Contradicciones 1 y 2
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Para un resumen breve, véase David Harvey, Rebel Cities. From the Right to the City to the
Urban Revolution, Londres, Verso, 2013 [ed. cast.: Ciudades rebeldes. Del derecho de la ciudad a
la revolución urbana, Madrid, Akal, 2013].
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2
Michael Lewis, The Big Short. Inside the Doomsday Machine, Nueva York, Norton, 2010, p. 34
[ed. cast.: La gran apuesta, Barcelona, Debate, 2013].
Contradicción 1. Valor de uso y valor de cambio | 37
predominan cada vez más en la vida social sobre los aspectos del valor de
uso. La historia que oímos repetida en todas partes, desde nuestras aulas
hasta prácticamente todos los medios de comunicación, es que la forma
más barata, mejor y más eficiente de producir y distribuir los valores de uso
es desencadenando los espíritus animales del empresario ansioso de bene-
ficio, que le instan a participar en el sistema de mercado. Por esta razón,
muchos tipos de valores de uso que hasta ahora eran distribuidos gratuita-
mente por el Estado han sido privatizados y mercantilizados: alojamiento,
enseñanza, sanidad y servicios públicos han ido todos ellos en esa dirección
en muchos países del mundo. El Banco Mundial insiste en que esa debería
ser la norma global, pero es un sistema que favorece a los empresarios, que
en general obtienen grandes beneficios, y a los ricos, pero que penaliza
a casi todos los demás hasta el punto de haber dado lugar a entre 4 y 6
millones de desahucios en Estados Unidos (e innumerables más en España
y en otros muchos países). Cobra así relevancia la opción política entre un
sistema mercantilizado que sirve bastante bien a los ricos y un sistema que
se concentra en la producción y el abastecimiento democrático de valores
de uso para todos sin mediaciones del mercado.
Reflexionemos entonces, de una forma teórica más abstracta, sobre la
naturaleza de esa contradicción. El intercambio de valores de uso entre
individuos, organizaciones (como las empresas y corporaciones) y grupos
sociales es evidentemente importante en cualquier orden social com-
plejo caracterizado por intrincadas divisiones del trabajo y amplias redes
comerciales. En tales situaciones el trueque tiene una utilidad limitada
debido al problema de la «doble coincidencia de carencias y necesida-
des». Para que se produzca un trueque simple otro ha de poseer algo que
yo deseo y yo he de tener algo que el otro desea. Se pueden construir
cadenas de trueque, pero son limitadas y engorrosas, por lo que cierta
medida independiente del valor de todas las mercancías en el mercado
–una medida única de valor– se hace no sólo ventajosa sino necesaria.
Puedo entonces vender mi mercancía a cambio de cierto equivalente
general del valor y usar ese equivalente general para comprar en otro
lugar cualquier otra cosa que yo quiera o necesite. El equivalente general
es, por supuesto, el dinero. Pero eso nos lleva al campo de la segunda
contradicción del capital: ¿qué es el dinero?
CONTRADICCIÓN 2
EL VALOR SOCIAL DEL TRABAJO Y SU
REPRESENTACIÓN MEDIANTE EL DINERO
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valor (¡algo verdaderamente tautológico!). Esto es lo que hace del dinero una
medida tan peculiar y tan curiosa. Mientras que otras medidas estándar, como
las de longitud o peso (metros, kilos, etc.) no se pueden comprar o vender por
sí mismas (puedo comprar kilos de patatas, pero no kilos en sí), el dinero se
puede comprar y vender por sí mismo como capital-dinero (puedo comprar el
uso de 100 dólares durante cierto periodo de tiempo).
