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LA ESPERANZA CRISTIANA, RESPUESTA AL VACÍO EXISTENCIAL DEL

HOMBRE DE HOY

WILSON JOSÉ RAUDALES DÍAZ

Trabajo de tesis presentado como:


Requisito para optar al título de Licenciatura en Teología.

Tutor: Pbro. Ricardo Flores


Asesor: Pbro. Juan Antonio Hernández.

SEMINARIO MAYOR “NUESTRA SEÑORA DE SUYAPA”


FACUTLAD DE TEOLOGIA
COMAYAGUELA M. D. C
2022
Siglas y Abreviaturas

CEC Catecismo de la Iglesia Católica

DSI Doctrina Social de la Iglesia

CVII Concilio Vaticano II

CELAM Consejo Episcopal Latinoamericano

GS Constitución pastoral Gaudium et Spes, sobre la Iglesia en el mundo

SS Carta encíclica Spe Salvi, sobre la esperanza

DCE Carta encíclica Deus Caritas Est, sobre el amor cristiano

AT Antiguo Testamento

NT Nuevo Testamento
Agradecimiento

Al culminar mi etapa de formación inicial hacia la vida presbiteral y habiendo culminado

este trabajo de grado, quiero dar gracias a cuantos han sido parte de mi camino y vida vocacional.

En primer lugar, doy gracias a Dios por su llamada a mi persona, por sus gracias y

bendiciones que me ha otorgado y, sobre todo, por su presencia siempre presente que me

acompaña, pues sin Él, no hubiese sido posible todo lo que he alcanzado.

En segunda instancia, quiero agradecer a mi obispo, monseñor José Antonio Canales, quien

ha sido parte de este trabajo, pues se ha interesado mucho en ello para que llegase a su culminación

como tal. En esta misma brecha, doy gracias a mi tutor, el padre Ricardo Flores, quien siempre

estuvo para animarme en el camino, quien con sus consejos y dirección me ayudó para que pudiese

realizar este trabajo de grado, el cual, significa mucho para mí.

En tercera instancia, doy gracias a mi familia, que con sus oraciones y compañía han sido

un motor para mi crecimiento vocacional, y sin duda que, en este trabajo de grado, también han

estado acompañándome con sus palabras de aliento y motivación. Así mismo, doy gracias a mis

hermanos seminaristas que junto a ellos he ido paso a paso en el camino a la vida presbiteral.

Gracias también a mis amistades que han estado presente en mi caminar de vida cristiana.

Finalmente, doy gracias al Seminario Mayor Nuestra Señora de Suyapa, casa de formación

que me vio crecer y que ahora me da las herramientas para servir en la vida pastoral que

corresponda en la Iglesia.
Dedicatoria
A mi padre, José Lino Raudales, quien falleció en la esperanza de la resurrección, pues

permaneció creyente en la esperanza que de Dios Padre le vino a su vida.

A todo hombre que se ve interpelado y se siente vacío en su realidad existencial, para que

pueda encontrar la base de su esperanza en Jesús, nuestro Señor.

Así mismo, a cuantos luchan pese a la adversidad, para que, no decaigan en la esperanza

de lo que anhelan, si no que, con más confianza y más fe, sigan creyendo en el proyecto de Dios

para con sus vidas.


Índice
Introducción ................................................................................................................................ 8
Capítulo I ................................................................................................................................... 13
Nociones De La Esperanza En El Antiguo Testamento ............................................................ 13
1. La Esperanza en los Patriarcas .............................................................................................. 14
1.1. Abrahán .............................................................................................................................. 15
1.2. Isaac .................................................................................................................................... 16
1.3. Jacob ................................................................................................................................... 17
2. La Esperanza en el Éxodo ..................................................................................................... 18
2.1. Liberación y Alianza .......................................................................................................... 18
2.2. La Tierra Prometida ........................................................................................................... 20
3. La Esperanza en los Profetas ................................................................................................. 22
3.1. La Esperanza Profética en Medio de las Crisis .................................................................. 24
3.2. Raíz de Esperanza Ante las Crisis ...................................................................................... 25
3.3. La Comunidad de Esperanza .............................................................................................. 26
4. La Esperanza en los Salmos .................................................................................................. 28
4.1. La Comunicación de Esperanza ......................................................................................... 29
4.2. La Espiritualidad Esperanzadora de los Salmos ................................................................ 30
Capítulo II ................................................................................................................................. 33
La Esperanza Hecha Persona en Jesús ...................................................................................... 33
1. La Novedad de la Esperanza en los Evangelios .................................................................... 35
1.1. La Encarnación del Hijo de Dios ....................................................................................... 36
1.2. La Instauración del Reino de Dios ..................................................................................... 37
1.3. Muerte y Resurrección, Bases de la Esperanza .................................................................. 39
2. La Vivencia Eclesial de la Esperanza Cristiana .................................................................... 41
2.1. La Comunidad Eclesial, Escuela de Esperanza .................................................................. 43
2.2. El Espíritu Santo Dinamizador de la Esperanza Cristiana ................................................. 44
2.3. La Esperanza Cristiana en el Ejercicio Misionero ............................................................. 46
3. La Esperanza Cristiana Desde la Encíclica Spe Salvi ........................................................... 47
3.1. La Acción activa de la Esperanza Cristiana ....................................................................... 49
3.2. La Esperanza Portadora de Justicia .................................................................................... 50
3.3. La Perseverancia como Ejercicio de la Esperanza ............................................................. 51
Capítulo III ................................................................................................................................ 53
La Esperanza Cristiana, Camino de Liberación en el Hombre de Hoy..................................... 53
1. La Esperanza que Encarna los Valores del Reino ................................................................. 54
1.1 Testimonio de Vida Cristiana.............................................................................................. 55
1.2. El Compromiso Cristiano ................................................................................................... 57
2. Acompañamiento Integral de la Persona Humana ................................................................ 60
2. 1 Talleres de formación humana ........................................................................................... 62
2. 1. 1 La esperanza cristiana como base de toda esperanza ................................................... 62
2. 1. 2 El sentido de la vida desde una visión teológica ........................................................... 63
2. 1. 3 La inserción del hombre en el mundo como agente activo en la sociedad y en la Iglesia.
................................................................................................................................................... 65
2. 2. La esperanza en Cristo, con Cristo y la esperanza definitiva (Retiro Espiritual).............. 66
La esperanza en Cristo: ............................................................................................................ 66
La esperanza con Cristo: .......................................................................................................... 66
La esperanza definitiva: ............................................................................................................ 67
3. La Esperanza Cristiana, Luz que Ilumina al Hombre de Hoy ............................................... 68
3.1. La Esperanza Cristiana, Luz que Humaniza ...................................................................... 70
3.2. La Dimensión Samarita, Praxis de la Esperanza Cristiana ................................................ 71
Conclusión ............................................................................................................................. 73
Bibliografía ................................................................................................................................... 75
8

Introducción

A medida que el hombre va haciendo historia y a fin de comprender los desafíos que

enfrenta en su realidad existencial, tanto por los problemas que irrumpen su realidad personal y

comunitaria, como las preocupaciones que lo interpelan y lo cohíben de vivir con naturalidad o en

plena libertad en su propia existencialidad, la esperanza viene a ser su carta magna, su puerta de

escape, su oportunidad última y definitiva que lo impulsa a seguir adelante, luchando contra toda

adversidad, puesto que, a pesar de todo, la esperanza es la que lo motiva y le da seguridad ante lo

incierto y lo desconocido.

Por consiguiente, este escrito pretende manifestar la realidad experiencial de la esperanza

cristiana como respuesta al vacío existencial del hombre de hoy, puesto que, frente a las

preocupaciones que lo interpelan, las esperanzas seculares no son respuestas que lo satisfacen por

completo, dado que, se quedan en lo superfluo y no escudriñan a fondo la esencialidad de la

realidad humana, si bien, dan respuestas momentáneas pero difieren de la esperanza cristiana, la

cual, si logra engranar la objetividad humana en razón de una trascendencia.

Ciertamente, el hombre se ve interpelado en el aquí y el ahora, no obstante, su preocupación

máxima radica en la realidad futura, puesto que, como realidad incierta que está a la vuelta de la

esquina, capaz de estar en el tiempo y, a su vez, como realidad desconocida en su esencialidad,

provoca cierta inseguridad al ser humano, sin embargo, también induce a la acción activa de la

esperanza cristiana a hacerse presente, en tanto que, responde más allá que cualquier otro sentido

de esperanza.

En efecto, con la lectura de este escrito se procura fortalecer la dinamicidad de la esperanza

cristiana en los creyentes cristianos y ser una pauta para quienes no tienen esperanza; sea porque
9

nunca se les ha anunciado o porque la misma se les ha sido arrebatada por las crisis o desaciertos

que se hayan tenido en la propia vida.

Ante la vaciedad existencial que el hombre de hoy experimenta en su día a día, la esperanza

dentro de su dimensionalidad y su realidad categórica, viene a ser como una “ventana” por la cual

entra un rayo de luz que ilumina y disipa las tinieblas de las crisis, las dudas, los sufrimientos, las

penas y los dolores que le sofocan continuamente.

En atención a la esperanza como fundamento principal de esta investigación, ha sido la

hermenéutica bíblica la metodología básica para que dicha obra se lleve a término, esto con el

objetivo de responder interpretativamente la acción que tiene la esperanza en la vanguardia del

propio mensaje esperanzador que conlleva, en tanto que, el hombre de la Biblia es también el

hombre de la historia. Así mismo, la realidad crítica es consecuente de este engranaje, dado que,

hablar de la esperanza implica una acción divina, que se dona, pero también humana, que se

trabaja.

La esperanza es de suyo inherente en el hombre, de allí que, para lograr una mayor

objetividad de la misma, ha sido conveniente realizar a grandes rasgos un trazo en la historia

salvífica, misma que se constata con el dato bíblico. Por tanto, la esperanza en su realidad

experiencial no queda absorbida por lo material y mundano, sino que, se expande a lo trascendente,

en tanto que, es sostenida por la fe. De allí que, la esperanza no sea una postergación de lo

anhelado, sino la expectación de una espera atenta y confiada frente a todo camino que se encuentra

vedado y que tiende a tirar hacia atrás.

La reflexión teológica como fruto de la hermenéutica bíblica permite vislumbrar el camino

por el cual el hombre ha descubierto la esperanza que ha estado siempre inserta en él. Con esta
10

premisa, la esperanza no tiene que ver con lo posible sino con lo imposible, puesto que, el objetivo

de la misma es alcanzar un anhelo que va más allá de las propias posibilidades humanas.

En relación al contenido que se esboza en esta obra, tres son los capítulos que la dinamizan,

partiendo desde las nociones de esperanza en el AT y, pasando por la vivencialidad de la misma

en la persona de Jesús que ya en el NT se destaca, culminando así con el énfasis que ésta tiene de

ser camino de liberación para el hombre de hoy.

El primer capítulo resalta el campo de estudio acerca de estas nociones de esperanza en el

AT, comenzando con la realidad de los patriarcas; específicamente de, Abraham, Isaac y Jacob,

posteriormente, continúa por el camino del éxodo y los profetas; que contempla el enfoque de la

relación de la esperanza con la liberación, la alianza y la tierra prometida que, frente a las crisis,

alude a una comunidad esperanzada que brinda las pautas para seguir adelante. En última instancia,

la realidad sálmica que se esboza en el contenido se ve impregnada del contenido de la esperanza,

en tanto que, expresa la comunicación y la espiritualidad que de la misma se obtiene.

Las nociones que de la esperanza se van suscitando en el AT, marcan una línea esencial en

el contenido de esta obra, dado que, la iniciativa divina es la que atraviesa todo el ensamblaje

histórico salvífico, haciendo que, el hombre vaya asumiendo el proceder de Dios en su ser y ante

ello, vaya manifestando su respuesta ante la acción y el obrar divino.

El segundo capítulo enmarca la esperanza desde la persona de Jesús, por consiguiente, la

apertura de este apartado profundiza lo novedoso de ésta en el NT y, propiamente en los evangelios

que comprenden la persona de Jesús como realidad concreta de la misma, en tanto que, Él es la

esperanza anunciada y encarnada, quien a su vez, en su proceder esperanzador va instaurando el


11

reino de Dios en el mundo y, en relación a la plenitud de la esperanza, la muerte y resurrección de

su ser hacen de ella una realidad experiencial de trascendencia.

En continuidad con lo anterior, se alude a la vivencia eclesial de la esperanza cristiana,

pues, como parte del camino de la Iglesia, ésta es inherente en el mensaje misionero y, como

escuela de esperanza, la Iglesia se presenta como la comunidad creyente, que va impulsada por la

acción del ES a dar testimonio de la misma en el mundo.

Habiendo profundizado en la realidad bíblica, el tercer capítulo, “la esperanza cristiana,

camino de liberación en el hombre de hoy”, se abre en son de respuesta a las realidades personales

y comunitarias de las personas, ya que, su objetividad se encamina a que el hombre haga valer su

libertad y, en consecuencia, pueda adquirir un verdadero valor y sentido de su propia existencia en

el mundo.

Si bien, el papel del cristiano frente a los desesperanzados es dar razón de su esperanza, de

allí que, se haga mención de esta realidad experiencial que encarna los valores del reino en la

objetividad de la acción testimonial y, por ende, en el compromiso que comprende la misma. Sin

duda que, el acompañamiento integral de la persona es fundamental para acrecentar la esperanza

que hace falta en su persona, de manera que, con una serie de talleres que se esbozan en la temática

de este apartado, se busca implantar el sentido propio de la esperanza en la persona que lo requiera.

Finalmente, a la luz de la encíclica Spe Salvi del papa Benedicto XVI, se busca dar luces

que dirijan al hombre en su caminar, dando las pautas por las cuales se ha de seguir el camino de

humanización con el otro, siendo esto, fuente de esperanza que vitaliza las relaciones

interpersonales.
12

En concreto, es ir a la praxis cristiana, ir hacia todos con el fin de que ya no vivan en la

desesperanza o en el sin sentido de la propia vida, sino anhelantes, por lo nuevo, bueno y mejor,

que se complementa con la cercanía de Dios, que se abaja para sufrir con el que sufre y que espera

con el que se abre a la esperanza.


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Capítulo I

Nociones De La Esperanza En El Antiguo Testamento

La esperanza es una realidad que está presente en la existencia humana, y en ella el hombre

se adhiere al anhelo de un acontecimiento que aún no sucede pero que desea que este ocurra, en

este sentido, el hombre de la Biblia, no es la excepción, puesto que, “la revelación bíblica está

atravesada, de parte a parte, por la convicción de que el Dios de la creación es el Dios de la

salvación” (Peña, 1996, pág. 27). Por tanto, el hombre ante la expectativa del futuro que tiene,

asume el presente y toma en cuenta lo que el pasado ha realizado en la historia y propiamente en

su ser, contando así con la certidumbre de que lo que espera se cumplirá (cf. Is 8, 17; 30, 18)

(Biblia de Jerusalén, 2009).

En el Antiguo Testamento (AT) las nociones de la esperanza son muy constantes, sin

embargo, esta realidad experiencial “no desempeña papel tan importante como en el Nuevo

Testamento” (Bauer, 1967, pág. 330), por consiguiente, este primer apartado, profundiza los

aspectos más prominentes en el desarrollo de la Historia Salvífica, resaltando así que la iniciativa

de Dios en torno a su revelación alude a que ésta no es un sentimiento pasajero, sino más bien, una

experiencia que toma su importancia en la acción propia del creer, de modo que, la fe en su

proceder la sustenta, penetrando de tal modo la propia existencia humana, llegando a tocar lo más

preciado del hombre, su corazón.

Respecto del propio sentido que manifiesta la esperanza, cabe resaltar que, “a nuestro

esperar corresponden en hebreo cuatro verbos: a) qiwwāh (relacionado con qaw: lo tenso, cordel

de medida), estar en tensión hacia, ansiar (…); b) yhl, aguardar, anhelar (…); c) hikkāh,

aguardar, esperar (…); d) śibber, escudriñar, esperar (…).” (Lothar Coenen, 1990, pág. 130) De

aquí, que su esencialidad se describe como una anticipación crucial de lo que se espera en el tiempo
14

futuro, de manera que, no se trata de una realidad superflua en el ser del hombre, sino más bien,

de una experiencia humana profunda que es atravesada por la gracia divina.

