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A Mi Manera - Por Graciela Brodsky - 20240225 - PSICOANAìLISIS LACANIANO

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PSICOANÁLISIS LACANIANO

Blog de Psicoanálisis en la articulación Freud – Lacan

Protegido: A Mi Manera – por


Graciela Brodsky – 2024/02/25
A MI MANERA

Por Graciela Brodsky

2024-02-25

Buenos días.

Ligia Gorini y Gil Caroz me invitaron a hablar hoy aquí con el título de
“la chifladura del síntoma” desde mi perspectiva o desde mi experiencia
como AE. Allá vamos.

Si como bien dijo Schreber: “Abandonados por la mano del creador,


somos criaturas hechas a la ligera”. No tenemos más remedio que suplir
dicha malformación con ese artificio que Lacan llamó sinthome. La
consecuencia de tal arreglo es que “Todo el mundo es loco”, pero cada
uno se las arregla con esa chifladura. Como Joyce, por ejemplo, que no
necesitó un psicoanálisis para saber-hacer con esas palabras impuestas y
con ese cuerpo que cada tanto levantaba campamento. O como Dora -
cito a Lacan- en el Seminario V: “Les recordé”, dice Lacan, “cómo vive
Dora hasta el momento en el que se descompensa su situación histérica.
Está muy a gusto con excepción de algunos pequeños síntomas, pero que
son precisamente lo que la constituyen como histérica.”
Yo, por ejemplo, tuve mi propia chifladura, la de creer que todo el
mundo era sordo. No deja de ser una interpretación singular del “para
todo” y del “no hay”. Para mí, la falta estaba en el tímpano. Con eso me
las arreglé no tan bien como Joyce, pero durante bastante tiempo no
necesité un análisis para mantener mis tres redondeles unidos. Quiero
decir que no pienso que el sinthome sea el cinturón negro que se gana al
final del análisis, así como no pienso que el goce femenino sea la
solución del análisis. El goce femenino, así terminé mis tres años como
AE, es el problema. No es la solución. Ni las mujeres, ni los hombres, ni
los trans, ni los analistas sabemos qué hacer con él. El falo es una
solución mala, pero solución al fin antes de que el análisis permita
entrever que el falo no es todo y que a ese no-todo hay que consentir,
soportarlo a veces, celebrarlo otras. Es una digresión para decir que el
sinthome como sostén de la estructura está antes, sea el Nombre-del-
Padre o cualquier otra solución que permita que la cosa funcione,
robusta como una armadura o endeble como un taburete de 3 patas.

Retomo la pregunta que yo misma hice algunos años atrás para la


preparación de otro congreso: ¿el sinthome es algo que se encuentra al
final del análisis o es algo que funciona desde el vamos aunque el sujeto
no lo sepa? Me inclino a pensar que hay algo que el sujeto debe hacer
desde el inicio con el traumatismo de lalengua y que ese arreglo más o
menos precario no espera al análisis para producirse, pero ese estatuto
del sinthome no es clínico. Tomo aquí una indicación temprana de
Jacques-Alain Miller en un antiguo texto suyo que se llama “Lacan
clínico”: “El sinthome se convierte en síntoma clínico cuando el arreglo
se desmorona y las señales de lo real aparecen imposibles de soportar”.

Mi artificio estuvo ahí desde el comienzo y hubiera funcionado muy bien


si no fuera porque el fantasma se entrometió en el asunto haciéndome
creer que yo era la excepción y que mi ilusión de hacerme escuchar era
mi misión, la misión de hacerme escuchar por esa sordera universal;
única capaz de despertar al Otro ignorando lo que todo el mundo sabe:
que no hay peor sordo que el que no quiere oír.

