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TP Simbología - Ángela Velasco

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SOBRE LA METAFÍSICA DEL LENGUAJE SIMBÓLICO EN LA APREHENCIÓN INTELECTUAL

Y MANIFESTACIÓN INTERIOR

RESUMEN

La reflexión sobre los símbolos se asienta sobre un orden propiamente metafísico y se


soporta en la intuición intelectual. La simbología nos emplaza en el umbral mismo de la infinitud
divina y la Verdad primordial, fundamentándose en la correspondencia que engarza con todos
los grados de existencia; pues es, en la gran cadena de realidades del Ser, donde todo se
corresponde convergiendo en la armonía Universal, que es espejo de la Unidad divina. Los
símbolos, por su enigmático poder alusivo y su polisemia, llevan más allá de la significación, más
allá del lenguaje; expresando lo que no puede asirse de otra manera. Y en tanto posibilidades de
manifestación, el símbolo presta el soporte, el canal, la comunicación que facilita a la intuición
intelectual -la intuición del corazón- alcanzar una interpretación adecuada de lo sagrado desde
esa posibilidad sensible; y con ello, el contenido espiritual preñado de significados, atribuidos
interiormente, nos conduzca a nuestro propio encuentro.

INTRODUCCIÓN

Asumiendo la urgencia de nuestra propia búsqueda; los caminos religiosos, las


costumbres, la tradición, los mitos y los rituales, están dados precisamente para enlazarnos con
la vida simbólica y ayudarnos a transitar ese viaje de encuentro. Habiendo innumerables
cuestiones que trascienden el alcance del entendimiento humano, se presta el lenguaje
simbólico para representar lo que no podemos definir o comprender del todo. Aunque, para al
intelecto que busca, que desea alcanzar, que se esfuerza por descubrir; allí se revela la realidad
metafísica, se despliega el símbolo y ocurre el encuentro. Es un “tesoro” que se revela a la
intuición intelectual. El simbolismo se centra en la existencia, como apuntaría René Guenón, “de
una relación de analogía entre la idea y la imagen que la representa. El símbolo sugiere, nos pone
en vínculo con lo que aspira a comprenderse y es, por tanto, el lenguaje electivo de la metafísica
tradicional.
DESARROLLO

Desde las concepciones filosóficas, resulta imposible sistematizar la metafísica;


definiéndola y encerrándola en concepciones limitadas. Al respecto de ello, añadiría René
Guenón, que “la metafísica es esencialmente el conocimiento de lo Universal, y porque un tal
conocimiento no podría dejarse encerrar en ninguna fórmula, por comprehensiva que pueda
ser.” (pp 2). Las diversas concepciones metafísicas a lo largo del recorrido de la humanidad, no
alcanzan a ser doctrinas diferentes en sí mismas. Profundiza R. Guenón que “son sólo las formas
exteriores de las que es revestida por las necesidades de una exposición, para expresar lo que es
expresable de ella, son estas formas las que pueden ser ya sea orientales, ya sea occidentales;
pero, bajo su diversidad, es un fondo idéntico el que se encuentra por todas partes y siempre.”
Bajo esta noción, hablamos de aspectos, interpretaciones y desarrollos con distintos puntos de
vista y experiencias, sobre una misma noción sobre lo sagrado, vale decir, de una ciencia sagrada
y tradicional por excelencia. En ese sentido, la “filosofía” metafísica, que también podríamos
llamarla “perenne” señala Ananda Coomaraswamy, a razón de “su universalidad, eternidad e
inmutabilidad.” Es entonces esa “sabiduría increada” en san Agustín, y el “tesoro escondido” de
san Bernardo, “Existe un tesoro escondido, desenterrémosle. Es la sabiduría, que está muy
escondida.”

La realidad última de la metafísica, apunta A. Coomaraswamy, es la de una “Identidad


Suprema”, en la que “se resuelve la oposición de todos los contrarios, incluso la oposición de ser
y no ser; sus ‘mundos’ y ‘dioses’ son niveles de referencia y entidades simbólicas” (pp 15). Y en
tanto su fundamento más verdadero, está precisamente en la correspondencia existente entre
todos los niveles de realidad concomitantes con la nuestra; entre los mundos intermedios, en el
Mundus Imaginalis de Henry Corbin, que es lugar donde “florece” el símbolo. Estas entidades y
niveles de referencia, añade A. Coomaraswamy más adelante, “no son lugares ni individuos, sino
estados de Ser, susceptibles de realización en el interior de cada uno” (pp 15). Así bien, el símbolo
se propone como mediación y expresión entre el individuo y los significados trascendentes. La
idea de la mediación, parece responder en la intimidad de la esencia humana y de su expansión;
en tanto que la humanidad no está ceñida plenamente a la razón o a la sensibilidad, a lo abstracto
o a lo concreto. La humanidad, el Hombre, habita la mediación.