A esta manera de describir tan honda experiencia humana, Fernando Báez, junto con su

equipo expone que la esperanza:

Es un estado de anticipación y es crucial para una experiencia humana saludable, y es un concepto


realmente importante en la Biblia. (…) En el AT hay dos palabras hebreas principales que se
traducen como esperanza, la primera es Yakhal que simplemente significa esperar por (…) La otra
palabra hebrea es Qavah, que también significa esperar, está relacionada con la palabra hebrea Qav
que significa cordón (cuando tiras de un Cav con fuerza produces un estado de tensión hasta que
hay libración, eso es Qavah, el sentimiento de tensión y expectativa mientras esperas que algo
suceda) (BibleProject - Español, 2019).

Por lo tanto, la experiencia del encuentro con Dios hace palpable la vivencia de la

esperanza, no obstante, tal realidad se esboza en fidelidades e infidelidades, puesto que, por un

lado, están quienes ponen su mirada y su confianza en Dios (cf. Is 25, 9; Jr 14, 8; 17, 13) y por

otro, quienes se alejan del proyecto salvífico (cf. Os 7, 8-11; Am 4, 6-11).

1. La Esperanza en los Patriarcas

La Historia Salvífica da un interés muy particular a los patriarcas, puesto que, con ellos se

rememoran los acontecimientos del pasado, mismos que serán de gran impacto para el presente y

a su vez, vislumbran un futuro esperanzador para el pueblo de Israel.

En relación a esta realidad temporal, “el proceso histórico está dinamizado por una

promesa que garantiza el futuro humano como futuro absoluto y plenificador; la forma

originalmente bíblica de vivir hacia él es la esperanza” (Peña, 1996, pág. 27). Con ello, se significa

que el hombre camina hacia un fin en razón de una verdad anunciada, que hace posible que en su
15

marcha esté la certidumbre por la fe de lo que anhela, donde la relación promesa-esperanza es

imprescindible para el acontecimiento salvífico, no así la espera relacionada a una utopía secular.

1.1. Abrahán

El capítulo 12 del libro del Génesis abre un proceso vital en el camino de la Historia

Salvífica, puesto que, “con Abrahán es con quien comienza verdaderamente la historia de la

esperanza bíblica” (Léon-Dufour, 1965, pág. 251). La escucha atenta de la voz de Dios implica

un camino de promesas (cf. Gn 12, 1ss), por lo que, en la vitalidad de los patriarcas y de manera

especial en Abrahán, la fe es el fundamento que mantiene vivo su presente y a la vez, es lo que

sustenta su proceder hacia un futuro mejor.

Conviene subrayar que, “los patriarcas fueron bendecidos por Dios con una descendencia

numerosa y con la promesa de una tierra fecunda” (Ausín, 2001, pág. 703). Por lo tanto, en las

promesas hechas por Dios a Abrahán, la esperanza se manifiesta en la acción que da sentido a la

vida humana. Desde esta perspectiva, la esperanza tiene cumplimiento al término de alcanzar lo

prometido, no obstante, su realización no queda absorbida por completo en lo manifestado, sino

más bien, se fortalece en razón de la iniciativa divina por un porvenir nuevo, bueno y mejor.

Cabe destacar que la relación esperanza-promesa alude a la participación responsable de la

persona en el proyecto salvífico, así como de la participación responsable de Dios en su iniciativa

divina, por lo que, las promesas de tierra (cf. Gn 12, 1; Éx 3, 8) y descendencia (cf. Gn 13, 14-17;

15, 5-6) apuntan a lo nuevo y a la bendición (cf. Gn 15, 4-6) ya que, ante lo desértico, donde no

hay cómo producir vida, la sola experiencia del encuentro con Dios da la certeza y seguridad de lo

prometido y esperado, resaltando así que la esperanza traspasa la lógica humana.


16

En relación a esta realidad experiencial, no cabe duda que la obediencia manifestada por

Abrahán, proyecta que la esperanza está relacionada a una alianza pactada con Dios en la fidelidad,

donde el cambio de nombre le da identidad (cf. Gn 17, 4-5), más aun, el signo fundante de la

circuncisión profundiza más la relación entre Dios y su persona (cf. Gn 17, 10-11). Finalmente, la

fe de Abrahán pone de relieve que, a pesar de la adversidad, es Dios mismo quien le sustenta,

dejando entrever una perfecta esperanza en la promesa antes anunciada (cf. Gn 22, 1-2. 9. 12-18).

1.2. Isaac

En concordancia con la esperanza-promesa que ya se ha enfatizado desde la figura de

Abrahán, es interesante resaltar la radicalidad de Dios para con Isaac, puesto que, alude a la alianza

antes pactada (cf. Gn 26, 3-5) De modo que, la trayectoria teocéntrica sigue animando el corazón

del hombre a la continuidad de una esperanza confiada en la promesa, la cual se actualiza en favor

de la persona presente.

Por consiguiente, la esperanza que se ve reflejada en Isaac responde a los hechos suscitados

a través de la Historia, esto porque él es el hijo de la promesa, es decir, en él se va concretizando

la esperanza anhelada y, por lo tanto, la bendición no es la excepción (cf. Gn 26, 12-14).

Es interesante como la esperanza marcada en el proceso histórico de Isaac se entrelaza con

su fidelidad, puesto que, asume con liderazgo y obediencia el proyecto divino. De allí que, en pos

de la figura de su padre y en razón de su descendencia, su esperanza adquiere un compromiso

vivificador que le lleva a estar siempre unido a Dios, sin duda alguna que, su vida toma confianza

y se fortalece en el proyecto salvífico, en tanto que, se abandona en Dios y en Él afianza su casa y

su futuro.
17

Yahvé se le apareció aquella noche y dijo: Yo soy el Dios de tu padre Abrahán. No temas, porque

yo estoy contigo. Te bendeciré y multiplicaré tu descendencia por amor de Abrahán, mi siervo.

Construyó allí un altar e invocó el nombre de Yahvé. Allí desplegó Isaac su tienda, y sus siervos

perforaron un pozo. (Gn 26, 24-25).

1.3. Jacob

La esperanza en Jacob, se ve interpelada por la peculiaridad de la acción meramente

humana que se refleja en la lucha por la bendición (cf. Gn 25, 23-28; 27, 24-29) De aquí que, el

engaño y el egoísmo como realidades propias del hombre, hacen que el engranaje de la esperanza-

promesa pareciese quedarse vacío, no obstante, “las palabras y las acciones de Dios se entrelazan

con la de los personajes humanos, formando el complejo entramado de la historia patriarcal”

(López, 2003, pág. 96). Es decir, que ante la manera injusta del proceder humano, Dios responde

de manera contraria, resaltando así, una esperanza firme y confiada en el perdón, que se enraíza

en el amor.

Por consiguiente, la línea trazada en torno a la esperanza vuelve a referenciar la vitalidad

de la promesa y la alianza, que se enriquece en acoger al Único y verdadero Dios (cf. Gn 28, 13-

17) Por ende, ante la astucia humana, sólo la gracia de Dios concede la bendición, misma que se

expande en favor de la descendencia (cf. Gn 13, 15; 24, 7; 28, 13; 39, 5; 49, 25) En este sentido,

ante el signo de la esterilidad que ofusca la vida (cf. Gn 16, 2; 25, 21a; 29, 31), la respuesta divina

favorece la esperanza suscitada en el corazón de los patriarcas (cf. Gn 17, 19; 18, 10.14; 21, 2-4;

25, 21b; 30, 22) Puesto que, es Dios quien marca la fidelidad ante el actuar humano.

No hay duda alguna que la esperanza toma sentido y fuerza en relación al tiempo y a la

experiencia del encuentro con Dios. Jacob, al chocar con una realidad que según él es injusta (cf.

Gn 29, 25-26), pero que a su vez difiere de la suya (cf. Gn 27, 18-30) exige respuestas, las cuales
18

le llevan a un proceso de conversión que suscita un cambio de nombre (cf. Gn 32, 29) Si bien es

cierto, este proceso requiere tiempo (cf. Gn. 29, 28. 30), por lo que, la transformación del corazón

indica estar siempre unido a Dios quien, a su vez, es el garante de la bendición, de allí que, la

esperanza es fundamental en el caminar del hombre a pesar de sus debilidades y fracasos.

2. La Esperanza en el Éxodo

El hombre, de manera individual o colectiva, dinamizado por los acontecimientos que se

suscitan en la historia, se proyecta hacia el futuro en búsqueda de un fin determinado, de allí que

la esperanza como realidad experiencial en el acontecimiento salvífico subraya la expectación

hacia un bien, con ello, el libro del Éxodo presenta un panorama impresionante en referencia a

dicha experiencia, puesto que, ante los sucesos que remarcan la fragilidad humana, se prescribe un

anhelo deseoso por lograr un objetivo.

Por Consiguiente, la esperanza como realidad implícita manifestada en el Éxodo, gesta su

esencialidad en las diferentes circunstancias en las que el pueblo de Israel se ve inmerso, es decir,

que frente a la esclavitud se enmarca la liberación, y posteriormente se actualiza la alianza en el

Sinaí, de ahí que, la esperanza enfatiza un carácter de esfuerzo y de perseverancia por alcanzar los

bienes necesarios que dan certeza de una prosperidad sinigual.

2.1. Liberación y Alianza

Una realidad prominente respecto de la esperanza se relaciona con la liberación y con la

alianza, que se ven reflejadas en el recuerdo de Dios para con el pueblo de Israel (cf. Éx 2, 24; 23,

25; Dt 28, 1-2). Por tanto, la dinámica relacional entre esperanza-liberación y esperanza-alianza

no se agotan por la experiencia manifestada en el Éxodo (cf. Éx 3, 7-8; 20, 1-17), sino que, se

expande a lo largo de toda la Historia Salvífica en la que Dios entra y se hace esperanza vital,

siendo su fidelidad muy notoria ante las infidelidades del pueblo de Israel.
19

Ante la experiencia de liberación y de alianza, se cuenta con la esencialidad de que Dios

revela su nombre (cf. Ex 3, 14), apuntando a una intimidad profunda con su pueblo, de modo que,

la esperanza que tiende hacia un futuro salvífico encuentre en Él gracia y bendición. En esta

dinámica reveladora, “Yo soy el que soy” (cf. vv. 14) se destaca que “Dios, por tanto, es el que

interviene una y otra vez, mostrando su predilección por Israel” (Ausín, 2001, pág. 703).

He bajado para librarlo de la mano de los egipcios y para subirlo de esta tierra a una tierra buena y

espaciosa; a una tierra que mana leche y miel, al país de los cananeos, de los hititas, de los amorreos,

de los perizitas, de los jivitas y de los jebuseos (Ex 3, 8.17).

De aquí que la figura de Moisés resalta en torno a este acontecimiento salvífico, puesto

que, “toma conciencia de su misión y se da cuenta de que debe volver con los hebreos, para

reavivar su esperanza y sus ánimos, presentarse ante el faraón y obtener la salida de su pueblo

camino de la libertad” (Charpentier & Wiener, 1977, pág. 17). Por tanto, su presencia en medio

del pueblo indica que la acción portentosa de liberación es acción propia de Dios que se acerca a

la vida humana, dejando entrever que su amor y su fidelidad son para siempre, y que la esperanza

es fundamento de la victoria ante la esclavitud agonizante que vive el pueblo de Israel (cf. Ex 3,

7-9.17).

Debido a la situación de los hebreos en Egipto, su salida de allí fue una auténtica liberación y se

convirtió en el artículo fundamental del credo de Israel (cf. Dt 26,5-9). La montaña del Sinaí se

eleva en medio del desierto como escenario y testigo privilegiado de la revelación de Dios, de su

alianza con el pueblo y de la donación de la Ley (López, 2003, pág. 129).

En efecto, la iniciativa divina indica que el pueblo errante por el desierto no será

abandonado, sino más bien, acogido y sustentado, siendo el monte Sinaí lugar para llevar a término

la alianza, resaltando así que, el pueblo liberado es propiedad de Dios (cf. Éx 19, 4-5) Por
20

consiguiente, con la liberación y la alianza se ilumina el proceder de la esperanza, la cual, aclara

el horizonte hacia el bien fundamental, la Tierra Prometida, que es don en beneficio la

descendencia.

2.2. La Tierra Prometida

El Éxodo en su acción de salir, traza en sí mismo un horizonte esperanzador, ya que, la

esencialidad de la esperanza del pueblo de Israel apunta a la Tierra Prometida. La comprensión de

la tierra en esta perspectiva resalta el sentido material de la promesa, con ella, se enfatiza un fin y

a su vez se fundamenta la convicción de que el pueblo ha sido elegido por Dios.

Cabe resaltar que, “la vida del hombre depende enteramente de las riquezas que oculta la

tierra y de la fertilidad de su suelo; es la tierra el marco providencial de su vida” (Léon-Dufour,

1965, pág. 789) Es decir, que la tierra da al hombre seguridad, confianza e identidad, sin embargo,

cuando ésta falta, su vitalidad decae. Por consiguiente, para el pueblo de Israel la relación

esperanza-tierra es crucial, dado que, vitaliza la promesa por la tierra que mana leche y miel (cf.

Éx 3, 8b)

Ahora bien, tener esperanza en la Tierra Prometida es tener confianza en Dios, dado que,

la acción portentosa de la liberación indica un sustento firme en la búsqueda del bien prometido,

el cual será refugio seguro para el crecimiento de la descendencia también conocida por la

promesa, de allí que el encuentro con Dios en medio de tantas realidades y de un modo especial

en el desierto, detalla un carácter vivo y actuante en la Historia Salvífica.

El desplazamiento por el desierto hacia la Tierra Prometida subraya un detalle esencial de

la esperanza para con el pueblo de Israel, ya que, en razón de la salida de Egipto hasta llegar a la

Tierra Prometida expone un proceso extraordinario de fe, en donde, el mero hecho de salir enfatiza
21

un sentido muy particular que sustenta la vida de Israel, puesto que, refiere a la presencia de Dios

que acompaña la marcha, resaltando así que su compañía es de vital importancia en razón de lo

que ha sido anunciado y ahora es anhelado.

Yahvé marchaba delante de ellos: de día en columna de nube, para guiarlos por el camino, y de

noche en columna de fuego, para alumbrarlos, de modo que pudiesen marchar de día y de noche.

No se apartó del pueblo ni la columna de nube por el día, ni la columna de fuego por la noche. (cf.

Éx 3, 21-22).

Cabe resaltar que, partir hacia la Tierra Prometida impacta de lleno en el pueblo de Israel,

puesto que, desde la salida esperanzadora que experimenta, visualiza un horizonte que proyecta

un nuevo acontecer, posteriormente, el tránsito por el desierto, pese a las dificultades suscitadas

por el cansancio, el hambre y la sed, fortalece la vida y el corazón de Israel (cf. Ex 16, 3-5; 17, 1-

6 ) Por lo que, la llegada al objetivo anhelado propicia alegría y paz, en tanto que, se reciben las

promesas prometidas de Dios, quien ha sido el autor principal de la liberación y guía de camino

hacia la tierra de Canaán (cf. Éx 6, 4; Dt 1, 8; Jos 1, 2-5).

La partida es una ruptura, un fin y un comienzo. Evoca un pasado y proyecta un futuro. El inicio

del viaje se relaciona con una búsqueda (…) En el caso del Éxodo nos encontramos con un pueblo

esclavizado deseoso de finalizar con dicha situación. También es relativa la envergadura del desafío

que supone el viaje. En nuestro caso, se trata de aventurarse por un camino desconocido, lleno de

posibles acechanzas, en medio de un desierto y sólo confiando en la presencia, guía y protección

de Dios (Pirovano, 2015, pág. 10)

La esperanza, por tanto, en esta línea que connota el viaje por el desierto hacia la Tierra

Prometida, alude en cierto modo a un arriesgarse, ya que en su realidad de expectación, camina

con la certeza de alcanzar un fin que aún no sucede pero que ya se ha puesto en marcha, de allí
22

que, tener esperanza no significa estar alejado de riesgos o problemas, sino que, desde tales

realidades, constituye un estar dispuesto a enfrentar el camino, ya que la esperanza se asienta y se

proyecta en medio de la incertidumbre, en donde el corazón inquietante del pueblo de Israel es

garante de la certeza y cercanía de Dios que le acompaña y no le deja solo.

Si bien es cierto, la conquista de la Tierra Prometida como realidad material pone de relieve

que las promesas de Dios son eficaces y que la esperanza del pueblo de Israel crece

constantemente, no obstante, es la cercanía de Dios lo que le da solidez al pueblo de Israel ante la

expectación por el bien futuro, puesto que, ha sido Él quien lo ha acompañado. Sin duda alguna

que frente a tantas vicisitudes que debieron afrontar en el camino, la Tierra Prometida se vuelve

morada esencial y vital para este pueblo elegido por Dios.

