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BOSQUEJO DE LA
GUERRA CIVIL EN
REQUENA
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Sin lugar a dudas una de las palancas de la renovación historiográfica de las últimas
décadas ha sido la historia local, que ha tenido la virtud de engrandecer la venerable
herencia de los inestimables eruditos de muchísimas localidades y de aplicar con general
acierto los métodos renovadores de la historiografía totalizadora. Las cosechas de los años
pasados han sido abundantes en calidad y en cantidad, aunque no siempre han gozado
del merecido reconocimiento más allá de ciertos límites territoriales. Es de esperar y de
agradecer que los nuevos medios de difusión cultural alienten su conocimiento por un
público más general, al que no sólo interesa la lectura de obras de carácter generalista.
Indiscutiblemente cualquier historiador que pretenda escribir una historia general de
España, por muy circunscrita temporalmente que sea, tendrá que recurrir a la caudalosa
bibliografía de tenor local si quiere ofrecer un relato riguroso del pasado.
La historiografía local no sólo ha abordado temas de perfil más técnico como
los vinculados a la economía y a la sociedad medievales, sino también tan polémicos
como el de la Guerra Civil que asoló España durante tres cruentos años. El dolor de la
experiencia se ha mantenido tan vivo como, a veces, callado en los pueblos de nuestra
geografía, donde la gente se ha tratado y conocido más que en las más impersona-
les ciudades. Su estudio corre el riesgo de alzar controversias entre los vecinos, y en
ocasiones lo más prudente es dejarlo correr a la espera de las jóvenes generaciones de
investigadores, quizá menos condicionadas por ciertos factores.
De todos modos los historiadores han estado a la altura de las circunstancias a
nivel general, sin lanzarse ni a la exaltación ni a la denigración. Nos han ofrecido un
relato coherente de los acontecimientos, un estudio de las fuerzas sociopolíticas en
liza, un análisis de las medidas adoptadas durante la guerra y sus consecuencias. Estos
planteamientos metodológicos pueden adoptarse perfectamente para el estudio de la
Guerra Civil en Requena, donde se conserva una buena documentación local digna
de estudio.
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Conscientes del interés que despierta el tema entre los mozos, que un buen
día (esperemos que no muy lejano) nos darán nuevas muestras de su inteligencia
historiográfica, hemos escrito este bosquejo de carácter provisional, que no toca toda
la extensión de la cuestión pero anima a acometerla. Requena nos permite entender
mejor la complejidad de la retaguardia republicana y contestar en cierta medida a al-
gunos grandes interrogantes. ¿Fue nuestra Guerra un epígono de la Primera Mundial
o un madrugador episodio de la Segunda? Los estudios locales han hecho progresar
nuestro conocimiento del Tercer Reich o del Holocausto, en el caso particular de la
muy necesaria historia de las víctimas. Nuestra Guerra no es excepcional al respecto,
máxime cuando se encuadra en una época de enfrentamientos civiles de las naciones
europeas, que comenzaron en la Rusia de 1917 y alcanzaron la Grecia de 1949. En el
fondo Francia e Italia padecieron luchas de este tipo durante la II Guerra Mundial. Así
pues, podemos entender el alcance de una gran tragedia universal y española a través
de las vivencias de los requenenses. Ofrecemos las referencias documentales al final del
trabajo para facilitar su lectura.
PRELUDIO DE LA GUERRA
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Desde un punto de vista estricto en la Requena de la primera mitad del siglo XIX
se dieron unas condiciones propicias al estallido de una guerra social y de una revolución
contra la distribución desigual de la riqueza homologables a las de 1936. Ocasiones no
faltaron desde la Guerra de la Independencia, máxime cuando el liberalismo insistió en
la responsabilidad de los ciudadanos en la regencia nacional. Ya antes de la irrupción
napoleónica se temió un estallido de cólera popular por las apreturas de los tiempos.
La revolución popular al estilo de las bullangues barcelonesas, grandes impulsoras
del radicalismo democrático, no se verificó en Requena por dos grandes motivos. Los
linajes caballerescos terminaron aceptando el ascenso de los hombres de negocios de la
sedería, configurándose una oligarquía revitalizada que ocuparía el poder local desde
1793. Los poderosos, mezcla de innovación y de tradición, conservaron buena parte de su
ascendiente sobre los grupos más modestos a través de los mecanismos de representación
ideológica de la comunidad (la Requena anticarlista loada posteriormente por Herrero
y Moral), de patronazgo municipal (asignación de contribuciones, empleos concejiles
y otros favores) y de subordinación laboral. El analfabetismo, superior al 60% en la
Requena de 1900, no ayudó a superar el escollo de la subordinación. La politización
paulatina a lo largo del XIX abrió nuevas vías de interpretación de la realidad social
entre los grupos mesocráticos primero y más tarde los más populares.
