de terrible?», le replicó su mujer. «Yo creo que
es fantástico. ¿Qué es lo que tanto te preocupa?»
«¿Que qué es lo que me preocupa?., exclamó el hombre. «Después
de tantos años de sudores y de esfuerzos, al fin hemos conseguido ser
ricos: tenemos mil cabezas de ganado, los graneros llenos y los árboles
cargados de fruta ... y ahora tendremos que deshacernos de todo y
seguirle a él ... ¿y me preguntas qué es lo que me preocupa?»
«Tranquilízate», le dijo su mujer. «El Señor nuestro Dios es bueno.
Sabe cuánto hemos tenido que sufrir siempre los judíos. Siempre ha
habido alguien que nos hiciera la vida imposible: el Faraón, Amán,
Hitler ...
Pero nuestro Dios siempre ha encontrado el modo de castigarlos, ¿o
no? Sólo tienes que tener fe, mi querido esposo. También hallará el
modo de ocuparse del Mesías».
Los expertos que abren

las puertas de la Misericordia.

* En su peregrinación a La Meca, un santo sufí comprobó con


satisfacción que apenas había peregrinos en el lugar sagrado cuando él
llegó: así podría practicar sus devociones sin agobios.
Una vez cumplidas las prácticas religiosas prescritas, se arrodilló,
tocó el suelo con su frente y dijo: .¡Alá, no tengo más que un deseo en mi
vida: concédeme la gracia de no ofenderte nunca más!.
Cuando el Todopoderoso lo oyó, rió estruendosamente y dijo: «Eso
es lo que todos piden. Pero dime: si concediera a todos esa gracia, ¿a
quién iba yo a perdonar?»

* Cuando al pecador le recriminaron su desenvuelto modo de


entrar en el templo, él replicó: «No hay una sola persona a la que el
cielo no cubra ni hay nadie a quien el suelo no sostenga. ¿Y no es Dios
la tierra y el cielo para todos nosotros?» -

* Un sacerdote ordenó a su diácono que reuniera a diez hombres


para rezar por la curación de un enfermo.
Cuando todos estuvieron reunidos, alguien susurró al oído del
sacerdote: «Hay algunos conocidos ladrones entre esos hombres ...»
«Tanto mejor», dijo el sacerdote. -Si las Puertas de la Misericordia
están cerradas, ellos serán los expertos que las abran».
La gran revelación

Un guru prometió a un discípulo que había de revelarle algo mucho


más importante que todo cuanto contienen las escrituras.
Cuando el discípulo, tremendamente impaciente, le pidió que
cumpliera su promesa, el guru le dijo: -Sal afuera, bajo la lluvia, y
quédate con los brazos y la cabeza alzados hacia el ciclo. Eso te
proporcionará tu primera revelación».
Al día siguiente, el discípulo acudió a informarle: -Seguí tu consejo
y me calé hasta los huesos ... Y me sentí como un perfecto imbécil».
«Bueno., dijo el guru, «para ser el primer día, es toda una
revelación, ¿no crees?»
Conocimiento e iluminación

Dice el poeta Kabir.-


¿De qué le sirve al sabio abstraerse en el estudio detallado de
palabras sobre esto y lo de más allá, si su pecho no está empapado de
amor?
¿De qué le sirve al asceta vestirse con vistosos ropajes, si en su
interior no hay colorido?
¿De qué te sirve limpiar tu comportamiento ético hasta sacarle
brillo, si no hay música dentro de ti?
El discípulo: «¿Cuál es la diferencia entre el conocimiento y la
iluminación?.
El maestro: Cuando posees el conocimiento, empleas una antorcha
para mostrar el camino. Cuando posees la iluminación, te conviertes tú
mismo en antorcha».
El clérigo reconocido

Un día en que soplaba un fortísimo viento, saltó un paracaidista del


avión y fue arrastrado a más de cien millas de su objetivo, con la mala
suerte de que su paracaídas quedó enredado en un árbol, del que estuvo
colgando y pidiendo socorro durante horas, sin saber siquiera dónde
estaba.
Al fin pasó alguien por allí y le preguntó: «¿Qué haces subido en
ese árbol?-
El paracaidista le contó lo ocurrido, y luego le preguntó:
«¿Puedes decirme dónde estoy?»
«En un árbol», le respondió el otro.
.¡Oye, tú debes de ser clérigo ... !»
El otro quedó sorprendido. -Sí, lo soy. ¿Cómo lo has sabido?»
«Porque lo que dices es verdad, pero no sirve para nada».
El filósofo que resucitó

Le contaron a un antiguo filósofo, muerto desde hacía muchos


siglos, que sus representantes estaban desfigurando sus enseñanzas.
Como era un hombre compasivo y amante de la verdad, se las
arregló para que, tras muchos esfuerzos, le fuera concedido regresar a la
tierra durante unos días. -
Le llevó varias jornadas convencer de su identidad a sus sucesores.
Y una vez despejadas las dudas, ellos no tardaron en perder todo interés
en lo que él tenía que decir, y le pidieron que les revelara el secreto para
regresar a la vida desde el sepulcro.
Él tuvo que hacer enormes esfuerzos para convencerles de que no
tenía manera de hacerles partícipes de dicho secreto, y que era
infinitamente más importante para el bien de la humanidad el que ellos le
devolvieran a su doctrina su pureza originaria.
Pero todo fue en vano. Lo que ellos le arguyeron fue: «¿No
comprendes que lo importante no es lo que tú enseñaste, sino nuestra
manera de interpretarlo? A fin de cuentas, tú no eres más que un ave de
paso, mientras que nosotros estamos aquí de modo permanente.
Cuando Buda muere,
nacen las escuelas.
¿ De qué está hecha la materia ?

Todos los filósofos, teólogos y doctores de la ley fueron reunidos


en el tribunal para asistir al juicio del mullab Nasrudin, a quien se
imputaba la grave acusación de haber ido de ciudad en ciudad diciendo:
Vuestros supuestos dirigentes religiosos son unos ignorantes y
están confusos-. De modo que le acusaron de hereje, lo cual estaba
penado con la muerte.
«Puedes hablar tú el primero», le dijo el Califa.
El mullah estaba perfectamente tranquilo.
«Ordena que traigan papel y plumas para escribir», dijo, -y que lo
repartan entre los diez hombres más -sabios de esta augusta asamblea».
Y, para regocijo de Nasrudin, se organizó entre todos ellos una
tremenda disputa acerca de quién era el más sabio de todos. Cuando la
contienda concluyó y quedaron provistos de papel y pluma los diez
elegidos, el mullah dijo:
-Que cada uno de ellos escriba la respuesta a la siguiente pregunta:
¿DE QUE ESTÁ HECHA LA MATERIA?»
El pescador trocado en santo
Una noche, un pescador entró a hurtadillas en el parque de un
hombre rico y echó sus redes en el estanque lleno de peces.
Pero el otro lo oyó y envió a sus guardias contra él.
Cuando vio que te andaban buscando por todas partes con
antorchas encendidas, el pescador cubrió apresuradamente su cuerpo de
cenizas y se sentó bajo un árbol, como hacen los santones en la India.
Los guardias, a pesar de buscar durante horas, no encontraron a
ningún pescador furtivo.
Lo único que vieron fue a un hombre cubierto de cenizas y sentado
bajo un árbol, absorto en la meditación.
Al día siguiente se propaló por doquier el rumor de que un gran
sabio había decidido establecer su residencia en el parque del hombre
rico.
La gente acudió en tropel, con flores y toda clase de comida, y
hasta con montones de dinero, a presentarle sus respetos, porque existe la
piadosa creencia de que los dones hechos a un hombre santo hacen que
descienda sobre el donante la bendición de Dios.
El pescador, trocado en santo, quedó asombrado de su buena
suerte. -Es más fácil vivir de la fe de esta gente que del trabajo de mis
manos», se dijo para sí.
De manera que siguió meditando y no volvió jamás a trabajar.
* * * *
Un rey soñó que había visto a un rey en el paraíso y a un sacerdote
en el infierno. Cuando estaba preguntándose cómo podía ser aquello, oyó
una Voz que decía:
«El rey está en el paraíso por haber respetado a los sacerdotes.
El sacerdote está en el infierno por haber transigido con los reyes.
El hijo del rabino se hizo cristiano

El rabino Abrahán había llevado una vida ejemplar. Y cuando le


llegó la hora, dejó este mundo rodeado de la veneración y el afecto de su
congregación, que había llegado a considerarle como un santo y como la
principal causa de todas las bendiciones que todos ellos habían recibido
de Dios.
Y algo parecido sucedía en -la otra orilla», donde los ángeles
salieron a recibirlo con exclamaciones de alabanza.
Pero, en medio de todo aquel regocijo, el rabino, que parecía un
tanto afligido y como retraído, conservó la calma y se negó a ser
agasajado.
Finalmente, lo condujeron ante el Tribunal, donde se sintió rodeado
de una infinita y amorosa benevolencia y oyó una Voz que le decía con
infinita ternura: «¿Qué es lo que te aflige, hijo mío?»
«Santo entre los santos., respondió el rabino, yo soy indigno de
todos los honores que aquí se me tributan. Aun cuando fuera considerado
corno un ejemplo para la gente, tiene que haber algo malo en mi vida,
porque mi único hijo, a pesar de mi ejemplo y de mis enseñanzas, ha
abandonado nuestra fe y se ha hecho cristiano.
Eso no debe inquietarte, hijo mío. Yo comprendo perfectamente
cómo te sientes, porque tengo un hijo que hizo exactamente lo mismo-.
El deseo ecuménico del rabino

En la ciudad irlandesa de Belfast, un sacerdote católico, un pastor


protestante y un rabino judío se enzarzaron en una acalorada discusión
teológico.
De pronto se apareció un ángel en medio de ellos y les dijo: «Dios
os envía sus bendiciones. Formulad cada uno un deseo de paz, y será
satisfecho por el Todopoderoso».
Y el pastor dijo: «Que desaparezcan todos los católicos de nuestra
hermosa isla, y reinará la paz».
Luego dijo el sacerdote: «Que no quede un solo protestante en
nuestro sagrado suelo irlandés, y vendrá la paz a nuestra isla».
«¿Y qué dices tú, rabino?», le preguntó el ángel, «¿No tienes
ningún deseo?»
«No-, respondió el rabino. «Me conformo con que se cumplan los
deseos de estos dos caballeros».

