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Campo de Concentracion de Albatera

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CAMPO DE CONCENTRACION DE ALBATERA

Tras las huellas de los desaparecidos en el campo de concentración de Albatera,


uno de los lugares más crueles de la represión franquista
Comienza la actuación arqueológica para desentrañar la información que permanece soterrada desde hace
81 años y documentar la existencia de uno de los lugares más crueles de la represión franquista.
Durante varias semanas se realizarán sondeos y excavaciones para determinar la ubicación exacta de una
fosa común, probablemente de grandes dimensiones.
"Se recorta, velada, una tragedia de aglomerados rojos, rojos zares, con un tic-tac en plenilunio, abiertos, como revoluciones de
los huertos / granadas con la herida de tu florido asombro, dátiles con tu esbelta ternura sin retorno", escribió Miguel
Hernández.
Entre bancales con esos frutos que por el color de su jugo son símbolo del martirio y palmeras altivas con
impactos de bala, se alzan dos vigas de hierro con cadenas rotas, un monumento que se levantó en los
años 90 "en recuerdo de todos los seres humanos que sufrieron y murieron por un mundo más justo y más
libre". Cerca se ha instalado hace tan solo unos días un panel informativo en memoria de los represaliados.

Son los únicos vestigios que indican a simple vista la existencia del campo de concentración de Albatera,
en la localidad alicantina de San Isidro. De los 300 que el régimen franquista diseminó por todo el país,
para "propagar una atmósfera de terror" y "crear una impresión de dominación", tal y como dijo el general
Mola al inicio de la guerra, es uno de los más importantes, y también de los más desconocidos. Forma
parte de esa España oculta, de esa historia no oficial todavía por contar.

Entre finales del 39 y principios del 40 lo desmantelaron y arrasaron hasta sus cimientos con el objetivo de
no dejar rastro. Solo quedaron algunos escombros. Sin embargo, su silueta aún podía distinguirse en las
imágenes aéreas a gran escala que los llamados vuelos americanos captaron de toda la Península en 1946.
"Es curioso porque en ellas se ve la estructura", afirma el arqueólogo e historiador Felipe Mejías. Fue lo
que le permitió hace dos años determinar su ubicación exacta y su perímetro de 709 metros de longitud
por 200 de ancho (14 hectáreas).

El horno de pan, en una imagen de 1938, cuando era un campo de trabajo de la República.
— Luis Vidal
"El azar ha querido que se abra una oportunidad para dar luz a lo que sucedió"
Se cerró el 27 de octubre de 1939, y su memoria se borró durante 40 años y se olvidó
por otros 40 más. Justo 81 años después, "el azar ha querido que se abra una
oportunidad para dar luz a lo que sucedió", prosigue. Lidera un equipo de cinco
arqueólogos que esta semana ha comenzado una prospección con detectores de metales para
documentar su existencia a través de los objetos, recabando restos de ropa (como
cinturones y hebillas), insignias, proyectiles, basura… "La información de los
basureros permite reconstruir lo que la documentación no aporta", explica el
investigador.

Los que lograron sobrevivir contaron que la dieta consistía en un chusco de pan que compartían entre
cinco y una lata de sardinas para dos cada tres días. "Comían cuatro o cinco veces al mes", sentencia
Mejías. Los tres primeros días bebieron de los charcos el agua que les tiraron al suelo. En esas primeras
horas tampoco les proporcionaron comida, y ya venían de ingerir solo las flores de los almendros.
"Dejábamos aquello pelao", dijo el poeta Marcos Ana.

Se calcula que hasta 20.000 personas recalaron allí entre el 5 y el 6 de abril del 39, muchos, desde el
campo de los Almendros. Recién declarado el fin de la contienda, con la caída del último bastión
republicano, se habían dirigido al puerto alicantino con la esperanza de subir a unos barcos que nunca
llegaron. A excepción del presidente y los cargos más relevantes, capturaron a gran parte de la cúpula del
Gobierno y la sociedad republicana. Comisarios políticos, gobernadores civiles, militares de alta
graduación, médicos, escritores, artistas… que no pudieron subir al Stanbrook, el último buque que zarpó
camino al exilio.

"Llegamos al muelle de carga de la estación ferroviaria de Alicante donde había un tren de transportar
ganado", contó en los años 80 el exprisionero Juan Caba. En vagones abarrotados, a punto de la asfixia, los
trasladaron a lo que hasta ese momento había funcionado como campo de trabajo, una estructura
penitenciaria que se inauguró en 1937 para los acusados de espionaje, rebelión y sedición.

Instalaciones del campo de trabajo republicano, en 1938. — Luis Vidal

Un lugar emblemático que se convirtió en un infierno


Los documentos demuestran que los cautivos cobraban un pequeño salario por su jornada laboral de ocho
horas y había permisos de fin de semana. La instalación contaba con enfermería, servicio de correos, un
régimen de visitas familiares y partidas presupuestarias para alimentos. "Era un centro emblemático y
ejemplar para la República", advierte Mejías.

