Clase 4 Ramirez
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d'études andines
37 (1) (2008)
Dinámicas del poder: historia y actualidad de la autoridad andina
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Referencia electrónica
Susan Elizabeth Ramírez, « Negociando el imperio: el Estado inca como culto », Bulletin de l'Institut français
d'études andines [En línea], 37 (1) | 2008, Publicado el 01 octubre 2008, consultado el 26 junio 2014. URL : http://
bifea.revues.org/3201 ; DOI : 10.4000/bifea.3201
Primera parte
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Susan Elizabeth Ramírez
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Bulletin de l’Institut Français d’Études Andines / 2008, 37 (1): 5-18
Negociando el imperio: el Estado inca como culto
Resumen
Este trabajo establece una conexión entre el sistema de creencias inca y la construcción de un Estado
multiétnico con el objetivo de reevaluar las principales motivaciones detrás de la expansión inca . En
este ensayo se documenta el hecho que el así llamado «imperio inca» era menos un imperio en el
sentido romano del término que una congregación de creyentes en un culto estatal, caracterizado por
un personaje central, manifestación del divino fundador, quien se desplazaba por distintos centros de
peregrinación en donde él o sus representantes negociaban los términos de la participación en dicho
culto. Esta imagen no corresponde a la de una organización altamente centralizada y omnipotente,
sino más bien a la de una entidad en la cual la flexibilidad y el compromiso terminaban imponiéndose,
y en la cual los grupos étnicos suscribían, en distinta medida, un conjunto de mandatos centrales. El
vínculo entre creencias religiosas o cosmológicas, por un lado, y la transformación de un curacazgo
basado en el parentesco en un Estado inacabado, unificado por relaciones sanguíneas o rituales de
parentesco y vinculado sobrenaturalmente al culto a los ancestros, por otro, se explica como un medio
para acceder a la mano de obra necesaria para la conservación de la etnia gobernante.
Palabras clave: imperio, Inca, culto, cosmología, mano de obra, centros sagrados y de peregrinaje
Résumé
Cet essai met en relation le système de croyances des Inca avec la construction d’un État multiethnique
dans le but de réévaluer les facteurs principaux qui ont motivé leur expansion. L’idée est proposée
selon laquelle le soit-disant Empire inca, à la différence du modèle romain, consistait davantage en
un regroupement de sujets fidèles au culte d’État. Celui-ci était ????? par un personnage central,
manifestation du fondateur divin, qui se rendait en différents lieux de pélerinage, où il négociait, en
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Susan Elizabeth Ramírez
personne ou par représentants interposés, les termes de la participation à ce culte. On n’est donc pas
en présence d’une organisation omnipotente et hautement centralisée, mais plutôt d’une construction
où règnent la flexibilité et le compromis, et à laquelle les groupes ethniques adhèrent, à divers degrés,
aux injonctions du pouvoir central. Le lien entre les croyances religieuses ou cosmologiques et la
transformation d’un caciquat — fondé sur la parenté en un État inachevé, qu’unifient des attaches
familiales réelles ou fictives ainsi que le culte à un ancêtre d’origine surnaturelle —, sert à assurer
l’accès à la force de travail nécessaire à la conservation de l’ethnie au pouvoir.
Mots clés : empire, Incas, culte, cosmologie, main d’oeuvre, lieux de pélerinage
1 Se trata de una forma de sucesión según la cual un heredero principal recibe el puesto de mando, además de los
derechos inherentes y las tareas del funcionario difunto. Las posesiones personales y las fuentes de riqueza de éste
son asignadas, en cambio, a los otros descendientes en tanto miembros de un grupo corporativo de descendencia
(Conrad & Demarest, 1984: 91).
