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ERIC HOBSBAWM Siglo XX

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ERIC HOBSBAWM

HISTORIA

DEL

SIGLO XX

Capítulo I

LA ÉPOCA DE LA GUERRA TOTAL.

Hileras de rostros grisáceos que murmuran, teñidos de temor,

abandonan sus trincheras, y salen a la superficie,

mientras el reloj marca indiferente y sin cesar el tiempo en

[sus muñecas,

y la esperanza, con ojos ss fúnivos y puños cerrados,

se sumerge en el fango. ¡Oh Señor, haz que esto termine!

SIEGFRIED SASSOON (1947, p. 71)

A la vista de las afirmaciones sobre la «barbarie» de los ata-

ques aéreos, (ál vez se considere mejor guardar las apariencias

formulando nórmas más moderadas y limitando nominalmente

los bombardeos a los objetivos estrictamente militares ... no

hacer hincapié en la realidad de que la guerra aérea ha hecho que

esas restricciones tesulten obsoletas e imposibles. Puede pasar


un tiempo bastá que se declare una nueva guerra y en ese lapso

será posible enseñar'a la opinión pública lo que significa la fuer-

za aérea,

Rules as to Bombardment dy Aircraft, 1921

(Townshend, 1986, p. 161)

(Sarajevo, 1946.) Aquí, como en Belgrado, veo en las calles

un número impórtante de mujeres jóvenes cuyo cabello está enca-

neciendo o ya se-ha vuelto grs. Sus rostros aformentados son aún

jóvenes y las formas de sus cuerpos revelan aún más claramente

su juventud. Me parece apreciar en las cabezas de estos seres frá-

ges la huelia de la última guerra ...

No puedo conservar esta escena para“el futuro, pues muy

pronto esas cabezas serán aún más blancas y desaparecerán. Es dé

lamentar, pues nada podría explicar más claramente a las genera-

ciones futuras los tiermpos que nos ha tocado vivir que estas jóve-

nes cabezas epcanecidas, privadas ya de la despreocupación de la

+ juventud. Ñ

Que al menos estas breves palabras sirvan para perpetuar su

recuerdo.

Signs by the Roadside

(Ándric, 1992, p. 50)


1

«Las lámparas se apagan en toda Europa dijo Edward Grey, ministro

de Asuntos Exteriores de Gran Bretaña, mientras contemplaba las Juces de

Whitehal! durante Ja noche en que Gran Bretaña y Alemania entraron en gue-

rra en 1914—. No volveremos a verlas encendidas antes de morir.» Al mis-

mo tiempo, el gran escritor satírico Kar! Kraus se disponía en Viena a denun-

ciar aquella guerra en un extraordinario reportaje-drama de 792 páginas al

que tituló Los últimos días de la humanidad. Para ambos personajes la gue-

rra mundial suponía la liquidación de un mundo o y no eran sólo ellos quienes

así lo veían. No era el fin de la humanidad, dtinque hubo momentos, durante

los 31 años de conflicto mundial qué van desde la declaración austriaca de

guerra contra Serbia el 28 de julio de 1914 y la rendición incondicional del

Japón el 14 de agosto de 1945 cuatro días después de que hiciera explo-

sión la primera bomba nuclear—, eh los que pareció que podría desaparecer

una gran parte de la raza humana. Sin duda hubo ocasiones para que el dios,

o Jos dioses, que según los creyentes había creado el mundo y cuanto conte-

nía se lamentara de haberlo hecho.

La humanidad sobrevivió, pero el gran edificio de la civilización deci-

monónica se derrumbó entre Jas ilarñas dela gúerra al hundirse los pilares

que lo sustentaban. El siglo xx no Puede concebirse disociado de la guerra,

siempre presente aun en los momentos én Tos que no se escuchaba el sonido

de las armas y las explosiones de las bombas. La crónica histórica del siglo

y, más concretamente, de sus momentos iniciales de derrumbamiento y catás-

trofe, debe comenzar con el relato de los.31 años de guerra mundial.

Para quienes se habían hecho adultos antes de 1914. el coniraste era tan
brutal que muchos de ellos, incluida lá generación de los padres de este histo-

riador o, en cualquier caso, aguellós de sus miembros que vivían en Ja Enro-

pa central, rechazaban cualquier continuidad con el pasado“Paz» significaba

«antes de 1914», y cuanto venía después de esa fecha no merecía ese nombre.

Esa actitud era comprensible, ya que desde hacía'un siglo no se había registra-

do una guerra importante, es decir, una guerra en la que hubieran participado

todas las grandes potencias, o la mayor pane de ellas: En ese momento, los

componentes principales del escenario inteinácional eran las seis «grandes

potencias» europeas (Gran Bretaña, Francia. Rusía, Austria-Hungría, Prusia

—Aesde 187] extendida a Alemania— y. después de la unificación, Italia),

Estados Unidos y Japón. Sólo había habido un breve conflicto en el que par-

ticiparon más de dos grandes potencias, la guerra de Crimea (1854-1856), que

enfrentó a Rusia con Gran Bretaña, y Francia. Además, la mayor parte de los

conflictos en los que estaban involucradas algunas de las grandes potencias

habían concluido con, una cierta rapidez. El más largo de ellos no fue un con-

ficto internacional sino una guerra civil en los Estados Unidos (1861-1865),

y lo normal era que las guerras diraran meses O incluso (como la guerra entre

Prusia y Austria de 1866) semanas. Entre 1871 y 1914 no hubo ningún con-

fficto en Europa en el que los ejércitos de las grándes potencias atravesaran

una frontera enemiga, aunque en el Extremo. Oriente Japón se enfrentó con

Rusia; a la que venció, en 1904-1905, en una, guerra que aceleró el estallido

de la revolución rusa.