"Arañando como pudimos la tierra, tuvimos que acomodar nuestro esquelético cuerpo al lecho del
terreno"
Nada que ver, en su opinión, con el infierno en el que se convirtió después. El franquismo se limitó a
aprovechar el cerco de alambre. Instalaron a los reclusos en el terreno que circundaba los barracones. A la
intemperie y hacinados, "como animales", prosigue, apenas se podían tumbar en el suelo. "Arañando
como pudimos la tierra, tuvimos que acomodar nuestro esquelético cuerpo al lecho del terreno", según
Caba.

A un mes especialmente lluvioso le siguió un verano que rajaba la tierra y la piel, llena de llagas abiertas
por el sol. La escasez de agua y alimento les provocaba atroces episodios de estreñimiento y diarrea
severa. Los retretes, atascados desde el segundo día, eran conocidos como lugares de tormentos. "Incluso
las letrinas, o más bien las zanjas que los presos excavaron, dan información", continúa Mejías.

Aquello se llenó de chinches y parásitos. Empezaron a enfermar rápidamente. "Nos acosaba la idea de que
moriríamos de hambre y sed", describió Caba. Algunos ya no se levantaban al toque de diana. Morían de
inanición.

Queda en pie el antiguo horno de pan, reconvertido en caseta de aperos de labranza. "Hay quien dice que
era de cremación. Hay muchas exageraciones", aclara Mejías, que lo ha podido documentar con una foto
de febrero de 1938, cuando aún era campo de trabajo.

Para desentrañar las huellas soterradas, otro grupo de cuatro especialistas de la Universidad de Cádiz está
batiendo con un georradar una superficie de 3 hectáreas, que era la zona de acceso. Mejías espera hallar la
información que hay en el subsuelo y "determinar con precisión la ubicación de la fosa común", de la que
tiene evidencias.

Instalaciones del campo de trabajo republicano, en 1938. — Luis Vidal


Los testimonios de los internos hablan de que "una o dos veces al día, malolientes carros tirados por burros
sacaban a los cadáveres amontonados". La historiografía, sin embargo, contabiliza ocho fallecidos en ese
periodo. "Son cifras ridículas. Hay una especie de vacío", determina Mejías, que cree que "la única forma
de saber dónde están los muertos es preguntando a la gente".

"Una o dos veces al día, malolientes carros tirados por burros sacaban a los cadáveres amontonados"
Necesitaba otra perspectiva, conocer lo que pasaba fuera del recinto, así que hace tres años, a través de la Cátedra
Interuniversitaria de Memoria Democrática de la Comunitat Valenciana, inicia una serie de entrevistas a los
propietarios de los terrenos, que le confirman que en los años 50, cuando se rotura toda la zona y se pone en cultivo,
salieron restos humanos en superficie en tres lugares: "Esto son signos inequívocos de la existencia de la fosa".

El investigador opina que es probable que después afloraran algunos más, pero se ha silenciado porque "sigue
habiendo miedo a hablar". Fue fundamental el testimonio de un operario que en 1977 instaló unos tubos de drenaje
en el término de San Isidro. Al hacer las zanjas de dos metros de profundidad en la parcela sobre la que están
trabajando aparecieron varios cuerpos intactos, en intervalos de 10 a 12 metros, con manchas que seguramente
fueran cal viva.

Aunque no se aventura a dar una cifra del número de cadáveres, se muestra seguro de que "hay una fosa de grandes
dimensiones". El próximo día 9 un equipo de siete arqueólogos y una antropóloga de la Universidad de León
comenzarán los sondeos y la excavación con maquinaria para ver en qué situación se encuentra.

Un presupuesto todavía limitado


No obstante, advierte, el presupuesto de 17.600 euros que el Gobierno valenciano ha otorgado al
proyecto, la mayor cuantía de toda la comunidad para este fin, no será suficiente para exhumarla, algo que
dependerá de una próxima subvención que saldrá a finales de año.

Estas actuaciones formarán parte de un plan a cuatro años con el que pretende prospectar el perímetro
completo del campo, un espacio que hace un año y medio se declaró Bien de Relevancia Local, con una
metodología novedosa que hasta ahora solo se ha llevado a cabo en Castuera (Badajoz).

"Esto es un primer paso", ya que el también responsable de la identificación de las fosas comunes en la
provincia está seguro de que "hay más", aunque algunas podrían estar bajo la superficie que ocupa el
pueblo, que se levantó en los años 50 cuando llegaron colonos de diferentes puntos de la geografía para
trabajar las tierras. Incluso, hay quien cree que se construyó encima para mermar la memoria del lugar.

