Historia Naval
Historia Naval
Historia Naval
La Marina de Guerra del Perú es una institución surgida en el contexto del proceso de independencia.
No obstante ello, la relación con el mar del antiguo poblador peruano se remonta a tiempos ancestrales hasta
épocas en las que los cazadores recolectores que ocuparon los Andes descendieron hacia la costa para explotar
los ricos recursos marinos que la Corriente Peruana facilita.
Utilizando los materiales disponibles localmente, algunos de estos grupos construyeron ayudas a la flotación que
luego fueron evolucionando hasta alcanzar la condición de balsas capaces de transponer la rompiente. Cuando
este nivel fue alcanzado, algunos de estos grupos incursionaron a mayores distancias, llevando a cabo
navegaciones que les permitieron alterar sus patrones ancestrales de trueque y reciprocidad, tan generalizados
en el mundo andino. Con ellos vino el primer atisbo de un nuevo ordenamiento social, al aparecer un grupo
especializado en el comercio y la navegación. Tal fue, al menos en la costa peruana, el caso de Los Chincha.
Las embarcaciones del mundo andino tuvieron su propio proceso evolutivo. Al parecer, las más tempranas fueron
de totora y de palo, que fueron utilizadas en la pesca hasta convertirse en los actuales caballitos de totora y
balsillas del litoral Norte. Aparentemente, debido a las necesidades estatales moche, la balsa de totora creció y
alcanzó dimensiones importantes, siendo utilizada para el intercambio y eventualmente para la guerra, como lo
evidencia su rica iconografía.
La balsilla de palo evolucionó más lentamente, pero logró incorporar algunos adelantos importantes, tales como
el velamen, con su correspondiente aparejo, y un peculiar sistema de gobierno, utilizando guares o pares de
planchas que se sumergían entre los troncos para gobernar y evitar la deriva. La balsa de palos se expandió por el
mundo andino hacia principios de este milenio, sustituyendo a la gran balsa de totora. Cuando arribaron los
europeos a costas peruanas, pudieron encontrar así una embarcación de porte similar a algunas de las suyas, con
capacidad de carga de hasta 60 ó 70 toneladas. Su ingenioso sistema de gobierno fue adecuado a las
embarcaciones europeas surgiendo así la orza o quilla variable, aporte peruano a la navegación mundial.
Finalmente, al momento del arribo español ya en algunas partes del litoral como en Ilo y Chancay se había
comenzando a utilizar pequeños botes con fines de pesca.
PERÚ VIRREINAL
Durante la época virreinal, le correspondió al Callao, como primer puerto del Virreinato del Perú y asentamiento
hispano más importante de la costa del Pacífico sudamericano, jugar un papel preponderante. En el virreinato
peruano se estableció el control de las rutas marítimas en el Pacífico, y para ello fue creada en 1570 la Armada de
la Mar del Sur, destinada a ejercer el dominio efectivo sobre aquel vasto espacio marítimo.
Posteriormente, en la segunda mitad del siglo XVIII, se dio una nueva organización para las fuerzas navales
presentes en el Perú, tomando como lugar de establecimiento el Callao, donde se creó una Capitanía de Puerto,
entidad que pasó a ejercer el control marítimo y naval del área. Al mismo tiempo también se estableció la Real
Academia de Náutica de Lima; el Departamento Marítimo del Callao, con capitanías de puerto subordinadas en
Valparaíso, Concepción y Guayaquil; el Hospital Naval de Bellavista y varios otros establecimientos.
Todo este proceso sentaría las bases materiales y humanas sobre las cuales surgiría la institución naval peruana,
como elemento necesario para hacer respetar el incipiente Estado que comenzó a formarse a partir de julio de
1821.
La creación de un centro de formación de pilotos fue idea del virrey Luis Enríquez de Guzmán, Conde de Alba de
Liste y comenzó a funcionar en 1657 bajo la dirección del cosmógrafo mayor, Francisco Ruiz Lozano. En 1791, el
virrey Francisco Gil de Taboada, dio la Real Órden creando la Academia Real Náutica de Lima con los objetivos de:
“preparar alumnos para convertirlos en pilotines, y, adicionalmente, graduar pilotos con el suficiente bagaje
profesional para garantizar sus futuros desempeños en buques que los requiriesen”.
También se mandaron construir en España los bergantines Peruano y Limeño (1794) primeras naves permanentes
de la Real Armada. Tanto el virrey Taboada Gil como su antecesor Manuel de Guirior (1776-80), fueron los
impulsores de estos cambios, dada su condición originaria de oficiales navales.
Con la finalidad de controlar y regular el comercio que se desarrollaba entre España y el Nuevo Mundo, así como
para poder rechazar a los ataques de piratas y corsarios, a mediados del siglo XVI, se creó un sistema de flotas y
convoyes anuales. Este enlace primario entre España y sus colonias americanas, a pesar del ataque de sus rivales
europeos, se mantuvo exitosamente por más de 150 años.
Una de estas flotas, viajaba desde España hacia el virreinato de Nueva España, que incluía México, Centroamérica
y el Caribe, y la otra era la que se dirigía al virreinato del Perú. La flota destinada a este último, zarpaba hacia
Nombre de Dios (posteriormente Portobelo) en Panamá, en donde existía una feria en donde se realizaba un gran
intercambio comercial.
En un principio, la navegación hacia Panamá era efectuada por este sistema de flotas, hasta que a raíz de la
inesperada incursión de Drake sobre las costas del Mar del Sur, se creó aproximadamente hacia 1570, la primera
agrupación naval organizada en el virreinato del Perú.
La Armada del Mar del Sur, nombre con el que se le conoció a esta organización naval, tuvo como misión principal
brindar protección a los convoyes destinados a Panamá y que transportaban como carga más importante la plata
proveniente de las minas del Alto Perú. En segundo lugar, tenia la misión de defender el litoral Pacífico de todo el
virreinato. Resulta interesante ver como ambas misiones de la armada eran distintas y contrapuestas, puesto que
la escasez de naves y recursos, lógicamente harían de la protección de las naves que transportaban los caudales
hacia Panamá, como la misión de mayor importancia.
El comercio colonial tuvo gran influencia en el desarrollo de la sociedad hispanoamericana. Este comercio se
realizó a través de flotas que partían de Sevilla hasta las Antillas, para de allí dividirse en dos grupos, uno de los
cuales se dirigía a Nueva España (México) y el otro hacia Panamá desde donde partían al Perú. Para esto se contó
con la labor de varias instituciones coloniales, una de ellas fue la Casa de Contratación de Sevilla. Esta era una
institución que regulaba el intercambio comercial y mercantil. Entre sus atribuciones estaba el almacenar
pertrechos y accesorios navales requeridos para el tráfico en ultramar, llevar un registro de las naves que salieren
y regresaren de las indias con escala final en Sevilla, verificar celosamente la capacidad técnica de los pilotos y
capitanes de las naves que realizasen el comercio con los territorios ultramarinos, llevar el control de las
adquisiciones de artillería, municiones y pertrechos navales de toda índole, entre otros. También existió un activo
intercambio comercial entre los puertos del Callao y Acapulco en México aunque solo para productos oriundos de
ambos virreinatos.
En un inicio, los productos eran comerciados desde la península hacia las colonias, mediante el empleo de
galeones y para el comercio de cabotaje en los puertos del Pacífico se utilizaban buques de menor porte. La feria
de Portobelo en Panamá era la que atraía gran cantidad de comerciantes de todo el nuevo mundo. Con los años y
debido a la actividad corsaria, España tuvo que cambiar su política monopólica y abrir los puertos al libre
comercio en las colonias, lo que ocurrió en 1778, beneficiando esta medida a los puertos de Buenos Aires y
Valparaíso en desmedro del Callao.
Los puertos más importantes en el virreinato peruano fueron el Callao, que era la puerta obligada de los
productos que llegaban de Europa vía Panamá. Otro de los puertos que alcanzó gran importancia por el comercio
de la plata proveniente de la zona de Potosí fue Arica. En el norte, Guayaquil se constituyó en uno de los
principales astilleros del Pacífico. El monopolio comercial impuesto por España a sus colonias así como la cantidad
de riqueza extraída de éstas, provocó que las potencias europeas enviaran expediciones y corsarios destinados a
atacar las embarcaciones españolas que realizaban el tráfico comercial sobre todo de las que transportaban
metales preciosos.
Las potencias europeas enviaron expediciones y corsarios para arrebatar a España las riquezas que eran
transportadas en los navíos y galeones hacia la Metrópoli, así como socavar el poderío español cuando se hallaron
en guerra contra ella. Algunos de los incursores no solo atacaron a los navíos, sino que también hicieron lo propio
con los puertos americanos. Como se ha mencionado anteriormente, a mediados del siglo XVI, como parte de una
nueva política defensiva se impuso el empleo de un sistema de convoyes y se fortificó los principales puertos en
donde se realizaban las actividades comerciales.
Los corsarios y expedicionarios no sólo actuaban con intenciones hostiles, sino también por la búsqueda de
vínculos comerciales e incluso proyectos políticos contra el dominio hispano. Entre los corsarios y expediciones
importantes hacia nuestras costas, estuvieron la de los ingleses Francis Drake (1578-79), Thomas Cavendish
(1587) y Richard Hawkins (1593-94). Asimismo, se hicieron presente en costas peruanas las expediciones
holandesas de Joris van Spielbergen (1615) y Jacques Clerk L’Hermite (1624).
Una de las acciones más importantes ocurridas durante la época virreinal como parte de las incursiones de los
enemigos de España en costas americanas, se dio en el año 1615, cuando el holandés Joris Van Spilbergen arribó
a
costas americanas por el estrecho de Magallanes con seis naves. El Virrey Príncipe de Esquilache, envió a una
escuadra con siete pequeños barcos a combatirlo, produciéndose un combate naval frente a Cerro Azul el 7 de
julio de aquel año, donde se hundió una nave española con 500 hombres, logrando vencer los holandeses. Sin
embargo, el corsario no atacó el Callao, fue luego a Huarmey, saqueando dicho puerto y después se dirigió a Paita
pero no la atacó. Finalmente, dejó costas peruanas con rumbo a Acapulco, Islas Molucas y las Filipinas, en donde
sus naves fueron prácticamente diezmadas por naves españolas. En aquel combate, se dio un episodi o entre una
nave holandesa y una nave española. Spielbergen narró el hecho señalando cómo los españoles “prendieron
muchas linternas y antorchas y, a gritos, gimiendo y llorando, finalmente se hundieron con nave y todo, en
nuestra presencia”. El rescate de los sobrevivientes fue penoso: “Algunos de nuestros marineros, en contra de las
órdenes dadas, mataron a palos a algunos españoles”.
