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Título del Libro

Nombre Autor
Bubok Publishing S.L., 2013
1ª edición
ISBN:
Impreso en España / Printed in Spain
Editado por Bubok
Dedicatoria
Índice
El misterio de Ulmag
Nadie supo como y en que momento, aquella extraña
escultura apareció en la cumbre del cerro Ulmag. Solo se sabía
que una mañana cualquiera, alguien advirtió su presencia y
avisó de aquella anomalía a los habitantes del joven poblado
del mismo nombre.

Ulmag era una pequeña aldea nacida en los pies del


cerro mencionado, caracterizada por su artesanía y su
ganadería, la cual abastecía mayoritariamente a la ciudad
estado de Wilmelm, ubicada veinte kilómetros al sur. Su gente
era conocida por ser pacifica, de facciones alegres y de buena
camaradería, siendo considerada por los habitantes de su
ciudad vecina un lugar tranquilo para hacer negocios
ganaderos y descansar los fines de semana.
Sin embargo, desde la aparición de aquella figura
misteriosa, la cual proyectaba una sombra de misterio, la
pequeña Ulmag se desconcertó, dejando para las charlas en los
bares y las tertulias entre los ancianos, un tema de
conversación obligado, en donde se exponían las más diversas
conjeturas sobre el origen de la escultura.

Antes de tomar la determinación de avisar a las


autoridades de Wilmelm, el regidor del pueblo llamó a un
concilio ciudadano en la plaza cívica. La idea principal era la de
enviar una pequeña comitiva, compuesta por un sacerdote,
dos oficiales reales y al científico del pueblo a investigar al
cerro Ulmag, para estudiar y analizar todo lo referente a la
misteriosa escultura y sus implicancias teosóficas si así lo
ameritaban. Después de una interesante deliberación, los
pueblerinos aprobaron unánimemente la creación de aquella
comunidad, la cual se encargaría de dilucidar aquel sorpresivo
misterio y de dar a conocer los resultados de su investigación.
La salida del equipo ocurrió una semana después del
descubrimiento de la misteriosa figura.

Pasada una semana de la salida del denominado grupo


de los cuatro, no llegaba noticia alguna de ellos, tampoco se
veía algún movimiento anómalo sobre el cerro que diera algún
indicio sobre el paradero de los aventureros. Un halito de
misterio comenzaba a rondar por aquellas antiguas tierras y los
comentarios e hipótesis infundadas, circulaban por los aires.

El regidor del pueblo, quien se encontraba tanto o más


preocupado que el resto, decidió realizar un concilio
extraordinario para tratar el tema, esta vez en el ayuntamiento
local, donde debatieron hasta altas horas de la noche sobre las
determinaciones que deberían tomar. Al existir un evidente
temor de que los viajeros hubieran sufrido algún tipo de
accidente, decidieron para el día siguiente, convocar a las
autoridades reales de Wilmelm para iniciar una búsqueda
exhaustiva, apoyados por la caballería real. Sería el propio
Regidor quien se acercaría a las autoridades para ponerles al
tanto de la situación. Una vez que la aprobación fue unánime,
se cerró el concilio y se dejó en manos de la máxima
autoridad de Ulmag, las siguientes tareas ya definidas.

El misterio de Ulmag

Debí llegar cerca de mediodía al hermoso pueblo de


Ulmag, el cual me daba la bienvenida con sus hermosas
casonas de amplios balcones y sus coloridos jardines
decorados con flores multicolores. Al fondo de la ciudadela y
como la más fina de las pinturas, aparecía el imponente cerro
que daba nombre al pueblo, el cual parecía haber sido creado
por el mejor de los artistas. Sus colores parecían bocetos
perfectos, los cuales se mezclaban con la luz natural del valle,
haciendo de aquella mole la postal perfecta para aquel mundo
de colorido verde y musgo. “El hermoso Ulmag, como siempre
tan impresionante”, pensé desde mi asiento.

Mi carruaje se detuvo frente a una vieja posada,


reflejo del glorioso pasado industrial, que provocó el
nacimiento del pueblo hace casi cien años. Ulmag era una
localidad que siempre me agradó, quizás por la tranquilidad de
su gente y por la calidez de sus montañas, las cuales yacían
nevadas la mayor parte del año. Se decía en mi natal Wilmelm
que el sueño de muchos de mis coterráneos era retirarse en el
hermoso poblado montañés, para disfrutar la tranquilidad de
sus paisajes y la limpieza de sus aires.

A pesar de lo agradable que pudiera sonar el


vacacionar en Ulmag, en esa ocasión mi viaje no fue realizado
por placer. Un desafortunado evento que se podría tildar de
catastrófico, fue el detonante para que me hiciera presente
aquella mañana como oficial real. La desaparición de cuatro
habitantes del pueblo, bajo un mandato municipal, me llevó a
que iniciara una investigación para presentar un informe a mis
superiores, el cual debía redactarse para su posterior entrega
dentro de los próximos tres días. Originalmente, el Regidor del
pueblo había solicitado el apoyo de la caballería real, para
iniciar una búsqueda exhaustiva de los extraviados. Para su
desgracia, al encontrarse nuestro reino bajo constante batalla
contra los Urils, la capacidad militar se encontraba bastante
diminuida en aquellos momentos, por lo que fui seleccionado
por mis superiores, para organizar y apoyar a las autoridades
locales en las labores de búsqueda.

Al entrar en la hermosa posada que me cobijaría


durante mi visita, aparecí al interior de un pequeño salón de
recepción, el cual estaba decorado con las cabezas de algunos
Ciervos, Huemules, Guillenes y Olicarias, como cuales trofeos
de un experto cazador. Detrás de un lustrado mesón y leyendo
un viejo libro de tapa gastada y agrietada, yacía un anciano
encorvado, quien me veía con cara de pocos amigos y que se
levantaba lentamente de su puesto.

- Por lo que veo, usted es el señor Colmun – me dijo


con su voz rasposa y tiritante.
- Efectivamente. Soy Alud Colmun. Oficial real de
Wilmelm. ¿Cómo está, señor…
- Alfred.. Dolin Alfred, el dueño de esta posada. ¡La
mejor de Ulmag, señor!.
La última frase parecía resaltar, gracias al orgullo que
provocaba en su dueño lo estable de su empresa. En esos
segundos noté algo de bondad en sus palabras que me
agradaron.

- Así veo. No conozco las otras, pero su posada es


realmente preciosa. Gracias por recibirme.
Luego de una breve charla con el señor Alfred, me
dirigí raudo a mi habitación para descansar aquella mañana y
planificar los pasos a seguir. Entre ellos, reunirme con el
Regidor de Ulmag para conocer más sobre la desaparición de
aquellas personas y ponerme a trabajar. Sin recordar en que
momento me había recostado, me encontré despertando
sobre mi cama. Según mi reloj, quedaba media hora para
reunirme con el Regidor, por lo que decidí arreglarme para
abandonar mis aposentos. Luego de tomar un tentempié en el
comedor, me dirigí raudo al ayuntamiento.

***

- Bienvenido a Ulmag, señor Colmun.


La voz del Regidor mostraba preocupación. Los sacos
grises bajo sus ojos delataban noches de malos sueños, quizás
pensando sobre como encontrar a sus vecinos, quienes
prácticamente habían sido tragados por lo desconocido. Traté
de ser lo más cortes posible para demostrar mi preocupación
ante la situación. Sin dudas que mi presencia significaba un
gran avance para él y un desafío muy grande para mí, el cual
estaba dispuesto a tomar como le hice saber.

Luego de invitarme a una pequeña mesa para tomar un


delicioso té oriental, me puso al día sobre los acontecimientos.
Sus palabras dejaban un manto escalofriante que me
desconcertaba.

- Oficial. – prosiguió con una seriedad mezclada con


tristeza – Para mi la desaparición de los muchachos
ha sido un tema muy personal. No se si usted ya
sabía, pero el sacerdote era mi hermano mayor,
por lo cual me aterra la posibilidad de que
encuentre su cuerpo junto al de los demás. Sin
embargo, mi apreciación personal sobre estos
acontecimientos no debe ser mezclada con lo que
debemos conversar en esta reunión.
- No se moleste su alteza. Lo entiendo
perfectamente.
- Muy bien. – tosió – Hace algún tiempo, en nuestro
pueblo ocurrió un evento fuera de lo normal. No se
si pudo apreciar en su llegada que sobre la cumbre
del cerro Ulmag, se encuentra una extraña forma
desconocida para nosotros. Según lo que pudimos
observar con nuestros telescopios, logramos notar
que aquella figura posee una composición sólida,
similar a la de una roca, por lo que su ubicación
por manos humanas es prácticamente imposible,
al menos si de una noche se tratara.
- ¿Una noche?. No entiendo..
- Mire. Aquella escultura, porque creo que fue
moldeada por manos humanas, apareció de la
noche a la mañana. Nadie vio como llegó al cerro,
solo se sabe con certeza que una mañana apareció
de la nada, y esa fue la razón de peso el porqué
enviamos un grupo a investigar, el que justamente
desapareció.
Mis cejas se arquearon como las de un puma
acechando a su presa, debido a lo inverosímil que me sonaba
aquel fantástico relato. Me parecía bastante peculiar que el
Regidor inventara tal historia, justificando una desaparición tan
misteriosa como la que me contaba. Sin embargo con la pasión
y preocupación que me relataba aquellos eventos, me pareció
que todo lo que me decía era tan real como el imponente cerro
a las afueras del pueblo. Para confirmar sus palabras y
comenzar a entender la situación, le sugerí que me
acompañara para ver con mis propios ojos a la misteriosa
figura del Ulmag. La causante de todas sus desgracias. Cuando
salimos, vi que en una de sus manos llevaba un pequeño
catalejo de madera.

- Vea allá arriba, justo sobre mi índice. – me dijo,


mientras me entregaba el instrumento óptico – A
simple vista cuesta distinguir, pero el catalejo le
mostrará lo imponente de aquella figura. Parece
una espada invertida enterrada en la tierra.
Cuando logré acomodar el lente hacia donde me
indicaba el Regidor, el impresionante tamaño de la figura me
cautivó, haciéndome entender por lo liso de su superficie de
que era imposible de que esa creación fuera natural. Como mi
compañero decía, aquella misteriosa figura era similar a una
espada de proporciones exageradas, enterrada sobre la
cumbre con su empuñadura apuntando a los cielos, de un
material parecido al metal, liso y opaco como si hubiera sido
esculpido y limpiado de imperfecciones. Una escultura
perfecta, tan misteriosa en origen, como en su composición.

- Es impresionante. Calculo que debe medir unos


treinta hombres, uno sobre el otro. Se nota que su
altura es impresionante. Viéndolo desde el catalejo
uno realmente considera sus proporciones señor
Colmun.
- Estoy de acuerdo con usted, Regidor. Es una
estructura realmente enorme. Me es imposible
creer que haya aparecido en una noche. Ya veo el
porqué se realizó aquella empresa, la cual solo ha
traído desgracia a su pueblo y a usted con respecto
a su hermano.
El pobre viejo trataba de sonreír como cortesía a mis
palabras, aunque el dolor y la angustia dificultaban que se
explayara normalmente. Luego de observar desde el bajo del
pueblo hacia la corona de la enorme mole, decidimos entrar al
ayuntamiento para continuar con nuestra reunión. Una vez
que comprendí la realidad de mi misión, me di cuenta que las
cosas no serían tan normales como pensaba, ni tampoco una
labor fácil de realizar.

***
Cuando comencé mi ascenso desde las faldas del
enorme Ulmag, recordaba algunas palabras de la charla
sostenida con el Regidor, un día antes. “Encuéntrelos, sea
como sea”, me pidió con una tristeza que pocas veces había
visto en mi carrera. Para mi disposición durante la travesía, el
Regidor me entregó a cargo un viejo pastor, quien conocía
como la palma de su mano aquellas tierras. Aunque el temor a
desaparecer como los excursionistas había provocado su recelo
de principio, aceptó a regañadientes cuando el Regidor le
prometió grandes recompensas si me ayudaba en mi empresa.
El pobre pastor me comentó mientras avanzábamos, que
aquellas riquezas le servirían para ayudar a su miserable
familia, pero que al primer atisbo de peligro desertaría sin
dudarlo, aunque significara dejarme atrás. Le comenté que era
lo más justo para ambos aquella determinación y que no me
interpondría en su camino cuando ocurriese. Como gratitud a
mi honestidad, me regaló una pequeña figura de madera y me
dijo que se llamaba Leman, que desde los tres años recorría los
accidentados senderos del Ulmag y que tenía una bella esposa
y dos hijos. Como cortesía, le agradecí su regalo y le sonreí
gustoso mientras escuchaba un poco más sobre su vida.

- Muchas gracias por su obsequio, señor Leman.


- Gracias a usted por comprender mis reparos – me
respondió con su voz arrugada por el paso del
tiempo.
- Como le dije, encuentro muy justo lo que me pide.
Si usted se encuentra complicado durante nuestro
viaje, hágamelo saber para darle la libertad de
regresar. Ya es suficiente con sus coterráneos
desparecidos y no me gustaría cargar con uno.
Menos si es usted.
- No se preocupe, señor Alud. Le aseguro que le seré
muy útil en su travesía, hasta que sea necesario.
Además como muestra de lealtad, le regalé esa
pequeña figura de madera, la cual fue tallada por
uno de mis hijos para que me protegiera.
Observé la figurilla que en esos momentos colgada de
mi cuello, reconociendo en sus facciones el rostro de mi
compañero.

- Una antigua tradición Ulmaga, traspasada de


generación en generación, cuenta que los antiguos
guerreros Ulmagos esculpían pequeños tótems de
madera, en los cuales se grababa el rostro propio.
Se dice que con esa pequeña figura uno se protege
de los malos espíritus. En cambio, si uno regala un
tótem a un amigo o un ser especial, le traspasa esa
protección, complementándose con la del
beneficiado. Le aseguro que mi protección le
protegerá en su travesía, cuando deba regresar.
Continuamos ascendiendo a velocidad ligera, hasta
llegar a un pequeño claro a medio camino. En ese punto
decidimos alimentarnos de unos pequeños panes de trigo,
entregados por la esposa del regidor, quien nos comentó sobre
sus propiedades nutricionales y energéticas. La mañana pasaba
a convertirse en tarde después de nuestra merienda,
indicándonos que deberíamos apurar nuestros pasos para
llegar antes del anochecer a la cumbre. Reunimos nuestros
objetos, ordenamos nuestras prendas y continuamos nuestra
caminata hacia la corona del Ulmag, la cual nos esperaba
silente, coronada por la misteriosa figura que a cada paso que
dábamos, se mostraba majestuosamente con sus imponentes
proporciones.
Una vez que el sol descendió tras las montañas,
dejando una estela luminosa en su camino, nos encontramos
rodeando un peligroso risco que dividía nuestro camino
violentamente y desde donde podíamos observar el
majestuoso valle de la región. Nuestro viaje debía continuar
por aquel tenebroso trayecto, el cual nos intimidó debido a la
incalculable altura que nos separaba de tierra firme. Para ello,
debíamos atravesar junto a un muro a nuestra izquierda y que
era el corte de la montaña, de donde sobresalía un pequeño
sendero que parecía colgar de la roca viva. Mi compañero se
acercó sigilosamente para estudiar la firmeza de aquel tramo,
indicándome que en alguna oportunidad le había cruzado en
sus años de juventud, pero que creía que su cansado y
desgastado cuerpo no soportaría en esta ocasión tamaña
presión. En cambio y según su experiencia en la montaña, yo
podría cruzar sin mayores inconvenientes. Cumpliendo con mi
palabra y haciendo valer la condición que me había impuesto,
le liberé de tal responsabilidad, dejándolo partir de regreso a
casa, no sin antes agradecer su corta pero efectiva compañía.
Acordamos pasar la noche en aquel lugar para separarnos a la
mañana siguiente. La noche se había dejado caer, cubriendo
con su manto de misterio y de absoluta oscuridad.

***

Un grito desgarrador me despertó bajo el viento y las


tinieblas. Me levanté raudo ante una amenaza desconocida,
representada por un gigantesco brazo que aparecía entre la
noche, apretando sus invisibles dedos en el tobillo de mi
compañero. En cosa de segundos, logré percatarme de que el
viejo pastor era levantado por los aires para desaparecer bajo
la sombra que se hacia presente sobre mi cabeza. Grité bajo un
terror indescriptible, pronunciando el nombre de quien fuera
mi guía y a quien sentía, debía proteger como si de un buen
amigo se tratara. La fogata estaba consumida y ni siquiera las
brasas que quedaban, lograban iluminar a mí alrededor,
haciéndome caminar a ciegas y con mi espada desenvainada.

Pasaron las horas, expectante bajo la oscuridad,


esperando un destino similar al de Leman. El miedo y el sudor
me mantenían frío bajo la noche, asustado y sin ideas, solo
esperando a un posible enemigo que no aparecía ni daba
señales de atacar. “¿Que mierda es todo esto?”, pensaba
aterrado. Me levantaba, caminaba un poco y luego me
sentaba, sigilosamente observando lo que pudiera y lo que me
permitieran las sombras de la madrugada. Luego de eso y sin
darme cuenta, caí dormido sin mediar cuidado alguno a pocas
horas del amanecer. Para mi fortuna, aquel misterioso brazo
no volvió a aparecer.

Desperté casi aturdido, con mi cabeza apoyada sobre


la tierra húmeda. Un poco agitado aún por la extraña situación
ocurrida la noche anterior. Según la altura del sol, había
pasado el medio día hacia unas buenas horas, aunque poco me
importaba ese detalle. Me quedé pensando, observando los
rastros dejados por mi compañero. Un pequeño pañuelo yacía
en el suelo, quedando como único vestigio del hombre que
dormía tranquilamente en aquel espacio. Recordé el como
hablaba de su familia, la forma en como se mostraba orgulloso
de sus hijos y de sus planes futuros con su recompensa.
Desgraciadamente, nada de eso ocurriría, quedando solo como
una triste anécdota que ni valdría la pena de contar.

***

¿No puede estar muerto? ¿Y si se lo llevó y lo mantiene


con vida? Debo salvarlo, todavía estoy a tiempo.

Sin dudarlo más, me levanté de mi tristeza y decidí


buscar al viejo Pastor para rescatarlo de su captor. Me amarré
el cinturón del cual colgaba mi espada envainada, me acomodé
mi mochila con sus correas y apresuré mi paso hacia el lugar
donde yo creí, había sido llevado mi compañero. Para ello,
debía orillar sobre el infinito risco, el mismo al que Leman
había decidido evitar la tarde anterior.

Para facilitar mi camino sobre aquella impresionante


altura, apoyé mi cuerpo ayudado por el peso de mi carga, lo
cual hizo que me deslizara lentamente sobre la roca, a paso
lento en el pequeño sendero que sobresalía hacia el risco. No
sé exactamente cuanto tiempo me tomó el cruzar a la
intemperie y soportando las ventiscas de la montaña, solo sé
que luego de un largo sufrimiento, salté torpemente para caer
sobre la hierba en el otro extremo de mi camino. El risco era
cosa del pasado y mi viaje debía continuar, agregando una
motivación extra que era mi compañero.
Al poco andar sobre las tierras altas de la montaña, me
detuve justo antes de ingresar a un extenso bosque, el cual por
lo que lograba observar, debía atravesar para llegar finalmente
a la cumbre. Una misteriosa intuición me decía que por ese
camino, lograría llegar con el Pastor desaparecido. El porqué
mi compañero debería estar capturado en la cumbre, la verdad
solo lo sabía, o mejor dicho confiaba en una imagen fantasmal
que se proyectaba en mi mente. Aquella escena me mostraba
a Leman, siendo levantado por los aires por el brazo fantasmal,
el cual danzaba como una serpiente para devolverse
raudamente hacia la cumbre. La niebla negra de la noche
anterior evitó que lograra observar ese detalle, pero aquel
recuerdo como creía yo que era, me mostraba la procedencia
de aquella monstruosa extremidad. La cumbre del
impresionante Ulmag.

Al internarme en el bosque, los árboles eran de unas


proporciones gigantescas. Sus sombras se proyectaban con una
densidad que evitaba la penetración de los rayos solares,
llegando casi a la oscuridad absoluta. Para evitar que las
tinieblas dificultaran mi camino, transformé un podrido tronco
en una improvisada antorcha, útil para transitar en aquellos
territorios. La inseguridad que me provocaba el recorrer aquel
bosque en esas condiciones, me hizo desenvainar mi espada
para estar alerta ante cualquier eventualidad. La aterradora
situación vivida la noche anterior, aun se mantenía fresca y
amenazante, por lo que la minima seguridad que me brindaba
mi hoja, era suficiente para continuar mi camino.