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dadanos tan faltos de medios como tan sobrados de valentía. Las críticas a las empresas
expansivas no los lanzaron a los brazos del antimilitarismo. El general Pereyra concitó
sus simpatías, acogiendo inicialmente de buen grado a Primo de Rivera, poco proclive
a la aventura marroquí.
A través de los anunciantes de La voz de Requena conocemos el espectro social
de los seguidores del republicanismo. Su principal baluarte radicó en las profesiones
liberales y en el abigarrado universo del comercio local: vendedores de máquinas agrí-
colas, sastres, pintores, drogueros, comerciantes de ultramarinos, etc. Atentos a los
rigores de las contribuciones, la sociabilidad de los mostradores de sus tiendas se abrió
a toda clase de gentes, adquiriendo sus tertulias mayor relevancia de lo que a veces se
supone, donde se entremezclaron los recuerdos de la época heroica del liberalismo, el
comentario de las incidencias diarias y las ideas para arreglar lo más pronto posibles
los males de la patria.
El juicioso Francesc Cambó expuso con tino que la Dictadura primorriverista
permitió unos años de necesaria reorganización en la sombra de las fuerzas políticas
tras las grandes jornadas de lucha desatadas en 1917. Evidentemente pensaba en el
catalanismo conservador, pero su valoración es aplicable al republicanismo requenen-
se. Primo de Rivera no pudo institucionalizar su Dictadura con solvencia más allá del
pasajero Directorio Militar. La Unión Patriótica estuvo viciada en nuestra comarca por
las denostadas prácticas caciquiles como la contratación a dedo, según ha demostrado
Julio López Iñíguez. Entre 1923 y 1931 los republicanos locales pasaron de un grupo
de disidentes a una alternativa de poder viable, reforzada por la decrepitud de la mo-
narquía alfonsina, incapaz de retener a no pocos de sus habituales seguidores.
El republicanismo atrajo al principio las simpatías de ciertos trabajadores y
jornaleros. Su radicalismo social respondió a la necesidad de darles cierta cabida en
su proyecto político. Antes de la fundación de la CNT (1910) pequeñas sociedades
obreras se acogieron al amparo del republicanismo blasquista, como puso de manifiesto
J. Daniel Simeón para Liria. Bajo sus plantas fue difundiéndose y fortaleciéndose el
anarquismo. La CNT auspició la creación del Sindicato Único de Oficios Varios en
poblaciones en las que una sola rama de la producción carecía de fuerza para forjar una
organización sindical, como Requena o la citada Liria en tiempos de la II República.
Todavía no estamos bien informados de la llegada del anarquismo a Requena.
Confiamos en que las investigaciones sobre las bibliotecas populares de Álvaro Ibáñez
Solaz nos permitan conocer esta cuestión con mayor precisión. Entre sus difusores
estarían personas con movilidad e inquietudes: transportistas, ciertos jornaleros y las
primeras feministas requenenses. Su aceptación por parte de muchos campesinos fue
más allá de complicadísimas circunstancias vitales, persiguiéndose la consecución de
un nuevo horizonte ético, como muy bien observó Gerald Brenan, que consideró el
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anarquismo una fe religiosa digna de los anabaptistas de las Islas Británicas. La furia
iconoclasta del 36 apuntaría en esta dirección. Las solidaridades rurales y la preserva-
ción de cierto espíritu comunitario en el campo, legado del municipio del Antiguo
Régimen, abonaron el terreno de su llegada.
Los idearios obreristas y socialistas calaron en una Requena de asociacionismo
emergente. El 10 de noviembre de 1932 las principales organizaciones de la localidad
fueron el Sindicato Agrícola El Fomento, la Sociedad de Albañiles, Constructora Re-
quenense, la Cooperativa de Pintores, el Fomento del Arte y la Sociedad de Panaderos,
alejados todavía de los sindicatos de los mayores enclaves industriales de España. Bajo
la República la concienciación de los trabajadores progresaría, y la Federación de Tra-
bajadores de la Tierra de la UGT lograría el asenso de grupos de agricultores. En 1935
Francisco Largo Caballero, saludado como el Lenin español, mereció testimonios de
apoyo y simpatía por parte de las agrupaciones ugetistas de la comarca.
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La Requena republicana no tuvo que lamentar un drama del relieve de Casas Viejas
ni soportó una tensión social tan persistente como las localidades del Alto Llobregat.
