Clase 1 FILOANTI.
Clase 1 FILOANTI.
Clase 1 FILOANTI.
Jaspers, K. (1985)
La historia de la filosofía como pensar metódico tiene sus comienzos hace dos mil quinientos
años, pero como pensar mítico mucho antes. Sin embargo, comienzo no es lo mismo que
origen. El comienzo es histórico y acarrea para los que vienen después un conjunto creciente
de supuestos sentados por el trabajo mental ya efectuado. Origen es, en cambio, la fuente
de la que mana en todo tiempo el impulso que mueve a filosofar. Únicamente gracias a él
resulta esencial la filosofía actual en cada momento y comprendida la filosofía anterior. Este
origen es múltiple. Del asombro sale la pregunta y el conocimiento, de la duda acerca de lo
conocido el examen crítico y la clara certeza, de la conmoción del hombre y de la conciencia
de estar perdido la cuestión de sí mismo. Representémonos ante todo estos tres motivos.
Primero. Platón decía que el asombro es el origen de la filosofía. Nuestros ojos nos "hacen
ser partícipes del espectáculo de las estrellas, del sol y de la bóveda celeste". Este
espectáculo nos ha "dado el impulso de investigar el universo. De aquí brotó para nosotros
la filosofía, el mayor de los bienes deparados por los dioses a la raza de los mortales". Y
Aristóteles: "Pues la admiración es lo que impulsa a los hombres a filosofar: empezando por
admirarse de o que les sorprendía por extraño, avanzaron poco a poco y se preguntaron
por las vicisitudes de la luna y del sol, de los astros y por el origen del universo."
El admirarse impele a conocer. En la admiración cobró conciencia de no saber. Busco el
saber, pero el saber mismo, no "para satisfacer ninguna necesidad común". El filosofar es
como un despertar de la vinculación a las necesidades de la vida. Este despertar tiene lugar
mirando desinteresadamente a las cosas, al cielo y al mundo, preguntando qué sea todo
ello y de dónde todo ello venga, preguntas cuya respuesta no serviría para nada útil, sino
que resulta satisfactoria por sí sola.
Segundo. Una vez que he satisfecho mi asombro y admiración con el conocimiento de lo
que existe, pronto se anuncia la duda. A buen seguro que se acumulan los conocimientos,
pero ante el examen crítico no hay nada cierto. Las percepciones sensibles están
condicionadas por nuestros órganos sensoriales y son engañosas o en todo caso no
concordantes con lo que existe fuera de mí independientemente de que sea percibido o en sí.
Nuestras formas mentales son las de nuestro humano intelecto. Se enredan en
contradicciones insolubles. Por todas partes se alzan unas afirmaciones frente a otras.
Filosofando me apodero de la duda, intento hacerla radical, más, o bien gozándome en la
negación mediante ella, que ya no respeta nada, pero que por su parte tampoco logra dar
un paso más, o bien preguntándome dónde estará la certeza que escape a toda duda y
resista ante toda crítica honrada.
La famosa frase de Descartes "pienso, luego existo" era para él indubitablemente cierta
cuando dudaba de todo lo demás, pues ni siquiera el perfecto engaño en materia de
conocimiento, aquel que quizá ni percibo, puede engañarme acerca de mi existencia
mientras me engaño al pensar.
La duda se vuelve como duda metódica la fuente del examen. Con todo, en plena
dominación de la naturaleza subsiste lo incalculable y con ello la perpetua amenaza, y a la
postre el fracaso en conjunto: no hay manera de acabar con el peso y la fatiga del trabajo,
la vejez, la enfermedad y la muerte. Cuanto hay digno de confianza en la naturaleza
dominada se limita a ser una parcela dentro del marco del todo indigno de ella.
(Tercero) Las situaciones límites —la muerte, el destino, la culpa y la desconfianza que
despierta el mundo— me enseñan lo que es fracasar. ¿Qué haré en vista de este fracaso
absoluto, a la visión del cual no puedo sustraerme cuando me represento las cosas
honradamente? No nos basta el consejo del estoico, el retraerse al fondo de la propia
libertad en la independencia del pensamiento. El estoico erraba al no ver con bastante
radicalidad la impotencia del hombre. Desconoció la dependencia incluso del pensar, que en
sí es vacío, está reducido a lo que se le da, y la posibilidad de la locura. El estoico nos deja
sin consuelo en la mera independencia del pensamiento, porque a éste le falta todo
contenido propio. Nos deja sin esperanzas, porque falla todo intento de superación
espontánea e íntima, toda satisfacción lograda mediante una entrega amorosa y la
esperanzada expectativa de lo posible. Pero lo que quiere el estoico es auténtica filosofía. El
origen de ésta que hay en las situaciones límites da el impulso fundamental que mueve a
encontrar en el fracaso el camino que lleva al ser. [...] En las situaciones límites, o bien hace
su aparición la nada, o bien se hace sensible lo que realmente existe a pesar y por encima
de todo evanescente ser mundanal. Hasta la desesperación se convierte por obra de su
efectividad, de su ser posible en el mundo, en índice que señala, más allá de éste.