Anteriormente, nunca se había producido Una guerra mundial. En el si-

glo xvi, Francia y Gran Bretaña se habían enfrentado en diversas ocasiones

en la India, en Europa, en América del Norte y en los diversos océanos del

mundo. Sin embargo, entre 1815 y 1914 ninguna gran potencia se enfrentó a

otra más allá de su región de influencia inmediata, aunque es verdad que eran

frecuentes las expediciones agresivas de las potencias imperialistas, o de


aquellos países que aspiraban a serlo, contra enemigos más débiles de ultra-

mar. La mayor parte de ellas eran enfrentamientos desiguales, como las gue-

ras de los Estados Unidos contra México (1846-1848) y España (1898) y las

sucesivas cámpañas de ampliación de los imperios coloniales británico y

francés, aunque én alguna ocasión. no salieron bién librados, como cuando

los franceses tuvieron que retirarse de México,en la década de 1860 y los ita-

lianos de Etiopía en 1896. Incluso los más firmes. oporientes de los estados

modernos, cuya superioridad en la"tecnología de la muerte era cada vez más

abrumadora, sólo podían esperar, en el mejor de los casos, retrasar la inevi-

table retirada. Esos conflictos exóticos sirvieron de argumento para las noye-

las de aventuras o los reportajes que escribía el corresponsal de guerra (ese

invento de mediados del siglo"xIX), pero no repercutían directamente en la

población de los estados que los libraban y vencían:

Pues bien, todo eso cambió en 1914. En la primera guerra mundial par-

ticiparon todas las grandes potencias y todos los estados europeos excepto

España, los Países Bajos, los tres países escandinavos y Suiza, Además,

diversos paises de ultramar enviaron tropas, en muchos casos por primera

vez, a Juchár fuera de su región. Así, Jos canadienses lucharon en Francia, los

australianos y neozelandeses forjaron sw conciencia nacional en una penínsu-

la del Egeo —<«Gallípoli» se convirtió en su mito nacional]— y, lo que es aún

más importante, los Estados Unidos desatendieron la advertencia de George

Washington de no dejarse involucrar en «los problemas europeos» y traslada-

on sus ejércitos a Europa, condicionando con esa decisión la trayectoria his-

tónica del siglo Xx. Los indios fueron enviados a Europa y al Próximo Orien-

te, batallones de trabajo chinos viajaron a Occidente y hubo africanos que

sirvieron en el ejército francés. Aunque la actividad militar fuera de Europa

fue escasa, excepto en el Próximo. Oriente, también la guerra naval adquirió

Una dimensión mundial: la primera batalla se dirimió en 1914 cerca de las


islas Malvinas y las campañas decisivas, que enfrentaron a submarinos ale-

manes con convoyes aliados, 'se desarrollaron en el Atlántico norte y medio:

Que Ja segunda guerra mundial fue un conflicto literalmente mundial es

un hecho que no necesita ser demostrado. Prácticamente todos los estados

independientes del mundó se vieron involucrados en la contienda, volunta-

ría o involuntariamente, aunque la participación de las repúblicas de Améri-

ca Latina fue más bien de carácter nominal. En cuanto a las colonias de las

potencias imperiales, no tenían posibilidad de elección. Salvo la futura repú-

blica de Irlanda, Suecia, Suiza, Portugal, Turquía y España en Europa y, tal

vez, Afganistán fuera de ella, prácticamente el mundo éntero era beligeran-

te o había sido ocupado (o ambas cosas). En cuanto al estenarió de las bata-

llas, los nombres.de-las. islas melanésicas y- delos emplazamientos-det mors

te de África, Birmania y Filipinas comenzaron a ser para los lectorés de

periódicos y los radioyentes -—no hay que olvidar que fue por excelencia la

guerra de los boletines de noticias radiofónicas--- tan familiáres como los

nombres de las batallas del Ártico y el Cáucaso, de Normandía, Stalingrado

y Kursk. La segunda guerra mundial fue una lección de geografía universal.

Ya fueran locales, regionales o mundiales, las guerras de) siglo XX tén-

drían una dimensión infinitamente mayor que los conflictos anteriores. De un

total de 74. guerras internacionales ocurridas entre 1816 y 1965 que una serie

de especialistas de Estados Unidos —-a quienes les gusta “hacer ese tipo de co-

sas-— han ordenado por el número de muertos que causaron. las. que ocupan los

cuatro primeros lugares de la hista se han registrado en el siglo Xxx: las dos gue-

rras mundiales, la que enfrentó a'lós japoneses con China en 1937-1939 y la

guerra de Corea. Más de un millón de personas murieron en el campo de bata-

Ta en el curso de estos conflictos: En el siglo XIx, la guerra internacional docu-


mentada de máyor envergadura del período posnapoleónico, la que enfrentó a

Prusia/Alemania con Francia en 1870-1871, arrojó un saldo de 150.000 muer-

tos, cifra comparable al número de muertos de la guerta del Chaco de 1932-

1935 entre Bolivia (con una población de unos tres millones de Hizbitantes) y

Paraguay (con 1,4 millones de habitanies aproximadamente). En cenclusión,

1914 inaugura la.efa de las matanzas (Singér, 1972, pp. 66 y 131).

No hay espacio en este libro para analizar los orígenes de la primera gue-

rra mundial, que este autor ha intentado esbozar en La era del império.

Comenzó como una guerra esencialmente europea entre la Triple Alianza,

constituida por Francia, Gran Bretaña y Rusia, y las llamadas «potencias

centrales» (Alemania y Austria-Hungría). Serbia y Bélgica se incorporaron

inmediatamente al conflicto como consecuencia del ataque austriaco contra

la primera (que, de hecho, desencaderió el inicio de las hostilidades) y del

ataque alemán contra la segunda (que era parte de la estrategia de guerra ale-

mana). Turquía y Bulgaria se alinearon poco después jumo a las potencias

centrales, mientras que en el otro bando la Triple Alianza dejó paso gradual-

mente a una gran coalición. Se compró la participación de ltalja y también

tomaron parte. en el conflicro Grecia, Rumania y, en menor medida, Portugal.

Como cabía esperar, Japón intervino casi de forma inmediata para ocupar

posiciones alemanas en el Extremo Oriente y el Pacífico occidental, pero

limitó sus actividades a esa región. Los Estados Unidos entraron en la guerra

en 1917 y su intervención iba a resultar decisiva.

