Tema 2 de Literatura Latina (23-24)
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En las fechas previstas en el curso virtual se abrirán los foros de cada tema.
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Copyright: Antonio Moreno Hernández y Universidad Nacional de Educación a Distancia (2018).
Prohibida la reproducción de este material.
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Tema 1 de Literatura Latina Antonio Moreno Hernández
ESQUEMA DE CONTENIDOS
- Comedia arcaica:
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Tema 1 de Literatura Latina Antonio Moreno Hernández
INTRODUCCIÓN
¿Qué entendemos por literatura latina? ¿Cómo podemos aprender a leer y a entender los
textos literarios latinos? ¿Cómo han llegado hasta nosotros y han influido en la literatura
occidental? El conocimiento e interpretación de la literatura y la cultura clásica latina ha
evolucionado muy profundamente a lo largo del tiempo. ¿Quiénes fueron los romanos? ¿Por
qué se impusieron algunos estereotipos sobre ellos? ¿Cómo es posible que gestaran una cultura
que se ha mantenido a través de una lengua, el latín, que se mantuvo viva más de 1000 años?
¿Por qué impregnaron tan profundamente el acervo cultural occidental?
En este tema vamos a acercarnos, en primer lugar, a la comprensión general de los rasgos
básicos que caracterizan la literatura latina y sus principales etapas históricas, para, a
continuación, contextualizar nuestra aproximación a ella a través del entendimiento de algunas
de las peculiaridades fundamentales de la cultura latina, empezando por la imagen que a lo
largo de la historia se ha ido forjando de la Antigüedad romana.
En los dos primeros Apartados de este tema se presenta un acercamiento global a algunos
de los principales elementos que definen las bases de la literatura y la cultura latinas y que nos
permiten explicar por qué razones Roma alcanzó un desarrollo cultural, político y social de
tanto calado y que ha condicionado profundamente la evolución de la civilización occidental.
A) La literatura latina es una literatura ‘superviviente’, muy condicionada por los avatares
del proceso de trasmisión de los textos. Lo que ha llegado hasta nosotros, lo que podemos leer
de las fuentes antiguas, es una mínima parte de la producción latina. Se calcula que apenas
disponemos de un 20% de todo el acervo literario antiguo, con lagunas muy considerables en
Época Arcaica (donde en muchos casos únicamente se conservan fragmentos de algunas de las
obras) y Clásica, a causa de factores muy diversos que han dificultado su transmisión.
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Tema 1 de Literatura Latina Antonio Moreno Hernández
Esta enorme pérdida del patrimonio literario latino, que se inició en la misma
Antigüedad, provoca que nuestro conocimiento de la realidad literaria latina sea muy parcial,
como evidencian estos ejemplos:
- El mito griego de Medea alcanzó una gran proyección en la literatura latina,
proporcionando la base argumental para diversas piezas de teatro a cargo de
grandes autores de períodos y orientaciones muy distintas, desde Época Arcaica
(Ennio, Pacuvio, Accio) a Época Augústea (Ovidio). Pues bien, de esta riquísima
tradición en torno al mito de Medea, que ofrecía múltiples matices culturales,
estéticos y literarios, solo se ha conservado íntegra una obra de Época Imperial, la
tragedia Medea de Séneca.
- Algunos pasajes de la literatura latina fueron seleccionados en la Antigüedad Tardía
(s. III-VI d.C.) y en el Medievo por su posible lectura en clave cristiana, lo cual les
otorgaba un valor añadido que permitió su transmisión y difusión frente al resto de
la obras de tradición pagana: es el caso del “Sueño de Escipión”, un episodio que se
conserva del libro VI de Sobre la República de Cicerón, en virtud de su afinidad con
la escatología cristiana, lo que permitió que fuera preservado y comentado por
escritores de tardíos como Macrobio.
B) Se trata de una literatura muy vinculada al contexto en el que surge, es decir, los
autores latinos, que en muchos casos son a la vez personajes de cierta relevancia en la vida
pública romana, dirigen sus obras a un público muy concreto y en muchas ocasiones con
intenciones o finalidades muy determinadas en un entorno comunicativo preciso. Por este
motivo adquiere una gran importancia el contexto cultural e histórico de cada época de la
literatura latina para entender las preferencias y la sensibilidad del público receptor al que se
dirige un autor determinado.
C) La literatura latina está sujeta a una codificación retórica en general muy desarrollada y
precisa, que da lugar a que las distintas modalidades de escritura en verso y en prosa se
caractericen por una serie de rasgos formales, de contenido y pragmáticos (es decir,
relacionados con la situación comunicativa en la que surgen) que se reiteran dando lugar a los
distintos géneros literarios.