El niño: «¿Eres presbiteriana?»


La niña: «No. Pertenecernos a distintas abominaciones».
El perro y el zorro

Un cazador mandó a su perro a buscar algo que se movía entre los


árboles. El perro hizo salir de allí a un zorro y lo acosó hasta que estuvo
en situación de ser alcanzado por las balas del cazador.
El zorro, agonizante, le dijo al perro: «¿Nunca te dijeron que el
zorro es hermano del perro?-
«Por supuesto que sí», respondió el perro. «Pero eso es para los
idealistas y para los estúpidos. Para los que somos prácticos, la
fraternidad es producto de la coincidencia de intereses».

Le dijo un cristiano a un budista: «En realidad, podríamos ser


hermanos. Pero eso es para los idealistas y para los estúpidos. Para los
que somos prácticos, la fraternidad radica en la coincidencia de las
creencias».
Por desgracia,
la mayoría de las personas
poseen la religión suficiente para odiar,
pero no lo bastante como para orar.
Gandhi expulsado de la iglesia

En su autobiografía, el Mahatma Gandhi cuenta cómo, durante sus


tiempos de estudiante en Sudáfrica, le interesaba profundamente la
Biblia, en especial el Sermón del Monte
Llegó a convencerse de que el cristianismo era la respuesta al
sistema de castas que durante siglos había padecido la India, y consideró
muy seriamente la posibilidad de hacerse cristiano.
Un día quiso entrar en una iglesia para oír misa e instruirse, pero le
detuvieron a la entrada y, con mucha suavidad, le dijeron que, si deseaba
oír misa, sería bien recibido en una iglesia reservada a los negros.
Desistió de su idea y no volvió a intentarlo.

A Dios no le dejan entrar en la iglesia

Un pecador público fue excomulgado y se le prohibió entrar en la


iglesia.
Entonces le presentó sus quejas a Dios: -No quieren dejarme entrar,
Señor, porque soy un pecador...»
«¿Y de qué te quejas?«, le dijo Dios. «Tampoco a mí me dejan
entrar».
¡ Qué no te pille yo rezando !

Una iglesia, o una sinagoga, necesita recaudar dinero para


sobrevivir. Pues bien, érase una vez una sinagoga judía en la que no
hacían colecta entre los fieles, corno suele hacerse en las iglesias
cristianas.
Su método para recaudar fondos consistía en vender entradas para
obtener asiento en las festividades solemnes, que era cuando mayor
asistencia habla y la gente se mostraba más generosa.
Una de esas fiestas, llegó un muchacho a la sinagoga en busca de
su padre, pero los conserjes no le permitían entrar, porque no tenía
entrada.
«Por favor», dijo el muchacho, «se trata de un asunto muy
importante- ..»
«Eso es lo que dicen todos», replicó impasible el conserje.
El chico se desesperó y comenzó a suplicar: «Por favor, señor,
déjeme entrar ... Es cuestión de vida o muerte ... Sólo tardaré un minuto
...»
Al fin, el conserje se ablandó: «Está bien; si es tan importante, de
acuerdo ... Pero ¡que no te pille yo rezando!»
Desgraciadamente,
la religión organizada tiene sus limitaciones.
Cómo conservar un taparrabos

Así crecen las organizaciones espirituales:


Un guru quedó tan impresionado por el progreso espiritual de su
discípulo que, pensando que ya no necesitaba ser guiado, le permitió
independizarse y ocupar una pequeña cabaña a la orilla de un río.
Cada mañana, después de efectuar sus abluciones, el discípulo
ponía a secar su taparrabos, que era su única posesión. Pero un día quedó
consternado al comprobar que las ratas lo hablan hecho trizas. De
manera que tuvo que mendigar entre los habitantes de la aldea para
conseguir otro.
Cuando las ratas también destrozaron éste, decidió hacerse con un
gato, con lo cual dejó de tener problemas con las ratas, pero, además de
mendigar para su propio sustento, tuvo que hacerlo para conseguir leche
para el gato.
«Esto de mendigar es demasiado molesto», pensé, «y demasiado
oneroso para los habitantes de la aldea. Tendré que hacerme con una
vaca».
Y cuando consiguió la vaca, tuvo que mendigar para conseguir
forraje. «Será mejor que cultive el terreno que hay junto a la cabaña»,
pensó entonces.
Pero también aquello demostró tener sus inconvenientes, porque le
dejaba poco tiempo para la meditación. De modo que empleó a unos
peones que cultivaran la tierra por él.
Pero entonces se le presentó la necesidad de vigilar a los peones,
por lo que decidió casarse con una mujer que hiciera esta tarea.
Naturalmente, antes de que pasara mucho tiempo se habla convertido en
uno de los hombres más ricos de la aldea.
Años más tarde, acertó a pasar por allí el guru, que se sorprendió al
ver una suntuosa mansión donde antes se alzaba la cabaña. Entonces le
preguntó a uno de los sirvientes: «¿No vivía aquí un discípulo mío?»
Y antes de que obtuviera respuesta, salió de la casa el propio
discípulo.
-¿Qué significa todo esto, hijo mío?., preguntó el guru.
«No va usted a creerlo, señor», respondió éste, «pero no encontré
otro modo de conservar mi taparrabos».
La estación de salvamento

En un determinado lugar de una accidentada costa, donde eran


frecuentes los naufragios, había una pequeña y destartalada estación de
salvamento que constaba de una simple cabaña y un humilde barco.
Pero las pocas personas que la atendían lo hacían con verdadera
dedicación, vigilando constantemente el mar e internándose en él
intrépidamente, sin preocuparse de su propia seguridad, si tenían la más
ligera sospecha de que en alguna parte habla un naufragio. De ese modo
salvaron muchas vidas y se hizo famosa la estación.
Y a medida que crecía dicha fama, creció también el deseo, por
parte de los habitantes de las cercanías, de que se les asociara a ellos con
tan excelente labor.
Para lo cual se mostraron generosos a la hora de ofrecer su tiempo
y su dinero, de manera que se amplió la plantilla de socorristas, se
compraron nuevos barcos -y se adiestró a nuevas tripulaciones.
También la cabaña fue sustituida por un confortable edificio capaz
de satisfacer adecuadamente las necesidades de los que habían sido
salvados del mar y, naturalmente, como los naufragios no se producen
todos los días, se convirtió en un popular lugar de encuentro, en una
especie de club local.
Con el paso del tiempo, la vida social se hizo tan intensa que se
perdió casi todo el interés por el salvamento, aunque, eso sí, todo el
mundo ostentaba orgullosamente las insignias con el lema de la estación.
Pero, de hecho, cuando alguien era rescatado del mar, siempre
podía detectarse el fastidio, porque los náufragos solían estar sucios y
enfermos y ensuciaban la moqueta y los muebles.
Las actividades sociales del club pronto se hicieron tan numerosas,
y las actividades de salvamento tan escasas, que en una reunión del club
se produjo un enfrentamiento con algunos miembros que insistían en
recuperar la finalidad y la actividad originarias.
Se procedió a una votación, y aquellos alborotadores, que
demostraron ser rninoría, fueron invitados a abandonar el club y crear
otro por su cuenta.
Y esto fue justamente lo que hicieron: crear otra estación en la
misma costa, un poco más allá, en la que demostraron tal desinterés de sí
mismos y tal valentía que se hicieron famosos por su heroísmo. Con lo
cual creció el número de sus miembros, se reconstruyó la cabaña... y
acabó apagándose su idealismo.
Si, por casualidad, visita usted hoy aquella zona, se encontrará con
una serie de clubs selectos a lo largo de la costa, cada uno de los cuales
se siente orgulloso, y con razón, de sus orígenes y de su tradición.
Todavía siguen produciéndose naufragios en la zona, pero a nadie
parecen preocuparle demasiado.
El mandamiento de la fruta