EXPEDICIÓN DE L´HERMITE
Otra expedición, de mayor envergadura fue la que llegó a costas del Perú en 1624, cuando el Almirante holandés
Jacques Clerk, conocido también como L´ Hermite, al mando de una flota de once naves bloqueó y atacó el Callao,
teniendo como base a la Isla San Lorenzo. El Virrey Diego Fernández de Córdova enfrentó con éxito aquel ataque,
sumándose el hecho de la inesperada muerte de Clerk, lo que provocó el retiro final de los holandeses, luego de
tres meses de asedio.
El origen de la palabra “Callao” no es muy clara, barajándose vínculos lingüísticos tanto españoles como nativos. A
sus habitantes se les dice “chalacos”, derivado de “Challahaque”, es decir, ‘hombre de la costa’.
Durante los tiempos virreinales, el Callao significó para el poder español no sólo el centro del tráfico comercial
como puerto más importante del virreinato del Perú, sino también como centro de operaciones de la Armada del
Mar del Sur. En 1687 y 1746, sufrió el embate de maremotos, que destruyeron la población e instalaciones
defensivas y portuarias existentes. En la República mantuvo siempre un rol importante en hechos decisivos como
el Combate del 2 de Mayo. En 1857, por decreto de Ramón Castilla, el puerto fue elevado al rango de “Provincia
Constitucional”.
EL PUERTO DE PAITA
El puerto de Paita está ubicado en el departamento de Piura, y fue fundado por Pizarro en 1537 con el nombre de
“San Francisco de la Buena Esperanza de Paita”. Era el punto obligado de recalada de toda nave que llegaba al
litoral peruano, desembarcando pasajeros que luego seguirían por tierra a Lima.
Paita ostenta el honor de haber sido lugar de residencia de nuestro héroe máximo: el almirante Miguel Grau,
quien pasó ahí algunos años de su niñez cuando su padre trabajaba en la aduana del puerto.
EL PUERTO DE ARICA
Fundado en 1570 con el nombre de San Marcos de Arica, en tiempos virreinales, fue el paso obligado para el
tráfico comercial entre el actual sur peruano y Bolivia, en especial durante el apogeo del centro minero de Potosí,
el mayor productor de plata del virreinato peruano. En la República, mantuvo su preponderancia como salida
comercial no sólo del Perú sino también de Bolivia. Luego de Guerra del Pacífico (1879-1883), quedaría en manos
de Chile pasando bajo su soberanía formal en 1929.
LA INDEPENDENCIA Y EL ESTABLECIMIENTO DE LA MARINA DE
GUERRA DEL PERÚ
Durante la época de la Independencia, el mar fue el camino por el cual las fuerzas libertadoras llegaron a
territorio peruano y pusieron en jaque a las fuerzas realistas para lograr finalmente la independencia del Perú.
Sin embargo, el planeamiento de esta operación marítima, la más importante realizada hasta entonces en aguas
del Pacífico sudamericano, tuvo sus antecedentes algunos años antes. Para mantener la independencia lograda
tanto en Argentina como en Chile, se requería hacer lo propio en el Alto y Bajo Perú, y para ello las fuerzas
independentistas al mando de San Martín, tenían claro que para poner en jaque al núcleo del poder español
asentado en el Perú, se tendría que llevar las fuerzas propias por vía marítima, pero previamente logrando el
control del mar. Ya desde 1816, corsarios bonaerenses y chilenos habían realizado varias incursiones contra
puertos peruanos, y en 1819 el almirante Cochrane, marino británico al servicio de la causa libertaria, por órdenes
de San Martín efectuó dos expediciones sobre la costa peruana atacando exitosamente al puerto del Callao,
logrando prácticamente con ello neutralizar las fuerzas navales realistas.
Don José de San Martín habiéndose dado este importante paso, en Chile, y al mando de San Martín, se constituyó
una Expedición Libertadora, cuya escuadra, al mando de Cochrane, estaba conformada por ocho buques de
guerra y dieciocho transportes que llevaban a bordo unos 4.500 soldados. Esta fuerza naval zarpó de Valparaíso el
20 de agosto de 1820, y arribó a su destino elegido, en la bahía de Pisco, al sur de Lima, el 7 de setiembre,
desembarcando el 8 e iniciando sus operaciones terrestres al despacharse una columna del ejército patriota hacia
el interior del país.
Luego, el cuerpo principal de este ejército expedicionario se desplazó el 26 de octubre de 1820 por mar hacia el
norte de Lima, estableciendo su base de operaciones en la ciudad de Huaura. Desde allí se lograría que los
realistas abandonaran la capital el 6 de julio de 1821, para luego ingresar San Martín con su ejército y ocupar la
ciudad, en donde se proclamó la independencia del Perú el 28 del mismo mes.
Sin embargo, a pesar que la capital se hallaba en manos de las fuerzas patriotas, ello no ocurría con el puerto del
Callao, que aun hasta setiembre hubo de permanecer bajo dominio realista. En lo que respecta al establecimiento
de la institución naval de la República del Perú, el gobierno constituido bajo el protectorado del general San
Martín, encargó al capitán de navío Martín Jorge Guise, de origen británico, la tarea de organizar una marina de
guerra, nombrándolo como su primer Comandante General. La naciente Armada, heredó el establecimiento
terrestre y portuario del Departamento Marítimo del Callao, adoptando las ordenanzas navales españolas,
excepto para lo que refiere a las normas disciplinarias a bordo, que fueron las británicas.
La primera nave en enarbolar el pabellón nacional fue la goleta Sacramento, capturada el 17 de marzo de 1821
por los hermanos Victoriano y Andrés Cárcamo, y rebautizada Castelli. En setiembre se incorporaron los
bergantines Belgrano y Balcarce, que habían servido a la causa realista bajo el nombre de Guerrero y Pezuela. En
noviembre se sumó a la escuadra la corbeta Limeña; a principios de 1822 lo hizo la goleta Macedonia y luego la de
igual clase Cruz, el bergantín Coronel Spano y finalmente la fragata Protector, que había servido al rey bajo el
nombre de Prueba.
Goleta Sacramento La función inicial de la Armada Peruana fue bloquear los puertos del sur, zona aún ocupada
por los realistas y sobre la cual San Martín había concebido una operación que se inició el 15 de octubre de 1821,
enviando a la corbeta Limeña y a los bergantines Balcarce y Belgrano para establecer el control de la costa entre
Cobija y Nazca. Sin embargo, dichos buques no se daban abasto para cumplir la misión, a lo que se sumó el
desconocimiento del bloqueo por parte de naves extranjeras lo que dificultó la tarea encomendada. En el
entretanto, a finales de 1821 se había realizado la denominada Primera Expedición a Puertos Intermedios,
capturando la escuadra peruana el puerto de Arica. En 1823, el gobierno de José de la Riva-Agüero encargó el
mando de la Armada al capitán de navío José Pascual de Vivero, secundado por Guise al frente de la Escuadra,
quien ostentaba ya el grado de contralmirante. Ambos se encargaron de planificar la Segunda Campaña a Puertos
Intermedios.
Vicealmirante Jorge Martín Guise Posteriormente, en febrero de 1824, el Callao fue retomado por fuerzas
realistas, lo que conllevó a extender el bloqueo hacia el puerto de Chancay. La Escuadra peruana, mantuvo un
largo bloqueo en el Callao por espacio de casi dos años, lapso en el cual se produjeron varias incursiones y un
enfrentamiento con la escuadra realista. Aunque las hostilidades cesaron con la capitulación española tras el
triunfo del ejército patriota en la Batalla de Ayacucho el 9 de diciembre de 1824, aun quedaría en el Castillo del
Real Felipe un puñado de realistas al mando del General español Ramón Rodil, quien finalmente desistiría de su
resistencia en enero de 1826, al rendirse a las fuerzas patriotas, desapareciendo con ello los últimos vestigios de
la dominación española en el Perú.
LA MARINA DE GUERRA EN LA REPÚBLICA S. XIX
La Guerra con la Gran Colombia (1828-1829)
El primer conflicto internacional al que la naciente República del Perú hubo de enfrentar, fue contra la Gran
Colombia, debido al reclamo de dicha nación por los territorios de Jaén y Maynas, legítimamente pertenecientes
al Perú desde antes de la independencia. La declaratoria de guerra por parte de la nación grancolombiana se dio
el 3 de julio de 1828, conllevando al Gobierno peruano a alistar sus fuerzas terrestres y navales.
En lo que a la campaña naval respecta, el primer encuentro de este conflicto se produjo en agosto de 1828,
cuando a la corbeta Libertad, al mando del capitán de corbeta Carlos García del Postigo, se hallaba en aguas
internacionales frente al Golfo de Guayaquil, con la finalidad de controlar e interceptar las naves que entrasen o
saliesen de ese puerto. El 31 de agosto de 1828, las naves colombianas Pichincha y Guayaquileña atacaron a la
corbeta peruana frente a Punta Malpelo, siendo rechazadas y obligadas a retirarse con grandes pérdidas a bordo.
Luego, las fuerzas peruanas establecieron el bloqueo en Guayaquil y sobre la costa grancolombiana desde
Tumbes hasta Panamá. La escuadra nacional, al mando del vicealmirante Jorge Martín Guise, se dirigió a
Guayaquil y realizó diversas incursiones antes de atacar las defensas de esa ciudad ribereña, los días 22 al 24 de
noviembre de 1828. En dicha acción se logró batir las defensas a flote y silenciar buena parte de la artillería
enemiga, pero la noche del 23 al 24, la fragata Presidente encalló y los defensores aprovecharon la situación para
atacar. Al amanecer, con el repunte del río, la fragata volvió a ponerse a flote, pero el último tiro enemigo dio de
lleno en el vicealmirante Guise, que falleció poco después. El mando de la escuadra fue asumido por el teniente
primero José Boterín, quien continuó el asedio sobre la plaza enemiga, la que finalmente se rindió el 19 de enero
de 1829. Luego de esta acción la corbeta Arequipeña y el bergantín Congreso incursionaron sobre Panamá,
logrando rescatar una de las naves mercantes capturadas por los colombianos.