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Los géneros son, pues, un vehículo fundamental para entender la literatura antigua,
toda vez que los antiguos romanos escriben con un fuerte sentido de la tradición, de manera
que tienden a escribir siguiendo los modelos de los géneros que cultivan, y sobre ellos
introducen innovaciones dentro del horizonte cultural y estético de cada época. Pensemos que
cada género en verso tiende a estar asociado a determinadas pautas métricas: la épica, por
ejemplo, solo se concibe en hexámetros dactílicos, siguiendo la tradición homérica; el teatro se
escribe siempre en verso y con distintos patrones métricos según se trate de partes cantadas o
recitadas; y la elegía recurre al dístico elegíaco, combinación de hexámetro más pentámetro
dactílico. Los discursos judiciales están sujetos igualmente a una determinada ordenación de
sus partes y de la exposición de los argumentos.
D) La literatura latina se construye a partir del diálogo entre la propia tradición romana y
la asimilación de la cultura griega.
E) La literatura latina está envuelta a lo largo de toda su historia en una tensión constante
entre el retorno a los modelos formales que suministran los géneros ya establecidos y
la innovación que introduce un autor o los gustos estéticos de una época, en un
proceso constante de acción / reacción. Los géneros no se mantienen iguales a sí mismos,
sino que sufren una evolución en su tratamiento según distintos factores en cada momento.
Hay géneros donde la tradición latina es totalmente innovadora, como en los géneros más
propiamente romanos, la sátira y la novela (muy alejada, por lo que sabemos, de las novelas
románticas de Época Helenística). Lucilio, que en el s. II a.C. es el primer autor de sátiras,
utiliza inicialmente gran diversidad de versos para luego decantarse por el hexámetro dactílico,
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que a partir de entonces será el verso característico de la sátira, como acreditan sus
continuadores (Horacio, en Época Augústea, y Persio y Juvenal en Época Imperial), que
mantienen el rasgo más característico del género, la crítica frontal a individuos o vicios, pero
con gran diversidad de estilos.
Por otro lado, frente a los modelos clásicos gestados en la etapa final de la República y en
Época Augústea, se produce una reacción en la propia tradición romana de Época Imperial:
frente al modelo de la epopeya clásica de la Eneida de Virgilio, Lucano recupera un siglo
después el género con un estilo y un enfoque claramente contrapuesto al virgiliano; así mismo,
la prosa de Séneca reacciona contra el modelo ciceroniano en busca de un estilo que rompa el
aparente equilibrio y harmonía del período clásico.
Es fundamental tener clara esta periodización, a partir de la cual en los temas siguientes
acotaremos nuestro estudio a la Literatura Arcaica, Clásica y Postclásica.
LITERATURA DE ÉPOCA ARCAICA: se define así al período que discurre desde los primeros
testimonios propiamente literarios (principios del s. III a.C.) hasta el primer cuarto del s. I a.C.
aproximadamente, correspondiendo con la República primitiva. Se caracteriza por el
surgimiento de las primeras obras en verso y en prosa, y las tensiones generadas por la
influencia de la cultura y la lengua griegas. Se van configurando lentamente todos los recursos
de una lengua literaria al tiempo que comienza la expansión militar y cultural fuera de Italia.
Testimonios:
La primera manifestación de carácter propiamente literario en Roma fue, de acuerdo con diversas
fuentes clásicas, la representación de una obra dramática de Livio Andronico en el año 240 a.C.,
tras el término de la Primera Guerra Púnica. Entre los autores en verso de este período destaca
Livio Andronico (ca. 284-204 a.C.), traductor de la Odisea de Homero e introductor del teatro, y
otros poetas y autores teatrales como Nevio (270-190 a.C.) y Ennio (239-169 a.C.), así como los
comediógrafos Plauto (ca. 250-184 a.C.) y Terencio (ca. 193-159 a.C.) y el autor satírico Lucilio (ca.
180-102 a.C.). La literatura en prosa tiene entre sus primeros testimonios los tratados de Catón el
Viejo (234-149 a.C.).
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LITERATURA DE ÉPOCA CLÁSICA: esta etapa —también llamada 'Edad de Oro'— abarca,
convencionalmente, dos periodos históricos:
a) El fin de la República y la Guerra Civil, que se sitúa aproximadamente entre los últimos
años del primer cuarto del s. I a.C., coincidiendo con una etapa decisiva en la crisis de
la República (tomando como referencia hitos como la muerte de Sila, en el 78 a.C., o el
levantamiento de los esclavos comandados por Espartaco, la llamada Guerra de los
esclavos, entre el 73 y 71 a.C.) y el ascenso de Augusto al Principado, tras la batalla de
Accio del 31 a.C.
b) La Época Augústea (ca. 30 a.C. a 14 d.C.), es decir, los años del Principado de Octavio
Augusto.
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Testimonios:
Tras la prosa de Varrón (ca. 116-27 a.C.) y la poesía de Lucrecio (ca. 99-55 a.C.) y Catulo (ca. 87-54
a.C.), que engarzan todavía con la época anterior, se desarrolla la obra en prosa de César (100-44
a.C.), Salustio (86-35 a.C.), Cicerón (106-43 a.C.) y Tito Livio (59 a.C.-17 d.C.), y surge la obra de los
grandes poetas clásicos de Época Augústea: Virgilio (70-19 a.C.), Horacio (65-8 a.C.), Ovidio (43
a.C.-17 d.C.), Propercio (ca. 47-15 a.C.) y Tibulo (ca. 48-19 a.C.).