Los alemanes, como ocurriría también en la segunda guerra mundial, se

encontraron con una posible guerra en dos frentes, además del de los Balca-

nes al que les había arrastrado su alianza-con Austria-Hungría. (Sin embargo,

el hecho de que tres de las cuatro. potencias centrales pertenecieran a esa


región —Turquía, Bulgaria y Austria— hacía que el problema estratégico

que planteaba fuera menos urgente.) El plan alemán consistía en aplastar

rápidamente a Francia en el oeste y lego actuar.coú la misma rapidez en el

este para climinar a Rusia antes de que -el imperio del zar pudiera organizar

con eficacia todos sus mgenles efectivos militares. Al igual gue ocurrir

posteriormente, la idea de. “Alemania era llevara cabo na campaña relámpa-

go (que en la segunda guerra mundial se conocería con el nombre de Bli:

krieg) porque no podía actuar de otra manera. El plan estuvo a punto de ver-

se coronado por el éxito. El ejército alemán penetró en Francia por diversas

rutas, atravesando entre otros el territorio'de la Bélgica neutral, y sólo fue

detenido a algunos kilómetros a) este:de París, en el río Marne, cinco o seis

semanas después de que se hubieran declarado las hostilidades. (El plan

triunfaría en 1940.) A continuación, se retiraron ligeramente y ambos bandos

—lus franceses apoyados por lo-que quedaba de los belgas y por un ejército

de tierra británico qué muy pronto adquirió ingéntes proporciones--- impro-

visaron líneas paralelas de trincheras y fortificaciones defensivas gue se

extendían sin solución de continuidad desde la costa del canal de la Mancha

en Flandes hasta la frontera suiza, dejando en manos de los alemanes una

extensa zona de la parte oriental de Francia y Bélgica. Las posiciones apenas

se modificaron durante los tres años y medio-siguientes.

e era el «frente occidental», que se convirtió probablemente en la

maquinaria más mortífera que había conocido hasta entónces la historia del

arte de la guerra. Millones de hombres se enfrentaban desde Jos parapetos de

las trincheras formadas por sacos de arena, bajo los que vivían como ratas y

piojos (y con ellos), De vez en cuando. sus generales intentaban poner fin a

esa situación de parálisis. Durante días, o incluso semanas, la artillería reali

zaba un bombardeo incesante —un escritor alemán hablaría-más tarde de los


«huracanes de acero» (Erust Júnger, 1921) — para «ablandar» al enemigo y

obligarle a protegerse en los refugios subterráneos hasta que en el momento

oportuno oleadas de soldados saltaban por encima del parapeto, protegido

por alambre de espino, hacia «la tierra de nadie», un caos de cráteres de obu-

ses anegados, troncos de árboles caídos, barro y cadáveres abandonados, para

lanzarse hacia las ametralladoras que, como ya sabían, iban a segar sus vidas.

En 1916 (febrero-julio) Jos alemanes intentaron sin éxito romper la línea

defensiva en Verdún, en una batalla en la que sé enfrentaron dos millones de

soldados y en la que hubo un millón de bajas. La ofensiva británica en el

Somme, cuyo objetivo era obligar a los alemanes a desistir de la ofensiva en

Verdún, costó a Gran Bretaña 420.000 muertos (60.000 sólo el primer día de

la batalla). No es sorprendente que pará los británicos y los franceses, que

Tucharon durante la mayor parte de la primera guerra mundial en el frente

occidental, aquella fuera la «gran guerra», más terrible y traumática que la

segunda guerra mundial, Los franceses perdieron casi el 20 por 100 de sus

hombres en edad militar, y si se incluye a los prisioneros de guerra, los heri-

dos y los inválidos permanentes y desfigurados —los gueules cassés («caras

partidas») que al acabar las hostilidades serían un vívido recuerdo de la gue-

rra—, sólo algo más de un tercio de los soldados franceses salieron indemnes

del conflicto. Esa misma proporción puede aplicarse a los cinco millones

de soldados británicos. Gran Bretaña perdió una generación, medio millón de

hombres que no habían cumplido aún lostreinta'años (Winter, 1986, p. 83), en

su mayor parte de las capas altas, cuyos. jóvenes, obligados 4 dár ejemplo

en su.condición de oficiales, avanzaban al frente de sus hombres y eran, pór

tanto, Jos primeros en caer. Una cuarta pare de los alumnos de Oxford y

Cambridge de menos de 25 años yue sirvieron,en el ejército británico en

1914 perdieron la vida (Winter, 1986, p.:98). En las filas alemanas, el núme-

ro de muertos fue mayor aún que en el ejército francés, aunque fue inferior
la proporción de bajas en el grupo de población en edad militar, mucho más

numeroso (el 13 por 100). Incluso las pérdidas aparentemente modestas de

los Estados Unidos (116.000, frente 4 1,6 millones de franceses, casi 800.000

británicos y 1,8 millones de alemanes) ponen de relieve el carácter sanguinario

del frente occidental, el único en que Jucharon. En efecto, aunque en la segun-

da guerra mundial el número de bajas estadounidenses fue de 2,5 a 3 vécés

mayor que en la primera, en 1917-1918 los ejércitos norteamericanos sólo

lucharon durante un año y medio (tres años y medio en la segunda guerra mun-

dial) y no en diversos frentes sino en una 2ona limitada.