Guayaquil permanecería ocupado por fuerzas peruanas hasta el 21 de julio de 1829. Este conflicto concluiría tras
la firma del Armisticio de Piura suscrito el 10 de julio del mismo año, pero aun quedaría pendiente la situación
fronteriza
Durante la época virreinal, el territorio que constituía la audiencia de Charcas o el Alto Perú, dependiente en un
primer momento del virreinato del Perú, desde 1776 pasó a formar parte del virreinato de Buenos Aires. Este
territorio fue independizado en 1826, naciendo la República de Bolivia. Años más tarde, surgiría un proyecto
político ambicioso cuyo propulsor principal fue el mariscal boliviano Andrés de Santa Cruz, que propugnaba la
creación de un estado confederado sobre la base de los territorios del Perú y Bolivia, históricamente unidos por
diversos lazos, especialmente económicos. Esta integración buscaba entre otras cosas restaurar los antiguos
circuitos mercantiles establecidos en ambos territorios desde tiempos ancestrales, así como promover una
política de libre comercio con el extranjero. Luego de un intenso periodo de crisis política, la Confederación quedó
establecida en 1836, conformada por tres estados confederados: el Estado Nor Peruano, el Estado Sur Peruano, y
Bolivia.
La conformación de esta nueva nación, tuvo importante acogida en los departamentos del sur peruano al poder
beneficiarse del libre comercio, pero en cambio no fue bien recibida por las élites limeñas y del norte peruano,
que tradicionalmente habían mantenido un intercambio comercial cerrado con Chile, país que a su vez vio a esta
confederación como una amenaza para sus intereses económicos.
Las acciones navales por parte de la Armada de Chile no se hicieron esperar: el 21 de agosto de 1836 arribó al
Callao el bergantín de guerra chileno Aquiles, en lo que se suponía una visita de buena voluntad. Sin embargo,
aprovechando el estado de desarme en que se encontraban los buques de guerra peruanos en el fondeadero, por
las luchas internas de los años precedentes, esa misma noche llevó a cabo un sorpresivo ataque que le permitió
capturar a la barca Santa Cruz, el bergantín Arequipeño y la corbeta Peruviana. Se inició así la guerra entre Chile y
la Confederación Peruano-Boliviana.
La primera fase de esta guerra debió definirse en el mar, y fue por ello que uno y otro bando trataron de hacerse
de su control. En el caso de la Confederación, esta fase de la campaña estuvo en manos de la Armada Peruana,
cuya flotilla compuesta por las corbetas Socabaya y Confederación y el bergantín Congreso zarparon en
noviembre de 1837 con la finalidad de incursionar sobre territorio enemigo. Primeramente atacaron las islas de
Juan Fernández, en donde rindieron a la guarnición que tenía a su cargo el presidio y libertaron a los presos
políticos, para luego bombardear los puertos chilenos de Talcahuano, Huasco y San Antonio, llegando también a
desembarcar tropa de Marina en San Antonio y Caldera.
Por su parte, el gobierno chileno y los peruanos opositores de la Confederación prepararon una expedición que, al
mando del almirante Manuel Blanco Encalada desembarcó en el sur peruano y avanzó sobre Arequipa. Tras
permanecer en esa ciudad durante más tiempo la fuerza expedicionaria de Blanco Encalada fue obligada a
rendirse, por el mariscal Santa Cruz, firmando el Tratado de Paucarpata el 17 de noviembre de 1837 y
reembarcándose con destino a su país. El tratado fue posteriormente repudiado por el gobierno chileno, que
envió un escuadrón compuesto por cinco buques de guerra al mando del marino británico Roberto Simpson para
hostigar la costa peruana. A estas naves le salió al encuentro en las afueras del puerto peruano de Islay un
escuadrón peruano formado por la corbeta Socabaya y los bergantines Junín y Fundador a órdenes del capitán de
fragata Juan José Panizo. Simpson intentó destruir esa fuerza naval el 12 de enero de 1838, pero Panizo logró
maniobrar inteligentemente durante varias horas logrando poner a salvo a sus naves ante un enemigo superior en
número y fuerza. Aquella acción, conocida como el Combate Naval de Islay, fue un triunfo peruano, que concluyó
con la retirada de los buques chilenos.
Sin embargo a lo largo del año, Chile logró obtener el control del mar y en setiembre estuvo en condiciones de
despachar una nueva y poderosa expedición restauradora con 5.400 soldados al mando del general Manuel
Bulnes. Las fuerzas de Bulnes, reforzadas por los peruanos opositores a Santa Cruz, entre los cuales estaban
Gamarra y Castilla, lograron derrotar a Orbegoso, en agosto; y luego a Santa Cruz en la decisiva batalla de Yungay,
el 20 de enero de 1839. Ocho días antes, el 12 de enero de 1839, el escuadrón naval chileno al mando de Simpson
y algunos buques que habían transportado a la expedición del general Bulnes fueron atacados en el puerto de
Casma por la escuadra confederada formada por la corbeta Esmond, la barca Mexicana, el bergantín Arequipeño
y la goleta Perú, bajo las órdenes del marino francés Juan Blanchet. La acción duró varias horas, falleciendo
Blanchet y perdiéndose el Arequipeño, pero causando considerables pérdidas a las naves chilenas. En lo que
respecta a la Confederación, luego de la retirada y dimisión de Santa Cruz tras la derrota de los confederados
frente a las tropas restauradoras en la Batalla de Yungay, su existencia concluyó con su disolución, dando paso a
un gobierno restaurador al mando de Agustín Gamarra.
La introducción de la propulsión a vapor y el surgimiento del Perú como potencia naval en Sudamérica
La explotación en gran escala de los depósitos de guano de la costa peruana facilitó la estabilización de los
gobiernos peruanos desde fines de los años cuarenta hasta principio de los años setenta del siglo pasado. Entre
los que más atención brindaron a la Marina en ese período figuran el Mariscal Ramón Castilla y el General Rufino
Echenique, quienes propiciaron convertir al Perú en una potencia naval a través de un agresivo programa de
adquisiciones.
Entre dichas naves merecen destacarse la fragata Mercedes, que fue la primera nave de guerra que adquirió
Castilla, y luego el Rímac, primer buque de guerra a vapor en aguas sudamericanas, construido en Estados Unidos
de América y que arribó al Callao el 27 de julio de 1848. Las fragatas Callao y Amazonas fueron encargadas a
Inglaterra en la década siguiente. También se adquirieron otras naves de guerra y transportes, al punto que la
Escuadra peruana llegó a ser la más importante en Sudamérica en esos años.
Sin embargo, un hecho lamentable, vistió de luto a la armada, cuando la fragata Mercedes naufragó frente a
Casma el 2 de mayo de 1854. Aquel terrible accidente, que costó la vida de más de 800 personas, dejó una
magnífica lección de valor más allá del cumplimiento del deber, cuando el comandante, capitán de navío Juan
Noel prefirió hundirse con su nave antes de abandonarla en tan difícil trance y con gran cantidad de gente que
aún permanecía a bordo.
Otro de los acontecimientos de importancia se había suscitado algunos años antes. El hallazgo de oro en la costa
californiana de los Estados Unidos, provocó una masiva migración de aventureros en busca de tan valioso metal,
los que llegaban en cantidad por vía marítima. Muchos de estos buques no sólo desembarcaban a sus pasajeros,
sino que también perdían a buena parte o incluso a toda su tripulación atraída por la denominada "fiebre de oro".
En 1848, algunos buques peruanos se encontraban abandonados en San Francisco, por lo que sus propietarios
solicitaron al gobierno que se enviase una nave de guerra con el fin de proteger sus intereses. Fue así que el
bergantín General Gamarra, al mando del capitán de fragata José María Silva Rodríguez, fue enviado a San
Francisco, donde permaneció casi diez meses. Durante su estada en ese puerto se produjo un gran desorden en
tierra que las autoridades locales no pudieron sofocar, debiendo solicitar ayuda a los buques de guerra
extranjeros surtos en la bahía. Por ese motivo, un destacamento armado desembarcó del Gamarra y ayudó a
poner orden en la ciudad. De este modo el Perú tomó parte en la primera y única intervención armada de una
fuerza naval foránea en territorio de los EE.UU.
El 25 de octubre de 1856 la fragata Amazonas, al mando del capitán de navío José Boterín, zarpó del Callao en
demanda de Hong Kong para realizar algunos trabajos urgentes en el dique de ese puerto. Al arribar a su destino,
se halló con la sorpresa que había estallado la Segunda Guerra del Opio, motivándolo a dirigirse a Calcuta, donde
efectuó las reparaciones que necesitaba. Durante su estada en dicho puerto fallecieron varios de los tripulantes
de la fragata, víctimas del cólera. De allí pasó a Londres, donde Boterín fue reemplazado por el Capitán de
Corbeta Francisco Sanz, y se completó el armamento de la fragata. Finalmente, la Amazonas zarpó de Londres en
demanda del Callao, arribando a nuestro primer puerto el 28 de mayo de 1858, luego de haber completado la
primera vuelta al mundo de un vapor de guerra sudamericano, en el que también tomaron parte 17
guardiamarinas.
El 1857 el gobierno ecuatoriano suscribió un convenio para el pago de una deuda con acreedores británicos,
dando en concesión territorios amazónicos pertenecientes al Perú. La protesta peruana fue unánime y el
presidente Castilla ordenó el bloqueo del Golfo de Guayaquil, el mismo que fue llevado a cabo por una escuadra
al mando del contralmirante Ignacio Mariátegui. El bloqueo se inició el 4 de noviembre de 1858, y habría de durar
más de un año, lapso durante el cual Ecuador fue víctima de profundas luchas internas que llevaron al Presidente
Castilla a decidir la ocupación del puerto de Guayaquil, desembarcando fuerzas peruanas en ese puerto a
mediados de noviembre de 1859. El 25 de enero de 1860 se firmó el Tratado de Mapasingue, que dio por
terminado el conflicto.
Después de la Batalla de Ayacucho, todos los países hispanoamericanos, excepto el Perú, habían firmado tratados
de paz con España, mediante los cuales esta nación reconocía su independencia. Ello no había sido obstáculo para
que se produjeran diversos actos de buena voluntad entre Perú y España, pero ciertamente no existían relaciones
oficiales.