LITERATURA DE ÉPOCA POSTCLÁSICA: etapa también conocida como ‘Edad de Plata’, que se
sitúa entre el 14 d.C. (muerte de Augusto) y finales del s. II d.C., ya en plena Época Imperial,
coincidiendo con el establecimiento del régimen imperial y la mayor expansión político-militar
de Roma.
La literatura de esta época se caracteriza por varios factores, entre los cuales hay que destacar
estos: por un lado, la reacción ante la propia literatura clásica anterior, cuyos presupuestos
estéticos se cuestionan y revisan (por ejemplo, Séneca frente a Cicerón en prosa; y Lucano
frente a Virgilio en poesía); por otro, la evolución de muchos géneros y modalidades de
escritura a causa de la implantación del régimen imperial, que impone un férreo control
ideológico y político que provoca, entre otras consecuencias, que la oratoria pierda el peso que
tenía en Época Republicana y se refugie en el ámbito escolar. Entre las corrientes estéticas de
esta época se advierte el peso de una cierta ampulosidad retórica y la búsqueda de originalidad
y efectismo para captar la atención del público, mientras se continúan explorando las
posibilidades de la lengua y sus registros, dando lugar a la evolución de los géneros ya
existentes y al desarrollo de las primeras manifestaciones de otros nuevos, como la novela
latina (Petronio y Apuleyo), y afianzando un nuevo estilo, en buena medida contrapuesto al
clásico.
Testimonios:
Se distinguen dentro de la Época Postclásica cuatro fases de la producción literaria2, relacionadas
con las distintas dinastías de emperadores:
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Para esta periodización y para los principales autores de cada época, cf. el material básico de esta
asignatura, Antología de la Literatura Latina, Catálogo de autores y textos, pp. 77-105.
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Entre los rasgos que se aprecian en esta época se encuentran dos fenómenos que afectan a la
estructura de la lengua latina y que se hacen patentes en la Antigüedad Tardía:
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B) La erosión del sistema casual: el latín clásico tenía un sistema de flexión nominal en forma
de seis casos marcados por desinencias (algo parecido a lo que se encuentra en algunas
lenguas flexivas actuales, como el alemán o las lenguas eslavas); ese sistema de seis casos se
fue desgastando por la erosión fonética de las desinencias finales, de manera que en lugar de
seis casos termina imponiéndose una sola forma en acusativo, que es la que perdura en latín
tardío y a partir de la cual evolucionan las lenguas romances. Eso explica, por ejemplo, la forma
y la acentuación de muchas palabras romances: así en castellano, los abstractos en -dad, como
"verdad" (palabra aguda) proceden de la forma del acusativo latino (en este caso "veritatem",
palabra llana). El desgaste fonético de la terminación hizo que -em se perdiera y tengamos en
español la forma "verdad" con acento en la sílaba final.
Testimonios:
Entre los primeros autores cristianos sobresalen Tertuliano (ca. 160-ca. 225 d.C.), Cipriano (ca. 200-
258 d.C.) y las primeras traducciones de la Biblia, denominadas Veteres Latinae, de los ss. II-IV d.C.
Esta literatura alcanza un gran desarrollo en el s. IV d.C. gracias a la obra de Lactancio (245-325
d.C.), Agustín (354-430 d.C.) y Jerónimo (ca. 340-420 d.C.), surgiendo también una brillante poesía
cristiana de la mano de Ambrosio (ca. 347-397 d.C.), Hilario (principios del s. IV-ca. 367 d.C.),
Prudencio (348-después del 405 d.C.) y Juvenco, autor del primer gran poema épico cristiano, en
tomo al 330 d.C. Al mismo tiempo se sigue cultivando una literatura más próxima a la tradición
pagana, como la poesía de Ausonio (310-393 d.C.) y Claudiano (finales del s. IV - comienzos del s. V
d.C.), así como la prosa histórica de Amiano Marcelino (ca. 330-395 d.C.). Este período culmina con
la obra de Boecio (476-524 d.C.).
Testimonios:
Entre los frutos más notables de este período en España está la literatura visigótica, que se
desenvuelve entre los ss. VI-VII, con figuras como Isidoro de Sevilla (obispo entre el 602 y el 636
d.C.) y otros obispos escritores como Braulio de Zaragoza, Eugenio de Toledo o Julián de Toledo,
así como el auge de la literatura hagiográfica, la literatura de tradición mozárabe en España y el
renacimiento carolingio (ss. VIII-IX). En el siglo XII, coincidiendo con el desarrollo de la Escolástica
en Europa y la Reconquista en España, aparecen obras destacadas en terrenos como la
historiografía (la Historia Compostelana), la épica (el Poema de Almería) o la lírica del Cancionero de
Ripoll.