A este respecto mediador, es la metafísica una posibilidad universal por cuanto


posibilidades de manifestación. El simbolismo, en tanto que apoyo de la intuición trascendente,
abre estas posibilidades que parecen ser ciertamente ilimitadas. Tiene como intención esencial
reconocer lo inexpresable, admitirlo; prestando el soporte, el canal, la comunicación que facilita
a la intuición intelectual -la intuición del corazón- alcanzarlo efectivamente desde esa
posibilidad.

En ese sentido, al intelecto que busca, que desea alcanzar, que se esfuerza por descubrir;
allí se revela la realidad metafísica y ocurre el encuentro; contando, desde luego, con una
amplitud de conciencia y una intuición desarrollada. Se revela al intelecto recibiendo la gnosis,
el conocimiento, que se sugiere en el lenguaje simbólico. La inteligencia que tiene el espíritu
dispuesto al símbolo, en palabras de Ricardo de san Víctor, “es la que permite meterse debajo
del velo” y en ese reconocimiento de lo luminoso, sumergirse en su interpretación desde la
experiencia. Por cuanto la actividad simbólica, no busca aprehender a la esencia de la
trascendencia -lo divino en sí- sino la relación con Él. El símbolo une dos realidades de orden
diferente que se encuentran en la experiencia de la unidad, aproximando la relación con lo
sagrado. Participamos del símbolo en tanto este participa en nosotros, invita a experimentarlo
en su integridad; y esta unión íntima con la divinidad es necesariamente un conocimiento
experiencial. Así que, al contemplar largamente el abismo, en palabras de Nietszche “el abismo
también mira dentro de ti”. Y desde tal abismo, desde ese mar sin costas, desde ese suelo que
exige ser visto, se acepta, en palabras de Victoria Cirlot “la experiencia como forma de
conocimiento”.

Lo sagrado, como señalaría el profesor Jorge Rodríguez, “es la impronta de lo divino en


nuestro mundo” y las formas en las que se presenta en nuestro mundo “pueden estar tocadas,
estar revestidas de esa presencia de lo divino”. La aparición de lo latente -manifestado en el
símbolo, en el arquetipo- no representa algo externo o ajeno, sino que, separadamente de sus
formas exteriores -que son las formas y figuras del mundo circundante- trasunta más bien una
dimensión no individual, de sustrato metafísico y eterno; en aquellos grados de realidad que
están más próximos a la realidad Universal, ya no como realidad creadora, sino que es el origen
de toda manifestación, de toda energía inventiva. Y en tanto que esa realidad eterna entre en
consonancia con nuestra postura espiritual, -que también viene dada a propósito del verdadero
encuentro con nuestro “sí-mismo” en Carl Jung, al que describió como la totalidad de la psique-
podemos tomar contacto con el latido del alma del mundo, de aquello etéreo que lo gobierna
todo y dibuja la forma de las cosas.

En toda concepción metafísica, es preciso reservar la parte de lo inexpresable. Lo mismo


con el simbolismo, que se fundamenta en, precisamente, sugerir lo inexpresable; vale decir,
hacerlo presentir o, como sugeriría René Guenón, “asentir” por medio de las “las transposiciones
que permite efectuar de un orden a otro, del inferior al superior, de lo que es más
inmediatamente aprehensible a lo que lo es mucho más difícil” (pp 202). Colabora en traducir lo
de arriba en términos que se comprendan abajo; y desde el mundo sensible, las formas
simbólicas nos lo acercan. Partiendo entonces de los niveles sensibles, quien busca y sabe
interpretar, puede llegar hasta los grados inteligibles gracias al símbolo, en la medida en que los
niveles inferiores traducen la realidad de los superiores en analogías, en correspondencias.