La forma más simple de crear una representación material del valor
es seleccionar una mercancía como representativa del valor de todas las
demás. Por diversas razones los metales preciosos, en particular el oro y
la plata, aparecieron históricamente como los más aptos para cumplir ese
papel. Las razones por las que fueron seleccionados son importantes. Para
empezar, esos metales son relativamente escasos y su oferta acumulada
es prácticamente constante. No puedo ir a mi patio trasero y cavar hasta
encontrar cierta cantidad de oro o plata cuando yo quiera. La oferta de los
metales preciosos es relativamente inelástica, por lo que mantienen su valor
relativo frente a todas las demás mercancías cuando pasa el tiempo (aun-
que estallidos de actividad productiva, como la fiebre del oro en California,
crearon algunos problemas). La mayor parte del oro del mundo ha sido
ya extraído y sacado a la superficie. En segundo lugar, esos metales no se
oxidan y deterioran (como sucedería si eligiéramos frambuesas o patatas
como mercancía-dinero); eso significa que mantienen sus características
físicas con el paso del tiempo de una transacción de mercado a otra, y
lo que es aún más importante, pueden funcionar de forma relativamente
segura como depósito de valor a largo plazo. En tercer lugar, las propieda-
des físicas de esos metales son bien conocidas y sus cualidades se pueden
evaluar con precisión de forma que su medida se calibra fácilmente, a dife-
rencia, digamos, de las botellas de vodka (donde el gusto del consumidor
podría ser muy variable) utilizadas como dinero en Rusia cuando el sistema
monetario se hundió a finales de la década de 1990 y el comercio quedó
reducido a un sistema de trueque multilateral1. Las propiedades físicas y
materiales de esos elementos del mundo llamado natural se usan para fijar
y representar la inmaterialidad del valor como trabajo social.
Pero el dinero-mercancía es difícil de usar diariamente para la compra
y venta de artículos de bajo valor, por lo que las monedas, fichas y al final
trozos de papel y luego dinero electrónico se hicieron mucho más habitua-
les en los mercados del mundo. ¡Imaginemos qué pasaría si tuviéramos que
pagar por una taza de café en la calle un peso exacto de oro o plata! Así,
pues, si bien el dinero-mercancía pudo proporcionar una base física sólida
para representar el trabajo social (los billetes de banco británicos todavía
prometen «pagar al portador», aunque hace tiempo que dejaron de ser
1
Este relato fascinante aparece en Paul Seabright (ed.), The Vanishing Rouble. Barter Networks and
Non-Monetary Transactions in Post-Soviet Societies, Londres, Cambridge University Press, 2000.
Contradicción 2. El valor social del trabajo y su representación mediante el dinero | 45
servir tan bien como el «real» de una moneda de plata. Por eso el oro y la
plata, muy buenos como medida y depósito de valor, necesitan a su vez
una representación en forma de billetes y títulos de crédito para que la cir-
culación de las mercancías sea fluida. ¡Así acabamos con representaciones
de representaciones del trabajo social como base de la forma dinero! Se da
ahí, por decirlo así, un doble fetiche (un doble conjunto de máscaras tras
las que se oculta la socialidad del trabajo humano).
Con la ayuda del dinero, a las mercancías se les puede poner una etiqueta
para llevarlas al mercado con un precio de venta, precio que puede ser o
no realizado según las condiciones de oferta y demanda. Pero ese etique-
tado lleva consigo otro conjunto de contradicciones. El precio realmente
realizado en una venta individual depende de condiciones particulares de
oferta y demanda en un lugar y momento particular. No existe una corres-
pondencia inmediata entre el precio singular y la generalidad del valor. Sólo
en mercados competitivos con un funcionamiento perfecto podemos prever
la convergencia de todos esos precios de mercado singulares efectivamente
realizados en torno a un precio medio que representa la generalidad del valor,
aunque es precisamente porque los precios pueden divergir por lo que pue-
den oscilar hasta proporcionar una representación más firme del valor. Sin
embargo, el proceso de mercado ofrece muchas oportunidades y tentaciones
para desviar esa convergencia. Cada capitalista ansía poder vender con un
precio de monopolio y evitar la competencia. De ahí la notoriedad de las
marcas y las prácticas de venta basadas en la promoción de logotipos, que
permiten por ejemplo a Nike cargar un precio de monopolio permanente-
mente mayor que el estándar unificado del valor en la producción de calzado
deportivo. Esa divergencia cuantitativa entre precios y valores plantea un
problema: los capitalistas responden necesariamente a los precios y no a los
valores porque en el mercado ven únicamente precios y no cuentan con un
medio directo para estimar los valores. En la medida en que existe una dis-
tancia cuantitativa entre precios y valores, los capitalistas se ven obligados a
responder a las representaciones engañosas más que a los valores subyacentes.