En ese contexto, a mediados de 1863 se presentó en el Pacífico una escuadrilla española compuesta por las
fragatas Resolución y Nuestra Señora del Triunfo, así como por la goleta Covadonga, que llevaba a bordo una
Expedición Científica con el propósito de estudiar las antiguas posesiones españolas. En esas circunstancias se
produjo un incidente en la hacienda Talambo, en el que fue muerto un español.
El almirante español Luis Hernández Pinzón, protestó ante el gobierno peruano, e incitado por Eusebio Salazar y
Mazarredo, cuyo cargo de Comisario Extraordinario para el Perú no había sido reconocido por el gobierno
peruano, ocasionó que en represalia, las fuerzas españolas capturaran el 14 de abril de 1864 las Islas Chincha, de
donde provenía la mayor parte del guano que el Perú exportaba.
Producidos estos hechos, España reforzó su Escuadra del Pacífico con las fragatas Blanca, Berenguela y Villa de
Madrid, la goleta Vencedora y el blindado Numancia. El gobierno peruano, imposibilitado de hacer frente a tal
amenaza, se vio obligado a firmar un tratado conocido como Vivanco-Pareja, que ponía fin al conflicto pero que
fue prontamente rechazado por la nación. El coronel Mariano Ignacio Prado se levantó en Arequipa y tras casi un
año de guerra civil logró hacerse del poder, repudiando el referido tratado y reiniciando las hostilidades.
Previamente se había firmado un acuerdo con Chile, al que se sumaron Bolivia y Ecuador, de modo de actuar
unidos contra España y neutralizar cualquier intento de restablecer su dominio en América.
Al producirse la Guerra con España, la Escuadra Peruana no contaba con naves capaces de enfrentarse
directamente con la poderosa fuerza naval española, dado que aún se hallaban en construcción en Inglaterra el
blindado Huáscar y la fragata blindada Independencia. Fue por ello que se envió a nuestras cuatro naves
principales al sur de Chile, donde debían aguardar al arribo de los dos nuevos blindados para actuar luego en
conjunto contra la fuerza enemiga. Tres de estas naves, la fragata Apurímac y las corbetas Unión y América, de
reciente adquisición en Francia, tomaron parte en el Combate Naval de Abtao ocurrido el 7 de febrero de 1866 en
el canal de Challahué, formando entre la isla Abtao y el continente. También se encontraba en aquella
oportunidad la goleta chilena Covadonga, conformando todas estas naves la denominada Escuadra Aliada que
bajo el mando del Capitán de Navío peruano Manuel Villar rechazaron en forma brillante el ataque de las fragatas
españolas Villa de Madrid y Blanca, combatiendo durante varias horas hasta que las naves enemigas optaron por
retirarse.
El conflicto con España llevó a que el gobierno procurara incrementar el poder naval peruano, aún cuando no
siempre con acierto, como fue el caso de la adquisición de los monitores Manco Cápac y Atahualpa. Adquiridos en
Estados Unidos de América, ambos buques fueron remolcados desde Nueva Orleáns hasta el Callao en una épica
travesía que, demandó más de un año (enero 1869-mayo 1870) la que no estuvo exenta de dificultades.
A principios de los años setenta, el Perú comenzó a sentir los efectos de una profunda crisis fiscal, acelerada por
el excesivo gasto en que se había incurrido sobre la base de comprometer los ingresos del guano. Fue por ello que
no se pudo reaccionar con firmeza ante el crecimiento del poder naval chileno, que con la construcción de dos
blindados, Cochrane y Blanco Encalada, pasó a tener la flota más poderosa en el Pacífico sudamericano. Ante ello
el Perú solo pudo incorporar a la escuadra a las pequeñas cañoneras Chanchamayo y Pilcomayo, la primera de las
cuales se perdió en 1876, frente a Falsa Punta Aguja. Otra pérdida notable de esos años fue la corbeta América,
varada a consecuencia del maremoto que azotó el puerto de Arica, el 13 de agosto de 1868. Falleció en dicho
trágico accidente el comandante de la nave, capitán de corbeta Mariano de los Reyes Saavedra.
Al mando del Capitán de Navío Germán Astete, el Huáscar se hizo a la mar dirigiéndose al Sur para embarcar al
caudillo. En dicha travesía se detuvo a varios buques británicos, quebrantando la ley internacional.
Esto último motivó al Contralmirante Alghernon M. De Horsey, comandante en jefe de la Estación Naval Británica
en el Pacífico, a intervenir en el asunto.
Con la fragata Shah y la corbeta Amethyst, buscó al monitor Huáscar y lo encontró el 29 de mayo de 1877, frente
a Pacocha. El almirante inglés intimó rendición al comandante peruano Luis Germán Astete, quien se rehusó a
rendir su nave y se preparó para combatir afirmando el pabellón peruano. La acción se llevó a cabo durante varias
horas, en que los buques británicos pese a su gran ventaja artillera no pudieron rendir al monitor, que respondió
el fuego y maniobró con una habilidad, evadiendo no sólo los disparos enemigos, sino también un torpedo
autopropulsado que los británicos hicieron uso por primera vez en la historia del torpedo. Habiendo fracasado en
su intento, las naves británicas se retiraron del escenario, mientras que el Huáscar se entregó a las autoridades
nacionales al día siguiente.
Las razones de este conflicto pueden ubicarse muy atrás en la historia y que sus raíces profundas pueden
remontarse hacia mediados del siglo XVII, cuando la economía chilena se vio reducida a una condición de
verdadera dependencia de los precios impuestos por los navieros y comerciantes peruanos. Las luchas por la
independencia cambiaron esta relación en provecho de Valparaíso, pero el enorme potencial peruano se mantuvo
como una amenaza latente para revertir dicha situación. La clase dirigente chilena cobró temprana conciencia de
ello y, mucho más cohesionada y austera que su contratare peruana, logró sentar las bases de una estabilidad
política que conllevó mayor coherencia en sus planes de largo aliento.
El Perú, por su lado, sometido a multitud de disputas internas, no logró cohesionarse y desperdició las enormes
riquezas con que la naturaleza ha dotado a su territorio. Tempranamente como se ha narrado, el mariscal Santa
Cruz trató de reunificar el Alto y el Bajo Perú, formando la Confederación Peruano-Boliviana. Chile se sintió
amenazado por ella e instigó y apoyó a los peruanos que rechazaban a Santa Cruz. Finalmente declaró la guerra y
destruyó a la Confederación.
Por otro lado, la definición de los límites entre Chile y Bolivia eran un problema latente desde los albores
republicanos. Sin embargo, la creciente importancia del salitre, explotado mayoritariamente por capitales y mano
de obra chilena en el litoral boliviano, motivó que el gobierno boliviano impusiera ciertas medidas económicas
que fueron rechazadas por los afectados. El gobierno de Santiago vio en ello un motivo de intervenir militarmente
e invadió el litoral boliviano. El Perú, unido a Bolivia a través de un tratado de alianza firmado en 1873, intentó
detener la guerra por diversos medios. Sin embargo, la decisión chilena era firme y nuestro país se vio forzado a
honrar su compromiso e ingresó a la guerra en condiciones de alistamiento realmente lamentables.
El Ejército estaba bastante lejos de constituir un aparato militar eficiente, con mandos politizados y una oficialidad
surgida al fragor de las revoluciones. Todo ello llevaba a que adoleciera de un sólido espíritu de cuerpo. Por otro
lado, la tropa, mayoritariamente serrana, no se sentía totalmente identificada con el concepto de nación peruana,
el equipamiento era dispar y en muchos casos obsoleto, y el entrenamiento era prácticamente nulo. Si bien la
Armada contaba con un cuerpo de oficiales profesional los elevados costos de reposición habían hecho que
tuviéramos una flota anticuada, con unidades que habían llegado a un nivel de deterioro apreciable.
Chile, por su parte, desde principios de la década de 1870 había, invertido considerables sumas en su ejército y
armada, habiendo alcanzado un elevado grado de eficacia combativo en ambas ramas. Por otro lado, era claro
que la estabilidad política, lograda desde la década de 1830, había contribuido a consolidar un sentido profesional
en sus fuerzas armadas que se veía reflejado en la permanencia de sus altos mandos.
La armada chilena contaba con dos blindados muy superiores a los peruanos, tanto en poder de fuego como en
coraza. La infantería había homogeneizado su armamento con los fusiles tipo Grass y Comblain, ambos con un
mismo tipo de munición. La artillería era Armstrong y Krupp, de los últimos modelos, y sus sirvientes contaban
con carabinas Winchester para su protección. La caballería estaba igualmente dotada con este tipo de carabinas,
además de las armas blancas, que les eran usuales.
Debido a las características del litoral boliviano y del extremo Sur peruano, en el que se extiende el desierto de
Atacama, y teniendo en cuenta las experiencias de la Guerra de la Independencia y contra la Confederación, Chile
conocía que era necesario sortear por mar este territorio para poder trasladar a sus tropas e invadir el territorio
peruano. Para ello tendría que lograr el dominio del mar. El Perú, por su parte, también comprendió que esta era
la maniobra lógica que adoptaría el enemigo. De ese modo, ambas naciones dieron inicio a la campaña naval
como la primera parte de la guerra.
La Escuadra peruana, al mando del capitán de navío Miguel Grau, estaba conformada por el blindado tipo monitor
Huáscar, la fragata Independencia, los monitores Manco Cápac y Atahualpa, la corbeta Unión, la cañonera
Pilcomayo y los transportes Chalaco, Oroya, Limeña y Talismán. Estos últimos habrían de cumplir una función muy
importante durante el conflicto, manteniendo abierta la ruta de abastecimiento peruana con continuos viajes
entre el Callao y Panamá, así como a otros puntos del litoral, transportando tropas, pertrechos y municiones,
burlando a la poderosa escuadra enemiga.
La Escuadra chilena, al mando del contralmirante Juan Williams Rebolledo, estaba compuesta por los blindados
Blanco Encalada y Almirante Cochrane, las corbetas Chacabuco, O'Higgins y Esmeralda, y las cañoneras
Magallanes y Covadonga, además de varios transportes. El balance de poder era favorable a la marina chilena,
dado que sus naves, sobre todo los dos blindados, tenían mejor artillería, mayor velocidad y coraza, en
comparación a las naves peruanas.