En un desierto país, los árboles eran bastante escasos y resultaba


difícil encontrar fruta.
Se decía que Dios quiso asegurarse de que hubiera suficiente para
todos, y por eso se habla aparecido a un profeta y le habla dicho: «Este
es mi mandamiento para todo el pueblo, tanto ahora como en futuras
generaciones: nadie comerá más de una fruta al día.
Hazlo constar en el Libro Sagrado. Y quien quebrante esta ley será
considerado reo de pecado contra Dios y contra la humanidad».
La ley fue fielmente observada durante siglos, hasta que los
científicos descubrieron el modo de convertir el desierto en un vergel.
El país se hizo rico en cereales y ganado, y los árboles se doblaban
bajo el peso de la fruta, que no era recogida, porque las autoridades
civiles y religiosas del país seguían manteniendo en vigor la antigua ley.
Y cualquiera que diera muestras de haber pecado contra la
humanidad por permitir que se pudriera fruta en el suelo, era tildado de
blasfemo y enemigo de la moralidad.
Se decía que tales personas, que ponían en tela de juicio la
sabiduría de la Sagrada Palabra de Dios, eran guiadas por el orgulloso
espíritu de la razón y carecían del espíritu de fe y de sumisión, que era
requisito imprescindible para recibir la Verdad.
En los templos solían pronunciarse sermones en los que se
afirmaba que los que quebrantaban la ley acababan mal.
Ni una sola vez se mencionaba a los que, en igual número,
acababan mal a pesar de haber observado fielmente la ley, ni tampoco a
los muchísimos que prosperaban a pesar de haberla quebrantado.
Y no podía hacerse nada por cambiar la ley, porque el profeta que
había pretendido haberla recibido de Dios había muerto hacía mucho
tiempo.
De haber vivido, tal vez hubiera tenido el valor y el sentido común
de cambiar la ley a tenor de las circunstancias, porque habría tomado la
Palabra de Dios no como algo que hubiera que reverenciar, sino como
algo que debía usarse para el bienestar del pueblo.
La consecuencia de todo ello es que había personas que se burlaban
de la ley, de Dios y de la religión.
Otras la quebrantaban en secreto, y siempre con la sensación de
estar pecando.
Pero la inmensa mayoría la observaba fielmente, llegando incluso a
considerarse santos por el simple hecho de haber respetado una absurda
y anticuada costumbre de la que el miedo les impedía prescindir.
Nasrudin encuentra un diamante

El mullah Nasrudin se encontró un diamante al borde de la


carretera. Según la ley, el que encuentra algo sólo puede quedarse con
ello si anuncia su hallazgo, en tres ocasiones distintas, en el centro de la
plaza del mercado.
Como Nasrudin tenía una mentalidad demasiado religiosa como
para hacer caso omiso de la ley, y además era demasiado codicioso como
para correr el riesgo de tener que entregar lo que había encontrado,
acudió durante tres noches consecutivas al centro del mercado de la
plaza, cuando estaba seguro de que todo el mundo estaba durmiendo, y
allí anunció con voz apagada:
"He encontrado un diamante en la carretera que conduce a la
ciudad. Si alguien sabe quién es su dueño, que se ponga en contacto
conmigo cuanto antes".
Naturalmente, nadie se enteró de las palabras del mullah, excepto
un hombre que, casualmente, se encontraba asomado a su ventana la
tercera noche y oyó cómo el mullah decía algo entre dientes.
Cuando quiso averiguar de qué se trataba, Nasrudin le replicó:
-"Aunque no estoy en absoluto obligado a decírtelo, te diré algo:
como soy un hombre religioso, he acudido aquí esta noche a pronunciar
ciertas palabras en cumplimiento de la ley".
Propiamente, para ser malo
no necesitas quebrantar la ley.
Basta con que la observes a la letra.
Dos tipos de sábado.

Entre los judíos, la observancia del Sábado, el día del Señor, era
originariamente algo gozoso; pero los rabinos se pusieron a promulgar
mandatos acerca de cómo había que observarlo y de las actividades que
estaban permitidas, hasta que algunas personas se dieron cuenta de que
apenas podían moverse durante el sábado, por miedo a transgredir tal o
cual norma.
Baal Sem, hijo de Eliezer, reflexionó mucho a este respecto, y una
noche tuvo un sueño: un ángel se lo llevó al cielo y le mostró dos tronos
situados mucho más arriba que los demás.
«¿Para quién están reservados?», preguntó.
«Para ti., le respondió el ángel, «si sabes hacer uso de tu
inteligencia, y para un hombre cuyo nombre y dirección escribo ahora
mismo en este papel que te entrego».
A continuación, fue llevado al lugar más profundo del infierno y le
fueron mostrados dos asientos vacíos. «¿Para quién están reservados?-,
preguntó.
«Para ti, fue la respuesta, «si no sabes hacer uso de tu inteligencia,
y para el hombre cuyo nombre y dirección figuran en este papel que
ahora se te entrega».
En su sueño, Baal Sem fue a visitar al hombre que habría de ser su
cornpañero en el paraíso, y descubrió que vivía entre los gentiles, que
ignoraba por completo las costumbres judías y que los sábados solía dar
un banquete de lo más animado al que invitaba a todos sus vecinos
gentiles.
Cuando Baal Sern le preguntó por qué celebraba aquel tipo de
banquetes, el otro le respondió: «Recuerdo que, siendo niño, mis padres
me enseñaron que el sábado era un día de descanso y regocijo; por eso
mi madre hacía los sábados las más suculentas comidas, en las que
cantábamos, bailábamos y armábamos un gran jaleo. Y yo he seguido su
ejemplo..
Baal Sem trató de instruir a aquel hombre en los usos de lo que en
realidad era su religión, porque aquel hombre habla nacido judío, pero,
evidentemente, ignoraba por completo todo tipo de prescripciones
rabínicas.
Pero se quedó sin habla cuando se dio cuenta de que la alegría que
aquel hombre experimentaba los sábados se echaría a perder si se le
hacía tomar conciencia de sus deficiencias.
En el mismo sueño, Baal Sem acudió luego a visitar a su posible
compañero del infierno, y descubrió que se trataba de un hombre que
observaba estrictamente la ley y que sentía el temor constante de que su
conducta no fuera la apropiada.
El pobre hombre se pasaba todo el sábado en un estado de tensión
originado por sus escrúpulos, como si estuviera sentado sobre brasas.
Y cuando Baal Sem trató de reprenderle por ser tan esclavo de la
ley, perdió la facultad de hablar al caer en la cuenta de que aquel hombre
nunca comprendería que podía actuar equivocadamente por tratar de
cumplir las normas religiosas.
Gracias a esta revelación en forma de sueño, Baal Sem elaboró un
nuevo sistema de observancia, según el cual a Dios se le da culto con la
alegría que brota del corazón.
Cuando las personas están alegres, siempre son buenas;
mientras que, cuando son buenos, rara vez están alegres.
¡ Cuidado ! ¡ Cuidado !