Es cierto que "alguien quiso que no se supiera lo que pasó", piensa Mejías. De hecho, es imposible saber el
número de fallecidos, porque no hay registros ni ficheros de los prisioneros. Hubo fusilamientos, sobre
todo en mayo y junio, que solían ser por intentos de huida. Marcos Ana logró fugarse, pero acabó siendo
detenido en Madrid, convirtiéndose en el preso que más tiempo pasó en una cárcel franquista. Desde su
encierro, que duró 23 años, escribía versos con sueños de libertad: "Si salgo un día a la vida (...)".

Otros llegaron a la conclusión de que solo la muerte acabaría con la agonía, las
humillaciones y las vejaciones que sufrían por un régimen de terror que les impuso un
temor constante a ser asesinados en cualquier momento. "Estáis a nuestra merced. Si
quiero, no tengo más que dar la orden: estas metralletas automáticas que os apuntan
dispararían hasta terminar con todos vosotros. No tenemos que responder ante nadie",
era la arenga a los detenidos de Ernesto Giménez Caballero, ideólogo del fascismo. Las
‘sacas’ o ruedas de reconocimiento se producían continuamente. A algunos les daban un
paseíllo por los alrededores, y ya no volvían.

"Estáis a nuestra merced (...) No tenemos que responder ante nadie"


"Fue un campo de represión cruel y duro donde se les dejaba morir de hambre, sed y enfermedad. Salvando
las distancias, al final en algunas fases funcionó al estilo nazi", según Mejías. Los que pasaron por el lugar
lo recordaron como un campo de exterminio. Algunos historiadores creen que fue un modelo que pudo
servir de inspiración para la Alemania de Hitler, incluso con una probable visita del destacado militar Rudolf
Hess.

Panel informativo que se ha instalado a mediados de octubre en memoria de los


represaliados. — Coordinadora de Asociaciones por la Memoria Histórica de la Provincia
de Alicante.

Acciones extremas con el fin de aniquilar al adversario


Las directrices del general Mola antes del golpe de Estado fueron "eliminar a los
elementos izquierdistas. La acción ha de ser en extremo violenta para reducir lo
antes posible al enemigo, aplicando castigos ejemplares", que resultaron ser una
especie de holocausto ideológico. Los apresaron "solo por pensar diferente", continúa
Mejías, que defiende que "por encima de ideologías, desenterrar las fosas, a la luz de
la arqueología, con métodos científicos y evaluaciones rigurosas, es una cuestión de
derechos humanos".

En este sentido, recuerda que la ONU ha hecho varios requerimientos a España para
rescatar a los desaparecidos que aún están sin dignidad en cunetas, y piensa que la
futura Ley de Memoria Democrática, "aunque mejorable, es un paso de gigante con
respecto a la de 2007", ya que el Estado sufragará con fondos públicos la búsqueda de
las víctimas.

"Muerto que te derramas, muerto que yo conozco, muerto frutal, caído, con octubre en
los hombros", decía el poeta oriolano. "Es el momento de liberarse de esa carga: están
ahí, solo hay que sacarlos", añade Mejías, que recuerda al autor Dardo Sebastián
Dorronzoro, un desaparecido de la dictadura argentina que antes de que lo detuvieran
había escrito: "Me declaro culpable, muy bien, pero debo advertirles que ya ustedes me
mataron, me enterraron, me borraron todas las arrugas y las lágrimas de mis hermanos, y
me dijeron que te diviertas con los gusanos, pero olvidaron de borrar las huellas que
mis pasos marcaron en tantas calles y caminos del mundo". "Nosotros queremos encontrar
esas huellas", concluye el arqueólogo.
Un estudio recrea la vida en el campo de
concentración de Albatera
Se cumplen 70 años del cierre del recinto, emblema de la represión
franquista
Los curiosos apenas encontrarán una losa conmemorativa colocada allí por un par de organizaciones
anarquistas. Un testimonio humilde, localizado en un saladar jalonado de cañaverales, en el perímetro
aproximado del campo de concentración franquista de Albatera, en Alicante, uno de los centros de
represión más sanguinarios de entre los 188 habilitados en toda España tras la Guerra Civil. El campo
fue desmantelado en octubre de 1939, hace setenta años. Y sus huellas físicas borradas a conciencia.
Pero los testimonios orales lo convirtieron, junto con el célebre campo de Los Almendros, en un
referente en tierras alicantinas de la represión franquista. Enrique Gil Hernández (Albacete, 1975),
arqueólogo de la Universidad de Alicante especializado en la Guerra Civil, lleva tiempo investigando y
reconstruyendo las condiciones del campo de Albatera.