Según el Antiguo Testamento, Yahvé es la fuente y al mismo tiempo el objeto último de la

esperanza, por lo que resulta vano fundamentar las expectativas de vida y salvación en los bienes

materiales, los gobernantes, la hacienda y los ejércitos, pues el único ser capaz de proteger y

convertirse en refugio seguro es el propio Dios (Grupo Clasa, 2005, pág. 252).

En definitiva, el corazón del pueblo de Israel está permeado por una profunda esperanza,

misma que le hace partícipe de los proyectos divinos, en tanto que, frente a las crisis que le rodean,

la intervención divina es la que le acompaña y le sustenta en su proceder.

3. La Esperanza en los Profetas

El profetismo bíblico resalta que Dios suscita hombres capaces que velen por la fe y el

bienestar de su pueblo, de manera que, “en nuestra mentalidad, y en la de Israel, el gran

intermediario para conocer el futuro es el profeta” (Sicre, 2011, pág. 66). Así, pues, éste no es un

adivino, sino más bien, es un elegido de Dios sacado de entre los hombres, que tiene como finalidad

expresar el mensaje salvífico (cf. Dt 18, 15.18; Jer 1,9; 15,19; Is 6,9-10; Ez 3, lss).
23

Los profetas, por tanto, son parte integral del pueblo de Israel, ya que enfatizan la relación

de cercanía y de confianza en Dios. Los profetas de Israel fueron figuras fascinantes. Hablaban,

al mismo tiempo, desde Dios y desde la realidad histórica. Identificados con el primero y

solidarios con la segunda. Hombres lúcidos y críticos por una parte, dadores de esperanza por

otra (Elorza, 2016, pág. 17). De allí que, la terminología que subraya tal realidad manifiesta que

el profeta (nabî´) también es conocido como el vidente (ro´eh) o como el hombre de Dios (´îš

´elohîm) (Sicre, 2011, pág. 67). Sin duda alguna que los profetas, “fueron enviados para manifestar

la voluntad de Yahvé y ser ellos mismos señales. No sólo sus palabras, sino también sus acciones,

su vida, todo es profecía” (Biblia de Jerusalén, 2009, pág. 1074).

Es evidente que el pueblo de Israel es un pueblo alimentado en la esperanza, puesto que,

“lo que distingue la mirada profética sobre el futuro de la de cualquier otro círculo político, es la

certidumbre inquebrantable de que en los sucesos venideros Dios obrará de modo más directo e

inmediato en Israel” (Rad, 2000, pág. 149). Por lo que, la figura del profeta como enviado de Dios

resulta ser de gran importancia en la vivencia de la fe del pueblo, dado que, ante los

acontecimientos manifestados en el presente y en función del futuro, es la voz de Dios que resuena

por medio de éstos, haciendo que se dinamice la comunicación entre Él y su pueblo.

Determinadas experiencias históricas (como la liberación de Egipto, la alianza del Sinaí, la toma

de la tierra prometida, la monarquía y, al final, el exilio), interpretadas por la palabra profética

despiertan una promesa de salvación e integración incondicional llevada a cabo por Dios (Kehl,

1992, pág. 86).

Con estas palabras, Medard Kehl arguye que Dios por medio de los profetas confirma su

cercanía y cumple con las promesas en favor de su pueblo, dando paso, a nuevas esperanzas en los

diferentes contextos en los que el pueblo de Israel se ve establecido. En definitiva, la esperanza en


24

el caminar profético alude en gran medida a tener firmeza ante las crisis que de una u otra manera

se visualizan a medida el pueblo avanza en su historia.

3.1. La Esperanza Profética en Medio de las Crisis

Ante las infidelidades que sucumben al pueblo de Israel, es de subrayar la acción de los

profetas que responden a las falsas esperanzas manifestadas por los falsos profetas (cf. Jer 14,14ss;

23,16; 27, 15; Ez 13, 3), una de estas realidades es en torno a la idolatría (cf. Os 2,10; Ez 16,15ss).

De este modo se resalta que “los profetas no eluden las crisis, ni se las ahorran al pueblo, todo lo

contrario, ayudan al pueblo a que las afronte y supere” (Suárez, 2001, pág. 121). La esperanza,

por tanto, está relacionada con la fidelidad, puesto que, apunta a un objetivo fundamental en el

proceder del acontecimiento salvífico.

Sin duda alguna que la voz exhortativa del profeta ante la infidelidad del pueblo de Israel,

apunta a un volverse hacia Dios, puesto que, sólo en Él hay salvación (cf. Os 12,7; Is 26, 8ss;

59,9ss). De hecho, volverse hacia Dios es volverse a la esperanza, ya que, fuera de la experiencia

de encuentro con Dios, no hay garantía que brinde tal realidad en favor de la existencia humana.

A lo largo de una lenta historia de fidelidad y traiciones, Yahvé enseña a Israel que no hay otra

esperanza sino Él. Todas las demás cosas y personas se muestran como esperanzas fallidas: Etiopía

y Egipto (Is 20, 5), el oro y las riquezas (Prov 11, 28), los caballos y los ejércitos (Is 30, 16; 31, 1-

3; Judit 9, 7), los príncipes y los imperios (Sal 146, 3; Lam 4, 17), las mentiras (Is 28, 15), los

embrujos (Is 47, 9-15), los ídolos (Sal 115) y aun el mismo Templo (Jer 7, 1-7) (Juan Ochogavia

L., págs. 284-285).

Por consiguiente, se habla de la nueva esperanza, en la que “los profetas anuncian la paz,

la salvación, la luz, la curación, la redención. Entrevén la maravillosa y definitiva renovación del

paraíso, del éxodo, de la alianza, o del reinado de David” (Léon-Dufour, 1965, pág. 252). Por
25

tanto, la atención de Dios para con Israel prescribe una renovación hasta las entrañas, es decir,

hasta el corazón, que renovará el sentido esperanzador del pueblo necesitado de Dios (cf. Jer

31,33ss; Ez 36, 25ss).

3.2. Raíz de Esperanza Ante las Crisis

Hay que tener claro que las crisis no llegan repentinamente, sino que se van fraguando a

medida los acontecimientos marchan en la historia y las decisiones que se van tomando no son las

más adecuadas. Ejemplo de ello está “la crisis asiria que acabó con la destrucción de Samaria en

el 722, y la gran crisis babilónica que acabó con la destrucción de Jerusalén y la deportación

masiva del 586” (Jiménez, 2014, pág. 07). Es realmente fuerte las consecuencias nefastas y

dolorosas que estas crisis van dejando en el caminar histórico a medida se van fortaleciendo, sin

embargo, a pesar del sufrimiento y el dolor, es más impresionante como algunos profetas siguen

anunciando esperanza frente a tales realidades

Es por ello que, a tenor de estas dos grandes crisis antes mencionadas, sin profundizar en

cada una de ellas, es de gran perspicacia la acción profética que señala tener esperanza en Dios

ante las injusticias, la destrucción y la pérdida de identidad que el pueblo de Israel experimenta

ante sus adversarios (cf. Am 8, 1-3s; Os 4, 1-3.6; 9,17, Mi 3, 12). De allí que, los profetas son

portadores de la esperanza activa de Dios, dejando bien claro que la raíz de la misma se fundamenta

en Él y se va solidificando en la fidelidad de Israel.

Cabe destacar que, la falsa esperanza que genera un culto sin justicia es lo que provoca que

las crisis de Israel se acrecienten, de allí que, “los profetas son conscientes de que la falsa

esperanza que fomenta un culto vacío hará más profunda la crisis, pues al contrario de lo que

debería fomentar el culto, la percepción de la presencia de Dios en medio de su pueblo se


26

oscurecerá” (Jiménez, 2014, pág. 13). Es claro que, para los profetas, la esperanza de Israel y de

las naciones es Dios mismo (cf. Is 60,19s; 63,19; 51,5).

Es notable que el mensaje esperanzador que los profetas anuncian connota una realidad de

denuncia y de conversión ante la infidelidad y corrupción de Israel, puesto que, para lograr el

objetivo marcado se requiere de un trabajo personal de Israel, y este es volverse a Dios (Cf. Am 5,

4-6; Os 4, ss.; Is 1, 4-20, Mi 1, 2-7; 2, 10-11, Jr 7, 3-8, Ez 5, 5-17). En atención a ello, hoy día

podemos notar que “sus libros son «literatura de oposición», por un lado, «literatura de esperanza

en la crisis», por otro. Básicamente, «drama y esperanza»: esperanza en la penumbra sombría de

la historia”. (Elorza, 2016, pág. 17)

En torno a esta notoriedad del mensaje profético, Amós, profeta de la justicia social, expone

que el momento que vive el pueblo de Israel en la crisis es una “hora de infortunio” (cf. Am 5,12-

13) la cual deberá superarse; Oseas, profeta del amor y la misericordia, manifiesta que la

conversión es camino para alcanzar la salvación (cf. Os 14, 2-8); Isaías (Protoisaías), alude que es

en Dios mismo en quien se ha de esperar (Is 8, 17; 25, 9); y Ezequiel indica en seguir al único y

verdadero Dios, quien limpiará al hombre y le dará un corazón nuevo (Ez 36, 26-28).

3.3. La Comunidad de Esperanza

Cuando Israel ve sometido su futuro en razón del castigo, cae en el desconcierto, incluso

llega a expresar: “se ha desvanecido nuestra esperanza, todo ha acabado para nosotros” (cf. Ez

37,11; cf. Lam 3,18). No obstante, los profetas sigilosos y vigilantes saben que han de esperar

pacientes en Dios (cf. Is 8, 17; Jer 29, 11; 31, 17), de manera que, la misma no se ha de olvidar,

sino que, por el contrario, se ha de aguardar con confianza en favor del resto de Israel que se ha de

salvar (cf. Is 10, 19-22; Am 9,8).


27

En definitiva, el apogeo de la consolación (cf. Jer 30-33; Ez 34-48; Is 40-55) que los

profetas ponen de relieve, es para afirmar que Dios es la esperanza fiel y misericordiosa de Israel.

(Léon-Dufour, 1965, pág. 252).

La esperanza de Israel se apoyaba no en grandes especulaciones religiosas, sino en los hechos

salvíficos de Yahvé a lo largo de la historia del pueblo (…) Los profetas, aleccionados por estos

hechos salvíficos paradigmáticos, aprendieron a leer la mano de Dios en los acontecimientos de

cada época (Juan Ochogavia L., págs. 285-286).

Por consiguiente, el resto de Israel es la comunidad de esperanza, puesto que, ante los

acontecimientos de crisis no se cierra en el desaliento. Con miedos y penas, se abre a la posibilidad

de salir adelante, ya que tener esperanza no es cerrar los ojos a la realidad, sino es ver la realidad

con el anhelo de alcanzar un nuevo tiempo que ordene su caminar en la historia, es decir, un

porvenir que se abre a la esperanza activa de Dios, esto con la objetividad de hacer una

regeneración y purificación como proyecto divino. El profeta Isaías hablará de dicho resto como

un tocón que permanecerá firme y que dará apertura a un nuevo comienzo de fe y vida a pesar de

toda crisis que se puedan vivir (cf. Is 6, 11-13).

La historia de la biblia es la historia de una liberación, la historia de una esperanza que no falla y

que, en los momentos de grandes crisis (invasiones, guerras, hambres, deportaciones, destrucción

del templo), fue constantemente mantenida por aquéllos a quienes los profetas dieron el nombre de

"pequeño resto», los fieles que vuelven del exilio de Babilonia, los mismos que la tradición llama

"anawim», los pobres (Charpentier & Wiener, 1977, pág. 34).

Ahora bien, esa esperanza humana y a la vez divina que este resto de Israel manifiesta,

toma fuerza y se va concretizando en una espera escatológica-mesiánica a medida va pasando la

historia, en tanto que, este resto de Israel o los pobres de Yahvé como también se conocen, ponen
28

su mirada en alguien que vendrá a darles la plenitud salvífica, de manera que, el “día de Yahvé”

apunta al regreso de los exiliados a Jerusalén, donde el Rey mesiánico restaurará esa comunidad

que vuelve del destierro. La esperanza es notable, ya que, es Dios transformando la historia trágica

de Israel, pues, lo saca del fracaso del exilio para restáuralo (cf. Is 40,1-5).

Cabe resaltar que “sin la figura de David y la promesa divina de una descendencia eterna

la esperanza mesiánica no habría adquirido en Israel la importancia que tuvo”, (José Luis Sicre,

2007, pág. 251) Esto porque, el Mesías había de proceder del linaje davídico, y éste a su vez tendría

un reinado perpetuo. En definitiva, esta realidad mesiánica viene a darle al resto de Israel un baño

de esperanza, misma que va más allá de un acontecimiento temporal, puesto que, desde ya se va

visualizando un sentido escatológico.

En síntesis, cada profeta que se vio envuelto en los diferentes acontecimientos salvíficos,

dan su mensaje de esperanza, distinto cada uno en su realidad y contexto, pero con el mismo fin

de profundizar en la fe de una esperanza atenta en el proceder de Yahvé.

4. La Esperanza en los Salmos

Los salmos, son una colección de himnos que enmarcan la vivencia de la realidad humana

en torno a la oración, esto es lo que identifica plenamente su teología, dado que es la palabra

humana dirigida a Dios como esa oración que fundamenta la intimidad de la relación entre él y su

Creador. Por lo tanto, la realidad sálmica tiene un objetivo, hacer vida la voz del hombre en torno

a su realidad, sea que se encuentre en plena lucidez y alegría o, por el contrario, desbastado y

necesitado de la prontitud de Dios en su vida.

Por consiguiente, los salmos esbozan un itinerario de esperanza, ciertamente no todos la

subrayan, sin embargo, la dinámica que enfatizan la mayoría, ponen de relieve la confesión de la

confianza del pueblo de Israel en Dios. Esto resulta de tal manera porque “mientras que en el
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Pentateuco y en los profetas el texto se presenta como si fuera Dios el que habla y se dirige al

pueblo, en los salmos es la voz humana la que domina los textos” (Andiñach, 2014, pág. 287). De

allí que estos no sean un apartado que obvia la historia de Israel, sino más bien, son un

complemento fundamental de la misma, en tanto que, su composición se fue dando a medida la

Historia Salvífica se iba desarrollando.

Es de subrayar que la lectura de los salmos es bastante palpable, en tanto que, su estructura

envuelve una verdadera obra de arte, ya que hace vida lo que recita en cada verso, es decir, que el

salmista hace encarnar su realidad propia en los versos escritos desde su contexto, pero que se

hacen uno con la apertura de todos aquellos que padecen una similitud con su realidad expuesta.

Por consiguiente, es notable que la esperanza inmersa en los salmos tenga fundamento en las

entrañas de quien los expresa.

4.1. La Comunicación de Esperanza

Resulta interesante cómo el pueblo de Israel y de manera particular algunos personajes a

través de los salmos, hacen posible la experiencia relacional de encuentro o de lejanía con Dios,

puesto que, la acción propia que se dinamiza en los mismos expresada por himnos, súplicas o

acciones de gracias, aluden a una participación dialogal con Dios, en donde se comunica la vida y

los hechos que se suscitan a medida trascurren los acontecimientos.

Respecto a ello, “Israel ha seguido esperando siempre de Yahvé la continuidad de su libre

actuar por la gracia en su historia surcada por tanto aprieto debido a juicios divinos”

(MarcadorDePosición1pág. 130). De allí que, se resalten las súplicas que en el fondo son

extensiones de la esperanza en Dios, de quien esperan siempre la salvación. Dirá el salmista: “Que

en ti, Yahvé, yo espero, tú responderás, Señor, Dios mío” (Sal 38, 16; cf. vv 22-23) “Yo esperaba

impaciente a Yahvé: hacia mí se inclinó y escuchó mi clamor” (Sal 40, 2).


30

No cabe duda que los salmos resaltan su autenticidad en torno a la vivencia humana, ya

que el canto y la oración parte de las entrañas, es decir, de los más profundo del ser humano, que

hace que su voz interpele el obrar de Dios, pero también, queda expresada la alabanza y la acción

de gracias que se plenifica en razón de lo que adquiere por la misma acción de Dios en su vida.

Cabe resaltar que en cada salmo “es la voz humana que interpela a Dios, clama por auxilio,

expresa su gratitud, cuenta su angustia y confía en la respuesta de Dios” (Andiñach, 2014, pág.

