La Prostitucion - Emma Goldman
La Prostitucion - Emma Goldman
La Prostitucion - Emma Goldman
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La prostitución
Emma Goldman
(1869-1940). Anarquista lituana que desde los 16 años residió en EEUU. Realizó
importantes aportaciones al feminismo
29/09/2019
¿Cómo puede ser que esta institución, conocida hasta por los niños de teta, haya
sido descubierta recientemente? ¿Qué es, después de todo, este gran mal social,
-reconocido por todos los sociólogos- para que dé lugar a tanto ruido y a tanta
alharaca la publicación de todas esas informaciones?
Es lógico esperar que nuestros reformistas no dirán nada acerca de esta causa
fundamental. Comprenden demasiado que son verdades que rinden poco. Es más
provechoso desempeñar el papel del fariseo, esgrimir el pretexto de la moral
ultrajada, que descender al fondo de las cosas.
Sin embargo, hay una recomendable excepción entre los jóvenes escritores:
Reginald Wright Kauffmong, cuyo trabajo The House of Bondage es uno de los
primeros y serios esfuerzos para estudiar este mal social, no desde el punto de
vista sentimental del filisteísmo burgués. Periodista de vasta experiencia,
demuestra que nuestro sistema industrial no ofrece a muchas mujeres otras
alternativas que las de la prostitución. La heroína femenina que se retrata en The
House of Bondage, pertenece a la clase trabajadora. Si el autor hubiese pintado la
vida de una mujer de otra esfera, se habría hallado con idéntico asunto y estado
de cosas.
En ninguna parte se trata a la mujer de acuerdo al mérito de su trabajo; por eso,
ese procedimiento es todavía más flagrantemente injusto. Es imperiosamente
inevitable que pague su derecho a existir, a ocupar una posición cualquiera
mediante el favor sexual. No es más que una cuestión de gradaciones que se
venda a un hombre, casándose, o a varios. Que nuestros reformistas lo admitan o
no, la inferioridad social y económica de la mujer, es directamente responsable de
su prostitución.
Nuestros actuales reformistas podrían muy bien enterarse del libro del Dr. Sanger.
Entre 2,000 casos observados por él, son raros los que proceden de la clase
media, de un hogar en prósperas condiciones. La gran mayoría salen de las
clases humildes y son, por lo general, muchachas y mujeres trabajadoras; algunas
caen en la prostitución a causa de necesidades apremiantes; otras debido a una
existencia cruel de continuo sufrimiento en el seno de su familia, y otras debido a
deformaciones físicas y morales (de las que hablaré después). También para
edificación de puritanos y de moralistas, había entre esos dos mil casos,
cuatrocientas mujeres casadas que vivían con sus maridos. ¡Es evidente que no
existía mucha garantía de la pureza de ellas en la santidad del matrimonio!
El Dr. Blaschko en Prostitution in the Nineteenth Century, hace resaltar más aún
que las condiciones económicas son los más poderosos factores de la
prostitución.
Aunque la prostitución existió en todas las edades, es el siglo XIX el que
mantiene la prerrogativa de haberla desarrollado en una gigantesca
institución social. El desenvolvimiento de esta industria con la vasta masa
de personas que compiten mutuamente en este mercado de compra y
venta, la creciente congestión de las grandes ciudades, la inseguridad de
encontrar trabajo, dio un impulso a la prostitución que nunca pudo ser
soñado siquiera en periodo alguno de la historia humana.
Otra vez Havelock Ellis, aunque no se incline absolutamente hacia las causas
económicas, se halla empero obligado a admitir que directa o indirectamente éstas
vienen a ser uno de los tantos motivos, y de los principales. Encuentra, pues, que
un gran porcentaje de prostitutas se reclutan entre las sirvientas, no obstante sufrir
menos necesidades. Pero el autor no niega que la diaria rutina, la monotonía de
sus existencias de servidumbre, sin poder compartir nunca las alegrías de un
hogar propio, sea también causa preponderante que las obliga a buscar el recreo
y el olvido en la vida de los ficticios placeres de la prostitución. En otras palabras,
la muchacha que es sirvienta no posee nunca el derecho de pertenecerse a sí
misma; maltratada y fatigada por los caprichos de su ama, no puede encontrar
otro desahogo que el de prostituirse un día u otro, lo mismo que la muchacha de la
fábrica y de la tienda.