El sacerdote anunció que el domingo siguiente vendría a la iglesia


el mismísirno Jesucristo en persona y, lógicamente, la gente acudió en
tropel a verlo.
Todo el mundo esperaba que predicara, pero él, cuando fue
presentado, se limitó a sonreír y dijo: «Hola».
Todos, y en especial el sacerdote, le ofrecieron su casa para que
pasara aquella noche, pero él rehusó cortésmente todas las invitaciones y
dijo que pasaría la noche en la iglesia. Y todos pensaron que era muy
apropiado.
A la mañana siguiente, a primera hora, salió de allí antes de que
abrieran las puertas de la iglesia. Y cuando llegaron el sacerdote y el
pueblo, descubrieron horrorizados que su iglesia había sido profanada:
las paredes estaban llenas de «pintadas» con la palabra «iCUIDADO!»
No había sido respetado un solo lugar de la iglesia: puertas y
ventanas, columnas y púlpito, el altar y hasta la Biblia que descansaba
sobre el atril. En todas partes, ¡CUIDADO!, pintado con letras grandes o
con letras pequeñas, con - lapicero o con pluma, y en todos los colores
imaginables. Dondequiera que uno mirara, podía ver la misma palabra: «
¡ CUIDADO, cuidado, Cuidado, CUIDADO, cuidado, cuidado ... !»
Ofensivo. Irritante. Desconcertante. Fascinante. Aterrador. ¿De qué
se suponía que había que tener cuidado? No se decía. Tan sólo se decía:
«iCUIDADO!»
El primer impulso de la gente fue borrar todo rastro de aquella
profanación, de aquel sacrilegio. Y si no lo hicieron, fue únicamente por
la posibilidad de que aquello hubiera sido obra del propio Jesús.
Y aquella misteriosa palabra, «iCUIDADO!», comenzó, a partir de
entonces, a surtir efecto en los feligreses cada vez que acudían a la
iglesia.
Comenzaron a tener cuidado con las Escrituras, y consiguieron
servirse de ellas sin caer en el fanatismo. Comenzaron a tener cuidado
con los sacramentos, y lograron santificarse sin incurrir en la
superstición.
El sacerdote comenzó a tener cuidado con su poder sobre los fieles,
y aprendió a ayudarles sin necesidad de controlarlos. Y todo el mundo
comenzó a tener cuidado con esa forma de religión que convierte a los
incautos en santurrones.
Comenzaron a tener cuidado con la legislación eclesiástica, y
aprendieron a observar la ley sin dejar de ser compasivos con los débiles.
Comenzaron a tener cuidado con la oración, y ésta dejó de ser un
irnpedimento para adquirir confianza en sí mismos.
Comenzaron incluso a tener cuidado con sus ideas sobre Dios, y
aprendieron a reconocer su presencia fuera de los estrechos límites de su
iglesia.
Actualmente, la palabra en cuestión, que entonces fue motivo de
escándalo, aparece inscrita en la parte superior de la entrada de la iglesia,
y si pasas por allí de noche, puedes leerla en un enorme rótulo de luces
de neón multicolores.
La providencia
Se hallaba un sacerdote sentado en su escritorio, junto a la ventana,
preparando un sermón sobre la Providencia. De pronto oyó algo que le
pareció una explosión, y a continuación vio cómo la gente corría
enloquecida de un lado para otro, y supo que había reventado una presa,
que el no se había desbordado y que la gente estaba siendo evacuada.
El sacerdote comprobó que el agua había alcanzado ya a la calle en
la que él vivía, y tuvo cierta dificultad en evitar dejarse dominar por el
pánico. Pero consiguió decirse a sí mismo: «Aquí estoy yo, preparando
un sermón sobre la Providencia, y se me ofrece la oportunidad de
practicar lo que predico. No debo huir con los demás, sino quedarme
aquí y confiar en que la providencia de Dios me ha de salvar».
Cuando el agua llegaba ya a la altura de su ventana, pasó por allí
una barca llena de gente. «¡Salte adentro, Padre!., le gritaron.
«No, hijos míos», respondió el sacerdote lleno de confianza, «yo
confío en que me salve la providencia de Dios».
El sacerdote subió al tejado y, cuando el agua llegó hasta allí, pasó
otra barca llena de gente que volvió a animar encarecidamente al
sacerdote a que subiera. Pero él volvió a negarse.
Entonces se encaramó a lo alto del campanario. Y cuando el agua
le llegaba ya a las rodillas, llegó un agente de policía a rescatarlo con una
motora.
«Muchas gracias, agente», le dijo el sacerdote sonriendo
tranquilamente, «pero ya sabe usted que yo confío en Dios, que nunca
habrá de defraudarme».
Cuando el sacerdote se ahogó y fue al cielo, lo primero que hizo
fue quejarse ante Dios: «¡Yo confiaba en Ti! ¿Por qué no hiciste nada
por salvarme?-
«Bueno», le dijo Dios, «la verdad es que envié tres botes, ¿no lo
recuerdas?-
Ahorro y denuncia
Iban de viaje dos monjes, uno de los cuales practicaba la
espiritualidad del ahorro, mientras que el otro creía en la renuncia.
Se habían pasado el día discutiendo acerca de sus respectivas
espiritualidades, hasta que, al atardecer, llegaron a la orilla de un río.
El que creía en la renuncia no llevaba dinero consigo, y le dijo al
otro: «No podemos pagar al barquero para que nos pase al otro lado, pero
tampoco hay que preocuparse por el cuerpo. Será mejor que pasemos
aquí la noche alabando a Dios, y seguro que mañana encontraremos a un
alma buena que nos pague la travesía..
Y dijo el otro: «A este lado del río no hay pueblo, caserío, cabaña
ni refugio alguno. Nos devorarán las bestias salvajes, o nos picarán las
serpientes, o nos moriremos de frío. Sin embargo, al otro lado del río
podremos pasar la noche confortablemente y a salvo. Yo tengo dinero
para pagar al barquero».
Y una vez a salvo en la otra orilla, le regañó a su compañero: ¿Has
visto para lo que vale el ahorrar dinero? Gracias a ello he podido salvar
tu vida y la mía. ¿Qué nos habría ocurrido si yo hubiera sido un hombre
de renuncia como tú?»
Y el otro le replicó: «Ha sido tu renuncia la que nos ha permitido
cruzar el río, porque te has desprendido de parte de tu dinero para pagar
al barquero, ¿no es así-? Además, como yo no llevaba dinero en mi
bolsillo, tu bolsillo se ha hecho mío. La verdad es que he observado que
yo no sufro jamás, porque siempre tengo lo que necesito».
La anciana y su gallo

Una anciana mujer observó con qué precisión, casi científica, se


ponía a cantar su gallo, todos los días, justamente antes de que saliera el
sol, llegando a la conclusión de que era el canto de su gallo el que hacía
que el sol saliera.
Por eso, cuando se le murió el gallo, se apresuró a reemplazarlo por
otro, no fuera a ser que a la mañana siguiente no saliera el astro rey.
Un día, la anciana riñó con sus vecinos y se trasladó a vivir, con su
hermana, a unas cuantas millas de la aldea.
Cuando, al día siguiente, el gallo se puso a cantar, y un poco más
tarde comenzó a salir el sol por el horizonte, ella se reafirmó en lo que
durante tanto tiempo había sabido: ahora, el sol salía donde ella estaba,
mientras que la aldea quedaba a oscuras. ¡Ellos se lo habían buscado!
Lo único que siempre le extrañó fue que sus antiguos vecinos no
acudieran jamás a pedirle que regresara a la aldea con su gallo.
Pero ella lo atribuyó a la testarudez y estupidez de aquellos
ignorantes.
" El Señor y tú sois socios ".

Goidberg poseía el más hermoso jardín de la ciudad y, siempre que


pasaba por allí, el rabino le decía a Goidberg: «Tienes un jardín que es
una Preciosidad. ¡El Señor y tú sois socios!.
" Gracias rabino ", respondía Golberg, a la vez que hacía una
reverencia.
Y así durante días, semanas y meses ... Al menos dos veces al día,
cuando se dirigía a la sinagoga o regresaba de ella, el rabino decía lo
mismo: «¡El Señor y tú sois socios!».
Hasta que a Goidberg empezó a fastidiarle lo que, evidentemente,
pretendía ser un cumplido por parte del rabino.
De manera que la siguiente vez que el rabino dijo: «¡El Señor y tú
sois socios!-, Goldberg le replicó: «Tal vez tengas razón. ¡Pero tendrías
que haber visto este jardín cuando era el Señor su único propietarios
Se venden semillas, no frutos.

Una mujer soñó que entraba en una tienda recién inaugurada en la


plaza del mercado y, para su sorpresa, descubrió que Dios se encontraba
tras el mostrador.
«¿Qué vendes aqui'?», le preguntó.
«Todo lo que tu corazón desee-, respondió Dios.
Sin atreverse casi a creer lo que estaba oyendo, la mujer se decidió
a pedir lo mejor que un ser humano podría desear: «Deseo paz de
espíritu, amor, felicidad, sabiduría y ausencia de todo temor», dijo.
Y luego, tras un instante de vacilación, añadió: -No sólo para mí,
sino para todo el mundo».
Dios se sonrió y dijo: «Creo que no me has comprendido,- querida.
Aquí no vendemos frutos. Unicamente vendemos semillas».
Dios juega al golf

Un domingo por la mañana, después de misa, se fueron Dios y San


Pedro a jugar al golf. Salió Dios en el primer hoyo con un poderoso
golpe, pero la bola se desvió hacia el «rough» fuera de la calle.
Sin embargo, en el momento en que la bola iba a tocar el suelo,
salió un conejo de detrás de un arbusto, atrapó la bola entre sus dientes y
corrió con ella hacia la calle.
De pronto, un águila se lanzó en picado, enganchó al conejo con
sus garras y salió volando hacia el «green».
Cuando se hallaba en la vertical del «green», un cazador disparó
con su rifle y alcanzó al águila en pleno vuelo.
El águila soltó al conejo, el cual, al caer en el «green», soltó la
bola, que fue rodando y entró en el hoyo.
San Pedro, visiblemente molesto, se volvió hacia Dios y le dijo: -
¡Ya está bien! ¿Has venido a jugar al golf o a perder el tiempo?.
¿Y qué me dices de ti? ¿Prefieres entender y jugar el juego de la
vida o perder el tiempo con milagros?

El fontanero y la cataratas del Niágara.