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Negociando el imperio: el Estado inca como culto
2. Cosmología andina
Los pobladores andinos vivían vidas precarias. Sequías, inundaciones, sismos, erupciones
volcánicas y heladas, plagas y enfermedades eran algunas de las amenazas al sostenimiento
de la vida misma. Los habitantes de los Andes desarrollaron sistemas de creencias para
explicar estos sucesos y guiar así las acciones de la sociedad. En pocas palabras, los
pobladores andinos rindieron culto a sus antepasados porque les atribuían el poder de
influir sobre el clima y la naturaleza, así como de intervenir activamente en la vida diaria
de la comunidad. Entre los linajes, el fundador del grupo se convertía en el ancestro apical,
objeto de culto por sus descendientes. Los pobladores andinos creían que, incluso luego
de haber pasado al otro mundo, sus fundadores y ancestros les garantizarían fertilidad y
protección ante enfermedades y desastres, siempre y cuando se les mantuviera satisfechos
a través del culto y de los constantes sacrificios. Si se les hacía caer en el olvido o se les hacía
2 Un grupo de personas cuya identidad se basaba en la existencia de un ancestro común. Uso el término como
sinónimo de comunidad. Para unas perspectivas sobre lo religioso en la vida de los incas, véase Pease (1991b) y
Regalado (1993: 42, 82, 105).
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3. La expansión inca
3 Sobre el concepto de atisqa, véase Albornoz (1967: 37) y Ramírez (2005: especialmente el cap. 3).
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Negociando el imperio: el Estado inca como culto
En el culto estatal, el Inca —cuyo título era «El Cuzco»— actuaba como el centro del centro.
Las personas lo veneraba en su calidad de manifestación viviente de los míticos ancestros
celestiales y antecedentes: el Sol y la Luna (Ramírez, 2005, caps. 2-3: especialmente pp.
68-69). La persona del Cuzco vivía en un contexto altamente ritualizado, rodeado por
asistentes religiosos, mujeres escogidas y sirvientes con responsabilidades diversas. Los
cortesanos restringían estrictamente el acceso al soberano. Fuera de su círculo privilegiado,
el Inca se mostraba y era reconocido como un dios parlante que, sin embargo, hablaba en
contadas ocasiones y normalmente a través de un portavoz. Transportado en una litera,
el Inca se trasladaba de un lugar a otro para trabar relaciones con señores étnicos de
menor jerarquía o reforzar las relaciones ya existentes. En términos ideales, el Inca actuaba
también como un dios que administraba justicia sentado en los ushnus7, ubicados en los
centros ceremoniales andinos dispersos en los Andes y que Felipe Guaman Poma de Ayala
llamara «otra[s ciudades de los] Cuzco[s]». Se esperaba de él que intercediera ante los
dioses con el fin de garantizar la fertilidad general y obtener la protección divina de los
fieles contra las enfermedades. En tiempos de sequía, inundación, cataclismo o hambruna,
el Inca podía proveer ayuda gracias a los depósitos imperiales. En centros de peregrinación
como Huánuco Pampa, Incahuasi y Tumipampa, la generosidad institucionalizada era la
regla (Guaman Poma de Ayala, 1980 [1613]: 185 [187]).
Esta visión del mundo estimuló la transformación de un pequeño curacazgo de los
Andes del sur en una organización panandina de gran amplitud. El objetivo central era
incorporar a todos los grupos étnicos que tendieran una amenaza a la supervivencia de
la élite inca dentro de un megalinaje o nación, un conjunto de personas vinculadas por
un único origen y viviendo bajo la ley suprema del Inca (Salomon & Urioste, 1991: 71).
Dado que las poblaciones andinas no establecían distinciones entre lo religioso y lo secular,
su incorporación al imperio, así como la reorganización inherente a este proceso, eran
sinónimo de la difusión y el desarrollo del culto solar.
4 Betanzos identifica a Uscovilca como un jefe étnico; Sarmiento (1907: 87, 92) hace la precisión de que se trataba
de un hombre que se transformó en un ídolo y un dios; y Albornoz (1967: 28) equipara el nombre con una huaca
(Ramírez, 2005: 98). Acerca de las piedras como guerreros, véase Garcilaso (1966: 280).