Puedo agregar ahora que pienso que el fantasma es lo que convierte al


sinthome en síntoma clínico, perturba su función con escenarios, con
sentidos, lo sintomatiza, lo patologiza y, entonces, se busca ayuda para
sacarse esa piedra del zapato. La cuestión que se plantea es la del
síntoma al final del análisis. Me refiero al síntoma clínico -el
insoportable, el funcional, el transferencial-. ¿El final del análisis lo
transmuta en sinthome? ¿El síntoma al desnudo vuelve a su estado
anterior: insensato a su funcionamiento antes de ser perturbado por el
fantasma?

En este punto yo prefiero distinguir entre los restos sintomáticos y el


sinthome. Por un lado, está lo que queda del síntoma clínico, lo
imposible de eliminar. No será una piedra, quizá una arenilla, pero nadie
camina sobre algodones. Los llamamos «restos sintomáticos». A ellos hay
que acostumbrarse pues no nos dejan olvidar que lo real no se cura.

¿Cómo propongo pensar los restos del síntoma clínico luego del análisis?
Pienso en dos vías. Hablé de ello en unas Jornadas de la EOL. Una es el
carácter. En su curso La experiencia de lo real, Miller lo considera como una
de las formas en cómo se presenta lo real en la cura cuando se abandonó
la esperanza de eliminar el síntoma con la interpretación. ¿El carácter es
una de las figuras de la identificación al síntoma? Lo dejo en suspenso.

La otra es el estilo, esa marca que traspone lo más singular del goce de
uno al plano más sublimado que se quiera, el trazo, por ejemplo. ¿Cómo
se distingue una obra auténtica de una obra falsa? ¿Qué es eso
incomparable que queda en la tela o en el texto y lo hace inconfundible?
Siempre me obsesionó ese tema, pero no hace falta ir tan lejos. El estilo
está presente en la rutina de todos los días. Si yo leo lo que yo misma
escribo me sorprende, aunque cada vez menos la utilización de la
palabra «no» y el uso de los adversativos tanto cuando escribo como
cuando hablo: “Sí, pero…”. Siempre prefiero la fórmula negativa “¿No
será acaso que…?” a la fórmula afirmativa “¿Será que…?”. Ahora
mismo, ¿por qué escribo “Ellos no nos dejan olvidar que lo real no se
cura” en lugar de decir “Ellos me permiten recordar que lo real es
incurable”? Si se presta atención, ¿no está ahí ese «no» presente en la
escena de la fiesta que narré en el pase y en la voluntad de que la fiesta
se acabe? Ese «no» que insiste cuando escribo, ese “Sí, pero…” como
primera respuesta al Otro, ¿no es acaso lo queda de ese goce malo de
arruinarle la fiesta al Otro y que resultó ser la otra cara de hacerme
escuchar? Y esa terquedad que cedo a regañadientes y esas objeciones
con las que leo cuando estudio, eso que lo localizo como carácter, eso que
pesco como estilo, ¿no es una manera de entender lo que resta del
síntoma analizado desprovisto del fantasma, la cicatriz de lo real que
deja el análisis?
¿Y el sinthome? ¿Una vez agotado el fantasma sigue ahí indemne como
el motor inmóvil anudando redondeles, montándose uno sobre otros,
tironeándolos para aquí y para allá, girando a la izquierda y a la derecha
según la ocasión? ¿De qué estamos hablando? Lo diré a mi manera. Yo
quería ser escuchada. Tenía esa chifladura y lo logré. A veces de la mala
manera, interrumpiendo al otro, soñando con arruinarle la fiesta,
callándolo. Para justificar tamaña chifladura sostuve que todo el mundo
era sordo y de la mano de tamaña chifladura me inventé como
enseñante. ¡Ah! ¡Cómo lamento no tener el francés como lengua materna!
Porque hubiera ahorrado mucho camino si me hubiera valido del doble
sentido de la palabra «entendre», escuchar y entender. ¡Qué fácil hubiera
sido pasar del “que me escuchen” al “que me entiendan”, “que me
comprendan”, pero hablo castellano. Así que necesité el análisis para
encontrar el secreto de mi deseo de enseñar. Pretender enseñar puede ser
algo completamente delirante sobre todo si se tiene en cuenta la trilogía
de profesiones imposibles que Freud nos legó. Y si a eso se le agrega la
voluntad de ser comprendida, la locura es completa. ¿No decimos acaso
que nadamos en el malentendido? Es cierto que educar y enseñar no son
lo mismo. educar está del lado de la pedagogía. Es la domesticación de la
pulsión. La educación es la madre de Michel Leiris inoculándole el
lenguaje en lo que escribe Lacan en el piso superior del discurso
universitario. La pedagogía es sádica. Lo digo con conocimiento de
causa.