Algunas cosas es mejor dejarlas como están:


Un animoso joven que acababa de obtener su diploma de fontanero
fue a ver las cataratas de Niágara. Y, tras examinar el lugar durante un
minuto, dijo: «Creo que podré arreglarlo».
El camión sin frenos

Unos han nacido santos,


otros alcanzan la santidad,
otros la reciben sin buscarla.-
y para otros, ¡ay¡, la santidad no es más que un ritual

Se declaró el fuego en un pozo petrolífero, y la compañía solicitó la


ayuda de los expertos para acabar con el incendio. Pero el calor era tan
intenso que no podían acercarse a menos de trescientos metros.
Entonces, la dirección llamó al Cuerpo de Bomberos voluntarios de
la ciudad para que hicieran lo que buenamente pudieran.
Media hora más tarde, el decrépito camión de los bomberos
descendía por la carretera y se detenía bruscamente a unos veinte metros
de las llamas.
Los hombres saltaron del camión, se esparcieron en abanico y, a
continuación, apagaron el fuego.
Unos días más tarde, en señal de agradecimiento, la dirección
celebró una ceremonia en la que se elogia el valor de los bomberos, se
exaltó su gran sentido del deber y se entregó al jefe del Cuerpo un
sabroso cheque.
- Cuando los periodistas le preguntaron qué pensaba hacer con
aquel cheque, el jefe respondió: «Bueno, lo primero que haré será llevar
el camión a un taller para que le arreglen los frenos».
La sombra santa

Érase una vez un hombre tan piadoso que hasta los ángeles se
alegraban viéndolo. Pero, a pesar de su enorme santidad, no tenía ni idea
de que era un santo. Él se limitaba a cumplir sus humildes obligaciones,
difundiendo en torno suyo la bondad de la misma manera que las flores
difunden su fragancia, o las lámparas su luz.
Su santidad consistía en que no tenía en cuenta el pasado de los
demás, sino que tomaba a todo el mundo tal como era en ese momento,
fijándose, por encima de la apariencia de cada persona, en lo más
profundo de su ser, donde todos eran inocentes y honrados y demasiado
ignorantes para saber lo que hacían.
Por eso amaba y perdonaba a todo el mundo, y no pensaba que
hubiera en ello nada de extraordinario, porque era la consecuencia lógica
de su manera de ver a la gente.
Un día le dijo un ángel: -Dios me ha enviado a ti. Pide lo que
desees, y te será concedido. ¿Deseas, tal vez, tener el don de curar?.
«No», respondió el hombre, -preferiría que fuera el propio Dios quien lo
hiciera».
«¿Quizá te gustaría devolver a los pecadores al camino recto?»
«No», respondió, -no es para mí eso de conmover los corazones
humanos. Eso es propio de los ángeles».
«¿Preferirías ser un modelo tal de virtud que suscitaras en la gente
el deseo de imitarte?»
«No», dijo el santo, «porque eso me convertiría en. el centro de la
atención».
«Entonces, ¿qué es lo que deseas?., preguntó el ángel.
-La gracia de Dios», respondió él. «Teniendo eso, no deseo tener
nada más».
«No», le dijo el ángel, «tienes que pedir algún milagro; de lo
contrario, se te concederá cualquiera de ellos, no sé cuál ... »
-Está bien; si es así, pediré lo siguiente: deseo que se realice el bien
a través de mí sin que yo me dé cuenta».
De modo que se decretó que la sombra de aquel santo varón, con
tal de que quedara detrás de él, estuviera dotada de propiedades
curativas. Y así, cayera donde cayera su sombra -y siempre que fuese a
su espalda-, los enfermos quedaban curados, el suelo se hacía fértil, las
fuentes nacían a la vida, y recobraban la alegría los rostros de los
agobiados por el peso de la existencia.
Pero el santo no se enteraba de ello, porque la atención de la gente
se centraba de tal modo en su sombra que se olvidaban de él; y de este
modo se cumplió con creces su deseo de que se realizara el bien a través
de él y se olvidaran de su persona.
La modestia del rabino

Un anciano rabino se hallaba enfermo en la cama y, junto a él,


estaban sus discípulos conversando en voz baja -y ensalzando las
incomparables virtudes del maestro.
Desde Salomón, no ha habido nadie más sabio que él», dijo uno de
ellos. .¿Y qué me decís de su fe? ¡Es comparable a la de nuestro padre
Abraham!», dijo otro. Pues estoy seguro de que su paciencia no tiene
nada que envidiar a la de Job», dijo un tercero. -Que nosotros podamos
saber, sólo Moisés podía conversar tan íntimamente con Dios», añadió
un cuarto.
El rabino parecía estar desasosegado. Cuando los discípulos se
hubieron ido, su mujer le dijo: .¿Has oído los elogios que han hecho de
ti?»
«Los he oído», respondió el rabino.
«Entonces, ¿por qué estás tan inquieto?»
«Mi modestia», se quejó el rabino. «Nadie ha mencionado mi
modestia».
Fue verdaderamente un santo el que dijo:
-No soy más que cuatro paredes desnudas y huecas».
Nadie podría estar mas lleno.
El venerable cura se declara culpable

Todo el mundo en la ciudad veneraba al anciano sacerdote de


noventa y dos años. Su fama de santidad era tan grande que, cuando salía
a la calle, la gente le hacía profundas reverencias. Además, era miembro
del Club de los Rotarios y, siempre que se reunía el Club, allí estaba él,
siempre puntual y siempre sentado en su lugar favorito: un rincón de la
sala.
Un día desapareció el sacerdote. Era como si se hubiera
desvanecido en el aire, porque, por mucho que lo buscaron, los
habitantes de la ciudad no consiguieron hallar rastro de él. Pero al mes
siguiente, cuando se reunió el Club de los Rotarios, allí estaba él como
de costumbre, sentado en su rincón.
«¡Padre!», gritaron todos, «¿dónde ha estado usted?»
«En la cárcel», respondió tranquilamente el sacerdote.
«¿En la cárcel? ¡Por todos los santos! ¡Si es usted incapaz de matar
una mosca ... ! ¿Qué es lo que ha sucedido?»
«Es una larga historia», dijo el sacerdote; -pero, en pocas palabras,
lo que sucedió fue que saqué un billete de tren para ir a la ciudad y,
mientras esperaba en el andén la llegada del tren, apareció una muchacha
guapísima acompañada de un policía. Se volvió hacia mí, luego hacia el
policía, y le dijo: "¡El ha sido!"
Y, para serles sinceros, me sentí tan halagado que me declaré
culpable».
" Mira quien se cree un pecador "

Un obispo se arrodilló un día delante del altar y, en un arranque de


fervor religioso, empezó a golpearse el pecho y a exclamar: «¡Ten piedad
de mí, que soy un pecador! ¡Ten piedad de mí, que soy un pecador! ...»
El Párroco de la iglesia, movido por aquel ejemplo de humildad, se
hincó de rodillas junto al obispo y comenzó igualmente a golpearse el
pecho y a exclamar: «¡Ten piedad de mí, que soy un pecador! ¡Ten
piedad de mí, que soy un pecador! ...»
El sacristán, que casualmente se encontraba en aquel momento en
la iglesia, se sintió tan impresionado que, sin poder contenerse, cayó
también de rodillas y empezó a golpearse el pecho y a exclamar: «¡Ten
piedad de mí, que soy un pecador! ...»
Al verlo, el obispo le dio un codazo al Párroco y, señalando con un
gesto hacia el sacristán, sonrió sarcásticamente y dijo: «¡Mire quién se
cree un pecador ... !.
Dios o la mujer

Era frecuente ver al párroco charlando animadamente con una


hermosa mujer de mala reputación, y además en público, para escándalo
de sus feligreses.
De manera que le llamó el obispo para echarle un rapapolvo. Y una
vez que el obispo le hubo reprendido, el sacerdote le dijo: «Mire usted,
monseñor, yo siempre he pensado que es mejor charlar con una mujer
guapa y con el pensamiento puesto en Dios que orar a Dios y con el
pensamiento puesto en una mujer guapa».
Cuando el monje va a la taberna,
la taberna se convierte en su celda;
cuando el borracho va a la celda,
la celda se convierte en su taberna.
Laila y Rama

Laila y Rama se amaban tiernamente, pero, eran demasiado pobres


para poder casarse. Por si fuera poco, vivían en aldeas diferentes,
separadas entre sí por un río infestado de cocodrilos.
Un día, Laila se enteró de que Rama estaba gravemente enfermo y
no tenía quien le cuidara, de modo que acudió presurosa a la orilla del río
y suplicó al barquero que la llevara al otro lado, advirtiéndole, eso sí, que
no tenía dinero para pagarle.
Pero el malvado barquero le dijo que no, a menos que ella
accediera a pasar la noche con él. La pobre mujer te rogó y le suplicó,
pero en vano; hasta que, absolutamente desesperada, acabó aceptando las
condiciones del barquero.
Cuando, por fin, se encontró con Rama, éste estaba ya agonizando.
Pero ella se quedó cuidándole durante un mes, hasta que recobró la
salud. Un día, Rama le preguntó cómo se las habla arreglado para cruzar
el río. Y ella, incapaz de mentir a su amado, le contó la verdad.
Cuando Rama lo oyó, montó en cólera, porque valoraba más la
virtud que la propia vida. A continuación, la echó de su casa y nunca más
quiso volver a verla.
El pastor, el rabino y el cura