El planteamiento fue muy claro en ambos lados. La escuadra chilena era superior materialmente a la peruana, no
sólo en número sino también en la calidad de sus buques. Debía entonces buscarla y destruirla lo más pronto
posible. La escuadra peruana, por su parte, dada su inferioridad en medios, debía prolongar lo más posible su
presencia como una amenaza efectiva en el mar, no tanto para la escuadra enemiga sino para el tráfico marítimo
chileno, entablando combate únicamente cuando estuviera en superioridad de condiciones o cuando éste fuese
inevitable. El tiempo que se ganara en ello sería en provecho de la preparación de las defensas en el Sur peruano
y la adquisición de nuevas naves y armamento.
La primera acción tuvo lugar apenas siete días después de declarada la guerra, el 12 de abril de 1879, cuando la
corbeta Unión y la cañonera Pilcomayo atacaron y persiguieron a la corbeta chilena Magallanes frente a Punta
Chipana. Por su parte, la escuadra enemiga bombardeó Mollendo, Pisagua, Mejillones del Perú e Iquique, antes
de
dirigirse hacia el Callao con el propósito de destruir a la escuadra peruana. Sin embargo, fracasó en este intento
debido a que los buques nacionales habían zarpado días antes de su arribo, dirigiéndose a Arica con el Director
Supremo de la Guerra, el General Mariano Ignacio Prado.
Combate de Angamos
La incapacidad de los mandos navales chilenos frente a las continuas incursiones del Huáscar al mando de Miguel
Grau, fueron motivo de protestas populares, interpelaciones en el congreso y la censura del gabinete ministerial.
Todo ello se agudizó con la captura del transporte Rímac, luego de lo cual se produjeron renuncias de ministros y
se efectuaron inevitables cambios en las jefaturas del ejército y la escuadra. Los conductores de la guerra, ante la
imposibilidad de iniciar la campaña terrestre para invadir el sur peruano, determinaron que el hundimiento del
Huáscar era prioritario e indispensable para llevar a cabo sus planes.
Una de las primeras medidas fue el relevo del contralmirante Juan Williams Rebolledo en el mando de la Escuadra
chilena por el capitán de navío Galvarino Riveros, quien dispuso que sus buques fueran sometidos a reparaciones
y carena para limpiar sus fondos y prepararse a dar caza al Huáscar. Para dicho propósito, elaboraron un plan para
capturarlo, organizando a su escuadra en dos divisiones, la primera, integrada por el Blanco Encalada, la
Covadonga y el Matías Cousiño, y la segunda, compuesta por el Cochrane, el Loa y la O'Higgins. La idea era
tenderle un cerco al Huáscar, en el área comprendida entre Arica y Antofagasta.
Continuando los acontecimientos, Grau recibió órdenes de zarpar con la Unión y el Rímac rumbo al sur, con la
finalidad de hostigar los puertos chilenos entre Tocopilla y Coquimbo, en tanto que las dos divisiones chilenas
habían partido hacia el norte en búsqueda del Huáscar llegando a Arica en la mañana del 5 de octubre, no
hallando allí a su objetivo.
El Huáscar mientras tanto, luego de dejar al Rímac en Iquique, arribó en compañía de la Unión a la caleta de
Sarco. Ahí capturaron a la goleta Coquimbo, para posteriormente llegar al puerto del mismo nombre y proseguir
hacia el sur, hasta la caleta de Tongoy, localidad cercana al importante puerto de Valparaíso. Cumplido el objetivo
de esta expedición, Grau y sus naves iniciaron su retorno a aguas peruanas.
Mientras los barcos peruanos navegaban hacia el norte de regreso, ignoraban los movimientos de los buques
chilenos. Las dos divisiones enemigas avanzaban desde diferentes direcciones, en posición abierta, dispuestas a
cercar a su objetivo. Al amanecer de aquel día, el Huáscar fue avistado por la primera división chilena, lo que
obligó a Grau a virar hacia el Suroeste para luego volver al Norte, tratando de dejar atrás a sus enemigos. Poco
después, el Huáscar y la Unión se encontraron con la segunda división chilena frente a Punta Angamos. Al
percatarse de que el Huáscar no podría evadir el combate por su escaso andar, la Unión se abrió paso hacia el
norte.
Luego, a las 09:40 horas, siendo inevitable el encuentro, el monitor peruano afianzó su pabellón disparando los
cañones de la torre sobre el Cochrane a mil metros de distancia. La Covadonga y el Blanco Encalada en esos
momentos se hallaban a una distancia de seis millas con dirección al Huáscar, mientras que la O'Higgins y el Loa
se dirigían a cortar el paso a la Unión. El Cochrane no contestó inicialmente los disparos, sino que acortó
distancias gracias a su mayor velocidad, y cuando estuvo a 200 metros por babor del Huáscar, hizo sus primeros
disparos, perforando el blindaje del casco y dañando el sistema de gobierno.
Diez minutos después un proyectil proveniente también del Cochrane impactó en la torre de mando y al estallar
hizo volar al Contralmirante Miguel Grau y dejo moribundo a su acompañante Teniente Primero Diego Ferré.
Entonces tomó el mando del buque el Capitán de Corbeta Elías Aguirre, quien continuó el combate con las naves
chilenas, hasta que también cayo muerto por un disparo enemigo. Uno tras otro, los oficiales peruanos se fueron
sucediendo a cargo de la nave, que recibía una y otra vez los impactos de la artillería chilena, hasta que habiendo
recaído el mando en el Teniente Primero Pedro Gárezon, este oficial, viendo que ya no era posible continuar la
lucha por las condiciones en las que se hallaba el buque, con sus cañones inutilizados, roto su timón, y diezmada
su tripulación, dio la orden de abrir las válvulas de fondo para inundar al monitor y de esta forma impedir sea
capturado por el enemigo.
A las 10:55 el Cochrane y el Blanco suspendieron el cañoneo y al ver que el Huáscar pronto se iría a pique,
enviaron una dotación armada en lanchas para tomarlo. Cuando los marinos chilenos ingresaron a bordo, el
Huáscar ya tenía 1,20 m. de agua y estaba a punto de hundirse por la popa. Con revolver en mano, los oficiales
chilenos ordenaron a los maquinistas cerrar las válvulas y posteriormente obligaron a los prisioneros a apagar los
fuegos que consumían diversos sectores de la nave. La lucha había concluido, el Huáscar capturado, y el mar libre
para iniciar la invasión del Sur peruano.
El 2 de noviembre la flota chilena se presentó en Pisagua, capturando dicho puerto después de vencer la tenaz
resistencia que ofrecieron las defensas peruanas reforzadas por dos batallones bolivianos. El ejército
expedicionario chileno se movió rápidamente sobre Iquique, ocupándolo el día 8 tras bombardearlo. Las fuerzas
aliadas, bajo el mando del general Juan Buendía, se enfrentaron a las fuerzas chilenas en San Francisco, el 19 de
noviembre de 1879, sufriendo un severo revés que las obligó a replegarse sobre la quebrada de Tarapacá, en
donde se produciría una nueva cruenta batalla, en la que los peruanos derrotaron a los invasores y capturar su
artillería.
Sin embargo, la falta de municiones impidió que se explotara el triunfo y se debió continuar con el repliegue hacia
Arica. En febrero de 1880 las fuerzas chilenas desembarcaron en Ilo y avanzaron sobre Tacna. El 27 de ese mes
tuvo lugar el primer bombardeo a Arica, en el cual el monitor peruano Manco Cápac, al mando del capitán de
navío José Sánchez Lagomarsino, logro impactar en el Huáscar, que bahía sido reparado matando a su
comandante, el capitán de fragata Thompson. Por otro lado, las baterías del morro, dirigidas por el capitán de
navío More y dotadas por la tripulación de la desafortunada Independencia, sostuvieron un dueto artillero de la
flota enemiga.
A los pocos días de realizado el combate contra los buques chilenos, estos, establecieron un bloqueo en Arica, el
cual fue audazmente roto dos veces el 17 de marzo por la corbeta Unión, al mando del capitán de navío Manuel
Villavicencio, que llegó a dicho puerto transportando a la lancha torpedera Alianza y otros elementos bélicos para
la defensa de la plaza.
Tras desembarcar ese material bajo fuego enemigo, la Unión volvió a zarpar y logró hacerse a la mar nuevamente
ante los absortos buques enemigos, contestando el fuego que le hacían. La Alianza formó parte de a Brigada
Torpedista asignada a Arica, basada en la Isla Alacrán. En esa brigada prestó servicios el teniente primero Leoncio
Prado.
En Tacna se reunieron las fuerzas peruanas y bolivianas bajo el mando combinado del presidente boliviano
Narciso Campero, y el día 26 de mayo se enfrentaron los dos ejércitos, luego de lo cual ante la superioridad
numérica enemiga y por las excesivas bajas, las fuerzas aliadas tuvieron que emprender la retirada. Con esta
derrota, las fuerzas que defendían la plaza de Arica quedarían sin posibilidad de recibir pronto refuerzo.
Dos días después de la batalla, el consejo de guerra que reunió a los jefes de las unidades estacionadas en Arica,
se pronunció por la defensa de la plaza hasta las u1timas consecuencias, respaldando así la opinión del
comandante general coronel Francisco Bolognesi.
Poco después las fuerzas chilenas se presentaron frente a la ciudad, invitando al viejo coronel a que rinda la plaza
para evitar lo que suponían un derramamiento inútil de sangre. El consejo de guerra volvió a reunirse y ratificó su
decisión del 28 de mayo, la misma que fue comunicada al emisario chileno por el propio Bolognesi con sus
célebres palabras: "Tengo deberes sagrados que cumplir y los cumpliré hasta quemar el ultimo cartucho".
La artillería enemiga comenzó a hostilizar las posiciones peruanas a partir del 5 y el día 7 se produjo el asalto final,
por parte de seis mil quinientos soldados enemigos contra los mil seiscientos cuarenta defensores. El resultado
era previsible, más aún cuando las minas que se habían sembrado alrededor del morro fallaron en buen número.
Las bajas peruanas fueron elevadísimas.
No debemos dejar de mencionar al capitán de navío Juan Guillermo More, el teniente segundo Manuel
Bonhomme y el teniente segundo Manuel Terry, junto con los tripulantes de la fragata Independencia.