A todo esto se debe agregar lo que escribe el Dr. Sanger en su libro citado
anteriormente:
El papa Clemente II, dio a la publicidad una bula diciendo que se debía
tolerar a las prostitutas, porque pagaban cierto porcentaje de sus ganancias
a la Iglesia.
El papa Sixto IV fue más práctico; por un solo meretricio que él mismo
mandó construir, recibía una entrada de 20,000 ducados.
En los tiempos modernos la Iglesia se cuida más, respecto a este asunto. Por lo
menos abiertamente no fomenta el comercio del lenocinio. Encuentra mucho más
provechoso constituirse en un poder casi estatal, por ejemplo, la Iglesia de la
Santísima Trinidad, y alquilar a precios exorbitantes las reliquias de un muerto a
los que viven de la prostitución.
Pero sería demasiado parcial y superficial por nuestra parte, sostener que el factor
económico es la única causa de la prostitución. Hay otros no menos importantes y
vitales. Los mismos reformistas los reconocen, mas no se atreven a discutirlos, ni
hacerlos públicos, y menos aumentar esa cuestión, que es la savia de la
verdadera vida del hombre y de la mujer. Me refiero al tema sexual, cuya sola
mención produce ataques espasmódicos en la mayoría de las personas.
Se concede que una mujer es criada más para la función sexual que para otra
cosa; no obstante, se la mantiene en la más absoluta ignorancia sobre su
preponderante importancia. Cualquier cosa que ataña a este asunto se le suprime
con aspaviento, y la persona que intentara llevar la luz a estas espesas tinieblas,
sería procesada y arrojada a la cárcel. Sin embargo, sigue siendo incontrovertible
que mientras se continúe en la creencia que una joven no debe aprender a
cuidarse a sí misma, ni debe saber nada acerca de la más importante función de
su vida, no tiene que sorprendernos que llegue a ser fácil presa de la prostitución,
o de otra forma de relaciones, que la reducen a convertirse en un mero
instrumento sexual.
A esta criminal ignorancia se debe que la entera existencia de una joven resulte
deformada y estropeada. Desde hace tiempo la gente se halla convencida que un
muchacho, en su adolescencia, sólo responde al llamado de su naturaleza, es
decir, tan pronto como despierta a la vida sexual puede satisfacerla; pero nuestros
moralistas se escandalizarían al sólo pensar que una muchacha de esa edad
hiciese lo mismo. Para el moralista la prostitución no consiste tanto en el hecho
que una mujer venda su cuerpo, sino en que lo venda al margen del hogar, del
matrimonio. Este argumento no as muy infundado, ya que lo prueban la cantidad
de casamientos por conveniencias monetarias, legalizados, santificados por la ley
y la opinión pública; mientras que cualquier otra unión, aun siendo más
desinteresada y espontánea, será considerada ilegítima, y por ende condenada y
repudiada. Y eso que la prostitución, definida con propiedad, no significa otra cosa
que la subordinación de las relaciones sexuales a la ganancia. (Guyot, La
Prostitución).
Naturalmente, el matrimonio es el único fin a que tienden todas las jóvenes, pero a
miles de muchachas, cuando no pueden casarse, nuestro convencionalismo social
las condena al celibato o a la prostitución. Y la naturaleza humana afirma siempre
su improrrogable derecho, sin cuidarse de las leyes; ya que no existen razones
plausibles para que esa naturaleza se adapte a una pervertida concepción de
moralidad.
En un reciente libro, escrito por una mujer que regenteó una de esas casas, se
puede hallar la siguiente anotación: Las autoridades del lugar me obligaban a
pagar todos los meses, en calidad de multa de $14.70 a $29.70; las pupilas
debían pagar de $5.70 hasta $9.70 solamente a la policía. Si se tiene en cuenta
que la autora hacía sus negocios en una ciudad pequeña, las sumas que cita no
comprenden las extras en forma de contravenciones, coimas. etc.; de lo que se
puede deducir la enorme renta que reciben los policías de los departamentos,
extraídas, sonsacadas del dinero de esas víctimas, que ellos tampoco desean
proteger. Guay de la que se rehúse a obrar esa suerte de peaje; será arrastrada
como ganado, aunque no fuera más que para ejercer una favorable impresión
sobre los honestos y buenos ciudadanos de esas ciudades, o también para
obedecer a las autoridades que necesitan cantidades extras de dinero. además de
las lícitas. Para las mentalidades enturbiadas por los prejuicios que no creen a la
mujer caída incapaz de emociones, les será imposible imaginarse, sentir en carne
propia la desesperación, las afrentosas humillaciones, las lágrimas candentes que
vierte cuando la hunden cada vez más en el fango.