Dos peones camineros irlandeses se encontraban trabajando en una


calle en la que había una casa de prostitución.
Entonces apareció el pastor protestante, el cual se caló el sombrero
y entró en la casa. Pat le dijo a Mike: «¿Has visto eso? ¿Qué se puede
esperar de un protestante?»
Poco después llegó un rabino, el cual se alzó el cuello de la
chaqueta y entró también en la casa.
Y dijo Pat: «¡Menudo dirigente religioso! ¡Bonito ejemplo da a su
gente!»
Por último, hizo su aparición un sacerdote católico, el cual se
cubrió el rostro con el manteo y se deslizó en el interior de la casa.
Entonces dijo Pat: -¿No es terrible, Mike, pensar que una de las
chicas debe de haber enfermado?»
El buenazo de Tanzan
Durante la era Meigi vivían en Tokyo dos célebres maestros que
eran entre sí lo más diferente que pueda imaginarse.
Uno de ellos era un maestro Shingon que se llamaba Unsho y
observaba meticulosamente todos y cada uno de los preceptos de Buda.
Se levantaba mucho antes de que amaneciera y se retiraba cuando aún no
era de noche; no probaba bocado después de que el sol hubiera alcanzado
su cenit ni bebía una gota de alcohol.
El otro, llamado Tanzan, era profesor de filosofía en la Universidad
Imperial Todai y no observaba uno solo de los preceptos, pues comía
cuando le apetecía hacerlo y dormía incluso durante el día.
En cierta ocasión, Umsho fue a visitar a Tanzan y lo encontró
borracho, lo cual constituía un verdadero escándalo, porque se supone
que un budista no debe probar ni gota de alcohol.
Umsho estaba escandalizado, pero consiguió controlarse y decir
tranquilamente: «Yo no bebo nunca».
«El que no bebe», dijo Tanzan, «no es humano».
Entonces, Unsho perdió la paciencia: «¿Quieres decir que yo soy
inhumano porque no pruebo lo que Buda prohibió explícitamente
probar? Y si no soy humano, ¿qué soy?»
«Un Buda», dijo alegremente Tanzan.
La muerte de Tanzan fue tan normal corno había sido su vida.
El último día de su existencia escribió sesenta tarjetas postales, y en
todas ellas decía lo mismo:
«Parto de este mundo. Esta es mi última declaración. Tanzan. 27 de
julio de 1892».
Pidió a un amigo que le echara aquellas tarjetas al correo y se
murió tranquilamente.
Dice el sufí Junaid de Bagdad: «Es mejor el sensualista afable que
el santo malhumorado».
Recoger cristales en la playa

Se encontraba una familia de cinco personas pasando el día en la


playa. Los niños estaban haciendo castillos de arena junto al agua
cuando, a lo lejos, apareció una anciana, con sus canosos cabellos al
viento y sus vestidos sucios y harapientos, que decía algo entre dientes
mientras recogía cosas del suelo y las introducía en una bolsa.
Los padres llamaron junto a si a los niños y les dijeron que no se
acercaran a la anciana.
Cuando ésta pasó junto a ellos, inclinándose una y otra vez para
recoger cosas del suelo, dirigió una sonrisa a la familia. Pero no le
devolvieron el saludo.
Muchas semanas más tarde supieron que la anciana llevaba toda su
vida limpiando la playa de cristales para que los niños no se hirieran los
pies.
El asceta titiritero

Los ascetas errantes son algo muy habitual en la India. Pues bien,
una madre había prohibido a su hijo que se acercara a ellos, porque, aun
cuando algunos tenían fama de santos, se sabía que otros no eran más
que unos farsantes disfrazados.
Un día, la madre miró por la ventana y vio a un asceta rodeado por
los niños de la aldea. Para su sorpresa, aquel hombre, sin tener en cuenta
para nada su dignidad, estaba haciendo piruetas para entretener a los
niños.
Aquello le impresionó tanto a la madre que llamó a su hijito y le
dijo: Mira, hijo, ése es un hombre santo. Puedes salir y acercarte a él».
El sacerdote bienpensado

Érase una vez un sacerdote tan santo que jamás pensaba mal de
nadie.
Un día, estaba sentado en un restaurante tomando una taza de café -
que era todo lo que podía tomar, por ser día de ayuno y abstinencia-
cuando, para su sorpresa, vio a un joven miembro de su congregación
devorando un enorme filete en la mesa de al lado.
«Espero no haberle escandalizado, Padre», dijo el joven con una
sonrisa.
«De ningún modo. Supongo que has olvidado que hoy es día de
ayuno y abstinencia», replicó el sacerdote.
«No, Padre. Lo he recordado perfectamente».
«Entonces, seguramente estás enfermo y el médico te ha prohibido
ayunar ...»
«En absoluto. No puedo estar más sano».
Entonces, el sacerdote alzó sus ojos al cielo y dijo:- «¡Qué
extraordinario ejemplo nos da esta joven generación, Señor! ¿Has visto
cómo este joven prefiere reconocer sus pecados antes que decir una
rnentira?»
Jesucristo se confiesa culpable

«Encausado», dijo el Gran Inquisidor, «se os acusa de incitar a la


gente a quebrantar las leyes, tradiciones y costumbres de nuestra santa
religión. ¿Cómo os declaráis?»
«Culpable, Señoria».
«Se os acusa también de frecuentar la compañía de herejes,
prostitutas, pecadores públicos, recaudadores de impuestos y ocupantes
extranjeros de nuestra nación; en suma: todos los excomulgados. ¿Cómo
os declaráis?.
«Culpable, Señoría».
«Por último, se os acusa de revisar, corregir y poner en duda los
sagrados dogmas de nuestra fe. ¿Cómo os declaráis?»
«Culpable, Señoría».
«¿Cuál es vuestro nombre, encausado?»
«Jesucristo, Señoría».
Hay personas a las que el ver practicada su religión les inquieta
tanto como el enterarse de que alguien la pone en duda.
Esta zanahoria es mía

Una anciana falleció y fue llevada por los ángeles ante el Tribunal.
Pero, al examinar su historial, el Juez descubrió que aquella mujer no
había realizado un solo acto de caridad, a excepción de cierta ocasión en
que había dado una zanahoria a un mendigo famélico.
Sin embargo, es tan grande el valor de un simple acto de amor que
se decretó que la mujer fuera llevada al cielo por el poder de aquella
zanahoria.
Se llevó la zanahoria al tribunal y le fue entregada a la mujer. En el
momento en que ella tomó en su mano la zanahoria, ésta empezó a subir
como si una cuerda invisible tirara de ella, llevándose consigo a la mujer
hacia el cielo.
Entonces apareció un mendigo, el cual se agarró a la orla del
vestido de la mujer y fue elevado junto con ella; una tercera persona se
agarró al pie del mendigo y también se vio transportado.
Pronto se formó una larga hilera de personas que eran llevadas al
cielo por aquella zanahoria. Y, por extraño que pueda parecer, la mujer
no sentía el peso de todas aquellas personas que ascendían con ella; y
además, como ella no dejaba de mirar al cielo, ni siquiera las veía.
Siguieron subiendo y subiendo, hasta llegar prácticamente a las
puertas del cielo. Entonces la mujer miró hacia abajo, para echar una
última ojeada a la tierra, y vio toda aquella hilera de personas detrás de
ella.

Aquello la indignó y, haciendo un imperioso ademán con su mano,


gritó: «¡Fuera! ¡Fuera todos de ahí ! ¡Esta zanahoria es mía!-
Pero, al hacer aquel imperioso gesto, soltó la zanahoria por un
momento ... y se precipitó con todos hacia abajo.
Hay un solo motivo de todos los males de la tierra:
Esto me pertenece.

¿ Quién es un "hippie" ?

Un tipo con aspecto preocupado entra en la consulta del psiquiatra


fumando un porro, cargado de abalorios, con los bajos de los pantalones
deshilachados y con una melena hasta los hombros.
El psiquiatra le dice: «Usted afirma no ser un hippie; pero ¿qué me
dice de sus ropas, de su melena y de ese porro?»
«Eso es lo que he venido a averiguar, doctor».
Conocer las cosas es tener erudición.
Conocer a los demás es tener sabiduría.
Conocer el propio yo es tener iluminación.
¡ Te he preguntado quién eres !

Una mujer estaba agonizando. De pronto, tuvo la sensación de que


era llevada al cielo y presentada ante el Tribunal.
«¿Quién eres?», dijo una Voz.
«!Soy la mujer del alcalde-, respondió ella.
«Te he preguntado quién eres, no con quién estás casada».
«Soy la madre de cuatro hijos».
«Te he preguntado quién eres, no cuántos hijos tienes».
«Soy una maestra de escuela».
«Te he preguntado quién eres, no cuál es tu profesión».
Y así sucesivamente. Respondiera lo que respondiera, no parecía
poder dar una respuesta satisfactoria a la pregunta
«¿Quién eres?».
«Soy una cristiana».
«Te he preguntado quién eres, no cuál es tu religión».
«Soy una persona que iba todos los días a la iglesia y ayudaba a los
pobres y necesitados».
«Te he preguntado quién eres, no lo que hacías».

Evidentemente, no consiguió pasar el examen, porque fue enviada


de nuevo a la tierra.
Cuando se recuperó de su enfermedad, tomó la determinación de
averiguar quién era. Y todo fue diferente.
Tu obligación es ser. No ser un personaje ni ser un don nadie -
porque ahí hay mucho de codicio y ambición, ni ser esto o lo de más allá
-porque eso condiciona mucho-, sino simplemente ser.
Cintas vírgenes en inglés.

Un estudiante se acerca al conserje del laboratorio de idiomas y le


dice: «¿Podría dejarme una cinta virgen, por favor?»
«¿Qué idioma estudia usted?», le pregunta el conserje.
«Francés», responde el estudiante.
«Lo siento, Pero no tengo cintas vírgenes en francés..
«¿Y las tiene usted en inglés?»
«En inglés, sí».
«Está bien. Deme una».