Además, no hay nada que impida poner esa etiqueta llamada precio
a cualquier cosa, ya sea producto del trabajo social o no. Puedo colgar la
etiqueta en una parcela de terreno y extraer una renta por su uso. Puedo,
como todos esos grupos de presión de la Street K de Washington, comprar
legalmente influencia en el Congreso o cruzar la línea para vender con-
ciencia, honor y reputación al mejor postor. Entre el precio de mercado
y el valor social de una mercancía existe no sólo una divergencia cuanti-
tativa, sino también cualitativa. Puedo hacer una fortuna con el tráfico
de mujeres, traficando con drogas o vendiendo armas clandestinamente
(tres de los negocios más lucrativos del capitalismo contemporáneo). Y
aún peor (¡si es que ello es posible!), puedo usar mi dinero para hacer
Contradicción 2. El valor social del trabajo y su representación mediante el dinero | 47
más dinero, como si fuera capital cuando no lo es. Los signos moneta-
rios divergen de lo que deberían ser según la lógica del trabajo social.
Puedo crear vastos depósitos de capital ficticio, esto es, capital dinero
dedicado a actividades que no crean ningún valor en absoluto pero que
son muy rentables en términos monetarios y de rendimiento de inte-
reses. La deuda pública para organizar y emprender guerras siempre se
ha financiado mediante la circulación de capital ficticio: la gente presta
al Estado, que se lo devuelve con un interés extraído de los impuestos
recaudados aunque se esté destruyendo valor y no creándolo.
Ahí hay pues otra paradoja: el dinero que se supone que representa el
valor social del trabajo creativo adopta una forma –capital ficticio– que cir-
cula hasta llenar finalmente los bolsillos de financieros y bonistas mediante
la extracción de riqueza de todo tipo de actividades no productivas (no
productoras de valor). A quien no lo crea le bastará echar una mirada a la
reciente historia del mercado de la vivienda para entender exactamente lo
que quiero decir. La especulación sobre el valor de la vivienda no es una
actividad productiva, pero enormes cantidades de capital ficticio afluyeron
al mercado de la vivienda hasta 2007-2008 porque el rendimiento de las
inversiones en él era muy alto. El crédito fácil significaba un alza conti-
nua del precio de la vivienda y la elevada rotación significaba una plétora
de oportunidades para ganar comisiones y honorarios exorbitantes en las
transacciones realizadas en ese mercado. Con el empaquetamiento de las
hipotecas (una forma de capital ficticio) en collateralized debt obligations
[obligaciones de deuda garantizadas], se creó un instrumento de deuda
(una forma de capital aún más ficticio) que se podía comercializar en el
mundo entero. Esos instrumentos de capital ficticio, muchos de los cuales
resultaron no tener valor alguno, y aun así las agencias de calificación certi-
ficaban que eran «tan seguros como las casas», fueron vendidos a inversores
ingenuos en todo el mundo en un frenesí desbocado cuyos excesos segui-
mos pagando todavía hoy.
Las contradicciones surgidas de la forma dinero son por tanto múlti-
ples. Las representaciones, como ya hemos observado, falsifican incluso
lo que representan. En el caso del oro y la plata como representaciones
del valor social, se toman las circunstancias particulares para la produc-
ción de esos metales preciosos como medida general del valor coagulado
en todas las mercancías. Se toma en efecto un valor de uso particular (el
oro metálico) y se utiliza para representar el valor de cambio en general.
Por encima de todo, se toma algo que es intrínsecamente social y se
representa de una forma que puede ser apropiada como poder social por
determinadas personas privadas. Esta última contradicción tiene conse-
cuencias muy profundas y en ciertos aspectos devastadoras para las otras
contradicciones del capital.
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Para empezar, el hecho de que el dinero permita que el poder social sea
apropiado y exclusivamente utilizado por personas privadas sitúa al dinero
en el centro de una amplia variedad de comportamientos humanos noci-
vos: el ansia y codicia de dinero y del poder que confiere se convierten
inevitablemente en características centrales de la estructura política del
capitalismo. De ahí todo tipo de comportamientos y creencias fetichistas.