Ellos dotaron varias baterías y el fuerte Ciudadela, en la cima del Morro, como bien lo testimonia el parte que el
capitán de fragata Manuel Espinosa eleva en su calidad de oficial sobreviviente más antiguo. Al caer el morro, fue
hundido por su dotación el monitor Manco Cápac, que aún defendía la bahía, mientras que la lancha torpedera
Alianza fue varada en la playa de Ite y destruida al quedarse sin combustible mientras trataba de alcanzar Ilo
Desde el inicio de la guerra se formó una Brigada Torpedista para la defensa de nuestros puertos. En Arica estuvo
basada en la Isla Alacrán, prestando servicios en ella el Teniente Primero Leoncio Prado. Durante el bloqueo del
Callao, la Brigada Torpedista estuvo estacionada en el pontón Marañón, contando entre sus miembros a los
Tenientes Primero Decio Oyague Neyra y Manuel Gil Cárdenas, el Alférez de Fragata Carlos Bondy Tellería, y al
ingeniero Manuel J. Cuadros Viñas.
Organizados por el Capitán de Navío Leopoldo Sánchez Calderón, la actividad de esta brigada se reflejó en el
hundimiento en la rada del Callao del transporte Loa, el 3 de julio de 1880; y de la cañonera Covadonga, en la
bahía de Chancay, el 13 de setiembre del mismo año.
Finalmente, después de la derrota peruana en las Batallas de San Juan y Miraflores, se destruyeron los restos de
la escuadra peruana para evitar que cayera en poder del enemigo. Se hundieron la Unión, Atahualpa y los
transportes Limeña, Chalaco, Talismán, Oroya, Rímac y la cañonera Arno. Fue entonces imposible ya toda
resistencia en el mar, pero los marinos peruanos continuaron combatiendo en tierra para defender la integridad
territorial y la soberanía del país.
Encontramos marinos y personal de las guarniciones de los buques peleando con el Ejército a lo largo de toda la
guerra. Durante la Batalla de Arica, el 7 de junio de 1880 se inmolaron junto a Bolognesi el Capitán de Navío Juan
Guillermo More, el Teniente Segundo Manuel Bonhomme y el Teniente Segundo Manuel Terry, junto con los
tripulantes de la fragata Independencia. Posteriormente, durante la batalla de Miraflores, el 15 de enero de 1881,
los batallones Guarnición de Marina y Guardia Chalaca, al mando del Capitán de Navío Juan Fanning y del Capitán
de Fragata Carlos Arrieta, defendieron heroicamente sus posiciones entre los Reductos No 2 y No 4. El primero de
estos batallones llevó a cabo dos ataques sobre las fuerzas enemigas, sufriendo enormes bajas, entre ellos la
mayoría de sus oficiales. El segundo batallón, formado poco antes de la batalla, también luchó con valentía y
junto a su comandante fallecieron muchos de sus hombres.
Posteriormente, durante la Campaña de la Breña fueron varios los marinos que combatieron al lado del General
Andrés A. Cáceres. Entre ellos el Capitán de Navío Luis Germán Astete, los Tenientes Primeros Leoncio Prado y
José Gálvez Moreno, así como el Guardiamarina Héctor Villarán. Con el grado de Coronel, los marinos Astete y
Prado combatieron en Huamachuco el 10 de julio de 1883, falleciendo en dicha acción el primero y siendo
fusilado el segundo.
LA MARINA DE GUERRA DEL PERÚ S. XX
La conformación de una nueva Escuadra
Apenas concluido el conflicto se adquirieron pequeños buques de transporte, entre ellos el Vilcanota (1884) y el
Perú (1885), a bordo del cual volvió a funciones la Escuela Naval en 1888. Al año siguiente llegó el crucero Lima,
mandado a construir secretamente con un gemelo en Alemania en 1880 pero retenido en Gran Bretaña mientras
duró el conflicto. En los años siguientes se incorporaron a la Armada los transportes Iquitos, Chalaco, Santa Rosa y
el Constitución, y se inició igualmente la recuperación de la actividad marítima nacional.
Esto último demandó un creciente interés en mejorar las condiciones de seguridad para la navegación, lo que
motivó que el 20 de junio de 1903 se creara la Comisión Hidrográfica con el propósito de rectificar por medio de
observaciones astronómicas "la posición geográfica de las ciudades y puntos importantes, particularmente de
aquellos situados en la costa del Pacífico y en la región bañada por los ríos del Oriente". Aquella comisión fue el
precedente de la actual Dirección de Hidrografía y Navegación.
Con el advenimiento del gobierno de don José Pardo y Barreda, los vientos empezaron a cambiar para la
institución. Hubo un deseo expreso de apoyarla y rescatarla del ostracismo en que se encontraba. En este
quehacer, jugó un papel importantísimo el Ministro de Hacienda don Augusto B. Leguía, quien impulsó el
resurgimiento de la Marina.
Contagiado por el fervor popular que se tradujo en donativos en el ámbito nacional, el gobierno de Pardo logró
conseguir un préstamo del exterior, contratándose en Inglaterra la construcción de los cruceros Almirante Grau y
Coronel Bolognesi; cuyo esperado arribo, ocurrió en agosto de 1907. Con estas dos adquisiciones se echaron las
bases para el renacimiento de la Marina actual. Ese mismo año apareció el primer número de la Revista de
Marina, con el propósito de servir de foro de debate para los diversos temas vinculados a lo marítimo en general y
a lo naval en particular.
En 1904 se había contratado los servicios de una Misión Naval francesa, a cargo del Capitán de Fragata Paul de
Marguerye, para reestructurar la organización y el funcionamiento de la Escuela Naval, siendo los resultados del
todo positivos. Durante el primer gobierno de Leguía (1908-1912) la Misión Naval francesa continuó en labores,
aumentando el número de sus miembros. Es entonces cuando otro oficial francés, el teniente de Navío José A.
Theron, se hace cargo de la dirección de la Escuela Naval, determinando pronto su traslado a tierra,
estableciéndose inicialmente en el distrito de Bellavista. Por otro lado, se envió a varios Oficiales a seguir estudios
de perfeccionamiento en Argentina, Estados Unidos, España, Francia e Inglaterra.
Escuela Naval del Perú
Dicha misión concentró su accionar en el Estado Mayor y en la Escuela Naval, produciendo algunos cambios
importantes en la organización y en la formación naval. Por esta época, y con marcada influencia de la misión
naval, fue la adquisición en Francia de los sumergibles Teniente Palacios y Teniente Ferré, primeras naves de su
tipo en Sudamérica, y el cazatorpedero Teniente Rodríguez, que sería el primer buque peruano propulsado por
turbinas a vapor. Mención especial merece la cuestionable y frustrada adquisición del crucero acorazado
Comandante Aguirre, buque que obsoleto al momento de su compra en 1911, no llegaría al Perú al no haberse
concluido los pagos por decisión del Gobierno peruano en 1914.
A partir de 1910, en el marco de las innovaciones tecnológicas, la Armada inició las actividades de
radiocomunicación, con resultados satisfactorios, ingresando de esta forma a una nueva era en lo que a
comunicaciones se refiere. En el aspecto organizacional, durante el gobierno de Guillermo Billinghurst (1912-
1914), la Comandancia General de la Escuadra fue reestructurada.
Sin embargo, es importante anotar que este proceso de recuperación se vio parcialmente detenido durante la
Primera Guerra Mundial. Lo anterior sumado a las dificultades económicas por las que aún atravesaba el Perú
impidió la compra de nuevas unidades que incrementaran su disminuido poderío naval. Pero a pesar de ello, se
hizo una esforzado labor en lo que a infraestructura y organización se refiere y uno de los logros fue el traslado de
la Escuela Naval a un nuevo local expresamente construido en el distrito de La Punta, en el Callao, así como la
creación del Estado Mayor General de la Marina.
En los años previos a la Primera Guerra Mundial, el Perú debió enfrentar varios conflictos con sus vecinos en
torno a límites internacionales que aún no habían sido definidos. Ante las diferencias limítrofes que se fueron
presentando en la región amazónica con Colombia y Ecuador, el gobierno peruano volvió a invertir en la
adquisición de algunas unidades fluviales. La más notable fue la cañonera América, construida en Inglaterra en
1904. Durante su servicio participó en los conflictos con Colombia en 1911 y 1932, siendo particularmente
meritoria su actuación en el primero de ellos, cuando al mando del teniente primero Manuel Clavero actuó en
combinación con las tropas del coronel Oscar R. Benavides y derrotó a las fuerzas colombiana en La Pedrera,
sobre el río Putumayo, en un combate que tuvo lugar el 11 y 12 de julio de 1911.
Gran parte de estos problemas tuvieron como escenario la Amazonía, pero lo cierto es que hubo que hacer
esfuerzos importantes para atender ese ámbito de nuestro patrimonio territorial. Como parte de estos esfuerzos,
y en el marco del conflicto con Colombia, el recién adquirido Teniente Rodríguez fue enviado de Francia al
Amazonas, Una vez superada la crisis, dicho buque debió incorporarse a la escuadra en el Pacífico, convirtiéndose
en el primer buque de guerra en cruzar el Canal de Panamá, en 1914.
Durante la Primera Guerra Mundial, las dificultades logísticas llevaron a que el estado de nuestras unidades se
viera afectado. Ello fue particularmente crítico en el caso de los sumergibles, cuya vida útil se vio recortada de
manera significativa.
En 1919, durante el segundo gobierno de Leguía, siendo necesario continuar con el proceso de mejora de la
institución, se efectuaron contactos para contar con asesoría de la Armada de los Estados Unidos, y fruto de ello
fue la contratación de la Misión Naval Americana, cuya labor condujo a una reforma total del sistema
administrativo de la Marina, reorganizándose la Escuadra, la Escuela Naval así como la mayor parte de las
dependencias existentes, teniendo como modelo la organización naval estadounidense.
Uno de los importantes logros obtenidos en esta época fue la creación del Ministerio de Marina por ley N° 4003
del 13 de octubre de 1920, separándolo del Ministerio de Guerra y Marina, que databa desde 1821,
consiguiéndose con ello la independencia y un manejo más adecuado de sus recursos. También en el mismo año
se había creado el Cuerpo de Aviadores de la Armada, antecedente remoto de la actual Fuerza Aérea, que por su
importancia, determinó que en 1929, se creara el Ministerio de Marina y Aviación, permaneciendo fusionados
ambos portafolios hasta 1941, cuando se creó el Ministerio de Aviación.