Desde esta aproximación, el acercamiento a lo divino resulta complejo de articular; es


adentrarse en el gran misterio que difícilmente puede tener cabida en la razón y desde lo
limitado del lenguaje. No podemos sino recurrir a lo simbólico para intentar sugerir el sentido
que le envuelve. El símbolo es la forma más adecuada para transmitir significados no
conceptuales, y se presenta -en palabras de Henry Corbin- como “el único medio de expresar lo
que no puede ser aprehendido de otra forma”. Dentro de sus características más fundamentales,
en palabras de Mircea Eliade “es la simultaneidad de los sentidos que revela”. Ellos sugieren
antes de expresar. Existe una gran Verdad y el símbolo ayuda a mirarla, siendo en la
interpretación la manera de interpelar su lenguaje. Delante del simbolismo, no hay una sola
lectura de las cosas. Para Mircea Eliade, así como para Carl Jung, el símbolo es el hábitat para la
reunión de los contrarios, y permitiendo esta unión de opuestos, exige en tanto, una
interpretación siempre nueva. Cada nueva forma simbólica es una nueva síntesis entre mundo y
espíritu. La unión de la experiencia simbólica se precisa cuando coinciden los dos extremos del
símbolo, constituyendo con todas sus facultades aquello que es simbolizado; en tanto que
hierofanía, permitiendo así una elevación, una intensidad del Ser, una transformación, y es por
tanto una obra irrepetible en ese aspecto individual.

Ello encierra en sí múltiples aspectos que desconciertan al pensamiento puramente


lógico, puesto que la lógica que ordena la realidad, no trabaja sobre el dinamismo del símbolo.
Así parece que para expresar la contemplación de lo que pertenece a otro orden, necesita
designársele una dimensión sensible, que no concuerda con el pensamiento lógico. De ahí que
la esencia del simbolismo, en palabras de Raimon Arola, “consista precisamente en que no está
referido a un fin con un significado que haya de alcanzarse intelectualmente, sino que detenta
en sí su significado”, y por cuanto su naturaleza, es menester que sea expresado en un lenguaje
mítico, poético, alegórico. El símbolo, dentro de su dimensión sensible y toda su inefabilidad,
busca condensar en una imagen, en un mito, en una danza, en un ritual, en una visión, en un
sueño, toda una experiencia espiritual.

En el arte -dado pues como instrumento para desplegar esa experiencia espiritual, como
en la pintura, la escultura, la música, la poesía, la literatura- también se encuentran maneras
simbólicas que se deben saber interpretar. Para R. Guenón una obra de arte debe ser, y solo
puede ser una obra de arte “si sirve como soporte para la contemplación intelectual, un soporte
consciente de algo que lo sobrepasa y trasciende”. Bajo esta concepción, el arte debe actuar
como un símbolo; y en tanto una obra de arte sagrada, presta un soporte de contemplación que
sirve a las necesidades del alma.

El símbolo, como vehículo de la influencia espiritual, posibilita el viaje de reconexión con


el origen. Su valor está en poder trazar un puente que, tomando al individuo desde lo abstracto
lo lleva "más allá" de lo palpable. Platón comentaría que “cada uno está buscando siempre su
propio símbolo” y esto, en cierta medida, apunta a una totalidad, perdida o carente, que aspira
a completarse. Presta un tipo de comprensión participativa, donde ese “alguien” se involucra en
ese “algo” y viceversa, que aboga por la apertura indefinida de sentido. Genera una búsqueda
apasionada que se funda en esa carencia y en el deseo de recordar. Es la idea del recuerdo en el
platonismo; del viaje de vuelta, de la ascensión del alma.

Asumiendo la urgencia de nuestra propia búsqueda; los caminos religiosos, las


costumbres, la tradición, los mitos y los rituales, están dados precisamente para enlazarnos con
la vida simbólica y ayudarnos a transitar ese viaje de encuentro. Están dados originariamente
para facilitar la integración de los arquetipos a la consciencia. Se manifiesta una universalidad
simbólica encontrada en las mitologías y tradiciones de los más diversos pueblos y tiempos. El
entendimiento del mundo va de la mano de una conciencia histórica del orden y orientación que
se produce desde las tradiciones, y se hace necesario conservarlas en tanto que horizonte
legítimo, como apunta Juan Felipe Martínez, “de llegar a vivir desde una transhistoricidad
metafísica.” (pp 49). Derivado del latín, la palabra tradición, tradere, se refiere a transmitir, a
entregar un legado. Hablamos de la transmisión viva que, naturalmente, también está sujeta a
la recepción y transformación de quien la recibe; que se interpreta conforme a su propia
experiencia personal, aunque enmarcada en un lenguaje ancestral y universal. La validez de la
tradición al momento de aproximarse al simbolismo no deja de ser vinculante y menester para
acercarnos a su horizonte. Nos encontramos, por cuanto a la disposición latente ante la
veracidad que nos atraviesa, como señala J. F. Martínez más adelante, ante “la posibilidad de
releer la historia simbólica, mítica; que es un derivado de los mitos, de las tradiciones, lo cual los
actualiza y no necesariamente los engrana obligatoriamente en un pensamiento que se cierra
sobre sí mismo.” (pp 51). Lo que guarda el lenguaje simbólico, desde las tradiciones más arcaicas,
es un sustrato sagrado, transcultural y universal.
CONCLUSIÓN