"Hubo fosas comunes derivadas de fusilamientos masivos", cuenta Gil

"Se han hecho muchos estudios sobre el campo a través de los testimonios de los supervivientes. Es un tema
recurrente. Pero la novedad es acercarse a través de una fuente hasta ahora ignorada, los restos materiales",
explica Gil Hernández, quien espera poder acabar su investigación antes de finales de año. "El problema de
este enfoque es que el campo ya no existe. Conocemos una zona, a grandes rasgos, pero no hay nada porque
fue debidamente desmantelado y el propio espacio donde estuvo situado fue dividido para crear un nuevo
asentamiento humano, San Isidro. Es como si no hubiera existido. Apenas quedó un casucho utilizado como
cocina", se lamenta. "Pero tenemos la suerte de que, al menos, existen los planos y podemos inferir su
estructura", añade, en referencia a la documentación encontrada en el archivo histórico de Salamanca.

El centro fue construido en 1937 por las autoridades republicanas, como campo de trabajo penitenciario,
con una capacidad aproximada para 2.700 penados. Su ubicación, cercana al puerto de Alicante,
escenario de los estertores del conflicto y frustrada vía de escape de miles de republicanos, se convirtió
al acabar la guerra en un "espacio ideal para la concentración y posterior depuración del nuevo régimen
dictatorial". Hablar de cifras es complicado. No existe libro de entradas y salidas y la única referencia
no oral es La Hoja Oficial de Alicante, que habla el 28 de abril de 1939 de "seis mil ochocientos rojos".
Gil Hernández piensa que la cifra llegaría a duplicarse. "Podemos hablar sin problemas de más de
12.000 personas en el momento álgido", asegura, pero no da validez a las cifras de 15.000 a 20.000
internos manejadas a través de testimonios directos.

Respecto de las características físicas del campo, Gil Hernández define un espacio cercado por una doble
alambrada, con edificios modulares de madera, dependencias para los guardas, barracones con literas,
cocinas, almacenes, celdas de castigo y un hospital. Las condiciones de habitabilidad, aceptables durante la
República, se convierten en un infierno con la autoridad franquista. La sobresaturación, de hecho, lleva a la
construcción de un segundo grupo de instalaciones, conocido popularmente como el Campo Chico. Una
existencia difícil de concebir. Al hacinamiento inhumano, agravado por el calor propio de la zona, las
carestías nutricionales y de higiene, hay que sumar la angustia, el terror, las torturas y vejaciones y lo que
Gil Hernández no duda en calificar como "exterminio". "Hubo fosas comunes derivadas de fusilamientos
masivos", asegura, y aporta como prueba el descubrimiento en huertos y jardines de la zona de abundantes
restos óseos en una zona que no fue habitada hasta 1957. Otros no murieron allí. "La función del campo es
controlar y clasificar y los presos van saliendo. Se hacen ruedas de reconocimiento y se producen
peregrinaciones de autoridades falangistas desde todos los puntos de España para reconocer gente y
llevársela para ajusticiarla en su pueblo de procedencia", explica. También se tiene constancia de que a cada
fuga se contestaba con la eliminación del recluso anterior y posterior de la lista. El espanto fue
desmantelado. Pero no arrojado al olvido absoluto.

ANTES DE AUSCHWITZ
El campo de Albatera fue diseñado siguiendo los modelos de los campos generados por lo que Gil Hernández denomina "las nuevas guerras" de la era industrial, la Guerra
Civil Norteamericana (Andersonville tiene el dudoso honor de los precursores) o la I Guerra Mundial. Instalaciones ordenadas, con la función de concentrar y clasificar gente
y con el rasgo común de la proximidad al ferrocarril, a modo de "gran cinta transportadora", según la inquietante comparación del arqueólogo. Albatera cumple esas
condiciones. Pero existen también paralelismos escalofriantes con Auschwitz, el horror en mayúsculas, el icono de la barbarie nazi. "No digo que los alemanes tomaran nota,
pero el precedente de Albatera, que no era un campo de exterminio pero en el que se exterminó a gente, presenta muchas similitudes", anota. Y advierte: "La reflexión final es
que en España hubo una represión muy dura aunque se pretenda correr un velo para no hablar con propiedad de las cosas".

Campo de concentración
de Albatera
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El campo de Albatera, hoy en el término municipal de San Isidro, se encontraba situado en la
zona de Saladares, en las proximidades de la estación de ferrocarril.