Mi chifladura me llevó tempranamente a ser maestra de escuela. En una


ocasión leí que, si a una lombriz se la corta por el medio, ¡milagro!, se
obtienen dos lombrices. Así que ni corta ni perezosa conseguí la lombriz,
el cuchillo y junté a mis alumnos para asistir al prodigio. Y proseguí. Con
un certero corte obtuve dos lombrices para alegría general. Y, entonces,
¿por qué no duplicar el fenómeno y duplicar en dos cada una de las
mitades para obtener cuatro lombrices? Así que repetí el gesto y obtuve
cuatro pequeños restos de lombriz para espanto mío y llanto de los
niños. Esa es la pedagogía: la puesta en ejercicio del goce del educador
siempre con las mejores intenciones.

La enseñanza puede ser otra cosa. Enseñar es mostrar, es exhibir. En la


recopilación de las clases de un seminario que di en la EOL y que
publiqué bajo el título de El deseo de enseñar, créanme que cuando opté
por ese título yo no sabía que hoy iba a estar hablando aquí de todo esto.
Y tampoco habría podido interpretar lo que escondía la elección de ese
título si no fuera por la invitación de Ligia Gorini y Gil Caroz. Lo cierto
es que cuando publiqué ese libro que se llama El deseo de enseñar puse
como epígrafe estas palabras de Miller en su curso Piezas sueltas. Dijo
Miller: “Esta posición de enseñante no es natural. Esta posición es en
verdad la de convertir la pasión por el psicoanálisis, el sufrimiento que
puede acarrear en una exhibición de la pasión”. Y también de la
castración, me permito agregar. Exhibir lo que no se sabe, incluso exhibir
lo imposible de saber como el analizante digno de tal nombre en el
transcurso de un análisis.

Al inicio sobre su conferencia sobre “El síntoma”, Lacan dice que


empezó a enseñar sin tener ninguna necesidad de hacerlo. Se lo pidieron
y no tuvo más remedio que decir que sí. Yo no podría decir lo mismo. Si
pretendo enseñar es para hacerme escuchar por otros medios, por otros
medios a los que me obligaba mi postulado de la sordera universal, pero
mi chifladura sigue ahí, estilizada tal vez, destinada a un mejor uso. En
el análisis, en la asociación libre, en el pase, en el testimonio, aquí con
ustedes, siempre y cuando los restos sintomáticos me lo permitan.
Restringida cuando practico porque ahí me toca sin entender y mucho
menos querer ser entendida. Un deseo librado en la asociación libre y en
el pase y en la Escuela y aquí, frente a ustedes ante los que exhibo la
chifladura de mi sinthome.

Gracias.

*Discurso pronunciado en las Plenarias del XIV Congreso de la AMP


«Todo el mundo es loco». Inédito.
Publicado por ℙ𝕒𝕠𝕝𝕒 𝕍𝕖𝕝𝕒𝕤𝕥𝕖𝕘𝕦𝕚 ́

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sosteniendo rigurosamente.  Ver todas las entradas de ℙ𝕒𝕠𝕝𝕒


𝕍𝕖𝕝𝕒𝕤𝕥𝕖𝕘𝕦𝕚 ́

25 febrero, 2024
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