El deseo de dinero como forma de poder social lo convierte en un fin en sí
mismo que distorsiona la relación entre oferta y demanda del mismo que
se necesitaría simplemente para facilitar los intercambios, desmintiendo la
supuesta racionalidad del mercado capitalista.
Se puede sin duda debatir si la codicia es una característica intrínseca de
los seres humanos o no (Marx, por ejemplo, no creía que fuera así). Pero
lo que es sin duda cierto es que el auge de la forma dinero y la posibili-
dad de su apropiación privada ha creado un espacio para la proliferación
de comportamientos humanos nada virtuosos ni nobles. La acumulación
de riqueza y poder (acumulaciones que se eliminaban ritualmente en los
famosos sistemas potlatch de las sociedades precapitalistas) ha sido no sólo
tolerada sino saludada y tratada como objeto de admiración, lo que llevó
al economista británico John Maynard Keynes a escribir en 1930, en sus
«Posibilidades económicas para nuestros nietos», que:
Cuando la acumulación de riqueza no sea ya de gran importancia so-
cial, habrá grandes cambios en el código moral. Podremos liberarnos
de muchos de los prejuicios seudomorales que nos han atormentado
durante doscientos años y por los que hemos exaltado algunas de las
cualidades humanas más desagradables, elevándolas a la posición de las
más altas virtudes. Podremos atrevernos a atribuir al motivo del dinero
su auténtico valor. El amor al dinero como posesión –algo distinto
al amor al dinero como medio para el disfrute de las realidades de la
vida– será reconocido como lo que es, una morbidez un tanto asque-
rosa, una de esas propensiones semicriminales y semipatológicas que se
abandonan con un estremecimiento a los especialistas en enfermedades
mentales. Seremos entonces libres para descartar por fin todo tipo de
hábitos sociales y prácticas económicas que afectan a la distribución de
riqueza y de recompensas y penalizaciones económicas que ahora man-
tenemos a cualquier precio, por desagradables e injustas que puedan
ser en sí mismas, porque son tremendamente útiles para promover la
acumulación de capital2.
2
John Maynard Keynes, Essays in Persuasion, Nueva York, Classic House Books, 2009, p. 199
[ed. cast.: Ensayos de persuasión, Madrid, Síntesis, 2009].
Contradicción 2. El valor social del trabajo y su representación mediante el dinero | 49
capitalista en general (pero sobre todo, del modo más trágico, de las
franjas de la población más vulnerables), un ataque directo contra los
excesos especulativos y las formas monetarias (en gran medida ficticias)
que los han promovido se convierte necesariamente en eje primordial de
la lucha política. En la medida en que esas formas especulativas han favo-
recido los inmensos aumentos en la desigualdad social y la distribución
de riqueza y poder, de modo que la oligarquía emergente –el infame 1
por 100, que en realidad es un 0,1 por 100 aún más infame)– controla
ahora efectivamente las palancas de toda la riqueza y el poder globales,
eso también define obvios frentes de lucha de clases decisivos para el
futuro bienestar de la gran mayoría de la humanidad.
Pero ello es únicamente la punta más obvia del iceberg. El dinero es,
merece la pena repetirlo, tan inseparable del valor como el valor de cambio
lo es del dinero. Los vínculos entre los tres están estrechamente entrelaza-
dos. Si el valor de cambio se debilita y en último término desaparece como
brújula que guía cómo se producen y distribuyen los valores de uso en
la sociedad, desaparecerán igualmente la necesidad de dinero y todas las
demás patologías ansiosas asociadas con su uso (como capital) y su pose-
sión (como fuente excelsa de poder social). Aunque el objetivo utópico de
un orden social sin valor de cambio y por lo tanto sin dinero requiere una
articulación pausada, el paso intermedio del diseño de formas cuasi dine-
rarias que faciliten el intercambio pero inhiban la acumulación privada de
riqueza y poder social es urgente, y además factible en principio. Keynes,
en su influyente Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero (1936),
por ejemplo, citaba al «extraño e indebidamente olvidado profeta Silvio
Gesell», quien hace mucho tiempo propuso la creación de una especie de
paradinero que se oxidaría si no era utilizado. La desigualdad fundamental
entre mercancías (valores de uso) que se desgastan o se ajan y una forma
dinero (valor de cambio) que no lo hace debe rectificarse. «Sólo un dinero
que se quede atrasado como un periódico, que se pudra como unas pata-
tas, o que se evapore como el éter, puede superar el test como instrumento
de intercambio de las patatas, los periódicos, el hierro o el éter», escribía
Gesell3. Con el dinero electrónico eso se podría practicar ahora mucho
más fácilmente, asignando una fecha límite de caducidad a las cuentas
monetarias, de forma que el dinero no utilizado (como los kilómetros
no aprovechados de los bonos de líneas aéreas) se desvanezca al cabo de
3
Silvio Gesell, The Natural Economic Order, 1916, http://www.archive.org/details/TheNaturalE-
conomic Order, p. 121 [ed. cast.: El dinero tal cual es. El orden económico natural, Rota, Hur-
qualya, 2008]. Para un análisis más profundo de las ideas de Gesell, véase John Maynard Keynes,
The General Theory of Employment, Interest, and Money, Nueva York, Harcourt Brace, 1964, p.