287). Por tanto, la esperanza es para el pueblo de Israel un don que procede de Dios, y que se hace

plausible a medida se va fortaleciendo la experiencia orante de éste con Yahvé: “sólo en Dios

descansaré, de él viene mi esperanza” (Sal 62, 6).

4.2. La Espiritualidad Esperanzadora de los Salmos

La lectura que se hace de los salmos no agota su contenido en una sola realidad, sino que,

por el contrario, amplía un horizonte de experiencias que el pueblo de Israel expresa a Dios a

medida proyecta su vida y sus hechos en la historia. De allí que se pueda hablar de una

espiritualidad esperanzadora, en tanto que, connota la acción orante de un pueblo o de una persona

hacia Dios, dejando entrever que “en ningún otro texto como en los Salmos la Palabra de Dios se

presenta como esa palabra que sale de las entrañas de los seres humanos” (Andiñach, 2014, pág.

287).

En esencia, los salmos son la experiencia de fe hecha oración, dado que, son ecos y

expresiones de las realidades experimentadas del pueblo de Israel o de la persona que clama por

sus sufrimientos o que agradece en razón de los favores recibidos, de allí que, la esperanza orada

está en atención de la vivencia sálmica. En concreto, la oración se hace esperanza cuando la

esperanza se hace oración, es decir, que al profundizar en la oración se fortalece la dinamicidad de

la esperanza y lógicamente al profundizar en la esperanza se dinamiza y se fortalece la oración.


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Los orantes babilonios jamás llaman a sus dioses su «esperanza». En Israel, por el contrario, se

proclama: «Tú eres mi esperanza» (Sal 71, 5). Jeremías dice: «¡Tú, esperanza de Israel!» (14, 8;

17,13). De modo que Yahvé es meta, encarnación y garante de la esperanza de su pueblo

(MarcadorDePosición1pág. 130).

Por consiguiente, el encuentro con Dios es el punto de partida que da sentido a tal realidad

orante de Israel, ya que, es Dios mismo quien se vuelve esperanza vital y verdadera para el hombre:

“Pues tú eres mi esperanza, Señor, mi confianza desde joven, Yahvé” (Sal 71, 5). Sin duda alguna

que, la esperanza más que un sentido optimista, y por su dinamicidad haciendo eco de estas

palabras sálmicas, siempre será una realidad activa que superará el optimismo humano.

Los Salmistas fueron orantes que derramaban sus sentimientos y situaciones ante el Tú de Dios.

Son el corazón y el rostro del ser humano vueltos hacia el cielo. Unas veces como grito y clamor

desde las heridas del propio yo o del pueblo; otras como canto desde un corazón agradecido o

maravillado ante la vida, la belleza del cosmos, la victoria sobre los poderes del mal (Elorza, 2016,

págs. 17-18)

Por su parte, Martha Carrera expone que “la esperanza bíblica consiste en aguardar con

confianza lo naturalmente imposible” (Carrera, 2021), es decir, que ésta va más allá del ejercicio

antropológico-secular que se da de la misma, puesto que, siempre está de fondo un sentido de

confianza, en donde el ejercicio de la palabra orante sube a Dios con la expectación de adquirir

todo lo anhelado. En atención a ello, es notable la intervención salvífica de Dios para con el justo

que ora y clama a Yahvé (cf. Sal 28, 8; 130, 7-8), haciendo palpable la experiencia de encuentro

con Él que salva y libera de toda opresión.

Los salmos recogen las experiencias religiosas de los individuos y del pueblo de Israel, y expresan

su relación con Dios en momentos muy diversos de la historia. Muestran a cada persona cuál es la
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forma en que debe presentarse y dirigirse a Dios. El Señor no deja de ser el Dios grande que está

por encima de todas sus criaturas (Sal 104), pero, al mismo tiempo, está cerca de todos los seres

humanos, en particular de los que se hallan en medio del dolor y la angustia (Sal 34) (CELAM,

2016, pág. 835).

Como se exponía al inicio, no todos los salmos exponen la esperanza de manera explícita,

sin embargo, hay una explanación de la misma a manera implícita en mucho de ellos, puesto que,

ha sido en el transcurso del tiempo y en torno a muchas vicisitudes que la palabra hecha oración,

acentúa la espiritualidad sálmica en favor de adquirir respuestas concretas en tiempos diversos que

sostengan la fe y por ende la esperanza propiamente del pueblo de Israel.


33

Capítulo II

La Esperanza Hecha Persona en Jesús

La Esperanza en atención a la certeza que se anhela siempre será constitutiva en el ser

humano que marcha hacia el futuro, de allí que, hablar de esperanza en base a la realidad humana

y a su vez en razón de la acción divina, es hacer hincapié en la “expectación de recibir un bien

futuro, particularmente el cumplimiento de las promesas de Dios” (Grupo Clasa, 2005, pág. 252),

de manera que, la vivencia de tal experiencia es parte estructural del hombre, sea que éste la

reconozca o no, en tanto que tiene la opción de esperar o no hacerlo. En definitiva, “la esperanza

no es sino la expectación de aquellas cosas que, según el convencimiento de la fe, están

verdaderamente prometidas por Dios” (Moltman, 1972, pág. 25).

El término esperanza, según Lothar Coenen junto a otros autores en la obra «Diccionario

Teológico del Nuevo Testamento», manifiesta que:

De los conceptos que expresan esperanza o espera son ί [elpís] y λπίζω [elpízó] (…), en el

griego del NT. Ambos términos designan, por una parte, el acto de esperar e incluyen, por otra, lo

esperado, de modo que, p. ej.   [tá elpizómena] puede significar los bienes esperados

y elpís el bien que se espera (1990, pág. 129).

El entramado de la esperanza (del griego elpís), que se despliega en el Nuevo Testamento

(NT) contiene una riqueza excepcional, sin embargo, no se hará una explanación holística de la

misma por todo el canon neotestamentario, sino que, aludiendo a algunos textos más

preponderantes, se busca exhibir que la esperanza en la persona de Jesús adquiere su máximo

valor, dado que en Él se concretizan las nociones que en el AT se daban de la misma, es decir, que

Jesús es la esperanza encarnada.


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En términos generales, es claro que la esperanza bíblica se basa en una persona, lo cual la

hace diferente al optimismo humano, de manera que, “la esperanza enraizada en la fe y en la

confianza, puede entonces desplegarse hacia el futuro y activar con su dinamismo toda la vida del

creyente” (Léon-Dufour, pág. 251). En esta sintonía, san Pablo con mucha anterioridad expuso

que tal experiencia está personificada en Jesús, de quien dice que es “nuestra esperanza” (cf. 1Tim

1, 1). Sin duda que, la esperanza en el NT es plenitud de la esperanza veterotestamentaria (cf. Rom

1, 1-4; 2 Cor 1, 20; Gál 4,4).

El anclaje histórico de la esperanza bíblica alcanza su grado máximo y definitivo en Jesús, el Cristo,

en quien el Dios de la esperanza se hace historia. Jesús, que a través del Nuevo Éxodo pasa al Padre

como Señor glorioso y triunfante, toma al mundo y a los hombres consigo, reengendrándolos (Juan

Ochogavia L., pág. 286).

No cabe duda alguna que Jesús como sujeto explícito de la esperanza recaba la salvación

plena para la humanidad, de allí que, tener esperanza en Él se debe a la participación responsable

de su amor por los hombres. En concordancia con estas palabras, es claro que “la esperanza

mantiene la paciencia y la fidelidad, cuya expresión mayor, según el NT, es el amor” (Léon-

Dufour, pág. 251).

Dado que la esperanza se ha personificado, Benedicto XVI, expone que, para comprender

a Jesús se debe prestar atención a su obrar, de allí que:

Quien ve a Jesús, ve al Padre (cf. Jn 14, 9). De este modo, el discípulo que camina con Jesús se

verá implicado con Él en la comunión con Dios. Y esto es lo que realmente salva: el trascender los

límites del ser humano, algo para lo cual está ya predispuesto desde la creación, como esperanza y

posibilidad, por su semejanza con Dios (XVI, 2007, pág. 18).


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En definitiva, la esperanza no es una experiencia egocéntrica, sino más bien, una

experiencia modesta y altruista, en tanto que, es Jesús su pilar y en pos de su entrega, se abre

campo para toda la humanidad, dejando entrever que Él como esperanza viene a ser “todo en

todos” (cf. 1 Co 15,28). Sin duda alguna que, el énfasis de la persona de Jesús en toda la realidad

neotestamentaria es hacer del contenido de la esperanza un camino de salvación (cf. 1Ts 5,8) y de

justicia (cf. Gál 5,5). De aquí que, Él sea “nuestra esperanza” (cf. 1Tm 1,1; Col 1,27).

1. La Novedad de la Esperanza en los Evangelios

Se debe tener en cuenta que la novedad de la esperanza en los evangelios, no es otra cosa

más que hacer palpable la esencialidad de la misma arraigada en la persona de Jesús, en tanto que,

en Él se han hecho “nuevas todas las cosas” (cf. 2 Cor 5,17; Ap 21, 5).

Literalmente, aunque la palabra misma de esperanza (elpís), no se encuentra en los

evangelios directamente, no cabe la menor duda que, implícitamente se encuentra un bosquejo de

ésta, tanto en los sinópticos como en el evangelio de san Juan.

De allí que, Juan Ruiz de la Peña manifiesta que:

El fundamento de la esperanza neotestamentaria - he ahí la novedad respecto al Antiguo Testamento

- es no ya una palabra divina o una inconcreta promesa, sino la propia historia personal y singular

de Jesús. Más que una deducción de los atributos divinos, lo que está en juego aquí es una

constatación de las acciones obradas por Dios en la existencia de Cristo (1996, pág. 28).

Los evangelios están trazados o mejor dicho están dominados implícitamente por la

esperanza, en tanto que, es la persona de Jesús la que se explaya totalmente en favor de la

humanidad, es decir, que el mensaje de Jesús manifestado en los evangelios es un mensaje de

esperanza, por lo que, “en el misterio de Cristo está garantizada, no solamente la salvación del

hombre, sino también la del mundo la de la historia” (Alfaro, 1972, pág. 37).
36

Ahora bien, como ya se ha hecho mención, la esperanza es una verdad que está inmersa en

los evangelios, siendo Jesús la realidad explicita de la misma, en tanto que, en ellos se pone de

relieve su encarnación, su acción de instaurar el Reino de Dios en la tierra y, en definitiva,

fundamenta la esperanza con su muerte y resurrección.

La novedad de la esperanza en los evangelios se da en el mero hecho de que ya no se

participa de la espera de una esperanza que se había anunciado, sino que, se vive con la esperanza

anunciada, es decir, que se vive con Jesús, por ende, se abre campo a una nueva esperanza, siempre

poniendo la mirada en su Persona.

En concreto, con la participación de Jesús como esperanza plena, se concibe ahora una

esperanza escatológica, en la que, por su gracia todos serán salvados (cf. 1 Cor 15, 22). Por ende,

“en el NT los primeros seguidores de Jesús cultivaron un hábito de esperanza, creían que la vida,

muerte y resurrección de Jesús era la sorprendente respuesta de Dios a nuestra esclavitud, a la

maldad y a la muerte” (BibleProject - Español, 2019).

1.1. La Encarnación del Hijo de Dios

Hacer hincapié en la encarnación es fundamental en relación a lo novedoso de la esperanza,

puesto que, con la encarnación se puede notar cómo el Padre en su iniciativa amorosa envía al Hijo

para dar la salvación a la humanidad. Sin duda que, este gran acontecimiento es esperanza vital

para la humanidad, en tanto que, la Kénosis de Dios fortalece y acompaña la vida humana, dado

que, el Hijo es quien acoge la naturaleza humana para ser partícipe de la redención (cf. Lc 2, 6-7).

La iniciativa de la encarnación viene, pues, de Dios-Padre. (…). Precisamente mediante la misión

del Hijo, como, más tarde, mediante la del Espíritu Santo, el Padre se revela como la persona que

es origen de las otras dos, y así es fuente manantial de toda actividad y de toda vida, es decir: es

«Padre» (Gil, 1976, pág. 184).


37

Con estas palabras de Manuel Gil se resalta que dicha encarnación es por iniciativa del

Padre, con la que, la esperanza toma fuerza y sentido en el plano de su atención a la humanidad.

Una vez más queda al descubierto que tal acción viene como iniciativa del Padre, iniciativa que es

gratuita, libre y por amor (Gil, 1976, págs. 185-190).

El evangelio de Lucas en los términos de la anunciación (1, 26-38) pone énfasis en la

encarnación, resaltando así la esperanza para la humanidad, explícitamente da por hecho que la

promesa llega a su cumplimento en la encarnación del Hijo de Dios (vv. 30-32; cf. Is 7, 14). De

allí que, el nacimiento de Jesús sea un acontecimiento crucial del proceso de expresión de la

esperanza, puesto que, su persona, fundamenta el mensaje que constituye la esperanza del nuevo

pueblo de Dios: la salvación.

Cabe destacar que la encarnación se debe entender juntamente con la revelación, puesto

que, Dios se da a conocer en la persona del Hijo, quien a su vez revela al Padre (cf. Jn 14, 9), lo

que nos deja una apertura hacia el encuentro personal y comunitario de la esperanza plena.

El evangelio de Juan pone de manifiesto que “la Palabra se hizo carne y puso su morada

entre nosotros” (Jn 1,14), (entendiendo Palabra como Logos y carne como sarx). Con ello, se

apunta al Verbo encarnado. Es claro que, la comprensión del texto refiere a la Palabra encarnada,

sin embargo, en atención a la esperanza, y teniendo de fondo la encarnación como primicia de la

misma, no hay duda que, la esperanza es garantía de la Palabra encarnada.

1.2. La Instauración del Reino de Dios

Un acontecimiento importantísimo que Jesús realizó en medio de las gentes es la

instauración del Reino de Dios. Hecho concreto que interpela la existencia humana, y sin duda

alguna, es imprescindible para fortalecer la esperanza de lo que se quiere, se pide y se anhela. Así
38

pues, el proyecto de Jesús de instaurar el Reino de Dios en el corazón del hombre no es por un

mero deseo, ni tampoco es para hacer una utopía del mismo, sino más bien, tal instauración

compete a una verdad concreta que se dinamiza cada vez que se anuncia, en razón de la salvación

para la humanidad.

La instauración del Reino tiene fundamento en Jesucristo, dado que, desde el comienzo de

su vida pública proclama la Buena Nueva que viene de Dios (cf. Mc 1, 14-15; Mt 4, 23; Lc 4, 18)

Por consiguiente, cada vez que se fortalece el anuncio del Reino de Dios se solidifica la esperanza,

en tanto que ésta se encuentra inmersa en el anuncio propiamente de la Buena Nueva.

La instauración del Reino es una intervención de Dios en la vida de los hombres. Es

iniciativa divina que trae consigo la esperanza para la humanidad, puesto que, el enfoque esencial

de este acontecimiento es la transformación del corazón. Cabe destacar que, el Reino de Dios

vivifica la esperanza en favor de la humanidad, dado que éste, no es algo estático, ya hecho, sino

algo dinámico, que está sucediendo siempre y que crece con fuerza (cf. Mc. 9,1-2).

Por consiguiente, la transformación que suscita dicha instauración del Reino, confronta en

el hombre a hacer de lo viejo algo nuevo, de lo injusto algo justo, de lo enfermo algo sano, pasar

del odio al amor, de la destrucción a la construcción y de la desesperanza a la esperanza, puesto

que, si no se da paso a tales acciones queda inerte la predicación que del Reino se hace y, por

consiguiente, la esperanza queda estancada.

Cabe destacar que el centro de la predicación de Jesús es el Reino de Dios. Sin duda que,

la instauración de éste es crucial en el acontecer de la humanidad, puesto que, busca suprimir las

injusticias, liberando a la humanidad de todo error y evitando así la esclavitud u opresión que

pueda haber en el contexto de la misma.


39

La esperanza en relación a la instauración del Reino es una verdad crucial, en tanto que,

“Jesús acompaña sus palabras con numerosos "milagros, prodigios y signos" (Hch 2, 22) que

manifiestan que el Reino está presente en Él” (CEC 547). Con ello, cabe mencionar que el

proceder de Jesús está en favor preferentemente de los más pequeños, sea de espíritu o de

existencialidad.

