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Entre Clio y la Polis

Conocimiento histórico y representaciones del pasado


en el Río de La Plata (1830-1860)
Fabio Wasserman

Entre Clio y la Polis


Conocimiento histórico y representaciones
del pasado en el Río de La Plata
(1830-1860)
Wasserman, Fabio
Entre Clio y la Polis : Conocimiento histórico y representaciones
del pasado en el Río de La Plata (1830-1860) - 1a ed. -
Buenos Aires : Editorial Teseo, 2008.
280 p. ; 23,5x16,5 cm.

ISBN 978-987-1354-14-6

1. Historia Argentina. I. Título


CDD 982

© Editorial Teseo, 2008


Buenos Aires, Argentina

ISBN 978-987-1354-14-6

Editorial Teseo
Printed in Argentina
Hecho el depósito que previene la ley 11.723

Para sugerencias o comentarios acerca del contenido de Entre Clio y la Polis,


escríbanos a: info@editorialteseo.com

www.editorialteseo.com

ExLibrisTeseo 9831871324. Sólo para uso personal


Índice

Agradecimientos.........................................................................................................11

Abreviaturas...............................................................................................................15

Introducción...............................................................................................................17
La Historia y conocimiento histórico en el siglo xix........................................19
Alternativas en la construcción de un nuevo orden: el Río de la Plata
entre 1830 y 1860........................................................................................ 24
El historicismo romántico rioplatense y su historiografía................................ 31
Delimitación del objeto, metodología y estrategia expositiva......................... 35

Primera parte. El conocimiento del pasado....................................................... 39

Capítulo I. Conocimiento histórico, representaciones el pasado


y géneros discursivos........................................................................................... 41
El Corpus........................................................................................................... 41
Textos biográficos y testimoniales.....................................................................43
Estudios históricos y geográficos.......................................................................49
Ensayos.............................................................................................................. 55
Historia, política y literatura..............................................................................58

Capítulo II. Prácticas sin discurso: la edición de colecciones


documentales........................................................................................................ 63
Colecciones documentales................................................................................ 63
La Galería de Celebridades Argentinas.....................................................................69

Capítulo III. Los historiadores: un presente de ausencias, un futuro


de promesas............................................................................................................ 75
8 Fabio Wasserman

Un presente de ausencias.................................................................................. 75
La escritura del pasado..................................................................................... 76
Sobre el historiador futuro, el caótico presente y el pasado incierto.................... 79

Capítulo IV. Instituciones sin sujeto: los Institutos Históricos


y Geográficos....................................................................................................... 83

Capítulo V. El historicismo romántico rioplatense y la Historia


Nacional.................................................................................................................91
El principio de las nacionalidades y los procesos de formación estatal...................93
Historia, narración e identidad......................................................................... 94
Las historias provinciales.................................................................................. 96
La Historia Nacional y sus límites.................................................................... 98
Sarmiento, Mitre y la historia nacional argentina...........................................100

Segunda parte. La negación del pasado. El mundo indígena


y la sociedad colonial......................................................................................109

Capítulo VI. Los indígenas y su mundo................................................................ 111


Variaciones sobre una abstracción: los indios...................................................111
Miradas a uno y otro lado de la Cordillera.................................................... 115
De la India al Plata: el debate entre Mitre y Bilbao........................................121
Los charrúas y el debate por la identidad oriental......................................... 124

Capítulo VII. La sociedad colonial......................................................................131


La madre de todos los males........................................................................... 133
El régimen rosista: ¿una restauración del pasado colonial?...........................139
Un lago monótono y sin profundidad............................................................ 151
Hacia una nueva valoración de España y del período colonial: alcances
y limitaciones.............................................................................................. 155

Tercera parte. La creación de un nuevo pasado.


La Revolución de Mayo como mito de orígenes...............................................163

Capítulo VIII. “Todavía arden estas pasiones”: los primeros relatos


y representaciones sobre la Revolución........................................................ 167
El Bosquejo del Deán Funes...............................................................................167
El debate en el Congreso Constituyente de 1826...........................................172
Una memoria conflictiva................................................................................. 180
Entre Clio y la Polis 9

Capítulo IX. El Régimen rosista, las luchas facciosas y la Revolución


de Mayo.................................................................................................................187
La Arenga de Rosas...........................................................................................187
La Revolución en el debate faccioso............................................................... 192

Capítulo X. La Generación de 1837. La Revolución como mandato


inconcluso........................................................................................................... 201
El “pensamiento de Mayo”............................................................................. 202
Filosofía y Revolución..................................................................................... 204
Las leyes del tiempo y del espacio...................................................................207
El drama de Alberdi......................................................................................... 208
Alberdi y su interpretación de la Revolución................................................. 212
Una trama de relatos....................................................................................... 214

Capítulo XI. La década de 1850: viejos problemas, nuevas polémicas...............217

Capítulo XII. La intervención de Mitre............................................................. 227


El problema del sujeto revolucionario............................................................ 227
Balance crítico y cierre de un ciclo................................................................. 237

Conclusiones............................................................................................................243

Fuentes y bibliografía............................................................................................. 255


Capítulo V
El historicismo romántico rioplatense
y la Historia Nacional

¿Porque no ha escrito V. su historia? No hay un solo libro completo de historia


Argentina.
Francisco Bilbao a Vicente F. López, 1858.

¡Somos muy desgraciados! El profundo caos en qe. estamos como entidad política es
causa de qe. sea imposible armonizar las ideas; cada uno lucha pr. la suya y no hay
criterio pa. lo bueno.
Vicente F. López a Juan M. Gutiérrez, 1854

¿Quiénes somos? ¿Adónde vamos? ¿Somos una raza? ¿Cuáles son nuestros progenitores?
¿Somos nación? ¿Cuáles son sus límites? De estas dudas han nacido derroteros que
conducen al abismo.
D. F. Sarmiento, 1858121.

Los capítulos anteriores tuvieron como propósito indagar algunas modalidades


a través de las cuales los sectores letrados procuraron conocer y difundir la historia
local. Por lo que se pudo apreciar, el rasgo más distintivo de este movimiento fue
su carácter precario, incoherente y trunco, incluso si se lo evalúa desde sus propios
parámetros. Esto resulta llamativo dada la fuerte impronta que tuvo el historicismo
romántico en la cultura rioplatense, pero sobre todo porque de esa empresa tomaron
parte escritores prolíficos y talentosos como Andrés Lamas, Bartolomé Mitre, Vicente
F. López, Domingo F. Sarmiento, Juan M. Gutiérrez, Pedro de Angelis, Florencio
Varela o Valentín Alsina.
Este desfasaje puede apreciarse también en el constante lamento por la falta
de relatos históricos. Aunque esta ausencia está estrechamente relacionada con lo
antedicho en relación a los géneros discursivos, las colecciones documentales, las