363 [ed. cast.: Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero, Barcelona, RBA, 2004], y
Charles Eisenstein, Sacred Economics. Money, Gift and Society in the Age of Transition, Berkeley
(CA), Evolver Editions, 2011.
50 | Diecisiete contradicciones y el fin del capitalismo
cierto periodo de tiempo. Esto corta el lazo entre el dinero como medio de
circulación y el dinero como medida y aún más significativamente como
depósito de valor (y por lo tanto como medio primordial de acumulación
de riqueza y poder privados).
Obviamente, iniciativas de ese tipo requerirán ajustes de amplio espectro
en otros aspectos de la economía. Si el dinero se oxida sería imposible aho-
rrarlo para futuras necesidades. Los fondos de inversión en pensiones, por
ejemplo, desaparecerían. Pero ésa no es una perspectiva tan estremecedora
como podría parecer. Para empezar, los fondos de pensiones pueden perder
su valor de todas formas (debido a la financiación insuficiente, la mala ges-
tión, los colapsos del mercado de valores o la inflación). El valor monetario
de los fondos de pensiones es contingente y nada seguro como están com-
probando ahora a sus expensas muchos pensionistas. La Seguridad Social,
en cambio, debería cubrir unos derechos de jubilación independientes en
principio del ahorro de dinero para el futuro. Los trabajadores de hoy man-
tienen a quienes los precedieron. Sería mucho mejor organizar los ingresos
del futuro por ese medio que ahorrando y esperando que las inversiones
sean rentables. Una renta básica garantizada para todos, esto es, un acceso
mínimo a un conjunto de valores de uso colectivamente gestionado, obviaría
totalmente la necesidad de una forma dinero y de unos ahorros privados que
garanticen cierta seguridad económica en el futuro.
Se concentraría así la atención en lo que realmente importa, que es la
creación continua de valores de uso mediante el trabajo social y la erra-
dicación del valor de cambio como medio principal de organización de
la producción de valores de uso. Marx, por ejemplo, creía que las refor-
mas del sistema monetario no garantizarían por sí mismas la disolución
del poder del capital y que era ilusorio creer que las reformas monetarias
pudieran ser la punta de lanza del cambio revolucionario, algo en lo que
creo que estaba acertado. Pero sus análisis dejan también claro, a mi juicio,
que la construcción de una alternativa al capital requeriría como condición
necesaria pero no suficiente una reconfiguración radical de la organización
de los intercambios y la disolución en último término del poder del dinero,
no sólo sobre la vida social, sino, como indicaba Keynes, sobre nuestras
concepciones mentales y morales del mundo. Imaginar una economía sin
dinero es una forma de estimar cómo podría ser una alternativa al capita-
lismo. Su posibilidad, dadas las potencialidades del dinero electrónico o
incluso de sustitutos del dinero, puede no estar tan lejos. La aparición de
nuevas formas de cibermonedas, como el bitcoin, sugiere que el propio
capital trata de inventar nuevas formas monetarias. Para la izquierda sería
por lo tanto oportuno y juicioso situar el proyecto y el pensamiento polí-
tico en torno a este objetivo último.