5 Ziólkowski (1991: 63-64) sostiene que el Sol se volvió el culto principal como resultado de la amenaza chanca.
6 Acerca del número de grupos étnicos, véase Rowe (1946: 186-92). Acerca del conflicto entre los incas y los
chancas, véase Sarmiento (1907: 87, 91-92) y Sarmiento (1988: 88).
7 Una plataforma religioso-administrativa central presente en centros ceremoniales.
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Susan Elizabeth Ramírez
Los linajes subordinados insertaron al Sol en el ápice de su jerarquía divina. Como una
forma de facilitar dicha inserción, el Inca enviaba misioneros que enseñaran los rituales
del culto solar y difundieran el uso del quechua imperial. También levantaron templos al
Sol y acllahuasis (recintos para las mujeres escogidas) en asentamientos como Tumipampa,
Tumbes y Pachacámac (Ramírez, 2005: especialmente p. 55). Estas monumentales
construcciones se convirtieron en centros de peregrinación cuyo número sobrepasaba
con creces el de las pocas fortalezas identificadas en las crónicas, hecho que reitera la
importancia de la conversión religiosa para la empresa imperial inca.
Además de la reeducación in situ y de la conversión de la población, la persona del Cuzco
exigía que los hijos de los líderes étnicos viajaran a la corte para aprender las formas del
imperio. Guaman Poma de Ayala menciona que instituciones formalmente dedicadas a
la educación operaban con este propósito (Guaman Poma de Ayala, 1936 [1613]: 329;
Valcárcel, 1961: especialmente el cap. 7). Tras completar su educación, y a veces luego
de largos años de servicio personal en la corte, algunos de estos jóvenes regresaban a sus
comunidades de origen para gobernar como representantes privilegiados del Inca. Ésa es,
precisamente, la historia de Chuptongo, hijo del curaca de Cajamarca llamado Concacax,
mientras se establecía el dominio inca en la zona. A la muerte de Concacax, su hijo, quien era
tan solo un niño, fue llevado a la corte por Túpac Inca Yupanqui. Allí, Chuptongo aprendió
las artes del mando, convirtiéndose con el tiempo en el tutor del joven hijo del Inca, Huayna
Capac, y ejerciendo incluso la regencia durante la minoría de edad de éste. Llegado el
momento, Chuptongo recibió la autorización de Huayna Capac para regresar a Cajamarca y
establecerse como gobernante de Guzmango (Villanueva Urteaga, 1986, II: 337).
La instrucción religiosa, apuntara ésta al individuo o al grupo, vinculaba a las poblaciones
subordinadas con un código moral, una ley suprema que constituía uno de los objetivos
principales de la estrategia imperial de unificar a un considerable número de linajes disímiles.
En un contexto sin fuerza policíaca permanente, y en el cual el servicio militar se limitaba
de ordinario a las temporadas no destinadas a la agricultura, los incas comprendieron que
disponer de un conjunto de valores comunes era imperativo para organizar una civilización
en expansión. Esto pone en evidencia que el soberano inca, así como los artífices de la
expansión imperial, sabían que, en el largo plazo, la persuasión moral era un medio
más eficiente para mantener alianzas y asegurar lealtades que el uso directo de la fuerza
(Himmerich y Valencia, 1998: 8).