Tanto sentido tiene hablar de una cinta virgen en francés o en


hablar de una persona francesa o inglesa. El ser o inglés es tu
circunstancia, no tu yo.
Un niño nacido de padres americanos y adoptado por padres
rusos, que crece sin saber que ha sido adoptado, que se convierte en un
gran patriota y en un poeta capaz de expresar el inconsciente colectivo
del alma rusa, y los anhelos de la madre Rusia, ¿es ruso o es
americano? Ni una cosa ni otra.
Averigua quién / qué eres.
La lección de Uddalaka

Una leyenda de los Upanishads:


El sabio Uddalaka enseñó a su hijo Svetaketu a descubrir al Uno
tras la apariencia de lo múltiple. Y lo hizo valiéndose de «parábolas»
como la siguiente:
Un día le ordenó a su hijo: «Pon toda esta sal en agua y vuelve a
verme por la mañana».
El muchacho hizo lo que se le había ordenado, y al día siguiente le
dijo su padre: «Por favor, tráeme la sal que ayer pusiste en el agua».
«No la encuentro», dijo el muchacho. «Se ha disuelto».
«Prueba el agua de esta parte del plato», le dijo Uddalaka. «¿A qué
sabe?»
«A sal».
«Sorbe ahora de la parte del centro. ¿A qué sabe?»
«A sal».
«Ahora prueba del otro lado del plato. ¿A qué sabe?»
«A sal».
"Arroja al suelo el contenido del plato" , dijo el padre.
Así lo hizo el muchacho y observó que una vez evaporada el agua,
reaparecía la sal. " tú no puedes ver aquí a Dios, hijo mío, pero de
hecho está aquí "

Los que buscan la iluminación no logran encontrarlo, porque no


comprenden que el objeto de su búsqueda es el propio buscador. Al
igual que la belleza, también Dios está en el yo del observador.

" Estaba seguro de que vendrías "


«Mi amigo no ha regresado del campo de batalla, señor. Solicito
permiso para salir a buscarlo».
«Permiso denegado», replicó el oficial. No quiero que arriesgue
usted su vida por un hombre que probablemente ha muerto».
El soldado, haciendo caso omiso de la prohibición, salió, y una
hora más tarde regresó mortalmente herido, transportando el cadáver de
su amigo.
El oficial estaba furioso: «¡Ya le dije yo que había muerto! ¡Ahora
he perdido a dos hombres! Dígame, ¿merecía la pena salir allá para traer
un cadáver?»
Y el soldado, moribundo, respondió: «¡Claro que sí, señor! Cuando
lo encontré, todavía estaba vivo y pudo decirme»
"Jack ... estaba seguro de que vendrías"».
El amor de tu familia

Un discípulo deseaba ardientemente renunciar al mundo, pero


afirmaba que su familia le amaba demasiado como para permitirle que se
fuera.
«¿Amarte?», le dijo su guru. «Eso no es amor en absoluto. Escucha
... »
Y le reveló al discípulo un secreto del yoga que le permitiría
simular que estaba muerto.
Al día siguiente, según todas las apariencias externas, el hombre
estaba muerto, y la casa se llenó de llantos y lamentaciones de parte de
sus familiares.
Entonces se presentó el guru y dijo a la desconsolada familia que él
tenía poder para resucitarlo si habla alguien que quisiera morir en su
lugar. Y preguntó si había algún voluntario.
Para sorpresa del «cadáver», todos los miembros de la familia
comenzaron a aducir razones por las que debían seguir viviendo.
Su propia mujer resumió los sentimientos de todos con estas
palabras: «En realidad, no hay necesidad de que nadie ocupe su lugar. Ya
nos las arreglaremos sin él».
Lágrimas en el funeral

En el funeral de un hombre riquísimo habla un individuo


desconocido que se lamentaba y lloraba tanto como los demás.
El sacerdote oficiante se acercó a él y le preguntó: «¿Es usted,
quizá, pariente del difunto?»
«No».
«Entonces, ¿por qué llora usted de ese modo?».
«Precisamente por eso».
Toda aflicción -sea cual sea la ocasión- es por uno mismo.

Fuego en la fábrica.

Estaba ardiendo una fábrica, y el anciano propietario lloraba


desconsolado su pérdida.
«¿Por qué lloras, papá?», le pregunto su hijo.
«¿Has olvidado que hemos vendido la fábrica hace cuatro días?».
Y el anciano dejó inmediatamente de llorar.

Lo que nos gusta de los demás

La madre: «¿Qué es lo que le gusta a tu novia de ti?».


El hijo: «Piensa que soy guapo, inteligente y simpático
Y que bailo muy bien».
«¿y qué es lo que te gusta a ti de ella?».
«Que piensa que soy guapo, inteligente y simpático
Y que bailo muy bien».
La hija feliz y el hijo desgraciado

Dos amigas se encuentran al cabo de muchos años.


«Cuéntame., dice una de ellas, «¿qué fue de tu hijo?»
«¿Mi hijo?», responde la otra suspirando. «¡Pobre hijo mío» ..!
¡Qué mala suerte ha tenido ... !
Se casó con una chica que no da golpe en su casa. No quiere
cocinar ni coser ni lavar ni limpiar ... Se pasa el día en la cama
holgazaneando, leyendo o durmiendo. ¿Querrás creer que el pobre
muchacho tiene incluso que llevarle el desayuno a la cama?»
«¡Es espantoso! ¿Y qué ha sido de tu hija?.
«¡Ah, ésa sí que ha tenido suerte! Se casó con un verdadero ángel.
Figúrate que no permite que ella se moleste para nada. Tiene criados que
cocinan, cosen, lavan, limpian y lo hacen todo. ¿Y querrás creer que él le
lleva todas las mañanas el desayuno a la cama?
Todo lo que hace es dormir cuanto quiere, y el resto del día lo
emplea en descansar y leer en la cama-.
La novia y el reloj

Cuando Robert, un cuarentón, se enamoró de su vecina de catorce


años, vendió todo lo que tenía y hasta aceptó hacer horas extra en su
tiempo libre para ganar suficiente dinero y poder comprar a su novia el
carísimo reloj que ella deseaba.
Sus padres estaban consternados, pero decidieron que era mejor no
decir nada.
Llegó el día de comprar el reloj, y Robert regresó a casa sin haber
gastado su dinero.
Y ésta es la explicación que dio: «La llevé a la joyería y ella dijo
que, después de todo, no quería el reloj. Que le hacían más ilusión otras
cosas, como una pulsera, un collar, una sortija de oro ...»
«Y mientras ella lo fisgaba todo sin decidirse, recordé lo que una
vez nos contó nuestro maestro: que antes de adquirir algo debíamos
preguntarnos para qué lo queríamos.
Entonces comprendí que, después de todo, yo no la quería
realmente, de manera que salí de la joyería y me marché».
Un requiem por el señor Tortuga

Un niño sintió que se le rompía el corazón cuando encontró, junto


al estanque, a su querida tortuga patas arriba, inmóvil y sin vida.
Su padre hizo cuanto pudo por consolarlo: «No llores, hijo. Vamos
a organizar un precioso funeral por el señor Tortuga. Le haremos un
pequeño ataúd forrado en seda y encargaremos una lápida para su tumba
con su nombre grabado. Luego le pondremos flores todos los días y
rodearemos la tumba con una cerca».
El niño se secó las lágrimas y se entusiasmó con el proyecto.
Cuando todo estuvo dispuesto, se formó el cortejo -el padre, la madre, la
criada y, delante de todos, el niño- y empezaron a avanzar solemnemente
hacia el estanque para llevarse el cuerpo, pero éste había desaparecido.
De pronto, vieron cómo el señor Tortuga emergía del - fondo del
estanque y nadaba tranquila y gozosamente.
El niño, profundamente decepcionado, se quedó mirando fijamente
al animal y, al cabo de unos instantes, dijo: «Vamos a matarlo».
En realidad, no eres tú lo que me importa, sino la sensación que
me produce amarte.
La princesa y el esclavo

Una princesa árabe se había empeñado en casarse con uno de sus


esclavos. Todos los esfuerzos del rey por disuadiría de su propósito
resultaban inútiles, y ninguno de sus consejeros era capaz de darle una
solución.
Al fin, se presentó en la corte un sabio y anciano médico que, al
enterarse del apuro del rey, le dijo: «Su Majestad está mal aconsejada,
porque, si prohibe casarse a la princesa, lo que ocurrirá es que ella se
enojará con Su Majestad y se sentirá aún más atraída por el esclavo».
«¡Entonces dime lo que debo hacer!», gritó el rey.
Y el médico sugirió un plan de acción.
El rey se sentía un tanto escéptico acerca del plan, pero decidió
intentarlo.
Mandó que llevaran a la joven a su presencia y le dijo: «Voy a
someter a prueba tu amor por ese hombre: vas a ser encerrada con él
durante treinta días y treinta noches en una celda. Si al final sigues
queriendo casarte con él, tendrás mi consentimientos.
La princesa, loca de alegría, le dio un abrazo a su padre y aceptó
encantada someterse a la prueba.
Todo marchó perfectamente durante unos días, pero no tardó en
presentarse el aburrimiento.
Antes de que pasara una semana, ya estaba la princesa suspirando
por otro tipo de compañía y la exasperaba todo cuanto dijera o hiciera su
amante.
Al cabo de dos semanas estaba tan harta de aquel hombre que se
puso a chillar y a aporrear la puerta de la celda.
Cuando, al fin, consiguió salir, se echó en brazos de su padre,
agradecida de que la hubiera librado de aquel hombre, al que habla
llegado a aborrecer.
La separación facilita la vida en común.
Cuando no hay distancia, no es posible establecer relación.

