Wasserman Entre Clio y La Polis
Wasserman Entre Clio y La Polis
Wasserman Entre Clio y La Polis
ISBN 978-987-1354-14-6
ISBN 978-987-1354-14-6
Editorial Teseo
Printed in Argentina
Hecho el depósito que previene la ley 11.723
www.editorialteseo.com
Agradecimientos.........................................................................................................11
Abreviaturas...............................................................................................................15
Introducción...............................................................................................................17
La Historia y conocimiento histórico en el siglo xix........................................19
Alternativas en la construcción de un nuevo orden: el Río de la Plata
entre 1830 y 1860........................................................................................ 24
El historicismo romántico rioplatense y su historiografía................................ 31
Delimitación del objeto, metodología y estrategia expositiva......................... 35
Un presente de ausencias.................................................................................. 75
La escritura del pasado..................................................................................... 76
Sobre el historiador futuro, el caótico presente y el pasado incierto.................... 79
Conclusiones............................................................................................................243
¡Somos muy desgraciados! El profundo caos en qe. estamos como entidad política es
causa de qe. sea imposible armonizar las ideas; cada uno lucha pr. la suya y no hay
criterio pa. lo bueno.
Vicente F. López a Juan M. Gutiérrez, 1854
¿Quiénes somos? ¿Adónde vamos? ¿Somos una raza? ¿Cuáles son nuestros progenitores?
¿Somos nación? ¿Cuáles son sus límites? De estas dudas han nacido derroteros que
conducen al abismo.
D. F. Sarmiento, 1858121.
121
F. Bilbao a V. F. López, Bs. As., 14/4/1858, en AGN, Sala VII, Archivo y Colección Los López,, doc. nº 4627; V.
F. López a J. M. Gutiérrez, Montevideo, 18/8/1854, en AE t. III, p. 66; D. F. Sarmiento, “Espíritu y condi-
ciones de la Historia en América”, en OCS, t. xxI, p. 98.
92 Fabio Wasserman
observaciones sobre algunos textos de Mitre y Sarmiento que bien podrían ser consi-
derados como historias nacionales.
122
Esta cuestión la traté en varios pasajes de mi tesis de licenciatura Formas de identidad política y representaciones de
la nación en el discurso de la Generación de 1837.
94 Fabio Wasserman
Pese a todo, algunos miembros del grupo romántico insistirían con el correr de
los años en la postulación de la preexistencia de una nacionalidad argentina que daría
fundamento al Estado nacional que aspiraban a constituir. Una nacionalidad que,
incluso, se la podía suponer vigente aunque no hubiera logrado ninguna encarnación
material. Como es sabido, el mayor adalid de esta postura fue Bartolomé Mitre, de
lo cual da cuenta la siguiente caracterización que hizo de la nacionalidad argentina en
octubre de 1852:
123
“Nacionalidad” en El Nacional nº 137, 27/10/1852.
124
“Estudios históricos” en LD, 25/11/1857.
Entre Clio y la Polis 95
Más allá de lo excesiva que parece esa afirmación en alguien cuya trayectoria
pública estuvo signada por conferencias, tratados, guerras y revoluciones, resulta sin
embargo representativa de lo que un historiador romántico debía pensar o, al menos,
sostener. ¿Pero por qué se creía que la definición de una identidad político-comunitaria
debía darse a través de un relato histórico? Al respecto caben notar dos cuestiones que
también atañen a Mitre pues sería el primero en lograr implementarlas con cierto éxito
en la edición de 1876/7 de su Historia de Belgrano y de la Independencia Argentina. Por un
lado, la necesidad de encontrar en el examen del pasado las fuerzas, principios o leyes
que determinan o rigen el devenir de una comunidad desde sus orígenes. Por el otro,
la elaboración de un relato cuyo sujeto sea esa misma comunidad y en cuya trama pue-
dan articularse sus rasgos distintivos y representarse el curso de su trayecto histórico.