121
F. Bilbao a V. F. López, Bs. As., 14/4/1858, en AGN, Sala VII, Archivo y Colección Los López,, doc. nº 4627; V.
F. López a J. M. Gutiérrez, Montevideo, 18/8/1854, en AE t. III, p. 66; D. F. Sarmiento, “Espíritu y condi-
ciones de la Historia en América”, en OCS, t. xxI, p. 98.
92 Fabio Wasserman

instituciones y los sujetos de conocimiento, no puede sin embargo considerarse


como su consecuencia necesaria. Es que a pesar de las restricciones señaladas, igual
podrían haberse elaborado relatos de cierta entidad que dieran cuenta del rumbo
histórico de la región. Y, sin embargo, esto no sucedió. En verdad, y para ser más
precisos, lo que no se elaboraron fueron textos capaces de articular en una misma
trama el pasado y el presente de alguno de los pueblos asentados en el territorio del
antiguo Virreinato en una historia dotada de una dirección precisa y que, a la vez,
permitiera reconocerlo como una comunidad poseedora de una identidad distingui-
ble por una serie de rasgos que se hubieran ido desarrollando durante ese mismo
trayecto o que fueran preexistentes a él. Es decir, lo que vulgarmente se conoce
como una historia nacional.
Claro que este tipo de narrativas sobre la nación, su origen, su identidad y su
devenir no son un motivo o un propósito secundario para el romanticismo sino lo
que puede considerarse como una de sus más acabadas expresiones discursivas. Lo
cual nos conduce una vez más al carácter peculiar que tuvo este movimiento en el
Plata: a pesar de su vasta y notable producción política, ensayística y literaria, recién
pudo concretar esta pretensión en el último cuarto del siglo xix mientras que países
como Chile, México o Brasil contaban con historias nacionales a mediados de ese
siglo. Historias que, más allá de las objeciones que puedan merecer, lograron articular
una trama capaz de representar el trayecto singular de esas naciones desde el período
colonial incluyendo además en algunos casos el pasado indígena.
Para despejar posibles malos entendidos: en el extenso corpus compuesto por
representaciones del pasado pueden encontrarse numerosos elementos pasibles de
alimentar identidades político-comunitarias ya sean de carácter provincial o nacional.
No es ésa la cuestión que quiero plantear, sino un hecho que era puesto de relieve
una y otra vez por diversos hombres públicos: esas representaciones no podían ser
consideradas historias nacionales. Cómo entender si no que, contradiciendo uno de
los postulados más caros al historicismo romántico, los sujetos de estos relatos no son
ni la nación ni ninguna otra entidad que pudiera representarla. Por el contrario, están
protagonizados por individuos o facciones y, en el mejor de los casos, por configura-
ciones socioculturales como la civilización o por valores o principios como la libertad.
Por supuesto que todos éstos son elementos pasibles de distinguir una comunidad en
tanto se supone que ella encarna o se distingue por poseer determinados principios y
valores, y se expresa a través de algunas figuras o hechos significativos. Sin embargo,
por sí solos no alcanzan para definirla, calificarla ni delimitarla frente a otras, que es lo
que cabría esperar razonablemente de una historia nacional, uno de cuyos principales
propósitos es precisamente poder mostrar y explicar su singularidad.
Esta afirmación sobre la ausencia de historias nacionales amerita ser desplegada
y argumentada, pero no sólo por su carácter polémico sino también para poder alcan-
zar un perfil más nítido de los rasgos que tuvo el conocimiento histórico en el Plata
entre 1830 y 1860. Es por eso que este capítulo, que da cierre a la primera sección,
tiene como fin proponer algunos argumentos en ese sentido, seguidos de unas breves
Entre Clio y la Polis 93

observaciones sobre algunos textos de Mitre y Sarmiento que bien podrían ser consi-
derados como historias nacionales.

El principio de las nacionalidades y los procesos de formación estatal

Entre las innovaciones políticas y discursivas promovidas por el romanticismo a


partir de la década de 1830 se destaca lo que se ha dado en llamar el principio de las nacio-
nalidades, según el cual las naciones constituyen la expresión política de pueblos-naciones
cuyos atributos idiosincrásicos habrían ido madurando a lo largo del tiempo si es que
no eran preexistentes a toda historia. Asimismo quienes invocan ese principio sostienen
que las naciones alcanzan forma más plena cuando logran institucionalizarse en Estados
nacionales que, por lo tanto, sólo pueden ser considerados un necesario desenlace de esa
historia previa. De ahí entonces la importancia decisiva que se le asigna al conocimiento
del pasado y a la elaboración y difusión de relatos históricos, únicos medios capaces de
dar cuenta de esa trayectoria y de los rasgos distintivos de las nacionalidades.
Ahora bien, a pesar de la fuerte impronta que tuvo el romanticismo en el Plata,
el principio de las nacionalidades no logró hacer pie fácilmente en la región. En tal
sentido, y como no es el tema del presente estudio, sólo quiero recordar algo que ya
señalé en la Introducción: desde un punto de vista jurídico-institucional durante gran
parte del siglo xix primó la presunción de que la conformación de poderes políticos
debía ser el resultado de acuerdos entre las provincias a las que se las reconocía como
entidades soberanas, es decir, con capacidad para decidir si querían unirse entre sí o
no, y con cuáles, cómo y cuándo hacerlo. Por supuesto que esto no implicaba que
se desdeñara la importancia que podía tener la existencia de rasgos en común o una
historia compartida; pero sí que éstos no eran considerados como el fundamento de
ninguna forma estatal existente o proyectada, ni siquiera las de carácter provincial que
fueron producto de la dinámica desencadenada por el proceso revolucionario. Tanto
es así que aunque pudieran invocarlo en textos de carácter programático o dogmáti-
co, los románticos rioplatenses solían dejar de lado el principio de las nacionalidades
cuando actuaban políticamente ya que reconocían la potestad de las provincias para
decidir su destino122. Podría tratarse de un reconocimiento de sus limitaciones, de la
necesidad de adaptarse a las condiciones políticas existentes, de una conveniencia tác-
tica como lo era la constante invocación al Pacto Federal entre los opositores al régimen
rosista. Todo eso es cierto o al menos resulta plausible, pero hay algo más que está
relacionado con el carácter singular que tuvo el movimiento romántico local y es el
hecho de que sus miembros mostraron mayor interés por los problemas del presente
y por dar forma a un futuro que por un pasado del cual solían abjurar. Para decirlo en
pocas palabras: la nación y la nacionalidad eran para ellos entidades a construir y no
el fruto de una larga historia previa.

122
Esta cuestión la traté en varios pasajes de mi tesis de licenciatura Formas de identidad política y representaciones de
la nación en el discurso de la Generación de 1837.
94 Fabio Wasserman

Pese a todo, algunos miembros del grupo romántico insistirían con el correr de
los años en la postulación de la preexistencia de una nacionalidad argentina que daría
fundamento al Estado nacional que aspiraban a constituir. Una nacionalidad que,
incluso, se la podía suponer vigente aunque no hubiera logrado ninguna encarnación
material. Como es sabido, el mayor adalid de esta postura fue Bartolomé Mitre, de
lo cual da cuenta la siguiente caracterización que hizo de la nacionalidad argentina en
octubre de 1852:

La tradición, los antecedentes históricos, la constitución geográfica, los sacrificios comunes, la


identidad de creencias y de carácter, la unidad de raza, la llanura no interrumpida de la pampa,
y esa atracción misteriosa que ejerce un pueblo sobre otro, todo conspira a hacer que la Con-
federación Argentina sea una indivisible [sic] como la túnica del Redentor. Este sentimiento,
este principio es mas fuerte que los hombres, es mas fuerte que los pueblos mismos. En vano
sería reaccionar contra él […]. La nacionalidad es una ley orgánica, una ley constitutiva de ese
pedazo de tierra que se llama hoy Confederación Argentina. Es independiente de la voluntad
de los hombres, porque reside en todos los elementos esenciales de la sociedad, circula en su
sangre, se aspira con el aire, es el alma de este cuerpo y como el alma todavía vivirá a seme-
janza del patriotismo romano cuando se disuelva el cuerpo que lo albergo123.

