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Plata y Contrabando

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Plata y Contrabando:

¿Cuáles fueron las raíces sistémicas más profundas de la oposición corrupta a los esfuerzos reformistas de Ulloa en
Huancavelica? Para responder esta pregunta es necesario analizar el entendimiento entre las autoridades políticas y
los intereses creados vinculados a la minería de plata y su comercio, el financiamiento, los impuestos reales que
generaba y el contrabando al que daba lugar desde por lo menos los inicios del siglo XVIII. Estas conexiones
favorecieron las ganancias privadas en desmedro de la producción y la honesta administración. Una vez más, el
parecer de Ulloa sobre esta cuestión es valioso. Su último y mayormente olvidado tratado «Informes de D. Antonio
de Ulloa dirigidos a Carlos III» que escribió en Cádiz en 1771, varios años después de su pesadilla peruana como
gobernador de Huancavelica se refiere a este tema. Vinculado al declive de la minería del azogue, el punto
neurálgico del Imperio español en América era la producción de plata.76 El tesoro real subsidiaba a los mineros de
plata proporcionándoles azogue a crédito. Pero los oficiales corruptos de las cajas reales en provincias imponían
condiciones interesadas para los adelantos en mercurio a los mineros. Especulando con la diferencia entre el precio
oficial y el de venta del mercurio, en complicidad con aquellos mineros de plata que lo recibían privilegiadamente,
los oficiales reales y sus socios privados se aseguraban ganancias ilícitas. Estos oficiales reales también exigían el
pago del mercurio con plata piña, es decir, plata sin sellar ni quintar (toda plata producida estaba sujeta a un
impuesto del 20 por ciento, el quinto real, al momento de fundirla en barras selladas oficialmente). Además, los
oficiales demoraban el cobro de deudas fidedignas al erario y la presentación de cuentas formales causando, así,
cuantiosas pérdidas a la Corona.77

La plata piña era el medio preferido para la adquisición de artículos de importación de contrabando. De este modo,
el erario perdía aún más en derechos dejados de cobrar por comercio de importación. Los comerciantes de Lima
eran los principales beneficiarios del contrabando, al sobornar a los oficiales de aduana y a los jueces del Tribunal del
Consulado, institución que administraba la justicia comercial y atendía los casos del gremio de comerciantes de Lima.
El enorme drenaje de los ingresos reales debido a estas prácticas era objeto de suma preocupación para los
burócratas y reformadores en Madrid. Tratados tempranos sobre el costo del contrabando (definido literalmente
como el contravenir un bando o decreto) subrayaban su carácter ilícito, pues implicaba tratar con los enemigos del
rey. Combatir el contrabando era, pues, un esfuerzo necesario para la conservación de la monarquía.78 Desde
comienzos del siglo XVIII la Corona española concentró su vigilancia en el contrabando, en especial el de ingleses y
holandeses, proveniente de Jamaica y Curaçao (introducido a Panamá, Cartagena y Cuba), el de portugueses de la
colonia de Sacramento, el del Pacífico asiático transportado a México, y el de franceses a Buenos Aires y el Perú. A
través del Consejo de Indias, la Corona implementó una serie de órdenes, pesquisas y medidas con las cuales
contener la propagación de tan dañino tráfico y la participación de sus propios súbditos en estas infracciones. Desde
principios del siglo xviii, el Consejo recibió información alarmante de Lima sobre el notorio incremento del
contrabando en el Pacífico sur, realizado tanto por aliados franceses como por enemigos ingleses y holandeses. 79
Estos intereses extranjeros se vinculaban con los de los comerciantes y oficiales locales a través del contrabando.

El empuje reformista contra el contrabando en el Imperio español coincidió con el ascenso de la dinastía Borbón en
España con Felipe V, nieto de Luis XIV, y con la Guerra de Sucesión Española (1701-1714), que enfrentó a Francia y
España contra una coalición del imperio austríaco de los Habsburgo, Inglaterra y Holanda. Paradójicamente, el
primer virrey que la monarquía borbónica nombró para gobernar el Perú, el catalán Manuel de Oms de Santapau,
marqués de Castelldosrius (1707-1710), tuvo una conspicua participación en unos escandalosos casos de
contrabando francés durante su gestión. El respaldo incondicional que Castelldosrius diera a la causa borbónica
como embajador español en la corte de Luis XIV le ganó como recompensa, en 1702, el cargo de virrey, pero no
pudo embarcarse al Perú sino hasta 1706, debido al descalabro del transporte por la guerra naval. Castelldosrius
había perdido sus propiedades en Barcelona cuando la ciudad cayó bajo el control del partido de los Austrias.
Fuertemente endeudado, el futuro virrey hizo promesas de devolver favores, contando tal vez con la posibilidad de
recuperar su fortuna y enriquecerse en el Perú. Castelldosrius solicitó la licencia de viaje acostumbrada para un
grupo inusualmente grande de parientes, criados y dependientes: su séquito más cercano, que incluía a muchos
franceses, y la base de la corte que pensaba establecer en Lima.80 Desde su arribo a Lima en 1707, Castelldosrius se
esforzó por aumentar su fortuna privada y establecer alianzas con la élite local para así conseguir respaldo político.
Emulando a Luis XIV, Castelldosrius auspició concursos literarios, eventos musicales y una academia literaria
conformada por los mejores intelectos locales. Al mismo tiempo, estableció sociedades con comerciantes
peninsulares de alto rango, como con Francisco de Lártiga, Bernardo de Solís Bango, Pedro Pérez de Hircio y Alonso
Panizo, entre otros. Dichas sociedades estaban involucradas en transacciones de contrabando con capitanes de
naves francesas que arribaban al puerto meridional de Pisco con la complicidad de autoridades locales.
Castelldosrius obtuvo una tajada del 25 por ciento de la introducción ilegal proveniente de tres barcos franceses por
un valor aproximado de tres millones de pesos. Los cobros ilegales a nombre del virrey los hizo Antonio Marí.