Se construye en 1.937, bajo la dirección técnica de los ingenieros agrónomos don Miguel
Cavero y don Ángel Rodríguez Percha, colaborando el arquitectoRieta, para la desalinización y
saneamiento de las tierras, por medio de drenajes y riego con aguas procedentes del río
Segura, basado en un proyecto de la Confederación Hidrográfica del Segura.
Enterado el Ayuntamiento de Albatera, que el proyecto entraña una importante mejora
para el progreso de la agricultura y de la población, acuerda adherirse a la obra que se trata de
realizar, ofreciendo su ayuda para llevarla a efecto.
Los presos empiezan a llegar hacia el 11 de octubre de dicho año, llegando a albergar
a unos 1.620 presos, que ocupan los barracones de obra. La mayor parte de los presos lo son
por razones políticas, condenados por Tribunales Especiales Populares, Juzgados de Urgencia y
Audiencias Provinciales, por delitos de desafección al régimen (la II República), rebelión y
otros.
El Campo, calculado para 3.000 reclusos, se prevé su inauguración para el 24 de
octubre; comunicándose al Consejo Municipal por la Dirección General de Prisiones. La
inauguración tiene lugar en dicho día, con asistencia del Ministro de Justicia Manuel de Irujo,
acto al que se invita a las organizaciones políticas y sindicales, y al vecindario antifascista.
La dirección del Campo es encomendada a don Adolfo Crespo Orriols, director del
Reformatorio de Adultos de Alicante. En 1.938, la población penal en el Campo es de 1.012
reclusos. Los guardias son en su mayor parte de Albatera, y posteriormente vienen también del
Carpio (Córdoba), al parecer, pertenecientes al Frente Popular de dicha localidad.
Los presos tuvieron que soportar las incomodidades de las deficientes instalaciones, el
clima caluroso, junto a otras penurias, que tienen que alternar con el trabajo, penurias
mitigadas en alguna manera por las ayudas que desde fuera del Campo les hacen llegar,
algunas de ellas procedentes del llamado “Socorro Blanco”, del que es delegada en
Orihuela doña María Bautista Pérez de Torres, atendiéndose algunas por instrucciones de la
que fue diputada tradicionalista doña María Rosa Urraca Pastor.
Entre los presos los hay de muy variada condición social, personas de estudios,
industriales, profesionales, braceros, etc., la mayor parte de ellos comprendidosentre los 18 y
45 años.
En el Campo estuvieron presos el abogado de Alicante, natural de Castalla,Antonio
García Leal; el procurador de los Tribunales eldense, Francisco Hellín Almodóvar; Algimiro
Torrecillas Cimadevilla, que luego ocuparía importantes cargos; el historiador y
abogado ilicitano Alejandro Ramos Folqués; elsacerdote oriolano, don Saturnino Ortuño
Pomares, que con ocasión de la Nochebuena de 1.938, encontrándose en el Campo, escribió un
poema a su amigo de Albatera, Pascual Cánovas Berná.
El trabajo se realizaba por la mañana de 9 a 13 h y por la tarde de 16 a 19 h , dedicado a
la construcción de una carretera desde el Campo de Albatera hasta Elche, a la explotación de
una cantera, a la construcción de pabellones y había, además, varios talleres.
En mayo de 1.938 se termina la carretera de Albatera a la estación; también trabajan
en el arreglo de calles en Albatera, y en el alumbramiento de aguas para la población.
El 26 de noviembre de 1.938 salen cien penados para la Prisión del Partido Judicial de Hellín,
para ser destinados al trabajo de recogida de esparto, por así haberse ordenado por la
Dirección General de Prisiones
Como Campo de Trabajo termina el 28 de marzo de 1.939
CAMPO DE CONCENTRACIÓN