Testimonios:
Entre los humanistas que cultivaron el latín en el Renacimiento destacan, entre otros muchos: en
Italia, Marsilio Ficino (1433-1499), Angelo Poliziano (1454-1494), Leonardo Bruni (1370-1444) o
Aldo Manuzio (1450-1515); en los Países Bajos, Erasmo de Rotterdam (ca. 1469-1536) y Justo Lipsio
(1547-1606); en Inglaterra, Tomás Moro (1478-1535); en Francia, Julio César Escalígero (1484-
1558) o los hermanos Estienne; en España, Antonio de Nebrija (ca. 1441-1522), Juan Luis Vives
(1492-1540), Francisco Sánchez de las Brozas (1523-1600), Juan Ginés de Sepúlveda (1490-1573) o
Arias Montano (1527-1598), entre otros.
En los siglos posteriores el uso del latín fue progresivamente reduciendo su presencia, si bien
siguió vigente en la redacción de obras científicas y filosóficas hasta la época de la Ilustración.
Conviene subrayar que un gran número de los tratados fundamentales para la historia de la
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ciencia y de la filosofía de los ss. XVII y XVIII se escribieron en latín, entre los que destacan
obras de Galileo (1564-1642), Kepler (1571-1630), Newton (ca. 1642-1727), Spinoza (1636-
1677), Leibniz (1646-1716), Linneo (1707-1778) o el propio Kant (1724-1804). Hasta bien
entrado el s. XX ha sido bastante común la exigencia de redactar en latín los trabajos de
investigación (Tesis Doctorales, Memorias de Cátedra) y los actos protocolarios en muchas
universidades europeas, sobre todo de Alemania y del Reino Unido. Igualmente se ha
mantenido en los usos litúrgicos, doctrinales y diplomáticos en el Estado Vaticano, y durante el
s. XX se mantuvo en Suiza como lengua oficial ‘supletoria’.
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Nuestra comprensión del Mundo Antiguo no es directa e inmediata; está condicionada por
diversas circunstancias que han influido históricamente de manera decisiva en la imagen que se
ha ido forjando de la Roma Clásica. Esta imagen depende, en primer lugar, de la información y
los datos que se han conservado del legado antiguo, en un proceso de transmisión que ha
supuesto la pérdida de una parte sustancial de los testimonios de la época; pero también
depende de otro factor igualmente importante: la forma de afrontar el acercamiento a ese
mundo, es decir, los métodos y criterios de interpretación y valoración de la información
trasmitida. Esta manera de mirar a Roma ha experimentado cambios sustanciales a lo largo de
la historia, y ha sedimentado diversas visiones de lo clásico que, en muchos casos, siguen
ejerciendo una influencia considerable en nuestra manera de entender la cultura romana.
Cuando volvemos nuestra atención hacia el Mundo Antiguo es bastante común que se den
dos reacciones que, siendo claramente distintas, se entremezclan e interfieren constantemente:
por un lado, reconocemos que Roma es historia, es decir, pasado, un pasado del cual hemos
ido cobrando conciencia con el paso del tiempo, a veces para idealizarlo, otras tal vez para
denostarlo, pero en cualquier caso, como algo distante, ajeno y diferente de nuestro presente y,
acaso también para muchos, de nuestra cultura actual; por otro lado, no es fácil sustraerse a la
impresión de que buena parte de los rasgos que caracterizan nuestra civilización (empezando
por la lengua o la literatura) no han nacido por generación espontánea, sino que son fruto de la
existencia de una tradición que se gestó en Roma y de la que somos continuadores. Así la
cultura clásica es historia del pasado y a la vez algo en lo que estamos sumidos, algo que forma
parte de nuestro presente y sin lo cual es muy difícil entenderlo.
El conocimiento de Roma que se ha ido forjando hasta nuestros días se basa en dos
elementos: los testimonios antiguos y las ideas y concepciones con las cuales cada época se ha
acercado al Mundo Clásico.
Respecto a los testimonios de la Antigüedad, solo ha llegado una pequeña parte hasta
nosotros, básicamente a través de restos arqueológicos e históricos de muy diversa índole
(edificios, esculturas, monedas, objetos de todo tipo...) y testimonios textuales también muy
variados (transmitidos en soportes duros, como las inscripciones, o en soportes blandos, como
papiros, pergaminos y, más modernamente, sobre papel). En todos los casos, y salvo contadas
excepciones, el volumen conservado es únicamente una porción extremadamente reducida y
fragmentaria del gran acervo cultural de la Antigüedad.
Una idea del grado de pérdida tan notable que tenemos de las manifestaciones culturales
latinas se advierte en el trabajo clásico de H. Bardon3, que trató de esclarecer el volumen de
patrimonio literario latino que conservamos y el que se ha perdido. Bardon concluye que
apenas contamos con un 20% de toda la producción literaria: conocemos el nombre de 772
3
H. Bardon, La littérature latine inconnue, París 1952.
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autores; de ellos, sólo de 144 conservamos una obra o varias obras; de 352 no quedan sino
fragmentos, y de 276 no ha quedado vestigio de su obra. Estos datos no han variado
significativamente con el tiempo, a pesar de algunos pequeños descubrimientos de nuevos
textos.
