Una Investigación Cualitativa Que Justifica La Oralidad
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Sumarios
En este capítulo se desarrolla el resultado de las entrevistas de las personas sometidas al régimen
carcelario en relación al respeto de sus derechos en el ámbito de encierro.
Capítulo X
Con esta investigación se pretende proyectar en el espacio del conflicto entre el sistema penitenciario y el
interno una solución global y relativamente simple que consiste en la concesión de la palabra como forma
de reducir consecuencias adversas y colaterales del encierro institucional.
Desde el punto de vista metodológico las inferencias y deducciones elucidadas surgen de estudios de
campo consistentes en entrevistas con los protagonistas seleccionados por el poder punitivo. Se estudia el
fenómeno vital de los destinatarios de la pena en su cotidianidad dentro de la organización, pues resulta
una forma razonable para dar cuenta de las distorsiones de su funcionamiento.
Esta metodología de investigación cualitativa presenta ostensibles ventajas por su pluralidad metodológica
y se ocupa de la vida de las personas, historias, comportamientos y también abarca el funcionamiento
organizacional como instancias de acción social que permite un análisis consistente, de determinadas
convenciones culturales naturalizadas en relación a los ciudadanos condenados y que son contraintuitivas
frente a la vigencia de normas de protección.
Para evidenciar esto se hizo pertinente entrevistar a los protagonistas como parte de la presente
investigación y por ello se llevaron a cabo entrevistas con personas mayores, que cumplían prisión
preventiva o condenas por delitos que no tienen nada en común entre sí, internos del establecimiento
penitenciario N° 1 de la Provincia de Jujuy.
Ante preguntas acerca de si consideraba que sus derechos fueron respetados durante el proceso penal, un
70 % contestó que no, un 15 % expresó que en forma regular y un 15 % entendió que sí, en este último
grupo predominaban quienes habían pactado un juicio abreviado en el que necesariamente había tenido
intervención cuando fueron informados por funcionarios delante de su abogado acerca del alcance de sus
actos.
Ante preguntas acerca de si sabían porque estaban privados de su libertad, un 50 %, contestó que sabían
los motivos de su encierro, pero lo consideraban injusto. Un 20 % entendió que no eran culpables de lo
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sucedido sino la víctima (en este grupo se trataba de delincuentes sexuales), el resto eran delincuentes
violentos contra la propiedad y estimaron que no debían estar presos, que tuvieron mala suerte y porque
son de clase social baja.
Ante preguntas acerca de si durante su estadía en prisión formaban parte de grupos y en su caso que los
motivaba, un 40 %, forma parte de algún grupo para evitar ser agredidos por otros grupos, un 10 % porque
le resulta redituable económicamente para cobrar dinero o mercaderías a otros internos por protección, un
20 %, para evitar ser sancionados por personal penitenciario o para obtener mejores notas de concepto o
conducta para la progresividad a cambio del pago por protección a los líderes de los “ranchos” como
denominan a estos grupos y que negocian finalmente con los guardiacárceles, un 30 % aún no encontró su
grupo de pertenencia y fluctúan entre distintos grupos.
Estos individuos que no pertenecen a ningún grupo son objeto de sumarios disciplinarios sin haber cometido
infracciones y no evolucionan en las fases de la progresividad, pagando entonces, las consecuencias de
falta de protección, falta de pagos a los guardias para no tener un sumario o para pasar más fácilmente a
otra fase de la progresividad, o ser víctimas de la sustracción de elementos valiosos en el contexto de
encierro.
Ante preguntas acerca de si la vida en prisión sería menos dificultosa si un juez interviniera en los procesos
sancionatorios o relativos a las fases alrededor del 70 % de los internos expresó la necesidad de
entrevistarse con jueces para que la extorsión y cobro de dinero o entrega de mercaderías no ocurra, a los
fines de no ser sumariados o no promovidos a fases de la progresividad con mejores notas de concepto y
conducta.
Tal como se desprende de las entrevistas, los individuos no reconocen la culpabilidad de sus actos, y
naturalizan su presencia en el establecimiento penitenciario como una fatalidad con la que hay que lidiar y
lo atribuyen a distintos motivos, pero no reconocer la legitimidad ni el sentido de la intervención de los
órganos competentes del proceso, (policía, fiscales, jueces).
Existe una tasa estable de personas sometidas a sumarios disciplinarios, y que no depende de la comisión
de infracciones, salvo un porcentaje menor, sino que la tasa estable y está directamente relacionada con la
actividad recaudatoria del personal penitenciario.
Existe una marcada segregación de los delincuentes sexuales, que son objeto de mayor violencia
institucional y son estigmatizados por el resto de la población y el personal penitenciario.
Sin embargo, a pesar de no reconocer legitimidad a los jueces que intervinieron en su privación de
libertad, todos los entrevistados evidenciaron como un rasgo común: la necesidad de entablar un diálogo
con los jueces, para dar cuenta de sus necesidades y quejarse del personal penitenciario que no solo no se
ocupa sino de sus negocios, sino que “les inventan” causas disciplinarias.
Otro rasgo generalizado surgido de las entrevistas consiste en que el personal penitenciario es interpelado
por su falta de profesionalidad y falta de ética al tratar con determinados beneficios a parte de la
población que interviene en el “mercado ilegal” del tráfico de información, o beneficios dentro del
régimen de progresividad y permanecer indemnes de sumarios disciplinarios.