El Campo de Trabajo, convertido en Campo de


Concentración, solitario por breves momentos,volverá otra vez a empezar, pero los presos
serán otros, los vencidos, los que militaron en zona republicana, vigilados por la 3ª Compañía
del 6º Batallón del Regimiento de San Quintín de Valladolid, sustituidos después por soldados
de un Tabor del Grupo de Regulares Núm. 2 de Melilla.
A principios de abril empiezan a llegar expediciones integradas en su mayor parte por los
que se habían refugiado en el puerto de Alicante, refiriéndose posteriormente que el número de
los que entraron es de 14.600 hombres; segúnEduardo de Guzmán, periodista e historiador, la
cifra sería de unas 18.000 ó 20.000 personas, y según la Hoja Oficial de Alicante del 28 de abril,
de 6.800.
Es jefe del Campo don Agustín Pérez Palomo, teniente de Regulares y en junio le sustituye
el teniente don Anselmo Rivas Jordán, y entre los suboficiales se encuentra el sargento don
José López Rodríguez.
El Campo cercado de alambrada, cuenta con vigilancia en la parte exterior y con
iluminación durante la noche, lo que hace que resulte difícil la evasión.
A los pocos días, salen los menores de 16 años y pocos días después, los mayores de 60
años. Las penurias no pueden ser mayores, junto al hambre y la sed, hay que sufrir los piojos,
pulgas, chinches y mosquitos, y con estos, las diarreas, estreñimientos, sarna, paludismo y
tifoideas.
A mediados de mayo visita el Campo un destacado escritor y político, Ernesto Giménez
Caballero, antiguo director de “La Gaceta Literaria”, y uno de los firmantes del manifiesto
político de “La Conquista del Estado”, que dirige la palabra a los presos.
En el Campo estuvieron como prisioneros:
Los coroneles, Juan Ibarrola, que tuvo a su cargo el 22º Cuerpo del Ejército;Ricardo
Burrillo, que perteneció al Servicio de Inteligencia Militar (SIM), que fue director General de
Seguridad, y Leopoldo Ortega, mediador con el ejército nacional en la revuelta comunista de
Madrid.
Los jefes de milicias populares Etelvino Vega, teniente coronel, que fue comandante
militar de Alicante; y Nilamón Toral, teniente coronel, que mandó en la Agrupación de
Divisiones, una de las más veteranas del ejército popular, al que se encargó la defensa del
Puerto de Alicante en los últimos días, y Antonio Molina, que mandó una división en el Jarama.
Los políticos, David Antona, que fue gobernador civil de Ciudad Real; Antonio Trigo Mairal y
José Osorio, que fueron gobernadores civiles de Madrid; Rafael Henche de la Plata, alcalde de
Madrid; Ángel Pedrero, jefe del SIM; Manuel Arnil, miembro del Comité de Defensa Confederal;
Ricardo Zabala, diputado socialista; Antonio Pérez, miembro del Consejo Nacional de Defensa,
en representación de UGT; José Rodríguez Vega, secretario general de UGT, que sucedió a
Largo Caballero; Amós Acero, diputado socialista y alcalde de Vallecas; Jaume Mata, del “Partit
dels Socialistes Cataláns”, presidente de la Asociación de Aviadores de la República; Alfonso
Fernández, que fue secretario general de la Federación Socialista de Jaén y presidente de la
Diputación; y Jesús Larrañaga, que había sido comisario general del ejército de Euskadi, y que
asumió la política en el puerto de Alicante en los últimos días; Luis Sedín, Comisario General de
Blindados; Antonio Ejarque, comisario de División; Miguel Pedrero, jefe del SIM; Francisco Trillo,
que fue subsecretario de Sanidad; y Heribeto Quiñones, organizador del PCE después de la
guerra.
Los periodistas Manuel Navarro Ballesteros, director de “Mundo Obrero”; Manuel Villar, director
de “Fragua Social”; Eduardo de Guzmán, director del periódico sindicalista de Madrid “Castilla
Libre”; y Aselo Plaza, redactor jefe de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT).
Los médicos , Juan Bautista Peset Alexandre, que fue rector de la Universidad de Valencia;
Gonzalo Recatero, jefe de Sanidad del Ejército de Levante; Francisco Bajo Mateos, que ocupó la
Dirección General de Higiene Infantil.
Los escritores Miguel Alonso Calvo, de seudónimo “Ramón de Garciasol”; Pascual Pla y Beltrán,
poeta valenciano, que falleció en Venezuela en 1.966; Ángel Gaos, escritor valenciano; Marcos
Ana, poeta; Manuel Tuñón de Lara, historiador, que permaneció en el Campo hasta el último día,
en que fue trasladado a Porta Coeli; Jorge Renales Fernández, posteriormente escritor con el
seudónimo de “Jorge Campos”, Premio Nacional de Literatura en 1.955, autor de Cuentos sobre
Alicante y Albatera, que estuvo pocos días en el Campo.
Junto a estos, Manuel García Pelayo, jurista, que años después sería presidente del Tribunal
Constitucional; Arturo Rodríguez Suarez; y el ilicitano Rafael Ramos Folqués, que fue
registrador de la propiedad.

El Campo fue clausurado en octubre de 1939

FOSA COMÚN ALICANTINA


Se encuentra situado muy cerca de la estación de San
Isidro; a escasos metros de las vías del ferrocarril, se encuentra el monumento en recuerdo a
las personas que allí perdieron la vida. El monumento son dos vigas de hierro con cadenas
enrolladas, colocadas por la CNT y AIT en el año 1.995, junto al siguiente texto: “EN
RECUERDO DE TODOS LOS SERES HUMANOS QUE SUFRIERON Y MURIERON POR UN MUNDO
MÁS JUSTO Y MÁS LIBRE. CAMPO DE ALBATERA. MAYO 1939 – 1.995”. El campo de
concentración de Albatera, situado hoy en el término de San Isidro, es el único de la provincia
del que existe documentación, aunque se ignoran sus dimensiones y características exactas.
Situado junto al ferrocarril, la superficie es hoy un extenso palmeral y sólo queda en pie una
edificación, “antiguo puesto de vigilancia, reconvertido en caseta de aperos de labranza”.

Tenía una extensión total de 360.000 m2, donde corrió


la sangre como ríos y la muerte como firma de una gesta fascista militarizada. Esta parcela
está preparada para el cultivo de granados, aunque será muy difícil que se reproduzca, así
quedará en recuerdo que avergüence a italianos y moros que participaron en la inolvidable
andada. Varios agricultores aseguran haber encontrado restos óseos al cavar en fincas de la
zona. En la estación de ferrocarril de Albatera, bajaban miles y miles de personas desprotegidas
de alimento, de seguridad y derechos; los traían del campo improvisado de los Almendros de
Alicante, la mayoría habían sido apresados en el Puerto de Alicante cuando esperaban la
llegada de los barcos que los llevarían al exilio, barcos que nunca llegaron. Según algún
testimonio, el Campo de Trabajo de Albatera, se convertiría en un campo de exterminio, siendo
así como lo bautizarían años mas tarde los que recuerdan su paso por el lugar.