Pero tan importante como los restos en sí mismos son las interpretaciones de que son
objeto y los diferentes modos y criterios de acercamiento a ellos. Nuestra imagen de Roma es
fruto de una larga tradición que se ha ido configurando y revisando desde el propio Mundo
Antiguo a través de las diversas concepciones sobre la Roma Clásica que se han sucedido
históricamente y sobre el avance de las disciplinas científicas que se ocupan de los datos
conservados o que se han ido descubriendo (arqueología, historia, filología...).
b) En Época Imperial, emperadores como Tiberio (14-37 d.C.) o Domiciano (81-96 d.C.)
ejercieron una represión severa sobre las obras de contenido adverso al régimen o a sus
personas, o contra la religión del estado, propiciando su desaparición y fomentando la
literatura a favor del Imperio7. Pensemos que el único libelo conservado contra un emperador
es la Apolocyntosis (54 d.C.) de Séneca, una sátira grotesca sobre la divinización del emperador
Claudio.
4
Para una visión general del problema de la trasmisión de los textos antiguos, puede leerse L.D.
Reynolds, N.G. Wilson, Copistas y filólogos. Las vías de transmisión de las literaturas griega y latina (vers.
esp.), Madrid 1986 y sucesivas reimp., y R.H. Rouse, “La transmisión de los textos”, en R. Jenkyns (ed.),
El legado de Roma: una nueva valoración, Barcelona 1995, p. 57.
5
Cicerón, Bruto, 65 y ss.
6
R.H. Rouse, “La transmisión de los textos”, op. cit., p. 57.
7
L. Gil, Censura en el mundo antiguo, Madrid 1985.
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2º) En el período que se denomina “Antigüedad Tardía” (desde fines del s. II d.C.
hasta fines del VI d.C. aprox.), las bases de la civilización clásica seguían vigentes, si bien la
transmisión de la cultura clásica se vio muy mermada, por varias razones:
a) La pérdida material de fuentes tanto textuales como arqueológicas, bien sea por
razones externas (la caída del Imperio Romano de Occidente; de las veintiocho bibliotecas
públicas de las que Roma se enorgullecía en el s. IV d.C. muy pocas de ellas debieron seguir
abiertas dos siglos después, a causa de incendios, saqueos, expoliaciones...) o por razones
internas, como por ejemplo el cambio del soporte escriturario, circunstancia que también
condicionó la transmisión de la literatura clásica: entre los ss. II y IV d.C. se produce la
desaparición progresiva del rollo de papiro, que es sustituido por el códice de pergamino,
mucho más duradero y manejable, cuya generalización parece estar vinculada al auge del
cristianismo, que otorga la máxima importancia al texto de las Escrituras y, de hecho, el códice
es la forma habitual en la que se transmiten en esa época los textos bíblicos. Hasta entonces el
papiro había servido como medio principal de escritura, si bien también se usaban tablillas
cubiertas de cera que ya en la Época Republicana empezaron a sustituirse por hojas de
pergamino formando cuadernos (membranae), lo que desembocaría en el códice de pergamino,
con un formato similar al libro.
orgánica del saber, en época medieval se establece un programa educativo ahormado por
griegos (el sofista Hipias y el orador Isócrates) y latinos (Varrón en sus Disciplinae), mediante la
agrupación de las disciplinas en dos grandes bloques: uno basado en las artes del lenguaje, el
Trivium (formado por la gramática, la retórica y la dialéctica), y otro en las artes del número, el
Quadrivium (constituido por la geometría, la aritmética, la astronomía y la música). Se trata de
las siete disciplinas que Marciano Capela denominó las “Siete Artes Liberales”, cuyo contenido
se apoyaba en el fondo de conocimientos heredados del Mundo Clásico más que en
aportaciones del Mundo Medieval.
b) El renacimiento carolingio, que arranca entre finales del s. VIII y comienzos del
IX. Surgido gracias al impulso de la corte de Carlo Magno (768-814), perdura hasta el s. X
como un proyecto educativo de profundo calado intelectual puesto en marcha por Alcuino y
que se expandió a las escuelas monásticas y catedralicias. Entre sus logros se encuentra la
constitución de bibliotecas bien dotadas y una fecunda actividad de creación literaria, erudición
y también de copia de clásicos: muchos de los códices más antiguos conservados de textos
clásicos son de época carolingia, como por ejemplo los de Lucrecio y Vitruvio, copiados en
torno al 800. Otro avance fundamental de la época carolingia es la adopción de una nueva
escritura, la minúscula carolina, cuya caligrafía, con letras redondeadas, regulares y separadas,
facilitaba enormemente la lectura. Su uso se generalizó poco a poco en toda Europa,
terminando con otros tipos de escritura más antiguos y menos accesibles.
d) Durante los ss. XII y XIII alcanza su mayor desarrollo la escolástica, que promovió
una estrecha relación entre la filosofía y la teología, y a la vez una sistematización muy potente
de ambas, relegando a un papel secundario la tradición clásica pagana, convertida en fuente de
ejemplos o de argumentos, pero sin interés en sí misma.