A los pobres, humildes y perseguidos que ponen su esperanza solamente en Dios (…) Jesús les

promete la posesión de los bienes del reino de Dios (Mt 5, 3-12; Lc 6, 21-26); las bienaventuranzas

(sermón de la montaña) les prometen la realización de su esperanza. (Ausejo, 1987, pág. 604)

Las bienaventuranzas (cf. Mt 5, 3-12) nos abren un panorama esperanzador en relación al

Reino que se anuncia, puesto que, conforme a las palabras de Jesús, se resalta un esfuerzo de lucha

personal o comunitario ante dificultades que sucumben a la humanidad, de allí que, en medio de

toda contradicción, a pesar de tanto dolor y sufrimiento, la esperanza siempre está presente, puesto

que, la misma es don de Dios para la humanidad, y a su vez es lucha constante del hombre que

confía en Él.

En definitiva, hay una complementación entre el anuncio del Reino y la esperanza, en tanto

que, el anuncio del Reino apunta a la esperanza tal como ésta alude a la esencialidad de lo que el

Reino es o depara. Tanto el anuncio del Reino como la esperanza que se entrelazan, apuntan a la

realidad escatológica de un porvenir nuevo, bueno y mejor (cf. Mc 1, 15; Mt 6,10; Mt 18,8s).

1.3. Muerte y Resurrección, Bases de la Esperanza

En el acontecer de la vida, el ser humano en su dinamicidad de avanzar hacia el futuro

contempla el panorama irrevocable de la muerte, sin duda que, las interrogantes acerca de su

esencialidad y sobre el sentido de su existencia no tardan en exponerse. Cabe mencionar que, los

problemas antropológicos irrumpen en la existencia humana, intervienen de manera directa en el


40

ser humano, que sin darse cuenta en la mayoría de ocasiones vela por el peso que estos mismos le

provocan.

La esperanza parece incierta frente a la muerte, no obstante, Jesús solidifica la misma

dándole sentido a tal acontecimiento. A razón de ello, el ser humano se plantea que debe afrontar

esta realidad teniendo como referente a Jesús, el modelo perfecto de firme confianza y esperanza,

en tanto que, garantiza con su muerte y resurrección que el sacrifico de su pasión que va hasta la

cruz no fue en vano ni vacío, sino que, por la iniciativa del Padre, obtiene la redención y la

salvación plena para la humanidad (cf. 1 Cor 15,14).

Es claro que la muerte sacude al hombre, no obstante, “la muerte y la resurrección de

Cristo, fundamento de la esperanza cristiana, han dado a la muerte humana un sentido nuevo”

(Alfaro, 1972, pág. 47). De allí que, si antes se temía a la muerte, ahora, por la experiencia del

encuentro con Jesús, la resurrección propicia un sentido esperanzador, lleno de paz y vida, en tanto

que, “en su resurrección quedan patentizados el poder y la fidelidad de Dios como cumplidor de

la promesa” (Peña, 1996, pág. 28).

Cristo para liberarnos de la muerte quiso primero hacer suya nuestra condición mortal. Su muerte

no fue un accidente. La anunció a sus discípulos para precaver su escándalo (Mc 8,31; 9,31; 10,34;

Jn 12,33; 18,32); la deseó como el bautismo que lo sumergiría en las aguas infernales (Lc 12,50;

Mc 10,38; cfr. Sal 18,5). Si tembló ante ella (Jn 12,27; 13,21; Mc 14,33), como había temblado

ante el sepulcro de Lázaro (Jn 11,33.38), si suplicó al Padre que podía preservarlo de la muerte

(Heb 5,7; Le 22,42; Jn 12,27), no obstante, aceptó finalmente este cáliz de amargura (Mc 10,38;

14,30; Jn 18,11). Para hacer la voluntad del Padre (Mc 14,36) fue obediente hasta la muerte (Flp

2,8) (Léon-Dufour, pág. 497).


41

Es interesante cómo la esperanza toma sentido y fuerza por la acción de Jesús, puesto que,

al entrarse de lleno a nuestra condición y, por la experiencia auténticamente humana de su morir,

acentúa una continuidad novedosa en la historia salvífica de cada persona al ir más allá de la

muerte. Jesús, hace de la muerte no un castigo sino una gracia, en tanto que, por su oblación

adquiere la libertad para la humanidad, tanto en la atención por lo corporal como en lo espiritual

y, por ende, la persona trasciende en la esperanza con toda su integralidad, de allí que, “La

salvación que se espera del futuro no viene a borrar el tiempo, sino a darle su plenitud” (Juan

Ochogavia L., pág. 203).

En consecuencia, Cristo resucitado ha inaugurado realmente un mundo nuevo del cual ya

degustamos con su resurrección, en cuanto que la pascua es una recreación, es decir, una nueva

creación de la humanidad, pero, que viviremos en plenitud cuando se cumpla el final de los

tiempos. Por consiguiente, la expectación por la resurrección que se sitúa en los parámetros de la

esperanza, pone de relieve la salvación escatológica (cf. 1 Cor 1, 7-8; 1 Tes 1,10; Rom 8,23-25;

Flp 3,20-21), dado que, el pasar de Jesús en medio de la humanidad vence la muerte, y abre así,

una expectación por la resurrección, en donde el morir ya no es simplemente una cesación de la

vida, sino más bien, un comienzo de la vida misma en razón de la eternidad.

2. La Vivencia Eclesial de la Esperanza Cristiana

El caminar de la Iglesia a lo largo de su proceso de conformación recoge grandes

experiencias de fe, de allí que, el Catecismo de la Iglesia Católica afirme que, “la esperanza

cristiana recoge y perfecciona la esperanza del pueblo elegido que tiene su origen y su modelo en

la esperanza de Abraham en las promesas de Dios” (CEC 1819). Por lo tanto, la esperanza

cristiana toma por modelo la esperanza del pueblo de Dios en el AT, principalmente en Abraham,

padre en la fe.
42

Es necesario también, reconocer que el mensaje de esperanza en el nuevo pueblo de Dios

tiene un sentido profundamente escatológico y se vive en sentido de la vida eterna, por eso, san

Pablo afirma: “estimo que los sufrimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria

que se ha de manifestar en nosotros” (Rm 8, 18). Con ello, es evidente que la vivencialidad de

dicha esperanza en la vida eclesial, teniendo de base a las primeras comunidades cristianas,

connota un interés sublime en el mensaje esperanzador de Jesús, el cual, se ha de ir madurando en

la comprensión del mismo, puesto que, se requiere de un progreso espiritual en la vida cristiana

(cf. 1 Tes 4, 13-14), así mismo, se requiere de una entrega total al proyecto divino, revistiéndonos

de la coraza de la fe y de la caridad, con el yelmo de la esperanza de salvación (cf. 1 Tes 5, 6-8).

La vivencialidad de la esperanza cristiana en relación a la experiencia de fe se ha de

compartir, dado que, la esperanza es para todos y todos deberían participar de la victoria de Cristo

sobre el mal y sobre la muerte, por consiguiente, “el acontecimiento de la resurrección de Cristo

fue vivido por la Iglesia naciente indivisiblemente como objeto central de la fe y como fundamento

de la esperanza en la salvación futura” (Alfaro, 1972, pág. 115). En concreto, la vida cristiana es

una esperanza activa en el Señor, en tanto que, Él es el garante de la salvación plena y, por ende,

esperanza nuestra.

En definitiva, la esperanza como vitalidad de la vida eclesial es una experiencia

fundamental en el proyecto salvífico, así mismo, la Iglesia es complementaria de la esperanza, en

tanto que, avanza en el misterio de Cristo, puesto que, es la que espera. Ella es el cuerpo de Cristo

esperante, ya que, vive esperando al esperado absoluto, a Cristo.


43

2.1. La Comunidad Eclesial, Escuela de Esperanza

La Iglesia en el caminar de la vida cristiana es quien ayuda a cruzar el umbral de la

esperanza en el acontecer de cada día, puesto que, en ella se han puesto las bases de la fe, como

“columna y fundamento de la verdad” (cf. 1 Tm 3, 15), por tanto, “la Iglesia se presenta desde

sus comienzos como la comunidad de los que creen en Cristo, Señor, y esperan la manifestación

definitiva de su gloria al fin de los tiempos” (Alfaro, 1972, pág. 115).

En esta sintonía, no cabe duda que la Iglesia comunidad de esperanza es escuela para todos,

por lo que, cada persona que se deja formar se vuelve parte de la misma y, por ende, ya no se

pertenece a sí misma, sino a la Iglesia. Los cristianos en cuanto están unidos entre sí por la misma

confesión de fe en Cristo son portadores de la esperanza cristiana que han adquirido, de este modo,

se pone de relieve el aspecto comunitario de la esperanza.

La Iglesia comunidad y comunión de esperanza pone de manifiesto que el tú y el yo de las

personas se vuelve un nosotros, dejando entrever que su dinamicidad comprende la acción de la

comunión Trinitaria, por tanto, la esperanza enraizada en la unidad de la Iglesia pone de relieve

que, el dolor de unos ha de ser el de todos y la esperanza de unos ha de ser la esperanza de todos,

de allí que, las primeras comunidades cristianas sean el ejemplo claro de unidad y escuela eclesial,

en tanto que, todo lo ponían en común” (cf. Hch 2, 42).

Estando con la Iglesia aprendemos y enseñamos, de allí que, siendo la escuela de esperanza,

cada uno se vuelve responsable de su semejante, en tanto que, recibe esperanza y es agente de ella,

de modo que, el cristiano que no refleje tal realidad no ha comprendido su papel esperanzador en

la comunidad y mucho menos en la sociedad en la que está inmerso. En definitiva, “la esperanza,

por ende, no puede ser otra cosa que co-esperanza. Esperamos en comunidad, en convivencia con

los otros” (Acosta, 1993, pág. 23).


44

La Iglesia ha sido puesta por el Señor Jesús para llevar a término el mensaje evangélico,

por lo que, la Iglesia de la esperanza no es otra sino aquella que expone su fe y la entrega,

asistiendo, amando y perdonando a todos, en este sentido, ella es objeto de búsqueda y de

esperanza (cf. Gál 5,5; Ef 2,6; Col 1,5). Cabe resaltar que, la esperanza de la Iglesia está en llegar

hasta el fin de los tiempos, cumpliendo a cabalidad su propósito terrenal en favor de la humanidad.

2.2. El Espíritu Santo Dinamizador de la Esperanza Cristiana

La naturaleza del mensaje cristiano se debe a la persona de Jesús, por lo cual, el mensaje

de esperanza contiene una realidad experiencial y trascendente. De allí que, la Iglesia como

dispensadora del mensaje salvífico y anunciadora de la esperanza para los hombres, se aferre a la

acción siempre activa del Espíritu Santo, el cual, hace posible que el contenido del mensaje que se

anuncia sea vital y verdadero. Es interesante, sin duda alguna, que el Espíritu Santo sea quien

impulse a la Iglesia y a cada persona hacia la plenitud, dando fuerza a la esperanza que se vive y

se contempla, no sólo en el corazón del hombre, sino en toda la creación.

El papa Francisco, en Audiencia General aseveró que:

El Espíritu Santo sopla y mueve la Iglesia, camina con ella, por eso, del mismo modo que la

Escritura paragona la esperanza a un ancla, que asegura el barco en medio del oleaje, también

podemos compararla con una vela que recoge ese viento del Espíritu para que empuje nuestra nave.

Cuando decimos: «Dios de la esperanza» no significa solamente que Dios es el objeto de nuestro

anhelo, algo que deseamos alcanzar en la vida eterna; sino que también Dios es quien nos colma

hoy y en cualquier lugar de su alegría y de su paz, de su esperanza. (ROME REPORTS en Español

[archivo de video], 2017)

El Espíritu Santo da esperanza, en tanto que, es dador de vida nueva, y en su acción

dinámica actualiza el mensaje salvífico, sosteniendo la vida del creyente que anuncia el mensaje
45

esperanzador, así como la vida de quien recibe y escucha tal mensaje. Por consiguiente, ante la

acción que imprime el Espíritu Santo, la esperanza que se anuncia en la Palabra, asevera la certeza

de alcanzar la redención plena, pues, como dice el apóstol san Pablo: “en la esperanza hemos sido

salvados” (Rom 8,23).

El cristiano en su apertura a la acción del Espíritu Santo subraya que la experiencia de la

esperanza se renueva constantemente, resaltando así que, su expresión final de esperanza va contra

toda esperanza (cf. Rom 4, 18), en tanto que, es el E.S quien vitaliza la confianza y la paciencia en

su vida, y por tanto, se va fortaleciendo a medida va superando el pasado, asumiendo su presente

y esperando con ansia y alegría su futuro, de allí que, cada persona por iniciativa del E.S, va

formando su espíritu esperanzador.

La relevancia del testimonio en el mundo de la Iglesia trasciende, o al menos debe hacerlo, a un

círculo cerrado de hombres y mujeres que profesan la fe cristiana. Para que este testimonio sea

transformador de su medio, y progresivamente de todo el mundo, necesita la acción específica del

Espíritu Santo despertando la Esperanza que puede y debe expandir a la fe. Para ello, el discurso

escatológico será el medio privilegiado ya que no sólo anuncia un Reino nuevo, sino que en sí

contiene la fuerza creadora para la inserción y consumación de la acción de Dios en todo aquel que

lo recibe y consecuentemente en su mundo y en la historia humana (Ávila, 2016, pág. 57).

Es un hecho que el cristiano por la acción del E.S, obtenga de la esperanza la capacidad de

poder ver más allá de la propia realidad en la que se encuentra inmerso, puesto que, el E.S es quien

da la perfecta esperanza, misma que, sin lugar a dudas hace que germine la semilla de la salvación.

“Los hombres necesitan esperanza para vivir y necesitan del Espíritu Santo para esperar”

(Francisco, 2017). Cabe destacar, que el E.S impulsa a una esperanza plena, en tanto que, ya está

la salvación por iniciativa divina, pero que, a su vez, falta la plenitud de la misma en el hombre.
46

2.3. La Esperanza Cristiana en el Ejercicio Misionero

El carácter misionero de cada cristiano radica en ser portadores de la Buena Nueva, en

donde la centralidad del anuncio evangélico está en ser agentes de la esperanza, por lo cual, se

debe tener muy presente que todo cristiano es llamado a participar con la Iglesia de su misión, en

tanto que, cada cristiano ha de ser portador y proclamador de Jesucristo, nuestra esperanza (cf. Ef

4, 4). Cabe destacar que el ejercicio misionero prescribe el anuncio de la realidad salvífica, de

manera que, la Buena Nueva se ha de acoger hasta lo más profundo del ser como don que procede

de Dios y que, por ende, es esperanza siempre cierta.

La esperanza a la luz del ejercicio misionero va tomando fuerza y firmeza, puesto que, es

propiamente en la misión donde se realiza la misma, es decir, el campo donde se realiza la misión

es el mismo campo donde se da y se hace experiencia la esperanza.

Sin entrar a detalle, la perícopa de san Lucas acerca de los discípulos de Emaús detalla tal

realidad, en tanto que, “la experiencia del fracaso de la cruz” por la que los discípulos se ven

decepcionados no agota su esencialidad, sino que, por la iniciativa del Resucitado, como el

desconocido que se revela, expone en el corazón de los discípulos un deseo ardiente de tomar la

decisión de anunciar que la esperanza no terminó en la muerte, sino que, vive y vive para dar

salvación (cf. 24, 13-35).

Ahora bien, la esperanza en la vida misionera de cada creyente debe estar bien arraigada,

puesto que, si no hay esperanza en lo que se anuncia ¿qué se pretende? ¿Qué sentido tendría

anunciar algo en lo que no se tiene esperanza alguna? La esencialidad de todo el mensaje ha de ser

la esperanza en Alguien, Jesús, y en algo, el Reino, que garantizan un camino de salvación plena.
47

En definitiva, la esperanza cristiana en el ejercicio misionero debe ser siempre anunciada,

puesto que, el mandato misionero subraya tal realidad: “Id, pues, y haced discípulos a todas las

gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a

guardar todo lo que yo os he mandado” (cf. Mt 28, 19-20). O como diría san Pablo: “No podemos

callar lo que hemos visto y oído” (cf. Hch 4, 20).

Sin lugar a dudas, no se puede prescindir de anunciar la esperanza cuando se tiene la

posibilidad de hacerlo, puesto que, anunciándola se está dando paso a Jesucristo que se entregó en

sacrificio para la salvación plena de la humanidad.