80º ANIVERSARIO DEL FIN DE LA GUERRA CIVIL

El gulag de Franco: 296 campos de


concentración donde reinaba el horror
Un exhaustivo estudio documenta casi 300 centros de
internamiento franquistas y denuncia las penalidades
sufridas en ellos por hasta un millón de prisioneros
El periodista Carlos Hernández de Miguel, autor de 'Los
últimos españoles de Mauthausen', habla de un sistema
represivo basado en el miedo, el exterminio y la reeducación

Prisioneros haciendo el saludo fascista en el campo de concentración de Irún, en Guipúzcoa. /BIBLIOTECA NACIONAL DE ESPAÑA

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El traslado en vagones de ganado, el hambre, “los ejércitos de piojos, chinches y pulgas” (que hacían que la ropa se moviera sola por el suelo,
evocaba un preso), las enfermedades (tifus, tuberculosis, sarna...), la falta de asistencia sanitaria y de condiciones higiénicas, el hacinamiento, las
humillaciones, el frío y el calor extremos..., las palizas y torturas letales, el trabajo forzado en muchos casos, el miedo a morir en cualquier
momento... “Les quitaban sus pertenencias y la ropa nada más llegar, les rapaban el pelo y les convertían en una masa amorfa y despersonalizada que
debía moverse a golpe de porra y renegar de sus ideales y creencias si no querían morir. Era un proceso global de deshumanización de los
prisioneros, que no eran considerados personas y eran tratados como infrahombres y esclavos. Un antiguo prisionero decía que les trataban peor
que a los perros y las bestias porque a ellas sí les daban de comer bien”, explica el periodista Carlos Hernández de Miguel, hablando del resultado de
la exhaustiva investigación que ha volcado en ‘Los campos de concentración de Franco’ (Ediciones B), que llega este jueves a las librerías y donde,
a través de archivos y testimonios de supervivientes, documenta hasta 296 campos de concentración -14 de ellos en Catalunya-, c296 campos de
concentración -14 de ellos en Catalunya-, onsiderados como tales por el régimen y abiertos durante la guerra civil por aquella dictatorial “Nueva
España”. Como avisaba la Falange de Cádiz en la portada de su periódico ‘Águilas’: “Crearemos campos de concentración para vagos y maleantes
políticos; para masones y judíos; para los enemigos de la Patria, el Pan y la Justicia”.

Y por ellos pasaron entre 700.000 y un millón de hombres, y también mujeres. Según los
franquistas, “una horda de asesinos y forajidos” que no merecía la protección del Convenio de
Ginebra, y que, según el psiquiatra de cabecera de Franco, Antonio Vallejo-Nágera, eran
identificados como “enfermos del gen rojo”. Sobre ellos “no pesaba ningún cargo ni acusación ni
condena en firme. Fueron prisioneros de guerra republicanos, izquierdistas (políticos y
sindicalistas) o el maestro del pueblo…”, recuerda el también autor de otro monumental y
necesario ensayo, ‘Los últimos españoles de Mauthausen’ (2015), del que surgió ‘Deportado
4443’ ( 2017), con el dibujante Ioannes Ensis.

"Huir de la sombra de Auschwitz"


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Al hablar de campos de concentración es imposible no pensar en el exterminio de Hitler, con


barracones rodeados de alambradas, o en los gulags de Stalin. Las penalidades y condiciones
citadas fueron similares, pero “hay que huir de la sombra de Auschwitz y evitar la comparación
directa con el nazismo -avisa Hernández- porque puede parecer que ante la barbaridad de seis
millones de exterminados en las cámaras de gas las víctimas del resto de crímenes contra la
humanidad sean menos víctimas. Franco tenía sus necesidades, las guerras fueron distintas y los
campos del franquismo eran un sistema con sus propias peculiaridades. Quería exterminar a
unos cuantos y reeducar al resto”.