A medida que me internaba en las entrañas del


bosque, a lo lejos se oían voces desconocidas, las cuales se me
asemejaban a lamentos fantasmales. Estos alaridos me hacían
erizar la piel, recordándome lo frágil que uno puede ser. Digo
frágil porque a pesar de mis años de experiencia, investigando
asesinatos y combatiendo a violentos forajidos, me sentía
como una rata de laboratorio caminando en un laberinto.
Desnudo. A la merced de lo desconocido, acompañado por mi
soledad y por la imperceptible luminosidad de mi antorcha.
Recorrí bajo las tinieblas, casi a ciegas, adentrándome en esos
desconocidos territorios, eludiendo las raíces reptantes de los
gigantescos árboles, esperando en cualquier momento la
aparición del monstruoso brazo de sombras. Aún me sentía
vulnerable por lo ocurrido la noche anterior y eso mi ansiedad
me lo recordaba a cada momento.

No medí el tiempo exacto que me tomó atravesar las


sombras del bosque. Solo me percaté de que cuando había
dejado sus laberínticos rincones, la noche ya estaba presente.
Cuando me detuve en un claro notoriamente desnudo por la
falta de vegetación, me encontré con miles de estrellas
brillando como pequeños diamantes sobre el firmamento.
Luego de aquella revelación, mi vista se aproximó a la cumbre
del Ulmag, donde logré apreciar en su máximo esplendor a la
causante de todos mis pesares. La figura misteriosa. La espada
invertida, clavada sobre la tierra, yacía brillante como una de
las tantas estrellas que había contemplado hacia algunos
segundos. Lo más increíble de todo, era que su brillo se debía a
unas extrañas luces que le rodeaban en su perímetro. Sin
dudarlo mucho, comprendí que no me encontraba solo en las
alturas.

Leman. Está vivo.


***

El viento soplaba sobre la colina, con una violencia


inusitada. La cumbre desnuda parecía un mar infinito bajo la
luna, gracias al oleaje de la niebla nocturna. El brillo de la perla
de los cielos, caía sobre mis ojos felinos, los cuales yacían
expectantes ante las luces misteriosas. Aquellas extrañas
luminosidades que parecían columnas de luz, moviéndose de
un lado a otro como con vida propia. ¿Qué tipo de antorcha
puede iluminar de esa forma?

Me acerqué sigilosamente detrás de unos roqueríos,


desde donde lograba observar con mayor magnitud a la figura
de la cumbre. Debo admitir que sus dimensiones me
sorprendieron bastante, dejándome perplejo aquella fantástica
imagen que parecía venida de otro mundo. Dicha escultura
poseía una altura tres veces mayor a la de una atalaya,
delineada con unas formas cilíndricas perfectas, tan definidas
que era casi imposible que la hubieran esculpido manos
humanas. El blanco de su color, parecido al marfil, a ratos
brillaba por las luces danzarinas, las cuales se perdían en el
infinito de la noche tras impactar sobre ella. Todo aquel
conjunto de elementos tan inverosímiles para mi concepto de
realidad, me parecían impresionantes, casi de inspiración
divina, dejándome boquiabierto ante semejante maravilla.

Por todos los Dioses, esta escultura es gigantesca.


Un grito espeluznante se escuchó a mis espaldas. A los
pocos segundos se repitió aquel gemido, revelando su
procedencia sobrenatural. Luego otro gemido, acompañado
por otro, hasta escucharse una cantidad imperceptible para
mis oídos. Cuando me giré para descubrir la procedencia de
aquellos alaridos, mi corazón se detuvo por aquellas
monstruosas presencias, las cuales parecían acercarse a gran
velocidad.

Logré contar cinco siluetas cuadrúpedas, tan peludas


como un Gálor de las cavernas, que se abalanzaban sobre mí.
Sus fauces se abrían amenazantes a cada gemido que
lanzaban, descubriéndome sus enormes colmillos. El primero
de los monstruos en llegar, saltó bruscamente a la altura de mi
cabeza, buscando como por instinto la abertura bajo mi cuello.
Logré asestarle un golpe de puño, lo cual hizo que aquel
monstruo saltara y huyera despavorido, mientras sus otros
compañeros yacían en posición de ataque a pocos metros. Era
tal la rabia y locura de aquellas criaturas, que sus cabellos se
encontraban erizados, junto a sus ojos inyectados por la
sangre. Desenvainé mi espada, invitando a mis atacantes a que
se atrevieran a luchar conmigo con algunos gestos de combate,
lo cual no fue correspondido por los aludidos. A los pocos
segundos, comprendí que aquellas criaturas no tenían
iniciativa propia, por lo que un silbido lejano les alertó y les
hizo retroceder hasta alejarse un buen trecho.

Me acerqué cuidadosamente, encolerizado por la


adrenalina. Mi espada brillaba mágicamente aquella noche,
mientras me mantenía en posición de ataque e invitaba a mis
atacantes a que regresaran. Al no recibir respuesta, me
acerqué hacia la oscuridad de su procedencia. Nuevamente
escuché el misterioso silbido, sin reconocer su real origen.

- ¿Quién anda ahí? – grité hacia el vacío, sin recibir


respuesta. - ¡Entréguenme a Leman y nos vamos
de acá!
No había respuesta.

- ¿Quiénes son ustedes, de donde vienen? ¡Digan


algo malditos monstruos!
A los pocos segundos, desde el interior de las tinieblas,
apareció el brazo monstruoso que había capturado a Leman.
No alcancé a zafarme de sus enormes dedos que me
apretujaban los tobillos y me levantaban varios metros sobre la
cumbre. Al verme sobrevolando a la intemperie, mi espada
caía al vacío por mi torpeza. De la misma forma que la hoja
desapareció entre las sombras, mi conciencia se desvaneció
hasta perder la cordura. Antes de cerrar mis ojos, lo único que
logré divisar bajo aquella noche, fue al tótem de Leman, que
seguía colgando de mi cuello.

***

Desperté en un lugar fuera de este mundo. Bajo un


manto blanco que traspasaba mis parpados, aunque me
esforzara en cubrir mis ojos con mis manos. Una luminosidad
penetrante, que me provocaba cierta picazón que hacia
palpitar mis globos oculares. Cuando logré componerme de
aquellos malestares, me encontré dentro de una extraña
habitación. Un espacio sin ventanas, cubierto por esa
luminosidad casi fantasmal, que según logré concluir, provenía
de unos extraños cilindros insertos al techo del habitáculo.
¿Qué tipo de magia es esa? Me dije sorprendido por aquel
descubrimiento.

A mi alrededor, los muros formaban un solo elemento,


el cual como descubrí a los pocos segundos, formaban parte de
una semiesfera que seguramente era la forma exterior de
aquel inmueble. Inmediatamente recordé las viviendas que
construían los guerreros de las tierras del norte, lugares
cubiertos por la nieve durante todo el año, quienes fabricaban
sus refugios al interior de una semiesfera, formada por bloques
de hielo resistentes al frío. En esta ocasión, parecía que los
muros de mi habitación eran parte de un todo, sin la necesidad
de utilizar las técnicas de los habitantes del norte. Una obra de
ingeniería demasiado avanzada para la existente en nuestro
mundo.

En el muro orientado a los pies de mi cama, logré


divisar los bordes finísimos de un rectángulo vertical, el cual
concluí que correspondía a la puerta de la habitación. Al no
encontrar un picaporte o alguna manilla que me permitiera
manipularla, me acerqué sigilosamente para estudiarla y ver la
forma de abrirla.

Ábrete, maldita sea. Ábrete estúpida puerta.

Luego de forcejear inútilmente con esta, logré


escuchar un click, el cual dio pie a que se abriera
sorpresivamente como una trampa. Cuando se reveló lo que
me esperaba al otro lado, instintivamente retrocedí de un
salto, aterrado por la aparición bajo el umbral. Un manto
brumoso ingresaba a la habitación, junto con el monstruoso
visitante que ingresaba a paso lento. La criatura era un poco
más alta que yo, de una piel rugosa y brillante y de una cabeza
bastante desproporcionada a su cuerpo, de la cual salían unos
tubos extraños que se conectaban a una joroba perfectamente
cuadrada. Me llamó la atención un bordado que se encontraba
zurcido a uno de sus brazos, algo similar a una bandera,
compuesta por varias barras rojas rodeando a un conjunto de
estrellas ubicadas en una de sus esquinas. Su cara no era como
tal, era una especie de cubierta de cristal oscurecida que
parecía un enorme ojo, de donde nítidamente se divisaba algo
similar a un rostro. Una criatura bastante aterradora y extraña,
la cual me paralizó con el solo hecho de permanecer inmóvil
frente a mí.

¡Quienes son, que quieren de nosotros!

Continué gritando desesperado, buscando algún


objeto que me sirviera de arma. Todo fue inútil, estaba a
merced del monstruo, aterrado, tan vulnerable como una rata.

La criatura levantó su brazo derecho, como pidiendo


que me calmara. Me encontraba sentado junto a la cama, con
mi espalda apoyada a la marquesa, observando con mis ojos
desorbitados. La criatura se me acercaba cada vez más, ahora
con ambas manos levantadas. Mi rostro se reflejó en su ojo de
cristal, al igual que en un espejo, apenas distinguiendo mi cara
distorsionada por su convexidad. La corta distancia entre
ambos, me reveló un rostro al otro lado del reflejo. Un hombre
tan normal como yo, me observaba fijamente con unos ojos
tan azules como los cielos de Ulmag. Una sonrisa compasiva se
dibujó en el hombre, quien se quedó fijamente observándome
sobre mi cabeza.

A los pocos segundos, sentí un pinchazo a la altura de


mi cuello. La habitación comenzó a girar, tornándose borrosa
como una pintura mal hecha. El visitante se convertía en un
ente amorfo, ensombrecido por mis pestañeos hasta perderse
bajo un manto de oscuridad que me hizo desfallecer. Todo
parecía un mal sueño, una historia extraña en un mundo
extraño, ocurriendo en la más absoluta realidad. Una escena
perturbadora que se borraba en un segundo, para finalmente
caer inconciente sobre el frío suelo de la habitación.

***

Desde la cumbre del Ulmag, observo hacia el


horizonte, cubierto por el frío de las montañas. El viento sopla
más fuerte de lo normal, quizás presagiando los agitados días
por venir. A lo lejos y casi imperceptible, el pequeño pueblo
espera silente, ignorando su macabro destino, el cual le sería
develado muy pronto.

Es un mal necesario.

A mi derecha, Leman me acompaña silente, con sus


cejas arqueadas y su sonrisa apagada. Se le ve más joven, más
gallardo y compuesto. De facciones más estilizadas si se
comparara con el viejo pastor que iniciara el viaje a mi lado.
Junto a él, otras personas que a mi amigo le son familiares, se
encontraban en la misma situación que nosotros. Observando
hacia el valle en donde se encontraba su antiguo hogar, con
sus rostros melancólicos, quizás pensando o tratando de
analizar el porqué de las cosas por ocurrir. Aquellos individuos
hace algún tiempo, eran a quienes llegué a buscar. Los cuatro
desaparecidos que se encontraban con nosotros, esperando el
paso del tiempo para poder actuar.

Siempre estuvieron vivos. Aprendiendo. Conociendo


una realidad negada por centurias. En las mentes de todos,
incluyéndome, una nueva verdad se incubaba a cada segundo.
Una revelación que a esas alturas ya nos pertenecía como
identidad y que significaba la verdad absoluta sobre las cosas.
Nuestras antiguas creencias, formas de ver el mundo y
nuestras aspiraciones en la vida, habían cambiado
radicalmente. Nuestros ojos habían sido abiertos por la verdad.
Una verdad, que pronto conocerían en el pueblo de Ulmag.

Desde lo más alto de la cumbre, un gran ejército


descendía hacia donde nos encontrábamos. Delante de ellos,
una jauría de hermosos pastores alemanes avanzaba a grandes
trancos. Una sensación de haber vivido esa escena, me
embargó.

Se veían tan intimidantes aquella noche

El líder del batallón número tres, casi me doblaba en


estatura. Sus facciones eran rectas, como si lo hubieran
dibujado con ángulos cuadrados, resaltando su aspecto tosco,
ideal para un guerrero de su reputación. Una gran cantidad de
condecoraciones y medallas colgaban de su solapa, todas
obtenidas por su valentía y excelente servicio al ejército. A
pesar de la impresión dura que destacaba su aspecto, había
sido el primero en recibirme y en conversar conmigo a mi
llegada. Aunque en nuestro primer encuentro, se había
presentado con un traje protector, que en su momento me
intimidó.

- Señor Alud. Han pasado seis meses humanos


desde su llegada al campamento… - Tiempo
suficiente donde aprendí muchas costumbres
humanas, especialmente a entender su idioma. - …
me imagino que este día, para el cual se preparó
junto a sus coterráneos, fue esperado con ansias
de vuestra parte.
- No se equivoca señor Collins. Desde que nos
revelaron la verdad, hemos esperado este día,
contando cada segundo y mentalizándonos para
ello.
- Excelente. Me alegra saber eso. Ahora,
acompáñenos con su gente para comenzar con la
purga. Todo bajo la mirada de la cruz de nuestro
señor.
Antes de descender hacia Ulmag, una última oración
nos reconfortó. Aquella media mañana, bajo la cruz
monumental del cerro, comenzaba una nueva era en nuestro
mundo. Y nosotros seriamos los protagonistas principales de la
revolución. Bajo el poder de la cruz de nuestro señor.

Amén
Los ojos de mi madre
Estoy al interior de la oficina de contabilidad de una
empresa textil. Está a punto de caer la noche. Amenazo con una
semiautomática a una vieja de gruesos lentes que suda como vaca.
Veo sus ojos desorbitados, observándome con miedo.

Soy el asaltante. El típico pendejo de mierda que aparece


en el noticiario, al cual la gente putea desde su comedor cuando
cena. El marginal incomprendido, el drogadicto sin escrúpulos, el
delincuente, el flaite, la lacra social. Eso es lo que soy y muchas cosas
más. A todo esto mi nombre es Joel.

No recuerdo bien cuando fue la primera vez que tomé un


arma, apenas recuerdo la tarde que me fumé mi primer pito y
quieren que me acuerde. Lo que si recuerdo es que me sentí
invencible, como un dios con su báculo sagrado sometiendo a los
hombres. La adrenalina recorría mi cuerpo y me volvía imponente
ante el mundo. Quizás por eso decidí emprender este camino que
muchos ven con maldad. No tenía otra alternativa. Para mi este
camino representa libertad, rebeldía, anarquía absoluta, la
posibilidad de doblegar a los poderosos bajo mi irreprochable
doctrina. Como pueden ver, una simple pistola puede convertir a un
simple pajarraco en un verdadero titán, ¿Cómo iba a decir que no a
mi destino?

A mis trece años, recorría las calles de la ciudad


acompañado de mi nueve milímetros, la cual perteneció a mi padre,
quien murió hace algunos años en la oscuridad de su celda. Junto a
otros chicos de la población, nos interiorizamos en el arte de ser
“choro”, aprendiendo su sucia jerga marginal y su reconocida
conducta irreverente. Nos enfrentábamos con pandillas rivales que a
ratos acechaban nuestro territorio, participando en verdaderas
batallas campales. Allí aprendí a controlar mi arma y conocerla como
propia, haciéndola parte de mí como un brazo o una pierna. De esa
manera logré comprender su uso correcto para lograr defenderme y
atacar cuando era necesario.

Con el paso del tiempo, mi pandilla se fue labrando cierta


reputación. Algunos chicos del grupo destacaban sobre el resto,
alardeando de sus peleas y de sus heridas de guerra. Sin embargo,
nadie logró ser más respetado que yo, quizás porque siempre fui el
más “choro” y el que primero iba al frente en caso de pelea.
Indirectamente me convertí en el líder, dirigiendo y planificando las
acciones a realizar. Asaltos, peleas con otros “piños”, ajustes de
cuentas o simplemente pelear por placer y con quien se nos
atravesara, era lo común para nosotros.

Recuerdo con mucha satisfacción mis inicios como


pandillero, mientras el cañón de mi arma apunta a la vieja histérica,
la cual torpemente trata de reunir el dinero recaudado. De momento
estamos solos, así que decido tomarme mi tiempo mientras la doña
cumple con su labor. Me siento sobre un mesón abarrotado de
papeles, los cuales lanzo hacia el suelo. Me quedo algunos minutos
sobre el tablón, apurando a mi victima con algunos garabatos y
amenazas. Veo la camisa de la doña empapada por la transpiración y
el terror. Me gusta tener el control de la situación, se me erizan los
vellos con solo gritar y putear al resto, demostrando que yo hago lo
que quiero. Siempre ha sido así y generalmente me comporto de esa
manera cuando ataco. No me gusta demostrar debilidad ni
compasión, ya que en el momento menos pensado, mis víctimas se
podrían volver mis victimarios. Es que el odio hacia los “cogoteros” se
respira en cada rincón de nuestra sociedad y por supuesto hay que
protegerse. Dudo mucho que la doña sea capaz de enfrentarme, pero
es mejor no arriesgarse, así que continúo demostrando mi autoridad.

Algunas horas antes de salir a trabajar, me encontraba


con algunos “voladitos” compartiendo afuera de la casa del “Jocho”,
un compinche conocido en la pobla por aspirar parafina y por pitiarse
al loco Lalo. La idea de asaltar la empresa textil se había conversado
hacia algunos días, quedando pendiente la planificación de esta. Yo
por mi parte siempre trato de idear todos mis pasos y al momento de
reunirnos con mis “cumpas”, poder ofrecer una posible estrategia. En
esta oportunidad, ninguno de estos “flytes” se atrevió a
acompañarme, dejando para después el trabajito acordado. Al ver
que mis socios no estaban disponibles, decidí por mi propia cuenta
atacar esta noche y no compartir el botín, cosa que en lo personal me
agradaba mucho más, ya que no tendría que rendirle cuentas a
ninguno de estos drogadictos. “Que le ponen color, pollos culiaos”,
grité y me retiré excitado a mi casa.

Antes de caminar hacia la fábrica, me fumé un pitito de


pasta en mi pieza, mientras mi mamá lavaba la ropa de mi hermanita
en el patio. A mi “vieja” no le gusta lo que hago y no han sido pocas
las veces que me ha pedido de rodillas que me enderece. Para mí
nunca ha sido fácil verla llorar por mi culpa, a pesar que me gusta mi
vida, pero a estas alturas está muy manchada mi conciencia y cada
día que pasa, la posibilidad de ser un hombre de bien se desvanece.
Nadie querría darle una oportunidad de trabajo a un tipo como yo,
quien no le ha trabajado un peso a nadie y se gana la vida
delinquiendo. Pero por otro lado, la libertad que actualmente tengo
no la cambiaria en lo absoluto. Hago lo que quiero en cada momento
y cuando necesito plata, salgo a trabajar como a mí me gusta. No
soportaría vivir mi vida bajo las órdenes de un huevón, sacándome la
cresta día y noche por un sueldo miserable. Yo sé que hago sufrir a
mi mamá cada vez que salgo a la jungla y eso muchas veces me
entristece, pero también sé que no tengo otra opción. El dinero fácil
ya me atrapó.

Mientras veo a la vieja reuniendo el botín, me pregunto


sobre su vida. Nunca me he preguntado de la vida de nadie, mucho
menos de alguien a quien esté asaltando, puede ser que el recordar a
mi madre con su rostro cansado me haya sensibilizado sobre aquello.
La doña está algo más calmada, quizás resignada a lo que está
pasando. Al menos colabora y no me cuestiona nada, así que dejo de
hostigarla con mis palabras, mientras le observo con la pistola
empuñada. Me levanto de la mesa para pasearme como león
enjaulado. No pierdo de vista a la doña, mientras sigue guardando lo
poco que queda de dinero en una bolsa plástica. Por un segundo,
nuestras miradas se cruzan cuando se agacha a depositar un puñado
de billetes. Nos miramos fijo, en silencio, sin importar el
protagonismo que tuviera cada uno. El momento se quiebra cuando
se levanta y amarra la bolsa. Le digo que me reúna otros objetos de
valor como celulares o cosas de menor tamaño como un notebook.
Me da su aprobación menando su cabeza.
Por un instante y mientras me reúne algunos móviles de la
empresa, presto atención al escritorio más próximo. Una pequeña
foto enmarcada me muestra a la señora sentada en una especie de
jardín, acompañada de dos niños sentados en sus muslos. Se ve que
ambos no superan los diez años y la abrazan con un amor que
traspasa la imagen congelada por la cámara. Por la diferencia de
edad, presumo que la doña es abuela y que la pareja corresponde a
sus nietos. Trato de recordar alguna fotografía similar donde
aparezca junto a mi familia. Alguna imagen de pequeño, en algún
cumpleaños o el de mi hermana, pero no logro acertar con ninguna
que se me haga familiar. Al menos no recuerdo nada. Eso porque
desde la muerte de mi padre, mi mamá nunca nos celebró un
cumpleaños. Pienso un poco sobre eso y me quedo en silencio. Mis
ojos continúan recorriendo el mesón, encontrando otros objetos
como figuras de cartón, pequeños dibujos enmarcados con palitos de
helado o menudas figuritas de porcelana. Pequeñas artesanías que
por lo que veo, fueron hechas en su mayoría por manitas también
pequeñas.