La cita es lo suficientemente elocuente como para que necesite de mayores co-


mentarios. De todos modos resulta importante insistir en el hecho de que durante esos
años expresiones tan precisas como éstas no eran frecuentes ni siquiera por parte de
Mitre. En este caso, por ejemplo, forman parte de una argumentación destinada a ex-
tender la revolución setembrista al resto de las provincias para lo cual debía convencer
sobre su necesidad y justicia a la dirigencia porteña y a una influyente opinión pública
local. De todos modos, y más allá de su carácter coyuntural, lo que aquí interesa es
que esa definición de la nacionalidad podía ser esgrimida públicamente, aunque Mitre
no fuera del todo consecuente con la misma en otras ocasiones, tal como había suce-
dido pocos meses antes en la Legislatura porteña con motivo de la discusión suscitada
por la firma del Acuerdo de San Nicolás cuando sostuvo con vehemencia el derecho
de la provincia a preservar su soberanía.

Historia, narración e identidad

En lo que sí mostró constancia Mitre es en ponderar el valor que tenía el cono-


cimiento histórico para lograr consolidar la nacionalidad. Esto puede apreciarse por
ejemplo en las declaraciones que realizaría un lustro después mostrando su satisfac-
ción por la creciente publicación de obras sobre el pasado local, pues dice confiar en
que “[…] el conocimiento de nuestra historia ha de hacer mas por la nacionalidad
argentina que las conferencias, los tratados, las guerras y las revoluciones”124.

123
“Nacionalidad” en El Nacional nº 137, 27/10/1852.
124
“Estudios históricos” en LD, 25/11/1857.
Entre Clio y la Polis 95

Más allá de lo excesiva que parece esa afirmación en alguien cuya trayectoria
pública estuvo signada por conferencias, tratados, guerras y revoluciones, resulta sin
embargo representativa de lo que un historiador romántico debía pensar o, al menos,
sostener. ¿Pero por qué se creía que la definición de una identidad político-comunitaria
debía darse a través de un relato histórico? Al respecto caben notar dos cuestiones que
también atañen a Mitre pues sería el primero en lograr implementarlas con cierto éxito
en la edición de 1876/7 de su Historia de Belgrano y de la Independencia Argentina. Por un
lado, la necesidad de encontrar en el examen del pasado las fuerzas, principios o leyes
que determinan o rigen el devenir de una comunidad desde sus orígenes. Por el otro,
la elaboración de un relato cuyo sujeto sea esa misma comunidad y en cuya trama pue-
dan articularse sus rasgos distintivos y representarse el curso de su trayecto histórico.
Esta última pretensión resulta decisiva pues supone la elaboración de relatos que
deben ser en sí mismos una explicación, en tanto logran representar la realidad acon-
tecida a lo largo del tiempo. Agustin Thierry, uno de los más fervientes cultores de lo
que se ha dado en llamar historia narrativa, lo explicó en los siguientes términos: “Se ha
dicho que el objetivo del historiador es contar, no probar; yo no sé, pero estoy seguro
de que, en historia, el mejor tipo de prueba, el más capaz de impresionar y de conven-
cer a todos los espíritus, el que permite menos desconfianza y deja menos dudas es la
narración completa...”125. Desde luego que no todos compartían con Thierry su gusto
por dotar de excesivo colorido al relato. Pero incluso quienes preferían las obras de
carácter especulativo, entendían que el sentido de todo texto histórico debía articu-
larse en primer lugar narrativamente y en forma secundaria a través de comentarios
o reflexiones. Los contenidos podían ser entonces los hechos o su explicación, pero
en ambos casos debían estar articulados en una misma trama y no presentarse como
cuadros inconexos. Además ese relato debía ser lo más completo posible, ya que el
sentido de una historia sólo podía alcanzarse plenamente si lograban articularse bajo
una misma serie de principios todos los sucesos que afectaron de modo significativo
al sujeto que la protagoniza o, en todo caso, las explicaciones sobre esos hechos. Y
aunque es obvio que todos estos requisitos resultan imposibles de cumplir con éxito,
debe tenerse presente que son los que orientaron gran parte de la producción histo-
riográfica del período por lo que de algún modo debían ser satisfechos o así debían
creerlo su autor y sus lectores.
Esta pretensión fue puesta de manifiesto en 1861 por Luis Domínguez al dar a
luz una Historia Argentina que puede considerarse como la primera historia local de
envergadura pues abarca desde el descubrimiento de América hasta 1820. En el Pró-
logo, Domínguez se justifica por haberse contentado con trazar un cuadro general y
esquemático alegando que sólo aspira a cubrir un vacío informativo y a ofrecer una
obra que requiere un moderado esfuerzo de atención. Sin embargo se apura en aclarar
que esta elección no implica en modo alguno cercenar hechos y menos aún los que

125
La cita fue recogida por R. Barthes, quien nota al respecto que lo que el discurso histórico decimonónico
pretendía era “instituir la narración como significante privilegiado de la realidad”, “El discurso de la histo-
ria”, pp. 176/7.
96 Fabio Wasserman

permiten “conservar la ilación de los acontecimientos, ó la trabazon de la estructura


histórica”. Y cómo habría de hacerlo si entende que “Todo es lógico en la vida de los
pueblos: aun sus mismas inconsecuencias: –y para que esta verdad aparezca com-
probada por sí misma, es indispensable que en la narración no falte una sola de las
premisas, cuya ausencia pudiera interrumpir la cadena invisible que conduce desde la
causa primera, hasta su última consecuencia”126.
La posibilidad de explicar el sentido de una experiencia histórica requería de
una trama en la cual pudiera tanto representarse sus hechos más significativos como
dilucidarse las leyes o principios que animaron su desenvolvimiento. Que estas aspi-
raciones pudieran cumplirse o no ya era otra cuestión. Domínguez por ejemplo, que
mostró una gran claridad para plantear esta necesidad, no pudo, no supo o no quiso
resolverla. Es por eso que más allá del extenso arco temporal que recorre su obra, la
misma no puede ser considerada como una historia nacional, ya que en verdad se
trata de una crónica cuya trama resulta fallida. Ésta es una de las razones por las cua-
les su historia quedaría opacada años más tarde por las obras mayores de Mitre y de
López. De todos modos debe reconocerse que ese desenlace había sido previsto por
el propio Domínguez: en una carta a López confiesa darse por satisfecho si su trabajo
puede oficiar como guía o esquema, aspirando a que en el futuro puedan escribirse
relatos de mayor carnadura y capacidad explicativa127.
Todavía a mediados de 1861, a poco de ser publicada la Historia de Belgrano de
Mitre y cuando parece posible la unificación nacional, el autor del primer relato ex-
haustivo sobre el pasado local puede seguir afirmando que serían historiadores futu-
ros quienes escribirían una verdadera historia nacional. Esto da cuenta del carácter
radical del problema que estoy tratando y que podría ser formulado del siguiente
modo: en los años examinados no se elaboraron textos que mostraran la existencia de
alguna comunidad con las características asignadas por Mitre en su artículo sobre la
nacionalidad, recurriendo para ello a relatos cuya estructura responda a las exigencias
planteadas por Domínguez en el Prólogo a su Historia Argentina.