Pero peor aún que los horrorés de la guerra en el frente occidental iban a

ser sus consecuencias. La experiencia contribuyó a brutalizar la guerra y la

política, pues si en la guerra no importaban lá pérdida de vidas humanas y

otros costes, ¿pos qué debían importar en la política? Al terminar la primera

guerra mundial, la mayor parte de lOs que habían participado en ella —en su

inmensa mayoría como reclutados fórzosos— odiaban sinceramente la gue-

rra. Sin embargo, algunos veteranos que habíán vivido la experiencia de la

muerte y el valor sin rebelarse contra la“guerra, desarrollaron un sentimiento

de indomable superioridad, especialmente cori respecto a las mujeres y a los

que no habían luchado, que definiría la actitud de los grupos ultraderechistas

de posguerra. Adolf Hiler fue uno de aquellos hombres para quienes la expe-

riencia de haber sido un Frontsoldar fue decisiva en sus. vidas. embargo,

la reacción opuesta tuvo también consecuencias negativas. Al terminar la

guerra, los políticos, al menos en los países democráticos. comprendieron

con toda claridad que los votantes no tolerarían un baño de sangre como el

de 1914-1918. Este principio determinaría la estrategia de Gran Bretaña y

Francia después de 1918, al igual que años más tarde inspiraría la actitud de

los Estados Unidos tras la guerra de Vietnám. A corto plazo, esta actimd con-

tribuyó. a que en 1940 los alemanes triunfaran en la segunda guerra mundial


en el frente occidental, ante una Francia encogida detrás de sus vulnerables

fortificaciones e incapaz de luchar una vez que fueron derribadas, y ante una

Gran Bretaña deseosa de evitar una guerra terrestre masiva como la que

había diezmado su población en 1914-1918. A largo plazo, los gobiernos

democráticos no pudieron resistir la tentación de salvar las vidas de sus ciu-

dadanos mediañte.el desprecio absoluto de la vida de las personas de los paí-

ses enemigos. La justificación del lanzamiento de la bomba atómica sobre

Hiroshimia y Nagasaki en 1945 no fue que era indispensable para conseguir

la victoria, para entonces absolutamente segura, sino que era un medio de

salvár vidas de soldados estadounidenses. Pero es posible que uno de. los

argúmientos que indujo a los ¿obernantes de los Estados Unidos a adoptar la

decisión fuese el deseo de impedir que su aliado, la Unión Soviética, recla-

mara un botín importante tras la dérrota de Japón.

Mientras el frente- occidental se sumía en'una parálisis sangrienta, la acti-

vidad. proseguía en el frente oriental, Los alemanes pulverizarón a una

pequeña fúerza invasora rusa en la batalla de Tannenberg en el primer mes de

la guerra y a continuación, con la ayuda intermitente de los austriacos, expul-

satón de Polonia a los ejércitos rusos. Pese alas contraofensivas ocasionales

de estos últimos, era patente que las potencias centrales dominaban la situa-

ción y que, frente al avance alemán, Rusia se limitaba a una acción defensiva

en retaguardia. En los Balcanes, el contro! de lá situación correspondía a las

potencias centrales, a pesar de que el ipestable ¡ imperio de los Habsburgo

tivo un comportamiento desigual.en las acciones militares. Fueron los países

beligerantes locales, Serbia y Rumania, los que sufrieron un mayor porcenta-

je de bajas militares. Los aliados, a pesar de-qué ocuparon Grecia, no consi-

guieron tn avance significarivo hasta el hundimiento de las potencias centra-

les después del verano de 1918. El plan, diseñado por Halia, de abrir un nue-
vo frente conira Austria-Hungría en los Alpes fracasó, principalmente porque

muchos soldados italianos no veían razón para luchar por un gobierno y un

estado que no consideraban como suyos y cuya lengua pócos sabían hablar.

Después de la importante derrota militar de Caporetto (1917), que Emest

Hemingway reflejó én su novela:Adiós a las armas, los italianos tuvieron

incluso que recibir contingentes de refuerzo de otros ejércitos aliados. Mien-

tras tanto, Francia, Gran Bretaña. y Alemania se desangraban en el frente

occidental, Rusia se hallaba en una situación de creciente inestabilidad como

consecuencia de la dérrota que estaba sufriendo en la guerra y el imperio aus-

trohúngaro avanzaba hacia su desmembramiento, que tanto deseaban Jo:

movimientos nacionalistas locales y al que los ministros de Asuntos Exterio-

res'aliados se resignaron sin entusiasmo, pues preveían acertadamente que

El problema para ambos bandos residía en cómo conseguir superar la

parálisis en el frente occidental, pues sin la victoria en el oeste ninguno de

los dós podía ganar la guerra, tanto más cuanto que también la guerra naval

se hallaba en un punto muerto. Los aliados controlaban los océanos, donde

sólo tenían que hacer frente a algunos ataques aislados, pero en el mar del

Norte Jas flotas británica y alemana se ballaban frente a frente totalmente

inmovilizadas. El único intento de entrar en batalla (1916) concluyó sin

resultado décisivo, pero dado que .confinó'en sus bases a la flota alemana

puede afirmarse que favoreció a los aliados.

Ambos bandos confiaban en la tecnología. Los alemanes —<que siempre

habían destacado en el campo de la químicá— utilizaron gas tóxico en el

campo de batalla, donde demostró ser monstruoso e ineficaz, dejando como

secuela el único acto auténtico de repudio oficial humanitario contra una for-

ma de hacer la guerra, la Convención de Ginebra de 1925, en la que el mun-


do se comprometió a no utilizar la guerra química. En efecto, aunque lodos

los gobiernos continuaron preparándose para ella y creían que el enemigo la

utilizaría, ninguno de los dos bandos recurió a esa estrategia en lá segunda

guerra mundial, aunque los sentimientos humanitarios no impidieron que los

italianos lanizaran gasés tóxicos en las colonias. El declive de los valores de

la civilización después de la segunda guerra mundial permitió que volviera a

practicarse la guerra química. Durante la guerra de Irán e Irak en los años

ochenta, lrak, que contaba emtorices con el decidido apoyo de los.estados

occidentajes, utilizó gases tóxicos contra los soldados y contra la población

civil. Los británicos fueron los pioneros en la utilización de los vehículos

articulados blindados," conocidos todavía por su nombre en código de «tan-

que», pero sus generales, poco brillantes realmente, no habían descubierto

aún cómo utilizarlos. Ambos bandos usaron los nuevos y todavía frágiles

aeroplanos y Alemania utilizó curiosas aeronaves en forma de cigarro, car-

gadas de helio, para experimentar el bombardeo aéreo, aunque afortunada

mente sin mucho éxito. La guerra aérea llegó a su apogeo. especialmente

como medio de aterrorizar a la población civil, en la segunda guerra mundial.

La única arma tecnológica que tuvo' importancia para el desarrollo de la

guerra de 1914-1918 fue el submarino, pues ambos bandos, al no poder derro-

tar al ejército contraño, trataron de provocar el hambre entre la población

enemiga, Dado que Gran Bretaña recibía por mar todos Jos suministros, pare-

cía posible provocar el estrangulamiento de las Islas Británicas mediante uná

actividad cada vez más intensa de los sebmarinos contra los navíos británicos.