Desligados de las servidumbres de la rabassa morta, los viticultores requenenses no se
sumaron a la Revolución de Octubre del 34 en la proporción de los catalanes, pese a
registrarse a inicios de aquel mismo año serios incidentes en la comarca, especialmente
en Fuenterrobles, estudiados por Francisco Arroyo. De todos modos el ambiente de
controversia de la vida nacional se aposentó igualmente en la local. En la elección de
concejales entrantes de abril de 1933 los obreros pudieron participar junto a los habi-
tuales contribuyentes, correspondiéndole a Requena (dividida en distrito Consistorial,
de la Villa, Noroeste y Cuatro) 21 concejales para una población de 17.749 habitantes.
Nuestro consistorio fue una plaza fuerte del Partido Radical-Socialista, desgajado
de los ahora más derechistas radicales de Lerroux, descollando Maximiliano Iranzo Gil,
presidente de su correspondiente Círculo. En el campo conservador tuvo un gran peso
la Derecha Agraria Republicana, versión de la Derecha Regional Valenciana asociada a
la coalición de la CEDA. Las figuras de Rafael López y Manuel Buitrago alentaron el
Partido Autonomista. Además de las cuestiones más sociales, la polémica autonomista,
la educativa y la religiosa encendieron el debate público.
El 29 de junio de 1933 los radical-socialistas se mostraron abiertamente en contra
de todo acto propagandístico a favor de la concesión de un Estatuto de Autonomía para
el territorio valenciano, discrepando del criterio de la Derecha Agraria Republicana,
favorable a la participación en eventos de este género. Bajo el velo de la identidad cas-
tellana o valenciana de Requena se ocultaron otras razones no menos persuasivas. Los
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Días de julio
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insurrección que dejaría ver toda su magnitud en la jornada siguiente. Algunos mili-
tares creyeron que se trataría de un golpe de Estado bien orquestado que desarbolaría
la República izquierdista. En algunas zonas como en Navarra contaron con valiosos
apoyos civiles, pero en ciudades de tanta relevancia como Madrid, Barcelona o Valen-
cia fueron combatidos con éxito por las fuerzas de orden fieles a la legalidad y por los
grupos obreristas, que aprovecharon la circunstancia para dar comienzo a su revolución.
Paradójicamente, las fuerzas armadas que dijeron querer evitar la subversión social la
hicieron posible al quebrantar el Estado republicano. Después de intensas luchas el
territorio nacional quedó desgarrado en dos mitades enemigas: la sublevada de carácter
acusadamente más agrario, con celeridad sometida a la disciplina marcial, y la repu-
blicana más industrial y comercial, cuya autoridad real se desperdigó entre una serie
de focos de poder más o menos revolucionario. Su causa gozó de enormes simpatías
intelectuales, siendo abrazada por muchos izquierdistas como una guerra romántica,
aunque los recelos de Gran Bretaña hacia ella arrastraron a Francia y Estados Unidos,
permitiendo la intervención a favor de los insurrectos de Italia, Alemania y Portugal.
Sólo la URSS por motivos muy poco románticos entre las grandes potencias asistió a
la República en un conflicto que preludió la II Guerra Mundial.
Tanto en Valencia como en Castilla la Nueva la conspiración antirrepublicana
tuvo importantes seguidores. En la provincia de Albacete algunos mandos de la Guar-
dia Civil habían planeado concentrar fuerzas de la Benemérita en la capital, Almansa,
Hellín, Villarrobledo y Alcaraz para cortar la comunicación por carretera y ferrocarril
entre Madrid y Valencia. Sin embargo, fuerzas de la Guardia Civil contribuyeron deci-
sivamente a derrotar en Barcelona al sublevado general Goded, procedente de Mallorca,
el día 19 de julio. En la capital del Turia el general Manuel González Carrasco no dio
el empuje esperado a la insurrección, y el 23 el general Diego Martínez de Monge
terminó por plegarse a la presión republicana.
Ante estos vaivenes las fuerzas de la Guardia Civil en Requena se encontraron
indecisas, como bien apunta César Jordá Moltó. Con prontitud se organizaron aquí los
contrarios al levantamiento militar, puesto que muchos españoles de uno y otro bando
juzgaron aquellas críticas horas decisivas para el triunfo de su causa en su localidad y
en el resto del país. La politización y la concienciación ideológica habían ganado mu-
chísimos adeptos. El lunes 20 de julio, coincidiendo con la huelga general en Albacete
contra los alzados, el Comité de Huelga requenense integrado mayoritariamente por
anarquistas y socialistas ultimó su organización. La tenencia de armamento garantizaba
la efectividad de su autoridad, y se requirieron al camarada Manuel López Garrido unos
960 cartuchos. Ese mismo día el general leal a la República José Riquelme asumió la
jefatura de la I División Orgánica. Llegó con rapidez a Requena, y tras dirigirse a los
guardias civiles en el café Colache de la Plaza de la República los trasladó en autocares
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Del proceso revolucionario emanó el poder del Comité Ejecutivo del Frente
Popular, en teoría conformado por todas las fuerzas políticas contrarias al golpe militar,
como Izquierda Republicana, aunque a mediados de octubre del 36 la CNT controló
su presidencia, tesorería y vocalía segunda, y la UGT su secretaría y vocalías primera y
tercera, verificándose la alianza entre anarquistas y socialistas revolucionarios.