Esta última pretensión resulta decisiva pues supone la elaboración de relatos que
deben ser en sí mismos una explicación, en tanto logran representar la realidad acon-
tecida a lo largo del tiempo. Agustin Thierry, uno de los más fervientes cultores de lo
que se ha dado en llamar historia narrativa, lo explicó en los siguientes términos: “Se ha
dicho que el objetivo del historiador es contar, no probar; yo no sé, pero estoy seguro
de que, en historia, el mejor tipo de prueba, el más capaz de impresionar y de conven-
cer a todos los espíritus, el que permite menos desconfianza y deja menos dudas es la
narración completa...”125. Desde luego que no todos compartían con Thierry su gusto
por dotar de excesivo colorido al relato. Pero incluso quienes preferían las obras de
carácter especulativo, entendían que el sentido de todo texto histórico debía articu-
larse en primer lugar narrativamente y en forma secundaria a través de comentarios
o reflexiones. Los contenidos podían ser entonces los hechos o su explicación, pero
en ambos casos debían estar articulados en una misma trama y no presentarse como
cuadros inconexos. Además ese relato debía ser lo más completo posible, ya que el
sentido de una historia sólo podía alcanzarse plenamente si lograban articularse bajo
una misma serie de principios todos los sucesos que afectaron de modo significativo
al sujeto que la protagoniza o, en todo caso, las explicaciones sobre esos hechos. Y
aunque es obvio que todos estos requisitos resultan imposibles de cumplir con éxito,
debe tenerse presente que son los que orientaron gran parte de la producción histo-
riográfica del período por lo que de algún modo debían ser satisfechos o así debían
creerlo su autor y sus lectores.
Esta pretensión fue puesta de manifiesto en 1861 por Luis Domínguez al dar a
luz una Historia Argentina que puede considerarse como la primera historia local de
envergadura pues abarca desde el descubrimiento de América hasta 1820. En el Pró-
logo, Domínguez se justifica por haberse contentado con trazar un cuadro general y
esquemático alegando que sólo aspira a cubrir un vacío informativo y a ofrecer una
obra que requiere un moderado esfuerzo de atención. Sin embargo se apura en aclarar
que esta elección no implica en modo alguno cercenar hechos y menos aún los que
125
La cita fue recogida por R. Barthes, quien nota al respecto que lo que el discurso histórico decimonónico
pretendía era “instituir la narración como significante privilegiado de la realidad”, “El discurso de la histo-
ria”, pp. 176/7.
96 Fabio Wasserman
126
L. Domínguez, Historia Argentina, pp. VI-VII.
127
L. Domínguez a V. F. López, Bs.As., 5/7/1861, en AGN Sala VII, Archivo y Colección los López, legajo nº 2372,
doc 4772.
Entre Clio y la Polis 97
128
“Bibliografía. La Provincia de Corrientes”, en LD 28 y 29/12/1857.
129
“Nuestros propósitos”, Revista del Paraná, nº 2, 31/3/1861.
98 Fabio Wasserman
cional como de las historias provinciales o regionales que se concebirían como un sub-
producto o un derivado de la primera y no al revés. En efecto, fue una vez establecido
el relato nacional en el último tercio del siglo xix cuando se estuvo en condiciones de
dar forma a los aportes que cada provincia habría hecho a esa historia colectiva.
Ahora bien, ¿cuáles son las causas de la ausencia de relatos históricos nacionales
o sus símiles provinciales en el período examinado? Como planteé a lo largo de esta
sección, no puede argüirse falta de conocimientos, fuentes, tiempo, dinero u otras ra-
zones por el estilo, incluso aunque fueran ciertas o así lo creyeran los propios escrito-
res. Hay otras razones más decisivas, y aunque cuesta distinguirlas unas de otras pues
actúan en conjunto potenciándose, igual merecen ser consideradas por separado.
En primer lugar existe un hecho evidente que, por eso mismo, es el que más se
suele destacar: la falta de rasgos distintivos como raza, religión, lengua, hábitos o
tradiciones que permitieran singularizar la sociedad rioplatense del resto de Hispano-
américa. Sin embargo se trata de una causa secundaria, pues con el correr de los años
se lograría dar forma a una serie de elementos que habrían caracterizado la experien-
cia histórica local con capacidad para soportar esa distinción. Más aún, muchos de
esos elementos distintivos fueron concebidos como tales por los románticos, tal como
lo hizo por ejemplo Sarmiento en su Facundo sobre el cual volveré luego.