A partir de 1922 se efectuó la reorganización general de los servicios de la Marina en cuanto a la administración y
en lo que a personal refiere, siendo el cambio completo e integral. En 1923 se creó un cuerpo único de oficiales,
quedando superada la antigua división entre los de máquinas y los de cubierta que mutuamente ignoraban las
funciones respectivas. Por otro lado, con la finalidad de dar más experiencia y oportunidad en el desempeño de
diferentes cargos a los oficiales, se estableció un sistema rotativo de puestos y comandos. En ese mismo año, el
Comandante norteamericano Charles Gordon Davy, considerado como el gestor de la Escuela Naval
contemporánea, efectuó la reorganización plena del Alma Mater.
Los cambios no se limitaron a la parte de instrucción, sino también a las prácticas en la mar y entrenamiento a
bordo de las unidades de la Escuadra, y para ello se realizaron por vez primera a partir de 1921 los llamados
Cruceros de Verano con participación de los cadetes de la Escuela Naval. En el campo de las comunicaciones, en la
Escuela Naval se instaló por primera vez un equipo radioeléctrico con recepción y transmisión, bajo la acertada
dirección del Teniente Primero Manuel R. Nieto.
El aprovechamiento de la Isla San Lorenzo para instalaciones navales, se tradujo en la construcción de una
Estación Naval que sirviera de base para los submarinos que se habían mandado a construir en los Estados
Unidos, la cual dentro de sus facilidades contaba con un varadero para carenar y reparar buques de mediano
porte.
Otras mejoras de la época, fueron la creación de la Escuela de Aprendices Navales en 1925, antecesora de la
actual Escuela de Reclutas; así como la creación en 1930 de la Escuela Superior de Guerra Naval, que se inauguró
bajo la dirección del Contralmirante USN William S. Pye.
Los años posteriores luego del derrocamiento del presidente Leguía en agosto de 1930, estuvieron caracterizados
por una gran inestabilidad política en el país. La Armada no pudo sustraerse a esta realidad y se vivió un
lamentable levantamiento de la marinería que concluyó con el fusilamiento de ocho tripulantes en la isla San
Lorenzo (mayo 1932). La situación se vio complicada al producirse un conflicto fronterizo con la vecina República
de Colombia, cuyos orígenes inmediatos se remontaban al gobierno del presidente Leguía, durante el cual se
había firmado a espaldas de la opinión publica, un tratado limítrofe que resolvía los asuntos fronterizos
pendientes con el país mencionado, conocido como tratado Salomón-Lozano. Hacia mediados del año 1932, este
tratado ya era de dominio público, provocando entre los pobladores del Departamento de Loreto un total
rechazo, puesto que se consideraba que dicho acuerdo diplomático lesionaba los intereses nacionales al haberse
cedido el territorio del llamado trapecio amazónico. Ello conllevó a que un grupo de loretanos se apoderara del
pueblo de Leticia, ya en posesión de Colombia, expulsando a las autoridades del país vecino. Lo sorpresivo de
estos hechos, hizo pensar en un primer momento a las autoridades peruanas encabezadas por el general Luis
Sánchez Cerro, a la sazón presidente de la República, que se trataba de una acción promovida por sus adversarios
políticos.
La grave situación internacional que se presentaba, provocó la protesta del gobierno colombiano, ante lo que el
Perú, decidido a respaldar a sus compatriotas, se negó a presentar las excusas del caso y decidió recurrir al
empleo de las fuerzas armadas. Como medida de precaución el gobierno decidió movilizar al ejército hacia el
norte, así como enviar una fuerza naval para reforzar los contingentes ubicados en la Amazonía.
Sin embargo, los colombianos se habían adelantado enviando una expedición al mando del General Alfredo
Vásquez Cobo, compuesta por varios transportes armados, la misma que se concentró en Belem do Pará. Ante
ello, el mando Naval peruano dispuso el envío del crucero Almirante Grau y los submarinos R-1 y R-2 los cuales
conformaron la llamada Fuerza Avanzada del Atlántico.
En adición a estas naves, el gobierno decidió enviar más refuerzos, y para ello se eligió al crucero Lima y al
cazatorpedero Teniente Rodríguez a los que se unieron posteriormente los destructores Almirante Villar y
Almirante Guise adquiridos a Estonia. Esta fuerza tenía la misión, en caso se desataran las acciones bélicas, de
hostilizar la costa colombiana en el Caribe, detener el tráfico marítimo colombiano y atraer a la aviación de ese
país, aliviando las operaciones en la amazonía y penetrar posteriormente en el Amazonas para desalojar a las
fuerzas enemigas posesionadas de Leticia. Mientras que al Grau se le destinaba a operar en el Atlántico, al
Bolognesi se le encomendaba la misión de patrullar conjuntamente con los submarinos R-2 y R-3, en la costa
colombiana del Pacífico. Tras cruzar el Canal el 4 de mayo, la fuerza naval peruana, efectuó escala logística en
Curazao, el día 8, luego en la isla Trinidad y finalmente arribaron a Pará en Brasil el 15 del citado mes,
permaneciendo allí 10 días. Durante dicho lapso, ante la amenaza que representaban las fuerzas navales
peruanas, la voluntad de los presidentes de ambos países así como por las gestiones de países amigos, las
tensiones cedieron, motivo por el que sólo continuaron viaje a Iquitos el Lima y el Teniente Rodríguez. Una vez
cumplida la misión, el resto de buques retornarían al Callao, y los dos nuevos destructores emprenderían la
navegación hacia el Pacífico en abril de 1934.
Una de las obras más importantes realizadas en esta época, fue la construcción de un dique y arsenal naval en la
zona norte del puerto del Callao, lo que daría lugar al establecimiento definitivo de la Base Naval del Callao,
consiguiéndose con ello lograr una aspiración institucional de muchos años, en beneficio de la Escuadra y de la
misma marina.
Tras diversos incidentes, en julio de 1941 estalló un conflicto de proporciones significativas entre Perú y Ecuador,
que culminó en la ocupación de parte del territorio ecuatoriano por las fuerzas peruanas y en la suscripción del
Protocolo de Río de Janeiro que fijó las fronteras entre ambos países. Las acciones militares se llevaron a cabo
tanto en la costa como en la Amazonía, y en ambos teatros le cupo una participación a las fuerzas navales.
En el Pacífico, los principales elementos de la Escuadra, compuesta por los cruceros Almirante Grau y Coronel
Bolognesi, los destructores Guise y Villar, y los cuatro submarinos "R", establecieron un bloqueo marítimo entre
Zorritos y el Canal de Jambelí. La labor de la Escuadra sobre el litoral adversario se vio complementada por la
flotilla de patrulleras que operaban desde Tumbes controlando la zona de los Esteros, logrando capturar dos
pequeñas guarniciones ecuatorianas, las de Payana y Matapalo, así como a la lancha ecuatoriana Hualtaco,
contribuyendo además en la captura de Puerto Bolívar. Por su parte, en la región oriental, la Flotilla Fluvial del
Amazonas proporcionó valioso apoyo logística durante las operaciones para desalojar a los invasores,
participando activa y decisivamente en el combate en el que se logró la captura de Rocafuerte, sobre el río Napo.
Cabe señalar que en el curso del bloqueo de las costas ecuatorianas, el Villar persiguió al cañonero ecuatoriano
Abdón Calderón, frente al Canal de Jambelí, el 25 de julio de 1941. Esta persecución, en la que se intercambiaron
algunos disparos, concluyó mientras el buque ecuatoriano huía para ocultarse en los esteros.
Como es conocido, a inicios de setiembre de 1939, luego que fuerzas alemanas invadieran Polonia mediante una
"guerra relámpago", Gran Bretaña le declaró la guerra a Alemania, originándose una serie de acontecimientos
que generalizaron el conflicto en Europa y luego a escala mundial. El Perú, en un primer momento, decidió no
verse involucrado en ese conflicto, pero debido a la orientación de la política internacional del gobierno del
presidente Manuel Prado identificada con los intereses americanistas, así como por la evidente influencia
económica y política de los Estados Unidos, luego que este último país fuera atacado sorpresivamente por el
Japón, el Perú decidió apoyar a la causa aliada.
Si bien es cierto que nuestro país no tomó parte activa en los diferentes escenarios del conflicto mundial, la
Marina de Guerra de Guerra del Perú, desempeñó un papel fundamental en la protección y defensa del litoral,
especialmente en la zona norte del país en donde se hallaba la refinería de Talara, que se constituía en una de las
áreas productoras de recursos energéticos de vital importancia para el funcionamiento para la maquinaria e
industria bélica aliada, y por supuesto, para el consumo nacional.
La Marina, desde principios de 1942 hasta mediados de 1945, no obstante la carencia de medios adecuados y a
pesar de no haberse recibido todo el apoyo solicitado a los Estados Unidos, desempeñó a cabalidad las misiones y
tareas que le fueron asignadas en la defensa del litoral, gracias a la preparación, esfuerzo y profesionalismo
desempeñado por las dotaciones de las diferentes unidades de superficie, submarinas y terrestres destacadas a la
zona norte.
El sistema defensivo adoptado para el litoral, conllevó a la creación en 1943 de la Fuerza de Comandos Navales, la
misma que tres años después pasó a denominarse Comando General de Defensa Costa, base de la actual Fuerza
de Infantería de Marina.
Con el término de la Segunda Guerra mundial, la Marina, contando con los excedentes de los inventarios navales
aliados, recién pudo emprender un proceso de renovación de sus unidades, cuyo tiempo en servicio y
obsolescencia eran evidentes. De esta manera, en 1947, se hicieron gestiones en el extranjero para la adquisición
de varios buques que progresivamente eran dados de baja por ser excedentes de guerra; así fueron adquiridos
primeramente en los Estados Unidos una fragata, rebautizada Teniente Gálvez, dos dragaminas, el Bondy y el San
Martín, dos remolcadores y cuatro barcazas de desembarco, así como dos fragatas en Canadá, rebautizadas
Teniente Ferré y Teniente Palacios. Luego, en 1951 se incorporó a la Escuadra a los destructores escolta Aguirre,
Castilla y Rodríguez. En ese mismo año fueron construidas en Gran Bretaña dos cañoneras fluviales, la Marañón y
la Ucayali, así como un dique flotante, buques todos que hasta la actualidad continúan prestando valiosos
servicios en la región amazónica.