En parte, esta conversión religiosa implicaba la incorporación de las divinidades ancestrales
de un determinado linaje al panteón imperial dominado por el Sol. Como se mencionara
líneas arriba, los incas tomaban posesión de los ídolos de los dioses vencidos, ubicándolos
en el nivel inferior de la jerarquía religiosa imperial. A pesar de que los oficiantes de estas
divinidades locales seguían ocupándose de su culto en la corte, y sus seguidores seguían
venerándolos como antes, estos dioses eran despojados de su lugar preeminente por el
Sol. Las divinidades «cautivas» eran ponderadas y agasajadas según su importancia, siendo
recompensadas o sancionadas anualmente de acuerdo con las predicciones y las acciones
de sus seguidores. Sin duda, los incas llegaron a comprender que los devotos de un
determinado ídolo se mostrarían menos inclinados a cuestionar o a resistir la dominación
inca si es que la fuente y el sostenimiento del poder del linaje se mantenía (irónicamente)
bajo la «custodia» y «protección» del Estado. En pocas palabras, la difusión de la instrucción
religiosa y la reorganización de las jerarquías divinas terminaron por imponer la ley suprema
de los incas sobre la costumbre local (Albornoz, 1967: 25).
Paralelamente a la conversión y la adopción de las divinidades específicas a cada linaje,
los incas promovieron la reestructuración de las jefaturas étnicas. Ya fuera en la ciudad
del Cuzco o en su desplazamiento por los centros regionales de peregrinación, los incas
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Negociando el imperio: el Estado inca como culto
itinerantes negociaban con los distintos líderes étnicos tanto su estatus como los términos
del servicio a ellos debido. Los incas confirmaban a las autoridades adeptas como un
medio de establecer y consolidar su dominio indirecto. Aquellos señores que aceptaban
la generosidad institucionalizada y las ofertas de alianza, recibían del Inca un conjunto de
insignias asociadas con la autoridad, tales como literas, finos tejidos y dúhos o tianas. Estos
presentes reforzaban la legitimidad de los líderes del linaje, a la vez que cimentaban sus
vínculos con el estado en expansión. Para los señores étnicos, la posesión de una litera
conllevaba el privilegio de ser transportados en hombros por sus súbditos. El señor de
Chincha, por ejemplo, despertó varios comentarios por ser transportado en una litera
durante la procesión de la persona del Cuzco en Cajamarca en 1532. El dúho o tiana
simbolizaba el ushnu inca, desde el cual el soberano ordenaba el mundo y administraba
justicia (Ramírez, 2005: 185, citando a Pizarro, 1978 [1571]: 37; Martínez Cereceda,
1995).
El Inca podía honrar también a un jefe étnico entregándole una o más mujeres. En algunos
casos, el Cuzco ofrecía a los señores más importantes alguna hermana o mujer escogida
(aclla) para que éstos las tomaran por esposas principales. El jefe del linaje podía reciprocar
entregando a una hija o una hermana, a quienes el Inca aceptaba como algunas de sus
esposas secundarias. Un buen ejemplo proviene de Huaylas, caso estudiado por Rafael
Varón Gabai, Waldemar Espinoza Soriano y otros. En Huaylas, Huayna Capac contrajo
«matrimonio» (casado a su modo) con dos de sus esposas secundarias, quienes eran hijas
de los señores de las dos parcialidades principales (Ananguaylas y Ruringuaylas [también
Luringuaylas]) (Varon Gabai, 1993: 729-731; Espinoza Soriano, 1976: especialmente
pp. 249, 254). Gracias a esta alianza, la siguiente generación, es decir los hijos de dichas
uniones, permaneció muy cerca de la persona del Cuzco. Si la esposa de un señor étnico
era hermana del soberano inca, entonces los hijos de aquél eran parientes directos
(sobrinos) del monarca. Mediante el intercambio de esposas, las autoridades de distintos
grupos étnicos y sus descendientes fueron incorporados a una gran red de parentesco
cuyos miembros podían rastrear su origen común hasta el Sol. La formación de un pueblo
unificado por un mismo origen fue otro de los componentes principales de la estrategia
imperial inca.
