Cuentos Originales
Cuentos Originales
Cuentos Originales
se ira soltando. No ignoro que deseas crecer pronto... Pues bien, te concedo el
don de desenrollar el hilo a tu antojo, pero todo aquello que hayas desenrollado
no podrás ovillarlo de nuevo, pues los días pasados no vuelven.
El príncipe, para cersiorarse, tiro con ímpetu del hilo y se encontró convertido
en un apuesto príncipe. Tiro un poco mas y se vio llevando la corona de su
padre. ¡Era rey! Con un nuevo tironcito, inquirió:
Dime bobina ¿Cómo serán mi esposa y mis hijos?
En el mismo instante, una bellísima joven, y cuatro niños rubios surgieron a su
lado. Sin pararse a pensar, su curiosidad se iba apoderando de él y siguió
soltando mas hilo para saber como serian sus hijos de mayores.
De pronto se miro al espejo y vio la imagen de un anciano decrépito, de
escasos cabellos nevados. Se asusto de sí mismo y del poco hilo que quedaba
en la bobina. ¡Los instantes de su vida estaban contados! Desesperadamente,
intento enrollar el hilo en el carrete, pero sin lograrlo. Entonces la débil vocecilla
que ya conocía, hablo así:
Has desperdiciado tontamente tu existencia. Ahora ya sabes que los días
perdidos no pueden recuperarse. Has sido un perezoso al pretender pasar por
la vida sin molestarte en hacer el trabajo de todos los días. Sufre, pues tu
castigo.
El rey, tras un grito de pánico, cayó muerto: había consumido la existencia sin
hacer nada de provecho.
El Caballo Amaestrado
a todas las hadas de las nieves a una fiesta en su palacio. Todas acudieron
envueltas en sus capas de armiño y guiando sus carrozas de escarcha. Pero
una de ellas, Alba, al oir llorar a unos niños que vivian en una solitaria cabaña,
se detuvo en el camino.
El hada entro en la pobre casa y encendio la chimenea. Los niños, calentan-
dose junto a las llamas, le contaron que sus padres hablan ido a trabajar a la
ciudad y mientras tanto, se morian de frío y miedo.
-Me quedare con vosotros hasta el regreso de vuestros padres -prometio ella.
Y así lo hizo; a la hora de marchar, nerviosa por el castigo que podía imponerle
su soberana por la tardanza, olvido la varita mágica en el interior de la cabaña.
El Hada de las cumbres contemplo con enojo a Alba.
Cómo? ,No solo te presentas tarde, sino que ademas lo haces sin tu varita?
¡Mereces un buen castigo!
Las demas hadas defendian a su compañera en desgracia.
-Ya se que Alba tiene cierta disculpa. Ha faltado, sí, pero por su buen corazon,
el castigo no sera eterno. Solo durara cien años, durante los cuales vagara por
el mundo convertida en ratita blanca.
Amiguitos, si veis por casualidad a una ratita muy linda y de blancura des-
lumbrante, sabed que es Alba, nuestra hadíta, que todavia no ha cumplido su
castigo...
Nuez de Oro
erase un campesino suizo de violento caracter poco simpático con sus amigos
y cruel con los animales, especialmente los perros, a los que trataba a
pedradas.
Un día de invierno, tuvo que aventu-rarse en las montañas nevadas para ir a
recoger la herencia de un pariente, pero se perdió en el camino. Era un día
terrible y la tempestad se abatió sobre él. En medio de la oscuridad, el hombre
resbaló y fue a caer al abismo. Entonces llamó a gritos, pidiendo auxilio, pero
nadie llegaba en su socorro. Tenía una pierna rota y no podía salir de allí por
sus propios medios.
-Dios mío, voy a morir congelado...
-se dijo.
Y de pronto, cuando estaba a punto de perder el conocimiento, sintió un aliento
cálido en su cara. Un hermoso perrazo le estaba dando calor con inteligencia
casi humana. Llevaba una manta en el lomo y un barrilito de alcohol sujeto al
cuello. El campesino se apresuró a tomar un buen trago y a envolverse en la
manta. Después se tendió sobre la espalda del animal que, trabajosamente, le
llevó hasta lugar habitado, salvándole la vida.
¿Sabéis, amiguitos qué hizo el campesino con su herencia? Pues fundar un
hogar para perros como el que le había salvado, llamado San Bernardo. Se
dice que aquellos animales salvaron muchas vidas en los inviernos y que
adoraban a su dueño
Caperucita y Los Aves
la peor parte, pues en el eterno manto de nieve que cubría la tierra no podían
hallar sustento.
Caperucita Roja, apiadada de los pequeños seres atrevidos y hambrientos,
ponia granos en su ventana y miguitas de pan, para que ellos pudieran
alimentarse. Al fin, perdiendo el temor, iban a posarse en los hombros de su
protectora y compartían el cálido refugio de su casita.
Un día los habitantes de un pueblo cercano, que también padecían escasez,
cercaron la aldea de Caperucita con la intención de robar sus ganados y su
trigo.
-Son más que nosotros -dijeron los hombres-. Tendríamos que solicitar el envío
de tropas que nos defiendan.
-Pero es imposible atravesar las montañas nevadas; pereceríamos en el
camino -respondieron algunos.
Entonces Caperucita le habló a la paloma blanca, una de sus protegidas. El
avecilla, con sus ojitos fijos en la niña, parecía comprenderla. Caperucita Roja
ató un mensaje en una de sus patas, le indicó una dirección desde la ventana y
lanzó hacia lo alto a la paloma blanca.
Pasaron dos días. La niña, angustiada, se preguntaba si la palomita habría
sucumbido bajo el intenso frío. Pero, además, la situación de todos los vecinos
de la aldea no podía ser más grave:
sus enemigos habían logrado entrar y se hallaban dedicados a robar todas las
provisiones.
De pronto, un grito de esperanza resonó por todas partes: un escuadrón de
cosacos envueltos en sus pellizas de pieles llegaba a la aldea, poniendo en
fuga a los atacantes.
Tras ellos llegó la paloma blanca, que había entregado el mensaje. Caperucita
le tendió las manos y el animalito, suavemente, se dejó caer en ellas, con sus
últimas fuerzas. Luego, sintiendo en el corazón el calor de la mejilla de la niña,
abandonó este mundo para siempre.