Recuerdo una tarde cuando aún iba a la escuela, en una


época donde mi mamá aún era feliz y sus ojos brillaban con luz
propia, me fue a buscar a mi kínder en vísperas del día de la madre.
Aquel día, la profesora nos hizo trabajar en un regalo, el cual
consistía en fabricar una pequeña figura de lana, con largas patas
colgantes y un pequeño sombrero de cartón. Con mucha dedicación
me preocupé de los más mínimos detalles, ayudado por una de las
“tías” que recortaba y unía las piezas más complejas. Todavía
recuerdo la enorme sonrisa de mi viejita cuando le entregué su
regalo. El contraste de su brillante y perlada dentadura con el tono
mate de su piel y su erizado cabello que dejaba caer sobre sus
delgados hombros. El rostro de mi madre, con esos hermosos ojos
cristalinos que me enamoraban y me inspiraban confianza, los
recuerdo como si hubiera sido ayer. Creo que es la única vez que la vi
tan sonriente y tan radiante, antes de convertirme en lo que soy. Un
beso de agradecimiento humedeció mi pequeña mejilla, luego le di
mi mano y nos fuimos a casa.

La doña termina de reunir el resto de los objetos que le


pedí. La veo tensa, algo confundida por la situación, hasta un poco
más intranquila que hace algún instante. Recojo una de las bolsas y la
acerco. Le digo que se siente y descanse un poco. Le pregunto si
tienen más objetos de valor y me dice que lo más importante ya lo ha
reunido. “¿Cómo que no tiene más hueás?”, grito con tono
desafiante, mientras se acurruca protegiéndose con sus brazos. Me
ruega que no le haga nada, que me vaya con lo que tengo y que
efectivamente no quedan más cosas que entregar.
Desgraciadamente la pasta hizo que perdiera hace mucho tiempo mi
sentido común.

La levanto con fuerza, arrojándola al suelo y gritándole


con más violencia que antes. Esta vez hasta yo creo que me excedo
con la forma que trato a la señora, pero es necesario reunir la mayor
cantidad de objetos de valor posible para que el asalto valga la pena.
Le digo que se levante y que busque cualquier cosa como un reloj,
una linterna o un bolígrafo, estoy dispuesto a llevar y revender lo que
sea útil. La señora esta vez queda sentada en el suelo, llorando
desconsoladamente, haciendo oídos sordos de mis instrucciones.

La observo como un puma, los ojos centelleantes y el


aliento con gusto a azufre. Me ofusco con la escena y la levanto de
un brazo, arrojándola hacia un pequeño escritorio. Se golpea con su
cadera en el canto, frenando de improviso con violencia. La mesa
alcanza a chocar con el escritorio anterior en una de sus esquinas,
provocando una sacudida que desparrama todos los pequeños
objetos, incluida la foto enmarcada que cae al suelo. La doña se
levanta con mucha dificultad, con lágrimas en sus ojos, con su
respiración agitada. Me pide que la deje recuperar el aliento, a lo
cual accedo a regañadientes. Una vez que se reincorpora, se frota su
pecho y disminuye a sollozos su llanto. Le ordeno que se apure, a lo
cual obedece caminando hacia unos estantes algunos metros de
nosotros. Me vuelvo a sentar en una de las mesas, observando cada
uno de sus movimientos. El tiempo pasa lentamente, o eso es lo que
la pasta me hace creer.

Rápidamente presto atención al desorden. La foto yace


distorsionada entre los vidrios rotos del marco. Veo a la señora
sonriendo, rebosante de felicidad junto a los pequeños. Se ven
sentados sobre el césped, quizás en una plaza, en el jardín de alguna
casa, no logro saberlo. El sol se ve brillante, destacando
notoriamente sobre sus cabezas como si de un día de verano se
tratara. Vuelvo a lo mismo de antes, intento recordar una fotografía,
alguna escena o evento familiar que no existe. Mi mente se esfuerza
en escudriñar mis recuerdos, pero todo llega a un elemento vacío.
¿Es que acaso nunca he tenido un momento de felicidad? ¿Mi vida
siempre ha estado llena de miserias? Simples preguntas que me hago
en cosa de segundos. Veo en una sola imagen una vida plena, con un
buen pasar y dicha. Veo éxito y metas cumplidas, una familia
formada y bien constituida. Veo a una persona que logró todo lo que
se propuso, que fue esposa, madre y abuela. Una mujer feliz, la cual
probablemente nació en una familia feliz y posteriormente pudo
realizar su propio proyecto. Quizás cuantas fotos más existen de ella
con sus seres queridos, recuerdos de fiestas, cumpleaños o
graduaciones. Yo lo único que tengo hasta ahora, es la imagen de mi
madre tomándome de la mano a la salida del jardín. ¿Acaso ese
instante no me fue suficiente? ¿Necesitaba más momentos alegres
para tomar otro rumbo en mi vida?, nunca sabré la respuesta. El
tiempo avanza, ya queda poco para terminar acá.

“No hay más cosas” me dice la doña, ya bastante agotada.


Esta vez siento que es sincera y que no busca engañarme, entonces
me le acerco sigilosamente para recibir la bolsa con los últimos
objetos recaudados. Cuento cinco de ellas, las cuales torpemente
amontono dentro de una mochila que encuentro en la oficina. La
señora se sienta sobre una vieja silla, exhausta, con la mirada perdida
y su rostro exageradamente rojizo. Apoya su frente en sus manos y
deja caer sus lentes sobre su regazo. Poco le importa recogerlos,
prefiere respirar como un asmático a punto de sufrir una crisis. La
observo en silencio, escruto cada uno de sus movimientos
haciéndome el desentendido. Curiosamente me nace la necesidad de
abrazarla y consolarla, no siento odio hacia ella ni mucho menos, solo
compasión y respeto, esto gracias al coraje con que me enfrentó
durante el asalto. Se nota que es una mujer muy valiente.

Termino de preparar la mochila con el botín, revisando


cuidadosamente que todo haya quedado bien cerrado. Para mi mala
fortuna, al momento de dirigirme hacia la puerta principal, escucho
con cierto temor algo parecido a un ejército marchando hacia
nosotros. Al otro lado de la salida, una escalera de madera me
conecta con el primer piso por donde entré, justamente es por ese
sector donde se escucha el grito amenazante de un individuo. Su voz
es tan fuerte como el bramido de un toro. Aquellos gritos se me
hacen familiares.

Me desespero al punto de perder el control. Retrocedo


torpemente y echo un rápido vistazo alrededor, reviso las pocas
ventanas que hay para encontrarme con la terrible sorpresa de que
me tienen rodeado. Cuando me giro hacia la puerta y sin ninguna
opción razonable, veo como esta se desploma y permite la entrada
de tres individuos armados. El uniforme les distingue como
funcionarios de investigaciones, quienes en pocos segundos se
posicionan dentro de la oficina. Debo pensar rápido, buscar la forma
más segura de salvarme. Opto por una decisión drástica pero lógica,
apunto a la doña quien está paralizada por el miedo, me le acerco
rápidamente hasta apuntar mi cañón en su frente. Por la cara de los
detectives, al parecer ninguno se esperaba que un mocoso púber
fuera tan decidido, aunque en estos días ya nada les debe sorprender
por lo demás.

Les advierto que no se acerquen, que estoy dispuesto a


todo y que me dejen escapar tranquilamente. Uno de los detectives
que parece ser el líder me sugiere que no me precipite. Mientras él
me dirige la palabra, veo como más individuos se suman a la escena.
El aire es pesado y caluroso, la tensión se respira como si fuera vapor
y mi piel se vuelve de gallina. Estoy solo, sin ninguna idea y
entregado a mi destino.

Veo que la señora lentamente toma posición fetal,


sollozando con sus ojos cerrados. Una vez escuché que nuestro
cuerpo al morir, inconscientemente adopta esa postura con la cual se
mantuvo nueve meses en el vientre materno. Otros dicen que antes
de morir o sentir la sensación de muerte, nuestro cuerpo se prepara
para lo peor y esa posición es parte de ello. No sé si será cierto, pero
me pareció que la señora estaba preparándose y justamente esa
escena me hizo recordar aquel mito urbano. Haciendo un poco de
memoria, mi madre fue la que me contó hace mucho tiempo esa
creencia y recuerdo que sorprendido le pregunte más cosas sobre
aquello. Así era mi querida madre, una mujer sabía que conocía el
mundo como la palma de su mano, que me enseño tantas cosas que
aún me parecen increíbles y que siempre nos respondía con la mejor
de sus sonrisas y con sus ojos esmeralda. ¿Cómo me gustaría haberle
dado todas las comodidades que se merece?

No fueron pocas las veces que después de realizar alguna


venta de artículos, le ofrecí compartir las ganancias para ayudar en la
casa, ya que ella lava ropa para ganar dinero y desgraciadamente no
le alcanza para mantenernos. Ella siempre me rechazó,
argumentando que prefería mil veces seguir siendo pobre antes que
comer y vestirse gracias a “plata sucia”. La entiendo, generalmente le
cuestioné su decisión pero la entiendo. Ella siempre fue humilde y
trabajadora, siempre trató de educarme y enseñarme valores, los
cuales con el tiempo quebranté. Yo sé que sufre mucho por mi culpa
y como dije antes, muchas veces se arrodilló pidiéndome que
cambiara de vida. Sin embargo en esta ocasión, no es ella la que se
encuentra arrodillada afirmándose de mis piernas, suplicándome que
no cometa otro error. La que se encuentra en esa situación es la
señora de la oficina, sollozando y rogando por su vida. No me di
cuenta en qué momento se deslizó hacia mí, pero la veo en una
posición que se me hace familiar. Está de rodillas como tantas veces
lo hizo mi madre.

Me quedo paralizado, un poco incrédulo con respecto a


lo que ocurre, pero definitivamente estático. Veo como aquella
mujer abraza mis piernas y apoya su cabeza en uno de mis muslos,
rogándome con sus palabras quebradas por la tristeza. La humedad
de sus lágrimas moja mis pantalones, sus uñas se clavan suavemente
en mis pantorrillas y su llanto similar al de un niño me conmueve.
Junto a ella, yace en el suelo la foto enmarcada con sus nietos, su
momento de felicidad, uno de tantos que ha tenido la señora. La
vuelvo a ver abrazada a mis piernas, al igual que a mi madre
pidiéndome que no me desvíe, que sea un gran hombre y que haga el
bien a mis semejantes. Veo como su mirada se posa en mi persona,
con sus ojos mojados y profundos, con su corazón herido por mi
culpa, veo los ojos de mi madre como tantas veces lo hice antes. Veo
los mismos ojos que vieron a mi padre y que ahora me vuelven a ver
como tantas veces, aunque en esta oportunidad desde otro cuerpo y
en otro lugar. Vuelvo a reconocer esa mirada triste que en parte
contribuí a formar, al igual que hizo mi progenitor, pero que yo sé
que más culpable de aquello soy yo, su niño lindo como me decía, su
gran esperanza para el futuro.

Me tambaleo por los nervios, mi corazón se acelera y la


culpa me absorbe en estos momentos. Los ojos tristes de mi mamá
se revelaron en otra persona, pidiéndome que no me equivoque
más. No quiero volver a ver tristeza en mi madre, deseo que ella
vuelva a sonreír y que sus ojos recuperen el brillo que les hice perder.
Extraño los ojos de mi madre como cuando era ese niño inocente
que poco sabía del mundo. Deseo con toda mi alma que ella
recupere las ganas de vivir y que deje de preocuparse de las personas
que solo la han dañado. Que deje de preocuparse de mí y que logre
vivir tranquila.

Retrocedo tiritando, alejando la punta del cañón de mi


rehén, decidido a terminar con todo. No sé realmente en que
momento las cosas se volvieron tan confusas, no sé si el efecto de las
drogas me ha influenciado en mi decisión o quizás en mi eventual
tristeza, solo sé que me siento más lúcido que en toda mi vida y que
el sacrificio que estoy dispuesto a hacer, permitirá que en el futuro
mis seres queridos vivan en paz. Permitirá que mi hermana viva sin
ese miedo que expresa su mirada cuando estoy cerca de ella y
permitirá que mi madre recupere ese brillo que antaño perdió.
Seguramente los primeros meses sufrirán, comenzaran los
cuestionamientos y las auto recriminaciones, pero yo sé que a largo
plazo las cosas mejoraran y sus vidas cambiaran. Eso espero con todo
mi ser y que ojala el de arriba me escuche esta vez y me cumpla solo
con ese favor.

Antes de levantar mi arma y apretar el gatillo hacia los


detectives, una bala perfora mi cuello a la altura de la yugular. La
sangre salpica a raudales desde la herida, manchando mi polera con
el líquido rojo. Me desplomo agonizante sobre la alfombra mientras
la señora grita shockeada algunos metros más allá. Con una mano
trato de impedir que la sangre siga saliendo a litros, pero mi cuerpo
va perdiendo fuerza a cada segundo que transcurre. Me cuesta
respirar, trago y trago sangre y saliva, llegando a un momento en que
mi garganta se obstruye. Qué bueno que los detectives reaccionaron
como yo esperaba.