Las historias provinciales

La radicalidad de esta ausencia puede apreciarse en el hecho de que no sólo se


refiere a una posible historia nacional, sino también a las de carácter provincial que,
dada la conformación política de la región, hubieran sido incluso más apropiadas.
Lo cual, cabe insistir, no implica la ausencia de representaciones de los pasados pro-
vinciales que, por el contrario, eran abundantes, sino más bien que las mismas no
estaban articuladas en una trama histórica que tuviera como sujetos a las ciudades, las
provincias o los pueblos.

126
L. Domínguez, Historia Argentina, pp. VI-VII.
127
L. Domínguez a V. F. López, Bs.As., 5/7/1861, en AGN Sala VII, Archivo y Colección los López, legajo nº 2372,
doc 4772.
Entre Clio y la Polis 97

Esta carencia se constituyó también en motivo de queja, como puede apreciarse


en gran parte de la prensa provincial durante la década de 1850. Algunos se sumaban
a ese lamento pero desde una perspectiva nacional más que local, como lo hizo Mitre
en una reseña sobre un folleto de Vicente Quesada a propósito de Corrientes, al que
considera merecedor de la atención del político, filósofo, historiador, geógrafo y aún
del poeta en busca de tradiciones. La desmesura del elogio se entiende mejor tenien-
do presente el panorama desolador que encontraba Mitre y que motivó también una
amarga reflexión sobre la carencia de trabajos similares sobre todas las provincias que
podrían constituirse en eslabones de la unidad nacional128.
Quesada compartía esta preocupación, y de hecho una parte importante de sus
esfuerzos se volcaron en esa dirección transformándose en uno de los publicistas que
mayor interés mostró en recuperar el pasado de las provincias. En tal sentido resulta
significativa su labor en la prensa de la Confederación, particularmente la emprendida
desde la dirección de la Revista del Paraná en cuyas páginas acogió escritos y docu-
mentos sobre las provincias. Más aún, en su segundo número inserta una declaración
de propósitos en la sección Historia llamando la atención sobre el hecho de que las
historias provinciales no están aún escritas y que son difíciles de conocer por falta de
fuentes y por la pérdida de algunos textos. Es por eso que apela a sus lectores para
que envíen todo tipo de materiales para ser publicados aunque sean breves o parezcan
insignificantes. De todos modos, y para orientar esa búsqueda, propone una lista de
prioridades encabezada por las Actas de fundación de las ciudades, documentos sobre
reparto de tierras e indios y todo aquello que pueda dar cuenta de sus orígenes a fin
de seguir su desarrollo hasta llegar a la formación de las catorce provincias, por lo que
también solicita la elaboración de cronologías de los gobiernos locales. Finalmente
llama la atención sobre la necesidad de rescatar del olvido crónicas, tradiciones o
leyendas orales que puedan dar mayor color a esas historias.
Si bien las historias provinciales no habían sido escritas hacia 1861, al menos
parecía haberse concebido un programa que apuntaba en esa dirección. Sin embargo
Quesada se muestra escéptico ante la posibilidad de que sea su generación la que
pueda concretarlo pues aunque advierte que existen algunos trabajos, éstos aún no
alcanzan “para darnos una idea clara y metódica de todos los sucesos y para apreciar
el desarrollo parcial de las diversas localidades: este vacio es el que nos proponemos
llenar, no como historiadores, sino como simples narradores de hechos, reproducien-
do los documentos que sirvan mas tarde á los historiadores futuros”129.
Las causas de la ausencia de esas historias provinciales son las mismas que las de
carácter nacional que desarrollaré en el apartado siguiente, pero con un añadido sig-
nificativo que de algún modo está presente en la reflexión de Quesada: sólo podrían
ser escritas con posterioridad a la elaboración de historias nacionales de las que serían
consideradas como una parte. En términos de Quesada cabría sostener entonces que
esos “historiadores futuros” lo serían –y en verdad lo fueron– tanto de la historia na-

128
“Bibliografía. La Provincia de Corrientes”, en LD 28 y 29/12/1857.
129
“Nuestros propósitos”, Revista del Paraná, nº 2, 31/3/1861.
98 Fabio Wasserman

cional como de las historias provinciales o regionales que se concebirían como un sub-
producto o un derivado de la primera y no al revés. En efecto, fue una vez establecido
el relato nacional en el último tercio del siglo xix cuando se estuvo en condiciones de
dar forma a los aportes que cada provincia habría hecho a esa historia colectiva.

La Historia Nacional y sus límites

Ahora bien, ¿cuáles son las causas de la ausencia de relatos históricos nacionales
o sus símiles provinciales en el período examinado? Como planteé a lo largo de esta
sección, no puede argüirse falta de conocimientos, fuentes, tiempo, dinero u otras ra-
zones por el estilo, incluso aunque fueran ciertas o así lo creyeran los propios escrito-
res. Hay otras razones más decisivas, y aunque cuesta distinguirlas unas de otras pues
actúan en conjunto potenciándose, igual merecen ser consideradas por separado.
En primer lugar existe un hecho evidente que, por eso mismo, es el que más se
suele destacar: la falta de rasgos distintivos como raza, religión, lengua, hábitos o
tradiciones que permitieran singularizar la sociedad rioplatense del resto de Hispano-
américa. Sin embargo se trata de una causa secundaria, pues con el correr de los años
se lograría dar forma a una serie de elementos que habrían caracterizado la experien-
cia histórica local con capacidad para soportar esa distinción. Más aún, muchos de
esos elementos distintivos fueron concebidos como tales por los románticos, tal como
lo hizo por ejemplo Sarmiento en su Facundo sobre el cual volveré luego.
En segundo lugar hay otras dos cuestiones también referidas a los contenidos
que, como constituyen el núcleo de las secciones siguientes, me permito apenas seña-
lar: el desinterés por el pasado indígena y el colonial, y las perplejidades provocadas
por el legado revolucionario. En relación a la primera cuestión resulta evidente que
ese desinterés, desprecio o juicio crítico, dificulta la posibilidad de elaborar relatos his-
tóricos capaces de remontarse a un pasado con alguna densidad y en el que pudieran
haberse ido conformando rasgos idiosincrásicos que prefiguraran una comunidad so-
ciopolítica. Esto bien podía ser atribuido al proceso revolucionario e independentista
que ocupó el centro de las reflexiones y relatos sobre el pasado, pues era considerado
un obligado punto de partida en el curso histórico local. Pero aunque la Revolución
era unánimemente reivindicada, se trataba de una experiencia cuyas consecuencias
indeseadas todavía se hacían sentir con fuerza, con lo cual no parecía fácil encontrar
en ella rasgos definitorios de una identidad y, menos aún, un rumbo histórico que
desembocara en la constitución de un orden político preciso.
Llegamos así a la que considero como la causa principal que es de orden político
y cuya resolución permitiría también hacerlo con las otras: la ausencia de una pers-
pectiva político-comunitaria inequívoca e irrecusable que posibilitara o alentara la
elaboración de narrativas históricas destinadas a fundamentarla o legitimarla.
A lo largo de la sección pudimos apreciar cómo los conflictos facciosos, persona-
les, regionales e incluso de valores o principios, opacaban cualquier posible postula-
ción de una comunidad como sujeto de una narrativa histórica aunque éste fuera uno
Entre Clio y la Polis 99