El armamento del pueblo se juzgó esencial para acometer la Revolución con
garantías de triunfo. Desde el mismo primero de agosto el Comité se arrogó la licencia
de venta de pólvora y municiones. Su empeño se vio coronado por el éxito, y el 3 de
agosto contó con 221.500 kilogramos de dinamita, 7.950 cartuchos, 2.500 detonadores,
2.000 metros de mecha, 46 kilogramos de pólvora de mina y 15 de pólvora pirotácnica,
procedentes en gran medida de empresas relacionadas con la obra pública. La coope-
ración de los trabajadores más militantes fue inestimable, y con ellos se formaron las
primeras fuerzas milicianas, que impusieron el nuevo orden social en la localidad. Se
creó un Cuartel de Milicias, encargado entre otras tareas del control y la distribución
de las armas entre las distintas unidades revolucionarias, como las de Campo Arcís. El
Hospital de Asilo de Pobres fue guarnecido por turnos diarios con unidades de la UGT,
la CNT e Izquierda Republicana, del orden de unas 36 a 28 personas.
En aquellos meses de ruptura, el voluntarismo y la adhesión incondicional a la
causa marcaron la vida de las personas, no tolerándose la tibieza o las conductas pasa-
das. La depuración justiciera salvaría al pueblo trabajador de sus enemigos emboscados.
Sobre los empleados públicos recayó con relativa frecuencia la sospecha, más o menos
fundada, de antirrepublicanismo, procediéndose a depuraciones severas, con excesivos
precedentes en nuestra Historia desde la Guerra de la Independencia. De nada le sirvió
a un empleado del registro declararse apolítico y considerarse trabajador al ser despedido
por derechista el 11 de agosto.
También se planteó la creación de una nueva fuerza de orden público, acomo-
dada a la nueva situación revolucionaria. El 3 de septiembre del 36 varios sindicalistas
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López, Barranco Bernabé, Los Gredales, Pedazo del Santo, Picarón, Casa Mislatilla,
Alpujarras, Los Almudes, Cañada Hormigas o Fuente del Sapo, entre otros muchos.
Los gastos totales de explotación, que ascendieron a unas 88.100 pesetas, dificultaron
sobremanera el buen aprovechamiento de las casi 500 hectáreas de buena tierra de viña,
labor y arbolado. La cifra, aunque incompleta como ya hemos visto, resulta modesta
en relación a la extensión del término (menos del 2% de la superficie labrada), pero
significativa de la nueva tendencia social, dentro de un proceso que alcanzó igualmente
a otras localidades comarcanas. Según datos recopilados por Walther L. Bernecker, en
Villargordo se llegaron a colectivizar 390 hectáreas, en Fuenterrobles 254, en Caudete
308, en Jaraguas 65, en Utiel 918, en Casas de Utiel 547, y en Cuevas de Utiel 522.
Las incautaciones también alcanzaron las fincas urbanas, desde las fábricas de
harinas y cafés posteriormente colectivizados hasta las viviendas. En Requena el acceso
a un domicilio digno ya presentó severos problemas en los años treinta. Muchos inqui-
linos no pudieron satisfacer las mensualidades a los propietarios por la falta de medios
ocasionada por la crisis. La cuantía del alquiler osciló entre las dos pesetas y media al
mes en la zona de San Nicolás a las más de cincuenta y dos de la Plaza de Canalejas.
Algunas agrupaciones políticas y sindicales ocuparon en alquiler la casa de un propie-
tario importante para establecer su sede en la localidad. Izquierda Republicana pagó
alquiler a María A. Iñigo Raigadas por una cercana a la Plaza de la República, UGT
por otra en Las Higuerillas a Francisco Prefaci Bartual, y a los Dominicos (del legado
de doña Teresa Ferrer) la CNT en la Calle Dato. El movimiento revolucionario les
permitió apropiarse de tales inmuebles. La incautación afectó unas 323 viviendas del
casco urbano, con gran número de inquilinos, pertenecientes a 74 propietarios, cuyo
perfil fue de las familias más acaudaladas (Ferrer de Plegamans, Oria de Rueda, Lamo
de Espinosa y Enríquez de Navarra) a individuos de fortuna media. Los Dominicos
y los condes de Torrellano y de Daya Nueva se convirtieron también en el blanco de
los revolucionarios, destinándose los inmuebles del segundo a la Colonia de los Niños
Evacuados. Manuel Martínez Pisón fue el propietario con mayor número de viviendas
decomisadas, 28 destinadas a cárcel.