Antes de cerrar mis ojos y dejar este mundo, entiendo


que aquel recuerdo del jardín era mi momento de felicidad. Quizás el
único que he tenido en mi vida, pero era más que suficiente para
aferrarme y salir adelante. Mi vida se acaba, pero al menos me
tranquiliza el hecho de que tarde o temprano los ojos de mi madre
volverán a brillar.
El Ángel
-Dejameeeee...mierdaaa!!!. - Saul gritaba entre asustado y
encolerizado desde el suelo -
Su atacante seguía pateando sus costillas violentamente y
Saul sentía una puñalada a cada puntapié recibido. El dolor era
tan terrible que a ratos le enceguecía. La victima, de alrededor
de unos cuarenta años y más aun no entendía porque estaba
recibiendo semejante golpiza. Su conciencia le decía que
tratara de salir de ahí como sea, viendo que la vía diplomatica
no habia conseguido resultados.
De pronto, y ante el descuido de un par de segundos de su
atacante, el hombre se paro como pudo y con algo de
dificultad empezo a correr. Alcanzó a alejarse algunos metros
antes de que su victimario le sujetara de un hombro y le
propinara un certero puñetazo en la nuca. Al caer
pesadamente, rebotó su cabeza en la corniza y por alguna
rafaga de tiempo perdió la conciencia.
Al recobrarse, su cuerpo estaba completamente dormido
por la cantidad de golpes recibidos y pudo percatarse con
horror de que su brazo izquierdo estaba fuera de su posición.
No recordaba en que momento se había fracturado, pero tal
descubrimiento le desconcertó. Como por instinto, se tomo
con su otra mano el colgajo del brazo y se dió vuelta para
proteger su extremidad lesionada.
Estando con su cara practicamente pegada al pavimento,
pudo escuchar un ruido sordo desde las entrañas de la tierra.
Dicho golpeteo crecia y se multiplicaba rapidamente hasta
convertirse en pisadas. Cuando pudo reconocer de donde
provenian los pasos, ante sus ojos una turba de no más de diez
personas se acercaba a gran velocidad a espaldas de su
castigador. Por lo aturdido que se encontraba, no podia
distinguir si es que aquel grupo venía en tono amenazador o si
buscaban terminar con su sufrimiento. Las respuestas llegaron
al contemplar ante el al conjunto de recien llegados.
Desde las entrañas de la pila de gente emergió un hombre
de mediana estatura y de parpados caidos. Con gran atención
escrutaba desde su posición al demacrado y desangrado
sujeto, el cual con su mirada pedía la compasión de su
observador. Este no emitió respuesta alguna. Saul se acercó
arrastrandose a sujetar los tobillos del hombre, pero este al
darse cuenta de las intenciones del destrozado tipejo, se alejó
un par de pasos y con una debil sacudida de su pie se liberó de
su sucia y aminorada mano.
Saul ya no aguantaba más. Al sentir el frio rechazo de la
otra persona, agachó su cabeza y rompió en llanto. El sujeto al
ver como sufria el hombre en el suelo, se puso en cunclillas y
se acercó para hablarle algo al oido. A ultimo momento se
arrepintió y solo se dedicó a contemplarle desde aquella
distancia. Por lo cerca que estaba, podía escuchar los sollozos
que se ahogaban con las lagrimas que penetraban por la
garganta de Saul y por algun momento se mantuvo en trance,
mirando a esa criatura reducida y bastante destruida fisica y
mentalmente. Por casi un minuto todos se mantuvieron en
silencio. Solo se dedicaron a escuchar el doloroso desahogo del
demacrado personaje.
De pronto, el silencio fue quebrado por unas palabras entre
cortadas.
- Porque.... porqueeeeeee..... - gritó Saul -
El hombre ante el, le respondió.
- Tu eres el único culpable de lo que te pasa. - dijo
friamente - Te dije que ibas a pagar con tu vida.
Saul soltó un pequeño suspiro y prosiguió.
- Mire... Don Manuel. Todo lo que hice, no fué gratuito.... -
hubo un silencio - tenía conciencia que este mundo no iba a
comprender lo que siento, la gente como usted no entiende lo
que es amar.... - tosió - pero quiero que sepa que en ningun
momento quise dañarla... por que mi amor y devocion hacia
ella supera el amor que le tengo a mi propia vida.... . Ella,
cuando la vi por primera vez, me tendió una mano cuando me
sentía muy solo en este mundo. Ella me entregó lo más valioso
que podia dar, su amor incondicional. Yo lo único que le pido
es que me entienda, que deje de ver con los ojos cerrados y
que de una vez por todas vea nuestra relación con un
horizonte más amplio. Yo todo lo que hice fue por amor, por el
amor que le tengo a su hija.... y quiero que sepa que si tengo
que dar mi vida, la dare con gusto, por que la amo, y siempre la
amaré, aunque usted se oponga.
Cuando Saul terminó de decir su última palabra, hubo un
silencio sepulcral. Las palabras emitidas por el agonizante
sujeto habían provocado el mayor de los silencios en la
concurrencia y por su parte, el ofendido padre, vio como su
semblante se desmoronaba y la tristeza le invadia. Como si se
tratara de un niño en busca de su madre, Don Manuel
comenzó a llorar.
Saul, quien habia sido torturado en cuerpo y alma, veia con
asombro la reacción del padre de su amada. Pensó por un
momento en que el menudo y en algun momento enfurecido
hombre habia recapacitado, y que sus palabras le habia
ablandado en lo más profundo de su corazón.
Pero que engañosas eran las palabras de su conciencia. Ya
que al pasar algo de cinco minutos, vió como la furia
incontrolable de la persona que le habia enjuiciado por el solo
hecho de enamorarse de su retoño, se avalanzaba sobre su
humanidad con una rabia que jamas habia visto. Manuel pateo
el craneo de Saul hasta el cansancio, mientras gritaba a los
cuatro vientos que era un enfermo y un desquiciado. Estas
palabras fueron las mas suaves que alcanzó a escuchar su
victima antes de dejar de existir.
Cuando Manuel se habia sacado toda la rabia de su interior,
lo unico que quedó de Saul fue su craneo partido en el
pavimento. Sus botas estaban ensangrentadas y con algo de
frialdad se acercó a un pequeño antejardin junto a la vereda
donde raspó su bota en el pasto para quitarse un resto de
masa encefálica. Nadie le apuntó con el dedo o le increpó por
el asesinato. Por el contrario, tal cual como habian llegado,
dejaron el lugar en grupo, incorporandoseles el individuo que
habia golpeado primero a Saul, el cual era el hijo mayor de
Manuel. El cadaver de Saul quedó tirado en la calle como si de
un perro se tratara.
Pasaron algunos dias desde el homicidio. La policia
increiblemente no habia encontrado las pistas suficientes para
inculpar a alguien y por lo mismo el caso quedo pendiente
hasta un nuevo aviso. Por otro lado, Don Manuel y su hijo
estaban pendientes de otra cosa y les daba lo mismo todo lo
concerniente a los asuntos judiciales. El resto de los testigos de
la brutal golpiza le prestaron todo su apoyo a los asesinos y les
prometieron no hablar de lo sucedido a nadie. En otras
palabras, este hecho quedaría en el aire y el pobre diablo que
habia muerto, no le correspondería a nadie reclamarlo.
El asunto que desviaba la atención de padre e hijo de los
eventos ya acontecidos era la pérdida de un ser querido, el
sensible fallecimiento de justamente la otra protagonista de
esta historia de amor, su pequeña hija Lucia.
Ella estuvo casi diez dias agonizando en el hospital. Los
doctores, faltando algo de tres dias de su fallecimiento, le
habian informado a la familia que era cosa de tiempo para su
desceso. Como se suponia, esta noticia fue un verdadero golpe
para sus familiares, que con esto veian que su preciosa hija les
dejaba.
El dia de los funerales la lluvia se dejo caer con mucha
violencia. Era como si desde los cielos lloraran su partida y le
rindieran tributo con su llanto celestial, presentandole sus
respetos a los desafortunados parientes. Dentro de la pequeña
iglesia de madera, ya no habia espacio para la cantidad de
personas que fueron a acompañar a la familia de la
desafortunada. Junto al altar, sobre una mesa metálica
especialmente puesta para la ocasión, estaba el pequeño
ataúd de roble. Don Manuel y su señora esposa se
encontraban abrazados contemplando por sobre el vidrio el
pequeño cuerpecito de su hijita. Dentro del sarcofago, habia
una niña de no menos de cinco años, abrazada a su osito de
felpa favorito y vestida con un vestido blanco. Por la mente de
Manuel se vislumbró aquel fatal día que supo lo peor, cuando
le informaron que su pequeña niña estaba hospitalizada por
una hemorragia interna, producto de lo deteriorado de sus
órganos genitales y de sus intestinos. Había sido violada. Lo
más increíble era que el supuesto culpable la había llevado al
hospital para pedir auxilio. habia pedido que salvaran a "su
angel".
En el campo de batalla
El cielo estaba teñido de color gris. A lo lejos, el sonido de
un trueno viajaba gracias al eco, retumbando los oidos de la
campaña. Aquellos jovenes soldados atravesaban los
escombros de la ciudad, viendo como colgaban las techumbres
de las casas y escrutando los muros desarmados y acumulados
junto a sus respectivos edificios. El humo aún se sentía en el
aire, acompañado del olor repugnante de los cadaveres y de la
sangre estancada en los charcos y los lejanos aullidos de los
perros y los gritos desesperados de la batalla, erizaban los
pelos a los noveles conscriptos.
Estaban solos. Perdidos entre esa desconocida ciudad. Su
capitán había caido algunos dias atras y antes de morir le pidió
a Montesco que se hiciera cargo. Este por su parte no se sentía
capacitado para asumir el control de sus compañeros, pero
como última voluntad de su superior, aceptó sin preambulos
dicha responsabilidad. A algunos no les había parecido
prudente dejar a cargo a un hijo de inmigrantes mexicanos,
pero de igual forma aceptaron aquellas condiciones. Era
preferible tener a alguien a cargo que estar caminando sin
rumbo, aunque fuera un pequeño latino de poco caracter.
La noche ya estaba sobre ellos. El frío invernal penetraba
hasta sacudir sus huesos y a ratos, sus estomagos se retorcian,
debido a la falta de comida. Montesco, al ver estas dificultades
y notar el cansancio del pelotón, decidió que pasarían la noche
en las ruinas de un viejo almacen. Aquel edificio era el único
que aún poseía techo y sería perfecto para evitar la inminente
lluvia que caería en cosa de minutos. Un viejo contenedor de
gasolina, oxidado y algo humedo, sirvió para improvisar una
fogata que permitiera calentar en algo a los soldados. Algo de
calor proporcionaba, porque al poco rato, cada uno se alejó en
su perimetro, formando un semicirculo alrededor del barril.
Solo faltaba la comida y desgraciadamente la última ración se
había consumido a mediodía. Montesco envió a dos
conscriptos a recorrer el perímetro y buscar algo comestible. A
regañadientes, ambos soldados se levantaron de sus puestos y
abandonaron el lugar, desapareciendo entre las sombras.
Montesco se sentó a espaldas de una deteriorada columna de
concreto, un poco alejado de la fogata. Su mirada recorrió cada
centimetro del inmueble. Las sombras algo tenebrosas que
caían sobre las ruinas, eran perfectamente definidas, gracias a
la tenue luminosidad de las llamaradas y considerablemente
alargadas y delgadas, simulando largos y articulados brazos
fantasmales. Sus otros compañeros descansaban, algunos al
igual que el, apoyados en alguna columna, otros descansado
horizontalmente en el suelo. Cada uno buscaba su comodidad
y en algunos casos era tanta que más de algun soldado
dormitaba placidamente, esperando el regreso del resto.
Montesco, al igual que sus conscriptos, se acomodó lo más que
pudo y trató de dormir algun rato. Finalmente, un sueño
profundo le hizo bajar la guardia. Logró dormir por un buen
rato.
Un grito dentro de su cabeza le despertó. La oscuridad era
completa. La llama se había consumido y alrededor suyo, las
tinieblas y el frío sepulcral le hacían compañia. Buscó en uno
de los bolsillos de su chaqueta militar, buscando una pequeña
linterna. Al parecer las baterías estaban agotadas, ya que ni
con golpes logró encender la lamparilla. Un viejo encendedor
en su bolsillo derecho del pantalón era lo único que le dió
luminosidad. Estaba solo. No habían llegado los dos
exploradores. Tampoco estaba el resto de la compañia. Solo el
tambor oxidado con restos de cenizas. Eso le desconcertó.
Pensó que le habían abandonado por su condición de "favorito
del capitán". Quizas fueron a buscar a sus compañeros. No lo
sabía. Lo único que realmente tenía claro era que estaba solo.
Que debía avanzar. Y tratar de llegar a su "destino".
Estaba completamente aislado. Su radio había fallado hace
algunos dias y desgraciadamente uno de los exploradores tenía
una. Pero de qué le serviría. No sabía nada de su campaña.
Se puso su mochila a las espaldas y emprendió su camino.
No quería quedarse solo en aquel lugar. Había visto muchas
cosas desde el comienzo de la guerra y sabía que andar solo en
cualquier lado, sería una sentencia de muerte. Quedaba muy
poco para llegar al campamento y debía emprender el rumbo
más que rapido. esperaba que sus conscriptos estuvieran sanos
y salvos, esperandole, como buenos soldados, aunque no
estaba muy seguro de ello.
Andaba a tranco largo. Pasando sobre los montículos de
tierra y los restos de chatarra de viejos autos abandonados. La
oscuridad, aunque trataba de aplacar con el pequeño
encendedor, era intimidante y ante la infinidad de ruidos
similares a susurros y de los extraños gritos de la guerra a lo
lejos, esta parecía acrecentar el miedo dentro del joven
soldado. Tarde o temprano, la pequeña llamita se consumió.
Montesco insistió en vano recuperar su pequeña luz, pero el
gas combustible se había agotado. Ahora todo estaba teñido
con el color de la noche.
Se vio obligado a disminuir su velocidad. Debía medir y
calcular sus movimientos para evitar tropezarse, o peor aun,
esquivar una posible caída a algun fozo, teniendo en cuenta la
excesiva existencia de estos en toda la región, gracias a las
constantes batallas. No paro en ningun momento a descansar.
Parecia que llevaba horas caminando y que no hubiera
avanzado nada, pero en realidad habia dejado un buen trecho
a sus espaldas, pero no tenía la posibilidad de confirmar eso.
Más de alguna vez perdió el equilibrio, debido a las
imperfecciones del camino y con alguna dificultad se logro
poner de pie, pero esos pequeños incidentes solo le hacian
perder tiempo y lograban que se desesperara y buscara
terminar luego con su travesía.
No supo cuanto tiempo pasó, ni cuanto camino había
recorrido, pero ante el y despues de un largo rato, emergió
entre las sombras una gigantesca silueta parecida a una casa.
Aquella enorme sombra sin una textura reconocible,
interrumpía el viaje de Montesco a su base. La enorme
embergadura de la casona intimidó al conscripto, el cual pensó
en la posibilidad de que estuviera en posesión del enemigo y lo
peor de todo eso, era que se encontraba solo y que se podría
convertir en un blanco fácil. Trató de acercarse en completo
silencio, arrastrandose sobre el accidentado terreno, con la
esperanza de lograr vislumbrar entre las tinieblas algun camino
alternativo sin la necesidad de acercarse mucho al inmueble. Al
arrastrarse, sentía a las piedras, botellas quebradas y tablas,
entre otros objetos, como rozaban su pecho y sus hombros, a
pesar de estar protegido por un chaleco antibalas. Era una
sensación incomodísima, pero estaba acostumbrado a esas
eventualidades, ya que fueron muchas las veces que se
enfrentó a cosas aun más desagradables que esa y lo único en
lo que pensaba era en su objetivo. Cada paso dado era tiempo
invertido en su trayecto. Ya se encontraría descansando en una
camilla, dentro de su carpa, y con un poco de suerte, bebiendo
un buen café para aplacar el frio. Esa escena le motivaba a
sufrir algunas penurias, penurias que pasarian al olvido
llegando a su refugio.
Repentinamente, no pudo continuar. Algo o alguien le
agarraba de su cinturón. Con sorpresa se encontró enganchado
a un tubo metálico sobresaliendo del terreno, el cual
extrañamente se acomodó a la altura de su ombligo. Su
desesperación y poca paciencia hicieron que sus movimientos
fueran torpes y sin lógica, sin siquiera en considerar la
posibilidad de soltar su correa, lo cual hubiera sido la solución
más obvia, pero el temor a estar cerca de aquella casa y que
estuviera habitada por el enemigo, encegueció su mente,
nublando sus ideas. Sin dejar de lado el hecho de que estuviera
haciendo más ruido del que debía hacer.
Y fue ese ruido el que le delato. Logró zafarse de su
cautiverio, pero a cambio de eso, el enemigo agolpado dentro
del viejo caseron se precipitó por la puerta con una violencia
que les caracterizaba por sobre el resto. Montesco estaba
paralizado. Sabía la ferocidad del enemigo y que era un grave
error enfrentarlos sin una numerosa compañia.
A pesar de estar en contra ante una interminable fila de
individuos que aparecian tras el oscuro marco de la puerta,
apuntó su fusil hacia el gentío, descargando toda su furia hacia
ellos. No sabía si disponía de más municiones ni cuanto le
quedaría en su arma, pero con toda su rabia y miedo
contenido, disparó a todas direcciones frente a el, buscando
impactar a sus enemigos y a la vez aturdir al resto para poder
huir. Sin embargo y sin siquiera percatarse en su momento, vio
como le cerraban el paso a su alrededor. Cuando Montesco se
dió cuenta que estaba perdido, su corazón se aceleró con
terror. Recordó a su familia en la vieja parcela costera donde
creció y de como su querida madre le tejía unos hermosos
chalecos para el invierno. Recordó su primer beso y de como
palpitó su corazón aquella tarde. El día que terminó sus
estudios y de aquella increible fiesta de despedida y el día que
nació su hermanita menor en aquel antiguo hospital. Muchas
escenas se le vinieron a la mente. Todas agradables. Todas
truncadas por la guerra, una guerra que nunca quedo clara
como empezó, pero que lentamente exterminaba a la raza
humana. Lo peor era que esas "criaturas" heredarían todo y
vagarían errantes sobre aquella tierra inerte. Era cosa de
tiempo, pero en el caso de Montesco, su fin había llegado.
Disparó hasta que no tubo balas. No tenía donde escapar.
Ahora sabría lo que sintieron sus seres queridos al morir.
"Malditos zombies"..... fue lo último que pensó. Un hachazo
en su frente apagó su vida.
La visita
La tarde está más gris que de costumbre desde la ventana
de mi habitación. Llevo algunas semanas hospitalizado.
Postrado en una pequeña cama, junto a un enorme ventanal
que da a un parquecito contiguo a la clínica. Mi cuerpo no es
como el de antes.
Ya no me siento tan vigoroso y saludable como hace algún
tiempo, como cuando trotaba con mi amada mujer en las
cercanías de mi casa. Con suerte me quedan energías para ir al
baño y mojar mis parpados, aunque en este día en particular ni
para aquello me alcanza. Siento que el cáncer me está
consumiendo poco a poco y que su labor está por concluir. Mi
cuerpo ya no es suficiente para alimentarlo y mi existencia a
cada segundo se apaga gracias a su hambre. No es necesario
que un Doctor me diga que me queda poca vida. Lo siento
dentro de mí. Sé que no tengo vuelta.
Me entristece ver a mi hijo, apoyado a la izquierda de mi
cama, viéndome como si fuera un muerto viviente. Sé que en
parte trata de disimular su tristeza, pero es imposible no
notarlo. Acaricio su frente con mis dedos, juego con sus pocos
cabellos y le logro robar una sonrisa. Mi amado hijo. Mi
orgullo. El niño por quien tanto luché, convertido en todo un
hombre. Un profesional exitoso y un excelente padre de
familia.
¿Qué más quiero, si logré cumplir con su vida?
Mi hijo se me acerca a la altura de mi frente. Me besa sobre
mis grises y pobladas cejas. Siento como sus labios humedecen
mi áspera frente. Una sonrisa se dibuja en su boca.
- Adiós Papá. Que descanses.
- Adiós chiquitito. Nunca olvides que te amo.
Una pequeña lágrima aparece en uno de sus ojos, como si
buscara convencerlo de lo inevitable.
- Viejito, nunca he olvidado cuanto me amas.
Sus palabras suenan con algo de incredulidad, como si
negara mi partida y se aferrara a una minima esperanza. Le
sonrío cariñosamente.
- Lo sé hijo, solo es que no quiero verte preocupado. Tú
sabes que pronto estaré mejor.
- Si lo sé papá, pronto estarás mejor.
Lo que no sabe es que no me refiero a una recuperación
sino que a mi partida, la cual aliviara mi dolor y terminará con
mi agonía.
- Descansa viejito. Te amo papá.
- Yo también hijo.
Mi pequeño se retira de la habitación no sin antes
sonreírme desde el marco de la puerta. Con las pocas fuerzas
que me quedan le devuelvo la sonrisa. Levanta su brazo y se
despide. Me quedo solo en la sala.
Pienso en todo lo bueno que he realizado en mi vida, en
silencio. Luego me atrapa el sueño.
Despierto cuando el cielo se encuentra negro. Poblado de
estrellas. Adornado por la luna llena que alumbra mi rostro. En
el umbral de la puerta veo una silueta vigilante.
Enciende la luz y se acerca junto a mi cama un joven vestido
con una cotona blanca
como los doctores. Me sonríe tiernamente. No le reconozco
de primera, pero al oírle me doy cuenta de quien se trata.
- Hola señor Lara. ¿Cómo se ha sentido? – me susurra con
atención –
- Cansado. Pero siento que no me queda nada por hacer.
El joven me observa con sus chispeantes ojos verdes, los
cuales alcanzo a distinguir a la luz de la ampolleta.
- Se le nota agotado. – Me sonríe – Pero pronto estará
mejor. Podrá descansar, sin preocupaciones.
- Si sé. Todo lo que quise hacer en mi vida ya lo he hecho.
- Pudo asegurar el futuro de su familia.
- Pude casarme con la mujer que amaba.
- Tener la casa que siempre quiso.
- Logré todo lo que me propuse en la vida. – suspiro –
Puedo decir que me voy feliz de este mundo.
El joven me sonríe una vez más.
- Me alegro por usted. Se nota que es un hombre bueno,
que se entregó por sus seres queridos y ayudó a quienes le
rogaron por su atención. Debe sentirse orgulloso.
- Si, absolutamente. Totalmente orgulloso de todo lo que
viví y entregué y orgulloso de la gente que me rodeó.
Ambos nos estrechamos las manos, aunque mi brazo ya no
se sacude con la misma fuerza de antaño. Mi visitante entiende
que ya no soy el hombre fuerte ni corpulento de antes y
entonces, con algo de delicadeza, estrecha mi mano como lo
hace un infante con un adulto. Acaricia mis cabellos y me
sonríe con la misma ternura que lo hizo mi hijo aquella misma
tarde en la clínica. Le devuelvo la sonrisa, agradeciéndole por
sus palabras y su compañía a esas horas de la madrugada. Sin
embargo, su presencia es algo extraña, debido a los
acontecimientos futuros que acarrea, aunque de igual forma
me entrega paz y tranquilidad en los pocos minutos que me
quedan.
El muchacho suelta una tímida carcajada.
- ¿Por que ríe muchacho? – Pregunto con sorpresa –
- Río porque recordé el día que nos conocimos. ¿Se acuerda
usted?
- Hummm... ¿Cómo olvidarlo joven?, si usted no ha
cambiado en nada desde aquella tarde que le llamé en el
granero de mi familia.
- Jajaja es cierto, usted sabe porque no cambio.
Ambos reímos como viejos amigos.
- Sabe, – me dice extasiado – a usted le tengo un cariño
muy especial. ¿No sé si alguna vez se lo comenté?
- No que yo recuerde, jovencito.
- Bueno, ahora se lo digo. Lo estimo mucho caballero. Usted
es una de las pocas personas a las cuales me ha incomodado
venir a buscar en su lecho de muerte.
Yo sé que tenemos un trato firmado anteriormente, pero
aun así me incomoda venir por usted y hacerle cumplir su
palabra de hombre, las cuales fueron muy claras la primera
vez.
- Hay muchacho, no me venga con rodeos, – Le digo
resignado a mi suerte – a estas alturas muy poco me importa lo
que me pase. Me conforma de sobremanera el hecho de haber
vivido una buena vida. Me alegra el saber que todos mis
deseos se cumplieron y que logré darle la vida que se merece a
toda mi familia. Yo siempre me vi como el sacrificio y a estas
alturas no voy a cambiar de opinión.
- ¿Cambiar de opinión? Yo recuerdo que cuando nos
conocimos usted me engañó y no solo una vez, sino que
muchas más.
Los dos volvemos a reír. Claro que esta vez, nuestras risas se
vuelven carcajadas.
- Hay jovencito. – Le digo al terminar de reír y con lágrimas
de alegría en mis ojos - ¿Qué más se le puede pedir a un joven
y bruto campesino que no sea el miedo? Entienda que las
viejas historias que contaban los ancianos asustaban a
cualquiera. Más aún si se trataban de usted mi amigo y por lo
mismo, mi actitud fue reaccionaria mas que nada. Llevado en
parte al temor a lo desconocido.
Me siento más agotado que de costumbre. Hablé
demasiado al parecer. Comienzo a jadear entre palabra y
palabra. Mi visitante me acaricia la frente y me pide que me
calme. Notó que me agoté más de la cuenta. Me relajó gracias
a la suavidad de sus dedos. Me pide que cierre mis ojos.
- Lo entiendo perfectamente. El miedo es el peor enemigo
de los hombres, aunque no se preocupe más por eso. Lo
pasado, pisado. Además, nunca más deberá lidiar con el miedo.
Mis parpados se vuelven más pesados. Mi conciencia se
vuelve confusa. Solo puedo escuchar las palabras del
muchacho.
- Descanse. Descanse. Yo haré el resto.
Doy un último suspiro. Mi cuerpo muere.
Me encuentro en el umbral de la puerta, viéndome en la
cama con los ojos cerrados.
El joven ya no está. Estoy solo. Descansando.
- Ahora a pagar mí pacto. – pienso –
El último de mi estirpe
El viento proveniente del este, soplaba con una frialdad que
erizaba los pelos. El silencio era mi fiel compañero, bajo las
oscuras nubes que danzaban con ritmo de muerte. Sobre la
meseta, dañada por el paso de las batallas y guerras
centenarias, se erguían las ruinas del que fuera un noble
palacio imperial. La casa de los Valaan.

La casta Valaan, antaño gloriosa familia de reyes guerreros y


poderosos mercaderes, fue la dinastía en donde nací hace
noventa y seis años.