En segundo lugar hay otras dos cuestiones también referidas a los contenidos
que, como constituyen el núcleo de las secciones siguientes, me permito apenas seña-
lar: el desinterés por el pasado indígena y el colonial, y las perplejidades provocadas
por el legado revolucionario. En relación a la primera cuestión resulta evidente que
ese desinterés, desprecio o juicio crítico, dificulta la posibilidad de elaborar relatos his-
tóricos capaces de remontarse a un pasado con alguna densidad y en el que pudieran
haberse ido conformando rasgos idiosincrásicos que prefiguraran una comunidad so-
ciopolítica. Esto bien podía ser atribuido al proceso revolucionario e independentista
que ocupó el centro de las reflexiones y relatos sobre el pasado, pues era considerado
un obligado punto de partida en el curso histórico local. Pero aunque la Revolución
era unánimemente reivindicada, se trataba de una experiencia cuyas consecuencias
indeseadas todavía se hacían sentir con fuerza, con lo cual no parecía fácil encontrar
en ella rasgos definitorios de una identidad y, menos aún, un rumbo histórico que
desembocara en la constitución de un orden político preciso.
Llegamos así a la que considero como la causa principal que es de orden político
y cuya resolución permitiría también hacerlo con las otras: la ausencia de una pers-
pectiva político-comunitaria inequívoca e irrecusable que posibilitara o alentara la
elaboración de narrativas históricas destinadas a fundamentarla o legitimarla.
A lo largo de la sección pudimos apreciar cómo los conflictos facciosos, persona-
les, regionales e incluso de valores o principios, opacaban cualquier posible postula-
ción de una comunidad como sujeto de una narrativa histórica aunque éste fuera uno
Entre Clio y la Polis 99
de los postulados más caros del romanticismo. Pero esto no es todo. También debe
tenerse presente que el verdadero sentido de un relato histórico nacional sólo podría
alcanzarse cuando lograra consolidarse un orden político-institucional o, al menos,
cuando se lo considerara viable e irrecusable. Es decir, cuando esa trayectoria previa
desembocara en la conformación de un orden estatal o este desenlace pudiera ser
considerado inminente. En ese sentido, como ha sido señalado en forma reciente, la
ausencia de historias nacionales podría entenderse como consecuencia de la precarie-
dad o de la inexistencia de un Estado nacional que las requiriera130. Y esa misma sería
la razón que permitiría explicar por qué Chile y Brasil sí podían tenerlas, así como
también instituciones que hubieran alentado su elaboración y difusión.
Pero entiendo que el problema es más complejo aún, pues no se trató tanto de la
inexistencia de un orden institucional o de que el mismo no pudiera ser concebido,
sino más bien de la coexistencia de diversas alternativas consideradas viables y, en
más de un caso, deseables. Si retomamos lo señalado en la Introducción en relación a la
indeterminación en lo que hacía a la constitución de formas estatales luego de 1820
cabe preguntarse cuál podía ser esa comunidad delimitada de modo incontrastable
que requiriera de relatos históricos para legitimar la erección en su territorio de un
orden sociopolítico y de un sistema institucional. El problema no es que no existiera
o que no pudiera ser concebida, sino que las posibilidades al respecto eran varias y
nadie podía saber con certeza cuál iba a terminar imponiéndose. Pero sin esa perspec-
tiva precisa, sin la posibilidad de postular la existencia de una comunidad delimitada
como sujeto y como resultado de una trayectoria previa, ¿cómo escribir su historia?
¿Cómo seleccionar los hechos que deben formar parte de un relato sobre su devenir?
¿En base a qué criterios? Para poner un ejemplo: los levantamientos contra las auto-
ridades españolas producidos en el Alto Perú en 1809, ¿debían o no formar parte de
una historia nacional argentina? Y lo mismo en relación a Uruguay, ¿cómo dar forma
a lo que Carlos Real de Azúa calificaría críticamente como su “predestinada diferen-
ciación” que informaría las historias nacionales hechas en el siglo xx?131.