En lo concerniente al arma submarina, en 1951 los cuatro submarinos del tipo R, rebautizados posteriormente
como Casma, Pacocha, Islay y Arica, fueron modernizados en sus astilleros de origen sirviendo hasta 1959; y entre
los años 1952 y 1957 se construyeron en los astilleros de la Electric Boat & Co. cuatro submarinos tipo S o
Mackerel modificado, destinados a reemplazar a sus predecesores en servicio desde finales de la década de los
'20. Estos nuevos submarinos, retirados del servicio entre 1989 y el 2001, ostentaron los nombres de Abtao, Dos
de Mayo Angamos e Iquique.
En 1958 se dio de baja a los viejos cruceros Grau y Bolognesi, luego de 51 años de servicio. Por tal razón, y en un
gran esfuerzo nacional, entre 1959 y 1960 se concretó la compra de dos cruceros británicos de la clase Ceylon
para reemplazarlos, los que fueron rebautizados Almirante Grau y Coronel Bolognesi, prestando importantes
servicios a la Armada hasta principios de los '80.
Continuando con el programa de adquisiciones, entre los años 1960 y 61, en virtud de la ley de préstamo y
arriendo así como del pacto de asistencia mutua, el congreso de los EE.UU. autorizó a su gobierno la entrega al
Perú de dos destructores tipo Fletcher que recibieron los nombres de Guise y Villar, así como dos corbetas de la
clase Auk, rebautizadas Diez Canseco y Gálvez. En 1963 se adquirió en el mismo país, un transporte de ataque que
incorporado con el nombre de Independencia, fue acondicionado y empleado como buque escuela, a bordo del
cual los cadetes navales realizaron numerosos viajes de instrucción hasta 1988.
Posteriormente, se construyeron en Gran Bretaña seis cañoneras torpederas, y se incorporaron varias patrulleras
para la vigilancia y defensa del litoral, asignadas a la Dirección de Capitanías y Guardacostas, que vio reforzado su
accionar cuando se creó en 1969 el Cuerpo de Capitanías y Guardacostas.
Es importante mencionar que en el año 1963, fue restablecida la Aviación Naval bajo el nombre de Servicio
Aeronaval, dotando a las fuerzas navales de un indispensable elemento de apoyo en la guerra naval.
Durante esta etapa, otro aspecto potenciado, fue el de la guerra anfibia, y esto se materializó con la compra de
los buques de desembarco de tanques Chimbote y Paita, y de los de desembarco mediano Lomas y Atico, con lo
que la Infantería de Marina pudo desarrollar su capacidad de proyección hacia tierra. En lo referente al
establecimiento naval terrestre, la creación del Servicio Industrial de la Marina a partir de las antiguas
instalaciones del Arsenal Naval del Callao en 1948, marcó el inicio del desarrollo de la industria naval de alto
bordo en el Perú, cuyo primer hito importante fue la construcción del petrolero Zorritos en 1957, buque de mayor
tonelaje construido en Sudamérica hasta aquel entonces.
LA MARINA DE GUERRA DEL PERÚ DESDE 1969 A LA ACTUALIDAD
Durante la década de los '60, fue preocupación del Alto Mando Naval el dotar a las fuerzas navales de nuevas
unidades, e ir empezando a reemplazar a las que por su obsolescencia eran dadas de baja, como el caso de las
viejas fragatas Ferré y Palacios retiradas en 1966.
Tras los estudios a cargo del Estado Mayor y las gestiones respectivas por los comisionados navales en Europa,
entre los años 1968 y 1969 se concretó la compra de dos destructores británicos de la clase Daring, el Diana y el
Decoy, rebautizados Palacios y Ferré respectivamente, que se hallaban en excelente estado de operatividad. El
Alto Mando Naval peruano, consideró someter ambos buques a un proceso de modernización, y de manera
acertada se incluyó en su nuevo sistema de armas, la instalación de mísiles superficie-superficie, nueva y efectiva
arma que había hecho su debut durante la guerra árabe-israelí de 1967, cuando una lancha misilera egipcia de
origen soviético hundió al destructor israelí Eliath. Tomada esta decisión, se realizó gestiones reservadas con los
fabricantes franceses de un nuevo tipo de misil, el Exocet, que aún se hallaba en fase de pruebas, a fin de
instalarlos a bordo de los nuevos destructores. De esta manera fueron sometidos a una completa modernización
en astilleros británicos. Finalizada su modernización, ambos buques llegaron al Callao en 1973, constituyéndose
como los primeros buques en la región en poseer misiles superficie-superficie.
Ese mismo año, se adquirió el crucero holandés De Ruyter que, bautizado como Almirante Grau, pasó a ser el
nuevo buque insignia de la Escuadra; y el antiguo Grau pasó a denominarse Capitán Quiñones.
Prosiguiendo con el plan de adquisiciones navales, en el mismo año 1973, se firmó un contrato con el astillero
italiano Cantieri Navali Riuniti para la construcción de cuatro fragatas misileras tipo Lupo, dos de ellas en astilleros
italianos y las otras dos con asistencia técnica en los astilleros del SIMA, en el Callao. La primera de ellas, la
Carvajal fue incorporada al servicio en 1978, y al año siguiente lo hizo la Villavicencio. Las fragatas construidas en
el Callao fueron la Montero, entregada en 1984, y la Mariátegui, en 1986.
Adicionalmente, en 1976 fue adquirido en Holanda otro crucero, el De Zeven Provincien, el que rebautizado
Aguirre fue sometido a un proceso de conversión a portahelicópteros, con capacidad para operar tres
helicópteros Sea King armados con misiles aire-superficie Exocet AM-39 o de torpedos para guerra antisubmarina.
Este nuevo crucero hizo su arribo al Callao en mayo de 1978 acompañado del destructor García y García, también
adquirido en Holanda. Entre 1979 y 1983 se sumaron otros siete destructores antisubmarinos de la misma
procedencia: Villar, Quiñones, Gálvez, Diez Canseco, Castilla, Bolognesi, y Guise.
Otra adición a la escuadra fue el proyecto Tiburón, que consistió en la construcción en astilleros franceses de seis
corbetas misileras del tipo PR-72P, que con los nombres de Velarde, Santillana, De los Heros, Herrera, Larrea y
Sánchez Carrión, fueron construidas entre los años 1978 y 1981. Por otro lado, el crucero Almirante Grau fue
modernizado en Holanda entre 1985 y 1988 siendo dotado de nuevos sistemas de combate y de misiles
superficie- superficie Otomat.
La renovación e incremento de las fuerzas navales no sólo se dio con unidades de superficie, sino también se hizo
extensivo a las demás fuerzas. Entre 1974 y 1984 se construyeron en Alemania seis submarinos de la clase 209,
que fueron incorporados con los nombres de Islay, Arica, Pisagua, Chipana, Casma y Antofagasta. Asimismo, en
1975 se adquirió en los Estados Unidos dos submarinos oceánicos del tipo Guppy IA, rebautizados Pacocha y La
Pedrera.
El Servicio Aeronaval incorporó aviones antisubmarinos Tracker S-2F, de exploración marítima Fokker F-27MP,
helicópteros antisubmarinos AB-212 y helicópteros Sea King en versión antisubmarina y antisuperficie. La
Infantería de Marina igualmente recibió equipamiento nuevo, entre ello una compañía de vehículos de
reconocimiento
Chaimite de fabricación portuguesa, adquiriendo asimismo mayores capacidades para operaciones de
reconocimiento anfibio y aerotransportadas.
Finalmente, en 1969 se creó la Escuela de Demolición Submarina, que sería la base de la actual Fuerza de
Operaciones Especiales.
La Marina en estos últimos treinta años ha tenido que enfrentar grandes retos y dificultades. Participó
activamente en dos conflictos internaciones con Ecuador (1981 y 1995), cubriendo como era del caso el flanco
marítimo y el flanco fluvial. En ese mismo contexto, varios de miembros participaron activamente en el proceso
de negociación que siguió a cada uno de estos conflictos.
Por otro lado, debió lamentar la pérdida de varios de sus miembros a consecuencia del hundimiento submarino
Pacocha en aguas del Callao, el 26 de agosto de 1988, luego de ser colisionado por un pesquero japonés. El
heroico comportamiento de su comandante, capitán de fragata Daniel Nieva, y de todos sus tripulantes, estuvo a
la altura de las circunstancias. El posterior reflotamiento de la nave fue un triunfo del Servicio de Buceo y
Salvataje que contribuyó a aliviar el pesar institucional por esas pérdidas.
Al inicio de un nuevo siglo, la Marina de Guerra del Perú, se avocó a un proceso de modernización institucional
con miras a hallarse preparada a los retos que el nuevo orden mundial demandan del país. Es así que, dentro del
marco general de reestructuración y en virtud a un acuerdo firmado entre los gobiernos de Perú e Italia, se
adquirieron cuatro fragatas misileras clase Lupo, con el fin de asegurar el mantenimiento del equilibrio naval en
nuestra región y resguardo del territorio y la soberanía nacional, así como colaborar en la solución de problemas
internacionales contemporáneos que tienen como escenario el mar.
En una primera etapa, la incorporación de este tipo de unidades navales a la Escuadra de nuestra Marina de
Guerra, se materializó con el arribo del BAP Aguirre y el BAP Palacios al Puerto del Callao en el 2005. Estas
unidades tienen un desplazamiento de 2,280 toneladas a plena carga y armamento de gran poder como misiles
superficie-superficie OTOMAT MK-2, misiles superficie-superficie Sea Sparrow en lanzador óctuple MK-29 y
lanzatorpedos triples MK- 32.
Posteriormente, arribaron al país las dos últimas fragatas: la Bolognesi en agosto del 2006 y la Quiñones en enero
del 2007, unidades con capacidad de realizar patrullajes marítimos contra acciones delictivas como la pesca ilegal,
el narcotráfico y la piratería. Su presencia en el territorio nacional permite a nuestra Marina de Guerra, ampliar su
participación con un mayor número de unidades navales para ayudar en el mantenimiento de la paz mundial a
solicitud de las Nacionales Unidas, y en operaciones multinacionales.
Está demostrado que la excelente operatividad de las fragatas misileras clase Lupo en el Mar de Grau y en aguas
internacionales, se debe al gran profesionalismo del marino peruano y a la experiencia que tiene en la conducción
de este tipo de unidades navales.
La adquisición de estas fragatas misileras clase Lupo son la síntesis de la visión del alto Mando Naval y el Gobierno
Peruano que constituyen un tributo al Gran Almirante Miguel Grau y al Mariscal Ramón Castilla, que desearon
una Marina de Guerra del Perú con una poderosa Escuadra con el fin de garantizar la integridad territorial en el
frente interno y externo.