de los postulados más caros del romanticismo. Pero esto no es todo. También debe
tenerse presente que el verdadero sentido de un relato histórico nacional sólo podría
alcanzarse cuando lograra consolidarse un orden político-institucional o, al menos,
cuando se lo considerara viable e irrecusable. Es decir, cuando esa trayectoria previa
desembocara en la conformación de un orden estatal o este desenlace pudiera ser
considerado inminente. En ese sentido, como ha sido señalado en forma reciente, la
ausencia de historias nacionales podría entenderse como consecuencia de la precarie-
dad o de la inexistencia de un Estado nacional que las requiriera130. Y esa misma sería
la razón que permitiría explicar por qué Chile y Brasil sí podían tenerlas, así como
también instituciones que hubieran alentado su elaboración y difusión.
Pero entiendo que el problema es más complejo aún, pues no se trató tanto de la
inexistencia de un orden institucional o de que el mismo no pudiera ser concebido,
sino más bien de la coexistencia de diversas alternativas consideradas viables y, en
más de un caso, deseables. Si retomamos lo señalado en la Introducción en relación a la
indeterminación en lo que hacía a la constitución de formas estatales luego de 1820
cabe preguntarse cuál podía ser esa comunidad delimitada de modo incontrastable
que requiriera de relatos históricos para legitimar la erección en su territorio de un
orden sociopolítico y de un sistema institucional. El problema no es que no existiera
o que no pudiera ser concebida, sino que las posibilidades al respecto eran varias y
nadie podía saber con certeza cuál iba a terminar imponiéndose. Pero sin esa perspec-
tiva precisa, sin la posibilidad de postular la existencia de una comunidad delimitada
como sujeto y como resultado de una trayectoria previa, ¿cómo escribir su historia?
¿Cómo seleccionar los hechos que deben formar parte de un relato sobre su devenir?
¿En base a qué criterios? Para poner un ejemplo: los levantamientos contra las auto-
ridades españolas producidos en el Alto Perú en 1809, ¿debían o no formar parte de
una historia nacional argentina? Y lo mismo en relación a Uruguay, ¿cómo dar forma
a lo que Carlos Real de Azúa calificaría críticamente como su “predestinada diferen-
ciación” que informaría las historias nacionales hechas en el siglo xx?131.
La imposibilidad o la dificultad para dar forma a historias nacionales, problema
que animó a la cultura rioplatense pero que se hizo aún más patente en aquellos que
militaron en las filas del romanticismo, tuvo diversas causas que actuaron en conjunto
potenciándose. Entre ellas hay sin embargo dos que merecen destacarse, no sólo por
ser las de mayor peso, sino también por expresar ciertas paradojas o contradicciones
políticas e ideológicas. Por un lado, porque si bien la matriz historicista imponía bus-
car el sentido de la experiencia histórica local y del rumbo que ésta debía tomar ape-
lando al conocimiento del pasado, las convenciones ideológicas dominantes llevaban
a abjurar del mismo132. Por el otro, porque se suponía que el sujeto privilegiado de la

130
A. Eujanián, “Polémicas por la historia. El surgimiento de la crítica en la historiografía argentina, 1864-
1882”; E. Palti, “La Historia de Belgrano de Mitre y la problemática concepción de un pasado nacional”.
131
C. Real de Azúa, Los orígenes de la nacionalidad uruguaya, cap. 2.
132
Este problema presente en buena parte de la historioagrafía hispanoamericana del período ha sido plantea-
do con gran agudeza por Germán Colmenares en Las convenciones contra la cultura. Ensayos sobre la historiografía
hispanoamericana del siglo xix.
100 Fabio Wasserman

Historia era la nación. Sin embargo, la existencia de diversas alternativas de organiza-


ción territorial y político-institucional, superpuestas con los conflictos facciosos, hacía
difícil trazar un rumbo histórico irrecusable que tuviera por protagonista a alguna
comunidad nacional precisa.
De ese modo se entiende por qué para muchos no sólo ese sistema institucional
sino también esa identidad y esa comunidad, debían ser el resultado de acciones que
tendieran a constituirlos y no el desenlace necesario de una historia cuyos elementos
podían ser rastreados en el pasado. Sin embargo, y aunque pueda parecer contradic-
torio, también se suponía que debía realizarse esa operación historiográfica, y no eran
pocos quienes se mostraron insistentes al respecto sobre todo tras la caída de Rosas
a quien muchos le atribuían haber provocado ese estado de desorientación. Desde
una perspectiva discursiva se trata de una de las paradojas del historicismo romántico
rioplatense que comenzaría a ser resuelta de modo tardío por Mitre mientras que en
forma paralela iba produciéndose la consolidación de un orden estatal nacional. Claro
que esta última afirmación es posible porque contamos con la inapreciable ventaja de
conocer el resultado de ese proceso: incluso Mitre se permite afirmar al asumir la presi-
dencia de una nación formalmente unificada en 1862 que “marchamos de lo descono-
cido a lo desconocido”, echando así un manto de dudas sobre el proceso en curso133.

Sarmiento, Mitre y la historia nacional argentina

Por el momento planteé los condicionamientos estructurales que inhibieron la ela-


boración de historias nacionales en el período examinado. Ahora bien, pese a todo no
puede considerarse que esta falta de condiciones constituya de por sí un impedimento
absoluto para poder realizarlas. Pero precisamente por eso mismo resulta notable la efi-
cacia de esas restricciones, sobre todo si se considera que los escritores locales contaban
con modelos teóricos y narrativos prestigiosos para poder dar forma a ese tipo de rela-
tos y, sobre todo, que su necesidad e importancia eran constantemente proclamadas.
Si volvemos a las figuras mencionadas al comenzar este capítulo nos encontramos
con que esa historia no fue escrita ni por publicistas unitarios como Florencio Varela o
Valentín Alsina cuyas notas críticas al Facundo bien podrían considerarse retazos o es-
bozos de esa posible historia; ni por federales como Pedro de Angelis. En cuanto a los
miembros de la Nueva Generación tampoco lo hicieron durante el período examinado
Vicente F. López; ni Juan M. Gutiérrez a pesar del interés que mostró por la cultura
colonial; y ni siquiera Andrés Lamas a pesar de haber recibido en 1849 el encargo
oficial del gobierno de Montevideo para realizar una Historia de la República que nunca
escribió y cuyos núcleos más significativos ya había esbozado al fundamentar la nue-
va nomenclatura de Montevideo en 1843134.