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Sin embargo, la actitud humanista de buscar en “lo clásico” un referente para su propia
cultura provocó a la larga un conflicto irresoluble entre los propios humanistas, que dio como
fruto dos concepciones enfrentadas de la historia de la cultura:
a) Por un lado, la visión “involutiva”, que adopta el modelo clásico como canon de
referencia y prototipo de la perfección, y por lo tanto atiende exclusivamente a la
recuperación del patrimonio antiguo y entiende cualquier otro desarrollo como una
degeneración o decadencia.
b) Por el otro, cobra vigor una concepción “evolutiva”, que entiende la historia como un
proceso de cambio en el cual es posible una progresión cultural, que arranca del Mundo
Clásico pero que es susceptible de seguir evolucionando.
Así, hasta la propia lengua termina siendo objeto de controversia, ya que el uso del latín
como ideal de lengua literaria chocó con la expansión inevitable de las lenguas vernáculas, que
van imponiéndose como vehículo de comunicación a todos los niveles y como la forma de
expresión más adecuada para sus propios hablantes; en el caso de los lenguajes técnicos, el
latín tenía consolidada toda una terminología en muchos campos que le daba una superioridad
de partida muy notable sobre las lenguas romances, que tardaron mucho más en generalizar su
uso y constituirse en lenguas científicas propiamente dichas.
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Tema 1 de Literatura Latina Antonio Moreno Hernández
En los siglos XVII y XVIII, la concepción del Mundo Clásico como un paradigma de
referencia, aunque siguió ejerciendo un peso muy considerable, dejó paso a una actitud
diferente, en la cual prevalecía el estudio positivo e historicista del Mundo Antiguo, como fruto
de los criterios y exigencias planteados por las distintas corrientes racionalistas e ilustradas del
momento. Algunas disciplinas, como la diplomática y la paleografía, tienen su origen en esta
época, al plantearse la necesidad de justificar la autenticidad de documentos antiguos a través
de criterios objetivos. Así, un monje benedictino francés, Dom Jean Mabillon, escribió un De re
diplomatica en 1681 que estableció las bases de la moderna diplomática, que se ocupa del
análisis técnico de los documentos, y su colega Dom Bernard de Montfaucon es autor de una
Paleographica graeca, en 1708, que estudia por vez primera de manera sistemática la historia de
las formas individuales de las letras, fundando la moderna paleografía.
La imagen del Mundo Romano que se forja desde los presupuestos del Romanticismo
tiende por consiguiente a reducir el papel original de la Roma Clásica y a establecer una
especie de supeditación y depreciación de su valor en favor de la cultura griega, considerada
como la verdaderamente creativa. Estas ideas tuvieron una influencia muy considerable en
toda una línea de estudios posteriores, que cifraban el principal interés de muchas obras latinas
en su condición de meros instrumentos para la reconstrucción de piezas griegas perdidas que
serían su fuente de inspiración. En este contexto hay que entender declaraciones como la del
poeta británico Percy Shelley (1792-1822), en el prefacio a Hellas:
“Todos somos griegos. Nuestras leyes, nuestra literatura, nuestra religión, nuestras artes tienen
sus raíces en Grecia. Sin Grecia, Roma, la maestra, la conquistadora, la metrópoli de nuestros
antepasados, no habría difundido con sus armas la ilustración, y seríamos aún salvajes e
idólatras, o lo que es peor, podíamos haber llegado a un estado de institución social tan
estancado y miserable como el de China o Japón.”8
En cualquier caso, el siglo XIX contribuyó a asentar la conciencia del sentido histórico,
algo que va a ser fundamental para las ciencias de la Antigüedad, pero que al tiempo supone
8
Cf. R. Jenkyns, El legado de Roma, op. cit. p. 11-12.
9
J.-M. Fontanier, “Nietzsche et Rome”, Les Études Classiques, 71, 2003, pp. 225-240.
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admitir la fisura, la distancia respecto al objeto de estudio. Así lo reconocía Ortega y Gasset: “El
sentido histórico comienza cuando se sospecha que la vida humana en otros tiempos y pueblos
es diferente de lo que es en nuestra edad y en nuestro ámbito cultural. La diferencia es la
distancia cualitativa”10. De esta forma a lo largo del s. XIX se gesta como contrapunto una
visión más científica de la Antigüedad, que intenta establecer pautas más objetivas y críticas y
menos valorativas que antaño y que tiene como principal consecuencia el desarrollo autónomo
de diversas disciplinas (la filología, la crítica textual, la arqueología...) que han seguido
progresando durante todo el siglo XX.
1º) En primer lugar, el conocimiento más depurado de Roma que las diversas ciencias
de la Antigüedad nos proporcionan nos ha permitido descubrir la riqueza y diversidad de sus
manifestaciones, que distan mucho de poder ser reducidas a un ideal homogéneo de clasicidad.