¿Parecerá acaso extraño que una mujer que regentara una de esas casas sepa
expresarse tan bien con tal vehemencia, sintiendo de tal manera? Más extraño me
parece el proceder de este buen mundo cristiano que supo sacar provecho,
trasquilar, hacerle pagar su tributo de sangre y dolor a semejante criatura y luego
no le ofrece otra recompensa que la detracción y la persecución. ¡Oh la caridad de
este buen mundo cristiano!
En otras palabras, no hay razón para creer que ningún grupo comercial de
hombres deseen correr los riesgos de gastos exorbitantes para importar
aquí productos extranjeros, cuando por las mismas condiciones del ambiente el
mercado rebasa con miles de muchachas del país. Por otra parte, hay también
pruebas suficientes para afirmar que la exportación de mujeres jóvenes
norteamericanas, no es tampoco un factor desdeñable.
Ahí está un ex secretario de un juez de Cook County, III., Clifford G. Roe, quien
acusó abiertamente que se embarcaban muchachas del Estado de Nueva
Inglaterra para el exclusivo uso de los empleados del Tío Sam en Panamá. Mr.
Roe agregaba que le pareció que había un ferrocarril subterráneo entre Boston y
Washington, en el que continuamente viajaban mujeres de esas. ¿No es muy
sugestivo que esa línea ferroviaria vaya a morir en el centro y en el corazón de las
autoridades federales? Ese Roe dijo mucho más de lo que se deseaba en las
esferas oficiales, y la prueba es que al poco tiempo fue destituido. No es muy
sensato que los empleados de la administración nacional se pongan a narrar cierta
clase de cuentos.
Después de Mr. Roe se halla James Bronson Reynolds, quien hizo un estudio
completo de la trata de blancas en Asia. Siendo este un típico norteamericano y
amigo del futuro Napoleón estadounidense, Teodoro Roosevelt, se puede
asegurar que es el último hombre que intenta desacreditar las virtudes innatas de
su país. Así es como nos informa sobre los establos de Augias del vicio
norteamericano. Hay allí prostitutas norteamericanas que se pusieron de tal modo
en evidencia, que en el Oriente la American girl es sinónimo de prostituta. Mr.
Reynolds le hace recordar a sus conciudadanos que mientras los norteamericanos
en China se hallan bajo la protección de sus cónsules, los chinos en Estados
Unidos están completamente desamparados. Todos los que conocen las brutales
y bárbaras persecuciones que la raza amarilla soporta en casi toda la costa del
Pacífico, han de ver con agrado la amonestación de Mr. Reynolds.
Los que viven en casas de cristal no deberían arrojar piedras al techo de las
ajenas; además, los cristales norteamericanos son un poco delgados y pueden
romperse fácilmente, y en el interior no habrá cosas placenteras para ser
exhibidas en público.
Hasta el año 1894 estaba muy poco difundido en Norteamérica el hombre que
vivía exclusivamente de las mujeres alegres. Por entonces tuvimos unos ataques
epidérmicos de virtud. El vicio debía abolirse y el país purificarse a toda costa. El
cáncer social fue extirpado del exterior para que sus raíces arraigaran más
hondamente en el organismo de la nación. Los propietarios de prostíbulos y sus
infelices víctimas se hallaron a merced de la policía. Se subsiguió la inevitable
consecuencia con exorbitantes multas, las coimas y la penitenciaría.
Emma Goldman
(1869-1940). Anarquista lituana que desde los 16 años residió en EEUU. Realizó
importantes aportaciones al feminismo
Fuente:
Anarchism and Other Essays (1910), disponible en
https://www.marxists.org/espanol/goldman/1910/005.htm
Temática:
Explotación sexual
Historia