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Como fuera esbozado en la introducción se hace imperativo el rediseño procesal hacia una actuación
oralizada del procedimiento de ejecución de la pena privativa de libertad.
La razón más importante es que resuelve satisfactoriamente la perenne desconexión entre las políticas
estatales programáticas, las guías valorativas de las interpretaciones de la Constitución Nacional y los
estándares internacionales emanados de organismos internacionales, con la actuación autónoma de la
administración penitenciaria.
El estado argentino suscribió distintos tratados y declaraciones y esa adhesión es inherente a la voluntad
soberana del estado de cumplirlas asegurando estándares mínimos para una ejecución penal menos
ilegítima y conjurar una eventual responsabilidad del estado frente a la comunidad internacional por actos
u omisiones de funcionarios públicos.
Las prácticas penitenciarias no son corregidas por las instancias jurisdiccionales, y la readaptación social,
dificultosa de por sí, se torna imposible con un esquema procesal escriturario y administrativo.
Como se infiere desde antaño, de la obra de Ferdinand Tönnies[1] la opción prevaleciente en la sociedad
secular moderna, ha sido la del modelo corporativo y verticalizado de sociedad organizado con rígidas
jerarquías sin comunicación entre los estamentos que lo integran que la llevan al asilamiento y al fracaso.
Este esquema no permite que otras formas de organización como las de índole comunitaria, resuelvan los
conflictos y tensiones del sistema utilizando procedimientos horizontalizados. El planteo corporativo
presente en la conformación social crea una tensión perjudicial que se replica en el ámbito institucional de
la administración de la ejecución de la pena, es el ejemplo por antonomasia de la corporación
verticalizada.
Las estructuras sociales corporativas generan una re-normalización coactiva de la interacción social, en vez
de procurar una solución dialogal u horizontalizada. La violencia se aplica para “re-normalizar” conflictos y
re-normalizar no es lo mismo que resolver.
En ese contexto se articulan determinados privilegios en la relación de los internos, que no solo no se
resocializan, sino que por imposición de “los hechos” deben ingresar a subculturas conocidas y
administradas por el personal penitenciario, cuya existencia, integra y convalida el poder punitivo informal
que se ejerce contra ellos. La realidad institucional penitenciaria termina repeliendo el entramado
normativo-constitucional establecido para su contención y cumplen finalidades diametralmente opuestas a
las que se tuvieron en vista, cuando reguló esa realidad (la consecución de la readaptación social y el
cumplimiento de garantías constitucionales que deberían ser sus verdaderas razones operativas).
Cuando afirmamos la existencia del fenómeno de alienación en los operadores penitenciarios y judiciales
referimos al fenómeno psíquico presente en colectivos e individuos que se evidencia como una
transformación de la conciencia mediante la contradicción de lo que debía esperarse de su condición.[3]
Es decir y circunscripto al ámbito penitenciario el contacto del personal penitenciario con la violencia que
implica la sanción penal de individuos (sustracción del ámbito vital; cercenamiento, deterioro y
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desaparición de las relaciones interpersonales y familiares; estricta sujeción de la vida del interno a las
instancias totales; condicionamientos coactivos subculturales que desdibujan la identidad de los individuos;
el riesgo cierto de contraer enfermedades o sufrir agresiones y lesiones), entre otras expresiones de
violencia, trastoca la competencia funcional asignada por la norma y provoca un re-direccionamiento
imperceptible y continuo hacia finalidades diversas al cumplimiento de la función de readaptación social
de los condenados.
Este panorama de violencia se presenta “naturalmente” a pesar de que el sentido teleológico de los
instrumentos legales y constitucionales tiene el objeto de limitar jurídicamente la práctica institucional
pues el sistema adversarial en la ejecución penal puede evitar el extrañamiento institucional de las
finalidades legales del encierro, corrigiendo los desvíos del poder y la propia lógica del modelo acusatorio
orientará las prácticas a evitar el deterioro de los internos, de los operadores y del ejercicio de poder
punitivo ilegal del personal penitenciario.
Confrontar las posiciones antagónicas en la imposición de una sanción o el avance en la progresividad con
el ejercicio del debido proceso de los internos constituye la tarea inacabada que exige del programa
constitucional y pone de manifiesto la sencillez con la que numerosos y violentos conflictos pueden
reducirse y resolverse.
Como se demostró con el presente trabajo, tomarse los derechos en serio de los internos penitenciarios es
el desafío y su resultado una mayor coherencia institucional con el estado constitucional de derecho.
Notas
[1] Conf. TÖNNIES, Ferdinand: Comunidad y Sociedad., Trad. José Rovira Armengol, Losada, Bs. As, 1887.
[2] La institución es “total” pues existe en la realidad por sí misma de manera auto-regulada y aislada. En
el caso concreto, se evidencia la actuación autónoma respecto del ámbito que regula, debido a que las
referencias y limitaciones normativas-constitucionales, operan como instancias de control que generan la
validez de la intermediación fuera de las finalidades propias de la institución, por encontrarse rígidamente
separada de la actividad “normal”.
[3] Conf. Real Academia Española: Diccionario de la lengua española, 23ª ed., (versión 23.5 en línea)
https://dle.rae.es (15 mayo de 2022).
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