133
B. Mitre a Juan M. Gutiérrez, Bs.As., 17/3/1862, en AE t. VII, p. 57.
134
Al respecto puede consultarse mi trabajo “Fragmentos de un discurso histórico: la construcción de una
narrativa histórico-geográfica en la nomenclatura de Montevideo de 1843”.
Entre Clio y la Polis 101

Ahora bien, estas consideraciones no pueden aplicarse tan fácilmente a otras


obras que, por eso mismo, suelen considerarse como historias nacionales. Me refiero
a Facundo [1845] y Recuerdos de Provincia [1850] de Sarmiento, así como las dos primeras
ediciones de la Historia de Belgrano de Mitre publicadas en 1858/9. Entiendo sin em-
bargo que se trata de una apreciación que merece ser reconsiderada. Pero antes cabe
una aclaración: no se trata de un intento por examinarlas tomando como parámetro
un género definido de antemano denominado Historia Nacional que de tan puro resul-
ta inexistente, sino indagar en las características de esos relatos, en sus usos y en su
circulación, para poder apreciar cuál era el sentido que éstos podían tener o adquirir
según los propios parámetros de sus autores y lectores.
Siguiendo un orden cronológico el primer texto que debemos considerar es Facun-
do, obra capital por varias razones, entre las cuales no fue menor la de haber provisto
de claves explicativas para dilucidar el proceso histórico desencadenado por la revolu-
ción que derivó en la imposición del orden rosista. Como es sabido, en sus primeros
capítulos Sarmiento enumera, describe o define algunos elementos significativos en
lo que hace a la posibilidad de distinguir una comunidad nacional: territorio, tipos
sociales, hábitos y tradiciones. Rasgos que más allá de los condicionamientos geográ-
ficos también atribuye a causas históricas que pueden remontarse a la colonización
española. Ahora bien, todo esto no resulta suficiente para que pueda ser considerado
una historia nacional, comenzando por el hecho de que muchos de esos rasgos son
juzgados negativamente.
En primer lugar, porque si bien hace abundantes referencias históricas e incluso
plantea leyes que explican el desenvolvimiento de la sociedad, no logra articular
sus diversos momentos en una misma trama y bajo unos mismos principios expli-
cativos. Los primeros capítulos dejan establecido que las condiciones creadas por
la naturaleza y la historia local dieron forma a una campaña caracterizada por la
barbarie cuya figura más acabada y emblemática había sido Facundo Quiroga, la
cual se racionalizó y sistematizó en la de Rosas. Sin embargo, en los últimos dos ca-
pítulos del libro Sarmiento introduce su programa político que contradice en forma
flagrante lo antedicho, pues sostiene que los rosistas pondrían fin al régimen dando
paso a una nueva era. De ese modo, el final imaginado, propuesto o deseado de su
relato y, por tanto, de la historia local, no es tanto la culminación de una trayectoria
previa sino su negación, sin que además ofrezca alguna explicación coherente para
ese anhelado desenlace.
En segundo lugar, porque el sujeto de este relato no es ni una nación ni ninguna
otra forma comunitaria precisa. De hecho, Facundo constituye la muestra más acabada
de lo que puede considerarse como una narrativa cuyo sujeto es una configuración
sociocultural o, si se prefiere, una forma de sociedad: por detrás de la biografía del
caudillo riojano se trama un relato cuyos protagonistas son las ciudades y las campa-
ñas pastoras, expresiones de la eterna lucha entre la civilización y la barbarie. Pero se
trata de principios antagónicos encarnados en dos espacios destinados a ignorarse o
enfrentarse sin posibilidad alguna de síntesis por la misma radicalidad de esa escisión
102 Fabio Wasserman

–o, peor aún, sintetizados en un personaje indefinible y por eso monstruoso como
Rosas–. En tal sentido podría considerarse que más que una explicación histórica, en
Facundo hay una de índole sociológica basada en la existencia de fuerzas sociales en
pugna que ocupan diferentes espacios: “El siglo xix y el siglo xii viven juntos: el uno
dentro de las ciudades, el otro en las campañas”135. De ese modo el conflicto asume
una dinámica espacial que subordina y pone en cuestión la capacidad explicativa de la
Historia que sólo puede producirse en ámbitos civilizados como las ciudades.
En tercer lugar, porque el pasado colonial casi no aparece historizado y, menos
aún, de modo tal que permita explicar el tránsito de la colonia a la república: para
Sarmiento la Revolución sólo pudo producirse por el influjo de las ideas ilustradas
europeas en un sector minoritario de la elite criolla cuyas disputas internas habían per-
mitido después que la barbarie hiciera pie y se adueñara de las ciudades. Ahora bien,
una de las claves que posibilitaría la estructuración de un relato histórico nacional fue
precisamente la articulación del período colonial y el republicano recurriendo a unos
mismos principios explicativos y a una trama que representara ese tránsito. ¿Cómo
considerar si no que se trata de una única historia protagonizada por una nacionalidad
o por agentes que la representaron?
En relación a esto último, Recuerdos de Provincia presenta algunos cambios signifi-
cativos. Si bien fue escrito apenas un lustro después que Facundo, el final del rosismo
parecía entonces inminente, hecho que le facilitó a Sarmiento otra perspectiva desde
la cual leer la historia local. Pero esto no fue tan decisivo como su viaje a los Estados
Unidos, donde encontró un modelo alternativo de sociedad cuyo éxito atribuía entre
otras razones al hecho de tener una historia que podía remontarse a su período colo-
nial. Es por eso que el proceso independentista y la organización republicana podían
considerarse como su consecuencia legítima y no su negación como en Hispanoaméri-
ca. De algún modo esto se percibe en Recuerdos de Provincia, pues presta mayor atención
al ocaso del orden colonial cuando éste comenzaba a transmutar para dar paso a la
república.
Lo antedicho permite entender en parte por qué Recuerdos… es un relato en el
que los fenómenos tienden a explicarse bajo una clave más histórica que en Facundo.
Tanto es así que ahora puede asumir el relato desde el punto de vista de la civilización
cifrada en su San Juan natal, y ya no desde la barbarie que en Facundo se fagocita la
Historia. Sin embargo, como advirtió T. Halperín Donghi, en Recuerdos… los fenóme-
nos coloniales son tratados como extravagancias desprovistas de mayor sentido y no
como expresiones sociales significativas136. Sarmiento alega además que una vez esta-
llada la Revolución ya nada podía ser rescatado de ese pasado que recuerda con una
mezcla de nostalgia, piedad e ironía. Por último es necesario destacar que la biografía
de esa elite a la vez local y nacional y de la que Sarmiento aparece como su figura más
acabada, es en gran medida la historia de una decadencia: la de esas ciudades consti-
tuidas en el recinto de la civilización.

135
FO, p. 49.
136
T. Halperín Donghi, “El antiguo orden y su crisis como tema de Recuerdos de Provincia”.
Entre Clio y la Polis 103

Pese a todo, la lograda articulación de personajes que vendrían a representar a


la elite en su tránsito por varios siglos, permite entender por qué Recuerdos… puede
ser leído como un relato histórico nacional. Sin embargo hay un aspecto más que no
siempre es señalado y que remite a los condicionamientos estructurales potenciados
en este caso por los coyunturales como lo era el intento de Sarmiento por posicionarse
ante la caída de Rosas: más allá de lo que podamos encontrar en su libro, cuya riqueza
e interés parecen incuestionables, debemos recordar que en general fue recibido con
perplejidad, frialdad o sorna, sin que sus lectores percibieran que esa biografía colec-
tiva era también una historia nacional.
Pero si todo lo antedicho no alcanzara, también podríamos recurrir a algunas
apreciaciones que hizo el propio Sarmiento. Recordemos que al dictar una conferencia
como Director de Historia del Ateneo del Plata se ve en la necesidad de aclarar ante sus
interlocutores que no cuenta con los conocimientos necesarios para poder guiarlos,
pero que igual acepta la misión porque asume que alguien debe hacerlo. En cuanto a
su propia obra, nota que en ésta sólo había “[...] bosquejado algunos cuadros de hechos
y hombres que entran en el dominio de la historia americana, sin pretender por eso
alcanzar a la majestad de la historia”137. Esto mismo sostendría con mayor precisión al
año siguiente cuando debió añadir un Corolario a la Historia de Belgrano de Mitre, quien la
había dejado trunca para marchar al frente del ejército porteño que sería derrotado por
Urquiza en Cepeda. En ese Corolario Sarmiento procura completar la vida de Belgrano
aprovechando también para homologar su accionar con el de Mitre. Asimismo señala
que esa biografía debe considerarse como un relato histórico nacional a diferencia de
sus propias obras en las que sólo había alcanzado a trazar el escenario del conflicto. Por
su importancia e interés, me permito reproducir la cita en forma extensa:

La falta de una historia de la República Argentina que, como la de Belgrano, muestre la


unidad que la caracteriza, en medio del desorden aparente de sus actos, ha sido causa de
graves males. Los agentes europeos en América, los literatos y escritores mismos de los
paises más cultos, si aciertan a ocuparse de nuestras cosas, fascinados por la desordenada
persistencia de nuestras conmociones, concluyen por declararnos incurablemente labrados
por la anarquía, y predestinados al despotismo, como el único freno de pasiones tan desor-
denadas. El examen de nuestra Historia, tal como la presente el general Mitre, abriráles los
ojos a este respecto, viendo en ella desenvolverse los gérmenes de las posteriores guerras
civiles, y en las presentes manifestados los esfuerzos que la inteligencia y la virtud hacen
para extirparlas por su raíz. Hay consecuencia e ilación en todos los actos, genealogía y
afinidad en todas las ideas, progreso y solución más o menos retardada en todas las cues-
tiones. Entre los escritos americanos, las primeras páginas de Civilización y Barbarie dieron a
Europa la fisonomía del terreno en que se desenvuelven nuestras luchas internas; pero sin
alcanzar a establecer los antecedentes de la República y las conquistas que ha ido haciendo
sobre la colonia española. Trabajo lento y penoso, pero no estéril ni inútil. Desde 1806 a
1810 puede verse surgir del seno de la colonia gobernada por españoles peninsulares el
primer albor del sentimiento nacional.138

137
“Espíritu y condiciones de la Historia en América”, en OCS, t. XXI, p. 86.
138
D. F. Sarmiento, “Corolario de la 1º edición de la Historia de Belgrano de 1859” en B. Mitre, Historia de Belgrano
y de la Independencia Argentina, pp. 14/5.
104 Fabio Wasserman

Entre otras cuestiones sustanciales, Sarmiento dice haber encontrado la clave del
tránsito entre el mundo colonial y el republicano en la Historia de Belgrano, así como
también una historia capaz de mostrar la unidad de la Argentina tras el aparente caos
de sus hechos. ¿Pero realmente es así? En el último capítulo se examina en detalle
este texto, por lo que ahora sólo me detendré en algunas precisiones que permiten
cuestionar esta aseveración.
En primer lugar hay un hecho que aunque pueda parecer banal igual resulta reve-
lador: Mitre no logra concluir su relato en ninguna de sus dos primeras ediciones, ni
la de 1858, ni la de 1858/9; la primera lo hace en 1812 y la segunda en 1816, mientras
que Belgrano murió en 1820. En ambos casos el autor alegó motivos razonables –en
la primera falta de espacio y en la segunda de tiempo–, aunque resulta significativo
que alguien como Mitre que nunca dejó de escribir, incluso cuando ejerció la presiden-
cia, debiera esperar casi dos décadas para completar su biografía. Podría conjeturarse
que había concebido ese cierre, pero incluso en ese caso, ¿cómo podrían captar los
lectores el sentido de esa biografía trunca? Por cierto que el apretado Corolario de Sar-
miento, más interesado en el enfrentamiento con Urquiza que en la vida del prócer,
no parece el medio más adecuado.
En segundo lugar, y si consideramos los propósitos declarados por Mitre, nos
encontramos con que estaba más preocupado en señalar la necesidad de racionalizar
el culto del héroe que en dar cuenta del desarrollo de los elementos germinales de la
nacionalidad argentina. Cuando en el Prefacio a la segunda edición procura resaltar
cuál es la importancia de su biografía, sólo señala que es necesario hacer una his-
toria documentada que explique el rol de Belgrano para que sirva como ejemplo y
guía de sus contemporáneos al igual que las otras figuras recordadas en la Galería de
Celebridades139. En ningún momento plantea que su biografía da cuenta del desarrollo
de la nacionalidad argentina o de alguno de sus elementos constitutivos, aunque en
la polémica con Vélez Sarsfield de 1864 argumentaría que ése había sido uno de sus
propósitos.
En tercer lugar se debe tener presente que aunque Mitre procura realzar algunos
fenómenos ocurridos en la colonia, se restringe al último tercio del setecientos. De ese
modo, y a diferencia de la edición de 1876/7 su texto resulta incompleto como historia
nacional y no precisamente por faltarle los últimos años de la vida del biografiado.
Esta última cuestión puede apreciarse mejor si se considera la recepción del tex-
to. Cuando dos años después Luis Domínguez publica su Historia Argentina, le envía
un ejemplar a López reconociendo que si bien no es el escritor más preparado para
hacerla, el propio López permanece en silencio, Varela no había podido hacer nada
antes de su asesinato, y “Mitre se ha quedado á mitad de camino”140. Entiendo que
con esto último se refiere no tanto a los años que faltan de la vida de Belgrano, sino

139
B. Mitre, “Prefacio de la segunda edición” en Historia de Belgrano y de la Independencia Argentina, Tercera y única
edición completa, pp. 18/9 [Bs.AS., 1858].
140
L. Domínguez a V. F. López, Bs.As., 19/6/1861, en AGN Sala VII, Archivo y Colección los López, legajo nº 2372,
doc. nº 4770.
Entre Clio y la Polis 105

más bien a gran parte del período colonial que Domínguez cree necesario recuperar.
Con lo cual, como reconoce el mismo Domínguez en el prólogo a su Historia Argentina,
si quería contarse con una historia nacional, no quedaba más remedio que articular la
Historia de Belgrano de Mitre con el Ensayo del Deán Funes que, a pesar de sus evidentes
limitaciones y anacronismos, había sido reeditado en 1856 ante la falta de obras que
pudieran reemplazarlo.
Claro que de esta unión es más fácil esperar un engendro que un relato coherente-
mente estructurado. De esto resulta una excelente muestra la primera obra didascálica
de carácter elemental que compendia el pasado rioplatense y que toma precisamente
como fuente a esas dos obras: el manual publicado en Buenos Aires en 1862 por
Juana Manso141. Para no fatigar con el examen de esta obra basta señalar lo endeble
que es su trama, basada en una estructura acumulativa más que significativa y cuyo
estilo se puede resumir en frases como “El otro acontecimiento notable de esa época”
(p. 30). Se trata en efecto de una crónica donde se suman hechos sin una legalidad
que los dote de sentido, razón por la cual tampoco logra articular una narrativa sobre
el origen y la evolución de la sociedad. Si bien se refiere a la génesis de fenómenos y
estructuras significativas –las ciudades, el comercio, la evangelización, la aduana, la
prosperidad de Buenos Aires, la Revolución de Mayo–, ese origen más que explicado
o narrado es señalado. Asimismo fracasa en lo que podría considerarse como el cierre
narrativo: la propia autora debe confesar que finaliza sin poder dar cuenta de los pro-
cesos desencadenados por la revolución, por lo que se contenta con señalar algunos
sucesos dispersos de 1815 y 1816. De ese modo, el cierre que vendría a dar sentido a
lo acontecido lo lega como una “ingrata tarea al que escriba la historia general de la
República”142.
Por cierto que tanto la capacidad de Juana Manso, puesta maliciosamente en duda
entre otros por Juan M. Gutiérrez, así como también el público al que estaba dirigido el
Compendio, tuvieron mucho que ver con sus resultados. Sin embargo el manual expresa
bastante bien el producto que podía resultar de la unión entre la obra de Mitre y la de
Funes. Y, por eso mismo, la incapacidad de la Historia de Belgrano para dar forma por
sí sola en ese marco a una historia nacional. Esta incapacidad se puede apreciar mejor
cuando se la compara con su tercera edición de 1876/7 que tiene contenidos –sujetos,
acontecimientos y fenómenos– inequívocamente argentinos articulados en una trama
que le permite dar cuenta de un origen de los mismos, muchos de los cuales pueden
incluso ser rastreados hasta el momento mismo de la conquista143. El problema en ese