Las colectividades significaron una nueva manera de entender el cultivo de las
tierras, en teoría alejada del egoísmo burgués. Su patrimonio se nutrió de los bienes
incautados a los enemigos de la Revolución, de los cedidos de una u otra forma y de
los aportados por los mismos colectivistas. La Colectividad de Vega Libre (nombre
del municipalmente emancipado San Antonio de la época) nos aporta una magnífico
ejemplo al respecto. De sus 369 hectáreas, valoradas en 310.000 pesetas, 294 habían
sido incautadas (167 de cereales, 69 de viña y 56 de tierra blanca), cedidas 50 (35 de
viña y 15 de cereal) y 25 de viña aportadas. Los jornaleros, que agrupados en la Sociedad
Obrera habían reclamado mejoras salariales desde 1917, se hicieron con el control de los
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El clima social
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de Toledo (vital para el prestigio político de Franco) había proporcionado a los repu-
blicanos tiempo para reorganizarse en el rompeolas de todas las Españas. Reforzados por
contingentes del resto del país, los matritenses republicanos se aprestaron a una defensa
numantina, llamada a dar la vuelta al mundo. La lucha por Madrid ayudó a la Unión
Soviética a extender su influencia sobre la España republicana. Los comunistas serían
decisivos a la hora de poner en pie las Brigadas Internacionales. En aquellos meses, el
ascendiente comunista en Requena era muy discreto, si bien recibió el homenaje en
su callejero, como ya vimos, el buque soviético de 6.700 toneladas Komsomol, que en
octubre de 1936 desembarcó en Cartagena 50 tanques T-26B aptos para las divisiones
de infantería y 40 carros BA-6 para la caballería mecanizada al mando del coronel
Krivoshein, anterior Jefe del Departamento de Entrenamiento de la Escuela de Tan-
ques Soviéticos en Olianovsky que sobresalió en la defensa del Madrid republicano.
El Komsomol se hundió en aguas alicantinas en diciembre del 36 tras enfrentarse con
el crucero Baleares.
Los alzados diseñaron un plan de ataque en flecha contra Madrid entre la Ciudad
Universitaria y la Plaza de España, área de colinas atravesada por el Manzanares y que
comprendía la Casa de Campo. Sus esperanzas de rápida conquista se quebraron. Junto
al general Miaja descolló en la defensa el eficaz Vicente Rojo. El 12 de noviembre los
enfrentamientos se enquistaron en Carabanchel, y del 19 al 23 se combatió denodada-
mente en la Ciudad Universitaria. En diciembre el foco de los combates se trasladó a
Boadilla y a la Carretera de La Coruña. Miaja se decantó por una estrategia defensiva
y no por la ofensiva de cercar a su vez al enemigo sugerida por los soviéticos, empleada
con éxito posteriormente en Stalingrado.
Los horrores de la guerra en la capital, con intensos combates aéreos, arrojaron a
muchas personas a los caminos. El 17 de diciembre se acogieron en Requena los primeros
refugiados del frente matritense, aportándose toda clase de donativos y contribuciones
en su favor. Madrid se había erigido en el símbolo de la causa antifascista internacional.
El 25 de febrero de 1937, poco antes de que tuviera lugar la batalla de Guadalajara,
proseguía el socorro a los refugiados llegados de allí, encaminándose muchos a otras
localidades valencianas.
La resistencia de Madrid sorprendió a muchos, y el propio gobierno republicano
comenzó a abandonarla el 6 de noviembre del 36 por Valencia, recibiendo acres recri-
minaciones. La ciudad del Turia mereció la injusta fama de frívola de los más severos.
La instauración de la capital de la República en Valencia tuvo notables consecuencias
sobre las tierras requenenses, a partir de ahora más subordinadas a la autoridad guber-
namental como iremos viendo.
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La guerra volvió a martirizar al magro erario municipal, como en los peores mo-
mentos de 1640, 1706 o 1812. Una hacienda que arrastraba durante demasiados años
exasperantes adeudos no tuvo más remedio que conseguir de los camaradas ciudadanos
un dinero del que a duras penas disponían.
El nuevo pacto social se tensionó inevitablemente, y las apelaciones al sacrifi-
cio revolucionario desde la propaganda empezaron a caer en saco roto. Duchos en la
persecución del contrabando y en otro tipo de delitos económicos, los carabineros
asumieron el control del orden público en Requena el 19 de enero del 37. Los anar-
quistas requenenses no opusieron a los carabineros la resistencia de sus correligionarios
catalanes, que entre el 18 de julio del 36 al 17 de abril del 37 tomaron las aduanas de
la frontera francesa.
Sintomáticamente se acudió a un veteranísimo expediente fiscal municipal: las
imposiciones indirectas a falta de otros recursos. Se gravaron las ventas con un 2%
destinado a la caja municipal, y se impuso una tarifa especial por el control de los
automóviles y de los caminos.