3. La Esperanza Cristiana Desde la Encíclica Spe Salvi

El papa Benedicto XVI comienza citando en esta encíclica al Apóstol Pablo, quien expresa:

“en esperanza somos salvados” (cf. Rm 8, 24), con ello, se pone de manifiesto que el amor y la

misericordia de Dios se hacen notar en la experiencia de fe. La esperanza que se da en torno a la

salvación tiene como finalidad ver hacia adelante desde el presente, teniendo la certeza de que

Dios espera con sus brazos abiertos a la humanidad para hacerla partícipe de la salvación, de allí

que, se subraye la importancia que tiene la donación redentora de Cristo en favor de los hombres.

El foco de atención de la encíclica Spe Salvi logra identificar las crisis que suscita la

modernidad, así mismo, resalta la acción propia de la esperanza en medio de estas realidades. De

allí que, la esperanza cristiana subraye la importancia de la salvación personal y comunitaria,

donde la fe como sustento de la misma y proyectada en el amor se armonizan para garantizar la

esencialidad de tal realidad. Sin duda alguna, el papa Benedicto XVI deja entrever que la esperanza

más que una realidad individual es una verdad personal, puesto que, lo individual se arraiga al

egoísmo, mientras que, lo personal abre campo a la dimensión colectiva o comunitaria de la

humanidad, en razón a que la salvación no es para unos solos, sino para todos.
48

En una época como la nuestra, marcada por una crisis de esperanza y de temporalidad el Papa

recuerda con fuerza que hay futuro, hay una meta que da sentido al presente histórico; en una

palabra, hay historia y movimiento hacia la novedad, hacia la comunión y plenitud en Dios

(Carrasco, 2008, pág. 21)

La sentencia que dicta san Pablo: “en la esperanza fuimos salvados”, concretiza un

dinamismo salvífico donde la esencialidad radica en el amor, y a su vez, por la fe se solidifica la

esperanza misma. El impacto que tiene dicha sentencia paulina recaba en que la salvación que de

fondo se expone no está bajo la sombra de un futuro incierto, sino que, desde el presente ratifica

su sentido salvífico, puesto que, no manifiesta un “seremos salvados”, sino un “estamos salvados”,

dando lugar y fundamento a la esperanza activa en el aquí y el ahora, donde la escatología futura

del “todavía no”, se mantiene viva en el presente del “ya”, dando realce a la correlación que del

presente hay con el futuro.

Giancarlo Castillo, haciendo hincapié en la encíclica Spe Salvi del papa Benedicto XVI, en

términos de una vida que camina hacia un fin eterno, manifiesta que:

“Tener esperanza no es solamente tener grabado de memoria todos los enunciados del Credo y sus

respectivas explicaciones teológicas y filosóficas, sino sobre todo es vivir la santidad en las cosas

ordinarias de la vida, esforzándose cada día por tener una conducta virtuosa, pero sabiéndose

sostenidos por los sacramentos y la oración” (2020, pág. 149).

En concreto, el papa Benedicto XVI precisa que la esperanza cristiana es un don o una

virtud teologal que surge del encuentro personal o comunitario con Cristo, quien redime la débil

humanidad para fortalecerla en la fe, haciéndola partícipe de la oración y de la vida sacramental

ante el dolor y la pena, en son de buscar siempre la justicia para bien de una salvación plena.
49

3.1. La Acción activa de la Esperanza Cristiana

La encíclica Spe Salvi en sus líneas profundiza la acción activa que posee la esperanza

cristiana, en tanto que, su objetividad marcha en favor de la persona humana, de manera que, ésta

pueda adquirirla desde la experiencia, y así, pueda tener una mejor comprensión de sí misma en

toda su dimensión antropológica como en su dimensión espiritual. No hay duda alguna que se debe

tener claro lo que es la esperanza, puesto que, con ella se comprende la realidad humana desde su

raíz.

La acción activa que posee la esperanza cristiana conlleva una reflexión para el cristiano,

en la que, esta ha de pasar de un mero anhelo a ser una persona, Jesús. Por consiguiente, se abre

un panorama de responsabilidad y de corresponsabilidad en el cristiano, puesto que, ha de acoger

en su experiencia lo que realmente es esperanza y, por ende, tener claro qué es lo que espera, y una

vez sabiéndolo, ser un agente capaz de ayudar a otros a conocer tan inmensa gracia que ha recibido,

la esperanza que da salvación.

Llegar a conocer a Dios, al Dios verdadero, eso es lo que significa recibir esperanza. Para nosotros,

que vivimos desde siempre con el concepto cristiano de Dios y nos hemos acostumbrado a él, el

tener esperanza, que proviene del encuentro real con este Dios, resulta ya casi imperceptible (XVI

B. , 2007).

Cabe resaltar que, la acción activa de la esperanza cristiana desde la objetividad de la

encíclica, aborda una autocrítica a la modernidad, en tanto que, no puede haber esperanza cristiana

si no hay corresponsabilidad por los demás. Esta radicalidad que se expone se da en base a que en

el vaivén de la sociedad actual se establece un yo y nada más, dando paso a interés individuales y

egoístas sin siquiera dar una mirada al otro. Por consiguiente, ante la complejidad que subraya la

modernidad, sólo en la persona de Jesús se puede afirmar que la esperanza es para todos, y que
50

todos deben alcanzar este bien eterno. En concreto, el ser cristiano conlleva tener presente la

disponibilidad para compartirse en la esperanza con los demás.

En definitiva, la relación entre la fe y la esperanza es fundamental en son de la vida

testimonial, ya que vivir con esperanza es tener una trasformación de la vida misma que se dona y

se comparte. No hay duda que la esperanza que ha de caracterizar al cristiano ha de ser fraternal y

comunitaria. Por consiguiente, la Iglesia es el medio más propicio para entrar en la dinámica de

camino y comunidad en la vivencia de la esperanza, ya que, se ajusta la historia de la humanidad

que va hacia la plenitud escatológica de su salvación en Jesús.

3.2. La Esperanza Portadora de Justicia

Siguiendo el pensamiento del papa Benedicto XVI en torno a la encíclica Spe Salvi, no se

puede obviar que la esperanza cristiana lleva consigo la justicia, puesto que, desde su esencialidad

enfatiza alcanzar lo que es justo y, en definitiva, busca que la justicia se haga valer en razón de la

vida personal y comunitaria de las personas.

Si bien es cierto, la justicia comprende el sentido terrenal, no obstante, el Papa con este

concepto, sin dejar de lado lo terreno, alude a lo trascendente, puesto que, pone hincapié en

alcanzar lo eterno y, por ende, al Eterno. De allí que, el papa Benedicto XVI, tenga la convicción

“de que la cuestión de la justicia es el argumento esencial o, en todo caso, el argumento más

fuerte en favor de la fe en la vida eterna” (Carrasco, 2008, pág. 24).

Por consiguiente, con este ir hacia adelante, el cristiano sabe que debe aprovechar el tiempo

presente que se vuelve muy importante para sí, en tanto que, es en el aquí y en el ahora donde

radica su justicia, misma que le llevará a alcanzar la eternidad y en torno a la esperanza cristiana,

su salvación (cf. #41). No hay duda alguna que las injusticias en nuestras sociedades están por
51

doquier, sin embargo, la esperanza cristiana apunta al proceder de Dios, a la justicia divina, de lo

contrario, dice el Papa en la encíclica que: “un mundo que tiene que crear justicia por sí mismo es

un mundo sin esperanza” (cf. #42).

Esta justicia se concretiza en el juicio final, por lo que, la esperanza cristiana es garantía

para el encuentro con Cristo resucitado, de allí que, la resurrección indique esperanza como

también la existencia de una justicia divina (cf. #43). Jesús es la esperanza justa que siempre hace

justicia, puesto que, el fin siempre será hacer la voluntad de Dios en favor de los demás.

3.3. La Perseverancia como Ejercicio de la Esperanza

La esperanza cristiana ejercita a la persona en la perseverancia, en tanto que, le abre un

camino en la constancia para creer confiadamente en lo que anhela, ahondando así en la firmeza

de la fe. En consonancia con esta perseverancia, “Spe Salvi también resalta la idea de que al tener

esperanza se tiene una meta, una promesa: la vida eterna” (Gutiérrez, pág. 149). La perseverancia

en la esperanza cristiana, hace que los contenidos esperados se vayan manifestando desde el

presente en el que se sitúa la persona en toda su dimensionalidad.

La perseverancia también es indicativa de lucha, puesto que, la esperanza no siempre tendrá

un panorama alentador, sino que, también puede estar sometida a una realidad desalentadora, la

cual, se ha afrontar para consolidar lo que se espera confiadamente en el Señor. En este sentido,

dice Juan José Tamayo que:

La esperanza cristiana no está inmunizada frente a los peligros de desesperanza, frustración o

fracaso; los vive y los afronta con toda su radicalidad y con sólo la garantía de la promesa; pero

una promesa que se somete a las mil pruebas que se interponen en el itinerario histórico. La

esperanza cristiana no posee un salvoconducto o pasaporte que lleve a sus fieles derechamente a la

«patria celestial» sin pasar por la «patria terrenal» (1993, pág. 33).
52

Sin ahondar en detalle, cabe resaltar que san Pablo, la virgen María y la africana, santa

Josefina Bakhita, son paradigmas que en la encíclica Spe Salvi, el papa Benedicto XVI resalta

como agentes perseverantes en la esperanza cristiana, puesto que, a pesar de las penas y

dificultades que van hasta el sufrimiento, teniendo de fondo la oración confiada, continuaron

creyendo en el camino de la esperanza que da la verdadera y plena felicidad en Jesús que salva y

que redime.

La experiencia del encuentro con la persona de Jesús es lo que ha hecho que el apóstol san

Pablo exprese que la esperanza sea una virtud fundamental en el crecimiento de la vida cristiana,

manifestando que la misma va más allá, en tanto que, la identifica con la persona de Jesús: “Pablo,

apóstol de Cristo Jesús por disposición de Dios nuestro Salvador, y de Cristo Jesús, nuestra

esperanza” (1 Tim 1,1). A similitud de san Pablo, santa Josefina Bakhita por medio del encuentro

personal con Jesús, abraza la fe y con ello la esperanza, experimentando una vida verdadera y una

libertad plena.

A la luz de Spe Salvi, en la virgen María se contempla un lugar de la esperanza, puesto

que, ella ha sido la mujer sufriente, la mujer siempre justa, la mujer orante y sobre todo, la

portadora de la esperanza, en definitiva, ella es la madre de la esperanza hecha persona, Jesús.


53

Capítulo III

La Esperanza Cristiana, Camino de Liberación en el Hombre de Hoy

Abrirse a la esperanza es realmente una realidad constitutiva en el ser humano, por

consiguiente, “lo primero que debe afirmarse acerca de la esperanza es la hondura y la

universalidad de su implantación en el corazón del hombre” (Entralgo, 1978, pág. 10). Desde la

mera realidad antropológica, tal hondura de la esperanza en el ser humano, expone que el hombre

de toda historia y de todo lugar se sitúa en su realidad temporal, es decir, que está en el plano de

lo corporal y lo mundano, resaltando así su identidad finita de ser persona, lo que conlleva a

pensarse así mismo, verse dónde está parado y hacia dónde va o quiere ir.

Cabe resaltar que la esperanza sustenta al hombre, puesto que, con ella se ajusta a la

realidad en que está situado, tratando de vivir el presente, asintiendo quiera o no lo que el pasado

le ha dejado y, se muestra proclive hacia el futuro en razón de un mejor desenvolvimiento de sí

mismo por el anhelo dinámico que conlleva tal expectación.

La esperanza, como lo común humano, se convierte en cuestión y tarea que a la hora de concretarse

recibe respuestas diferentes. La respuesta religiosa (…) aparece hoy, en un mundo secularizado,

como una respuesta que se caracteriza por encontrar en Dios su fundamento último y definitivo

(Queiruga, 2005, pág. 228).

La esperanza cristiana es uno de los temas que más resuena en la vida del hombre,

propiamente, en los discursos o reflexiones espirituales y existenciales de los cristianos. Al

parecer, casi todos pretenden manejar ideas o experiencias con respecto a ella, pero a la hora de

precisar su identidad, su contenido o su especificidad, se les escapa de las manos, puesto que, va

más allá de cualquier otro sentido de esperanza, en tanto que, ésta en su realidad experiencial y

desde su objetividad, enmarca una acción de trascendencia y de liberación para el hombre.


54

La esperanza cristiana en su realidad experiencial transforma a la persona humana,

garantizando así, una verdadera libertad que le da sentido y valor a la misma en su existencialidad,

en tanto que, la integra en su totalidad y la hace partícipe de una exigencia radical. Por

consiguiente, ante una sociedad alienada tanto por un nihilismo radical (desesperanza total) como

de un quietismo (confianza total), o frente a un mero existencialismo, sólo la esperanza cristiana

garantiza la verdad absoluta de salvación, teniendo presente la dimensión antropológica y

espiritual del hombre.

Es realmente impresionante como la esperanza cristiana permite que el hombre sea libre,

puesto que, sigue el camino de la verdad en la persona de Jesús (cf. Jn 8, 32b), sin embargo, cuando

se pierde la esperanza se es esclavo de toda falsedad, de allí que, las ideologías políticas y las mal

llamadas ideologías de género, entre otras realidades nefastas, sean muestras de esas falsas

esperanzas que pretenden tergiversar la verdad del contenido salvífico de la esperanza cristiana,

no obstante, ésta última al no ser una ideología se sobrepone ante toda falsa esperanza.

En definitiva, es absurdo concebir a un cristiano sin esperanza, puesto que, la misma no es

cuestión de mero sentimiento, sino que, correspode a una verdadera experiencia de fe, de valor, de

coraje, de fidelidad ante las dificultades, en concreto, el cristiano debe asumir la esperanza cristiana

como don del resucitado que se dona siempre para su salvación plena.

1. La Esperanza que Encarna los Valores del Reino

La esperanza cristiana coloca al hombre de cara a los valores del Reino de Dios predicado

por la persona de Jesucristo. Pero el ser humano contemporáneo vive en una época de

incertidumbre, duda, desconsuelo y un sinsentido de la vida, siendo esto la única certeza que le

ofrece la modernidad junto con sus grandes avances técnicos. Éste tiene todo al alcance de la mano,
55

parece que esta sociedad de consumo le ofrece todo, pero en el fondo de este ser humano,

encontramos una vaciedad que no puede saciar.

Con mucha certeza el CEC muestra cuál es el verdadero sentido de la esperanza cristiana.

La virtud de la esperanza corresponde al anhelo de felicidad puesto por Dios en el corazón de todo

hombre; asume las esperanzas que inspiran las actividades de los hombres; las purifica para

ordenarlas al Reino de los cielos; protege del desaliento; sostiene en todo desfallecimiento; dilata

el corazón en la espera de la bienaventuranza eterna. El impulso de la esperanza preserva del

egoísmo y conduce a la dicha de la caridad (CEC 1818).

Los valores del Reino están encarnados y se viven desde la esperanza cristiana. Si no hay

esperanza no funciona la justicia y la búsqueda del bien común, si no es desde la esperanza no se

podría creer en la verdad, la paz y el amor.

Ante esto, la esperanza cristiana se debate y sufre las consecuencias de los cambios

culturales de esta época. Aunque su comprensión parta de una promesa de Dios, de un don divino,

del encuentro con la persona de Jesucristo y de la adhesión de su evangelio, es notable que ésta

desde la vida del hombre se va diluyendo en una comprensión utilitarista y casi sin importancia.

Ya el hombre moderno no desea creer, lo que prefiere es asegurarse. Vivir desde lo seguro, desde

lo que se puede controlar.

1.1 Testimonio de Vida Cristiana

El testimonio del cristiano, ante la desesperación como ausencia de sentido en la vida del

hombre y, producto de ello, una vida que desemboca en el materialismo sin dejar espacio a la

esperanza, toma fuerza y sentido, en tanto que, viene a ser como una puerta que se abre a un

renacer, a un comenzar de nuevo, a una verdadera esperanza. De allí que, en la vida cristiana la
56

esperanza debe de estar muy unida a la fe y a la caridad. Esto la salva de ser una somera idea

utópica e irrealizable en el tiempo y en el espacio, por lo que, sin duda alguna, la fe la sostiene y

la caridad la baja a lo concreto de la vida del hombre.

Moltmann sostiene que “sin el conocimiento de la fe, fundado en Cristo, la esperanza se

convierte en una utopía que se pierde en el vacío” (1972, pág. 26). Al igual, sin la esperanza la fe

se diluye y cae en el pesimismo, “en fe muerta” (Moltmann, 1972, pág. 26). Ya Jesucristo en su

evangelio nos lo recuerda:

“No andéis, pues, preocupados diciendo: ¿Qué vamos a comer?, ¿qué vamos a beber?, ¿con qué

vamos a vestirnos?, pues por todas esas cosas se afanan los paganos. Vuestro Padre celestial ya

sabe que tenéis necesidad de todo eso. Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y todas esas

cosas se os darán por añadidura. Así que no os preocupéis del mañana, pues el mañana se

preocupará de sí mismo: cada día tiene bastante con su propio mal” (Mt 6,31-34).