La imposibilidad o la dificultad para dar forma a historias nacionales, problema
que animó a la cultura rioplatense pero que se hizo aún más patente en aquellos que
militaron en las filas del romanticismo, tuvo diversas causas que actuaron en conjunto
potenciándose. Entre ellas hay sin embargo dos que merecen destacarse, no sólo por
ser las de mayor peso, sino también por expresar ciertas paradojas o contradicciones
políticas e ideológicas. Por un lado, porque si bien la matriz historicista imponía bus-
car el sentido de la experiencia histórica local y del rumbo que ésta debía tomar ape-
lando al conocimiento del pasado, las convenciones ideológicas dominantes llevaban
a abjurar del mismo132. Por el otro, porque se suponía que el sujeto privilegiado de la
130
A. Eujanián, “Polémicas por la historia. El surgimiento de la crítica en la historiografía argentina, 1864-
1882”; E. Palti, “La Historia de Belgrano de Mitre y la problemática concepción de un pasado nacional”.
131
C. Real de Azúa, Los orígenes de la nacionalidad uruguaya, cap. 2.
132
Este problema presente en buena parte de la historioagrafía hispanoamericana del período ha sido plantea-
do con gran agudeza por Germán Colmenares en Las convenciones contra la cultura. Ensayos sobre la historiografía
hispanoamericana del siglo xix.
100 Fabio Wasserman
133
B. Mitre a Juan M. Gutiérrez, Bs.As., 17/3/1862, en AE t. VII, p. 57.
134
Al respecto puede consultarse mi trabajo “Fragmentos de un discurso histórico: la construcción de una
narrativa histórico-geográfica en la nomenclatura de Montevideo de 1843”.
Entre Clio y la Polis 101
–o, peor aún, sintetizados en un personaje indefinible y por eso monstruoso como
Rosas–. En tal sentido podría considerarse que más que una explicación histórica, en
Facundo hay una de índole sociológica basada en la existencia de fuerzas sociales en
pugna que ocupan diferentes espacios: “El siglo xix y el siglo xii viven juntos: el uno
dentro de las ciudades, el otro en las campañas”135. De ese modo el conflicto asume
una dinámica espacial que subordina y pone en cuestión la capacidad explicativa de la
Historia que sólo puede producirse en ámbitos civilizados como las ciudades.
En tercer lugar, porque el pasado colonial casi no aparece historizado y, menos
aún, de modo tal que permita explicar el tránsito de la colonia a la república: para
Sarmiento la Revolución sólo pudo producirse por el influjo de las ideas ilustradas
europeas en un sector minoritario de la elite criolla cuyas disputas internas habían per-
mitido después que la barbarie hiciera pie y se adueñara de las ciudades. Ahora bien,
una de las claves que posibilitaría la estructuración de un relato histórico nacional fue
precisamente la articulación del período colonial y el republicano recurriendo a unos
mismos principios explicativos y a una trama que representara ese tránsito. ¿Cómo
considerar si no que se trata de una única historia protagonizada por una nacionalidad
o por agentes que la representaron?
En relación a esto último, Recuerdos de Provincia presenta algunos cambios signifi-
cativos. Si bien fue escrito apenas un lustro después que Facundo, el final del rosismo
parecía entonces inminente, hecho que le facilitó a Sarmiento otra perspectiva desde
la cual leer la historia local. Pero esto no fue tan decisivo como su viaje a los Estados
Unidos, donde encontró un modelo alternativo de sociedad cuyo éxito atribuía entre
otras razones al hecho de tener una historia que podía remontarse a su período colo-
nial. Es por eso que el proceso independentista y la organización republicana podían
considerarse como su consecuencia legítima y no su negación como en Hispanoaméri-
ca. De algún modo esto se percibe en Recuerdos de Provincia, pues presta mayor atención
al ocaso del orden colonial cuando éste comenzaba a transmutar para dar paso a la
república.
Lo antedicho permite entender en parte por qué Recuerdos… es un relato en el
que los fenómenos tienden a explicarse bajo una clave más histórica que en Facundo.
Tanto es así que ahora puede asumir el relato desde el punto de vista de la civilización
cifrada en su San Juan natal, y ya no desde la barbarie que en Facundo se fagocita la
Historia. Sin embargo, como advirtió T. Halperín Donghi, en Recuerdos… los fenóme-
nos coloniales son tratados como extravagancias desprovistas de mayor sentido y no
como expresiones sociales significativas136. Sarmiento alega además que una vez esta-
llada la Revolución ya nada podía ser rescatado de ese pasado que recuerda con una
mezcla de nostalgia, piedad e ironía. Por último es necesario destacar que la biografía
de esa elite a la vez local y nacional y de la que Sarmiento aparece como su figura más
acabada, es en gran medida la historia de una decadencia: la de esas ciudades consti-
tuidas en el recinto de la civilización.