***

Se me bautizó como Ole Terrecan Valaan, primer hijo del rey


Ole Magvs y de la reina Marcia Dos. Según se me contó en mi
niñez, para mis padres fue difícil mi llegada, debido a que
habían pasado casi seis años sin poder tener un hijo. El día que
llegué a este mundo, los señores alados cantaron sobre las
copas de los árboles, entonando un canto de prosperidad y
buenos augurios y las damas de las montañas, saludaron con
sus manos alzadas, danzando al interior de los jardines reales.
Aquel día, el reino se regocijó con la llegada de su heredero.
Durante mis primeros años, la inocencia de mi niñez y los
relatos de mi Madre, me transportaban a lugares mágicos y
países lejanos. Tierras inhóspitas, las cuales pertenecían a
nuestro reino y las cuales fueron conquistadas por mis
antepasados. Aquellos poéticos cantares, me enseñaban sobre
la historia de Valaan, sus orígenes y sus alcances geográficos.
Como comprendí pasados los años, desde pequeño ya se me
estaba preparando para ser el futuro Rey. Educándome sobre
nuestros dominios, las riquezas existentes y sus tan graciosos
habitantes. Era mi amada Madre, quien me preparaba para
cumplir dicha responsabilidad.

Al cumplir mis quince años, el rey Magvs me había llamado a


mi primer consejo de guerra. En aquellos años, el reino de
Valaan se encontraba en un periodo de paz con los otros
reinos. Sin embargo, lo que buscaba mi Padre, era darme la
posibilidad de viajar a su lado y así abrirme los ojos al mundo.
Fue en ese entonces la primera vez que me alejé de la Reina
Madre y abandone las habitaciones de palacio. Mi primera
aventura. Un viaje que duraría casi dos años.

Durante nuestra travesía, aprendí muchas cosas de mi reino.


Recorrí los países más pintorescos que le componían. Conocí
diferentes culturas que coexistían entre si y que pertenecían a
Valaan. Escuché antiguas leyendas de boca de los viejos más
sabios que se me cruzaban. Me contaron de gloriosas batallas,
de héroes milenarios, de semidioses, de los padres de la patria.
Señores que decoraban con sus nombres, los viejos libros y
manuscritos en las distintas bibliotecas que visité. La belleza y
cultura de mi reino y de sus países hijos, me estremecieron en
lo más profundo. Sentí como un manto de responsabilidad y
protección hacia los míos, se apoderaba de mi alma. Sin lugar a
dudas, mi vocación de Rey comenzaba a germinar gracias a ese
trascendental viaje. Ya con diecisiete años, estaba iniciando mi
carrera hacia la corona de Valaan. El heredero, ya comenzaba a
dar sus primeros pasos.
***

Desde mi trono, al interior de lo que fuera antaño un gran


palacio, contemplaba con tristeza aquellos vastos territorios
que se revelaban al otro lado de los muros caídos. Un pequeño
candelabro oxidado, me entregaba algo de luz y calor bajo la
oscuridad del invierno. Mis ropajes, bastante dañados por la
intemperie, me protegían muy poco del frío viento de la
meseta. Una lágrima de dolor se asomó tímidamente. “Siempre
me duelen mis piernas con el frío. ¿Hasta cuando tendré que
soportar este dolor? Puedo soportar las punzadas en mis
huesos, pero ya no logro aguantar las punzadas de mi alma…”

Una vez que comenzó a caer la noche, recogí unas cobijas que
se encontraban junto al trono. Con dificultad, me incliné para
levantarlas y así protegerme del incipiente frío nocturno. El
candelabro estaba a mi derecha, con sus flamas casi
extinguidas. El calor pasaba a mejor vida.

***

Pasados algunos años. Durante uno de los tantos viajes que


realicé al interior, conocí a la mujer que me acompañaría de
por vida. Sus ojos almendrados brillaban como la escarlata,
proyectando una pureza que por primera vez contemplaba en
este mundo. Nunca una criatura de tales características, me
había provocado tal admiración. Sus labios brillantes como el
rubí. Su piel acaramelada. Sus oscuros cabellos ondulados. Una
belleza que nunca había contemplado antes.

Su nombre era Vajra Uskani. Princesa de las montañas de


Palsenor. Mujer de una belleza que había traspasado las
fronteras de su país. En parte, gracias a las historias contadas
por los viajeros y aventureros en algún viejo bar. Vajra era la
menor de tres hermanas e hija de uno de los mercaderes más
ricos de su país. Para muchos de sus habitantes, era la mujer
más hermosa que había parido Palsenor. A pesar de cargar con
dicho reconocimiento, sus intereses en las artes y en las
antiguas tradiciones, la convertían en una mujer única bajo mis
ojos. Una criatura que nace una vez cada miles de años.

Había encontrado a mi Reina. No había dudas de que ella era la


indicada.

***

“Estarás condenado a sufrir la perdida de tu reino. A


convertirte en el último vestigio de tu estirpe”

Aquellas palabras se repetían en mi cabeza, cada noche antes


de dormir.

Alguna vez mi difunto Padre me dijo que las palabras dolían


más que los azotes. Muchas veces en nuestras vidas, no le
tomamos el peso a esa afirmación, pero tarde o temprano el
destino se encarga de recordarnos sobre aquello. El día que
escuché por primera vez la frase que retumbaba en mi mente,
la soberbia que en parte era enriquecida por mi corona, me
hizo ver con la ceguera de un semidios. Ahora que el paso del
tiempo carcome lentamente mi vitalidad, me doy cuenta de lo
doloroso de su transfondo.

Las palabras duelen más. Se alojan en tu alma y te sacuden,


volviéndote un ser tan frágil que nada ni nadie es capaz de
levantarte. Ni siquiera tu voluntad. La soledad tampoco ayuda
mucho a que decidas torcerle el brazo a tu tortura. Al menos
desde hace algún tiempo, solo me ha provocado dolor e
impotencia. El saber que mi destino ya estaba escrito y que no
había forma de cambiar mi suerte.
“¿Es acaso un castigo, debido a la arrogancia de mi pueblo?
¿Nuestra capacidad de conquista, acaso no fue un acto
netamente depredador de culturas?”

Como tantas noches, aquella no sería la excepción. Esas


malditas palabras seguían atormentándome, recordándome
que debía subsistir bajo la culpa y la desgracia. El último
vestigio de mi especie.

***

El día que desposé a mi amada Vajra, Valaan convivió bajo una


profunda celebración. Las principales avenidas y jardines del
reino, se encontraban abarrotados de devotos y felices
señores, acompañados de sus distinguidas familias. En el
ambiente, se respiraba el júbilo de nuevos tiempos, del
comienzo de una era de integración y de expansión. Una nueva
era que significaba prosperidad y riquezas. Un paso más para la
consolidación de nuestro reino en el mundo.

Nuestra elegante carroza, bañada en oro y marfil, era tirada


por cuatro estilizados y gallardos corceles, cada uno de
brillante pelaje y de extensos crines. Nuestro cortejo, atravesó
entre el gentío que circulaba por los pasajes adoquinados de la
capital, bajo las serpentinas y papeles multicolores que caían
aleatoriamente. Desde los tejados y altas atalayas que
constituían la ciudad de Valaan, nuestros queridos súbditos
nos saludaban con pañuelos blancos. Gritos de vítores y el
sonido de las gaitas, musicalizaban nuestro camino, celebrando
nuestras nupcias con el mayor de los orgullos.

Cuando llegamos a palacio, bajo el alto y triangular portal de


entrada, nos esperaban nuestros padres. Vestidos de
centenarias mantas de terciopelo, se encontraban de brazos
abiertos, acompañados de una sonrisa y el aroma a incienso
que expelía del salón interior. Durante aquella noche, se
celebraron cantares, orgías y banquetes en nuestro honor,
mientras en el exterior, los Valaaenses danzaban y bebían
entre la muchedumbre y el pecado.

Al terminar el día de celebraciones, para pasar a la noche


nupcial, abandonamos el palacio para aventurarnos hacia las
montañas, precisamente, para encaminarnos al Refugio Real.
Una vez al interior de la carroza, nos juramos amor eterno
dentro de nuestra intimidad. Nuestros ojos se quedaron fijos,
sellando todo con un dulce beso. Cuando nuestro carruaje
comenzó su marcha, me quede hipnotizado por el anillo de oro
que ahora adornaba mi anular izquierdo. Unos incrustes de
diamante y zafiro, le hacían brillar mágicamente bajo la cabina
terciopelo.

Ahora, mi cuerpo y alma, eran uno solo con mí amada esposa.

***

El viejo anillo que aun se encontraba en mi anular, ya no


brillaba como en mis años de gloria. El paso del tiempo y la
soledad, le habían quitado su destello, convirtiéndolo en un
objeto tan simple, como el pasar de mis días. Recordé con
tristeza aquellos buenos años donde comencé a formar una
familia con mi amada Vajra. El nacimiento de cada uno de mis
hijos. Sus primeros pasos y palabras. Las fiestas en honor a
nuestras nupcias. Los paseos familiares a los jardines de
Lungäärd. Los atardeceres que contemplábamos desde nuestro
balcón.

Mi vida había vuelto a pasar como una epifanía.

Luego de ello, mi anillo volvía a ser gris y la noche regresaba


como una cruda realidad.

Otra vez me convertía en el viejo solitario de siempre.


“Los extraño tanto, que me es imposible vivir sin mi gente. Por
favor, deseo reunirme pronto con ellos, ya no soporto tanta
soledad”

La noche había caído como tal. Las nubes se agrupaban o se


dispersaban, gracias a lo caprichoso del viento. Debido a esto,
a ratos la luz de la enorme luna de invierno, iluminaba mi
anciana humanidad, brindándome la luminosidad que el
candelabro ya no me entregaba. El viento, cual punzante sobre
mi rostro, me mantenía despierto y desgraciadamente no me
dejaba descansar. Busque protegerme con las escasas cobijas
que me quedaban, por lo que cubrí mi cabeza bajo ellas para
no sentir ese maldito frío invernal. Al cabo de algún rato, logré
dormitar un poco. O eso creí al menos.

“Morirás solo, para pagar tu atrevimiento”

Un rostro pálido, con los ojos inyectados por la furia, se


aparecía en mis sueños. El rostro de la muerte, quien me
condenó a mi desgracia. Un ser tan macabro, que había
marcado mi existencia para siempre.

“Seré tu tormento eterno, tu maldición. Quien te recordará


cada día que estas condenado a sufrir la decadencia de tu
reino”

Desperté, entumecido por el miedo y con el corazón


palpitando a mil. Quité las cobijas de mi cara y tomé una
bocanada de aire frío, que me hizo reaccionar. Todo había sido
una pesadilla. Aquel aterrador demonio, no se encontraba
como tal.

Levanté mi mirada hacia la bóveda de la noche. Algunas nubes,


que a esas alturas parecían manchas negras bajo las estrellas,
se movían silentes, cubriendo a ratos a la misteriosa luna que
parecía un fantasma. Era tal mi paranoia, que se me dibujaba
aquel rostro de terror en la cara de la luna. Sus ojos negros
como la oscuridad, su piel tan pálida como la muerte, sus
dientes afilados como las fauces de un dragón.

De hecho, esa relación con aquel reptil, me hizo recordar su


nombre.

“Lurkin…”

El Dragón Blanco.

***

Recuerdo aquel día como si fuese ayer. Una mañana de otoño,


llegó a palacio un viejo soldado con una noticia que cambiaria
el rumbo de muchas cosas. Su rostro parecía desencajado,
como si la muerte estuviera a punto de quitarle su espíritu.
Aquel hombre de cara cuadrada y de pobladas cejas, se hacia
llamar Alan. Sus facciones cansinas, indicaban que viajaba
desde tierras lejanas, probablemente desde los límites del
reino de Valaan. De hecho, como reveló después, provenía de
un poblado llamado Lungan, el cual se encontraba en la
frontera de Valaan y destacaba porque sus casas convivían
junto a un imponente fuerte, protegido por un millar de
soldados. Era el primer bastión del reino y para llegar desde
aquel lugar, uno se tardaba casi seis días a caballo.

Claro que su presencia en Palacio, no había sido precisamente


por placer.

“Mi Rey, he venido a advertirle sobre una gran amenaza a


nuestro reino”

Sus palabras me estremecieron.


“Mi Señor, fuimos atacados por un ejercito maldito. Por una
fuerza tan devastadora como un huracán. Una sombra venida
del oriente, tan poderosa como el puño de los dioses”

Mis ojos se desorbitaron, mientras con fuerza e impaciencia,


exigía a aquel viajero que me describiera los hechos tal cual
habían ocurrido. Su silencio me hizo erizar los pelos, más aún
cuando su mirada se volvía distante. Parecía como si un
fantasma se encontrara ante mi presencia.

“Nos atacaron bajo el silencio de la noche. Eran


aproximadamente unos veinte mil hombres. Guerreros feroces,
armados de grandes espadas y afiladas hachas. Jinetes
malditos, cabalgando sobre feroces corceles negros, los cuales
escupían fuego de sus fauces. Parecía un ejército, salido
directamente desde los infiernos.

Estuvimos aguantando por casi cuatro noches, repeliendo sus


embestidas más con coraje que con inteligencia. A pesar de ello
mi Señor, aquellas bestias se tomaron el poblado. Arrasaron
con todas las casas, derrumbaron los muros del fuerte y
quemaron los jardines eternos de Lungan. Nuestras mujeres y
niños fueron…violados… descuartizados…”

Aquel pobre hombre, después de pronunciar aquellas palabras,


no logró controlar la cordura y rompió bajo la tristeza y el
llanto. Como Rey y protector del reino que era, me acerqué y
abracé ignorando todo protocolo, para tratar de consolar su
dolor, el cual había traspasado hacia mi corazón.

El silencio del salón, solo era interrumpido por los sollozos del
viejo y maltrecho soldado.

“…Mi Señor. No pudimos hacer nada. Me siento tan impotente,


tan miserable… solo le pido que me quite la vida y me deje
descansar en paz. No podré soportar vivir con esta carga. El ver
morir a mi familia… lo único que logré hacer fue escapar para
prevenirles. Han arrasado también con la ciudad de Poldar y les
aseguro que después vendrá Gunnar Petra, para finalmente
llegar a Palacio. Estimo que en unos veinte días, estarán tras
los muros de la Capital y le aseguro que estos asesinos, no se
parecen a nada que se haya visto.

Antes de huir de Lungan, logré reconocer a su líder. Un ser tan


maligno, que todo lo ensombrecía a su paso. Su rostro era tan
pálido como la Luna Llena y sus ojos, de negro profundo,
irradiaban el terror. El miedo mismo hecho hombre. Una
criatura de dientes filosos y sangrientos, muy similar a un
reptil. Es conocido como Lurkin, el Dragón Blanco”

Esa fue la primera vez que oí ese terrible nombre. Con solo
nombrarlo, vi como los ojos del viejo Alan se oscurecían por el
terror.

“Mi viejo y querido soldado caminante. No puedo quitarte la


vida porque no tengo esas facultades. Lo que si puedo hacer, es
exculparte de tus tormentos y permitir que descanses en
nuestros aposentos. Agradezco tu valentía de advertirnos ante
tal amenaza, pero te aseguro que estamos preparados para
enfrentarles y nada ni nadie será capaz de derrotarnos. Nunca
enemigo alguno nos ha vencido y esta no será la excepción.
Mucho menos en nuestro reino”

Después de finalizar nuestra breve reunión, invité al viejo Alan


a que descansara en una de las habitaciones de Palacio. A
pesar que mis palabras fueron dichas con convencimiento,
note por algunos segundos que mi visitante se veía incrédulo.
Una vez que estuve sentado en mi trono, medite sobre
aquellas noticias. Lo único que tenía claro era que nada ni
nadie, nos derrotaría en el campo de batalla.

Que equivocado estaba en aquel entonces.

***
“Las palabras duelen más que los azotes”

Bajo la noche, al interior de las ruinas de mi castillo, empuñaba


el mango de mi vieja espada, la cual yacía envainada en mi
cinto. Su hoja, manchada con la sangre de cientos de
guerreros, era el único testigo que quedaba de aquella salvaje
batalla.

La soledad, me recordaba aquel maldito día.

***

El sonido de los tambores, se escuchaba como el trueno. Los


guardias desde sus atalayas, divisaban una mancha gris que iba
creciendo sobre el horizonte. Cantos de guerra y muerte, eran
entonados por miles de hombres. Voces guturales, excitadas
por una inminente batalla. Aquella mancha levemente visible,
poco a poco se volvía un ejército oscuro, marchando hacia
nosotros. Los guardias petrificados por semejante masa de
guerreros, tocaban sus trompetas y encendían sus antorchas.
La mancha gris se volvía un cúmulo de sombras, caminando
entre el humo y el fuego. Sus voces cada vez se escuchaban
con demencia, mientras los guardias alertaban a quien se le
cruzara en su camino.

“Se acercan los malditos. Lurkin está llegando”

Tras los muros de la capital, todos se pasaban la noticia con


desesperación. Miles de ancianos, mujeres y niños, eran
refugiados en las catacumbas. Los soldados del reino se
alistaban en las barracas, preparando sus armaduras y espadas
y los cascos de los caballos, se escuchaban en cientos sobre las
calles de Valaan. Las catapultas eran preparadas, los cañones
se posicionaban sobre los muros y los arqueros se alistaban en
las torres para esperar a los invasores. Los tambores de guerra
cada vez se escuchaban más fuerte. Se sentía el choque de las
espadas y los escudos enemigos, mientras se entonaban cantos
de muerte. Poemas de batallas legendarias, exaltando la gloria
de su raza y la destrucción de los reinos miserables. Ya a esas
alturas, los guardias de las atalayas lograban divisar miles de
ojos rojos, casi como el fuego y la lava, avanzando con furia
sobre la meseta. Miles de sombras, preparadas para la
destrucción y la barbarie. Verdaderas bestias, expectantes de
la sangre y carne enemiga.

“Arderá Valaan, arderá con sus rameras y sus niños mal


nacidos

Arderá Valaan, con la cobardía de su Rey y sus malditos


herederos

El poderoso destruirá al vástago. Derramará la sangre de los


impuros

Su mala raza será destruida. Su corona será escupida y


pisoteada”

Una vez que la tarde se hizo noche, el ejercito enemigo se


encontraba a muy pocas leguas de los muros de Valaan.
Aquellos miles de guerreros, desafiantes bajo las sombras de la
noche, seguían entonando cantos de odio y muerte, mientras
se encendían cientos de fogatas sobre la meseta. Desde el
interior de aquella muchedumbre, aparecieron tres corceles
negros, vestidos con armaduras negras. Sus crines brillaban
bajo las estrellas, mientras avanzaban a paso seguro hacia las
puertas de Valaan. Una vez que se acercaron lo suficiente, los
guardias lograron reconocer a quienes les cabalgaban.

A los costados, ambos jinetes usaban como yelmo los cráneos


de un dragón. Sus cuernos yacían erguidos como los demonios,
mientras sus largas cabelleras negras, danzaban junto al
viento. Sus armaduras eran negras como la de sus bestias, con
la diferencia de que uno de ellos vestía una malla en vez de
coraza. El otro jinete dejaba caer una capa a sus espaldas. En
su coraza, un dragón con alas extendidas sobresalía del metal
en relieve. Aquellos guerreros pertenecían a la guardia real sin
duda. Los leales protectores del señor de aquel ejército

El individuo del centro, a los pocos segundos se adelantó a


paso ligero. Los cascos de su corcel, retumbaban como si un
rayo golpeara la tierra. Aquel hombre, el cual vestía una
armadura negra junto con una larga capa tan roja como la
sangre, levantó su mirada desafiante hacia las atalayas. Bajo su
corona de espinas, sus ojos apuntaban hacia los guardias, con
la profundidad que le brindaban sus pupilas. Una sonrisa
maquiavélica se dibujaba en su pálido rostro. Una sonrisa que
desnudaba sus dientes afilados, manchados por la sangre y la
carne de sus enemigos.

“¿Quien es su rey? Le ordeno que se presente ante mi”

Una voz rasposa y maligna les habló. Los guardias


atemorizados, no respondieron a su solicitud.

“¿Acaso en este reino, no le enseñaron modales a sus


soldados? Solicito la presencia de su rey, o sino me veré
obligado a derrumbar sus muros.

El guardia más viejo que estaba en servicio, se acercó entre los


jóvenes silenciosos. Sus ojos pardos se dirigieron hacia el
enemigo, desafiando la presencia de Lurkin.

“Así que tu eres Lurkin, el que se hace llamar Dragón Blanco.


Nuestro rey no se dirige ante insolentes como tu. Si deseas
decirle algo, yo le haré llegar tu petición”

El demonio sonrió con ironía a las palabras del viejo. Remojo


sus labios con su lengua negra y a continuación, alzo su palma
derecha con autoridad. Desde lo lejos, una saeta atravesó los
cielos para terminar encrustada en la frente del viejo guardia.
Su cuerpo cayó desde los muros hacia el exterior, sintiéndose
el crujir de sus huesos al caer a tierra.

“Denle de comer a los perros.” Gritó Lurkin extasiado. A los


pocos segundos, enormes bestias cuadrúpedas despedazaban
la carne del caído. Desde lo alto del muro, el silencio generado
por el miedo, acompañaba a aquellos temerosos soldados,
quienes observaban la macabra escena a sus pies.