La esperanza cristiana se manifiesta desde el comienzo de la predicación de Jesús, de

manera más concreta en la proclamación de las bienaventuranzas. La vida desde las

bienaventuranzas eleva nuestra esperanza hacia el cielo como hacia la nueva tierra prometida;

trazan el camino hacia ella a través de las pruebas que esperan pasar aquellos que mantienen su fe

en Jesucristo. Él nos lo recuerda: “buscad el Reino de Dios y su justicia” (cf. Mt 6,33).

La esperanza es ―el ancla del alma, segura y firme, que penetra... ―a donde entró por nosotros

como precursor Jesús (Hb 6, 19-20). Es también un arma que nos protege en el combate de la

salvación: ―Revistamos la coraza de la fe y de la caridad, con el yelmo de la esperanza de salvación

(1 Ts 5, 8). Nos procura el gozo en la prueba misma: ―Con la alegría de la esperanza; constantes

en la tribulación (Rm 12, 12). Se expresa y se alimenta en la oración, particularmente en la del

Padre Nuestro, resumen de todo lo que la esperanza nos hace desear (CEC 1820).
57

El hombre de hoy, el que vive desde la fe en la Trinidad – Padre, Hijo y Espíritu Santo-

tiene la misión de testimoniar lo posible que es vivir desde la esperanza cristiana. Es así, que

“mediante la fe encuentra el hombre la senda de la verdadera vida, pero solo desde la esperanza

le mantiene en esa senda” (Moltmann, 1972, pág. 26). El mundo de hoy le creerá cuando lo vea

vivir desde el amor, el perdón, la verdad, la coherencia y la obediencia a su Señor.

El cristiano no debe vivir desde su pociones e hipótesis sino desde la certeza que le otorga

la esperanza. Pero debe de comprender bien que la esperanza no es una posibilidad más de entre

tantas otras, sino que es el proceso al que se adhiere el cristiano que desea vivir desde la perspectiva

de Dios. La esperanza abre al hombre el proceso de la conversión que lo lleva a la adhesión a la

persona de Jesús y su mensaje. Un proceso que se convierte en un retorno al Padre de la vida y de

la misericordia, que lo lleva a confiar en su Divina Providencia.

El mundo con todo su entramado ideológico, ve en la esperanza cristiana como un

espejismo o una fantasía optimista, pero para la doctrina cristiana es un único modo de vida que le

introduce en la esfera de Dios y lo lanza a vivirlo en el ambiente en que le toca estar. Es misión

del cristiano transformar el mundo, iluminar las sombras de muerte que acechan a los hombres de

hoy y testimoniar que sí es posible confiar y abandonarse en las manos del Dios de la vida que

“quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1Tim 2,4).

1.2. El Compromiso Cristiano

La Iglesia sigue cumpliendo con su misión de anunciar el Evangelio, enseña al hombre, en

nombre de Cristo, su dignidad propia y su vocación a la comunión de las personas; y le descubre

las exigencias de la justicia y de la paz, conformes a la sabiduría divina (cf. CEC 2419).
58

El hombre de esta época no puede negarse que no se le ha anunciado la vida desde la

esperanza que surge desde la dimensión del Evangelio de Jesucristo. Es así, que la promesa de

Dios y la resurrección de Jesucristo suscita en los cristianos la esperanza fundada, que para todas

las personas humanas está preparada una morada nueva y eterna, una tierra en la que habita la

justicia (cf. 2 Co 5,1-2; 2 P 3,13). Ya esto nos saca de la pusilanimidad y nos traslada a una vida

activa desde la fe, la esperanza y la caridad.

Los bienes, como la dignidad del hombre, la fraternidad y la libertad, todos los frutos buenos de la

naturaleza y de nuestra laboriosidad, difundidos por la tierra en el Espíritu del Señor y según su

precepto, purificados de toda mancha, iluminados y transfigurados, pertenecen al Reino de verdad

y de vida, de santidad y de gracia, de justicia, de amor y de paz que Cristo entregará al Padre y

donde nosotros los volveremos a encontrar (DSI 57).

Ante el escepticismo y el relativismo reinante en el mundo actual, la Iglesia enseña al

hombre “que Dios le ofrece la posibilidad real de superar el mal y de alcanzar el bien” (DSI 578).

Es la esperanza cristiana quien confiere una fuerte determinación al cristiano en el compromiso en

campo social, “infundiendo confianza en la posibilidad de construir un mundo mejor, sabiendo

bien que no puede existir un paraíso perdurable aquí en la tierra” (DSI 579).

El cristiano no puede esconder la esperanza que guarda en su interior. Debe de manifestarla

en su diario vivir. Es la búsqueda del bien común, de la justicia, de la construcción de la paz… que

deben de motivar su accionar en el mundo. Las sociedades tienen hambre de verdad y certezas que

la conduzcan a lo fundamental y al verdadero sentido de la vida. El cristiano es el responsable de

darla a conocer, por tanto, “las motivaciones religiosas de este compromiso pueden no ser

compartidas, pero las convicciones morales que se derivan de ellas constituyen un punto de

encuentro entre los cristianos y todos los hombres de buena voluntad” (DSI 579).
59

El hombre de fe y de buena voluntad está llamado a construir la civilización del amor y de

la esperanza. Hay muchos que son profetas de la desesperanza y del sinsentido de la vida, pero es

deber de todo cristiano ser testigo convencido de la esperanza que surge desde la vivencia de los

valores del Reino de Dios.

La esperanza debe de estar presente y penetrar todas las relaciones sociales, especialmente

de aquellos que trabajan por la restauración de la dignidad de la persona humana, la búsqueda de

la verdad y la lucha por la libertad del hombre. Es un deber construir una sociedad más humana,

más digna y libre de todo vicio de mal que pueden dañar las relaciones del hombre con sus

semejantes, con su Creador y con la creación.

Ante los sufrimientos que se muestran en el mundo actual, la doctrina cristiana ofrece un

camino seguro para acompañar las angustias y sufrimientos de los hombres de hoy, sobre todo los

más vulnerables a causa de las injusticias de nuestras estructuras políticas, económicas y culturales

de los pueblos. Con la esperanza como un don y una tarea en la vida del cristiano, está llamado a

abrirse a una dimensión concreta de vida que parta desde los valores del Reino que le llevan a la

vivencia de la fe, la esperanza y la caridad para humanizar este dolor y sufrimiento que embarga a

muchos hombres y pueblos que sufren los embates del pecado y del mal estructural.

Quien no conoce a Dios, aunque tenga múltiples esperanzas, en el fondo está sin esperanza, sin la

gran esperanza que sostiene toda la vida (cf. Ef 2,12). La verdadera, la gran esperanza del hombre

que resiste a pesar de todas las desilusiones, sólo puede ser Dios, el Dios que nos ha amado y que

nos sigue amando «hasta el extremo», «hasta el total cumplimiento» (cf. Jn 13,1; 19,30) (cf. SS #

27).
60

Es compromiso del cristiano ser ejemplo de vida, de esperanza, que trabaja por un mundo

más humano, más digno, más libre y más cristiano. Compromiso que debe de hacerse realidad en

las relaciones del hombre con sus semejantes en las situaciones complejas que le toquen vivir.

2. Acompañamiento Integral de la Persona Humana

La constitución antropológica del hombre está compuesta bajo un trípode perfectamente

constituido y vinculado entre sí. El alma, cuerpo y espíritu determinan al hombre como un todo

integrado. De tal forma que, cuando se accede al encuentro con el otro, se produce un acercamiento

a otra “galaxia” en la cual se producen miles de choques y conexiones moleculares, de partículas,

emociones e ideas que deberían de integrar a las personas.

Ahora bien, ¿Por qué colocar una cierta duda en el debería? ¿Existe la probabilidad que el

hombre sólo logre “formar” en sí mismo una parte de su ser? En este orden de ideas, es importante

señalar el hecho que las personas cuando son acompañadas, en este caso por un guía espiritual,

deberían en todo momento estar pendientes, partiendo no necesariamente de un presupuesto

espiritual, sino más bien, desde una dimensión antropológica – corpórea, puesto que, toda la

persona humana está cimentada sobre una base antropológica, es decir; toda ella es una integración.

Uno de los ejemplos más claros de acompañamiento integral es la persona de Jesucristo,

su acercamiento a la persona traspasaba el límite semítico, hasta llegar al punto de la compasión

(cf. Lc 7, 13; Mc 10, 21). El acompañamiento de Jesús para con sus discípulos les llenaba de

esperanza porque accedía a la integralidad de la persona, no sólo les devolvía la esperanza, sino

también la vida y con ello la inserción a la comunidad. Por lo tanto, partiendo desde el

acompañamiento del Maestro, el acompañante conduce al acompañado a la esperanza, a la vida

para llegar finalmente a la inserción en la sociedad – comunidad humana.


61

En definitiva, a este proceso: esperanza – vida – inserción, Pedro Laín Entralgo en su obra

«Antropología de la esperanza» le llamará “la esperanza del espíritu encarnado”:

En el curso real de su vida, el hombre es más veces «carne espiritualizada», sarx, que «espíritu

encarnado», pneuma. En tal caso, y siempre desde el punto de vista del espíritu, ¿cuál podrá ser la

actitud frente al futuro? ¿Cómo habrá de realizar su futurición una inteligencia carnal? Más

concretamente: puesto que el espíritu, que es inteligencia y libertad, no puede dejar de «conocer»,

¿cómo logrará orientarse en lo que todavía «no es»? Conviene distinguir entre el futuro del mundo

cósmico y el de la realidad propia (Entralgo, 1978, pág. 80).

Es decir, en el acompañamiento integral no sólo se busca integrar toda la persona humana,

sino también que el camino de esperanza que se pretende redescubrir conlleve la aceptación,

asimilación y elaboración de la realidad que la persona debe enfrentar. A esto se le conoce como

“espíritu encarnado”. Hay una realidad que la persona en un estado de desesperanza no puede

obviar, no como un espacio cósmico, sino más bien, como un estado intelectivo a cuál debe acceder

para vencer miedos o retos.

Por consiguiente, sólo después de acceder a la integralidad de la persona inserto en una

realidad concreta (espíritu encarnado) es como se puede lograr un camino procesual de: esperanza,

vida e inserción en la sociedad o realidad. Es precisamente el proceso antropólogos – teológico

que siguió Jesús con la viuda de Naín, les devolvió a la viuda y su hijo, vida, una nueva esperanza,

y finalmente los inserta en la comunidad. Delante de la esperanza cristiana toda desesperanza se

detiene “y, acercándose, tocó el féretro, y los que lo llevaban se detuvieron” (Lc 7, 14a) para dar

paso a una nueva vida.

Ahora bien, ¿cómo responder a una realidad de sin sentido en la vida del hombre? La

Iglesia como Madre y Maestra ha buscado acompañar a los hombres y mujeres que han caído en
62

un vacío existencial a partir de la antropología teológica, es decir; Cristo es la fuente de toda

esperanza.

2. 1 Talleres de formación humana

La siguiente temática pretende desarrollar un proceso de acompañamiento a la integralidad

de la persona humana a partir de tres talleres, seguido de un acompañamiento personalizado a

quien lo requiera.

2. 1. 1 La esperanza cristiana como base de toda esperanza

Es claro que el hombre comprende en toda su infraestructura humana una realidad

existencial, que le hace partícipe activo de esperanzas humanas, sin embargo, “la esperanza

cristiana se levanta sobre cimientos distintos a los evocados a propósito de las utopías seculares”

(Peña, 1996, pág. 16), esto significa que, la vivencia de esta esperanza desde la realidad cristiana

no se queda en lo superficial, sino que, por la fe, el hombre ahonda en su anhelo de confiar

plenamente en una persona concreta, de allí que, la base de la esperanza cristiana sea Jesucristo

resucitado.

Para concientizar a la persona acerca de la esperanza cristiana como base de toda esperanza,

es necesario abrir la experiencia del taller con realidades testimoniales de terceros que toquen el

corazón humano, de manera que, sea notable que no hay esperanza más cierta y más segura que la

cristiana, en tanto que, es Jesús liberando a la persona de toda esclavitud, pena, sufrimiento o dolor

que pueda estar pasando, resaltando así que, la esperanza cristiana no se sitúa en un campo utópico,

sino en la vanguardia de la realidad humana que camina hacia adelante, teniendo como fundamento

la persona de Jesús.
63

En segunda instancia, conviene hacer un ejercicio de introspección con el objetivo de hacer

una observación personal de la propia vida, llegando al punto de una reflexión sincera, a la que se

pueda referir en qué o en quién se está poniendo la esperanza, de manera que, a la luz de la reflexión

hecha se cuente con la certeza palpable de la acción activa de la esperanza cristiana, en tanto que,

como experiencia vivida es la única realidad capaz de entrar a la persona en el acompañamiento

de Cristo, que libra de toda opresión y genera confianza en medio de las tribulaciones. El objetivo

es soltarse de falsas esperanzas que en vez de dar libertad son medida de atadura para la persona

en toda su dimensionalidad.

Finalmente, se ha de abrir un espacio de tiempo prudencial para la escucha atenta hacia las

personas, de modo que, el interés sea notorio, así mismo, con la dinámica de preguntas y

respuestas, iluminar el campo de acción de las personas en sus relaciones interpersonales, con el

fin de confrontar la propia vida con la esperanza cristiana, en tanto que, la misma no es un mero

sentimiento, sino una realidad experiencial muy vital. Para este momento de atención es

imprescindible la presencia de psicólogos y directores espirituales que puedan ser pueste de

compañía para quien lo requiera. Se culmina el taller con oración y bendición, lo cual dará más

fuerza a la esperanza cristiana que se anuncia.

2. 1. 2 El sentido de la vida desde una visión teológica

Cristo es el principio, sentido y esperanza plena del hombre, sólo en Cristo el hombre

alcanza su plenitud perfecta y delante de Él toda desesperanza queda reducida en nada. En este

sentido el autor del libro a los Hebreos manifiesta: “Mantengamos firmes la confesión de nuestra

esperanza, pues quien hizo la promesa es fiel” (Hb 10, 23). De tal modo, que el cristiano se

sumerge en las promesas de Cristo, en ese momento la vida adquiere sentido.


64

Sin embargo, para poder alcanzar el sentido de la vida, la historia de vida de cada persona

necesita ser sanada y superada en la Gracia de Cristo Jesús. A este proceso se le puede conocer

como «el encuentro con tu historia personal de vida». Un ejercicio que en primera instancia se

requiere de silencio interior, de tal modo que la persona logre desvelar su historia de vida - teniendo

como referente la humanidad de Jesús.

En primer lugar, es necesario hacer una relectura de la vida de Jesús en su relacionalidad

consigo mismo, con su Padre y con las personas. De igual forma, analizar en qué consistía el

sentido de la vida de Jesús en su afán por hacer la voluntad de su Padre, es decir, Jesús contaba

con un PROYECTO DE VIDA muy bien definido. Esta primera parte puede ser abordada con 2

textos bíblicos que sintetizan la vida de Jesús, «servir y dar su vida en rescate por muchos» (cf.

Mt 20, 28) y los Hechos de los Apóstoles donde el autor sagrado resume toda la vida de Jesús en

solo versículo “pasó haciendo el bien” (10, 38).

Seguidamente, se lleva a la persona hacer una relectura de su propia vida, contrapuesta en

la vida de Jesús. En este punto la persona debería de hacer una introspección y descubrir cómo

está su relación consigo misma, con Dios y con los demás. ¿Existe un proyecto personal de vida?

Para este momento se plantea desarrollar el ejercicio: “La película de tu vida”. La cual, consiste

en llevar a la persona a revisar, experimentar, compartir si es posible o ver la película de su propia

vida, de la cual se parte para responder a las preguntas ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿Dónde

estoy existencialmente? ¿Para dónde voy?

Finalmente, se propone una noche de adoración Eucarística y la presentación a Jesús

Sacramentado, en razón del planteamiento de un proyecto personal de vida. Este momento ha de

ser tenido como signo de la entrega a Cristo de su propia vida, puesto que sólo en Cristo la vida
65

tiene sentido. Lo decía Pannenberg: “lo que vale para la esperanza cristiana es que su fundamento

está fuera de nosotros mismos, es decir, en Jesús Cristo” (Pannenberg, 2009, pág. 245).