Estos tributos trataron de yugular algo que paradójicamente potenciaron, el
mercado negro de alimentos. Desde enero de 1937 se impusieron infructuosamente
multas por el comercio ilegal de productos. Sin embargo, la tala de pinos no se detuvo,
y la Junta de Abastos se encontró sobrepasada. En marzo se impuso el racionamiento
familiar en el territorio republicano por vez primera, imponiéndose en Requena el 20
de abril. Los mayores de 10 años de edad sólo podrían consumir un máximo de 400
gramos diarios y 250 los menores. La anarquista SURTEF, al margen de otros canales
de intercambio como el CLUEA, proveyó a la Cooperativa requenense conformada
por la CNT y la UGT e integrada sólo por parte de los habitantes de la localidad.
La subida de los precios inquietó sobremanera. Las emisiones de papel moneda
por parte de las autoridades revolucionarias locales alimentaron la inflación, además
de cuartear la imagen fiduciaria de la quebrantada República. Desde el 23 de marzo se
prohibió en Requena su emisión, aunque la escasez de moneda fraccionaria determinó
finalmente el estampillado de bonos o vales locales hasta 1938, como ha estudiado
Feliciano A. Yeves.
De febrero a julio del 37 los gastos de explotación de las fincas incautadas se
evidenciaron prohibitivos. El quebranto del enclave agrícola requenense, entre otros,
ocasionaría acres consecuencias en el abastecimiento de las grandes capitales republica-
nas, además de nuevas tensiones sociales y políticas. El IRA realizó pagos a instituciones
como el ugetista Consejo de Administración de Trabajadores (de gran relevancia en El
Saladar), a los responsables de las fincas incautadas de El Pontón, a los Obreros de la
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aldea del Derramador o a las colectividades cenetistas de Requena por valor global de
57.050 pesetas entre los meses de mayo y julio, de gran tensión política como veremos
más adelante. Con aquellos fondos se satisfacieron jornales, aperos y animales de labor
tan valiosos como las socorridas mulas.
Sobreviviendo a la Revolución
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medida con vigor, al considerarla el finiquito del poder popular. En el frente turolense
la Columna de Hierro plantó cara, y la ciudad de Valencia tuvo que ser guarnecida
por la Guardia de Asalto y por la comunista Decimotercera Brigada Internacional. La
administración de los puertos de Alicante y Cartagena y las bases de Murcia y Albacete
se confió a los comunistas. Se abatió la resistencia de la Columna de Hierro en marzo
del 37. Del 3 al 5 de mayo los anarquistas y los seguidores del trotskista POUM se
batieron en Barcelona con los republicanos liberales de ERC y sus aliados comunistas y
socialistas moderados. La derrota de los primeros sentenció la presidencia del gobierno
de Largo Caballero y puso un valladar al radicalismo revolucionario.
La reacción antiácrata ganó territorio. El 9 de junio el gobernador civil destituyó
en sesión extraordinaria al presidente de la Comisión Gestora Municipal so capa de
haber retrasado premeditadamente toda inspección. A continuación designó nuevos
consejeros. El giro autoritario se hizo patente. Paradójicamente bajo el Antiguo Régimen
ningún corregidor, gobernador o intendente había quebrantado con semejante fuerza
la autonomía municipal. Los enfrentamientos en el campo republicano reafirmaron la
intromisión de los gobernadores civiles en la vida requenense propia de la Restauración
y del llamado Bienio Negro, alcanzando su cénit bajo el franquismo.
La presidencia recayó en una figura de la Unión Republicana, Luis Roda Alpuente.
Se propuso conseguir la tónica de autoridad y de legalidad necesarias para restablecer el
equilibrio de la vida ciudadana, ya más escorado hacia un mundo mesocrático. Algunos
sectores de la UGT se avinieron a cooperar con la nueva autoridad de una localidad
en la que la presencia comunista era más simbólica que real.
EMBRIDANDO LA REVOLUCIÓN
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vigor. Los propietarios con fincas incautadas podían presentar sus reclamaciones ante
las autoridades locales, ya más controladas por el poder central republicano.
El 12 de agosto del 37 se contestó en Requena a las reclamaciones por incauta-
ción. Mientras algunas merecieron el carácter de provisionales, se desestimaron otras
como las de la familia Nuévalos, de tanta relevancia en la localidad entre los siglos
XVII y XIX. Se juzgaron de régimen definitivo las que afectaban a Francisco Oria de
Rueda Iñigo, Carlos Rojas Moreno (conde de Torrellano), Pedro Lamo de Espinosa y
a la Comunidad de Padres Dominicos, importantes propietarios asociados a la causa
antirrepublicana.