BIBLIOTECA NACIONAL DE ESPAÑA /PRISIONEROS REPUBLICANOS CAPTURADOS POR LAS TROPAS FRANQUISTAS /

“Fueron improvisados y hubo desorganización pero su creación fue premeditada”, constata el


autor, excorresponsal en conflictos como Kosovo, Palestina, Afganistán e Irak. El primer campo
se abrió el 19 de julio de 1936, apenas 48 horas después del golpe contra la República, en
Zeluán, en el antiguo Protectorado español de Marruecos. “Ya en abril, el general Mola había
llamado a crear esa atmósfera de terror y a fusilar a cualquiera con vínculos con el Frente
Popular”. El campo más longevo fue el de Miranda de Ebro (Burgos), que cerró en 1947 y por el
que pasaron 100.000 prisioneros. “Fueron una pata más, horrible y terrorífica, del sistema
represivo franquista”; las cárceles merecerían otro libro. A medida que los nacionales
conquistaban territorios iban abriendo campos en plazas de toros, espacios deportivos, conventos
y monasterios, manicomios, fábricas, almacenes, hipódromos…, cuyas condiciones de vida y
muerte dependían de la arbitrariedad de cada oficial al mando.
"Los presos recuerdan el miedo a morir en cualquier momento. Temían que se abriera la puerta y vinieran a buscarles para una 'saca', lo que significaba
que iban a fusilarles en cualquier cuneta"

De los testimonios de los presos destaca Hernández varios rasgos que los definían. “Uno, el
miedo a morir en cualquier momento. El pánico a los ruidos de noche, porque si oían que se abría
una puerta significaba que venían a buscar a alguno para una ‘saca’ y ser fusilados”. Y de día, a
las visitas de falangistas que buscaban vengarse de antiguos vecinos y viudas a la caza de los
supuestos asesinos de sus maridos. El destino era el mismo, acabar muerto en cualquier
cuneta.
BIBLIOTECA NACIONAL DE ESPAÑA /PRISIONEROS REPUBLICANOS EN EL ABARROTADO CAMPO DE CONCENTRACIÓN HABILITADO EN LA
PLAZA DE TOROS DE SANTANDER /

Dos, el hambre y sus efectos, “que describen de forma descarnada”. Agua negra de castañas,
agua con espinas de pescado y gusanos, beber la propia orina… “Nos embrutecimos hasta el
punto de perder toda dignidad humana”, recordaba el preso José María Muguerza. Como
ejemplo, el caso que contaba Guillermo Gómez Blanco del perro lobo que trajo, “para
impresionar”, “un teniente muy a la usanza de la Gestapo, con fusta y gafitas sin montura”, y que
en un descuido desapareció. “¡Nos lo habíamos comido crudo!”.
"Los sacerdotes tuvieron un importante papel en el adoctrinamiento y la reeducación. Y violaban el secreto de confesión para obtener información de los
presos"

Y, tres, que además de “lugares de exterminio lo eran también de reeducación, para lograr la
sumisión ideológica y mental”, porque como decía Franco, su objetivo era “no solo vencer, sino
convencer”, aunque sus métodos solo consiguieran someter y reafirmar el desprecio de los
prisioneros hacia el régimen. Cantar el ‘Cara al sol’ y otros himnos franquistas, formar varias
veces al día y hacer el saludo fascista, misas y comunión obligatorias... Los presos, si salían
(imposible sin aval de algún cura, alcalde o político fascista), debían salir “reformados”. Ahí jugó
también un fundamental y nefasto papel la Iglesia católica ejerciendo, denuncia Hernández, “un
adoctrinamiento obligado y forzoso por parte de los sacerdotes". Estos "violaban el secreto de
confesión para obtener información de los presos y utilizarla contra sus compañeros”. Pistola al
cinto, también hubo curas verdugos, como el padre Nieto, en la isla de San Simón, a quien
recordaban golpeando con su bastón a un fusilado agonizante y gritándole: “Muere, muere, rojo
impío”.
Prisionero menor de edad, en un acto religioso en el campo de concentración de Aranda de Duero (Burgos) /BIBLIOTECA NACIONAL DE ESPAÑA

La cifra de muertos es difícil de concretar. La de 10.000 que se atrevió a dar el historiador Javier
Rodrigo, quien había constatado en su día 188 campos, según Hernández, se queda muy corta.
“Ahora, tras documentar solo los muertos en 15 de los 296 campos, ya suman 6.000”. No hay
datos en registros ni en cementerios, se falsificaban las causas de las muertes, la mayoría siguen,
hoy, en fosas comunes y cunetas, y muchos, los considerados “enemigos irrecuperables”, entre
ellos todos los oficiales del Ejército republicano, fueron fusilados tras salir del campo para ser
sometidos a consejos de guerra y juicios sumarísimos sin garantías.

Vivir con "miedo y vergüenza"

Uno de aquellos presos, Luis Ortiz, liberado en 1943 y cuyas palabras cierran el libro de
Hernández, falleció la semana pasada a los 102 años. Decía que quería morir con las botas
puestas y lo hizo, con el mensaje de contar a los jóvenes la verdadera realidad del régimen.
“Durante la dictadura estos hombres que habían defendido las ideas democráticas, vivieron con
miedo y vergüenza porque la sociedad identificaba republicanos con criminales y asesinos de
curas -lamenta el periodista-. A quienes hoy quieren blanquear el franquismo hay que
contestarles con datos para que se recuerde que en este país hubo un régimen democrático que
fue violentado por un golpe fascista con apoyo de los nazis y de Mussolini".

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