2. 1. 3 La inserción del hombre en el mundo como agente activo en la sociedad y en la Iglesia.

Naturalmente, una persona humana con esperanza y sentido de vida, es un agente de cambio

en medio de la sociedad y la Iglesia. En este sentido, la Constitución apostólica Gaudium et Spes,

inserta al hombre al engranaje de la sociedad. Lo impulsa a vencer las líneas del hombre moderno

y romper las barreras del individualismo. Ahora bien, para el desarrollo de este taller se proponen

dos materiales: El capítulo III «sentido de la actividad humana en el mundo» de Gaudium Et Spes

y la revisión de los principios de la Doctrina Social de la Iglesia (Bien común, la persona humana,

solidaridad y subsidiaridad), la familia y el trabajo. Estos temas tomados del DOCAT ¿Qué hacer?

De la Doctrina Social de la Iglesia.

Se ha de poner hincapié en que la persona debe lograr alcanzar un acompañamiento, en

efecto, el objetivo debe enfocarse en integrar a toda la persona humana. En este proceso la

esperanza del cristiano debe radicar en primera instancia en descubrir la esperanza cristiana, sólo

en este punto se le encuentra sentido a la vida, para ser inserto en los cambios de la sociedad y la

Iglesia.

En definitiva, la temática plateada a partir de estos tres talleres desarrollados en jornadas

diferentes tiene como objetivos específicos: descubrir la esperanza cristiana y el sentido de la vida

partiendo desde la vida de Jesús y finalmente en la inserción del hombre en la sociedad y en la

Iglesia, de tal forma que éste se cuestione y en él ahora se pregunte ¿Qué hacer?, puesto que, debe

comprender que Cristo lo necesita, que es importante en el caminar de la sociedad, no sólo es un

espectador, sino también debe ser un agente de cambio.


66

2. 2. La esperanza en Cristo, con Cristo y la esperanza definitiva (Retiro Espiritual)

El objetivo de este apartado no consiste precisamente en desarrollar el retiro, sino más bien

presentar una posible ruta o propuesta pastoral para llevar a cabo este encuentro con Jesús. El

cristiano, es más, el hombre como un todo integrado sólo puede esperar en Cristo, con Cristo y

para Cristo.

La esperanza en Cristo: (Texto base Rm 8, 22-25). En este apartado el objetivo consiste

en mostrar un camino de una espera perseverante. El hombre debe ser consiente que, al momento

de experimentar un espíritu encarnado, estará sujeto a muchas dificultades: el camino no es fácil.

Es necesario mostrar un espíritu perseverante, el cual se logra única y exclusivamente en Cristo,

Él es la única vía de perseverancia.

Toda esperanza que no esté fundamentada en Cristo, es efímera y carente de sentido. Puesto

que, el fin último de la esperanza en Cristo es perseverar por un premio que no se marchita (cf. 1

Cor 9, 25). Un ejercicio propuesto para este primer momento del retiro consiste en exponer a la

persona a “situaciones límites”. Por ejemplo, la muerte, una enfermedad, la pérdida de un ser

querido, quedarse sin empleo, etc. ¿Cómo reaccionaría ante una situación límite?

La esperanza con Cristo: (Texto base Lc 24). Dice el escritor sagrado que “dos de ellos

iban caminando hacia una aldea llamada Emaús” (v 13) los más probable que aquellos dos

discípulos iban desesperanzados, puesto que, Aquel en quienes ellos habían puesto su confianza

lo habían matado, “nosotros esperábamos que él liberaría a Israel” (v 21). Sin embargo, en medio

de la desolación, discusión, desesperanza y tristeza, Jesús se pone a caminar con ellos, de lado a

lado, en medio de los discípulos, “Jesús se acercó y se puso a caminar con ellos” (v 16).
67

El objetivo de este momento en primer lugar consiste en ver la compañía de Jesús en medio

de la vida de cada discípulo, en medio de la comunidad que celebrar a Cristo Jesús. Jesús camina

con cada uno para dar esperanza a toda desesperanza. Sin embargo, esto se descubre cuando la

persona logra experimentar un encuentro con la Persona de Jesucristo. “¿Acaso no ardía nuestro

corazón cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras? (v 32).

Posteriormente, es necesario que la persona que está en un estado de desolación logre

experimentar un encuentro con Cristo aun en medio de dolor y la desesperanza. El estado de dolor,

angustia, depresión, soledad y todas aquellas emociones negativas que la persona esté

experimentando, es necesario conciliarlas y vincularas al dolor de Cristo en su vida pública, pasión

y muerte. Es decir, Cristo también sufre con el sufriente, llora con quien llora, Cristo está allí en

todo momento.

Finalmente, este encuentro que ya ha iniciado en este retiro se debe prolongar con el

acercamiento a la Palabra y los sacramentos. En este momento el acompañamiento es crucial en

los procesos de desolación de las personas, y no sólo es alimentar su espiritualidad, sino también

toda su integralidad como persona humana. Es un proceso en el cual tanto el acompañante como

el acompañando deben tener en cuenta que los momentos de desesperanzas pueden tocar de nuevo

a la puerta y entrar. En este sentido el acompañamiento integral es muy indispensable.

La esperanza definitiva: Cristo es la única y definitiva esperanza, es decir; la esperanza

cristiana tiene su punto definitivo en las promesas de Cristo Jesús.

No se turben. Crean en Dios y crean también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas moradas;

si no fuera así, a ustedes se lo hubiera dicho, porque voy a prepararles un lugar. Y, cuando haya

ido y les haya preparado un lugar volveré de nuevo y los llevaré conmigo, para que donde yo estoy

estén también ustedes (Jn 14, 1 - 3).


68

Esta es la esperanza definitiva de todo cristiano, alcanzar la plenitud en Cristo y con Cristo

en la vida eterna. En este sentido todos los cristianos luchan por una corona que no se marchita

(cf. 1 Cor 9, 25). De tal forma que la muerte no tiene poder sobre los que esperan en el Señor, san

Pablo, en relación a este orden de ideas, menciona tal acción en el cumplimiento de las Escrituras,

tomando parte del profe Óseas:

Cuando este ser corruptible se revista de incorruptibilidad y este ser mortal se revista de

inmortalidad, entonces se cumplirá lo que dice la Escritura: ¡La muerte ha sido devorada por la

victoria! ¡Muerte!, ¿dónde quedó tu victoria? ¡Muerte!, ¿dónde quedó tu aguijón? (1 Cor 15, 54 –

55; cf. Os 13, 14).

Lo mejor que le puede pasar a un cristiano que vive en una esperanza perseverante en Cristo

y con Cristo es la muerte. Sin embargo, la vida terrenal tiene sentido en Cristo y por ende el

cristiano es un peregrino al estilo de san Pablo, “Me siento atraído por ambas cosas: por un lado,

deseo partir para estar con Cristo, que sin duda es mucho mejor, y, por otro, quiero quedarme en

este mundo, ya que sería más necesario para ustedes” (Fil 1, 23-24) como un fiel trabajador en la

viña del Señor para la construcción del Reino de Dios.

En definitiva, todo cristiano que espera en el Señor debe estar en un constante anhelo por

alcanzar el Reino de Dios, puesto que “Nosotros, en cambio, somos ciudadanos del cielo, de donde

esperamos como salvador a Jesucristo, el Señor” (Fil 3, 20). En esto consiste la esperanza

definitiva, en vivir eternamente en la presencia de Jesucristo.

3. La Esperanza Cristiana, Luz que Ilumina al Hombre de Hoy

La esperanza cristiana es una luz para el hombre de hoy, puesto que, éste a diario

experimenta luchas, desafíos, problemas, aciertos y desaciertos. Como dice el apóstol Pablo:
69

“Pues sabemos que la creación entera viene gimiendo hasta el presente y sufriendo dolores de

parto” (Rm 8,22).

Estas son algunas realidades sociales, dolores o problemas que atañen al hombre de hoy y,

que al mismo tiempo son desafíos para hacer notar el ímpetu de la esperanza: la sed de justicia, la

migración, la violencia, las guerras, la pobreza, la desintegración familiar, las ideologías nefastas

de políticas o de género, entre otras realidades sociales.

En este sentido, problema, significa que se debe y se tiene que estar alertas, ¡todos alerta!,

sin exclusión alguna y, a la vez significa un paso a la esperanza, porque todo problema tiene una

causa, un principio, pero sobre todo una solución. El cristiano, es un hombre de esperanza, por lo

tanto, es parte importante para la solución de cualquier problema social.

Con razón afirma la Constitución Gaudium et Spes, que el cristiano:

“se siente íntima y realmente solidario del género humano y de su historia”, del mismo modo, “los

gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo

de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los

discípulos de Cristo” (GS #1).

Por consiguiente, detalla el papa Benedicto XVI que: “se nos ofrece la salvación en el

sentido de que se nos ha dado la esperanza, una esperanza fiable, gracias a la cual podemos

afrontar nuestro presente” (SS #1). La esperanza como luz que ilumina al hombre de hoy, denota

que el cristiano, sumergido el proceder de Dios es capaz de portar la esperanza que de Dios ya se

da en bien y gracia para la humanidad.


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La esperanza cristiana, por tanto, dentro de la historia humana cumple un papel importante,

puesto que, relaciona al hombre con a la persona de Jesús, en tanto que, ya no sólo es conocimiento

sino también realidad presente que se hace y se trabaja.

El mensaje cristiano no era sólo “informativo”, sino “performativo”. Eso significa que el Evangelio no

es solamente una comunicación de cosas que se pueden saber, sino una comunicación que comporta hechos

y cambia la vida. La puerta oscura del tiempo, del futuro, ha sido abierta de par en par. Quien tiene

esperanza vive de otra manera; se le ha dado una vida nueva (SS #2)

3.1. La Esperanza Cristiana, Luz que Humaniza

El hombre en su realidad personal y comunitaria está siendo socavado por la

deshumanización, puesto que, el consumismo, la ambición de tener y el materialismo, así como el

afán de poder y la autosuficiencia como flagelos hacia él están obviando su integridad y su

dignidad de ser persona.

Por consiguiente, frente a estos desafíos, la esperanza cristiana se muestra como la puerta

siempre abierta, en donde, al pasar por ella toda realidad sombría se esclarece, y en donde todo

sufrimiento, pena o dolor adquiere un sentido esperanzador. Es aquí donde todo cristiano ha de

hacer valer su experiencia de fe y de esperanza que ostenta, de manera que, en su armonía y en su

acercamiento con sus semejantes haga de esta esperanza cristiana un camino de luz y un

fundamento de humanización.

Jesús en el evangelio hace hincapié de esta humanización, teniendo de base su discurso de

ser sal de la tierra y luz del mundo:

«Vosotros sois la sal de la tierra. Mas si la sal se desvirtúa, ¿con qué se la salará? Ya no sirve para

nada más que para ser tirada afuera y pisoteada por los hombres. «Vosotros sois la luz del mundo.

No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte. Ni tampoco se enciende una lámpara
71

para ponerla debajo del celemín, sino en el candelero, para que alumbre a todos los que están en la

casa. Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y alaben a

vuestro Padre que está en los cielos (Mt 5, 13-16).

El cristiano en Jesús ha de tener un paradigma esperanzador, en tanto que, en su misión de

humanizar ve en Él una dinamicidad en la que no se espera por esperar, sino que, a la luz de la

palabra recibida, hace de la esperanza cristiana un estilo de vida, que con tiempo y paciencia

obtiene gracia y bendición. Por consiguiente, la esperanza cristiana hace del cristiano una persona

coherente, en tanto que, siguiendo la palabra de Jesús al presentarlo como sal y luz, denota una

exigencia mayor, donde ha de pasar de una somera caridad particular a una profunda caridad social,

puesto que, en razón de su vivencialidad y experiencia con Cristo ha de ser un agente de justicia.

En concreto, es muy necesario que el trabajo o servicio que desde la realidad cristiana se

realiza en medio de las situaciones que someten a la persona en el mundo, pueda ser siempre

transmitido en pos de la esperanza, puesto que, en concordancia con el mensaje de Jesús, ésta tiene

que verse no tanto en palabras, sino en obras, es decir, con hechos.

3.2. La Dimensión Samarita, Praxis de la Esperanza Cristiana

La esperanza cristiana en su dinamicidad y en cuanto que es una realidad experiencial, es

una virtud en la vida de los hombres, con mayor énfasis en los cristianos. Su acontecer no depende

del ímpetu humano, sino de la iniciativa divina, en tanto que, es Dios suscitando su gracia en el

corazón de los hombres. Sin lugar a dudas, la esperanza cristiana se vuelve un don, puesto que, en

torno a la dimensión samaritana de la Iglesia se expone en el servicio de la caridad, y por la fe se

fortalece más y más.

La esperanza cristiana en relación a la dimensión samaritana se fortalece cada que en el

obrar del cristiano se pone énfasis en el hacer de Dios, puesto que, esta esperanza que emana de
72

Él, tiene como realidad frontal esperar contra toda esperanza (cf. Rm 4, 18) De allí que, sólo “la

caridad cristiana es ante todo y simplemente la respuesta a cada necesidad inmediata en una determinada

situación: los hambrientos han de ser saciados, los desnudos vestidos, los enfermos atendidos para que se

recuperen, los prisioneros visitados” (DCE, 2005, pág. 48, n 31). En definitiva, la acción de la dimensión

samaritana es la praxis de la esperanza cristiana en la vida de los hombres.

Desde esta visión, la esperanza cristiana induce a la persona a ser activa en el servicio,

donde siempre vaya hacia adelante. Cabe resaltar que la dimensión samaritana relacionada a la

esperanza cristiana, se gesta y crece en y por el amor de Cristo, haciéndola posible a pesar de las

desesperanzas en que el hombre se ve inmerso.

En la sintonía del encuentro y la armonía con los demás, el cristiano como portador de la

esperanza, ha de saber expresar lo que en palabras sencillas ha dicho el papa Francisco en audiencia

general el 20 de septiembre de 2017, que “la esperanza nos lleva a creer en la existencia de una

creación que se extiende hasta su cumplimiento definitivo, cuando Dios será todo en todos” (AG,

Francisco, 2017).
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Conclusión

La esperanza cristiana es una realidad muy compleja, dado que, el foco de atención al que

se dirige es la persona humana, y más aún, por la realidad experiencial que comprende la misma,

puesto que, cada experiencia difiere una de la otra. Ciertamente, la objetividad es que haya

esperanza cierta en la vida humana frente a los desafíos o problemas en los que el hombre se ve

insertado, sin embargo, este enfoque de la esperanza cristiana es un proceso que se hará en la

persona en la medida que ésta también se dé la oportunidad de conocer y descubrir el sentido

propio de la esperanza como tal.

El fin de la temática: “la esperanza cristiana como respuesta al vacío existencial del hombre

de hoy”, busca profundizar en la vida humana qué es lo que anhela, y a su vez, en qué está poniendo

sus esperanzas. Definitivamente, se busca concientizar al hombre en que la esperanza no es algo

natural, sino sobrenatural, que no se queda en lo material, sino que trasciende a lo eterno, puesto

que, no se adhiere a lo posible, sino a lo imposible.

1. En relación a las nociones de la esperanza en AT, el hombre que está inmerso en una

sociedad y propiamente en una historia que marcha hacia un fin, ha de asumir la esperanza como

una realidad inherente en la vida y, teniendo el paso del hombre bíblico en sus diferentes contextos

históricos, pueda descubrir que la esperanza no es una idea ingenua, sino una realidad experiencial

que se suscita a medida se avanza en la propia vida y en los acontecimientos de cada persona.

2. En torno a la esperanza hecha persona en Jesús, el hombre ha de tener presente que puede

fijar su confianza y su esperanza en un ser concreto y no en una vana y somera realidad secular.

El encuentro personal con la persona de Jesús es muy importante, de allí que, la perspectiva bíblica

acerca de Jesús como la Palabra revelada, es a su vez, la esperanza encarnada, que se hace vida y

experiencia en la existencia humana, que le lleva a buscar su plenitud futura.


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3. En razón de la esperanza cristiana, camino de liberación en el hombre de hoy, la praxis

cristiana ha de contemplar en los desesperanzados un campo teológico de servicio, en donde, los

creyentes han de darse por completo para el bien de los necesitados en la esperanza, así pues, se

vayan rompiendo las cadenas que someten la libertad de las personas en el mundo, teniendo en el

panorama a Jesús, fuente de toda esperanza que libera y da vida eterna.


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