Última Tule
Última Tule
Última Tule
—¿Y bien?
Y, sin embargo, Głodzik murió esa misma tarde por culpa de un error
suyo. Le seccionó las dos piernas una locomotora que desvió, erróneamente, de
su camino; exhaló su último suspiro allí mismo.
Este suceso me causó una honda impresión y durante largo tiempo evité
tratar este tema con Joszt. Finalmente, al cabo de un año más o menos,
mencioné de pasada ese asunto:
—Así es. Este fenómeno tiene muchos elementos telúricos. Somos hijos
de la Tierra y estamos sometidos a su poderoso influjo, incluso en campos que
aparentemente no están relacionados con su esencia.
—Si estás tan seguro de lo que te pasa, ¿por qué no te has mudado a otra
región?
—Lo ignoro. Se dice que hay tantas pruebas a favor como en contra. Me
gustaría creer que sí.
—Los muertos viven —dijo Joszt con determinación. Hubo un largo e
intenso silencio.
Sucedió hace diez años, en pleno verano, en julio. Recuerdo muy bien las
fechas de estos acontecimientos; se me han quedado grabadas en la memoria
para siempre.
—Lo has adivinado. Hoy he visto en sueños una casa derrumbada y una
persona muy entrañable para mí se asomaba desde ese abismo. Eso es todo lo
que te puedo contar. ¡Adiós, Romek[16]!
Nos fundimos en un largo, largo abrazo. Una hora después estaba de
vuelta en mi puesto y, atormentado por sentimientos contradictorios, daba
instrucciones como un autómata.
Aguardé con el corazón acelerado algún sonido más, pero fue en vano.
Solo el sordo silencio de la noche llegaba del otro lado del alambre.
«¡Existo! ¡Soy! ¡Estoy! Él… mi cuerpo yace allí… sobre el sofá… frío,
brrr… se desintegra lentamente… desde el interior. Ya me es indiferente…
Llegan unas olas… grandes, olas claras… ¡un torbellino! ¿Sientes ese enorme
torbellino?… ¡No! Tú no lo puedes sentir… Y todo está delante de mí… todo,
ahora… ¡Una vorágine maravillosa!… ¡Me arrastra!… ¡Consigo! ¡Me arrastra!…
Ya voy, ya voy… Adiós… Rom…»
—Sin embargo —dije a media voz—, esta noche, entre las dos y las tres
de la madrugada recibí un despacho de Szczytnisk.
—¡La carta!
¡Querido Romek!
Kazimierz