Atar juntos a los perros

Tras una acalorada discusión con su mujer, el hombre acabó


diciendo: «¿Por qué no podernos vivir en paz como nuestros dos perros,
que nunca se pelean?»
«Claro que no se pelean-, reconoció la mujer. ¡Pero átalos juntos, y
verás lo que ocurre!»
El Dios que perdona los pecados

Se afirmaba en la aldea que una anciana tenía apariciones divinas, y


el cura quería pruebas de la autenticidad de las mismas. «La próxima vez
que Dios se te aparezca», le dijo, pídele que te revele mis pecados, que
sólo Él conoce. Esa será una prueba suficiente».
La mujer regresó un mes más tarde, y el cura le preguntó si se le
habla vuelto a aparecer Dios. Y al responder ella que sí, le dijo:
«¿Y le pediste lo que te ordené?»
«Sí, lo hice».
«¿Y que te dijo Él?».
«Me dijo: "Dile al cura que he olvidado sus pecados"».
¿Será posible que todas las cosas horribles que has hecho hayan
sido olvidadas por todos .......menos por ti?
Juan, el enano, acepta un vaso de agua

En cierta ocasión, se hallaban reunidos en Esecte algunos de los


ancianos, entre ellos el Abad Juan el Enano.
Mientras estaban cenando, un ancianísimo sacerdote se levantó e
intentó servirles. Pero nadie, a excepción de Juan el Enano, quiso aceptar
de él ni siquiera un vaso de agua.
A los otros les extrañó bastante la actitud de Juan, y más tarde le
dijeron: «¿Cómo es que te has considerado digno de aceptar ser servido
por ese santo varón?»
Y él respondió: «Bueno, veréis, cuando yo ofrezco a la gente un
trago de agua, me siento dichoso si aceptan. ¿Acaso me consideráis
capaz de entristecer a ese anciano privándole del gozo de darme algo?.
Plantar árboles para la posteridad

Se acercaba la época de las lluvias monzónicas, y un hombre muy


anciano estaba cavando hoyos en su jardín.
«¿Qué haces?», te preguntó su vecino.
«Estoy plantando anacardos», respondió el anciano.
«¿Esperas llegar a comer anacardos de esos árboles?»
«No, no pienso vivir tanto, Pero otros lo harán. Se me ocurrió el
otro día que toda mi vida he disfrutado comiendo anacardos plantados
por otras personas, y ésta es mi manera de demostrarles mi gratitud».

La piedra en medio de la calle

Estaba un día Diógenes plantado en la esquina de una calle y riendo


corno un loco.
«¿De qué te ríes?», le preguntó un transeúnte.
«¿Ves esa piedra que hay en medio de la calle? Desde que llegué
aquí esta mañana, diez personas han tropezado en ella y han maldecido,
pero ninguna de ellas se ha tomado la molestia de retirarla para que no
tropezaran otros».
El rabino y la pagana

Le intrigaba a la congregación el que su rabino desapareciera todas


las semanas la víspera del sábado. Sospechando que se encontraba en
secreto con el Todopoderoso, encargaron a uno de sus miembros que le
siguiera.
Y el «espía» comprobó que el rabino se disfrazaba de campesino y
atendía a una mujer pagana paralítica, limpiando su cabaña y preparando
para ella la comida del sábado.
Cuando el «espía» regresó, la congregación te preguntó:
«¿Adónde ha ido el rabino? ¿Le has visto ascender al cielo?»
«No», respondió el otro, «ha subido aún más arriba».
" Soy una falsa moneda "

Había un viejo sufí que se ganaba la vida vendiendo toda clase de


baratijas. Parecía como si aquel hombre no tuviera entendimiento,
porque la gente le pagaba muchas veces con monedas falsas que él
aceptaba sin ninguna protesta, y otras veces afirmaban haberle pagado,
cuando en realidad no lo hablan hecho, y él aceptaba su palabra.
Cuando le llegó la hora de morir, alzó sus ojos al cielo y dijo:
«¡Oh, Alá! He aceptado de la gente muchas monedas falsas, pero ni
una sola vez he juzgado a ninguna de esas personas en mi corazón, sino
que daba por supuesto que no sabían lo que hacían. Yo también soy una
falsa moneda. No me juzgues, por favor».
Y se oyó una Voz que decía: «¿Cómo es posible juzgar a alguien
que no ha juzgado a los demás?»
Muchos pueden actuar amorosamente.
Pero es rara la persona que piensa amorosarnente.
" Ella no tiene familia "

La familia se había reunido para cenar, y el hijo mayor anunció que


iba a casarse con la vecina de enfrente.
«¡Pero si su familia no le dejó una perra ... !», objetó el padre.
« ¡Y no sabe una palabra de fútbol!», dijo el hermano pequeño.
«¡Jamás he visto a una chica tan cursi!», dijo la hermana.
«¡No sabe más que leer novelas!», dijo el tío.
«¡No tiene gusto para vestir!», dijo la tía.
«¡Se lo gasta todo en maquillaje!», dijo la abuela.
«Todo eso es verdad», dijo el muchacho. «Pero tiene una enorme
ventaja sobre todos nosotros,,.
«¿Cuál?-, exclamaron todos.
«Que no tiene familia».
Anastasio y la Biblia robada
El Abad Anastasio tenía un libro de finísimo pergamino que valía
veinte monedas y que contenía el Antiguo y el Nuevo Testamento.
Una vez fue a visitarle cierto monje que, al ver el libro, se
encaprichó de él y se lo llevó. De modo que aquel día, cuando Anastasio
fue a leer su libro, descubrió que habla desaparecido, y al instante supo
que el monje lo había robado.
Pero no le denunció, por temor a que, al pecado de hurto, pudiera
añadir el de perjurio.
El monje se había ido a la ciudad y quiso vender el libro, por el que
pedía dieciocho monedas.
El posible comprador le dijo: Déjame el libro para que pueda
averiguar si vale tanto dinero».
Entonces fue a ver al santo Anastasio y le dijo: Padre, mire este
libro y dígame si cree usted que vale dieciocho monedas».
Y Anastasio le dijo: Sí, es un libro precioso, y por dieciocho
monedas es una ganga..
El otro volvió adonde estaba el monje y le dijo: «Aquí tienes tu
dinero. He enseñado el libro al Padre Anastasio y me ha dicho que sí
vale las dieciocho monedas».
El monje estaba anonadado. -¿Fue eso todo lo que dijo? ¿No dijo
nada más?»
«No, no dijo una sola palabra más».
«Bueno, verás ... he cambiado de opinión. quiero vender el libro
...»
Entonces regresó adonde Anastasio y, con lágrimas en los ojos, le
suplicó que volviera a quedarse con el libro.
Pero Anastasio le dijo con toda paz: «No, hermano, quédate con é.
Es un regalo que quiero hacerte».
Sin embargo, el monje dijo: «Si no lo recuperas, jamás tendré paz».
Y desde entonces, el monje se quedó con Anastasio para el resto de
sus días.
Un caballo por cada pollo

Tampoco suele encontrarse la Verdad en estadísticas.


Nasrudin fue arrestado y conducido al tribunal bajo la acusación de
haber metido carne de caballo en las albóndigas de pollo que servía en su
restaurante.
Antes de pronunciar sentencia, el juez quiso saber en qué
proporción mezclaba la carne de caballo con la de pollo.
Y Nasrudin, bajo juramento, respondió: «Al cincuenta por ciento,
Señoría».
Después del juicio, un amigo le preguntó a Nasrudin qué
significaba exactamente lo del -cincuenta por ciento».
Y Nasrudin te dijo: «Un caballo por cada pollo».
No confundir al jurado

...... y exige lo que constituye


el más formidable logro del espíritu humano:
una mente abierta ...

Cuenta la historia que, cuando Nuevo México entró a formar parte


de los Estados Unidos y se celebró en el nuevo estado el primer proceso
judicial, el juez que presidía la sesión había sido «cowboy» y habla
luchado encarnizadamente contra los indios.
El juez ocupó su asiento en el tribunal y la sesión dio comienzo.
Al procesado se le acusaba de haber robado un caballo.
Se dio lectura a la acusación y se oyó al demandante y a sus
testigos.
Tras de lo cual, el abogado defensor se puso en pie y dijo:
«Ahora, Señoría, quisiera ofrecer yo la versión de mi defendido»
Y dijo el juez: «¡Siéntese! ¡Eso no será necesario, porque no haría
más que confundir al jurado !»
Si tienes un reloj, sabes qué hora es.
Si tienes dos relojes, nunca estarás seguro.
El padre de la víctima

.......,pero siempre tiene sus riesgos.

En una pequeña ciudad se produjo un accidente de tráfico. En torno


a la víctima se apiñó tanta gente que un periodista que pasaba por allí no
conseguía acercarse lo suficiente para verlo.
Entonces tuvo una idea: «¡Déjenme pasar, por favor!», empezó a
decir mientras se abría paso a codazos. «Soy el padre de la víctima».
La gente le dejó pasar para que pudiera acercarse al lugar del
accidente y descubrir, abochornado, que la víctima era un mono.

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