En otras circunstancias, la alianza y posterior incorporación al imperio eran negociadas. Por
sus méritos extraordinarios, algunos personajes eran declarados «incas de privilegio». En
otros casos, los líderes de linajes negociaban su estatus y aprobación. Así, por ejemplo, un
líder étnico de Recuay llamado Caque Poma entregó la vida de su hija como capacocha8
a cambio de la confirmación de su posición y de los símbolos externos de su autoridad
(Pease, 1990: 195-96; 1991: 68; Rostworowski, 1988: 147; D’Altroy, 2002: 89; Ramírez,
2005: 123; Hernández Príncipe, 1923 [1621-1622]: 52, 57; Szeminski, 2001: 163)9.
Las sanciones del Cuzco en caso de resistencia contrastaban con la magnanimidad y
relativa benevolencia antes descritas. Las fuentes primarias mencionan casos de caciques
«alzados», así como otras revueltas. La abierta rebelión era suprimida sin piedad. Fernández
de Oviedo alude al caso de un señor de la costa llamado Pabor (también, Pabur), el cual es
testimonio de la violencia imperial:
«E súpose que este cacique era grand señor e tenía mucha población algun tiempo
antes, e que estaba destruido al presente, porque dijo que el señor del Cuzco,
padre de Atabaliba, le había quemado e asolado veinte pueblos, e le había muerto
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Desde el punto de vista de los dominados, la adhesión al culto del Sol representaba la
búsqueda de seguridad en un mundo de mucha inseguridad. La victoria de los incas sobre
sus rivales chancas y sobre otras etnias dejó sentada su reputación y demostró que tanto
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Negociando el imperio: el Estado inca como culto
él como su pueblo gozaban del favor de una divinidad poderosa, reconocida por todos
como omnipresente y crucial para la diaria supervivencia. A través de su representante,
el Sol prometía ayuda efectiva en tiempos de dificultad. Los distintos linajes respondían
a las solicitudes de ayuda con la finalidad de garantizar el apoyo del estado en caso de
necesidad.
En un mundo que definía la riqueza en términos del número de adeptos, la lealtad de
las masas, desde el punto de vista imperial, era un elemento crucial para gobernar y para
mantener el dominio. La tierra per se no constituía un estímulo en una era sin propiedad
privada y con recursos relativamente abundantes (excepto quizás en los alrededores del
centro ritual llamado el Cuzco, por los españoles, y del lago Titicaca). De forma similar,
el control directo sobre los bienes de intercambio suntuarios y su distribución tampoco
constituía un aliciente debido a que el intercambio en sí y no el control de los recursos
era la forma típica de proveerse de bienes exóticos, tal como lo menciona Betanzos para
el caso de determinadas variedades de coca (Betanzos, 1996 [1551]: 171-172). El acceso
a una enorme cantidad de mano de obra constituía la fuente del poder de la persona del
Cuzco, así como el sustento de su capacidad para ordenar la construcción de determinados
trabajos públicos. Las masas construían y mantenían la enorme red de caminos y mesones
(tambos), erigían y cultivaban los andenes, cavaban y limpiaban los canales de irrigación y
transportaban bienes a los depósitos estatales. Súbditos leales y dispuestos proveían a los
incas de la fuerza de trabajo necesaria para complacer los pedidos de asistencia y para
satisfacer o inclusive superar las expectativas de sus súbditos. La capacidad de brindar
protección y ayuda a los necesitados también suponía el movilizar a uno o más linajes con el
fin de combatir a aquellos rivales que amenazaran la hegemonía inca. Así, a pesar de que, en
el corto plazo, la amenaza chanca provocó una reacción defensiva, la expansión preventiva
fue el principal legado en el largo plazo. Las acciones ofensivas exitosas —ya emplearan
éstas los mecanismos pacíficos de la invitación y la persuasión o recurrieran en cambio a la
fuerza y la amenaza bélica— conllevaban el control de mano de obra adicional por parte
del estado inca, fuerza de trabajo ésta destinada a satisfacer la necesidad de sustentar o
de socorrer a las poblaciones aliadas. En pocas palabras, las claves para asegurar la lealtad
de la gente eran la reciprocidad, la liberalidad y la creencia en que el Inca representaba
al dios más poderoso del panteón. El culto solar era la argamasa, la base sobre la cual fue
posible construir una identidad más allá del linaje particular y cimentar la lealtad hacia
la persona del Cuzco y sus descendientes. Los incas sabían muy bien que desatender los
clamores y pedidos de ayuda o, peor aun, sufrir una derrota, incidirían negativamente en su
prestigio y en el de su dios supremo. Las etnias conquistadas que aceptaban la supremacía
del culto solar esperaban que el Inca actuara como un dios y que aliviara sus penurias. Sin
embargo, el rendir culto al Sol no significaba que éstas dejaran de venerar a sus propios
ancestros fundadores. En realidad, estos individuos, aparentemente politeístas, practicaban
el henoteísmo, según el cual se adoraba a un dios a la vez con el fin de conseguir diversas
formas de ayuda para distintos propósitos. La lógica detrás de estas creencias consistía en
que, de fallar una divinidad, se podía recurrir a la ayuda de otra.