Las tradiciones, las vías espirituales, el arte e inclusive la naturaleza misma, adquieren
una significación plena en cuanto proveen un medio, una vía, para elevarnos al conocimiento de
las verdades divinas, de esa “Identidad suprema”, que es en consecuencia, el rol esencial del
simbolismo. El símbolo nos insta a dialogar con la tradición porque en ella se han guardado las
claves para entender su significado. El simbolismo, como hemos comentado, actúa como sutura
interpretativa sobre la que hay que meditar para intuir espiritualmente el orden de realidad a la
que aluden indirectamente. Lo intrigante está en lo no dicho, lo no expresado, la captación del
sentido latente, que precisa un acercamiento simbólico.

El simbolismo apunta al cuestionamiento de nuestro ser y a partir de ahí, a la relación


que extendemos tanto a lo que no somos, como al ser que transformamos en el ejercer de la
vida. De ahí que la simbología, cuando se entiende existencialmente, cubre todo ámbito posible,
no restringiéndose ni al estudio de los símbolos propiamente dicho, ni al estudio conceptual, ni
mucho menos a la actividad artística. El símbolo implica, involucra y absorbe todo porque el
mundo, en su totalidad, puede decirnos algo. Nos detenemos en su contemplación e
interpretación, permitiendo que el alma se deje llevar, dándole paso a la voluntad, a eso que se
nos convoca. Entendido así, como lo viéramos con Eliade, el símbolo nos transparenta un tipo
de cosmos o estructura ontológica que proporciona sentido a todo cuanto ocurre o deja de
ocurrir. Puede que, adentrados en esa dimensión, nos proporcione respuestas, a esas preguntas
o a esos lugares donde algunos buscan encallar; que no es más que nuestro proceso de
encuentro individual, pudiendo alcanzar reunión en ese cosmos y así comulgar con la Verdad
Universal, ancestral y trascendente.
BIBLIOGRAFÍA

Primarias

Arola, Raimon. Doctor en Historia del arte por la Universidad Autónoma de Barcelona. Curso de
simbología. Arsgravis. Arte y Simbolismo.

Cirlot, Victoria y Garí, Blanca (2001): La mirada interior, Madrid: Siruela

Coomaraswamy, Ananda (2001): El Vedanta y la tradición occidental, (pp 15) Madrid: Siruela

Eliade, Mircea (1970): Tratado de historia de las religiones I. Madrid: Ediciones Cristiandad

Guénon, René (1946): Consideraciones sobre la iniciación. Cibeles Nº 131 – Gran Logia de
España. (texto online sin referencia editorial)

Guénon, René (1995): La metafísica oriental. España: Obelisco

Jung, Carl (1989): Psicología y Alquimia. Barcelona: Plaza & Janés Editores

Jung, Carl (1995): El hombre y sus símbolos. España: Kairós

Jung, Carl (1998): Símbolos de transformación. Barcelona: Paidós

Martínez, Juan Felipe (2018): Fragmentos de totalidad. Elementos para una hermenéutica
simbólica. Valencia. Universidad Politécnica de Valencia. (PP 31-49)

Rodríguez Ariza, Jorge. Doctor en Historia del arte por la Universidad Autónoma de Barcelona.
Carrera de Simbología. Profesor de la plataforma educativa Psicocymática.

Secundarias

Corbin, Henry (1993): La imaginación creadora en el sufismo de Ibn Arabi, (pp 26) Barcelona:
Destino

Guénon, René (1925): El Hombre y su devenir según el Vedanta (pp 7)

Ortiz-Osés, Andrés (2003): Amor y sentido. Una hermenéutica simbólica, (pp 7) Barcelona:
Anthropos, Barcelona

Parra, Jaime (2001): La simbología. Grandes figuras de la ciencia de los símbolos. España:
Biblioteca de divulgación térmica. (pp 111)
BIOGRAFÍA

Soy Ángela Velasco García. Oriunda de Venezuela y vivo España desde hace ocho años.
Tengo treinta y cuatro. Me dedico a las finanzas, al análisis de datos y la prevención del fraude
digital, tengo un poco más de una década dedicándome a ello. Aunque disfruto mucho de mi
trabajo, debo admitir que la literatura, la mística, el esoterismo, la simbología y la poesía
gobiernan mi alma. Me aferro casi siempre al amor, al mar y a los libros.

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