135
FO, p. 49.
136
T. Halperín Donghi, “El antiguo orden y su crisis como tema de Recuerdos de Provincia”.
Entre Clio y la Polis 103
137
“Espíritu y condiciones de la Historia en América”, en OCS, t. XXI, p. 86.
138
D. F. Sarmiento, “Corolario de la 1º edición de la Historia de Belgrano de 1859” en B. Mitre, Historia de Belgrano
y de la Independencia Argentina, pp. 14/5.
104 Fabio Wasserman
Entre otras cuestiones sustanciales, Sarmiento dice haber encontrado la clave del
tránsito entre el mundo colonial y el republicano en la Historia de Belgrano, así como
también una historia capaz de mostrar la unidad de la Argentina tras el aparente caos
de sus hechos. ¿Pero realmente es así? En el último capítulo se examina en detalle
este texto, por lo que ahora sólo me detendré en algunas precisiones que permiten
cuestionar esta aseveración.
En primer lugar hay un hecho que aunque pueda parecer banal igual resulta reve-
lador: Mitre no logra concluir su relato en ninguna de sus dos primeras ediciones, ni
la de 1858, ni la de 1858/9; la primera lo hace en 1812 y la segunda en 1816, mientras
que Belgrano murió en 1820. En ambos casos el autor alegó motivos razonables –en
la primera falta de espacio y en la segunda de tiempo–, aunque resulta significativo
que alguien como Mitre que nunca dejó de escribir, incluso cuando ejerció la presiden-
cia, debiera esperar casi dos décadas para completar su biografía. Podría conjeturarse
que había concebido ese cierre, pero incluso en ese caso, ¿cómo podrían captar los
lectores el sentido de esa biografía trunca? Por cierto que el apretado Corolario de Sar-
miento, más interesado en el enfrentamiento con Urquiza que en la vida del prócer,
no parece el medio más adecuado.
En segundo lugar, y si consideramos los propósitos declarados por Mitre, nos
encontramos con que estaba más preocupado en señalar la necesidad de racionalizar
el culto del héroe que en dar cuenta del desarrollo de los elementos germinales de la
nacionalidad argentina. Cuando en el Prefacio a la segunda edición procura resaltar
cuál es la importancia de su biografía, sólo señala que es necesario hacer una his-
toria documentada que explique el rol de Belgrano para que sirva como ejemplo y
guía de sus contemporáneos al igual que las otras figuras recordadas en la Galería de
Celebridades139. En ningún momento plantea que su biografía da cuenta del desarrollo
de la nacionalidad argentina o de alguno de sus elementos constitutivos, aunque en
la polémica con Vélez Sarsfield de 1864 argumentaría que ése había sido uno de sus
propósitos.
En tercer lugar se debe tener presente que aunque Mitre procura realzar algunos
fenómenos ocurridos en la colonia, se restringe al último tercio del setecientos. De ese
modo, y a diferencia de la edición de 1876/7 su texto resulta incompleto como historia
nacional y no precisamente por faltarle los últimos años de la vida del biografiado.
Esta última cuestión puede apreciarse mejor si se considera la recepción del tex-
to. Cuando dos años después Luis Domínguez publica su Historia Argentina, le envía
un ejemplar a López reconociendo que si bien no es el escritor más preparado para
hacerla, el propio López permanece en silencio, Varela no había podido hacer nada
antes de su asesinato, y “Mitre se ha quedado á mitad de camino”140. Entiendo que
con esto último se refiere no tanto a los años que faltan de la vida de Belgrano, sino
139
B. Mitre, “Prefacio de la segunda edición” en Historia de Belgrano y de la Independencia Argentina, Tercera y única
edición completa, pp. 18/9 [Bs.AS., 1858].
140
L. Domínguez a V. F. López, Bs.As., 19/6/1861, en AGN Sala VII, Archivo y Colección los López, legajo nº 2372,
doc. nº 4770.