Se impusieron límites a las colectividades, como ejemplifica la Colectividad
Corporativa Confederal de Trabajadores Campesinos de Vega Libre, cuyos estatutos se
aprobaron el 16 de julio de 1937. Dependiente de la Sección de Cooperativas del Ser-
vicio de Cooperación del Ministerio de Trabajo y Asistencia Social, se declaró apolítica
y aconfesional. Con un activo en bienes muebles e inmuebles cifrado en 420.404´60
pesetas, se cuantificó su pasivo a 28 de octubre en 351.120, correspondiéndole al
Estado en concepto de incautaciones 222.700, al Crédito Nacional Agrícola al 4´5%
de interés 5.100 y al Instituto de Reforma Agraria 2.250, potentes mecanismos de
la acción gubernamental. El resto se distribuyó entre Pascual Gutiérrez (68.420), los
colectivistas (37.500) y los acreedores (15.150).
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que experimentaron los cambios de los años veinte y treinta, de nuevos usos y modas
femeninas llegadas de Estados Unidos a través de Francia, de incorporación a los es-
tudios universitarios, del planteamiento de ideas anticonceptivas y de la concesión del
voto a las mujeres. Veinticinco de ellas participaron en las Brigadas de Choque, y la
agrupación local destinó 700 pesetas para los hospitales de sangre. Prosiguió al frente
de la secretaría Carmen Monteagudo, secundada por Pilar Piqueras de las Juventudes
Socialistas Unificadas.
La incipiente emancipación femenina no repercutió de momento en la confi-
guración tradicional de las familias, célula básica de convivencia y asistencia en un
medio rural como el nuestro. Mensajes y fotografías conservadas acreditan el elevado
concepto que albergaron por su familia las personas de aquel tiempo. La colectivización
en las aldeas resultaría inconcebible sin los previos lazos de confianza familiar. Aunque
legalizado, el divorcio no proliferó en la Requena coetánea, y al parecer afectó más a
medios mesocráticos imbuidos de laicismo que a los más populares, más atentos a las
recriminaciones sociales en los lugares más pequeños que en los más grandes y anóni-
mos. Pese a todo, nos encontramos ante un primer atisbo en Requena de la sociedad
postmoderna de décadas después, menos marcada por la tradición y más atenta a la
libertad individual. El cine representó aquella primera modernidad, y todas las fuerzas
políticas trataron de encadenar sus imágenes a su causa. Un inmueble incautado a
Nicanor Armero y a Encarnación Berzal alojó el Cine Libertario desde 1936.
El realista Indalecio Prieto dio luz verde a la toma de Teruel, tan vinculada a los
requenenses, con el propósito de enderezar la marcha de la guerra para los republicanos.
El Ejército de Levante dirigido por Hernández Saravia e integrado por los 100.000
hombres de los XVIII, XX y XXII Cuerpos de Ejército inició las operaciones de ata-
que el 15 de diciembre del 37. Franco abandonó con reluctancia su campaña contra
Guadalajara con vistas a Madrid, y hasta el 20 de febrero de 1938 se libró en el gélido
Teruel una durísima batalla en la que los republicanos consiguieron tomar el núcleo
urbano para ser más tarde desalojados por sus adversarios.
Franco decidió entonces atacar por aquel sector hacia tierras mediterráneas. El
7 de marzo confió el mando de la ofensiva al general Dávila. A día 5 de abril Morella
y Gandesa ya estaban en sus manos. El Viernes Santo las fuerzas de Alonso Vega al-
canzaron con júbilo Vinaroz, cortando las comunicaciones terrestres entre el territorio
valenciano y el catalán. El 28 de mayo el general Aranda aprestó sus tropas desde Alcalá
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de Chivert, la Rambla de la Viuda, Lucena del Cid y la Alcora para converger sobre
Castellón de la Plana, ejecutando García Valiño operaciones de flanqueo.
La capital castellonense caería el 14 de junio, pero las cada vez más agotadas
fuerzas franquistas se encontraron una resistencia más dura de la que habían previsto.