El demonio levantó nuevamente su palma derecha, aunque


esta vez pronunció unas palabras en un idioma desconocido. A
los pocos segundos, se levantó desde el fondo algo parecido a
una nube. Lentamente se iba dispersando y tomando altura
sobre el ejercito de Lurkin. Miles de murmullos se escucharon
desde las atalayas, demostrando una cierta incredulidad ante
lo que observaban. Una vez que esa misteriosa mancha se fue
acercando hacia los muros de la capital, los guardias de las
atalayas descubrieron con horror lo que realmente se venía.
Miles de flechas y saetas, provenientes desde lejanos rincones,
sobrevolaban hacia los patios interiores tras los muros.

Muchos fueron los que cayeron, otros lograron protegerse


bajo techo. Sin embargo, aquella primera agresión, significó
que era tiempo de hacer funcionar los cañones y repeler al
ejército enemigo. En cosa de algunos segundos, soldados de
infantería prepararon los cañones perfectamente ubicados
sobre el muro y le cargaron las municiones correspondientes.
Desde una de las atalayas más altas, un capitán de batallón
autorizó el fuego a sus hombres, provocando una descarga sin
precedentes sobre los miles de soldados apostados en el
exterior.

Una vez que cesaron los disparos, una gigantesca capa de


tierra y humo, cubrió por unos buenos minutos el valle. No se
oían cantos, murmullos o alaridos, solo quedaba un silencio
incomodo, acompañado del canto producido por el fuego.
Aunque no me encontraba acompañando a mis soldados en los
muros, desde una de las altas torres contemplaba los
acontecimientos. En parte, me sentía culpable por haber
permitido el ataque inicial de Lurkin, el cual había acabado con
muchas vidas. Aunque debo reconocer que nunca imagine tal
insolencia por parte de algún enemigo.

La tierra y el humo se dispersaron. Los soldados sobre los


muros se quedaron paralizados por el horror. Miles de
carcajadas estallaron sobre el valle, haciendo retumbar los
corazones de los guardias apostados en las atalayas. El ejército
de Lurkin yacía al frente, como si nada hubiese ocurrido. El
Dragón Blanco, apostado al frente de sus hombres, sonreía con
ironía, quizás presagiando lo que vendría a continuación.

“¿Esto es lo mejor que tienes, Terrecan? ¿Acaso no sabes que


mi origen es divino? ¿No sabes que fui liberado para limpiar el
mundo del pecado? Estoy aquí porque mi Padre me ordeno
destruir a los seres que creó, para heredar la tierra a criaturas
mas dignas de ella”

Una vez que escuché esas palabras, mi corazón se congeló


como los hielos del sur. Vi el horror en los rostros de mis
hombres y mis súbditos, quienes no sabían a que atenerse y
que esperaban que su Rey se hiciera presente. Decidí
abandonar mi ubicación, ordenando a mis guardias que me
acompañaran al portal de entrada a palacio. Antes de
encaminarme ante Lurkin, me acerqué a mi Reina y me despedí
con un tibio beso, mientras sus brazos me protegían de la
incertidumbre.

“Te amo Reina mía”

***

Mis manos cansadas por los años y la soledad, soltaron la


empuñadura de mi vieja espada. Mientras el viento de la
noche golpeaba con frialdad mi arrugado y cansino rostro,
algunas lágrimas se dejaron caer sobre mis mejillas. Ahora que
soy un viejo solitario, sin reino, sin descendientes y sin una
esposa, me encuentro bajo las estrellas dormitando entre
miles de recuerdos. Como cada noche y sentado en lo que era
mi trono, le ruego a los dioses que me liberen de esta agonía.
De esta maldición que significa el ser el último de mi casta, el
cual no pudo derrotar a la bestia que está destruyendo nuestro
mundo. Me imagino los cientos de reinos que deben haber
caído ante su espada y los otros cientos que estarán por caer,
sin importar su poderío o trascendencia. Todos estamos
condenados a la aniquilación, todo porque los dioses dejaron
de creer en nosotros. Cada día que pasa, pienso que todos los
reinos y países somos culpables de nuestra condena. Nuestra
codicia y soberbia nos encegueció, convirtiéndonos en seres
inescrupulosos, capaces de destruir todo a su paso, por el solo
hecho de tener más poder. Pienso en los cientos de reyes y
emperadores que están sufriendo al igual que yo, solitarios
entre las ruinas de sus palacios, llorando a los caídos y
deseando que la muerte les libere de su dolor. De lo único que
tengo certeza, es que es demasiado tarde para cambiar las
cosas y que solo debemos acatar nuestro destino. Los dioses ya
decidieron por nosotros y ante eso, nada se puede hacer.

***

Pasaron cinco días y cinco noches para que la batalla


terminara, con las cenizas de mi reino como testigos del
salvajismo. Los soldados fueron masacrados, las mujeres
fueron torturadas y violadas, los niños y ancianos fueron
despedazados por los perros asesinos y mi familia fue
asesinada ante mis ojos. Las atalayas y torreones de la ciudad,
colapsaron por el fuego y el azufre de los cañones. Los amplios
jardines reales fueron quemados y las casonas y gallardos
palacetes se convirtieron en ruinas. Lo que alguna vez fue una
elegante ciudad real, ahora yacía en ruinas, envuelta por el
humo de la guerra. Alrededor de mi palacio, miles de
cadáveres desparramados. Algunos calcinados, otros
despedazados, se convertían en comida para las aves
carroñeras. El aire olía a muerte y a putrefacción, mientras las
últimas torres del que fuera mi hogar, colapsaban ante el
fuego.

En la que fuera el ala real, Lurkin se encontraba sentado de


forma burlona en mi antiguo trono. Sus afilados dientes
sobresalían de esa sonrisa maquiavélica, mientras sus ojos se
posaban ante mí. A esas alturas me encontraba arrodillado
ante el. Derrotado. Debilitado por el dolor físico y mental.

El Dragón se levantó con lentitud y se acercó lentamente para


posar su mano derecha sobre mi cabeza. Con la yema de sus
dedos, sentí como acariciaba mi cuero cabelludo, mientras su
repugnante voz dejaba escapar una frase que en esos
momentos desestimé con el orgullo de un Rey, pero que como
sabría con el paso de los años, me atormentaría por el resto de
mis días.

“Estarás condenado a sufrir la perdida de tu reino. A


convertirte en el último vestigio de tu estirpe”

Apreté mis puños en silencio, sin saber que estaría condenado


a pasar el tiempo como un muerto en vida.

Desde aquel día y por el resto de mis días, las palabras de


Lurkin me recordarían como el último de mi estirpe.
Leyendas de Adaleis: El príncipe de la piedra dorada
“Este relato trata sobre la caída del señor del caos, conocido
como el último demonio errante. El acto heroico del joven
príncipe Aldaeer Aahumm de la tribu Aragmiis y del evento que
provocó el nacimiento del príncipe de la piedra de oro, quien en
el futuro se convirtiera en el rey de la piedra de oro, padre del
futuro imperio Adaleis.”

Antes de que los señores primigenios llegaran a las tierras


altas, antes de que la gloriosa Adaleis naciera bajo el escudo de
los Alder para convertirse en el imperio del mundo y antes de
que los Adaleis caminaran sobre los desiertos y navegaran los
océanos de la hermosa luna, existió un viejo y misterioso
caballero, el cual vestía una poderosa armadura de oro y
esmeralda y un yelmo de prominente cornamenta de plata.
Aquel noble y siniestro caballero, cabalgaba sobre un corcel de
fuego, el cual escupía azufre y expelía lava volcánica de sus
ojos. Aquel poderoso señor era el amo y soberano de las
tierras subterráneas y de vez en cuando salía a la superficie a
atormentar a los recién nacidos hijos de la tierra.
Aquel oscuro guerrero era llamado Haggag’ag en la antigua
lengua de los señores primigenios y Adebaal en la lengua vieja
de los Adaleis. Su maldita sombra oscurecía los prados
desnudos y agriaba el agua de los riachuelos. Arrastraba
malditas y devastadoras tormentas que destruían los campos y
plagas asesinas que aterrorizaban a los jóvenes habitantes del
mundo. Adebaal era un huracán de miedo, de cólera y
sufrimiento, el cual disfrutaba torturar a los noveles habitantes
de la tierra, quienes aún no conocían las leyes que regían el
mundo desde tiempos remotos.
Adebaal empuñaba una espada tan brillante como el sol, la
cual iluminaba las noches invernales con su luz infernal y con
un resplandor que enceguecía a quien le viera directamente.
Aquella espada de infinito poder, había sido forjada entre los
ríos de lava que fluían en las tierras subterráneas, obteniendo
su fuerza del mismísimo fuego del averno. Su hoja fue llamada
Ngognag por los señores primigenios y luego los Adaleis la
denominaron Aignias, la espada de fuego o la cegadora como
también era llamada.
Fueron muchos los hombres fuertes que buscaron derrotar
a Adebaal y apagar su luz infernal, pero fueron muchos más los
que perecieron ante su infinito poder. Los hijos de la tierra
idearon diversas estrategias de combate y formaron grupos
selectos con los hombres más fuertes de sus tribus, creando
indirectamente el concepto de ejército, el cual se reforzó y
estructuró con el paso de los años. Sin embargo, el Señor del
caos como fue denominado en años venideros, engrandecía su
nombre y su respeto con cada batalla y enfrentamiento en los
distintos rincones del mundo, destruyendo a muchos de estos
primitivos ejércitos que solo buscaban defender a sus mujeres
y sus hijos.
Después del paso de cientos de años, cuando los hombres
se volvieron más fuertes y sabios que antaño, nació el guerrero
que derrotaría al Señor del caos y liberaría a los hijos de la
tierra de aquella era de terror y oscuridad. Bajo el alero de la
tribu de los Aragmiis, de quienes descendieron los hijos del
imperio Adaleis, nació Aldaeer Aahumm, hijo de Aldaeer
Siraphiis, rey de la tribu Aragmiis y quienes habitaban los
prados desnudos de Folghaar o las tierras nubladas. Aahumm
desde pequeño había sido instruido en las nuevas artes de la
espada y la hechicería, las cuales a su vez habían sido
heredadas de los viejos dioses de los principios del mundo.
Además de ello, su destreza natural y su agilidad le convertían
en un muchacho bastante preparado para su edad. Eso su
padre lo sabía y cada vez que podía, le pedía su compañía al
momento de la caza.
Cuando el pequeño Aahumm comenzaba a dejar la niñez
para convertirse en un astuto y esbelto joven, un día se
encontraba recorriendo los dominios de su padre, los cuales
comprendían extensas hectáreas de pampa desnuda, rodeada
de montañas lejanas y protegida por la bruma de la mañana.
Su espada y sus pócimas no se encontraban con el, llevando
consigo tres pequeñas piedras de oro, junto a una pequeña y
vieja resortera fabricada por su abuelo, por la cual era
conocido en su pueblo por su habilidad de derribar aves
rapaces en pleno vuelo. En aquel amanecer y como era
costumbre, el joven príncipe de los Aragmiis se encontraba tras
sus ovejas, cuidándolas de los depredadores mientras
disfrutaban de la dulce vegetación que era tan escasa en
aquellas tierras. Las observaba desde un prominente montículo
jorobado, adornado por la hierba seca que era lo único vegetal
que se encontraba en medianas cantidades y de donde nacía
un hermoso árbol inclinado por el paso de las centurias. El
viento silbaba silenciosamente, acariciando los dorados
cabellos ondeados de Aahumm, mientras se encontraba
erguido observando las montañas, más allá del horizonte. Para
el muchacho, su labor junto a sus ovejas era la tarea más
importante que debía realizar y como buen centinela
nombrado por su padre, vigilaba con ojos felinos cada rincón
en donde se encontrara alguna de sus protegidas.
Fue en aquella tranquila mañana cuando el Señor del caos,
Adebaal con su espada la cegadora, aparecieron a lo lejos,
creciendo su sombra sobre las colinas y marchitando y
envenenado las tiernas hierbas que servían de alimento a las
ovejas. El viento se volvía violentamente hacia el muchacho,
acompañado de un olor a azufre y podredumbre que
impregnaba los ropajes y el largo cabello del joven. Un mal
sabor de boca y la garganta seca le provocaron una tos
rasposa que alertó al viejo demonio caminante, quién desde su
caballo de fuego se encontró con aquella menuda figura sobre
el montículo del árbol.
Las nubes se volvieron negras y el día se pintó de gris. El
viento congelaba hasta lo más profundo de los huesos y las
llamas del diabólico equino quemaban como fuego su rastro,
gracias a su galope cansino. Adebaal erguido sobre su montura,
levantó su brazo empuñando a Ngognag, con su luz infernal
que convertía la noche en día y ocultaba a la luna bajo la luz de
su hoja. El fuego estalló sobre su cabeza y la luz se proyectó
sobre todo el valle, ahuyentando a las asustadas ovejas hacia
caminos dispares. El joven Aahumm se quedó paralizado,
recordando las viejas leyendas que hablaban de un caballero
oscuro o del demonio errante, galopando sobre un corcel de
fuego y empuñando una espada de luz, aterrorizando a los
hijos de la tierra cada vez que su destino se cruzara con ellos.
El demonio galopante se acercó a grandes trancos con su
caballo, levantando ceniza y humo negro a cada trote sobre la
hierba. Sus ojos centelleantes se posaron sobre el muchacho,
observándole con la furia y el odio que sienten las almas
torturadas del infierno hacia los hijos de la tierra. Su aliento de
fuego quemaba los pastizales y ahuyentaba el aire de las
praderas, haciendo que el mozuelo retrocediera alerta ante la
presencia de la bestia. El muchacho recordó que su padre le
había enseñado a no temer a nada ni a nadie, gracias a su
sangre real y la bravura de sus antepasados, por lo que se
dispuso alerta ante cualquier movimiento amenazante de
parte de la sombra de gran cornamenta y armadura dorada.
“Tu sangre hervirá con mi furia y tu gente se pudrirá con tu
desgracia”
Su voz sonaba como el derrumbe de una montaña y el rugir
de los grandes felinos de las tierras orientales. El demonio de
las tierras subterráneas se acercaba al jovencito, a quien le
superaba en tamaño por tres veces. Los pasos pesados del
caballero retumbaban como un trueno sobre la roca y la tierra
del suelo, provocando un leve movimiento que el muchacho
percibía bajo sus pies. El silencio se volvía su fiel compañero,
esperando que la sombra cubriera por completo su
humanidad.
“Hijo de las ratas de la superficie, el que se encuentra en mi
camino, merece el consuelo de la muerte”
Sus ojos brillaban con la intensidad de las antorchas bajo las
noches del ártico. El miedo abrazaba el joven corazón del
príncipe de los Aragmiis, quien retrocedía por instinto mientras
la gran presencia se acercaba amenazante. Los grandes
cuernos de plata que sobresalían del yelmo de Adebaal,
brillaban con furia gracias a la luz de la cegadora. Su silueta
parecía crecer con cada paso, llegando a cubrir el sol para crear
a la sombra que se imponía ante el muchacho, quien se
encontraba presto para la defensa.
“¿Que es lo que quieres, viejo demonio? Estas tierras no te
pertenecen”
La voz del muchacho, quebrada por el miedo y la
impresionante desventaja que significaba la envergadura de su
contrincante, trataba de ser disimulada con un vozarrón salido
desde el alma. Un grito desafiante que buscaba provocar algo
en el gigante. Una sonrisa furiosa se dibujó en los labios del
demonio, dejando caer la turbia saliva entre las comisuras de
su boca. El señor del caos no veía ni la más minima amenaza en
aquella insignificante criatura.
“Los tuyos no son dueños de estas tierras. No me interesa si
el Señor Unmag regaló sus dominios para que seres tan
débiles como ustedes caminaran sobre ellos. Soy el Señor de
las tierras subterráneas y vengo a arrasar las tierras del Señor
de la luz. Tú ni nadie osará a frenar mi diversión”
El tiempo se detuvo por algunos segundos, avanzando con
una lentitud que solo los Aragmiis podían percibir, más aún el
hijo del rey Siraphiis. La cegadora cortó el aire como un trueno,
moviéndose en sentido horizontal sobre la cabeza del joven
Aahumm y rozando sus rizos dorados. La velocidad del ágil
príncipe le salvó de perder la cabeza ante la hoja maldita de
Ngognag.
Fueron muchos los cortes que el viejo demonio profirió a
los aires con la cegadora, muchas veces impactando sobre la
roca o partiendo las gruesas ramas del viejo árbol sobre el
montículo, sin lograr cortar las carnes de su joven enemigo,
quien saltaba y eludía los ataques del señor del caos. Su
reducido tamaño con respecto a su contrincante, significaba
una cierta ventaja que lograba aprovechar para escurrirse
entre las piernas del gigante con cierta velocidad. El viejo
demonio torpemente trataba de agarrar con una de sus manos
la humanidad de aquella “rata” escurridiza, pero sus dedos no
lograron capturar al muchacho, quien se había alejado algunos
metros para observarle con ojos desafiantes. Una vez que el
príncipe Aragmiis se alejó lo suficiente, dirigió su mirada hacia
su contrincante, quien se veía descontrolado y con sus ojos
más brillantes y estallando en fuego.
“No sabes con quien te enfrentas, pequeño roedor. Que mi
furia se descargue sobre ti”
La voz que parecía el rugir de una montaña, levantó una
ráfaga violenta que sacudió los prados y aniquiló a las hierbas
jóvenes, desatando una ventisca que expulsó al joven por los
aires. La tierra y el polvo cubrieron el lugar, mezclándose con la
niebla mañanera, formando un remolino que llegaba a emular
a una gigantesca columna de concreto. Aquel furioso vendaval
se desató con cólera, impactando el cuerpo menudo de
Aahumm. La fuerza del impacto provocó ser lanzado como por
una catapulta invisible, la cual esta vez lo expulso a
muchísimos metros de su contrincante. Los daños en sus
brazos y piernas eran evidentes, destacando sus rodillas
hinchadas y ensangrentadas, junto a uno de sus brazos del cual
caía un chorro de sangre.
“Oscuro demonio, regresa a tus tierras de maldad. Acá no
te tememos y mucho menos el príncipe de los Aragmiis, a
quien te atreves a enfrentar”
El muchacho se levantó con torpeza, esperando expectante
el próximo movimiento del viejo demonio, claro que esta vez
con mucho menos vigor que antes. Desde la cumbre del viejo
montículo, el señor del caos apuntaba con la cegadora a su
enemigo, enrostrándole su lamentable error de atreverse a
desafiarle.
“Veo que tu soberbia y testarudez te han vencido. Tu gente
aprendió la lección hace muchísimo tiempo, dejando que las
cosas se hagan a mi voluntad. Sin embargo, veo que en esta
ocasión, tendré que acabar con tu vida para advertir a tu
pueblo y evitar la sublevación de futuros muchachos
arrogantes como tú.”
Aahumm retiró de entre sus prendas la vieja resortera de su
abuelo, esperanzado en neutralizar de alguna forma el ataque
demencial que se aproximaba. Las voces ocultas del interior de
la tierra se hicieron notar, levantando un rumor que se alzaba
con fuerza. Aquel rumor era provocado por la onda expansiva
que destruía los prados, gracias al golpe cortante de la espada
que había impactado sobre la tierra y la roca. Una grieta de
monstruosas proporciones se abría como una hoja, levantando
polvo y grumos que se abarrotaban a los costados de la
fractura. Aahumm le hizo el quite con un salto, justo antes de
que la ruptura le alcanzara. Con mucha dificultad, se arrodilló
con su resortera apuntando a lo más alto, aprovechando de
que la tierra y las rocas levantaban una capa de polvo sobre su
cabeza, ocultándole por algunos segundos de su contrincante.
Retiró una pequeña piedra de oro de entre sus bolsillos y
descargó aquel misil sobre la frente arrugada del viejo
demonio, quien no logró advertir previamente el lanzamiento
para caer dolorido sobre el montículo del árbol.
La tierra se sacudió y un trueno lejano se escuchó sobre los
extensos territorios de las tierras nubladas. Un alarido
centenario se escuchó por todo el valle y la luz de la cegadora
se apagó cuando cayó inerte sobre las faldas del montículo.
Adebaal había sido derrotado, no por un gran ejército creado
por los hombres o por un valiente y poderoso guerrero de las
tribus centenarias. Había caído bajo el certero golpe de una
piedra de oro, forjada por los artesanos de la tribu de los
Aragmiis, lanzada por el joven príncipe Aahumm, descendiente
del linaje del rey Siraphiis.
El joven guerrero se acercó sigilosamente hacia su
contrincante, quien yacía en el suelo y con su rostro cubierto
por sus manos. La sangre brillante como la lava, se escurría a
borbotones por entre los dedos grises del viejo demonio, quien
se lamentaba por lo doloroso y profundo de su herida. Sus ojos
se encontraban ocultos detrás de sus palmas y el dolor que se
inyectaba en su cabeza, provocaba que dejara de prestarle
atención a su alrededor. Esta desventaja permitió al joven
Aahumm a que empuñara la cegadora y la contemplara
estupefacto, mientras su brillo se encendía como si tomara
vida propia.
Antes de rematar al señor de las tierras subterráneas con el
filo de la vieja espada Ngognag, el príncipe de los Aragmiis se
acercó junto al caballero de las profundidades, quien ya a esas
alturas había perdido la noción por culpa de la herida, que le
palpitaba en carne viva sobre su frente. Levantó la espada con
ambas manos, tratando de controlar su excesivo peso,
dejándola caer con fuerza a la altura del cuello del señor del
caos. Sus manos y su cabeza fueron separadas de cuajo de su
cuerpo, quedando enterrada la hoja de la cegadora en la tierra
blanda del montículo.
Aquella agitada mañana brumosa, la era de terror para los
jóvenes hijos de la tierra llegó a su fin, gracias a la valentía y
astucia del joven príncipe de la tribu Aragmiis, Aldaeer
Aahumm, quien desde ese día, fue conocido como el príncipe
de la piedra de oro. Aquella denominación, reflejo de la
valentía del joven príncipe de las tierras nubladas, se traspasó
de generación en generación, quedando como la casa dorada,
nombramiento real para la futura familia del reino Adaleis.
En años posteriores a la caída del señor del caos, Aldaeer
Aahumm reemplazó en el trono del pueblo Aragmiis a su
padre, quien fallecería producto de su avanzada edad. El nuevo
monarca de las tierras nubladas, sería conocido por los otros
rincones del mundo como el rey de la piedra de oro, en futuras
generaciones como el padre fundador del futuro reino Adaleis
y el primero en ser reconocido como monarca de aquel linaje
real, según los historiadores del futuro reino de los cielos, todo
gracias a la espada que alguna vez empuñara Adebaal. Aunque
aquellos eventos junto a la cegadora o como sería llamada
posteriormente, Aignias, son parte de otra historia.
La fiesta
Suena el murmullo de la gente en el salón, los susurros de los
hombres ya tocados por el alcohol y las mujeres excitadas por
el humo del cigarrillo. La habitación esta toda saturada por los
distintos olores corporales de los invitados y por las
inagotables tonadas norteñas que suenan en la radio. En este
ambiente me estoy desenvolviendo ahora, una fiesta de
campo, una reunion social para darme a conocer con mis
nuevos vecinos. Hasta el momento estoy siendo probado por
ellos, para ver si me aceptan y me dejan entrar a su circulo. Me
interesa mucho ser aceptado para seguir escalando
socialmente y olvidarme de mi pasado. Lo bueno es que ellos
no conocen ese lado mio, esa cara que quiero dejar atras y que
con mucho esfuerzo me he preocupado de desplazar de mi
vida, y eso me tranquiliza, el saber que tengo una segunda
oprtunidad y que no quiero desaprovechar.