Por ello, la imagen de prototipo de perfección cerrada que envolvía al Mundo Clásico como un
tópico desde el Renacimiento se ha desprendido de su condición idealista, para propiciar un
acercamiento mucho más fecundo y crítico que, lejos de restarle interés, permite seguir
desvelando un mundo de una riqueza intelectual extraordinaria, propiciando su entendimiento
y el esclarecimiento de la función y el sentido real que tenía su cultura, y a la vez permitiendo
detectar con más precisión los vínculos que unen el Mundo Moderno con aquella.
2º) Por otro lado, la imagen de Roma como réplica o prolongación del Mundo Griego se
ha visto sensiblemente revisada gracias al mayor conocimiento de una y otra. En efecto, como
tendremos ocasión de ver, la helenización es un ingrediente esencial para el entendimiento de
la cultura romana, que influye en la conformación de buena parte de su literatura (mediante la
adaptación de géneros literarios, por ejemplo), de su arte o su pensamiento. Pero la filología y
la historiografía modernas han revelado que esta influencia no convierte a la cultura latina en
una mera imitación de la griega. Muy al contrario, lo que se produce en Roma es la asimilación
de modelos griegos dentro de un nuevo contexto creativo, donde prima la adaptación sobre la
copia y la emulación como voluntad de superar sus modelos, con una sensible dosis de
originalidad, sin la cual no puede entenderse ni la obra de Virgilio, Horacio, Salustio, César o
Tácito, ni, por ejemplo, el enorme dinamismo de la arquitectura romana. Roma no es ya, por
consiguiente, una mera prolongación de Grecia, sino que se desenvuelve históricamente de
manera paralela a ella, recibiendo su influjo y asimilando creativamente muchos de sus
elementos, pues está ella misma inserta dentro de la civilización helenística.
10
J. Ortega y Gasset, “El sentido histórico”, Las Atlántidas, Madrid 1976 (7ª ed.), p. 82.
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Frente a esta posición, Ortega y Gasset hace gala de una exaltación con tintes idealizados
en un texto publicado inicialmente en 1941: “La historia política de Roma, de su crecimiento y
dilatación elástica desde el villorrio rudísimo hasta la urbe imperial y marmórea que edifican
los Césares, es de un ritmo ascendente tan próximo a la perfección que no parece cosa
histórica, sino musical. Se la cuentan a uno y no sabe si está oyendo una crónica o una sinfonía.
Por esta razón tiene un valor de paradigma y es, en el más sustancioso sentido del vocablo,
‘clásica’.”12
11
Perret, Essai sur le Dualisme chez Platon, les Gnostiques et les Manichéens, París 1947, p. 158.
12
J. Ortega y Gasset, “Historia ascendente”, Del Imperio romano, Madrid 1976, 5ª ed., p. 153.
13
H. Marrou, Historia de la Educación en la Antigüedad, (vers. esp.) Madrid 1985, p. 376.
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Conviene situar con claridad la cronología y el entorno de esta época, que se han
presentado en Apartado 1.2., y que nos coloca entre la segunda mitad del s. III a.C. (la
fecha que convencionalmente consideramos como fundacional de la literatura latina es la
adaptación en latín de la Odisea que lleva a cabo Livio Andronico hacia el 240 a.C.) y
el primer cuarto del s. I a.C. (ca. 99-75 a.C.), durante los últimos siglos de la República
romana, dentro por tanto de un contexto de cierto grado de libertad de expresión en un
sistema de gobierno colegiado, durante una fase de clara expansión y proyección de Roma no
solo en la Península Itálica sino en el entorno de los territorios del Mediterráneo.
Hay que advertir que en esta época la lengua no ha alcanzado todavía todo su
desarrollo tanto desde el punto de vista gramatical como léxico y estilístico, por lo
que los primeros autores latinos se debaten entre el recurso a la tradición oral itálica y la
influencia griega, dando lugar a una tensión que caracteriza todo este periodo.
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Tema 1 de Literatura Latina Antonio Moreno Hernández
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Tema 1 de Literatura Latina Antonio Moreno Hernández
Los primeros testimonios y los más antiguos son fragmentarios (tienen una pequeña
muestra en la Antología, con Livio Andronico, Nevio, Ennio, Pacuvio y Accio), pero las
manifestaciones dramáticas alcanzan su mayor expresión con el teatro cómico de Plauto
y Terencio, los dos grandes comediógrafos latinos de Época Arcaica, de los cuales
conservamos comedias completas. El teatro alcanza su mayor vitalidad gracias a la aceptación
popular de las obras representadas en los teatros de los ss. III-I a.C.
PLAUTO
Las comedias de Tito Maccio Plauto (ss. III-II a.C.) están concebidas para su
representación con la finalidad de divertir al público romano contemporáneo. Se trata de un
teatro fresco y dinámico, en el que prima la búsqueda de la comicidad a través de la acción, las
situaciones y los personajes, en general sometidos a una tipología recurrente, con un lenguaje
coloquial y una arquitectura dramática en la que se integran partes cantadas, habladas y
recitadas en distintos versos.