La campaña estuvo a punto de triunfar en 1917, antes de que fuera posible

contrarrestarla con eficacia, pero fue el principal argumento que motivó la

participación de los Estados Unidos en la guerra. Por su parte, los británicos

trataron por todos los medios de impedir el envío de Suministros a Alemania,

a fin de asfixiar su economía de guerra y provocar el hambre entre su pobla-


ción. Tuvieron más éxito de lo que cabía esperar, pues. como veremos, la eco-

nomía de guerra germana no funcionaba con la eficacia y racionalidad de las

que se jactaban los alemanes. No puede decirse lo mismo de la máquina mili-

tar alemana gue, tanto en la primera como en la segunda guerra mundial, era

muy superior a todas las demás, La superioridad del ejército alemán como

fuerza militar podía haber sido decisiva si los aliados no hubieran podido con-

tar a partir de 1937 con los recursos prácticamente ilimitados de los Estados

Unidos. Alemania, a pesar de la carga que suponía la alianza con Austria,

alcanzó la victoria total en el este, consiguió que Rusia abandonara las hosti-

lidades, la empujó hacia la revolución y en 1917-1918 le hizo renunciar a una

gran parte de sus “territorios europeos. Poco después de baber impuesto a

Rusia unas duras condiciones de paz en Brest-Litovsk (marzo de 1918), el

ejército alemán se vio con las manos libres para concentrarse en el oeste y así

consiguió romper el frente occidental y avanzar de nuevo sobre París. Aunque

los aliados se recuperaron gracias al envío masivo de refuerzos y pertrechos

desde los Estados Unidos, durante un tiempo pareció que la suerte de la gue-

rra estába decidida. Sin embargo, era'el último envite de una Alemania

exhausta, que se sabía al borde de la derrota, Cuándo los aliados comenzaron

a avanzar en el verano de 1918, la conclusión de la guerra fue sólo cuestión

de unas pocas semanas. Las potencias ceñtrales-no sólo admitieron la derrota

sinó que se-derrumbaron. En el otoño de'1918, la revolución se enseñorcó de

toda la Europa central y suroriental, como-antes había barrido Rusia en 1917

(véase el capítulo siguiente): Ninguno de:los gobiernos existentes entre Jas

fronteras de Francia y €l mar del Japón, se mantuvo en el poder. Incluso los

puíses beligerantes del bando vencedor sufrieron graves conmociones, aunque

no hay motivos para pensar que Gran Bretaña y Francia no hubieran sobrevi-

vido como entidades políticas estables, aim en el caso de haber sido dérrota-

das. Desde luego nó puede afirmarse lo mismo de Italia y, ciertamente, nin-


guno de los países derrotádos escapó a los efectos de la revolución,

Si uno de los grandes ministros o dipiómáticos de períodos históricos

anteriores —aquellos en quienes los miembros raás ambiciosos de los depar-

tamentos de asuntos exteriores decían inspirarse todavía, un Talleyrand o un

Bismarck— se hubiera alzado de su tumba para observar la primera guerra

mundial, se habría preguntado, con toda seguridad, por qué los estadistas

sensatos no habían decidido poner-£n a la guerra mediante algún tipo de

compromiso antes de que destruyera el mundo de 1914. También nosotros

podemos hacernos la misma pregunta. En el pasado, prácticamente ninguna

de las guerras no revolucionañas y no ideológicas se había librado como una

lucha a muerte 0 hásta el agotamiento total. En 1914, no era la ideología lo

que dividía a los beligerantes, excepto en la medida en que ambos bandos

necesitaban movilizar a la opinión pública, aludiendo al profundo desafío

de los valores nacionales aceptados, como la barbarie rusa contra la cultu-

ra aJemana, la democracia francesa y británica contra el absolutismo ale-

mán, etc. Además, había estadistas que recomendaban una soJución de com-

promiso, incluso fuera de Rusia y Austria-Hungría, que presionaban en esa

dirección a sus aliados de forma cada vez más desesperada a medida que

veían acercarse la derrota. ¿Por qué, pues, las principales potencias de

ambos bandos consideraron Ja primera guerra mundial como un conflicto

en el 306 sólo se podía contemplar la victoria O la derrota ton

4 razón es que, a diferencia de otras guerras anteriores, impulsadas por

motivos limitados y concretos. la primera guerra mundial perséguía objetivos

ilimitados. En la era imperialista, se había producido la fusión de la política

y la economía. La rivalidad política internacional se establecía en función del


crecimiento y la competitividad de la economía, pero el rasgo característico

era precisamente que no tenía límites. «Las “fronteras naturales” de la Stan:

dard Oil, el Deiusche Bank o la De Beers Diamond Corporation se situaban

en el confín del universo. o más bien en los límites de su capacidad de

expansionarse» (Hobsbawm, 1987, p. 318). De manera más concreta, para

los dos beligerantes principates, Alemania y Gran Bretaña, el límite tenía que

ser el cielo, pues Alemania aspiraba a alcanzar una posición política y marí-

tima mundial como la que ostentaba Gran Bretaña, Jo cúal automáticamente

relegaría a un plano inferior a una Gran Bretaña que ya había iniciado el

declive. Era el lodo o nada. En cuanto a Francia, en ese momento, y también

más adelante, sus aspiraciones tenían, un carácter menos general pero igual-

mente urgente: compensar su Creciente, y al parecer inevitable, inferioridad

demográfica y económica con respecto a Alemania. También aquí estaba en

Juego el foturo de Francia como potencia de Primer orden. En ambos casos,

Un compromiso sólo habría servido para posponer el problema. Sin duda,

Alemania podía limitarse a: esperar hasta que sú: superioridad, cada vez

mayor, sirara al país en cl lugar que el gobierno alemán creía que Je corres-

pondía, lo cual ocurriría antes o después.De hecho, la posición dominante en

Europa de una Alemania derrotada en dos 'ocasiones, y resignada a no ser

una potencia militar independiente, estaba más claramente establecida al ini-

cio del decenio de1990 de lo:que núnca lo estuvieron lás aspiraciones mili-

taristas de Alemania antes de 1945. Pero eso és así porque tras la segunda

guerra mundial, Gran Bretaña y Francia tuvieron que aceptar, aunque no de

buen grado, verse relegadas a la condición de“potenciá de segundo orden,

de la misma forma que lá Alemania Federal, pese a su enorme potencialidad

económica, reconoció que en el escenario mundial posterior a 1945 no podría

ostentar la supremacía como estado individual. En la década de 1900, cenit

de la era imperial e imperialista, estabán todavía intactas tanto la aspiración


alemana de convertirse en la primera potencia mundial («el espíritu alemán

regenerará el mundo», se afirmaba) como la resistencia de Gran Bretaña y

Francia, que seguían siendo, sin duda, «grandes potencias» en un mundo

eurocéntrico. Teóricamente, el compromiso sobre álguno de los «objetivos de

guerra» casi megalomaníacos que ambos bandos formularon en cuanto esta-

llaron las hostilidades era posible, péro en la práctica el único objetivo de

guerra que importaba era la victoria total, Jo que en la segunda guerra mun-

dial se dio en llamar «rendición incondicional».-

Era un objetivo absurdo y destructivo que arminó tanto a los vencedores

como a los vencidos. Precipitó a los países derrotados:en-la revolución y a

los vencedores en la bancarrota y en el agotamiento material. En 1940, Fran-

cia fue aplastada, con ridícula facilidad y rapidez: por unas fuerzas alemanas

inferiores y aceptó sin dilación la subordinación a Hitlér porque el país había

quedado casi completamente desangrado en 1914-1918. Por su parte, Gran

Bretaña no volvió a ser Ja mismá a partir de 1918 porque la economía del

país se había arruinado al luchar en una guerra que quedaba fuera del alcan-

ce de sus posibilidades y recursos. Además, la victoria total, ratificada por

una paz impuesta que establecía unas durísimas condiciones, dio al traste con

las escasas posibilidades que existían de restablecer, al menos en cierto gra-

do, una Europa estable, liberal y burguesa. Así lo comprendió inmediata-

mente el economista John Maynard Keynes.:Si Alemania no se reintegraba a

la'econiomía europea, es decir, si no se reconocía y aceptaba el peso del país

en esa economía sería imiposible recuperar la estabilidad. Pero eso era lo últi-

mo en que pensaban quienes habían luchado para eliminar a Alemania.

Las condiciones de la paz impuesta por las principales potencias vence-

doras sobrevivientes (los Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia e Italia) y


que suele denominarse, de manera imprecisa, tratado de Versalles,' respon-

dían a cinco consideraciones principales..La más inmediata era el derram-

bamiento de im gran número de regímenes en Europa y lá eclosión en Rusia

de un régimen bolchevique revolúcionario alternativo dedicado a la subver-

sión universal e imán de las fuerzas revolucionarias de todo el mundo (véa-

se'él capítulo II). En segundo lugar, se consideraba necesario controlar a

Alemania, que, después de todo, había estado a punto de derrotar con sus

solas fuerzas a toda la coalición aliada. Por razones obvias ésta era —y no

ha dejado de serlo desde entonces— la principal preocupación de Francia.

En tercer lugar, había que reestructurar el mapa de Europa, fanto para debi-

litar a Alemania como para llenar los grandes espaciós vacíos que habían

dejado en Europa y en el Próximo Oriente Ja derrota y el hundimiento

simultáneo de los imperios ruso, austrohúngaro y turco. Los principales

aspiranites a esa herencia, al menós en Eirópa, eran una serie de movimien-

tos nacionalistas que los vencedores apoyaron siempre que fueran antibol-

cheviques. De hecho, el principio fundamental que guiába en Europa la

reestructuración del mapa era la creación de estados nacionales étnico-lin-

gúlísticos, según el principio de que las naciones tenían «derecho a la auto:

determinación», El presidente de los Estados Unidos, Wilson, cuyos puntos

de vista expresaban los de la potericia sin cuya intervención se habría perdi-

do la guerra, defendía apasionadamente ese principio; que era (y todavía lo

es) más fácilmente sustentado por quienes estaban alejados de las realidades

étnicas y lingúísticas de las regiones que debían ser divididas en estados

nacionales. El resultado de ese intento fue- realmente desastroso, como lo

atestigua todavía la Europa del decenio de 1990. Los conflictos nacionales

que desgarran el continente en los años noventa estaban larvados ya en la

obra de Versalles.* La reorganización del Próximo Oriente se realizó según

1. En realidad, el watado de Versalles sólo establecía la paz con Alemania. Diversos par-
ques y castillos de la monarquía situados en las proximidades de París dieron nombre a los
otros

tratados: Saint Germain con Austria; Trianon con Hungría; Sevres con Turquía, y Nevilly con

Bolgaria.

2. La guerra civil yugoslava, la agitación secesionista en Eslovaquia, la secesión de los

estados bálticos de la antigua Unión Sowética, los conflicios entre húngaros y rumanos a pro-

ito de Transilvania, el separatismo de Moldova (Moldavia, antigua Resarabja) y el naciong”

O transcaucásico son algunos de los problemas explosivos que o no existían o no podían

haber existido antes de 1914,

principios imperialistas convencionales ——reparto entre Gran Bretaña y

Francia— excepto en el caso: de Palestina, donde el gobierno británico,

anhelando contar con el apoyo de la comunidad judía internacional durante

la guerra, había prometido, no sin! improdencia y ambigiedad, establecer

«ama patria nacional» para los judíos. Esta sería otra secuela problemática.e

insuperada de la primera guerra mundial.

El cuarto conjunto de consideraciones eran las de la política nacional de

los países vencedores —en la práctica, Gran, Bretaña, Francia y los Estados

Unidos— y Jas fricciones entre ellos. La consecuencia más importante de

esas consideraciones políticas internas fue qué el Congreso de Jos Estados

Unidos se negó a ratificar el tratado de paz, que en gran medida había sido

redactado por y para su presidente, y por consighiente los Estados Unidós se

retiraron del mismo, hecho que habría de tener importantes consecuencias.