Hay mucha gente en mi casa. Esta el vecino Cordova, un doctor


que trata los males del colon y que fue el primero en acercarse
a mi casa y presentarse, tiene una mujer que es una diosa, es
un poco menor que el, pero tiene un cuerpo que una chica de
quince se lo envidiaria. Derrepente hago "cambio de luces" con
ella, en realidad solo miradas. Creo que sabe que me gusta y
eso me excita un poco. El doctor es muy culto y simpatico, me
pregunto sobre mis hobbies y yo le dije que siempre me ha
interesado el golf, el segundo dia ya estaba jugando con el. Por
otro lado tenemos al señor Castillo, un acaudalado empresario
automotriz que vive solo. Me da la impresion que es gay por la
forma en como me mira cuando estoy en mi piscina. En
realidad poco me importa, porque solo quiero servirme a la
esposa de Cordova y ya estoy en proceso de hacerlo. Tambien
tenemos a Hamilton, dueño de una gran cadena de farmacias a
nivel nacional, el cual es fanatico de los barcos a escala. De
hecho para esta celebración me regalo una replica de un
antiguo barco ingles de la epoca victoriana y me invito para el
verano a un pequeño viaje en uno de sus yates. Otras vecinas
son las hermanas Santander, las cuales solo viven de una
antigua herencia familiar en un gran caseron a media cuadra
de aqui. A pesar de lo viejas que son, han estado coqueteando
con varios jovencitos de la fiesta. De hecho se fueron hace rato
con tres jovenes bien apuestos. No me quiero ni imaginar que
fueron a hacer a sus casas, pero cartas no fueron a jugar, y
para terminar con los invitados más importantes tenemos a
Luis Cohen, segun los comentarios de algunos vecinos, este
tipo es traficante. Lo unico que se es que se dedica al negocio
de los bienes raices y que practica el reiki, ademas de criar a
sus once basset hounds. El resto son algunos paracaidistas,
amigos de los vecinos y familiares varios de ellos. Por parte
mia, soy el unico representante de mi linaje, el cual deje hace
muchos años atras por causas de la vida.

Esta muy buena esta fiesta, el ambiente esta bastante


acalorado y eso ha permitido que algunas señoritas se retiren
algunas prendas. La esposa de Cordova luce una hermosa blusa
transparente, la cual permite visualizar sus pechos. Puedo ver
con claridad esos pezones duros que se traslucen
sensualmente y que me llaman a acercarme a ella. Cordova no
le acompaña, al parecer esta sola. Me acerco, le susurro algo al
oido y posteriormente me mira a los ojos. Acto seguido, la
tomo de la mano y nos alejamos del gentío. LLegamos a una
habitación donde guardo todas las herramientas de jardineria y
que esta detras de la cocina. Dentro de esta el aire es más
fresco y humedo que adentro, el piso esta cementado y sin
imperfecciones. Las ventanas estan cubiertas con algunos
trapos viejos y la oscuridad de aquel habitaculo esta pincelada
por los rayos de luna que entran libremente por entre las
cortinas. Escucho latir el corazón de mi compañera, percibo
que su respiración se agita cada vez mas y puedo sentir como
su mano aprieta delicadamente mis genitales. El momento es
el propicio, ahora siento que la voy a hacer mia. Todos esos
sueños humedos que tuve con ella se van a hacer realidad,
poder sentir su cuerpo presionarse con mi cuerpo, sentir sus
caderas apretandome a cada movimiento, poder tocar sus
partes más intimas y sentir el aroma de su carne. Sabia que ella
por fin habia accedido a mis indirectas, esas sonrisitas bobas
que detras tenian otro significado y que esa noche seria solo
para nosotros.

Empece a besar sus pechos y a mordisquearlos. Senti cuando


sus manos tironeaban levemente mis cabellos a cada succion
que le propinaba. Eso me excitaba mucho y una serie de
escalofrios recorria mi columna. Lentamente y sin dejar de
jugar con sus senos, procedi a tocar sus nalgas bajo el vestido.
Me parecia excitante recorrer su trasero con la yema de mis
dedos desde el fin de su espada hasta el comienzo de sus
piernas, ya que podia sentir el bulto que se formaba gracias a
la musculatura bien trabajada de su culo y a ratos apretaba
fuertemente con mis manos sus caderas, sintiendo como su
cintura se movia de un lado para otro . Mi miembro ya estaba
completamente afuera y ya la hermosa mujer deslizaba su
mano sobre mi prepucio, jugando con mis grados de excitacion
y probocando que me excitara cada vez más.

Decidi jugarmela de una vez por todas y dar el siguiente paso.


Deslice mis manos por debajo de su ropa interior para poder
jugar con sus labios, que me imaginaba lo humedos que debian
estar, pero nunca pense encontrarme con otra cosa que no
fuera esa. Mis manos toparon con un bulto de carne cerca de
la zona de su perineo. La primera sensación que tuve fue de
asco y de asombro, no podia creer lo que estaba pasando y
peor aun, con solo imaginar lo que habia hecho con mi boca y
mis manos, me avergonzaba y me provocaba nauseas. Frente
mio, pude observar por sobre la oscuridad como aquella
"mujer" sacaba de entre sus piernas un pene flacido, al cual
acariciaba con sus dedos sobre la base de su glande y que
lentamente se erectaba. La cara de excitacion de la mujer no
habia cambiado desde que habiamos comenzado nuestro
juego, pero mi percepcion hacia ese momento habia cambiado
radicalmente en cosa de segundos. La multitud de fantasias
nocturnas con aquel cuerpo desnudo entregandose a mi
habian quedado en el olvido. La unica imagen que quedo en mi
retina fue la de esa mujer masturbandose delante mio,
tocando su pene y pidiendo que la satisfaciera. Por mi parte,
las nauseas me ganaron y me arrodille avergonzado. Lo ultimo
que recuerdo de aquella noche fue como mi garganta se dilato
y dejo salir una rafaga de vomito que finalmente me desplomo.
Damajuana
Como cada mañana, yacía Damajuana, lavando sus
instrumentos en el viejo lavatorio. Damajuana pulía las
brillantes hojas, recién lustradas por el líquido detergente,
como cual carroñero carcome las manchas del deseado elixir
escarlata. Sus gastados dientes, partidos y afilados por sus
accidentes, brillaban como por luz propia, cubiertos de una
baba excitada que diluía entre sus labios.

Damajuana afilaba sus colmillos con la punta de sus cuchillos.


La sangre de sus encías manchaba su amarilla y carcomida
dentadura. "Debo preparar la carne", se decía
constantemente, mientras la hoja de sus machetes brillaba
bajo la luz del farol. La carne estaba sobre el mesón, roja y
jugosa, como recién cortada. Damajuana comenzó a
prepararla, cortando delgados y perfectos filetes que apilaba
en una esquina. La sangre fluía entre sus dedos, los cuales
chupaba hasta limpiar lo más profundo de sus uñas.

"Se ve deliciosa esta carne", se decía Damajuana. La viscosidad


de esta jugaba con sus dedos. Damajuana esparcía la sal, luego
el aliño completo y finalmente ajo picado para darle sabor. La
carne se comenzaba a freír en una vieja sartén, manchada con
aceite quemado. Damajuana sonreía y cada vez se dejaba
seducir por las sensaciones de su hiel. "Que rico plato
disfrutaré", se repetía incansablemente.
Mientras su filete se preparaba jugoso en la sartén oxidada, su
camino se dirigió al viejo armatoste marfil que usaba como
refrigerador. Dentro del roñoso aparato, brazos trozados,
cabezas de jóvenes con sus ojos desorbitados, costillas y
entrañas apiladas en vasijas de barro, se encontraban
amontonados entre los estantes, bajo un frío que exhalaba un
humo ártico.

"Mmm creo que probaré el jugoso cerebro de Pablito.


Estudiaba en la universidad, así que sus sesos deben ser
exquisitos".

Damajuana preparó el plato más delicioso que había probado


en mucho tiempo. Lo mejor de todo es que su hijo le visitaría
con sus nietos, así que les dejó unos deliciosos bocados para
compartir a la hora de cenar. Recordó que al pequeño Lucas le
encantaba comer sesos, por lo cual decidió guardar un trozo
dentro del horno de su cocina. "A Lucas le encantará su plato",
pensó.
El duque blanco
Estoy en la azotea de mi torre, observando hacia los edificios
de Phillips, por calle Monjitas. Siempre he admirado el puente
que une ambas construcciones en sus cumbres. Me encanta
observar esa maravilla arquitectónica mientras fumo un
cigarrillo. Me da una tranquilidad que es muy difícil sentir en
este mundo de soledad. En esta ciudad de días sombríos, de
miedos insostenibles. De almas en pena que queman su vida,
sin siquiera saber cuándo llegará el final de su suplicio. Yo soy
una de ellas. Un alma solitaria, deambulando entre el gris de la
ciudad.

***

Mi nombre es Sid. Soy imitador de profesión y no recuerdo


exactamente qué edad tengo, aunque mi apariencia indica
treinta y tantos. Fallecí hace un largo tiempo y soy originario
de los Estados Unidos. Actualmente vivo en Santiago.

En vida, imitaba a David Bowie en un bar de Seattle, mucho


antes que el espíritu adolescente se tomara sus calles. Siempre
he sentido admiración por el Sr. Jones, quien ha sido mi fuente
de inspiración para muchas cosas y durante mis años gloriosos,
trataba de imitar y perfeccionar cada uno de sus movimientos.
Creo que mi aspecto ayudó a que me acercara notoriamente al
biotipo de Bowie, logrando un amplio reconocimiento entre
mis pares. Sin embargo esa estampa que me caracterizaba, se
ha perdido. Ahora, solo soy una sombra de mis mejores
tiempos.

No recuerdo como deje el mundo terrenal. Solo sé que el rayo


maquillado que cruza mi rostro, me recuerda la elegante, pero
ingrata profesión que ejercí. Alguna vez intenté limpiar el
maquillaje de mi cara, pero por extraño que parezca, aquella
tintura se mimetizó en mi piel. En resumen, no pude limpiar mi
rostro de las marcas del pasado, por lo que en este mundo
fantasmal, es la señal que me diferencia del resto. En todo caso
no me molesta llevar la marca de Aladdin Sane. Eso me
recuerda el hombre que alguna vez fui. El que me gustaría
volver a ser.

Con respecto a mi actual residencia, desconozco si en vida


visité Santiago y si fallecí como turista, o si por alguna extraña
razón llegué como alma en pena. Honestamente no lo sé. Solo
sé que actualmente soy un santiaguino más que deambula
entre sus paseos, o mejor dicho entre sus sombras, ignorado
por los millones de ojos mortales que transitan por sus calles.

Para situarlos un poco más en este Santiago oscuro donde me


encuentro, solo se me ocurre una palabra; el infierno.
Personalmente, no sé si este lugar es al que se refieren los
teólogos, solo les puedo mencionar que alguna vez lo escuche
de boca del encargado de la tienda de discos que visito
esporádicamente: “Toda esta mierda es el infierno”. Aunque
dentro de esa misma charla, un tipo vestido de frac y
engominado a lo Gardel, le enriqueció su
observación:”Estimado, esta hueá es peor que el Infierno”.
Prefiero pensar que no fui un mal hombre, como para pasar mi
eternidad en el averno, aunque todo lo que ocurra acá,
contradiga mi punto de vista.

Según he observado, este mundo ha ido evolucionando a la par


del mundo de los vivos. La diferencia es que cada uno tiene sus
propias reglas. Las leyes de acá, superan toda lógica existente
en el mundo real. El ambiente es gris. Los colores vivos no
existen. Tampoco existen barreras idiomáticas. Otra cosa
diferenciadora, es la percepción que cada uno tiene del
tiempo. Por ejemplo, en cosa de minutos, el día pasa a ser
noche y viceversa. Nunca se sabe cuándo cambiaran. A veces la
escasa luz del día se mantiene por algunas horas o en el peor
de los casos, por algunos minutos. Lo mismo ocurre con la
noche, largas jornadas a oscuras o lapsos cortos de estas. Todo
es un caos que termina por confundir a cualquiera. Sin
embargo, creo que muchos prefieren la quietud del día por
sobre el infierno de la noche.

Después del crepúsculo, este mundo es aterrador. Esta


estrictamente prohibido deambular por las calles sin tener una
razón. Esta prohibición es una especie de ley que no se
encuentra validada por algún documento, pero que por
razones de supervivencia es respetada y seguida por todos. En
la oscuridad, conviven criaturas devoradoras de almas. Una
infinidad de monstruos que atacan amparados por las
sombras. Algunos son enormes lobos, otras son bestias aladas
a la usanza de las gárgolas. Existen serpientes gigantes que
surcan los cielos y devoran grandes aglomeraciones de gente,
al igual que un tiburón arrasa con un cardumen. Son
monstruos mitológicos, criaturas siniestras que hemos
conocido gracias a viejas leyendas, o al menos muchas de estas
bestias les asimilan. Se dice entre pasillos que cada cierto
tiempo aparecen nuevas criaturas, tanto o más aterradoras
que las nombradas. Que en algunas ocasiones se dejan ver
insectos gigantes entre los edificios o que desde las cloacas,
emergen tentáculos viscosos que atrapan a sus presas, no sin
antes destrozar sus huesos.

Son estas las razones que hacen que las almas no se alejen
mucho de sus residencias. Es muy complicado adivinar en que
momento la noche caerá. Por lo mismo, no es extraño el
encontrarse con los mismos individuos, recorriendo los mismos
rincones y compartiendo sus historias una y otra vez. Es este el
Santiago que cada día observo desde mi balcón, en el viejo
departamento del edificio Plaza de Armas. En el kilómetro cero
de esta frenética urbe. Una ciudad que los mortales ignoran,
hasta que la muerte se las muestra.

***

“El día que ella llegó, escuché la voz de Bowie desde el otro
lado del espejo.

Ahí la vi. Sentada sobre su cama. Hipnotizada por su gentil voz.

En sus manos, el estuche del vinilo de Ziggy. En la radio, sonaba


Lady Stardust.

No recordaba la última vez que le había escuchado.”

***

Después de un buen tiempo sin inquilinos en mi


departamento, apareció ella. Un poco más joven que yo. La
nueva inquilina, a quien por casualidad encontré en el espejo
de mi habitación. Su imagen se sobrepone a la mía de una
forma casi mágica. Para que me entiendan, los espejos son la
ventana hacia el otro lado. No logramos comunicarnos con los
vivos, solo podemos verles, aunque esto no es reciproco.

Es extraño, pero desde que mi alma llegó a este mundo, nunca


consideré a otro ser hermoso. Siempre pensé que mis
sentimientos habían muerto con el viejo Sid, pero me di cuenta
que algo de humanidad me quedaba. ¿Amor a primera vista?,
nunca creí en eso, de hecho jamás viví esa experiencia, pero no
puedo negar que su presencia me llamó bastante la atención.

Aquella muchacha es delgada, de rasgos étnicos, una mezcla


entre caucásico y asiático. Nariz afilada, ojos almendrados de
colores y labios carmesí dibujados en su rostro. Creo que no es
de estas tierras. Acostumbra vestir poleras que descubren sus
hombros, pantalones ajustados y aros en forma de tubo,
mientras deja caer una lacia melena roja. Una belleza que
nunca había visto. Una mujer muy interesante según logro
apreciar. Gran parte del día silenciosa, retraída, ocupada con
sus libros y un pequeño laptop, pasando tardes enteras sobre
su cama.

A veces la veo hurgar al interior de una pequeña caja de


madera, donde guarda cientos de fotos. Las revisa con
paciencia. Algunas le hacen sonreír, otras le provocan nostalgia
de mejores tiempos. En ocasiones llora buscando consuelo en
el silencio. Aquellas fotos sin duda le recuerdan lo bueno que
fue su vida. Son parte de viejos sueños que quizás cumplió o
que espera cumplir. Imágenes que le provocan muchas
emociones. Llámenlo catarsis si quieren. Son muchas
sensaciones que me expresa cuando la observo desde el otro
lado del espejo. Quizás se me hacen extrañamente familiares,
no lo sé. Probablemente trato de convertirme en su cómplice
para sentirme parte de algo o de alguien. La verdad, es primera
vez que un inquilino me provoca tantas cosas, que me hacen
sentir nuevamente vivo.

Un vivo entre el mundo de los muertos.

***
Debido a la nueva inquilina, he dejado de hacer algunas cosas.
Hace días que no visito la tienda de discos al interior de la
galería contigua a mi edificio, donde acostumbro a revisar su
extenso catálogo de vinilos y mucho menos he ido a la azotea a
fumarme un cigarrillo con Don Jolo, el conserje, con quien
mantengo una cordial amistad y que me ayuda a palear en
parte la soledad. Debe preguntarse el porque no he aparecido
este último tiempo. Espero que no crea que mi alma fue
devorada.

Aun no se el nombre de la muchacha. Es difícil si todo parece


una película muda, solo se trata de observar y de leer los labios
para intentar descubrir algo. Anteriormente lo había logrado,
pero era más fácil si existían más inquilinos. Acá no se puede
mucho si solo está ella. Tampoco hago milagros.

He descubierto algunas cosas, como que toma largas duchas,


que después de almorzar se toma una siesta y que antes de
cada comida, se toma un coctel de pastillas. Tiene alguna
enfermedad, de eso no hay dudas.

