A Mi Manera - Por Graciela Brodsky - 20240225 - PSICOANAìLISIS LACANIANO
A Mi Manera - Por Graciela Brodsky - 20240225 - PSICOANAìLISIS LACANIANO
A Mi Manera - Por Graciela Brodsky - 20240225 - PSICOANAìLISIS LACANIANO
2024-02-25
Buenos días.
Ligia Gorini y Gil Caroz me invitaron a hablar hoy aquí con el título de
“la chifladura del síntoma” desde mi perspectiva o desde mi experiencia
como AE. Allá vamos.
¿Cómo propongo pensar los restos del síntoma clínico luego del análisis?
Pienso en dos vías. Hablé de ello en unas Jornadas de la EOL. Una es el
carácter. En su curso La experiencia de lo real, Miller lo considera como una
de las formas en cómo se presenta lo real en la cura cuando se abandonó
la esperanza de eliminar el síntoma con la interpretación. ¿El carácter es
una de las figuras de la identificación al síntoma? Lo dejo en suspenso.
La otra es el estilo, esa marca que traspone lo más singular del goce de
uno al plano más sublimado que se quiera, el trazo, por ejemplo. ¿Cómo
se distingue una obra auténtica de una obra falsa? ¿Qué es eso
incomparable que queda en la tela o en el texto y lo hace inconfundible?
Siempre me obsesionó ese tema, pero no hace falta ir tan lejos. El estilo
está presente en la rutina de todos los días. Si yo leo lo que yo misma
escribo me sorprende, aunque cada vez menos la utilización de la
palabra «no» y el uso de los adversativos tanto cuando escribo como
cuando hablo: “Sí, pero…”. Siempre prefiero la fórmula negativa “¿No
será acaso que…?” a la fórmula afirmativa “¿Será que…?”. Ahora
mismo, ¿por qué escribo “Ellos no nos dejan olvidar que lo real no se
cura” en lugar de decir “Ellos me permiten recordar que lo real es
incurable”? Si se presta atención, ¿no está ahí ese «no» presente en la
escena de la fiesta que narré en el pase y en la voluntad de que la fiesta
se acabe? Ese «no» que insiste cuando escribo, ese “Sí, pero…” como
primera respuesta al Otro, ¿no es acaso lo queda de ese goce malo de
arruinarle la fiesta al Otro y que resultó ser la otra cara de hacerme
escuchar? Y esa terquedad que cedo a regañadientes y esas objeciones
con las que leo cuando estudio, eso que lo localizo como carácter, eso que
pesco como estilo, ¿no es una manera de entender lo que resta del
síntoma analizado desprovisto del fantasma, la cicatriz de lo real que
deja el análisis?
¿Y el sinthome? ¿Una vez agotado el fantasma sigue ahí indemne como
el motor inmóvil anudando redondeles, montándose uno sobre otros,
tironeándolos para aquí y para allá, girando a la izquierda y a la derecha
según la ocasión? ¿De qué estamos hablando? Lo diré a mi manera. Yo
quería ser escuchada. Tenía esa chifladura y lo logré. A veces de la mala
manera, interrumpiendo al otro, soñando con arruinarle la fiesta,
callándolo. Para justificar tamaña chifladura sostuve que todo el mundo
era sordo y de la mano de tamaña chifladura me inventé como
enseñante. ¡Ah! ¡Cómo lamento no tener el francés como lengua materna!
Porque hubiera ahorrado mucho camino si me hubiera valido del doble
sentido de la palabra «entendre», escuchar y entender. ¡Qué fácil hubiera
sido pasar del “que me escuchen” al “que me entiendan”, “que me
comprendan”, pero hablo castellano. Así que necesité el análisis para
encontrar el secreto de mi deseo de enseñar. Pretender enseñar puede ser
algo completamente delirante sobre todo si se tiene en cuenta la trilogía
de profesiones imposibles que Freud nos legó. Y si a eso se le agrega la
voluntad de ser comprendida, la locura es completa. ¿No decimos acaso
que nadamos en el malentendido? Es cierto que educar y enseñar no son
lo mismo. educar está del lado de la pedagogía. Es la domesticación de la
pulsión. La educación es la madre de Michel Leiris inoculándole el
lenguaje en lo que escribe Lacan en el piso superior del discurso
universitario. La pedagogía es sádica. Lo digo con conocimiento de
causa.
Gracias.
25 febrero, 2024
Sin categoría
SUBIR ↑