Ginovés, su asesor y representante de confianza, con la asistencia de Ramón de Tamaris, sobrino del virrey. Marí
también administraba otras fuentes de ingreso del virrey como lo cobrado por el nombramiento de corregidores
interinos. En este particular se benefició Phelipe Betancur, corregidor interino de Pisco e Ica, nombrado en lugar del
titular Francisco Espinosa de los Monteros. Espinosa y un grupo considerable de comerciantes vascos se hallaban
enfrascados en una disputa en torno a la dirección del Consulado, en franca oposición a lo que consideraban un
dañino contrabando «corrupto» que desviaba millones de pesos en plata piña y en barras. La facción de Espinosa
denunció a Castelldosrius ante el Consejo de Indias. El fiscal del Consejo en Madrid calculaba que, en diez años, los
franceses habían desviado cerca de 100 millones de pesos en plata a través del comercio ilegal. Asimismo, sostuvo
que el palacio virreinal había sido convertido en un «burdel» y que se debía dar un castigo ejemplar a los
gobernadores, oficiales reales y jueces implicados. Castelldosrius fue separado de su cargo en 1709, una sanción con
escasos precedentes. Falleció en Lima en 1710, mientras esperaba los resultados de su apelación. Como era de
prever, su tardía residencia en 1717 no sancionó pena seria a sus herederos.81 La muerte del virrey Castelldosrius no
puso fin a la bien establecida red de contrabando. Su sucesor, Diego Ladrón de Guevara (1710-1716), exobispo de
Quito, también fue acusado por el Consulado de asistir al contrabando francés en el Pacífico. Andrés Munive, juez
eclesiástico y asesor del virrey, lo ayudó a incrementar su riqueza privada por medio de varios casos bien
documentados.

de contrabando. Un oficial del Consulado sorprendió a Munive cuando junto a otras personas cercanas al virrey
entregaban 80.000 pesos en plata a bordo de una nave francesa. El oficial que destapó este asunto perdió su puesto
por órdenes directas del virrey y gestionadas por su secretario, Luis Navarro, para así permitir el arribo irrestricto de
contrabando francés. Quejas adicionales sobre la codicia de Ladrón de Guevara y sus ventas de cargos llevaron a su
caída.82 Entretanto la mina de Huancavelica continuaba deteriorándose, circunstancia que motivó el desesperado
intento de cerrarla por parte del virrey príncipe de Santo Buono (1716-1720). Solo con la llegada del virrey José de
Armendariz, marqués de Castelfuerte (1724-1736), un militar estricto, se tomaron algunas medidas para poner un
freno temporal al contrabando. Castelfuerte dio una orden especial para limitar el flujo de plata a manos extranjeras
y el ingreso de textiles de contrabando de China y Europa. Las ferias mercantiles de Portobelo y Panamá, parte del
sistema tradicional de las flotas, habían decaído debido al contrabando. Castelfuerte cuestionó, en particular, el
gobierno anterior del virrey-arzobispo Diego Morcillo (1720-1724), durante el cual el contrabando había alcanzado
altos niveles. Castelfuerte implementó la vigilancia naval, las inspecciones, los castigos y la confiscación de artículos
de contrabando, y recompensó a los denunciantes con la tercera parte del valor del contrabando confiscado.
Además, apresó al criollo José de Santa Cruz y Gallardo, conde de San Juan de Lurigancho y propietario del oficio
heredado de tesorero de la ceca de Lima, debido a irregularidades en el peso y contenido de las monedas locales.
Castelfuerte también reveló serias transgresiones de corregidores, sacerdotes y caciques en la cuenta y empleo de
los indios de mita. El virrey fue atacado por los intereses afectados que denunciaron sus supuestas ganancias
privadas obtenidas de la confiscación de artículos y caudales del contrabando.