Miaja mandó al frente tres Divisiones del Ejército de Levante, y se trazaron dos gran-
des líneas de defensas terrestres inspiradas en los complejos atrincheramientos de la I
Guerra Mundial y aleccionadas por la experiencia de Bilbao: la de la turolense Villel a
Castellón de la Plana, y la de Santa Cruz de Moya a Almenara, conocida como la XYZ
o la Matallana. La primera fue rebasada por Rubielos el 13 de junio, pero la segunda se
mantuvo incólume a la altura de la carretera de Sagunto. Los republicanos de Valencia
y del Centro acreditaron un elevado espíritu combativo, no cediendo a insinuaciones
de rendición de ninguna clase. Requena se sumó a este notable esfuerzo. Del día 11
al 20 de julio la Fábrica de Harinas requenense donó voluntariamente para las forti-
ficaciones 500 pesetas, la aldea de Casas de Cárcel 246´25, Casas de Penén 136´50,
El Rebollar 132´50, Carrascalejo 98´50 y Casas de Soto 30. Los obreros de Francisca
Lambies ofrecieron 100 pesetas y J. Esteve Pastor hasta 3.000. Hasta el 13 de agosto
se remitieron a la Diputación unas 6.963´75 pesetas. La aportación requenense de ar-
mamento resultó mucho más parca: nueve fusiles de particulares con ocho correajes y
tres bombas Las tropas de Franco no conquistaron ni Segorbe ni la Sierra de Espadán,
y el 24 de julio su ofensiva no pudo proseguir. Al día siguiente la irrupción del ejército
republicano en el Ebro se hizo patente, comenzando la mayor batalla de la Guerra Civil
con la vista puesta en el posible inicio de una nueva conflagración en Europa capaz de
modificar los datos del problema.
La llegada de refugiados
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Los años de la guerra fueron tildados por las autoridades franquistas de período
marxista, pese a la discreta relevancia de tal ideología en la Requena de socialismo
anarquista y republicanismo radical. De forma denigratoria se habló de los rojos como
todos aquellos elementos susceptibles de liquidación o corrección de todo género.
Todos aquellos que fueran contrarios o no compatibles con el nuevo régimen
padecieron una represión sistemática, aplicándose en no pocos casos la pena de muerte.
Según Gabarda tres habitantes de la Venta del Moro sufrieron tal destino, seis de Cam-
porrobles, seis de Fuenterrobles, trece de Caudete, veintiuno de Villargordo, treinta y
nueve de Utiel, y de Requena cincuenta y tres. Este número superó en treinta y nueve
personas a las fusiladas en el período precedente. Algunos se enfrentaron a la ejecución
en Paterna. Asimismo se reforzaron las estructuras carcelarias. En 1947 el ayuntamiento
requenense destinó la remesa de 50.000 pesetas para la nueva prisión del partido.
Las incautaciones quedaron sin efecto, retornando los bienes a sus anteriores
propietarios en líneas generales. Se reintegraron los solares enajenados en Campo Ar-
cís y Hortunas. Las colectividades emprendidas durante la guerra también resultaron
anuladas, trazándose inventarios de sus pertenencias y tomándose buena nota de sus
más destacados miembros. Dada la magnitud de la reestructuración se procedió a dejar
sin valor varias asignaciones y partidas presupuestarias (alcanzándose la cantidad de
189.975 pesetas en materia de ingresos y 76.888 de gastos), enjuiciándose con severidad
la gestión precedente de los recursos locales. Se bloqueó la moneda roja depositada en
las cuentas bancarias por valor de 55.148 pesetas tanto por razones simbólicas como
fiduciarias, dada la elevada inflación alcanzada en la zona republicana. En materia social
se retornó a una legislación familiar que no reconocía el divorcio, reconociéndose el
carácter sacramental del matrimonio.
Evidentemente el sufrido viario acusó una vez más el cambio de mandatarios,
y la Plaza de Canalejas se convirtió en la del general Sanjurjo, la de Fernando Valera
(antes Pi y Margall) en la de García Morato, y la de la República (de Felipe V antes)
en la de España.
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La ruralización y el conflicto
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RECAPITULACIONES FINALES
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a los sectores mesocráticos dar un golpe de timón a partir de junio del 37, incapaces
de darlo a finales del estío anterior. Se mantuvieron muchas de las medidas revolu-
cionarias, pero bajo una disciplina más prestigiada tras la llamarada anarquista. Estos
grupos medios proclives al republicanismo merecieron la reprobación inicialmente de
los más revolucionarios y posteriormente de los franquistas, ejemplificando la quiebra
de opciones gradualistas teñidas de populismo en tal hora histórica.
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FUENTES DOCUMENTALES
Fondo documental
Actas municipales de 1850-53 (2780), 1917 (2887), 1922 (2881), 1924-26 (2878),
1929-31 (2873), 1931-32 (2871), 1932-33 (2870), 1933-35 (2872), 1935-36
(2866), 1936-38 (2867 1 y 2), 1938-39 (2865), 1939-40 (2869), 1940-41 (3592),
y 1947-48 (3597).
Correspondencia de la alcaldía de 1902-36 (3748/13).
Documentación del Hospital de Asilo de Pobres, 1902-149 (10.238).
Expedientes relativos a la Guerra Civil, 10.254 /22, 10.714, 10.715, 10.719, 10.720,
10.721, 10.722, 10.746, 10.760 y 11.050.
Fondo de la Hemeroteca
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BIBLIOGRAFÍA SELECTA
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