Entre Clio y la Polis 105
más bien a gran parte del período colonial que Domínguez cree necesario recuperar.
Con lo cual, como reconoce el mismo Domínguez en el prólogo a su Historia Argentina,
si quería contarse con una historia nacional, no quedaba más remedio que articular la
Historia de Belgrano de Mitre con el Ensayo del Deán Funes que, a pesar de sus evidentes
limitaciones y anacronismos, había sido reeditado en 1856 ante la falta de obras que
pudieran reemplazarlo.
Claro que de esta unión es más fácil esperar un engendro que un relato coherente-
mente estructurado. De esto resulta una excelente muestra la primera obra didascálica
de carácter elemental que compendia el pasado rioplatense y que toma precisamente
como fuente a esas dos obras: el manual publicado en Buenos Aires en 1862 por
Juana Manso141. Para no fatigar con el examen de esta obra basta señalar lo endeble
que es su trama, basada en una estructura acumulativa más que significativa y cuyo
estilo se puede resumir en frases como “El otro acontecimiento notable de esa época”
(p. 30). Se trata en efecto de una crónica donde se suman hechos sin una legalidad
que los dote de sentido, razón por la cual tampoco logra articular una narrativa sobre
el origen y la evolución de la sociedad. Si bien se refiere a la génesis de fenómenos y
estructuras significativas –las ciudades, el comercio, la evangelización, la aduana, la
prosperidad de Buenos Aires, la Revolución de Mayo–, ese origen más que explicado
o narrado es señalado. Asimismo fracasa en lo que podría considerarse como el cierre
narrativo: la propia autora debe confesar que finaliza sin poder dar cuenta de los pro-
cesos desencadenados por la revolución, por lo que se contenta con señalar algunos
sucesos dispersos de 1815 y 1816. De ese modo, el cierre que vendría a dar sentido a
lo acontecido lo lega como una “ingrata tarea al que escriba la historia general de la
República”142.
Por cierto que tanto la capacidad de Juana Manso, puesta maliciosamente en duda
entre otros por Juan M. Gutiérrez, así como también el público al que estaba dirigido el
Compendio, tuvieron mucho que ver con sus resultados. Sin embargo el manual expresa
bastante bien el producto que podía resultar de la unión entre la obra de Mitre y la de
Funes. Y, por eso mismo, la incapacidad de la Historia de Belgrano para dar forma por
sí sola en ese marco a una historia nacional. Esta incapacidad se puede apreciar mejor
cuando se la compara con su tercera edición de 1876/7 que tiene contenidos –sujetos,
acontecimientos y fenómenos– inequívocamente argentinos articulados en una trama
que le permite dar cuenta de un origen de los mismos, muchos de los cuales pueden
incluso ser rastreados hasta el momento mismo de la conquista143. El problema en ese
141
J. Manso de Noronha, Compendio de la Historia de las Provincias Unidas del Río de la Plata, desde su descubrimiento has-
ta la declaración de su independencia, el 9 de julio de 1816, destinada para el uso de las escuelas de la República Argentina.
142
Id., p. 129.
143
Entre éstos se destacan particularidades geográficas y raciales, así como también el tipo de colonización en
la que había primado el “trabajo reproductor” por sobre el saqueo y cuya pobreza originaria e igualadora
había promovido una “democracia rudimentaria”. Por otro lado, Mitre advierte que la construcción de un
mercado y el vínculo con Europa a través del Atlántico habían sido de fundamental importancia para el de-
sarrollo local en el siglo xviii, creando nuevos intereses que vendrían a fundamentar las futuras aspiraciones
de independencia de los argentinos. B. Mitre, “La sociabilidad Argentina. 1770-1794”, Introducción a Historia
106 Fabio Wasserman
de Belgrano y de la Independencia Argentina [Bs.As., 1876/7]. Un análisis de esta versión y de las problemáticas
huellas dejadas por las anteriores en E. Palti “La Historia de Belgrano de Mitre…”, op.cit.
144
B. Mitre, “Estudios Históricos sobre la Revolución Argentina. Belgrano y Güemes” en OCM, vol. XI, pp.
295 y 322 [Bs.As., Imprenta del Comercio del Plata, 1864].
Entre Clio y la Polis 107