Finalmente, las potencias vencedoras trataron de conseguir una paz que

hiciera imposible una nueva guerra como la que atababa de devastar el mun-
do y cuyas consecuencias estaban sufriendo. El fracaso que cosecharon, fue

realmente estrepitoso, pues veinte añós más tarde el mundo estába nueva-

mente en guerra.

Salvar al mitindo del bolchevismó y reestructurar el mapa de Europa eran

dos proyectos que se superponían, pues la maniobra inmediata para enfren-

tarse a la Rusia revolucionaria en caso de que:sobreviviera —lo cual no

podía en modo alguno darse por séntado en 1919— era aislarla tras un cor-

don sanitaire, como se decía en el Jenguaje diplomático de la época, de esta-

dos anticomunistas. Dado que éstos habían sido constituidos totalmente, o en

gran parte, con territorios de la antigua Rusia, su hostilidad hacia Moscú.

estaba garantizada. De norte a sur, dichos estados eran los siguientes: Pin=

Jandia, una región autónoma cuya secesión había sido permitida por Lenin,

tres nuevas pequeñas repúblicas bálticas (Estonia, Letonia y Lituania), res-

pecto de las cuales no existía precedente histórico, Polonia, que recuperaba

su condición de estado independiente después de 120 años, y Rumania, cuya

extensión se había duplicado con lá anexión de algunos territorios húngaros

y austriacos del imperio de los Habsburgo y de Besarabia, que ántes pertehe-.

cía a Rusia,

De hecho, Alemania había arrebatado la mayor parte de esos territorios a

Rusia, que de no haber estallado Ja revolución bolchevique los habría recú-'

perado. El intento de prolongar esé aislamiento hacia el Cáucaso fracasó,

principalmente porque la Rusia revolucionaria llegó a un "acuerdo con Tur-

quía (no comunista, pero también revolucionaria), que odiaba a los imperia-

lismos británico y francés. Por consiguiente, los estados independientes de

Armenia y Georgia, establecidos tras la firma del tratado de Brest-Litovsk, y

los intentos de los británicos de desgajar de Rusia el territorio petrolífero de

Azerbaiján. no sobrevivieron a la victoria de los bolcheviques en la guerra


civil de 1918-1920 y al-twratado turcó-soviético, de 1921. En resumen, eñ el

este los aliados aceptaron las fronteras impuestas por Alemania a la Rusia

revolucionaria, siempre y cuando no existieran fuerzas más allá de su control

que las hicieran inoperantes.

Pero quedaban todavía grandes zonas de Europa, principalmente las

correspondientes al antiguo imperio austrohúngaro, por reestructurar, Austria

y Hungría fueron reducidas a la condición de apéndices alemán y magiar

respectivamente, Serbia fue ampliada para formar una nueva Yugoslavia al

fusionarse con Eslovenia (antiguo termtoño austriaco) y Croacia (antes term

torio húngaro), así como con un pequeño reino independiente y tribal de

pastores y merodeadores, Montenegro, un conjunto inhóspito de montañas

cuyos habitantes reacciónaron a la pérdida de sú independencia abrazando en,

masa el comunismo que, según creían, sabía apreciar las virtudes heroicas.

Lo asociaban también con la Rusia ortodoxa, cuya fe habían defendido

durante tantos siglos Jos indómitos hombres de la Montaña Negra contra los

infieles turcos. Se constituyó otro nuevo país, Checoslovaquia. mediante la

unión del antiguo núcleo industrial del imperio de los Habsburgo, los territo-

mos checos, con las zonas rurales de Eslovaquia y Ruteriia, en otro tiempo

parte de Hungría. Se amplió Rumania. que pasó a ser un conglomerado mul-

tipacional, y también Polonia e Italia se vieron beneficiadas. No había prece-

dente. histórico ni lógica posible en la:constitución de Yugoslavia y Checos-

lovaquia, que eran construcciones de una ideología-nacionalista que creía en

la fuerza de la etnia común y en Ja inconveniencia de constituir estados

nacionales excesivamente reducidos. Todos Jos eslavos del sur (ytgoslavos)

estaban integrados en un estado, como ocurría con los eslavos occidentales

de los territorios checos y eslovacos. Como cabía esperar, esos matrimonios

políticos celebradós por la fuerza tuvieron muy poca solidez. Además,

excepto en los casos de Austria y Hungría, a las que se despojó de la mayor


parte de sus minorías —aunque no de todas ellás—., los nuevos estados, tan-

to los que se formarón con territorios rusos como con territorios del imperio

de los Habsburgo, no erau menos multinacionales que sus predecesores.

A Alemania se le impuso una paz con muy duras condiciones, justifica-

das con el argumento de qué era la única responsable de la guerra y de todás

sus consecuencias (la cláusula de la «culpabilidad de la guerra»), con el fin

de mantener a ese país en una situación de permanente debilidad. El proce-

dimiento utilizado para conseguir ese objetivo no fue tanto el de las amputa-

ciones territoriales (aunque Francia recuperó Alsacia-Lorena, una amplia

zona de la parte oriental de Alemania pasó a formar parie de la Polonia. res-

taurada —el «corredor polaco» que separaba la Prusia Oriental de) resto de

Alemania— y las fronteras alemanas sufrieron pequeñas modificaciones)

sino otras medidas. En efecto, se impidió a Alemania poseer una flota impor

tante, se le prohibió contar con una fuerza aérea y se redujo su ejército de

tierra a sólo 100.000 hombres; se le impusieron unas «reparaciones» (resar-

cimiento de los costos de guerra en que habían incurrido los vencedores) leó-

ricamente infinitas; se ocupó militarmente una parte de la zona occidental del

país; y se le privó de todas Jas colonias de ultramar. (Éstas fueron a parar a

manos de los británicos y de sus «dominios», de los franceses y, en menor

medida, de los japoneses, aunque debido'a la creciente impopularidad del

imperialismo, .se sustimuyó el nombre de «colonias» por el de «mandatos%

para garantizar el progreso de los pueblos atrasados, confiados por la huma-

nidad a las potencias imperiales, que en modo alguno desearían explotarlas

para otro propósito.) A mediados de los años treinta lo único que quedaba del

tratado de Versalles eran las cláusulas territoriales.