Las numerosas divinidades, así como las autoridades que las representaban, competían
entre sí por la mano de obra y las ofrendas de una población de potenciales y tal vez
precarios adherentes. De fracasar en satisfacer las expectativas de sus súbditos, el Inca
perdería su estatus de antepasado protector e intermediario del Sol. Sus súbditos dudarían
o inclusive se negarían a responder a sus solicitudes de mano de obra y de servicio personal.
Alternativamente, de sufrir una derrota, el Inca se vería reducido a la condición de atisqa.
En ambos casos, la persona del Cuzco y su culto enfrentarían una crisis de legitimidad
y caerían en un estatus de subordinación. Los líderes serían eliminados o reemplazados
por su debilidad, mientras que los ídolos antes venerados serían tenidos en cautiverio por
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La profunda lógica religiosa reconstruida aquí recupera un ritmo cíclico para la historia
andina. Este mismo esquema de auge y decadencia, expansión y repliegue, puede explicar
el debilitamiento y la posterior desaparición del estado Tiawanaku en tiempos de constante
sequía. En tal contexto, la élite, sin desmedro de los sacrificios rituales y las plegarias a los
dioses, habría fracasado en atraer las lluvias. El modelo supone que las personas habrían
abandonado el culto y su identificación con la élite, volviendo a recurrir a sus ancestros más
inmediatos en busca de alivio. Sin el capital social necesario para mantener la esperada
reciprocidad, la élite Tiawanaku habría perdido importancia y, eventualmente, habría
desaparecido en tanto poder de alcance imperial (Ramírez, 2005: cap. 4). Esto explica
también por qué Atahualpa se quejaba de que sus sirvientes ya no querían atenderlo luego
de su derrota a manos de los españoles, así como por qué una resistencia más organizada y
efectiva fracasó inmediatamente después de la captura del Inca en noviembre de 1532. El
trabajo de Sabine McCormack, publicado en 1991, demuestra que, entre las poblaciones
locales, los cultos étnicos ancestrales sobrevivieron mucho tiempo más que el culto
solar Inca. No sería hasta el surgimiento del Taqui Onqoy (1565) que, una vez más, una
esperanzada población andina predijo que, abandonando todas las maneras españolas,
10 Véase, por ejemplo, la reacción de las tropas del Inca cuando Huayna Capac disminuyó sus raciones (Cabello
Balboa, 1951 [1586]: 375-78).
11 Los incas limitaban el servicio personal en las minas a un 1 % de la población de un determinado grupo étnico. En tal
sentido, la carga parece no haber sido muy onerosa. Véase, además, Ramírez (1996, cap. 4) y Cieza (1967: 195).
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Negociando el imperio: el Estado inca como culto
sus dioses recobrarían las fuerzas y emergerían una vez más para liderarlos en una batalla
triunfal contra los invasores ibéricos.
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