A medida que pasan los días, acude más seguido a su caja de


madera a revisar fotografías. Escribe algunas notas en un viejo
cuadernillo y por lo que noto, reflexiona y escribe hasta que
cae la noche. Hay días que revisa algunos documentos, analiza
a contraluz una serie de radiografías e incluso en la
tranquilidad de su habitación, se fuma algún pito de
marihuana, el cual preparara con sus delgados dedos sobre
una bandeja de plata. Mi joven inquilina está enferma, pero es
difícil saber si su mal podría terminar con su vida. Sus ojos
expresan preocupación, una tensión que traspasa el umbral de
nuestros mundos. Siento que al haberme compenetrado tanto
en su diario vivir, ha terminado por afectarme de alguna
forma. Solo espero que al pasar el tiempo, ella pueda
vislumbrar algo de luz.
***

Alguna vez me contaron sobre un mago, el cual era capaz de


comunicarse con el otro mundo. Un hombre al que nombraban
entre susurros, como si quisieran mantenerlo en secreto. Me
dijeron que vivía cerca de la iglesia de los Sacramentinos, que
su sabiduría traspasaba los límites y que incluso, sabía mucho
sobre esta realidad. Para algunos, este hombre era un ente
capaz de recorrer ambos mundos. Para otros, no dejaba de ser
un rumor que los ilusos habían propagado para creer en algo.
Yo al menos, he decidido ir en su búsqueda, sin importar si la
noche se cruza en mi camino o si la cordura me haga
cuestionar su existencia. Necesito acercarme a la inquilina de
alguna forma, por lo que decido acudir en su ayuda.

Al emprender mi viaje, alzo mi vista hacia los cielos. Un cúmulo


de nubes se empuja en una danza silenciosa. Me recuerda a las
aguas de una cascada cuando se rompen violentamente sobre
las rocas. Esa agresiva imagen que cubre la ciudad, se puede
observar todos los días, solo la oscuridad de la noche es capaz
de ocultar aquel campo de batalla. En ocasiones, si uno
contempla el manto gris sobre Santiago, es imposible
encontrar algún claro donde filtre el sol. Tampoco se puede
apreciar su silueta. Todo es pálido, en escala de grises. Otro
detalle que me parece escalofriante es que en algunas
ocasiones, entre los nubarrones y gases indescriptibles que
cubren la ciudad, aparecen algunas formas humanoides, de
unas proporciones colosales. Más de alguna vez, he visto
descender unas manos entre las nubes, extendiendo sus dedos
como si buscaran algo bajo el agua. Incluso hace algún tiempo,
escuché que una de esas manos se atrevió a palpar la torre del
presidente, inclinándole algunos metros. Sin embargo, en una
charla cualquiera que tuve con Don Jolo, él mencionó haber
visto unos ojos penetrantes posarse sobre la torre Catedral.
Sus proporciones eran gigantescas y se mantuvieron en vigilia
por unos minutos. Luego de eso, aquellos ojos pasaron a
formar parte de una cabeza, la cual se desvaneció entre las
nubes. ¿Acaso estos colosos, son dioses que disfrutan
observándonos? ¿Su naturaleza es agresiva como las bestias
que rondan las noches?

Comienzo a transitar entre los paseos del centro, atravesando


el mar de almas que circulan. Mujeres vestidas de época,
mezclándose con obreros de la construcción. Un señor de
terno y corbata, quitándose el sombrero ante un grupo de
punks. Un leproso encadenado, lamentándose en el paseo
ahumada. Veo a un payaso tocando el acordeón y a un hidalgo
español en su corcel, cuando llego a Huérfanos. Me cruzo con
un grupo de militares, que dispara al monumento de Allende y
a los pocos segundos, me sorprende la llegada de un carruaje,
justo al frente del palacio de la moneda, de donde desciende
un campesino borracho, acompañado de una garrafa de vino.

“Me imagino las historias que deben tener”

Todas las baldosas, adoquines y edificaciones que me rodean,


poseen un color ocre pálido, tan carente de vida como el tono
de una lápida y el viento helado llega a penetrar en lo más
profundo de mi ser, como si rozara mis huesos. Es este entorno
el que me forma la idea de un lugar frío, triste y poco
confiable. A pesar de lo macabro que resulta el conjunto, debo
continuar con mi objetivo, por lo que decido ignorar aquellos
elementos. Prefiero no pensar en la noche.

Cruzo la Alameda y me interno hacia el paseo Bulnes, donde


camino entre sus carcomidos edificios. En los alrededores, otro
grupúsculo de almas errantes, se aparecen de vez en cuando
entre la timidez de la bruma. Alguna vez escuché que aquella
delgada niebla era el preámbulo a la llegada de la noche, por lo
que prefiero acelerar mis pasos. Al caminar, no reparo mucho
en los otros seres que interactúan en mis cercanías, lo único
que rompe mi trance es una especie de cortejo, acompañado
de una fila de carruajes de estilo colonial, al cual le
flanqueaban unos individuos vestidos con largas túnicas y
capuchas. Sorpresivamente se me aparecen cuando llego a la
calle Mensia de los Nidos, esquina que me revela el parque
Almagro.

“Gobernar es educar”. Leo en la estatua de Pedro Aguirre


Cerda.

Una vez sorteado el cortejo, desde mi izquierda y alzándose


sobre la arboleda del parque, emerge la iglesia de los
Sacramentinos, cual castillo bizantino perdido en el tiempo.
Aquella imponente basílica, apunta a los cielos con el filo de
sus tres torres, destacando la atalaya del centro que sobresale
como eje principal. Sobre aquella estructura, las nubes
continúan agitándose en un frenesí cósmico, como
embrujando las cumbres silenciosas del templo.

Sin previo aviso, siento que alguien me toca el hombro


izquierdo. Unos ojos profundamente negros, me observan con
especial atención.

“Joven, le estaba esperando”

Aquellos ojos pertenecen a un señor de edad avanzada, quien


viste una túnica similar a la de un fraile. Su incipiente calvicie
brilla con inteligencia, mientras su mirada me recorre de pies a
cabeza. Levanta sus manos en señal de invitación, por lo que
sin dudarlo, decido seguirle y descubrir este misterio que se ha
presentado.

“¿Es este el mago que busco? ¿Cómo supo de mí?”

Repentinamente, todo se oscurece.

***
“Tú me invocaste. Por eso te encontré”

Me encuentro en una habitación iluminada por viejos


candelabros. Alrededor existen algunos estantes donde los
libros llegan a colgar de tan apretados que están y sobre una
vieja mesa, algunos elementos como tubos de ensayo, pipetas,
mecheros y uno que otro libro repartido sobre el tablón. En las
esquinas, el polvo y las telarañas cubren aquellos muros de
roca sólida, los cuales brillan por los líquenes y la humedad.
Todo parece un laboratorio de química. El anciano es el dueño
de todo este habitáculo. Es quien me observa en silencio desde
una de las esquinas. Siento que mi cabeza palpita, mientras mis
ojos se acostumbran a la poca luminosidad del laboratorio. Al
parecer estoy despertando de un profundo sueño, al cual no
supe como caí.

- Tú me invocaste. Por eso te encontré. Eso escuché en mi


mente al despertar. – le comento al anciano.
- Bienvenido a mis aposentos, Sid. Soy el mago que
buscas y en estos momentos, es lo único que debe
importarte. No existen nombres ni apodos, solo la plena
confianza entre ambos. Por seguridad, preferí dormirte
antes de traerte. Uno no sabe que criatura maligna
podría interponerse. ¿Qué te trae por aquí?
- Le explico. Hace algunas semanas llegó a vivir una mujer
a mi departamento. El día que llegó, la sorprendí
escuchando música en un viejo tocadiscos. Usted me
dirá que eso no tiene nada de extraordinario, pero aquel
día ocurrió algo sorprendente.
- A ver, ¿Qué tan sorprendente podría ser? – me
respondió, mientras sus ojos me observaban con
curiosidad.
- Insertó un disco de David Bowie, el Ziggy Stardust. ¿Me
imagino que conoce a Bowie? Bueno, si no le conoce, no
importa. Lo sorprendente del asunto es que pude
escuchar la música desde el otro mundo. Según sé,
nosotros solo podemos observar a los vivos a través de
los espejos, no así escuchar sus conversaciones o sonido
cualquiera que provenga del otro lado. Debido a esa
extraña situación, quedé muy prendado de aquella
mujer, la cual observo día y noche, desde hace algunas
semanas. No sé si es amor, admiración o respeto, solo
sé que gracias a ella, me he sentido pleno y más vivo
que nunca. Es extraño, pero la soledad y monotonía que
sufría antes, han desaparecido. Todo gracias a su
admiración por Bowie, artista de quien me confieso
seguidor y de la posibilidad de escuchar una vez más y
después de tanto tiempo, una de sus obras como lo
hacía en vida.
- Entonces, ¿Qué puedo hacer por ti? Aun no me aclaras
el motivo de tu visita.
- Necesito acercarme a ella. Tratar de comunicarme o por
ultimo saber algo que me tiene intrigado. Según he
observado, al parecer está muy enferma y me gustaría
confirmarlo. He intentado averiguar, pero me ha sido
imposible. No tengo las herramientas suficientes para ir
más allá ¿Es posible la comunicación? Me dijeron que
usted podía viajar entre ambos mundos y por eso acudo
en su ayuda.
El mago se queda en silencio. Sus manos juegan entre si,
mientras su mirada desorbitada le hace parecer en trance.
Pasan unos minutos para que me responda. Su rostro brilla con
un resplandor casi imperceptible, gracias a la poca
luminosidad.

- Sid. Este mundo tiene sus propias reglas. Una de ellas es


que no existe una comunicación explicita entre ambas
realidades y de hecho no tengo la facultad de viajar
entre ellas, pero eso no quiere decir que no podamos
hacer contacto. Por supuesto que tiene sus riesgos y en
este caso, el más afectado serias tú, por lo que requiere
tiempo hacerlo.
El mago se acerca a uno de los estantes. Revisa con la punta de
sus dedos la hilera de tomos, hasta dar con uno de tapa negra.
Al dejarlo caer sobre la mesa, un golpe sordo hizo retumbar el
salón.

- Este libro, te podría ayudar. Debes estudiar los conjuros


que aquí aparecen para lograr un transporte
momentáneo al otro mundo. Sin embrago, deberás
leerlo con mucha paciencia, puede tomar muchos días e
incluso semanas dominar la técnica.
Me invita a que lo levante, alzando sus manos. Percibo la
suavidad del cuero de sus tapas, mientras el aroma a papel
antiguo, hace que se me ericen los pelos. Siento su peso como
si fuera un enorme ladrillo. No hay ningún título en su tapa
principal, solo un símbolo esculpido en el cuero, que
representa a una serpiente tragándose la cola. Cuando abro el
libro, una infinidad de grabados, diagramas, poemas en latín y
textos extensos, son parte de su contenido.

- El símbolo de la tapa, es el uroboros. - me comenta. –


Representa el ciclo eterno de las cosas. Nacemos, nos
desarrollamos y morimos. Luego, expiamos nuestros
pecados y volvemos a nacer. Es un ciclo eterno.
Escucho con curiosidad aquellas palabras. Luego de eso, le
pregunto.

- ¿Qué es este lugar?


Me observa con una sonrisa ansiosa, como deseando
revelarme un enorme secreto. Mientras se acerca, me hace un
gesto con sus cejas, indicándome una esquina donde hay una
pequeña ventana. Del otro lado, solo hay oscuridad.

- Es de noche. Es mejor que te quedes. Así aprovechamos


de conversar.
***

“Esta manta te ocultara en las sombras. Así las bestias no te


verán”

Una vez que volvió el día, luego de una larga jornada de


conversación, me apresto a regresar. El mago me entregó una
manta tan antigua como la túnica que el vestía. Según me dijo,
debería cubrirme completo para evitar que los monstruos u
otros espíritus me vieran. Era un método de camuflaje que me
serviría para llegar a casa.

“Analiza cómo se comporta el cielo y la tierra. Así sabrás si el


día será corto o no”

Observo sobre mi cabeza con cautela. La danza de las nubes


continua su frenesí, aunque esta vez a un ritmo endemoniado.
Los cúmulos se entrechocan, perdiendo su forma y
mezclándose los unos a los otros, agresivamente. La bruma se
vuelve cada vez más espesa.

No hay dudas que el día será corto.

“Aquí nadie sobra ni falta. Si un alma desaparece, llega otra en


su reemplazo. Todos colaboramos al equilibrio de este mundo”.

Esta vez regreso por San Diego, con la manta extendida sobre
mis hombros y dando largos trancos para apurar mi trayecto.
Algunos espíritus me miran de reojo, otros ni siquiera reparan
en mi carrera. A su mayoría, les eludo como una gacela,
mientras el viento flamea la manta que asemeja a la capa de
un superhéroe.

“¿Crees que esto es el infierno? Lo dudo mucho. En el infierno


no existe la redención, las almas pagan sus pecados
eternamente. Aquí, si existe la redención y eso mi amigo,
permite dar el siguiente paso.”
Al llegar a la Alameda, me detengo por algunos segundos. Aun
no cae la noche, pero presiento que no alcanzare a llegar a
casa, por lo que atravieso aquella avenida por la estación de
metro. Es mejor refugiarse bajo un techo. La humedad se
respira en el pálido pasillo que debo atravesar. A mi alrededor,
algunos tubos fluorescentes parpadean como si latieran al
unísono. Todo está en silencio. Nadie me acompaña en aquel
subterráneo, solo la palidez de las luces cilíndricas. Al final del
camino, un pequeño letrero indica por donde saldré: “Salida a
Nueva York”.

Cuando emerjo desde las profundidades, mis ojos se posan en


el paseo Nueva York. Al fondo, el edificio Ariztía sobresale con
toda su elegancia, apuntando hacia los cielos rebeldes que aun
dominan la escena. Al elevar mi mirada siguiendo la estructura
del edificio, me encuentro con una imagen inesperada. Una
silueta de proporciones titánicas, emerge entre las nubes,
como si estuviera nadando. Sus enormes brazos se extienden
como queriendo abrazar aquel edificio, mientras su mirada se
queda fija en mi presencia. De su rostro, además de sus ojos,
solo puedo ver una diabólica sonrisa, tan blanca como la perla
más brillante.

“¿Acaso son dioses jugando con nosotros? Parecen niños con


juguete nuevo, manipulando este mundo a su antojo. Se
mueven entre las nubes como si fueran peces, les gusta
aparecer de vez en cuando, para que sepamos de su presencia.
La verdad, no sé qué labor cumplen en este juego, solo sé que
según he observado, parecen disfrutar cuando las bestias salen
de cacería. Les he visto en las noches. He odio sus carcajadas
diabólicas con la carnicería de almas. ¿Ellos son los amos de
este mundo? Ni siquiera yo lo sé. Solo sé que su presencia
nunca es buena”

Cae la noche. Me refugio al interior del metro y me cubro con


mi manta. Antes de entrar, alcanzo a divisar a una de las
bestias. Se me erizan los pelos cuando veo que sobre los muros
del edificio Ariztía, se posa una araña gigantesca, la cual
emerge desde una de las manos del gigante. Una criatura
pálida y extrañamente delgada, de patas largas y grises,
desciende hasta internarse en el paseo Nueva York. En los
cielos, el coloso aun aguarda. Aun sonríe diabólicamente.

Desde la superficie, llegan cientos de alaridos. Gritos


desgarradores de muerte. La carnicería ha comenzado. Es
tiempo de esperar.

***

Ha pasado un buen tiempo desde el incidente del edificio


Ariztía. Aquel día comprendí que los colosos solo buscan
atormentarnos y con ese fin usan a las bestias. ¿Ellos crearon
este mundo? ¿Por qué razón? ¿Acaso todas las almas llegan
acá? A veces me pregunto que si no hubiera sido por el miedo
a salir de noche, me habría dado cuenta hace mucho tiempo.
¿Habría valido la pena saberlo antes?, en realidad poco
importa, si nada se puede hacer. Uno al lado de esos colosos
parece una simple hormiga, sin la más mínima oportunidad.

Ya no salgo del departamento. Nada vale la pena. Tarde o


temprano caeré en el juego, en la cacería que significa el
transitar por las calles. Solo me resigno a retardar la llegada de
ese destino, esperando que pasen los días en casa. Ni se
imaginan como extraño aquellos días que estaba sumido en la
ignorancia.

Lo único que me mantiene con algo de vida, es la presencia de


la muchacha. A todo esto, su nombre es Lara.

Desde el día que recibí el libro de manos del mago, me dediqué


a estudiarlo en profundidad. Pasaron muchas semanas, incluso
meses en los cuales repasaba y practicaba los conjuros que allí
se describen. Para lograr avanzar, es necesario recitar e
implementar cada conjuro en orden, como si uno abriera una
puerta para entrar a una habitación y luego para pasar a otra,
abre otra puerta. Un orden que en principio me parecía
absurdo, pero con el paso del tiempo, me di cuenta que tenía
cierta lógica y que era necesario. Debe ser así porque con estos
conjuros, uno puede penetrar en la mente de la persona y
descubrir algunos secretos. Por supuesto que es imposible
revelarlos todos, pero a medida que uno se va internando, más
va descubriendo. Con respecto a un contacto más cercano, hay
una remota posibilidad, pero aquel conjuro es bastante más
complejo que el resto, por lo que requiere un estudio más
exhaustivo.

La primera vez que logré penetrar en su mente, obtuve


información bastante interesante. Ese día supe su nombre, su
edad y algo más sobre su vida. También supe la enfermedad
que le aqueja. Cáncer.

Lara tiene veintisiete años. Hace tres años llegó a Chile desde
su natal Argentina, para buscar una oportunidad en estas
tierras. En ese periodo, conoció a un joven, con quien tuvo una
relación algo tormentosa y quien por lo demás, la abandonó
hace casi medio año por su enfermedad. Hace dos años que no
habla con sus padres y tiene dos hermanos pequeños. Ella es
diseñadora de profesión, aunque acá se dedica a la artesanía y
hace tres meses que no trabaja por motivos de salud.

En el fondo, el cáncer está destruyendo su vida.

Lo último que descubrí, fue que pretende terminar sus días en


casa. No quiere pasar sola en un hospital. Hace dos meses que
fue desahuciada y debería estar por completarse su ciclo fatal.

Por mi parte, solo me dedico a observarle. Noto como cada día


se marchita. Sus ojos cansados, su piel reseca y sus labios
morados. Su hermoso cabello es reemplazado por una
pañoleta y su delicada figura ha pasado a la delgadez extrema.
Desgraciadamente no hay vuelta atrás y por lo mismo, creo
que es el momento de que realice una acción extrema. Aún
estoy a tiempo.

***

He cruzado al mundo de los vivos. Me encuentro a los pies de


la cama de Lara. Está agonizando. Tengo algunos minutos para
volver, si no me desvaneceré. No puedo materializarme en el
mundo terrenal, así son las reglas. Intentaré decirle que no
estará sola y que la estaré esperando en el otro mundo, pero
debo ser precavido. Creo saber cómo iniciar el contacto.

Me acerco a su tocadiscos. Reviso una pequeña caja con vinilos


y retiro el Ziggy Stardust. Dejo que la aguja de la vieja
Panasonic, haga su trabajo.

Cierro mis ojos.

Lady Stardust.

Vuelvo a los escenarios una vez más. La gente vitorea mi


actuación. Vuelvo a ser Bowie.

Abro los ojos.

Lara se ha ido.

Comienza a sonar Star en la radio, aunque le interrumpo


retirando la aguja de golpe. Justo cuando levanto mi vista, me
encuentro con un sujeto junto a la cama de Lara. Viste un largo
abrigo negro que le cubre todo su cuerpo. Sus ojos son de un
azul sobrenatural. Siento un aura especial. Una sensación de
tranquilidad con su presencia.

“Sid. Ha llegado tu hora. Acompáñame.”


Se me vienen a la mente el uroboros del libro y las palabras del
mago.

“Aquí nadie sobra ni falta…”

“Si un alma desaparece, llega otra en su reemplazo…”

“Expiación”

Ahora entiendo todo.

Su llegada al departamento. El cáncer. Aquella atracción que


sentí. Que se me revelara la verdad de las cosas.

Es mi momento de partir.

Lara mantendrá el equilibrio en mi ausencia.

***

Estoy de vuelta sobre los escenarios. Mi público me vitorea,


me ama, desea sentir mi cuerpo nuevamente. Mi voz traspasa
más allá del mar de gente.

Las luces de la noche me hacen brillar. Las plataformas y los


trajes dorados, me vuelven un ser divino.

El rayo de mi rostro, resplandece como una estrella fugaz.

Mi nombre común es Sidney Wayne Campbell.

En el escenario, soy el Duque Blanco.

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