En cuanto al mecanismo para impedir unía nueva guerra mundial, era evi-
dente que el consorcio de «grandes potencias* europeas, que antes de 1914

. suponía que debía garantizar ese objetivo, se' había deshecho por comple-

o. La altérnativa, que el presidente Wilson iñstó a los reticentes políticos

A a aceptar, con todo el fervor fiberal de un experto en tjencias polí-

ticas de Princeton, erá instaurar una «Sociedad «de Naciones» (es decir, de

estados independientes) de alcance universal que soliciónara los problemas

pacífica y democráticamente antes dé que escaparan a un posible control, a

ser posible mediante una negociación realizada de forma pública («acuerdos

transparentes'a los que se llegaría de forma transparente»), pues la guerra

había hecho también que se rechazara el proceso habitual y sensato de ne-

gociación internacional, al que se calificaba de «diplomacia secreta». Ese

rechazo era una reacción contra lós tratados secretos acordados entre los alia-

dos durante la guerra, en los que se-había decidido el destino de Europa y del

Próximo Oriente una vez concluido el conflicro, igñorando por completo los

deseos, y los intereses, dé la: población de esás. regiones. Cuando los boiche-

viques descubrieron esos docuinentos. comprométedores en los archivos de la

administración zarista, se apresuraron a publicarlos para que llegaran al

conocimiento de'la opinión pública mundial, y_por elló era necesario realizar

alguna acción que pudiera limitar los daños, “La Sociedad de Naciones se

constituyó, pues, como parte del watado de paz y fue un fracaso casi total,

excepto como institución que servía para recopilar estadísticas, Es cierto, no

obstante, que al principio resolvió alguna controversia de escasa importancia

que no constituía un grave peligro para la paz del mundo, como el enfrenta-

miento entíe Finlandia y Suecia por las islas Áland.? Pero la negativa de Jos

Estados Unidos a' integrarse en la Sociedad de Naciones vació de contenido”

real a'dicha institución. E

No es necesario realizar la crónica deralladá de la historia del período de


entreguerras para comprender que él tratado de Versalles no podía ser la base

de una paz estable. Estaba condenado ál fracaso desde el principio y, por lo

tanto, el estallido de una nueva guetra era prácticamente seguro. Como ya se

ha señalado, los Estados Unidos optaron casi inmediatamente por no firmar

los tratados y en un mundo que ya no era eurocéntrico y eurodeterminado, no

3. Lasislas Áland, situadas entre Finlandia y; Suecial:y que pertenecían a Finlandia, ésta-

ban, y están, habitadas exclusivamente por una población de lengua sueca, y el nuevo estado

independiente de Finlaridia pretendía imponeries la lengua finesa, Como alternativa a la


inoor-

poración a Suecta, la Sociedad de Naciones arbitrá una solución que gárantizaba el uso
exclu-

sivo dei sueco en las islas y las salvaguardaba frente a una inmigración no deseada
procedente

del territorio finlandés.

podía ser viable ningún tratado que no contará con el apoyo de ese país, que

se había convertido en ima de las primeras potencias mundiales. Como se

verá más adelante, esta afirmación es válida tanto por lo que respecta a la

economía como a la política mundial. Dos grandes potencias europeas, y

mundiales, Alemania y la Unión Soviética, fueron eminadas temporalmente

del escenario internacional y además se les negó su existencia como. protago-

nistás independientes, En cuanto uno de-esos dos países volviera a aparecer

en escería quedaría en precario un tratado de paz que sólo tenía el apoyo de

Gran Bretaña y Francia, pues Italia también se sentía desconienta. Y, antes a

después, Alemania, Rusia, o ambas, recuperarían su protagonismo. a

Las pocas posibilidades de-paz que existían fueron torpedeadas por la

negativa de las potencias vencedoras a permitir lá rehabilitación de los ven-

cidos. Es cierto que la represión total de Alemania y la proscripción absolu-


ta de la Rusia soviética nó tardaror en revelarse imposibles, pero el proceso

de aceptación de la realidad fue lento y cargado de resistencias, especial-

mente en el caso de Francia, que se resistía a abandonar la esperanza de man»

tener'a Alemania debilitada e imipoténte (hay que recordar que los británicos

no se sentían acosados por los recuerdos de la derrota y la invasión). En

cuanto a la URSS, los países vencedores habrían preferido que no existiera,

Apoyaron a los ejércitos de la contrarrevolución'en la guerra civil rusa y

enviaron fuerzas militares para apoyarles y, posteriormente, no mostráron

entisiasmo por reconocer su supervivencia. Los empresarios de los países

europeos rechazaron las ventajosás ofertas que hizo Lenin a los inverso-

res extranjeros en un desesperado intento de conseguir la recuperación de

una economía destruida casi por completo por el cónflicto mundial, la revo-

lución y la guerra civil. La Rusia soviética se vio obligada a avanzar por la

senda del desarrollo en aislamiento, aunque por razones políticas Jos dos

estados proscritos de Europa, la Rusia soviética y Alemania, se aproximaron

en los primeros años de la década de 1920.

La segunda guerra mundial tal vez podía haberse evitado, o a] menos

retrasado, si sé hubiera testablecido la economía anterior a la guerra como un

próspero sistema mundial de crecimiento y expansión. Sin embargo, después

de que en los años centrales del decénio de 1920 parecieran superadas las per-

turbaciones de la guerra y la posguerra, la economía mundial se sumergió en

la crisis más profunda y dramática que había conocido desde la revolución

industrial (véase el capítulo 1D). Y esa crisis instaló en el poder, tanto en Ale-

mania como en Japón, a las fuerzas políticas del militarismo y la extrema

derecha, decididas a conseguir la ruptura del statu quo mediante el enfrenta-

miento, si era necesario militar, y-no mediante el cambio gradual negociado.

Desde ese momento no. sólo era previsible el. estallido de una nueva guerra

mundial, sino que estaba anunciado. Todos los que alcanzaron la edad adulta
en los años treinta la esperaban. La imagen de oleadas de aviones lanzando

bombas sobre las ciudades y de figuras de pesadilla con máscaras antigás,

trastabillando entre la niebla. provocada por el gas tóxico, obsesionó a mi

generación, proféticamente en el primer caso, erróneamente en el segundo.

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