La efectividad de las medidas contra el contrabando fue puesta a prueba durante el periodo de transición transición
en el cual los navíos de permiso y de registro reemplazaron al viejo y rígido sistema de flotas. Estos permitían una
mayor frecuencia y flexibilidad en el intercambio comercial. Entre 1700 y 1750, diversas exenciones reales otorgadas
a comerciantes extranjeros (los asientos de esclavos concedidos a franceses y, después de 1713, a ingleses) y otras
medidas intentaron flexibilizar el comercio para renovar la decadente política comercial monopólica manifiesta en
las flotas del Pacífico y del Atlántico. La tradicional feria de Portobelo, en la costa caribeña del istmo de Panamá, a la
cual llegaba la plata peruana de la costa del Pacífico para ser intercambiada por bienes europeos importados, no se
realizó entre 1707 y 1720; tampoco se celebró en 1721, 1723, 1730 ni en el periodo 1739-1740. El sistema comercial
monopólico estuvo arruinado por la guerra y la competencia naval, así como por el mayor costo de financiar la flota
en el Pacífico (la Armada del Sur). Los diversos impuestos, pagados por los comerciantes de Lima que sufrían la
competencia del contrabando, hicieron que los costos relativos del comercio subieran aún más. Además, los
comerciantes limeños quedaron expuestos a la rapacidad de las autoridades de Panamá, Santa Fe y Quito, quienes
confiscaban parte de la plata en tránsito bajo la excusa de cubrir gastos de defensa local.84 Pese a la erosión de sus
privilegios monopólicos, los comerciantes de Lima se adaptaron muy bien a un sistema comercial más libre y directo
con Europa por la vía del cabo de Hornos. Diversificaron sus intereses, concentrándose en los rentables mercados
cautivos de Chile y Quito, y aprovechando las nuevas oportunidades ofrecidas por el contrabando. En efecto, la élite
mercantil de Lima florecía económica y socialmente, incrementando sus operaciones crediticias comerciales y sus
redes de corresponsales, y comprando títulos de nobleza e importantes cargos oficiales. Estos comerciantes fueron
beneficiarios del difundido contrabando que ahora ya formaba parte integral de la economía peruana. Los
mercaderes más acaudalados y sus herederos estuvieron involucrados en casos de comercio ilícito (por ejemplo, el
peninsular montañés José Bernardo de Tagle Bracho, marqués de Torre Tagle, habitualmente estuvo vinculado a los
comerciantes contrabandistas franceses, a los cuales también les compraba costosas naves). La documentación
adicional destaca a otros prominentes comerciantes españoles como participantes en operaciones de contrabando,
entre ellos Pedro Gómez de Balbuena y Bernardo de Quirós. Antonio Hermenejildo de Querejazu, el hijo criollo de un
comerciante vasco enriquecido en Lima, consiguió dispensas especiales para ejercer autoridad y contraer
matrimonio mientras dirigía actividades comerciales y tenía propiedades en la localidad: este flagrante conflicto de
intereses estaba prohibido por las leyes hispanas. Del mismo modo, la élite mercantil incorporada al Consulado
incrementó su influencia con las autoridades imperiales haciendo donativos y préstamos al Rey.85 El Consulado de
Comercio de Lima actuaba como fachada para comercios ilícitos, al tiempo que presentaba quejas contra el
contrabando y el relajamiento de las restricciones monopólicas. Dionisio de Alsedo y Herrera, diputado del
Consulado en Madrid, usó esta doble estrategia exigiendo la restitución de los privilegios de recaudación de
impuestos y monopolio afectados por las ilícitas introducciones francesas bajo la protección de autoridades locales.
Al mismo tiempo, Alsedo alababa el comercio con otras naciones a través de Panamá y defendía el secreto comercial
como un derecho mercantil.86 En 1759, Machado de Chaves, en un revelador reciclaje de su propuesta reformista
de 1747, proponía las ventajas de la ruta alternativa y más barata por la vía de Buenos Aires y el cabo de Hornos, en
lugar de la de Cartagena y Panamá-Portobelo.87 Esta propuesta era visionaria en cuanto a enfrentar la antigua
política comercial que sustentaba la difundida corrupción. Sin embargo, el establecimiento del virreinato de La Plata
en 1776, a través del cual el competitivo comercio con Europa pasó a abastecer el mercado del Alto Perú (antes
parte del virreinato peruano), así como la promulgación del Reglamento de Comercio Libre de 1778, que abrió más
puertos al tráfico oficial, no impidieron el contrabando desde el Brasil y Buenos Aires.88 Así, el contrabando
contribuyó significativamente a que la corrupción pública y privada formaran parte integral del liderazgo económico
y político del virreinato peruano.89 Al igual que en el caso del Río de la Plata, el origen y la formación de la élite
mercantil y burocrática colonial estuvieron entrelazados con prácticas corruptas y de contrabando.90 Estos y otros
intereses sentaron las bases de las redes de patronazgo coloniales, que se hallaban controladas en la cima por
autoridades políticas que buscaban ganancias privadas a costa del bien público.

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