Entre los rasgos más característicos de las comedias de Plauto se encuentran los
siguientes, que sintetizamos brevemente:
- La trama suele consistir en un enredo o intriga (en ocasiones una doble intriga en
la misma comedia) que a menudo gira en torno a episodios amorosos.
máscara, de hecho ‘personaje’ y ‘persona’ proceden del verbo latino ‘sonare’ con el
prefijo ‘per’, es decir, “hablar a través de”.
Pero Plauto no se limita reproducir estos recursos a partir de sus modelos, sino que, a
tenor del contraste con los fragmentos conservados de las obras griegas, los maneja con gran
libertad para moldear su propio estilo teatral dentro de la tradición de la comedia helenística.
- La música y las partes cantadas en verso cobran un papel más destacado en las
obras de Plauto, pues se advierte en ellas la potenciación del componente
musical, con una reducción de las escenas de recitativos y la supresión de
intermedios corales. La música tiene en sus obras un peso específico muy
notable, pues no cumple una mera función ornamental, sino que se integra en la
acción teatral a través de las escenas cantadas.
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Tema 1 de Literatura Latina Antonio Moreno Hernández
TERENCIO
La obra dramática conservada de Publio Terencio Africano (primera mitad del s. II
a.C.), el otro gran comediógrafo de Época Arcaica, consta de seis comedias completas, cuyos
modelos son, en su mayoría, obras de autores de la Comedia Nueva griega, sobre todo
Menandro (ss. IV-III a.C.) y, en algún caso, el poeta cómico Apolodoro de Caristo (s. III a.C.).
Sobre estos modelos Terencio crea obras cómicas propiamente latinas mediante una
técnica dramática que presenta elementos de continuidad y también algunas diferencias
significativas con su antecesor Plauto, diferencias en las que ha podido influir, a tenor de la
información biográfica que transmiten las fuentes antiguas, su pertenencia a un estrato social
más culto, una sensibilidad algo más refinada, así como el ambiente filohelénico en el que
Terencio se desenvuelve, en el entorno del Círculo de los Escipiones.
Así Terencio refleja muchos elementos afines con Plauto: los dos cultivan, como ya
se ha indicado, la fabulla palliata, construyendo la trama como un drama cómico de enredo
inspirado en modelos griegos. Ambos sitúan la acción de las comedias en un ambiente
helénico, no romano, y se sirven de una tipología recurrente de personajes estereotipados.
a) Función del prólogo: el prólogo que precede a cada comedia es concebido por
Terencio con una función distinta a la que le otorgaba Plauto: mientras este tiende a
recurrir a un prólogo expositivo, con información centrada en aspectos de la obra a la
que acompaña (el lugar en el que transcurre la acción, el título latino y el de su modelo
griego, datos sobre los personajes principales y algunas referencias al contenido de la
obra), Terencio, en cambio, se sirve del prólogo para dar cuenta de los procedimientos
que ha utilizado en la reelaboración de sus modelos (en algunos casos, mediante la
contaminación de varias obras que se recrean y adaptan en una comedia) y como
medio para defender y justificar su creación, con una pretensión eminentemente
propagandística.
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f) Lengua y estilo: Terencio emplea un registro lingüístico que, sin perder su carácter
coloquial, es algo más elevado que el de Plauto, con un mayor refinamiento en la
elección del vocabulario y en el estilo, destinado probablemente a un público más
formado que el de la generación de Plauto.
Catón tuvo un papel público muy relevante, tanto desde un punto de vista político
(consiguió desempeñar todas las magistraturas de la carrera política en Roma -el cursus
honorum- hasta llegar a ser cónsul y censor), como militar (combatió contra Aníbal en la
Segunda Guerra Púnica y desempeñó un destacado papel en alentar la Tercera Guerra Púnica,
que supuso la destrucción del poder cartaginés) y se le consideró ya en su época -y sobre todo
posteriormente- un estricto defensor de los valores tradicionales romanos, frente a la
influencia griega que empezaba a advertirse gracias, entre otros, al círculo de los Escipiones.
Buena parte de la obra de Catón como escritor se ha perdido, como sus obras sobre la
historia de Roma y la mayor parte de los Orígenes, un tratado en siete libros desde la fundación
de Roma, así como un tratado militar y un compendio didáctico de carácter enciclopédico, las
“Máximas dirigidas a su hijo”, que abordaban los más diversos campos del saber.
a) La prosa técnica, relacionada con la exposición del saber práctico y las destrezas propias
del mundo agrícola, de la que tienen muestras en la selección de pasajes de la Antología.
b) La prosa oratoria, como reflejo de la necesidad de crear discursos para el foro político y
judicial en un régimen de libertades donde la persuasión tiene una importancia capital. Este
fenómeno arranca con Catón, que nos suministra los primeros testimonios de oratoria latina, a
través de una colección de discursos cuya gran mayoría se ha perdido.
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