141
J. Manso de Noronha, Compendio de la Historia de las Provincias Unidas del Río de la Plata, desde su descubrimiento has-
ta la declaración de su independencia, el 9 de julio de 1816, destinada para el uso de las escuelas de la República Argentina.
142
Id., p. 129.
143
Entre éstos se destacan particularidades geográficas y raciales, así como también el tipo de colonización en
la que había primado el “trabajo reproductor” por sobre el saqueo y cuya pobreza originaria e igualadora
había promovido una “democracia rudimentaria”. Por otro lado, Mitre advierte que la construcción de un
mercado y el vínculo con Europa a través del Atlántico habían sido de fundamental importancia para el de-
sarrollo local en el siglo xviii, creando nuevos intereses que vendrían a fundamentar las futuras aspiraciones
de independencia de los argentinos. B. Mitre, “La sociabilidad Argentina. 1770-1794”, Introducción a Historia
106 Fabio Wasserman

sentido no es que en las dos primeras ediciones se omite un relato pormenorizado de


los hechos coloniales hasta fines del siglo xviii, sino que tampoco se hace una caracte-
rización de los mismos que permita unirlos bajo unos mismos principios explicativos
con los sucesos posteriores, que es lo que sí propone la tercera edición.
Podría dejarse de lado todo lo señalado e igual bastaría con considerar algo que
ya fue señalado por Palti: más allá de lo que pensara Mitre, su texto evidencia que no
sólo la nacionalidad, sino también el propio pueblo y el territorio argentino no eran
datos primordiales. En efecto, Mitre plantea que la Revolución de Mayo había permi-
tido que los americanos reasumieran sus derechos y se iniciaran en el camino de la li-
bertad; pero esto no significaba en modo alguno la existencia de una entidad nacional
ya delimitada aunque así quisiera afirmarlo. Por el contrario, su relato deja en claro
que ésta sería consecuencia de la revolución y de la guerra. Esto aparece con mayor
nitidez en su polémica con Vélez Sarsfield, pues se vio obligado a argumentar sobre el
rol decisivo que había tenido Belgrano al frente del Ejército del Norte. En tal sentido
asegura en relación a la posible secesión de las provincias del norte que si Belgrano
perdía la batalla de Tucumán o se retiraba hasta Córdoba, “la causa de la revolución
si no sucumbía, quedaba por lo menos muy seriamente comprometida, y su resultado
habría sido muy diverso para la nacionalidad argentina”. Asimismo precisa que “To-
das las Provincias que hoy forman la República Argentina, respondieron al valeroso
llamamiento de la capital, aun antes de contar con el apoyo de sus armas. Este hecho
determinó los límites geográficos y políticos de la nacionalidad argentina, que ha so-
brevivido a tantos vaivenes, y que explica su vitalidad y su cohesión moral”144.
Aunque planteadas como afirmaciones tajantes, estas apreciaciones sobre el pa-
sado y el presente resultan fácilmente cuestionables. Pero lo que aquí interesa aún
más es algo que su relato hace evidente: el hecho de que más allá de determinaciones
geográficas, particularismos socioculturales y mandatos históricos, la nacionalidad ar-
gentina había sido y era el resultado del accionar de determinados sujetos –pueblos,
dirigentes–, sometidos a la contingencia de la guerra y la política. Por eso resulta
especialmente destacable el papel de Belgrano ya que para Mitre –y también para el
General José M. Paz, un antiguo subordinado suyo en el Ejército del Norte–, su ac-
ción cívica aún más que la militar era la que había ganado a las provincias del noroeste
para la causa de la Revolución y de la Nación Argentina.
Ahora bien, esta interpretación según la cual las minorías dirigentes represen-
tadas por Belgrano habían sido determinantes en la delimitación de la nacionalidad
argentina no puede sin embargo ser siempre verificada. De hecho, en las numerosas
páginas que le dedica a su campaña al Paraguay no queda claro por qué este territorio
se escindió y formó un Estado autónomo ya que, según Mitre, había sido Belgrano
quien a pesar de su derrota había influido en la oficialidad y en la elite paraguaya para

de Belgrano y de la Independencia Argentina [Bs.As., 1876/7]. Un análisis de esta versión y de las problemáticas
huellas dejadas por las anteriores en E. Palti “La Historia de Belgrano de Mitre…”, op.cit.
144
B. Mitre, “Estudios Históricos sobre la Revolución Argentina. Belgrano y Güemes” en OCM, vol. XI, pp.
295 y 322 [Bs.As., Imprenta del Comercio del Plata, 1864].
Entre Clio y la Polis 107

que se declararan independientes de España. La única explicación que ofrece es que


se trataba del territorio del Virreinato más atrasado económica e ideológicamente y
que allí había nacido la idea confederal, ya que era donde más predominaba el espíritu
de localidad que sería fatal para la institucionalización de un orden nacional. De ese
modo, las virtudes cívicas encarnadas en Belgrano tampoco alcanzaban para asegurar
la delimitación de la futura Nación Argentina, lo cual hacía aún más evidente que ésta
era el resultado de acciones humanas, de intereses y de relaciones de fuerza, y no una
esencia o un destino.
Podría concluirse entonces que hacia 1859 el historiador Mitre contradecía al
político y publicista Mitre que en 1852 había descrito y definido la nacionalidad ar-
gentina como un hecho espiritual que estaba más allá de toda contingencia. Pocos
años después ambos coincidirían cuando, tras su paso por la presidencia y el fracaso
de la revolución de 1874, publica su tercera edición de la Historia de Belgrano y de la
Independencia Argentina en la que deja asentada una interpretación del pasado nacional
que si bien no tuvo éxito inmediato, lograría imponerse durante más de un siglo.
Lo notable es que esta perduración se dio incluso a través de muchos de quienes
abjuraron de Mitre y su interpretación del pasado nacional, pero que sólo pudieron
proponer unos contenidos alternativos al esquema que había trazado. Esto fue posible
entre otras razones, por la consolidación de un nuevo orden estatal y por el desarrollo
sociocultural que tuvo la región entre fines del siglo xix y principios del xx. Procesos
que, además, también favorecieron la consolidación de esas prácticas, instituciones,
discursos y sujetos que, promovidos por el historicismo romántico, sólo pudieron
constituirse plenamente cuando su hora ya había pasado.

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